No vayas a llegar tarde

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NO VAYAS A LLEGAR TARDE

Es Miércoles Santo. He comido pronto y tras acabar de tomar el postre y el café me he sentado en el sofá a ver un rato la tele reposando la comida. Mientras veía las noticias he dado un par de cabezadas. Me está entrando sueño y se me cierran los ojos hasta que caigo en un reparador sueño, mientras en mi cabeza resuenan los ecos lejanos del run-run de la tele. Pierdo totalmente la consciencia hasta que, súbitamente me despierto sobresaltado. Me cuesta un poco volver a la realidad. No sé a ciencia cierta cuánto tiempo he estado durmiendo. No creo que haya sido demasiado, pero cuando miro el reloj y veo la hora que es me entra un ataque de ansiedad y de pánico. “¡¡¡No puede ser!!! ¡¡¡Las seis menos diez ya. A las seis sale la procesión y yo aún en mi casa sin vestir de nazareno”!!! Deprisa y corriendo me mojo la cabeza para espabilarme, me aseo, me calzo las sandalias y me pongo la túnica colorada por encima de la ropa cómoda que visto. “A ver, que no se me olvide nada. El cíngulo y el rosario en su sitio. Los guantes en el bolsillo. ¿Dónde está el carnet y la contraseña? ¡Mira que si no los llevo no puedo entrar al patio donde se forman las hermandades!” Con la ayuda de mi madre, a toda prisa lleno el buche de la túnica con los caramelos, las monas, los huevos duros, los pins y las estampas que esperan encima de la mesa de la cocina. Creo que ya está todo. Cojo el capuz y, tras un rápido y último vistazo en el espejo de la entrada me dispongo a salir a toda prisa hacia el Carmen. Son las seis y veinte. Llego tarde. La procesión ya debe estar saliendo y yo aún estoy caminando por Vistabella. Ni siquiera he cruzado el río en mi ruta hacia el Carmen. Camino todo lo deprisa que puedo sin dejar de mirar el


reloj. Son las seis y media pasadas cuando, en completa soledad cruzo el río por el Puente de Calatrava.

Aún me queda un buen trecho para llegar. Me agobio más aún al recordar que yo salgo en la Hermandad del Pretorio, la cual desfila en sexto lugar, por lo que a esta hora, seguro que ya estará siendo formada y no consigo olvidar que yo ya debería estar desde hace rato en el patio del Colegio del Carmen, con mi cirio en la mano y esperando las instrucciones para empezar a formar las filas de mi Hermandad.

Son las siete y diez cuando por fin llego al patio. Muestro la contraseña y el carnet en la puerta y accedo al mismo. ¡¡¡Qué poca gente queda ya!!! Me dirijo hacia donde están entregando los cirios y las cruces a los penitentes y recojo mi cirio. Veo en el otro extremo del patio el cartel que estaba buscando con ansiedad: Hermandad del Pretorio y hacia él me dirijo, pero ¡¡¡No hay nadie junto al cartel!!! Le pregunto a un mayordomo que pasa por mi lado y me dice que hace unos minutos que esa hermandad ha salido a la calle. Ahora mismo está saliendo la de las Hijas de Jerusalén y formando la del Cristo de las Penas. El mayordomo me dice que salga corriendo para pillar a mi hermandad cuanto


antes. Le obedezco y corro por la Alameda, atravesando por enmedio de la procesión. Me detiene otro mayordomo y me pregunta a dónde voy. Atropelladamente le explico lo que me ha sucedido y que intento alcanzar la Hermandad del Pretorio a toda prisa, pero me dice que no se puede pasar de una hermandad a otra sin autorización, por lo que se ofrece para acompañarme hasta mi hermandad la cual alcanzo en la entrada a la Glorieta. El amable mayordomo me acompaña hasta donde se encuentra el Celador de mi Hermandad para que le dé las explicaciones pertinentes y le pida permiso para incorporarme a la misma. El Celador me pide mi contraseña, advirtiéndome de que hay que ser más cuidadoso y previsor, que me puede caer una sanción por haber llegado tan tarde. Por fin me he incorporado a mi fila de penitentes y comienza mi Procesión de los Coloraos que este año va a ser más corta para mí, ya que la empiezo a partir de la Glorieta. Sumido en estos pensamientos noto que me dan tirones de la manga de mi túnica. Pensando que sería un niño pidiéndome caramelos meto mi mano en el buche y le busco para dárselos. Pero no encuentro a nadie y sin embargo sigo sintiendo fuertes tirones de la manga de la túnica. Pero ahora escucho también una voz conocida. Es mi madre que me dice: “Nene, despierta que son ya las cuatro de la tarde. Vamos, que tienes que vestirte de nazareno y marcharte para el Carmen, no vayas a llegar tarde a la procesión”.

Juan Manuel Nortes González


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