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LA POBREZA DESDE EL ECOLOGISMO MARTA PASCUAL Coordinadora del รกrea de educaciรณn ecolรณgica de Ecologistas en Acciรณn
[Anarquismo en PDF]
Fuente: VV.AA., Claves del ecologismo social, Libros en Acci贸nEcologistas en Acci贸n, 2010. Edici贸n: La Congregaci贸n [Anarquismo en PDF]
Rebellionem facere Aude!
EL ECOLOGISMO SOCIAL dirige necesariamente su mirada al bienestar de los seres humanos. Si la pérdida de biodiversidad, el deterioro de los ecosistemas naturales o la crisis climática son indicadores del fracaso de nuestro modo de vida, no lo es menos la constatación de las carencias de recursos esenciales que sufren millones de seres humanos y la profunda inequidad en la distribución de dichos recursos. Pobreza es el nombre que hoy se da a esta situación de carencia. Aunque tras la palabra se esconden interpretaciones muy diferentes. Según cómo comprendamos la pobreza y dónde coloquemos sus márgenes, perseguiremos uno u otro modo de estar en el mundo. Esta comprensión es clave a la hora de darle respuesta política y económica. No es fácil delimitar de qué hablamos cuando nombramos la pobreza. Los Objetivos del Milenio de la ONU se proponen en su primer punto reducir la pobreza 1. Hacen referencia a las personas que viven con menos de un dólar al día. No especifican, sin embargo, si son propietarias o no de una parcela suficiente de tierra fértil, si consumen alimentos contaminados o si viven en un suburbio urbano. Las estadísticas hablan de países pobres o ricos en función de su Producto Interior Bruto, no en función de los recursos naturales que poseen o de aquellos que 1 Objetivo 1: Erradicar la pobreza extrema y el hambre. Meta 1A: Reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas con ingresos inferiores a 1 dólar por día. Objetivos del milenio, ONU, 2000. [3]
poseyeron y de los que fueron expoliados. Indicadores como la renta o el PIB son hoy herramientas centrales para medir la riqueza y la pobreza. También se manejan otros índices más amplios como el IDH (Índice de Desarrollo Humano) que combina el PIB con otras variables como la esperanza de vida, el analfabetismo o la nutrición. Aunque se acercan un poco más a la realidad de algunos pueblos, su dependencia del PIB, su dificultad para medir variables relacionales, de dependencia o de deterioro ecológico y el carácter etnocéntrico de sus mediciones (¿qué educación se considera, qué alimentación?) siguen escondiendo buena parte de la realidad. En un mundo gobernado por el mercado, el indicador esencial de la pobreza es el acceso a consumos mercantilizados. El resto de consumos, aquellos que se pueden resolver sin dinero ─progresivamente dificultado─ se desprecian en tanto que subconsumos. La cultura del desarrollo avala la búsqueda de riqueza (es decir, de capacidad de consumo mercantilizado) y desprecia los modos de vida que no aspiran a ella (a menudo modos de vida más cercanos a la sostenibilidad). Se insiste en que el crecimiento del PIB, el aumento de la productividad, el desarrollo tecnológico o el libre comercio reducirán la pobreza. Pero ni el PIB ni el índice de Desarrollo Humano ni otros indicadores más sofisticados incorporan en sus contabilidades variables esenciales que el desarrollo dañó, y que deciden la posibilidad o la imposibilidad de una vida digna. Entre ellas podemos señalar la existencia de una red próxima de apoyo afectivo y material, la relación con la tierra, el grado de deterioro del medio en el que se pretende vivir, la existencia de bienes [4]
comunales o servicios públicos de calidad, la organización colectiva, la propiedad y el poder sobre los medios de producción, las reglas sociales relativas al apoyo mutuo, o el riesgo de perder los bienes o la vida. «La gente no muere por falta de ingresos. La gente muere por falta de acceso a los recursos... Los indígenas en la Amazonia, las comunidades montañesas en el Himalaya, los campesinos cuyas tierras no han sido expropiadas y cuyas aguas y biodiversidad no han sido destruidas por la deuda para crear una agricultura industrial poseen riqueza ecológica, incluso aunque no ganen un dólar al día». Vandana Shiva 2
En cualquier caso es innegable que existen millones de personas que han sido expropiadas de la posibilidad de resolver sus necesidades esenciales de vivir con dignidad, y en muchos casos, de sobrevivir, especialmente en las zonas sobreurbanizadas del planeta (sin acceso a la producción de alimentos), donde la economía de mercado es prácticamente la única vía para resolver las necesidades básicas. A escala mundial los países del Sur se han convertido en pozos de extracción y sumideros de vertidos para el Norte poderoso. El hurto de recursos toma diferentes formas: apropiación directa de la producción de alimentos y otras materias primas, expulsión de las poblaciones de sus territorios, destrucción de ecosistemas y desaparición de especies, robo de semillas, uso como vertedero... Vandana Shiva, Cómo poner fin a la pobreza. ZNet, 11 mayo 2005. Consultable en Rebelión.org [5] 2
hurtos estos, que se hacen visibles bajo el término de deuda ecológica 3. Esta apropiación explica que el fenómeno de la pobreza en los países del Sur tenga rasgos específicos. Las crecientes migraciones hacia el Norte son uno de ellos. En las condiciones actuales de deterioro y escasez de recursos ─agravadas por el fuerte consumo de una minoría─, es necesario despertar una alerta: no sería descabellado pensar en un horizonte en el que se defendiera abiertamente la desaparición de esas poblaciones excedentarias. Es posible imaginar un nuevo fascismo que plantee la propuesta de mantener la sostenibilidad ecológica del planeta (nos referimos al mantenimiento de los recursos y el nivel de vida), pero con una población significativamente más reducida. El cínico «aquí no cabemos todos», pronunciado desde el robo y el despilfarro del Norte, puede hacerse hueco entre los sectores de población más favorecidos, y orientar salidas políticas inhumanas a la crisis ambiental. Si salimos de este marco sombrío moderno, etnocéntrico o desarrollocéntrico que explica la pobreza como una enfermedad a eliminar, encontraremos interpretaciones diferentes. En las principales lenguas del África Subsahariana no existe una palabra para designar al pobre en el sentido económico del término. Las palabras que se utilizan para traducir esta palabra a menudo significan huérfano 4. Es decir, no carente de dinero sino de apoyo social. No existe término que signifique «carente de lo necesario». Ver campaña Quién debe a quién. Latouche, Serge. La otra África. Autogestión y apaño frente al mercado global. Oozebap, 2007. p. 110. [6] 3
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En Malí el término más cercano a pobreza es faantanya, es decir, «sin poder». Para las culturas de lo colectivo (buena parte de las culturas centradas en lo local) no es posible una pobreza sufrida de forma individual. Aunque de forma excepcional se puedan pasar periodos de penuria debidos, por ejemplo, a una mala cosecha, no es imaginable que una familia pase hambre si a su lado vive otra que dispone de recursos excedentes. La penuria tiene en éstas una dimensión grupal. Por tanto es menos frecuente que en las culturas individualistas. La historia y la antropología también muestran cómo la pobreza voluntaria, la vida humilde, no fueron siempre despreciadas o temidas, antes bien, podrían considerarse en muchas religiones y culturas como un estado de equilibrio o de virtud. Pero conviene tener en cuenta un matiz fundamental. La pobreza extrema es bien diferente de la falta de ciertos medios. El binomio pobre-miserable se representa, por ejemplo, con palabras diferentes en lengua wolof y recibe una valoración muy diferente en cada una de sus acepciones. La pobreza es bien diferente de la miseria. Si la primera no pone en riesgo la vida, pero sí ciertos consumos deseables, la segunda amenaza la dignidad y la supervivencia. En las economías de subsistencia la pobreza, es decir la dificultad para el acceso a bienes superfluos, no era una desgracia, sino una expresión de la vida en un mundo que tenía sus reglas y sus límites. El despilfarro no era posible en ellas. La vida de las economías de subsistencia puede considerarse pobre, pero no indigna. [7]
La miseria, sin embargo, podría definirse como la carencia de lo básico para vivir, a veces coexistiendo con la propiedad de bienes superfluos, paradójicamente más accesibles. Las economías de subsistencia han estado, salvo excepciones, a salvo de la miseria. Ésta se extendió cuando el desarrollo expulsó a las personas del medio vivo que les permitía la supervivencia. Las categorías opuestas no serían entonces pobre-rico, sino mísero-rico, siendo la miseria un modo de vida en situación de carencia, dañino para los seres humanos, y la riqueza un modo de vida en situación de despilfarro, dañino para el planeta, para el colectivo y también para los individuos, no ricos y ricos. Pero las transformaciones económicas de las últimas décadas han trastocado, no sólo el estado y el acceso a los recursos, sino también nuestro sistema de valores, nuestro modo de entender y vivir la escasez. El mercado necesita del motor de la escasez para promover el consumo. Puede ser una escasez material, producida por la privatización de recursos antes comunales o por su monetarización; o subjetiva, inducida por el aparato publicitario. Pero existe un nuevo mecanismo creador de escasez que apenas tiene unas décadas de existencia. Consiste en reducir, deteriorar, envenenar o consumir los recursos en los que se apoya la vida y en consecuencia que resuelven nuestras necesidades más elementales. Hablamos del agua potable, del aire limpio, de la tierra fértil, de los bosques, de los mares vivos o de la biodiversidad. Si preguntáramos a la Tierra qué significa la pobreza, probablemente nos mostraría territorios deforestados, culturas desaparecidas, cauces secos, poblaciones huma[8]
nas desplazándose en busca de agua, camiones de alimentos alterados con herbicidas, nudos de autovías. Quizá viera también como pobres (sin vida) muchos lugares que nosotros consideramos los escaparates de la opulencia. Los seres humanos hemos pretendido distanciarnos de la red biótica a la que pertenecemos. El resultado ha sido una pobreza ecosistémica que nos pone a todos y todas en riesgo. Un ecosistema pobre, en desequilibrio, es más dependiente y vulnerable. La destrucción de ecosistemas genera lo que podríamos llamar pobreza ecosistémica, que supone vulnerabilidad del sistema y en consecuencia vulnerabilidad de cada una de las especies que lo habitan. Los ecosistemas aún vivos que habitamos se están empobreciendo a gran velocidad. Es imposible entender un modo de pobreza ambiental que no repercuta en nuestra vida colectiva o en la de las generaciones futuras. Es imposible por otra parte imaginar un modo de organización social que no repercuta en los ecosistemas vivos. Los problemas ambientales son problemas socio-ecológicos. Los problemas sociales son también socio-ambientales 5. Sin embargo, curiosamente, la reflexión sobre la pobreza no suele hacerse interdependiente de la reflexión sobre la riqueza. La pobreza entendida como un fenómeno aislado de la riqueza, requerirá soluciones independientes y localizadas, centradas normalmente en el aumento de ciertas rentas o el acceso a determinados consumos. Desde este enfoque de igualar sólo hacia arriba, la lucha contra la pobreza ha adoptado estrategias de Martínez Alier, Joan. El ecologismo de los pobres. Icaria, Barcelona, 2005. [9] 5
mínimos (salario mínimo, prestaciones mínimas en servicios sociales, rentas mínimas, cobertura sanitaria, pensiones mínimas), con la pretensión de situar a toda la población del país o la comunidad por encima de la línea umbral de la pobreza. El sueño de igualar siempre hacia arriba sólo cabría en un mundo de recursos infinitos, con una tecnología omnipotente y cargada de buena voluntad. En un mundo lleno e interdependiente, no es admisible mantener esta ceguera. Más por un lado significa menos por otro. Es necesario completar las estrategias de mínimos con las estrategias de máximos. No es posible la eliminación de la miseria sin atajar drásticamente los altos niveles de consumo de buena parte de la población del Norte y una pequeña parte de la del Sur, que pueden llamarse despilfarro o riqueza. La lucha contra la riqueza, entendida ésta como despilfarro, será probablemente mucho más urgente y más eficaz que la supuesta lucha contra la pobreza. Cierto que la reducción de la riqueza económica no asegura la equidad en la distribución de los recursos, pero la hace posible, cosa que la riqueza incontrolada no permite. La tarea que sigue es la lucha por la equidad. Podemos pensar en dos vías para enfrentamos a esta patología que es la riqueza y encaminarnos hacia un mundo más justo: las luchas colectivas en defensa de la tierra y la transformación de los modos de vida destructores de la sostenibilidad. Las alteraciones del ambiente natural debidas a la intervención humana no afectan por igual a todos los seres humanos. Desde hace tiempo han existido movimientos locales y globales de respuesta a estas injusticias ambien[10]
tales. Las respuestas ya se han dado especialmente en el Sur, pero también en el Norte. Son prácticas que se han agrupado bajo el nombre de ecologismo de los pobres. La ecología política ha estudiado muchas de estas prácticas. Joan Martínez Alier ha recogido una gran variedad de «conflictos ecológico-distributivos» y luchas, relativos a la extracción de materiales y energía (por ejemplo, sobre biopiratería, privatización del agua, minería, defensa de manglares, derechos sobre la pesca...), el transporte, los residuos (contra sustancias tóxicas, contaminación transfronteriza...). Cabe añadir las luchas centradas en la denuncia de las estructuras económicas y financieras, por ejemplo, en contra del comercio desigual (contra las políticas de la OMC o contra los acuerdos de liberalización comercial), en contra de las políticas de los organismos internacionales y otras estructuras sustentadores del sistema económico (contra el FMI, el Banco Mundial, el G-8...), en contra de las prácticas de las transnacionales (por ejemplo, contra Repsol), en contra de la deuda externa o la deuda ecológica, etc. Existen también movimientos que relacionan el calentamiento global con el crecimiento de la pobreza y las migraciones, como Acción por el Clima 6. Quienes más sufren su pérdida, protagonizan buena parte de esas luchas. Como ya han mostrado los trabajos de las ecofeministas, las mujeres son protagonistas en no pocas de esas acciones de defensa y denuncia, así como en la organización comunitaria de alternativas. Cada vez es más patente que las luchas esenciales contra la pobreza están necesariamente unidas a la defensa de la tierra. 6
Acción por el Clima.
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Otros caminos para enfrentar el problema se dirigen a cambios culturales y de valores, que desemboquen en cambios estructurales de organización económica y política. «Tanto en Oriente como en Occidente, el hilo dorado de la búsqueda de la felicidad a través de la autolimitación, ha atravesado todas las épocas y todas las culturas… El ecologismo está al final de ese hilo dorado» 7. La inviabilidad del modelo y la producción de la miseria tienen su foco en los modos de vida del Norte rico. Es en él donde se necesita una mayor y más radical transformación. Transformar nuestros modos de producción y consumo exige cambiar de vida. Este nuevo modo de vida habrá de ser necesariamente más sobrio, pero no necesariamente menos feliz. El mercado no cesa de exhibir y prometer la felicidad, situándola en espacios de consumo parcialmente inaccesibles. Nuestra infelicidad es necesaria para su negocio. Por eso es clave hacerse colectivamente la pregunta sobre las necesidades y la vida digna de ser vivida al margen del mercado. Desde el marco del ecologismo social y desde la crítica a la economía de mercado podríamos apuntar algunas nuevas definiciones de lo que llamaremos miseria, mejor que pobreza: hurto de los recursos naturales y ruptura del equilibrio que permite la supervivencia. Otra definición posible, cercana a la faantanya de Malí: imposibilidad de organizar la vida comunitaria sobre la tierra. Un mundo sin miseria habrá de ser un mundo comunitario que practique la suficiencia y la autocontención, un mundo libre de riqueza. Las luchas ya iniciadas desde el Norte ─de denuncia de nuestro modelo de desarrollo y de 7
Estevan, Antonio. El hilo dorado, Ediciones del Genal, 2007, p. 14. [12]
simplicidad voluntaria─ y desde el Sur ─por la defensa de la tierra y la justicia ambiental─ muestran caminos posibles.
Bibliografía recomendada Martínez Alier, Joan. El ecologismo de los pobres. Icaria, Barcelona, 2005. Naredo, José Manuel. «Sobre pobres y necesitados» en Riechmann, J. Necesitar, desear, vivir. Catarata, Madrid, 1998. Riechmann, Jorge. La habitación de Pascal. Catarata, Madrid, 2009. Sahlins, Marshall. Economía de la edad de piedra. Akal, Madrid, 1977. Ziegler, Jean. El hambre en el mundo explicada a mi hijo. El Aleph, Barcelona, 2000. Bové, José y Dufour, François. El mundo no es una mercancía. Los agricultores contra la comida basura. Icaria, Barcelona, 2001. Shiva, Vandana. Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos. Paidós, Barcelona, 2003.
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