TOLLOTA crítico

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TOLLOTA


TOLLOTA crìtico Número 1 Mayo, 20123 Universidad de los Andes Factultad de Artes y Humanidades Departamento de Arte Cra 1ª no. 19 - 27, edificio T Teléfono: 339 4949 - 339 4999. Ext: 2626 infarte@uniandes.edu.co Bogotá, Colombia TOLLOTA es una iniciativa de Paulo Licona TEXTOS Los textos de esta publicación fueron escritos por estudiantes del departamento de Arte de la Universidad de los Andes y de la Facultad de Artes ASAB, Universidad Francisco José de Caldas, en clases de Guillermo Vanegas CORRECCBORACIÓN DE ESTILO Guillermo Vanegas DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Ana Rivera Uribe IMPRESIÓN Litho Copias Calidad Cra. 13 Nº 34 - 71 Teléfono: 245 0800 Bogotá, Colombia Esta publicación puede ser reproducida, almacenada en sistema recuperable o transmitida em medio electrónico, fotocopia, grabación, y otros sin el permiso de sus editores.

SALÓN TOLLOTA De un lado al otro no mas, los dos lados juntos mejor, como un carro hecho de partes, de experiencias diversas y aún en formación, que pueden chocarse o estrellarse más adelante con el mundo. Pero, ¿porqué no hacerlo ahora que sus latas, bomper y farolas son más flexibles? Desde el 2012 se dio inicio a este salón, con el fin de juntar clases, de poner en situación, muestreo y mezcolanza a los estudiantes, salir del aula para entrar en bodegas que los enfrenten al espacio y a sus cosas. Quizá todo sea una excusa para descentrar la escuela y la misma formación en las artes. ¿Será lo mismo ser ayudante de un taller de mecánica automotriz que asistente a aulas para las artes? -Paulo Licona


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CRÍTICO

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Primer y último manifiesto del crítico-acrítico Camilo Villoria Villate Nicolás Daniel En un momento se acabará la escena del arte, y entonces habrá solo una escenografía del arte, y todo se irá a la mierda. Al hablar con una analogía teatral se puede ilustrar cómo es que van a pasar cosas terribles, cómo es que todo será un solo acto en loop: en donde los actores en contra de su voluntad van a ser todos tramoyistas, o sonidistas, o luminotécnicos; pero no tras escena, sino en ella; pero no como actores, sino como decorado, algo así como esos niños árbol que son una vergüenza. Este movimiento en este momento histórico los últimos expertos lo llamarán el orderground que significará entonces el abandono de la polarización entre el mainstream y el underground por el triunfo en el arte de la auto-conservación, la autocomplacencia, las relaciones endogámicas e incestuosas, el vaciamiento de la contestación, la dependencia a las estructuras de la independencia, el crecimiento exponencial de la profesionalidad y, por supuesto, el confort.

Mayo de 2013 A excepción de contadísimas manifestaciones como esta, no se escuchará más sobre arte, no se escribirá sobre arte, no se leerá arte, no se verá arte. Lo más probable es que todo vaya a lucir espectacular. La superficialidad de las cosas, digo de los objetos, los lugares, las estructuras, se va a prestar para ser sondable sin si quiera tener que preocuparse ni por una pizca de la profundidad. Ya ni por fuerza de la insistencia, la sesudez y la sobreactuación del más histriónico de los artistas-mueble o de los espectadores, va a verse más de lo de hecho se ve. Así más o menos van a ser las cosas.

Nunca se llegará a un acuerdo sobre las fechas que este movimiento comprenderá, pero, igual, a nadie entonces le va a importar. No habrán ni máximos exponentes ni referentes obligados ni momentos de ruptura, esas categorías desaparecerán. Todos y todas las artistas-decorado van a ser modestamente prescindibles pero aún valiosas. Por más que haya muchos todo siempre será muy cómodo, muy holgado. Muchos metros cuadrados, mucho adorno, mucho mobiliario. En primera instancia, el crítico-acrítico decide empezar su propia corriente crítica dados los estándares (o formas de comportamiento) insatisfactorios que encuentra en el medio artístico que conoce (¿qué conoce?).

Un grafiti por ese entonces va a decir: LO QUE ME PASA CON LOS ARTISTAS ES QUE PREFIERO VERLOS MUERTOS

En segunda instancia, recurre a la amarga idea de formular una especie de normativa que guíe a los posibles críticos-acríticos afines a sus proposiciones altamente beligerantes y controversiales.

Arte = Cosa sobre pared blanca

“productos artísticos de única funcionalidad en pared blanca”, sin el espacio ideal pierden toda su relevancia y el poder de ser interpretados por alguien.

Cristian Camilo Rodríguez

Dada esta contextualización, el crítico-acrítico impone que:

El Arte no siempre ha sido una empresa que se valida a sí misma, pero nunca más dejara de serlo. Lo que entendemos hoy como “lo Artístico”, “EL ARTE”, “la obra de Arte” es un concepto que se ha construido con base en diversos lenguajes: imagen, filosofía, historia, estética, técnicas. Todo esto y mucho más ha influido y definido intangiblemente lo que hoy se considera como Arte.

La galería puede considerarse como un espacio que se reconoció más por lo que no se podía hacer en ella, hasta que en su momento el acto subversivo de Marcel Duchamp dividió y renovó el Arte moderno y generó una tendencia de apropiación de objetos, técnicas y acciones que en la galería recontextualizaban su sentido.

1. El crítico-acrítico adoptará de forma voluntaria la postura de evitar emitir públicamente un juicio destructivo, pues se niega a permitir un aumento desmedido de sus niveles de egosterona. 2. Del mismo modo, el crítico-acrítico evitará generar e imponer cánones de representación adecuada puesto que es consciente de su posición subjetiva en un oficio que está altamente relativizado. Acéptese todo esto, porque al defender su posición a capa y espada dará como resultado un inevitable e innecesario aumento de sus, tan cuidados, niveles de egosterona. 3. Así, el mismo acto de escribir acerca de sus concepciones estéticas ya es de hecho un signo del aumento de su egosterona, por lo que, en cuanto a crítica pública se refiere, el críticoacrítico guardará silencio. Que lo hagan otros (A ver a cómo está la sensatez). 4. Alguien preguntará ¿Sumisión? 5. No, –pensará el crítico-acrítico–, prudencia.

No puedo ver el sufrimiento de mi país sin hacer nada, por eso decido dejar el asiento en el que escribo… Daniel Mauricio Luna Alzate

Una muestra de esta situación es la diferencia que existe entre las primeras manifestaciones visuales datadas en las paredes rocosas de cuevas como las de Altamira, que no fueron creadas con la premeditación de “lo artístico” y donde los hombres de la época representaron su entorno y su relación vital con la naturaleza con medios que tenían a su alcance, y muchas de las piezas que se encuentran ubicadas, iluminadas y custodiadas en los museos del mundo, que han sido catalogadas como “ARTE” porque el hombre ilustrado y su desarrollo cultural las consideran como un trofeo de lo que ya no existe. Lo que es único y tiene un gran protagonismo en las subastas. A través de la historia, el hombre, las instituciones y los entes culturales y académicos son los responsables de la legitimación y valor de una obra como “ARTE”. Como en cualquier transacción monetaria, las jerarquías y el status en los campos específicos son el sello que avala y ratifica a la obra de “ARTE”. El Arte dejó de ser una práctica liberadora y comunicativa para convertirse en un sistema de beneficios, protagonismos y juicios de valor. Pero podría ser peor. No basta con que algo o alguien apruebe y legitime el trabajo artístico, también es importante dónde exhibirlo. ¿La “obra de Arte” necesita un espacio específico legitimador como la galería o el museo?, ¿Quién lo sabe? Seguramente algunas obras expuestas fuera de la galería, en la calle, (arte povera por ejemplo) pasarían por ser basura; o en el peor de los casos, como ocurre con los

Pero hoy, después de ver tantas cosas ajenas al cubo blanco en el cubo blanco sabemos que cualquier cosa (sujeta a previa certificación) puede estar en una galería. Algunos artistas han encontrado una relación profunda y coherente entre la forma de instalar sus trabajos, el medio y los materiales que cobran relevancia en espacios cotidianos. Aunque esta es una tendencia más reciente, muchos artistas se han preocupado por acercar sus trabajos a la realidad, no sólo como esculturas publicas inamovibles, sino como propuestas que cuestionan hechos particulares de un sitio especifico. En el caso de artistas que centran su trabajo hacia lo político es más aterrador que pretendan comunicar, señalar o criticar un suceso real de un país como Colombia y lo hagan desde una galería, como si ese fuera el mejor sitio para narrar una versión, nueva o no, de algo que realmente sucedió. ¿si una de las supuestas intenciones del “ARTE” es comunicar, desde dónde y para quién se está comunicando? El arte contemporáneo aprovecha toda clase de manifestaciones y problemáticas culturales, sociales y políticas, las adopta y las apropia a los circuitos artísticos de tal manera que produce simulacros plásticos de realidades sociales. Parte del triunfo del “ARTE” como producto antiséptico de la realidad ha sido su distanciamiento con la sociedad común y es en la exploración de nuevos espacios donde deja de ser una burbuja de simulacros y representaciones estériles ¿Por qué no enfrentar el ostentoso discurso de muchas obras al tránsito de personas en la calle?, ¿Por qué no devolver los objetos, las imágenes y todo los recursos de lo que se vale el arte a su contexto real?


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El arte está donde estoy yo” León Ferrari.

Alejandro Quito ¿Acaso encontrará usted aquí un texto que dará fe de un proceso de análisis de autores, referentes, obras, citas; que proponga una reflexión profunda, un punto de vista, una mirada concreta sobre alguna problemática enmarcada en el programa que ha desarrollado el señor profesor durante la clase? Tal vez, tal vez no. Más probablemente, no. No pretendo extenderme sobre lo que no va a encontrar aquí, mejor le digo qué pueda encontrar aquí, o qué pretendo que encuentre. No quisiera que lo que escribo se sienta deshonesto, tampoco quisiera que esto fuese un mero pretexto para hacerme preguntas que no me interesa responder, solamente quisiera que lea con crueldad éste intento de declaración, de pseudoconfesión, de falso manifiesto. Que vea en éste intento de tarea algo de cómo veo yo las cosas, que sienta éste astigmatismo del comportamiento, y pues, que si yerro, que sepa que lo he hecho con mucho gusto. Esto es una reflexión acerca de los días extraños y los días iguales. ¿Habrá que agregar algo más? I Abra los ojos, cierre los ojos, abra los ojos, despierte, rásquese los ojos, le duelen los ojos, le duele despertarse pero tiene que mear; abra los ojos, póngase las gafas, levántese, quédese dormido, levántese otra vez, no se quede dormido, quítese las cobijas, tírese un pedo, hace frío, un frío el hijo de puta, coja el jabón, la toalla, los boxers, vaya al baño. Está ocupado el baño, va a llegar tarde, ¿qué importa? Siempre llega tarde, igual es clase de Humanidades. Ya desocuparon el baño, entre, ponga música, no se masturbe, báñese rápido. No piense en Alexa, no se quede en la ducha, salga. No se mire en el espejo, ya sabe que es feo, vístase. Salga del baño, no tiene afán, igual va tarde, ¿qué hay para desayunar? …Nada. Vaya a su cuarto, busque ropa limpia, no tiene, póngase algo que no huela a mierda. Aliste todo, verifique llevar todo. ¿Ya? Entre a Facebook, “¿Qué estás pensando?” está pensando en que va tarde y que no terminó el trabajo, que va mal en la universidad, que ha faltado mucho a clase, que se gastó la plata en trago, que no ha dormido en tres días, que le duelen los ojos, que está lejos de su casa, que no quiere ir a la universidad. ¿Ya llegó a la universidad? ¿Ya esquivó a los indigentes, las palomas, los policías, los vendedores de chicles? ¿Ya se le atravesó a los carros? ¿Ya escuchó la promoción de calzado dos por uno de los megáfonos de San Victorino? ¿Ya compró su jugo de naranja de $700 y su cigarrillo de $200? Ahora sí, ya llegó a la universidad. No mire mal a la celadora que le pide el carné. Está bien mírela mal. ¿Tiene afán? ¿Entonces por qué sube tan rápido las escaleras? ¿O tiene muchas ganas de aprender sobre las posturas acerca de Derrida? No se engañe, usted quiere ir y tragarse un pastel de yuca, tomarse un tinto y sentarse a mirar a las putas pasar, a la gente comprar electrodomésticos baratos, escuchar el vallenato de Silvestre Dangond, sentir el hedor de la cagada del indigente que duerme volteando la esquina. “Ese mamarracho me quedó chévere, haré un cuadro con él”. Mientras divaga creyéndose Basquiat, se está perdiendo del intenso debate entre su compañero más cristiano y su profesor gomelo/mamerto sobre la doble moral de la iglesia católica y sus repercusiones dentro de los ejercicios políticos en Latinoamérica y sobre cómo esto afianza unas conductas de autorrepresión en el individuo chibcha clase media. Finalmente, todos nos iremos al infierno. Termine de divagar y tome apuntes: rayita, inserción de posturas inquisitivas dentro del sistema de relación entre la institución pública y el sujeto. Rayita, civilización y barbarie. Rayita, Foucault. Etc, etc, etc. “voy a dejar unas fotocopias en Servientrega, para la próxima clase hagan una reseña del texto con una reflexión, gracias por venir, dejen sus escritos aquí”. Acabó la clase, duró una hora no más, sólo vinieron cinco personas. Fue una buena clase. Ya salió, olvídese del tema de la clase, olvídese del trabajo para la otra clase, ahora vaya al pasillo, salude a sus amigos. Hable con ellos, “sí severa farra” “uf marica, ese trip estaba re-áspero” “aguanta repetirla ¿no?” “sí aguanta”… No, no aguanta.

II Soñé alguna vez que estaba en una playa, húmeda, llena de neblina, que despertaba desconcertado, sin saber dónde estaba. Al levantar la mirada y voltear a la izquierda, la que entonces era mi novia estaba en la misma situación. Desconcertados por la extrañeza del evento, nos sentíamos tranquilos al saber que estábamos juntos en ese paisaje. Tengo una rara sensación de estar siendo observado. Giro la cabeza, y hay un lobo verde-plateado acechándonos, analizándonos, gruñendo como preparándose para arremeter, pero no lo hace. Hay un cristal entre el lobo y nosotros, un cristal inmenso, que empiezo a observar, y mientras lo observo empieza a envolverme, empieza a volverse cóncavo, esférico. Ahora, me puedo dar cuenta que el cristal es un ojo, es mi ojo que me está viendo recostado en la playa con esa mujer, es el ojo del lobo que yo veo, soy yo el lobo y me miro a mí con sevicia. (Creo que tengo que dejar de ver tantas películas hollywoodenses, tantos comerciales de desodorante, tantos programas de National Geographic; también tengo que dejar de consumir LSD, de escuchar canciones cursis a solas en mi cuarto, de leer Menes adolescentes suicidas. También tengo que dejar de peinarme el pelo con la mano como si eso fuese a dejar el pelo quieto, tengo que dejar de fumar marihuana al medio día, tengo que dejar de trasnochar, de tenerle miedo a la oscuridad, de llegar tarde, de sentir nostalgia, de sentirme un forajido. De llegar tarde, de autocompadecerme). Soñé alguna otra vez que debía rescatar a mi amiga de una prisión ubicada en el escritorio del computador de algún nerd envuelta en una nube amarilla, custodiada por moléculas gigantes.(¿acaso me quedará grande esta ciudad? Ciudad porquería ciudad basura ciudad de gente extraña gente que me odia. ¿O acaso solamente tengo miedo y le dejo ganar a ese miedo? ¿O acaso soy un pobre niño llorón que quiere a su mamita y a su oso de peluche, para que lo proteja de la oscuridad de su propia alma?) “Ya nos habías contado esos sueños, contános sueños nuevos.” “Sí, a lo bien, últimamente cuentas vainas que ya habías contado”… Es que ya no tengo nada que contar. III “Es lo que ocurre en los casos de insomnio. Todo es muy lejano: la copia de una copia de una copia. El in¬somnio te distancia de todo; no puedes tocar nada y nada puede tocarte.” Somos todos tan de todo que no somos nada, estamos todos en tantas partes que no sabemos en dónde estamos, y así, muchas más frases de cajón. Es la consecuencia de la integración de todos con todos, ya no existe el uno, el átomo empieza a desestabilizarse. Ya ni siquiera nuestros sueños son nuestros, nuestras esperanzas aspiraciones, nuestra alegría no es nuestra, alguien más se la inventó y nos la implantó en un chip microscópico el día que nos vacunaron contra el sarampión. Nos creímos el cuento que el mundo nos pertenecía, y nada es nuestro. Pasan comerciales de ropa interior en nuestros sueños, y eso es triste.

Precursores del arte de género en Colombia John Morales El género y la sexualidad han sido temas tabú a lo largo de la historia y más aún, cuando se trata de la homosexualidad y las nociones que se salen del esquema heterosexual, tan arraigado en la sociedad actual gracias a sectores ultraconservadores y la influencia de la iglesia católica. Debido a la desinformación y mal manejo de las teorías, las nociones de género causan conmoción e incomodidad en algunas esferas sociales y artísticas. Se tiene el imaginario que el género se refiere al sexo o la genitalidad de los individuos. Y es cierto que guardan relación; sin embargo, ambos términos poseen significados distintos. El objetivo primordial del arte de género, en todas sus expresiones y corrientes, es eliminar y derrocar las barreras de género impuestas por la sociedad y la tradición religiosa. Sin embargo, no siempre lo logra y por el contrario algunas obras se tornan sexistas y terminan ridiculizando a mujeres u homosexuales, lo que conlleva a la malversación de las identidades con elecciones de género no convencionales. En Latinoamérica en general, algunas de las posiciones y practicas más frecuentes con respecto a la sexualidad y la creación del género han sido el silencio, el desvío o el rechazo al tema. Sin embargo, cuando se habla de sexualidad el silencio parece ser la mayor censura. El silencio que veta, excluye y minimiza la sexualidad y la posibilidad de diferencia de género del sujeto. En Colombia, los primeros acercamientos del arte a los temas de la homosexualidad y el sujeto queer, fueron las fotografías del antioqueño Benjamín de la Calle. Una de sus fotografías más emblemáticas es El Excluido, de 1927, retrato a Álvaro Echavarría, famoso travesti del municipio de Cúcuta. De hecho, es el primer registro fotográfico de un travesti en Colombia. A finales del siglo XIX y principios del XX, de la Calle tuvo un particular interés por el retrato, la psicología del personaje y la utilización de aditamentos, como telones y vestuario, que contribuyeran a crear una atmósfera particular y a localizar al retratado en un contexto imaginario. Gracias a Benjamín de la Calle personajes como Echavarría adquirieron un lugar en la historia de Colombia. Pero luego de los retratos de Benjamín de la Calle no se volvió a tocar el tema durante un buen tiempo. Hasta la década de los 1970 y casi en simultáneo, Luis Caballero y Miguel Ángel Rojas volvieron a abordar el tema hablando incluso de su propia homosexualidad de manera explícita. Rojas hizo uso de diferentes medios y técnicas. En su obra hace referencia a la problemática de grupos minoritarios. Por ejemplo, Mogador, de 1979 reúne fotografías de encuentros homosexuales clandestinos, que documenta de manera encubierta tomando fotografías donde la única iluminación proviene de la pantalla de los cines utilizados en ese entonces como lugares de encuentro ocasional. En su obra no hace


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alarde ni evidencia exageradamente los hechos, sino que conserva el momento furtivo que significaba el encuentro homoerótico y su presencia como observador. Contemporáneo a Rojas, Luis Caballero consideró su homosexualidad como un componente de su expresión artística y durante los últimos veinticinco años de su vida convirtió al desnudo masculino en el centro de su obra. Caballero muestra su realidad sin modificaciones para mejorar los hechos. Esto se hace evidente en los dibujos y pinturas de torsos desnudos casi siempre acompañados por más hombres que se juntan y hacen que el cuadro adquiera un sentido. Los personajes de sus dibujos dan la sensación de dolor y angustia; dolor existencial. Lo que caballero refleja en sus obras es la intranquilidad, el sufrimiento del sujeto homosexual, y cómo desde su perspectiva esto lo condicionaba a no llevar una vida “normal” en comunidad, ser estigmatizado por su condición sexual. Miguel Ángel Rojas y Luis Caballero son hoy en día reconocidos como dos de los más grandes artistas en la historia del arte colombiano. En su momento sufrieron duras críticas y cierta “censura”. Por ejemplo, en algunas de las exposiciones en que participó Rojas colgaban avisos ante la entrada de la exposición, donde se advertía sobre el contenido de las obras y la prohibición de entrada a menores de edad. La obra de Caballero fue mucho más aceptada en los círculos conservadores, en parte gracias a la clase social de su familia y al reconocimiento que había adquirido su trabajo. De manera particular, estos artistas dieron visibilidad a la minoría homosexual y rompieron con los esquemas preestablecidos en el arte en general. Mostraron la homosexualidad como algo humano y contingente, la llenaron de dignidad. Esto abrió puertas para la inclusión de esta comunidad. Actualmente, el tema sigue siendo tabú para algunos sectores. Sin embargo, hay mucha más información y cada vez es más aceptado. En el ámbito artístico cada día son más frecuentes las manifestaciones que hacen evidentes las preocupaciones respecto a las nociones de género.

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Free Basura Saahira Rodríguez A diario salen a la venta millones de productos que esperan ser consumidos. La fabricación de productos se centra en las necesidades y placeres del consumidor. Entre los placeres del ser el humano, el de comer encabeza la lista. Todos los alimentos que no alcanzan a ser consumidos, por imperfecciones, caducidad, porque son “sobrantes” y ya no son considerados útiles, se arrojan a la basura. La frase “La basura de unos, es el tesoro de otros” se convirtió en un movimiento global donde no sólo los habitantes de escasos recursos se sumergen en los contenedores de basura para encontrar sus alimentos sino también personas en general. Consumir aquello que está en la basura, meter las manos en algo que se piensa está en descomposición, sucio y por tanto es asqueroso, nos lleva a reflexionar si la basura es realmente basura y si otros comen con lo que en ella está. ¿Qué es lo que se bota a la basura? ¿Rebuscar alimentos es una alternativa de vida para algunos o es realmente un comportamiento activista en contra de un sistema social basado en el consumo? Que la basura sea considerada algo propio del indigente, deja poco espacio para la imagen de un hombre de corbata recolectando alimentos en su interior, o de mujeres de estilo universitario y en bicicleta haciendo mercado en los contenedores. Estas imágenes cotidianas impactan, pero comienzan a ser propias de las noches francesas, mexicanas o neoyorkinas. Más increíble que toparse en la calle con personas que se alimentan a diario de los contenedores de basura, es saber que estos contenedores están llenos de comida apta para el consumo, algo casi inentendible. Las exigencias del mercado, en cuanto a calidad y salubridad llevan a los cultivadores,

Mayo de 2013 fabricantes y consumidores a seleccionar y a desechar. Los cultivadores de alimentos trabajan bajo normas que estandarizan sus productos para que estos tengan una mayor salida en el mercado. Pero no se le puede pedir a la tierra que unifique sus frutos, de modo que el cultivador debe desechar todo alimento que no tenga cierto tamaño, color y forma. ¿Qué se hace con todo lo que se bota? Cuando se fabrican alimentos, estos se llevan al supermercado y puntos de venta para ser comercializados, y para proteger al consumidor de la contaminación se crearon normas de sanidad que permiten saber cuándo expirará un alimento: cuando esta fecha se acerca y el producto sigue en los estantes hay que botarlo, ¿qué se hace con todo lo que hay que botar? La carta de nuestros restaurantes habituales es el abre bocas del paladar y se espera que el alimento esté fresco y bien cocido. De lo contrario, se podría causar intoxicación. Por esto, el restaurante selecciona los vegetales cuidadosamente, identificando manchas, defectos, moho, colores poco atrayentes, entre otros y lo que no se ajusta se desperdicia. ¿Qué hacen con todo lo que tienen que botar? Simplemente no se consume. El incremento masivo de productos y su no consumo o su consumo a medias genera derroche y desaprovechamiento. Resulta llamativa la obra realista Des Glaneuses, del pintor Jean-François Millet, donde muestra el trabajo de recolectar, realizado en el siglo XIX por mujeres francesas de clase obrera. Era denigrante recolectar el trigo sobrante de la cosecha para ese entonces , como lo es en nuestro siglo que se reúnan los sobrantes de comida en la basura. El documental Francés “Les glaneurs et la glaneuse” o “Los espigadores y la espigadora” realizado en el año 2000 por Agnès Varda, muestra historias de diferentes personas que por distintas razones recolectan alimentos considerados basura: sobrantes de papa que no sale a la venta o quienes esperan fuera de supermercados o panaderías para recoger lo que aun es consumible. Otro documental “Taste The Waste”, de Valentin Thurn, mostraba opiniones


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como la del Secretario General Adjunto de la ONU donde decía que “en un mundo de 7,000 millones de habitantes, que aumentarán a 9,000 millones en 2050, el desperdicio de alimentos no tiene sentido ni a nivel económico, ni ambiental, ni ético”. Entonces la idea de asquerosidad hacia lo que se creía era basura y aquello que sólo era para indigentes, se transforma ante el dolor y la inconformidad que genera esta sociedad de consumo. Zambullirse en la basura es aprovechar los desechos. Es una búsqueda del cambio y una denuncia ante el consumo. Hay una tribu urbana, los Freegans que expresan su activismo manifestándose en contra del consumismo y planteando alternativas de vida donde la economía se limita, al igual que el consumo de recursos. Los Freegans se asomaron al mundo en los años 60 en los Estados Unidos y ahora ante el desperdicio excesivo de productos se reactivaron por todo el mundo. Aunque en los sesentas repartir comida y ofrecerla gratuitamente era prohibido, actualmente estos comportamientos hacen parte de la libertad de acción y pensamiento. Los Freegans de ahora reparten comida preparada con alimentos que sacaron de los contenedores de basura. Estos grupos se reúnen una vez por semana, arman equipos de recolección, identifican los puntos de mayor desperdicio y van de compras. Cuando no están en colectivo, irán destapando contenedores para saciar su hambre, gozosos ante el placer de comer y de aprovechar los recursos al máximo. Al igual que estos grupos, otros colectivos se reúnen en torno a estas ideas. En España el ejercicio de recoger alimentos de la basura se ha convertido en arte activista. El artista José Luis Bongore encabeza el proyecto Excedentes/Excess en donde junto a 34 artistas, da una nueva mirada a la recolección de la basura. Excedentes/Excess es una práctica artística entorno a la comida desechada y trabaja en la instalación artística que genera el cambio de acciones sociales. Según los voceros del proyecto, “pretendemos dignificar -mediante estrategias artísticas- el acto de recoger en la calle comida desechada por los mercados; involucrar a los agentes locales en este proyecto para crear redes de acción social ciudadana así como promover una reflexión en torno al auto-control en el consumo”. El proyecto y su puesta en escena con El carrito de mermas, entre otras, crea reflexiones en el público al escoger una calle, ubicar un carrito que se expande como mesa y poner sobre él, de manera estética e higiénica, alimentos recolectados en el mercado de abastos o que otros han tirado a la basura, para que transeúntes los aprovechen, en medio de la extrañez y la duda, pero al fin, gratis.

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Contra la censura

El primer tema que utiliza es la pornografía. Como eje principal, con su naturaleza inmoral y visto como una práctica tabú en varias sociedades, se plantea como un escenario más humano cuando proyecta al protagonista como un actor famoso retirado de la industria pornográfica que tiene una familia normal que acepta y valora su trabajo. Al protagonista se le adjudican unas características genéricas de héroe convencional que lo resaltan como un hombre de grandes valores que debe volver a trabajar para salir de la crisis económica que está viviendo con su familia.

Álvaro Iván Romero Rodríguez A Serbian Film (Srpski film,) es de las películas contemporáneas que ha causado mas polémica en los últimos años, planteando la problemática de hasta qué limite se puede dar libertad a la expresión artística. Propuesta como un thriller, es una crítica al cine contemporáneo, matiz que el director Srđan Spasojević quería mostrar en esta filmación. El director Srđan Spasojević y el escritor Aleksandar Radivojević critican el problema de cómo el gobierno o agentes extranjeros utilizan la promoción del país serbio para producir un cine que limita la creatividad individual exaltando la moral burocrática. Estas producciones se limitan a construir un discurso frente a la integridad de una nación. En este caso, una Serbia de momentos históricos o historias donde el protagonista vence todos sus problemas satisfactoriamente gracias a una moral implacable. Los apoyos económicos que solamente se dirigen a estos proyectos limitan la producción de un cine diferente, restringiendo de manera indirecta la innovación de productos audiovisuales en ese país.

Con una esencia de comedia, el director deja que en el principio de la película se pueda transmitir cierto agrado hacia el protagonista. La agresión comienza cuando entra el segundo eje. Allí “el director” logra que este actor retirado vuelva a las pantallas. Desde ese punto comienza el film a convertirse en una herramienta de agresión directa contra el espectador, pues el protagonista ingenuo ante lo que se va a grabar comienza a ser puesto en situaciones donde su moral y su integridad quedan en conflicto. Escenas de pedofilia y gore en que el personaje del director comienza a introducir al protagonista. Esta parte del drama es una parodia a la película que el director Srđan Spasojević critica: “el protagonista es un ser moralista y donde se pone a prueba su integridad y este la logra superar”, dejando un bueno pero falso mensaje moral.

En A Serbian Film se tomaron varios ejes para movilizar el punto de atención frente al problema central (el control de un círculo privilegiado en la industria del cine en serbia) y llevar ese tema a un público más global. Srđan Spasojević afirma que esta filmación está hecha para agredir a todo espectador.

A Serbian Film propone este mismo drama pero en comparación, el protagonista que tratar de abandonar la filmación es drogado y obligado a participar en escenas de necrofilia e incesto.En esta última escena lo ponen a copular con su hijo de 7 años. Ingenuo de este acto por (continúa en la página 7)

¿Destaparía un contenedor de basura si supiera que allí solo hay alimentos buenos, variados y gratuitos? ¿Usted sería parte del freeganismo? Parece ajeno que se tenga que buscar en la basura para comer. Parece de locos que otros lo hagan como protesta por una mejor sociedad. Pero es completamente ilógico y deplorable que otros tiren cascadas de alimentos a la basura tan sólo por no ser perfectos para sus estándares. Se debe pensar dos veces antes de desechar un banano magullado. Se debe dejar de exigir y valorar lo que se tiene.

¿Colectivo Femen artivista? Valeria Lian Hace algunos días vi la fotografía de una joven tunecina en topless con una frase escrita en musulmán que buscaba reivindicar los derechos de las mujeres. Ella pertenece al grupo feminista ucraniano Femen; que suscitó controversia en las redes sociales por la condena de muerte a que fue sentenciada. Después de ver esto, sentí curiosidad por saber más sobre aquel colectivo y empecé a buscar información. Femen, se fundó en Kiev en 2008, tiene alrededor de 300 miembros activos entre hombres y mujeres. 20 de ellas son quienes realizan las acciones en topless. Se manifiestan mayoritariamente en Ucrania, contra la trata de personas, las instituciones religiosas, el sexismo y otros asuntos de índole social nacional e internacional. La razón por la que realizan sus protestas apareciendo semidesnudas, es porque creen que es la única manera de ser escuchadas, ya que si protestaran como lo hace el resto de personas, no causarían tanto impacto. Encontré que se han manifestado en la plaza de San Pedro del

Vaticano para expresar su oposición a las actitudes misóginas de la Iglesia Católica y la elección del nuevo Papa. También lo han hecho en la embajada Italiana de Kiev, expresando su desacuerdo contra Silvio Berlusconi; ante el Palacio de matrimonio de su país por la visita del ganador del concurso radiofónico neozelandés Win a wife, que ofertaba como premio una visita pagada a Ucrania durante 12 días para tener la oportunidad de conseguir novia; en la Eurocopa frente a la prostitución y el proyecto de ley que se pretende implementar para evitar que los ciudadanos estropeen la imagen de las fachadas colgando la ropa en los tendederos o acumulando objetos en los balcones de sus casas durante el torneo. El registro visual de sus expresiones se hace mediante videos, fotografías y caricaturas, que son colgadas en su web page y compartidas por muchos usuarios. Sus acciones no se hacen de manera improvisada. Se toman el trabajo de crear una vestimenta, pintarse el cuerpo y ponerse accesorios para crear impacto en el espectador, lo que me recuerda a los performance y las fotografías de Guerrilla Girls o Pussy Riot. Aunque estas mujeres no son artistas, no hacen manifestaciones musicales, ni pegan panfletos en las calles,

consideraría que lo que hacen puede considerarse como artivismo. Pues se trata de una manera de manifestar sus ideales sociales y políticos, con un tinte creativo o artístico (hacer performance, body art, fotografía, video), interviniendo en espacios urbanos, redes sociales y medios de comunicación, tal como lo hacen los artistas políticos. Además, son identificadas y reconocidas por el tipo de acciones que realizan, como sucede con personajes como Banksy, o los grupos Voina o Act Up. Sus actuaciones causan igual o mayor impacto en el Estado que los grupos que hacen arte político, pues al hacer esos actos de provocación también son reprimidas, agredidas y encarceladas. Ellas utilizan el arte como una forma para llamar la atención, para dar voz y visibilidad al que no tiene derecho, en este caso la mujer, transgrediendo la moral y las leyes, convocando a los demás vulnerados a hacer visibles las injusticias, creando un espacio alternativo de expresión. Esto queda demostrado en el apoyo que brindan a Amina Tyler, la mujer de Túnez, pues cientos mujeres solidarias en contra de su sentencia (cierta o no) empezaron a tomarse fotografías con el torso desnudo escribiendo que la apoyan o poniéndose la misma frase y compartiéndola en las redes sociales.


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las drogas que se le han aplicado queda en un nuevo limite el papel de un mártir, aunque logra reaccionar después de que se da cuenta que a su esposa también la están violando en la misma escena de su hijo. Entonces, envuelto en furia mata a todos los personajes de la filmación que lo obligaron a esto, incluido el director. En esta parte de la película queda claro que al querer destruir los héroes falsos que se nos han propuesto antes en las filmaciones de mensaje moral, Spasojević evidencia que es pura ficción su heroísmo al enfrentarse a un problema que rompe con los estereotipos. El protagonista, consciente del daño que produjo a su familia no ve otra solución que el suicidio. Es en esta escena final donde se cree que el héroe muere victorioso frente a la eliminación de los participantes de la filmación pornográfica, donde se da inicio al tercer eje de la película. Cuando la familia ya está muerta en su casa se aleja la cámara y aparece el productor del film pornográfico con un grupo de camarógrafos, dando la orden a uno de ellos para que comience a copular con el cuerpo del niño y se termina la película. Este final nos muestra una de las miradas del director al mostrar la inutilidad de la creatividad artística cuando hay un poder monetario dirigiendo la producción de una película. Desde su producción, el proyecto tuvo problemas para conseguir actores y en la post producción, donde el film tenia que ser transformado de digital a 35mm, enfrentó un choque contra la censura: uno de los laboratorios lo denunció ante la policía y otros simplemente no les aceptaron el material por infringir leyes del país. Finalmente fueron repartidos diferentes fragmentos de la película en distintos laboratorios en Europa, que alcanzaron a entregar el material a 10 días del Festival South de Southwest en Austin, Texas. Al llegar a los cines de distintos países ( Alemania, España, Brasil, Australia, Noruega, entre otros) se censuró y prohibió su circulación. A Serbían Film se transformó en la película más censurada en Gran Bretaña desde 1994, en la Semana de Cine Fantástico y de Terror de Donosti en España fue cancelada. No obstante, la película fue premiada por el público sin ser proyectada, en un símbolo de la libertad de expresión. A Serbian Film juega un gran papel al ser una obra audiovisual con una carga de activismo que se puede camuflar en una propuesta que aunque tenga una propuesta visual fuerte, pueda ser fácilmente comprendida por el público no ilustrado, sin ser un film de mediocre contenido. Como propuesta visual rompe con diferentes límites frente a lo que acepta la sociedad, pero estos están bien argumentados y están fuertemente construidos convirtiéndola en un objeto contestatario que produjo gran revuelto dentro de la industria cinematográfica que estaba denunciando.

NÚMERO 1

Wilson Rojas Muñoz Actualmente, los historiadores del arte atienden la crítica contenida en la abundante información histórica realizada desde el entorno académico. También a la que procede de revistas como Artforum, ArtNews, Art in America, October, y otras de pequeña tirada (Art Criticism, dirigida por Donald Kuspit). Algunos tienen la suerte de escribir artículos en periódicos de más de un millón de ejemplares: Roberta Smith y Michael Kimmelmanm en The New York Times, Peter Schjeldahl en The New Yorker. Estos son referentes de interés para cualquier académico. ¿De cuántos críticos actuales nos acordamos cuando buscamos documentación seria para realizar una investigación sobre arte moderno o contemporáneo?: Hal Foster, Yve –Alain Bois, Benjamin Buchloh, Douglas Crimp, Thomas Crow, Arthur C. Danto, James Elkins, Serge Guilbaut, Rosalind Krauss, Donald Kuspit, Lucy Lippard o Griselda Pollock. Muchos de ellos aparecen reunidos en el libro La crítica discrepante , que presenta un nuevo formato para hacer “literatura artística” donde se aborda el sistema del arte contemporáneo a partir del trabajo de artistas, críticos y curadores de arte. Hal Foster llega a mi memoria por su libro El retorno de lo real , en especial por su capítulo número 6, El artista como etnógrafo, donde el autor indica: “Mi voluntad no fue hacer un ataque al multiculturalismo como un todo, sino una crítica al pseudopapel del artista como etnógrafo, del artista que trabaja de lugar en lugar, de debate en debate. De hecho, lo que quería cuestionar en este artículo era el peligro que corre el artista, el crítico y el comisario de exposiciones, de trabajar única y exclusivamente en situaciones del presente, olvidando la dimensión propiamente histórica del problema o lo que se llama la «memoria histórica».” Posiblemente nos convertimos en esclavos de nuestro presente si tenemos la manía de olvidar nuestro recorrido. Para quién y para qué producimos, o cómo lo contamos. La crítica que se construye alrededor del arte contemporáneo es un soporte de intelectualidad hacia las obras de arte y directamente hacia los artistas. Difícil tarea, ya que al tomar referentes históricos, sociológicos o filosóficos, la responsabilidad de quien escribe se convierte en un acto de creación, tan válido como la obra de arte misma. Al tener una confrontación silenciosa entre artista y crítico, llegamos a encontrarnos con un juego a veces oscuro donde la obra pasa a ser legitimada o no.

Mayo de 2013

del círculo del arte, dos posiciones paralelas que interactúan para un público ansioso de espectáculo, enmarcadas dentro de un acontecimiento pedagógico (o eso se espera). Este show mediático está integrado por galeristas, críticos, artistas, curadores, artistas-curadores, críticos-curadores, y también artistas-críticos-curadores. Esta amalgama forma una redcircuito donde todos caben, pero sólo algunos figuran. A veces el gritar más, aunque no más fuerte, hace que los artistas, críticos y curadores, estén desbocados en carrera por ese pódium de reconocimiento. Por ejemplo al leer esferapública. org encontramos un sinfín de críticos que descalifican a otros críticos, incluso de otras publicaciones; así como críticos que descalifican a artistas que también son críticos y escritores. Algunos acomodan la obra de los artistas como en un Transmilenio, donde para ir cómodo no hay que salir en hora punta, sino tener suerte. Pocas críticas son pedagógicas: o está regular o está malo. Si Doris Salcedo inaugura en la Casa Daros junto con nueve artistas más (los mejores del momento en Colombia), entonces la dueña de la Casa, la ex¬- mujer del anterior dueño de Eternit, que hizo dinero a costa de bla- bla- bla. Recordando la anécdota de Doris en el Tate, cuando llevó su obra Shibboleth, envuelta en polémica por su rubro astronómico y fondos presuntamente amorales, seguramente la Presidenta de la Fundación no recibirá ningún saludo por parte de los artistas en la inauguración. Lo que se recuerda es la obra, lo que piense la artista me tiene sin cuidado, allá ella con su presunta doble-moral. Tal vez porque no comisariamos una Bienal Internacional en Colombia, una Documenta, un Art- Basel-Bogotá, un ARCO (tenemos ARTBO con esfuerzo meritorio, pero no se acerca). Si no tenemos ni Exposiciones, ni Ferias Internacionales Locales que nos representen en el extranjero, nos queda muy difícil que nos tomen como referente. Larry Gagosian colapsó su Galería con Basquiat en Nueva York, El Museo del Prado con el Último Rafael, El Museo Thyssen- Bornemisza con Hopper y Gauguin, La Fundación CaixaForum con Las Artes de Piranesi, y Visiones en el Arte Británico de William Blake en Madrid, La Fundación Mapfre con El Retrato del Centre Pompidou de Paris, de visita por la Capital Española. Si no tenemos oportunidad de ver una Exposición buena al año en Colombia, ¿cómo podremos tener un Hal Foster que hable de nuestras obras, del equipo curatorial, o que alguien de peso nos legitime como críticos? En Colombia hay artistas excelentes, y hay curadores, y críticos de arte. El esfuerzo serio de Salones como el Tercer Salón Bi/Universitario Tollota, permite que nos representemos como agentes académicos, y reflexionar críticamente desde nuestra profesión.

¿Pero quién legitima al crítico? Tenemos en el escenario

Los hijos bobos Carlos Salazar Wagner La decadencia crítica y artística por la cual pasa Bogotá recuerda el nacimiento del Rey Carlos II de España, también conocido como el Hechizado. Gracias a la endogamia, la corte de los Habsburgo españoles concibió su último fruto podrido. Torpe, encorvado, enfermizo, mongólico y feo, son los adjetivos que presentan las descripciones del rey, adjetivos que comparte con la escena del arte como producto de la endogamia. En la enmarañada red de circulación del arte, las convocatorias y los espacios independientes parecen tener un rol fundamental sobre los artistas emergentes. Concebidos como espacios de inclusión que deberían fomentar la producción artística, los espacios independientes tienen su origen en la antítesis del academicismo, una vetusta disputa que pretendía cambiar los preceptos establecidos por unos nuevos, cambiar a los artistas octogenarios por sangre nueva. Pareciera que los espacios independientes son el lugar para obtener la madurez de la producción artística, al igual que la participación en convocatorias y otro tipo de investigaciones que impliquen un desarrollo plástico y teórico para llegar a una supuesta consolidación. Hipotéticamente, si continuamos en los escalones del arte, seguiría exponer en el Salón Nacional de Artistas y después ¿por qué no? En la bienal de São Paulo. Surge entonces la siguiente pregunta para los artistas emergentes que pretenden acceder a este pequeño mundo: ¿Cómo empezar a exponer?

Existen los siguientes pasos para exponer en cualquier espacio independiente/galería: sé cool, monta un taller con un grupo de compañeros, ve a todos los eventos sociales del arte y, por sobre todas las cosas, sé amiguis íntimo de la escena artística, pues, finalmente, los contactos abrirán las puertas a un mundo mediocre y sin el mínimo vestigio de rigor, donde solo le dirán “vamos a hacer una exposición, monte algo”. Este círculo abierto de amigos/galerías/espacios independientes es la llave para el mínimo reconocimiento; en los eventos sólo aparecen expuestos los mismos pelagatos semiestablecidos del mismo círculo. Parecen haberse olvidado de las convocatorias o de procesos de investigación que impliquen una férrea búsqueda de obras. Como hijo mongólico aparecen proyectos mediocres e insulsos que terminan por establecer una paupérrima red de artistas a los cuales no se les exige un proyecto decente, tan sólo mamarrachos expuestos que parecen estar avalados por nosotros. Es aquí donde surgen las mas irrisorias investigaciones, proyectos y obras que parecen ser el vómito incontrolable del mongol. Un ejemplo de ello es Nado Sincronizado proyecto del espacio independiente MIAMI y La Usurpadora, donde los artistas son amigos invitados del espacio para que hagan algo en Puerto Colombia. Si el único requisito es hacer algo implica perdida del rigor, traduciéndose además en un relativismo que pregona el todo vale y en una mínima investigación, sin análisis ni estudios sobre la repercusión de las obras en otras ciudades o espacios, tampoco se estudia el público a que van dirigidas. Otra de las exposiciones donde recuerdo haber sentido el escozor por la pregunta “¿Esto por

qué está expuesto?” fue la muestra en la Quinta de Bolivar que se tituló Una Serie de Posibles Recuerdos, en en el cuarto en que dormía Simón Bolívar aparecían carteles donde se podía leer La quinta esta de quinta. No dejaba de preguntarme si con una debida convocatoria o investigación sobre ciertas obras podrían haberse expuesto proyectos mas contundentes y congruentes que los bobalicones anuncios de Juan Haag. Igual sucede con exposiciones como La Otra, que es un ejemplo de la extraña necesidad de soportar por parte de los curadores la presentación de proyectos acostumbrados a recibir un SÍ dentro de su circo artístico. Un ejemplo de esto fue el proyecto Tímido donde circulaban videos de amigos de los expositores, así como presentaciones en vivo que nos llevaban a concluir en la pregunta: “¿Y esto QUÉ?” Queda tan sólo en estos tiempos apocalípticos de amistad cruzar los dedos, cruzarlos para que abramos los ojos y exijamos proyectos medianamente decentes, que exijan creatividad y contundencia, donde se pueda percibir la investigación y no la simpatía, pues si no entonces quítense los espacios independientes, galerías y curadurías sus títulos y opten por portar el de Espacio en Alquiler.


( dossier ) Lo primero que hice fue inducir la parálisis del sueño: para hacer esto es necesario depositar los afectos en una esquina recóndita del alma y concentrarse acerbamente en mantenerse inmóvil pero despierto, de alguna manera. Las minucias de este proceso son complejas y difíciles de transmitir, y aquí recuerdo a Gorgias y la afirmación de que “nada existe, y si existe, no se puede conocer, y si se puede conocer, no se puede transmitir de una mente a otra”. Parafraseo, como es mi hábito, pero, comprenderás, lector, que yerro; te lo suplico, mantenme en el tema. Una vez fuera de mi cuerpo material, emprendí el vuelo hacia el Museo de Arte Moderno de Bogotá, que celebra incorrectamente sus 50 años de existencia: Todos sabemos que el Museo fue fundado en el 55, pero sólo hasta el 63 encontró sede. Pero eso no es importante ¿O sí? Marta Traba dice que no importa, cuando la canalizo. Recordemos, lector, que al trascender el cuerpo humano se accede a un acervo inveterado de información arcana, que no es, sin embargo, información absoluta. Pero me distraigo, lector, te pido que me perdones por perder tu tiempo. Prosigo: ingresé atravesando el techo del recinto y me encontré con un paraje fecundo en obras y personas ataviadas de manera fecunda. Había personajes, figuras del arte nacional y de otras disciplinas, como la odontología o la espeleología. Estaba, como centro de mesa, la dama de sociedad doña Gloria Zea, acompañada por un séquito de aduladores, compitiendo por atrapar con sus bocas las gotas de saliva expelidas por la señora Zea cuando habla. Es una vista hermosa, verdaderamente, y todos parecen muy felices; ¡es extraordinario estar rodeado de tanta belleza y/o miseria espiritual al mismo tiempo! Es como comer foie gras en una cárcel ¡Espléndido! Luego llegó el personaje que todos esperaban que no llegara, y llegó borracho, como mínimo. Hablo, por supuesto, del señor Hulk, quien estaba, por supuesto, convertido en su forma verde titánica. Ante la negativa de los guardias frente a la petición semi-pacífica de Hulk para entrar, éste entró a la fuerza, sin usar mucha de su fuerza, (naturalmente todos hemos visto a Hulk aplastar tanques de guerra con sus puños). Adentro, todos notaron su ingreso inopinado, al liberar Hulk un alarido magnánimo, para informar de su presencia no requerida. Se aproximó a la señora Zea, la tomó por los cabellos y la arrojó contra un torocóndor de obregon, y la señora penetró en el mundo del cuadro y quedó atrapada dentro, corriendo despavorida, huyendo de la bestia. ¡Espléndido! -José Antonio Covo Meisel

Suelo evitar todo “cóctel de inauguración” de cuanta exposición y muestra tenga noticia. No soporto la idea de una multitud de gente que se pasea sosteniendo sus copas de vino con un gesto demagógico buscando un interlocutor con quien demostrar el alto nivel de conocimiento o de sociabilidad que se posee. Tal vez no sea esta la regla de todos los rituales de inauguración, y tal vez al interior de estas interacciones que me espantan haya un intercambio intelectual y cultural altamente enriquecedor, pero mi propia aversión a la presuntuosidad que se respira o tal vez a una falta de habilidades sociales o a un miedo a pasar por ignorante e inculta, me hacen huir con fervor de estos cócteles de inauguración. Con esa repulsión y ese miedo me vi en la tarea de asistir al cóctel de los cócteles, a la celebración de los 50 años de existencia del Museo de Arte Moderno de Bogotá donde se mostraría la colección del museo, el MAMBO de Martha Traba y de Gloria Zea, a la institución por excelencia de la presuntuosidad y de lo intelectualoide. Para ello procuré equiparme como pude de un atuendo formal pero casual, un poco ‘artsy’ pero con un detalle de ‘distinción’ que no me hiciese contrastar tan abruptamente con el público de pieles y gabardinas que atravesaría sin problema el evidente filtro estilístico que presumí habría de haber en la puerta del lugar. Así, me fui dirigiendo hacía las escaleras que conducen al MAMBO, que en ese punto se habían convertido en una pasarela de peinados voluminosos y de una variedad de estampados de animales en forma de zapatos y bufandas. Al llegar a la entrada noté que para ingresar se necesitaba entregar una invitación al vigilante, y al no contar con una decidí sentarme cerca de la puerta a contemplar la verdadera exhibición que poco a poco iba llegando y llenando el lugar, mientras pensaba en una forma de infiltrarme en el gran evento. A la derecha de la entrada una pancarta saludaba a los invitados con un gran “¡HOLA!” que encabezaba una serie de fotos de personas con grandes apellidos y grandes sonrisas: era la pancarta de la revista con el mismo nombre, una revista de farándula dedicada a publicar fotos de gente ‘reconocida’ que yo no reconozco en los grandes eventos a los que aparentemente sólo la ‘élite’ asiste. Al otro lado de la puerta dos mujeres vestidas para la ocasión recibían y daban la bienvenida a esa gente ‘reconocida’ con frases como: “Te cortaste el pelo! Te queda súper bien” y “Que casualidad encontrarte acá” mientras exhibían sus rostros de histeria contenida. Sesentones con elegantes cayados y con abundantes capas de maquillaje fueron atravesando poco a poco la puerta mientras saludaban con elegante conmoción a otros sesentones. Al lado, veinteneros con ‘looks’ alternativos pero con el mismo júbilo apto cruzaban la puerta sin recibir una de las frases de las mujeres con parálisis facial. Después de mucho dudarlo y con más ganas de huir que de entrar me decidí, en parte gracias a la insistencia de mi acompañante, a colarme por la puerta del MAMBO. Aprove-

ché la entrada de un grupo de gente de mi edad y de la clase que me asignó semejante tarea para pasar por el lado opuesto al del vigilante simulando hablar por celular, luciendo un aire serio y apoderado. Así logré estar ya en el interior del MAMBO para darme cuenta de que mi acompañante se había quedado por fuera, así que actuando con la misma propiedad y autoridad de los que me rodeaban me dirigí al celador y mi acompañante pudo finalmente entrar. Antes de ingresar a la sala principal un joven me recibió con un ejemplar de la revista HOLA, la cual abandoné al lado de un artístico ‘dripping’ digno de tan elegante y distinguido evento en el inodoro del baño. A medida que iba ingresando al museo empecé a sentir una serie de miradas que tal vez se percataron de mis zapatos sucios o de mi intento de disfraz, pero rápidamente me perdí en la masa de los grupos de políticos y de personalidades que se agrupaban en pequeñas concentraciones hablando de conocidos mutuos y de vidas ajenas. Me encontré con un par de compañeros de clase de la universidad, con los que crucé un par de palabras y a los que casi como un reflejo expresé mi incomodidad en el lugar. En una de dichas conversaciones una persona que trabajaba en el museo (conocido de uno de mis compañeros que realizaba una pasantía allí) pretendió reconocerme y yo con una sonrisa afirmé su intuición asegurándole que visitaba “muy seguido” el museo. Me fui internando en el ambiente jugando a que miraba las obras, el juego que ya todo el mundo estaba jugando. Desde el primer momento lo que esperaba encontrar se hizo evidente: nadie miraba la exposición, al menos no la de los objetos de arte, sino la exposición humana, solo uno que otro curioso se inclinaba brevemente sobre alguna de las obras, y se veía forzado a seguir empujado por los cauces de las copas de vino y de las ruidosas conversaciones. Esto no me fue nada curioso, sino apenas lógico, justo lo que siempre me ha hecho huir de esos eventos, pues es claro que en dichos cócteles la exhibición y los objetos son simplemente el escenario de una interacción social, el decorado por excelencia de las más altas e intelectuales dinámicas sociales. Después de las primeras apreciaciones y de las primeras interacciones, el paisaje se volvió bastante aburrido, piso tras piso la misma procesión de gente riendo y hablando exageradamente alto llenaban todo espacio vacío dispuesto a ser ocupado. Empezaron a resaltar ciertos personajes: aquellos de las evidentes operaciones estéticas, el que se tomaba a sí mismo fotos con las pinturas a su espalda, el ocasional borrachín que a punta de copas de vino lograba enrojecer su nariz y sus mejillas, y el que con disimulo preguntaba a otros si iban a dar comida porque “olía a pescado”. Todos ellos vagando bajo la mirada de lentes que los retrataban desde la altura de las escaleras, al lado de los vigilantes en azul y los mas profesionales en azul oscuro que se hacían señas mutuas de unos pisos a otros vigilando la seguridad de la exposición, nunca supe si aquella de los objetos o aquella de las personas. Sin más que mirar y sin manera de ver realmente los objetos de la tan renombrada colección del MAMBO, una vez confirmada la sospecha de que no habría comida ni aperitivos, salí del lugar para soltar con libertad las reacciones contenidas de semejante celebración de cumpleaños. A ninguno de los invitados pareció importarle el hecho de que el MAMBO no estuviese cumpliendo 50 sino aproximadamente 56 años, o tal vez fue simplemente un gesto de discreción cordial a la forma en que se hace con las señoras que con el paso del tiempo se empiezan a quitar los años. Con este gesto se realizó la celebración de cumpleaños del museo sin ponqué ni velitas, a la que ‘el público en general’ no fue invitado, ese mismo público para el que supuestamente se abren las puertas del Museo. Una celebración de cumpleaños exclusiva y privada, con invitación en mano, una digna fiesta de quince de la niña consentida de la familia, de “traje de corbata o vestido largo”, donde la niña se exhibe en el columpio mientras los adultos toman vino y hablan de cosas de adultos. Nunca me han gustado esas fiestas de quince, tal vez por eso nunca me han gustado los cócteles de inauguración. -Tania Tapia


El pasado jueves 28 de Febrero en pleno centro de la ciudad, a eso de las siete de la noche, el Museo de Arte Moderno de Bogotá, MAMBo, realizó la inauguración oficial de su exposición “La Colección” (1963-2013), con la cual buscaba conmemorar sus supuestos cincuenta años de existencia.

Ya terminando mi recorrido, en el último piso del museo se encontraban las adquisiciones recientes del museo, pero para ese punto debo admitir que el ruido y la cantidad de gente que había en el lugar, me provocaron cierto desespero o angustia, por lo que buscaba salir lo más rápido posible del recinto, y así fue.

Según el acta de formación del museo, éste fue creado en julio de 1955, bajo el gobierno de Rojas Pinilla, pero no empezó su funcionamiento hasta que se nombró a Marta Traba como su directora en 1963. Es por eso que en esta celebración se conmemoran cincuenta años del museo y no cincuenta y ocho.

En cuestión de minutos me retiré del museo, dejando atrás a Gloria Zea y sus amigos. Partí con cierta desilusión -y desesperación-, por un lado, el poder respirar el aire del centro Bogotano me produjo una sensación de alivio casi que catártica; por otro, mientras la ansiedad partía, la desilusión respecto al medio artístico en el cual me desenvuelvo, crecía. Atrás estaba dejando no sólo al museo y sus obras, también estaba dejando a las personas que de cierto modo forjarían mi futuro como artista, a quienes en un futuro no muy lejano no debería huirles, sino que, por el contrario, debería rendirles pleitesía.

Al llegar al evento me encontré con un montón de señores y señoras vestidos de traje y de tacón; en un principio me parecía absurda la formalidad de los asistentes al evento, dado que los tacones no son el tipo de calzado más apropiado para recorrer un museo. Luego entendí que no era cuestión de comodidad, era cuestión de apariencia. Al ingresar, recibí la “nueva guía del museo”, la revista ¡HOLA! Colombia, que al parecer tenía más importancia para los asistentes que las obras mismas. Fue entonces cuando comprendí esa necesidad de estar “presentable” y “bien vestido”, dado que asistir significaba la posibilidad de hacer parte de las páginas de las más reconocidas revistas de entretenimiento del país.

Dedicado a Gloria Zea, futura amiga. -Andrea Carolina Rodríguez Calderón

Revista en mano, me dispuse a ingresar como tal a la exposición, pero un numeroso grupo de fotógrafos y personas taponaban el pasillo de entrada, y no era para menos, en la entrada se encontraban detrás de una mesa nada más ni nada menos que Jorge Cárdenas (expresidente de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia), María Consuelo Araújo (ex-Ministra de Cultura), Gloria Zea (directora del museo) y Belisario Betancur (ex presidente de la república). Claro está que para ese entonces, yo no tenía ni idea de quiénes eran las personas que acompañaban a Gloria Zea en la mesa de recepción. Para mí eran Gloria Zea repartiendo pico y abrazo a sus queridísimos asistentes (que hacían fila para saludarla como a toda una “celebrity”), y dos viejos más. Luego de la cálida bienvenida por parte de las directivas del museo (claro está que a mí no me tocó pico y abrazo), me dispuse a leer el texto curatorial de la exposición, misión que no pude llevar a cabo por la cantidad de gente que había y la cual no se movía, impidiéndome leer la historia del museo (que, a propósito, me interesaba porque mi profesor de introducción a crítica nos había insistido en que el museo estaba padeciendo de la crisis de los cincuenta y ya se estaba quitando los años). Uno de esos personajes que impedían mi ingreso a la exposición era Juan Francisco Lozano, el político del partido de la U. El señor, tal y como si estuviera en medio de una campaña presidencial, se encontraba en medio del pasillo, repartiendo saludos y posando para las fotos que demostrarían que al hombre le interesan las artes, y es “digno y culto” de representar al país. Además de Lozano, había unos cuantos más a quienes los fotógrafos les pedían desesperadamente una foto, pero, sinceramente, no logré reconocer a ninguno (eso sí, debían de ser personajes “importantísimos” para la esfera pública). Cuando por fin accedí a la primera sala del museo, la situación no era muy diferente a la de la entrada: un sin número de personajes saludándose unos a los otros, charlando de sus vidas, y deleitando sus paladares con una copa de vino. Los asistentes se encontraban tan dispersos y entretenidos hablando unos con otros, que en más de una ocasión vi cómo una de las esculturas de Edgar Negret de su serie de los Aparatos mágicos se tambaleaba porque algún distraído la había casi que arroyado. Eso sí, vale la pena aclarar que no todo el mundo se encontraba en la misma disposición, había un reducido número de personas que contemplaban las obras, pero eran más los que habían asistido con el fin de mejorar su vida social, que para ver la colección del museo. La primera sala, al igual que el balcón donde se encuentra normalmente el restaurante del museo, eran los lugares más concurridos, y no precisamente porque en ellas se encontraran las obras más representativas o importantes ¡No! La multitud se debía a que en este sector era donde se repartía el vino, con el cual todos los asistentes podían amenizar su visita. Esta primera sala se podría decir que contenía aquellas obras que Marta Traba adquirió mientras fue la directora del museo. Esto, pese a ser una suposición de mi parte, se basa en que aquellas obras fueron en su mayoría obras de artistas que Traba resaltó a mediados de los sesenta, en su libro Historia abierta del arte del Colombiano, como fue el caso de la obra de Fernando Botero, “Virgen de Fátima”. Al bajar al sótano del museo me encontré con otras dos salas (estás, contrario a las del primer piso, estaban casi vacías). La primera sala contenía obras de artistas academicistas colombianos como Epifanio Garay, Andrés de Santamaría, entre otros. Ya en la segunda sala de ese mismo piso se encontraba una muestra de obras fotográficas. Cuando me dirigía por las escaleras hacia el tercer piso del museo, me encontré, con lo que a mi parecer era una obra de arte. Sobre el borde o baranda de la escalera se encontraban dispuestas más de veinte copas de vino, perfectamente coordinadas y vacías. Estas copas, dispuestas sin razón alguna, me intrigaron aún más que las mismas obras del museo. En ellas se podía ver reflejado el papel del museo actualmente, y que según mi parecer y a manera de crítica, ya no es un espacio cultural y educativo, sino un espacio de ocio y entretenimiento, “el club artístico del Jet-set Colombiano”. De mi paso por el tercer piso del museo, en donde se encontraban obras más contemporáneas -vale la pena resaltar el pésimo trabajo curatorial que el museo realizó para esta exhibición-, cuya mayor parte carecía de fichas técnicas y estaban dispuestas de manera poco clara para el espectador. Este tipo de muestra me recordó los antiguos salones de los coleccionistas, donde las obras iban sobre la pared de piso a techo, y donde más que apreciar las obras en sí, lo importante era ver esa acumulación de objetos como indicio de prestigio y status social. Aparte de eso creo que no tengo más que decir sobre el tercer piso de la colección.

Mañana es el “Cumpleaños” # 50 del MAMBo. Éste será un evento al que se requiere invitación en la entrada. Ustedes, queridos alumnos, tendrán que acudir... o al menos intentarlo, y entregar una crónica-novelesca que relate lo sucedido. 5:00 pm. 27- feb- 2013 (un día antes del evento). Mierda, mierda, mierda. De dónde se saca uno una entrada a estas horas del partido. Eventualmente, después de mi pequeño drama mental, el foco se prende. Una llamada a mi querido amigo Antonio. Tener amigos hijos de artistas es una buena clave para conseguir entrar a este tipo de eventos. Llega la hora y el día del evento. Un taxi, nos deja -a Antonio y a mí- en la entrada del museo. La calle frente a esta, ahora abarrotada de camionetas burbuja, abordadas tan solo por el conductor, también se encuentra plagada de transeúntes de esta zona de la ciudad totalmente fuera de contexto. Quienes buscan la entrada del museo, dejando muy claro que antes de haber sido invitados a este evento, con semejante relevancia social, jamás se les había ocurrido visitar este hito de la ciudad. La entrada invadida por un gran cartel que, valga la redundancia, señalaba todas las portadas que la revista Hola! había publicado el año pasado. No es como si se tratara de una declaración sorpresa -desde el comienzo todo era muy claro, este evento no estaba dirigido al público amante del arte-, por el contrario este evento estaba dirigido al público amante del arte de pavonearse frente a los flashes de las cámaras, el público amante de hacerse notar por la alta sociedad. De ahí, al vestíbulo. Donde la multitud -recalco, MULTITUD-, intenta dirigirse al salón principal, siendo atacada en el camino por luces voraces, que dejan atrás ojos achinados parpadeando para recuperarse. Suenan los obturadores de las cámaras, y estas se asoman por encima de las cabezas de la muchedumbre. Al llegar al salón principal, toda esperanza de encontrar un espacio más sereno se derrumba. Es imposible transitar tranquilamente por el salón. La gente está estancada mirando. Ojo, no se miran la obras, se miran entre sí. La gran masa de personas conforma una figura ovalada irregular, y todo el perímetro de esta dirige su persona al centro de la bola. Es decir, lo que se celebra -que se encuentra colgado en las paredes- es ignorado de muchas formas. Y sin afán de sonar repetitiva, repito: la muchedumbre elegantisima, se encarga solamente de ser lo que para HOLA! es ser elegante. Me parece bastante importante mencionar la ausencia de un catálogo y la presencia de una revista que abarca los chismes de la supuesta élite colombiana, la cual pareciera suplir al otro.


En pocas palabras, qué arte ni qué carajos. Para la soltera cuarentona este evento es el paraíso de los hombres dignos de su mano, o su cama, como se quiera ver. Tal vez, también sea el reencuentro con su amigo, el artista loquito, que la haga sentir que su realidad es más estable o normal de lo que creía por un rato. Para el ejecutivo, invitado por la revista patrocinadora del evento, una buena excusa para demostrar sus dotes a la hora de encontrar una buena casa de citas, que le provea a la chica “mas linda” digna de una aparición pública. Para el locochon de las fiestas, el bonito, el que está in, es fashion o cool, una ocasión ideal para seguir presente en la vida de sus amigos herederos con un corazón caritativo. De vez en cuando, uno que otro artista expositor acompañado por su grupo de fieles seguidores: cónyuge, hijos, sobrinos, padres y amigos. Y claro, por qué no, muchos desubicados (me incluyo en este grupo), que no encontramos lugar en este mundo de burbujas cristalinas acompañadas por el brillo de los flashes de la cámaras. Personajes que vagan entre el público buscando una copita de vino - inútilmente- para calmar el estrés que generan este tipo de situaciones.

Invitaciones por toda la ciudad, un signo de algo exclusivo, al que sólo los elegidos podrían asistir. El MamBo celebraba su cumpleaños número 50, supuestamente. Sin embargo, todo resulta ser una exclusividad ficticia, pues el valor de entrada era de $4.000 COP por persona o para mayor economía, los adultos mayores, profesores y estudiantes con carné sólo pagaban $2.000 COP. Ahí quedaba la exclusividad, no hubo largartería necesaria para lograr el acceso a este gran evento de exhibición social y recolección monetaria para ver y ser vistos.

Y para concluir, no sé como concluir.

¿Cuál es el punto entonces de una celebración de este tipo? ¿Reunir a unos cuantos “duros” en el campo del arte de Bogotá? ¿Usar el museo y su ficticio cumpleaños como una excusa de reunión? Creo yo que es un evento de mojigatería, un momento en el que el arte es lo de menos.¿Acaso alguien notó las obras expuestas? No puedo decir que nadie lo hizo, pero puedo afirmar que simplemente eran objetos de relleno para la gran mayoría de asistentes, era más importante lucir unos cuantos trapos y una sonrisa postiza que el verdadero hecho que los reunía, la supuesta celebración de este espacio dedicado al arte, a la exhibición emocional, temporal y espacial de personas que se dedican y viven para y por el arte, personas que en esta ocasión pasaron a un tercer plano.

Tal vez todo se resuma con lo siguiente: depresión. -Danielle Kovalski El jueves 28 de febrero se celebraron los 50 años del Museo de Arte Moderno de Bogotá con la exhibición de 4300 obras de la colección. Como en cualquier evento de semejante envergadura la única forma de ingresar era con boleta, o colándose en la entrada. Aunque realmente ninguna de las dos opciones era complicada, opté por la civilizada y respetuosa boleta, llamando al MAMBO y haciendo correr a la señorita hasta la entrada con boletas para mis amigas y yo (cabe aclarar que ese miércoles por la tarde el museo como tal estaba cerrado). De acuerdo a la invitación (y como dato curioso) se celebran los 50 años contando con el inicio del museo en 1963, pero en su página web dice que fue creado el 27 de julio de 1955. Después aclaran vagamente que en 1962 Marta Traba asumió la dirección y sintió la necesidad de crear una institución que difundiera y conservara el arte moderno, iniciando sus actividades oficialmente en febrero de 1963. Ese mismo año el 31 de octubre inauguraron la primera sede con la exposición Tumbas de Juan Antonio Roda. De acuerdo a la información online la exposición se puede dividir en 3 ejes: 1.- Recorrido por la historia del arte nacional iniciando por la etapa academicista hasta la modernidad 2.- Colección gráfica de los artistas representativos de la vanguardia del siglo XX 3.- Colección fotográfica adquirida en 1993. Lo cierto es que si no estuviera esta información en la página web no lo habría adivinado nunca, ya que había poca o ninguna información en el museo indicando lo anterior. Pero de cierta forma esto no es una sorpresa, ya que lo más importante de la noche definitivamente no eran las obras de arte. Rodeados de 50 años de arte moderno acudieron figuras importantes de la vida pública colombiana, como políticos, artistas, críticos, periodistas, etc. Eso era lo que uno iba a ver. Asistieron en sus mejores galas, y en sus más alternativas galas, hicieron fila de 15 minutos o más para la copa de vino (por falta de copas), se tomaron foto frente a los cuadros, y finalmente todos se dedicaron a lo más importante: ver y ser vistos. Esta actividad requería mucha atención ya que a diferencia de los cuadros y probablemente para disgusto de muchos, no podían andar con una ficha técnica en la solapa. Era un juego identificar quienes fueron, en qué pinta fueron, con quién fueron, etc. Era necesario ser un gran observador y conocer a los que son alguien en el maravilloso mundo del jet set colombiano. Varios fotógrafos inmortalizaron grupos de personalidades importantes halagadas de ser vistas en un evento de gente culta. Algunas personas se tomaron la molestia de ver algunas de las obras exhibidas, sin entender mucho de lo que sucedía ni alrededor ni el pared. En fin, fue un éxito la celebración de los 50 años de actividades del MAMBO. -Ana Catalina Díaz Riveros

Así, es una noche glamourosa, perfecta para usar gafas oscuras en un recinto cerrado, el traje con el letrero “gran lobería” no se hace esperar. Por otro lado, las obras son lo de menos, pues no hay que quedarse atrás en las relaciones sociales, en el ser visto y mínimo ser fotografiado por una revista, aunque sea por error. Las pinturas, fotografías y demás son sólo piezas de decoración, de utilería y ambientación para disfrutar mejor la velada, son sólo una excusa para tomar un poco de trago barato y expresar carcajadas y miradas insulsas en la veneración del arte.

-McManu Espinosa

El Museo de Arte Moderno de Bogotá celebró 50 años el 28 de febrero de 2013, ofreciendo un coctel a los invitados, quienes a lo largo de su recorrido por el museo identificaron como parte del homenaje a grandes artistas, una significativa muestra de las obras que componen la colección. Para poder ingresar al evento era necesario tener una invitación, por lo cual el día anterior se estaban repartiendo en la entrada del museo, de esta forma se logró conseguir la boleta que permitiría el ingreso al día siguiente. Como es de suponerse el 28 de febrero a las 7 de la noche dio inicio la celebración; periodistas, artistas, estudiantes y demás amigos fueron recibidos por la directora del museo Gloria Zea y dos integrantes de la junta directiva del museo: Consuelo Araujo y Belisario Betancourt. Al entrar a la sala inicial del museo había gran cantidad de gente, los amplios espacios y las obras hicieron que el flujo de personas fuera abundante. De esta forma, el grupo entero pudo recorrer los diferentes pisos y detenerse en las obras, entre las cuales se destacan Modelo en París, de Acevedo Bernal que es la obra más antigua del museo, los paisajes de Gonzalo Ariza y los lienzos con gran velocidad de Obregón. Sin embargo, la historia del museo no se limita a estos artistas, por lo cual también había expuestas obras de artistas nacionales como Andrés de Santamaría, Botero, Roda, Lucy Tejada, Negret y Gustavo Zalamea, y de artistas internacionales como Picasso, Max Ernst, Francis Bacon y Georges Rouault, las que en total sumaban aproximadamente más de 2.000 obras. La diversidad de artistas y obras permite al espectador ubicarse temporalmente en el mundo artístico, como dice el curador Eduardo Serrano: “La intención de tener arte nacional y arte internacional es ilustrar directamente el pensamiento artístico del siglo XX, que una persona que vea la colección pueda, por un lado, ver el desarrollo del arte colombiano y el desarrollo del arte extranjero, y, por otra parte, pueda comparar lo que sucedía en Colombia y lo que sucedía internacionalmente” Según el informe previo a la apertura de la celebración del diario El Mundo, el museo estaría dividido en “seis ejes temáticos: Academia, modernismo y paisaje, donde se puede ver la transición hacia la modernidad del arte colombiano; Historia de la fotografía; Gráfica internacional; una selección de arte en Colombia y América Latina de los años 60; una selección de dibujos hiperrealistas, figuración expresionista y los artistas que hicieron parte del salón de arte Atena, que estuvo dedicado a expresiones netamente contemporáneas; y obras de los artistas más recientes.¨ No obstante, quien no había recibido esta información previamente podía perderse con facilidad y muy seguramente llegar a pensar que las obras estaban montadas sin criterio alguno: la exposición aunque abarcaba un largo período de tiempo y exhibía obras de grandes maestros, parecía haber sido montada de afán, dado que muchas de las obras carecían de ficha técnica y habían sido instaladas incluso en 3 filas seguidas en una misma pared por el poco espacio disponible. Esto dificultó sin duda la apreciación de las mismas. La celebración de los 50 años del museo de arte moderno de Bogotá (Mambo), como su nombre lo dice, celebra los 50 años. ¿Pero 50 años de qué? ¿Creación? Se creó el 27 de julio de 1955, es decir hace 58 años, ¿Inauguración de las instalaciones? Se inauguró la primera etapa de la actual sede en 1979, es decir hace 34 años y la inauguración completa de los 4 pisos que se conocen hoy día se conocieron en 1985, es decir hace 28 años. La celebración, aunque muchos fueron sin saber porqué, conmemora los 50 años del nombramiento de la actual directora del museo Gloria zea, quien desde 1963 ejerce el puesto de Directora del Mambo. Si bien está claro que este tipo de eventos a los cuales unos asisten por el trago, otros por las relaciones públicas, pocos por placer y otros menos por gusto y amor al arte, todos pasearon por los cuatro pisos y al menos una de las muchas obras maestras que se exhibieron llamaron la atención. Pero el día de la celebración se escaparon muchas obras y rincones que contenían gran valor, la gran cantidad de gente y el constante murmullo de las infinitas conversaciones hizo que las obras pasaran a segundo plano. Desde mi punto de vista: ¡vaya desgracia! Si uno va a un restaurante va a comer, si va a un bar va a


tomar, si va a una reunión va a hablar, pero ¿ir a un museo exclusivamente a comer, beber y hablar? Es algo que aún no comprendo. Nadie esta diciendo que eso sea algo que no se pueda hacer, sí y más siendo una celebración, pero ¿cómo es que habiendo más de 1.500 obras expuestas de algunos de los artistas más reconocidos en Colombia y en el exterior la gente prefiera hacer relaciones públicas? Porque sin duda alguna fui parte del 1 % de las personas que volvió en otro momento a recorrer de nuevo los espacios del museo deteniéndome una a una en las obras exhibidas, lo cual resulta ser una lástima.

tra profesora, y fuimos a saludarla de inmediato. Se alegró de vernos allí e iniciamos una pequeña charla que palideció cuando ella nos preguntó dónde habíamos conseguido el vino. Antes de que se marchara por su copa indagué su opinión de la exposición y me comentó su intención de regresar al día siguiente porque “esta exposición es para verla con tiempo” y lejos del frenesí de tanta gente. Mientras se alejaba vi a un hombre mayor en un banco portátil que había traído él mismo para sentarse en el salón, estaba rodeado de hombres de traje que seguían animados su conversación, algo magistral.

Después de haber estado allá el día de la celebración, como cualquier otra persona hipócrita de las que fue viendo a la gente y escuchando comentarios, y haber ido un día después, cuando lo realmente valioso eran las obras, el espacio museístico y el contexto, se logra ver que la celebración fue un fracaso. Nuevamente pregunto ¿Los 50 años de qué? Nunca se mencionó la valiosa labor que ha ejercido la señora Gloria Zea como directora del museo desde hace 50 años, esta afirmación no es más que una interpretación que se hace de un contexto, teniendo en cuenta los datos y fechas anteriormente mencionados, toda esta obra de teatro de una nueva exposición, nuevas obras, más artistas, nuevo montaje etc... está soportada en ella como directora del museo y sin embargo, sin más que un saludo de bienvenida a la entrada cómo lo hace todos los días el portero del establecimiento, desaparece el individuo por el cual más de 500 personas se reunieron el 28 de febrero de 2013 a celebrar. Es realmente una pena, que la visita al museo sea más agradable y comprensible días después de la celebración.

Fuimos al fondo del salón a observar un cuadro de Botero y mientras nos paramos a contemplarlo los grupos de personas pasaban delante de nosotros despreocupadamente, algo irritante. En uno de esos grupos se encontraba la pareja que habíamos conocido anteriormente, el hombre se alegraba de que hubiésemos entrado y les comentaba a sus acompañantes de la ilusión que le hacía que la juventud se presentase allí. Nos dio la espalda después, y luego hizo ademanes de presentarnos un par de personas cuyos nombres no puedo recordar, para luego darnos la espalda de nuevo. Alguien de ese grupo nos comentó desde lejos que había conocido a Obregón, quien había sido tremendo. Se alejó de pronto como si tuviera prisa para desaparecer en su círculo social y luego en la multitud.

-Laura Montañés Mondragón El 28 de Febrero fue la apertura de La colección, que conmemora los 50 años del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Un día antes, para una clase de arte, se nos encomendó la tarea de entrar y realizar una crónica sobre nuestra visita, aunque no contábamos con una invitación. No me preocupé mucho por el ingreso, ante las declaraciones en internet que aseguraban que se trataba de una exposición para todo público. Sin embargo, luego empezó a inquietarme la información ambigua que se encontraba en la red y las referencias que variaban sobre la gala en cuestión y su enigmático cumpleaños. Cada vez más me sonaba como un evento enfocado a un público que no éramos nosotros, ni estudiantes de arte ni ciudadanos promedio. A las 6:46 p.m. las rejas seguían cerradas. Me quedé bajo la llovizna bogotana esperando con una compañera de arte. Una pareja mayor se acercó para preguntarnos si estudiábamos arte. Luego de un instante, ante nuestra respuesta afirmativa, comenzaron a contarnos entusiasmados sobre el carácter único de la exposición y la importancia de asistir a actos como estos. La conversación terminó cuando llegamos a la fachada del museo y ellos desviaron su atención a una asistente que parecía más consiente del evento. Le pregunté al celador a qué hora podríamos ingresar y él respondió con gran ceremonia que la entrada se iniciaría a las siete en punto, haciendo énfasis en que era indispensable una invitación, que por supuesto no poseíamos. Le agradecí y me recosté en una de las barandas aledañas a observar los grupos de gente que se aglomeraban cada vez más en la entrada. Muchos de ellos con ropa tan despreocupada como la nuestra que esperaban entre los asistentes. Otros parecían haber elegido sus ropajes más elegantes y modelaban con tacones y relojes de lujo ante nosotras. En general, eran completamente indiferentes a nuestra presencia y se apresuraban por ingresar a la recepción. El flujo de personas seguía aumentando y era cada vez más evidente la distancia que había entre aquella esfera y la nuestra. Más estudiantes de la clase fueron llegando y así nuestro pequeño gremio fue agrandándose. Todos ellos habían conseguido invitaciones el día anterior, exceptuándome. Para mi buena suerte, la invitación era doble y una de mis compañeras se encontraba sola, así que aprovechamos la multitud e incluso una amiga que iba conmigo ingresó con nosotras. Fuimos empujadas por la horda de personas hacia un pasillo en el cual se encontraba una mesa con las cuatro figuras influyentes del lugar, que recibían a los invitados. Nos quedamos observando los saludos a una distancia considerable mientras otras personas se abrían paso entre el tumulto de gente para entrar a la fila de cordialidades o evadirla. Era claro que había una línea divisoria que no nos atrevíamos a cruzar y que nos relegó a ser meros espectadores e incluso a reporteros de turno que contemplaban la escena absortos. La gente nos dirigía hacia el interior como en un camino cercado que guía a los corderos al matadero. Era un sendero en realidad corto, pero nos tomó bastante tiempo atravesarlo. Me causa gracia la idea de que me había rozado, tropezado y chocado con un montón de personas reconocidas en el medio y que justo en ese momento eran solo obstáculos que me impedían llegar a las obras. Todos empujándonos o esquivándonos apenas en el corredor sofocante que daba al primer salón. Ver los primeros cuadros fue impresionante, en especial porque tuve que tener cuidado de no chocar con ellos. La estancia estaba repleta de obras y frente a ellas laberintos decodificados de personas que tomaban turnos para dar algunos pasos y seguir interacciones sociales con el grupo cercano con que recorrían las miradas. Era en realidad un coctel de siluetas selectas que daba la espalda a su tema de conversación. Nuestra primera decisión fue ir al segundo piso a buscar una copa de vino, la misma que todos los asistentes sostenían con orgullo. Desde el balcón podían verse las personas que buscaban otras personas entre la multitud, y en ésta grupos que eran interrumpidos por algunos fotógrafos para que posaran alegres con las obras en el fondo del encuadre. Era todo un espectáculo en el que se hacía evidente la búsqueda constante de conocidos para hablar sobre el evento, comentar lo que se observa de reojo y elogiarlo antes de pasar a otro tema. Me reí un poco cuando nos descubrí en la misma situación buscando reconocer algún rostro entre las masas. Pudimos ver entrar a Catalina Mejía, que había sido nues-

Nos rendimos ante la idea de hacer un recorrido detallado y optamos por buscar otra copa de vino pero la fila de personas que esperaba por una se había extendido tanto que ni siquiera lo intentamos. Nos chocábamos con muchas personas, algunas nos miraban mal, unas pocas sonreían despreocupadamente, pero la mayoría optaban por ignorar el contacto. Me parecía patética la idea de toda aquella indiferencia clasificada, pero aquel papel selecto que debía ser revisado por un hombre amenazante en la entrada no era algo contra lo que yo pudiera competir. Constantemente veía figuras que le prestaban unos pocos segundos de atención a las obras y seguían con la pasarela lenta, a la vez que reafirmaban el carácter único de las piezas que no habían sido vistas en algún tiempo. Me imaginaba con interés cómo sería el mismo espacio días después, cuando ya se habría dejado atrás la apertura y la entrada a “cualquiera que quiera ver la exposición” no estuviese mediada por un trozo de papel, sino por una cuota monetaria. El contraste entre ese espacio posiblemente más vacío y sin el ruido de fondo de conversaciones ajenas le permitiría a la reducida cantidad de visitantes recorrer sin prisas ni desfiles el lugar. Fuimos a la planta de abajo para visitar ese salón que parecía menos atestado que el principal. Cuando estábamos bajando las escaleras nos encontramos con un par de cuadros que pudimos reconocer, así que nos detuvimos a hablar sobre ellos y al poco tiempo la charla se desvió a nuestros estudios en arte y luego a las diferencias entre los estudiantes de arte de las diferentes universidades. Mientras tanto los visitantes seguían transitando por las escaleras, y nosotros nos fuimos moviendo hacia el rincón de la escalera, allí nos quedamos perdidos del lugar por unos buenos minutos. Al poco tiempo vi a Guillermo Vanegas, observándonos desde el balcón superior con una risa burlona, lo que me hizo pensar que habíamos caído en la misma dinámica extraña del grupo cerrado de conocidos, que discuten lo que conocen. Decidimos bajar al fin las escaleras y separarnos para contemplar las obras, así que estuvimos algún tiempo hablando en parejas sobre los bodegones y retratos del salón hasta que llegamos al cuarto de fotografía que estaba al fondo. El ambiente de éste era diferente al del resto de las salas y se sentía el aire más pesado y atascado entre los grupos que comentaban incesantemente las fotos. No sé si era por el hecho de que el techo de esa sala es mucho más bajo que el resto pero fue muy curioso el ver que allí no se encontraba ninguna chica con tacones altos o en general ningún hombre muy majo, sino que la mayoría de los presentes estábamos en tenis y ropa informal. Empezamos hablando de las fotografías que estaban allí pero al final parecía que el lugar nos llevaba a las mismas dinámicas de antes. El espacio se prestaba para ello, así que primero se bifurcó la conversación a las clases de fotografía que se dictan en la universidad, los procesos de revelado, etc. Pasados más de diez minutos subimos a la sala de modernidades decididos a comentar los cuadros que allí estaban y entre nuestras opiniones ruidosas las clases con Fernando Uhía no tardaron en salir a relucir mientras recorríamos la sala viendo las obras. Luego del recorrido, ya un poco más relajados y con las salas menos saturadas, nos despedirnos con un sentimiento algo más familiar, un tanto más a fin a la situación. Gracias a la experiencia compartida el evento se nos había hecho algo menos ajeno. Fue en el instante en que comprendí que la gala transmuta el espacio para esa dinámica de una retroalimentación que puede estar completamente desconectada de la obra y su interpretación, pero que hace que los asistentes se conecten con la experiencia de la apertura. Una nueva forma de recorrido, en la que se disfruta por medio del dialogo sobre lo que está sucediendo allí. Pensaba en todas estas ideas esperanzadoras, cuando escuché a una chica que decía cansadamente: “si, todo súper lindo, muy lindo todo, vámonos ya” y se apresuraba a marcharse. Fue allí cuando el nicho entre este círculo selecto que tenía la primera vista de la exposición y mi visita algo forzada se convirtió en un abismo desalentador. -María Angélica Moreno Regalado

Cuando una crítica de arte se convierte en historiografía ocurre lo que pasó el 28 de Febrero de 2013 en el Mambo (Museo de Arte Moderno de Bogotá) en su celebración de los 50 años. No sólo se cambian las fechas de creación del Museo para destacar la figura superior de Marta Traba y poder colocarla en una fotografía a la entrada, sino que La Colección pasa a ser una reiteración de su crítica canónica y autoritaria. Si bien el rol del crítico opera en el historiador, éste debe dar elementos y recursos para que el público se acerque al objeto, tratando de guiar al espectador sin convertirse en una herramienta imperativa. Sin embargo, la crítica de Traba terminó constituyéndose en historiografía del arte colombiano y aquí radica el problema. Sin embargo, ¿se puede pensar en una solución? Tal vez no.


La verdad es que nunca me gustó Enrique Grau porque siempre odié esas mujeres deformes y planas. La verdad es que nunca me gustó Obregón porque me recordaba la típica copia en la sala de mi abuelo y esos cóndores con colores estridentes me parecían repulsivos. Y de Botero ni hablar. Así, por haber visto la materia Arte en Colombia (por cierto, en la que sólo se lee a Marta Traba), prostituí mi gusto en función de la gran historiografía del arte colombiano. Hoy, asumo que estos artistas me tienen que fascinar porque plantean quiebres en el arte colombiano y si bien lo hacen, no deja de sorprenderme la falta de referentes externos a la crítica de Traba. Observar entonces La Colección del Mambo se convierte en un espacio que reitera esos nombres canónicos e inalterables que se comprimen en la mente del espectador: Grau, Negret, Ramírez-Villamizar, Botero, Santamaría, Obregón… y la lista continúa. Lo triste es que varias obras, que a veces resultaban fascinantes a la vista y estaban dispuestas en La Colección, como las fotografías del último piso del Museo, no estaban insertas en la mente del espectador entrenado colombiano. No se sabía de quienes eran. No había fichas técnicas. Acudir entonces a la celebración de los 50 años del Mambo deja una suerte de sinsabor. No sólo porque pensé que conseguir la boleta iba a ser una travesía por Bogotá y eso le iba a dar cierta ola de prestigio al evento, y cierta emoción de parte mía, sino porque la fusión de personajes adinerados (que a la larga son los que van) y obras de arte, en mi opinión, no va de la mano. La boleta fue bastante fácil de conseguir, es más, con sólo ir al museo a eso de las 6:30 p. m. el día anterior a la inauguración, el mismo portero las repartió a un grupo de estudiantes. No obstante, ya en la inauguración se genera una aglomeración de gente arreglada que busca darle la mano a la figura inmaculada de Gloria Zea y esto resulta nauseabundo. El arte se comienza a mezclar con la hipócrita élite colombiana y las copas de vino se van instalando en los pasadizos del museo cuando se van vaciando; aspecto que resulta hasta más estético que varias de las obras observadas. El ruido, los tumultos de farsa andante, los hombres que con sus gafas se acercan a las obras y tiernamente intentan interpretarlas en un silencio irreal, las personas que reparten revistas a la entrada, los fotógrafos que buscan a la gente “arreglada” para fotografiar, los meseros que sirven vino y con un acento poco francés dicen “rosé”, y los grupos de personas que acuden al museo para ver cuánto botox se ha echado la esposa de no-se-quién, se van fusionando en un espacio en donde todo aparenta ser políticamente “correcto” y confuso. Pero lo más confuso del pasado 28 de Febrero de 2013 en el Mambo es la fecha inaugural del museo. ¿Cómo así que el museo se funda en 1955 y se celebra su trayectoria tan sólo desde 1963? Claro: es hasta el 63 que Marta Traba asume la dirección del museo. ¿Por qué celebrar los 50 años del Mambo y negar 8 años más de existencia? Así, el Mambo celebra 50 años, y no 58, porque sólo contempla la existencia del mismo desde que se impone Marta Traba como la gestora que inicia una serie de exposiciones que hoy alcanzan el número de 800. La Colección termina por ser entonces una exaltación del poder de Traba, quien impuso la modernidad en Colombia. Por lo tanto, la mayoría de obras expuestas parten de aquel discurso canónico crítico que se consolidó en la historia del arte moderno de Colombia. Y si bien Traba fue de importancia para consolidar el surgimiento del arte moderno, La Colección me llevó a reflexionar en torno al problema de la crítica y el reconocimiento de ésta como un elemento de autoría. En cuanto a las obras, sin duda alguna, lo observado confunde al espectador. Obras con ficha técnica, obras en las cuales teníamos que sacar nuestro adivinador a relucir: la célebre Virgen de Fátima de Botero, Obregón por aquí y por allá, Grau, Jaramillo, Wiedemann, retratos aburridos de la farándula del siglo XX, paisajes poco interesantes, esculturas chéveres sin ficha, fotografías excelentes sin ficha, pintura académica, pintura no-académica, una que otra obra internacional, serigrafías interesantes, Luis Caballero 1, Luis Caballero 2, Luis Caballero 3, paisajes sin autor, esculturas invisibles, uno que otro dibujo, y otras más obras hacen parte de ese recorrido. Todo en La Colección da cuenta de una historia del arte colombiano llena de vacíos y de aquel discurso hegemónico que termina por abordar el arte local desde una única mirada cuestionable y confusa. No sé si llamar a la curaduría de las obras de La colección “innovadora”, pues esta forma de poner obras que lleva ficha técnica junto a obras que no, resultaba supremamente vanguardista. Ni siquiera sé si hubo curaduría, pues las obras estaban dispuestas en las paredes llenado espacios para tratar de disponer lo que más se pudiera en aquellas paredes blancas. Es decir, las paredes reunían varias obras sin conexión alguna y la curaduría parecía jugar a incluir la mayor cantidad en los amplios espacios blancos, para demostrar la amplísima colección que posee el museo (que hoy llega supuestamente hasta 4300). Incluso había obras dispuestas tan arriba que resultaba imposible observarlas. Es el caso de una suerte de obra contínua horizontal de varios metros de largo que se encontraba situada muy alto y de la cual no tengo idea. Desconozco el artista, desconozco el medio, desconozco lo que se mostraba ahí, y sin embargo, allí estaba. Y así, el trabajo de María Elvira Ardila, la curadora del museo, se redujo a plantear un recuento cronológico mediocre al comenzar el recorrido. Todo parecía incómodo e improvisado. Así que si dicen que la visión es un aspecto cultural, no queda duda de que esta disposición de obras impone nuevos modos de ver. No hay maneras únicas de abordar el arte y no se puede hablar del arte colombiano como una unidad, pero ¿por qué se expone una mirada canónica al arte moderno colombiano?, ¿por qué disponer las obras en la pared de ese modo y sin aparente discursivo alguno?, ¿qué termina siendo La Colección? La verdad es que desconozco la respuesta a esas preguntas, lo que sí sé, es que al finalizar el recorrido uno termina mareado de tanta obra. La historia del arte moderno colombiano se construye a partir de muchos elementos que parecen ser negados en esta colección y esto, ante todo, es lo que genera una mirada cerrada a la modernidad en Colombia. Además, cuando varias de las obras no incluyen ficha técnica, el museo parece entonces burlarse de los artistas y negarles su importancia. En fin, son muchas las obras que uno termina viendo en el Mambo, son muchas las inconexiones, son muchos los vacíos.

Y si la crítica de Marta Traba opera como historia del arte esto lleva a un problema visible en La Colección y en la historia del arte colombiano en general, pero tal vez por ahora no haya una solución viable a este aspecto, o al menos, yo no la tengo. -Angélica Fajardo Osorio

Abrigos de piel, gafas de sol, peinados con copete, Carolina Herrera, Dior, Zara, Estuidio F, revistas, cámaras de televisión y una serie de obras marginadas por la cantidad de personas que les daban la espalda. Una misa en latín, esto era lo que se respiraba la noche del 28 de febrero. El hastío empezó a florecer al adentrarme a la carnicería maquillada y voraz, al escuchar las voces de las presentadoras y observar a los fotógrafos perseguir algún ilustre malabarista que nunca ha visto una obra de Rafael. El Museo de Arte Moderno de Bogotá tenía en sus entrañas un fantástico circo que cumplía la función de entretener al espectador y alejarlo de las obras para contagiarlo de aire pútrido y mezquino ¿La ocasión para este festín? Los cincuenta años que cumplía la mencionada institución. Sin embargo, esta idea fatalista sólo fue concebida por mí al momento de ingresar al museo. Unas horas antes quería llegar sin prejuicios al evento, quería ver la colección entera del museo –función que debería cumplir siempre- y alcanzar a vislumbrar un erróneo ideal evolutivo del arte colombiano. Esta idea se derrumbó cuando me negaron la entrada por no tener una invitación, al ver que no existía ningún catálogo y, sobre todo, al deleitarme viendo que en la entrada no había nada alusivo al museo o a la exhibición de las obras sino un cartel de la revista Hola! Incluso, poco antes hablaba con Ivonne Pini acerca de las invitaciones para ingresar a esa inauguración, y ella me recomendaba que fuera sin preocupaciones ya que esos eventos deberían estar abiertos para todo público, además de asegurarme que a ella nunca le habían pedido invitación a la entrada. Todo pasó al contrario: me pidieron invitación y, por ende, me negaron la entrada. Afortunadamente encontré con un amigo que me podía entrar –un hijo de artistas-, mientras me sonreía el cartel de la revista Hola! El socialismo y el marxismo están muertos dentro de mi existencia. Mi posición frente al evento no es el desprecio a las clases “dominantes”, sino el desprecio hacia los seres unineuronales que van más por razón social que por hambre intelectual. Esto se debe a mi vetusta concepción sobre el enfoque de un evento cultural, donde las invitaciones deberían estar dirigidas a estudiantes, artistas, curadores y cualquier otro gremio que implique portar una boína, y no a celebridades e hijos de abolengo. Aunque sé que esta concepción de museotertulia es utópica y que las inauguraciones se convierten en centros sociales, nunca había presenciado tal magnitud mediática que tuviera como contraparte un interés por las obras, esto último se podía evidenciar por la inexistencia de catálogos –de hecho en lugar de catálogos se entregaba la revista Hola!-, la falta de guías o de indicadores curatoriales -como textos explicativos-, y sobre todo que los espectadores mostraban un mínimo interés por las obras. Otro de los aspectos que atormentan mi existencia es la búsqueda de los fundamentos por los cuales Gloria Zea decide que el Museo de Arte Moderno de Bogotá realmente “inicia” en 1963, discurso que se maneja desde hace unas decádas, recordando que en el 2003 se celebraron los 40 años. El museo fue fundado en 1955 por Marta Traba y en 1985 es cuando se inaugura el edificio de Rogelio Salmona, donde actualmente reside dicha institución. Si bien estas dos fechas de suma importancia no parecen concordar con 1963, como tampoco con 1957, cuando fue refundado por Traba, ¿cuáles son los criterios por los cuales Gloria Zea “refundó” el museo? Tras cortinas históricas, sociales y culturales se respiraba el pútrido aire del evento. Recuerdo cómo le pedían a una amiga que posara para una foto por su look, gente con gafas de sol siendo la versión patética de Anna Wintour, personas que sólo van a eventos porque son irresistiblemente cool –a muchas de esas personas las he visto en fiestas y puedo decir que poseen una neurona-. Los espectadores finalmente fueron las espaldas, espaldas que observaban las paredes de arriba abajo donde colgaba una significativa cantidad de obras que son parte de la historia del arte colombiano. Gracias espaldas, sin ustedes nada sería lo mismo. -Carlos Salazar Wagner


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