En blanco y negro: Capítulos 25 y 26

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Capítulo 25 Perdiendo el control - ¿Entonces anoche hubo dos...? No sé cómo llamarlos...- Jero frunció un poco el ceño, lo que le hacía parecer de lo más cómico, por lo que Tania sonrió para sí, era de mono.- ¿Escenas en blanco y negro? Estaban acomodados en sus asientos habituales, hablando tranquilamente, pues aún quedaba un buen rato para que la clase comenzara. Ella estaba sentada en la silla y Jero sobre el pupitre, justo como Ariadne, aunque ésta tenía los pies apoyados en la silla; Deker, por su parte, estaba recostado contra la ventana, concentrado en los terrenos del internado. - Sí. Dos, uno en los que comenzáis a trazar una trampa para el malo... - La mala - le corrigió Deker. - ¿Sabes quién tiene a Felipe? - Es bastante previsible - suspiró su amigo, sin volverse. Estaba un poco más raro de lo habitual, lo que ya era decir.- Erika es la mala. Seguramente sea una nazi que busca vengarse de Valeria o algo así. Por eso, huyó de Jero y por eso Felipe se interesaba en ella, para mantenerla vigilada y también investigarla. - ¿Lo sabes por algún tipo de unión chunga con tu versión detectivesca? ¿Es por la máquina esa? - quiso saber Jero. - Es porque ha leído mucho - respondió Ariadne. - El profesor Antúnez la está buscando, ¿verdad? La máquina esa de... Ese... - Ellery Queen - la ayudó Jero, sonriendo después de oreja a oreja.- Mola ser el que da la respuesta, no el que no se entera de nada - se inclinó para propinarle un beso en la frente.- No te preocupes, cariño, aunque me convierta en el cerebrito del grupo, no cambiará nada. - Preocuparme de algo tan poco probable sería estúpido, ¿no crees? - le sacó la lengua, divertida. No siguieron con aquel juego, puesto que sus dos amigos estaban presentes y... Raros. Los dos estaban raros, seguramente sería por todo aquel lío en el que estaban metidos.- ¿Habéis descubierto algo sobre la máquina de...? - Ellery Queen - insistió su novio. - Eso. - Ellery Queen es el pseudónimo de los primos Frederick Dannay y Manfred Bennington Lee - explicó Ariadne, que, de vez en cuando, miraba hacia Deker, que seguía sin moverse.- Los


dos primos escribieron juntos multitud de novelas de misterio y policíacas. Su personaje principal o, el más popular, lo que queráis, era Ellery Queen. Ellery Queen es un escritor de novelas de misterio e investigador aficionado, que suele colaborar con su padre que es policía. >>Dannay y Lee tuvieron otros personajes, claro está, pero Ellery Queen fue el más importante porque, de hecho, se convirtió en una especie de franquicia. Muchos autores emplearon el pseudónimo y el personaje. - Es curioso que usaran el nombre de su detective de pseudónimo y que su detective también fuera escritor. Es...- Jero entrecerró un poco los ojos.- Circular. - Precisamente eso es lo que acabó creando el Objeto. - ¿Y eso? - quiso saber Tania. - Resulta que escribieron todas las novelas en una misma máquina de escribir. Esa misma máquina, tras la muerte de los primos, fue utilizada por más autores del género - Ariadne se retiró el pelo detrás de la oreja, sin dejar de hablar con suavidad.- La máquina fue considerada una especie de amuleto. Ya sabéis, se decía que cualquier autor que la usara, crearía un éxito. >>Por supuesto, no era ningún talismán, no daba buena suerte. No obstante, sí que era un Objeto, pues Dannay y Lee, de algún modo, acabaron dándole vida. Con el tiempo, el poder de la máquina se fue desarrollando hasta que acabó creando vida, como quien dice - la gente empezó a llegar, así que se apresuró en añadir.- Lo que hace es manipular la realidad, haciendo la historia real, de verdad. Por eso, poco a poco, realidad y ficción se están fundiendo. - Pero el profesor Antúnez la está buscando, ¿no? - preguntó Tania. - Ya no tenemos que preocuparnos - asintió su amiga, bajando de la mesa para sentarse en la silla; una vez ahí, se volvió un poco.- Gerardo la está buscando con ayuda de Kenneth. En cuanto la localicen, la robaré y ya no tendremos más problemas. Tania suspiró aliviada, antes de volver a recordar el segundo fragmento en blanco y negro que había visto: en aquella escena, el detective Sterling se encarga de quedarse a solas con Ariadne para, así... Pues eso, había tenido que cerrar los ojos y taparse los oídos, pues estar presente en una situación tan íntima era muy incómodo. Claro, por eso estaban tan raros sus dos amigos. Estaba siendo una mañana de lo más extraña: primero habían desayunado en el cuarto de los chicos una riquísima tarta de queso que habían traído sus dos amigos, después se habían reunido para aclarar el tema de la máquina de escribir, luego había tenido que jugar codo con codo con Rubén en clase de gimnasia... Y lo peor del caso era que Jero estaba especialmente malhumorado, aunque era su cumpleaños.


Tania intentó hablar con él, animarle, pero su novio se mostraba esquivo y, al final, optó por dejarle tranquilo, mientras escuchaba al profesor Murray. - Con esto, terminamos el tema del realismo - explicó, tras resolver la duda de un alumno; se acercó a su escritorio, donde empezó a rebuscar en su maletín.- Ya os dije que, ahora que yo imparto la asignatura, los trabajos iban a ser el cincuenta por cierto de la nota. Pues bien, va a ser un trabajo por tema. Ella se limitó a resoplar, uniéndose así al descontento general. En un principio, a casi todos les había parecido bien el sistema de los trabajos, pues era mejor que jugárselo todo en el examen como con la profesora anterior. Pero, claro, el ponerse a hacer un examen por tema iba a ser una tarea realmente tediosa. - Como también os dije, el realismo iba a ser el tema más largo y, de hecho, nos ha llevado más tiempo del esperado - siguió explicando, ignorando sus quejas.- Por eso, he decidido que os voy a dividir en parejas y haréis un trabajo sobre una de las obras que hemos visto en clase... - Profesor Murray, ¿y las parejas...? - preguntó una de sus compañeras. - Las decidirá el azar - la interrumpió, colocando sus carpetas sobre el escritorio para vaciar el maletín.- Escribir cada uno vuestro nombre en un trozo de papel, lo dobláis y los echáis. - Ya ha aprendido la lección - rió Santi. Ella se volvió hacia el chico para sonreírle, como esta haciendo Miguel, su compañero de pupitre. La primera vez que les había puesto un trabajo, en el trimestre anterior, había terminado sufriendo las peleas por las parejas, el caos y un montón de protestas. Por eso, no le sorprendía que hubiera elegido aquel sistema. El hombre se limitó a leer la obra en cuestión y, seguido, dos nombres que sacaba del maletín. A Ariadne le tocó trabajar junto a una compañera de clase, Alexandra Emerson, que sonrió tímidamente al conocer la noticia. Un par de parejas después, el profesor Murray declaró que Jero haría equipo con Santi; tras apuntarlo, alzó la mirada: - Marianela de Benito Pérez Galdós... Tania Esparza y... Rubén Ugarte. El corazón le dio un vuelco. No quería, pero tampoco podía evitar aquella taquicardia emocionada. Sin embargo, la exaltación tardó un segundo en desaparecer, siendo sustituida por la preocupación que le supuso aquella coincidencia: ¿cómo iba a trabajar a solas con Rubén? ¿Cómo iba a hablar siquiera con él? Desde que discutieran tras la función de teatro, ni siquiera había reparado en él. Estaba a punto de recordar las otras veces que habían hecho un trabajo juntos, cuando fue consciente de algo: Jero. Si a ella estaba a punto de darle un síncope, ¿cómo se lo tomaría él? Se


volvió un poco para encontrar una máscara inexpresiva, además de una mirada que indicaba que el chico se encontraba a kilómetros de ahí. Le acarició, intentando entablar algún tipo de conversación con él. Quería gritarle que aquello no importaba, que aunque su corazón había dado un vuelco, no tenía importancia, que Rubén ya no significaba nada para ella, que no quería sentir nada por él... Por suerte, la clase terminó antes de que pudiera ahondar en el tema de Rubén. Por desgracia, Jero salió disparado sin mirarla a ella o a nadie. - ¡Jero! - le llamó con voz temblorosa. Por primera vez en su vida, las miradas y los cuchicheos de los demás no le importaron nada, absolutamente nada. Sólo él era importante. Por eso, se levantó a toda velocidad para seguirle a través del pasillo, sorteando a la multitud de alumnos que abandonaban unas aulas para entrar en otras. - ¡Jero! ¡JERO! El chico se había detenido junto a las escaleras que conducían al primer piso, miraba al frente, sin moverse, por lo que Tania no pudo ver su expresión. Sin embargo, cuando habló lo hizo con un tono extraño, irregular y deprimente, algo que no tenía nada que ver con la habitual alegría que solían desprender sus palabras. Aquello le provocó tal nudo en el estómago, que dejó de correr paulatinamente; de hecho, al final acabó dando un par de pasos lentos para quedar a pocos centímetros de su espalda, sin atreverse a mirarle a la cara. A cada movimiento que había hecho, la angustia se había aferrado más y más a sus tripas, por lo que tenía ganas de vomitar y comenzaba a sospechar que, en cualquier momento, las piernas le iban a fallar. - Tania...- logró decir él.- Por favor... Déjame solo. Y Jero siguió hacia delante a toda velocidad. Durante un segundo, no pudo más que quedarse ahí quieta, como un pasmarote, mientras veía que Jero abandonaba el edificio. ¿Pero qué estaba ocurriendo? ¡Era una maldita casualidad! ¡Nada más! ¿Por qué Jero estaba tan mal y ella...? ¿Por qué se sentía culpable? Agitó la cabeza, apartando todas aquellas preguntas que no la llevarían a nada, antes de poder reaccionar. Entonces, bajó los escalones a toda velocidad, esquivando a los alumnos que seguían con su rutina diaria, para poder alcanzar la salida. Hacía un frío terrible. Estaban en febrero y ella sólo llevaba una camisa blanca, además de la corbata y la falda plisada. Una vez más, no le importó nada, a excepción de Jero que se había dejado caer en el suelo a varios metros de la entrada; en un principio habría apoyado la espalda en


el tronco del árbol, pero había acabado enterrando el rostro entre las manos, por lo que permanecía encorvado. Se acercó con lentitud, sin saber muy bien qué decir. Se echó el pelo hacia atrás con un gesto, además de humedecerse los labios, antes de hablar: - Jero... Hace mucho frío, vamos dentro, anda. - Si entro ahí, me ahogaré. - Pero tenemos clase. - Ve tú, yo me quedo. Seguía sin moverse, ni siquiera intentaba mirarla, por lo que Tania se sintió todavía más angustiada. Sin embargo, mantuvo la compostura, acuclillándose frente a él, mientras le acariciaba las manos con dulzura. - ¿Estás enfadado conmigo? - ¿Por qué habría de estarlo? No has hecho nada. Notó sinceridad en sus palabras, lo que la descolocó. No sabía qué estaba pasando, por qué Jero estaba tan mal. Asintió con un gesto, sentándose justo a su lado, al mismo tiempo que el silencio se alzaba entre ellos. Normalmente, no le importaba el que se quedaran callados, no era incómodo, sino algo natural, algo bueno, pues era una prueba más de lo unidos que estaban. Aquel silencio era distinto. Era como una losa, pesado; también era como la niebla, espeso, frío, algo que no les permitía verse bien. No le gustaba aquel silencio, no presagiaba nada bueno, así que lo rompió ella: - Yo no he elegido con quién hacer el trabajo. - No, no lo has elegido - corroboró él con amargura. - ¿Entonces por qué estás así? Jero, no lo entiendo...- admitió con un hilo de voz, dándose cuenta de que el nudo aumentaba, de que apenas podía respirar y de que, por algún extraño motivo que no alcanzaba a comprender, sólo quería llorar.- ¿He hecho algo, Jero? Porque, si es así, no me he dado cuenta y... ¡Por Dios!, ¿quieres hacer el favor de mirarme? El chico permaneció unos instantes más en aquella posición, aunque después se incorporó y... Fue peor. Sus enormes ojos azules, habitualmente brillantes y risueños, estaban apagados, incluso más oscuros de lo que eran. Parecía tan mayor... Y tan triste... Y tan lejano... - ¿Acaso no lo entiendes? - articuló con voz rota. - No... Por eso te lo pregunto: ¿qué pasa? - Que tú no lo has elegido, nunca lo eliges, pero... Aún así...


Jero cerró los ojos de nuevo, de sus pálidos párpados se escaparon un par de lágrimas; esas dos nimias gotas, fueron como dos puñales envenenados que se clavaron en el alma de Tania. Se mordió un labio hasta hacerse sangre para no imitarle, para mantenerse entera.

Así te sentiste cuando casi te matan, ¿verdad? Porque duele como si me estuviera muriendo. No quiero perderte, Jero. A ti no. - No sabes lo duro que es - prosiguió el chico, echando la cabeza hacia atrás.- Es... Es como intentar atravesar una pared, siempre me golpeo contra ella. Siempre duele...- hizo una pausa, en la que agitó la cabeza.- Tú no lo eliges, ni él lo hace, pero siempre acabáis juntos. Da igual lo que pase, acabáis juntos. La obra de teatro, el equipo de baloncesto, los trabajos... >>Es como... Como si el universo se empeñara en que estuvierais juntos y yo tuviera que pelear una y otra vez contra él - se pasó ambas manos por el revuelto pelo negro, antes de cerrar una de ellas en un puño, que estampó contra el tronco del árbol, sobresaltando a Tania.- Y luchar cada vez es más difícil. Pero estoy dispuesto a hacerlo, lucharé hasta... Hasta quedarme sin fuerzas, incluso más allá. Pero... También tengo tanto miedo... Y me siento tan impotente. No puedes saberlo, Tania. ¿Qué puedo hacer contra la suerte y la casualidad? El tono de la voz de Jero la desgarró con tanta crudeza como si la hubiera partido en dos con una sierra mecánica. Dolía tanto verlo tan destrozado, verle sufrir por ella. No lo soportaba. Contuvo las ganas de llorar, se hizo la fuerte, ya que no se sentía así en absoluto. Tenía que serlo, tenía que mostrarse decidida, entera, la roca en la que Jero podía apoyarse cuando se sintiera desfallecer como en aquel momento. Por eso, se arrodilló frente a él, tragando saliva para poder mantener la voz uniforme. Temblaba, pero ya no sabía si se debía al frío o a la situación. Alargó las manos, que se agitaban de forma espasmódica, para poder sostener entre ellas el helado rostro de Jero, que la miró con ojos vacíos y húmedos. - No tienes que hacer nada. - Tania... - Escúchame - dijo con decisión, acercando su faz a la de él.- Yo te quiero. Te quiero a ti, Jero, sólo a ti. Y quiero estar contigo. Contigo. Y por eso no tienes que hacer nada, simplemente ser tú. Como si tengo que hacer mil trabajos con Rubén, no me importa, me da igual. Porque él no eres tú, por eso no tienes que luchar contra nada. - Eso piensas ahora - murmuró, decaído.- Pero Rubén es una gran persona. De verdad, es mucho mejor que yo y... Tarde o temprano te darás cuenta - hizo una pausa, antes de acariciarle el pelo con dulzura.- ¿Sabes por qué me han regalado una tarta de queso?


- No. - Porque Rubén se lo ha dicho. - No puedes saber eso... - Claro que sí - asintió, acompañándose de un gesto.- El año pasado Rubén me prometió que me haría una y se ha encargado de que la reciba, aunque no seamos amigos - rió un poco, con cierta amargura.- Yo le traiciono y él cumple sus promesas. Al darme cuenta de eso, he sabido que te voy a perder. Lo del trabajo sólo ha sido la confirmación. - ¡No! Tonterías. No me importa nada de eso. Como si ahora mismo encuentra la vacuna contra el cáncer o erradica el hambre en el mundo. No me importaría lo más mínimo, nada se removería en mí porque no eres tú. Te elijo a ti, te quiero a ti. Sólo a ti. Jero pareció reaccionar, se le vio algo más animado. - ¿Sólo a mí? - Sólo a ti. ¿Quieres que lo grite? El chico rió un poco, agitando la cabeza para negar su proposición, por lo que Tania pudo volver a sonreír. Entonces, se inclinó hacia delante para apoyarse en el pecho de Jero, al mismo tiempo que decía: - Y ahora abrázame, que me estoy congelando. - Te abrazaré siempre que quieras. Siempre. La envolvió con sus brazos, transmitiéndole algo de calor humano, mientras el rostro de Tania se desencajaba, pues, aunque estaba convencida de querer a Jero y de querer estar con él, tampoco podía negar que su corazón latía más rápido con solo escuchar el nombre de Rubén.

 <<Lunes por la tarde. Biblioteca. En la mesa de la entrada>>. Habían sido las parcas palabras de Tania a la hora de la comida, sólo le había dicho eso, pero había sido más que suficiente para volver a sentirse alegre. Cada vez que se concentraba, podía reproducir en su cerebro el tono exacto en el que Tania se las había dicho. Echaba tanto de menos conversar con ella... Podía sobrevivir sin los besos, sin tocarse, pero la añoraba tanto a ella, su risa, la forma en que pronunciaba “jolín” alargando la última sílaba... Después de comer, había acudido a su dormitorio para despedirse de Santi y coger su maleta, pues aquel fin de semana debía pasarlo en casa de Erika. No le apetecía lo más mínimo, pero no le quedaba otra, pues los Cremonte iban a celebrar algún tipo de velada importante a la que debía acudir como una especie de aprendiz de Pascual Cremonte.


Por eso, estaba en la salida, esperando para despedirse de Erika, aunque lo que en realidad hacía era mirar a Tania desde la distancia. Se sentía un poco como un acosador, pero lo único que estaba a su alcance era contemplarla. Además del anorak blanco, sólo se le veía la falda marrón y sus manoletinas preferidas. Estaba tan bonita. Se encontraba bastante lejos, pero, aún así, le pareció ver que el señor Esparza le miraba con el ceño fruncido, como si anhelara una muerte lenta y dolorosa para él.

Pues si que me tiene tirria... En aquel preciso momento, Tania besó a Jero en los labios para despedirse, lo que para Rubén fue peor que una patada en la entrepierna. - Perdona la tardanza, cariño, ¿te vas ya? Miró una vez más en dirección a Tania, que sonreía a Jero; éste parecía reticente a soltarle las manos. Ella rió una vez más, llamándole algo cariñosamente, antes de subirse al coche de su padre. En aquel momento, el señor Esparza se despidió de forma afectuosa del chico, que se quedó ahí quieto, mientras el vehículo arrancaba. Suspiró. Quizás las cosas serían mejor así, los tres parecían felices... - Ya me voy - asintió, cogiendo la maleta, mientras echaba a andar en dirección al automóvil de los Cremonte.- No vaya a ser que el amigo de tu padre tenga que esperar.

 - El ladrón escapó, pero, al menos, no consiguió robar esto. Tim le tendió una caja a su supervisor. Era cuadrada, delgada, de terciopelo azul oscuro como la tinta. Éste, que no parecía especialmente contento ante su informe, la abrió y el gesto le cambió, pues una sonrisa apareció en sus finos labios. Dentro del estuche descansaba un ostentoso collar de grandes esmeraldas y pequeños diamantes, que parecía sacado del mismísimo cuello de la reina de Inglaterra. Su supervisor, Guillermo Benavente, se lo acercó a la cara para poder examinarlo mejor; después, volvió a cerrar la delgada caja con cuidado. - ¿Sabes qué es esto, Timothy? - Un Objeto, supongo - respondió en español, últimamente lo estaba practicando tanto que acabaría hasta perdiendo su fuerte acento londinense.- El ladrón se esforzó mucho, pero al final prefirió huir. - Es un collar maldito. Ahoga a toda aquella mujer que se lo pone.


Guillermo Benavente era un hombre alto, fornido, de cabello negro con alguna que otra beta plateada surcando sus sienes. Llevaba unas gafas de montura cuadrada sobre una nariz recta, que cubrían un par de ojos oscuros. Le hizo un gesto con la cabeza para que saliera de la sala y Tim obedeció, quedándose de pie en medio de una amplia galería. A través de las ventanas, podía ver el cielo negro que debía de estar cubierto de nubes, pues no se veía ni una sola estrella. Estaba en una de las casas que tenían desperdigadas los Benavente a lo largo del mundo, donde se reunían además de guardar Objetos. Llevaba ya dos meses perteneciendo a uno de los círculos de aquella extraña familia y ni siquiera conocía más allá de un par de ellas. De hecho, había estado casi todo ese tiempo persiguiendo a un hacker que había estado molestando a varias agencias gubernamentales, lo que le había valido afianzar su posición en los Benavente. No había descubierto absolutamente nada de sus padres, aunque sí que sabía que había, al menos, dos tipos de integrantes: unos que conocían más que otros. En más de una ocasión, se habían deshecho de él para tratar temas que, supuestamente, no eran de su incumbencia. Además, había descubierto que, aparte del listado de casas seguras que le habían hecho memorizar por si las necesitaba, tenían una serie de instalaciones secretas. Las había conocido al entrar de forma furtiva en la red de los Benavente, tras haber hackeado sus ordenadores, pero tampoco había averiguado demasiado. Eso sí, si lo tenían todo tan oculto, tenía que ser por algún motivo... ¿Pero cuál?

¿Qué ocultáis? ¿Qué escondéis con tanto ahínco? La puerta a sus espaldas se abrió. Guillermo Benavente se reunió con él, frotándose las manos, mientras volvía a sonreírle. - ¿Cuándo vuelves a Londres, Tim? - Mañana por la noche. - Estupendo - asintió el hombre, dándole unas palmaditas en la espalda.- Así podrás hacerme compañía. De hecho, ¿sabes qué? Vamos a ir a cenar, a tomar unas copas y dormirás en mi casa. Mi mujer y mis críos están visitando a mi suegra. No le apetecía lo más mínimo, pero sabía que podía ser una gran oportunidad para poder sonsacar algo a su supervisión.

 No sabía qué hacía ahí. Erika se había quedado en el internado para hacer el trabajo de literatura ese mismo fin de semana y ya quitárselo de encima, así que Rubén estaba solo en aquella


casa. No quería aprender nada de Pascual Cremonte. Dudaba mucho que pudiera sacar algo de él, además de lecciones para convertirse en una especie de Vito Corleone español. Estaba en el salón de los Cremonte, solo, paseando distraídamente, mientras recordaba el contrato que había firmado la última vez que había estado ahí. - Vaya, veo que no estoy solo. Sorprendido, se volvió para contemplar a un hombre que acababa de llegar. Era asiático, alto, de pelo negro azabache e iba vestido elegantemente con un traje de color hueso combinado con una camisa azul y una corbata de rayas. El recién llegado dejó el abrigo que llevaba doblado en el brazo en un sofá, antes de acercarse a él, tendiéndole una mano. Rubén se la estrechó, mientras se presentaba: - Rubén Ugarte. El hombre le miró fijamente, en sus labios asomaba una sonrisa, como de quien descubre algo interesante, por lo que Rubén se sintió un poco violento. Su nombre había despertado algo en aquel misterioso hombre, ¿pero el qué? - Eres el hijo de Beatriz de la Hera, ¿verdad? - Sí... ¿De qué conoce a mi madre? - Somos viejos amigos. El desconocido fue a añadir algo más, pero entonces los señores Cremonte entraron en el salón. Encarna, la madre de Erika, fue directa a estamparle dos besos en las mejillas, mientras Pascual le estrechó las manos al recién llegado, que debía de ser el amigo y hombre de negocios que estaba esperando, el responsable de aquella cena. - Veo que ya conoces a mi futuro yerno - sonrió Pascual, volviéndose hacia él.- Rubén, te presento a uno de mis socios más apreciados e importantes: Mikage Nagato.

 Como tus indicaciones estén mal, te voy a matar, Mikage... Era ya más de medianoche, cuando Álvaro llegó a la parte de atrás del bloque de pisos de lujo donde vivía su futura víctima. Al ser viernes, la ciudad de Barcelona estaba llena de gente con la que podría fundirse una vez cometiera al crimen, pero eso también suponía que cualquiera podría verle. Por eso, había decidido emplear la zona trasera, donde entraba y salía el servicio. Miró hacia ambos lados, no había nadie. Se quitó la cazadora y los vaqueros; éstos últimos los sustituyó por unos ajustados pantalones negros, a juego con el jersey de cuello alto


que llevaba puesto. Después, se colocó encima una chaqueta de repartidor y una gorra que se caló bien, casi cubriendo por completo tanto sus rubios cabellos como su rostro. Así pudo colarse en el apartamento con suma facilidad. Estaba a oscuras, vacío, pues su dueño todavía no había llegado, aunque lo haría en el transcurso de la noche y... Entonces... Tuvo que esperar únicamente una hora para escuchar pasos. Raudo, acudió a la puerta para mirar a través de la mirilla y comprobar con espanto que su víctima no iba sola. Tras una retahíla de maldiciones dedicada a Mikage, se quedó pegado contra una esquina del recibidor para esconderse.

¡Me dijiste que iba a solar solo! So-lo. ¿Y ahora yo qué cojones hago? Dos hombres entraron, uno más alto y delgado que el otro, al que Álvaro reconoció como su víctima: Guillermo Benavente. Los dos se tambaleaban al caminar, aunque el alto lo hacía muchísimo menos y, de hecho, servía de apoyo al otro.

Hoy es el mejor día para el asesinato: la familia de la víctima no está presente, va borracho... Las condiciones son inmejorables... Salvo por el otro. Si me ve, tendré que matarle también. Otra opción sería colgarle el muerto, pero... Le supondría la muerte también, aunque... Bueno, quizás haya algún Objeto que borre la memoria o la manipule y pueda hacerle creer que no llegó a subir. De momento, lo dejo inconsciente y luego ya veo. Se movió de manera sigilosa, atravesando el extenso recibidor para llegar al salón. La fachada consistía en una amplia cristalera, por lo que las luces de Barcelona iluminaban pobremente la sala, lo suficiente para poder ver. Por el camino, había cogido un paraguas con un mango de cuero que resultaba contundente y con un remate en forma de afilada aguja de metal. Contuvo la respiración. Mientras tanto, el hombre más alto ayudó a sentarse a Guillermo Benavente, que se reía de forma estúpida, pidiendo otra copa. El primero fue a obedecer, incluso se acercó al mueble bar que le señaló el Benavente. Entonces actuó. Se movió a toda velocidad, cruzando la habitación en un visto y no visto, mientras hacía girar el paraguas entre sus manos para cogerlo de la forma adecuada. Lo atrapó justo donde el mango comenzaba. Había llegado al mueble bar. Antes de que el hombre pudiera ni volverse, le estampó la empuñadura de cuero en la cabeza con un golpe certero.


Éste se desplomó en el suelo, sonando como un fardo al aterrizar. Las nítida luz artificial de la ciudad cubrió a su primera víctima. Era un joven de rubios cabellos al que reconoció a la primera: Timothy Ramsey, el hacker amigo de Deker Sterling.

De puta madre.

 ¿Mikage Nagato? ¿Mi-Mikage...? Desde que Pascual les había presentado, Rubén no había podido articular palabra. Se limitó a seguirles al alargado salón donde solían celebrar las cenas importantes y a engullir de forma mecánica un bocado tras otro, mientras miraba al resto de comensales con lo que debía de ser una cara de idiota descarada. Podía no ser un ladrón o un Benavente o... Nada, que era lo que era en realidad. Pero, aún siendo nada, sí que sabía quién era Mikage Nagato: el actual rey de los asesinos, que se hizo con el título tras masacrar a la anterior familia real, los James. Se preguntó si los Cremonte sabrían su verdadera identidad. Se preguntó por qué conocía a su madre. ¿Estaría todo relacionado? - Si me disculpáis...- Encarna se puso en pie, mirándolos con una sonrisa educada en los labios. No se había dado cuenta, pero ya habían terminado de comer los postres.- Es tarde y no creo que necesitéis mi presencia. - Buenas noches, señora Cremonte - se despidió Mikage con un gesto de cabeza. - Buenas noches, cariño. Pascual se puso en pie para besar la mejilla de su esposa, que no dudó en estampar otros dos besos a Rubén en las suyas. Él, únicamente, pudo balbucir algo parecido a lo que había dicho el rey de los asesinos, al mismo tiempo que deseaba con todas sus fuerzas poder quedarse a solas con él. No abandonó ese ruego silencioso durante la siguiente hora, en la que se dedicaron a beber licores y a intercambiar historias y anécdotas. Rubén no probó ni una gota de alcohol, pues necesitaba que su cerebro rigiera con normalidad, incluso de forma más aguda de lo habitual. Fue entonces cuando el teléfono sonó. Rubén hasta cerró los ojos un momento, mientras apretaba con fuerza el vaso lleno de agua que tenía entre los dedos.

Por favor, que te tengas que ir. Me da igual cómo o por qué, pero vete. Vete, vete, vete...


Un mayordomo entró silenciosamente en la sala, yendo directamente hacia su señor, a quien susurró algo en el oído. El rostro de Pascual cambió de forma drástica, aunque Rubén no supo interpretar sus rasgos; tampoco tuvo oportunidad de fijarse en ellos, pues el hombre se excusó con unas pobres palabras y se marchó con rapidez.

¡Por fin! - Tenías ganas de que se fuera, ¿eh? - Mikage curvó sus labios en una mueca torcida, antes de inclinarse sobre la mesa para hacerse con una de las botellas, la de ron.

¿Puede leerme el pensamiento? Con todo lo que he visto, no sería de extrañar... - Si te estás preguntando si estoy leyendo tu mente...- prosiguió el asesino con suavidad, mientras llevaba su vaso de tubo.- No. Ni siquiera puedo hacer algo así - debió de notar su sorpresa, pues se echó a reír, agitando la cabeza de un lado a otro.- Ay, Rubén, Rubén... No necesito telepatía para saber qué piensas. Sólo tengo que observarte, tu rostro es como un espejo, refleja perfectamente qué estás pensando. - Bueno... Eso no importa, yo... - Sí que importa - le interrumpió, echándose hacia atrás para repantigarse en la silla; clavó el codo en uno de los brazos de ésta, para poder apoyar la barbilla en la palma de la mano. Rubén se sentía como examinado por rayos x, pues los oscuros ojos del hombre parecían poder atravesar su cuerpo y su alma.- No puedes ir por ahí mostrando todo lo que guardas en tu interior. En ese caso, la gente sabe qué esperar de ti y no hay nada como el factor sorpresa. ¿O es que en el póquer se enseñan las cartas? - No juego al póquer. - No, el póquer es inofensivo, este juego en cambio... Es mortal. - No estoy jugando a ningún juego. - ¿Y qué crees que estás haciendo aquí? - preguntó, desviando su negra mirada hacia el cuadro familiar de los Cremonte que coronaba la sala.- ¿Qué crees que eres para ellos sino un peón? ¿Qué crees que eres para tu madre? Te lo diré, otro peón - se quedó callado un instante, en el cual paladeó un sorbo de ron.- ¿Sabes jugar al ajedrez, Rubén? - No. - En el ajedrez, los peones están en primera línea, ¿sabes? Hay ocho contra las parejas de torres, alfiles y caballos, además de la reina y el rey. ¿Sabes por qué? - No - gruñó Rubén, tenía la impresión de que Mikage se estaba riendo de él. Eso le enfurecía, pero, al mismo tiempo, no podía evitar temblar de puro miedo. No tenía una razón


lógica en la que basarse y, aún así, sabía que el hombre no le estaba mintiendo, la estaba diciendo la verdad y era una verdad que no le iba a gustar.- ¿Por qué? - Porque los peones son prescindibles. Son intercambiables, débiles, unas piezas por las que nadie se preocupa. Y tú, amigo mío, eres un peón. - Usted no sabe nada de mí. - Deberías aprender a mentir mejor, al igual que deberías aprender a controlar tanto tu lenguaje corporal como tu expresividad - ante aquel comentario, Rubén supo que sus patéticas palabras anteriores no habían tenido más efecto en Mikage que hacerle parecer un niño tonto.- Si quieres ser un enemigo formidable, debes aprender a que nadie conozca tus intenciones. ¿O es que no has aprendido nada de la princesita de los ladrones? - ¿Conoce a Ariadne? - Desde que nació - asintió, acompañándose de un gesto desdeñoso.- No te sorprendas tanto. Su guardaespaldas era el heredero legítimo de mi clan, mientras que ella es la que reinará al de los ladrones durante mi reinado. Rubén observó, asombrado, que Mikage era la primera persona que le estaba dando respuestas auténticas sin parpadear. Por eso, su curiosidad aumentó hasta el punto de necesitar saciarla, por lo que abrió la boca sin detenerse a pensar: - ¿Los Cremonte saben quién eres? - Sólo soy un mero empresario para ellos, incluso un amigo. - ¿Entonces qué haces aquí? - Cultivar mis relaciones con una familia que, además de buenos negocios, está metida de algún modo en todo este juego - se encogió de hombros, antes de sonreír de nuevo, aunque con aire felino, incluso juguetón.- Y conseguir una coartada, por supuesto. - ¿Una coartada? - Hay una persona que deseo ver muerta, pero yo no puedo matarla, di mi palabra. Así que sólo he tenido que encontrar el tecnicismo para lograr mi meta. Pero, claro, necesito que sepan que yo no he sido, por eso estoy aquí, para que todos vosotros demostréis que yo no he matado a nadie - alzó su vaso hacia él.- Y, por si fuera poco, he podido conocerte de una vez. Una velada muy práctica, sin duda. - ¿De una vez? - se extrañó Rubén, frunciendo el entrecejo.- ¿Mi madre te ha hablado de mí? - el asesino asintió con un ademán.- ¿De qué conoces a mi madre? - Sin quererlo, Beatriz me hizo un gran favor. - ¿Qué favor?


Mikage volvió a quedarse callado, escrutándolo con la mirada, mientras Rubén creía que se iba a ahogar. Tragó saliva en un estúpido intento por calmarse. No pudo. Aquella maldita espera le estaba matado, sobre todo porque sabía que, tal y como había ocurrido hasta entonces, cuando más descubriera sobre su madre, más la vería como a una extraña. - Mató a uno de mis hombres, un maldito desertor llamado Rafael Martín.

 No tuvo tiempo de pensar en Timothy Ramsey, ya que, por el rabillo del ojo, vio que algo se acercaba a él y tuvo que tirarse al suelo para esquivarlo. Al tocar el parquet, giró sobre sí mismo, dando una elegante voltereta. Acabó en cuclillas, dispuesto a moverse cuando hiciera falta. Frente a él, Guillermo Benavente empuñaba una larga espada de acero. Un Objeto. Uno que le ayudaba a estar más sobrio, lo que iba a ser todo un incordio. Sin embargo, no iba a permitir que uno de aquellos malditos policías le matara, había demasiada gente que dependía de él como para dejarse morir. El hombre hizo una finta, abalanzándose sobre él. Álvaro saltó hacia atrás, esquivando el golpe con facilidad. Dejó que Guillermo Benavente atacara una vez más, aunque detuvo el filo con el paraguas a apenas un centímetro de su costado. Empleando la fuerza, le obligó a desviar la espada en dirección al techo, mientras él se agachaba, girando sobre sí mismo. Asestó un golpe certero. La punta metálica del paraguas, rasgó la piel de su enemigo, propinándole un corte bastante profundo, De un salto, se subió al respaldo del sofá, donde sólo tuvo que repetir ese movimiento para esquivar un nuevo ataque por parte del Benavente. En cuanto sus pies volvieron a estar sobre el mueble, hizo girar el paraguas para estampar el mango en pleno rostro del hombre. Éste cayó al suelo. Su nariz sangraba a borbotones. Se la había roto. Álvaro saltó hasta situarse a su lado, apartándole la espada de una patada. El hombre abrió los ojos desmesuradamente, intentando decir algo, aunque sólo le salió un hilo balbuceante, aterrado: - N-no... N-no puede ser... Esa espada... Guillermo Benavente se echó hacia atrás como pudo, más pataleando en el aire que otra cosa, hasta que su espalda chocó con la cristalera. Podía ver el pánico en su rostro. Estaba pálido, temblaba, sus pupilas estaban dilatadas... Pensando en que iba a morir, estaba sufriendo lo indecible. De hecho, si algo había aprendido Álvaro a lo largo de sus años como asesino, era que


los instantes previos a la muerte eran una auténtica tortura, mientras que la muerte en sí suponía el descanso eterno para su víctima. Ésta seguía revolviéndose, tan aterrada que no podía ni pensar en escapar. Álvaro decidió que no podía dejar que lo pasara tan mal, tenía que acabar con aquel suplicio, por lo que se echó hacia delante, cerrando las manos entorno al cuello de Guillermo Benavente. Le bastó una mera torsión de muñeca, además de una buena cantidad de fuerza, para romperle el cuello. El cadáver se desplomó hacia un lado, donde sus ojos en blanco parecían reverberar en aquella semioscuridad, casi como si le miraran acusadores. Pero Álvaro sólo podía mirar la foto familiar que presidía el salón.

 Se había besado con Deker. Llevaba pensando en eso todo el día. Por la madrugada, mientras preparaban la tarta para regalarle a Jero, había besado a Deker. Y había sido tan... Mágico, especial, apasionado... Incluso en aquel momento, casi a medianoche, seguía sintiendo la calidez de los labios de Deker en los suyos. Nunca había experimentado algo así, jamás se había sentido así al besar a alguien. Había una parte de ella que no podía estar más asustada. Por mucho que pensarlo le causara un nudo en el estómago, debía de ser consciente de que aquello tenía fecha de caducidad, de que iban a sufrir los dos... Por eso no había estado a solas con Deker desde el beso, ni siquiera habían hablado de eso, se habían limitado a hacer como si nada... Pero quería verle. Anhelaba sus labios como nunca había echado algo de menos, era casi como si sintiera la urgente necesidad de besarlos para poder vivir.

No... Deberías mantenerte alejada, deberías dejarle en paz. No quiero que Deker sufra, no quiero hacerle daño. No quiero perderle... Tenía tantas ganas de gritar a pleno pulmón para desahogarse. Estaba tan cansada de vivir en una contradicción continua... Sin embargo, detestaba que nadie tomara decisiones por ella, así que creía que su mejor opción era consultarlo con Deker. Tenía derecho a opinar, a decidir. << Si el mundo se desvanece porque te beso... Que le den>>. Recordando la frase más bonita que jamás le habían dicho, se encaminó emocionada hacia el dormitorio de los chicos. Había estado cenando con Jero, que le había explicado que


pasaría la noche en la habitación de Miguel junto a Santi, viendo un maratón de películas. Por eso, sonrió, sabía que podrían estar a solas y se moría de ganas. Cuando llegó a la puerta, sonreía de oreja a oreja, sintiéndose estúpida. Estaba tan emocionada como cuando robó por primera vez, aquel maravilloso Rembrant que había sido robado mucho tiempo atrás por sus dueños en ese momento. No, aquello era incluso mejor. Estaba segura de que Deker estaría tirado en la cama, leyendo. Él siempre leía y parecía abstenerse de la realidad, como si ya nada más le importara. Le gustaba verlo así, sin corazas, siendo sólo Deker. Por eso, entró sin ni siquiera llamar, sonriendo como hacía tiempo que no lo hacía. Y la sonrisa se le quedó congelada en los labios. Deker no estaba leyendo. Deker estaba en la cama, desnudo... Junto a Erika.


Capítulo 26 Memory Lane En cuanto el embrujo de la máquina de escribir desapareció, Deker abrió los ojos para encontrar a Ariadne dormida a su lado. Su rostro estaba calmado, sus labios curvados levemente y su pelo abriéndose como un abanico en el suelo. Estaba tan hermosa... Y la había besado. Y la quería. Al verla a su lado, tan desprotegida y tan calmada, le había resultado imposible mantener a raya aquel pensamiento. Por mucho que deseara negarlo, por mucho que quisiera que no fuera así, la verdad era que la quería. Irremediablemente. Y aquella idea le asustaba tanto que no podía respirar. Por suerte, en cuanto Ariadne despertó, tuvieron que ir a felicitar a Jero y, después, no le costó esquivarla, ayudado seguramente por el hecho de que ella quería huir de él también. Durante la clase de gimnasia, se había sentado en las gradas, pues aquel día no le tocaba jugar al baloncesto. De hecho, el partido era entre el equipo de Jero y el de las chicas. Estaba ahí, intentando no pensar, intentando no salir corriendo, cuando vio que Erika se situaba a su lado. De inmediato, encontró el símil entre la chica y un depredador en busca de su presa. No le importó lo más mínimo. Todo lo contrario. Sabía lo que Erika pretendía, ni él estaba tan afectado ni ella era tan sutil, pero no quiso ofrecer resistencia, se dedicó a seguir su juego hasta que acabaron en la cama. Entonces sí que perdió el sentido, se limitó a aferrarse a aquel sexo salvaje, sucio y traidor... Hasta que todo se fue a la mierda. Ariadne había acudido a su dormitorio. En cuanto abrió la puerta, la vio, vio su ilusión... Y como toda ella se hacía pedazos. Eso sí, no se inmutó ni uno solo de los músculos de su cuerpo al sacar a relucir a su personaje, a La princesa de hielo. Aferrada a la puerta con una mano, se limitó a mirarlos como si no sintiera nada. En aquel momento, Erika sonrió con aire felino, mirando a la recién llegada por encima del hombro, mientras le abrazaba. - ¿Quieres algo, princesita?


- Estaba buscando a Jerónimo Sanz, pero ya veo que no está aquí - dijo con calma, antes de dar media vuelta para marcharse.- Perdonadme, no os molesto más. Al escuchar el estruendo de la puerta, Deker pudo al fin reaccionar. ¿Pero en qué narices había estado pensando? ¿Cómo había podido cagarla tanto? ¿Cómo cojones era tan estúpido? Se puso en pie de un salto, recogiendo un par de prendas del suelo, que se puso a toda velocidad; primero el pantalón del uniforme, después la camiseta negra que estaba usando para dormir durante la última semana. Luego, salió disparado para perseguirla. Iba descalzo, se patinaba un poco, pero pudo darle alcance, puesto que la muchacha caminaba con normalidad, como si no estuviera afectada. - ¡Ariadne! ¡Ariadne, para, por favor! ¡PARA! Se colocó delante de ella, deteniéndola con un gesto, mientras mantenía el equilibrio a duras penas. Mierda de suelo. La muchacha le miró inexpresiva, parecía más una muñeca que una persona, pues había tal carencia de sentimiento en su mirada que no parecía humana.

Pégame. Grítame. Lo que sea menos esto, por favor, esto no. - ¿Qué quieres? - inquirió ella con indiferencia. - Hablar. - ¿De verdad pretendes que hable contigo? - estaba conteniendo tanto su furia que todo su cuerpo temblaba, aunque, al menos, le había provocado algún tipo de sentimiento.- Me da asco hasta mirarte. Tengo tantas ganas de vomitar ahora mismo... Así que...- Ariadne estaba perdiendo el control, Deker lo sabía porque movía las manos sin parar y ni siquiera era capaz de continuar la frase. Al final, optó por susurrar.- Déjame en paz. Para siempre. No vuelvas ni a mirarme, no te lo permito, a ti no. Ariadne apretó el paso en dirección a su dormitorio, por lo que Deker tuvo que acelerar el suyo para poder perseguirla. Fue capaz de retenerla frente a la puerta de la habitación, cogiéndola del brazo. Por la fuerza, logró que ella le mirara, aunque lo que hizo fue fulminarle. Ariadne nunca, jamás, le había mirado así, ni siquiera cuando creía que era un asesino. Aquel descubrimiento fue peor que una puñalada, pero sabía que se lo merecía. ¡Si es que no se podía ser tan gilipollas! ¡Era un pedazo de idiota! - No quería hacerte daño. Yo... Sólo... Yo... Tenía, tengo... - Te has acostado con Erika Cremonte - le interrumpió ella, zafándose con brusquedad; dio un par de pasos para alejarse de él.- De entre todas las personas del mundo, lo has hecho con ella. ¡Con ella! La persona que utilizó a Jero, que le está haciendo a Rubén lo que me están haciendo a mí... La persona que ha humillado a Tania hasta la saciedad y que no ha dudado en


atacarme. Y te has acostado con ella. ¡La has besado! ¡La has tocado! Y después de besarme y tocarme a mí... Pareció que fuera a añadir algo, pero se calló. Se pasó una mano por la cara, frunciendo el ceño, como si estuviera pensando que era idiota. Por su parte, Deker sólo pudo mirarla, sin encontrar la palabra mágica, sin intentar siquiera explicarse. Se miraron en silencio. Ariadne estaba tan rabiosa, tan histérica y tan dolida... Los dos sabían que acababa de mentir, que sí que había querido hacerle daño, así que no había nada más que hablar.

Podrías explicarle por qué, imbécil. ¡Explícaselo! Pero no podía, no le salían las palabras, no tenía ni el valor ni la fuerza de explicarse. En realidad, sería mejor así. La princesa prometida y el idiota rematado, no, no tenían futuro, no acabaría bien nunca, pues ella se casaría con un hombre mejor que él, que seguramente la merecía más. Era demasiado tarde para él, la quería demasiado como para poder olvidarse de ella, pero sí que podía salvarla a ella, evitar que tuviera que renunciar a algo así. En cierta manera, aunque no era su intención, hiriéndola de aquella manera tan rastrera, la había salvado de un futuro peor. - ¿Sabes una cosa, Deker? No puedes romper un corazón que ya está roto. Le miró una vez más a los ojos antes de encerrarse en su habitación. Vio tal fragilidad en ella, tanto dolor, que todo aquel razonamiento, que había ideado para excusar su propia debilidad y estupidez, cayó como un castillo de naipes. Entonces, sólo pudo golpear la puerta con ambas manos, llamándola, aunque no recibió ningún tipo de respuesta, ni siquiera algún ruido. Por eso, se recostó en la madera, susurrando para sí, pues era incapaz de pronunciarlo en voz más alta: - En ningún momento esa ha sido mi intención. Quiero recomponerlo. Quiero salvarte. Quiero que seas tú. Te... Te quiero. Cerró los ojos, antes de abandonar. Seguramente ya no tendría solución. Había roto lo más bonito que había tenido en su vida. Estuvo a punto de reír con amargura, casi perdiendo la razón, pues, al final, no iba a ser tan distinto a su padre. Al dirigirse hacia su habitación, se cruzó con Erika que le sonrió con aire burlón.

 - ¡Ariadne! ¡Ariadne, abre! Ariadne...


Apoyó la espalda en la puerta, conteniendo la respiración. Sin embargo, cada vez que oía su nombre pronunciado por Deker, su auto-control se resentía más y más. Siempre la había llamado por su mote, siempre le decía Rapunzel. Por eso, había imaginado que cuando utilizara su nombre, sería un momento bonito, especial... No ese. Siguió así hasta que Deker se detuvo. Entonces, esperó un poco más, por si acaso, antes de dejar de controlar hasta el último centímetro de su cuerpo; fue entonces cuando las piernas le fallaron, por lo que cayó lentamente, quedando sentada ahí mismo. Y rompió a llorar. Jamás había experimentado algo así. Nunca nada le había dolido de esa manera. Estaba convencida de que iba a dejar de respirar, pues la angustia que sentía en el pecho era demasiado intensa. No podía dejar de hipar, desesperada, al igual que no podía evitar el torrente de lágrimas que brotaban de sus ojos que, además, le escocían muchísimo. - Shhh, no llores, él no pretendía hacerte daño. Sólo está asustado. A duras penas, logró enjugarse las lágrimas con el dorso de la mano lo suficiente para ver a la fantasma de rubia melena. Hacía tiempo que no intentaba contactar con ella, pero ahí estaba, en el peor momento posible, pestañeando sin parar. - Ahora no - logró decir. - Ahora sí - aclaró el espíritu con firmeza. La miró con dulzura, parecía un poco ida.- Es el único momento en el que has bajado la guardia. Ahora no puedes impedir que hable contigo, por eso tiene que ser ahora... Y... - ¡Me da igual! - gritó, enfurecida.- ¡Déjame en paz! ¡Sólo quiero que tú y tus otros amiguitos fantasmas me dejéis en paz de una puñetera vez! ¡No soy un puto teléfono! ¡No soy una médium ni nada! ¡Dejadme en paz! ¡Mierda! Golpeó la puerta con todas sus fuerzas, antes de volver a llorar. - Yo puedo ayudarte - insistió la fantasma, acercando su etéreo rostro al de Ariadne, por lo que resultaba casi imposible ignorarla.- Estoy aquí por él, pero también por ti. ¿No lo entiendes? Sé por qué Deker acaba de hacer esto. No es que quiera hacerte daño o humillarte, no, todo lo contrario, le importas mucho y, por eso, tiene miedo. Se calmó un poco, por suerte todo aquello no le había robado la capacidad de raciocinio. A pesar de la congoja, fue capaz de comprender las palabras del espíritu y de darse cuenta de algo que le pilló por sorpresa: - Conoces a Deker. - Te habrías dado cuenta de no empeñarte en no verme.


Ariadne quiso llamarse idiota, pues, al revisar sus propios recuerdos, comprendió que aquella chica siempre, absolutamente siempre, aparecía cuando estaba con Deker. - ¿Pero quién eres? - Silver Worthington. Su primer amor - la chica la miró con tristeza, antes de volverse hacia el escritorio.- Tienes el ámbar ese, ¿verdad? Sobre el que investigas... Cógelo, a través de él podré enseñarte mis recuerdos. Una parte de sí misma le dijo que no aceptara, más que nada porque no quería vulnerar la intimidad de Deker. No obstante, su otra parte, mucho menos racional, estaba herida y muerta de curiosidad, necesitaba respuestas, quería saber por qué el chico había hecho aquello... También quería conocer más cosas de su pasado. Por todo eso, se puso en pie para coger el pisapapeles de ámbar que le había dejado su tío meses atrás. Hacía mucho que no experimentaba aquello de que la realidad se plegara como la hoja de un libro, pero lo recordaba como si fuera el día anterior. De pronto, se encontró en medio de una luminosa aula, donde había un montón de hileras de mesas frente a una tarima; en ésta, un profesor vestido con traje reglamentario (llevaba el escudo del colegio bordado en la chaqueta) dedicaba su perorata a un grupo de alumnos más o menos aplicados. Entre todos ellos, estaba Deker. Tendría que tener unos quince años, se le veía mucho más joven, lo que la hizo sonreír a su pesar. Era curioso verlo sin ser tan alto, además de con aquel corte de pelo con raya a un lado. Deker estaba entretenido mirando a una chica rubia, a Silver, que estaba prácticamente igual que la que flotaba a su lado, a excepción del uniforme escolar. La campana señaló el fin de la clase y Deker se apresuró en sacar a Silver del aula, además de conducirla a través del pasillo hasta el patio. Juntos, rodearon el edificio para llegar a una especie de patio abandonado, donde había apiladas cajas llenas de polvo y un par de canastas viejas. Una vez ahí, Silver se acomodó en una de las cajas, sacando un paquete de cigarrillos de su mochila, mientras Deker la miraba con aprensión. - ¿Me vas a decir qué te ha pasado? Silver se puso a fumar. El aire hacía que su rubio cabello le azotara el rostro, donde se podía apreciar una expresión extremadamente melancólica, a pesar de que estaba curvando sus labios pintados de rosa claro en una especie de sonrisa. - ¿Estás intentando salvarme, Deker Sterling? - Silver...


La muchacha le dio una calada más al cigarrillo, observando a Deker con aire crítico, un poco divertido. De repente, sin ni siquiera venir a cuento, se abalanzó hacia delante, cayendo sobre el chico, que la sostuvo con torpeza, a punto de caerse. Silver ni se inmutó, se dedicó a cruzar los brazos tras el cuello de él. - ¿Por qué no te limitas a besarme, Sterling? Deker seguía pareciendo preocupado, aunque no tardó en sucumbir ante la magnética sonrisa de la chica, que estaba jugueteando con el oscuro cabello de él. - Porque no creo que pudiera limitarme a besarte. - Pero eso no es nada malo. - No - concedió él, pareciendo de pronto muy triste.- Lo malo sería que te besara sólo porque no quieres que te dé la murga. Quiero besarte porque tú quieras, porque te vuelva loca, no para estarme callado. - Eres incorregible, Sterling - rió ella, antes de apoyar su frente en la de Deker.- Eres un romántico y un sentimental... Y por eso no creo que yo sea lo mejor para ti. - Menuda imagen equivocada de mí... Deker apenas pudo reír, pues la muchacha le peinó el corto cabello con los dedos, antes de inclinarse sobre él para besarle apasionadamente. En cuanto terminó, se separó un poco, sonriendo con aire melancólico, aunque enseguida se tornó alegre, pues Deker tiró de ella para repetir la experiencia. - Nuestro primer beso. Su primer beso. Ariadne se volvió para mirar al fantasma de Silver, algo que prefería a ver como Deker besaba a otra, algo que le molestaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. El espíritu, triste, siguió contemplando aquel recuerdo. - Nos conocimos ese mismo curso, Deker fue el chico nuevo - siguió explicando la chica.Me gustó desde que lo vi. Y eso que estaba llorando... Creo que por eso él siempre fue tan atento conmigo y me cuidó tanto...- sus labios, tan rojos que destacaban con el tono lechoso de su piel, se curvaron en una mueca amarga.- Y pensar que, en vez de salvarme, lo destrocé yo a él.

Si piensas que te voy a decir algo del tipo: <<no, seguro que no querías, pobrecita>>, vas lista. Oh, por favor, ¿puedo dejar de ver cómo se comen la boca? - Cualquier otra persona lo hubiera negado, mientras me daba ánimos - observó Silver, al mismo tiempo que se volvía hacia ella.- Tú no. Creo que por eso, ayudarás a mucha gente cuando asumas tu don. Pero eso es otro tema, ¿verdad? ¿Próximo recuerdo? - Tú mandas.


La realidad se plegó sobre sí misma un instante para, después, extenderse ante ellas un nuevo escenario, que reconoció al instante: el apartamento de Deker. Estaba vacío, con la luna y el artificial resplandor de la ciudad como únicas fuentes de iluminación. Se sintió muy extraña al ver la enorme cama de matrimonio, donde se había visto confinada tras pasar por las manos de los Benavente y su tortura. La puerta se abrió, justo antes de que las luces se encendieran. Deker entró cargando a Silver en un hombro, casi como si fuera un saco, aunque ella se removía un poco, canturreando Memory Lane de la banda británica McFly. - Qué adecuada, ¿verdad? - susurró la fantasma. - Desde luego. No estaba segura de que existiera un término adecuado para traducir “Memory Lane”, pero venía a ser carretera de recuerdos, que era justamente por donde estaban paseando. En aquel momento, Deker depositó a la chica sobre la cama, quedándose sentado a su lado mientras ella reía con aspecto ido. Silver llevaba un vestido muy corto, el pelo alborotado y un olor resultante de la mezcla de tabaco y humanidad, que quería decir que venían de algún bar. - ¿Sigues enfadado conmigo? La muchacha se incorporó, riéndose todavía con más ganas, para apoyar el rostro en la espalda de Deker, intentando abrazarle. Sus movimientos eran torpes, sus ojos no lograban enfocar y la envolvía un halo de idiotez, como si estuviera abotargada. - ¿Es por qué he besado a uno de mis amigos? Porque sólo... - No me puedo creer que vayas por ahí - masculló Deker. El rostro de Silver fue el de una niña a la que han pillado en una travesura, aunque no tardó en dejarse caer sobre el colchón, riéndose de nuevo. Se quedó ahí, con su rubia cabellera extendida sobre la almohada, una sonrisa bobalicona en los labios pintados de fucsia chillón y la mirada perdida en la ciudad. Deker se volvió hacia ella, con los puños apretados, aunque en cuanto la vio, se relajó. Sus manos perdieron la tensión, al igual que sus hombros, mientras su rostro se dulcificaba. Debía de haber pasado tiempo desde el recuerdo anterior, pues su aspecto había cambiado: llevaba el pelo sobre los hombros, todo igual, lo que hacía que apenas se ondulara; vestía una sudadera negra con el símbolo de la anarquía sobre unos vaqueros desgastados y decorados con unas cadenas. Se sentó al lado de ella, peinándole el pelo con los dedos. - Odio lo que te estás haciendo. - Sólo me divierto.


- Pero estás perdiendo el control - intentó hacerla razonar.- No me importa que te tires a otro, pero... Drogarte hasta el extremo de no poder ni caminar... Silver, un día se te va a ir la mano y vamos a tener un disgusto. - ¿Vamos? - la chica rió con amargura.- ¿Por qué no lo asumes de una vez? Dentro de unos años, te llamaré y ni te acordarás de mí. Estarás en la universidad, con una novia perfecta y rica y... No sé, llevarás corbata y el pelo corto... Y no me recordarás. - ¿Por qué dices eso? ¡Te quiero! ¿Cuántas veces he de repetírtelo? - ¿Y quién soy yo para que me quieras? ¡Nadie, no soy nadie! - Eres tú y eso es más que suficiente. Deker la abrazó con intensidad, por lo que Silver no pudo más que hundir el rostro en su pecho, mientras rompía a llorar desesperada. - Te echo tanto de menos - logró decir.- Ya no estás todos los días conmigo... - Fueron mis padres, lo sabes. - Tengo tanto miedo de perderte... La sentó en su regazo para acunarla hasta que se quedó medio dormida, aunque también estaba lo suficientemente despierta como para oírle susurrar: - No te abandonaré nunca, nunca jamás, porque siempre, siempre, te querré. La oscuridad las envolvió, desapareciendo un segundo después para dar lugar a una nítida claridad que teñía el cielo de un amarillo claro y radiante. Silver, tambaleándose, caminaba por la carretera de una zona residencial de aspecto celestial: con sus casitas de colores y su césped de un vivo verde brillante. La chica llevaba una trenza casi deshecha que le caía por un lateral, además del uniforme de la escuela lleno de arrugas; iba en mangas de camisa, ya que se había atado la chaqueta a la cintura. No había ni rastro de la corbata o la mochila, aunque llevaba una botella de tequila casi vacía en la mano. - Llevaba de fiesta dos días seguidos - explicó la fantasma. Silver entró en una casa, donde se encontró a una mujer tirada en el sofá, acompañada por unas cuantas botellas de vino vacías. Dormitaba. La ignoró para avanzar a la cocina, donde había un hombre de aspecto cansado desayunando. - Buenos días, cielo, ¿vas al colegio? - preguntó sin ni siquiera detenerse a mirarla. - Primero a la... Ducha...- logró decir la chica. - ¡Qué tengas un buen día, cariño!


El hombre terminó los cereales de su tazón, antes de ponerse en pie y depositarlo en la fregadera. Después, se marchó sin más, mientras Silver lo contemplaba con la mirada perdida. En cuanto escuchó el estruendo que hizo la puerta al cerrarse, Silver suspiró, antes de encaminarse hacia las escaleras. Fue hasta su dormitorio, donde se dejó caer sobre la cama, no sin antes mirar una puerta cerrada. - La habitación de mi hermano. Estudia en Oxford... Al menos en aquel entonces.

Joder, qué familia. Al final, Skins va a estar basada en hechos reales. Al ver que la fantasma seguía a su versión viva hacia un dormitorio, Ariadne se apresuró en ir tras ellas, todavía asombrada por lo que estaba viendo. Tenía ganas de bajar por las escaleras para pegar a los padres de Silver. ¿Pero se podía ser más impresentable, irresponsable e inútil? ¿No se daban cuenta de lo que le estaban haciendo a su hija? Mientras ella controlaba, como podía, su ira, la Silver del recuerdo se había tumbado en su cama, contemplando el techo donde había hecho un collage con fotos de ella junto a Deker; sobre ellas, había pintado en rojo: te echo de menos. La imagen se replegó de nuevo. Cuando Ariadne aterrizó, se encontró en medio de la calle, frente a la puerta de un hospital, justo cuando Deker salía de él, sosteniendo a Silver con delicadeza. La chica había adelgazado bastante, sus brazos eran tan finos que parecía que sólo la piel cubría el hueso, lo mismo ocurría con sus piernas. Llevaba un vestido tan corto apenas le cubría la ropa interior, además de unas botas. - Hace frío. Vamos, ponte esto. Deker llevaba la espesa melena un poco más corta y parecía mayor, esta casi tan alto como en el presente. Ariadne calculó que debía de tener dieciocho años o, lo que era lo mismo, era un recuerdo de casi dos años atrás. El chico ayudó a que Silver se colocara una cazadora vaquera, además de una bufanda de rayas de todos los colores. Con mimo, le abrochó la primera, además de arreglarle el pelo, que la chica llevaba desgreñado y un tanto sucio. Cuando acabó, le besó en la frente, antes de pasarle un brazo sobre los hombros. - Hoy hace tres años que nos besamos, ¿lo recuerdas? - inquirió Deker. - Y aquí sigues...- musitó ella con una sonrisa triste.- Viniendo a salvarme una y otra vez, estancado aquí conmigo... ¿Por qué lo haces?


Silver se separó para rebuscar en el bolso, que había arrancado de las manos del chico; cogió un lápiz de labios de un rojo intenso y se puso a pintarse, mirándose en un pequeño espejo. Cuando acabó, se quedó mirando a Deker en silencio. Tras ellos, apareció el fantasma de Silver, que se miraba a sí misma con pena, aunque no tardó en fijarse en Ariadne. - Me sentía nada - admitió con un hilo de voz.- No era nada. Ni hija, ni amiga, ni novia, ni estudiante... Nada me ataba, nada me bastaba... No sé... Era... Difícil, ¿sabes? No tenía nada por lo que luchar, pero tampoco quería buscar un motivo, sólo quería... Desaparecer. Pero Deker me mantenía en ese estado tan... No sé ni cómo describirlo - suspiró el espíritu, mirando al chico con cariño.- Le quería, incluso le amaba, pero no quería sentir ese amor. Era una maldita paradoja. Cuando Deker estaba conmigo, quería que se fuera, pero si no estaba, le echaba de menos. - Estabas cansada de vivir - comprendió Ariadne. - Nunca me gustó esto. El mundo. Las responsabilidades, las injusticias, las relaciones... No quería hacer daño a nadie, nunca lo quise, pero aunque nos esforcemos, siempre heriremos a alguien y me parecía tan... Deprimente. Este mundo es una grandísima mierda, sólo quería desaparecer, pero Deker me ataba a él. - ¡Bobadas! - exclamó Ariadne, frunciendo el ceño.- ¿El mundo es una mierda? Pues, entonces, haz algo para cambiarlo, no te dediques a lloriquear y a culpar al mundo de tus propios problemas. - Y lo hice. Ante el susurro del fantasma, el recuerdo continuó. La Silver del recuerdo guardó sus cosas en el bolso, antes de mirar a Deker con pena. - Hasta aquí hemos llegado. - ¿Qué quieres decir? - Que tenemos que terminar lo nuestro aquí y ahora - susurró, acercándose a él, al mismo tiempo que alzaba una mano para acariciarle la mejilla.- No puedo seguir así... No puedo seguir viviendo sólo por ti. Ya no puedo más. Y tú no tienes por qué cargar conmigo, por qué tener que estar al quite para salvarme una y otra vez. - A mí no me... - No me entiendes de nuevo - Silver se acompañó de un gesto negativo de cabeza, antes de besarle fugazmente los labios.- No puedes salvarme, nunca has podido. No puedes salvar a quien no quiere ser salvado, ¿comprendes? Me rindo, no quiero luchar más... Estoy tan cansada... - ¿Silver? - Adiós... Deker...


Antes de que el interpelado pudiera actuar, antes incluso de que la propia Ariadne, que era una mera espectadora, pudiera alargar el brazo para agarrarla, la Silver del recuerdo salió corriendo. Atravesó la acera hasta internarse en la carretera llena de coches, donde fue arrollada por uno de ellos salvajemente. Su débil cuerpo se dobló de una manera muy extraña, antes de rebotar y golpearse, entonces, con el parabrisas; después, rodó por el capó hasta caer a la graba, convertido en un amasijo de miembros retorcidos, sangre y cristales. La realidad se plegó una última vez, pues lo siguiente que Ariadne vio fue su propia habitación. Seguía impresionada por la escena que acababa de presenciar, así que se puso a pasear de un lado a otro, sin saber bien qué hacer o qué decir. - ¿Te suicidaste delante de él? - logró articular, girando sobre sí misma para encarar a la fantasma que únicamente se encogió de hombros.- Pero... Pero... ¿Pero en qué narices estabas pensando? Es que... ¿Suicidarte? ¡Y delante de Deker! - Sé que no me entiendes... - ¡Claro que no! - Pero la cuestión es que, ahora, puedes entenderle a él - insistió la fantasma, mirándola a los ojos.- Desde el instante en que morí, quedé ligada a Deker. Sabía que le había fallado, que no lo entendía. Por eso, durante mucho tiempo pensé que tenía que hacerle entender para poder irme de aquí, pero esta noche he comprendido que no. Mi labor era hacerte entender a ti, a ti, Ariadne. Suspiró, dejándose caer en la cama, pues estaba un poco mareada. Eran demasiadas cosas. Todavía seguía sintiendo aquel intenso dolor, aunque entendía a Deker y, claro, también estaba lo que significaba todo eso. El saber que era tan importante para él, la aterraba.

Te casas, Ariadne. Te casas quieras o no y nunca será con él. Es un Benavente. - Deker no quería hacerte daño, él sólo... - Le recordé a ti. Con todo eso de olvidarme del mundo a través de algo...- la interrumpió con un gesto desdeñoso.- Lo capto. Se asustó, reaccionó mal. ¿Te sientes mejor? - Por raro que suene, sí.

Al menos uno de nosotros se siente bien. Ariadne se tumbó en la cama, sin saber demasiado bien qué hacer a continuación: una parte de ella quería regresar junto a Deker, contarle la verdad, besarle, estar junto a él... Y luego estaba su otra parte, la cerebral, que seguía creyendo que era mejor dejar las cosas así, en un “y si” o un “lo que pudiera haber sido”.


- Me alegro de que te encuentres mejor - acabó diciendo, mientras se incorporaba de nuevo; tras poner los ojos en blanco, además de resignarse, añadió.- ¿Te encuentras preparada para...? Ya me entiendes.

Voy a comprarme la serie completa de Entre fantasmas en cuanto me deje sola. De algún lugar tendré que sacar las frases hechas estas... - Sólo quiero dos cosas más, pero están en tu mano - Silver flotó hasta reunirse con ella; la verdad era que tenía mejor aspecto.- La primera es que le digas a Deker que lo siento mucho, que nunca fue por él, que no quería herirle. - ¿Y la segunda? - Deja de luchar contra esto, Ariadne - le pidió, acompañándose de una sonrisa triste.- Sé que no será fácil, pero... Eres la única que puedes ayudar a la gente como yo. Hay varias personas que desean contactar contigo y no pueden por tus defensas. Yo lo logré por... - Por Deker. Silver asintió en silencio, antes de mirar a su alrededor. - Debo irme ya - se concentró en ella de nuevo, acercándose un poco más.- Si tú no fueras tú y yo no fuera yo, intentaría darte algún consejo. Sin embargo, sólo te voy a pedir algo: por favor, pase lo que pase y decidas lo que decidas, cuida de él. Deker lo oculta muy bien, pero es un sentimental, un romántico, que cree que debe salvar al mundo, pero, ¿quién lo salva a él? - Lo haré. Te lo prometo, cuidaré de él. La fantasma le dedicó una sonrisa radiante, antes de desaparecer como si se diluyera en el aire, dejando a Ariadne sola en su habitación. Se pasó la mano por la cara, asumiendo que Silver tenía razón, debía dejar de mantener a raya a los espíritus. Desde que se esforzaba por no verlos, le dolía la cabeza con habitualidad y, aunque podía soportarlo, acababa de darse cuenta de que, tal y como Silver le había dicho, sólo ella podía ayudarles.

Sólo espero que no me acose una niña alemana que dé miedito. Pero que Fermín me acosara no estaría tan mal. Se sentía más en paz consigo misma. Si había sido capaz de ayudar a una persona con lo que le ocurría, no podía ser el Anticristo o lo que fuera que Paca hubiera insinuado. Se puso en pie. Aunque la mera imagen de Deker y Erika en la cama provocaba que ardiera en deseos de arrancarse los ojos, entendía el trance por el que había pasado el chico. No era que se sintiera cómoda con lo que había ocurrido, pero el conocer su primer amor lo había cambiado todo. Salió de su habitación con rapidez para dirigirse hacia la de Deker. Aunque, en cuanto llegó al cruce de pasillos, se encontró con algo con lo que jamás había contado. Frente a ella, justo


al final del corredor donde estaban las habitaciones de las chicas, se encontraba Erika Cremonte, vestida con unos pantalones de deporte rosas y una camiseta blanca; lo m谩s sorprendente de todo era que la apuntaba con un rev贸lver: - Ariadne Navarro, quedas detenida.


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