120420 Lora de Valdivia

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Viernes 20.04.12

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CINE

El nuevo fenómeno adolescente

Paisajes cretácicos La Lora de Valdivia, entre Burgos y Palencia, esconde una paramera rocosa erosionada por el tiempo, por los vientos y por el agua [P2]

Menhir de Canto Hito, del 2.500 a.C., en el páramo de La Valdivia. :: JAVIER PRIETO GALLEGO

Llega ‘Los juegos del hambre’, la saga de los chicos supervivientes [P8] MÚSICA

El universo de Daniel Johnston El artista estadounidense recala en Valladolid en su gira española [P11]


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PLANES

La Lora de Valdivia: cuevas, agua y horizontes despejados en una llanura descarnada entre las provincias de Palencia y Burgos RUTAS CON ENCANTO

LA LORA DE VALDIVIA JAVIER PRIETO

Hay inmensidades que marean. Como la de un océano en calma, un desierto sin oasis, una hipoteca a 30 años... O la llanura descarnada que se extiende entre las provincias de Palencia y Burgos a casi 1.200 metros de altitud conformando una paramera conocida como la Lora de Valdivia o el páramo de Las Loras, planicie pedregosa que los vientos baten a placer y el agua deshace como si fuera azúcar. Es, de hecho, un paisaje tan singular que sirve para explicar la formación del mundo desde que el mundo es mundo. Un paseo por esta altiplanicie ventosa convierte al más zote en un geólogo capaz de conjugar el verbo erosionar en todas sus formas. Por no hablar de la habilidad que uno adquiere a la hora de dejar caer palabros como sinclinal, clusse, surgencia, orogenia, diaclasa, dolina, facies, cárstico o combes de inversión. Que suena casi igual, igual que si se habla de crisis. Pero el caso es que estas llanuras tan abrumadoras –que así, vistas de sopetón empujan, más que otra cosa, a salir corriendo por donde se ha venido– albergan, si se da tiempo al tiempo, más oportunidades para el asombro que una película de Indiana Jones. Y el ejemplo más evidente es la cueva de Los Franceses. De hecho, dada la profusión de explicaciones con que se adereza la visita guiada es una buena forma de comenzar a entender los procesos geológicos que han convertido en un pispás –hablando en términos geológicos, claro– un océano en una planicie más horadada que un queso gruyer. Así, viajando con la imaginación 215 millones de años atrás, es como comienza también la visita a la cueva. En aquel tiempo estas llanuras rocosas constituían el fondo

plano de un océano continental del que asomaban las cumbres montañosas. Un fondo plano sobre el que, también durante millones y millones de años, se fueron precipitando y acumulando sedimentos marinos –conchas y restos óseos, principalmente– que al compactarse fueron transformándose en roca caliza. La misma roca caliza que conforma ahora el páramo. Y la misma roca caliza por la que se desenreda la cueva. ¿Y las montañas? ¿Qué fue de las montañas que asomaban por encima de aquel océano? Se las llevó el viento. Es decir, la erosión. Fueron disolviéndose poco a poco de tal y tan sorprendente manera que allá donde había cumbres inabordables quedan hoy profundos valles: los que rodean estos páramos que, a la postre, ofrecieron más resistencia a la erosión quedando convertidos, ironías del destino –geológico, por supuesto– en balcones desde los que asomarse en derredor. Pero esto último lo haremos tras la visita a la cueva. Por el momento baste decir que la facilidad de los suelos calizos para disolverse con el agua procedente de la lluvia es lo que ha convertido estas planicies en una auténtica esponja. Así es cómo el agua de lluvia que cae de los cielos desaparece bajo el superficial manto de tierra para emprender un viaje subterráneo en el que horada túneles, derriba muros, forma ríos o cuevas tan espectaculares como la de Los Franceses, un pasillo repleto de maravillas cársticas que habrían quedado para siempre ocultas a los ojos del hombre de no ser por un agujero en mitad del páramo. El mismo al que, según la tradición, fueron a parar los cadáveres de los soldados caídos en un enfrentamiento entre las tropas napoleónicas y un destacamento de Húsares Cántabros durante la Guerra de la Independencia. De ahí su nombre.

Llanuras de roca

Reconstrucción del Pozo de los Lobos del Páramo de la Lora. Un pozo rodeado por un muro de piedra era el punto hacia el que se acosaba a los lobos para que acabaran cayendo en él.

Tras las últimas reformas, realizadas en los años 2009 y 2010, encaminadas a mejorar el acceso y recorrido turístico de la cueva, la experiencia de este viaje fantástico al subsuelo comienza en un centro de recepción que pone al tanto de lo que aguarda unos metros más abajo. Para evitar

errores cometidos en el pasado, un sistema de puertas permite ahora que la cueva pueda mantener una temperatura constante de 10 grados y una humedad de en torno al 95%. Tras el pasillo artificial comienza el recorrido por la cavidad, que discurre de Este a Oeste a una profundidad

máxima de 21 metros y una cota superficial de -4 metros en algunos puntos. Las últimas obras han ampliado el recorrido anterior permitiendo atravesar dos grandes salas naturales en las que predominan los restos de derrumbes del techo de la cueva. De los cerca de sus 900

metros totales, en la actualidad son visitables casi 500. Aunque no eternamente: dentro de unos 5 a 10 millones de años la erosión habrá trabajado lo suficiente para que, gota a gota, el techo de la Cueva de los Franceses se haya venido abajo dejando al descubierto un gran cañón calcáreo. Están avisados. La prueba de que lo dicho antes del océano y las montañas no es un cuento chino queda bien ventilada asomándose al mirador de Valcabado, hasta el que acerca la misma carreterilla que pasa junto a la cueva. Ahí mismo, el borde del páramo sirve como balcón desde el que alimentar los vértigos mientras se disfruta de una excepcional vista del valle cántabro


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y tiempo

Dos imágenes de la cueva de Los Franceses.

Los bordes del páramo de La Lora de Valdivia se asoman al valle cántabro de Valderredible. :: REPORTAJE GRÁFICO DE JAVIER PRIETO

de Valderredible, casi casi como si a uno lo hubieran obligado a saltar desde un avión. Lo cual, por otra parte, compensa la dosis de claustrofobia que siempre acompaña los paseos bajo el subsuelo. A quienes el cuerpo les pida algo más que el turismo contemplativo pueden aventurarse por el corto paseo señalizado que, desde el mismo mirador, lleva hasta el pozo de los Lobos, una trampa utilizada en el pasado para conducir hasta ella a estos depredadores. El paseo discurre en paralelo, aunque a una cierta distancia de los cantiles, hasta que una depresión del terreno muestra el borde hundido del páramo y el único lugar por el que puede em-

pezarse a bajar. Por ahí se encajona el sendero hacia la centenaria trampa de la misma forma que se conducía a los lobos mostrándoles una única vía de escape. Como la omnipresencia de la roca hacía difícil cavar un hoyo en el que hacerlos caer –que es como funcionaban estas trampas–, esta lobera presenta la particularidad de estar formada por un cerco de piedras –en lugar de por un agujero– en cuyo interior en un pozo se precipitaban los lobos tras conducirles hacia él por una disimulada rampa. Otra prueba de que, a pesar de lo que pueda parecer, el hombre lleva trotando estos horizontes más de un invierno es el menhir conocido como Canto Hito, un tro-

zo de roca puesto por el hombre hace 3.000 años con alguna función hoy desconocida y al que se llega desde la entrada de la cueva de Los Franceses en un kilómetro. Un buen lugar para sosegar tantas emociones es el valle de Covalagua, un pliegue de verdor que parece contradecir la aridez inmediata de la paramera. En realidad se trata del desagüe hacia el que se inclinan muchas de las corrientes subterráneas del páramo que acaban brotando por él formando bellas cascadas mientras dan lugar al nacimiento del río Íbias. Todo ello bien abrigado por una cobertura vegetal de quejigos y rebollos entre cuyas sombras los bocadillos saben a gloria. info@javierprietogallego.com

Pasarelas de madera y miradores que recorren el espacio natural de Covalagua.

GUÍA En marcha. La Cueva de

los Franceses se localiza en el extremo nororiental de la provincia de Palencia. El acceso se puede realizar desde Aguilar de Campoo por la N-627 en dirección a Burgos. Cinco kilómetros después, un ramal conduce a Pomar de Valdivia y Revilla de Pomar. Desde

esta última la carretera continúa hasta la entrada a la cueva y finaliza en el mirador de Valcabado. La cueva. Abre de martes a domingo, de 10,30 a 15 y de 16 a 20 horas. Información y reservas: tel. 659 94 99 98. Web: www.lacuevadelosfranceses.es. Las visitas se realizan a las ho-

ras en punto y tienen una duración aproximada de entre 45 minutos y una hora. La temperatura del interior de la cueva es de 10º centígrados. Comer y dormir. Pueden localizarse alojamientos cercanos en la web www.castillayleonesvida.com.


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