Historias de mi vereda

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Historias de mi vereda La Cooperativa Vista Hermosa, Meta


Escritos y testimonios de: Franklin Munévar Ana Aydé González Alcides Álvarez Ospino Yesica Andrea Delgado Yurly Martínez Luz Celi Castillo Fabián Zapata Cielo Katherine Pérez Alejandra Martínez Leticia Rodríguez Wilder Alfonso González Gladys Parra Leonel Bustos Luz Marina Gallo Coordinación General del proyecto “Bibliotecas Públicas por las veredas y los caminos de la paz”: Henry García Gaviria Bibliotecaria, coordinadora del proyecto “Historias de mi vereda” y fotos: Luceli Narváez López Bibliotecaria Pública de la Biblioteca La Magia de Leer, vereda La Cooperativa, Vista Hermosa: Marilyn Romero Trabajo de escritura con la comunidad y edición de textos: Pilar Lozano Diseño y diagramación: Andrea Descans Castro


Contenido La verdad: un horizonte para caminar 4 El valor de la memoria 7 ¡Vamos a La Cooperativa! 8 Prohibido… 13 Los arrieros, la carretera y yo 15 Celebramos en la cantina de doña Consuelo 16 El lunes era día de mandato 19 Solo se escuchaba el ruido de las plantas de energía 20 Un puente poderoso 21 ¡Cinco o diez millones por un gallo! 22 El restaurante que fue discoteca 24 Ese veneno dejaba estéril la tierra 27 Lo mandaron llamar… 29 Una historia que no olvido 30 Pablo, El Desbaratado 31 Ni las balaceras me espantaron 32

Mi macho, mi perro y el solino… El abrazo de Rayo Adiós a La Maravilla Apenas quedamos unos pocos Mi amigo el panadero Aquí viví cuando iba a la escuela ¡Nadie murió! Extraño a mi madrina No somos fantasmas Una Semana Santa de verdad verdad Y llegó la biblioteca… Los niños sabemos manejar ganao Goles en lugar de balas Me llamo como usted, profe Estamos enfocados en el cacao

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La verdad: un horizonte para caminar Casi todas las noches, cuando estaba en las zonas veredales donde las FARC se agruparon para dejar las armas, abandonar la guerra y reincorporarse a la vida civil, ponía una canción antes de irme a dormir, y la escuchaba varias veces como intentando buscar algo… Y es que todos los días en esos territorios están llenos de relatos y memorias que superan los límites de la imaginación, que no han contado del todo los periódicos de la crónica roja y que uno suele desconocer como colombiano promedio desde las cómodas sillas de la ciudad; una vida que ciertamente está muy lejos de lo que uno ha visto o escuchado alguna vez. Esos relatos y esas memorias

–y todo lo que vivía y sentía en cada jornada– me dejaban vacío por dentro; la guerra siempre hace su desatroso trabajo y para siempre. La canción, sin embargo, me ayudaba y me recuperaba, y recogía de cada lado las esperanzas que se iban; algo así… Me acostaba, al final, con la ilusión de un país distinto y con el sueño de ayudar a construir la paz de Colombia: un horizonte que me servía para seguir caminando. Antes de conocer esta Colombia, había escuchado hablar de algunos municipios donde la guerrilla más antigua del continente se agruparía para empezar su tránsito a la política, y también había visitado algunos de estos pueblos en sus cabeceras urbanas… Pero, una mirada aparte suscitan las veredas donde se concentraron los más de 7.000 guerrilleros de camuflado, boina, fusil y vida en la insurgencia. Poco se sabe acerca de cómo es la vida y la historia en los Llanos del Yarí después de La Macarena, o en las montañas de Madrigal que florecen potentemente de las aguas del Patía, o en

el Alto Sinú cuando se termina la represa de Urrá, o en las minas de oro de Carrizal y Lejanías entre Remedios y Segovia, o en la frontera de carreteras destapadas y árboles caídos entre Mutata y Riosucio, o en las tierras indígenas de Andalucía en el Cauca, o en la vía petrolera de Puerto Vega a Teteyé en el sur del país. Todos esos territorios, entre otros de la profundidad del país, tienen muchas singularidades en su realidad, pero también comparten aspectos comunes que los hacen dueños de unas mismas verdades dentro del relato nacional: son lugares de difícil acceso, tuvieron históricamente presencia de la guerrilla de las FARC, sufrieron el conflicto armado en cuerpo propio, viven sustancialmente de las economías informales, estuvieron olvidados por el Estado durante años, subsistieron a la desaparición y a la muerte, y aún mantienen la esperanza en días mejores. Todos estos territorios tienen, además, unas voces que merecen ser escuchadas y que no se pueden agotar en las discusiones ingratas de las capitales del país: son las voces del conflicto y de las víctimas; son las memorias que todos los colombianos deberíamos sentir como nuestras, que nos deberían cambiar por dentro. … Precisamente, una vez firmados los Acuerdos de Paz, era menester que la institucionalidad comenzará a hacer presencia en todos estos espacios “desconocidos” de la geografía nacional para acompañar el proceso de reincorporación de los excombatientes de la guerrilla más antigua del continente y acercar a la ruralidad las oportunidades de un mundo que venía avanzando… Era


importante que nos encontráramos con muchos connacionales “alejados” que nos reclamaban y que nos extendían la mano de muy distintas maneras: para trabajar unidos, para reconocernos, para construir confianza, para enseñarnos y aprender juntos, para trasmitirnos otra visión del mundo, para hacer país, para solicitar más presencia de quienes estábamos desconectados, para protestar por la exclusión, para escuchar su voz, para recuperar la memoria, para darnos un mensaje, para narrarnos las historias de antes, para cambiar el futuro, para soñar, para escribir otra Colombia. Y, efectivamente, nos encontramos. A inicios del 2017, las Bibliotecas Públicas Móviles, Bibliotecas Públicas para la Paz, nos llevaron entonces hasta el corazón del posconflicto, nos acercaron a la profundidad del país y nos permitieron escuchar aquellas verdades no contadas de un mundo que no conocíamos, en las voces propias de quienes vivieron la guerra. Instalar y poner en funcionamiento Bibliotecas Públicas en 20 de las 26 Zonas Veredales y Puntos Transitorios de Normalización establecidos para la implementación del Acuerdo de Paz, suponía convivir con las comunidades que allí habitaban, respetar su realidad y generar las empatías y la confianza para hacer parte de sus vidas: las Bibliotecas Públicas Móviles y los Bibliotecarios de la Paz hicieron muy bien la tarea y se convirtieron en el símbolo de paz más importante para estos territorios, en los espacios para la reconciliación, en el lugar de encuentro sin exclusión y en los oídos atentos para escuchar las voces del conflicto. En cada una de estas zonas veredales surgieron maneras distintas de relacionarnos con la comunidad y de aproximarnos a sus memorias y a sus intimidades. En algunos casos los niños nos abrieron el camino con sus padres y conectaron la Biblioteca con los más

adultos, en otras poblaciones los servicios de las Bibliotecas tejieron canales de comunicación con todos los habitantes de las veredas porque siempre había un espacio para todos, en otras zonas fueron los líderes sociales y los profesores de Escuela Nueva quienes descubrieron el valor de la Biblioteca para la construcción de la paz en sus comunidades, y en otros territorios la guerrilla de las FARC legitimaba el valor de las Bibliotecas y de la lectura para hacer un tránsito verdadero de las armas a las palabras. Así, de diferentes formas, las Bibliotecas fueron construyendo confianza en centros poblados donde las relaciones con el otro –y especialmente con el desconocido– tendían a la fractura y la distancia por auto cuidado; las Bibliotecas Públicas cambiaron esos imaginarios y se ocuparon del rescate de la vida y del valor de la memoria donde las vidas y las memorias se terminaban todos los días. Y aquella relación cercana con las comunidades, nos hizo parte de su realidad en muchos aspectos, nos sugirió responsabilidades, nos situo en unas verdades objetivas del campo colombiano, nos afectó sensiblemente, pero también nos puso a trabajar en iniciativas comunitarias en torno a la participación, la verdad y la memoria. Desde esas bibliotecas conocimos cómo se formaron los caseríos, cuándo llegaron las guerrillas a sus territorios, qué implicaba vivir en medio del fuego, por qué comenzaron a crecer los cultivos ilícitos, cuánto duraba un viaje hasta el pueblo más cercano, qué era un día de mandato, cuáles fueron los efectos de las fumigaciones aéreas, cómo estudiaban los niños, y qué amistades florecían a pesar del conflicto. De nuevo, desde esas Bibliotecas nos adentramos a un mundo que no conocíamos. Ya, con el alma fundida en los relatos de la Colombia profunda, le dimos un valor importante a la voz de la gente, a las palabras


secretas de muchas mujeres, a las anécdotas de los niños, a los recuerdos de los viejos, a las esperanzas de los jóvenes, a la historia que camina. Las Bibliotecas abrieron escenarios para contar las memorias y configurar una verdad de voces vivas y de puño y letra. La memoria se convirtió en un tema en las Bibliotecas, que aunque nos marcaba personalmente, nos permitía seguir caminando, así como el horizonte. Las memorias se hicieron canciones, se escribieron en crónicas, se pintaron en murales, se congelaron en fotos con relatos, se volvieron dibujo, se hicieron visibles. Esas memorias y esos relatos que nos encontramos en cada vereda y en cada voz ocupan muchas temáticas comunes del país atravesadas por el conflicto: ser invisibles para un sector amplio de la sociedad colombiana, vivir en medio de las amenazas y de las balas, acatar las prohibiciones de un lado y del otro, celebrar los pequeños logros comunitarios como un triunfo sin precedentes, depender de los cultivos ilícitos para sobrevivir, sostener los vínculos familiares y de amistad por encima de las relaciones militares y de guerra, acostumbrarse a los vejámenes del desplazamiento forzado y el destierro, asumir la muerte de los seres queridos en un conflicto ajeno, recibir las llegadas en falso de la institucionalidad, y debatirse entre los temores y las esperanzas cuando se mira el camino de atrás o el que se viene… Y, sin embargo, resistir y perdonar. La Cooperativa, Vista Hermosa (Meta), es una vereda que reúne fielmente todas esas temáticas en los reglones de su memoria local. Allí, desde la Biblioteca Pública Móvil, recogimos gran parte de una verdad histórica en la voz de sus protagonistas plasmada en narraciones que cuentan acerca de la conformación del caserío y el crecimiento paulatino de su población, de las normas que imponía las FARC a sus habitantes en las décadas de la violencia, de cómo se

construyeron las trochas para llevar carros hasta el centro poblado, de aquellos días de trabajo comunitario para arreglar las pequeñas infraestructuras veredales, de las reconocidas y millonarias apuestas de gallos, de un veneno que pelaba el ganado en la espalda y dejaba estéril la tierra, de las muertes de guerrilleros y soldados en una guerra absurda de Colombia contra Colombia, del significado de ser docente en una vereda cruzada por las balas, de no poder abrazar un niño entrañable que habiendo crecido se viste de soldado, de la alegría desaparecida de las discotecas de campo, de muchos amigos que se fueron para nunca volver, de las fachadas de casas que se caen a pedazos de madera después del desplazamiento y el olvido, de un pueblo que no quiere seguir invisible –fantasma– para el resto de un país, y de la ilusión que hoy se mantiene prendida en cada una de estas poblaciones. La Cooperativa ahora tiene una parte de su memoria en las páginas de un mismo libro, gracias al Proyecto “Historias de mi vereda”, liderado por la Bibliotecaria Pública de la Paz Luceli Narváez y la periodista y escritora Pilar Lozano. Un conjunto de memorias subjetivas que parecen constituir la verdad de un pequeño caserío en la inmensidad del Meta y una importante parte de la verdad de muchas veredas de toda la geografía nacional. Unos relatos que por su emotividad, y por las huellas que dejan en el alma, rompen por dentro a quienes los escuchan con sensibilidad y con las ilusiones de un país mejor. Una verdad, entonces, hecha de las letras y de la voz de quienes la vivieron. Una verdad que aunque nos duele, nos dibuja un horizonte… Un horizonte que nos sirve para caminar. La canción que escuchaba siempre, luego de asitir en distintas partes del país a relatos como los que están páginas adelante, es Spring waltz de Chopin.

Henry García Gaviria


El valor de la memoria La ida era rescatar la historia de La Cooperativa, pequeño caserío de Vista Hermosa, Meta. Quienes participaron en este ejercicio recordaron momentos que los marcaron; momentos especiales – por felices o dolorosos– que les dejaron una huella en el alma. Algunos esculcaron sus recuerdos y eligieron alguna de las muchas casas que hoy permanecen con candado y están siendo devoradas por la maleza. Y escribieron: aquí vivió…, me dolió cuando se fue…, esta fue mi casa cuando… “La memoria –dice Francisco de Roux, sacerdote jesuita y Presidente de la Comisión de la Verdad– no es la verdad.

La memoria es subjetiva, lo que a mí me hace sentido, lo que explica mi dolor...”. Pero, tal vez juntando todos estas miradas subjetivas podemos armar el rompecabezas de la historia de La Cooperativa. Y tal vez un día, juntando historias de aquí y de allá, conozcamos la verdad de lo ocurrido en esa Colombia olvidada…

Este ejercicio demuestra algo muy valioso: todos podemos escribir, todos tenemos algo que contar. La ortografía, la mala letra no fueron impedimento… ¡Aplausos para todos los que asumieron el reto! Falta mucho aún por contar.

Pilar Lozano


¡Vamos a La Cooperativa! En los años 80 ya existían, al pie del caño, dos casitas construidas con el mismo material que produce la selva: una palma que se llama chuaco. De eso eran techo y paredes. Esas casas no existen; se fue reformado. El dueño era un señor Aristóbulo. La una era la casita donde vivía y la otra la cocina. Él estaba recién llegado, como todo el mundo que también había cogido terrenos.

Se llevaba a Piñal arroz, maíz… Lo que sí no se llevaba a vender era yuca, plátano; no daba. Lo ganado se lo comía todo el transporte en arriería y fluvial, en el río. Entonces, el único que daba la base era el arroz. Y ya cuando se puso el arroz más barato, se empezó a sembrar solo para el consumo. ¡Era tan difícil salir hasta Piñalito a conseguir una panela, una libra de sal…! A caballo hasta el río Guejar a hora y media. Y de ahí embarcación –canoa de madera con motores– y subir a Piñal a hacer la compra. Entonces unos señores dijeron: “¿Por qué no reunimos una plata y montamos una tienda y ponemos un administrador, para que venda aquí?” Como dos o tres personas montaron esa tienda.

Yo soy de origen tolimense, del piecito de Roncesvalles, de Playa Rica. En ese tiempo que llegué estaba muy joven. Ahorita tengo 63 años cumplidos. Usted sabe que todo joven cuando dice a andareguiar no para en ninguna parte. Primero estuve al lado de Puerto Lucas, en Vista Hermosa. Por allá trabajé y luego me fui para la sabana en un punto que se llama, hoy en día, Alto de Ligias. La gente estaba recién fundada. Me hice a un amigo por ahí y fue cuando ya me vine para estos lados. Donde uno veía un pedazo de tierra lo cogía. O le decía a otro: coja ese pedazo ahí pa’llá y siembre lo que quiera, yuca, plátano, maíz, cualquier cosa.

Uno era José Buitrago, el otro era don Fidel González, y un señor don Pablo. Consiguieron una persona que manejara eso. Bueno, pensaron: “¿Cómo se llama la tienda?” Quedaron ahí pensativos. “¿Cómo se llama?...” Como era de varios, dijeron al fin: ¡“Pongámosle La Cooperativa! “Entonces ya veníamos y lo que necesitáramos comprar ahí se encontraba. Había de todo, de cada cosa un poquito. No en hartísima cantidad sino poquito. Se le acababa cualquier cosa a la gente y ¡Vamos a La Cooperativa

Esto lo conocí cuando eran arroceras. Tumbaban selva y sacaban arroz; era lo que no molestaba el mico. El mico siempre se come el maíz. ¡Harto arroz se sembraba!, tenía mucho comercio.

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¿Cómo se llama la tienda? “Quedaron ahí pensativos”. varios, dijeron al fin: “¿Cómo se llama?...” Como era de

¡ “Pongámosle La Cooperativa! 9


a comprar! La Cooperativa… La Cooperativa… De ahí salió el nombre de esta vereda. Entonces dijeron: “Esta casita está muy feíta”. Vamos a hacer una casa. Colaboramos más de uno para hacer la casa grande, en madera, bonita.

Hasta se daba uno cuenta: aquél no ha venido estos días, voy a ir a visitarlo, a ver qué le pasó, si está enfermo… Mataba cualquier animal y le llevaba uno la parte para que comiera. La gente se vino a separar, a no ser unidos, cuando se vió la plata.

Para esos tiempos solo había una escuelita en Puerto Gabriel, a la orilla del río Guejar. Hora y media de camino. Por eso, hay mucho muchacho que no tiene el estudio académico, porque no lo había. No había nada en toda esta área. Después hicieron una escuela, allí en la vereda Divisas. Los de aquí les tocaba echarse dos horas para ir a estudiar. Era muy difícil. A una de mis hijas le tocó. Y cuando eso no era como ahorita; ese tiempo era por pura montaña. Debían pasar un caño por una varita. Y si el caño se llevaba la varita pues devolverse… no ir a la escuela.

La guerrilla llegó muy temprano. En el año 83 ellos estaban ya por aquí. Estaban lejos, pero iban llegando. Pasaban por acá; entraban… Iban al puerto. Era de esa manera en esas épocas. Aquí la guerrilla hacía cumplir unas órdenes. Ellos controlaban muchísimo lo que era el robo, el atraco, la violación. ¡Ave María! Eso era una vaina muy delicada. Eso no lo perdonaban. De pronto perdonaban al que robaba… Ellos manejaban ese tema. La salud era así, como el cuento: el que se enfermaba tocaba bregarlo a sacar en hamaca hacia el río. Allá lo recogía una canoa para Piñal, si de pronto alcanzaba… Yo fui cinco años motorista en ese río, el río Guejar… Y llegaban a veces a las once de la noche, con una señora de maternidad que no podía tener el niño. Y a esas horas ¡levánteme de la cama, prenda motor y arranque con esa señora pa’Piñal! Los motoristas éramos como los choferes: muy conocidos en el pueblo. Allá le golpíabamos a una doctora: ¡Doctora…! ¡Doctora…! ¡Ábranos, mire que…! “¿Qué le pasó?” “No, que traigo un enfermo, una señora”. A esa hora abría y nos recibía. Ahí le prestaban el primer auxilio, si alcanzaba el auxilio… Muchos murieron en la canoa. Y hubo varios que se murieron porque en eso se fumigaba ya mucho

Había mucho animal; había tigre. Los tigres no se han retirado mucho. Allí abajo, a la orilla del río Guejar, ahí en el Tecontaldo, que eso ya es Divisas, todavía pa’l verano, el tigre sale hacia el río. En las playas, ahí se encuentran los rastros. Y cacería, ¡Claro! ¡Había hartísima! Por lo menos un cajuche, un saíno, la capa, el cachicamo, todos esos animales. Y salíamos de casería. Me convidaba a veces el vecino, a veces iba solo, pero cerquita. Éramos muy unidos. Se me hace tan raro que hoy en día para uno reunir así una comunidad para trabajar, como que se incomodan.. En ese tiempo nosotros éramos muy unidos.

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los cultivos ilícitos. ¿Quién sabía manejar veneno? Nosotros nunca teníamos orientación de eso, jamás. A veces, con las manos untadas, iban y comían… Sí, se murió harta gente así, intoxicada… Y daba mucho paludismo. El color de nosotros era muy diferente: amarillito.

En el 2001, 2002, fue el mayor crecimiento. Por todas partes veía carros y gente. ¿Por qué fue tanto el impulso de subirse este número de construcciones de casas y de aglomeración de gente? ¡Los cultivos que había! Era gente que venía, de oportunidad, a conseguirse el sustento. No era más.

La primer mafia que llegó aquí fue la marihuana ¿Qué quién la trajo? Hummm. Eso, como el cuento, fue apareciendo alguien con la semilla. Se extendió, cogió fuerza. Y se acabó; entonces, llegó la dichosa coca y la gente se fue creciendo.

¡Huy! Eso aquí había, como el dicho, gente de todas partes de Colombia. El uno tenía un negocio, el otro almacén de víveres o de ropa; otros, almacenes de insumos o restaurantes. Otros, venta de comida por las calles o cacharrerías. Era exactamente como estar en un pueblo grandísimo, como Granada. Había mucha plata.

Por esos tiempos en la tienda La Cooperativa cambiaron de administrador; hubo de pronto un desacuerdo. Se reunieron los mismos que la habían formado y la vendieron; quedó de una sola persona.

La situación económica de todos nosotros era muy buena. Si era el patrón, tenía su muy buena forma; si era el obrero, le hacían falta manos para trabajar. Trabajo había y plata para pagar. Ejemplo: si un jornal allá, fuera de estos sitios coqueros, valía diez mil pesos, aquí valía veinte mil y le daban la comida. ¡Dobletiao! Entonces, la gente se venía.

En el año 2000, fue cuando ya entró la trocha y los primeros carros. Este caserío se empezó a hacer porque no había nada. La primera escuela que existió en la vereda La Cooperativa estaba en la finca mía, en el Alto Simón Bolívar. Y la vereda siguió creciendo por los cultivos ilícitos. Sí, porque aquí eso no se le oculta a nadie: los cultivos ilícitos hicieron subir el caserío.

Para mí esa mata de coca es bendita. Y tengo por qué decirlo. ¿Qué maldita va a ser una mata que le dio la comida a tanta gente y le dio el auge a las fincas, los pastos? Hay mucha finca hecha, que cogió mucho valor… Que de pronto hay unos que han sido de mala calandria, digamos, de mala fe…

Dijo la gente: ¡A comprar lotes!… El señor José Buitrago que era dueño de muchos potreros donó tierra a mucha gente, otros solares los vendió. El lote donde está hoy la biblioteca lo dio pa’ un puesto de salud. Se fue formando el caserío…

Unos que dicen que nos dejó la guerra. ¡No, hombre! Yo conocí más guerras antes de haber coca. Yo nací en el año 55 cuando estaba todo el golpe pesado de la guerra en el Tolima. 11


Y llegó la erradicación. Eso fue en el 2007, 2008, 2009, 2010. Fueron los peores momentos de La Cooperativa. Se dio de tres maneras. La primera: fumigación; pasaba una avioneta y fumigaba en la cabecera de este caño que pasa aquí y envenenaba toda el agua… Sí. Muy duro, muy cruel. Acabaron con yuqueras, plataneras, toda clase de agricultura, potreros y pastos. Tocó sacar el ganao porque le caía veneno; lo peló, lo quemó por encima. Esa fue la primera. Después, cuando ya no pudieron de esa manera, entonces llegó el gobierno, el Ejército, con erradicadores a hacer su tarea a pala. Quemaban cambullones, se robaban lo que encontraban de paso… Pero, nunca negociaron con la comunidad. ¡Nada! Dentraron a arrancar y a quemar todo lo que se encontraban. Si en una casa encontraban un tambor de ACPM o de gasolina, ahí le metían candela. Eso, pa’ellos era insólito. La última erradicación ya fue lo que se entiende como voluntaria.

responsable en ese punto. Sí, a veces se ha quedado enterrado el carro. Pero va gente, un tractor de un vecino, lo jalan y aquí llega. Nunca esa línea ha sido desamparada. Por eso, nunca ha sido un pueblo fantasma, ¡nunca! ¡nunca! ¡nunca! Algunos dejaron sus tierritas, habían comprado pedacitos, tres, cuatro hectáreas y no se puede sobrevivir sobre ese pedacito de tierra. Los antiguos seguimos estando aquí, siempre, en píe. Sufrimos hace muchos años y seguimos esperando a ver qué resultado nos da el gobierno para apoyarnos. Ahora llegó la sustitución. Nos han prometido proyectos productivos; es lo que necesitamos. Proyectos productivos y el arreglo en general de las vías. Porque habiendo vías…

A mí, por lo menos, me arrancaron todo el cambullón. Entonces la gente se fue. La gente estaba por el trabajo, por los negocios. Y a lo que se acabó la materia prima… Aquí llegaron a haber más o menos 200 casas habitadas. Ahoritica, así por encimita, pueden haber unas 20; en un momento fueron menos. Pero nunca La Cooperativa ha decaído y nunca ha quedado incomunicada. Contraguejar ha sido

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Prohibido…

Como a finales de los 90, las FARC sacaron las normas de convivencia. Eran interesantes, pero dio fuerza para que muriera mucha gente. En esos tiempos nos afectaban mucho los robos, los atracos entre nosotros mismos. Nos estábamos matando en las cantinas, borrachos. Y había personas que echaban liga a la mercancía. De un kilo, 400 gramos era liga; eso era una trampa. Las FARC hizo las normas, nos reunieron en todas las veredas y nos pusieron en conocimiento. Robar, matar, violar, echar liga, daba para muerte. A los que incumplían los llamaban donde quisiera el mando. Los domingos yo venía por la remesa de madrugada y encontraba tres, cuatro muertos por el camino. Tenían un papel en el pecho que decía por qué lo habían matado: ladrón, violador… Ese modo me parecía bien, prestaba seguridad. Yo he sabido vivir. Estoy por acá hace mucho y mire estoy lleno de arrugas. Otros se pusieron de necios a hacer lo que sabían que no se podía hacer. Esas normas estuvieron vigentes hasta la entrega de armas. Si hay algo que hizo daño a las FARC y al campesino fueron las famosas milicias que fundaron ellos mismos. Les soltaron mando sin tener ellos capacidad política ni ideológica; hicieron muchas fechorías. 13


... entrรณ un buldรณc vimos acรก, las mulaser que fue el primer aparato que pasaron a un segun do plano. 14


Los arrieros, la carretera y yo Cuando entró la trocha en el año dos mil y entró un buldócer que fue el primer aparato que vimos acá, las mulas pasaron a un segundo plano.

Yo soy santandereano, pero me llevaron muy pequeño para el Valle. Me vine por el desempleo Y había mucho empleo en esta región por lo de la coca. Se necesitaba gente que supiera trabajar, que le gustara trabajar. Esto era zona guerrillera. Entonces, el que entraba podía hacer inteligencia, o ser un infiltrado. Entonces era un riesgo; por eso se necesitaba llegar recomendado.

Porque cuando yo llegué todo, alimentos e insumos, entraba por canoas y a lomo de mula. De Piñal por canoa hasta Puerto Gabriel o Puerto Iguana. Y ahí se descargaba la mercancía y tocaba dejar todo embodegado para al otro día, o después, traerlo en las mulas. Arrieros, había bastantes. A uno le decían El Abuelo, otro era Gabriel, a otro lo llamaban Cabeza de Balín… Ellos se fueron.

Yo no puedo decir nada de la coca; para mí es algo muy valioso. Por ella estoy en la región. No me dejó mucho, pero sí tengo en donde vivir. El pedazo de tierra que tengo lo conseguí jornaliando… No me fui cuando esto se acabó porque a donde quiera que uno vaya tiene que trabajar. Y dije: ya estoy viejo, pues me quedo por acá.

Ellos traían todo lo que se necesitaba. Si estaba más o menos bueno el camino se gastaba una hora y media, dos horas, con las cargas. En esta región llegaron a haber mil o dos mil mulas. ¡Muchas!

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Celebramos en la cantina de doña Consuelo Cuando entro la vía, la trocha, aquí a La Cooperativa, no había sino una sola cantina, el negocio de doña Consuelo que todavía no era discoteca. Era una tienda y vendía cerveza. La gente amaneció tomando, celebrando.

tener sí sé cuánto…! El año pasado trataron de cerrar la vía de Piñalito hacia La Macarena, también hecha por las comunidades. Con esas vías le hemos dado es auge, valor a las tierras. Si esto fuera selva…

La carretera fue hecha por nosotros. En ese tiempo, como la guerrilla operaba aquí, entonces ellos tenían el orden. Pero fue con la plata de nosotros. Ellos coordinaban los trabajos porque tenían idea del tema y las cosas se hacían de esa manera. Nosotros dimos el dinero. Porque ahí sí está como el cuento del vanidoso. Los que estamos contando ¡Teníamos plata!

Resulta que la de Piñalito a La Macarena no la reclamamos solo nosotros aquí, la reclamaron desde San Vicente del Caguán, en el Caquetá, porque por ahí es más fácil pasar e irse pa’llá; más barato, porque el pasaje en avión, eso es muy caro. Se salvó: de Vista Hermosa a La Macarena hay carros… Sí, usted compra tiquete y a La Macarena la arriman así sea ayudando a empujar el carro…

Entonces se contrató un señor con el buldózer y una empresa que vino y embalastró. Osea, trajo motoniveladora, trajo retros y toda esa vaina. Nosotros aportamos la plata pa’pagar. Y aquí llegó la trocha al caserío y siguió pa’l Tigre. Y ahí siguió bajando hacia los puertos, a lo que llaman Bajo Guaimaral –que es el nombre anterior–, ya es límites de La Cooperativa… Y entro a Divisas, entro a Puerto Alonso...

Parece que por aquí tampoco nos molestarán más. Pero, la carretera se cayó cuando se acabaron los ilícitos, porque nosotros la manteníamos… ¡Estuvo tan en pésimo estado el año pasado!, hay pedazos malos todavía. La administración de la alcaldía acá no daba un peso. Nosotros éramos desconocidos pa’ellos.

El Estado nos quería desconocer esta vía ¡Que para hacer una vía toca tener el permiso ambiental, toca tener no sé, que toca

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Era una L a gente tienda y vendĂ­a cer amaneciĂł t omando, ce veza. lebrando.

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ablandaba En los bajos, por la humedad, se pegados. ab an el terreno y los carros se qued

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El lunes era día de mandato Con las carreteras empezó el desarrollo y también el trabajo en comunidad en esta vereda. Porque la vía empezó a deteriorarse. Los problemas se daban sobretodo en los bajos y en las lomas.

Las personas que se veían involucradas en cualquier problema: riñas, chismes, robos de menor cuantía, también colaboraban con la vía. Ellos eran obligados a cancelar una multa y muchas veces consistía en llenar doscientos, trecientos costales o lonas de gravilla.

En los bajos, por la humedad, se ablandaba el terreno y los carros se quedaban pegados. En las lomas la tierra se ponía muy lisa y los carros patinaban. Comenzamos un trabajo comunitario para mantenerla. Era cada ocho días. Estas jornadas se llamaban “mandatos”. Hacíamos largos empalizados, usábamos material de sabana para afirmar la vía. El lunes era día de mandato. Los dueños de las fincas salían con sus trabajadores. ¡Salíamos todos los habitantes de la vereda! Trabajábamos de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Unas veces llevábamos el almuerzo; otras veces las mujeres cocinaban en el sitio de trabajo.

Ya no hay trabajos comunitarios obligados. La carretera se deterioró y el gobierno ayudó a mejorarla un poco por el proceso de paz. ¡Este sector siempre ha estado abandonado por el gobierno!

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Sólo se escuchaba el ruido de las plantas de energía La luz aquí, en tiempos antiguos, era prender un mechero de petróleo. Sí, eso era lo que se usaba. Porque luz aquí no la había. Lo primero, era muy difícil por el dinero… Una planta a gasolina, valía 400 mil pesos… ¡Y cuándo conseguía uno 400 mil pesos ganándose un jornal de antes! Cuando ya “echó a haber platica” entonces echamos a comprar plantas a gasolina. En tiempos de coca, cuando esto no tenía nada de redes, usted salía a este alto y no escuchaba sino el ruido de plantas; ¡Todo el mundo tenía la suya! Y en las fincas pues había la planta solar. ¡Esa sí cuesta! Por aquí la solar dio mucho golpe. En ese tiempo no venía sofisticada como viene ahorita, con una luz tan amplia; eso era apenas una lucecita, opaquita. No, ahorita viene con unas luces, unos bombillos grandes, bonitos… Y son muy buenas. Todavía hay veces que cuando se va la luz, que es frecuente, ahí algunos tienen planta de ACPM.

Porque luz aquí no la había. el dinero… Lo primero, era muy difícil por 20


Un puente poderoso Este puente se hizo cuando la vía entró. Fue con plata de la comunidad. ¡Como había harta! Se hacían lo que se llama fiestas, bazares, eventos; la gente tomaba trago y colaboraba. Se organizó un fondo con todo lo que se iba recogiendo. Es un puente poderoso. ¡Valió un poco de plata! Ahorita que entró la Electrificadora, por ahí pasó una mula cargada de postes. ¡Eso son 40, 60 toneladas! Al otro lado del puente, más allá, había un almacén de insumos grandote. Se llamaba Fortaleza. En toda la esquina donde se voltea pa’l Tigre había un almacén de insumos también grandísimo; un ancianito manejaba eso. Al frente, hacia el lado de abajo, ya saliendo pa’Divisas, por esa otra que sale, a mano derecha, ahí había otro almacén grandote, de insumos. Era de una señora llamada Blanca y había un estadero grandísimo, también. Eso se ha ido acabando.

¡Eso son 40, 60 to neladas!

No hay plata para parar todo eso. La plata, hoy en día, toca medirla…

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¡Cinco o diez millones por un gallo! El encuentro gallístico es una tradición de muchos años en esta región. Pero, ahora no es como en épocas anteriores donde se daban hasta 50 riñas en una sola noche; ahora no pasan de diez. Lo bueno fue cuando el apogeo de la coca. Las apuestas eran entre cinco y diez millones. Los niños desde los 12 años, como eran raspachines, tenían plata para apostarle al gallo preferido. Las mujeres también eran aficionadas.

Ahora solo hay riñas una vez al mes. Antes se jugaban los gallos cada ocho días. Cuando es día de gallos esto se echa a llenar desde las seis de la tarde. Unos traen en sus cunas hasta seis gallos. Yo los recibo y los coloco en cajones o varas para que descansen antes de la pelea. Todo este local se llena: unos juegan gallos, otros tejo o billar; unos se ponen a tomar, y otros a comer. Porque aquí se hace comida criolla: caldo de gallina, chorizos, papa rellena…

Esta gallera llamada El Palenque se ha movido desde los años 90. Pero no era la única. Hasta en las coqueras se jugaban los gallos y se apostaba la hoja recogida en la semana. En unas veredas había taguaras: lugares en donde se reunían en un mismo espacio gallera, tejo, billar, mini tejo. Los nombres que más recuerdo son: Sol y Sombra, La Caponera, La Bety, Los Quioscos. Todas quedaban a orilla de carretera. Esta de La Cooperativa, aunque tiene billares, tejo y minitejo, no se llama taguara porque queda ubicada en medio del caserío.

Los mejores días son después del 16 de cada mes, cuando les pagan a los excombatientes que están en el ETCR, Georgina Ortiz. Ellos son muy aficionados; vienen con sus pollos finos. Les gusta tanto que están pensando en hacer su propia gallera. Pero repito: ahora todo es distinto. Las apuestas no pasan de un millón y por mucho vienen 200 personas; nada. Antes era una nube de gente.

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El restaurante que fue discoteca Esta casa se construyó en el año dos mil, durante la zona de distensión. Comenzaron poniendo una panadería. Cuando se acabó el proceso de paz, la vendieron. Colocaron un granero. Luego fue vendida nuevamente. Alrededor del año 2004, la acondicionaron como discoteca en pleno “bum” de la coca. Tuvo dos nombres: Siboney y Palo de Agua. Era una discoteca muy particular: encerrada, con mesas empotradas en el piso. Las sillas eran sofás. En ese momento, en La Cooperativa, llegaron a haber siete discotecas, ocho billares y unas doce cantinas. En esos tiempos mandaban las FARC. Se organizaron muchos bazares para recoger fondos para la carretera y la electrificación. Para esos proyectos aportamos todos los habitantes: desde la señora que vendía empanadas, hasta el patrón que cogía gran cantidad de hoja de coca.

Los sábados y domingos eran los días más activos. En la calle principal no había donde parquear un carro. El flujo de gente era demasiado; de todos lados llegaban campesinos y se concentraban aquí, en La Cooperativa, para vender sus productos: base de coca, plátano… La Cooperativa es un punto estratégico. El caserío más importante del sector. Es un sitio equidistante de muchas veredas. La gente llegaba y luego los recogían y los llevaban hasta donde habían colocado el compradero de base de coca… Hoy, esta casa es tienda, panadería, restaurante.

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Ese veneno dejaba estéril la tierra Yo me acuerdo mucho como fue la erradicación: yo estaba en la finca limpiando un maíz que tenía dentro de la coca. Cuando de un momento a otro llegaron tres avionetas y pasaron shssss… ¡Botándole el líquido a todo eso!

Y después llegó la erradicación manual. Vinieron una cantidad de erradicadores: ¡Como unos trescientos, voliándole pala a la raíz de la mata! Y vino la Policía también, escoltándolos, porque solos no vienen. ¡No! ¡Nooo!

–¡Huy!, le dije a la mujer que tenía. –¡Ay manita, nos fumigaron las matas!

Pensamos: “¿Mi Dios qué va a hacer con nosotros?” “Mi Dios no desampara a nadie”. Si nos fumigaron pues nos tocaba buscar otra solución. Nos pusimos a sembrar más platanito, yuca, en otro sitio, porque donde botan ese veneno queda estéril la tierra. Entre más días, pobreza y más pobreza. No había donde uno ganarse un jornal; todo mundo había sufrido lo mismo… Y así fue como mucha gente fue saliendo, fue saliendo… Iban en carros, saliendo con su trasteo.

El plátano, eso quedó manchao. Al maíz, al otro día, se le miró el daño que le hizo. ¡Ese maíz es muy flojo pa’ ese veneno! Se ve amarillito, amarillito… hasta que a lo último queda seco, seco. Eso es un veneno bravo. Cuando pasó la fumigación me quedó una partecita y seguí trabajando; conseguía la comida. Eso no fue un solo día, ni dos… fue mucho, porque era mucho el cultivo que había, en todo el municipio de Vista Hermosa. Venían las avionetas y los helicópteros escoltándolas. Porque si no las bajaba a plomo la guerrilla. ¡Huy!… alcanzaron a bajar algunas. Los que estaban por ahí en los cultivos de coca sentían el ruido de las avionetas y corrían a buscar escondederos. Porque los helicópteros venían detrás con los fusiles mirando. El que saliera corriendo, de una vez la ráfaga… Mejor dicho, eso era plomo ventíao.

Yo tuve por ahí más o menos cinco hectáreas. Eso daba, como dicen, pa’la comida, daba pa’tomarse el traguito. Cuando eso era mucha la pernicia. ¡Huy! ¡Avemaría! Yo sí tomaba mucho cuando el apogeo de la coca. La discoteca Monterrey era mi preferida; era la principal, por ser la más antigua. Todo se llenaba de gente, tomando trago, bailando… Y hubo fiestas grandes cuando traían a Darío y Darío, a Giovanny Ayala, a Karina, una artista que canta muy lindo… También, trajeron a Los Ocho de Colombia, a Las Águilas del Norte. Eso se llenaba de gentío…

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En esos tiempos yo siempre movía los pesitos… Pero, entonces, la tomadera de trago fue la que me mandó a la lona. Mejor dicho, ¡Mucho el dinero que yo dejé ahí en ese entonces… Y uno piensa: ¡No haberme ahorrado la platica! ¡Hoy día hubiera tenido por lo menos un bienestar mejor! Pero los amigos lo hacían meter a uno en la bebeta…

Tengo una moto; en esa me transporto y vendo los helados. Me abro por allí pa’la vereda El Tigre, voy pa’una vereda que le dicen La Gorgona, voy pa’Guaimaral, voy por allí pa’Cachicamo… Y vivo solo. Mi mujer está ahorita por acá abajo en Acacías. Se fue por el asunto del acabose de la coca. Me dijo: “Yo mejor me voy porque aquí nos vamos a morir de hambre”. ¡Ese fue el destino!

“Venga, venga, fulano”, Y le golpeaban la espalda. “No, venga, siéntese aquí, tómese una”. Y de una, era la otra y la otra… hasta cuando ya uno se sentía borrachito y busque por ahí dónde echarse, por ahí a pasar la rasca…

Yo le dije: “Pues usted verá si quiere, váyase y busque su vida. Pero yo mi finquita no la dejo botada. Yo sigo aquí trabajando a ver cómo me va”. Vendí ya eso, prácticamente…

¡Huy! ¡Hoy día, claro que me arrepiento!. No estaría así, tan llevao. Ya no tomo… Si un amigo me brinda una cerveza me la tomo como por no despreciarlo. Pero yo el trago, hoy día, no; por la pobreza.

Yo no sé cómo mi Dios me echó por estos lados. Fui nacido y criado en un pueblo de Cundinamarca. Y me fui pa´Bogotá; duré un poco de tiempo. Y ahí fue cuando se me dio la loquera de venirme por acá pa’estos montes a trabajar. El destino de la vida. Me dio el arrebato; me aburrí de estar en Bogotá. Dije: “Me voy pa’l Llano”. Y me vine pa’l Llano. Y aquí estoy, viviendo todavía. Vivo de los helados y de unos animalitos que he comprado.

Mi trabajo hoy día es vender helados. Voy pa’un año en eso. Empecé con un congelador de segunda; como al mes me sacó la mano. Me tocó ir a la fábrica de los helados a ver qué me solucionaban. Yo quería trabajar; me había ido bien los primeros días. Allá me dijeron: “Bueno, le vamos a prestar un congelador nuevo”. Con ese estoy trabajando. Pero estos días no he podido trabajar por la vaina de la luz; molesta mucho, cada ratico se va, llega, se va. Y lo otro es por el invierno.

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Lo mandaron llamar… En esta casita azul vivía risas. Era el Presidente de la Junta de Acción Comunal de La Cooperativa. Siempre se miraba solo. Era recochero. Un día lo mandaron llamar. Al otro día supimos: lo había ajusticiado la guerrilla.

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Una historia que no olvido Siempre que paso por el matadero recuerdo esta historia: Un día a las cuatro de la mañana yo estaba en el matadero. Yo me encargaba de lavar el menudo. De pronto vi a un soldado venir solo. Nos preguntó a los que estábamos ahí: ¿Cómo están? Le respondimos: muy bien. Camino hacia adelante y los perros empezaron a ladrar. Tal vez –pienso hoy– ellos analizaron que ahí estaba la guerrilla. El soldado al ver que los perros gruñían aligeró el paso. Sacó los binóculos y miró hacia el rastrojo. Caminó como tres pasos hacia la carretera; se escucharon unos tiros; vimos caer al soldado muerto. El matadero se llenó de Ejército. ¡Bombardeaban por todos lados! No hallaban qué hacer. Quería ir a mi casa, pero no nos dejaban salir hasta que no llegara la Fiscalía. –¿Cuántos disparos escucharon? –nos preguntaron. –Unos varios –respondí. –¡Usted sabía que la guerrilla estaba ahí escondida! –Yo les dije que no. Como a las 10 y 30 de la mañana nos dejaron salir. Esto ocurrió cuando el pueblo estaba muy caliente… en el 2008.

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Pablo, El Desbaratado En esta casa que todavía se mira linda vivía Pablo, El Desbaratado. Era flaco y altísimo. Se fue cuando la erradicación. ¡Esto quedo en desolación! ¿De qué íbamos a vivir?

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Ni las balaceras me espantaron Fui enviada a zona rural a trabajar como docente. Yo había escuchado y visto en la televisión imágenes de guerra. Pero encontrarme de frente con los grupos armados de la zona de La Cooperativa fue impactante. Eran señores de las FARC con boinas, armas, botas, brazaletes… con todas las de la ley, ¡Como en la tele! ¡Que susto! Una mirada fija puesta en mí me hizo poner la piel de gallina. “Me devuelvo”, fue mi primer pensamiento. Me subí al bus nuevamente, me quise ir.

primer ¡Pao! ¡Pao! se escondieron bajo la mesa. Se protegieron las orejas con sus manitos… Y vi humo por todos lados y el helicóptero sobrevolando sobre la cancha de fútbol… y ese olor a quemado… ¡Es impactante! Esos mismos niños que vi ese día, caminan solitos por las carreteras y caminos de herradura, caminos tapados por la maleza; tierra mezclada con barro. No importa si llueve o hace sol, ellos siempre llegan muy puntuales a la escuela; sin falta. Y llegan temprano con apenas unos sorbos de agua de panela y de pronto un pan como único desayuno. Por todo esto, jamás me arrepentiré de haberme quedado en La Cooperativa.

Pero, me pregunté: ¿A qué vengo? ¿Por qué estoy aquí?, ¿Será que me voy? “No; ya me toca quedarme”, me dije. Respiré profundamente y sentí ese olor húmedo, en medio del calor picante de esa tarde de enero. Desde ese momento abrí mi corazón y me dejé enamorar… Siempre viene a mí el recuerdo de la primera balacera que viví en carne propia al lado de los estudiantes. Estaba en el salón del primer grado. Sentí totazos por todos lados. ¡Las balas, aprendí ese día, no tienen dirección! Y vi a los niños que ante el

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Mi macho, mi perro y el solino… Cuando tenía 7 años –tengo 14– yo era a la que mandaban a llevar las cebollas, los tomates, la carne y otras cosas. Venía en mi macho (caballo). Él se llamaba Machín y me acompañaba mi perro Toni Yerri. Me echaba dos horas de la vereda El Laurel a La Cooperativa. En uno de esos trayectos, que hacía todos los domingos, yo venía toda tranquila en mi macho cuando mi perro salió corriendo y ladrando. Al pie de la carretera había un solino (cerdo de monte negro o gris) y mi perro tiró a morderlo pensando que me iba a atacar a mí. El bicho agarró a mi perro. Yo desesperada me baje de mi macho, cogí una vara y empecé a pegarle. Pero el bicho no soltaba a mi perro. Me puse a llorar. Entonces lo cogí, le quité, no se cómo a Toni Yerri, y boté lejos al solino. Dejé a mi perro en el camino, me monté en mi macho y salí corriendo… Fui hasta La Cooperativa, compré las cosas y regresé rápido. Recogí a mi perro y me fui volando para la casa. Mi perro y mi macho ya murieron…

mpañab a Él se llamaba Machín y me aco mi perro Toni Yerri.

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El abrazo de Rayo Lo más hermoso de la vida es poder saludar a aquellos que algún día fueron nuestros estudiantes.

Después de mi asombro, Rayo me contó que también estaba Guerrero y otros más de mis viejos alumnos...

Desafortunadamente esto era imposible en el 2006: todos éramos objetivos militares por parte de la guerrilla o del Ejército. En cierta ocasión yo me encontraba almorzando en el único restaurante de La Cooperativa, cuando un hombre grande, blanco y con prendas militares me colocó la mano en el hombro y me saludó.

Desde ese día yo rezaba para no encontrármelos. En otro contexto yo los hubiera abrazado fuerte, como cuando eran niños… mis estudiantes.

–¡Hola mi profe! –¿se acuerda de mí? –No, le respondí. –Yo soy Rayo, su estudiante, el hijo del carnicero de La Floresta (una vereda de mi pueblo en Boyacá). En ese momento quise que la tierra se abriera y me tragara. En el restaurante, en ese momento, habían muchas personas y uno no sabía quién era guerrillero, ya que ellos entraban de civil. Por mi mente pasaron muchas cosas… ¿Alguien me había visto saludar a este muchacho?… ¿Al otro día me tocaría irme de la región?… Todo era confusión.

–Yo soy Rayo, su estudiante, resta el hijo del carnicero de La Flo 35


Adiós a La Maravilla Fue de verdad una discoteca maravilla, como su nombre. Y La Maravilla también le decían a su dueña, una mujer bonita, joven… Tenía buen cuerpo, pelo largo, caderona. Por dentro la discoteca estaba bien arreglada, sillas de madera, buenas luces. Un día La Maravilla se fue. La mataron los paramilitares.

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Apenas quedamos unos pocos En el 2007, nos tocó dejar la finca, olvidarnos de la tierra que cultivamos y trasladarnos a la vereda La Cooperativa. Estábamos cansados de estar en medio de fuegos de una guerra que no era de nosotros.

no era vida para unos niños que comenzaban a vivir. Ellos se desplazaban a su escuela por una trocha llena de montaña. Pensábamos: ¿A qué hora nuestros hijos tendrán que ver a la guerrilla y el Ejército enfrentándose? ¿A qué hora van a quedar en medio del fuego cruzado?

En ese fin de semana anterior a la salida ocurrieron muchas cosas: mi hija estaba barriendo el patio cuando escuché a los helicópteros disparando a la montaña. Todo pensé menos que en mi patio caería una bala perdida, cerca de donde estaba ella. ¡Faltaron milímetros para que hubiese acabado con su vida!

Nuestra llegada a La Cooperativa no fue la mejor. Para poder subsistir montamos una tienda. No fue la mejor solución. Nuevamente nos encontramos con un problema: el Ejército nos tildaba de guerrilleros ¡Dizque les vendíamos comida! Por otra parte, si le vendíamos al Ejército entonces la guerrilla nos tildaba de torcidos. Nuevamente en una encrucijada. Con el pasar de los días el caserío se iba quedando solo. Amigos que tomaban la decisión de tomar otros rumbos con el fin de mejorar sus economías o su estabilidad emocional…

En mi casa no había baño y nuestras necesidades se hacían en el monte. Fui a hacer mis necesidades; cuando iba llegando a mi casa escuché una ráfaga de balas y al mirar hacia atrás pude ver que en cada árbol había un guerrillero. Estaban hostigando al Ejército que estaban al otro lado de la casa. Corrí a buscar a mis hijos que se encontraban en el caño lavando sus uniformes. Solo pesaba que debíamos llegar a nuestra casa y tirarnos en el piso para guardar nuestras vidas.

Cuando se fue mi vecino, el panadero –don Wilson–, sentí un gran vacío. ¡Uno más que se iba! Y mi pregunta: ¿Cuándo me tocará a mí? Pero no; aguanté. Luego fue Doris la chica de la droguería. Medio guardó algunas cosas… Y así cada semana o cada mes otra familia que se iba. La escuela también sintió el problema: cada día menos niños y menos docentes.

Ese fue el día que dije: ¡No más! Hablé con mi esposo y le sugerí que abandonáramos la finca. Ya no aguantaba más. Eso

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Hasta la planta de luz que era comunitaria dejó de funcionar. La comunidad aportaba para comprar el ACPM y quedamos tan pocos que no alcanzaba el dinero para comprarlo. Nuevamente noches oscuras; todo en silencio. Solo se escuchaban los grillos y las ranas. Al haber poca gente en las fincas y en el caserío ya no se podía sacrificar ganado grande como era costumbre. Pasamos de cinco turnos semanales en el matadero, a uno por semana. Se sacrificaban animales pequeños. En ocasiones quedaba carne, al no haber luz tocaba salarla. Después de tener varias líneas de carros pasamos a una solamente. Esto era degradante. Pero, lo más triste fue que con el pasar de los días ya podíamos contarnos con los dedos de la mano los habitantes de este caserío. Toda la semana era un silencio total. Ya no se escuchaba la música de las cantinas. Muy a las seis de la tarde todos a sus casas, a dormir. Solos los domingos cuando la gente de las fincas llegaban a comprar su carne y sus verduras se miraba como si estuviéramos de fiesta. Llegaron ayudas del Estado; solo una cortina de humo. Todo quedó en manos de intermediarios y aquí solo llegaron limosnas junto con proyectos que no eran para esta región.

Y así cada semana o ca otra familia que se da mes ib a.


Mi amigo el panadero Por la vaina que se acabó la mafia, el desempleo se vino encima. El Gobierno nos erradicó y nos engañó: que iban a dar créditos, buenas ayudas, y fue mentira. De ahí para acá empezamos a sufrir. Y muchos se fueron. Se fue mi amigo el panadero. Era buena gente, un tipo joven. Se llamaba Wilson, pero le decían “El paisa”; vivía con una muchacha, “La paisita”. Hacia pan de sal, pan de queso, mogollas, rollos… ¡Una panadería con buen panadero! Nosotros pasábamos por ahí a tomar jugo de borojó y a comer pan, a hablar, a ver televisión… No nos cobraba. Yo le traía frutos de la finca: papaya, mandarina, naranja… Se vivía bueno en esos tiempos de la coca.

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Aquí viví cuando iba a la escuela En esta casa de madera, que hoy está comida de rastrojo, viví hace trece años. Mi mamá era amiga de la dueña y le pagaba para yo vivir ahí y poder estudiar en la escuela de la vereda La Cooperativa.

Cuando empezaron los atropellos del Ejército mi mamá prefirió sacarme para evitar alguna situación lamentable. Por ese motivo no pude seguir estudiando. Me volví a la finca con mi mamá y mis hermanos. Ayudaba a mi mamá en los deberes de la casa. El sueño mío de seguir estudiando se quedó en eso, un sueño, por circunstancias de la violencia.

La casa tenía dos habitaciones. Una donde dormía la señora con el esposo y su hijo. Y en la otra dormíamos las hijas y yo. La casita era muy linda, de color blanco. Al frente había un aljibe con un balde y un lazo para sacar el agua. Llenábamos tres tinas y un tanque. Este pueblo nunca ha tenido alcantarillado. Después de estudiar recogíamos el agua, lavábamos el uniforme y hacíamos las tareas.

De la señora de la casa no volví a saber… dejó todo abandonado.

En ese tiempo había mucha gente en el pueblo. Había coca, había dinero, muchas discotecas, talleres lava–carros, muchos almacenes de ropa y muchos restaurantes. Los sábados y domingos la gente salía a entregar la mercancía a los señores de las FARC.

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¡Nadie murió! En agosto de 2010 yo me encontraba trabajando en la vereda La Cabaña cuando a las once de la mañana escuché una balacera… Sonaba como cuando se cocina maíz pira. No era eso; ¡Era un enfrentamiento entre el Ejército y la guerrilla! Le pregunté a un padre de familia que estaba en la escuela: ¿En qué vereda será el enfrentamiento? Y él me dijo con un tono fresco: “En La Cooperativa, profe. La guerrilla se tomó el caserío”.

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En ese momento mi instinto de madre salió a relucir. Mis hijos estaban en la escuela de ese caserío. Solo pensaba: ¿Qué ocurrirá si un cilindro cae ahí?; la base militar quedaba justo detrás de la escuela. Marqué el teléfono de mi esposo, de varios amigos… Nadie contestó. Solo timbraba… Creció mi angustia. No aguanté más y corrí a la vereda. Sorpresa: gracias a Dios solo hubo un herido. Mi familia estaba bien, pero mi corazón no dejaba de palpitar. Se veían los impactos de las balas por todos lados. Pero eso era secundario. Lo importante es que nadie murió.

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Extraño a mi madrina Cuando regresé a La Cooperativa tenía siete años. El pueblo se había acabado; había poca gente. Muchas casas no estaban habitadas y estaban selladas con candados. La que más extrañé fue la casa de mi madrina. Era de color azul, de tabla; el piso era de tierra. Extraño mucho esa casa porque me recuerda a mi madrina. Fue una bella persona conmigo. Se llamaba Yelly Patricia.

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No somos fantasmas Eran como las seis de la tarde del 10 de enero del 2007 cuando sentí que explotó un cilindro bomba. Alguien me llamó y me dijo que había sido en mi casa. Por suerte no había nadie de la familia ahí. Yo estaba en otro lado, en mi otra casa. El impacto hirió a dos personas. La casa del lado era una gasolinera; el susto era que todo eso se prendiera. De ver tanta violencia la gente se fue yendo. Dejaron todo botado. Pero, La Cooperativa no es un pueblo fantasma como han dicho en la televisión. Hace poco, cuando se abrió la zona veredal, vinieron de la tele. Algunos de los habitantes de la vereda hablaron con ellos. Yo pregunto: ¿Acaso eran fantasmas?

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Una Semana Santa de verdad verdad La primera semana mayor respetada en La Cooperativa, Meta, se vivió cuando llegué a comienzos del 2017. Pensé que en esta comunidad celebraban esta semana con la misma reverencia que el pueblo de donde venía: Miraflores, Guaviare. Pero no, aquí, como me dijeron muchos, no creían en esas cosas. Pero llegó un seminarista de Pasto. Lo recibió la JAC y algunos habitantes que se acercaron por curiosidad. Se le dio vivienda y comida casa por casa. Pero él estaba muy acongojado: a la gente no se le notaba interés ninguno en la celebración. Hablamos con la Policía, con el teniente Padilla y el sargento Romero.

se unieron: la profe Luz Cely, Consuelo, Mayerli… La última estación fue frente a la Policía. También se nos ocurrió hacer una obra de teatro. Mi hija Sharol fue la Virgen María, las gemelas de la señora Mayerli, una fue La Dolorosa y la otra Verónica. Nelson –mi hijo– fue uno de los doce apóstoles y el señor agente de Mitú fue Nuestro Señor. Así hicimos los actos protocolarios: el viacrucis, las misas, la última cena, la procesión desde el puente del caño. Desde ese puente salimos con la cruz y se colocó a la salida de la vereda, en la lomita. Fue una cruz pequeña; en mi pueblo se hacía de siete arrobas. Todos la cargábamos a si fuera solo dos minutos.

Frente a mi casa hice la primera estación del viacrucis como lo había hecho desde que era niña. Es como hacer un altar: coloqué la mesa, un mantel blanco, flores, la cruz y un ramo bendito. Y coloqué también el homenaje que escribí por la salud de los enfermos, los presos, la Policía, los niños enfermos de cáncer, los soldados y los conductores. Al comienzo se reían de mí; hasta me dijeron que estaba loca… Pero, poco a poco otros

A la procesión salió toda la comunidad; fue una logística muy bonita. Participaron todos, hasta los los señores de la ONU y el Ejército que acompañaba a la zona veredal. El Viernes Santo se hizo el canelazo y la fogata; el juego de candela, le decimos. En esa ceremonia se bendice el agua y el fuego. Cada uno prendió su vela y pidió un deseo.

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Todos se notaban alegres y satisfechos. Nunca habían realizado una celebración así. Un año después –2018– pensamos que volveríamos a hacerlo. Yo personalmente quede muy triste: nos mandaron seminarista pero a este no le gustó la idea. Solo dio algunas misas. Siempre recordaremos esa semana del 2017; toda la comunidad estuvo muy unida. La Cooperativa me ha acogido muy bien; estoy muy contenta. La Zona Veredal Georgina Ortiz me abrió las puertas para el estudio de mi hija Sharito y me están apoyando para que ella cumpla su sueño de estudiar medicina.

Nunca habían realiz ado celebración así. una 46


Y llegó la biblioteca… En octubre del 2017, llegué de Humadea y encontré la gran sorpresa: la Biblioteca Móvil. Era muy curioso. Nunca se habían visto en La Cooperativa libros, tabletas… Se formó un grupo de niños para leer y escribir. Como siempre me ha interesado leer y escribir fui a conocerla. Lo que más me gustó fue la decoración: a un lado una mesa con tabletas y al otro lado un televisor para mirar películas. Al comienzo me gustaron los libros que hablaban del campo (aprendí como manejar la tierra en las huertas caseras) y los de poesía; son buena inspiración. Elegí un libro que hablaba del llano. Me gustaría más tiempo para leer. Pero no puedo. Mi trabajo es lo del ganado: la encerrada de los becerros. Tenemos una finca, acá, al lado del caserío. El ordeño empieza muy temprano. Un día vino a la biblioteca un proyecto de fotografía, solo para mujeres. Descubrí cosas que estaban muy ocultas: ¡No es tomar una fotografía sino saberla tomar! Aprendí a tomar fotografías con luz, con poca luz… ¡Hasta en la noche! La foto que hice que más me gustó fue la del ganado en el momento del ordeño. Me quedó muy bonita. Me gustó la luz. La tomé a las siete y media de la mañana y use dos modelos: Lorena y Laritza.

Para mí, la Biblioteca ha sido una oportunidad para aprender más. 47


Los niños sabemos manejar ganao

ponen Si uno sale a encerrar y seiguen! ropa roja ¡las vacas lo pers

Algunos niños de mi verada sabemos cómo se encierra el ganado. Se recoge, se apartan los becerros y las vacas y se llevan para el potrero. Al otro día se ordeña y cuando termina el ordeño se lleva de nuevo el ganado al potrero. Algunas becerros son ariscos y algunas vacas también y a veces son bravas. Cuando se vacunan toca encerrarlas. El encierro es las tres de la tarde y la ordeñada a las seis de la madrugada. Antes de ir a la escuela vamos al ordeño, y cuando salimos de la escuela vamos a encerrar las vacas. Usamos ropa adecuada. Si uno sale a encerrar y se ponen ropa roja ¡Las vacas lo persiguen!

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Goles en lugar de balas En el movimiento siempre se practicó el voleibol como deporte oficial. Las condiciones no se prestaban para practicar nuestros deportes favoritos. El futbol y el microfútbol fueron por muchos años ilusiones reprimidas. Por eso cuando nos informaron que podríamos jugar en un torneo que se iba a realizar en La Cooperativa donde habíamos llegado como excombatientes los rostros de alegría pusieron en evidencia a los amantes del microfútbol. Durante el resto del día solo se escuchó hablar del tema. Al día siguiente fuimos al aula para organizar la participación; se armaron tres equipos de mujeres y siete de hombres. Faltando una semana para el inicio empezó la cuenta regresiva: contábamos los días y las horas. Esperamos ansiosamente aquel momento apasionado como los amantes que llevan tiempo sin verse.

Fue un sábado soleado, el cielo se vistió de elegancia con su color azul dándole un toque especial a la ocasión. Nuestro saludo de llegada llamó la atención: gritamos en coro y bien alto como si fuera un saludo marcial: “¡Buenos días!”. Logramos impresionar. Pienso que tal vez fue por la cantidad de personas que fuimos del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación Georgina Ortiz. Nos sentamos en la parte derecha de la cancha; al frente estaban ellos, la Policía. No miraron serios y un poco intrigados, nuestra mirada fue también un poco seria. Las personas del común pasaban sus ojos de Policías a guerrilleros. Seguramente intentaban adivinar nuestro pensamiento. El sorteo dio como resultado un primer partido entre Policías vs un equipo de nuestro campamento, el Joselo Lozada. Los jugadores entraron a la cancha y se dieron un saludo de mano. Yo conocía a algunos y sentí que estaban nerviosos. No era un enfrentamiento con tiros ni bombas, pero se sentía casi de igual forma.

Nuestra cita después de tanto tiempo llegó. Salimos hacia el lugar del encuentro: la cancha de futbol del caserío. Durante el camino hablamos de la estrategia de juego. Poco a poco nos fuimos acercando al lugar, que se encuentra al lado de la escuela. En esa cancha se dio el primer encuentro deportivo guerrilla– Policía y población, después de muchos años de conflicto armado.

El pito sonó y fue como el inicio de una confrontación. La ventaja era que sentíamos que la población estaba de nuestro

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lado, nos hacían barra con gritos y chiflidos. Pero estos fueron opacados al recibir el primer gol en contra.

Cuando el juez pitó para terminar el partido aceptamos: ¡Fue una derrota aplastante!

Los ánimos subieron con nuestro primer tanto. Todos lo cantaron: la gritería duro como un minuto, como si hubiera sido un gol de James en el Mundial. El primer tiempo terminó con un uno a uno. Los muchachos salieron tan sudados que, de no ser por el ardiente sol, hubiera pensado que estaban jugando bajo el agua.

Un segundo partido era nuestra esperanza, las chicas tenían que defender nuestro honor en el campo. Las recibimos con un fuerte aplauso. Un pito dió el comienzo, y la bulla hizo eco como bombas y ráfagas en la guerra. Juliana, la diez, puso de pie a todos con sus jugadas mágicas: ¡Como Ronaldinho, el jugador brasilero! Con un pase cruzado que recibió Rosa pusieron la valla del rival a moverse como un viento fuerte de verano. Por mis venas la sangre corría tan veloz que mi corazón quería gritar a todos su felicidad. ¡El cinco a cero se cantó tan fuerte que yo diría que toda La Cooperativa y sus alrededores lo escucharon!

El sonido del pito cortó el descanso. En cuestión de un instante, los ojos de todos estaban sobre la cancha. Los primeros cinco minutos del segundo tiempo nuestros muchachos dominaron el balón como verdaderos magos. Pero un descuido del arquero fue muy bien aprovechado por un joven Policía y tomaron ventaja. Ese gol nos dejó una herida de muerte para el resto del partido. Los cambios que hicimos no dieron resultado; al contrario dieron espacio para que ellos se metieran a nuestro terreno y nos propinaran otro golpe. Con un tres a uno más el cuarto que ni siquiera lo vi, la impotencia se apodero de mí. ¡Ver como los iban acabando en la cancha y sin poder hacer nada…!. Era como estar en un combate y dejar nuestro heridos y muertos sin poder hacer nada. La angustia tomó posesión del resto de camaradas. Cuando recibimos otros dos goles, tuvimos que ver como se ahogaban en su propia sangre.

Sin duda ellas se llevaron el elogio y honraron nuestra bandera. La jornada terminó con mucha alegría y entusiasmo. Lo mejor de todo: con los Policías, nuestros antiguos enemigos de guerra, terminamos hablando de lo bien que lo habíamos pasado. Supimos que teníamos la misma pasión por el deporte. Esto ocurrió en octubre de 2017.

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Me llamo como usted, profe Hace 14 años, en febrero del 2004, llegué a Vista Hermosa, Meta, a la vereda Guáimara, a ejercer una de las profesiones más lindas: la docencia. Me asignaron 34 estudiantes de primaria. Llegué a un entorno totalmente diferente al que estaba acostumbrado: no había señal de celular, ni servicios como luz, agua, alcantarillado.

videos que necesitaba para una clase con los niños. Me fijé en un joven que nos llevó tinto. Me llevé una gran sorpresa: ¡Era él! Me dijo: ¿Profe se acuerda quién soy yo? Le contesté: sí, usted es Andrés. Entonces me dijo: sí pero me cambié el nombre. Ahora me llamo igual que usted, profe. Escogí este nombre porque me acordé de las clases que usted me enseñaba.

Solo había negocios de cerveza, discotecas y el auge de la coca. Al cabo de cuatro años fui trasladado a la sede Simón Bolívar de la vereda La Cooperativa en grado primero; éramos en total cinco docentes. Una de las anécdotas que más recuerdo tiene que ver con un estudiante de sexto grado. Sus padres querían que él saliera adelante y con gran sacrificio lo enviaban todos los días a la escuela. Pero, a él no le gustaba el estudio. Solo quería ponerse a trabajar y ganar plata. Al cabo de los días se retiró y se fue a las filas de las FARC. Pasaron cinco años sin saber nada de él. A comienzos del 2017, cuando empezó el proceso de paz, fui al kiosco digital a la entrada de la zona veredal a descargar unos

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Estamos enfocados en el cacao Unos dicen: allá en La Cooperativa no habrá proyectos, no habrá nada, porque allá es todo ilícito. Y resulta que no señor; los señores guerrilleros ya no son guerrilleros, ellos son civiles, ellos están estudiando, otros están trabajando; porque hay mucha gente trabajando. Y nosotros, que teníamos las matas de coca, las arrancamos. En este momento estamos enfocados en el cultivo del cacao. Se está plantando a nivel de veredas. Es bueno. A 300 metros del centro, hay una finca, que es la finca modelo de la vereda La Cooperativa y de muchas otras. Se está dando y se mira el fruto producido. Y hay una Asociación en Las Divisas, a la orilla del puerto. Y a esa Asociación le salió un proyecto para 14.000 árboles para repartirle a las comunidades que se anotaron y salieron favorecidas en el proyecto. Dice el muchacho que está en el vivero –porque tienen el vivero aquí–, ya tienen las 14.000 matas. El cultivo del cacao es el que está dando y luego le sigue, como materia prima también, el ganado.

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Hay fincas ganaderas, fincas de buenos pastos; entonces, el que no tiene el ganado, tiene el pasto, lo arrienda, vive del pasto. Y si tiene su ganao, pues vive del ganado. Aquí se produce la leche y hay un señor que compra queso; él ha descongestionado la plaza, cuando ha sido la compra de la leche o la compra del queso. El otro cultivo que estamos esperando son los cítricos. Sí, queremos sembrar cítricos. Y hay gente que quiere insistirle al aguacate. Estamos esperando a ver los proyectos nuevos que nos llegan en el proceso de sustitución que se ha negociado. Porque el Estado está comprometido con las comunidades a fortalecer el campo. A ver si se le da a Vista Hermosa lo que se llama Capital Despensa de Colombia, como es Granada… Granada está calificada Capital Despensa.

¡Vista Hermosa ya está produciendo muchísimo!

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Impreso en Colombia junio de 2018 Š


“Una verdad que aunque nos duele, nos dibuja un horizonte...�

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