Respirar profundo Burbruja
Vine a caminar y a respirar profundo De pie, en el umbral de mi alcoba, cierro los ojos, los aprieto con fuerza hasta que la oscuridad se hace plena. Así, tomo consciencia de mi cuerpo, de sus sensaciones. No tardo en trasladarme a los límites que no atraviesa el pensamiento. Se escucha un latir leve, mi respiración se aleja con un suspiro. La claridad empieza a abrirse paso entre matorrales y el camino se extiende. Tengo un sólo día para recorrerlo. Deslizo un pie. He dejado las sandalias bajo la cama y me adentro descalza para sentir la humedad de la tierra. La tormenta nocturna dejó pequeños lagos que atrapan trozos de este amanecer azul. De ellos beben insectos y aves. Una nubecilla rosa me mira atenta. Deslizo el otro pie e inicio mi camino.
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
Padre Árbol
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
Lo primero que impacta mis sentidos es el frescor verde musgo que sopla desde los árboles. Contemplo fascinada sus ramas, colgando columpios imaginarios para preservar la infancia. De niña tuve por padre un árbol de grueso tronco y frutos jugosos. Trepaba a sus ramas que se extendían en todas direcciones. Alcanzar un palmo más de aquellas alturas era tan estimulante que me hacía desear llegar más arriba. Parecía infinito, como este camino.
Pasaba tardes enteras entre su follaje, imaginando historias. Creo que fue él quien me enseñó a imaginar. Las escribía en un pequeño diario de pastas marón y listón azul que escondía en un hueco habitado por ardillas. No dejaba lápiz por temor a que se lo comieran. Cuando no se me ocurría qué escribir, bajaba del árbol y me echaba a caminar. Pateaba piedritas blancas y pisaba el naranja café de las hojas secas, hasta que sentía el cuerpo lleno de relatos. Entonces regresaba trepando con la urgencia de escribir. Algunas veces encontraba cosas lindas en el ramaje. Nidos, siempre. Una vez descubrí una cometa azul ultramarino enredada en las ramas más altas. Me estiré todo lo que pude para alcanzarla. Decidí confiarle un secreto. Recuerdo que lo escribí con mi mejor letra. Después volví a subir a lo alto del árbol, hasta que las ramas se doblaban y hacían crujidos de advertencia. Eché a volar la cometa que se perdió en el cielo. De la rama más gruesa pendía un columpio donde me balanceaba hasta que el sol se despedía, de un color distinto cada vez. Así pasé mi infancia. Al crecer, aún con las obligaciones cotidianas hacía el esfuerzo de volver al patio de mis juegos para encaramarme en él, hasta que una tarde ya no lo encontré. No estaban sus ramas, ni su tronco, ni siquiera sus raíces. En el lugar donde se erguía hoy hay un enlosado frío. Los árboles de este camino murmuran mi historia. Se cuentan entre sí que de niña tuve un padre árbol que extendía sus ramas para abrazarme.
Burbruja
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
La niebla matutina no se disipa del todo. Los blancos flotantes parecen borrones. Espero que pronto el verde esmeralda de la yerba que siento al pisar, llene el paisaje. Continúo guiándome por las copas de una hilera de árboles. Tropiezo con una raíz y casi me estrello con un enorme y nudoso tronco salido de la nada. Por fortuna, mi cara da justo en un hueco. Al fondo hay un espejo. Una bruja me mira fijo. Entre el cabello ensortijado adivino sus pensamientos, quizá la he despertado de un sueño profundo. Sus ojos oscuros me interpelan. Echo mi cabeza hacia atrás para escapar de la horrible imagen. El árbol es enorme, pero está seco. Un pájaro carpintero se posa, da saltitos verticales y picotea en busca de insectos. Yo retomo mi camino. ¡Ojalá truene de un picotazo aquel reflejo! El estruendo no fue tan fuerte como para hacerme saltar, quizá fue el descubrir el poder mágico de mis palabras. Una nube de burbujas me alcanza flotando, me rodea y pasa. En una de ellas va la imagen de la bruja. ¡Burbruja, en qué instante del vuelo revientas!
Humedad carmín
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
Sigo por la línea de la aurora, sin poder evitar bancos de neblina. El blanco me envuelve, soy por intervalos borrón y trazos nuevos. Llego así, enceguecida, a un claro donde aún el blanco impera, pero es blanco de luz que define una figura. Me acerco sigilosa para contemplarla. Un ángel de rostro apacible duerme. Con un leve gesto de su entrecejo parece advertirme, más me acepta pronto en sus sueños. Tan bello es que desearía permanecer junto a él por siempre aun teniendo que contener la respiración. Sus plumas cubren parcialmente la varonil desnudez. Empiezo a olvidar el camino, pero una atrevida mariposa se posa en sus labios. Da tres pasitos sobre la humedad carmín. Su perfecta boca esboza una ligera sonrisa. Temerosa de ser sorprendida me alejo sintiendo que algo de mí se desprende. Ya no soy la misma: un latido suspendido reclama su nombre.
Ocre sobre verde olivo
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
Recorro sin un sólo pensamiento un largo tramo. Me detengo bajo la sombra fresca de un árbol, cierro lo ojos y extiendo las alas. Deseo atravesar el campo de flores brillantes como pequeños soles. Probar un poco de su miel me hará recuperar fuerzas para la cuesta que se divisa adelante. Pero ahora una ausencia se aloja en mi corazón y me vuelvo nube gris que llueve gotas de sal. Las flores amarillas con centros naranjas se cierran a mi paso para evitar que semejante rocío las toque. Pienso en su egoísmo. Ninguna asumió que un poco de su néctar aliviaría mi tristeza. Entre vuelo y lluvia las dejo atrás. A lo lejos, sólo son un manchón ocre sobre el verde olivo.
Castaño y azul La plenitud del día me regala un paisaje maravilloso. Entre verdes primaverales sobresalen hermosas lilas. Sus tonos atraen mi mirada como a los colibríes tornasol que las besan. Una figura amable se acerca a la escena. Despliega un caballete, coloca un lienzo mediano y dispone colores de aceite en su paleta. Su cabello es de un rojo encendido. Traviesa, me escondo entre las flores. Pretendo que su pincelada frenética atrape los castaños de mi cabello y de mis ojos, entre las tonalidades azul violáceo de las lilas. Pretendo que lleve consigo mi imagen para descubrirla mientras el óleo se seca colgado de una de las paredes de ese cuarto donde impera el amarillo. Pretendo que mi imagen habite sus ojos azules. Quizá crea que ha pintado una polilla, pero seré yo. Castaño y azul, viajando a través del tiempo en ensueños azul-lila e intensos amarillos nocturnos.
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
Crisálida
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
No es fácil vivir la adolescencia cuando tienes un cabello castaño que tiende a flotar como el humo. Es común que queden atrapados entre los mechones insectos de todo tipo. Esto aleja a los muchachos. Una tarde descubrí una crisálida colgando de una de sus puntas. No pude peinarme hasta que la mariposa emergió. Esa mañana, me tendí de bruces sobre la yerba bajo el sol y esperé a que secaran sus alas. Mi cabello era un desastre y mi espalda ardía, pero ver desplegarse esas alas azules hizo que ese sacrificio no importara demasiado. Deseé que otra oruga encontrara agradable la nube castaña en mi cabeza para presenciar de nuevo su metamorfosis. Los eventos maravillosos no vuelven a repetirse. He escuchado que las mariposas simbolizan el alma, que la oruga muere en la crisálida. Debe ser verdad pues nada hay de la tosca y torpe oruga en la grácil imagen de una mariposa. Desde aquel suceso, a mí me gusta imaginar que lo que emergió del capullo fue mi alma, que mi alma tiene alas azules y que, desde aquella tarde, vuela libre.
Escribujo
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
Escribo el relato de mi ruta mientras camino. Escribo sobre tierra seca y mojada, inclusive sobre piedras y yerba. En un lago cristalino dibujo la figura de mi ángel del alba. Su imagen es nítida. Lo dibujo aun soñando. Tan bello. Cuando dibujo, el mundo desaparece. Sólo permanece mi mano que acaricia. Mi mirada que evoca y un pensamiento que conjura. Cuando dibujo, desaparezco del mundo. En el lago cristalino, mi ángel dormido. Tan bello. Me inclino para besar sus labios pero, de nuevo, la mariposa azul se me adelanta. Empieza a llover. Las gotas estremecen la superficie límpida y mi alma. Con mi dibujo arruinado y mi cabello escurriendo, prosigo. Sé que la lluvia borrará lo escrito antes que otro caminante pase y lo lea. Lo lavará por completo o parcialmente. Si es así, alguna palabra descontextualizada jugará con otra desprendida de su frase. Entonces, el lector podrá interpretar lo que quiera. No importa. Hasta hoy, a nadie le han interesado mis historias. Quizá porque las escribo con grafito sobre papel de algodón y las pinto con acuarela. Quizá porque dibujo las palabras. Quizá porque escribujo.
Barco de papel
Tras la lluvia ligera, un hilo de agua me sale al paso. Mientras corre, el flujo aumenta. Sin darme cuenta es ya un río caudaloso que no me dejará pasar. Doblo una página y hago un barquito en el que navego. Apenas unos metros y el barco empieza a desbaratarse. Los trozos húmedos de papel se pegan a mis manos que inútilmente tratan de conservan su forma; a mis manos que inútilmente tratan de mantenerme a salvo. El barco naufraga, el papel se desbarata. Empiezo a hundirme y tengo miedo, pero mis pies pronto tocan las piedras del fondo y cruzo caminando al otro lado.
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
Naranjas y rosas
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo
Atardece en naranjas y rosas. El sol es un gran círculo posado sobre el ocaso. El final parece cercano pero doy un paso hacia él y éste se retira otro más. Si miro hacia atrás, una sombra larga se extiende desde mis pies. Mi cabello enmarañado la hace ver cómica. Recogió flores e insectos como acostumbra. Un colibrí enredado lucha por liberarse, murmura a mi oído palabritas de trinos dulces. Me visten unos pétalos menos, desprendidos, no sin dolor. Camino de espaldas con los ojos cerrados hasta sentir el borde. Respiro profundo. No soy ocaso sino aurora. Mi alma vuela azul tras el fruto carmín de aquellos labios. Mi cuerpo ingrávido se eleva. Soy luna. Desde la oscuridad celeste, un ángel me hace un guiño.
Ana Fabiola Medina, Respirar profundo