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ANA FELIPE. UNA CASA PARA SIEMPRE

Ana Felipe va a su ritmo: con firmeza y afán de hermosura, moldea el tiempo y la memoria, cose fragmentos de eternidad, inventa fósiles para el futuro con la negra tintura del delirio.

Ha aprendido a sentir de otro modo: con la arena del desierto, con la piedra que fecunda el viñedo, con el aire enloquecido de la tarde. En su taller, el sueño se remansa y abre su gran álbum de recuerdos.

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Ana Felipe se siente memoria, raíz, parral erizado, fronda de pájaros, nota musical de un silencio ardido, primavera en la sangre. Tierra herida de la que brotan cepas centenarias y un olor brioso hacia los montes.

La ceramista se abraza a las estaciones y se deja ir con la música del viento, con el vuelo espectacular del buitre y el milano que sobrevuela los pinos. Allá a lo lejos presiente el mar del vino. Aquí, el violoncello antiguo de las duelas.

Esta mujer no para. No llora ni se queja. Esta mujer es fuego y ceniza y blancor de nácar o de porcelana eterna.

Esta mujer regresa a casa para siempre. Se sube a un montículo y contempla la belleza inmemorial de la viña.

Habla lo justo. O un poco más. Con los ojos, con el corazón en la garganta, con las manos que no cesan y agitan el arabesco curvo de las cepas, y dice, si quisieran entenderla: “En la llama del origen, soy yo”.

Antón CASTRO

Embudo para vilanos

Gres, hierro, cáñamo y vilanos, 88 x 96 x 96

Volver a la tierra y sentirme en casa, aromas que evocan, los recuerdos emergen. Reencontrarme con las viñas, las luces, las texturas, los colores.

Las cepas son mis cepas, las parras son mis parras, sus raíces, las mías.

Me identifico con el entorno; el del secano y el río, las piedras, los almendros en flor, los herrajes, las arcillas y las ramas.

No tengo tierras, pero en este entorno decidí cultivar mi viña, este es el fruto.

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