Antología Teatral 2020

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Arte y Cultura Antología Literaria Teatral

Creación colectiva del taller de teatro

Zulett Ferra Gonzalo Jiménez Valentina Lozoya Fernanda Luna Gabriela Ortiz Jorge Reyes Mtra. Marta De Juana



Prólogo “É

rase una vez...” tres palabras que por sí solas evocan mundos fantásticos, viajes a los siete mares, aventuras sin fin o emocionantes historias de amor. La llave de un secreto oculto dentro de nuestro interior: la imaginación. Con ella podíamos hacer lo imposible: subir a las más altas montañas, bajar a los fondos marinos, enamorarnos de un perfecto desconocido y salvar a la humanidad de catástrofes indeseadas. Era nuestra y de nadie más, y cada uno la desarrollaba a su gusto. Unos leían y leían, ampliando horizontes, otros la ponían en práctica creando reinos en cualquier esquina, pero todos, todos la usaban y disfrutaban. Y lo mejor: ¡nunca se gastaba! Lamentablemente, en estos días de avances tecnológicos la imaginación es un secreto que se ha ido quedando en el olvido, abandonado en una esquina, criando telarañas y arrumbando polvo. La televisión con su embrujo que solo atonta, las consolas con sus juegos de rapidez inaudita que no nos dejan ni un segundo de meditación y de reposo, las pequeñas máquinas de juego que nos obsesionan con sus gráficos y los celulares con sus miles de aplicaciones que hacen que no escribamos ni correcto y que las imágenes dejen que nos digan todo. Y entre todo este montón de nuevas atracciones que nos inundan por los ojos y los oídos, me gustaría volver a los antiguos tiempos, donde solo el hecho de juntarse alrededor de un fuego en una noche oscura para escuchar relatos de miedo, ya ponía los pelos de punta; donde la figura de nuestra madre o padre acercándose a la cama y empezando las tres palabras mágicas, ya nos relajaba y adormilaba y sobre todo donde al juntarnos con los amigos después de tiempo sin vernos y contarnos todo lo acontecido en esos días, era un gusto, una unión y un cariño indescriptible. Con esta pequeña antología de relatos que presentamos en esta publicación, hemos querido recuperar todos esos encantos ya casi olvidados. Relatos en diferentes épocas de la vida que los alumnos del Taller de Teatro, y debido a esta pandemia que estamos sufriendo, nos han hecho volver a crear, a sentir y a emocionarnos, para que quienes nos vayan a leer y escuchar, terminen de desarrollarlos, usando y jugando con su gran secreto interior... con su IMAGINACIÓN. Me gustaría agradecer con mucho cariño y respeto a todos mis alumnos que han hecho posible esta Antología. A todos ellos por dejarse llevar por mis palabras, emociones y sentimientos, por dejar que me metiera en el fondo de su imaginación, la desempolvara y pudiera rescatar todas esas historias que no sabían que podían contar y que, el día de hoy, les está dando pie para crear, soñar y compartir con todos ustedes. Hemos creado un nuevo concepto de Teatro Literario que nos ha hecho soñar y emocionarnos a todos. Gracias a la Universidad Anáhuac Cancún, por esta oportunidad de poder crecer en momentos tan difíciles y de estar siempre en la vanguardia apoyando las nuevas propuestas y creaciones de profesores y alumnos. Espero disfruten, imaginen, sonrían, lloren, agradezcan y sientan esta primera parte de relatos que darán pie a muchísimos más, siempre pensando en poderles incentivar su maravillosa imaginación: “Érase una vez...”


El Joven Pescador Autor: Gonzalo Jiménez

L os días son todos iguales en la isla de Mastrad. Cuando el sol sale por la leja-

na cordillera para iluminar con sus rayos las pequeñas, viejas y pegadas casas que llenan toda la costa de la isla, los viejos y pobres pobladores se levantan de manera casi inmediata para comer el pan con agua que les ayudará a no pasar hambre en todo el día y prosiguen a preparar todo su equipo para salir a trabajar. Como era común en el año 1756, a pesar de que las grandes ciudades estaban siendo iluminadas y obteniendo riquezas tanto monetarias como de conocimiento, los pueblos pequeños siguen siendo lugares lúgubres y con la gente vacía de toda esperanza. La costa de Mastrad no era la excepción. La gente ya era vieja, deprimida y resignada a trabajar para poder vivir al día a día. Cualquiera diría que ese lugar era un caso perdido que se perdía entre muchos otros en el mundo de aquella época. Eso sería cierto, de no ser por el joven Alexander Gustafsson. Con solo 21 años, Alexander era la persona más joven que se podía encontrar en ese lugar. Su padre, Adrián Gustaffson, era uno de los muchos pescadores resignados que se podían encontrar en la isla, trabajando para poder sobrevivir cada día que pasaba; mientras que su madre, Ágata Andersson, había muerto al darlo a luz. Adrián y Alexander nunca hablaban de ella. Alexander había intentado una vez iniciar una conversación al respecto con su padre, solo para ser interrumpido por la mano callosa de su padre cayendo con fuerza en su rostro, poniendo fin a la misma. Desde pequeño, Alexander había mostrado tener pasión y talento al actuar diferentes situaciones cotidianas que le parecían graciosas. Sin embargo, su padre apagaba sus grandes expectativas al pensar que todo eso era un tonto juego de niños y que su hijo debería aprender a trabajar desde una temprana edad si algún día quería sobrevivir en la isla por su cuenta. Por esa misma razón, Adrián comenzó a llevarlo pescar con él todos los días.


El Joven Pescador

Por tres noches, Alexander estuvo reflexionando acerca de lo que debía de hacer, hasta que por fin tomó la decisión de no dejar que el destino tomara las riendas de su futuro. Muy profundo en la oscuridad de la cuarta noche, cuando todos se encontraban dormidos, Alexander empacó la poca ropa y dinero que tenía en su posesión en un saco que servía para guardar los pescados, pero que había “tomado prestado” el día anterior sin que nadie se diera cuenta. Salió por la ventana trasera de manera muy sigilosa para no despertar a su padre y se dirigió al puerto, donde a la mañana siguiente iba a zarpar el barco que traía suministros de Estocolmo, pero cuyos tripulantes habían decidido pasar la noche en la isla para poder descansar y embriagarse propiamente en tierra firme. A pesar de una primera negativa, Alexander logró convencer a un capitán muy borracho del barco de unirlo a su tripulación después de invitarle unos tragos de whisky. Aunque Alexander tendría que trabajar arduamente en el barco durante todo el viaje de regreso, lo tomaba como un precio justo a pagar para cumplir su sueño de tener el futuro que tanto deseaba. Alexander se dirigió al camarote que el capitán le asignó y desempacó lo que pudo antes de tirarse en la cama por el cansancio. Alexander cerró los ojos con una gran sonrisa en su rostro propuesto a que cuando los abriera, comenzaría su viaje hacia un incierto pero prometedor futuro.


Antes de Irme Autor: Fernanda Luna

k iram no ha sido el mismo desde que perdió a su padre en esa trágica batalla

contra los Kuruma, una de las tribus más poderosas y pobladas de Guajarat. Él recuerda a la perfección cuando su padre se desplomó en sus brazos después de haber recibido una flecha directa al corazón, sus ojos se cristalizaron y su corazón se detuvo al igual que el de su padre. Jamás imaginó que ese dolor lo marcaria por el resto de su vida, y que lo único que lo mantendrá con aliento sería una joven de cabello largo y negro como sus ojos, con mirada seductora pero noble a la vez. Su nombre era Indira Kajol, la persona de la cual Kiram ha estado enamorado desde hace más de siete años. A raíz de ese funesto día y desde hace siete meses, él y su tribu, los “Maldharis”, han tenido que desplazarse dejando atrás la Aldea y a Indira, cruzando pastizales, acompañado de sus fieles amigos: vacas y cabras en búsqueda de forraje. Es sábado por la noche, hace frío, todos los integrantes de la tribu se encuentran recostados en el pasto mojado por la lluvia, intentando dormir tiritando y cobijados con unos trapos viejos y sucios. Kiram despierta de golpe, gracias a la pesadilla que ha tenido recurrentemente. Sus sueños se han convertido en un martirio; cada vez le es más difícil conciliar el sueño, porque cuando intenta cerrar los ojos, observa a su padre cayendo, desangrándose sobre sus brazos. Su temperatura corporal es alta y sus músculos están contraídos, un nudo en la garganta le impide llorar, se dispone a caminar y a esperar la mañana, para así emprender su tan deseado regreso a la Aldea. Los de su tribu saben porqué es importante para él: es temporada de Monzones, fecha para celebrar el Kriashna Jamashtami, que, por tradición, es el único momento en el que podrá casarse con Indira.


Antes de Irme

Su impulso es correr a casa de Indira, con la esperanza de que ella lo estará esperando con la misma emoción; pero no es así. Al abrir la puerta, lo recibe el jefe de los Kuruma, Madhur, quien es el responsable de la muerte de su padre. Kiram se abalanza sobre él, golpeándolo de manera brutal, dejándolo completamente inmóvil. Lo único que pasa por su cabeza es que tal vez Indira esté en peligro. Cegado por la ira, Kiram no observó que ella se encontraba justo ahí, sentada en una silla con lágrimas en los ojos, él se acerca lentamente tratándola de abrazar, pero ella se aleja bruscamente, apartándolo y gritándole que es un monstruo, él no entiende qué sucede; pero ella entre gritos afirma que Madhur es su esposo. Cuando él escucha esas frías y dolorosas palabras da la vuelta y sale de la casa, tomando la dura decisión de irse y no volver jamás. Nadie nunca supo más de él, a dónde fue, con quién se fue o si murió, solamente saben que el amor que sintió por Indira es el más sincero y real que jamás pudo existir.


Arno

Autor: Jorge Reyes

En la ciudad de Bamberg, Alemania, en el año 1349 se encontraban un señor

y su hijo. El señor Anton era un humilde agricultor y papá viudo de un hijo de 13 años llamado Arno, un chico con mucha energía, el cual siempre trabajaba con su papá y soñaba y anhelaba ser un caballero. La madre de Arno había fallecido cuando él nació debido a que no soportó el parto, esto siempre generó tristeza al niño por no tener una figura materna la cual sea tierna y cálida con él, ya que Anton actuaba como un padre muy frío y serio siempre; no era malo, solo cumplía con su papel de papá a su manera. Eran muy pobres, esto provocaba que hicieran cualquier trabajo honorable que les ponían en la mesa, aunque no tenga nada que ver con la agricultura. Un día, un amigo de Anton le mencionó sobre un señor que estaba buscando gente para trabajar como sepultureros. El padre no lo dudó ni por un segundo y llevó a su hijo con él para hablar con el señor y aceptar el trabajo. Una vez que llegaron al panteón indicado por el amigo de Anton, el dúo, padre e hijo, se encontraron con un hombre gigante, muy gordo, medía más de 1.96, su piel era muy blanca como la nieve y vestía un elegante traje tan negro como la noche, tenía pies pequeños y manos enormes, su panza se asomaba por el traje que estaba a punto de estallar y portaba un pequeño sombrero que cubría el poco y cenizo cabello con el que contaba, su cara estaba muy arrugada como si de un zombi se tratara, pero lo único raro de verdad, era su expresión. Arno temblaba de miedo al ver a un señor tan extraño y tan… ¿Feliz? El señor se acercó a ellos y les dijo: ¿Vienen por el trabajo? Anton afirmó. Acompañaron al señor hasta su bodega, donde tenía seis bolsas con un cadáver cada una, “tomen, solo desembolsen y sepulten a estos, les daré 10 marcos cuando terminen”.


Arno

El papá y el hijo acordaron tres cadáveres cada uno. Arno puso manos a la obra y desembolsó los cadáveres. El primero era un anciano, siete puñaladas en la espalda. El segundo, una figura irreconocible, estaba totalmente podrido… o podrida. Y el tercero, llevaba un emblema en su pecho, era un caballero con un corte en la garganta, seguramente murió de manera heroica, pensó Arno. Si, así fue. Empezó con el caballero, era un cuerpo muy pesado y robusto, pero después de un buen tiempo logró terminar de enterrarlo. Luego con el anciano, se le complicó menos, así que logró enterrarlo con facilidad. Finalmente faltaba el… ¿Dónde está el podrido? Se preguntó. Solo vio unas manos tocando sus hombros e inmediatamente la figura lo cargó y lo lanzó al hoyo en el que el cuerpo debía ser enterrado, el cuerpo agarró la pala y enterró a Arno. Tiempo después Arno despierta, no había ni desembolsado los cuerpos. ¿Acaso todo fue una mera pesadilla? En fin, el trabajo no se haría solo y tenía unos marcos que ganarse. Así que empieza “de nuevo” en el mismo orden de la pesadilla inconscientemente; el caballero, el viejo y el podrido. Pero antes de dejar al podrido se percató de que tenía algo en la mano derecha, era un anillo, un anillo precioso, de plata, podría valer una fortuna. Arrancó el anillo de las manos del difunto no sin antes llevarse un meñique por accidente. El trabajo estaba listo, Arno había sepultado los cuerpos y al leer lo que decía el anillo, se dio cuenta de que tenía el nombre de Anton grabado.


Nala

Autor: Gabriela Ortiz

Fue repentino. De un segundo saltaba al siguiente. El tiempo no perdona a na-

die que se interponga en su camino y creo que ya debía haber estado, para ese entonces, un poco más acostumbrada a sus misteriosas formas de obrar. De tan devastador como se podía describir, aquel misterio debió haberse quedado oculto. Después de todo, los yorubas somos un pueblo de África Occidental, nos encontramos más específicamente en la región de Ife, al suroeste de Nigeria, nada como esto debió haber sucedido entre nosotros. Desde hace unos cuantos días atrás había notado a mi madre muy tensa. Sé que evitaba comentarme lo que la tenía angustiada para intentar protegerme de la realidad a la que nos estábamos aproximando. Uno consideraría que al cumplir mis quince años ya empezaría a despreocuparse un poco más de la manera en la que yo reaccionaría ante las verdades que salieran de su boca, pero dos años después del fallecimiento de mi padre por una enfermedad que lo consumió antes de que pudiéramos siquiera intentar hacer algo al respecto, aún me seguía tratando como si yo estuviera hecha de cristal y al momento de tocarme me desmoronaría. Era imposible culparla, después de una pérdida de esa magnitud se entendía su incesante necesidad de sobre cuidarme. A pesar de estar rodeadas de mis primos, tíos y el resto de nuestra villa, básicamente éramos ella y yo. Mi madre, la gran Ashanti Abimbola, era una mujer de tez morena, complexión delgada, pero brazos fuertes. Su cara estaba estructurada con pómulos y mandíbula altamente definidos. Su piel era tersa y lisa, por lo que no mostraba muchas marcas de edad todavía. Ni un solo pliegue se formaba en su frente, lo cual no es de esperarse en una mujer que ha sido probada tantas veces por la vida. Sus ojos cafés, por otro lado, eran profundos y detrás escondían mucha emoción. Su cabello era negro como la noche y casi nunca lo dejaba fluir sobre sus hombros, siempre lo llevaba agarrado. De ella heredé muchas cualidades, como mi tono de piel, y tal vez nuestra terquedad, sin embargo, no sentía ni la mitad de su fortaleza.


Nala

Mi cabello era mucho más colocho que el suyo, un tono tierra. Mis ojos eran un poco más claros, no lo suficiente como para llegar a ser del color de una hoja, pero sí muy cerca de un color arenilla, esto definitivamente venía de mi padre. A mi parecer era baja para mi edad, aunque mis puntos de referencia eran niños mucho menores que yo y adultos mucho mayores que yo. A veces, los demás podían considerarme un poco torpe, pero yo prefería considerarme intrépida a su mayor esplendor, lo cual significaba quebrar un par de cosas aquí y allá. Mi mamá era la persona menos ideal para esconder un secreto, más cuando este le traía preocupación. Para empezar, me llamaba por mi nombre completo, “Nala Abimbola”, ya que le daba un sentido más grande de control. Le seguía una forma de morderse el lado inferior derecho de su labio hasta casi el punto de dejar una marca muy dolorosa, y por último le encantaba hacer referencia al hecho de que no ocultaba nada, haciéndolo incluso más notorio que sí era así. Un par de noches a la semana, nuestra villa se reunía a brindar honor a nuestro creador Olodumare. Sentíamos que este encuentro grupal hacía que nuestras plegarias fueran escuchadas de una forma más poderosa y nos brindaría fruto abundante de la tierra. Sin embargo, en la sexta noche de la semana, noté que hacían falta unas cuantas familias, de nuestro pueblo vecino, que acostumbraban acompañarnos. Le hice, en mi opinión, el pequeño comentario a mi madre, la cual me miró con unos ojos llenos de una combinación entre terror y tristeza. Ella tomó mi mano y me llevó directo a nuestra pampa, iluminó una candela y me sentó en el suelo. Finalmente, la curiosidad que me había estado inundando por días, sería drenada. Poco sabía yo que la noticia que estaba por escuchar cambiaría mi vida para siempre. La explicación no fue muy larga, pero cada una de las palabras que fueron dichas tuvieron un impacto más grande de lo que hubiera tenido una extensa conversación. Mi madre me dijo que nuestro pueblo vecino había sido atacado por saqueadores. Tristemente no eran del tipo que llegaban codiciando pertenencias materiales, eran del tipo que llegaban codiciando personas. Casi la villa entera había sido raptada. Nadie sabía a donde se los habían llevado, pero lo que era peor es que se rumoraba que había sido un arreglo entre los piratas y ciertos integrantes del mismo pueblo que andaban en busca de retribuciones valiosas.


Nala No podíamos confiar en nadie, ni siquiera en nuestros familiares. No teníamos forma de saber si dentro de nuestro círculo había conspiradores esperando la oportunidad para atacar. Este pensamiento pareció habernos condenado, ya que, en cuanto cruzó por mi cabeza, escuchamos una gran conmoción que provenía del lugar en el que estábamos hace unos cuantos minutos. Fue repentino. De un segundo saltaba al siguiente. Mi memoria de esa noche es muy borrosa, solo recuerdo vagamente los gritos de las mamás que eran separadas de sus hijos, el sonido de toda la villa siendo destrozada y quemada hasta el suelo. Vasijas, Cántaros, espadas siendo arrojadas al suelo en una batalla constante por evadir un futuro terrible. El intento de los hombres y mujeres por combatir a los agresores que, desafortunadamente, iban preparados para el arduo combate. En un momento tenía agarrada a mi madre de la mano y al siguiente, nada, todo se tornó negro. Desperté con un dolor muy agudo en la parte de atrás de mi cabeza, como si algo o alguien me hubiera golpeado tan duro como para noquearme. Sentí un olor hediondo que provenía de todo mi alrededor. No podía hacer sentido de lo que estaba pasando hasta que noté que me encontraba en una carreta en movimiento. Mis ojos se abrían poco a poco, permitiéndome observar la imagen medio fogosa de los rostros que se encontraban frente a mí. Miradas vacías, deprimidas ante la circunstancia en la que nos encontrábamos todos. El sol estaba por salir. Todas nuestras manos se encontraban atadas con sogas demasiado gruesas como para batallarlas. Logré acomodarme correcta, pero débilmente en mi lugar y al voltearme logré captar la mirada de una joven. No parecía mucho mayor que yo, pero no se veía en tan mal estado como el resto de los que habitaban nuestro transporte actual. Al recordar algunos eventos de la noche anterior mi respiración aceleró mucho y sentía ganas de gritar, pero ella me dijo que no lo hiciera porque no queríamos averiguar lo que nos podían hacer los hombres del afuera, si nos salíamos de control. Mis ojos se empezaron a llenar de lágrimas al notar que mi madre no estaba en dicha carreta. En ese momento caí en cuenta de la noticia que ella me había revelado anteriormente y supe que todos habíamos sido capturados, pero no entendía el porqué. La joven me dijo que su nombre era Siara, perteneciente a una tribu de Abuya. Su piel era de tono café claro pero sus ojos eran más oscuros que la noche. Ella llevaba días viajando de lado a lado desde que su villa fue destruida.


Relaciones Estudiantiles Me informó que nos estaban transportando hacia “Porto Novo” (puerto nuevo), en donde nos esperaba una embarcación que saldría hacia el Nuevo Mundo, como lo estaban llamando los del afuera. Realmente no sabíamos mucho de lo que estaba pasando o porque era a nosotras, pero sí sabíamos una cosa, estábamos solas. Siara había logrado llenar unos cuantos vacíos que había tenido yo la noche previa. Uno de los hombres responsables del allanamiento me había llevado cargada hasta la carreta donde me habían atado justo a su lado. Me comentó que en varias ocasiones ella llegó a preocuparse mucho por mí, ya que llevábamos toda la madrugada andando y yo no mostraba señales de vida. Ella esperaba que yo simplemente tuviera un sueño muy pesado y que no fuese nada derivado del golpe que había recibido. Decidimos no hablar mucho el resto del camino hacia nuestra primera parada, al menos mi primera parada, para no causar malentendidos de ningún tipo. A medida que íbamos avanzando empecé a permitirme un poco más a observar a quienes se encontraban en aquel sitio. A parte de Siara, no me resultaba conocido nadie. Sin embargo, logré conectar mi mirada con un joven que se encontraba sentado a unas dos personas en frente de mí; en el momento que me dio una media sonrisa simplemente volteé mi cabeza al lado contrario. La carreta se detuvo frente a un asentamiento lleno de hombres blancos, los cuales se aproximaban a nosotros con unos barriles muy grandes. A cada uno nos dieron un plato con las sobras de lo que ellos comían. Básicamente era algo que se asemejaba a harina de maíz, mezclada con unas cuantas legumbres. Nos los distribuyeron de manera pesada uno por uno. Nadie se quejaba debido al hambre que nos abundaba a todos. Me dio mucha rabia cuando a una mujer mayor la hicieron casi rogar por su comida hasta que arrojaron el plato frente a ella, causando que un poco de su contenido fuera derramado. Ellos solo reían. Me preguntaba cómo podía haber personas tan crueles por el mundo. Pasamos de estar acostumbrados a un ambiente familiar y hospitalario, a ser reducidos a lo más bajo de la cadena. ¿Quiénes definen este valor? ¿Quiénes definen lo que mereces tener o vivir? No lo sabía, y creo que parte de mí no quería conocer la respuesta, porque el solo escuchar algo contrario a lo que considero yo debería ser, caería en una tristeza infinita. Decidí compartirle un poco de mi alimento. Me daba mucho pesar el escenario que acababa de presenciar. Ella solo me sonrió y de manera muy baja me dijo:

Nala


Nala “Alika…”, haciéndome muy claro que ese era su nombre. El señor que se encontraba a su lado dijo: “Enam…” y finalmente, el joven que había captado mi atención, previamente, susurró: “Shaka”. Ellos parecían conocerse, pero no estábamos en ninguna circunstancia de establecer una conversación formal en donde nos comentáramos nuestras vidas personales, entonces yo solo asentí en señal de entendimiento. No nos quedamos por mucho en esta estación, por lo que, naturalmente, supuse que no era nuestro destino final, posiblemente ni el intermedio. Cuatro caballos jalaban nuestro transporte y éramos aproximadamente siete habitantes en él, más los cuatro hombres del afuera. Los caballos no soportarían mucho más, especialmente si habíamos andado toda la noche. Debíamos, en algún punto, hacer una parada larga, lo suficiente como para alimentar y darles descanso a los pobres animales. Mis manos me dolían mucho, debido a que, por impulso, intentaba liberarlas inútilmente. Ni siquiera era como que pensaba que funcionaría, pero el hecho de saber que al menos lo estaba intentando me mantenía un poco más cuerda. Sé que esto no tiene mucho sentido, pero yo me entiendo. Este pensamiento lo había tenido muchas veces antes. Obviamente en situaciones demasiado diferentes, pero el pensar que todos creen que algo es imposible, hace aún más interesante querer probar. Por ejemplo, hace unas primaveras atrás, tuvimos una excursión, liderada por mi padre, junto con otros miembros de la villa hacia un árbol gigante que se encontraba a las afueras de Ife. Su nombre era Baoba. Este se encontraba rodeado de pequeñas flores amarillas y césped verde que se extendía por toda su trayectoria. Junto con otros niños estábamos asombrados de la magnitud de aquella maravilla que se desplegaba frente a nosotros. En casa estábamos muy acostumbrados a hacer competencias a ver quién podía llegar en primer lugar a lo más alto del árbol y el ganador o ganadora era nombrado jefe de nuestra alianza por un día. Unas veces me tocaba obtener la victoria y otras no, pero nunca dejaba de intentar, y esta ocasión no fue la excepción. Todos me decían que era muy alto y que nunca pasaría de la primera rama que se encontraba colgando de él. Yo solo reía ante su duda, pero no dejé que me afectara, al contrario, me emocionaba lo bien que se sentiría probarles que se equivocaban. Ese día trepé un poco más de la mitad de ese árbol. La impresión de todos fue tal, que fui nombrada jefa por cinco días, debido a mi logro tan impensado. Mi coronación se llevó a cabo en la misma pradera. Me hicieron una corona conformada de unas


Relaciones Estudiantiles cuantas ramitas y flores variadas. Lo más especial de ese día fue que mi propio padre fue el que la colocó sobre mi cabeza y me recordó el porqué de mi nombre. Nala significa “exitosa” en nuestra cultura, y mi padre nunca perdía la oportunidad de hacerme saber lo especial y digno que era. Aquellos eran los días, pero ahora, los árboles que veía no eran para trepar, y mi padre ya no estaba conmigo. Además, las risas de todos los niños habían desaparecido. Al continuar el viaje nadie decía una sola palabra, solo teníamos permitido intercambiar miradas las cuales estaban llenas de incertidumbre, miedo y angustia. Poseíamos el mismo conocimiento que nada bueno nos esperaba por lo que nos aterraba el solo pensar cual sería nuestro destino final. Habíamos logrado hacer paradas cortas a lo largo del camino, las cuales no eran para nuestro descanso, pero al llegar la noche nos detuvimos frente a lo que parecía una pequeña choza. Nos empezaron a gritar que nos bajáramos todos. Estábamos muy débiles por tantas horas sentados y amarrados en la madera de nuestro vehículo habiendo recibido solo aquellas sobras de comida muy en la mañana. Entre los hombres que nos conducían hacia la casita nos colocaron abruptamente en una línea frente a la puerta. Shaka, el joven que había conocido, fue tomado de entre nosotros, y tirado al suelo. Fue golpeado más veces de lo que pude contar en la cara al mismo tiempo que lo pateaban en el estómago. La imagen que se presentaba ante nosotros era horrorosa y me hacía cerrar los ojos al mismo tiempo que intentaba retroceder para juntarme con Siara. Alika gritaba por piedad e intentaba acercarse a separarlos, pero uno de los hombres le dio una cachetada que la tumbó al suelo. Enam corrió a su lado y quería empezar un conflicto con el sujeto, pero Alika lo detuvo. Al terminar la despiadada escena, uno de los blancos grito en alto “Si alguien intenta algún acto divertido esto que ven aquí les parecerá poco comparado a lo que les deparará”. ¿Era en serio? ¿Acababan de dejar casi muerto a Shaka para usarlo de ejemplo? Pues al parecer había funcionado, porque todos inmediatamente bajamos la cabeza y empezamos a entrar a la choza. Dos de los blancos metieron a Shaka adentro arrojándolo en medio de nosotros. Nos dijeron que aprovecháramos esa noche porque al día siguiente no habría paradas tan generosas, y con eso cerraron la puerta. Alika corrió a toda prisa al encuentro de Shaka, quien se mantenía tendido en el suelo. Éste mostraba señales de conciencia lo cual me daba a entender que era una persona con mucha resiliencia. Entre todos ayudamos a levantarlo con cuidado colocándolo contra una pared para poder atenderlo de mejor forma. Grandes

Nala


Nala moretones se formaban en su cara, sangre corría por su nariz y, sin duda, debajo de su ropa. Desafortunadamente no poseíamos ningún tipo de medicina para intentar aliviar un poco de su dolor. Débilmente nos indicó que no nos preocupáramos, que este no duraría mucho, lo que sin duda hacía para tranquilizarnos un poco. Tomamos asiento a su lado todos lo que nos encontrábamos ahí, formando un medio círculo. Miré alrededor. Lo único que nos iluminaba y nos permitía vernos las caras era una pequeña luz que se reflejaba de la luna a través de unas pequeñas ventanas. La cabaña era polvosa, como si nadie la hubiera habitado en mucho tiempo, pero lo suficientemente sombría como para deducir que nada bueno había pasado ahí. Había un olor a podrido que se podía percibir en el aire, pero no podía distinguir de dónde provenía. Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando una voz habló suavemente. ¿Por qué nos están haciendo esto a nosotros? Preguntaba desgastada la única otra mujer que se encontraba en nuestro grupo aparte de Alika, Siara y yo. Enam tomó la palabra y nos explicó con cautela, “Días atrás se había corrido la voz sobre desapariciones a lo largo de nuestras villas. Se rumoreaba que miembros de las tribus habían hecho arreglos con hombres de procedencia blanca que buscaban mano de obra para un proyecto muy grande que estaban llevando a cabo a lo largo del agua. Queridos amigos, como pueden ver, tales rumores fueron ciertos, por lo que solo podemos adivinar que hemos sido vendidos, vendidos para trabajar para esas personas. Somos esclavos. Somos sus esclavos. El silencio rondo en medio de nosotros mientras cada uno, individualmente, caía en cuenta de lo que acababa de ser arrojado al viento. Se alzó una voz, desconocida hasta el momento, del único otro integrante de nuestra carreta que hacía falta de presentación. Era un hombre que se veía ya mayor de edad, los cabellos blancos ya empezaban a sobresalir de su cabellera. Con mucha calma expresó: “Mi nombre es Menelik Abara, soy parte de la tribu Igbo, tengo dos hijos, pero mi mujer falleció hace ya unos cuantos años. Me gusta el olor a tierra mojada y ver los atardeceres todos los días”. Todos lo miramos extrañados. Él nos sonrió de manera agradable y nos dijo: “¿Alguien acaso sabe lo que pasará mañana? Porque yo no, por lo que quisiera recordar la persona que soy el día de hoy. Vamos, cada uno, nombre, origen y algún gusto que tengan”. Nadie sabía qué decir realmente. La mujer que había hablado hace poco tomó la palabra, y cautelosamente dijo: “Sade, mi nombre es


Relaciones Estudiantiles Sade Abiodum, soy perteneciente de la tribu del yoruba del occidente y realmente amo las flores amarillas que crecen fuera de mi hogar, cultivarlas me gusta, bueno, me gustaba mucho”. Uno a uno fuimos pasando, contando nuestras historias. Resulta que Enam y Alika eran amigos de mucho tiempo atrás, yo diría que se gustaban en su época, pero se separaron en su juventud para volver a ser reunidos por las capturas. Shaka era el hijo de la mejor amiga de Alika, era por esto que se conocían y ella sentía tanta necesidad de cuidarlo. Resulta que a Siara le gustaba la danza, algo que no habría adivinado de ella. Por último, les conté de dónde venía y el hecho que me gustaban mucho los árboles, parece que ahí arriba todo el mundo, incluyendo las preocupaciones, se ven muy pequeñas. Unas cuantas risas fueron compartidas, y por unos minutos pudimos hacer un poco más amena nuestra circunstancia. Ahora básicamente estamos juntos en esto, nadie debe pasarlo solo. Enam y Menelik se ofrecieron tomar turnos vigilando mientras el resto de nosotros intentábamos descansar. Era muy difícil. A pesar de que estábamos muy cansados nuestras mentes seguían muy ocupadas pensando en todos los escenarios que podrían darse al llegar al puerto. Decidí sentarme al lado de Shaka, quería ver como se encontraba. Me daba mucha lástima el no poder hacer nada para intentar aliviarlo más rápido, pero asumo que era algo que debía pasar por su cuenta. Le hice señas a Siara para que viniera a mi lado. Todos estábamos cerca de los mismos rangos de edad, lo cual era agradable. En medio de tanto caos al menos nos teníamos entre nosotros. Ya sintiendo un poco más de resguardo, logramos conseguir un poco de sueño. A la mañana siguiente, Enam nos despertó a todos. Se escuchaba movimiento fuera de la choza lo que nos indicó que ya venían por nosotros otra vez. De nuevo nos ordenaron que hiciéramos una fila para entrar en la carreta. Nadie intentó batallar contra las sogas con las que estaban siendo amarradas nuestras manos nuevamente, ya que no queríamos que por culpa de nadie alguno de nosotros fuera víctima de una golpiza terrible. Simplemente nos colocamos ordenadamente dentro del vehículo y partimos. El viaje fue largo y cansado hacia el puerto. Solo hicimos unas cuantas paradas ese día para dar alimento a los animales, pero nosotros no comimos nada. Sin embargo, algo era diferente. Aquellos extraños que observé al abrir mis ojos el día de ayer ya no lo eran. Eran personas que estaban pasando exactamente lo

Nala


Nala mismo que yo. Nadie merecía esto, simplemente es lo que desafortunadamente nos tocó. Pero el hecho que ya nos conocíamos un poco más me hacía sentir menos sola en todo esto. Incluso tal vez al llegar al puerto me podrían ayudar a encontrar a mi madre. Tenía que estar ahí, ¿verdad? Sí, claro que sí, o por lo menos es lo que yo esperaba con todo mi corazón. Ya era tarde en la noche cuando llegamos al puerto. Me encontraba ante la presencia de los barcos más grandes que había visto en mi vida (no que tuvieran gran competencia). Muchas personas blancas caminando y llevando cargamentos por todos lados. Esta vez no nos quitaron las sogas, solo nos llevaron dentro de un almacén, donde había alrededor de cien o más de los nuestros. Todos llenos de miedo y la mayoría con los ojos hinchados de tanto llorar. La sensación de desesperación en el aire era casi palpable. Las condiciones en las que nos estaban manteniendo eran inhumanas. No nos habían alimentado en todo el día, nos arrejuntaron como si fuéramos mulas en un solo espacio, solo para ser transportados hacia lo desconocido. Quise avanzar un poco buscando con la mirada algún lado donde podría identificar la presencia de mi madre, pero Alika me indicó que me quedara cerca de ellos en todo momento. No tenía idea si realmente se encontraba ahí, pero una señora cerca de nosotros dijo algo que no se si en el momento me alivió o me hizo quedar lo más perturbada que he estado toda mi vida. Nos comentó que según lo que habían notado, había un alrededor de dos almacenes más, seguramente lleno de más personas. En cierta forma tenía todavía la posibilidad de encontrar a mamá, pero estábamos hablando de humanos metidos en contenedores. No tenía palabras. Esa noche no pegamos un solo ojo, ya que la incertidumbre nos estaba matando. Al amanecer del día siguiente, nos repartieron unos platos similares a los que nos dieron al principio del viaje tortuoso, ósea las sobras de los del afuera, claro lo terminé todo. Todos lo hicimos. Finalmente, un tumulto de personas blancas abrió las puertas del almacén, empujándonos y escupiéndonos mientras nos sacaban en filas resguardadas de hombres con armas. Nos empezaron a dividir en grupos. Shaka, Siara y yo fuimos separados del resto de los adultos, y fuimos guiados a las afueras del barco. Nuestras miradas seguían puestas en Enam, Alika, Sade y Manelik, quienes simplemente nos gritaban que permaneciéramos juntos y fuertes, ya que no podían hacer nada para evitarlo. Seguíamos avanzando acompañados de varias perso-


Relaciones Estudiantiles nas La tensión seguía aumentando, ya que, al subir en ese barco, todo lo que conocíamos desaparecería para siempre. Nunca volvería a ver a mis grandes árboles vecinos, o a mis familiares o al resto de mi tribu. Sobre todo, lágrimas empezaban a salir de mis ojos al caer en cuenta que probablemente nunca volvería a ver a mi madre otra vez. Estos barcos eran simplemente enormes y quién sabe si siquiera nos dirigimos todos al mismo destino. Mis recuerdos fueron detenidos por el constante grito de los hombres que nos insistían en subir al barco. Volteé una vez más antes de entrar para ver todo lo que dejaba atrás. Justo al hacerlo por la esquina de mi ojo, me pareció haber visto algo o alguien familiar. Miré de nuevo buscando por todos lados cuando por fin la vi. Era ella, era mamá. Comencé a gritar, “MAMÁ, MAMÁ” como loca intentando hacer que me escuchara y viniera por mí. Intenté correr hacia ella, pero me detuvieron dos sujetos que me decían que me quedara en mi lugar y dejara de hacer escándalo. Mi cabeza solo estaba en ir corriendo donde mi madre para sentirme rescatada. Shaka y Siara me decían que por favor me tranquilizara, que era imposible llegar donde ella. No me importaba, solo los sacudía. Hice contacto visual con ella y parecía que venía corriendo hacia mí, cuando de repente sentí que me levantaban del suelo. Fue así. Uno de los blancos me levantó por la cintura y me tiraron dentro del barco. Asimismo, todos los demás iban entrando al mismo por lo que tropezaba y chocaba con todos. No podía llegar a la puerta. Finalmente, al pasarlos a todos ya me encontraba cerca de la luz, cerca de reencontrarme con ella, cuando de repente todo se tornó negro. Fue repentino, de un segundo saltaba al siguiente. Desperté con un dolor muy agudo de cabeza. Al abrir los ojos observe a Siara frente a mí, y al mirar más de cerca note que también estaba Shaka. No de nuevo. Por favor. No de nuevo. Una vez más la había perdido. Una vez más me habían quitado de su lado. Por poco estaba con ella otra vez. No pude contenerme, y no había nadie que me detuviera. Simplemente me puse a llorar en los brazos de Siara. Un rato pasó cuando ya pude mantener un poco más la cordura. Shaka tomó mi mano y me dijo, “Nala, no puedes perder la esperanza, al menos sabes que está allí afuera. Sabes que estaba en ese puerto por lo que es muy probable que lleguemos al mismo lugar. Estoy seguro, de que tu historia con tu madre no ha terminado aún”. Siara asentía de acuerdo con sus palabras.

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Tenían razón. Todavía había oportunidad y no me podía dejar quebrar por esa gente. No sabía lo que nos esperaba al cruzar el monstruoso océano. Capaz y era un final horrible, pero costara lo que costara, yo iba a encontrar a mi madre. Pero, hasta que ese momento llegara, debía proteger a Shaka y Siara. Ellos eran mi familia ahora. Tenían razón. Era Nala y mi historia no había comenzado todavía”.


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El Poderoso Dragón Negro Autor: Valentina Lozoya

Hace mucho tiempo… en la lejana China, durante la dinastía Qing, existió un

poderoso emperador conocido por ser un hombre bondadoso, un buen padre y hermano cuyo propósito era cuidar a su pueblo y a su gente. Huang Taiji le enseñó a su hijo que el ser emperador era más que solo gobernar, ser emperador significaba ser una esperanza, ser un protector, ver siempre por los demás antes que él mismo. Desgraciadamente, a finales del siglo 18 y empezando el siglo 19, los ingleses invadieron China intentando nuevas conquistas con el objetivo de comerciar y expandir sus territorios. Los ingleses invadieron puertos, aldeas y los imperios vecinos. El emperador Huang Taiji junto a sus tropas de 1000 hombres, con grandes armaduras y corceles blancos, emprendieron la batalla contra los conquistadores. El gran emperador murió protegiendo a su pueblo y a su pequeño hijo, de tan solo siete años, Zhang Yixing. Él observó cómo el imperio y todo lo que su padre protegió y amó con su vida se desvanecía en segundos. Para la suerte de Zhang no todo se había perdido, puesto que se quedó con el territorio de su imperio y años después continuó con su gobierno suplantando el lugar de su padre. Zhang se llenó de odio, ira y rencor, conforme fue creciendo se hacía más fuerte su sentimiento de venganza y sed de poder. En aquel entonces China estaba pasando por un momento difícil, las personas eran muy pobres y apenas les alcanzaba para comer. La población creció y la cultura china estaba en un gran riesgo, pues los ingleses ya habían hecho tratos comerciales con algunos emperadores y provincias. El emperador Zhang se convirtió en un tirano que disfrutaba de gastar el poco dinero que producía su imperio en grandes fiestas, mujeres hermosas y nuevas maneras de torturar a su gente, como también a los ingleses. El corazón de Zhang se había oscurecido por completo. Un día una mujer muy anciana, con una capa larga que le llegaba a los tobillos, tocó la puerta de su palacio de jade, proclamando que era una adivina y que había visto su desgracia: la caída de su imperio se avecinaba ante los ingleses. El emperador Zhang se paralizó por completo y, por primera vez en su vida se sintió amenazado, raptó a la adivina para que pudiera leerle el futuro cuantas veces pidiese porque la mente de Zhang se


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encontraba hundida en temor y miedo. Las predicciones de la adivina orillaron a Zhang y a sus consejeros encontrar a una Tongj. Las Tongis eran jóvenes hechiceras que podrían conceder todos los deseos con un alto precio a cambio, nunca nadie las había visto solo se especulaban algunos rumores. En la historia de la dinastía china, las Tongis se hacían muy presentes siendo ellas las justificaciones de acontecimientos sin explicación o milagros. El rumor de que el emperador Zhang estaba en busca de una Tongi se expandió por el imperio. Una noche una de las damas de compañía del emperador entró a su habitación imperial. Ella era muy hermosa tenía, el pelo negro como la noche, la piel tan blanca como la nieve y sus ojos eran lo más peculiar de la misteriosa joven, una pupila color café y otra color rojo adornaban su pequeño rostro. La joven le susurró a Zhang que ella era una Tongi y que tenía la solución a todos sus problemas, pero eso sí, había un alto precio a pagar. La joven preguntó cuál era su máximo deseo, Zhang respondió firmemente y sin dudar: ¡¡¡Poder!!! Quiero ser el emperador más poderoso de toda China, quiero tener un arma letal capaz de destruir ejércitos enteros, quiero destruir a los ingleses, ser el salvador y emperador todo poderoso. La joven asintió sin mencionar el precio a pagar por todos sus deseos, pero eso era lo último que le importaba a Zhang. La joven le presentó a Zhang un poderoso dragón de 60 metros de altura, tenía las escamas negras y los ojos color rojo como el infierno y podía escupir fuego con una potencia inimaginable; matar a miles de personas en un santiamén. La joven le explicó a Zhang que ahora tenían un contrato y que para poder invocar Fo Long tenía que leer unas palabras, un pergamino que ella le dio para poder deshacerse de él, solo tenía que cerrar el pergamino. Y así lo hizo Zhang, usó a Fo Long en todas sus batallas matando a miles de personas incluyendo gente inocente, expandió la miseria la guerra y la muerte por todos lados, saciar su venganza en contra de los ingleses. Él era, aparentemente, invencible. Se convirtió en uno de los emperadores más poderosos de la dinastía Qing, tuvo lo que siempre deseó, las predicciones de la adivina ya no le asustaban más, así que la dejó morir en un calabozo mientras se la comían las ratas. Cuando estaba a punto de conquistar el último imperio vecino, para al fin lograr su sueño, Zhang se quedó ciego, incapacitado totalmente de poder usar a Fo


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Long, ya que no podía leer las palabras del pergamino. Sin Fo Long, Zhang no era nada y tenía que inventar una excusa, pero tampoco pudo hacerlo, pues al poco tiempo, se quedó mudo. Sin poder hablar o ver, Zhang solo podía escuchar cómo sus consejeros aprovechaban su discapacidad para gobernar sin que él lo pudiese impedir. Zhang se había dado cuenta que la bruja se había comido sus ojos y su voz y que ella misma era Fo Long. Cómo no se dio cuenta, si el brillo de su ojo izquierdo era justo como el de Fo, como el infierno... Los consejeros suplantaron al emperador en poco tiempo haciendo que éste perdiera todo y él sin poder decir una sola palabra. Ellos lo echaron del castillo haciéndolo ver como un simple viejo discapacitado y era el plan perfecto, ya que él no podía ver a dónde lo llevaban o decir lo que le habían hecho. Zhang intentó explicar a la gente que él era el emperador, pero nadie le hacía caso a un ciego. Al pasar los años, Zhang se convirtió en un viejo anciano que ayudaba a un cocinero a pelar papas para poder sobrevivir, cuyo dueño del restaurante era un inglés. La gente se preguntaba qué habría pasado con el gran emperador Zhang. Unos decían que murió de una enfermedad, otros que huyó de China con una misteriosa joven, otros que usaba la magia y que ahora pagaba su castigo, pero nadie sabía nada. Sin embargo, Zhang vivía y estaba ahí, sin poder decir una sola palabra hasta el día de su muerte.


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De Mi Casa Hacia La Universidad Autor: Zulett Ferra

Una semana antes de que me alejara de mi familia de Barcelona y del resto

de mi vida anterior, para irme a la de universidad donde siempre quise estudiar que está situada en Madrid, mi padre quiso que fuéramos a una pista de patinaje cerca de nuestra casa. Mis hermanas llevaron sus bicicletas y yo me llevé mis patines, nos aventábamos por la rampa muchas veces. Fue muy divertido hasta que sin avisar Julia y yo nos aventamos al mismo tiempo, frené con el patín izquierdo para no chocar con ella, pero perdí el equilibrio y me caí de rodillas, me senté con mucho cuidado en el suelo, se rasparon mis rodillas. Mi padre llegó, me preguntó si estaba bien, yo le dije que si, él me quitó los patines y me ayudó a levantarme, mis hermanas solo se quedaron viendo, se veía que estaban asustadas, llegamos al coche, colgamos las bicicletas en la parte de atrás, Julia dejó los patines en la cajuela del coche, nos subimos en los asientos traseros y mi padre arrancó en dirección de regreso a la casa. Andrea me preguntó si estaba bien porque mis rodillas estaban sangrando un poco, yo la miré, sonreí y le dije que si, que solo me ardían un poco. Volteé a ver a Julia, ella estaba viendo hacia la ventana, estaba un poco triste, tomé su hombro, ella me miró: Juli, ¿qué ocurre? – le dije al ver que estaba triste. Fue mi culpa que te lastimaras – dijo viéndome triste. No Juli, por supuesto que no lo es, los accidentes ocurren y no son culpa de nadie – la miré con una sonrisa y ella me la devolvió. Si Juli, tranquila, no fue culpa de nadie – intervino Andrea con una sonrisa en el rostro. Julia sonrió al escuchar a mi hermana y a mí, ya estaba más tranquila. Llegamos a la casa, mi padre me ayudó a bajar del coche, fui caminando hasta la puerta. Cuando entré mi madre me vio, me preguntó que qué había pasado, le contamos mis hermanas y yo; después me ayudó a lavarme y curarme las rodillas. Ese día fue un poco extremo, pero la pasamos muy bien. Les contaré un poco de la universidad que elegí, es la Universidad Autónoma de


Relaciones Estudiantiles De Mi Casa Hacia La Universidad Madrid, la elegí porque siempre me ha interesado mucho la psicología, y cuando hablé con mis primas la última vez que vinieron, ellas me dijeron que esa universidad es de las mejores para enfocarme en esa carrera, por eso decidí que esa sería la mejor opción. Como me iba a ir un poco lejos de casa, mi madre quiso hacerme una fiesta de despedida, y yo acepté con una sonrisa grande en mi rostro, ya que es un detalle muy bonito que quieran despedirse de ti cuando te vas lejos. Tengo una mezcla de emociones, principalmente, porque quiero saber qué me va a tocar en esta nueva etapa de mi vida, pero a la vez, me siento triste porque se que dejaré a estas personas especiales que siempre estuvieron para mí cuando los necesitaba: mis hermanas, mi padre y mi madre. Al día siguiente, mi mamá y yo nos despertamos para terminar de acomodar los últimos detalles de la fiesta antes de que llegaran los invitados a mediodía. Ella empezó a inflar los globos, después me los pasaba para que los pegara con cinta en las paredes de la habitación. Al terminar de pegar los globos, decoramos la mesa donde comeríamos con los invitados, pusimos un mantel rosa porque es mi color favorito, también un centro de mesa muy bonito con flores rosas pastel y blancas, y al final, colgamos unos carteles que hicieron mis hermanas con mensajes especiales para mí. Mientras que mi mamá se puso a cocinar, yo colgaba las cintas de papel que habíamos comprado para que la habitación quedara más decorada y no se viera tan vacía. Pasaron unas tres horas, llegaron mis tíos, mis primas y mis abuelos. Mi madre empezó a organizar la mesa, me pidió que la ayudara, tome los cubiertos y los fui acomodando en cada lugar de la mesa, como ya estábamos hambrientos, nos sentamos todos juntos a comer. Mi madre hizo paella y lasaña, todo se veía delicioso, igual hicimos una jarra de sangría que mi padre nos ayudó a hacer, es una de las bebidas típicas de España, una mezcla entre vino y frutas cortadas en cuadritos pequeños, como es una bebida alcohólica, mis hermanas no lo pueden tomar porque son menores. Para ellas, mi madre hizo jugo de manzana igual muy delicioso y a ellas les gusta mucho. Pasamos unos 40 minutos sentados comiendo y hablando de muchas cosas, por ejemplo, mis primas me contaron que pronto van a entrar a la universidad igual que yo. Una de ellas quiere estudiar medicina, quiere especializarse en pediatría porque le gusta mucho hablar e interactuar con los niños. Mi otra prima quiere


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estudiar diseño de modas, porque desde siempre le han llamado la atención los colores y la relación que tienen con la combinación de la ropa, igual siempre le ha gustado salir de compras. Ella dice que esa carrera le queda perfecta y yo estoy de acuerdo con ella. Al terminar de comer, mi hermana menor prendió la bocina que estaba en la sala, puso una lista de las canciones actuales que a todos les gustaba. Ella fue donde yo estaba con mi otra hermana, nos dio la mano para que nos paráramos a bailar con ella. Sonaba una de mis canciones favoritas. Entre mis hermanas y yo nos inventamos una coreografía, igual era muy chistoso por los pasos, entre risas y bailes pasaron muchas canciones más. Cuando nos cansamos, nos sentamos en la mesa y mi padre trajo unos juegos de mesa. Trajo el “Turista Mundial”; y otro juego que me gusta mucho que se llama “Hedbanz”. Se trata de que te tienes que poner una cinta de plástico en la cabeza donde pones una tarjeta con un personaje, y los demás participantes, con ayuda de unas pistas que te da el juego, hacen señas o te dicen frases para que tú puedas adivinar tu personaje, es muy divertido. De tanto jugar, no nos dimos cuenta de que ya se estaba haciendo de noche. Mis tíos dijeron que ya se tenían que ir para que no se les haga más tarde, me despedí de ellos y de mis primas, después se despidieron de mis hermanas, mi madre y mi padre. Mis abuelos se fueron un poco más tarde que ellos, me despedí y me subí a bañar. Después bajé a decirle las buenas noches a ellos, llegué a mi cuarto, me acosté en la cama y me quedé dormida al instante porque si estaba muy cansada. Días después de la fiesta, mis hermanas y yo ya habíamos hecho de todo: un día salimos a montar en nuestras bicicletas, otro día salimos a montar en patines, igual hicimos varios deportes, como natación, volleyball y futbol en unas canchas que hay en el centro del residencial donde vivimos. Sin embargo, aún faltaba hacer algo, practicar esquí sobre el agua. Enfrente de nuestro residencial, hay una laguna que se conecta con el mar donde hay unas lanchas que son especialmente para hacer esquí, estoy muy emocionada por intentarlo. Fui al cuarto de mis hermanas para preguntarles si antes de irme a la universidad querían ir conmigo al esquí acuático. ¿Chicas, quisieran ir conmigo al esquí acuático el sábado? – les pregunté con una sonrisa grande. Ellas me voltearon a ver entusiasmadas y moviendo la cabeza rápidamente de arriba abajo dando a entender que si querían ir.


Relaciones Estudiantiles De Mi Casa Hacia La Universidad Pero vamos a ir con nuestros papás, ¿cierto? – preguntó Julia, la menor de las tres algo nerviosa, y yo asentí con la cabeza. Claro que si Juli, van a ir ellos también para cuidarnos – le dije mientras le acariciaba su brazo levemente en señal de que se calme. Al día siguiente, nos levantamos temprano para llegar al esquí acuático, mi madre preparó unos sándwiches y los metió dentro de una canasta, igual metió unas cajitas de jugo que teníamos guardadas. Yo fui a arreglarme y a ayudar a mis hermanas con sus cosas. Llegué al cuarto de mis hermanas, les pregunté si querían que las ayudara y me dijeron que no, que estaban bien; así que me fui a mi cuarto para poder acomodar mis cosas. Agarré una toalla, un cambio de ropa para después del esquí, mis cosas de cuidado personal, mi traje de baño y mis chanclas. Fui al baño para cambiarme, me puse mi traje de baño, un short rojo y una blusa blanca. Tomé mi mochila y salí de mi cuarto. Metí mi mochila a la cajuela de la camioneta, después fui a ayudar a mi mamá con las cosas para el picnic, tomé la canasta, la guardé igual en la cajuela junto a mi mochila. Pasaron unos 20 minutos, ya estábamos arriba de la camioneta, mi papá arrancó con dirección al esquí acuático que quedaba a 20 minutos de mi casa. En el camino pusimos música, estaba muy feliz y emocionada. Llegamos al esquí. Nos recibió con una sonrisa enorme, un muchacho como de unos 21 años, él nos ayudó a bajar las cosas que teníamos en la camioneta. Después, nos guio hasta una mesa para poner nuestro mantel y nuestra canasta, igual para poder sentarnos si alguno de nosotros no tenía ganas de practicar el esquí. ¿Quiénes van a subirse al esquí? – nos pregunta el chico. Todos alzamos la mano. Juli estaba un poco dudosa, pero yo le tomé la mano para que sintiera confianza y ella me sonrió levemente. De este lado les vamos a poner la protección que necesitan, y después los espero de ese lado para ayudarlos a subir a la lancha, ¿está bien? – dijo señalando hacia la orilla del muelle donde estaba la lancha. Todos asentimos, y nos dirigimos al área donde nos pondrán la protección.


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Cuando ya estábamos listos, caminamos muy emocionados directo a la lancha, el chico nos ayudó a subir, nos sentamos, él nos dio unas instrucciones y al final nos preguntó: ¿Quién quiere ir primero? – dijo mirándonos con una sonrisa. Yo quiero ir primero – dije muy emocionada. El chico me ayudó a ponerme los esquís. Después me paré donde él me dijo, y me agarré de la soga que estaba amarrada en la lancha. La lancha arrancó, y me jalaba súper fuerte, estaba muy feliz y tenía muchísima adrenalina. Había varias curvas, mi mamá, mi papá y mis hermanas me veían desde la lancha muy felices. Seguía la lancha por un buen rato más, después me resbalé, pero caí en el agua y me reí porque fue una caída muy tonta. Después llegamos al muelle otra vez, ahora le tocó a mi hermanita Juli, la cual al principio tenía miedo de probarlo, pero cuando lo intentó ya no se quiso bajar, se subió unas tres veces más, después le tocó a mi mamá, después a mi papá, y al final a mi hermana Andrea. Estuvimos unas cuatro horas, en lo que nos subíamos una y otra vez más se nos fue el tiempo muy rápido. Bajamos de la lancha, fuimos directo al picnic porque ya teníamos mucha hambre, nos sentamos a comer. Mi madre había hecho sándwiches de jamón y queso con mayonesa, como a todos nos gustaba. Chequé la hora en mi teléfono, el cual tenía en mi mochila, vi que eran las cinco de la tarde, después miré al chico y le pregunté: ¿A qué hora cierra el muelle? – lo miré. A las 7:00 PM – me contestó con una sonrisa. Okay, ¡gracias! – volteé y seguí comiendo con mis hermanas Hoy es mi último día aquí en Barcelona, y lo quería aprovechar al 100% con mi familia porque los voy a extrañar mucho, pero estoy feliz porque para las vacaciones de Navidad vendré a verlos. Estuvimos hablando un rato, y como tengo que empacar mis cosas, decidimos que es mejor volver a casa, así me ayudan a guardar las cosas. Agarramos nuestras cosas, las guardamos en la cajuela de la camioneta, nos subimos en la parte de atrás, nos despedimos del chico que nos ayudó y mi papá arrancó la camioneta dirección a casa.


Relaciones Estudiantiles De Mi Casa Hacia La Universidad Pasaron unos 20 minutos y llegamos a casa, ayudé a mi mamá a bajar las cosas de la camioneta, entramos a la casa y dejé las cosas arriba de la mesa, después subir a mi cuarto. Al llegar, empecé a sacar la ropa que me llevaría, la dejé arriba de mi cama. Después bajé una maleta que tenía arriba de mi armario, doblé la ropa y la empecé a meter. Tomé varias de mis cosas para mi cuidado personal e igual las guardé; así como algunos de mis libros, libretas y útiles que sé que necesitaré en la universidad. Ya cuando vi que tenía todo, cerré la maleta y la dejé cerca de la parte izquierda de mi cuarto. Me metí a bañar, me puse mi pijama, baje a cenar con mi familia, hoy más que nunca siento que estamos muy unidos, la pasamos increíble hoy. Subí otra vez a mi cuarto, me acosté en mi cama y me quedé dormida. Al día siguiente, sonó mi alarma, me paré de la cama, fui al baño, hice mis necesidades, me vestí, me peiné. Después guardé algunas cosas que me quería llevar arriba del avión en una mochila. Bajé a desayunar, allí estaban mis padres, solo faltaban mis hermanas. Buenos días – les dije a ambos con una sonrisa Buenos días – me respondieron Habían hot cakes para desayunar, me senté y empecé a comer. Mis hermanas bajaron ¡Buenos días! – dijeron felices. Buenos días – les respondimos sentados en la mesa. Mis hermanas se sentaron a desayunar con nosotros ¿Cómo te sientes? ¿nerviosa? – me preguntó mi mamá. Si, un poco, es mi primer viaje sola, pero sé que lo disfrutaré mucho – dije viéndola. Así será mi niña – me dijo sonriendo.


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Terminamos de comer, mi papá subió conmigo para ayudarme a bajar la maleta, mientras que mi mamá subía a la camioneta con mis hermanas. Bajamos con la maleta y la subimos a la cajuela, después me subí en la parte de atrás y mi papá en el asiento del chofer. Arrancó la camioneta en dirección al aeropuerto que quedaba un poco apartado de la ciudad, como a 35 minutos. Mientras tanto, mi hermana Andrea puso música y fuimos todo el viaje cantando y también riendo. Pasaron los 35 minutos rápido porque andábamos muy entretenidas. Llegamos al aeropuerto, mi papá me ayudó a bajar la maleta, entramos al aeropuerto, fuimos a documentar la maleta. Una vez que terminamos, estuvimos hablando un rato, después los abracé muy fuerte. Cuídate mucho ¿sí? – me dijo mi mamá y yo asentí. Te vamos a extrañar mucho, hermanita – me dijeron mis hermanas. Yo a ustedes hermosas – las abracé muy fuerte. Después me despedí de mi papá, él me dijo que me cuidará mucho y yo le dije que sí, que así será. Después, subí las escaleras eléctricas que me dirigían hacia el filtro de seguridad y después a las salas para esperar mi vuelo, volteé a ver a mi familia desde lejos y les dije adiós con la mano, después seguí caminando.


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