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firma invitada. ángeles espinosa

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en el mundo

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ángeles espinosa

periodista, especialiZada en el mundo árabe e islámico, en la actualidad es corresponsal en dubái. antes lo fue en teherán, ha sido enviada especial en varios paÍses de la regiÓn y ha cubierto las guerras de afganistán e iraK.

los talibanes vuelven a silenciar a las afganas

La víspera de la entrada de los talibanes en Kabul el pasado 15 de agosto, una imagen reflejó el pánico que provocaban. Los salones de belleza de la capital de Afganistán se apresuraron a repintar sus paredes para ocultar los retratos de mujeres con los que se anunciaban. Incluso quienes no sufrieron su primera dictadura (entre 1996 y 2001) sabían que se ensañaron con las afganas, que confinaron al hogar.

Su trato a las mujeres fue la parte más obvia de un régimen que prohibió la música, la televisión, el cine y cualquier entretenimiento que no fuera leer el Corán, además de imponer castigos físicos crueles como la lapidación o las amputaciones. El recuerdo de aquellos años oscuros y el temor a represalias de quienes habían trabajado para la República llevó a decenas de miles de afganos a intentar salir del país.

Numerosos periodistas hicimos el camino contrario para contar esa vuelta al pasado que parecía cerrar el círculo tras un experimento democrático que resultó débil y horadado por la corrupción. No sólo Afganistán había cambiado desde que los talibanes gobernaron por primera vez, éstos habían aprendido la lección y se esforzaban por mostrar una cara amable.

Anunciaron una amnistía general para quienes hubieran trabajado con el Gobierno anterior o las embajadas de otros países, y prometieron respetar la libertad de prensa y los derechos de las mujeres “dentro del marco de la ley islámica”. Activistas de la sociedad civil, defensores de derechos humanos, periodistas y, sobre todo, mujeres profesionales, nunca creyeron esas palabras. La búsqueda de una vía de escape se convirtió en el centro de su existencia. Aun así, hubo quienes optaron por dar una oportunidad a los nuevos gobernantes.

Para mi sorpresa, Hosnia, responsable de asuntos de igualdad en la oficina del Banco Mundial en Kabul, y su marido, Naqib, funcionario del Ministerio de Educación, decidieron quedarse. “¿Por qué tendría que irme a un país extranjero donde no voy a poder ejercer mi profesión? ¿A qué voy a dedicarme?”, me dijo Hosnia. Argumentos similares me dieron Aqila, empleada del Ministerio de Exteriores, el empresario Fazel o Asadollah, que trabajaba en la gobernación de Parwan.

Antes de tres meses, buscaban ayuda para salir de Afganistán. La situación económica se había hecho insostenible incluso para la clase media a la que pertenecían. Los talibanes no estaban respetando la amnistía, la libertad de expresión y, mucho menos, los derechos de las mujeres, lo que dificulta que la comunidad internacional desbloquee las reservas afganas y la ayuda al desarrollo.

a pesar de sus buenas palabras ante los interlocutores internacionales, siguen sin aceptar el derecho de las mujeres a estudiar y trabajar.

Conscientes de que el mundo les observa, han evitado las prohibiciones explícitas a que las niñas estudien o las mujeres trabajen y han optado por poner trabas. Con el pretexto de la segregación de las aulas o las oficinas estatales, pocas niñas pueden ir a clase a partir de los 11 años y se ha impedido el regreso a sus puestos de las funcionarias.

A medida que los talibanes han ido purgando las instituciones, se ha estrechado el espacio para la crítica. Las noticias de ejecuciones extrajudiciales desmienten las buenas palabras de sus portavoces. La sociedad está al límite. Sólo un puñado de mujeres se han atrevido a desafiar la prohibición de manifestarse sin permiso para reclamar su derecho a estudiar y a trabajar. Y lo han pagado muy caro. Al menos media docena fueron detenidas en enero. Guardan silencio sobre su paradero. El mismo silencio que quieren imponerles. ai

Ángeles Espinosa en la Puerta de Panjshir (Afganistán). 12 de septiembre de 2021. © PARTICULAR

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