Segovia

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La plaza del Azoguejo, sobre la que vuela la parte más espectacular del acueducto de Segovia, es un espacio lleno de vida a cualquier hora del día. REPORTAJE GRÁFICO: JAVIER prieto gallego

Trío ases

Acueducto, catedral y alcázar enhebran un paseo por la Segovia más monumental y deslumbrante.

de


A

cueducto, catedral y alcázar: con estas cartas es imposible perder ninguna partida. Juegues como juegues estará ganada de antemano. Y sin tener que marcar faroles. Ni poner cara de póquer. Es lo que tiene Segovia, que va sobrada de talento, belleza y monumentalidad. Porque esas tres son sólo las de arrasar; para una noche larga de timba Segovia tiene cartas de sobra. De hecho, su repertorio de iglesias románicas, paseos recoletos, plazuelas, callejas o monasterios da mucho más juego del que parece a simple vista. Pero esos son los tres pilares que han hecho de Segovia una ciudad imprescindible, famosa en el mundo entero por poseer una de las construcciones romanas más identificables: el portentoso acueducto que lleva haciendo equilibrios desde hace dos mil años. Y los que le quedan.


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La catedral segoviana es una obra de finales del gótico que en sus trazas recuerda a la catedral Nueva de Salamanca.

JAVIER PRIETO GALLEGO texto y fotografías

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Realizar el paseo que enlaza estos tres pilares mastodónticos es saborear la médula espinal de la ciudad, catar sus tres hitos más singulares, descubrir por qué Segovia es el destino hasta el que se acercan miles de visitantes casi cada día, en cualquier momento del año. Y todos, sin excepción reseñable, aterrizan a los pies de este icono inconfundible, del peine de granito, del arroyo aéreo que los romanos consiguieron colocar sin trampa ni cartón, sin argamasas ni pegamentos. Porque el único pegamento que sujeta las piedras milenarias del acueducto se llama astucia: astucia para tallar piedras ligeramente piramidales, astucia para colocar cada elemento en su sitio, astucia para elevarlas hasta donde hiciera falta. La misma astucia que empleó el diablo, de quien dice la leyenda que levantó esta obra eterna en una sola noche. Cuenta el cuento que fue el capricho de una criada sin ganas de subir y bajar con su cántaro a por agua, harta de tanta cuesta, quien pactó con el demonio entregar su alma si conseguía construir algo que llevara el agua hasta la casa de su señor. Pero debía hacerlo en una noche, antes de que amaneciera y el gallo cantase. El diablo aceptó el reto y se puso al momento a construir un

acueducto por el que el agua volara de ladera a ladera salvando el valle. De inmediato también, la muchacha cayó en la cuenta de su propia condena y, dicen, comenzó a rezar a la Virgen para que el demonio no pudiera terminar la obra a tiempo. Así pasó la noche y así estaba a punto de amanecer cuando el diablo, con su tropel de ayudantes, tenía todo terminado a falta de una sola piedra. Entonces se obró el milagro: un rayo de luz se adelantó al amanecer y el gallo cantó justo a tiempo para que la muchacha se diera por libre, el diablo no pudiera pedir su recompensa pero la ciudad ganara para siempre un monumento de categoría universal. Hoy, como siempre desde que existe, por entre los pies del acueducto se cuela un ajetreo sin tregua: riadas de visitantes que van, vienen, disparan compulsivos cualquier cosa que haga fotos mientras escrutan en los planos dónde está lo que hay que ver. Es la plaza del Azoguejo, el viejo zoco, el ensanche de los mercaderes y los viajeros. El corro que siempre estuvo metido en bullicios y algarabías. También el punto de partida para casi cualquier paseo en Segovia. Este, en concreto, toma desde aquí la calle Real, la artería viaria que une el acueducto con la plaza Mayor, pero que, en realidad, no existe como


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tal dado que a lo largo del trayecto va recibiendo diferentes nombres según el tramo: Cervantes, Juan Bravo, Isabel la Católica. En cualquier caso, la calle más concurrida del mundo en un día de fiesta; cordón umbilical al que se asoman los comercios más tradicionales de la ciudad y los más modernos, los mesones más famosos y las tiendas de recuerdos. Un primer alto, apenas iniciado el garbeo, invita a contemplar desde el rellano que forma el mirador de la Canaleja la cercanía de la sierra con su perfil de Mujer Muerta, tan nítidamente esculpido sobre el relieve de cumbres que parece cosa de cíclopes artesanos y no de la erosión fortuita. Del otro lado, es imposible que pase desapercibida la Casa de los Picos, palacete renacentista al que Juan de la Hoz cubrió la fachada de pequeñas pirámides: cualquier cosa con tal de que dejara de ser conocido, de una vez por todas, como la Casa del Judío. En esa esquina estuvo hasta su derribo en 1883 la puerta de San Martín, una de las principales de la ciudad, en la que se les exigía hasta a los reyes el juramento de respetar las leyes de la ciudad. Un poco más arriba en la cuesta, porque la calle Real lleva desde la hondonada del Azoguejo hasta la zona más alta de Segovia, la plaza triangular del Platero Oquendo ve asomarse al palacio del conde Alpuente, con ventanales góticos y su primor de esgrafiados tatuando la fachada. Es la antesala a la plaza de Medina del Campo, que aparece como un estallido después de pasar las apreturas de gente y escaparates que atestan la calle Real. Y ahí campea victorioso el comunero Juan Bravo, con corona marchita incluida, para recordar que encabezó la que algunos historiadores consideran la primera revolución social de Europa. Y que en ella perdió hasta la cabeza. A pocos metros tras él se alza el Torreón de Lozoya y, enfrente, la iglesia de San Martín, para muchos la más hermosa de la ciudad. Su galería destaca por el desfile de arcos, columnas y capiteles que miran desde arriba el desfile cotidiano de viandantes. Sin apartarse, por ahora, de esta artería principal, sale al paso la antigua cárcel real, prisión hasta 1933 y hoy biblioteca, entre cuyas paredes estuvo encerrado Lope de Vega. Calle arriba, con el presentimiento ya de la plaza Mayor encima, se abre otro recoleto desahogo, la plazuela del Corpus, donde el convento del mismo nombre enmascara la que fuera con anterioridad sinagoga

La Sala de los Reyes del alcázar –arriba– aparece recorrida por un friso con las imágenes de 52 monarcas de Castilla y León. Los 166 arcos del acueducto –abajo se ve uno de ellos– están construidos con sillares de granito y colocados sin ningún tipo de argamasa, consiguiendo sostenerse en pie gracias a un juego de estudiados equilibrios.

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INFORMACIÓN Y HORARIOS Centro de Recepción de Visitantes. Información turística, rutas guiadas… Azoguejo, 1. Tel. 921 46 67 20 / 902 11 24 94. Catedral. Tel. 921 46 22 05. Octubre-marzo: 9.30 - 17.30 horas. Entrada: 3 €. Alcázar. Tel. 921 46 07 59. Octubre-marzo: 10.00 - 18.00 horas. Entrada: 4 €. Torre: 2 €. Gratis tercer martes de cada mes para miembros UE.

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WEB www.turismodesegovia.com

La iglesia de La Vera Cruz, fundada por los Caballeros del Santo Sepulcro en 1208, alberga un interior sorprendente y misterioso debido a su extraña planta de doce lados y un edículo central que podría representar el Santo Sepulcro.

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mayor de Segovia. Puede ser también el inicio de otros merodeos, tan interesantes como este, por los intríngulis de las viejas juderías segovianas. Pero el pálpito de la plaza Mayor llama con fuerza. Como lo hace la propia catedral dentro de la plaza, que obliga la mirada en cuanto se desemboca en ella. Ocupa el punto más alto de la ciudad y fue construida aquí tras el incendio que acabó con la anterior, de temple románico y que se levantaba junto al alcázar. En esta predomina el gótico final y las maneras de Juan Gil de Hontañón. Por fuera, llama la atención el bosque de pináculos que se estiran como dedos hacia el cielo tanto como el juego de volúmenes o la esbeltez de la propia torre. Por dentro, la abundancia de luces y capillas, de alturas increíbles y un claustro que, algo desproporcionado, fue trasladado hasta aquí desde la catedral anterior. Y todo ello bien servido de obras de arte, retablos, adornos y detalles que vale la pena degustar con tiempo. Ya a las puertas de la seo, no hace falta preguntar para saber en qué dirección está el alcázar: basta seguir la riada. La calle del Marqués del Arco encamina, ahora cuesta abajo, sin pérdida a la fortaleza. En el tránsito salen al paso palacetes señoriales, tiendas de artesanía o el eco de los versos escritos sobre la mesa camilla que vistió la habitación de Machado, en la calle Desamparados. También el ábside de la iglesia de San Andrés y las viviendas, muchas señoriales, que pertenecieron al exclusivo barrio de los canónigos. El final de la cuesta es la explanada que termina en punta, el espolón rocoso sobre el que se alza la

fortaleza segoviana, vigilante de sierras, campiña y trigales que lleva ahí, con diversas formas, desde que los primeros habitantes célticos descubrieron las ventajas de vivir pegados a un acantilado de difícil trepada. Pero la forma actual comenzó a gestarse a partir del siglo XIII, en que se piensa como residenc ia real además de caja fuerte. De entre la larga lista de reyes que metieron mano en él, es Felipe II quien consiguió dotarle de un aire centroeuropeo, extraño a los usos castellanos, y que, aún hoy, evoca mucho más cuentos de hadas, princesas vaporosas y ratones parlanchines que de caballeros ceñudos capaces de cualquier cosa. Carlos III ubicó en él la Academia de Artillería y un fortuito incendio, en 1862, convirtió en ascuas artesonados y tesoros de un valor incalculable. Aún así, el paseo interior depara sorpresas agradables, de la que no es menor la vista desde sus almenas. Y conocido el espinazo de esta ciudad Patrimonio Mundial queda comenzar a andarse por las ramas, que son muchas y jugosas: senderear las riberas del Eresma, más ahora, en otoño, que en cualquier otra época del año; asombrarse con los artesonados de lujo de San Antonio el Real; culebrear por las juderías vieja y nueva; llegarse hasta El Parral; peregrinar a La Fuencisla; sentarse a la puerta de La Vera Cruz; esperar el encendido de la ciudad en el mirador de La Lastrilla; sorprenderse con la visión inesperada de la portada del monasterio de Santa Cruz la Real…, sin olvidar que una buena mesa con mantel de cuadros, pan de la tierra, vino y cochinillo es en Segovia algo tan obligado como preguntarse ante el acueducto “¿Pero, cómo se sujeta?”.


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