Título original: Un Balleto per Sognare Escrito por Beatrice Masini Ilustraciones de Sara Not
© Edizioni El s.r.l., 2008 © De la traducción: María Prior Venegas, 2010 © De esta edición: Grupo Anaya, S. A., 2010 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid www.zapatillasrosas.es e-mail: anayainfantilyjuvenil@anaya.es Primera edición, noviembre 2010
ISBN: 978-84-667-9340-7 Depósito legal: M. 32667/2010 Impreso en GRÁFICAS MURIEL. C/ Investigación, 9. Polígono Industrial Los Olivos 28906 Getafe (Madrid) Impreso en España - Printed in Spain Las normas ortográficas seguidas en este libro son las establecidas por la Real Academia Española en su última edición de la Ortografía, del año 1999.
Este libro ha sido negociado a través de Ute Körner Literary Agent, S. L., Barcelona - www.uklitag.com
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L
a Academia es una escuela de danza como las que aparecen en las novelas, con reglas como en las de
las novelas, donde suceden las mismas cosas que en las novelas. Se parece a muchas escuelas de danza reales, pero no es ninguna de ellas. En cambio, sĂ es real el esfuerzo que cada uno de los protagonistas de esta historia realiza para alcanzar su sueĂąo.
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El director prodigio
Clara
Querido diario: ¡No te puedes imaginar lo que me ha sucedido hoy! En mi corta vida como bailarina he tenido un montón de experiencias importantes, de esas que dejan huella. Pero nunca habría podido imaginar que acabaría conociendo —personalmente— a un director de orquesta solo unos pocos años mayor que yo. Se llama Semyon Aronov, tiene dieciocho años y es de la Rusia Blanca (lo que se conoce como Bielorrusia, pero a mí me gusta más su antiguo nombre); sería una especie de niño prodigio, si no fuera porque ya no es un niño y porque se sube al podio con la desenvoltura de un profesional con muchos años de carrera. Aronov ha venido a la ciudad para dirigir la orquesta de la Academia en una serie de conciertos previstos para estos días. Hoy nos ha dado una charla en el Aula
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Magna para contarnos, simplemente, su historia. Su historia es bonita, como todas las historias extrañas y un tanto mágicas. Aronov creció en una familia de músicos sin muchos recursos, en una pequeña ciudad donde difícilmente un músico se puede ganar la vida con dignidad. Pero gracias a su familia pudo estudiar música sin demasiados problemas… Esto lo ha dicho él, como si fuera una broma, y mientras el intérprete traducía, miraba a su alrededor y fijaba su mirada en nosotros, que estábamos en la primera fila, para estudiar nuestras reacciones. Es inútil que diga que en el Aula Magna no se escuchaba el vuelo de una mosca. Estábamos todos hipnotizados, tanto las chicas como los chicos. Después contó que, a los trece años, consiguió una beca de estudios en el Conservatorio de Moscú. Tuvo que marcharse solo, porque su familia no se podía permitir trasladarse a Moscú. Así siguió creciendo sin la presencia de su familia, estudiando en una ciudad que no era la suya… pero como tenía mucho talento, superó rápidamente todas las pruebas, y el año pasado ya empezó a dirigir. Tiene el título de pianista, de director de orquesta y de compositor, toca también el violín y, como ha dicho, «un poco todos los instrumentos». Y ahora su vida es viajar por el mundo. La visita a la Academia es una de las etapas de la gira que le llevará por toda Europa.
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He pensado mucho en esa charla, en lo difícil que debe ser la vida de un niño prodigio, en cómo el hecho de ser especial te hace diferente y te impide hacer las cosas que hacen todos, como tener amigos, divertirte con ellos, cultivar otros intereses…, no sé, por ejemplo, jugar al balón, practicar la equitación, o coleccionar figuritas. Porque si descubres desde niño que eres muy bueno en algo, es evidente que es en eso en lo que te concentras, dejando de lado todo lo demás. Nosotros, los bailarines, no deberíamos hacer cosas como jugar al tenis, o al fútbol, porque podríamos hacernos daño; cada deporte desarrolla el cuerpo de una forma distinta y, por ello, no todos son adecuados para nosotros. En definitiva, el auténtico talento te cierra muchas puertas, te lleva a crecer solo y aislado en tu mundo mágico. Muchas veces me han entrado ganas de tirar todo por la borda, y de dejar de preguntarme, una y otra vez, si tengo o no este talento. Me paro a pensar que podría decidir hacer otra cosa y volver atrás, al punto en el que tomé este camino y no otro. Si no bailara, sería una chica como tantas otras, como las chicas que encuentro en el autobús, o por la calle, o en las tiendas, que parece que tienen todo el tiempo del mundo para hacer las cosas normales de su edad, como salir, mirar escaparates o reír con las amigas. En el fondo, no soy tan distinta a ellas… Bueno…, un poco
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sí. Es como si alguien o algo tirara siempre de mí. Y, a veces, no me gusta esa sensación. ¡Qué pensamientos tan deprimentes! Mejor vuelvo al joven director. Para ser sincera, tengo que decir que una de las razones por las que Semyon Aronov me ha fascinado tanto es que es muy guapo. Es alto, ancho de espaldas, con los ojos azul hielo y el pelo negro. Su piel es blanquísima, de esas que nunca se ponen morenas. Hoy iba vestido como un chico de su edad, con vaqueros y un polo; solo la chaqueta le daba un aire más formal, pero estoy segura de que el frac le quedaría muy bien. Quién sabe cuántos amigos tiene. Quién sabe si le gusta dormir en hoteles o si querría tener su propia habitación, como todos los chicos de su edad, con algún póster de alguno de sus ídolos colgado de la pared, algún juguete conservado de la infancia…, vamos, las cosas normales de una vida normal. No se lo puedo preguntar, no soy periodista; ellos sí están autorizados para ser curiosos; de hecho, en la charla había tres periodistas, y, al salir, se han acercado a él y le han bombardeado con mil preguntas. También yo tenía muchas preguntas para él, pero me las he callado. Me he olvidado de decir lo más importante —o quizá no lo he dicho aposta, porque dejarlo para el final me permite saborearlo como si fuera mi caramelo preferido, que espero para comérmelo porque la espera
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de alguna forma lo hace más delicioso—: Aronov volverá a la Academia para dirigir El Cascanueces en el festival de Navidad. Es un clásico, incluso yo una vez hice de ratón, cuando era pequeña. Suelen escoger a alumnos de la Academia para los bailes de repertorio. Pero, en esta ocasión, habrá una audición a la que se presentarán tanto alumnos de la Academia como otros jóvenes. A los seleccionados de otras ciudades se les ofrecerá alojamiento y comida durante todo el tiempo que duren los ensayos y las actuaciones (dos semanas enteras, desde el 23 de diciembre hasta el 6 de enero, con poquísimos días de descanso, y por supuesto, ¡no en los días de fiesta!). Digamos que será como un curso intensivo, solo que al final habrá que subir al escenario, y eso no es ninguna broma. Qué bien, ¿no? Me gusta mucho esta idea de que la Academia abra sus puertas al mundo, es como si una torre de marfil desvelase una pequeña puerta secreta. Solo que para entrar hay que tener la llave, y conseguirla no va a ser fácil para nadie. Desde que era pequeña, Zoe escribe cosas sobre ella y sobre los demás, le gusta jugar con las palabras para contar cosas. Pero esta vez está escribiendo en un auténtico diario, de esos un poco cursis, de color rosa, con su candadito y todo. Lo encontró en el fondo de un armario
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cuando estaba ordenando su habitación, y recordó que se lo habían regalado por su cumpleaños cuando era niña. ¡Quién sabe cómo había acabado ahí! Sintió pena por él, sí, por el objeto: si eres un diario y nadie escribe sobre ti, en cierto sentido has fracasado en tu única misión en la Tierra. Y por eso decidió rescatarlo, abrirlo y empezar a escribir en él. Escribir el diario se ha convertido en un rito, así es como debe ser con los verdaderos diarios, esos rosas con el candadito; al menos escribe alguna frase todas las tardes, a veces algo más, como en esta ocasión. Ahora, Zoe está leyendo de nuevo las páginas que acaba de escribir, algo que no suele hacer, porque un diario sirve para sacar lo que llevamos dentro, no para contemplarnos después como en un espejo. Una vez que has escrito en un diario, basta, tu objetivo ya se ha cumplido, y te sientes más tranquilo, más ligero, como si hubieras dejado sobre el papel todas tus ansias y tus preocupaciones. Pero esta vez es diferente, y ahora que las palabras están ahí, entiende también por qué: porque lo más importante para ella, sobre lo que tendría que haber escrito en primer lugar, es la función de Navidad. Y, sin embargo, no ha dejado de escribir sobre el guapo de Aronov (a pesar de que existe una posibilidad entre cien de que lo vuelva a ver, cuando regrese), dejando para el final el asunto de El Cascanueces, porque tiene miedo. Sí, lo admite: tiene un miedo terrible de participar en la audición —es
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obligatorio para todos los alumnos del último curso— y que no la cojan. Es cierto que ya hizo de ratón en una función, años atrás, pero está claro que eso no es suficiente. El Cascanueces siempre ha sido uno de sus ballets preferidos, quizá porque es muy fácil que te guste, al tratarse de un cuento, de una historia de Navidad, con muchos personajes y con una música que resulta familiar, como si la hubieras escuchado de pequeñita, cuando no sabías siquiera qué era la música, o la danza, o un ballet… Y realmente para ella sería terrible que no la cogieran. Tan terrible que le quitaría el sueño y sufriría mucho. Sentiría que no da la talla, que la danza no es lo suyo. Se dice pronto que en el fondo le gustaría ser una chica como las demás, sin esta pasión que la ata y la aprisiona. A veces lo piensa, por un instante, pero después, ocasiones como esta le hacen sentir que realmente hay una bailarina en su interior, que no puede prescindir del baile, y entonces le sobrevienen todas las dudas de una bailarina de verdad. Pero ¿por qué? ¿Por qué de repente se siente tan insegura? Normalmente, cuando se presentan ocasiones especiales, es decidida y enérgica, y es por esto por lo que siempre ha conseguido todo lo que se ha propuesto. Esta vez, en cambio, no es así. Se siente distinta. Quizá, reflexiona, es solo que antes era más pequeña y se dejaba llevar sin más. Ahora es perfectamente consciente de los riesgos y de las oportunidades. Por una vez, hacerse mayor
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no le parece una gran ventaja, si esto conlleva tantas dudas y pensamientos desagradables. ¿No sería mejor hincarle el diente a la ocasión y menearla como hace un cachorro cuando juega con un muñeco, haciéndolo no como si fuera un juego, sino seriamente? Claro que sí, pero no le sale. Y Zoe se va a dormir con esta pequeña pero persistente preocupación, como una carcoma que en el interior de la pata de una silla la roe y taladra sin parar. A la mañana siguiente se despierta con una sensación de malestar, y recuerda lo que ha soñado esa noche, un sueño que vuelve a visitarla con impresionante nitidez: había un escenario, y en el centro, una Zoe dramática, vestida con harapos, como una estatua antigua, descalza, y con el pelo suelto y despeinado, como una loca, que daba vueltas sobre sí misma y se agitaba y se atormentaba como quien está sufriendo un dolor terrible. Y después, desde los bastidores, salía Madame Olenska y gritaba: «¡No!». Qué horror, qué esfuerzo tan grande vestirse y salir de casa para enfrentarse a esa tremenda posibilidad, la posibilidad de un no.
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