6 DE JUNIO DEL 2016
Seminaristas
Una vocación al sacerdocio que empieza a los 18 años
Fotografia y texto de
Andrea Ariet
Antes yo era el dueño de mi vida; ahora lo es Dios” 6 DE JUNIO DEL 2016 | 2
Más de cincuenta seminaristas, la mayoría con edades comprendidas entre los 20 y los 30 años, se forman en el Seminario Conciliar de Barcelona. De estos, treinta conviven entre los jardines y muros de este edificio histórico situado a escasas calles del centro de la Ciudad Condal. 6 DE JUNIO DEL 2016 | 3
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La fase del seminario es un tiempo de discernimiento y reflexión. Se trata de un período para ver claramente qué es lo que comporta ser sacerdote
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La gente cree que vamos con sotana y estamos encerrados” – afirma Diego Pino (25 años), uno de los jóvenes que vive en el Seminario Mayor de Barcelona. Son las cuatro y las clases hace tres horas que han terminado. En su habitación, permanece sentado en una butaca de terciopelo roja y con los brazos extendidos reposados en el sillón. Detrás suyo, un gran ventanal, abierto de par en par deja pasar la luz natural y ofrece vistas a la parte más elevada del edificio, una torre hexagonal de la que sobresale una cruz simple y diminuta comparada con la magnificencia del edificio. “Hay muchas concepciones extrañas, pero realmente somos gente con una vida normal.” Como él, otros treinta seminaristas conviven y se forman en este lugar situado en pleno centro de Barcelona para ocupar una profesión que les marcará de por vida.
El Seminario Conciliar de Barcelona, a escasos metros de Ronda Universidad, ha visto pasar a generaciones enteras de jóvenes
aspirantes al sacerdocio. De estilo neogótico, su construcción data de 1882 y hoy es lugar de formación de los seminaristas de las diócesis de Barcelona y de San Feliu de Llobregat. Pero donde antes había 300 jóvenes con vocación sacerdotal, hoy apenas quedan 30. Pese a esta disminución drástica, lo cierto es que la cifra se ha mantenido estable, e incluso ha experimentado un leve repunte en los últimos años. “Aunque hay una disminución de jóvenes que estudian religión, gracias a Dios no ha habido una rebaja de aquellos que entran en el Seminario”, expresa Josep Maria Turull, Mosén del Seminario Mayor. De hecho, la cifra ha crecido en 8 u 7 seminaristas más en los últimos tres años, pasando de 22-23 a los 30 actuales. Los datos, aunque esperanzadores, muestran con fuerza el proceso de secularización imparable de la sociedad española y, en cuestión de juventud, su desapego creciente hacia la religión y la Iglesia. Esta situación se intensifica en el País
Vasco o Cataluña, esta última con el porcentaje de alumnos matriculados en religión más bajo de toda la Península. Por otro lado, el número de católicos practicantes entre 15 y 29 años pasó de 29,4% al 10,3% entre 2002 y 2010, según sondeos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. La edad mínima fijada para entrar en el seminario es de 18 años, aunque en pocos casos se produce tan pronto. No es el caso de Antoni Vidal, Toni para los amigos, un joven de 21 años que con tan solo dieciocho ya tenía claro que su vocación era la de ser sacerdote. Mientras camina por los jardines del claustro donde conviven, recuerda la importancia que tuvo el hablar con varios sacerdotes, conocer su testimonio y que sus padres le inculcaran el valor del rezo des de pequeño. “Ser sacerdote es una formación de vida, así que uno se ha de acostumbrar a ser responsable y llevar una vida dedicada al culto” – exclama. De hecho, ser cura les llevará a tener una vida dedicada a ello las 24 horas del día, aunque matiza que la suya ahora sea como al de otro universitario. Una parte de la jornada las dedican a las clases, al estudio, a practicar deportes, a formar su oído y canto musical, pero sobre todo a potenciar la vida en comunidad, aunque el espacio sea inmenso. La otra es el rezo centrado en lo que se denomina ‘La liturgia de las horas’, una oración que se desarrolla a lo largo del día y entorno al Señor. “Es una manera de poner en tu rutina a Dios y así no olvidarte de porqué estas aquí” – aclara Diego. El rezo, en este sentido, es un momento muy personal donde cada uno ha de ver cuál es la mejor manera para expresarse con el Señor, ya sea a través de personas o de diferentes lecturas. 6 DE JUNIO DEL 2016 | 5
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on un desencadenante diferente al de Toni, Diego recuerda su llegada al seminario con 22 años. Reconoce que el colegio, la familia y diversas circunstancias de su vida pasada influyeron a que tomara esta decisión. “Yo era un chico normal del barrio de Can Caralleu, en Sarrià; tenia pareja, amigos y me divertía saliendo de fiesta. En definitiva, la vida de cualquier joven. Pero a la vez, me daba cuenta que nada me llenaba. Recuerdo que tenía el deseo de hacer algo más grande, algo que perdurara en el tiempo. Creo que el Señor me estaba guiando a seguir por el camino que finalmente tomé”. “Puedo decir que antes era el dueño de mi vida; ahora lo es Dios”, sentencia Diego mientras trabaja en el escritorio de su habitación antes de salir a correr con sus amigos, también seminaristas. Unas amistades que describe como un regalo; personas que son ahora sus hermanos y en los
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Cataluña cuenta con un centenar de seminaristas, más de la mitad solo en Barcelona que encuentra mucha fraternidad. “(…) porque, aunque sea un camino lleno de dificultades entiendes que es lo que te está pidiendo el Señor y cómo todo te está haciendo realmente feliz”. Y sonríe mientras explica cómo ha cambiado la situación con su familia o con sus amigos des de entonces. “Si tienen cualquier problema me llaman; la confianza ha aumentado. Ya no tenemos una relación superficial” – sentencia, y dice estar especialmente agradecido con su padre, con el que
no mantiene “la típica relación fría”. La libertad que encuentra Diego a través de la disciplina que impera en el seminario también la describe Toni. Los horarios son muy marcados. De lunes a viernes se impone una rutina de rezar a las siete y cuarto de la mañana con lecturas de la Biblia, almorzar para después acudir a las aulas situadas en la planta baja del seminario. Antes de la comida del mediodía vuelven a rezar en lo que
llaman ‘la hora sexta’. Por las tardes, la mayoría la dedican a estudiar en la biblioteca de la primera planta o descansar, charlar con los amigos o salir a dar un paseo. Por la noche, el rezo o eucaristía se antepone siempre a la última comida del día. Y antes de ir a descansar, vuelven a rezar una quinta vez. El fin de semana lo dedican a visitar las parroquias de las que forman parte o aquellas que se les ha invitado a participar. La actividad parroquial que desarrollan aquí será fundamental para su formación espiritual y humana, como en el caso de Diego, quien acude a la parroquia La Virgen de la Paz (Barcelona) y
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Diego Pino (en medio) 25 años y nacido en Barcelona. Se prepara con sus dos amigos ,también seminaristas antes de salir hacia la Carretera de les Aigües, donde frecuentan para hacer deporte. También son grandes aficionados a la escalada y de vez en cuando acuden al rocódromo La Foixarda, en lo alto de Montjuïc.
se encarga de llevar la comunión a enfermos o ayudar en misas. El deseo de llevar la misma vida que llevó Dios “imitar al Cristo célibe” exige una dedicación única y exclusiva al rezo, al culto y a acatar lo que dicte la vida religiosa. Algo que para aquellos que desconocen esta realidad es visto como un sacrificio injusto, una renuncia. “La gente muchas veces se queja de porque no dejan casarnos. ¿Pero se han preguntado si realmente queremos? Estoy seguro que en esta casa nadie se casaría.” – explica convencido Diego.
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Antoni Vidal, de 21 años y nacido en Barcelona entró con 18 en el Seminario Mayor. Dice tener sus hobbies, como cualquier otro jóven de su edad, entre los que se incluyen tocar la guitarra y los juegos de ordenador. “Soy un poco friki en ese aspecto” - sonrie.
– a excepción de las iglesias católicas orientales - es la misma que con cualquier otra actividad. La vida, tal y como la entendemos, se la entregan a la Iglesia y a Dios, y solo a través de esta dedicación entera pueden servir a su comunidad tal y como deberían.
Sentirse llamados es una condición sine qua non, y lo que se trata en el seminario es ver si esa sensación se mantiene y si aumenta a lo largo de los 7 años de formación De hecho, la filosofía que explica la prohibición del matrimonio en curas
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Fachada del Seminario Conciliar de Barcelona. Este edificio histórico fue un proyecto del arquitecto Elies Rogent. Aunque los seminaristas empezaron a vivir ahí en el año 1882, no fue inaugurado oficialmente hasta el 4 de diciembre de 1904
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Seminaristas en el gran comedor del Seminario Conciliar de Barcelona. Antes de la hora de la comida, sobre las dos del mediodía, se produce la ‘hora sexta’, una de las divisiones de horas canónicas más importantes del día.
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Además del rezo o culto y disfrutar de sus hobbies, los seminaristas dedican una gran parte de su tiempo al estudio. La formación intelectual es de las más relevantes en los sacerdotes, pues de ello dependerá que sepan dar respuesta a la propia fe y ayudar a las personas que tengan como feligreses. En la foto, Diego Pino, en su habitación.
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El seminarista del siglo XXI, muy conectado a las redes sociales, a Internet, aunque fiel a sus principios, creencias y tradiciones ◀
Los seminaristas de hoy en día nada tienen que ver con sus antecesores. Muy conectados a Internet y a las nuevas tecnologias como Facebook o WhatsApp. Así mismo, películas son proyectadas en algunos espacios comunes y los ordenadores tienen su presencia tanto como los clásicos libros de teología que estos estudiantes manejan en sus estanterías. En la fotografía, Toni sostiene una sotana que suelen llevar en el rezo de la noche y en otras festividades, como el último Corpus Christi que se produjo en la Catedral de Barcelona. Al fondo, una cruz reinvidica su papel de porqué está aquí y a los pies de Jesús unos pósits le recuerdan por quién ha de rezar la próxima vez.
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nas calles más allá de Paseo de Gracia y en el mismo distrito del Eixample de Barcelona se encuentra el otro seminario de la Ciudad Condal, antiguamente convento para monjas, con 26 seminaristas residiendo en régimen de internado. El Seminario Mayor Interdocesano, de 30 años de antigüedad, acoge a seis diócesis distintas de toda Cataluña, excluyendo Terrassa que tiene el suyo propio. Estas son Tarragona, Tortosa, Lleida, Girona, Solsona y Vic. Al igual los compañeros del Seminario Conciliar, los seminaristas del Seminario Mayor Interdiocesano siguen una rutina dedicada al rezo y al fomento de las actividades en comunidad. Cada día cruzan las pocas calles que separan un seminario de otro para acudir a clase, las cuales se imparten en el Seminario Mayor. Adrià Fernández (21 años), Santi Martínez (19 años) e Íñigo Moreno
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(19 años) son tres de los casi treinta seminaristas que conviven en el edificio de la calle Casp de Barcelona. Provienen de Tarragona, Tortosa y Vic, respectivamente, y aunque ahora se forman en Barcelona tienen muy claro que su lugar está en la parroquia de su ciudad. “Aunque el seminario sea un lugar de discernimiento, aquí ya entras con la idea de salir siendo sacerdote” – afirma Santi. Tanto él como Íñigo se encuentran acabando su primer año como seminaristas, el introductorio. Un curso dedicado especialmente a mostrar cómo es la vida del sacerdocio. Los dos cursos siguientes serán sobre filosofía, tres cursos más teológicos y finalmente uno más como pastoral. Siete años en los que desarrollaran habilidades intelectuales, espirituales y humanas para que establezcan “un diálogo con el mundo”. La experiencia previa de haber estado en familias cristianas, la propia escuela, el acudir a misa o escuchar testimonios de otros sacerdotes les influyó en su decisión.
“A mí con 15 años me castigaron en un asilo en Igualada” – explica Íñigo – “Por esa época no creía mucho pese a ir a una escuela religiosa. Pero una monja me ayudo en la fe y me ayudó a darle sentido a la Iglesia, a Dios, a la misa. ¡De todas formas la idea de ser cura no viene de ahí!” – sonríe – “porque yo quería estudiar ingeniería informática con mi mejor amigo”. Con tono de voz más serio continua, “un 26 de febrero se lo conté a mis padres, y no se lo tomaron nada bien, pero luché contra su voluntad. Tengo amigos que incluso me dejaron de hablar”, recuerda entristecido. El deseo de ayudar y de crear una figura de un sacerdote que sabe escuchar y es cercano a la gente es lo que cautivó a Adrià en su visita al Santuario de Lourdes en los pirineos franceses. “La experiencia de servir, de ser las manos y las piernas de alguien te satisface mucho; reflexionas y piensas (…); creí que entrando en la Iglesia llenaría esa inquietud”.
En el Seminario Mayor Interdiocesano hay un sentimiento de integridad entre sus miembros. Organizan partidos de futbol, voleibol, pingpong; acuden a charlas sobre el
La amistad la potencian día a día, forjando sinergias muy fuertes de compromiso y compañerismo entre los que algún día serán compañeros de parroquia mundo que les rodea (las últimas sobre la crisis de los refugiados en Europa) y dan conferencias.
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Todos los miércoles por la noche, unos cuantos seminaristas del Seminario Interdiocesano se concentran para jugar al futol en la pista de los Jesuïtes de Casp, justo detrás de la Gran Via y muy cerca de Plaza Tetuán. Entrenamientos que luego pondrán en práctica en unos torneos entre todos los seminarios.
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Adrià e Íñigo (derecha) llegando a su seminario después de clase en el Seminario Mayor.
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Íñigo (izquierda) e Adrià (derecha) con Magdalena, una monja de la congregación de las Paulinas y responsable de una papeleria con el mismo nombre en Plaza Urquinaona. Su establecimiento les proporciona a los jóvenes seminaristas material para sus estudios. En la fotografía, los seminaristas habían ido a buscar unos obsequios para los recién nombrados sacerdotes de su seminario.
Para estos chicos el deseo de convertirse en capellán ha sido más fuerte que los intereses de sus familiares, algunos de ellos aun disconformes con la decisión de sus hijos. Ha sido su voluntad, y solo suya, entregar su vida a Cristo y reivindican que haya un respeto mutuo, ya que a menudo no se conoce la Iglesia en profundidad y se la tacha por sus escándalos y no se le reconocen sus virtudes. No hay que olvidar que son jóvenes del siglo XXI, personas adaptadas a los nuevos tiempos de cambio tecnológico, muy metidos en las redes sociales. Son la generación del ‘Milenio’, la generación de Facebook y Twitter, de Internet y de la Globalización. Nada tienen que ver con los seminaristas de hace veinte o treinta años. “No somos bichos raros”, dicen, y sienten rabia por las opiniones que a menudo se escuchan, especialmente por el desconocimiento que hay de su persona. Ellos mismos reconocen sentir, a la vez, vergüenza por hechos que aparecen en los medios – como los casos de pederastia – pero fieles a sus principios y a las ideas que les han llevado ingresar en el seminario afrontan el futuro con la esperanza de aportar una visión del mundo renovada una vez que estén allí donde Dios les mande. ■ 6 DE JUNIO DEL 2016 | 11