Título del original Cuentos para leer des-pa-ci-to Título en inglés Tales to be read s-low-ly Título en latín Contis brevis ad bis legit. Initium sapientae in unius libri, dixit multa. Ars longa et coronal opus ad calendam graecas. ¡Jalea acta est! Primera edición Diciembre de 1979 Segunda edición 2016 Tercera edición ?
ADVERTENCIA Los nombres, personajes y hechos narrados en esta colección, son casi totalmente ficticios y se deben al fruto de mi brillante imaginación e inteligencia. Si el señor lector, se sintiera individualizado o ridiculizado en alguna de estas obras, disimule y calle para siempre. Germán Balparda.
CUENTOS PARA LEER DES-PA-CI-TO Germán Balparda
© 2016 Gonzalo Balparda, Gabriel Balparda y Norma Demaría © de la presente edición: 2016 Gonzalo Balparda, Gabriel Balparda y Norma Demaría gonzalobalparda@gmail.com ISBN: 978-9974-913-00-4
Cuentos / Germán Balparda Prólogo / Graciela Balparda Diseño y maquetación / Anabella Corsi Ilustraciones / Germán Balparda Ilustración en tapa / Gonzalo Balparda Producción y coordinación / Anabella Corsi
Hecho el depósito que indica la ley. Impreso en Uruguay - Printed in Uruguay Primera edición en este formato: 200 ejemplares, Agosto de 2016 Impresión y encuadernación / Empresa Gráfica Mosca Depósito Legal: 000000 Derechos reservados. Apoyamos la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por respetar las leyes del copyright al no reproducir total o parcialmente, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización escrita de los titulares del copyright.
DEDICATORIA
A usted, querido lector (Por supuesto)
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Prólogo discutible y evitable: para leer li-ge-ri-to
El autor, Germán Pablo Balparda Marsiglia, se prologa, comenta y auto aclara, se ríe de sí mismo y juega con el lector, lo divierte, lo asombra, le toma el pelo, baila con él, lo lleva y lo trae. Se divierte con propios y ajenos desplegando en cada relato imaginación, magia a la vez que realismo, en estos cuentos que no han perdido nada de la frescura y la pasión con la que fueron escritos allá por la década del 70. Los juegos léxicos, obvios y explícitos, de “El pavés turquí y el broquel endrino”, las guiñadas cómplices al cine que tanto amaba, al género de horror y de ciencia ficción, la observación aguda a lo cotidiano, la presencia de personajes tan reales que se podría decir que todos conocemos a algunos de ellos o a todos, la ironía que se entremezcla a lo macabro y a lo paradójico de lo corriente, las obsesiones, la locura mimetizada de habitual, forman parte este rompecabezas-divertimento de cuentos. Germán era inteligente, incansable, multifacético, carismático. Vivió intensamente y tomó hasta la última gota que pudo robar7
le a la vida. El tiempo le era escaso y él lo sabía; lo supo, tal vez, desde temprana edad: trabajó desde los 14 años en un laboratorio, luego en un banco y más tarde en una textil en donde alcanzó importantes posiciones gerenciales. Hablante fluido de inglés y conocedor de la naciente informática de la época. Cantante nocturno en clubes -fue la voz del grupo Los Gigantes-, incursionó en el teatro, integró el famoso elenco de Telecataplum en los 60s, escribía, pintaba, dibujaba. Fue un espíritu libre, apasionado, independiente, enérgico, laberíntico, difícil de asir, difícil de conocer y fácil de amar porque para colmo era simpático y guapísimo (me permito esta memez, disculpas hermano). Los que lo rodeamos tenemos la percepción de conocerlo en algún aspecto pero nunca en todos, ni en muchos, porque como en sus cuentos, no fue uno solo. Murió tempranamente a pesar de que la enfermedad no pudo doblegarlo en el primer embate, ni en el segundo. Le dio una pelea larga a la Muerte. Y con un empeño implacable vuelve a nosotros en este libro. Con mis disculpas al autor
Una de sus hermanas Agosto 2015
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Antes de cada cuento, encontrará el lector, un grabado original que fue ideado y realizado por mí. Estos grabados no fueron colocados porque sí (de la misma manera que no hay nada caprichoso en esta colección). Mantienen una estrecha relación con el sentido de la obra que preceden, lo que podrá comprobar el lector, en algunos casos, recién al finalizar el texto que estas imágenes realzan.
El autor
ADVERTENCIA AL LECTOR (Esta advertencia también debe ser leída lentamente)
Señor lector, usted tiene en sus manos, y aún no se ha dado cuenta, salvo que sea uno de esos lectores que nunca leen los prólogos, una colección de joyas literarias de incalculable valor y de un concentrado contenido expresivo y emocional. Cada unidad de esta colección, representa en realidad, un Best Seller de 287,3 páginas (promedio), donde cada palabra, cada acentuación, cada coma, cada símbolo, cada silencio, han sido estudiados con precisión micro métrica, para llevar a usted, querido lector, en una mínima unidad de expresión, lo que esos toscos libros dicen, en 20 páginas. He ahí el porqué de esta advertencia y del título del libro. Recuerde que una sola línea de éstas, debe leerse a la velocidad que entran las novias a la iglesia. No imagine el lector, ni remotamente, que existen detrás de esta nota: a) Una aviesa intención... No. b) Enseñarle a leer... Tampoco. c) Desprestigiar los Best Sellers, bueno... no. Es simplemente, que el consumo masivo de esos incómodos montones de hojas, al ritmo acelerado de la vida de hoy, los ha llevado a devorar páginas cargadas de palabras que no dicen nada, a efectos de llegar al ansiado final, después de extenuantes horas y días de lectura.
Por esa razón, y en honor a usted, esforzado lector, he hecho el trabajo más duro; de laboratorio: La Síntesis. Gracias a ello, usted logrará grandes beneficios. 1) Ampliar considerablemente su capacidad cerebral, al tratar de trasladar a veinte páginas, lo que yo escribí en un renglón. Esta primer ventaja, redunda en otra muy importante, dado que mientras realiza este proceso, no precisa tener encendida la luz. Por lo tanto: 2) Reducirá su tarifa de electricidad con la consecuencia harto evidente que estará contribuyendo además, al ahorro de energía tan necesaria para el país. 3) Disminuirán grandemente las posibilidades de tener que concurrir al oculista y los gastos que ello representa. 4) Usted estará comprando una colección de Best Sellers al precio de un Pocket Book.1
1 Si algún lector encontrara otros beneficios, ruego dirigir su correspondencia al Ministerio de Industria y Energía y/o al Sr. Ministro de Economía. Su hallazgo será publicado en las futuras ediciones que seguramente tendrá esta obra. 11
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SEMANA DE TURISMO
VIERNES —No vayas a dejar nada encendido. Acordate lo que pasó en lo de mamá cuando dejaron la plancha enchufada. Los ómnibus siguen llegando, cargando y saliendo uno tras otro para dejar a la ciudad; una semana libre de los montevideanos que emprenden su anhelado y ojalá nunca anulado éxodo. Valijas, niños, vendedores, autos, ómnibus, componen un moderno y ruidoso ballet que se mueve con la orquestación de las bocinas, los altoparlantes, los gritos de los vendedores y las recomendaciones de último momento. Besos que surcan el aire atravesando ventanillas y hasta alguna lágrima aguantada, conforman los detalles vivos que sólo apreciamos los que formamos parte de ese inmenso cuadro. Mis hijos, que ya habían subido al ómnibus, hacían morisquetas y apretaban sus narices contra los vidrios, mientras desde la ventanilla posterior, me llegaba un beso con alegría de partida y tristeza de adiós. “Adiós”… —Chau. Mañana o pasado voy. Decile a los chicos que se porten bien en el viaje. Adiós…, adiós… El ruido de los motores aumentó y apenas comenzado a moverse, más brazos se agitaron, más besos surcaron el espacio y una vez producido el mutis del actor principal, todos los que teníamos algo que ver con él, desaparecimos también de la escena en distintas direcciones. 13
¿Adiós? Por qué me había quedado dando vueltas la palabra? “Adiós”... Y me fui caminando, sin darme cuenta que iba mirando la vereda y evitando pisar las uniones de las grandes baldosas; como cuando era niño. Si hacía toda una cuadra sin pisarlas, era un año más de vida, ¿y si no? —¡Oh! Perdón señorita, venía distraído y… Ella siguió caminando, como todos los demás. Yo ya había pisado dos rayas. “¿Irán bien en el ómnibus? Me pareció que el conductor era bizco. ¿Manejará bien? Y, sí. En esas compañías cuando entran, es porque son buenos.” Seguí caminando, ahora pisando todas las uniones. Entré a un bar. Pedí un cóctel seco y algo para acompañar, así ya no tenía que pensar en la cena. Esperé… Todos los que estaban sentados, parecían estar esperando algo también. Hacía tiempo que no me quedaba solo. De a ratos se me cruzaban ideas de lo que podía hacer esta noche, solo... Creo que hasta me sonreía, solo... —¿Le sirvo, señor? —¿Eh? Sí, sí, perdón. Primero dejó el cóctel, que parecía un carro alegórico y luego empezó a dejar los platitos. Trece platitos. “¡Trece! No deberían dejar esa cantidad. Hay gente que piensa… Mmm... ¡Qué buenas estas aceitunas!! Con estos picantes me parece que…” … La casa había quedado un poco revuelta. La empleada no estaba. Había ropa por todos lados aunque si fuera a juzgar por las valijas que 14
SEMANA DE TURISMO | Germán Balparda
se llevaron, no debería quedar nada. Que si llueve, que si hace calor, que por si esto o lo otro… y que fijate si van allá… “Mañana cuando me vaya llevo un bolso de mano y nada más. Las mujeres se complican... En un ratito arreglo todo lo mío, voy a la oficina… Espero terminar al mediodía y después, toda la semanita en el campo. Me va a venir bien. Ah, ¡qué linda está la camita!... Estaban bravos los picantes… El despertador a las siete está bien... ahí está. Voy a dejar la cortina abierta así veo la luz; por las dudas. ¡Qué justo! Me queda un cigarrillo solo... Nunca me había puesto a mirar el humo. ¡Qué formas más curiosas... Apago la luz. Como un faro, la tenue luz del cigarrillo se aviva en la última pitada y muere… ¡Qué frase!... La tenue luz del cigarrillo se aviva en la última pitada...” … “¿Para qué habré comido picantes?” … “¿Cómo le van a dar la libreta si es bizco?” … “Adiós”… “Esta noche me podía haber hecho una escapadita… Estaba linda la pelirroja que peché en la calle... Si no es por ella, no habría pisado ninguna línea…” … “Trece platitos, ja.” SÁBADO —¿Ya son las doce menos cuarto? —¿Por qué no liquidás ahora y te vas rápido para afuera? 15
La semana está pintando linda para irse a pescar. —No, no quiero dejar esto por la mitad si no, cuando vuelva no me voy a acordar de nada. Total, es muy poco más. Ya le avisé a don Amílcar, el portero, que me quedaba. —No te olvides que no queda nadie en el edificio trabajando. Bueno, yo me voy. —Esperá que te acompaño. Voy a comprar cigarrillos, porque después de las doce, va a estar todo cerrado. Andá llamando el ascensor. Cuando llegamos abajo, don Amílcar que ya se había cambiado el uniforme, conversaba en la puerta con el que quedaba de sereno en la tarde. —Adiós don Amílcar, —lo saludamos desde lejos y nos gritó: —¡Que pasen bien la semana! Iba a decirle que enseguida volvía, cuando ya entraban ambos al edificio. No sé cuánto demoré. Subí al mismo ascensor que habíamos dejado. Apreté el 17. Siempre me gustó el 17. Si algún día llego a ir a la ruleta le juego primero al 17… Abrí la cajilla de cigarrillos. “Desde anoche que no fumo.” “Prohibido fumar. Capacidad máxima, 13 personas” “¡Otra vez el 13! El lunes después de turismo, voy a hacer una redoblona. El 13 con el 17. Me recosté en la esquina del ascensor como un boxeador esperando la campana, mientras las lucecitas se iban prendiendo a medida que subía.” 3… 4… 5… Dirigía el humo del cigarrillo hacia el cartel que prohibía fumar como provocándolo. “Trece personas... ¡Hay que ver!” 6… 7… 8… 16
SEMANA DE TURISMO | Germán Balparda
Trabajar solo en la oficina y andar solo en este ascensor, que siempre va que revienta, tiene un atractivo especial. Parece que él fuera... dueño de todo. “Y fumo...” 9… 10… 11… “Hay otro cartelito más abajo que dice: “Servicio Oficial Ingeniería De Ascensores”, y un teléfono… ¡Es curioso! Sus iniciales al revés... A D I O S…” De repente se apagó la luz y el ascensor se detuvo mansamente. “¿Qué es esto? ¿Qué pasa? Un apagón justo ahora... ¡Vaya a saber cuánto demora. ¿La luz de emergencia funcionará?” Prendí el encendedor. Había una llave de luz que moví y nada pasó. Toqué un botón que decía EMERGENCY y nada pasó. “¿Para qué tipo de emergencia será ese botón?” Como no se me ocurrió nada mejor, empecé a gritar: —Ey, ahí afuera, oigan, eh. Estoy encerrado en el ascensor. ¡Avisen abajo! ¿Me oyen? Nadie contestó. —Ni siquiera sé en qué piso estoy. Seguí gritando y golpeando las puertas. Nada. “¿Se habrán ido todos? Voy a intentar abrir las puertas un poco para gritar por ahí.” Con las puntas de los dedos, logré abrirlas lentamente y grité: —¡Estoy en el ascensor! El grito sonó tan apagado que debía estar frente a una pared. Puse el pie en medio de las puertas y busqué el encendedor, lo acerqué a la abertura y apareció un brazo metálico que era un contrapeso y detrás, una pared blanca con el número 13 en un círculo negro. Mis ojos 17
quedaron fijos en ese número, hasta que sentí el calor del encendedor y retiré el pie de entre las puertas, que se cerraron estrepitosamente. “El apagón no puede durar mucho. Es fundamental quedarse tranquilo, razonar y esperar. El ascensor tiene buena ventilación.” Me senté en el piso a esperar que volviera la corriente. “Además el portero sabe que estoy aquí y si el apagón llega a durar mucho, puede llamar a los bomberos. Si estuviera Elisa aquí, ¡cómo estaría! ¡Cuando le cuente… no me va a creer! Menos mal que el vasco me espera en el taller hasta las seis. Espero que haya quedado bien. Son casi 400 kilómetros a Paysandú... ¿Qué hora será?… ¡La una y cuarto! Ya hace como una hora que estoy aquí y no se ha sentido ni un ruido. ¿Se habrán ido todos? Pero... Y el portero no sabe que... ¿No habrá creído que me iba...? ¿Y si fue él que cortó la corriente pensando que ya no quedaba nadie? Con seguridad no me vio entrar. Debe estar allá abajo durmiendo la siesta. Tengo que gritar, hacer bastante ruido para llamar su atención...” —¡Ey, aquí en el ascensor, en el ascensor; estoy encerrado…! ¡Venga! Luego de gritar y golpear durante no sé cuánto tiempo, me senté en el piso, extenuado y tratando de ubicarme un poco en la situación y tranquilizarme. El calor era cada vez más insoportable. Me quité el saco y la corbata. “No puede ser. ¡No puede ser! Elisa tiene que darse cuenta y va a llamar. No, pero yo le dije que llegaba hoy o mañana. Aunque puede ser que llame esta noche a casa y la atienda Ana y le diga que no he ido por ahí que no me llevé ninguna ropa; pero, ¿qué le va a decir si no sabe ni lo que me iba a poner? Además Ana, no creo que esté, un sábado de noche. ¿Qué va a pensar Elisa? ¡Qué calor que hace! Me están viniendo ganas de orinar. Voy a fumar un cigarrillo... No, va a haber mucho humo. Quizás si abro la puerta un poco... la tranco con un zapato y… algo es algo. De paso puedo oír mejor si hay algún movimiento allá abajo.” 18
SEMANA DE TURISMO | Germán Balparda
Prendí un cigarrillo. Pareció calmarme instantáneamente. Di una profunda y larga pitada y eché el humo por la abertura. Subió rápidamente. “Por lo menos corre el aire... ¿Cuándo saldré de aquí? El portero debe hacer una recorrida por todos los pisos Pero... ¿cuándo? Seguramente antes de hoy de noche. Tengo que estar atento. ¡Un momento! ¿Cómo no se me ocurrió antes? Para hacer la recorrida tiene que prender las luces, tiene que usar los ascensores.¡Qué alivio! Ahora sí que me estaba poniendo nervioso. Voy a orinar para abajo, quizás sienta el ruido…” … “¡Las ocho de la noche! ¿Y si no hace la recorrida? En algún momento tendrá que hacerla. No puede ser que no pase en toda la semana. ¡Toda la semana! Otro cigarrillo… El vasco tiene que estar averiguando por qué no fui a buscar el auto, llamará a casa y si no lo atienden, intentará hablar para acá; él tiene el teléfono, pero si llama a portería le van a decir que no hay nadie. ¿Y Elisa? Si no llego mañana, se va a poner nerviosa, va a llamar, se va a venir... Y los chicos… Tengo que salir de aquí. Los ascensores tienen una puertita; lo vi en una película.” Alumbré con el encendedor. En el techo, cerca del borde, había un cuadrado de unos cincuenta centímetros. “Esa debe ser.” Con muchísimo trabajo, logré pararme en la barandita hasta alcanzar la abertura que abrí de un puñetazo. La oscuridad era total. “No tiene objeto salir. Además no creo que pueda, con esta panza... ¡Y para qué…! ¡¿para hacer qué?!” —¡Socorro! Estoy en el ascensor. Estoy encerrado. ¡Socorro! ¡Auxilio! “Es inútil. Estoy cansado. Me duele todo el cuerpo.” Me dejé caer. Ni siquiera había pensado hasta el momento, que no había comido nada. 19
“¿Cuántos días más tendré que estar aquí?” Me empiezan a atravesar raras ideas e imágenes... “Luego de una semana de estar encerrado, el señor…”, “… y el hambre pudo más que él...”, “Muerte en el ascensor”… El calor era insoportable. Me quité la camisa y junto con el saco, me hice una almohada. Me tiré en el piso y prendí un cigarrillo. El silencio era total. Se sentía chisporrotear el tabaco. “Como un faro, la tenue luz del cigarrillo se aviva en la última pitada y muere… la tenue luz del cigarrillo se aviva en la última pitada…” DOMINGO Suena una campana persistente. ¿Qué es? ¿Qué pasa? ¿De dónde viene? ¿Y esa luz? ¿Qué día es? ¿Qué hora es?... —Señor...escuche, señor... (?)
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FIN DE SEMANA DE TURISMO
1 N de A: He aquí donde aparece por primera vez, un signo de interrogación que es algo más que eso. Por tratarse del primer cuento, y puede no haberse captado aún la intención que lo anima, voy a explicar su significado: el personaje, en el momento en que está despertando, duda si lo que le ha ocurrido en el ascensor, fue real o tan solo un sueño; o sea que puede encontrarse en el mismo ascensor o despertando en su cama, la mañana del sábado. Estimado lector: si no ha quedado claro, aconsejo releer esta pequeña joya literaria. Si por el contrario, ha captado usted hasta la profunda duda existencial que acongoja al personaje, lo felicito. ¡Adelante! y a seguir pensando. 20
SEMANA DE TURISMO | Germรกn Balparda
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AL CARNAVAL DEL URUGUAY
La débil luz de un sol que aún no había aparecido sobre el horizonte lejano, recortado de casas y árboles grises, ya intentaba colarse por el transparente y descolorido azul de las cortinas del viejo edificio. En la imponente sala de toscas columnas, los ancianos ladrillos se habían engalanado este año de un nuevo revoque y el beige muy claro con que fue pintado le daba en cierta forma un aire liviano al inmenso lugar.
Eso sí, los cuadritos son siempre los mismos.
Los cuadros que cuelgan, son todos donados,
hechos con las fotos de almanaques usados
en esta columna, como en la de al lado.
Un avión que cruza los picos nevados.
Más allá el del lago muy quieto y helado.
Un castillo blanco con techos dorados,
se refleja en un estanque azogado,
rodeado de flores y setos cuidados,
y dos hawaianas de cuerpos dorados,
bañan sus siluetas con brillos plateados
en las blancas olas de un gran mar salado.
Bajo diez mantos blancos, limpios, remendados
respiran diez cuerpos, cansados, gastados.
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De pronto, esta pobre poesía de hospital, es cortada fríamente por la entrada de tres túnicas blancas, impecables, que lucen orgullosas sus estetoscopios brillantes y nombres que mañana serán de doctores. Bajo las colchas blancas algunos cuerpos ya con muchas horas de hospital, intuyen el inicio de la actividad de todas las mañanas se dan vuelta, se desperezan, restregan sus ojos… —Buen día, don Carlos. —Buen día, m’ hijita. —¿Cómo pasó la noche? Allá en el fondo el viejo polaco ya se sentó en la cama y espera contento, resignado, religiosamente. Se pone el termómetro y estira su otro brazo para que le tomen la presión. Las tres túnicas se pasean de una cama a la otra organizadamente. Mientras uno apunta, otro escucha atentamente su estetoscopio y mira ... 21, 20, 19, 18, ploc, ploc, ahí está, 17, 16... —¿Y? ¿Cómo estoy? —Bien, bien. Quédese quietito. No se desabrigue, ¿sabe? —¿Saliste con el flaco anoche? —Sí, fuimos al cine y después para casa. La cosa no da para más. Hacía pila que no íbamos ..., ¿cuánto? —17/10. —¿Movió el intestino? El sol ya se anima. El horizonte antes daltónico, ahora distingue los colores. Diez pisos más abajo, el movimiento se hace cada vez más intenso, uno tras otro, los ómnibus dejan a sus multicolores pasajeros que ordenadamente van ingresando al gigante de cemento y hierro. Los estudiantes, los doctores, los empleados, los visitantes, los acompañantes, los enfermos, entran para ser clasificados por la gigante 24
AL CARNAVAL DEL URUGUAY | Germán Balparda
máquina. Todos juntos cruzan la cebra. Desde aquí son todos iguales: los viejos, las gordas, los tuberculosos, los borrachos, los doctores, los tristes, los maricas, los angustiados, los sifilíticos, los nenes, los fracasados, los asesinos, los resignados, las prostitutas, las madres, los ladrones, los cobradores, los estúpidos, los cardíacos… —Así que hoy se va, me dijeron... ¿Parece que va a ser un lindo día, no? —Y... Estamos en enero. ¡Qué lo tiró, que viene gente, eh! —Unos vienen, otros van… —Sí, y otros se van para arriba… —Bueno, alégrese que hoy se va para su casa. A mí todavía no sé cuánto me falta. ¿Viene alguien de su casa? —De repente en ese montón que está entrando, viene la patrona. Lo que pasa que queda lejos y a esta hora es bravo tomar ómnibus. Si fuera por ella se pasaba todo el día aquí. Ya es la segunda vez que me tengo que pasar una temporada en el Clínicas. Por el cuore, ¿sabe? —Sí, sí, ya sabía. Y... hay que cuidarse. Ya no somos pibes. —¿Pibes? Ja, ja. Con el próximo, son setenta y dos carnavales… —¿Setenta y dos? No parece. —Sí. Ya tengo nietos grandes. Uno es maestro allá en la Curva. Otro estudia pa’ dotor. —Ese no me vino a ver nunca... y la madre tampoco... que no se cómo el Jorge se fue a casar con esa flaca. Y bué... El sol, grande pero tembloroso, no calentaba aún los vidrios a través de los cuales, don Carmelo Perdomo, con las manos tomadas en la espalda, trataba de ubicar en el horizonte cada vez más colorido, las cercanías de su barrio. Las imágenes se le entreveraban en la cabeza; la vista perdida entre iglesias y chimeneas, quedaba interrumpida por escenas fugaces. 25
… —Viejo, hace dos meses que te dio el infarto y no tomaste más las pastillas. Cuídate hoy por lo menos. No hagás locuras. —Si no tomo nada. Ni siquiera me dan de comer. —Bueno, no te hagas la víctima. —Una pitada de vez en cuando doy, pero poca cosa. En estos ocho días que estuve acá, nada. Pero... está bien. ¡Qué se le va a hacer! … —¿Compraron las cervezas y las cocas? —No, ahora no, que son para la noche... dejá los tanques tapados que si no el hielo se derrite… … —No, pero tenemos la parra en el fondo, que ahí está fresco. —Acá, a veces se les va la mano con la calefacción. … —...17, 18, 19… Diecinueve somos. —Y el Jorge se reunía en lo de la suegra... Allá él. —Dale, llevate el perro para el fondo. —Atenti, que van a ser las doce ... … —No se pasa más la hora acá. —Señor Perdomo, buen día. ¡Llegó la hora! ¿Lo vienen a buscar?... No se vaya todavía. El doctor lo quiere ver antes de irse para darle algunas recomendaciones. —Viejo, no tomés más. ¡Mira cómo estás transpirando! —Cántese una canzonetta don Carmelo, de aquellas que cantaba con los muchachos de la coral. 26
AL CARNAVAL DEL URUGUAY | Germán Balparda
—No, abuelo. Las de las murgas; que te pintabas todo. —Vayan para afuera con esos cuetes... y no se vayan a quemar. … —Va a calentar el sol hoy. El saco de lana me lo llevo en la mano. —Mire que en los corredores hace frío… —Y bué… la tercera es la vencida. Si me da acá, chau Carmelo. —¿Y la familia? … —¡Bien! Bien, bien don Carmelo… aplaudían y festejaban todos... —¡Otra, otra! —Cuidado con el tapón... —¡Que me toque a mí! ¡Que me toque a mí! —Sientan las campanas. ¡Qué divino! —El Padre Francisco debe estar colgado de la cuerda. —¡Feliz Año Nuevo! ¡Feliz Año Nuevo! —De una damajuana debe estar colgado ... —¡Viejo! ¡Viejo!. ¿Qué te pasa?... Ay, nena. Hagan algo. ¡Viejo! ¡Viejo! Yo te dije, ¿viste? —Corré, a ver si esta el del autito de al lado… —¡Está duro! ¡Mira cómo hace! —¡Nono! … —¿Y mi amigo, cómo se siente? —Bien doctor, gracias. —No vamos a repetir todo lo que dijimos don Perdomo. Usted ya sabe bien. Tome estos comprimidos. Ahí le anoté todo. Estos dos chiquitos, en las comidas; de éstos, dos todas las noches. Va a ir bastante al baño, ¿sabe? 27
—¡Me lo va a decir a mí! Si ando como los gurises, con el servicio abajo de la cama. —No me deje de tomar los remedios. Yo ahora le voy a dar éstos pero después tiene que seguir. Ya sé que son caros pero de repente los puede conseguir con un amigo, con algún estudiante… … —Ni me lo nombres a Jorgito. —Bueno viejo, tranquilízate. Se pasa estudiando. —¿Y la Rosita? —Se fue al Centro con las amigas. —Todas las noches… —Pero viejo, se pasa todo el día en la fábrica. Tiene derecho… y ya no es una nena. —Vos siempre la defendés. Esta sopa no tiene gusto a nada. —Otra vez con lo mismo... … Otra vez los insípidos días y noches. De cama, de vereda, de sol, en la placita, de radio a transistores, de siesta, de moscas, de jubilaciones atrasadas, de horas lentas, de angustias, de velorios, de esperas, de recuerdos... Al carnaval del Uruguay —Nos vemos esta noche en el ensayo, Tano. —Esperá. Dale Gallego, serví la otra que después la seguimo en la cantina del clú. … con su alegre conga… —Esta noche va la Parda. —Pero si está que se muere por vos, Tano… —Hoy después del ensayo… 28
AL CARNAVAL DEL URUGUAY | Germán Balparda
… noches de amor y de pasión… —No, este año salimos con la murga del Coco. —¿Todavía no me terminaste de coser las lentejuelas? —¡Otra vez al boliche! ¿Por qué no la ayudas a Rosita con los deberes? ... y despierta el Dios Momo… —Dale movete, que tenés que ir al taller. —¡Qué querés, si me duele todo! Estuve laburando, no? —Pero el carnaval es un mes y el armenio te paga todo el año. —¡Para lo que me paga! ... con oro y plata se viste el Carnavaaal… —Parece mentira que ya se te casa el pibe, Tano. —Y, así es la vida. Cada vez se van más jóvenes. La única que queda es la nena. Pero, en cualquier momento... … quién sos, me conocés,
adiós, adiós, adiós…
—¿Y qué querés? Para mí es la vida, vieja. —Está bien, dale nomás. A esta altura del partido, ¿qué querés que te diga? Así vas a reventar. —Ah, esta noche ensayamos acá. Los muchachos traen el vino…
... los corazones se embriagan con la risa...
—Mira, cómo se ríe. ¿No es divino? —¿Qué va a ser! Si son todos iguales. —¡Vamos don Carmelo, ya anda chocheando con el nieto! —Y, un día que lo tengo conmigo lo aprovecho. Ya ni los domingos vienen estos desgraciados. El otro tuvo mala suerte con la piba. Ahí anda con las cuatro criaturas a cuestas. Le dijimos que se venga, pero… ¡Qué hija de la madre! ... y virginales rulos de serpentinas… 29
—¿A quien salió crespo éste? —Parece aquel de los hermanos Marx. Sí, el que tocaba el asunto aquel, grande, ¿vio? —¿Y, este año no sale? —Shh, no levantes la voz que si oye la vieja, me achura. Estamos practicando con unos de allá del clú de bochas. Aquel que está allá al lado de la vía. … ya el tren se aleja, y embarga con sus notas… —¿Sote? Muy bien, seguí así. —Es un genio el pibe. En fija que de grande es dotor. —Llévelo a jugar al fóbal que es mejor. Después viajan por todos lados; al Buenos Aire, al Brasil. … cidade maravilhosa… —Lo que pasa que precisan un tenor, vieja. —¡Pero haceme el favor “Caruso”! Vos y todos los veteranos esos… —Escuchame. —Puso carita de bueno y le empezó a hablar cariñosamente—. Ya estoy jubilado. En el carnaval me transformo. Ya sé que estoy viejo, pero parece que todas las canzonettas que cantaba mi viejo, el tío Rosario, las serenatas de muchacho, las salidas con la barra, las luces, los bailes, el papel picado, los asaltos, las mascaritas, los desfiles, la locura, la sangre, me dan nuevas fuerzas. Me encuentro otra vez con la vida. No te enojes, ¿me entendés, vieja? Parecía que de la arrugada y seca expresión de doña Matilde, no se podría obtener nada y sin embargo, detrás de las ventanitas húmedas de sus pequeños ojos, un corazón gastado decía: sí. —Sí. Te entiendo, viejo. Andá… … otra vez carnavaaal... 30
AL CARNAVAL DEL URUGUAY | Germán Balparda
... de recuerdos… … —Ahora, el 27 de enero, cumplo 72. —27 con el 72. ¿Linda redoblona, eh? —Dicen que el flaco Martínez escribe unas letras bárbaras. Siempre fue medio poeta. Van a sacar una murga con los muchachos del “4 Esquinas”... Sí. Ensayan ahí mismo. Y... Hacen bien. Por lo menos se divierten... Bueno, chau don Carmelo … —Chau, chau ... Las mil imágenes volvieron a surcar las arrugas del viejo italiano, que sentado en la silla de mimbre, al solcito de aquella hermosa tarde de enero, miraba cómo se alejaban los dos vecinos... soñaba... en el “4 Esquinas” ... En la radio a transistores que hasta ahora no había estado escuchando, sonó un redoble; “prrrrr ta ta ta tá ta ... ta tá ... Adelantando el carnavaaal”… —dijo el locutor. —¡Qué espíritu tiene el viejo, eh! —¿Sabés cuántos años tiene? Como setenta y pico. Yo que sé… —Es amigo del flaco Martínez. —Con razón... pero todavía canta lindo... —Dicen que se venía escapado de la mujer a los ensayos. —Que vaya a los tablados, todavía. Pero hacerlo desfilar por 18… —Pero fue él que quiso. Él insistió. Miralo... Si está loco de contento. Está que se sale de la vaina por empezar. Está refrescando acá en la rambla. —Por suerte ya empezaron. ¡Mirá que pudre el desfile este, eh! Pensar que hay gente que desde el mediodía está sentada allá arriba, ¡qué bolas! Pero es obligatorio, ¿qué le vamos a hacer?, hay que desfilar. —Vamos muchachos, —dijo el director—. Vamos arrimando pa’ la plaza ... 31
Cuando llegaron a las luces de la Plaza Independencia, don Carmelo se transformó. Se le iluminaron los ojos agrandados, pintarrajeados de verde y rojo. Una historia de carnavales le estremeció violentamente. Otra vez estaba ahí. Los carteles, la gente, las banderas, los colores, la vida... Y cantó. Cantó más fuerte que nadie. Porque nadie lo obligaba. Parecía que él dirigía, que los alentaba, que los llevaba... Los aplausos no los sentía. Se le entreveraban con mil recuerdos… ... cidade maravilhosa… ... llegan como en años anteriores... … se van, se van los Patos… ... otra vez camavaaal... Cruzó Andes y una nueva lluvia de aplausos, de luces, de bombos, de canciones viejas y nuevas, se le colgó a los hombros del saco grande que bailaba sueños y guardaba sinceros sudores. … y una vez más, renacen emociones… Una cuadra más y otra y otra... La boca grande, vomitando alegría de carnaval, llenándose de noche… ... noches de amor y de pasión, ... Montevideo te hará gozar… Las letras se le entreveran. En Agraciada, un viento fresco sacude los carteles. Las estrellas se confunden con las luces, los papeles, las risas. El aire entero es carnaval… ... y el corazón se enciende con las lonjas... Y Carmelo es feliz, muy feliz. Él es el carnaval. Pasa Río Negro, Paraguay ... 32
AL CARNAVAL DEL URUGUAY | Germán Balparda
Ya están llegando al palco… “Seguiré quien sabe cuánto disfrazado de miseria, con el rumbo lentamente, hacia el gran Palco Oficial”
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Él sigue cantando para él. La boca grande, cada vez más grande, gozándolo todo, sin perderse nada. ... Al carnaval del Uruguay… Su cara es una mueca, una catarata de colores indefinidos. No es Carmelo Perdomo. Se agita, vibra. Es el Dios Momo. Sus manos se estremecen... Ya estoy... Ya estoy. El corazón se agranda, late y salpica su orgasmo de carnaval a través de su risa, que queda sangrando en el asfalto. “...y en el mundo de los muertos terminarán mis tragedias, obteniendo el primer premio si festejan carnaval.”
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FIN DEL CARNAVAL DEL URUGUAY
1 Fragmentos de “Disfrazado”, tango de Antonio Telle. 2 Fragmentos de “Disfrazado”, tango de Antonio Telle. 33
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COMPROMISO MACABRO
La primavera recién comenzaba y ya se manifestaba en el aire, en el verde de los árboles y en el rostro feliz de Ricardo Puentes. Un año más y culminarían sus estudios. Luego, el casamiento. Esos eran sus planes futuros y los de Elena, su novia. Pero más inmediato era el compromiso que iban a celebrar en una reunión familiar íntima en la casa de playa de los Singerfeld. No se había puesto aún el sol y ambos decidieron ir a caminar por la costa. El padre de Ricardo y su única tía vieja no habían llegado y era un buen momento para poner en orden todas las entreveradas ideas que parecían haberse dado cita en ese día tan especial. Tomados de la mano se dirigieron a la playa que quedaba a escasos cien metros de la casa. El ruido de las olas se oía claramente y los rayos del sol ya se filtraban por entre las ramas más bajas de los pinos. La brisa fuerte del sur traía también un intenso olor a sal y el deseo de respirar más hondo, de vivir intensamente. Sobre el horizonte límpido y sereno se reflejaba el sol, más grande, más oscuro, derrotado... Hacia lo alto, una cáscara de luna lo seguía ya hacia el abismo. Recortadas en ese fondo luminoso las figuras de Ricardo y Elena tomados de la mano. Hacia el otro lado, el manto oscuro de la noche que empezaba... … —Te digo que el muchacho es muy bueno y nuestra Elenita es muy feliz con él, —estaba diciendo Berta Singerfeld, futura suegra de Ricardo una alemana rubia y corpulenta que en esos momentos colocaba un arreglo floral en el centro de la mesa, dándole un alegre toque de color a toda la fría y reluciente platería. 35
—Yo no digo nada del muchacho y estoy de acuerdo contigo. Mi gran preocupación es el padre, que ha fundido la mitad de su empresa y la otra mitad la tiene empeñada para alimentar la ruleta y a sus amiguitas. —Pero Hans, piensa en Elena. Ellos son muy felices y van a vivir sus vidas, solos. Además, el muchacho está por terminar sus estudios y no van a precisar de nadie. Olvídate del padre que probablemente lo veamos hoy y después... quién sabe... Hans Singerfeld, muy a pesar suyo, había abandonado su negocio en la tarde para prepararse para el compromiso de su hija. Más grande aún que doña Berta, lucía en todo su esplendor un traje negro con chaleco gris y una corbata adornada con una perla. —Por favor, apaga esa pipa, Hans. Y deja de pasearte de un lado a otro; en cualquier momento llegarán... —¿Llegarán? ¡No me digas que también viene...! —Hans, son sus dos únicos parientes y no olvides que la hermana de don Cristóbal es multimillonaria y lógicamente quien va a heredar esos millones va a ser tu futuro yerno, Ricardo. Piensa un poco en el futuro. Voy a abrir un poco la ventana porque ese olor nos va a matar a todos. ¡Oh! Ahí están... En la calle un coche negro reluciente había aparcado mientras su conductor, un hombre canoso, dejaba a un lado su gorra y se disponía a continuar la novela de terror que recién comenzaba a ponerse interesante. En la puerta, con una camisa azul desprendida en sus dos botones superiores, un saco de hilo blanco y un tono bronceado que se acentuaba en las hondas arrugas de su rostro, se encontraba don Cristóbal Fuentes. A su derecha Enriqueta, su hermana, elegantísima con un moño blanco como el chal que cubría sus hombros. —Enciende todas las luces, Hans. 36
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Un segundo después de que hubieran tocado a la puerta Hans y Berta los recibían con sendas sonrisas que se habían abierto un segundo antes que la puerta. —Adelante señor Fuentes, señorita Enriqueta, qué gusto tan grande... Luego de los exagerados adjetivos que se dedicaron mutuamente las mujeres se dirigieron al lugar preparado para la reunión, mientras el dueño de casa invitaba a don Cristóbal con una copa. —Sírvase señor Fuentes, es un placer, pero ¿qué le ha pasado en su mano? No había dicho usted nada... —Oh, esto; no tiene importancia. Simplemente un rasguño que me hice con una planta muy espinosa, pero ya me he limpiado con el pañuelo. —Por favor, pase por aquí a lavarse las manos y deme su saco que también tiene unas manchas de sangre... La oscuridad se había apoderado de todos los rincones, a excepción de la casa de los Singerfeld y del jardín que lucía sus colores más vivos que a la luz del sol por los reflejos del amplio ventanal y las luces de mercurio ubicadas en dos canteros a ambos lados del camino de entrada. También dentro del coche negro, reluciente, se veía una tenue luz amarillenta que alumbraba las seguramente también amarillas páginas de aquella novela que seguía aportando elementos de misterio y ninguna explicación. Más allá, la noche... —Son jóvenes y recién ha anochecido. Ya estarán por llegar. Hoy es una noche muy especial para ellos... —Pero tan oscura; se pueden perder. —Nuestra Elenita ha pasado todas sus vacaciones aquí desde niña y conoce muy bien el lugar. No se preocupe Enriqueta. —Ricardo es un chico tan bueno y tan estudioso. Desde que perdí a mi esposo él ha sido toda mi preocupación. Nosotros no tuvimos hijos y 37
Ricardo ha llenado ese vacío. Además mi hermano no es un buen padre, aunque no es todo lo que se dice por ahí. Su esposa murió al nacer el niño y creo que siempre lo ha odiado por eso a pesar de que no lo manifieste. Pero es su vida y de la mía ya no queda mucho, así que lo que más deseo ahora es ver a mi Ricardo feliz, casado y con su carrera terminada. Quizás Dios todavía me dé la alegría de ver un hijo suyo. Sus ojos se habían humedecido y brillaban con tierna dulzura de abuela. A su lado, tomándola del brazo, Berta la miraba complacida... —Hans, es muy tarde y los chicos no vuelven... ¿Por qué no vas a buscarlos? —Bien. Iré a echar una mirada. Alcánzame la linterna. Llevaré mi pipa; por lo menos al aire libre, nadie se va a quejar del humo. —Lo acompaño, señor Singerfeld, —se ofreció don Cristóbal y ambos salieron dejando a las dos señoras en su amable conversación mientras tomaban su segunda copita de anís. Había refrescado y más allá de las luces del jardín, la noche era como un muro oscuro que se extendía en todas direcciones. Probablemente se había nublado porque no se veía una sola estrella. Dentro del coche negro, reluciente, la mortecina luz se había apagado. —No, no vine con mi hermana en el auto. Me trajo un amigo y me dejó por aquí. Fue cuando me clavé la espina, en la oscuridad... Al llegar a la calle encendieron la linterna y se dirigieron a la playa. Las olas sonaban monótonas y para no desentonar, la brisa no cambiaba ni medio tono su constante silbido. Sólo los pasos de los dos hombres que apenas conversaban, marcaban un vago compás que se interrumpía cada vez que había que encender la pipa. La arena, ahora fría, se veía blanca como nieve. Ni una luz, ni un movimiento... —Allá, allá me pareció ver una luz; a la derecha... —Debe ser de las boyas que indican el canal o el faro de la Isla de Flores. 38
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—No, no. Fue más acá, sobre la playa. —¡Elena! ¡Ricardoo! —gritó Hans al tiempo que agitaba con su brazo la linterna— ¡Otra vez! Esta vez estoy seguro que vi la luz. Se prendió y se apagó en seguida. Pero ellos, no tenían linterna... Quizás sean otros, vamos a acercarnos... —Debe ser otra pareja, —comentó despreocupadamente don Cristóbal y al tiempo que Hans aceleraba el paso, se detuvo un instante a encender otro cigarrillo. —¡Aaahhhh! Aquel grito de mujer, los dejó paralizados. —Es Elena, estoy seguro, —balbuceó Hans. Echaron a correr hacia donde habían visto la luz. De repente, entre las tinieblas que iba despejando la agitada linterna, pareció verse un objeto oscuro. Los ojos del alemán parecían salirse de sus órbitas. No podían dar crédito a lo que estaban presenciando. Era uno de los zapatos de Elena que tenía una correa rota. Se agachó a recogerlo mientras trataba de abarcar rápidamente con el delgado haz de luz todo el espacio alrededor. En la arena se notaban claramente signos de lucha y un poco más arriba una mancha oscura y viscosa se filtraba lentamente entre la fina arena revuelta. ... —Mira qué hermosa puesta de sol. Soy tan feliz, Ricardo —suspiró románticamente Elena. —Vamos a sentarnos un momento en la arena. Mi padre y mi tía no creo que hayan llegado. Estamos cerca y en unos minutos estamos de vuelta en la casa. No se veía un alma en la playa. Ellos se hablaban cada vez más suave, más tiernamente. Cada vez más cerca, sus ojos hablaban más que 39
sus labios hasta que ya no pudieron, humedecidos en el beso que hizo estremecer sus cuerpos jóvenes. Sin darse cuenta los cubrió la noche. Ya no precisaban mirarse. Ese manto oscuro, siempre cómplice de los turbios actos que bajo él se realizan, disimuló los movimientos sigilosos de cuatro sombras que reptaban hacia aquella pareja que en su felicidad había perdido contacto con el universo que los rodeaba. Los nebulosos sueños de Ricardo fueron cortados abruptamente; fue levantado en el aire tomado de sus brazos y en el brevísimo lapso de tiempo que pasó desde que empezó a reaccionar y se sintió desvanecer por el penetrante olor que embotó totalmente sus despistados sentidos, vio a Elena debatirse en el suelo, mientras un grito agudísimo se iba debilitando hasta el silencio que cubrió su mente por completo. Los brazos atados hacia atrás, alrededor del tronco de un arbusto que crecía en los médanos helados y la boca semiabierta por un pañuelo que oprimía fuertemente su nuca, fueron las primeras partes de su cuerpo en despertar a Ricardo de su obligado letargo. Empezó a levantar la cabeza y a abrir los ojos trabajosamente hacia una luz que se agitaba delante. A ambos lados del pequeño y tiznado farol dos capuchas negras con ojos brillantes y sin boca lo miraban fijamente. El grito aquel que se había perdido en las tinieblas pareció volver desde el abismo para traerlo por completo a la realidad. Quiso él gritar, hablar y sólo unos sonidos angustiosos salieron detrás de su lengua inmovilizada. Las ataduras se le apretaron más a las muñecas. De las capuchas salían risas apagadas... —(¡Elena!) Una tercera capucha apareció entre los arbustos. —Dale, que así liquidamos de una vez. 40
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Uno de los que estaban sentados se levantó rápidamente y se dirigió hacia la espesura desconocida por el mismo lugar por el que había aparecido el tercero. Se oyeron ruidos de ramas, gritos, quejidos, risas... —¡Ricardooo! ... yo... pfmmm... —(¡Elena!) El corazón se le saltaba, las manos duras de frío trataban de salir una a una de sus ataduras. De pronto quedó inmóvil, sin respiración. Sostenida de los brazos por dos encapuchados, venía Elena: sus ropas totalmente rasgadas, su pelo revuelto, sin zapatos, una mordaza y las manos atadas adelante. Cuando se vieron sus cuerpos intentaron acercarse inútilmente. De los ojos de Ricardo brotaba la desesperación, el odio; de los ojos de Elena, desdibujados por la pintura desprolija, húmedas explicaciones… —Vamos pa’ la casa que se nos puede complicar la cosa. —Si, vamos, vamos... —Ojalá ya hayan liquidado con los viejos... —(¿Con los viejos?... pero... ¿Por qué?... ¿Qué está pasando?... ¿Qué va a pasar?... ¡Elena!) Uno de los hombres marchaba adelante con Elena. La llevaba fuertemente de un brazo y la hacía caminar rápidamente. Cada pocos pasos ella trataba de darse vuelta para mirar atrás pero el encapuchado la empujaba con violencia. Los otros tres llevaban a Ricardo en el aire, totalmente atado, impotente. En vano continuaba intentando hacer algo... Se fueron acercando a la casa. Todo estaba a oscuras. El auto había sido entrado hasta cerca de los canteros ahora apagados. Sólo un débil farolito parpadeaba tras la ventana del living que daba al jardín. —Parece que todo está bien, —dijo uno de los encapuchados que llevaba a Ricardo. 41
—Rápido, rápido, —se oyó una voz desde adentro. Entraron y sentaron a Ricardo y a Elena en el sofá, juntos. Sonidos guturales salían de sus gargantas angustiadas. Elena intentó aproximar su cabeza a la de él, decir algo. El encapuchado la separó. —¿Cómo anduvo todo? —Todo bien. Los viejos están en el fondo... apiladitos. A cada palabra de los encapuchados, Ricardo se retorcía en su lugar. —Bueno muchachos, les llegó el momento. —(Pero ¿por qué? —seguía preguntándose Ricardo—. ¿Qué quieren?) —No, aguantate, —dijo una voz que Ricardo no había oído hasta el momento—. Yo hice todo el trabajito con los viejos pero los que se cargaron la mejor carne fueron ustedes... —No podemos perder más tiempo. —Mientras vos liquidás al coso este, dejame que yo me arreglo. —Está bien, anda, pero dale rápido. El último personaje agarró a Elena y la llevó para uno de los dormitorios mientras el encapuchado detrás de Ricardo, lo tomó del cabello y echó su cabeza hacia atrás. Otro estaba frente a él; Ricardo adivinaba sus movimientos... Sacó un revólver y se sentó parsimoniosamente en un sillón de la sala. Ricardo no podía más; no entendía nada; el sudor empapaba todo su cuerpo. Cinco encapuchados lo rodeaban. —Pónganle la capucha... Se acabó la joda, flaco. —La tela oscura cubrió la cabeza que quiso resistirse y todo a su alrededor fue silencio y tinieblas. Una vez más intentó un movimiento y fue imposible. Las manos que lo tenían sujeto, lo soltaron... Sintió un CLIC, y de repente una explosión llenó su cabeza. Las luces se encendieron, se empezaron a sentir voces, risas apagadas. Frente al sofá en que estaba Ricardo sentado, inmóvil, encapucha42
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do, estaban parados el chofer, Enriqueta, doña Berta abrazada a Hans, a su lado don Cristóbal Fuentes, que fumaba un cigarrillo con una mueca burlona y una cantidad de jóvenes vestidos con túnicas blancas. Todos tenían una copa en sus manos y en el momento en que Elena, ya repuesta, con un impecable vestido estampado, su pelo arreglado, agitada, nerviosa, quitó la capucha de la cabeza de Ricardo para explicarle, para decirle lo que no había podido decirle hasta ese momento, de la broma, de lo que lo quería, que ella no sabía nada, empezaron a cantar Porque es un buen compañero Ricardo no se movía. Ahí estaban todos. Los de la Facultad, José Luis, la petisa, Eduardo, Graciela, la gorda Fanny, Carlitos, Porque es un buen compañero ...el gordo Morales, el oreja, el flaco Mendiguibel, el gallego... hasta la flaca fea que se sentaba allá adelante... Porque es un buen compañerooooo Ricardo cayó de costado en el sofá con los ojos muy abiertos, mientras Elena quitaba su mordaza y otros compañeros, las cuerdas de pies y manos. … —Fue el corazón, —dijo el doctor Alonso, que también había ido a la despedida de su alumno Ricardo.
FIN DE COMPROMISO MACABRO
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ENCUENTRO A LAS 5 0´CLOCK
El sol, inmisericorde, se desdibujaba entre su propio brillo, reflejándose en la vasta extensión del desierto reverberante. Sólo una mancha negra se destacaba en lo alto de la meseta que dominaba el extenso valle. Valle Edén, lo llamaban paradojalmente a aquel valle de la muerte, donde se encontraban dos irregulares filas de casas polvorientas, con pretensiones de pueblo… Pero, acerquémonos a la mancha negra (sin miedo). Es un jinete… Amplio sombrero negro, una chalina negra atada al cuello, camisa negra, chaleco de cuero negro, pantalón negro, botas negras, caballo negro, pensamientos negros… … “Apendix City… 30 años sin verte… 30 años pudriéndome en una cárcel, incomunicado, madurando mi venganza… Son muchos años de maduración… Pudriéndome yo y mi venganza”. Siguió con su vista perdida en sus pensamientos, en sus recuerdos de aquella Apendix City que ahora pensaba extirpar del mapa y en su venganza, especialmente contra aquellos que habían violado su rancho y quemado a su esposa… Recordaba a su esposa e instintivamente acariciaba su pistola… y seguía madurando la venganza… … Un caballo cruzó al galope entre las dos hileras de casas, por la calle principal (la única), de Apendix City y se detuvo frente al Saloon. Su jinete se apeó rápidamente, cruzó la entrada entre las puertas batientes del local. Se dirigió a una alta figura que recostada a la barra, vaciaba 45
de un trago su whisky. Una figura solitaria aunque siempre estaba en la barra. —Joe… Joe —dijo el recién llegado—, ¡Bill ha salido de la cárcel! Joe se dio vuelta parsimoniosamente, (aunque no sabía lo que quería decir) tranquilamente, sin demostrar ninguna sorpresa ni sobresalto, como si le hubieran dicho que había aumentado la leche. Sólo un pequeño detalle evidenciaba que la noticia le había llegado a impactar y era un tic nervioso que tenía en su párpado izquierdo que cada vez que algo andaba mal le hacía guiñadas. Charlie, que así se llamaba el que había entrado, al ver las guiñadas de Joe, dijo: —No es broma Joe… Y dicen que está en camino hacia acá. A Joe se le acentuaron las guiñadas. —Lo estaré esperando —dijo firmemente—. Un día u otro, iba a suceder. Sacó su Colt, hizo girar el tambor, enfundó nuevamente, se acodó en la barra y haciendo una guiñada, pidió otro whisky. La noticia corrió como una media a pesar de que siempre corrían como reguero de pólvora y en poco tiempo se empezaron a cerrar puertas y ventanas. Las mujeres salieron a comprar arroz, harina, café y frijoles, “por las dudas” —decían—. “Estas peleas pueden durar días…” Lentamente, sin que nadie pudiera decir cómo, un silencio total se adueñó del pueblo: como hizo el banquero. Sólo se sentía el serrucho de Matías que preparaba un… ataúd. Detrás de los visillos de las ventanas, decenas de ojos, (es que no había muchos habitantes), se desesperaban por tener una buena ubicación. —Salgan de la ventana —gritó un padre a sus hijos—. Es muy temprano todavía y no han hecho los deberes... además ni siquiera ha aparecido una señal de ajuste... 46
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—El Sheriff pidió licencia sin goce de sueldo por el día, así que no le puedo dar el certificado de buena conducta —dijo el ayudante del Sheriff al amigo de Joe. —Pero es que entonces no va a poder sacar el permiso de duelo… … Muchos otros, preparaban sus rifles y se instalaban en azoteas y ventanas. Ellos no olvidaban y con seguridad, Bill tampoco… —Joe se va a enfrentar con él. —Pero Joe bebe como una esponja y… —Y Bill estuvo 30 años en la cárcel. No puede haber practicado mucho en ese lugar. —Tienen razón. De cualquier manera, tenemos que estar prevenidos. Ustedes cubran la parte sur; nosotros vamos hacia el almacén y la herrería de Sam. —No hagan nada hasta ver qué pasa con Joe. Si está en dificultades, actuamos. … El jinete negro se acercaba al pueblo lentamente por el lado oeste, para tener el sol a sus espaldas (lo había visto en una película, en prisión). A paso lento (mejor dicho: a vaso lento), el caballo dio vuelta en la última casa del pueblo silencioso y se enfrentó al desierto panorama que ofrecía aquella calle. Sintió las miradas a través de los cristales y otras miradas más fuertes (porque no tenían cristales). El sol aún estaba alto y decidió esperar. Acercó el caballo a la barbería. En un luminoso grande, en lo alto, se leía: “LULO´S Barber Shop” y en otro más chico: “Manicura, depilación y masajes vibratorios”. Bajó, ató las bridas, subió los viejos escalones de madera y se acercó a la puerta. Estaba cerrada y detrás del vidrio colgaba un cartel con la 47
leyenda “Cerrado por duelo. Pateó la puerta de madera con su bota negra y cayó la puerta, los vidrios y el cartel con un gran estruendo. Desde el interior apareció un muchacho joven, tembloroso, diciendo... —No se preocupe señor. La teníamos que arreglar de cualquier manera… Sin decir, palabra, el caballero negro se acercó al sillón, se sentó y por primera vez en mucho tiempo, se miró en un espejo. —¡Cuántos años han pasado! ¡30 años! Una vida. Una vida sin ver el sol, sin tomar aire puro, sin tomar una copa de whisky, sin fumar un buen puro virginiano, sin..., sin hacer nada más que las manualidades que le enseñaban en prisión. El muchacho se acercó por detrás y le preguntó tímidamente, con voz delicada, una voz tan delicada como hacía mucho tiempo no escuchaba... —¿Servicio completo, cabashero? Lo observó detenidamente. ¡Cómo habían cambiado las cosas en 30 años! —¿Esta barbería no era de Isaías Cochran? —Era mi padre, señor. En paz descanse. —¿Qué le pasó a ese viejo borracho? —Murió de los nervios, un día había tomado un poquito de más, estaba nervioso y le cortó una oreja a un parroquiano y éste sin oír disculpas, lo mató… —¿Y… tú eres igual de nervioso? —preguntó, mientras sacaba su enorme Colt 45 largo y comenzaba a juguetear con él en sus enormes manazas. Los ojos del Lulo Cochran se desorbitaron al ver aquella pistola y quedó sin habla. Luego de un instante de pensar lo que podría pasarle con aquella arma, dijo: —Oh, no señor, para nada. ¿Le hago un champú? 48
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—¿Un qué? No, no me haga nada. Sólo quiero afeitarme... Y que no aparezca ni un rasguño. Lulo comenzó a batir la crema y a aplicarla sobre el rostro curtido y arrugado de Bill... —¡Qué cutis suave! —dijo cariñosamente, mirándolo a los ojos. Mientras, en el Saloon. —Ha entrado en la barbería. Su caballo está allá, afuera. —No pretenderías que entrara con el caballo, —dijo Joe burlonamente, luego de tomar otro whisky. —Estás tomando demasiado, Joe. —Nadie me dice lo que debo tomar. Jesús, sirve la vuelta a todos los muchachos y anótalo en mi cuenta. —Estamos a 31 y tendrías que pagar hoy —dijo Jesús. —¿Tienes miedo de cargar con el muerto? Ja, ja, ja, ja,—rió estrepitosamente—. Pues el muerto que van a tener que llevar, se está afeitando... Ja, ja, ja.... El sol seguía su curso, lento como estudiante de japonés. Los que esperaban en las azoteas se estaban achicharrando y ya habían tenido que bajar varias veces a tomar agua y a poner más en las heladeras. Tras las cortinas, los ojos nerviosos iban y venían. El Sheriff se había ido a pescar al arroyo con una amiguita, pero la boya no se hundía... Matías, seguía serruchando... Cuando hubo terminado con la navaja, limpió el cutis, suavemente. El vaquero negro se levantó y enfundó su pistola. —No tengo dinero ahora pero pronto te recompensaré... Los ojitos de Lulo se iluminaron. —Espero que vuelva pronto y poder hacerle un trabajito especial... Tiene usted esas uñas que son una lástima y ese pelo... 49
Sin decir palabra el ex-convicto se dio vuelta, se miró las uñas, pasó sobre la puerta y los vidrios caídos, bajó los ruidosos escalones de madera hasta el centro de la calle y allí se paró un instante. Su sombra se alargaba unos tres metros hacía adelante. Era el momento justo. Comenzó a caminar. Las cortinas se corrieron, los ojos se apilaron, las manos se apretaron y a muchos se les apretó el corazón. Le pareció ver el reflejo de algunos rifles en las azoteas. Tendría que tener mucho cuidado. Casi en la otra punta de la calle, las puertas del Saloon, batieron... Charlie, que estaba apoyado en esas puertas, mirando hacia afuera, corrió a batirle a Joe, que Bill se acercaba… Otra vez comenzaron las guiñadas. Apuró su vaso de whisky, se acomodó la pistola y salió a la calle. El sol le daba de frente y arregló su sombrero para que no lo molestara. Él también comenzó a caminar. Estarían a 100 metros uno de otro. El párpado izquierdo parecía un señalero. El silencio era total, casi, sólo se oían volar las moscas. El calor era insoportable. Algunos de los que estaban en las azoteas tenían ganas de bajar, pero ahora ya no podían... tenían que aguantar… El calor seguía apretando, las manos se seguían apretando, los corazones, todo… Matías había terminado; también él se puso a observar y apostó con su esposa cuál sería su cliente. El Sheriff, aburrido, se había desentendido totalmente de la pesca… Ochenta metros nada más, separaban las dos figuras que se acercaban con sus brazos balanceando a los costados. —Faltan 3 minutos para las cinco, —dijo alguien tras los cristales. —Avísame a las cinco en punto que tengo que sacar la torta del horno. 50
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Sesenta metros... Las gotas de transpiración hacen fuerza para salir por debajo del sombrero de Joe y correr por su arrugada frente. No quiere levantar el brazo para secarse, porque un movimiento podría ser fatal. —¿Cómo estará Bill? Treinta años sin verlo... ¿Seguirá siendo tan rápido con la pistola? No, no puede ser. Luego de treinta años en la cárcel… Cuarenta metros. Todos los rifles apuntan al vaquero de negro; todas las miradas expectantes del morboso placer de ver cuál cae, de ver la sangre colorear las polvorientas calles. Los índices tiemblan ante los sensibles gatillos. Matías también tiene un rifle. Él no tiene que vengarse ni defenderse de nadie, pero… Todos quieren pero nadie puede... El Sheriff tampoco... Veinte metros... Jesús apostó 20 dólares al de negro. Si Joe no puede pagarle lo que le debe, por lo menos lo desquita con la apuesta. Diez metros... Aquellas vistas cansadas y mojadas por el sudor ácido que brota y cae por todo su cuerpo, no distinguen bien, la sombra que tiene delante y que se aproxima… Cinco metros... A Joe se le ha bajado más el sombrero, probablemente por la transpiración. A contraluz, la silueta de Bill sigue acercándose… NO... se detiene… Joe también se detiene. Sus miradas están fijas en las manos del rival. El más leve movimiento y en un segundo más todo habrá terminado… No se puede fallar. —Han sido duros estos 30 años... Estás más flaco... —No lo creas. Aunque dicen que la bebida... —No he tomado un solo trago en 30 años... Ya tienes canas... —Es que la vida en Apendix City… Tú en cambio, estás más gordo. —Y... 30 años haciendo manualidades... —¡30 años! ¿Cuántos años tienes ahora? —Y ahora tengo 83... ¿Y tú? 51
—Yo voy para 79 —dijo Joe—. ¿Recuerdas cuando jugábamos en el arroyo, Bill? —¿Bill? Nunca me dijeron Bill, Frank. —¿Frank? Mi nombre no es Frank… pero entonces tú… —Mi nombre es James Flanagan… —¡JIMMY! Yo soy Joe, tu hermano… Iba a correr a abrazarlo cuando pensó en todos los rifles que estaban en las azoteas. —¡JOE!... —¡Quédate donde estás; sin moverte! Hay muchas armas apuntándote, creyendo que eras Bill Bore. —¿Bill? ¡No está él acá con su hermano Frank? —No. Frank murió ahorcado cuando a ti te llevaron detenido y Bill escapó, pero luego dijeron que estaba preso y que ahora había salido. Fue todo una confusión, no sabes cuánto me alegro de verte de nuevo. Los índices estaban cada vez más nerviosos y los ojos, más ávidos de sangre... —Joe… —Jimmy… Los hermanos se miraron un instante, recordaron su niñez, sus juegos, la escuela, los bailes, las amigas, las peleas, la construcción del nuevo rancho, la muerte de la madre... Olvidaron donde estaban y corrieron a abrazarse. El primero en disparar fue Matías. Luego mil estruendos sonaron desde las azoteas y los dos cuerpos cayeron abrazados en medio de un charco de sangre en la polvorienta calle de Apendix City. FIN DEL ENCUENTRO 52
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LA VISITA
La gran camioneta se hamacó pesadamente al trepar la vereda y entró por el camino de la hermosa residencia. Bronco, en dos patas y agitando alegremente su cola, ya antes que el vehículo hubiera aparecido en la entrada, había iniciado su enloquecido saludo apoyado en la negra reja a la izquierda de la casa. El pesado ovejero alemán movía las enormes hojas de la estructura de hierro, corría hacia el garaje y volvía en loca carrera hacia la reja que ya había perdido el color donde apoyaba sus patas delanteras. Primero se apagó la luz amarilla intermitente a la izquierda y luego se apagaron las dos grandes luces rojas, redondas y brillantes. El motor se detuvo mientras Bronco continuaba su saludo. El ingeniero Federico Suárez Portos, grande, sudoroso, internó sus gordos dedos en la espesa barba negra y le sonrió a Bronco a través del parabrisas. Tomó su saco de hilo, unas carpetas y un paquete con un lazo de color del asiento contiguo y se dirigió a la puerta de la entrada. Al pasar frente a la reja, una nueva mirada, amable, sonriente, de los pequeños ojos apoyados en los gordos pómulos rosados. Bronco, ya tranquilo, de acuerdo, terminó el saludo. La puerta se abrió antes de que llegara ella y dos labios tranquilos, serenos, lo recibieron dulcemente. Un brazo frágil lo tomó del brazo donde se amontonaban las carpetas y se dirigieron a la amplia sala. —¿Trabajo para el fin de semana ? —Son sólo unos informes nuevos que voy a leer. Nada de importancia. ¿Cómo anduvo todo? ¿Los muchachos? 55
—José Enrique en la Facultad y los mellizos en su cuarto, mirando televisión con María. Ya comieron, ya están bañados y todo tranquilo. ¡Qué tarde se te hizo hoy! —Parece que todos quisieran hacer todo el viernes de tarde. Estoy muerto, y con este calor... Ya libre de las carpetas y del saco, rodeó con sus brazos a su esposa, como un tremendo oso, y le entregó luego el envoltorio de la cinta roja. —¿Un regalito? —Son bombones. —Me parece que este regalito te lo hiciste para ti. Los dos rieron felices y se dirigieron a la cocina. Media hora más tarde cerraron la puerta de calle, apagaron las luces de la sala y fueron hacia la escalera. El paquete de bombones lo llevaba él. Bronco ladró nuevamente y sintieron sus saltos contra la reja. —¿Quien será ahora? Se detuvieron un instante a escuchar. Todo volvió a quedar en silencio y continuaron hacia las habitaciones. Al pasar por la puerta de los chicos, él la abrió lentamente... “¡Las manos en la nuca, vamos, vamos! Las piernas bien abiertas y no se levanten para nada... John, lleva a la chica al escritorio y trata de conseguir las llaves”. —Hola María, buenas noches... —Buenas noches señor, no lo había visto, estaba distraída. —Está bien María. ¿Todo en orden? —Si, señor. Los niños hace rato que duermen. —Muy bien. La dejo con la policial que parece muy interesante. Hasta mañana. 56
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—Hasta mañana. Ah, señor, el televisor creo que anda mal. Recién se paró como cinco minutos; hacía un ruido raro y no marchaba ninguno de los canales. Pero ahora está bien. —Bueno, mañana le damos una miradita. Chau... … —Mmm, el baño me dejó como nuevo. ¡Qué calor que hizo hoy en la oficina! Pensar que somos cinco ingenieros y no hay quien logre refrigerar ese edificio. Y nunca hay tiempo para nada. Voy a dejar abierta la ventana... aunque sea un poco. ¿No te molesta, verdad? ¿Qué estás leyendo? —Una novela que me trajo María Cecilia. Estuvo hoy con los nenes. Están divinos tus nietos. —Los tuyos… abuela, —recalcó la última palabra y una mirada lo atravesó maliciosamente por encima de unos lentes grandes que daban una belleza más tranquila a aquel rostro de mujer feliz. Todavía era una hermosa mujer. Él también se acostó y tomó un bombón de la caja que había dejado en su mesita. —Llego acá y me olvido de todo. Dejé las carpetas abajo, no guardé el auto en el garaje... —De los bombones no te olvidaste. Él no hizo caso a esto último y siguió —No importa. Lo dejo afuera. No parece que vaya a llover en todo el mes y enfriarse... con este calor… Luego del tercer bombón, el enorme cuerpo se había acomodado sobre las sábanas de color y la espesa barba descansaba sobre los rulos de su inflado pecho. Los ojos cada vez más pequeños; las manos cruzadas sobre el extenso abdomen y una enorme paz le empezaba a cubrir el rostro… 57
La luz del otro lado se apagó. Nuevamente un dulce beso que esta vez no sintió y luego, la noche. … La luz de la mañana, le hizo dar varias vueltas en la cama, hasta que al final sus ojos pudieron abrirse; recorrieron la superficie blanca del techo lentamente, hasta llegar a la ventana. Un hermoso día se abría lugar a través de las ramas del añoso árbol que se elevaba más allá de las tejas. Desde abajo llegaban los ladridos de Bronco. Se levantó, se puso el salto de cama y se arrimó a la ventana parsimoniosamente, arrastrando sus zapatillas rosadas; el pelo revuelto. Acomodó sus codos en el hierro de la terraza. Allá abajo, alrededor del estanque con peces de colores, que dividía el camino hacia ambos lados de la casa, bailaban un gracioso ballet, dos cómicos personajes. El grande, se doblaba a la mitad hasta alcanzar la rama en el suelo, mientras una de sus piernas se levantaba en sentido contrario, para mantener el equilibrio. El más pequeño, observaba sin mover un músculo. Después de recoger la rama, se elevaba apuntando hacia el cielo y en puntas de pie empezaba a girar, al punto que el pequeño, arrancaba su frenética danza y sus saltos y gritos alrededor del gigante. De repente este último, se detuvo con su rama en lo alto y el pequeño quedó paralizado; todos los músculos en tensión, un minuto de suspenso y la rama partió silbando en el aire, y Bronco tras ella, más allá de los árboles. —¡Bravo! ¡Bravo! —gritaba ella, al tiempo que aplaudía desde la terraza—. ¡Otra! ¡Otra! —Buen día señora, —la reverenció él, parodiando al Romeo que saluda a su Julieta. Bronco ya volvía con su rama. —¡Qué agilidad señor, qué destreza! Me asombras... 58
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—Es un día hermoso. ¿Los mellizos no se levantaron? —No sé. Todavía no ha empezado el día para mí. No he hecho nada aún. Sigo soñando. —Debe ser por esas novelitas… ¿Cuándo viene el jardinero? Este césped está alto y habría que arreglar los canteros. Ah, estuve buscando la comida de los peces y no la encontré. —Está en la cocina. Ahora cuando tomemos el desayuno, te digo. —¿Y esa piedra blanca grande en el medio del estanque? —No sé. No la había visto. Debe ser cosa de tus angelitos, pero no queda mal. Desde acá arriba queda muy decorativa. ... —Pásame la mermelada. —¿Es para un regalito como el de anoche? Después te movés para acá y para allá. —Los mosquitos me tuvieron loco. Acá en el cuello me picó uno ... mira como me dejó. Bien en la yugular; ¡qué puntería! —Es que tú eres tan dulce que te eligen siempre a tí mi amor. —El espíritu burlón de la mañana, ¿eh?, —terminó de decir mientras engullía la tostada con mermelada—. ¿El estudiante a qué hora vino anoche? Un tamborilear entreverado se empezó a sentir desde las maderas de la escalera de la sala y de repente, una puerta vaivén de la cocina dejó pasar una cosa rubia ensortijada y antes de que volviera a cerrarse se abrió la otra, sucediendo exactamente lo mismo, terminando ambas puertas en un compás desordenado. Un beso sonoro estalló en cada mejilla del ingeniero, de la señora y en un segundo, cuatro pequeños brazos se entrecruzaban sobre la mesa redonda de la cocina, vertiginosamente. Una jarra, una cuchara, 59
un vaso, la manteca, un cuchillo, otro vaso, la jarra, el azucarero, otra cuchara, la manteca, el cuchillo… Cuatro ojos mayores seguían los movimientos, sonriendo. —¡Hola! Buen día. —Buen día, papá —dijeron al unísono los mellizos. —Realmente me tienen sorprendido —les dijo observándolos mientras los dos seguían sus desplazamientos como máquinas. —No sé como logran hacerlo sin romper nada —rió ella. —¿Precisa algo señora? —No María, ahora no; si quiere empezar con los cuartos... —El de los niños ya está señora. Voy a hacer el suyo. —¿Dónde vamos a ir hoy papá? Acordate que nos prometiste ir a las carreras de autos. —Pero eso es mañana. ¿Qué tal si hoy hacen los deberes? Y después... Un alarido se sintió venir desde el piso superior y luego del primer instante en que los cuatro se miraron, paralizados por la sorpresa, se dirigieron atropelladamente hacia arriba. Los llantos venían del cuarto del matrimonio. Cuando entraron, José Enrique sentado en la cama, en calzoncillos, se reía desaforadamente. —Pero… qué es esto? ¿Qué ha pasado? Debería darte vergüenza, Quique. —Yo le voy a explicar señor —interrumpió María, entre gemidos—. Fui a levantar la sábana y de repente saltó ese bicho, y me asusté mucho señor, perdóneme... yo no quise... yo no quería... —Tranquilícese María, fue un susto. Ya pasó. Vaya para abajo y tómese algo. Ustedes niños, acompáñenla. —¡Queremos ver el bicho! —otra vez al unísono. —Es un grillo nada más —explicó José Enrique—. Es que lo vio de golpe y se asustó. 60
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—En fija que lo trajiste de la Facultad. —No viejo, te juro. Es un grillo, en serio. Mira, todavía está medio vivo; hace ruidito... Es grande ¿eh? Nunca había visto uno así, medio azulado. —No hay que matarlo que es mala suerte —dijo María. —Bueno vamos, se terminó la Historia. Todo el mundo para abajo. Tira ese bicho. —¿No será el que te picó anoche? —Los grillos no pican mamá —aseguró el futuro veterinario. —¿Por qué no lo llevas a la Facultad para estudiarlo? —¡Mamá! Estamos disecando perros y me voy a aparecer con un grillito... —Bueno, anda a vestirte. ¡Mira cómo estás! —¿Que querés? Si pegó un alarido que casi me caigo de la cama. Tiró el grillo por la ventana y se fue riendo para su cuarto. ... —Hacé callar a ese perro que no me puedo concentrar. —¿Querés que te traiga un café? —No, no. Déjame que ya termino. Ahora subo. —Bueno, no demores que es tarde. ... Entró resoplando al dormitorio, pálido, transpirando. Tiró la camisa sobre la cama y se fue al baño. —Te garanto que Rodríguez tiene cada idea que no sé cómo le dieron el título —gritó desde el baño. —Para mí, que debe haber hecho un arreglo con la empresa del tío. Y el flaco Chávez le sigue la corriente. —Dale, vení a acostarte y quedate tranquilo. Problemas hay en todos lados. Y no te olvides que los demás duermen. 61
—Tenés razón, perdoname. No sé por qué me caliento. Se sentó y se dejó caer pesadamente sobre la almohada, respirando agitadamente. Ella lo miró, lenta, dulcemente. Gruesas gotas de sudor rodaban por su frente hasta las espesas cejas. —¿Cuándo vas a ir al médico, Pico? —preguntó ella, resignadamente. —¡Otra vez con eso! No pasa nada. No te preocupes. Es el trabajo; ya va a pasar. Siempre decís que en todos lados hay problemas, no? —Es que hace tiempo que estás... raro... te noto pálido... ni siquiera comes bombones ... —¡Ahora me vas a reprochar que no como! —Bien sabes que no es eso, sólo quiero que te cuides. … —¿Lo hago pasar, doctor? —Sí, sí. Que pase. —¡Federico! ¡Qué acontecimiento! ¿Vos acá? La perdición de los médicos. Si todos fueran como vos, te digo que nos moríamos de hambre. Se dieron un fuerte abrazo, se palmetearon sus espaldas y se sentaron. —Todavía no lo puedo creer. ¿En qué andas? ¿Alguna comida para esta noche? —Ojalá fuera eso. Vos sabés como soy yo, como fui siempre, pero de un tiempo a esta parte, realmente creo que hay algo que no anda bien. María Elvira me viene pidiendo que venga a verte desde hace mucho y yo no quería dar el brazo a torcer, pero... hoy me hice una escapada de la oficina y aquí estoy. —Bueno, Superman en el consultorio. Esto hay que anotarlo. Seguro que la kriptonita te ha hecho mal —rió estrepitosamente el medicó, echándose hacia atrás en su butaca giratoria—. Oh, perdóname. Vamos a ver qué le pasa al viejo tigre. 62
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—¿Viejo? Ja, todavía puede dar muchos saltos este tigre. Continuaban riendo y recordando otros tiempos a la vez que el Dr. Durant realizaba un chequeo al viejo amigo. Revisó su lengua, sus piernas, auscultó su corazón, sus pulmones, revisó sus ojos, su abdomen, hizo mil preguntas que mezclaron con sus recuerdos y al final se despidieron, en la misma forma en que se habían saludado. —No te me eches atrás ahora, ¿eh? Por lo menos va a ser una forma de verte más seguido. En cuanto tengas el electrocardiograma y los análisis, nos vemos... un momento. Se me ocurre una idea mejor. Con toda seguridad, eso va a estar para el fin de semana. El sábado de noche te venís para casa con tu mujer, con todos los papeles y matamos dos pájaros de un tiro. ¿Qué te parece? —Me parece fantástico. Te agradezco mucho Óscar, María Elvira se va a poner muy contenta... —Adiós viejito. Cuando se cerró la puerta el doctor Durant se sentó nuevamente en su butaca, preocupado. … La cena transcurrió entre risas, nostalgias y gratos momentos para ambos matrimonios. —Vamos arriba que quiero mostrarte lo que estoy tejiendo para mi primer nieto. —Nosotros vamos a tomar el café en la sala. Las esperamos. —Mmm... el electro está bien, muy bien, para tus años. —¡Otra vez con los años! Soy más joven que vos. Si cuando estabas en cuarto año, yo recién… —Estarías atrasado... ja, ja, ja… 63
Nuevamente las risas y los recuerdos mientras el doctor miraba una y otra vez los resultados que había traído el amigo. Ya bajaban las mujeres y ellos seguían riendo... —¿Y? ¿Cómo está mi gordito? ¿Le van a prohibir los bombones? —No, todo lo contrario. Le voy a recetar vitamina B12 porque cuando se llega a esta edad... —ahora todos rieron—. Y vamos a hacer otro análisis de sangre, distinto, pero no hay problemas. Seguí alimentándote bien que ese corazón es una bomba. —Sí... de tiempo... —No, realmente. Lo único que encontré es un poco de anemia, por eso te pido que le aflojes un poco al trabajo y que no te hagas mala sangre. Vos ya la hiciste, viejo. ¿Te vas a venir a preocupar ahora? ¿De viejo?... Desde la puerta, el doctor y sus señora levantaron los brazos despidiéndose de la camioneta que se perdía, marcha atrás, hacia la calle. —¿Es algo grave? —preguntó ella—. Te lo veo en la cara. —No sé... no sé... —repitió él, con los ojos fijos en la camioneta. —¿Por eso le mandaste hacer otro análisis? —No. Le indique el mismo, porque el que trajo debe estar equivocado... Una vez más agitaron los brazos y el vehículo les contestó con tres bocinazos mientras se lanzaba hacia la oscuridad. El doctor quedó con su brazo levantado... inmóvil... mientras sus ojos siguieron un instante, las dos luces rojas, redondas que se iban achicando...achicando... achicando… ... —Quería que lo viera Profesor porque incluso en el segundo y tercer examen, el laboratorio hace una observación especial que quería discutir personalmente con usted. Como ve, en el primero aparecen 64
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5.800.000 glóbulos rojos, lo cual no es alarmante, pero con una cantidad de hemoglobina de 7,3 g.1 —Se le hizo un tratamiento con vitamina B12, una dosis de ataque con... —¿Qué edad tiene la persona? ¿Es muy anciana? —¡No! Tiene 54 o 55 más o menos. No hay afecciones cardíacas, ni arterioesclerosis, se hizo biopsia de médula, no hay aumento de los glóbulos blancos, lo… —¿Qué me decía del segundo análisis? —Ah, sí, vea. Fue hecho una semana después que el primero. Léalo usted... “...4:200.000 glóbulos rojos...” ¡Hay más que antes! “...glóbulos blancos... sí... Hemoglobina... 4,8 g.” —¡Qué extraño! —Fue a raíz de este último análisis que empezamos a tratarlo con hierro, pero increíblemente, el proceso pareció acelerarse Profesor, y en pocos días más, empezó a desmejorarse. Consulté con otros colegas... “...plaquetas en conglomerados normales...” —el doctor seguía leyendo, y llegó a las Observaciones, donde se leía: “1) En las tres extensiones estudiadas, aparece una cantidad normal de glóbulos rojos, aunque la baja coloración de los mismos presenta las características de la ANEMIA FERRO-PENICA. 2) En una de las tres extensiones, aparece nítidamente coloreado en azul, 1 (uno) glóbulo rojo de un tamaño siete veces superior al normal. Se trata de una unidad de tamaño y color sin antecedentes, por
1 Se habla de anemia, cuando la cifra de glóbulos rojos es inferior a 4:000.000 por mm3 o cuan do el contenido de hemoglobina es inferior a 12,5 grs. por c.c. de sangre. 65
lo cual solicitamos repetir el análisis con un muestreo mayor, a efectos de descartar toda posibilidad de error.” ...Y seguía la ininteligible firma del doctor que había redactado el análisis. —Yo mismo fui a retirar el tercero Profesor, esta tarde. —Permítame… No se trataba de un informe común. Luego de las cifras iniciales, aparecía un extenso escrito de varias páginas. El Profesor se sentó a leerlo. ... —¿Cómo está, mamá? María Elvira, con sus ojos muy tristes, pequeños, sostenidos por azuladas ojeras arrugadas, descendía lentamente la escalera, de madera de la sala silenciosa, expectante. —Duerme. Parece tranquilo ahora… Parecía una reina, bajando pausadamente la escalinata. Atravesó la sala y se desplomó en los brazos de su hija, agotada con los nervios a punto de estallar en un llanto que no quería salir. Más arriba, el cuerpo antes pesado, voluminoso, del ingeniero Federico Suárez Portos, descansaba cuan largo era; los brazos estirados a los costados, la barba flotando sobre el blanco pecho, los párpados cerrados, tranquilos, sobre sus ojos lejanos y sus labios muy finos, azulados, adivinándose entre la espesura movida por su leve aliento. … “...Y consultado con los nombrados colegas de nuestro país, hemos llegado a una conclusión y un estudio, del cual estamos enviando copias a otros centros de investigación a efectos de comparar resultados y evaluaciones finales. 66
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Hasta el momento, y habiendo observado el mismo fenómeno en dos de las quince exposiciones tratadas, que fueron realizadas extremando al máximo, el manipuleo de muestras y productos químicos utilizados, podemos establecer lo siguiente; a) se trata de un ENTE que se instala en un glóbulo rojo y vive a expensas de la hemoglobina, desarrollándose dentro de él, como si fuera una larva y reforzando su habitat. b) por la situación en que se encuentran los glóbulos en una de las extensiones, parecería que capta de alguna forma, la hemoglobina de los glóbulos a su alrededor. c) siendo los dos sujetos observados, del mismo tamaño, (0,106 mm), se podría deducir que todos los que se encuentren en el caudal sanguíneo del paciente, hasta el momento de realizar este estudio, presentarían características similares. d) el color azul, no proviene de ninguna reacción química. Es su color natural y se intensifica a medida que crece. e) haciendo un cálculo estadístico y de probabilidades, de acuerdo a la frecuencia con que aparecieron en las extensiones, se llega a una cifra total que oscila entre los 500.000 y 800.000 sujetos. f) es imprevisible, por falta de antecedentes, evaluar el ritmo de crecimiento de estos entes, así como establecer un punto final o de desenlace para el mismo, ya que hasta el momento, no se ha interrumpido ante ninguno de los tratamientos administrados.” … El cuarto estaba calmo y en una semi-penumbra. Toda la casa estaba en silencio. Una leve brisa agitó el voile de la ventana. Un estremecimiento sacudió el cuerpo y su boca se abrió como para lanzar un grito, pero nada se oyó; sus manos se crisparon a los costados 67
del cuerpo, los ojos trataron de salirse de las órbitas y en esa posición, su cuerpo quedó rígido. Un apagado sonido, distante, empezó a salir de su boca abierta, enorme... De repente entre sus dientes blancos, empezó a salir ordenadamente, una nube interminable de pequeñísimos seres azulados, que emitían ahora un monótono zumbido, como grillos. Una forma blanca, ovalada, en medio del estanque del jardín, se elevó lo suficiente para que emergiera una cúpula brillante, donde se fue introduciendo como una línea azul, el canto monocorde que descendía desde la terraza. La piedra blanca se perdió en silencio, entre los mil puntos blancos de la noche. … Los ladridos de Bronco se apagaron.
FIN DE LA VISITA
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EL PAVÉS TURQUÍ Y EL BROQUEL ENDRINO
Mucho de lo que se lee sin esfuerzo ninguno, ha sido escrito con gran esfuerzo. Enrique Jardiel Poncela
“Esta narración perteneciente a la historia rica de leyendas o a las leyendas ricas de fantasía de la antigua Inglaterra, fue traducida por mí con gran esfuerzo ya que hacía tiempo que no consultaba mi First Year, Children. He utilizado también, una edición económica del Pequeño Ilustrado, llegando a obtener, modestamente, una perla de alto valor lexicográfico que el lector podrá admirar plenamente, con un poquito de su esfuerzo y des-pa-ci-to. Pongo mi diccionario a vuestra disposición y adelante. No quedéis cogitabundos, ante la obra de los taumaturgos y que no os tilden de follones, panderos o beocios. ¡Hala! A enriquecer vuestro vocabulario.” El autor
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INGLATERRA, 1648. Un camino en los alrededores de Nottingham. El viejo carro se desplaza remolón, tirado por un jamelgo macilento. Viene cargado de heno que se le escapa entre los vencidos adrales del carro y se lo lleva a los garrapanes y cortabolsas de la algara que esa noche robarán la oploteca, mientras se lleva a cabo la pitanza en el cenobio. Con una marrullera magaña, se escabullirán a la hora del recle. La revolución está en marcha. Es un día bochornoso. El resistero atraviesa los acebuches y las sóforas abigarradas con un particularmente hermoso tono jalde. El cochero, madoroso, detiene su palafrén en un meandro del río y le quita la muserola, la collera, el horcate y el sifué para abrevar el rocín. Él también tiene ganas de piñar y refrescarse un rato en las diáfanas aguas. Big Bolt le dicen sus acólitos de zaragatas y peteras, a este infanzón epicúreo de ojos jaros y estuosos. Es un jayán bienquisto y paradigma de los que luchan por la República y por jugárselo todo (a la cabeza de Carlos I el rey de las trufas, que ha hecho una Babel de la querida Inglaterra). God, don’t save the king, rezan las pancartas. Lo acompaña un paje rapagón y langaruto de aspecto gazmoño y desteñida guedeja, que se queda en el carro con su frámea en la mano, por las dudas, mientras Big Bolt, inverecundo, se quita su carmañola, su brial inconsútil y el resto de su vestimenta y se somormuja en el río. Refresca bien su melena, se acicala bien su fino bozo y se quita despreocupadamente las pelusas del pupo, tiempo que aprovecha su paje para tocar el torloroto. 72
EL PAVÉS TURQUÍ Y EL BROQUEL ENDRINO | Germán Balparda
Una tanagra y un reyezuelo surcan el aire buscando la umbría de la otra ribera, mientras una topaza de larga remera descansa en un verde taraje. Gozando estaba de los placeres bucólicos cuando de repelón, una mujer de belleza inmarcesible ni aun con este calor, pasó yongonéandose y muy ufana luciendo su palmito y un arreglado zorongo. Así como apareció en la orilla se perdió en la espesura, sin verlo. Detrás de ella un homúnculo, con cara de vestiglo y aspecto de jáyaro, la perseguía mientras tocaba el turullo. Y eso que era un vejancón que apenas podía con su loriga adornada de grandes volutas y un yatagán que le arrastraba por el piso. La vacuidad de sus pensamientos y la perlesía de sus movimientos se vieron alterados por un regüeldo repulsivo y una zambra que venía del lugar donde se habían internado. Enseguida sintió que ella empezaba a zollipar. Salió impoluto del agua y se dirigió hacia el carro a buscar el segur y su broquel de azófar endrino. Un pujido llegó a sus oídos y ni lento ni molondro, se decidió a salvar a la dama de aquella cócora. Ingurgitó un trago de vino de un cachirulo que tenía siempre en el carro para cuando se presentaban momentos como este. Su paje, inmutable, con la cachaza que lo caracterizaba, continuó hobachonamente con el solitario a la quínola que había comenzado. Un fuerte ululato estremeció hasta los tuétanos de Big Bolt, quien se dirigió al bosque sin hesitar y sin vestirse... Ya no habría valladar que lo detuviera; bajaba el testuz, levantaba el segur y arremetía… 73
No calculó bien y se enredó con una volúbilis y cayó mientras una zumaya lo miraba fijamente con sus dos enigmáticos ojos, lo cual no era nada raro. Ni que fueran enigmáticos, ni que fueran dos. Pero era un mal agüero aunque él no fuera supersticioso, (a no ser por la triscaidecafobia). La dama empezó a baladrar y Big Bolt suputó que no podían estar lejos, especialmente el viejo, de ella. Atravesó unas yardas más de bosque y al pasar bajo unos salces, se encontró en una inmensa ladería donde el bochorno era aún mayor. Allí, el espectáculo que se presentó a sus ojos, fue como un varajonazo en la mollera. A la vera de un sendero, al costado de un gran tolmo, sobre la alcatifa verde de césped ballico, aquel tachoso individuo, le estaba dando una sopapina a la mujer, que como una hermosa serba, aparecía servida sobre una especie de telliza. Ya le había desgarrado la tuina, el zorongo lo tenía como un arrepápalo y como un endemomiado endriago se disponía a romperle el jamete, sin el menor repulgo. El viejo caballero había clavado el gonfalón como un símbolo de triunfo y en el momento en que ella le arrancaba un pelluzgón, se percataron de su presencia. Big Bolt, cubierto solamente con su pequeño broquel endrino y con el segur en la mano, se abalanzó sobre el viejo con tan mala fortuna, que pisó un sirle de algún pudú salvaje y cayó de bruces sobre el almete que el caballero había dejado a un costado. Este ya se había incorporado y se aprestaba a enfrentar al osado atacante, con su brillante y enorme pavés turquí y su curvo yatagán.
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EL PAVÉS TURQUÍ Y EL BROQUEL ENDRINO | Germán Balparda
El primer golpe del segur, se estrelló contra el seguro pavés y el brazo de Big Bolt quedó vibrando, así como todo su cuerpo, mientras la dama no perdía de vista ni una de sus oscilaciones. En esa posición se hallaba todavía, con el segur temblándole en lo alto, cuando sorpresivamente se sintió el silbido del yatagán que en su fulmínea carrera practicó una perfecta dicotomía, primero en el pequeño broquel de azófar endrino y luego en la anatomía del que a partir de ese día, llamaron Bolt, a secas. MORALEJA: Más vale empeñarse en un buen pavés aunque no pueda tener segur.
CALIFICACIONES • Entendió todo sin mirar el diccionario - Mentiroso • Entendió el sentido general y no buscó nada - Inteligente pero haragán • Entendió el sentido general y buscó las palabras que no sabía - Lo admiro • Entendió todo menos la moraleja - Gran imaginación • Entendió sólo la moraleja - Apresúrese a comprar un pavés • Entendió que no debía ni leer el cuento - Gran haragán • Entendió más o menos y buscó algunas para ver si eran malas palabras - Normal • No entendió nada, a pesar que las buscó todas: 1) Compre otro diccionario
2) Vaya a la escuela nocturna
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EL PESCADOR SOLITARIO
El día ya se escurría entre los montes raleados. Los pequeños arbustos mostraban silenciosos y quietos las guirnaldas opacas dejadas por las exuberantes demostraciones de fuerza del arroyito que ahora corría silencioso a pocos metros del lugar escogido por Ramiro para acampar. La carpa ya estaba armada y se disponía a pasar un tranquilo fin de semana en la soledad de los montes. La damajuanita de vino, el farol… Algún tábano desorientado y nocturno le traía a la memoria las monótonas conversaciones de las compañeras de la Intendencia. En realidad era un hermoso lugar el que habían elegido. Lo había traído el turco que seguía por la 45 para el norte. ¡Qué amigazo el turco! —pensó Ramiro—, el domingo de tardecita cuando me pase a buscar, le voy a dar algunas tarariras. A pocos metros del lugar, el arroyo Cagancha formaba un puertito natural donde seguramente vendrían a recalar las preciadas presas que pensaba sacar a la mañana siguiente. Pensó que un vasito de vino se merecía por haber ordenado todas las cosas, un cigarrito... y a respirar hondo toda la tranquilidad de la tarde. Las únicas veces que armaba, era cuando venía a acampar, en la oficina no le gustaba porque “no era lo mismo”. Esta vez, ni la radio había traído, “para olvidarse de los problemas de la civilización”. Los retazos de sombra se fueron uniendo alrededor de la titilante luz del farol de Ramiro. El silencio también estaba ahí, junto con las sombras. Ramiro levantó nuevamente su vaso para brindar con 77
la noche, con el monte, con la soledad, con la tranquilidad, con sus pensamientos... El coletazo de una tararira lo saludó desde la otra orilla y una rana cantora le contestó roncamente. Las primeras estrellas se fueron encendiendo entre las desparejas ramas, en el marco de un cielo aún celeste hacia el oeste. Ramiro sacó una tira de asado, la envolvió en un paño blanco y la colgó con un alambre en una rama alta de uno de los árboles que sostenía el techo de la carpa. Dos o tres moscas zumbaron alrededor del envoltorio y la cabeza de Ramiro. “La felicidad sería total si no hubiera moscas” —pensó—, “parece que no hubiera ninguna y de repente aparecen… de la nada”. Otro coletazo. —Menos mal que dicen que de noche no hay moscas… —dijo mientras terminaba otro vaso de vino—. Mañana tempranito estoy pescando. Se ve que a este lugar no viene nunca nadie. ¡Qué tranquilidad! Y bué… Debe ser una bajada de carpinchos. Espero no haberles cortado el camino. Otro vasito de vino… y a dormir. Tapó bien la damajuana le ató una piola al cuello y la sumergió cuidadosamente entre unas raíces que se internaban en las oscuras y quietas aguas. Esta vez un coletazo más fuerte se hizo sentir entre las ramas de un sauce criollo que se peinaba displicente en la discreta corriente del arroyo y decidió a Ramiro a tirar un aparejo y dejarlo de noche, por las dudas… Buscó el aparejo en la caja de pesca, puso un anzuelo grande y encarnó con un sapo que tuvo la mala idea de saltar justo frente al pescador. Cortó una rama y se dirigió a la costa. Su sombra, gigantesca y temblorosa llegó antes a la orilla y se diluyó en las sombras silenciosas. Con paso 78
EL PESCADOR SOLITARIO | Germán Balparda
lento y cuidadoso, Ramiro fue acomodando sus botas entre las raíces y los pozos, llevando en su mano izquierda, el palo recién cortado y en la otra, el aparejo con el sapo que se hamacaba como un torpe equilibrista en el anzuelo. La luna no iba a salir esta noche. Sólo algunas estrellas, el farolito y el pucho de Ramiro, se encendían de a ratos. En medio de la silenciosa oscuridad se dirigió a una pequeña barranca despejada desde donde podría revolear el aparejo. Una mosca pegajosa seguía con entusiasmo las agonizantes piruetas del sapo, dispuesta a acompañarlo en sus últimas actuaciones. Del apretado y cónico pucho, surgían pequeñas lucecitas que corrían como hormigas y se apagaban. Un invisible hilo de humo del cigarrillo, fue a meterse en el ojo derecho de Ramiro, que sorprendido y molesto, descuidó su paso y al tropezar con una raíz cayó hacia adelante soltando el palo, el pucho, el aparejo y una completísima puteada dedicada a la raíz. Un dolor intenso empezó a distraer su atención de la raíz hacia su pierna izquierda. Se incorporó con dificultad. Otro estrepitoso coletazo sacudió las aguas cercanas a la barranca. Ramiro recordó nuevamente el pucho, la raíz, las tarariras, el aparejo tirado en el suelo, pero el fuerte dolor de la pierna, lo hizo volver rengueando hacia el farolito. La mosca quedó zumbándole al equilibrista que ahora daba ridículos saltos hacia la barranca. Apoyándose en los árboles y con su pierna izquierda recogida, Ramiro llegó al lado de la luz, puso sus dos manos sobre la lona extendida y se dejó caer pesadamente. Un profundo tajo del cual brotaba lentamente el líquido oscuro y viscoso, se extendía desde la parte alta de la bota casi hasta la rodilla que, a pesar de la poca luz, se adivinaba morada. Con 79
dificultad, se quitó la bota. No había traído nada para curarse así que con un trapo y agua que había llevado, se limpió la herida quitando la tierra y la arena. Luego de repetir varias veces esta operación, enjuagó bien el trapo y se lo envolvió apretadamente. Parecía que el corazón le latía furioso en la pierna. Apoyado en sus codos contempló él cielo cada vez más oscuro y ahora sin estrellas. La luz del farol se empezó a sacudir nerviosa por la brisa que silbaba entre los árboles. Ramiro decidió recurrir al vino para irse a dormir cuando antes. No quería tomar ninguna decisión esa noche, además el vino sería el único en ayudarlo a olvidar la herida, la raíz y el viento que empezaba a levantarse. Trabajosamente fue hasta donde estaba la damajuana y volvió con ella hacia la carpa; y tomó vino, mucho vino… Mientras tanto, al sapo equilibrista se le había enredado el aparejo en el último salto que había intentado desde la barranca y quedó colgando a una cuarta del agua. Sus movimientos ya no eran graciosos pero a pesar de ello, una cantidad de moscas le volaban alrededor, colmándolo de halagos. Ramiro ya duerme. Ha dejado la carpa abierta por el calor de la noche y del vino. Una mancha oscura se agrand a poco a poco en el paño blanco que cubre su pierna. Un coletazo espanta a las admiradoras del sapo. El agua mansa parece acercársele lentamente como para salvarlo definitivamente de las curiosas. Pero quizás sea peor el remedio… Algunas de las moscas ya encontraron otro lugar donde regocijarse y estar a salvo del viento que es su enemigo. Ramiro no las siente y duerme pesadamente. 80
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... La noche se hace corta para el que duerme pero no para el que cuenta. El viento va tomando cuerpo y se hace frío y penetrante. Debe estar lloviendo en el norte porque el arroyito también se hace escuchar y se agranda hasta casi alcanzar el sapo ya sin vida. Una luz que todavía no había aparecido en la bóveda oscura, se deja ver de a ratos entre las recortadas ramas y un ruido sordo la sigue a intervalos cada vez más cortos. Mientras pasan las horas de la inquieta noche y el arroyo reconquista tierras perdidas y el viento va anunciando su crecida y le iluminan el camino los relámpagos y tocan su redoble allá en el cielo, Ramiro duerme. La premeditada borrachera no impide que el sueño sea agitado y que un montón de imágenes que no recordará en la mañana, le hagan moverse de un lado a otro. El paño en la pierna se sale y la herida queda al aire. Moscas y mosquitos se dan cita en la carpa. Ahí dentro, la temperatura aumenta. Las moscas se adueñan de la herida; vuelan, zumban, vuelven a posarse, restriegan sus “manos” antes del festín. Los mosquitos hacen un trabajo más limpio, ya están gordos de sangre y se paran en el lado interior de la carpa a disfrutar su faena. Las moscas, incansables, vuelan de acá para allá, ponen sus huevos y vuelan... y vuelan. Todas parecen iguales pero no lo son; algunas con sus alas más abiertas, otras con las alas pegadas al cuerpo, con ojos grotescos azules y rojos, sus cuerpos negros, verdes, tornasolados, más grandes, más chicas; todas bailan el mismo ballet. Cada vez son
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más. Mientras esta pluralidad de acontecimientos se sucede, Ramiro duerme su sueño de vino. El arroyo ya sube la barranca y pesadas gotas de lluvia hacen saltar a los mosquitos dentro de la carpa, Ramiro y las moscas ignoran lo que sucede. El viento, más y más frío, se cuela en todas partes. Gruesas gotas de sudor se deslizan por la frente del pescador solitario de gentes, que sigue ajeno a su propio drama. El farolito que había quedado encendido, se ha volcado con el viento y se apagó. Sólo las luces del cielo alumbran continuamente la escena. El pequeño arroyo se agiganta y ruge entre los árboles y arbustos. Dentro de la carpa el zumbido de las moscas es ensordecedor. Ramiro empieza a abandonar sus sueños y a conectarse con la realidad que está viviendo. Su primer gesto es de dolor por la pierna que tiene increíblemente hinchada. Las moscas y el vino le zumban en la cabeza y poco a poco se da cuenta de su situación. Desesperado, se espanta las moscas, pegándole a muchas en el aire, pero son miles. El agua, ya ha entrado a la carpa y como es de piso entero, la está embolsando hacia el sur, hacia donde corre el Cagancha presuroso a cumplir su cita cómplice con el San José. Asustado, dolorido, arrastrándose sobre sus codos, ha cia atrás, sale Ramiro de la carpa en el momento justo que ésta se desprende de sus ataduras y es arrastrada por las entreveradas aguas. La fuerte lluvia le pega en el rostro caliente por la fiebre, haciéndole cerrar los ojos. El agua del arroyo le golpea alborotadamente en la herida. Las moscas ya no están. Un tremendo relámpago lo ubica en su triste realidad. Nada queda del campamento que había levantado horas atrás. Está completamente solo. 82
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Las moscas ya no están. Pero quizás sea peor el remedio… Sus fuerzas le abandonan y el agua lo está llenando todo. Trata de correrse hacia un lado pero se hunde más; vuelve al mismo lugar y con mucho trabajo se incorpora agarrándose de un fino tronco ya doblado por el viento. Sólo con su pierna derecha apoyada y semicolgado de una rama, trata de mirar a su alrededor y no ve nada. Está solo... Se acuerda de sus compañeras, de la flaca de Contaduría… (no estaba tan flaca después de todo), de las salidas con los muchachos, de Dios, de las mesas de monte, de la vieja, del turco... “¿No se le ocurrirá al turco pasar a buscarme? No. No va a pensar que soy tan nabo. ¡Maldita raíz!” El dolor en la pierna se extiende y lo hace volver de sus fugaces imágenes. Otro relámpago le muestra el agua corriendo sobre sus rodillas insensibles. El miedo comienza a apoderarse de Ramiro. Grita; grita cosas sin sentido, trata de aferrarse a otra rama pero las piernas le fallan y cae al agua, pesadamente. En un desesperado intento, sus brazos manotean otra rama y logra incorporarse sólo para que otro fogonazo ilumine su rostro desdibujado por el terror, la desesperación, la impotencia... Entre gritos descontrolados, el rugir sordo de las aguas y los flashes desparejos, hizo mutis el pescador solitario. ... El domingo de tardecita volvía el turco para Libertad y decidió ir a buscar a Ramiro a pesar que pensaba que no podía haberse quedado con semejante tormenta, pero... 83
“Fue fuerte la tormenta pero duró poco” —iba pensando el turco mientras se acercaba al lugar donde había dejado al amigo—. “El asunto es que el Cagancha crece como leche hervida”. Así como creció, el sábado de tarde ya había vuelto a la normalidad. El turco se internó entre los árboles que mostraban aún señales de su brava lucha con el agua y en unos minutos llegó al lugar. El barro hacía difícil caminar pero llegó casi hasta la barranca donde se veía el aparejo de Ramiro, internándose en las aguas que ahora descansaban. El turco agarró la piola y sintió un sacudón que hizo cortar el arroyito hasta las puntas del sauce. Tiró, recogió y una exhausta tararira se dio vuelta panza arriba en la serena corriente del Cagancha. “¡Si habrá salido disparando, que hasta dejó la pesca!” —exclamó riendo el turco, mientras sacaba la tararira, para llevársela a su amigo.
FIN DEL PESCADOR
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EL ABUELO BEN
El viento empezó a agitar las copas del ordenado ejército de altísimos árboles que formaban una cerrada guardia de honor a la lúgubre y amplia avenida. Aunque las primeras y pesadas gotas ya habían empezado a caer, no podían abrirse paso entre las hojas para empezar a mojar el asfalto silencioso. Separadas, solitarias, frágiles y débiles lamparillas amarillentas, bailaban desacompasadamente como marionetas de un solo piolín, bajo su amplio sombrero chino, que se reflejaba pálidamente sobre el largo espejo negro y opaco de la calzada. Sólo los breves relámpagos desordenaban la escena, cambiando sombras de lugar, alterando el movimiento de las cosas y dando vida a las que estaban muertas. Antes que las gotas cayeron las hojas tapizando todo con espeso fieltro de colores muertos y quedaron desnudos, mojados, agitados y temblorosos los innumerables brazos y cuerpos robustos de aquellos soldados. El viento no tuvo piedad ni silencio y arrasó de a poco con todas las hojas que se le opusieron. Se alumbró la avenida cada vez con más frecuencia e intensidad y las marionetas ya no se vieron. Se escuchó un redoble, lejano al principio. El coro de árboles siguió su concierto. Otro redoble, ahora más cercano y extenso. El plomizo manto de nubes se dio cuenta del camino abierto y desgarró su trama, lanzando con fuerza, con odio, su contenido llanto. Un río desordenado e impetuoso, empezó a levantar el alfombrado. Todo se ilumina, aturde el redoble, el 87
coro se esfuerza, el manto se ha roto y anunciado apenas por un seco repique, aparece triunfante, más fuerte, más claro sin dudas, resuelto a ser él quien domine el concierto, un potente rayo. Ha ganado. Su presencia fue más fuerte, su luz ha quemado. Nadie lo esperaba y nunca se sabrá de dónde vino pero comentaron que entró por la punta del pararrayos de la blanca y vieja casona del Prado. —¡Qué tormenta anoche! —¿Sabés cuántas veces me desperté? Se movía todo. Mi hermano, el más chico, se fue a la cama con mis padres y... —Pará, pará. Dejame contar a mí. En el fondo de casa, se hizo como una piscina y mamá empezó a los gritos y nos levantamos todos y trajimos el perro para adentro que estaba todo empapado y nos mojó a todos y Raquelita se puso a llorar porque decía que nos íbamos a ahogar y nos quedamos tomando café como hasta las tres de la mañana y nadie se quería ir a dormir... Gustavo cortó la frase obligado porque tenía que respirar y remató diciendo: —¡Pá, qué relajo! —Yo ni me moví, —dijo el más gordito del grupo, que se llamaba Humberto, pero le decían Beto. —Siempre tranquilo vos, gordo. —Vamos a jugar a la bolita. —¡Tás loco! ¿Dónde vas a jugar? Si está todo embarrado... —Vamos a jugar a lo del Rusito —(sin implicaciones políticas, le dicen así porque es rubio, gordito y cachetón). —Tá. Vamos. ¡Qué raro que no salió todavía! —Dijo mi mamá, que anoche, justo cuando se levantó a revisar la ventana, cayó un rayo en la casa del Rusito... 88
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—Sí, pero tienen pararrayos, ¿viste? —Es bárbaro eso del pararrayos. —¡Sos loco! Se debe mover toda la casa. —Dale apurate, vamos a buscarlo y le preguntamos... Cruzaron la destartalada reja, que en algún tiempo había sido de color verde inglés y que ahora trataba de descolgarse de las destrozadas paredes del viejo muro. Corrieron alegres sobre las mojadas piedras del escaso pedregullo, al cual ya le iba ganando la maleza. Las botas de goma de los tres amigos, compitieron por subir de a dos, los escalones blancos de mármol gastado y rajado de la entrada; cruzaron el porche de baldosas desteñidas y tocaron a la blanca puerta de madera. Casi inmediatamente, apareció el Rusito con una manzana en la boca y poniéndose una campera. Cerró la puerta lentamente. —¡Hola! Vamos más allá que el abuelo está durmiendo y si hacemos ruido nos mata. ¿No trajeron la pelota? —No. Íbamos a jugar a la bolita, pero con la lluvia de anoche… —Ché Rusito, ¿qué pasa cuando cae un rayo? —Y... cae... yo que sé... —Pero, ¿no tiembla toda la casa? —No, me parece que no, porque el abuelo me explicó un día que el rayo no es que caiga, porque se unen los polos, y el negativo es... y que va de abajo para arriba... y me explicó un montón de cosas que ni me acuerdo. —Tu abuelo sabe pila de eso, ¿no? —Sí, él me dijo que cuando sea más grande, me va a enseñar, pero por ahora no me deja ni acercar a los aparatos que tiene... Ahora está durmiendo porque estuvo despierto toda la noche, trabajando... 89
—¡Cómo me gustaría ser así! —Así, ¿cómo? —¡Científico! Y no tener que trabajar... —Sí, pero tenés que leer como loco. —¿Por qué no le decís un día que nos muestre? —¿Es muy malo tu abuelo? —No, es buenísimo. Siempre me compra juguetes y cosas... Lo que pasa que es muy viejo... —¿Cuántos años tiene? —No sé. Un día le pregunté y me dijo... Muchos, muchos, y se rió... —¿Y si jugamos a la bolita, acá en el pedregullo? —Bien Beto, te pasaste. Acá está brutal. —Ahí en el pasto es afuera, ¿tá? —Dale, hacé el hoyo. Continuaron sus juegos entre risas, discusiones, charlas, alguna pelea del momento y las horas pasaron felices en los descuidados jardines de la vieja casona aquel sábado de mañana mientras unos ojos lejanos y viejos, los observaban a través de los cristales de una ventana lateral de la casa. … —¡Mirá! Allá está tu abuelo, —gritó Beto, buscando una bolita que le habían tirado lejos. —¡Fá! ¿Lo habremos despertado? —Se asustó el nieto, a la vez que lo saludaba con la mano. El anciano de largas barbas blancas y pelo amarillento que le crecía poco más arriba de sus escondidas orejas, abrió la ventana y los chicos se acercaron. —Hace un rato que los miro jugar y me he divertido mucho. 90
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Era la primera vez que los tres amigos lo veían de tan cerca. Tenía cara de bueno. —Abuelito, no te habremos despertado, ¿no? —No, muchacho, no. Vengan. Vengan adentro que les he preparado una sorpresa; a la cocina. —Vamos... vamos... Todos corrieron entusiasmados hacia la puerta, liderados por el Rusito que se sentía asombrado de su abuelo. Cruzaron el desordenado y tenebroso salón mirándolo todo con mucha atención; enormes sillones de cuero, una gran estufa de leña sobre la cual había un cuadro enorme, muy oscuro, de un desconocido personaje parado delante de un caballo, con su mano apoyada en la espada; una alfombra color borra de vino, deshilachándose todo alrededor en desparejas hebras blancuzcas; infinidad de pequeños cuadritos por todas las paredes, ninguno de los cuales parecía estar derecho... —Parece un museo de antigüedades, —musitó Gustavo. —Síganme, vamos. El Rusito los dirigió hacia la izquierda del salón; pasaron por un vacío corredor con ventanas hacia el costado de la casa y llegaron a la cocina. Allí los esperaba el abuelo de pie, a la cabecera de la mesa de madera, con una amplia sonrisa. Cuatro sillas estaban acomodadas a los costados. —Buenos días, caballeros. Los estaba esperando, —dijo sonriendo y hablándoles como si fueran grandes personajes. —Tomen asiento por favor... Les he preparado especialmente, un jugo de naranjas frescas, arrancadas esta misma mañana de nuestro huerto. —¡Abuelo! Te pasaste, gracias. Todos se sentaron y ninguno hablaba. Miraban de reojo al sonriente anciano que hasta ese día había sido un desconocido para ellos. Comenzaron a tomar sus jugos... 91
—Estoy muy contento. Hoy es un día muy especial para mí. —¿Es su cumpleaños? —Se aventuró a decir Gustavo que era el más charlatán. —¿Mi qué...? —Preguntó el abuelo, sonriendo. —No, no. Hace tanto que no festejo un cumpleaños, que ya he perdido la cuenta. Quedó con la mirada vagando en el vacío techo de la cocina, del cual pendía una tiznada lamparilla de un cable negro, retorcido por el calor. —El Rusito... esteee... su nieto, nos dijo que usted es inventor, — habló otra vez Gustavo. —Bueno... yo no diría eso. Lo único que hago es tratar de aplicar y experimentar todo lo que estudio. Como hacen ustedes. Me imagino que deben ser todos muy estudiosos... Se miraron unos a otros, sorprendidos. A Roberto, que así se llamaba el tercero del grupo, se le atragantó el jugo, mientras el abuelo reía. —También nos dijo que tenía una colección de barcos... en botellas... La sonrisa se borró por un instante del arrugado rostro, pero luego volvió, calma, serena. —Vamos a verla abuelo, que hace tiempo que no la veo... y pueden verla, mis amigos... ¿sí? Miró tiernamente al Rusito y asintió. —Muy bien. Terminen ese jugo y vamos para arriba. El Rusito se levantó primero y corrió a darle un beso y un abrazo que emocionaron al viejo. Se levantó lentamente y lo siguieron. El nieto de la mano del abuelo y detrás sus tres amigos; pasaron otra vez el corredor, el salón y subieron la amplia escalera de madera, tratando de no hacer silbar sus botas en los escalones viejos. Al llegar al pasillo 92
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superior el abuelo se detuvo un segundo, respirando cansado y sacó un manojo de grandes llaves. Cuando se sintió el sonido de las llaves a Beto le corrió una cosita por la transpirada y gorda espalda. Parecía una película de misterio. Se acercaron a una puerta, introdujo una dorada llave y se abrió, haciendo un chirrido desengrasado. —Pasen. Síganme. Aquí tienen mi colección. Es un orgullo para mí. Me llevó muchos años... muchos... No hay una gran cantidad de botellas para ver. Es que cada trabajo me lleva mucho tiempo y cada vez más energía... Esta fue la primera que hice, cuando era un muchacho. EI botellón es muy antiguo y la barca que ven dentro, representa el Arca de Noé. Ahora que lo veo parece tan fácil; la boca del frasco es relativamente ancha y la barca, bastante rudimentaria. Todos miraban, mudos, asombrados. A Beto se le estaba pasando el sudor frío y el Rusito sonreía orgulloso. —¿Y cómo se hace para meter adentro, si es más grande? —preguntó Gustavo, por supuesto. —Alguna trampita debe haber —se aventuró a decir el gordo. —Ya que mi joven concurrencia demuestra tanto interés, les voy a confiar un secretito. El silencio y la atención fueron totales... —Antes de llegar a estos resultados se precisa una gran paciencia, habilidad manual e ingenio. El barco, se arma primariamente, fuera de la botella, en la forma en que uno quiere que quede adentro. Imagínense que se tratara solamente de una canoa... —No habría problema... —Muy bien. ¿Y si esa canoa tuviera un mástil? Escuchen con atención. Si pongo un sacacorchos totalmente estirado, ¿entra por la punta, ¿si? 93
Cuatro cabezas asintieron en silencio y sus ojos se siguieron agrandando mirando las manos del abuelo que continuaba sus explicaciones. —Una vez que está adentro, lo afirmo y con un hilito que ya llevaba atado en la punta del tirabuzón, tiro hacia afuera de la botella, se levanta, y… —Ya me estoy dando cuenta… —Así parece fácil, pero miren este que está acá —dijo Gustavo, acercándose a una gran botella más a la derecha, que tenía una carabela de la época de la conquista. —Les pido que no se acerquen demasiado. Como veo que ya están entendiendo vamos a seguir mirando. —Te imaginás... para levantar todas esas velas con un hilito y que quede así... —Bueno, generalmente se usa algo más que un hilito... —Así que esa carabela cuando entró ahí, era como un tubo largo y después se fueron levantando los mástiles de a poco... —se animó Gustavo. —¡Bravo! —aplaudió el abuelo —Veo que ya tengo un gran alumno. Continuemos. Esta es una embarcación de fines del siglo diecisiete, fue la primera que hice con otro método... El Rusito se había quedado mirando muy quieto, con las manos en la espalda, un hermoso yate con dos amplias velas, una amarilla con azul y la otra blanca, que parecían infladas por el viento. Los números en las velas eran perfectamente visibles y hasta tenía representados en cubierta a un hombre y una mujer tomados fuertemente del timón, como desafiando una tormenta. Uno a cada lado, tan reales. —… Y este es un carbonero... —seguía el abuelo. —Mirá, se llama... Cyclops. Debe ser por lo grande. —Si habrá tenido que levantar hilitos. 94
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El abuelo rió y en ese momento vio a su nieto junto al yate y se acercaron a él. —Este es mío, dijo el Rusito. —¿Lo hiciste vos? —No… ¿Sos loco? El abuelo me lo regaló porque... porque me recuerda a mis padres. Ellos murieron en una tormenta, en un velero igual a ese, cuando yo era chico y... —Un montón de saliva se le entreveró en la garganta, pero enseguida se acomodó —Antes no me gustaba subir aquí, por eso el abuelo cierra con llave, pero ahora que soy grande, de vez en cuando vengo, lo miro y me parece verlos, a los dos... —¿Y vos eras muy chiquito? —Sí. Me dijo el abuelo que apenas gateaba. —Ahora continuemos que se hace tarde y los van a extrañar. —¿Y éste tan grande? —Preguntó Beto—. Mirá la cantidad de botes... El Rusito se arrimó a mirar —Ese no lo había visto abuelo. ¿Es nuevo? —Sí... sí. Lo terminé anoche. Es un transatlántico. Salieron todos conversando animadamente, mientras el abuelo cerraba la puerta. El Rusito llamó a sus amigos desde una puerta contigua, para mostrarles la biblioteca, colmada de volúmenes de todo color y grosor que se apilaban a ambos lados de la habitación y una humilde mesa apoyada contra la ventana que daba al exterior, colmada de libros. Sobre la descascarada pared, colgaba una vieja cometa. —¿Esa cometa es tuya? ¡Qué rara que es! —Es del abuelo cuando era chico. La guarda de recuerdo. En este cuarto es donde estudia. 95
—¿Y todavía estudia? —No te dije gordo que hay que leer como loco para ser científico. —¿Quién quiere ser científico? —se arrimó el abuelo—. Yo ya me estoy poniendo un poco viejo y voy a precisar unos ayudantes. Los niños se miraron sintiéndose importantes. —Vengan, les voy a mostrar una última cosa por hoy y después a sus casas porque sus padres se van a poner nerviosos si no saben donde están. Cruzaron el corredor hacia una puerta igual a las demás. Nuevamente apareció el llavero y entraron todos detrás del abuelo, confiados. Ni el propio Rusito había entrado a ese cuarto lleno de máquinas raras y cables y botones e interruptores donde al abuelo trabajaba muchas noches, especialmente las de tormenta. Los cuatro amigos quedaron maravillados. —Igual que en las películas de misterio, —se animó a decir Roberto. —Siéntense por ahí en ese banco, que les voy a explicar. Yo también me voy a sentar porque estoy un poco cansado... Desde niño, me fascinó la electricidad y todas las aplicaciones que tenía, que tiene y que aún no sabemos aprovechar. El mundo se ha olvidado de ella y ella no nos ha mostrado aún la mitad de sus posibilidades. Los niños lo oían asombrados. —Desde el Arca de Noé a nuestros días... —Pero en el Arca no había luz... —Luz no, pero las fuerzas eléctricas pueden “trasladar” grandes objetos, por ejemplo. En muchos fenómenos que la gente ignora, estuvo presente este fluido maravilloso: en la época de los faraones, de los grandes Imperios... incluso hasta hoy. Ahora se han dedicado 96
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a la aventura de la energía atómica y se olvidaron de la electricidad. Hay que estudiar mucho y experimentar... —¿Usted hace muchos experimentos? —Sí. Muchos. Les voy a contar otro secreto porque veo que ya son unos hombres, pero esto tiene que quedar entre nosotros cinco. ¿De acuerdo? —Sí, señor —contestaron todos juntos, nerviosísimos y sintiéndose integrantes de una emocionante aventura. —Bien. Ustedes saben lo que es una batería. Yo he logrado acumular la energía de los rayos en estos grandes aparatos. “Entra” por el pararrayos, viene por estos cables y en lugar de perderse, la guardo ahí. Todos se miraban sorprendidos sin animarse a hablar. El abuelo recorrió con su mirada los rostros interrogantes de los niños. —¿No les parece importante? —Sí. Sí. ¿Y la puede usar? —Naturalmente. Como la electricidad que se usa en todas las casas, en las fábricas, en los hospitales... —¡Pá, qué bárbaro! Y no hay que pagar nada... —dijo Beto. —Esa es una buena razón, pero hay otras, muchas más que les voy a contar otros días, si les gusta... —Sí, muchas gracias, señor. —Pero recuerden nuestro pacto. Ni una palabra a nadie. —No, no. No vamos a decir nada. Se lo juramos –dijeron todos a coro y se marcharon comentando en voz baja mientras se perdían por la escalera hacia el salón. El abuelo Ben los miró alejarse desde el pasillo superior, con su gran llavero dorado en sus huesudas manos. 97
—Dale Beto —lo llamó su mamá—. Vamos para adentro, que se hace tarde y todavía no hiciste los deberes. Después querés ver televisión... Mirá cómo se está poniendo... Parece que se viene otra tormenta... ... (Doy 1 vuelta la primera página del diario de la mañana y les copio una noticia que me parece importante.) “DEVASTADOR INCENDIO EN EL PRADO. Totalmente inútiles, resultaron los esfuerzos desplegados por un tren completo del Cuerpo de Bomberos, que acudió rápidamente a sofocar un voraz incendio que se desató anoche en una antigua finca de el Prado, Cuando llegaron al lugar, nada pudo hacerse para salvar al ya ruinoso edificio, que quedó reducido a un montón de cenizas humeantes, hierros retorcidos y un fuerte olor a ácido nítrico, que a saber de los entendidos, quedó en el aire debido a un poderoso rayo, probable causante de este siniestro. Hasta el momento de entrar en máquinas esta edición, se desconocía si podría haber víctimas entre los restos calcinados. Un oficial de bomberos comentó a nuestro cronista, que vecinos del lugar, manifestaron haber oído una fuerte explosión.
1 Si, DOY. Soy yo, el autor el que habla. Estoy leyendo el diario. ¿No puedo? 98
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(Y ahora les voy a transcribir otra noticia, que quizá a usted, querido lector, no le diga nada, pero es de las que a mí me apasionan. A ver por dónde estaba... ah, sí... aquí está...) “... desaparecido en una fuerte tormenta eléctrica. Se trata del buque de bandera griega Spartan Warrior, que había zarpado de puertos de Inglaterra con destino a San Juan de Puerto Rico, con un voluminoso cargamento de dinamita. Es el mayor barco de carga desaparecido, desde que se perdiera el Cyclops, carbonero de los EEUU, de 19.000 toneladas, en marzo de 1918 con su tripulación de 293 hombres. Enigmático final tuvo también el yate de siete metros de eslora, que hace 9 años, desapareció frente a las costas de Miami con un joven matrimonio. En esa oportunidad, se salvó milagrosamente un rubio niño de meses, en un bote salvavidas. De esta manera, el Triángulo de las Bermudas vuelve a dar que hablar. En pocos días, un enorme transatlántico y ahora... ¿A QUÉ DIMENSIÓN DESCONOCIDA SE FUE LA DINAMITA?”
FIN DEL ABUELO BEN
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EL PERDIDO
Todos parecen haberse levantado temprano esta mañana en el pueblo, menos la helada. Pero detrás de ese velo blanco y traslúcido que se entreteje en las ramas desordenadas de los viejos árboles de la plaza, ya se adivina un cielo muy celeste y los reflejos dorados del sol de mayo. —Sábado. Sábado y feriado... ¡Qué mala suerte! —comentaron los escolares y el dueño del viejo cine. Nunca había visto tanta gente en la plaza a esa hora. El flaco Rodríguez ya levantó la cortina del bar y acomodó las mesas en la vereda. Don Francisco abrió las puertas de la iglesia de par en par; todos los negocios empezaron temprano. Del viejo Rosendo no se podía esperar otra cosa porque todo el año es el primero en la plaza. Él y el perro. Y el mate. Pero hoy lo desbancaron. “Acá no puede estar”, le dijo un policía jovencito, desconociendo que aquel viejo estaba ahí antes que la plaza. Algunas túnicas blancas, almidonadas ayer, se van agrupando entre los verdes canteros que también se engalanaron con perlas relucientes. Los músicos de la Banda Municipal que se están ubicando en el centro del inmenso escenario, dan el único tono gris de la mañana, Por las cuatro esquinas aparece gente. Y escolares. El diariero, que hoy no vende, empezó su festejo particular junto con el carnicero y ya están brindando en lo del flaco por los "Héroes de Mayo". Las madres se abrazan y se besan como si hiciera años que no se ven; comentan los últimos teleteatros y que a la Chola parece que la vieron en el Frenen Saloon con el nuevo gerente del Banco. 101
AIgunas notas perdidas que salen del centro de la plaza empiezan a destacarse entre el murmullo general y parece que fueran rompiendo ya el frágil velo blanco para dejar paso al fondo celeste, marco de esta digna fiesta (parece que fuera el sonido del bombo el que rompe más el velo). Las autoridades comunales también van llegando, saludando con sus brazos en alto a la multitud ya reunida, como si hubieran sido elegidos por ella. Se instalan en el palco desde el cual varios oradores dirigirán emotivos discursos. Poco a poco los grupos separados se van uniendo hasta formar una masa uniforme, gris en el centro, rodeado por un anillo de túnicas blancas, luego un cerco de madres multicolores y más afuera algunos grupos de padres que como satélites descontrolados, giran alrededor de aquella masa, comentando el último partido y lo buena que está la Chola. Sentado al costado de la iglesia, en un viejo cajón de bebidas, como lo hace todos los días, está el Perdido tocando su flauta. Parado a su lado un viejo ciego que lo cuida desde pequeño extiende su brazo haciendo sonar algunas monedas en la taza de lata y recitando versos que cuentan hazañas de guerras pasadas. Los dos viven en las afueras del pueblo, en un pequeño ranchito que resiste milagrosamente los embates del tiempo y las crecientes del arroyo vecino. Es curiosa la historia del Perdido y como ustedes recién llegan al pueblo y no la conocen, se las voy a contar. De cualquier manera, la fiesta todavía no empezó. Vengan, vengan... Ahí están. El Perdido debe tener unos veinte años. Es un muchachón grandote, muy pálido, de enormes ojos que parece que quisieran salirse de su 102
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lugar, que mira todo y a todos con una misma mirada fría y muerta, sin parpadear. Sus tremendas manazas manejan con habilidad la pequeña flautita de la que emana una sucesión de sonidos armoniosos, agradables al oído. Muchos lo llaman "el idiota" y se burlan, pero él parece no oírlos o no entenderlos y a cada uno que se le para enfrente le dedica una melodía distinta. Yo prefiero llamarlo "el Perdido". Don Gervasio, el ciego, me contó varias veces cómo fue que lo conoció. Si bien en aquellos tiempos el viejo todavía veía algo, ya había tenido que dejar de trabajar en las changas que hacía en el campo. Algunos vecinos lo ayudaban dándole de comer y regalándole ropas. Muchas veces lo llamaban para que contara las historias de las guerras de principios de siglo. Una noche de tormenta los insistentes relámpagos iluminaban las aguas del arroyo que empezaban a cubrir un cerco de piedras blancas que había puesto don Gervasio alrededor de su vivienda. Ese era el límite; luego tenía que abandonar el rancho. Había juntado sus cosas y ya salía para el pueblo cuando le pareció ver entre las luces de la noche, un bulto que se movía cerca de las piedras. Primero pensó que era su pobre vista que lo estaba engañando pero se acercó al lugar y su sorpresa fue tremenda cuando entre unas ramas y troncos encontró un niño de cuatro o cinco años que vestía una especie de túnica blanca muy sencilla. Por más que insistió en preguntarle cómo se llamaba, de dónde era, dónde estaban los padres, el niño no dijo una sola palabra. Lo tapó rápidamente con su poncho y decidió venir hasta la comisaría para comunicar su hallazgo. Pasó el tiempo y nunca se supo de dónde era. Por eso empezaron a llamarlo "el Perdido". Fue creciendo al Iado del viejo que día a día se iba quedando ciego. A pesar de que se notaba que el niño no era normal, que no hablaba y 103
parecía no entender bien las cosas, lo ayudaba muchísimo y siempre estaba a su lado. El doctor dijo que podía haber quedado mudo al recibir la impresión tan desagradable de sentirse solo y desamparado en aquella tormenta cuando don Gervasio lo encontró y que quizás algún día recobraría el habla. A mí, me parece muy difícil. Nunca se le escuchó ningún sonido. Lo que es maravilloso e increíble es la forma en que toca la flauta. Parece que hablara a través del pequeño instrumento, algunas tardes de verano, cuando había poco movimiento en la plaza, los pájaros andaban muy cerca de él y hasta parecía que entablaran un alegre diálogo musical. Y así pasa sus días; y sus noches. Algunos vecinos comentan que han oído claramente las inconfundibles notas de la flauta del Perdido, agudas, muy agudas, perdiéndose en la inmensidad de la noche. Los primeros acordes del Himno Nacional nos hacen volver la vista al centro de la plaza. Todos los presentes, tocados de un profundo sentir patriótico, entonan las emotivas estrofas. El Perdido, sentado en su cajoncito, dejó de tocar y también parece estar atento a esas notas que no es la primera vez que oye. Aplausos, discursos; aplausos, discursos, se suceden mientras el sol va tomando posición en el lugar más alto de la fiesta. Los canteros ya no lucen engalanados y las túnicas ya no lucen su almidón. La Banda arranca a tocar marchas militares; don Francisco echa al vuelo las campanas y se encuentran en el espacio claro con las palomas que han salido de la cesta de mimbre que abrió el Intendente. Aplausos. Emoción. Pies doloridos. El diariero y el carnicero consideran seriamente su amistad. Poco a poco la plaza empieza a desagotarse por las cuatro esquinas. El bar del flaco le resta algunos parroquianos al éxodo, que se quedan a tomar “la penúltima’”. Las puertas abiertas de la iglesia 104
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invitan a tomar la Comunión y a celebrar la misa en recordación de los héroes de la patria. Pasan frente al Perdido y al ciego, que hoy recita los versos con más emoción que nunca. De la flauta que se pierde entre los dedos grotescos de su lazarillo surgen raras pero a la vez dulces melodías. Sus enormes ojos, siempre abiertos, no se pierden nada. Una cantidad imponente de gente desfila ante el dúo. Las monedas hacen sonar la lata continuamente. Es un buen día. ... Las sombras ya cruzaron la plaza y el sol, agotado por la tremenda actividad del día, se aferra débilmente con sus últimos rayos al viejo campanario, testigo quieto, a veces bullicioso, que vio desfilar ya, dos siglos de historia. A su costado, por la calle Héroes de Mayo, el Perdido toma del brazo a don Gervasio y emprenden juntos la vuelta hacia su rancho. El viejo guarda cuidadosamente las últimas monedas que pusieron en la lata. Es un dúo extraño, uno no habla, el otro no ve y sin embargo parece existir una armonía y un entendimiento más allá de la razón. A su paso se cruzan saludos y gritos y hasta alguna risa de alguien que no entiende. El muchachón continúa con su flautita, brindándole un sonido distinto a cada uno. Algunos niños del barrio La Bajada, cuando sienten los sonidos inconfundibles del instrumento del Perdido, salen de sus pobres viviendas, verdes de humedad, a correr a su alrededor y a gritarle, pero a él no parece afectarle y por el contrario, toca más y más. Don Gervasio tampoco parece aIterarse. “Son juegos de niños”, dice comprensivamente. Cuando es más temprano se detiene y les hace cuentos. Forman un gran semicírculo alrededor de los dos y escuchan atentamente histo105
rias mezcladas de ficción y realidad que el viejo desarrolla hábilmente, mientras el Perdido pone la música de fondo. Pero hoy ya se ha hecho tarde y siguen su rumbo sin paradas para alcanzar su morada antes que la noche. El Perdido ha guardado su flautita y lleva del brazo a don Gervasio por las irregulares calles de barro, moldeadas por las ruedas descentradas de los carros y el andar fatigoso de bueyes y caballos. Cruzan el viejo puente de madera esquivando los numerosos agujeros producto del tiempo y de la historia. Abajo, el arroyo murmura suavemente; las ranas entonan su canto y algún pájaro trasnochador cruza el aire raudamente en busca de su nido. Todo lo demás es silencio. Los ojos del viejo, pequeños, azules, sin brillos y muertos, perdidos en una distancia que encuentra recuerdos, no miran afuera, sienten hacia adentro y ven pasar años de luchas y amores, de rebeldías de muchacho, de soñar despierto, de darse de frente contra el mundo entero, de sentirse solo, de ir comprendiendo, de ver cómo cambia el tiempo los conceptos y que es uno mismo el dueño del tiempo. Y cruza ese puente que envejeció con él, que soporta con él las inclemencias del tiempo, las furias de las crecidas y el ímpetu de los vientos. Todos los recuerdos se le hacen presentes cuando cruza por el puente viejo. Más allá está el campo y en él está el rancho, pequeño, solitario, sin siquiera un árbol para acompañarlo. Sólo pastizales lo rodean y un círculo de piedras que hace años fueron blancas. Del lado más oscuro del horizonte, llegan lejanos fogonazos y ruidos apagados de una tormenta que se viene anunciando; primera adelantada de otro invierno que se acerca. Don Gervasio y el Perdido ya llegan al rancho. Una brisa con pretensiones de viento empieza a agitar los pastizales. Ha sido un día agotador. 106
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Atraviesan la entrada que nunca se cierra y él que no precisa ver para andar adentro, se dirige solo hacia su lecho; se acuesta despacio y sus ojos pequeños, azules y muertos son como los agujeros del puente viejo, y debajo pasa rumoreando el tiempo. Son ya muchos años de juntar recuerdos. Se siente cansado... El Perdido nota que algo muy raro le está sucediendo. Se sienta a su lado, toma su flautita y se pone a tocar una melodía distinta, muy suave, muy dulce y una sonrisa distante aflora en los labios viejos. La luz de un relámpago se cuela dentro del rancho moviendo las sombras de los cuerpos quietos y luego un estruendo... El Perdido deja de tocar su flauta porque siempre le asustaron las tormentas. Cuando esto sucedía, el viejo lo calmaba contándole cuentos que, aunque parecía que no los entendía, hacían que se tranquilizara. Hoy no cuenta nada; sus manos huesudas curtidas por muchos soles y heladas, se aferran nerviosas a los brazos del muchacho. Un nuevo relámpago y luego el redoble. Debajo de los ojos azules se ven los reflejos de cien batallas y en su pecho suenan antiguos cañones... El Perdido, asustado, se desprende de las manos del viejo y sale corriendo a enfrentar la noche. Las primeras gotas golpean su rostro inexpresivo y sus ojos sin párpados. Levanta sus brazos hacia el cielo y por primera vez, de su enorme boca, emerge una voz... Es como un grito desgarrador, una mezcla extraña de sonidos, sobrenatural... como un acorde de cien notas... Las aguas del pequeño arroyo ya sienten el impulso de otras aguas y corren precipitadamente entre las ramas de la orilla. Las luces y los truenos se suceden... El Perdido lanza otro grito que retumba en el espacio y corre hacia el rancho. El anciano levanta sus brazos, como 107
buscando desesperadamente las manos del Perdido. Su boca se esfuerza por decir algo, sus dedos finos y arrugados tiemblan en el aire y en sus pequeños ojos azules y muertos se adivina el vacío. El Perdido se acerca hasta encontrar las manos temblorosas que se aferran a él y con un último esfuerzo lo acercan hasta el pecho del viejo. Su respiración es lenta. De sus labios finos y secos, como en un suspiro, sale una palabra que nunca dijeron: “¡Hijo!” La lluvia castiga con fuerza la humilde choza; los truenos se hacen ensordecedores hasta que una luz más fuerte que las otras, penetra lentamente iluminándolo todo mientras una música rara, dulce pero a la vez potente, enérgica, se adueña de todos los sentidos. El Perdido ha cambiado su rostro; sus ojos son más grandes y de su boca empiezan a surgir sonidos armoniosos que empastan perfectamente con la música que lo cubre todo. Parece que hablara a través de sus notas. Dos seres alados aparecen en la rústica habitación. Son grandes, robustos y sus enormes ojos no parpadean. Su piel es de una blancura tal que se confunde con la luz que ha entrado en la pieza. Parece que flotaran en el aire. Don Gervasio se levanta lentamente, bañado por la luz que es cada vez más blanca. Su rostro aparece distinto; una sonrisa se dibuja en su rostro calmo y sus ojos ya no parecen lejanos. Los dos inmensos seres se colocan a su lado y tomándolo de sus brazos, atraviesan el pequeño espacio y salen al exterior donde la luz es tan potente que no permite ver ni el campo ni el arroyo ni la noche; solo se siente una música celestial que inunda el aire y los sentidos. El Perdido no entiende lo que está pasando y trata de detenerlos. De su boca sale una sucesión de sonidos como pidiendo una explicación y 108
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los dos inmensos seres alados parecen reírse cuando le contestan a su vez de la misma manera. El rostro del Perdido se transforma y se ilumina de infinita paz. Todo su cuerpo también es blanco como la luz y posee como los recién llegados, dos enormes alas blancas. Don Gervasio le sonríe y lo mira desde lo alto. Vamos, ya es hora parece decirle, y el Perdido se eleva detrás del grupo que se funde en la eterna claridad. Sobre la dulcísima música que llena todo el espacio, se oye clara, potente, nueva, la risa de un ángel.
FIN DEL PERDIDO Y DE DON GERVASIO
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EL GERENTE HA MUERTO
Bzzz... bzzz... La espigada rubia se ajustó sus lentes, tomó la libreta de taquigrafía, la agenda y un lápiz y se dirigió a la enorme puerta de madera lustrada, donde se leía en doradas letras: “ADAMS, SMITH & ABU-ELOMÁN, Inc.”, y más abajo: “CHAIRMAN OF THE BOARD”
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Luego de atravesar la amplia portada, una enorme oficina rodeada de amplios ventanales con claros cortinados que dejaban ver a través, las cornisas, los pararrayos y las antenas con palabras extrañas de los otros rascacielos de Nueva York. La rubia se acercó hacia un costado del brillante escritorio, se paró muy derechita sacando pecho, aunque no precisaba hacer mucho esfuerzo, y se acomodó el peinado, antes de hablarle a una gran butaca de madera (tenía razón Gutiérrez) y cuero negro, que miraba hacia afuera. —¿Sí… señor Adams? Sin darse vuelta, se sintió la voz grave y gorda del directivo. —Doris… he estado pensando profundamente el asunto del FENITIAN BANK. —Sí, señor —dijo distraídamente. —No debemos enviar esas flores para la inauguración. Pueden tomarlo como un signo de debilidad o de servilismo para obtener un crédito favorable... 1 N. de A. Dice Gutiérrez, que hizo hasta 3º, que quiere decir que el que es ESO, es un capo que siempre se sienta en una silla de madera. ¡Éstos americanos son tan raros! 111
—No señor —reconoció ella. —Mándele una tarjeta que diga... —pensó un instante…— que diga… —pensó otro instante...— “Bienvenidos Petrodólares”. Sí. Así está bien. Suena muy democrático, —terminó de decir mientras se volvía hacia el escritorio. —Sí, señor Adams. —Tengo ahora un almuerzo, privado, pero estaré de vuelta aproximadamente a las 2 PM. No me extrañe, —le sonrió con malicia—. ¿Cómo es el panorama de la tarde? —se levantó para buscar su gabardina beige. —A las 3, reunión de Directorio. A las 3:15, entrevista con su profesor de bridge. A las 4:45, visita a las obras de ampliación de la nueva sala de Directorio… —¿Quién ordenó una nueva sala de Directorio? —El nuevo Director, señor. El Jeque Abú-El-Omán. Dicen que la sala está quedando de locura, terrorífica; toda en terciopelo negro y mármol rosa y una gran cantidad de almohadones... —Señorita Doris... —¿Sí señor? —Cancele todo lo que tenga para las 5:30 y que venga el Gerente de Decoración. Y más vale que traiga muy buenas ideas. Hasta luego Doris... —Señor, queda algo más, a las 7 PM empieza la reunión anual de ASAIEA, a la cual DEBE concurrir... —¿A la reunión de queeeé ? —De la Asociación de Empleados de Adams, Smith y Abú-El-Omán, Inc... No debería faltar señor. Dicen que va a ser una fiesta muy linda. Es en el salón de actos y va a estar... 112
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—Está bien, Doris. Cite al Gerente de Personal y Relaciones Públicas para las 6:55. Iremos juntos... ¡Ah!... Y avísele también al Jefe de Seguridad, pero que no venga junto con nosotros. —Sí, señor... Hasta luego, señor. ... Entró al amplio salón de actos por una puerta al costado del escenario, saludando con su brazo derecho levantado que agitaba una mano regordeta y cuidada. Lucía su mejor, amplia y fotogénica sonrisa. Atravesó todo el salón en esa forma; mientras era aplaudido por unos, otros preguntaban quién era y luego arrancaban a aplaudir y/o gritar. Unos cuantos rubios, grandes, de gabardina negra, talle 54, diseminados por todo el salón controlaban parados y mirando a todos lados, el paso del señor Adams... —Ahí estará bien señor Adams, en esa fila... —¿Ahí? ¿Entre todos? El Gerente de Relaciones Públicas le sonrió disimuladamente y asintió con un leve movimiento de cabeza. Se sentaron. Cesaron los aplausos. Se apagaron las luces de la sala y transcurrió un momento en silencio, en la oscuridad total... Se sintió una fuerte explosión y el señor Adams saltó en su asiento... Entonces se abrió el cortinado rojo; el escenario se llenó de luces de colores y con el sonido estridente de una ruidosa banda, dio comienzo el espectáculo presentado por un joven alto, rubio, de impecable smoking negro, que cantó una canción al mejor estilo de Bing Crosby y que arrancó los aplausos, silbidos y suspiros de toda la concurrencia femenina. —Canta bien el chico —comentó el señor Adams—. ¿Es alguna estrella conocida? —No, señor. Son todos empleados... 113
—Y ahora —anunció el joven desde el centro del escenario, con la prestancia de un maître—, el Grupo Experimental de Teatro de la Sección Barridos y Limpieza, nos tiene preparada una gran sorpresa, unos fragmentos escogidos de... ¡HAMLET! El señor Adams se despertó con los aplausos y gritos entusiastas del público que vivaba el latoso sonido de una trompeta al mejor estilo de las cargas de la caballería norteamericana contra los infames pieles rojas, mientras el Rey, la Reina, Horacio, Laertes y Hamlet yacían entre estertores, en el escenario manchado de rojo... Nuevamente el animador ocupaba el escenario, caminando y dialogando con el público con la soltura de Bob Hope cuando presenta los Oscar de la Academia. —Tiene clase ese chico… ¿En qué sección trabaja, Charles? —Bueno, en realidad no es efectivo nuestro, señor Adams. Está contratado temporalmente; de acuerdo a la última política económica de la Empresa... Las luces bajaron gradualmente en el escenario y con el sonido del repiquetear de las gotas de lluvia que salía por los parlantes estereofónicos, se empezaron a sentir los acordes de “Cantando bajo la lluvia”... Y entro él... Otra vez el mismo joven, bailando al mejor estilo Gene Kelly con su paraguas en la mano derecha y haciendo equilibrio con el otro brazo simulando saltar los charcos mientras una hermosa rubia también con paraguas y... —Pero esa es... es Doris —exclamó el señor Adams sorprendido en su asiento—. Nunca la había visto así, nunca había imaginado que… esos atributos... sin lentes... y ese sweater… Mientras descendían hacia el garaje subterráneo del edificio el señor Adams comentó al Gerente de Personal y Relaciones Públicas: 114
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—Ese chico sirve, Charles. No podemos perderlo. Arregla que quede contratado en el área comercial. … Pasó el tiempo y John E. Mac Pearson, que así se llamaba el joven, se transformó en un gran vendedor, admirado por todas sus compañeras y envidiado por todos sus compañeros, que lo veían ascender meteóricamente. No le faltaba nada: simpatía, inteligencia, grandes comisiones y además estaba adquiriendo fama como cantante habiendo grabado ya un disco de éxito que le auguraba un gran futuro y popularidad. Un día fue citado por el Jefe de Distrito. El corazón le dio un vuelco. Él tenía grandes esperanzas en la Empresa. Quizás esta, era su oportunidad. —¿John Mac Pearson? —Si señor. Es un placer conocerlo personalmente. —Tome asiento joven... —Lo estudió serenamente—. Tiene usted un gran futuro en nuestra Empresa. —Gracias, señor... —Está haciendo una tarea realmente admirable en su Sección, John. Varias personas me han comentado de su dedicación al trabajo y que ha llegado a tomar decisiones realmente satisfactorias para nuestros Supervisores. —Es usted muy amable, señor. —A pesar de sus jóvenes años, ha demostrado tener ya cualidades para aspirar a cargos superiores... No con esto quiero decir que... —Oh no, señor, pero me tengo mucha fe y espero llegar a Gerente. —Bueno, no tan rápido joven; tiempo al tiempo. Como usted habrá captado seguramente, hay ciertos momentos en estas empresas tan grandes en que se producen repentinos cambios y vacantes que deben ser llenadas sin pérdida de tiempo. 115
—Me doy cuenta señor y… —…Y tenemos que tener gente preparada para ocuparlas. —Por supuesto, sí. Una gota de sudor había empezado a surcar la frente de Mac Pearson. Sus sueños se estaban convirtiendo en realidad. El mundo era de él. Si el Jefe de Distrito le estaba diciendo todo esto no era para crear falsas expectativas. La charla continuaba en el mismo tono y cada instante, cada palabra, eran una confirmación de sus suposiciones. Me llamaron para ver cómo reacciono, pensaba y a cada frase del superior, se veía más cerca de la meta. —Usted sabe que un Jefe de Sección tiene más responsabilidades que un vendedor. Tiene que encontrarse con personas de más jerarquía, asistir a reuniones, tener una imagen. —Es natural, señor. Todo siguió marchando sobre rieles, hasta que el Jefe, casi cuando se despedían de la entrevista, le preguntó: —¿Usted canta en una “orquestita”, verdad John?... Un frío helado le sorprendió la espina dorsal. Mil imágenes se le entreveraron en un segundo. Todo un alud de ideas le cayeron encima. Sacó cálculos; hizo comparaciones a velocidad de computadora y débilmente contestó: —No, señor… cantaba... … John Mac Pearson se transformó en un dinámico Jefe de Sección y en poco tiempo duplicó las ventas, hizo ampliar el local de exposición y dio que hablar por los nuevos sistemas revolucionarios y las audaces ideas que empleaba. 116
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Sus ingresos habían aumentado sensiblemente y se le veía llegar en un regio coche desde el apartamento que había alquilado en Long Island, muchas veces acompañado de la rubia secretaria del señor Adams... —El Jefe Regional lo espera, señor Mac Pearson —dijo la secretaria, sacándose sus diminutos espejuelos para mirar mejor al atlético joven que ya conocía de oídas. —Encantado de conocerlo, señor Mac Pearson —dijo el Jefe Regional. —El placer es enteramente mío, señor. —Hace usted honor a la imagen que nos ha llegado de joven pujante, emprendedor y me alegro que sea de los nuestros —rió amigablemente. —Es usted muy amable señor… La escena parecía repetirse. Verse sentado en un escritorio como Jefe de Distrito fue la imagen que empezó a tomar forma a medida que transcurría la conversación con el Jefe Regional. Esta se extendió por más de una hora, en un clima abierto y sincero en todo lo que se decía. —Por supuesto que es un Distrito difícil y de gran competencia pero nada hay imposible para una persona de gran empuje, que tenga interés en levantar la facturación y quizás abandonar horas de reposo y diversión en aras de mejorarlo... —Nada más razonable, señor. —Ahora que, como hay que trasladarse, quizás deba abandonar también algún... digamos... amor... aquí en Nueva York… Otra vez lo sorprendió la escarcha en el espinazo. Pensó en el apartamento, en los fines de semana, en el sueldo, en las noches, en el escritorio nuevo... en los finos cabellos rubios... —Oh, no señor. Nada... fijo —sonrió con una mueca de tristeza… 117
El Distrito H, pasó en poco más de un año, del lugar 18º al 6º, asombrando desde las más escépticas hasta las más optimistas expectativas. Amplió su red de distribución a los lugares más remotos, aumentó los gastos de promoción y publicidad al triple, pero consiguió un índice de penetración y una rentabilidad, que superaron con creces, cualquier incremento de los insumos. Lamentablemente, un accidente de automóvil, tuvo sus piernas inmovilizadas durante cinco meses, aunque esto no frenó para nada el ascenso vertiginoso de su Distrito que tan bien había organizado. En ese período, descubrió una veta innata, desconocida por él mismo. Comenzó a pintar cuadros al óleo y lo hizo en una forma tan real, tan personal, con un estilo tan definido, que los amigos que lo visitaban en su residencia lo alentaron para que siguiera mientras estaba en su silla de ruedas. Y pintó, y pintó...Y formó una colección extensísima y rica. Y muchos entendidos, reconocieron que se encontraban frente a un verdadero artista, a una revelación de la pintura moderna, a un estilo totalmente nuevo y que daría inicio, seguramente, a una concepción absolutamente revolucionaria, a una nueva era en la historia del arte pictórico y que debía exponerse en... … —Es una alegría saber que su vuelta al trabajo activo, es cuestión de un par de semanas, —dijo el Gerente de Ventas, empujando la silla de ruedas de Mac Pearson, mientras recorrían la espaciosa sala de la enorme residencia donde se encontraban diseminados los magníficos óleos. John, sin poder darse vuelta para mirarlo, dijo: —Mañana me quitan el yeso señor. En unos cuantos días más, con un poco de ejercicio... 118
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—Oh, no… no debemos apurar para nada su restablecimiento. Es usted muy valioso para la Empresa y lo queremos en perfectas condiciones. —Muchas gracias, señor. —En estos últimos meses hemos tenido algún problema con la Región Oeste. Usted sabe, son siete enormes Estados que representan prácticamente la quinta parte del territorio de los Estados Unidos de América. Al sentirse dirigiendo las actividades en la quinta parte del territorio, a John E. Mac Pearson le pareció ver miles de banderitas con estrellas y franjas agitándose y una nube blanca y titilante de papel picado que caía en una lenta cascada desde altos edificios al paso de un brillante convertible negro en el cual él se desplazaba saludando con sus brazos levantados… El vehículo que lo transportaba se detuvo y John abrió los ojos frente a un enorme óleo que parecía contener la propia historia de la pintura del mundo, con su enorme firma pintada abajo a la derecha en gruesos trazos oscuros. —Es una zona de gran compromiso para quien la dirija —continuó diciendo el Gerente—, y el futuro de nuestra Empresa puede verse grandemente influenciado, de acuerdo a la forma en que se explote… antes que otros… —Estoy captando perfectamente el sentido de sus palabras, señor. —La Sede Central será cambiada a San Francisco en el más estricto secreto y lo que es tremendamente importante, el nombre o la firma del Jefe de Región no deberán aparecer relacionados a nuestra Empresa ni a ningún otro tipo de manifestación que lo destaque o identifique. Los ojos de Mac Pearson se clavaron en la enorme firma que asomaba sobre el voluminoso pie de yeso. Los papeles blancos que antes 119
había visto caer, se transformaron en una espesa nevada que se le caló hondo, hasta los huesos… … Una gran mancha negra, abajo a la derecha, caracterizaba las pinturas excelentes de aquel bohemio artista, que de la noche a la mañana, comenzó a exponer una centena de óleos de distintos tamaños, a las orillas del Misisipi en Nueva Orleans... La Región Oeste, superó con John Mac Pearson en su dirección, las posibilidades de producción de la fábrica que ahora se llamaba “Adams, Abdul-Es-Táh & Abú-El-Omán, Inc.” Consiguió importar mercaderías a costos inferiores a los internos e instaló fábricas en otros países que producirían exclusivamente para su región, consiguiendo beneficios que en un ejercicio, superaron todo lo invertido desde el inicio de las operaciones de la empresa en esa zona. … John Edmund Mac Pearson, había sido el nombre completo de nuestro famoso personaje, hasta que se transformó en el desconocido y poderoso Jefe de Región Oeste. Había pasado la mañana en su escritorio de San Francisco, con sus grandes botas vaqueras apoyadas sobre una pequeña mesa, con un gran sombrero tejano, ya que así se lo imponía su actual personalidad secreta. Su escritorio se presentaba muy distinto a los que había tenido en sus cargos anteriores. La mirada vagabundeaba por el pequeño y mal iluminado recinto. A sus espaldas una esterilla colgando desprolija en la ventana, cortaba en rebanadas desparejas la majestuosidad del Golden Gate. 120
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Con una pequeña sevillana daba forma a un trozo de madera que, poco a poco, iba transformándose en una hermosa mujer con un paraguas en actitud de baile. La escultura era de una belleza y una perfección de líneas tan admirable que a medida que le iba dando los toques finales, la hacía girar graciosamente sobre el escritorio, apoyando su índice sobre la punta del paraguas. Era como una bailarina… rubia… danzando bajo la lluvia… Tomó su escultura, se levantó con una sonrisa distante, los ojos perdidos en el recuerdo y atravesó rápidamente el cuarto donde se encontraba su gorda secretaria. —ADIÓS, Helen... ADIÓS —Señor Jones… señor Jones... recuerde su entrevista con el señor Adams.
FIN DEL GERENTE
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PÍLIAR
La vieja pareja arrastraba sus pies por el medio de aquella calle soleada, sin árboles, del barrio nuevo y alejado del Centro. Cada tanto algún vecino se les acercaba y enseguida seguía su camino. Poco antes de llegar a su modesta vivienda, una señora bajita, vestida de negro, se acercó y conversó con ellos. —Doña Soledad... Don Francisco, le acompaño el sentimiento. Perdónenme que no pude ir al cementerio, pero como estoy sola, sola. —Gracias Sarita, la entiendo; muchas gracias... —Lo siento mucho por su hermano, don Francisco. Parecía un hombre tan bueno… ¿Fue el corazón, no? —Sí señora —dijo él— no resistió tanta maldad. Parece mentira que se puedan hacer tantas... —Eran muy parecidos ustedes dos... —Sí. Éramos mellizos. Lo que pasa es que él estuvo toda la vida en el campo, al sol. En cambio yo, metido en el taller... —El pobre perrito ladró toda la noche —dijo la vecina. —No se imagina cómo lo quería. Desde cachorro lo tuvo con él en el campo. Lo acompañaba a todas partes, como una sombra; le arreaba las vacas al corral y a pesar de ser chiquito, es muy guardián. ¡Y tiene que ver qué inteligente! Si parece que fuera un cristiano a veces. Cuando uno le habla, parece que entendiera todo... ¡Pobrecito! Cuando asaltaron a mi hermano allá afuera, él estaba atado. De casualidad, lo había atado mi cuñada; porque nunca había causado problemas, pero como era la hora de la siesta… 123
Entraron cuatro desconocidos al rancho, los golpearon, robaron lo poco que tenían, se llevaron los animales, las herramientas, todo... —Pero qué cosa más horrible. No sabía... —Cuando empezó a recuperarse de los golpes, se dio cuenta que la señora estaba muerta. Sintió un dolor fuerte en el pecho, me dijo, pero estaba tan golpeado por todos lados que no le dio importancia en ese momento. Sintió los gemidos del perro y fue a verlo... Estaba tirado en el suelo. Probablemente también lo golpearon, pero lo peor fue que de tanto tirar de la correa, se había lastimado todo el cuello, lo tenía todo pelado y ensangrentado. —¡Si supieran cómo se quejó anoche que ustedes no estaban! Lo dejamos adentro para no atarlo. Espero que no haya sufrido mucho. —Bueno, vamos viejo, que ya es casi el mediodía y no tengo nada hecho. —Sí, vayan, vayan. Perdonen que los haya entretenido. Y... cualquier cosa... ya saben, ¿eh? —Sí Sarita, gracias. Hasta luego. Iban a seguir su camino, cuando de una casa de la vereda de enfrente, salió un señor alto, muy flaco, con pantalones grises y un grueso saco de lana azul. Cruzó la calle y se les acercó. —Adiós... sonamos, —dijo don Francisco a su señora... —Esto era lo único que nos faltaba hoy, el viejo Remigio. —Buen día, señor Falco —dijo secamente—... señora... Siento lo de su hermano. ¿Qué se va a hacer? —Ahora nada, —dijo resignado don Francisco. Ya se daba vuelta hacia su casa, cuando sintió... —Perdone que le hable en este momento, pero hace unos días que no lo veo... Ya estamos a 11 y del alquiler todavía no... 124
PÍLIAR | Germán Balparda
Toda la tristeza de don Francisco se transformó en rabia. Su mirada le subió desde la mano flaca que recién había soltado, hasta los ojos de aquel hombre hueco. Ambas miradas se enfrentaron en el aire, como dos nubes de tormenta. Una: fría, gris, hiriente. La otra: cálida, rojiza, revolviéndose. —Tuvimos muchos gastos extra. El velorio nos llevó los pocos ahorros que teníamos pero voy a ver si en estos días, consigo un préstamo... —Usted sabe que a mí, me gustan las cosas claras—. El perro seguía gimiendo detrás de la puerta de la casa. —Si, don Remigio. Vamos a hacer lo posible... —Bueno. Hasta mañana. Se dio vuelta y cruzó para su casa mientras el vencido matrimonio, sin decir palabras, se acercó a la puerta, abrieron y un frío de muerte se escapó corriendo... Pasaron los días y don Francisco los pasó trabajando arduamente en su taller, con la compañía del perro que poco a poco se iba recuperando. Al principio, caminaba sin apoyar su pata derecha, a los saltos. Luego fue tomando confianza y empezó a recorrer todo el fondo, oliéndolo todo para conocerlo. Ya había aprendido muy bien cuando alguien traía algo para su plato de lata, al costado de la casilla que le había construido don Francisco, y acompañaba al que llevaba la comida desde la salida de la cocina, moviendo vivamente su cola. Lo que no había desaparecido, era la gruesa mancha oscura que le había dejado el collar. Don Francisco nunca se lo había puesto, para no lastimarlo y porque no era necesario. Ni ladraba cuando pasaba gente por la calle y un día que quedó el portón del frente abierto se sentó ahí todo el rato, como cuidando. —¿Querés un mate, viejo?—gritó doña Soledad desde la ventana de la cocina. 125
—Sí, traeme. —¿Te lo llevo al galpón? —Sí, sí. Venite un rato para acá así le sigo dando a esto. El perro corrió a buscar a la señora y la acompañó, saltándole alrededor y haciéndole fiestas, mientras ella depositaba un nuevo hueso en su plato. —Bueno, loco, que me vas a tirar, —exclamó la señora como retando a un niño juguetón— ¿Pancho? ¿Cómo era que se llamaba el perro? El otro día me lo dijiste pero se me olvidó por completo. Es tan raro... —Vos sabes que a mí también me cuesta. Pero dejame pensar, era Pa... Palié o Pálier... No... Piliar... —¿Y qué quiere decir? —¡Pero qué memoria! Aquel me contó, el día antes de… tomá el mate... Me contó que le había puesto así, porque desde cachorro le gustaba hacer pozos y pozos y más pozos. Enterraba todo lo que encontraba, como unas máquinas amarillas grandotas que paraban frente a su rancho cuando estaban haciendo la carretera; y le puso el nombre de las máquinas, creo que era así... Piliár... No... Píliar, PÍLIAR, —gritó don Francisco— cada vez que le gritaba así salía corriendo a esconder algo... El perro blanco con cuello de fuego, se acercó corriendo, meneando todo su cuerpo y estrenando un ladrido que aún no conocían, de agradecimiento. —Parece que se riera de contento. Nunca lo había visto así... Yo ya pensé que no ladraba. No le ladra a nadie. Fue corriendo hasta su plato, tomó el hueso que había en él y se dirigió hacia una esquina del terreno, dejó el hueso y se puso a excavar en una forma increíble. Sus dos manos se enterraban en la tierra 126
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alternativamente, con un ritmo y una fuerza asombrosa. En muy poco tiempo más, depositó el hueso en el pozo y con sus patas comenzó a taparlo al mismo ritmo, culminando su obra con el hocico, arrimando los últimos terrones. —¿Te fijaste? Nunca había enterrado nada hasta hoy... Se ve que esa pata todavía le duele un poco... De la misma manera alegre con que había ido a enterrar el hueso, volvió al lado del viejo matrimonio. Él se había sentado un momento a descansar. Píliar se le acercó, lentamente, su hocico sucio, estirado hacia adelante, las orejas bajas y un pausado oscilar de su cola, como esperando la caricia. Don Francisco estiró su mano y lo acarició paternalmente, repetidas veces, mientras daba las últimas sonoras chupadas a su mate, sin darse cuenta que la humedad de los ojos de su perro, le estaba dando las gracias. —Sos un buen perro, —dijo palmeándole el lomo, mientras se reincorporaba para continuar con su tarea. —Viejo, no te canses mucho. Mirá que después, la columna… —Y... hay que terminar esto a ver si puedo cobrar unos cuantos pesos y por lo menos darle algo al viejo este... ¡Uy! Miralo... miralo, está allí en el portón haciendo señas... Don Francisco interrumpió su tarea, se secó la frente y se dirigió a su encuentro, seguido de cerca de su fiel perro. Sin abrir el portón, saludó a la inesperada visita. —Buenas tardes. ¿Trabajando? Usted sabrá a qué vengo, a ver si tiene alguna novedad. Ya pasaron unos cuantos días y… —Estoy terminando tres trabajos que son al contado y con eso espero arreglar,—contestó don Francisco, resoplando. —Comprenda que... 127
—Yo entiendo lo que quiera, —dijo secamente la visita, —pero yo no tengo “estas casas” para tener que estar viniendo cada dos días a reclamar lo que me pertenece, —dijo subiendo la voz—. Dos... DOS días más y es suficiente. Se dio media vuelta y cruzó la calle con su pantalón gris y su saco azul de lana... Don Francisco gruñó para sus adentros, mientras su perro seguía con su atenta mirada fija en don Remigio... Un día había pasado y esa noche clara de verano, los encontró tomando mate en el fondo... —¡Qué lindo que está acá! —¡Qué día que hizo hoy! ¡Qué calor! Ese galpón es un horno. Todavía las calenturas que me hace agarrar este viejo de… El perro echado a su lado, mansamente, parecía escuchar con atención, moviendo solamente sus ojos, hacia don Francisco, hacia la señora... —Creo que es la primera vez que nos atrasamos así... Don Francisco levantó la ramita que había tenido hasta el momento entre sus manos y la arrojó con fuerza hacia lo lejos, con rabia... —¡Tá que lo...! Como un resorte, Píliar salió corriendo hacia el fondo oscuro y volvió con la ramita cruzada entre sus blancos dientes y se paró nervioso, moviendo todo su cuerpo y mirando a su amo, como diciendo: vamos... vamos... Don Francisco tomó la ramita y repitieron el juego infinidad de veces. Y por un rato rieron... —Parece que no lo encuentra, está oscuro en el fondo. —Con el olfato que tienen, no precisan ver, vieja... PÍLIAR, —llamó don Francisco. 128
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Píliar demoró un instante más y volvió corriendo a sentarse a su lado. —Debe estar cansado... —Se ve que enterró la ramita porque tiene tierra en el hocico. El mediodía se acomodó pesadamente sobre todas las casas del barrio obrero. Parecía una ciudad fantasma. Todo quieto. Ni un árbol para sombra, ni para perro. —Deja abierta la de la cocina, a ver si corre un poco de aire y vení a sentarte un poquito a la mesa. —Estaba terminando con esto, así ya dejo la fuente acá. ¿Tomaste la sopa? —Muy rica. ¿Qué le pusiste? —Y… con el puchero y unas verduras, nada más. Como siempre... Toma papas también, tenés que comer. Estás trabajando mucho... —No tengo muchas ganas, debe ser el calor y... RIIIIING... RING RING... —¡Ya va! ¡Pero hay que andar a estas horas en la calle! —¡Don Remigio! —¿Está su esposo, señora? —Sí. Un momento que ya lo llamo... ¿Quiere pasar? —No. Lo espero aquí. —Viejo... está el dueño... Don Francisco se levantó, apoyando sus dos enormes manos sobre el borde de la mesa, mientras la pesada silla se corrió empujada hacia atrás, arrastrándose con un chirrido sobre el piso de baldosas. Por la puerta de la cocina entró Píliar corriendo y se puso a su lado. Lo acompañó hasta la puerta y se sentó a su lado. —Ya pasaron los dos días... Por un instante, que parecía no terminar nunca, se produjo otra vez la tormenta de verano. Don Francisco mascó en silencio su enojo y... 129
—Hoy tengo que entregar unos trabajos que terminé recién. Eso, cobro y se lo llevo. —Y quiero todo junto. Nada de que le doy un poco y después vamos a ver... —Esta tarde tengo que ir al Banco. Me dijeron que hoy me contestaban. —Mi paciencia tiene un límite; y ese límite es mañana de mañana... ¡MAÑANA! —gritó, y se dio media vuelta. Un gruñido prolongado, hizo que don Francisco notara la presencia de su perro que se había parado a su lado y parecía dispuesto a abalanzarse… —PÍLIAR, —le gritó, al tiempo que lo contenía. Ambos miraban con odio la figura flaca que iba atravesando el blanco pavimento... Píliar no olvida... —Viejo... ¿se fue? —¡Pero qué viejo roñoso! Siempre con el mismo saco azul de lana, con este calor. —Dale... vení a comer una fruta. Se sentó. Empezó a pelar una manzana mirándose en el ovalado espejo del viejo mueble que tenía enfrente. Dos miradas iguales se encontraron y no quisieron verse. Dos ojos, como dos signos de interrogación, querían treparse por el borde de la mesa. Don Francisco le dio una pequeña cáscara de manzana, que comió sin dejar de mirarlo. —¡Vieja! ¿Por qué no le das uno de esos huesos al perro que me parece que está con hambre? —PÍLIAR, —lo llamó doña Soledad desde la cocina— toma... Tomó el enorme hueso redondeado y corrió hacia el fondo... a enterrarlo. 130
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La mañana se inició igual que todas las otras, clara, serena, el aire quieto. Don Francisco madrugó como todos los días pero ya se levantó pensando que este, en particular, iba a ser un día muy especial. Abrió la puerta de la cocina y le extrañó que el perro no viniera a saludarlo. Estiró los brazos hacia el cielo, desperezándose y, resignado, se dirigió a la puerta del viejo galpón. Allá al costado, al fondo, estaba Píliar terminando de enterrar y de correr con su hocico los últimos montoncitos de tierra, sobre un trozo de lana azul... “Siempre enterrando cosas”, pensó don Francisco.
FIN DE DON REMIGIO
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—¿Son bravos los lunes, eh? ¿Fuiste al estadio anoche? —¿De qué estadio me hablás? Para lo que hay que ver... No sé ni como salieron… —Empatados otra vez. Parece que se pusieran de acuerdo. No voy más al fútbol. —Siempre decimos lo mismo, y después... —Qué le vas a hacer... ¿Querés que me quede a ver televisión? Es otro desastre. Siempre las mismas cosas. ¿Te dormiste hoy, eh? —Si. Pasé mal la noche. —En fija, algo que comiste… —No sé, tuve unos sueños tan raros, y el sábado también. ¿El jefe no vino? —No. No creo que venga. El viernes dijo que se tenía que hacer un examen, pero para mí que anda de pesca. Vení, vamos a tomar un café que la semana es larga. ¡Gorda!, pedime dos cafés. Que los traigan a la oficina del jefe que vamos a estar de reunión. … —Sí, el sábado sí. Estuvimos de comilona; vinieron unos primos de Salto y trajeron un vinito que estaba de novela. Pasamos una noche bárbara. Estuvimos como hasta las cuatro de la mañana... y meta cuentos y vino y cantarola… —¡Y después no querés soñar! —Pero no te imaginas qué sueño tan raro. Me desperté el domingo como a las diez de la mañana, con una transpiración… 133
—Es que esos vinos a veces son cabezones. —No, no me sentía mareado ni con dolor de cabeza y además recordaba el sueño tan claramente que desperté a mi mujer y se lo conté, te podés imaginar las cosas que me dijo… —También vos... —Lo que pasa es que había sido tan real… y tan distinto, que no pude evitarlo. —Yo, cuando como salame de noche, tengo cada pesadilla que me doy vueltas en la cama... ¡Ah!... aquí viene el café… Déjalo acá Obdulio… Una vez, me acuerdo que iba en un avión y se moría el piloto y entonces yo tenía que manejarlo y empezaba a caer y a caer hacia el centro de un volcán y me desesperaba y tocaba todas las palancas y no había caso, seguía derecho hasta entrar en la lava hirviendo y sentía que me quemaba… —¿Y? ... —¡Y! Era el salame... no te digo… ¡Qué ardor de estómago! —No, pero el mío no era así. Además, anoche se me repitieron las escenas... y las mismas gentes... y anoche no había comido nada. Ni tomado vino… Pero ahora que lo pienso… no se repitieron, las mismas situaciones… Era como si hubiera continuado lo del sábado... —Che loco, te lo estás tomando en serio. Toma el café que se te enfría y contame un poco. ¡Gorda!... no pases más llamadas que estamos de balance... Bueno… dale... —Mirá... el sábado... yo estaba como en el aire... —No te dije que ese vino es cabezón… —Yo sé que es raro, pero dejame que te cuente... Estaba en el aire pero no como flotando. Parecía que no tenía cuerpo y no me veía ma134
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nos ni nada. Era como si mi pensamiento... fuera parte de ese espacio infinito en el que vagaba… —¡Lindo pedo, eh! —¿Viste esas películas del espacio...? Igualito... Un silencio absoluto y se veían estrellas por todos lados. Más grandes, más chicas, más luminosas... De repente, me pareció que me estaba acercando a una de ellas… o a un planeta o... o yo qué sé... No sentía aire ni nada y me parece que no respiraba. Me desplazaba con una suavidad que me hacía sentir bien. Poco a poco me fui acercando y se empezaron a distinguir formas... como continentes y luego más y más detalles, mares, montes... —Y aterrizaste... —Seguí acercándome y empecé a distinguir claramente una columna de soldados que avanzaba con sus escudos y sus lanzas y estandartes multicolores, hacia un desfiladero donde acechaban emboscadas, otras gentes con túnicas largas y armas parecidas a rifles. Sin pensar cuáles serían los buenos y los malos en aquella lucha, me decidí a avisarles de alguna manera a los que venían caminando que parecían estar en desventaja. A pesar de todos los esfuerzos que hice por gritar ni un sonido me salió de la garganta pero me deben haber visto porque todos dejaron de caminar; quedaron un rato boquiabiertos mirando hacia arriba, donde yo estaba, como colgado en el aire. Algunos salieron corriendo y otros se hincaron y llevaban su frente hasta el suelo, con los brazos estirados hacia adelante. —Como hacen los árabes… —Exacto. Como adorando a un Dios... —¿Y quién ganó? —No sé, porque del sábado no recuerdo nada más; sólo que me desperté, se lo conté a mi señora… 135
Y se puso loca de contenta porque la despertaste... —Tenés que ver qué claro que se veía todo. ¡Qué real! —Ya veo. Anoche para averiguar cómo seguía la historieta, soñaste de nuevo con lo mismo... —En realidad, cuando me acosté ni me acordaba del asunto. Estuve leyendo el diario, escuché un rato el partido, me aburrió y me dormí... —Y empezaste a soñar; hiciste el viajecito por el espacio llegaste al planeta desconocido y los de túnica habían achurado a los soldados mientras te hacían reverencias. —No sé lo que pasó porque cuando soñé anoche creo que llegué la ciudad de los soldados. Era de mañana y se veía una gran agitación en toda la gente. Había grupos en todos lados y sin ser visto me acerqué a uno de ellos; no tuve que hacer ningún esfuerzo para que no me vieran. Estaba ahí, al lado de esa gente y no me veían. Otra cosa extraña, a pesar de que hablaban un idioma totalmente nuevo para mí, entendía todo lo que decían. “Es un milagro”, dijo uno de los soldados que estaba rodeado por un grupo grande de personas que lo escuchaban con mucha atención... “Y todos Io vimos cuando íbamos caminando por el sendero alto. De repente, como bajando del cielo, vimos unos ojos grandes y como una túnica blanca que se desvanecía en el aire. Movió sus brazos como indicándonos el peligro. Al principio no salíamos de nuestro asombro. Unos corrieron asustados y otros nos inclinamos ante el Señor y comprendimos su señal... Él nos salvó del ataque de los Kretoas.” En todas partes, se hablaba de lo mismo. Del... “milagro... del Señor...” —Ché Zapicán... ¿estás seguro que no estuviste leyendo las revistas de los pibes, antes de acostarte? ¡Qué imaginación! 136
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—Yo sé que parece de locos pero hoy me desperté con un cansancio... Nunca había tenido un sueño tan real, tan nítido. Es como si hubiera viajado a otro lugar... Vamos a pedir otro café… así no te dormís. La verdad que está interesante el asunto pero esta noche, por las dudas, tomate un calmante, no sea cosa que te secuestren los árabes... Zapicán miró a su compañero con una sonrisa de compromiso y se dirigió a su escritorio a iniciar las tareas de la semana. Se sentó, tomó una hoja en blanco, un lápiz y escribió, sin pensar... Kretoas… ... —Rafael, vení. Traeme el Atlas, un momentito... Y dale que está la comida servida. —¿Ahora te vas a poner a estudiar geografía, viejo? ¿O es que vas a hacer un viaje? —Es como si ya lo hubiera hecho pero no tengo ni idea de dónde pueden ser esos lugares que soñé. De repente ni existen... Ni en los noticieros... —Comé poco Zapi que después esos sueños no te dejan tranquilo. ¿Anoche te levantaste al baño? Yo me desperté y te habías levantado… Estuviste un rato largo el baño. ¿Te sentías mal? —No… no me acuerdo. —Me parece que estás medio sonámbulo... —Aquí está el Atlas papá. ¿Me vas a tomar la lección? —¿Vos alguna vez sentiste... Kretoas… o algo parecido? —¿Kretoas? ¿Qué es? ¿Un río... una montaña? —No. Un pueblo… o una tribu... —Pero eso tendrías que verlo en un libro de Historia o en el diccionario. —Tenés razón. ¿A vos no te suena, Graciela? 137
—A mí no, papá. ¿No tendrá algo que ver con la isla de Creta? —No, una isla no es. Estoy seguro. Además, lo extraño es que, los que yo ayudé, parecen soldados romanos... con escudos y lanzas. —¿Qué tiene de raro? —Que los Kretoas tienen rifles automáticos... —Bueno. Vamos que se enfría la comida. Después seguimos con la Historia. Podrías hacer libretos para televisión. De repente, te hacés millonario con esos cuentos... Zapicán quedó pensativo mientras la cena se desarrollaba como tantas otras. Comieron la fruta; tomaron un té... y cada cual a su cama... tempranito. Imágenes de los sueños pasados se dibujaron en los párpados semicerrados de Zapicán hasta que, sin saber bien en qué momento, se durmió. —Y... ¿cómo dormiste anoche, viejo? —…Tengo miedo hasta de contarte. Otra vez lo mismo... Y estoy tan cansado como si hubiera estado en ese monte, caminando y hablando. —¡Ah, no! Esta noche te doy un calmante. Esa historia no termina más. ¿Qué soñaste anoche? —Desde que me acuerdo… estaba amaneciendo... sí, estaba amaneciendo. Creo que iba caminando por un monte o una montaña toda de piedras, casi sin vegetación. A lo lejos se veía una ciudad de casas todas blancas. Como si estuvieras en el Cerro de Montevideo mirando hacia la Ciudad Vieja y en el medio, una bahía con unos barcos, de aquellos antiguos, con un montón de remos… Lo veo clarito… —Viejo, no te demores que se hace tarde. —Ya va, ya va. Dame otro mate que te sigo contando... Yo iba bajando lentamente, mientras un viento suave y fresco agitaba mi túnica blanca, larga hasta los tobillos. Mis pies descalzos pisaban las piedras aún frescas por el rocío de la noche… 138
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—¡Qué poético! Dale levantate y anda a bañarte que vas a llegar tarde... Toma la toalla y cuando te levantes de noche, ponete las pantuflas, que si no, arruinas todas las sábanas con los pies sucios... Al entrar al baño Zapicán se miró las plantas de los pies y un escalofrío le hizo cerrar la puerta rápidamente. Sus pies estaban hinchados, rojos y tenía pequeños cortes, como si hubiera estado caminando sobre piedras... Sin decir palabra de esto a su mujer, Zapicán salió para la oficina, disimulando el dolor que le producían los zapatos. Al llegar, se sentó en su escritorio y se quitó los mocasines, que eran los más cómodos que tenía. Su amigo, se sentó enfrente, como lo hacía habitualmente. —¿Qué tal? ¿Cómo andás? —¿Por qué me preguntás? —¡No te pongas así! Te vi mala cara... y ... —Perdóname... Ahora estoy seguro que es algo importante... —¡Ché! Qué cara de preocupación. ¿Otra vez con los sueños? Zapicán contó todo lo que había dicho a su señora esa mañana, el asunto de los pies y continuó... —... y de repente me encuentro con un campamento de soldados que habían estado haciendo guardia en el monte. Cuando me vieron, sus rostros cambiaron de expresión, quedaron pálidos; unos se inclinaron y empezaron las reverencias… “Es Él, Nuestro Salvador”, balbuceó uno de ellos. “Él fue quien salvó a nuestras tropas de los Kretoas” —Lentamente me acerqué a ellos y sentándome en una roca les dirigí la palabra. Ellos eran unos doce. Las palabras que salían de mi boca, no eran mías— “No habéis sido elegidos sólo para acompañarme sino para predicar por el pue139
blo, la forma de vencer a los Kretoas. Id y predicad por todas partes mis enseñanzas. Usad el poder que os he dado; enseñad a usar rifles y cañones; que la pólvora no sea malgastada; que las técnicas del secuestro y el terrorismo sean aprendidas a la perfección. No olvidéis que del éxito de esta gestión depende nuestra victoria frente a los Kretoas. Esa, es Mi Palabra” —dije—. “Vosotros sois mis discípulos y seréis portadores de mis sabias enseñanzas para el pueblo oprimido de Cantan. Ahora debo partir pero volveré para el triunfo”. Levantando todos su brazo derecho, gritaron al unísono: “Por el triunfo”... —Otra vez hablando de fútbol —interrumpió el jefe de la sección donde trabajaba Zapicán. —No, qué fútbol, ni fútbol… —¿Cómo anduvieron las cosas ayer, muchachos? —Y… todo tranquilo. En enero no pasa nada. —¿Se notó la ausencia? —Para lo que haces… —Bueno, bueno, un poco de respeto con el superior... Pedite tres cafés y vengan para la oficina que vamos a charlar un rato... Zapicán se calzó con dificultad los mocasines, se incorporó y fueron los tres para la oficina. —¡Gorda! ... tres cafés... y no pases llamadas... ¡Por el triunfo!... Ja... ... La mañana transcurrió lenta y se fue desparramando burocráticamente sobre los mismos temas de siempre. A media mañana ya había decidido que esa tarde se iba a hacer una buena siestita, cosa que no hacía nunca. Tenía que descansar. Se sentía agotado y sólo el café lo mantenía más o menos despierto. 140
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—Y si en la siesta le pasaba lo mismo? No. No podía ser. Se estaba obsesionando con el maldito asunto de los Kretoas... Se acordó que en el octavo trabajaba un muchacho que estudiaba parapsicología o algo parecido y decidió ir a charlar con él, parecía un tipo bastante bien y que se tomaba las cosas en serio… —¿Y entonces qué opinas Ramírez? —Mira... Freud dice que el sueño expresa, casi siempre bajo el disfraz de símbolos, deseos que la coacción social de la vida, impide que se manifieste libremente. —¿Y vos pensás que esto es algún deseo reprimido? Pero no hay nadie conocido en los sueños... y yo nunca quise organizar una guerrilla ni nada por el estilo... —No sabes… —Si nunca me metí en esas cosas. ¿Y las heridas en los pies? ¿Y el cansancio? —El cansancio es fácilmente explicable pero los pies, quizás al levantarte de noche te pegaste en algún mueble... —Entiendo que esto sea difícil de explicar pero es como si me trasladara... a otro mundo, con nombres distintos, con idioma distinto... —¿Qué idioma hablan? —No lo sé. Nunca lo había escuchado y sin embargo lo entiendo... y lo hablo. Además parece que cada vez que voy... digo... que sueño, las cosas se hacen más reales, más tangibles... participo más y más tiempo del sueño. La última vez estuve horas hablando. —Bueno, la concepción del tiempo en esos estados, es bastante relativa. Lo que para vos puede haber representado horas, en el sueño puede haber sido una fracción de segundo. 141
Zapicán quedó pensativo, se sentó; se quitó un zapato y la media y le mostró el pie a su compañero. —¿A vos te parece que esto me lo puedo haber hecho en un ratito que me haya levantado? La cara de Ramírez no disimuló la sorpresa al ver las lastimaduras y la inflamación de aquel pie. Pensó un rato; se tomó el mentón mientras con la otra se cubría ambos ojos. —Únicamente… que... la telergia es... —¿La queeé? —No, no. Eso es rarísimo. Tiene que haber otra explicación. —Decime. ¿Qué puede ser? —Ha habido muy pocos casos comprobados pero ciertos sujetos pueden extraer de su organismo una sustancia desconocida, sometida a la mente subconsciente, que tiene la particularidad de imitar las formas de la vida y de la materia y de realizar una extensa variedad de actividades mecánicas, físicas o químicas. —¿Querés decir que mientras duermo, se puede formar... otra persona? ¿Y que puede salir de mi cuerpo y hacer cualquier cosa por ahí y después volver? —Bueno... en forma bastante sencilla esa es la idea pero no te lo tomes al pie de la letra. Ese es un problema bastante complejo y las comprobaciones, muy difíciles. Lo más probable es que ese sueño se deba a alguna preocupación pasajera y mañana se resuelvan todas estas angustias. Tomate algún calmante esta noche... y quedate tranquilo. —¿Telergia dijiste? —No pienses. Haceme caso. Hay gente que sufre de jaquecas cuando aprenden el significado de la palabra. Olvidate y mañana me contás. —Gracias, Ramírez. 142
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Volvió a calzarse lentamente y se fue rengueando por los amplios corredores. Lo primero que hizo cuando llegó a su casa, fue consultar el diccionario enciclopédico. —Tea... Tec, Tec, Tej... Teji...Tel... ¡Telergia!, aquí está. Pensé que el flaco Ramírez me había jodido... “Diversidad de los efectos energéticos. Reunimos con el nombre de telergia (tele: lejos; ergon: acción, obra) los fenómenos en los cuales, el fluido psíquico o su fuerza asociada, realizan más o menos visiblemente, una acción exterior sobre los objetos materiales... una acción exterior...” Varias veces leyó aquella definición pero no lo satisfacía. Comió apenas y tal como lo había planeado, se decidió a dormir la siesta. —Nosotros nos vamos a la playa así descansas mejor. ¿Querés un té? —No. Vayan, vayan que está lindísimo el día. Si me despierto temprano los voy a buscar. —Chau papi. —Chau, chau. Todo quedó en silencio. El cuarto a oscuras y Zapicán da las últimas pitadas.... Duerme... Tranquilamente... De repente, como un humo blanco, luminoso, empieza a salir de su boca; de sus ojos cerrados, de sus axilas, de su ombligo… Todas esas pequeñas columnas de humo, se van juntando en una sola que se va esfumando cerca del techo. ... —No penséis que he venido a traer a la tierra la paz. No he venido a traer esa paz sino la guerra. He venido a separar al hijo de su padre y a la hija de su madre y al yerno de su suegra. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su arma 143
y me sigue, no es digno de mí. Escrito está que hoy debemos decidir el destino de Catán. Mañana atacaremos y destruiremos para siempre, por los siglos de los siglos, la ciudad de los Kretoas. Habéis aprendido el manejo de las armas y con mi conducción y sabiduría, perteneceréis a la raza elegida de la tierra. Cada uno de mis discípulos, dirigirá un ejército. Acercaos... Subid compañeros... Pueblo de Catán... Elevad vuestros puños... ¡Por el triunfo! —¡POR EL TRIUNFO! —gritaron todos los que estaban reunidos en las enormes cuevas, alumbradas con antorchas. Sin saber bien de donde, estrepitosas ráfagas de ametralladoras, cruzaron el aire, sembrando la muerte dentro del espacio enorme, transformado en infierno. La sorpresa anuló toda reacción de los Cátanos que fueron hechos prisioneros. Su líder, con su larga túnica blanca y sus pies descalzos, fue llevado en un rústico carro a través de terrenos montañosos hasta llegar a la ciudad de Kretos… —“Por traición al Poder Central, este Tribunal sentencia al acusado a la pena máxima”. ¡Ejecutadle! —gritaban centenares de Kretoas, reunidos en la plaza, aunque algunos se lavaban las manos. “—Será fusilado mañana al mediodía...” Dos guardias armados, escoltaron al procesado hasta un solitario calabozo donde lo tiraron escaleras abajo... ... Zapicán, tirado a un lado de la cama, despertó. Tenía todo el cuerpo magullado y se sentía terriblemente mal. Fue hasta el baño a darse una ducha bien fría. El calor era insoportable. A medida que iba reaccio144
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nando con el agua se fue dando cuenta de su situación. No podía volver ahí. ¡Lo iban a matar! “No debo dormirme, —pensaba. —Tengo que mantenerme despierto esta noche. La noche equivale al mediodía allá... Si no me encuentran en el calabozo van a pensar que me escapé... No voy a decir nada en casa porque ya veo que van a pensar que estoy loco... Me quedo mirando televisión hasta tarde y listo...” —¡Viejo! ¡Zapi! Ya llegamos... —Acá estoy... en el baño... ¿Estaba linda la playa? —Divina... pero mucha gente. ¿Dormiste bien? —Si... fenómeno... —No seques el baño que me voy a dar una ducha... ¿Oíste? —Sí, sí. Ya salgo... Zapicán se vistió y se arregló lo mejor posible para que no se notaran los moretones que tenía en todo el cuerpo y salió del baño. Eran las siete de la tarde. Dentro de cinco horas... —¿Porqué no te pusiste algo más fresco? ¡De camisa de manga larga, con este calor! —Estoy bien... ¿Y los niños? —Quedaron con los de acá al lado. ¡Estaba tan linda la playa! Esta es la hora mejor... y no queda tanta gente. ¿Querés tomar algo? —Bueno... no... ahora cuando salgas del baño, tomamos unos mates. Voy hasta la esquina a comprar el diario. Zapicán salió y una sola idea monopolizaba su cerebro: no debía dormir esta noche. Llegó a la esquina, tomó el diario de la ventana del bar y cuando iba a dejar las monedas, lo llamaron desde adentro. —Vení vasco... tomate una. —¡Adiós, García! ¿Cómo andas? 145
—Bien. Macanudo... ¿Y vos? Ya veo, haciendo vida de hogar... ¿Qué tomás? —No... yo... bueno, un café. Un café bien cargado, gallego. Vení, vamos a sentarnos un rato que tengo un cansancio... —Che, hace tiempazo que no venís por el café. —Y... no sé... te vas quedando, quedando... —¿Por qué no te venís al estadio con nosotros? Ahora viene el zapatero y el Chumbo y vamos todos juntos. Zapicán pensó un momento y le pareció una buena idea lo del estadio. Ahí no podía pasar nada. No se iba a dormir… —Tenés razón. Hace tanto que no voy al Centenario. Vos sabes que no sé ni quien juega hoy... —Dale que la Liguilla está que arde. Hoy se van a sacar chispas. Va a ser una noche bárbara. Dale, anímate y vamos temprano que se va a tupir. —Espérame que voy hasta casa, le aviso a mi mujer y vengo. A los quince minutos estaba de vuelta en el bar... —Viste como le dieron permiso, —dijo un morocho grandote que recién había llegado. —Adiós, Chumbo; ¡tanto tiempo! —¿Cómo andas, vasco? Che, la flaca te está dejando en la ruina, ¿eh? —Siempre igual, loco. ¿Tus viejos? —Todos bien. Dale vamos que así no tenemos que dejar el auto muy lejos. Chau, gallego… La Olímpica ya estaba llena cuando llegaron. Todavía no había terminado la reserva y a pesar de todo, se instalaron bastante bien. Zapicán había calculado que si empezaba a las nueve y media... el segundo tiempo... a las diez y media... terminaba once y cuarto... mientras sa146
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lían y tomaban algo... no iba a tener problemas... no se iba a dormir... ¿Qué pasará cuando entren al calabozo y no me encuentren? —GOOOOOOLLL —¿Te diste cuenta? La defensa dormida como siempre. Parece que estuvieran en otro mundo. Estos comentarios hicieron reaccionar a Zapicán que abrió los ojos desmesuradamente. —Café, café... calentito café. —Pst, pst... cuatro. El final del primer tiempo aplacó los ánimos y activó a los vendedores. Los más variados comentarios zumbaban alrededor de Zapicán como moscas alrededor de una fiambrera. —Sí, fue un offside más grande que el estadio... —Son los jueces los que arruinan todos los partidos. —Pero siempre se llena... —Sí... pero si no es por el golero... —Yo no sé cómo llegan a la Liguilla... —Mira con qué mina se vino el cara de nabo ese... —Ahí salen del túnel. Nuevos gritos; luces que se encienden; movimiento general; ordenadamente vuelven todos a sus lugares. Zapicán mira el reloj; diez y media pasadas... empezó... gruesas gotas de transpiración corren por su frente... se desabrocha la camisa... le vienen ganas de orinar... —GOOOOOLLL... —Estaba visto... —Empiezan a cuidar el tanto... —Ahora puede ser que se anime un poco. —Che, Zapicán... ¡Hey!... ¿en qué estás pensando? 147
—Nada... en nada... ¿Tenés un cigarrillo? —Sí, toma. ¿Qué te pasa? Estás pálido… —Los chorizos me deben haber caído mal. Pero no es nada. Quédate tranquilo. ¡Qué calor que hace! De repente es por el calor... “Once y cinco…” —Estos no se hacen un gol más ni aunque jueguen un año. —Y, les dan manija por la radio y los diarios... El calor se hace insoportable; la vista se le nubla y mira constantemente el reloj... “Ya falta poco” —piensa—. “Tengo que aguantar”. Su vista está fija en los focos de la América... Es como la luz del sol que entra por la ventanita del calabozo... Las luces se apagan... Se ve todo borroso... —Vamos. Zapicán se incorpora, como un autómata y empieza a descender las escaleras... ¿o a subir? Un murmullo confuso le llega de las gentes que lo rodean... ¿No viste a Zapicán? —Venía bajando la escalera y de repente lo perdí de vista, como si se hubiera esfumado… —Dale, vamos para el auto que en fija que va para allá. —¿No lo notaste medio raro? —Sí... como ido. A él no le gusta mucho el fútbol. —Y vámonos... se habrá ido... no es ningún chiquilín. —¿No le habrá pasado algo? Yo lo noté... como asustado. Vení, vamos a dar una vuelta, por las dudas. El sonido de una sirena, les hizo apurar el paso. 148
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—Es en el polígono de tiro, —dijo uno de los que corrían—. Hubo un accidente. Afuera, la gente se agolpaba. Corrieron y llegaron al lugar, en el momento en que bajaban la camilla de la ambulancia. A empujones se abrieron paso entre todos los que querían ver. El Chumbo fue el primero en llegar... Tirado junto al paredón, en medio de un inmenso charco de sangre, yacía Zapicán con una herida de bala en la frente y dos en el pecho...
FIN DEL VIAJERO
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CONCIERTO DE TANGO
El siguiente es un poema sinfónico. Es la parte vocal de un concierto ciudadano para el que se han utilizado fragmentos de temas de autores conocidos de la música del Río de la Plata. Cada fragmento está individualizado con un número. Estas llamadas, se encuentran aclaradas todas juntas al final de la obra, con el programa de temas y autores citados. Se recomienda al lector, para una mejor comprensión del poema, NO ATENDER LAS LLAMADAS HASTA FINALIZADO EL ESPECTÁCULO.
(Se abre el telón) Las sombras ya empezaron a trepar, a las ancianas paredes de la Ciudad Vieja, Que de día se olvida de sus quejas, mientras el sol lo invade todo, pertinaz con su luz clara, enganchándose a las rejas. Gentes extrañas tropiezan en sus calles, seres que ignoran sus muros centenarios, y sigue el baile del día hasta la tarde, cuando se va la luz del escenario.
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Mutis de ómnibus y piernas apuradas, de gritos, de bocinas, de carreras, y un vaho lento se viene de la tierra, bajo adoquines gastados por la espera. Consciente del dolor que le ha tocado, abre sus ventanas sin reproches, y las vergüenzas que escondió de día, las muestra orgullosas en la noche. Es que el tango es una planta; una planta musical, que florece en vez de rosas, el alma del arrabal. (1) Los actores cambiaron, ya no tienen apuro y forman parte misma del nuevo decorado; si parece que el tiempo retrocedió un momento, a recordar lo lindo que había en el pasado. Hasta la vieja reja recobra su prestancia sobre la tenue luz que viene desde adentro, y recorta una silueta que en el mate, busca aclarar lejanos pensamientos. De cuando una viola tocaba de prima y otras la cuarteaban dando a la bordona y un ramo de taitas era cada esquina y la vida era linda y guapetona. (2) 152
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Débiles candiles, apenas si pueden por los postigos rotos, colarse hacia afuera y la luz que viene desde el primer piso desmaya su fuerza en la larga escalera. Solo los boliches, muestran generosos, vidrieras de curdas, minas y veletas, tubos de neón, de color y grasa, tartamudeando palabras que están incompletas. Qué triste palidez tienen tus luces, tus letreros sueñan cruces, tus afiches, carcajadas de cartón. (3) Un niño llega con su cajón de lustrabotas; su cara nos cuenta que tiene ocho años. Está muy cansado de llevar las cosas, se sienta en el blanco y desgastado mármol. Conoce el trabajo como un experto, maneja el cepillo, lustra sin tocarlo, también es perito cuando hay que dar vuelto, aunque se “demora” siempre en encontrarlo. Ya sabe de broncas con otros colegas; él respeta a todos; él nunca la empieza y sabe que en la casa no sobra la guita y no gasta nada en cosas “como esas”.
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Él está orgulloso con su gran tarea, porque le enseñaron lo que es la grandeza, la dignidad, el honor, la lucha, las quejas, compartir humilde la pequeña mesa. Se le pasa el tiempo, sentado en el suelo, no ve que ya es tarde, que tiene que entrar; saca una bolita de un largo bolsillo, se olvida que es hombre y se pone a jugar. Y pensar que en mi niñez tanto ambicioné, y al soñar forjé tanta ilusión. (4) Debajo de un chal que en un tiempo fue blanco, una anciana encorvada, aparece allá enfrente; va a comprar lo justo de tanto y de cuanto, Mañana... mañana Dios dirá, dice siempre. Con pasos apagados elegirá la esquina donde se mezclan luces de luna y almacén. (5) Dan vuelta la esquina, dos rostros cansados, casi sin hablarse, firmes, decididos, recorren la cuadra por el empedrado conociendo todo de aquel recorrido. 154
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Uno peina canas; más joven su amigo, parece que ríen, con cierto dolor, sus pasos demuestran un claro destino, destino inevitable de aquel mostrador. Barrio... Barrio pobre estoy contigo Vengo... a cantarte viejo amigo. (6) La esquina redonda de tanto darle vueltas, desparrama luces por sus cuatro puertas; un curda se asoma apoyado a una de ellas y canta tristezas a la noche abierta. En la puerta de un boliche, un bacán encurdelado, recordaba su pasado que una mina lo amuró. (7) Un desfiladero de puertas y balcones que encierran historias que jamás se cuentan no puede guardar sus internas canciones al paso ligero de los que dan vuelta. Una franja clara, cruza la vereda y se anima apenas hasta el pavimento. Sobre ella una sombra se quedó muy quieta, se quedó esperando que llegue el momento. 155
Los hombres se acercan, sienten su mirada que sabe de noches y de los que pasan. En silencio pisan, su sombra tirada y no dice nada, suspira y aguarda. Su pelo de paja le flota en los hombros de un buzo que brilla como una llama y se ajusta en grandes montones redondos y encuentra una corta pollera de lana. La luna es la bruja fulera que raja y el sol una rubia que se suelta el pelo.
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Su meta es un boliche del Mercado del Puerto, un lugar chiquito que maneja “El Tano”. Allí se largan todos a revolver recuerdos, metiéndose en las letras que le dan los tangos. Un boliche como hay tantos, una mesa como hay muchas, un borracho que serrucha su sueño de copetín. (9) Ahí son todos cómplices de un mismo objetivo y el alcohol ayuda a abrir los corazones. Vuelven los pensamientos hacia los tiempos idos y algunas risas huecas traslucen emociones. 156
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Va a comenzar la eterna y triste fiesta de los que viven al ritmo de un gotán. Cuarenta años de vida me encadenan blanca la testa, viejo el corazón. (10) “EI Profe” le dicen, al que peina canas porque es un maestro cantando los tangos; Joaquín es el otro que siempre acompaña pero ni se nota porque es muy callado. Los viernes de noche, es fija que vienen y todos los esperan como a unos hermanos. ¿Que de dónde son, y qué hacen? ¡Qué importa! “Decálo que véngano” —siempre dice el Tano. Y todos le piden por sus preferencias, canta para toda la “barra” contenta; Y canta para él, de sus propias cosas, cosas que lo pintan, sin que se den cuenta. Tenía aquella casa no sé qué suave encanto en la belleza humilde del patio colonial. (11) Joaquín alza su copa y brinda con su amigo. Los aplausos y gritos lo premian al momento pero el “Profe” se queda perdido en el vacío; su premio fue decirlo, sentirlo para adentro. 157
...un manto grato de amistad; tu copa es ésta y la llenaste bebamos juntos viejo amigo...
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Siempre hay un viejo en el rincón aquel que no se une a las risas locas; siempre está solo con las cosas de él siempre están solos... él... la copa... Y esa gana tremenda de llorar que a veces nos inunda el corazón y el trago de licor que obliga a recordar que el alma está en orsai. (13) Se acerca al “Profe”, la petisa rubia, de boquita roja más chica que sus labios, le susurra al oído y le habla de una novia que tuvo el viejo solo, en sus jóvenes años. Le pide que le cante para ver si se alegra pero el “Profe” confiado hay algo que no nota y es que el nombre “secreto” que le dijo aquella, es la tristeza que el viejo ahoga en su copa. Un otoño te fuiste tu nombre era María y nunca supe nada de tu rumbo infeliz. (14) 158
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Al escuchar el nombre, levantó la cabeza, sintió toda la letra hasta que terminó, dejó la copa triste sobre la sucia mesa; con una vieja lágrima al “Profe” agradeció... Vivir sin la esperanza de la mujer querida sentir la herida abierta sangrando el corazón. (15) La boquita se puso más chica y arrugada, sus pestañas se agitaron para borrar el llanto que le dejó aquel viejo que nunca decía nada y se marchó a la noche a recordar su canto. Llorar... ¿Por qué vas a llorar? ¿Acaso no has vivido? ¿Acaso no aprendiste a amar, a sufrir, a esperar y también a callar? (16) Desde la otra punta del mostrador dos dedos temblorosos, pálidos y flacos, levantan una copa más chica que las otras pidiéndole al “Profe” que le dedique un tango, uno “como aquellos” y le entona unas notas...
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Tango como ese del tiempo de antes, medio sencillo medio compadre ... (17) Entró una pareja con vistosas ropas. Un smoking negro con anchas solapas; un tapado corto sobre una piel blanca y una risa loca se extendió en bandadas. Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones, te engrupieron los otarios las amigas, el gavión. (18) ¿Vos creés que alguien se olvida? ¿Lo que fuiste?... ¿lo que sos? ¿No ves que esta nueva vida, No te tapa el camisón? Desde lejos se te manya pelandruna abacanada que naciste en la miseria de un cuartucho de arrabal. Y el pinta que es “de guita” entra inflando las solapas peinadito a la gomina y prendido a la bacana.
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Niño bien, que llevas dos apellidos, y que usas de escritorio el “Petit Bar ...” (20) Pero el boliche piensa, sonriendo para adentro... Vos que sos más estirado que tejido de fiambrera quiera Dios que no te cache la mala racha fulera que si no, como un alambre, te voy a ver enrollar. (21) Y siguen historias, que todos las tienen y el “Profe” les canta y todos piden más y las sabe todas y todas las siente y se siente libre, y se siente en paz. El mismo torbellino nos lleva al mismo puerto; la misma sed de olvido nos une en hermandad. (22) Y el viejo porteño que changa en la Aduana, también tiene motivos para recordar y los viernes viene a tomarse una y a la otra orilla se pone a cantar. 161
No sabés las ganas que tengo de verte y aquí estoy varado sin plata y sin fe quién sabe una noche me encana la muerte y chau Buenos Aires no te vuelvo a ver. (23) Todos lo rodean llevando un consuelo pero hoy el porteño siente un poco más. Esta noche me emborracho bien me mamo bien, mamao, pa’ no pensar. (24) Una más gordita de graciosos rulos, se acerca a la barra y se pone a cantar con una voz grave que sabe de mundos, sueños, ilusiones y de trasnochar. Tal vez, allá en la infancia su voz de alondra tomó ese tono oscuro de callejón; o acaso aquel romance que sólo nombra cuando se pone triste con el alcohol. (25) Y surgen recuerdos de cosas graciosas ¿Te acordás los dichos de la flaca Rosa?
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Tanto me da que sea un pato que si mi novio precisa, empeño hasta la camisa y si eso es poco, el colchón. (26) Y no pasó mucho tiempo que en un rincón de velorio, la oyeron que le decía estas palabras al novio. Como entró a escasear el vento, me diste cada marimba que me dejaste de cama con vistas al hospital. (27) Pasaban las horas y el “Profe” cantaba la historia que dentro rebuscaba tangos. Sus tangos cantaban sus cosas pasadas, de un pasado lerdo de cuarenta años. Nostalgia de las cosas que han pasado arena que la vida se llevó. (28) Se entreveran entonces alcohol y lamentos hilvanándose solos, vagos pensamientos... Si me viera, estoy tan viejo tengo blanca la cabeza, será acaso la tristeza de mi negra soledad. (29) 163
Un aplauso, una copa y de nuevo ya le canta a los viejos momentos. Comprendiste mi amargura y te alejaste sonriendo fue tu lección más profunda, sólo se quiere una vez. (30) Y canta a sus propias culpas castigándose con sus recuerdos... Flores secas que reviven un amor que ya pasó flores secas que despiertan un dolor que se durmió. (31) La noche comienza a invadir las cabezas y extiende su sombra sobre la Ciudad Vieja Bajo tu cielo de raso trasnocha un pedazo de mi corazón.
(32)
La “última” “Profe”, le pide y se aleja el Tano que ya anda por poner la reja. Ya sé no me digas, tenés razón la vida es una herida absurda y es todo, todo tan fugaz que es una curda nada más, mi confesión. 164
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El mostrador quedó limpio de vasos y codos ya a nadie reflejan los sucios espejos sólo queda un poco del humo de todos ecos de figuras y de besos secos. El boliche ha cerrado sus puertas ya no hay risas ni luz ni alegría y en la calle ruinosa y desierta sopla un viento de desolación. (34) El “Profe” y su amigo desandan caminos resuenan sus pasos en la calle angosta... ...y por más que quiera odiarla desecharla y olvidarla la recuerdo más. (35) Dan vuelta a la esquina antes bulliciosa la rubia se ha ido, la luz es difusa y una niebla blanca se pega a las cosas y ensaya su canto con la “bocca chiusa” Y en un zaguán está un galán hablando con su amor. (36) Una última esquina, apresuran su paso ya la sinfonía está por terminar y un último coro se lanza al espacio a buscar el aire para respirar. 165
El último tango perfuma la noche... un tango dulce que dice adiós... (37) Parado más adelante, en la mitad de la cuadra, un gran coche negro blanquea con el rocío de la noche. Al llegar a él, Joaquín abre la puerta de atrás para dejar entrar al “Profe”. Él se sienta adelante, se pone un saco y un sombrero negro. En el asiento posterior, el “Profe” se pone un chaleco, una corbata brillante y el saco gris con raya de tiza. … —Bien Joaquín, vamos. —Sí señor El coche se pone en marcha silenciosamente, atraviesa veloz las calles angostas y sin gente, llega a la rambla y se pierde en la distancia. —Mañana tengo reunión de directorio a las once. Quisiera estar quince minutos antes, Joaquín. —Sí, señor presidente. … … —Joaquín ... —¿Si señor? … —Gracias... FIN DEL CONCIERTO
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Temas y autores citados en "Concierto de tango"
1) El alma del tango, Víctor Pérez Petit 2) Agua Florida, Fernán Silva Valdés 3) Tristezas de la calle Corrientes, Homero Espósito 4) Desencanto, Enrique Santos Discépolo 5) El último organito, Homero Manzi 6) Barrio pobre, Francisco García Giménez 7) Ivette, Pascual Contursi 8) Gorriones, Celedonio Flores 9) Un boliche, Tito Cabano 10) Acquaforte, Marambio Catan 11) Marioneta, Armando Tagini 12) Por la vuelta, Enrique Cadícamo 13) Che bandoneón, Homero Manzi 14) María, Cátulo Castillo 15) Pobre corazón mío, Pascual Contursi 16) Percal, Homero Espósito 17) Sencillo y compadre, Carlos Bahr 18) Mano a mano, Celedonio Flores 19) Margot, Celedonio Flores 20) Niño bien, Roberto Fontaina y Víctor Soliño 21) Mala entraña, Celedonio Flores 22) Yo también como tú, Diego Larriera 23) Anclao en París, Enrique Cadícamo 24) Esta noche me emborracho, Enrique Santos Discépolo 25) Malena, Homero Manzi 26) Mama, yo quiero un novio, Roberto Fontaina 27) Lloró como una mujer, Celedonio Flores 28) Sur, Homero Manzi 29) Amurado, José de Grandis 30) Sólo se quiere una vez, F. Frollo 31) Flores secas, Juan Carlos Patrón 32) Tinta roja, Cátulo Castillo 33) La última curda, Cátulo Castillo 34) Adiós mi barrio, Víctor Soliño 35) Garúa, Enrique Cadícamo 36) Silbando, José González Castillo 37) A bailar, Homero Espósito.
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VIAJE AL MUY ACÁ
Extraños son los caminos de la Ciencia Ficción Muchos años habían esperado Stephen Carmody (alias Steve) y Joseph Mac Nelly (alias Ted)1, dos jóvenes estudiantes de Química Nuclear de un instituto privado de California, la llegada de este día que resultaría decisivo en sus vidas. En el pequeño laboratorio instalado en el subsuelo de la casa de Ted, donde antes había una mesa de billar, la actividad es enorme. En un costado del lugar, varias jaulas apiladas de a tres, se elevan hasta el techo como un rascacielo de Nueva York, con sus ratas blancas asomando despreocupadamente cada tanto, a otear el horizonte conocido. Más allá, dos estantes repletos de libros de Física, de Química, de Matemáticas, Atlas, y revistas de Play Boy en desuso, rematan en una puerta que pronto cerrarán, antes de empezar viaje jamás emprendido por el Hombre, una aventura que escapa a la imaginación más audaz y más ridícula, un viaje que el Hombre ha olvidado en sus desenfrenados desvaríos de grandeza. (Sigo con la descripción del salón.) Frente a las ratas blancas, una multitud de negros aparatos, entremezclan sus rizados cables. 1 Nunca nadie se explicó porqué le decían Ted. 169
Al influjo del índice de Steve, uno tras otro, se van levantando interruptores que a la vez accionan pequeñas luces de color sobre las opacas caras de las computadoras, mientras va cotejando resultados de los indicadores digitales con un voluminoso cuaderno de notas. En este cuaderno están estampadas sus esperanzas, años y años de estudio, de investigación, de paciencia, de alegrías y sinsabores, de anhelos compartidos, de brillantes descubrimientos y manchas de café. (Otra vez me fui por las ramas. Vuelvo al salón.) Ubicada en el centro, y es seguramente la vedette de este experimento, una máquina enorme para las dimensiones del lugar, se adueña de la escena. En este momento, Ted está revisando lo que parece ser su centro vital. Es como la punta de una máquina de rayos X, apoyada sobre rieles y que le permite dirigirse hacia arriba o hacia abajo, (como una máquina de rayos X). En la pared hacia donde apunta el rayo, no hay nada excepto una plataforma grande que sube y baja coordinada con el sentido del foco y que va de lado a lado de la pared (como en las salas de rayos...). (¡Un momento!... ¿Estos dos no habrán “inventado” la máquina de rayos X?) —¿Dijiste algo, Steve? —No —dijo Steve, que no era muy expresivo y continuó con sus llavecitas. Esta cualidad le había traído muchos problemas en los orales. —Estamos cerca del gran momento. Por mi parte, está todo pronto. No puedo imaginarme lo que dirían mis padres si supieran realmente el experimento en que nos vamos a meter ahora. Ellos piensan que estamos haciendo una máquina de rayos X... ¿Terminaste con la revisión de la computadora? 170
VIAJE AL MUY ACÁ | Germán Balparda
—Sí —contestó Steve. (Como veo que de la conversación de estos dos personajes, no van a quedar las cosas muy claras para el lector, paso a explicarles lo que yo entendí, un día que leí el cuaderno que habían dejado en el escritorio). Todo empezó en la clase de Química. El Profesor hablaba de que la molécula no es compacta y que es como un universo de partículas más pequeñas llamadas átomos y que según el tipo de moléculas... y las macromoléculas... y ... resulta que cuando el Profesor dijo: “El átomo es como un microcosmos2 similar a un sol alrededor del cual giran los planetas”, parece que a Ted le empezó a orbitar la cabeza una idea disparatada que comentó con Steve. Este lo escuchó como se escuchan los conciertos de oboe pero a medida que entraban en materia, se empezaron a interesar más y más en el problema. ¿Cómo se podría llegar a esos mundos? Se prometieron no hablar a nadie más del asunto y comenzaron a profundizar el tema. Superadas las posibilidades de observación con el microscopio electrónico, decidieron instalar su propio laboratorio. Eligieron, como dije, el subsuelo de la casa de Ted y con la venta de la mesa de billar, las botellas vacías de whisky y la colección del Reader´s, compraron las primeras cosas para empezar a desarrollar las ideas que tenían. Las desilusiones fueron muchas al principio, pero el entusiasmo de Ted era tal que hasta dejó de ver The untouchables3.
2 Atención: No tiene nada que ver con un ómnibus del espacio, ni con un equipo de baby-fútbol. (Del griego: Kosmos= universo, o sea pequeño universo) 3 Los Intocables. Sí, allá también la están dando. 171
A medida que progresaban en sus clases y en sus estudios, progresaban en sus experimentos. Los adelantos más grandes llegaron con las teorías de Einstein por las cuales... decía... “la materia es de por sí convertible en energía” y el principio de equivalencia entre masa de materia y energía. Energía = masa x velocidad de la luz2 Nuevamente las dificultades para tratar de llegar a la ansiada meta que un día Ted había soñado. Hubo que comprar cada vez más y más caros elementos pero como le dieron una beca y el padre de Steve era millonario, no hubo problemas económicos. Y llegó el primer éxito. Lograron reducir un juguete de madera, aunque se les quemó todo y no pudieron sacar muchas conclusiones. —Parece más difícil que reducir el déficit fiscal —comentó Ted desilusionado; pero siguieron luchando. Había que evitar la gran cantidad de energía liberada al transformarse la materia, porque estarían creando nada más ni nada menos que una bomba atómica (un gramo de materia destruida daría 25 millones de kilovatios-hora de energía)4. Pero el asunto, no era destruirla sino transformarla momentáneamente, mantener esa energía de alguna forma y luego volverla a su estado inicial... o disminuida... ¡Hasta que lo lograron! Aunque no lo crean. (No les trasmito las fórmulas porque sería violar años de estudio y dedicación pero creo que sí puedo hacerles un pequeño esquema de cómo funciona (ver figura 1). 4 ¿Están valorando la categoría del escritor? 172
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Con un esquema tan claro como éste, sería inútil abundar en mayores explicaciones y lo que todos quieren es saber qué va a pasar ahora.) Llegó el día que decidieron experimentar por primera vez con un ser vivo. —No es que quiera cambiar de compañero —aclaró Ted.
Figura 1 - REDUCTOR TRANSFORMADOR DE MASA
A partir de ese día se transformaron en el cliente más importante de los criaderos de ratas blancas. La raza corrió serio peligro de extinguirse en esos tiempos. Un domingo que estaban trabajando, se dieron cuenta que se habían quedado sin ratas (vivas) y decidieron poner una muerta. Me imagino que ya estarán pensando que con una rata muerta les salió bien... Pues sí, les salió bien. El estirado y rígido cuerpecito empezó a reducirse hasta llegar a la mitad de tamaño. 173
No podían creer lo que estaban viendo. Probaron el sistema inversor. Funcionaron en conjunto los acumuladores y la unidad de memoria y el diminuto cadáver recuperó su tamaño original. Repitieron la operación una y mil veces y todo funcionó bien. ¿Cuál era la diferencia con los seres vivos? Al día siguiente empezaron otra vez con las ratas. Las ataron, las durmieron, las hipnotizaron, pero no hubo caso, lo único que lograron fue ampliar su cuenta de ratas. Aparentemente había que paralizar totalmente el movimiento en el objeto a reducir. “Un paro cardíaco durante un tiempo corto y luego con un shock eléctrico podríamos volverla a la vida”. Esta frase que estaba subrayada con rojo en el cuaderno, fue el inicio del éxito total. Las ratas salían de su jaula, les producían el paro cardíaco, se achicaban, volvían al tamaño normal y a distancia, desde el mismo cañón, le enviaban una carga eléctrica que las despertaba de su breve muerte y de nuevo a la jaula. Pero era como andar en un ómnibus a las 7 de la tarde, achicado, muerto... Hubo que hacer una corrección en el programa de la computadora y entonces el orden fue así: salida de la jaula, paro cardíaco, reducción, shock y vuelta a la vida en tamaño reducido, un lapso de tiempo variable, nuevo paro cardíaco, ampliación, shock y vuelta a la jaula (¡VIVA!)5. Todos festejaron, menos los vendedores de ratas. ¡Qué envidia le empezaron a tener Ted y Steve a las ratas! Poder achicarse y ver ese mundo microscópico y después volver a la normalidad. Esa era su meta.
5 Quiere decir VIVA y además es una expresión de alegría. 174
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También probaron con un mono y el mismo suceso. Y las ratas iban y venían; y el mono iba y venía... Hasta el día del apagón... ¡Y con lo que había costado el mono! ¿Dónde habrá quedado? ¿Estará vivo? ¿De qué tamaño? Empezó a rondar insistentemente en sus pensamientos la idea de su propio viaje pero el riesgo era muy grande y la decisión difícil; precisamente lo único que no se podían decir era: “no te achiques”. Los dos querían intentarlo por primera vez pero el otro no lo permitía. Hasta que de común acuerdo llegaron a la determinación de largarse al temerario viaje al microcosmos los dos juntos. ... Ya todo está preparado en el pequeño laboratorio. En cualquier momento, el sistema de conteo regresivo de la computadora, comenzará su inexorable descenso... (Shh... parece que están hablando...) —Steve... ha llegado el momento... —Sí —dijo Steve. Se miraron largo rato, como en una película de Antonioni, se dieron un abrazo y Steve chequeó una vez más los controles de la unidad de memoria, del acumulador y la computadora. Hicieron una última prueba rápida con una rata y todo marchó a la perfección. —Ya no te vamos a envidiar más —bromeó Ted con la rata al volverla a su jaula. —¿Todos los controles están funcionando bien? —preguntó Ted. —O.K.6 —contestó Steve.
6 Léase oquéi. Quiere decir que todo está bien, a diferencia de K.O. que quiere decir que no está nada bien. 175
—Sólo nos falta poner la chapa de plástico de alta tenacidad sobre la plataforma y sincronizar el reloj con la computadora… ¡ah!… y las esposas…7 (Les explico el porqué de ese plástico blanco que van a poner sobre la plataforma y sobre el cual se van a parar al emprender su viaje. En sus estudios, descubrieron que el átomo de ese plástico podría presentar un aspecto parecido en la cantidad de electrones girando alrededor del núcleo, a la disposición de nuestro sistema solar. Otra aclaración; las esposas son para no separarse en el viaje, porque allá, a donde lleguen, van a ser tan diminutos que a pesar de estar cerca, para nuestra apreciación, podrían no verse nunca.) Tomadas todas las precauciones, se pusieron las esposas y echaron a correr el conteo automático... 60, 59, 58... —Son casi las 9 de la mañana, de un espléndido domingo de Julio. ... 47, 46, 45… —Pensar que sólo vamos a estar 30 minutos... —Que nos pueden parecer eternos... Se pararon sobre el plástico blanco, muy cerquita, con las esposas... ... 35, 34, 33... Parecían dos convictos esperando ser reconocidos por sus víctimas. ... 21, 20, 19... Sus ojos se dirigieron temblorosos, al cañón que los apuntaba amenazadoramente. ... 15, 14, 13... Un frío sudor les empezó a recorrer la frente, la espalda, entre las piernas... 7 No, no son casados. Son de las que agarran sólo la muñeca. 176
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... 9, 8... Cuatro ojos se posaron un instante sobre el reloj y volvieron al cañón... …5, 4... El gran momento se estaba acercando. Después de esta experiencia, el mundo entero publicaría sus nombres; en todos los idiomas... “Los astronautas del microcosmos, Stephen Carmody y Joseph Mac Nelly, pusieron por primera vez los pies en...” …3, 2... En 30 minutos volvemos pensó Ted, despidiéndose de sus padres... ... 1… Un segundo más y las lucecitas de la computadora empezaron a correrse unas a otras, dándose órdenes; los números rojos se transformaban rápidamente en los contadores digitales... ... O (cero)… Algunos se pararon y otros arrancaron en ese momento su loca metamorfosis. Un rayo invisible paralizó sus corazones. Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando. El cañón empieza a descender, acompañando el movimiento de los dos cadáveres que se van reduciendo (de tamaño) hasta que apunta al plástico blanco... Ya no se ven pero todo sigue funcionando perfectamente. La computadora está realizando el trabajo tal cual le fue programado, revisado y probado infinidad de veces. Un cambio repentino en los relojes, una gran luz roja se enciende sobre el cañón. Llega el momento del shock... Otro conteo en la computadora... 10, 9… (¡qué suspenso!) ¿A dónde estarán llegando? ¿Qué cosas extrañas verán? ¿Cómo serán esos micromundos? 177
… 8, 7… ¿No se les habrá pasado la mano? … 6, 5… ¡Qué envidia no poder ir con ellos! … 4, 3… ¡Qué momento para la Humanidad! (¿Se dan cuenta los señores lectores, lo que habrían perdido de no comprar este libro?) … 2, 1… Otro segundo más y... —TIC, —hizo otra lucecita en el cañón. ¡El SHOCK! ¡En estos momentos estarán despertando! ¿Habrán llegado bien? ¿Cómo será donde se encuentran? ¿QUÉ AVENTURA LES DEPARARÁ EL DESTINO? … Lea las aventuras de estos dos intrépidos y jóvenes científicos en nuestro próximo capítulo. No, no es broma. Sigue, sí. Ahora mismo cierre los ojos y acompáñelos en su viaje de 30 minutos al maravilloso mundo del MICROCOSMOS y descubra junto a ellos, nuevas emociones. ¡FELIZ VIAJE!
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CAPÍTULO I UN NUEVO MUNDO
Voy a volver un poco para atrás en el relato, al momento en que sus ojos se cerraron. A pesar de que ellos no lo pueden contar, porque están muertos, el viaje empezó en ese instante. Sus cuerpos se empezaron a achicar gradualmente, proporcionalmente. Sus ondas van hasta la parábola receptora que va enviando todas las imágenes a la unidad de memoria (se puede volver a consultar la figura 1), pero a la vez les resta una pequeña cantidad de energía al pasar por el acumulador; de aquí va al cañón que ya emite una imagen apenas reducida hasta la plataforma y así sucesivamente. Este aparentemente simple proceso (se recomienda no tratar de reproducirlo en vuestros hogares), se repite millones de veces a una velocidad tal que no se ve a simple vista como una sucesión de pequeños cambios sino como la continuidad de una película cinematográfica. Sus cuerpos muertos, no sienten el viaje. Cada vez más pequeños, más pequeños hasta que ya no se ven sobre el plástico blanco, pero el cañón sigue actuando sobre ellos de acuerdo a lo programado; llega el momento de detener la reducción y la computadora envía la orden. ¡Faltan diez segundos para el shock! Sus cuerpos están quietos, juntos, en alguna parte del microcosmos. —TIC —hizo la lucecita en el cañón. ... Sus dos cuerpos tirados como dos enamorados tomados de la mano, sobre una superficie blanca, casi transparente, se estremecieron al uní179
sono sintiendo el tirón de las esposas. Un párpado comenzó a abrirse con dificultad para adaptarse a la claridad del ambiente. Se abrió y se cerró cada vez más rápidamente, hasta que pudo despertarse. Ted recién estaba reaccionando. Aunque parezca mentira, Steve fue el primer hombre en hablar en ese... mundo. —¡Ted! —gritó asombrado, (no esperaban que dijera mucho). Ted se levantó asustado por el grito y los dos sentados, solitarios en aquel inmenso desierto blanco, tomados de las esposas, contemplaron Su Mundo. No había mucho para ver. Era como si estuvieran en un inmenso desierto de sal pero más lisito. Se quitaron las esposas de encima (como hacen todos los maridos del mundo), las abrieron y las guardaron en el bolso que llevaba Ted, porque las necesitarían para la vuelta. Se incorporaron y pusieron pie en Su Mundo porque hasta el momento habían apoyado otra parte de sus anatomías. Los títulos de los diarios habrían quedado desagradables si hubieran tenido que poner... “apoyaron por primera vez sus...”. Miraron alrededor y era todo lo mismo: una extensísima superficie blanca hasta un horizonte que apenas se diferenciaba del cielo, también blanco. Cuando alzaron la vista, les pareció divisar un punto un poco más luminoso... como un sol... No sentían ni calor ni frío. Estaban bien. Cuando empezaron a salir de su asombro, que por ahora era el único lado de donde podían salir, se dieron cuenta que lo habían logrado. —No hay tiempo que perder, 30 minutos es poco tiempo y tenemos que aprovecharlos. —¿Qué hora es? 180
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—9:01.01.2 —dijo Steve consultando su reloj digital de alta precisión. Ted miró su anticuado reloj de agujas y pensó —bueno, bastante tiempo anduvo— agitando su muñeca. Empezaron a caminar, charlando animadamente (Ted). —Parece increíble que estemos en este lugar, vivos. Aunque estoy un poco desilusionado. No pasa nada; no hay sonido alguno. Nuestra palabra, nuestras voces, parece que llegaran a todas partes, hasta el horizonte mismo, más allá, hasta el cielo... ¡Mira...! El sol se ha corrido en estos minutos que caminamos. Parece que se desplazara más rápido que el nuestro. De esa manera, el día debe ser más corto aquí. —Sí —dijo Steve, mientras seguía tomando notas en su cuaderno. Caminaron un buen rato y nada sucedía... —Quizás podamos calcular con la sombra del lápiz sobre el suelo... o el piso; no sé cómo llamarlo. Puso el lápiz sobre la superficie lisa y blanca y ni sombra. —Debe ser el mediodía, justo. Fue en ese momento que se dieron cuenta que tampoco había sombra de sus cuerpos. —Es extraño —dijo Steve. No es nada extraño que pensara que era algo extraño. —No puede ser. A pesar de que todo está tan claro, no lo veo claro. Arrimo mi mano contra el suelo y no se produce la más mínima sombra, sigue estando tan claro bajo la mano como arriba, lo cual me arroja serias sombras de duda. Steve, que no había entendido nada de lo último que había dicho Ted, pronunció una de las frases más largas de su vida y se abrió una gran interrogante... —¿Y si en este momento no somos masa y somos sólo energía? 181
La pregunta sacudió a Ted, no sólo por su extensión, sino por todo lo que representaba. ¿Cómo averiguarlo? La media hora ya estaría finalizando seguramente y no habían descubierto nada. —Fíjate en tu reloj nuevamente... Steve se quedó largo rato mirándolo (al reloj), sin decir palabra. Esto no extrañó a Ted quien le preguntó: —¿También se ha roto? Ey, Steve. ¿Qué te pasa? Aunque sea una palabra... —Está marchando —musitó Steve. —Y bien... ¿qué hora es? ¿Ya pasó la media hora? ¿Algo funciona mal? Quizás deberíamos quedarnos en el mismo lugar en el que aparecimos. ¿Nos quedaremos aquí para siempre? —Son las 9:01.01.3 —¿Quieres decir que sólo ha pasado una décima de segundo? Los dos quedaron pensando la respuesta. (Y yo también, ya que estuve 3 días haciendo cálculos para poder seguir adelante con la idea). —En realidad no ha pasado ni una décima de segundo. La primera vez que miré el reloj, ya estaba por cambiar de 2 a 3 décimas. En todo el contador se leía: 9:01.01.299. y ahora dice: 9:01.01.300, o sea que lo único que ha pasado es una milésima de segundo... —No puede ser. Tiene que estar mal. —Te digo que no. Este reloj lo compré hace dos meses. Menos mal que tengo la garantía. —Pero entonces quiere decir... —Quiere decir que estamos viviendo en dos tiempos distintos. En esta milésima de segundo de nuestras reales vidas, hemos “vivido” aquí, aproximadamente media hora... 182
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—Pero entonces... ¿cuánto tiempo de “este” vamos a estar aquí? Steve tomó su cuaderno de notas, se sentó en el suelo y empezó a escribir y a sacar cálculos, mientras Ted lo observaba por sobre el hombro. —En media hora que vamos a estar aquí, hay...—y anotó: “media hora = 30 minutos // 30 min =1.800 seg. // 1.800 seg = 1:800.000 milésimas de segundo” —¿Estás de acuerdo? —Sí, sí... ¿Y? —Si dijimos que esa milésima de segundo que pasó, representó aproximadamente media hora de nuestra vida aquí... entonces tenemos que, para pasar la media hora de vida del laboratorio, tendremos que estar... “1,800.000 milésimas equivalen a... 900.000 horas...” —¿900.000 horas? ¿Y eso cuántos días son? —900.000 dividido 24 son... a 3… me queda 1... bajo el 0... son... 37.500 días... ¡qué suerte! dio justo. —¿Qué suerte? ¿Sabes lo que eso significa en años? —Sí, esperá... 37.500 dividido 365... y... son aproximadamente 100 años... un poquito más... Ted se puso a tono con el paisaje: blanco. Miró nuevamente a su alrededor, la estepa silenciosa, desconsolado. —¿Te imaginas lo que es pasarse 100 años... aquí? —No. Había vuelto a ser el mismo Steve de siempre. —Qué aburrimiento —comentó Ted—. Nunca me imaginé un mundo así. Es como un universo virgen. Steve tampoco había imaginado algo así. Reaccionó y dejó de mirar aquella especie de sol que seguía su camino hacia el horizonte. —¿Qué pasará cuando llegue la noche? —comentó en voz alta. 183
Las ondas de su voz parecían extenderse en todas direcciones, hasta el infinito majestuoso. Ninguno de los dos había pensado hasta este momento (ni siquiera yo), que cuando llegara la noche las cosas podrían cambiar terriblemente en ese mundo inmaculado y transformarse en un mundo de sombras, de terror, ese mundo desconocido de la noche. Siguieron caminando, siempre hacia el oeste, es decir, hacia donde descendía aquel sol que mantenía la misma intensidad que al mediodía. La temperatura no había variado para nada. No estaban cansados. Caminaron... caminaron... y siempre lo mismo. No conversaban... Esperaban que llegara la noche. Hasta la expectativa de una noche de horror y sufrimiento, se había transformado en una necesidad. Por lo menos era algo. Siguieron caminando... caminando… —¿Qué hora es, Steve? —Son las 9:01.01.306... Han pasado 6 milésimas de segundo... o sea que... hace 3 horas desde que empezamos a caminar… —Nunca había caminado tanto tiempo... y sin embargo... —Y bueno... no queda otro remedio. Tiempo tenemos de sobra y energía parece que también... Quizás si calculamos el largo promedio de nuestros pasos y caminamos mañana todo el día al mismo ritmo desde que salga el sol hasta que se ponga, si multiplicamos la cantidad de pasos por el largo promedio y luego dividimos... —Oye Steve, ¿dónde quieres llegar con esos cálculos? Te van a llevar un tiempo enorme... —Quizás podríamos calcular la circunferencia de este mundo y si tomamos... Las ideas y los cálculos de Steve habían empezado a aburrir a Ted (y a ustedes también). Su mente había soñado mundos fantásticos, de movimiento, de color, de cambios y la verdad que ésto... 184
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—Steve... —Sí —contestó Steve. —Vamos a detenernos un instante. Observemos el atardecer. —¿Te has puesto romántico? —le preguntó Steve distraído. El sol estaba llegando al horizonte pero todo seguía igual. La misma luz, el mismo color, ningún cambio. Aunque no estaban cansados se sentaron a esperar, ansiosos. Se empezó a esconder en el horizonte y se miraron. Todo igual. Miraban a su alrededor, pero no pasaba nada. Ya se había escondido más de la mitad y… tal cual... —Quizás haga "plic" y se apague todo de golpe —comentó Steve. Nunca hablaba pero cuando lo hacía era agudísimo. —Puede ser... si no hay una atmósfera que lo... —¿Entonces qué estamos respirando? Otra vez tenía razón. No se habían dado cuenta hasta el momento de que estaban respirando. Por supuesto que si hubiera habido algún problema... Ese era uno de los detallecitos que no habían tenido en cuenta en el laboratorio. La esfera brillante seguía descendiendo... —Ahí va... se esconde... NUESTRO PRÓXIMO CAPÍTULO: LA NOCHE
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Capítulo II
LA NOCHE
Todo quedó como estaba. Todo blanco. Todo con luz. Todo en silencio. Todo claro… —Nunca me llamaron la atención los atardeceres, —dijo Steve— pero la verdad que éste… La mente de Ted empezó a imaginar los próximos 100 años. Era imposible. Se le ponía la mente en blanco. —No me puedo imaginar el futuro —dijo al final, vencido. Steve, que no pensaba nada más que en números, seguía calculando… —Si pudiéramos de alguna manera, con los pocos instrumentos que trajimos, medir su carrera, en un ángulo determinado, de acuerdo al diámetro aparente… Ted ya no lo escuchaba. (Y ustedes van a dejar de leer, así que apresuremos el relato). —En algo vamos a tener que ocuparnos. —Precisamente, si calculamos el volumen de… —Steve, digo algo más entretenido. Vamos a disponer de un tiempo… —Pues no hemos traído ni las cartas. ¡Quién iba a pensar! —Pero Steve, ¡son 100 años...! Y siempre de día… —¿Te imaginas el ahorro de energía? Se me está ocurriendo una idea genial. Sí. ¡Hemos solucionado el problema de la humanidad entera! ¿No te das cuenta? 186
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—No —contestó esta vez Ted, que no salía de su asombro, pero se dispuso a escucharlo. Total, tenía tiempo. —Escucha. ¿Cuáles son los grandes problemas de la humanidad? —Me llevaría años enunciarlos. —No… Digo los más grandes, la superpoblación, el hambre, la crisis energética, la polución, las guerras… Imagínate que empezamos a transportar gente desde la Tierra… Digo, desde donde está actualmente con sus problemas y trasladarlos a un micromundo. Podríamos trasladar poblaciones enteras a un mismo punto para que vivieran ahí el tiempo que quieran. —¿Te imaginas la cola en casa? —No, pero sería rapidísimo. Uno atrás del otro. Madres, hijos, familias, pueblos enteros. Esperándose unos a otros acá… Y vivirían lo que quisieran o lo que necesitaran. Por ejemplo, 15 minutos y pasan 50 años acá sin problemas, sin cansancio, sin gastos, sin pensar en la alimentación… —A propósito… ¿no tienes hambre? —interrumpió Ted. —No, ¿pero, no te das cuenta? Acá no es necesario comer, ni dormir, ni pensar en gastos, ni en trabajo, ni en peleas. Vivirían 50 años intercambiando ideas, desarrollando sus cerebros hasta dimensiones que no podemos calcular. —Nosotros sí, vamos a poder calcular… —Exacto. Con media hora que perdimos, volveremos al mundo, más sabios aún para aplicar todos nuestros conocimientos y hacer una humanidad feliz, sin problemas. —Pero podrían empezar todo de nuevo… acá. Los pueblos enemigos “arriba”, seguirían enemigos “acá”. —Pero no estarían juntos. Empezamos con los comunistas, por empezar con algo. 187
—¿Y si ellos no quieren ser los primeros? —¿Cuándo has visto que no lo quieren ser? Sigo, empezamos a trasladar comunistas... —Ahí sí que tendría problemas. —¿Por qué? —Ya me veo a los de la CIA haciendo preguntas solapadamente. “¿Qué hace esa enorme cola de comunistas en su casa?” Y alguno infiltrándose en la cola para espiar y el FBI poniendo micrófonos… —Ya pensaremos en eso. Una vez que terminamos con una ideología, seguimos con otra pero ¡atención! Cada vez que terminamos con una ideología, cambiamos el plástico en la plataforma, ponemos otro y adiós problemas políticos. Ted se vió su casa repleta con una colección de plásticos más grande que la del Reader’s. Steve siguió: —Podríamos tener los plásticos ordenados y bajo control de empleados de seguridad de cada país a efectos de evitar más conflictos internacionales. “Señor Carmody, necesitamos enviar 50.000 refugiados más”. Allá vamos al plástico de refugiados, lo ponemos en la máquina y "tic", solucionado. Todos los refugiados juntos. “¿Por cuánto tiempo señor embajador? A estos déjelos 2 horas para que vuelvan con hábitos de trabajo”. Y así miles de casos. “Señor Mac Nelly, el alza del petróleo ha hecho fracasar los planes económicos previstos para el próximo período. Nuestro gobierno estaría altamente agradecido de poder enviar a 700.000 desocupados que están un poco… preocupados; por lo menos durante el acto eleccionario de mañana. ¿Entiende? 188
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Por supuesto Sr. Ministro.” —¿Te das cuenta? —Me parece algo fantástico. ¡Tan irreal! —Nosotros somos una realidad. —Estoy empezando a dudarlo. —¡Piensa en el mundo! ¡Cómo iría quedando aliviado…! Sin problemas. Es más, podríamos pasar a todo el mundo al microcosmos, dejando algunas fuerzas de vigilancia… ¡Casi toda la población de la Tierra en una biblioteca! —Creo que hay algo que te ha hecho mal… —Siempre ves el lado negativo de las cosas. —Piensa en este detallecito… Transportas a un primer hombre y luego… ¿dónde se para el siguiente? ¿En el mismo plástico? ¿Qué pasaría si alguien pisara ahora donde nosotros estamos? A Steve se le vino toda la humanidad encima. —No sé… Podríamos estudiar una especie de enrejillado muy fino… —¿Has pensado en el transporte de millones de personas hasta casa? —Las compañías de transporte se verían muy beneficiadas. —¿Se te ocurrió que a los 15 minutos de haber transportado los primeros, tendríamos que empezar a regresarlos porque si no, estarían más años de lo previsto? —Construiremos más máquinas. —¿Cuántas más? —¡Oye! Un momento. ¿Para qué nos apuramos? Tenemos tiempo para pensarlo. Podríamos mandar algunas atracciones a este mundo, para hacerlo más divertido… A Ted se le iluminó la mirada. —Ahora sí Steve, creo que has dicho algo con sentido. ¡Chicas! 189
—¿Chicas? Yo no dije nada de chicas… —Espera que hay una idea flotando en mi mente. Puede ser el gran negocio… Ya lo veo… Conseguimos una chica… de esas… alegres y le alquilamos el micromundo con todas las comodidades para que trabaje contenta. No he pensado aún en la comisión, pero… —Todavía no me doy cuenta —dijo Steve, que seguía pensando en otros beneficios para la humanidad. —Podríamos poner una especie de agencia con folletos impresos a todo color. “Por la módica suma de 10 dólares, disfrute de 2 (dos) horas inolvidables con Fifi” con la foto de frente y perfil de cuerpo entero… “No perderá el tiempo. Viaje ya.” Entonces le damos al cliente un viaje de 8 milésimas de segundo, para sus 2 horas con Fifí y nosotros cobramos por adelantado. Pienso que generosamente, podríamos arreglar fifty-fifty con Fifí. Ahora Ted sacó un lápiz y empezó a hacer cuentas, mientras Steve lo miraba asombrado. —Fíjate, —continuó Ted— si cada 10 milésimas de segundo hacemos un cliente que disfruta de sus dos horas… —Dijiste 8 milésimas… —Sí, pero debemos darle 2 milésimas a Fifí para que se recupere y acomode el lugar. O sea que… —y anotó… “en 10 milésim… 5 dólares. Así que en 1 hora que tiene… 3.600.000 milésimas, hacemos 3.600.000 dividido 10 … son 360.000 hombres a 5 dólares cada uno… son 1.800.000 dólares por hora… 1.800.000 dólares… ¡POR HORA!” Steve y Ted empezaron a pelear por el lápiz. —Déjame a mí —dijo Steve—. Nunca fuiste bueno con las cuentas. —No puede ser. Es el negocio más brillante del mundo. 190
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Trabajando sólo una hora por día, a la hora que salen de sus oficinas, cinco días a la semana, son… —Pero no podemos hacer viajar a 360.000 hombres. Vamos a pensar en algo más razonable. —Podríamos tener grupos de chicas en cada lugar. Varios plásticos distintos, en colores, con todas las atracciones. Hasta podríamos organizar viajes especiales para maridos aburridos: “Denos 15 minutos de su tiempo y usted vivirá los mejores 50 años de su vida. FINANCIACIONES A LARGO PLAZO”. —Tengo que admitir que no es mala la idea, pero hay que encontrar a las que estén dispuestas. —¿Crees que alguna se negaría a ganar 1.000.000 de dólares en un día? Más leyes sociales y seguro de paro, por supuesto. Haríamos también viajes para parejas adúlteras, triángulos viciosos y cuartetos intercambiables. “POR SOLO 10 DÓLARES AL MES, UN MICROMUNDO SE ABRIRÁ A SUS PIES” —Creo que estás pensando demasiadas cosas. —Viajes para parejas de ancianos… “VIVA FELIZ COMO ANTAÑO SUS PRÓXIMOS 50 AÑOS”. —Oye, para… —Y para niños también… 191
“NIÑAS, NIÑOS Y BEBÉS AL MICRO MUNDO ENCANTADO DE STEVE Y TED”. —¡Ted! —gritó Steve—. Es una buena idea pero cuando estemos de vuelta allá arriba lo vamos a organizar bien. No nos apuremos que tenemos mucho tiempo. —Perdóname Steve. Tienes razón. Cuando dijiste chicas me pareció que… —Yo nunca dije chicas, pero… —Es verdad. Fue mi imaginación que empezó a volar. Ted cerró los ojos, por lo menos para cambiar el panorama blanco que se extendía todo alrededor. Imágenes entreveradas se empezaron a mover en su cerebro hasta que una en particular, empezó a tomar forma. ¡Y qué forma! Todas las ondulaciones que faltaban en este mundo se encontraban en ese cuerpo suave, ondulante, incitante… —¡Ted! —dijo Steve, paralizado a su lado, haciéndole pegar un salto. —¿Qué quieres…, qué te pasa? Parece que hubieras visto un monstruo. —No… era una cosa extraña. Ahí, adelante nuestro se hizo como una nube… —Estás viendo visiones. Creo que va a ser muy difícil aguantar 100 años a este ritmo. Deberíamos tratar de dormir. Vamos a sentarnos y prueba a descansar. Ambos se sentaron para tratar de distraer su mente. Steve no podía cerrar los ojos. Estaba seguro de que había visto algo. Ted, en cambio, volvió a cerrar los ojos y más rápidamente que la vez anterior, logró concentrarse. Su rostro estrenó una sonrisa en este mundo y… sintió que Steve lo tomaba de un brazo y lo llamaba. —¡Otra vez! ¿Qué te sucede ahora? —Escúchame con atención. Lo vi de nuevo y… 192
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—¿Qué? ¿Qué era? No hay nada ahí. —Ahora no —empezó Steve— pero recién se empezó a formar la nube y después… adentro de la nube… una forma rosada, suave… un cuerpo de mujer. Parecía sacada de la página central de una Play Boy… y se movía acompasadamente y tenía unos enormes pares de lentes y una larga… —Trenza que terminaba en su ombligo… —dijo Ted, finalizando la frase de Steve. Los dos se miraron y no entendían bien lo que estaba pasando. —Eso era lo que yo estaba soñando —dijo Ted, como enojado. —Sí, pero eso era lo que yo estaba mirando —respondió Steve complacido—. Y tenía mis ojos bien abiertos. Sí, señor; y ella estaba ahí —señalando el lugar con el dedo—. Y tú también debes haberla visto; eso es lo que pasó. —No. Yo la estaba imaginando cuando tú me despertaste. —Tienes razón… Y en cuanto te despertaste, la imagen desapareció… He visto lo que tú estabas pensando… Es algo maravilloso… —Ya lo creo. Salió en la hoja central del mes de octubre. Viste que… —Es algo sensacional; cómo tus pensamientos se empezaron a materializar. Debemos probar de nuevo. —Bueno, ahora imagínate tú una chica y yo miro. Seguían sentados y Steve cerró con fuerza sus párpados, mientras Ted con sus ojos desorbitados, buscaba afanosamente la visión que iba a presentarse. Pasó un minuto y nada… Ted, decepcionado, decidió interrumpir a Steve que seguía haciendo fuerza. —Oye Steve… Steve. No hay caso. No he visto nada. —Es que todavía no he podido imaginarme ninguna chica, pero déjame probar otra vez. 193
—Piensa aunque sea en un perro, así veremos si funciona. Vamos. Nuevamente Steve se concentró y Ted empezó a ver. Una inmensa nube marrón se formó adelante y empezaron a aparecer los ojos de un perro, sus orejas, toda su cabeza… —Se está formando —dijo Ted, nervioso. —Shhh… La imagen que se había desdibujado por un instante empezó a formarse nuevamente. La cabeza, el cuerpo, las patas. Ahora se pone de costado. Menea la cola. La nube se disipa. El perro se apoya en el suelo y camina hacia… —Hey Steve…, despierta… Steve… Se va… —¿Qué pasa? Cuando abrió los ojos vio caminar al perro que había imaginado. Los dos se pararon súbitamente y a mitad del camino, el perro comenzó a desvanecerse lentamente en el aire y desapareció. —¡Ahora sí que tenemos algo realmente interesante! ¿Viste cómo se materializó? —O algo parecido. Lo concreto es que ambos lo vimos y caminó en este mundo, tal cual lo estamos haciendo nosotros. Fue una parte de nuestra energía la que formó el perro. Si dosificamos esa energía podremos lograr cosas maravillosas. Ted pensó en la chica de la revista de octubre y estuvo de acuerdo con Steve. Ya los 100 años no iban a parecerle tan largos y si podía recordar todas las de la colección… ¡Algunas las recordaría tan bien! —Debemos seguir adelante con método, —dijo Steve, tomando su cuaderno de notas. Ted quiso insultarlo pero se contuvo y al final se sentó a su lado—. Analicemos la situación. Nos encontramos en un mundo nuevo. Virgen totalmente. 194
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Ted se sonreía. —Si logramos dominar nuestra energía podremos ir creando vida. Podremos ir creando un mundo a nuestra manera. —Eso me está fascinando. Seremos como los dioses de este micromundo. Sólo haremos cosas buenas y bonitas— dijo Ted que seguía pensando en ella. —Primero tenemos que conocer bien nuestras posibilidades. Luego nos esperan 100 años y en ese lapso pueden suceder muchas cosas. Vamos a tratar de concentrar ambos nuestras mentes en la formación de una cosa. Quizás si lo hacemos entre los dos logremos que perdure. —Está bien, tienes razón, pero vamos a hacer algo fácil. —Creo que podríamos intentar con un… árbol… —¿Y para qué queremos un árbol aquí si ni sombra hay? Y el perro se esfumó. ¿Qué te parece hacer una automóvil para poder desplazarnos por todos lados y conocer y crear por todas partes. —De acuerdo. Concentrémonos. Los dos cerraron los ojos y en pocos minutos, el auto estuvo ahí. Era algo espantoso. Tenía la parte delantera de un coche sport rojo brillante, focos móviles y volante deportivo. De la puerta para atrás, era un pequeño coche europeo económico, color gris. —¡Es lo más horripilante que he visto! O nos ponemos de acuerdo o no podemos crear cosas a dúo. Bueno, ahora ya está. Veamos si funciona—. Subieron al coche. Ted saltó sobre la portezuela del coche sport y giró la llave; hizo dos explosiones y se apagó. —Lo podías haber pensado con nafta, ¿no? —cerró los ojos un instante y… —¡Para!, para que ya está llegando a FULL. 195
Movió nuevamente la llave y dos motores arrancaron a la vez, el del coche sport y el trasero del coche económico. —Si nos vieran los de la Comisión de Ahorro de Combustible. Iniciaron su viaje hacia cualquier parte, corriendo como bólidos sobre la perfecta superficie, dando vueltas, tocando la bocina que sonaba en todo el Universo. Reían a carcajadas y sus ecos se chocaban en el Infinito, rebotando en las otras Esferas. Los dioses estaban contentos. NUESTRO PRÓXIMO CAPÍTULO: LA CREACIÓN
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PRUEBA DE CONOCIMIENTO (No es obligatoria) A)
Marque con una cruz, lo que considere acertado. Lo que ha leído hasta el momento es: 1) El principio de una obra maestra . . . . . . . . . . . ( ) 2) Uno de los mejores cuentos de ciencia ficción . . ( ) 3) El final de una obra maestra . . . . . . . . . . . . . . ( )8
B)
Si tuviera que dejar sola a su hija de 14 años, con uno de los mencionados a continuación, ¿con cuál quedaría?
TED . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ( STEVE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ( EL NOVIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ( EL AUTOR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (
) ) ) )9
C)
Desarrolle escuetamente la teoría de la relatividad.
D)
Tome un lápiz de dibujo y trate de reproducir lo más fielmente a su interpretación, la chica de Octubre. Le doy una ayudita para empezar. ¡Adelante! Y sin temblequear.
E) ¿Sigue?
8 Sólo para el caso de que usted deje de leerla ahora. 9 En caso de marcar este casillero, se ruega dejar la dirección en la Editorial. 197
Capítulo III
LA CREACIÓN 1 Y en el principio fue la mujer10 Luego de haber recorrido durante milésimas y milésimas de segundo, la superficie extensa y nívea de su mundo y habiendo tenido que “imaginar” varias veces en el tanque, se detuvieron a pensar lo que iban a crear. ¡Qué responsabilidad! ¡Qué momento Divino! ¡La Creación! … —¿Pero, cómo debemos empezar? —dudaba Steve, sentado en el auto—. Tenemos que hacer las cosas pensadamente, sin apresurarnos. Debemos crear un mundo perfecto, sin problemas, sin maldad, sin vicios, sin odios, sin guerras, sin impuestos… Mientras, Ted, apoyado en el guardabarros delantero del auto, había empezado a cerrar los ojos y una nueva sonrisa se le empezó a dibujar en los labios… Una nube rosada se empezó a formar y… —¡Ted! La nube se disipó instantáneamente. —¡Oye Steve! No puedes hacer eso. Un hombre es libre de tener sus pensamientos, ¿no? ¿O es que ya empezamos a suprimir las libertades? 10 Después siempre siguió igual 198
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—Es que tú no eres hombre… —¡Ah… no! Eso sí que no te lo voy a permitir —y se levantó enojado. —Tu eres un dios… Al sentir aquella palabra, Ted quedó paralizado. —Nuestras responsabilidades aquí son muy grandes y voy a explicarte algo que creo que no te has dado cuenta. Te vas a desilusionar. Este auto que creamos es parte de nuestra energía, de nuestro pensamiento. Si se puede decir, él ignora nuestra presencia; es ajeno a nosotros, es un desprendimiento de energía que ahora es independiente. Y otra cosa muy importante; si quisiéramos podríamos trasladarnos a todas partes, sin tener que utilizar un vehículo. Podemos estar en cualquier parte con solo pensarlo; aquí, allá en el horizonte, del otro lado de este mundo. Podemos estar aquí y en otras partes al mismo tiempo… —¡Steve!... —Déjame terminar. Toda la energía que nos rodea somos nosotros mismos. Quizás con un ejemplo… Imagínate que Todo, es una enorme cantidad de puntitos flotando. Tu eres todos los puntitos y si lo deseas, un solo puntito. Ahora estás aquí, o allá en lo alto o estás en todas partes… —¿En lo alto también? —Por supuesto. ¿Por qué no pruebas? Verás a nuestro mundo, como Armstrong vio a la Tierra desde la Luna. La imagen de Ted se desvaneció y volvió a aparecer en el mismo lugar. —… ¡Es colosal! —dijo, recordando la extraña visión. —He visto mi mundo como una blanca bola de billar flotando en el espacio, silenciosa, majestuosa… —No podemos arruinar nuestro mundo haciendo las cosas sin pensar. —Es que sin pensar no podemos hacer nada. 199
—¿Sabes lo que me gustaría? Empezar por romper este silencio absoluto que reina con una dulce música de fondo para darle más armonía a nuestra obra. Siempre me gustó trabajar con música. —¿Qué te parece algo… underground? —No, no estaba pensando en esa música sino en algo más suave, con muchos violines y… —Te propongo un trato… Tú piensas en la música y yo pongo las chicas ¿qué te parece? —… De acuerdo; pero con una condición. Que por ahora sea una sola chica para que en el futuro, los habitantes de nuestro mundo puedan decir: “Fulana de Tal fue la primera mujer de la Creación”. Ted lo pensó un momento y aceptó. —Manos a la Obra —dijo y ambos se dispusieron a iniciar la Creación. (A efectos de comprender profundamente el significado de La Creación, considero imprescindible hacer un paréntesis)11 … Una suave música empezó a llenar el espacio. Todo el universo comenzó a sentirse inundado de un armónico fluido celeste que lo iba cubriendo todo y acompañando el majestuoso andar de las esferas en la grandiosidad antes blanca y que ahora sí se podía llamar celestial. Mientras tanto una nube grisácea iba tomando forma. Se alargó sobre el suelo y un formidable contorno de mujer se empezó a adivinar.
11 N. de A. Como hice el paréntesis allá arriba, hago la aclaración acá abajo. SI QUIS UNUM VERUM DEUM VISIBILIUM ET INVISIBILIUM CREATOREM ET DOMINUM NEGAVERIT: ANATHEMA SIT, por supuesto. 200
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Ted, estirado en el suelo, con su mentón apoyado en ambas manos, pensaba en la primera mujer. Dos hermosos ojos negros, relucientes, comenzaron a cobrar vida. Entre los labios rojos, húmedos, carnosos, asomaba un parejo teclado, sin sostenidos ni bemoles. De sus hombros perfectos, redondeados, bajaban hasta los codos, como dos columnas torneadas por el cincel de una artista griego, sus brazos, que elevaban graciosamente la curva de su cuerpo. Steve, que ya había concluido con sus pensamientos, satisfecho, se puso a observar con deleite la obra de su compañero. Como una graciosa cinta los brazos cruzados sobre el suelo, escondían pudorosamente la cima de dos montes invertidos. Más allá, el misterio que se pierde en sus dos piernas que descansan, firmes… Steve empezó a abrir los ojos desmesuradamente y Ted, seguía sonriendo. La nube se disipó y ahí estaba… la Primera Mujer, enigmática, estirada elegantemente sobre el suelo blanco, en actitud de espera, felina… como una pantera… —¡Negra! –exclamó Steve, exaltado como nunca. Ted pegó un salto al tiempo que preguntaba… —¿Tan bien me quedó? —disponiéndose a admirar su Obra. —¡Es negra! —aclaró Steve. Ted se dio vuelta hacia donde miraba Steve boquiabierto. —¡Lola! —gritó Ted. —¿Qué has hecho? —Creo que fue la Play Mate del mes de diciembre de… Estaba tan frío que siempre la recordé con mucho cariño. —Pero… ¡es negra! —¿También eres racista? 201
—No, no. Todo lo contrario. Es sólo que me suena extraño que la primera criatura de la Creación sea una mujer y negra… “Lola, la primera mujer”… Y bueno, ya está hecho… —¡Y qué bien hecho! —dijo Ted, admirando su Obra. Lola miraba todo el blanco a su alrededor con extraña curiosidad en sus enormes ojos negros. Elevó su mirada a la amplia bóveda celeste y quedó fascinada ante el magnífico espectáculo. Se incorporó sin dejar de mirar el cielo y con un movimiento elástico, pausado, llevó sus dos brazos hacia arriba como para tocarlo. Todo su cuerpo se elevaba graciosamente. Su mirada, sus labios, sus brazos, sus… deseos… Todo, todo... La música fue la primera en abrazar su cuerpo… Ted envidiaba la música. Bajó sus brazos lentamente. Parecía que sus ánimos se venían al suelo… pero no. Recorrió el horizonte con su mirada serena, dio la vuelta y de repente sus ojos se abrieron, más aú, todo su cuerpo se puso tenso (imagínense) y… —¡Nos vio! —dijo Ted, excitadísimo. Steve, todavía sentado en el auto, apoyado en la puerta derecha del coche, la miraba sin decir palabra. Al verla venir, se bajó y quedó absorto ante la presencia de aquel cuerpo que se aproximaba oscilante. Era todo un cuerpo… Frente a la careta del auto, también Ted, emocionado, abrió sus brazos para recibirla. Lola se acercó, lentamente. Su cuerpo negro rebosaba curiosidad. Se dirigió directamente a Steve. —¡Eh!... Soy YO quien te hizo… soy tu Papi… Ella siguió caminando hasta estar pegada a Steve. Levantó su brazo y movió la puerta del coche que recién se había abierto. A su lado, a Steve le corrió la primera gota de transpiración Divina. 202
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—¡Mujeres! —rabió Ted. —¿No lo entiendes? ¡No nos ve!. Sólo está mirando lo que hemos creado, el auto. Ted no quería dar crédito a lo que estaba oyendo por falta de garantías. Era su chica. —¡Lola! —le dijo cariñosamente, mientras se le acercaba sonriente. Ella ni pestañeó. Se subió al auto y se acomodó en su mullido asiento, disfrutando del contacto del terciopelo. Los dos la miraban; Steve complacido pero Ted, no se podía conformar. —Tanto pensar para esto. Un largo y frío mes te estuve mirando Lola y ahora tendré todo un año para seguir… —Realmente te felicito socio; has hecho un gran trabajo. Mientras tanto, Lola metía sus manos en todas partes y tocaba todos los botones, las perillas, la palanca de cambio… —Parece como si hubiera traído consigo, recuerdos anteriores. —No lo creo. Todo es nuevo para ella. Tú has creado su imagen pero su mente deber ser lo único que está en blanco. Quizás tenga algo de la llamada intuición femenina. En el auto la palanca se movía, el encendedor saltaba, se movían los limpiaparabrisas y ella, que iba conociendo el funcionamiento de los botones correspondientes, reía como una chiquilla, alegre, nerviosa. De repente, al apretarlo en un lugar distinto, ya que había tomado confianza, su carita alegre quedó sorprendida y casi todo su cuerpo se quedó muy quieto por un instante. Una sonora y estridente música empezó a sonar en la radio del coche e hizo saltar a Steve y a Ted, que discutían. —¡Buena la hiciste! ¡Tenías que pensarlo con radio y todo…! —¿Qué? —Digo que la radio puede ser perjudicial —gritó Steve. 203
—Oye Lola, ¿no puedes poner más bajo? ¿No te das cuenta que estamos discutiendo por ti? Lola, que comenzaba a disfrutar de la música de “Rocky y los Cocodrilos Azules”, empezó a moverse al ritmo de la misma. Como en el auto no se podía mover bien, se bajó y comenzó a bailar cada vez más y mejor… Ted quedó con su mandíbula inferior, más inferior, mientras miraba cómo subían y bajaban al compás de la música, las trenzas de Lola… —¡Ted! —le gritó Steve (¿quién otro?) —¿Te fijaste? Parece sacada del Crazy Horse. —Ven. Dejemos un rato a Lola que va a estar aquí un buen tiempo y vámonos más arriba. Aquí no se puede conversar. Sus mentes elevaron a Ted y a Steve y nuevamente acompañados de la suave música, reiniciaron su diálogo. —No todo está tan claro ahora —comenzó Ted. —¡Y…, con Lola allá abajo, no; seguro! Debemos tener mucho cuidado si queremos seguir con la Creación. Tenemos que hacer un mundo perfecto. No podemos abandonar a Lola en esa situación. Es la Primera Mujer y en cualquier momento se puede sentir sola. —¡Cuánta razón tienes, Steve! Es mucho lo que podemos aprender de todo esto durante los 100 años que estaremos aquí. —Exacto. Crearemos para aprender a comprender a los hombres. Veremos cómo se comportan en distintas situaciones. Nos explicaremos los porqué y cómo la humanidad ha llegado a lo que es hoy… —Eres todo un maestro Steve, yo nunca me preocupé mucho y… —Estaremos asistiendo a la representación más real de la Historia de la Tierra y a la vez creando un mundo nuevo y cuidando su desarrollo. —A propósito, ¿cómo se llama Nuestro Mundo? 204
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—También lo llamaremos Tierra; para no complicarnos. Nuestra Tierra. Pero tenemos que volver a ayudar a Lola. No podemos crear un mundo con una mujer sola. A medida que se iban acercando, mil ideas daban vueltas en las cabezas de los dioses. —Nunca fui un buen estudiante de Historia o Teología, pero creo que nos hemos salteado algunos detalles al empezar —dijo Ted. —¿Cómo cuáles? —Pues… No ha habido ni hombres de las cavernas, ni indios…, y ya hay una auto y música progresiva… —Bueno, se fue nuestro primer intento, pero ahora tenemos que arrancar desde el Principio. 2 Ya hemos creado el cielo, ahora vamos a crear la tierra. —¿Todo tierra? ¿Hoy? Es el primer día que estamos acá. Ni Dios debe haber hecho todo eso en un día… —Buena pregunta. Ya podríamos crear también el agua. Pero vamos a hacerlo simple: cinco o seis continentes, separados, más bien llanos, una profundidad de mar más o menos constante y bien repartido y a otra cosa. —El esfuerzo no va a ser el mismo para hacer la Tierra que para hacer un auto… —Por supuesto que no, pero entre los dos, lo intentaremos. Hagamos un pequeño esquemita de lo que queremos así los dos juntos, concentrándonos en el dibujo, lo haremos más rápido y mejor. —De acuerdo. Dame tu cuaderno del bolso. Mientras calculas las proporciones yo haré el dibujo. 205
Una vez terminados los cálculos y el dibujo se pusieron de acuerdo y comenzaron a concentrarse. —¡Un momento! —dijo Ted, —¡Para, para! —¿Qué te sucede? —¡Nos olvidamos de Lola! Le vamos a echar toda la tierra encima. —Tienes razón. Acerquémonos un poco. A pesar de que ya se había hecho a la idea de ser Dios, a Ted le saltó el corazón cuando vio a Lola, tirada en el asiento trasero del coche durmiendo plácidamente mientras en la radio, una entreverada voz, transmitía las últimas cotizaciones de la Bolsa. —¡Cada vez hay más árabes en la Bolsa! —Es mejor tenerlos en la Bolsa y no que anden por todas partes. Vamos a tener en cuenta eso cuando hagamos esa parte del mundo. Pero ahora, vamos. Rápido. No es necesario despertarla. Sube al auto y nos iremos todos juntos hacia arriba, para crear la Tierra. No hagas ruido. El auto se elevó silenciosamente. Allá abajo quedaba una esfera blanca. Acá arriba… Ted miró hacia el asiento de atrás… —Bien. Aquí está bien. ¿Tienes el dibujo, Ted? —¿Eh?... Sí… sí —dijo Ted, volviendo a sus funciones de dios. Ambos recomenzaron la concentración. Steve empezó a pensar el agua que se iría distribuyendo en forma pareja y gradual alrededor de la esfera. Mientras tanto Ted sujetaba el papel del esquema con ambas manos, se concentraba en un continente y empleando todo su poder, comenzaba a depositar las grandes extensiones de tierra sobre las claras aguas. Entre continente y continente, echaba una rápida mirada atrás para ver si Lola no se despertaba. Ella dormía plácidamente, sus enormes labios entreabiertos… Steve seguía haciendo agua… 206
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Ted volvía a concentrarse. Otro continente… Y otra mirada… Sus manos entrelazadas sobre el vientre… Más agua… “…¿Este ya lo hice?... No...” Ted volvió a concentrarse. El papel le temblaba por el enorme esfuerzo… “Es sólo un continente más” pensó. Miró hacia atrás, justo cuando Lola cambiaba de posición en el asiento… —Creo que ya no doy más agua, —comentó Steve con voz cansada y sus ojos aún cerrados. Ted volvió al papel, arrugado, rajado y se concentró con sus últimas fuerzas. “El último va a ser el más difícil”… … Extenuados, decidieron acercarse lentamente a contemplar su Obra. A la distancia, ofrecía una visión magnífica. En medio de todo aquel universo claro, se destacaba nítidamente la Tierra; sus diferencias de colores se iban acentuando… Los cansados dioses, miraban complacidos a medida que se acercaban. —¿No está del todo mal, eh? —sonrió Ted, volviendo a mirar. —No… Es sólo que… —¿Qué? —No nos quedó tan regular en los bordes… —Es mejor. Así después tienen para los puertos, los lugares de atracciones, los desembarcos ocultos, los contrab… —Además…, no quedó muy plano aquel continente…, tiene dos enormes elevaciones… Probablemente te moviste en ese momento… —¿Eh? Sí, con toda seguridad… —Déjame ver el papel, Ted… ¡Qué arrugado! ¡Con razón! Debes haber hecho un enorme gasto de energía. 207
—¡No te imaginas! —¡Si hasta está rajado el papel! Corresponde a aquel continente, el de abajo. ¡Mira qué hendidura profunda le quedó! Ted la estaba mirando… Siguieron bajando y empezaron a buscar un lugar para Lola. —Aquel continente parece lindo… ¿No notas nada raro, Ted? Ted se dio vuelta apresuradamente para mirar su Tierra. —No. ¿Qué es, Steve? —Hace un rato que vengo mirando nuestra Tierra. Inconscientemente la estaba comparando con las fotos que sacaron los astronautas… —¿Y? Es lógico que no sea igual… —No. No digo por los continentes… Es que no tiene… Sombra… —¡Es verdad! ¡Y con lo necesaria que es! Si no, ¿cuándo dormirían? Y los boxeadores, ¿cómo se entrenarían? Tenemos que pensar en las sombras. Déjame a mí —pidió Ted. —¿No estás cansado? —No. Manos a la Sombra.
FOTO AÉREA DE LA TIERRA (De nuestros Serv. Esp.) Tomada antes de la Creación de la Sombra (si no, no salía bien) 208
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3 Dijo pues Ted: Sea hecha la Sombra. Y la Sombra quedó hecha. —¡Es perfecta! —exclamó Steve, entusiasmado. —Gracias socio. Ahora sí estoy extenuado. No olvides que he pensado una Sombra entera. —Busquemos un lugar donde pasar la noche. —Este Primer día de la Creación fue bastante productivo.
4 Y vio Steve que lo hecho era bueno y quedó conforma. —Mañana continuaremos. Vamos a dejar a Lola. Puede despertarse ahora y después el día que quiera hacer volar el auto otra vez, se va a decepcionar al no encontrar el botón. Bajaron hasta que el coche se depositó suavemente sobre un continente, cerca de la costa. Era una noche espléndida, serena. Las lejanas esferas brillaban a lo lejos. La primera mujer de la creación, pasaba su primera noche en el asiento trasero de un convertible. —¿No deberíamos taparla? Quizás sienta frío, pobrecita —dijo Ted. —No te preocupes. No hay viento ni frío porque aún no lo hemos pensado; el mar está sereno... Sentémonos aquí a descansar nuestras mentes y a recuperar la energía perdida. Mañana tendremos un gran trabajo. —¿Qué haremos mañana? ¿Te das cuenta que hemos creado el mañana? 209
—¿Cómo? —Está claro. Hasta ayer, siempre había sido hoy, pues no había mañana, pero a partir de hoy, tendremos muchos mañanas que no serán como ayer. 5. Steve llamó a la luz, Día y a las tinieblas Noche y hete ahí que resultó el Primer Día.
NUESTRO PRÓXIMO CAPÍTULO: EL CUARTO
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Capítulo IV
SÁBADO INGLÉS
Un sol sereno y límpido empezó a asomarse sigilosamente por el horizonte descorriendo las sombras que habían cubierto ese continente. Del asiento trasero del convertible, aparecieron dos puños negros que se fueron elevando y abriendo hacia el cielo, seguidos de dos largos brazos negros. Dos enormes ojos negros vieron por primera vez la luz del nuevo día. Y luego asomaron sus dos redondeados hombros negros y … nada más. Allí quedó sentada en el asiento, contemplando el amanecer, que a pesar de corresponder al segundo día, era el primero (nunca se pudo compensar esta diferencia). Luego se levantó y decidió bajar para estirar las piernas, cosa que era absolutamente innecesaria, porque de ese largo eran perfectas. Al tocar tierra por primera vez, sintió una sensación extraña (como Colón; excepto que no era observada por ningún indio, descontando a Steve y Ted). El suelo no era lisito como el del día anterior pero era más cálido, más absorbente… Se dirigió a la parte trasera del auto. Estuvo un instante ahí que no pude ver, pero se debe haber agachado a revisar el agua. Los coches económicos consumen mucha agua pero éste debe haber estado lleno pues sentí caer un poco hacia afuera. Una vez realizada esta tarea, que siempre se debe hacer de mañana, Lola se dispuso a recorrer el terreno pero primero encendió la radio, tomó una manta que había en el asien211
to donde había dormido, la extendió sobre la tierra para sentarse sobre ella a mirar el horizonte que era su único pasatiempo. Ahora aquella especie de sol se reflejaba en el brillante espejo y Lola lo miraba desde el acantilado con una sonrisa angelical (todavía no tenía a quien hacerle sonrisas maliciosas). Steve y Ted despertaron de su descanso mental con el informativo de las 9:00 A.M. —Vamos a tener que pensar un reloj que sirva para acá; los días son mucho más cortos. Antes de sentarse Lola cambió de estación y puso música. Como no sabía hablar no le gustaban los informativos pero la música la disfrutaba porque la sentía adentro. Mientras Lola se agachaba sobre la portezuela a correr las perillas, Ted se levantó a contemplar de cerca sus dos Obras. —Las Dos están muy bien —dijo, aunque se había olvidado de mirar la Tierra. —Quizás deberíamos poner más agua, —comentó Steve, contemplando Su Obra. —O tal vez sea necesario sacar tierra —contestó Ted. —El acantilado está muy alto pero sacar algo de lo ya creado, creo que sea muy difícil. Mejor será poner. —De acuerdo —dijo Ted. —¿Qué te parece suavizar el desnivel de la costa poniendo arena? Podríamos hacer una regia playa para que Lola pueda refrescarse. —Y nosotros también. —Nosotros no precisamos y nos espera otro bravo día de trabajo en esta semana que podríamos llamar Semana de la Creación. Para empe212
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zar vamos a hacer un trabajo de arena fina así dejamos para después los viajes de arena gruesa. La radio continuaba su música. La formación de la arena fina captaba toda la atención de Steve, la formación de la playa de arenas doradas y finas captaba toda la atención de Lola y las formaciones moldeadas y oscuras de Lola captaban toda la atención de Ted. Así pasaron largo rato. Steve seguía concentrándose en la arena que empezaba a pasar como un chorro fino y dorado frente a sus ojos. Instintivamente los cerró para que no se le metiera ni un granito y cayó en una ensoñación… Lola, para la cual era todo nuevo, no se sorprendía ante la creación de la enorme playa que crecía y crecía frente a sus ojos. Ted tampoco se dio cuenta cómo crecía, pero de pronto… —¡Steve! Steve… Para… —Steve se incorporó sobresaltado y se le cortó el chorro de arena. —¿Qué sucede? Se te fue la mano. Has creado un desierto extensísimo. —¡Oh!... debo haberme dormido. ¡Qué horror! Un desierto… —No te preocupes Steve. Hasta los Dioses se equivocan. Tenemos tiempo para arreglarlo agregándole algo arriba o un poco de petróleo abajo. —Pero yo quería hacerle una playa a Lola para que se entretuviera mientras trabajamos. ¡Cómo se pasa el tiempo! Fíjate el sol; ya es casi el mediodía. —Lola debe tener hambre. —¡Pero seguro! El hecho de que nosotros no tengamos que comer, nos hizo olvidar que ella sí tiene que alimentarse. —Hasta el día de hoy parece que se alimentó muy bien. 213
—Ya que estamos aquí vamos a crear para ella El Paraíso. Será un lugar de ensueño. Tendremos que ponerle una buena vegetación, hermosos árboles llenos de frutas para proporcionarle alimento y todo para distraerla en sus deseos y satisfacerla en sus goces inocentes. —¡Epa! Estás hablando como todo un Dios, Steve. ¿Tú crees que ella es buena y pura, que no tiene maldad? Es simplemente que se encuentra sola. El día que creemos el Hombre, ya verás… —Podríamos ponerla a prueba un tiempo para ver si vence la tentación. —¿De qué manera? —Y, por ejemplo, prohibiéndole que toque algo de lo que haya acá en el Paraíso. —¡Ah! Ya me estoy acordando cómo era. Te apuesto a que Lola no resiste. Vamos a empezar a decorar el lugar mientras Lola camina por el desierto. —Bien, —dijo Steve— empecemos por un buen césped. —Que no haya que estar cortándolo muy seguido. —Y podríamos hacer un lago más allá, con una cascada entre unas piedras y que desde este lugar se vaya formando un largo río que atraviese el desierto hasta llegar a la costa. 6 Y salía de allí un río para regar el huerto —Es una idea genial, aunque me parece que no es original. —Y pondremos frutales de todo tipo… y entre ellos estará el Árbol del Bien y del Mal. Y se pusieron a trabajar. El lugar comenzó a adquirir una infinita belleza. Unos montes enormes de piedra aparecieron hacia el horizonte opuesto al desierto. De entre sus piedras más altas una finísima lluvia 214
empezó a golpear la tierra insistentemente y a formar un lago estilo Victoriano que se fue extendiendo hasta unas piedras cercanas y desde allí, un hilo de agua se lanzó a atravesar el desierto. Un manto verde cubrió todo el lugar y los árboles fueron apareciendo a medida que se les iban ocurriendo. Lola, que a esta altura ya había hecho todo lo que a uno se le puede ocurrir hacer en la arena, vio de pronto como un hilo blanco de agua que corría presuroso y se decidió, sin pérdida de tiempo, a averiguar de dónde venía. ¡Cuál no fue su sorpresa al llegar al Paraíso! ¡Cosas nuevas, colores nuevos! ¡Cuántas cosas para conocer, para tocar! Steve y Ted observaban satisfechos, la cara de satisfacción de Lola. Ted lo observaba todo con satisfacción. —Ahora que está todo pronto, elijamos cuál será el Árbol del Bien y del Mal. —Un manzano, naturalmente, —dijo Steve. —Muy convencional. Pongamos mejor..., un banano. —Está bien. Para la prueba da lo mismo. Pero de alguna manera tenemos que hacerle saber que ese es el Fruto Prohibido12. —Como Lola es una obra mía —dijo Ted— quizás, si tú te concentras fuertemente, puedas comunicarle que si toca las bananas, perderá el Paraíso y el derecho a entrar en cualquier otra localidad… Lola recorría el nuevo lugar reconociéndolo todo y observando admirada su nueva morada. Recorría los senderos tocando los árboles con sus manos inquietas: algunos rugosos, otros más lisos. Tomó una brillante pera, le dio un
12 Prohibido quiere decir que no se puede tocar; a diferencia de prohibitivo, que quiere decir que no se puede comprar. 215
fuerte mordisco saboreando el dulce néctar y un hilito del brillante jugo le corrió desde la comisura de los labios, por su largo cuello de ébano, entre sus inocentes risas. Era feliz. Corría; acariciaba las naranjas y las sandías. Hasta que llegó a las bananas. Steve se había concentrado… Lola ya había estirado su brazo para tomar una cuando sintió un estremecimiento en su cuerpo. Ted notó muy bien ese estremecimiento y comprendió que Steve le estaba llegando con su mensaje. 7 Y mandó Steve a Lola, diciendo: De todo lo que quieras podrás hacer y de todos los árboles podrás comer, pero bananas no comerás, porque si comes, te arrepentirás. Lola quedó un instante contemplando las bananas, luego bajó su brazo lentamente, echó una mirada más al cacho13 y siguió correteando alegre por el Paraíso. —Lo hiciste muy bien Steve pero no creo que resista a la tentación de tomar una en cualquier momento. —Yo tengo fe en ella, en la raza humana. Sé que no me defraudará. Pongamos un plazo. Suponiendo que empezamos la Semana de la Creación, un lunes…, hoy es martes… ¿Qué te parece hasta el viernes al atardecer? —Hecho. El que pierda, trabaja el sábado. —Está bien. Por hoy no hacemos más nada. Ya es casi el atardecer.
13 Racimo o conjunto de bananas. Lo aclaro para los lectores de otros países en los cuales “cacho” pueda significar algo distinto. 216
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Se dieron un apretón de manos para cerrar el trato y se sentaron en el automóvil que había quedado estacionado en medio del Paraíso. 8 Y entre desierto y Paraíso se les pasó el Día Segundo. Y fue así. La luz del tercer día abrió primero los ojos de Lola. ¿Qué cosa nueva encontraría ahora? Ya se estaba acostumbrando mal. Todas las noches dormía en un lado distinto. El césped no estaba del todo mal, aunque le hacía unas cosquillitas que nunca había sentido. Nuevamente se puso a recorrer el huerto. Al llegar a la orilla del arroyo vio en la ribera de enfrente el reflejo de los árboles y sus frutos colgando que se mecían en la corriente cristalina. Se acercó más y por primera vez vio su imagen en el agua, igual que los árboles… Movió sus brazos, la cabeza y una blanca sonrisa le ocupó toda la cara. Se agachó más y más hacia adelante corriendo peligro de perder el equilibrio. Hundió sus dedos en las aguas y ahuecando su mano, llevó un poco, y otro… Y las gotas le corrían por el cuerpo... ¡Qué frescas!... Y ya, sin dudarlo, se lanzó a las mansas aguas inaugurando nuevos juegos. Steve y Ted que habían contemplado la escena, decidieron iniciar la tarea del día. —¿No habría que quedarse a cuidarla por si le pasa algo? Se puede ahogar… Ve tú que enseguida te sigo… —Nada puede pasarle. Aunque estemos muy lejos de aquí, aparentemente; nosotros acá, allá y en todas partes. Lola, la Tierra, el Mar son una parte nuestra... vamos. —¿Y cómo haremos para saber si come una de las bananas? 217
—Ya lo he pensado y cada una de las bananas acciona un mecanismo que, si fuera arrancada o aun solo tocada, lo sentiríamos inmediatamente porque se encenderán luces de colores y sonarán alarmas en todo el Universo. Vamos a llenar de verde toda la Tierra. Que las plantas crezcan y que tengan flores y haya muchos frutos. Con la práctica que hemos hecho en el Paraíso va a ser muy fácil. Se elevaron y estuvieron toda la tarde dando vueltas y sembrando aquí y allá. Lola salía y entraba al agua, comía frutas y nada perturbaba su alegría. Ni siquiera pensaba en las bananas. De alguna manera misteriosa, sabía que las flores no se comían y se puso unas hermosas rosas rojas, graciosamente, entre su pelo. Se acercó a la orilla del arroyo y se observó orgullosa de sus adornos. Había dado a luz la coquetería femenina aunque ella no la bautizó. Las horas pasaban alegremente. Casi al caer el sol, volvieron los esforzados trabajadores de la Siembra. 9 Y fueron colocados los panes de césped, y árboles de sombra y los frutales de la época y quedan aplazados los frutos de invierno, por lo que testifican y dan fé, Steve y Ted y fue de tarde el Día Tercero. —Realmente creo que es una de nuestras más perfectas Obras. —¿Cómo te quedó el continente de abajo? —¿El chiquito? Me parece que se me fue la mano. Tiene tantos árboles y tan juntos unos de otros que no van a poder andar ni los perros. —¿Perros? ¡No hemos puesto ningún animal todavía! Mañana nos dedicaremos a ellos. ¿Qué te parece?
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—No me preguntes ahora. Vamos a ver a Nuestra Mujer para saber cómo lo pasa. Por hoy creo que vas ganando la apuesta. No he sentido nada raro —dijo Ted. —No me voy a equivocar, ya vas a ver. Ya atardecía y Lola había limpiado bien el Paraíso; todo estaba acomodado y se había dispuesto a escuchar la radio, sentada en el coche. Recostada en el asiento delantero, su enorme mirada se perdía en la grandiosa oscuridad mientras en la radio sonaban los acordes melodiosos de “Claro de luna”. —¿Oyes lo que están tocando? –preguntó Steve. —Sí, es muy bonito. Hace soñar a cualquiera –dijo Ted mirando a Lola. —A mí me hizo pensar en una cosa. —¿A ti también, eh? —El problema no es tanto de noche, sino de día. —A mí me sucede al revés —contestó Ted. —Creo que es más importante que mañana nos dediquemos al sol. —¡Me parece brillante! —Ese es el problema. —Ahora sí que no te entiendo, —exclamó Ted. —El sol que aparece todos los días es brillante pero no tiene calor alguno. Le hemos venido llamando sol al núcleo de este átomo que es frío e inactivo. —Ya me estaba olvidando por completo que estamos en un micro mundo. —No te olvides que ahora hay plantas en Nuestra Tierra y que precisan un sol cálido y que ese sol caliente el agua y el vapor se eleve de la Tierra para mojar lo que crece en ella. —Mañana trataremos de darle el calor que falta. Vamos a pensar la forma de hacerlo. 219
Mientras conversaban, un disco blanco aparecía en el horizonte, silenciosamente… Lola lo miraba como miraba Lola a todas las cosas nuevas, sin asombro. En su felicidad, no había cosas desagradables, ni siquiera ese OVNI que se elevaba sobre el mar… —Oye Steve, escucha. Abre los ojos. No es hora de ponerse a trabajar… —Simplemente estaba pensando en cómo hacer el sol… —Pues has hecho una Luna… Mira… —¿Qué?... No puede ser… Pero si yo no… —Ahí está… y viene subiendo lentamente. —Ahora que lo pienso, cuando sentí el tema en la radio, por un segundo me imaginé qué hermosa quedaría la luna en esta noche clara. Debo tener más cuidado. Esto ha salido bien pero… ¿qué podría haber pasado si en vez de ese tema hubieran estado pasando “La Guerra de las Galaxias”? —No puedo imaginármelo. ¡Qué sorpresa para Lola! Mírala cómo duerme bañada por la luna nueva… 10 Y aunque no lo parezca, fue así Antes de que saliera el sol, Steve se paseaba con las manos detrás de la espalda pensando la forma de crear una fuente de energía que durara muchos millones de años. —¿Madrugaste? La luna te ha dejado nervioso. —No, lo que me tiene nervioso es el sol. La luna va a estar dando vueltas, fría, sin dar problemas, cambiando su cara de acuerdo a cómo la iluminen y sin afectar nada en la Tierra más que a los corazones 220
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románticos. Pero el sol no. Es necesario que dé calor siempre. Pero, ¿cómo? —Te veo serio y preocupado, Steve. —Hemos iniciado algo muy importante y hubiera sido una pérdida de energía… —Steve se detuvo... —Podríamos empezar de nuevo, ¿qué te pasa, Steve? —Una pérdida de energía, eso es. —¿Qué es? —Vamos hacia allá a estudiar bien ese núcleo. Esto nos puede llevar mucho tiempo y tendremos que actuar con mucho cuidado. Un error puede ser fatal y ahí sí que no podríamos empezar de nuevo. —¿Cuál es la idea? —Tendremos que realizar una síntesis nuclear para lo cual tendremos que “encontrar” otro átomo para combinar y hacer que de la pérdida de masa se origine energía. —Pero, podríamos estar creando una reacción nuclear en cadena... Sería una bomba… —Es el cuidado que debemos tener. Si lo logramos, tendremos más luz y calor en nuestro Sol y nuestra Tierra se desarrollará. —¿Y si no lo logramos? —…Nos iremos al Paraíso... —¡Con Lola! —A ese Paraíso no, al otro, al de más arriba... A Ted se le hizo un nudo en la garganta pero los dos marcharon hacia el horizonte, donde ya aparecía el frío sol. Lola hizo todas las cosas que hacía siempre de mañana. Luego salió a buscar la fruta, no sin antes encender la radio del coche en su programa favorito: “Mañanitas de folklore” que contaba con un rating total 221
en el Paraíso. Al volver cargada del huerto, pasó frente al Bananero del Bien y del Mal y pensó: “¡Qué lástima!”. Y siguió alegre su camino. Lola no era de pensar mucho. La mañana transcurrió como todas las mañanas, de mañana. Hasta que llegó el mediodía, lo cual pasaría inadvertido para ella de no ser por los informativos. Apagaba la radio y se iba al lago y a veces hasta la cascada, donde el agua que caía desde muy alto, la golpeaba con fuerza descubriendo, antes de que se inventara, el placer masoquista. Cuando ya retornaba a su lugar habitual, sintió como que algo “le hacía una guiñada”. Le extrañó pero siguió adelante, tocándolo todo, saltando alegremente. De pronto… Otra guiñada… Ahora estaba segura pero no se daba cuenta muy bien de qué se trataba y continuó caminando por los verdes senderos hasta que llegó al bananero. Se paró frente a él. Ella no sabía porqué pero había algo en ese árbol que la atraía. Lo miraba como miran todas las inocentes: con una sonrisa de inocencia. De pronto la guiñada y empezó a sentir un calorcito agradable en todo su cuerpo. Ella pensó: “Deben ser las bananas” y asustada se dirigió corriendo al río a zambullirse. El agua la reanimó. Se olvidó de todo y se puso a hacer la plancha (al revés de las mujeres de hoy que por hacer de todo, se olvidan la plancha). Estaba en esa posición cuando notó que el sol brillaba más, que le calentaba agradablemente las partes de su cuerpo que sobresalían del agua y que la Luz ya no hacía más guiñadas. 11 E hizo Steve las dos grandes lumbreras. La mayor para que anduviera de Día y la menor para que anduviera de Noche. No era bueno 222
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que las menores anduvieran de Noche, pero fue así. Y las puso a las dos en el Cielo, y así hubo sido el Cuarto14. Ese día volvieron a la noche. Se pusieron a descansar sobre el césped húmedo que brillaba con la luz, ahora más clara, de la luna. Lola dormía plácidamente sobre la manta extendida en el suelo. Desde que habían aparecido las Sombras todo tenía otro relieve. Las cosas redondas parecían más redondas y las cosas cuadrad... no. No hay nada cuadrado en el Paraíso, las naranjas y las peras y las manzanas y los melones… Y Lola seguía durmiendo. … El viernes de la Creación no madrugaron. El día anterior habían gastado muchas energías dando a luz. —Mmm, mmm, el sol ya está alto —dijo Ted, que era el que había hecho menos. —Parece que va a hacer calor —afirmó Steve, complacido. —Lo hemos logrado. —¿Estaremos en verano? —Siempre será así el clima. Ayer cuando volvíamos, y tú venías durmiendo, estuve haciendo algunos cálculos muy interesantes. —¿Podremos volver antes? —No, eso no lo podremos cambiar. Cuando hayan pasado los 30 minutos, volveremos arriba. —Es que ya no lo pienso como 30 minutos. Son 100 años… —Son más… 14 Se refiere a la finalización del cuarto día de la creación y no del capítulo. 223
—¿Más? ¿Qué estás diciendo? —En realidad es lo mismo, pero sucede que como acá los días duran prácticamente la mitad, estaremos en realidad... 200 años. —¿200 años? Parece una locura. —Pero hay otra cosa. —Por favor no sigas con los cálculos. —El ciclo de rotación de la Tierra alrededor del Sol es también más pequeño y se realiza en aproximadamente... 120 días, de estos. O sea casi una tercera parte, por lo cual nuestra permanencia aquí será de 600 años, más o menos. (Acá venía una frase de Ted que fue sacada por la censura) —No te pongas así Ted. Parece que fuera más, pero el lapso es el mismo. —Tienes razón, Steve, ¿qué hora es? —Son las 9:01.01.444… así que ya hace... unos... unas... 145 milésimas de segundo que estamos aquí. (Ahora no es que lo hayan censurado sino que quedó mudo) —¡Ted! ¿Qué te pasa? ¡Estás blanco! No te me quedes ahora. Vamos a ocupar nuestro tiempo para que se nos pase más rápido. —100… 200… 600…, —iba repitiendo Ted mirando al Suelo. —¿Qué estás contando? ¿Hay hormigas? —preguntó Steve. —En mi cerebro… —Todavía no habíamos dicho que íbamos a hacer hoy pero es un espléndido día para hacer los animales. 224
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12 Y que en las aguas haya pesca y en el aire haya buenas aves, y aves para caza y sea Creado sin demora todo bicho que camina o ande de otras formas. Y sean grandes y chiquitos. Sean. Mientras Lola hacía sus cosas, como siempre, Steve y Ted se integraron al Espacio Infinito para organizar el inmenso zoológico. —¿Por dónde empezamos? Yo de todos los animales no me acuerdo. Tendríamos que haber traído la Enciclopedia. —Y, empezamos por los más fáciles y listos: perros, gatos, caballos, cebras, elefantes… —¡El trabajo que debe dar un elefante! —suspiró Ted. —Pero tenemos que hacer por lo menos dos. ¿Te das cuenta? —Está bien. Vamos por orden, —dijo Ted— tú te imaginas los machos y yo me imagino las hembras. ¿De acuerdo? —Bueno, tu vas anotando el nombre, lo lees fuerte y ya, de una vez, haces varios machos y yo hago varias hembras y las vamos distribuyendo por los continentes, ¿sí? —Sí. Pronto, listo y…, ya. Perro… —Sí. —Gato… —Sí. —Caballo… —Yegua. —¿Qué me dijiste? —¿No habías dicho caballo? Yo hago las yeguas… —Perdona… Sigamos… Toro… 225
—Vaca. —Carnero… —Ovejas… —Jirafa… Jirafa… ¡Ey Ted! ¿Qué te pasa? —Me dormí contando las ovejas. ¿Cuál fue el último? —Jirafa… —Sí. —Rinoceronte… —… Espera… ¿La hembra tiene cuernos? —Pues… No sé… déjala sin cuernos; ya le saldrán igual… —Elefante… —… Elefanta… No te apresures que esta me cuesta. —Serpiente… —Serpiente… ¿No crees que nos han salido muy iguales? Después de todo nunca sentí decir el serpiente… —Bueno, ahora ya están. Y así siguieron, páginas y páginas interminables de aves, peces, insectos, monstruos, parejas sin compañero, grandes y chiquitos que iban poblando lentamente la Tierra y acomodándose cada uno en sus lugares, sin molestarse porque en esa época eran todos herbívoros (no sabemos qué comían los peces). Ese mediodía, Lola tuvo visita. Un gracioso pajarito rojo vino a posarse en los árboles del Paraíso y cantó. Como era la hora de los informativos toda su atención era para él. A Lola le encantaba el pajarito, chiquitito pero lleno de vida, como ella. Más tarde, cuando se bañaba en el arroyo, un pececito plateado saltó frente a ella; una y otra vez y jugaba y pasaba entre sus piernas. A Lola le encantaba el pececito, chiquitito pero lleno de vida, como ella. 226
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Cuando salió del agua y se dirigía al huerto se encontró frente a frente con un gran oso negro. Una sombra de duda le corrió por el cuerpo de ella mientras la mirada le corrió por el cuerpo de él. Tenía muchas cosas parecidas a ella. El color, el pelo, los ojos, orejas, los brazos, las piernas, pero… Los dos se miraron largamente y anchamente. A ella lo único que le habían prohibido era el fruto del Árbol del Bien y del Mal pero sin embargo… El oso tomó la iniciativa y se dirigió a los frutos. Arrancó uno y se fue comiéndolo, internándose en el bosque por donde había venido… El canto del pajarito hizo que despertara de la siesta. El sol ya se dirigía al horizonte. A Lola le gustaba el pajarito. 13 Y ahora todos a portaros bien y cumplir los deberes. Desparramaos por los mares, extendeos por los aires y multiplicaos sobre la Tierra, que hace bien, ¡Ea! Y así fue dicho que se acababa el Quinto Día.
Steve y Ted ya reposaban en el huerto, gozando de su Obra. Lola jugaba con el pajarito, mientras el pececito saltaba desesperado para hacerse ver. —¿Has visto cómo salta el pececito? —preguntó Steve. —Hace rato que lo vengo observando. Detrás de los matorrales y arbustos se sentían las corridas de los animales. —Todos son felices ahora. Es un mundo feliz, sin problemas —dijo Steve, satisfecho de su Obra—. Todos con sus respectivos compañeros. 227
—Menos Lola —suspiró Ted—. Se nota cierta melancolía en sus ojos ahora que el pajarito se le fue con su compañera. —Esta noche vence el plazo. —¿Tienes en mente algún impuesto? —No. Me refiero a nuestra apuesta. Ella no ha sucumbido a la tentación del fruto prohibido. —Ha sido poco tiempo. —Hicimos un trato ¿recuerdas? —Está bien. Mañana trabajo yo, pero mediodía; que es sábado, ¿de acuerdo? —Bien. No queda mucho por hacer. Creo que tienes razón en una cosa. Tenemos que traerle un compañero a Lola. NUESTRO PRÓXIMO CAPÍTULO: SU PRIMER HOMBRE Si el lector quisiera ampliar un poco la comprensión de lo leído hasta el momento pongo a su disposición los títulos de obras consultadas: a) La Biblia Universal Ilustrada (autores varios).
Fascículos coleccionables – Colección Pulgarcito (hay números agotados)
b) El Pequeño Químico (caja amarilla) Juego didáctico para niños de 8 a 12
años. Más de 20 apasionantes experiencias. Con folleto explicativo, en colores c) Matemáticas Elemental. De Pedro Martín d) Teología Elemental de P. Martín e) La historia Universal (para colorear) Número extraordinario, Colección W. Disney. f) Play Boy – Diciembre 1961. Tirada Especial de Invierno. (Se pueden consultar
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otras tiradas)
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Capítulo V
SU PRIMER HOMBRE
(Aunque traté de lograr hasta el momento una armonía total hasta en las pequeñas cosas, no pude evitar que el Sexto Día de la Creación me quedara en el capítulo quinto. Mis disculpas.) Parecía que Lola presentía que ese sería un gran día para ella. Había arreglado todo el jardín mejor que nunca; el césped lucía impecable; había revisado todos los árboles del huerto y todas las frutas colgaban armoniosamente. —¡Parece que supiera! —comentó Steve, sentado a la orilla del arroyo—. Vas a tener que hacer un buen trabajo, Ted. Esa chica se merece el mejor compañero. —He estado pensando y no se me ocurre nadie en especial. Nunca pensé que tendría que concentrarme para hacer un Hombre. ¡Mi primer Hombre! ¡Qué mal suena! —Por supuesto que tiene que ser de su color. —Sí, pero… ¿quién?... El mejor… El más fuerte… —¡Ya lo tengo! ALÍ… —El más lindo…, sí… Es una buena idea pero ya lo creo que tendré que concentrarme. Iré tras aquellos árboles para que ella no lo vea cuando se esté formando. 229
—No vayas a cometer ningún error esta vez, Ted. Es el Primer Hombre y toda su descendencia depende de él. —¡Será el más Grande! Ya lo verás… Pasó un buen rato, mientras Lola continuaba sus tareas. Ni el pajarito, ni el pececito habían llamado su atención. Cuando se dirigía hacia la cascada pasó frente al Árbol del Bien y del Mal, sin mirarlo. De pronto en el camino, apareció Alí… Ambos se quedaron parados mirándose de arriba abajo pero no con ánimos de pelear. Lola recordó al oso e inconscientemente (ya que no tenía conciencia) empezó a compararlos: el pelo más arregladito que el oso,los ojos saltones como los de ella (aunque no por la misma razón), una naricita más chica que la del oso y unos labios como los de ella, un cuello casi tan grande como el del oso y un pecho no tan grande como el de ella; unos brazos como los del oso y como los de ella, y un… pero “aquello” no lo tenía ni el oso ni ella… —¡Lo has hecho con pantaloncitos! —exclamó Steve, riéndose a carcajadas. —¿De qué otra manera lo podía haber imaginado? 14 Y ambos se miraban y no se avergonzaban. Sobre todo él. Se tomaron dulcemente de la mano y comenzaron a recorrer el lugar. Lola era muy feliz aunque había algo que la tenía intrigada: el pantaloncito brillante. Ted miraba a su Obra última con un poco de celos. Él había traído al mundo a Lola y la perdía con un hombre que también él había creado. Una idea le quedó dando vueltas en la mente, pero sin llegar a salírsele para que Steve no la viera. 230
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—Bueno —dijo Steve, satisfecho—. Hasta aquí todo nuestro mundo, contento y feliz. Vamos a dejarlos solos y a perdernos en las inmensidades; a “estirar” un poco el cuerpo. —Ahora no podrá resistir la tentación —dijo Ted—. Te hago una nueva apuesta. —Vas a perder otra vez. —Esta vez estoy seguro de que no aguanta. Alguno de los dos, no aguanta. —¿Tú no crees en la bondad natural? Ellos son felices así. ¿Por qué tendrían que caer en la tentación? —Porque hay una fuerza adentro… —Pero nosotros no se la hemos puesto… —Sí, pero ahora que está Alí… —Nosotros los creamos a una imagen; pero son eso solamente. Yo tengo confianza en ellos. Si llegaran a desobedecer, perdería totalmente la fe en la humanidad entera y pensaría que este mundo feliz, perfecto, se pudriría como el de allá arriba. Si sucediera algo, habría que castigarlos. Pero no creo. —Ahí está la apuesta, —dijo Ted, entusiasmado con su idea—. Si no sucede nada entre hoy y mañana, trabajaré yo solo de ahora en adelante. ¡Los 600 años! Pero si sucede lo harás tú y nos iremos a otro continente a empezar de nuevo. —Está bien. Yo creo en estos seres puros. Lo lamento porque tendrás que trabajar mucho. —Queda el resto del sábado y todo el domingo. El lunes próximo volveremos a mirar. Iremos a pasar el Fin de Semana de la Creación, bien lejos. —Me parece correcto. Nos merecemos un descanso. 231
—Ve marchando Steve, que quiero dar una última mirada. —Nos vemos en lo alto. Ted corrió entre los árboles, hacia donde estaban Lola y Alí (por orden de aparición). “No creo que pueda aguantar un sábado de noche” —pensó Ted— y menos con esto… En un instante se reunió a Steve y ambos se diluyeron en el Espacio Celestial. 15 Y desde lo alto vieron lo que habían hecho y estaban conformes con el Sexto Día de la Creación. Y el Séptimo ni se le vio en el Universo. No. SÁBADO A LA NOCHE Lola le había hecho conocer el Paraíso a Alí. Le había mostrado todos sus atractivos: el golpe de agua de la cascada, el lago, el pajarito, el pececito, los árboles, los frutos, todos… Una vez que pasaron frente al bananero se pararon a contemplarlo detenidamente, en silencio (todavía no hablaban). Ya habían probado casi todos los frutos y cuando Alí intentó tomar una banana con la mano ella lo abrazó con fuerza, apretándolo contra su cuerpo para transmitirle la prohibición de comer de ese Árbol. Así estuvieron un instante, muy juntitos… Alí no se acordó más de las bananas. Llegó la noche y ella lo llevó al auto a bailar. El baile fue un éxito total dado que concurrió un 100% de los invitados. Fue un baile memorable ya que fue el Primer Baile de Sábado a la Noche. Lola bailó como una experta. Alí más bien bailoteó, pero estaba encantado con su compañera. 232
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En un momento de descanso en que ella estaba mirando la luna, una forma larga y blanca apareció entre los árboles y lo llamó a Alí secretamente. Él se acercó a tocarla y la forma le tomó la mano fuertemente, llevándolo hacia el otro lado de los árboles. Al salir de su asombro y de las ramas, Alí se vio frente a algo nuevo no en sus formas sino en su color. Parecía el negativo de Lola. Su pelo era blanco como el rayo de Luna y sus ojos azules como el agua clara, los labios largos y finos, los brazos largos y finos y sus piernas largas y finas. El resto no hacía juego. Pero su vista quedó fija en sus pantaloncitos; iguales a los suyos. Se acercó para tocarlos y ella lo tomó de la mano y lo puso en el camino y fueron hasta el bananero y se pararon enfrente. Él recordó lo que le había transmitido Lola y quiso transmitírselo en la misma forma. La transmisión era buena pero a Alí le pareció recibir una interferencia que le dio como un temblor en todo el cuerpo. Se acercaron al árbol y ella tomó una banana y se la alcanzó a Alí, que la miraba todavía desconfiado (a la banana). Él no se animaba a comer aquel fruto. Ella le empujaba el brazo sonriendo, incitándolo, hasta que él mordió la banana con cáscara, no logrando cortarla. Se detuvo y miró interrogante… Ella tomó la banana, la apretó con sus largos y finos dedos y la pulpa empezó a salir lentamente, llevándosela a sus labios y después a los de él. Era un sabor nuevo. El sabor de lo Prohibido. Él la siguió apretando hasta terminarla, saboreándola con los ojos cerrados (a la banana). Cuando los abrió, el único que lo acompañaba era el Sentimiento de Culpa. Ella había desaparecido. Volvió hacia donde estaba Lola. Ella seguía sentada en el auto, mirando la Luna; menos mal. Él no tenía ganas de bailar y se sentó en su rincón. La miró y la miró e imaginó cómo quedaría con un pantaloncito. 233
Sus pensamientos volvieron al bananero y a la extraña blanca. Fue tan rápido todo; ni siquiera sabía cómo se llamaba o dónde encontrarla. Lola se levantó y fue hasta la orilla del río. Él la miraba. Se metió delicadamente en las refulgentes aguas y comenzó a nadar y a reír. Era feliz e inocente. También él se acercó al agua y se zambulló, elegantemente, para calmar su Fiebre de Sábado a la Noche. Él ya no era inocente. Luego durmieron y llegó el domingo. El sol cubrió todo con un manto cada vez más cálido hasta que la gente se levantó en el Paraíso. Lola se dispuso a hacer lo de todos los días. Alí tenía para hoy, grandes proyectos. Hasta ahora había sido Lola la que enseñaba sus cosas, pero hoy... él tenía algo nuevo para darle. Una sorpresa. ¡Y qué sorpresa! Cuando llegó el ansiado momento, es decir frente al bananero, él la tomó de la mano y quiso acercarla al árbol, pero ella lo retuvo para explicarle nuevamente lo del Fruto Prohibido. “Qué mala memoria tiene”, pensó ella. Lo abrazó y empezó a transmitir el comunicado pero esta vez encontró un impedimento. Parecía que él también estaba transmitiendo y se dispuso a atenderlo. Cuando comprendió miró al Árbol y no quiso seguir oyendo, pero él repitió el mensaje por segunda vez y Lola captó la onda. Ella no se atrevía a agarrar la Banana del Bien y del Mal. Entonces Alí tomó una y pelándola como un experto, la mordió y le dio de comer… En ese momento sonaron campanas, sirenas, alarmas, se encendieron luces rojas y ambos se asustaron tanto que comprendieron 234
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que habían hecho algo Mal y se avergonzaron y pasaron el domingo escondidos intercambiándose mensajes. … Steve y Ted regresaron al Paraíso el lunes al mediodía y se extrañaron de no encontrar a Lola y Alí. En los ojos de Ted se notaba un brillo extraño. Cuando Steve vio las cáscaras de banana tiradas al costado del árbol no pudo creer y se enfureció. —Te lo dije, Steve. No aguantaron. Steve concentró sus fuerzas y apareció Lola, tímidamente, vistiendo una falda de juncos y un sostén de flor de loto… Tenía dos flores de loto… 16 Y Steve llamó a Lola y le dijo: Has comido Banana. 17 Y Lola le respondió: Alí me dio la Banana 18 Y Steve dijo a Alí: ¿Qué has hecho? Y dijo Alí mirando a Ted: fue Él, Señor. Y sí que sí. —Oye, Steve. No le creerás a este. Yo siempre estuve contigo. Está buscando una excusa. —Creo que hay algo sucio detrás de todo esto, Ted. Espero que tú, mi mejor amigo, no me hayas engañado, porque… En ese momento apareció la rubia y por los pantaloncitos se dio cuenta que era otra obra de Ted. 235
19 Y Él mandó esa rubia para conquistarme, dijo Alí. —Ya cállate, tú, GRAN BOCÓN. 20 Y Steve dijo a la rubia: por cuanto esto hiciste, tú y todas las rubias frígidas serán. 21 Y a Lola dijo: multiplicaré en gran manera las carnes de tu cuerpo y si obedeciste en el Pecado, le obedecerás siempre. 22 Y a Alí dijo: tu vida será una eterna pelea y caerás dos veces por cada vez que te levantes. Steve clausuró el Paraíso donde nunca más nadie pudo entrar. Alí y Lola, arrepentidos por todo lo que habían perdido, tuvieron que mudarse a tierras más bajas y áridas donde vivieron una vida miserable. Lola engendró dos hijos, Floyd y Joe y de ahí en adelante, se extiende una larga lista de nombres y de hechos, más de nombres que de hechos, lo cual la hace bastante aburrida (como leer la guía telefónica). Steve, destrozado por el fracaso inicial de Su Mundo, se elevó a las alturas y no apareció por muchos minutos, es decir, mucho tiempo. Ted, consiguió sacar a la rubia y se dirigió a otro continente para tratar de iniciar algo a Su manera. … 236
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En esos minutos de Steve, se sucedieron generaciones y generaciones. Y las gentes vivían cientos de años, por eso al lector le sonaría raro escuchar: 23 Y vivió Maalalech después que engendró a Jared, ochocientos años y engendró hijos e hijas. Pero así eran las cosas y los nombres y se escuchaban diálogos como estos: En un velorio: “¿Y, era muy viejito don Cananeet? Qué va a ser, si el mes pasado había cumplido 827 años…” En un casamiento: “¡Qué bonita está la novia! Pero cada vez se casan más jóvenes… ¿Cuántos años tiene? Ella es una chiquilla; tiene 124 años y él apenas le lleva 53…” En televisión: “…tres rayas15, prohibido para menores de 180 años…” 24 Y fueron todos los días de Matusalén, novecientos sesenta y nueve años; y murió.
15 N. de editor. En esa época, si una película era prohibida para menores, aparecían 3 rayas diagonales verdes en una esquina para avisar. 237
De ahí el dicho. Pero la cosa era, como ya sabemos, que en esa época se vivía más apurado. Es decir, se hacía menos pero los días eran cortitos y las noches se aprovechaban bien. Y todos tenían 20 o 30 hijos y el Hombre se extendió por todas partes y se extendió también la Maldad y la Perdición. Steve pensaba que tendría que haber gente buena y empezaba a arrepentirse de haber sido tan drástico. Después de todo, el culpable más grande era Ted. ¿Qué estaría haciendo él en la Tierra? Steve miró su reloj. Eran las 9:21.03.484. ¡Cómo había pasado el tiempo! Le quedaban menos de 9 minutos para volver a ser Steve Carmody y a la hora justa tendría que estar en el Paraíso para el viaje de regreso. Pero 9 minutos son muchos años… Se dispuso a echar una mirada para ver cómo andaban las cosas. ¿Qué habrá hecho Ted en todo este tiempo? Estaba empezando a extrañarlo. No lo había visto más ni había sentido su presencia en el Espacio Celestial. “Con seguridad habrá tratado de enmendar su error y está organizando todo en buena forma” —pensó Steve. 25 Y vió Steve que la Tierra era un desorden. Los basureros no pasaban y las hijas se casaban a los 100 años y los hombres ya se jubilaban a los 459. En viendo esto, le cayó mal.
NUESTRO PRÓXIMO CAPÍTULO: NOS VAMOS A LAS PIRÁMIDES
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Capítulo VI
SINOÉS, EL EGIPCIO
Ted no había perdido el tiempo. Se había transformado en la fuerza del Mal y se había encargado de repartirla puerta a puerta. A medida que Steve recorría ese Mundo, observándolo todo, estupefacto, la decepción iba ganando su corazón. Evidentemente los profesores de Historia de Ted, no tuvieron mucho éxito con ese alumno que ya había enredado a Colón con Cleopatra (lo cual no parecía molestarla mucho ya que a Cristóbal le encantaba descubrir nuevos mundos). En otra parte, los grandes filósofos griegos eran devorados por leones hambrientos mientras exóticas bailarinas orientales, hacían strip-tease al son de las guitarras eléctricas que tocaban los estudiantes católicos. El humo del opio era más espeso que la neblina de Londres, donde caminar era un opio. Los vicios ya se habían inventado todos: la gula, la envidia, los cigarrillos que producen sueños fantásticos, los de chocolate y los que producen cáncer, los vicios del juego, los vicios sexuales, los vicios sociales, vicios por correspondencia y a domicilio. También existían los enfermos viciosos, los políticos viciosos y los círculos viciosos. La prostitución se enseñaba en los liceos, con tres clases prácticas por semana y era eliminatoria. Había alumnas que daban hasta 7 y 8 veces el mismo examen en una semana. En algunos casos los profesores las aprobaban por cansancio. 239
El tráfico de esclavos registraba las más altas cotizaciones en la Bolsa y el continente donde se había creado el Hombre era el abastecedor principal. En este preciso momento, allí, se encuentra Ted, haciendo de las suyas. Pero antes de ver lo que hace ahora les cuento que Ted también estuvo presente cuando todos los hombres construían la inmensa Torre de Babel para estar más cerca del cielo. Todas las sabidurías se habían reunido y todos los hombres hablaban hasta ese entonces la misma lengua. Él fue quien dio a cada uno de los sabios un lenguaje distinto y salieron de Babel sin entenderse. (Fue la Primera Reunión Cumbre que no sirvió para nada. Más tarde hubo otras). Pasó el tiempo y Ted organizó las Escuelas de Idiomas y el Sindicato de Traductores. Él propició las Guerras Griegas, Romanas, Púnicas, Médicas, Feudales, Nacionales, Mundiales, Psicológicas, de Guerrillas, Atómicas, Nucleares, etc. Hacía guerras por encargo con destrucción y muerte, muerte sola, violaciones, secuestros, actos terroristas, sabotajes y todas sus combinaciones. Para comodidad de los contratantes había creado distintos planes y facilidades de Guerras. Las había desde 6 días, 18 días, 72 días con Armisticio, 30 años, 50 años y hasta de 100 años, con opción. Se podían pagar con armas, oro, bonos del tesoro, endeudamientos externos a corto plazo; también se podían canjear por boicots internacionales, ¡sin poner un solo peso! Creó además armas más sutiles para destruir la mente de los hombres, como los Filósofos, los Demagogos, las Cuentas en Suiza, las Rubias Platinadas, las Canciones de Protesta, los Televisores y los Neurocirujanos. 240
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Pero vamos donde se encuentra Ted que es quien regentea la oficina de empleos de esclavos en Egipto, para la construcción de las pirámides. Dada la escasez de mano de obra, su entretenimiento actual es hacer niños y ponerlos en cestas de mimbre que vienen flotando en las tranquilas aguas del Nilo, hasta un recodo donde las mujeres de Tebas, vienen a lavar sus ropas y a recoger niños para mandarlos luego a una oficina de Ted, encargada de venderlos a los faraones. Hoy se le ha ocurrido algo distinto; imaginará un niño, a su imagen y semejanza. Recuerda la foto cuando tenía tres meses, blanquito, desnudito… Cuando sea grande, será como él… … Antes de entrar a la historia central de este capítulo, quiero ubicarlos en las características muy acentuadas de la región donde se desarrolla: Egipto. Como el lector fácilmente podrá deducir, esta región se encuentra en el lugar en que Steve, al dormirse, cubrió de arena. El desierto mejoró un poco con el Nilo, donde Ted inauguró más tarde, la compañía de veleros que hacen la línea Asuán-El Delta y viceversa. Luego de que la familia de Alí, Lola y su enorme descendencia dejaron el Paraíso Perdido y se instalaron al Este del Paraíso, Lola siempre suspiraba: "¡Qué verde era mi valle!" el antes llamado Nilo Blanco, comenzó a arrastrar grandes cantidades de barro y limo negro desde el Alto Egipto al Bajo Egipto (fenómeno conocido luego como “vasos comunicantes”). Todo el material de arrastre se depositaba en el Bajo Egipto haciendo las tierras más fértiles y productivas. Estas inundaciones se producían una vez al año y eran esperadas como el aguinaldo porque aparte de la tierra, venían cantidad de cestas de mimbre… 241
Allí en el Bajo, se formó la Gran Civilización. Tan importante fue que los del Alto Egipto querían ponerse a la altura de los del Bajo, hasta que se unieron. Tenían una gran sabiduría para la época. Contaban los años para atrás, así la gente no parecía tan vieja. Pensaban hacer unas grandes esferas de piedra para celebrar el Año Cero y salirse un poco de las tradicionales y fáciles pirámides, pero los festejos por el nacimiento de Jesús y los Reyes Magos y todo eso, opacaría tanto su fiesta que ya nadie se iba a asombrar de las tremendas bolas de piedra de los egipcios. La primera pirámide fue construida en Memfis gracias a los auspicios, impuestos y órdenes del Faraón Zóser, con el asesoramiento técnico de los arquitectos Kúfer, Pinotek y Aquinotoqueh S.A., a los cuales se les deben haber quemado los Papiros porque les quedó toda escalonada y torcida. De cualquier manera se perdona porque no había antecedentes pero esa sociedad no pudo construir más pirámides y se dedicaron a las clepsidras. A partir de ese momento, comenzó la locura por las pirámides y los faraones hacían cualquier cosa por tenerla más grande que la de los otros. En este período de gran sabiduría los egipcios creían por ejemplo, que un “cerdo se comía la Luna cada dos semanas”, pero no aclaraban cómo volvía a aparecer. También decían que “al ponerse el Sol, un hombre había marchado”. Por eso era que la oficina de Migración hacía horario especial. Creían en la inmortalidad y la resurrección. Embalsamaban los cuerpos con técnicas depuradas, como poner los cuerpos en sal 10 días, lo que costaba un “deben” (90 gramos de oro) equivalente a U$S 100; 242
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durante 30 días, 3 “deben”; con rellenado de intestinos y sacado de cerebro, 15 “deben” y el Embalsame De Luxe 2000 AC, con vendas importadas de la ciudad de Gaza, sarcófago con maderas de Occidente, sin IBA (Impuesto al Bote Agregado), 50 “deben”, con facilidades. El alza constante de los servicios de embalsamado y entierro y a su vez la escasez de tumbas y su elevado precio, hizo que empezaran a proliferar sociedades de previsión como “El Poniente S.R.L.”, “Por si acaso S.A.”, etc., que por una módica cuota mensual en vida, le aseguraba el viaje en 1ª en la barca de Amón que era el Dios que tenía la empresa de Transporte más grande. Había otras empresas dirigidas por Dioses menores pero no eran serias y a veces no salían en hora y otras veces, no salían, originando de esa forma serios inconvenientes a los muertos que en ocasiones tenían que esperar duros de frío hasta el otro atardecer. Para los egipcios era más importante la vida después de la muerte y todos sus sacrificios y grandes obras estaban relacionadas con la vida en el más allá. Muchas veces estas obras les llevaban tanto tiempo que eran los sucesores los que tenían que cargar con el muerto. Su primera escritura era en base a dibujos (pictogramas) que representaban escenas de la vida diaria y se entendían bastante bien porque era como los chistes de Ferdinando. Más adelante los dibujos se fueron conviertiendo en letras que eran todas consonantes y entonces las leyendas se veían más o menos así: NMTGZÑ VXJ HPQRB DT CMFZ DT VXJ PZGZRÑTE. Esto trajo aparejado una gran deserción en las escuelas y en el IPA (Instituto de Profesores Amón), así como la creación de la SALE (Sociedad de Amigos de las Letras Egipcias) que continúa hasta nuestros días tratando de descifrarlas, bajo el auspicio del CIES (Comité Investigador 243
de Estudios de la SALE), inscripto en la órbita de la UNESCO (Unión Nacional de Economía al Servicio del CIES y Otros) dependientes de la OTAN (Organización de Traductores de Alto Nivel). Esta última es de carácter honorario, contando para sus gastos de traslados, representación en 84 países, etc., con el apoyo del FMI (Fondo de Mantenimiento de Intelectuales). Continuando con las características generales de los egipcios en esta época, llamada de Gran Sabiduría, debemos decir que como el agua era uno de los bienes más preciados —todavía no sabían lo que hacer con el petróleo—, no la gastaban en bañarse. Se untaban el cuerpo con aceite para embellecerse y protegerse del sol. El problema consistía en que cuando morían en el desierto, quedaban fritos. A períodos de esplendor le sucedieron épocas de decadencia, dependiendo de las crecientes del Nilo o las bajas de los faraones. También las invasiones de otros pueblos influyeron como los Hicsos de Siria durante el llamado Imperio Medio. Se comentó que tuvieron éxito en la invasión porque entraron en el medio que fue el más flojo. Los Hicsos introdujeron como variante, el uso de carros tirados por caballos, lo que aportó una nueva fisonomía a las ya sucias calles del Bajo Egipto. La gente ya no se resbalaba solamente en las cáscaras de banana y hubo que crear el ITT (Instituto de Traumatología y Trepanación). Después de que el pueblo egipcio hizo que los Hicsos se fueran a la Siria surgió una Edad de Oro, llamada el Nuevo Imperio. Esto atrajo la inversión de capitales, especialmente de la tribu de nómades judíos que fundaron varias Casas Bancarias que poco a poco captaron las inversiones de todas las empresas más importantes: canteras de piedras, fábricas de aceites, de clepsidras de pared, etc. 244
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Por el decreto-ley del 10/7/1370 A.C., el Faraón Adolfo Fatah hizo cerrar todas las Casas Bancarias de los judíos y los hizo cautivos en las prisiones de la península de Aí que quedaba allende el Delta. Fue entonces que intervino el MCE (Movimiento de Comerciantes Estafados) y gracias a su exitosa gestión, todas las Casas y bienes confiscados fueron devueltos —con intereses— y además se quedaron con las tierras de la península, que a partir de ese momento los egipcios llamaron de Sin-Aí. Esta península, con seguridad iba a dar que hablar en el futuro. Es en este período que nace el personaje principal de este capítulo. … Kiba, la mujer de Samut, venía una vez por semana a lavar las ropas en un recodo apartado del río. Ella, a diferencia de las otras mujeres de Tebas, que se desesperaban cuando veían una cesta con un niño flotando en las aguas del Nilo, nunca había llevado ninguno porque odiaba el vil negocio que hacían con los niños que luego eran vendidos como esclavos. Ya se preparaba a partir, cuando una cesta de mimbre que venía flotando casi junto a la orilla, llamó su atención. Se acercó a ella y notó que algo se movía en su interior. La cesta era más grande que las comunes y el niño que estaba dentro era… blanco…, tendría unos tres meses y ninguna vestimenta y en su espalda un enorme lunar en forma de banana… Nunca había visto algo similar. Decidió llevarlo para su casa sin que nadie se enterara. La mirada del niño era tan vivaracha y su carita tan alegre que había decidido adoptarlo y criarlo como un hijo. Como el hijo que nunca había podido tener. Samut, esposo de Kiba, era médico y atendía a todos los pobres de la ciudad que eran casi todos los habitantes menos el Faraón, la Reina y algún empleado acomodado. 245
Esa tarde entró a su hogar trayendo dos patos y un cocodrilo enano. —¿Cobraste? —preguntó Kiba. Él notó algo extraño en la mujer. De pronto, sintió un llanto que venía de su habitación. Un llanto de niño… —¡Kiba! ¡No me habías dicho nada! Después de 400 años sin tener hijos… —No es lo que tu supones, Samut… —No importa que sea lindo o feo. Es un hijo… Vamos a verlo… —Lo que quiero decir es que… —No digas nada ahora. Es uno de los momentos más lindos de mi vida. ¿Cómo pudiste ocultármelo? —Es lo que estoy tratando de decirte. Ven… Míralo… —¡Qué grande es! Lo que debes haber sufrido… —Samut… Escúchame bien. Yo había ido a lavar la ropa. —Hmm… Me imagino. Al hacer un esfuerzo… agachada… empezaron las contracciones… —Vino en la cesta… —¿En la sexta contracción? ¡Qué rápido! Es que ya estaba grande ¿Qué nombre le pondremos? Tiene la misma mirada del abuelo Mosé. Con seguridad, será un gran hombre… —¿Y si no es? —Está bien. Se hará tu voluntad. Hoy es el día más feliz de mi vida. Se llamará SINOÉS. Kiba no quiso seguir la discusión y tampoco quería quitarle la alegría a su esposo. De esa manera, Sinoés se crió en el hogar de Samut y tuvo una infancia muy divertida junto a sus amiguitos y especialmente a sus amiguitas. Desde muy pequeño se notó su atracción por el sexo opuesto. Su madre recordaba siempre con qué entusiasmo esperaba la llegada de la nodriza que lo amamantó. 246
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Alrededor de los 10 años empezó a acompañar a su padre al consultorio y lo ayudaba en todas las tareas. Poco a poco se fue interesando en la medicina, lo que agradaba mucho a Samut que día tras día, le enseñaba los secretos de la profesión. Cada vez se fue interiorizando más, especialmente en la rama de Ginecología y en poco tiempo se fue adentrando más y más en la materia. A los 15 años era todo un experto y ya tomaba trabajos por su cuenta, particularmente con las compañeras del liceo que decían que tenía muy buena mano… Su padre estaba orgulloso de él y a los 18 años ya había instalado su propio consultorio que funcionaba los lunes y jueves de 2:00 a 6:00 PM (Pacientes Mayores y de Martes a Sábados de 0:00 a 6:00 AM (Audaces Menores). Las horas y las pacientes de la tarde, parecían no irse nunca, en cambio el otro horario, a pesar de ser más extenso, no le alcanzaba para nada y tenía que hacer horas extras en la mañana… Por esa época reinaba el Faraón Aminoeh, que impuso el culto de un solo Dios. En las reuniones de los adoradores del Sol, los sacerdotes lo invocaban diciendo: “Eterna vida al Dios Amón”y el pueblo contestaba a coro: “Ra, Ra, Ra”. Este grito después se generalizó y se escuchaba en cualquier reunión, hasta en las deportivas. El Faraón Aminoeh comenzó a construir una ciudad que luego sería la capital y que llamó Aquinotah y él se hizo llamar Aminotah; todo para hacerse ver, que era lo único que hacían los faraones. También empezó a construir en medio del desierto, una fosa donde estaría su cámara mortuoria. Así lo habían aconsejado unos arquitectos que querían ganar fama. Le dijeron que de esa manera no saldría tan caro como las pirámides y sería muy difícil que robasen su cuerpo y sus joyas. Evidentemente lo único que iban a ganar esos arquitectos, era fama. 247
La mayor preocupación del Faraón Aminoeh, era que la Reina Nefriti no le daba hijos y últimamente ya no le daba nada. Al enterarse de la gran popularidad del doctor Sinoés, lo mandó llamar. … Esa mañana, una litera con adornos de oro, cruzó las malolientes y sucias calles de Tebas y luego de varias patinadas de los eunucos que la llevaban, se detuvo frente a la puerta del consultorio. Un individuo con una túnica celeste cielo, rapado y muy bien aceitadito bajó de la silla y golpeó delicadamente a la puerta, donde se leía:
SINOES, MÉDICO DE SEÑORAS/ITAS DOMINGOS CERRADO – SÓLO URGENCIA NO LLAME SI NO ES
Sinoés, que se encontraba haciendo horas extras, abrió la puerta y los ojos a medias, mientras se acomodaba los pliegues de la túnica. Se sorprendió al ver el extraño sujeto que con voz afeminada le dijo: —Vengo a buscarlo urgentemente… —Yo atiendo señoritas. Cambios de sexo, en la otra cuadra. —No es sexo… Digo, no es eso, —se corrigió perturbado—. Nuestro Señor, el Faraón Aminotah (ex Aminoeh), quiere veros hoy mismo. —¿El Faraón?... ¿A mí?... ¿El Faraón también? —Es por la Reina Nefriti. Nadie debe enterarse. Hoy a las 6 de la tarde os espera. Debes entrar por la puerta de los empleados en la esquina de Khufú y La Creciente. No lo olvides. 248
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Subió a la litera y con una caída de ojos se despidió de Sinoés que no salía de su sorpresa, ni de su consultorio… ¡La Reina!... Nunca los había visto ni al Faraón ni a la Reina. ¿Qué tendría que hacer...? … A las seis se encontraba frente a la pequeña puerta y un minuto más tarde se dirigía al encuentro del Faraón por un enorme pasillo de altas columnas que desembocaba en dos enormes puertas de madera con adornos de oro y piedras preciosas. Las puertas se abrieron y se encontró en la Cámara Real. Los dos sirvientes que lo habían acompañado hasta ese lugar se inclinaron ante el Faraón y lo hicieron inclinar a él. —Acércate Sinoés, —dijo el Faraón. Sinoés empezó a levantar la cabeza lentamente, se incorporó y se acercó al Faraón Aminotah. No le salía ni una palabra y miraba todo maravillado. El sillón de la Reina estaba vacío. —Te he mandado llamar porque ha llegado a nuestros oídos, que eres un excelente médico de señoras. Ninguno de los que se dicen grandes médicos que tengo a mi alrededor, ha podido hacer nada para que la Reina Nefriti me dé un hijo. Muchos eran charlatanes y otros, interesados en mis riquezas… —¿Eran? —preguntó tímidamente Sinoés. —Sí. Algunos se encuentran acarreando piedras en las canteras; otros, que quisieron engañarme, han partido en la barca de Amón… ¿Tú podrás hacerlo? Sinoés lo pensó muy bien. No podía perderse esta oportunidad… —Hay casos difíciles y las causas pueden ser muy variadas, desde una simple Amenorrea, Anexitis, Endometritis, incompatibilidad entre el semen y la constitución química del tapón mucoso del cuello uterino… 249
—¿Tapón…? —…Puede tratarse de una malformación de la vagina, miomas, obstrucción de las trompas… Iba a hablarle de la probable esterilidad del hombre pero pensó que podía interpretarlo mal y decidió no hacerlo. —¿De las trompas de qué? No trates de engañarme Sinoés. —Antes me cortaría las manos mi Señor... ¿Cuándo puedo ver a la Reina? —La llamaré... —Si no lo tomas a mal, mi Señor, sería mejor en otra parte…, en privado. El paciente no debe tener ninguna presión… —Muy bien… Haré que te acompañen a sus aposentos. Hace días que está allí y no ha salido para nada… Sinoés comenzó a imaginarse lo que sería la Reina y lo que podría pasar si no tenía éxito; pero esta situación tendría que explotarla el mayor tiempo posible y de la mejor manera. Una ocasión como ésta no se presenta dos veces y si llegaba a tener suerte podría significar el bienestar económico, nuevo consultorio y cuántas cosas más… Mientras iba pensando todo esto, se acercaba al salón donde estaba la Reina Nefriti. La puerta se abrió. Pronto se develaría la gran incógnita. El salón estaba a oscuras. Los grandes cortinados de algodón egipcio estaban cerrados pero a medida que los ojos de Sinoés se fueron acostumbrando a la oscuridad pudieron apreciar la gran cama donde yacía acostada la Reina. Su dama de compañía, que ya estaba enterada de la visita, despertó suavemente a su ama. —¡Otro médico! ¡Estoy cansada de los médicos! —gritó la Reina. Uno de los guardias que lo había acompañado, abrió los cortinados y todos los colores se hicieron más vivos al igual que el deseo de Sinoés 250
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de verla. Cuando ella se incorporó en la cama, sus miradas se encontraron, cuatro ojos se abrieron y Sinoés sintió una presión en su espalda para que se inclinara ante la Reina Nefriti. Cuando se levantó, ella aún sentada en la cama se acomodaba su túnica que se le pegaba al cuerpo en las partes más interesantes; una cadena de oro descendía por su largo cuello hasta perderse entre sus pliegues (de la túnica); sus brazos blancos como el marfil, se redondeaban perfectamente en sus hombros; su mirada… Sus miradas nuevamente se encontraron… —Soy Sinoés, mi Reina. Soy médico de señoras y el Faraón me ha pedido que venga a ayudaros en tu problema. —¿Sinoés? Qué nombre raro. Supongo que ya sabrás que muchos otros médicos han intentado solucionar mi problema y no han podido… —Para mí no hay imposibles mi Señora, y menos con una paciente como vos. —¿Y qué es lo que piensas hacer? —En primer lugar revisaros a fondo para lo cual necesitaría que estuviéramos solos… —Muy bien… La Reina despidió a todos los que estaban en el amplio salón. La puerta se cerró. Pasó un segundo y se miraron nuevamente… Él, parado en el medio del dormitorio…, ella, sentada en la cama, respiraba agitadamente; se le adivinaba la respiración a través de la túnica… Sonrieron… De repente, ella abrió sus brazos y él se arrojó entre ellos… Se fundieron en un profundo y prolongado beso… —¡Néfer! No lo podía creer. Cuando te sentaste en la cama yo… ¡Tú, la Reina! Es increíble… 251
—Sí, Sinoés. Ya no soy más tu Nefer; ahora me llaman Nefriti… Me parece tan lejana la época del liceo, cuando hacíamos aquellas reuniones en tu “consultorio”… ¿recuerdas? —¡Qué tiempos aquellos! —Nunca te olvidé, Sinoés. Yo sé que sólo fui un momento de diversión para ti, pero… —No digas eso Néfer; muchas mujeres se han acostado en mi camilla, pero ninguna como tú… —¡Sinoés! —Todos estos años fueron una búsqueda desesperada de tus besos, de tus caricias… Nef… —¡Sino…! —Déjame revivir los mejores momentos de mi vida… —¡Sí…! … —¿Cuál es tu primera impresión, Sinoés? —Soy optimista mi Señor. La Reina padece una rara enfermedad llamada esterilidad de las Reinas, y que es transmitida por las abejas, pero con un tratamiento con Jalea Real… —¿Podrá tener hijos? —El tratamiento es largo. Has de ser paciente mi Señor y por un tiempo no deberás tener ninguna relación para ir creando en ella, lo que se llama necesidad vital orgánica. Por otra parte, os recomiendo satisfacer todos sus caprichos o antojos, por extraños que os parezcan. Hoy, sin ir más lejos, me ha confiado que le gustaría que construyeras una pirámide muy grande, en su honor. —Así lo haré. Mañana mismo iniciaré los trámites en el Municipio. 252
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—Sé de una buena cantera en Asuán, de un tal Ted Rocks. Tiene muy buenos precios y además le contrata los esclavos y el transporte por el Nilo. Puede ir de parte mía. Tengo conmigo por casualidad, un esquema secreto para construir la pirámide más grande que jamás se haya visto (ver esquema al dorso). —Te agradezco mucho todas las molestias que te estás tomando por mí, Sinoés. —Todo trabajo es poco, en honor al Mejor de los Hombres, mi Señor. Tendré que ver a la Reina, por lo menos tres veces por semana para inocularle la Jalea, así que estaré cerca cuando lo precises… —Cuenta con todo mi apoyo y mis riquezas, Sinoés; además daré la orden para que puedas entrar y salir libremente del palacio. —Cuando menos lo pienses, Gran Faraón, la Reina os dará un hijo. —Si no es por ti, Sinoés, este Imperio me hubiera importado un cuerno. Sinoés tragó saliva, hizo una reverencia y se alejó del palacio. Desde una pequeña ventana de la calle Khufú una mano blanca como el marfil, lo saludaba como diciéndole: “Hasta el miércoles”. … Treinta años le llevó a Aminotah, terminar la pirámide y a Sinoés terminar la fortuna de Aminotah. “Milagrosamente”, casi concluida la monumental construcción, la Reina Nefriti tuvo un hijo, varón blanquito, con un extraño lunar en la espalda en forma de banana. Él fue, años después, el joven Faraón Aminotah II. … Y así continuó la Historia entreverada que Ted seguía construyendo (o destruyendo). El desorden continuaba en todo el Mundo. Las bombas explotaban hasta por Correo: una atómica en el Pacífico, otra en un 253
Esquema 1 - Construcción de pirámides. (TOP SECRET) Dunas
(*) ELECCIÓN DEL LUGAR
1 Basamento de piedra
CONSTRUCCIÓN DE CÁMARA SUBTERRÁNEA (OPTATIVA)
2 Cámara
LA 1a CAPA DE PIEDRAS SOBRE EL BASAMENTO
3
La arena de las dunas se debe poner a la altura de cada capa de piedras LAS PIEDRAS SE VAN SUBIENDO SIEMPRE POR LAS DUNAS
4 Tablas Calzada Se puede ayudar con cuerdas
5
Esclavos muertos
Arena
6
Mezcla fina
7
ARENA QUE SE FUE ARRIMANDO A MEDIDA QUE SE COLOCARON LAS SUCESIVAS CAPAS DE PIEDRAS
UNA VEZ PUESTA LA ÚLTIMA PIEDRA SE PROCEDERÁ A RETIRAR LA ARENA Y LOS ESCLAVOS MUERTOS. CUANTO MÁS LEJOS SE ARROJE LA ARENA MÁS DIFÍCIL SERÁ PARA OTROS FARAONES Y LAS CIVILIZACIONES FUTURAS, AVERIGUAR EL MÉTODO PARA SUBIR LAS PIEDRAS
SE LE PUEDE DAR UNA MEJOR TERMINACIÓN CON MEZCLA FINA PARA QUE QUEDEN LOS COSTADOS LISOS Y SEA MÁS DIFÍCIL ENCONTRAR LAS PUERTAS
NOTA: A) El costo de materia prima se calcula multiplicando el valor de la U.R. (*) x cantidad de piedras utilizadas. B) El costo de mano de obra es a criterio del faraón. C) Las cámaras y pasillos interiores son opcionales y se descuentan de la materia prima (*) Una Roca
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Tablas
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desierto, una subterránea, otra en el Espacio. El smog producido por las bombas era más grande que el de las chimeneas. Steve estaba más deprimido que los años treinta. Su Bolsa de Valores se había desinflado. No le quedaba valor alguno para enfrentarse al Mundo que estaba viendo; ni una monedita. No podía permitir que Su Mundo continuara destruyéndose. Había que salvarlo; limpiarlo totalmente porque aquello estaba todo podrido. Se había decidido a lavar el Mal para empezar de nuevo el mundo que él había soñado. Ya se iba a elevar, cuando en una humilde cabaña en unos montes apartados, donde parecía no haber llegado el Mal, observó una familia de un viejo pastor que cuidaba sus ovejas y que mirando al Cielo, enviaba una plegaria… Dentro de la casa, su mujer preparaba la cena y sus tres hijos volvían con sus respectivas esposas, de sus tareas en el campo. “Aún queda una Esperanza”—pensó Steve, y se elevó en las penumbras de la Noche que se iniciaba. 26 Pero Noel le cayó en gracia a Steve. NUESTRO PRÓXIMO CAPÍTULO: A COMPRAR PARAGUAS
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Capítulo VII EL DILUVIO
Sentados a la gran mesa de madera de aquella humilde pero sucia cabaña, la mujer de Noel en la cabecera, con sus manos recogidas sobre el regazo, sus tres hijos, Larry, Shem y Mou16 en un lado y sus mujeres enfrente, esperaban que el viejo Patriarca, terminara sus oraciones para empezar a comer. Noel tenía quinientos años cuando engendró a sus hijos, por lo que aún se encontraba en la flor de la vida, que no es lo mismo que darse flor de vida. Vivían en una austeridad total y había enseñado a sus hijos el amor por las pequeñas cosas, el goce de lo simple, el respeto y el amor al prójimo, la dedicación al trabajo, la comunión con Dios, la renunciación a los placeres triviales y muchas otras cosas que no habían aprendido para nada. Eran unos brutos de siete suelas pero en el fondo eran buenos trabajando la tierra. Después de haber devorado la comida como bestias, se largó cada uno para la habitación que los tres compartían corriendo a sus mujeres. A veces tomaban la que no correspondía hasta que le correspondía. Noel salió afuera a mesar sus blancas barbas y se sentó en una enorme piedra que tenían para sentarse a mesar barbas y pensó: “Hace 250 años que no me afeito” y se puso a observar el claro firmamento, sin darse cuenta que una estrella más brillante que las 16 Se escribe Moe. 256
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otras, se le acercaba y tomaba una forma casi humana, frente a él. Se sorprendió mucho, porque el fenómeno OVNI no era común en esas épocas y menos, los contactos de 3er. tipo, pero se quedó mirando atento la extraña visión que se comunicaba con él, de extraña manera, como era lógico. 27 He decidido terminar con todo pero tú me has caído bien. He de hacer un diluvio para borrar y empezar de nuevo. Construye un barco de 300 codos de largo, 50 codos de ancho y 30 codos de altura. Y a trabajar codo con codo. —¡Pero nos va a sobrar lugar y nos van a faltar brazos para tantos codos! —dijo Noel… 28 Y de todo animal que haya macho y hembra, llevarás. —Haberlo dicho antes… … La visión se desvaneció en el aire, cuando a Noel le quedaban aún algunas preguntas. No notó que su mujer había salido a buscarlo y se acercaba hacia donde estaba sentado. —He tenido una visión, —dijo él, cuando estuvo a su lado. —No deberías comer tanto de noche… Luego tienes pesadillas. —Esta vez fue distinto… Va a llover mucho… —¡Sí todo está despejado! Creo que tu vista tampoco anda muy bien. 257
—No digo que vaya a llover ahora, mujer. El Señor me envió su Palabra Divina. Toda la Tierra se va a inundar. El agua cubrirá todas las cosas, hasta los montes más altos. —¡Pero Noel! ¿Qué dices? Ven para adentro que el rocío te está haciendo mal. —¡Mujer! —dijo enojado— ¿Cuánto hace que me conoces? —Y… hace como 300 años. —¿Alguna vez he dicho algo que no tuviera sentido? —Bueno… aquella noche que llegaste a las 3 de la mañana, que me dijiste… —¡Mírame! ¿Cómo estoy ahora? —Viejo… —Recién voy para los 600… La imagen no era clara pero el audio era perfecto. Él dijo que fuimos elegidos para iniciar nuevamente la raza humana. ¿Sabes lo que significa? —¿Te sientes con fuerzas? —Ven. Vamos hacia la casa y te explicaré con más detalles. Tendremos que construir un barco… —¡Un barco! ¿En los montes? —El agua lo cubrirá todo, ya te dije… —Entra, que voy a hacerte algo calentito… Se sentaron a la mesa y él comenzó a explicar las medidas del barco y que había que llevar todos los animales y comida para todos porque iba a durar muchos días. Ella no podía convencerse y pensaba que Noel se estaba volviendo loco. Él insistía una y otra vez y le explicaba lo de la observación de las especies, hasta que se fueron a la cama. En el silencio de la noche, juntó sus manos adelante e imploró ayuda para poner en ella, la Luz de la Esperanza. 258
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A la mañana siguiente, ella lucía radiante (le habían instalado la Luz). Era una hermosa mañana y el sol brillaba ya sobre los montes. Se encontraban serruchando las primeras maderas, cuando los tres miembros jóvenes de la casa, comenzaron a salir. —Buen día, padre. ¿Trabajando? —¡No! Estamos haciendo gimnasia… pedazo de holgazanes. Vengan a ayudar que hay mucho trabajo y poco tiempo. —¿Tiempo para qué? ¿Qué vas a construir? —Siéntense, y ustedes también, —dijo Noel, dirigiéndose a las mujeres—. Hay trabajo para todos. Anoche recibí un enviado del Señor. —¿El del alquiler? —Del Señor, con mayúscula. —Es que no se te ven cuando hablas. —…Nosotros … todos, hemos sido elegidos para… —¡Bravo! ¡Viva! —gritaban al unísono… —¿Les gustaría viajar en barco? —¡Sería fabuloso! —dijo Larry. —¡Conocer nuevas tierras! —exclamó Shem. —Yo nunca he viajado —suspiró Moe. —¡Entonces tienen que ayudarme a construirlo! —gritó Noel. Todos se miraron entre sí, lo cual llevó un tiempo porque eran ocho. —¿Construir un barco?... ¿Aquí?... ¿Y el agua? —Es que el agua va a subir… —¿Otra vez? —preguntó su mujer, sorprendida— Si ya subió el mes pasado. Noel miró a su mujer, desconsolado y se volvió a sus hijos. Con más fervor que antes, trató de explicarles que serían los únicos en salvarse; y llevar los animales a toda la Tierra… Que cada uno de ellos tres, 259
estaba encargado de poblar el Mundo (esta fue la única parte que les interesó). Empezaron a construir la enorme estructura pero a medida que aumentaba de tamaño decrecían los ánimos de la familia de Noel. El clima se mantenía cálido y seco y el informe meteorológico anunciaba todos los días, que se iniciaba una época de sequía. (En aquella época se podía confiar). Los animales se amontonaban en los repletos corrales y por lo que habían visto, una gran cantidad nacerían en pocos meses. Era una forma de llevar más en menos espacio. Los vecinos del lugar, se preguntaban día a día, qué era lo que hacían y a veces les preguntaban a ellos. —¿Piensan hacer un zoológico? —Sí, pero no nos queda más lugar disponible, —contestó Shem, que no aguantaba preguntas maliciosas. Los días pasaban y el barco iba tomando forma. Los elefantes ya les habían matado una cantidad de gallinas y tortugas, pero Noel continuaba con Fe, su tarea. Sus hijos y su mujer, iban perdiendo las fuerzas y el entusiasmo. El público era cada vez mayor frente a la casa y se habían instalado graderías y se vendían refrescos. —¿Marcha bien el astillero?... Pónganle ruedas, así lo largan en la bajada… —eran algunas de las bromas que les llegaban desde la multitud, sobre todo de las plateas altas que eran las más baratas. Los hijos de Noel ya no aguantaban y paraban a cada rato para insultar al público. Varias veces tuvieron que intervenir las Fuerzas de Seguridad. 260
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“Para mí, es un Motel”, comentó una viejita, y agregó: “Lo que no se ve hoy en día”. —¿Son para exportar, los animales? —gritó otro, con cara de vivo. —Y… exportan y después acá, pagamos precios de opereta el kg. de lomo. El clima era insoportable desde todo punto de vista. Los ánimos estaban caldeados y esa noche durante la sopa… —Muchachos… tengan Fe. Es nuestra Salvación. —Pero nos está llevando a la perdición. Somos el hazmerreír de la comarca. —El que ríe último… —Es el más atrasado —contestó Shem violentamente, levantándose de la mesa. —¿No piensas que pueda haber algún… retraso… en la lluvia? — preguntó más tímidamente, Moe. —Ya somos la burla de todos y cuando ese… barco, quede ahí, lo seguiremos siendo eternamente. Mañana me marcho, papá. Hemos decidido con mi mujer irnos a los valles a probar otra suerte. Papá Noel17 intentaba ya inútilmente, transmitirles su seguridad, su contacto con el Señor… la Salvación… —Sólo faltan dos días, —dijo Noel. —¿Para qué? ¿Para hacer de payasos? No. Yo también me voy. —Es que no va a quedar nadie… Ni hombre, ni animal… —Pero nunca el mar llegó hasta aquí… —Ni lo hemos visto —dijo Moe. —Tienen que escucharme, por favor. El Señor me lo dijo. 17 Es una coincidencia, ya que de la Navidad todavía ni hablar. 261
—Tampoco lo hemos visto nunca al Señor… y lo único que nos ha dado es miseria y trabajo… … Quedó solo… Totalmente abatido… … A la mañana siguiente, sus hijos se habían marchado. Se sentó en la piedra, frente a la casa y miró hacia el Cielo. Desde la puerta, su mujer lo contemplaba en silencio. —¿Es el día de descanso? —gritó uno, entre el poco público presente esa mañana. Noel seguía mirando el Cielo, estático. Le parecía ver venir una gran ola… En otras partes del Mundo seguían explotando bombas atómicas, nucleares… Uno de los presentes sintió una gota en el hombro pero cuando miró hacia arriba, comprobó que no era agua. El Cielo seguía limpio y despejado. Sólo bandadas de palomas cruzaban presurosas… Y así pasó el día y llegó la noche y el otro día y así quedó Noel, inmóvil, blanco, como una estatua de sal, mirando con ojos muertos al Cielo claro… esperando…
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EPÍLOGO HORA 9:23 En el pequeño laboratorio, instalado en la casa de Ted, todo es silencio. Luces de colores se encienden y se apagan. Una especie de cañón, apunta hacia el plástico blanco que está en la plataforma. Se oyen voces que vienen del exterior del laboratorio. —Deben estar adentro porque está la luz prendida. —¡La puerta está abierta! Vení que así te muestran la máquina de Rayos X que hicieron ellos solos… Es divina… La madre de Ted entró al salón con una tía que hacía años que no visitaba la casa, para mostrarle las “fabulosas maquinarias” de su hijo, del cual estaba orgullosa. —¡Pero qué descuidados estos muchachos! ¡Dejaron todo encendido! —¡Mira! ¡Aquel plástico blanco se está prendiendo fuego ahí en el centro! —gritó la tía. —Oh! Sácalo para afuera y échale bastante agua para apagarlo… … —¿Dónde se habrán ido esos muchachos? … CLIC. FIN.
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CONSEJO AL LECTOR Cada vez que usted preste esta obra, estará impidiendo la compra potencial de una nueva unidad, con la consiguiente merma de ventas en nuestras abnegadas librerías y la pérdida de la fuente de trabajo de los esforzados trabajadores de Talleres PAULLIER que terminaron apenas de imprimir este libro el 31 de Diciembre de 1979
Recuerde: RECOMIÉNDELO
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ÚLTIMA NOTA DEL AUTOR He dejado para el final unas cuantas hojas en blanco, no con el ánimo de engrosar este tomo, sino porque considero que pueden ser siempre muy útiles.
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Índice de cuentos
SEMANA DE TURISMO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 AL CARNAVAL DEL URUGUAY. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 COMPROMISO MACABRO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35 ENCUENTRO A LAS 5 0´CLOCK. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 LA VISITA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 EL PAVÉS TURQUÍ Y EL BROQUEL ENDRINO . . . . . . . . . . . . 71 EL PESCADOR SOLITARIO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 EL ABUELO BEN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 EL PERDIDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101 EL GERENTE HA MUERTO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111 PÍLIAR. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123 VIAJERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133 CONCIERTO DE TANGO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151 VIAJE AL MUY ACÁ. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
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