Las Preguntas de JesĂşs Juan 5:1-24 Atalaya
1 Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. 2 Y hay en Jerusalén, a la puerta de las Ovejas, un estanque, que en hebreo es llamado Betesda, el cual tiene cinco pórticos. 3 En éstos yacía gran multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, que esperaban el movimiento del agua. 4 Porque un ángel descendía a cierto tiempo al estanque y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese.
5 Y estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. 6 Cuando Jesús le vio postrado, y entendió que hacía mucho tiempo que estaba enfermo, le dijo: ¿Quieres ser sano? 7 Señor, le respondió el enfermo, no tengo hombre que me meta en el estanque cuando el agua es agitada; pues entre tanto que yo vengo, otro desciende antes que yo. 8 Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho y anda. 9 Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era sábado aquel día.
10 Entonces los judíos decían a aquel que había sido sanado: Sábado es; no te es lícito llevar tu lecho. 11 Él les respondió: El que me sanó, Él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda. 12 Entonces le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda? 13 Y el que había sido sanado no sabía quién fuese; porque Jesús se había apartado de la multitud que estaba en aquel lugar. 14 Después le halló Jesús en el templo, y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, no sea que te venga alguna cosa peor.
15 El hombre se fue, y dio aviso a los judíos, que Jesús era el que le había sanado. 16 Y por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en sábado. 17 Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. 18 Por esto, más procuraban los judíos matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios.
19 Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que Él hace, eso también hace el Hijo igualmente. 20 Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que Él hace; y mayores obras que éstas le mostrará, de manera que vosotros os maravilléis. 21 Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida; así también el Hijo a los que quiere da vida. 22 Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo juicio encomendó al Hijo;
23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. 24 De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.
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Jesús hace esta pregunta a un paralítico que llevaba treinta y ocho años junto a la piscina esperando un milagro para poder andar. En tales circunstancias, pudo parecer algo retórico y casi cruel preguntarle a ese hombre si quería recobrar la salud. Sus deseos eran evidentes: él aguardaba con ansias el temblor de las aguas y la ayuda de una mano salvadora. Pero Jesús sabía lo que hay en el corazón humano. Él conocía en profundidad nuestros extraños modos de proceder.
Curiosamente, entre las cosas raras que tenemos los hombres, está el hecho de que muchos de nosotros, en el fondo del alma, preferimos seguir postrados para siempre antes que levantarnos. Nos cuesta acercarnos a quien pueda ayudarnos. Tenemos miedo de que diagnostiquen nuestro mal; lo negamos, lo ocultamos y permitimos que él siga su avance. Ésa es la constatación de psicólogos, médicos y directores espirituales. Rechazamos poner los medios que nos hacen andar.
Sólo queremos aliviar los síntomas; aprender alguna receta fácil... pero dejando en claro que el mal es tan profundo que no tiene remedio. Esto vale también en las crisis de fe; en los desgarrones que quitan sentido a nuestra vida. Nos encerramos allí, sin buscar las salidas. Al parecer, nadie quiere sufrir; se diría que todos buscamos la felicidad, pero extrañamente, con frecuencia, ponemos esa felicidad en compadecernos de nosotros mismos o en que los otros se preocupen de nosotros, nos tengan lástima y se nos acerquen. Parece ser que nos gusta que nos miren con compasión.
No es raro encontrar a personas que narran con detalle sus dolencias y que cuentan las incomprensiones y malos tratos que injustamente reciben. Los rencores, las rabias profundas que nos hieren por dentro, los remordimientos malsanos están agazapados en nuestro interior y se agarran a nosotros como una garrapata... y nosotros nos agarramos a ellos como a nuestra identidad. Ellos nos paralizan como el enfermo de la piscina. El verdadero mal no está tanto en el dolor físico o en la pena que tengamos, como en el modo como procesamos ese sufrimiento.
Todos, tarde o temprano, tenemos que afrontar el dolor; el drama es que algunos preferimos quedar entrampados, paralizados para siempre en el mal. Eso explica que Jesús, antes de emprender la aventura del milagro y de la fe, nos pregunte “¿Quieres sanarte?” Para andar, para superar nuestras dolencias es indispensable poner algo de nuestra parte. Todo es gracia pero nada se hace sin la humilde y libre colaboración humana. La vida y la salvación son un regalo, un don de Dios.
La misma aceptación de ese don es también un regalo pero supone la colaboración del hombre: “¿Tú quieres sanarte?” Ante tantas penas, dudas de fe, incomprensiones, faltas de sentido, es necesario hacernos honradamente la pregunta que Jesús formuló al paralítico: “¿Tú quieres sanarte?” ¿Tú quieres levantarte y andar? ¿Tú quieres ayudarte y qué te ayuden? ¿Eres capaz, en verdad, de confiar en los demás y en el Señor? ¿Eres capaz de mirar con honradez la verdadera causa de lo que te pasa?
¿Te atreves a poner los medios eficaces para salir de la parálisis? Si tú no quieres poner, al menos, ese deseo de tu parte, todos tus males son incurables... pero no olvides que el Señor ha venido para invitarte a andar.
Recuerdo que hace algún tiempo me pidieron que orara por una joven que llevaba ocho largos años en cama, en la más completa invalidez. Era un caso perdido. Los médicos la habían desahuciado. Mi marido y yo la visitamos, nos quedamos diez días en su casa y pasamos muchas horas en oración. Yo no dejaba de pensar: «Dios mío, tantos han rogado por ella, incluso algunos que son notables por el don de curación». No sabía qué hacer, y me sentía impotente ante una necesidad tan grande. Creo que sentía un poco de temor.
Me arrodillé junto a la cama, y abrí la Biblia por uno de mis versículos favoritos: «nos libró, y nos libra, y esperamos que aún nos librará de tan grave peligro de muerte» (2ª a Corintios 1:10). Advertí además el versículo anterior, al que no había prestado atención hasta entonces, que dice: «...para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (2 Corintios 1:9). De pronto caí en la cuenta de que no dependía de mí en modo alguno. ¿Qué tenía que ver yo aparte de ser un instrumento? Es Dios el que puede hacer el milagro, no podemos confiar en nuestras aptitudes.
Por muy incapaces que nos consideremos, Dios puede hasta resucitar a los muertos. Llamé a mi esposo y leímos juntos pasajes de la Biblia. Seguidamente, los padres de la muchacha fueron a su cuarto para rogar por ella. Entonces, con una fe muy sincera en Dios, al cabo de aquellos diez días de ayuno y oración y de leer mucho la Palabra de Dios, le dijimos que se levantara en el nombre de Jesús... ¡y se levantó! En ocho años jamás había salido de la cama, y no podía caminar en absoluto, de tan grave que era su dolencia. Todavía camina, y Dios se ha valido de un modo magnífico de ella.
Palabras de Jesús recibidas en profecía “Soy capaz de sanar cualquier cosa”
A Mis primeros seguidores les dije: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra», y: «Todo lo que pidiereis en Mi nombre, lo haré» Mateo 28:18; Esas promesas han convencido a millones de personas de que soy capaz de responder las oraciones. Todo ese poder está a la espera de que lo aproveches y lo actives por medio de tus plegarias. No hay límite alguno a lo que soy capaz de hacer. Puedo sanar cualquier cosa. Hasta puedo devolver la vida y la salud a una persona que ha fallecido. Hace dos mil años, cuando recorrí los polvorientos caminos de Palestina, resucité a algunos, y Mi poder no ha mermado desde entonces.
Palabras de Jesús recibidas en profecía “Soy capaz de sanar cualquier cosa”
Si pude hacer eso, sin duda puedo librarte de cualquier cosa que te aqueje. Puedo obrar lo imposible, y me deleito en tratar casos difíciles. Soy capaz de hacer cualquier cosa que me pidas, siempre y cuando tengas fe. Eso es algo que te quiero demostrar. Puedo devolverle las fuerzas y la salud a tu debilitado cuerpo. Puedo infundir perfecta paz y reposo a tu mente turbada. Puedo poner alegría y luz en tu apesadumbrado corazón. Mi poder para sanar es más eficaz que ninguna medicina o tratamiento. Por eso, acude a Mí, y derramaré sobre ti Mi bálsamo restaurador conforme a tu petición y tu fe. Da por hecho que obraré milagros.
Versículos sobre la Curación 1.La curación formaba parte del ministerio de Jesús: Mat.4:23,24 Recorrió Jesús… sanando toda enfermedad y toda dolencia. Mat.12:15b Le siguió mucha gente, y sanaba a todos. 2.Las promesas sobre curación aún son válidas hoy: Heb.13:8 Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Mal.3:6 Yo el Señor no cambio. Mar.16:17a-18b Estas señales seguirán a los que creen: sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Jn.14:12-14 El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará. 1Cor.12:7,9b A otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. Stg.5:14,15 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos… oren.
Taller ¿Quieres ser sano? Cuando has estado enfermo y quieres sanarte, Jesús te pregunta qué vas a hacer, cuándo, cuánto, con quién y para qué lo has hecho, cuáles han sido los resultados y que cambiarías?: Qué Hacer?
Qué Mantener?
Qué Eliminar?
Qué Reducir?
Qué Aumentar?
Qué Hacer Nuevo?
Cómo Hacerlo?
Con qué ?
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Cuándo?
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