Francamente

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f r a n c a m e n t e



SANTIAGO FRANCO ARCHILA

V

iví una infancia libre en la finca El Colombiano, que compró mi papá de mi bisabuelo Don Fidel Reyes Melgarejo, una casa colonial de la época, tan grande que después la partieron en dos para vender el lado derecho a mi tío Luis Carlos y su familia. Compartíamos el mismo patio y peleábamos todos los días con las primas Roselli. Los primos Bohórquez vivían en la parte de abajo y los parches eran muy familiares. Marina y Alfonso venían de Sogamoso los fines de semana a generosos piquetes antes de que se fueran a vivir a Bogotá. Como vivíamos en el campo, no teníamos vida social aparte de primos y hermanos. La casa tenía unas paredes de adobe de 60 centímetros de ancho, techos altísimos y un zarzo patas arriba donde jugábamos escondidas y teníamos una caleta para guardar nuestras cosas. Por ahí mismo pasábamos a la casa de los primos y bajábamos a saquear la fábrica de kumis que tenían en el sótano, o salíamos todos en pandilla liderados por Memo a jugar a la loma detrás de la casa, a una parte que llamábamos la Selva donde los mayores tenían estatus y derecho a la parte interna, mientras que los más chiquitos teníamos derecho a la parte de afuera. El grande era Memo, después Mariú, Pilar, Carlos, Vila, Claudia y yo. Los más chititos eran Catalina, Marta y Yolanda Los sábados con la abuela Carlina fueron días imborrables de la niñez. Mi Otra Mamá era una vieja increíble y la mejor abuela que pudo haber dado este universo. El día que se aparecía Mi Otra Mamá era un gran evento y con frecuencia en el fregadero de la ropa mandaba dos panelas derretidas para hacer las melcochas más deliciosas, sacar bolitas y repartirlas a los nietos. Cuando no hacía melcochas, hacía ponche, y cuando no era ponche, hacía masato. Ella era una mujer muy creativa y bella que siempre salía con cosas nuevas. Conmigo fue muy especial toda la vida y tengo anécdotas con ella que están grabadas en mi corazón. Cuando se fueron los Bohórquez de El Colombiano para Belencito, ella se quedó viviendo sola y era yo quien la acompañaba por las noches desde las 5 de la tarde. Cuando tuve que hacer la Primera Comunión fue todo un suceso. Carlos, Claudia y yo que tenía 6 años, haríamos la Primera Comunión al tiempo. Resulta que se volvió todo un lio conseguir un vestido de paño para mi que era el chiquito, y mi mamá tuvo la brillante idea de ponerme un pantalón corto para la ceremonia, lo que hizo que mi abuela Carlina pegara un grito en el cielo y saliera a defenderme “no Rosa, no va a ponerle al niño un pantalón corto para su primera comunión”. Rosa sin dejarse retacó: “Mire Carlinita, mandé usted allá a sus hijos, porque aquí en mi casa mando yo”. Desde entonces mi mamá ante mis pataletas me mandaba callar con un rotundo “a ver mijito, entonces vaya usted a darle quejas a su Otra Mamá”. Tengo memoria de mi papá como un hombre independiente que trabajaba mucho y se iba temporadas largas a los Llanos en una época en que era un verdadero lío llegar tan lejos. Viajaba tres o cuatro meses mientras mi madre pasaba tiempo sola y con tres chinos llorando al tiempo hasta la desesperación. Entre los hermanos yo tuve la desventaja de ser el que más pañales untaba, mejor dicho, el que más se cagaba, y en cualquier casa el bebé que más caga los pantalones requiere más atención. Me cambiaban los pañales de tela y a los diez minutos les tocaba cambiarme otra vez hasta que llegó el momento en que se había acabado la dotación de pañales, por lo que empecé a sentir que yo

era como una carga. Esto no es un secreto, en mi familia lo saben todos y duré mucho tiempo sin entenderlo. En mi familia el afecto estaba estratificado y quién más afecto recibió fue mi hermano mayor. Carlos nació en un agosto, la segunda fue Claudia que nació en septiembre del año siguiente y el tercero fui yo, nacido en octubre del año siguiente. O sea que entre uno y otro teníamos una diferencia de un año y un mes, con días casi precisos. Carlos era el más grande y el más bonito, y yo era el de los problemas. Mi mamá me cascaba por todo y mi papá no me veía. Entonces yo empecé a volverme malo y como mi papá no me determinaba empecé a hacerle males a todo el mundo como para decir “mire, yo existo y si no me ven, de ahora en adelante van a empezar a verme”, entonces los hermanos comenzaron a decirme Maltiago. Yo me cojía lo ajeno, le hacía picardías a las primas, a mis hermanos y a mis papás. Con 27 años, mi mamá ya había tenido 6 hijos y le tocaba pesado. Madrugaba para alistar los chinos y se aseguraba que saliéramos bien peinados o nos separaba a la hora de la guerra de las medias. En mi casa las medias no eran una propiedad individual sino que había un arrume de medias para quien las cogiera primero, niño o niña. La casa era todo un despelote. A mi papá lo recuerdo como un patriarca hasta el final. El hombre llegaba de sus viajes largos y mi mamá le tenía una epístola de quejas, una pastoral acerca de cada uno escritas en un cuaderno, “mire que esté chino se ha portado mal, mire que este otro...”. Es que éramos muchos y muy desordenados. En la época de la violencia a mi papá le tocó esconderse en Bogotá un tiempo porque lo querían matar por ser liberal. Le incendiaron una finca que había nombrado San Carlos como homenaje al abuelo Carlos Franco, en donde trabajaba con su hermano Luis Carlos hasta que llegó Félix Archila, hermano de mi mamá, un señor que se había volado de la casa y se había perdido por dos años. Llegó a San Carlos a trabajar y aprenderle a mi papá hasta que unos años después se mató en una avioneta. Felix era heredero de Juan David Reyes, tío de mi mamá, un tipo riquísimo que tenía como ocho mil cabezas de ganado en la hacienda San Pablo, una finca en el Llano que mi papá entró a administrarle. Al poco tiempo, Reyes apoyó a mi papá dándole 200 novillas para comenzar a trabajar porque según él mismo decía “usted tiene muchos hijos y además yo quiero mucho a Rosa su mujer”. Con el impulso del tío, mi papá se ubicó en un lugar llamado La Consulta junto a cuatro vecinos a quien dio a cuidar cincuenta reces a cada uno cuando el negocio consistía en que de cada tres crías que nacieran, dos eran para mi papá y una para el cuidador. Allí había solo corrales y una choza donde mi papá tendría una hamaca en medio de una inmensidad muy grande que no tenía límites. Eran terrenos baldíos de la nación donde se hacía propiedad con solo tener y cuidar los animales los cuales son muy territoriales y no se iban para otra parte. La Consulta debía quedar por la ruta del Camino Real Ganadero que está marcado por la huellas de los animales que viajan en un movimiento comercial desde Arauca a Villavicencio. Con el tiempo mi papá se afianzó y empoderó más cuando compró una hacienda que se llamaba Las Gaviotas, una hacienda vieja con casa y corrales que tenía como 400 reces de ganado. Después decidió comprar una fundación, o sea


una casita sencilla campesina hecha con tallos de moriche, fogón de tres piedras y un potrero de 3 hectáreas frente a la sabana. Llevó chicaleros para construir un chircal, montó una fabrica de ladrillo y ahí empezó a funcionar Arizona. Nosotros pasaríamos allí las vacaciones sin falta con la pata al suelo cuando todo era muy precario. Solo unos años más tarde en la fundación se levantó un kiosco y de esa manera le cambió la cara a la casa. Se montó una cocina retirada de la casa, se construyó la caballeriza, se fueron haciendo las instalaciones para toda la familia y ya se podían poner las hamacas. Esa configuración de Arizona sucedió mucho tiempo después de que mi papá habría pasado allá solo muchas noches durmiendo en hamaca con mosquitero y toldillo. Yo viví toda esa historia y comencé a viajar al llano hasta tres veces al año, en parte para demostrarle a mi papá que tenía una afinidad con el tema. Era una manera para que él me viera. “Yo lo acompaño papá”, respondía animoso, y aun cuando tocara echar pata, montar a caballo sin montura o dormir en hamaca yo me ponía al frente y le metía el hombro. La llegada al Llano en avión era una verdadera verraquera. Viajábamos en aviones que llevaban cerveza, marranos, perros y carga. Yo debía tener 4 años cuando mi papá me hizo la demostración de poder más grande que pudiera uno imaginar. En la finca San Carlos en donde después encontraron petróleo, me acercó a una delicada matica al borde del camino, encendió un fósforo y se lo puso cerca, haciendo que la plantica se cerrara inmediatamente como para protegerse. Admirado por la magia se me ocurrió pensar que mi papá era un verdadero mago, un genio, y no podía creer lo que acababa de enseñarme. Más tarde se reveló el misterio cuando descubrí que la matica aquella era una dormidera y se cerraba con solo tocarle suavemente las hojitas. Con mi primo Hernán Caicedo vivimos experiencias maravillosas y fuimos muy amigos de chiquitos. Una vez mi hermano Carlos, Hernán y yo, por orden de los papás, viajamos a San Luis de Gaceno para luego continuar a la finca San Carlos cuando no había siquiera carretera, ni teléfono para avisar, ni nada. Hernán y yo tendríamos unos 12 y 13 años y debíamos seguir a Carlos que conocía el camino desde dónde nos dejaba el bus para caminar 6 horas en pleno invierno de noviembre, atravesando sendos barrizales con maletas al hombro, como bahúles en nada parecidas los Back Packs modernos para mochilear por Europa. Carlos, el mayor, por el solo hecho de conocer el camino consideraba que tenía más derechos que nosotros y exigió que yo cargarga su maleta. Llegamos al atardecer a San Carlos habiendo cargado yo solo por horas la maleta de Carlos, la mía y hasta la de Hernán que era el invitado citadino. Encima de todo, cuando ya estábamos hospedados en la finca, la señora que cuidaba la casa de mi papá, las gallinas de mi papá y el maiz de mi papá, no dejaba que comiéramos huevos. La señora malvada vendía la canastada de huevos que recogía y no nos cocinaba ni uno. Para solucionar el problema de hambre aprendimos a coger las gallinas, encerrarlas en nuestro cuarto y meterles el dedo por el culito para que pusieran los huevos allí a escondidas. Lo feo era que tocaba comernos ahí mismo los huevos crudos y solo cuando llegaba mi papá a San Carlos vivíamos la verdadera gloria. “Señora, prepare huevitos para estos muchachos, que se alimenten y crezcan fuertes” le ordenaba mi papá. Pasábamos así temporadas de 8 o 15 días y volvíamos apaleados y magullados a El Colombiano, hasta con granos y nacidos en la piel. Yo estudié en La Presentación cuando recibían niños, hasta que pasé al Sugamuxi, y fue ahí cuando empezó el padecimiento pues mi mamá decidió cobrarme todas las pilatunas. “por cada pilatuna que usted haga, es un día que se va y viene a pie del colegio”, me cantó. Póngase a pensar lo que era salir a las 5 de la tarde del colegio que quedaba a tres kilómetros de la casa, que recogieran a mis hermanos y primos en carro y que me dejaran ahí parado solo abandonado. En el colegio yo pertenecía al grupo de los bandidos, mientras que mi

hermano Carlos era un santo, un varón. En tercero de primaria mi profesor frente a todos los niños decía “es increíble que este individuo sea hermano de semejante dama, semejante decencia”, refiriéndose a mi comparado con mi hermano mayor. Perdí tercero de primaria y más adelante tercero de bachillerato, cuando mi papá tuvo que decirle a un tipo “métame a este chino al ejército pues no sirvió para estudiar”. Había un colegio militar recién abierto al que me dejaron entrar directo a cuarto de bachillerato sin repetir tercero, pero a mitad de quinto llegó un inspector militar que me mandó llamar porque debía volver a tercero. Mi padre preocupado pidió que no me hicieran ese mal tan grande y que por favor le ayudaran con su muchacho, que “por amor a Dios no lo devolvieran de quinto a tercero. El pelao es malo para estudiar, no quiere, pero si lo devuelven se me va a volar de la casa”. Al final me salvé porque volvi al Sugamuxi, que según supieron mis papás, había sido construido en un lote de 5200 mts2 regalado por mi bisabuelo don Fidel Reyes Archila, dueño también de cien mil leguas o sea un millón de hectáres de hoy, que iban desde Tibasosa hasta el Rio Meta. Se trataba de un pariente riquísimo hecho a pulso a punta de ganado que a buena hora sirvió de palanca para que yo regresara sin muchas preguntas al Sugamuxi de una vez nivelado en 5 bachillerato. Mi hermano Carlos por pilo había salido de quince años del colegio y de alguna manera comenzamos a competir. Mientras él fue el protegido de mi mamá, yo me hice el protegido de mi papá, solo que para eso tenía que correr los riesgos más verracos. Para marcharle a mi papá, yo madrugaba y le corría, o si tocaba me tiraba al rio. Así terminé criándome vaquero, metiéndome con las bestias. Fui tan atravesado con el trabajo en el Llano que me decían, “Si Santiago quiere partirse las patas, que se las parta”. Recuerdo a mi papá como el gran señor, el más verraco y el más inteligente. Tuvimos tanta empatía con él que después de veintidós años de haber muerto, hoy en día frente a un conflicto pienso “como manejaría mi padre hoy esta situación?” Para mi, él era un maestro, un sabio, un patriarca, un guía, un putas. Autoritario y explosivo pero donde se parara él no se paraba nadie. Será por eso mismo que admiro las personas recias, persistentes, trabajadoras. Admiro en la gente su capacidad de trabajo y los resultados que logran. Yo soy como mi papá 90% y solo 10% como mi madre, y de él, lo más importante que aprendí fue a madrugar y ser cumplido. Mi papá nunca terminó bachillerato, pues había quedado huérfano a los 9 años. Estudió hasta 5 de primaria y desde ahí sería que formó su carácter fuerte. En la casa y el Llano se le oía decir: “Aquí, el que no sirve para matar, sirve para que lo maten”. Nosotros viajábamos al Llano al día siguiente de terminar clases de colegio para pasar vacaciones y no precisamente para descansar. En los corrales de ganado mi papá ofrecía regalar a sus hijos varones el potro que uno eligiera a cambio de enlazarlo y montarlo. Sin pensarlo dos veces yo aceptaba su reto, buscaba mi potro y aun cuando el animal me botara al suelo ocho veces, ocho veces volvía a subirme mientras que mi papá con un zurriago le daba a la bestia por el culo para que brincara. Mi papá era muy trabajador y un poco vagoncio también. Le gustaban las viejitas y debía tener sus deslices cuando andaba por ahí de rumba. Mi mamá era más bien pasiva y no le exigía mucho. A ella no le gustaban los rollos ni las peleas. Creo que nunca los oí discutiendo. Mi familia Franco Archila es muy suigéneris. Aquí todos nos la hemos ganado, y aprendimos que uno se gana las cosas a pulso. Por eso tengo muchos motivos para sentirme orgulloso de mi familia. La unión familiar es un valor muy grande y destaco que hemos sido capaces de superar los conflictos y no los dejamos crecer. Aquí nadie tiene conflictos con nadie, es una familia bonita, unida, que comparte alrededor de la comida, sin embargo, a la hora de guardar un secreto, en ninguno se puede confiar; pero la que menos guardaría uno sería


Pati. De cualquier manera, si me tuvieran que sacar de la cárcel, sería a Pati a quien llamaría de primera.

pongo la cabeza en la almohada y en tres minutos estoy dormido, me hace sentir realizado.

Puedo nombrar a tres parientes de la familia a quienes tengo especial afecto. Primero Mi Otra Mamá por supuesto. Luego Marina que fue muy particular y nos regalaba plata cuando los sobrinos íbamos a Sogamoso. Como no teníamos mesada para llevar al colegio, la platica sorpresa de Marina llegaba como una bendición y alcanzaba para comprar una panela y repartirla entre todos. Por último, Luis Carlos que era un tipo de una chispa increíble, querido y muy buena gente aunque tacañón, sin embargo conmigo fue un gran tío. Junto a él aprendí muchas cosas del Llano. Era un tipo gracioso y coqueto con las mujeres, y comparado con mi papá fue mucho más organizado, pero nunca tan arriesgado. Compartían muy pocos negocios pero en cambio si el trago, la comida y la parranda.

Al mago Aladino le pediría tres deseos: experiencia primero, pues quiero seguir haciendo cosas. Le pediría sensatez y también creatividad. La verdad no tengo nada más que pedir. Es que hoy en día tengo una vida más que simple y no hay nada más que simplificar. Amo la tranquilidad, la paz, el sosiego, no me enrollo con nadie, no hago líos, y lo que más disfruto y me hace crecer es compartir la adolescencia con mi hijo Manuel Santiago, que es algo que no hice con mis hijas del primer matrimonio por estar trabajando.

Nunca me boté en paracaídas, ni subí a una montana ni tomé ese tipo de riesgos, pero sufrí un accidente cuando tenía 15 años cambiando la llanta del carro de mi papá cuando se soltó el gato, me cayó con carro encima y me fracturó dos dedos de la mano que aun tengo torcidos. Aparte de eso, me he quebrado dos veces más, pero solo en los negocios. Fue la peor etapa de mi vida pues me metí en negocios equivocados, en momentos equivocados, con inversiones equivocadas y con socios equivocados. Mis hermanos me describirían como el arriesgado, el aguerrido, el inquieto creativo, y puede ser cierto porque la paso pensando en hacer algo que deje huella en el mundo, todos los días me imagino cosas distintas, y por lo general tengo en mi proceder siempre ayudar a alguien. Como vecino, siempre trato de ayudar a la gente sin hacerle daño nunca a nadie. Soy una persona con mucha suerte y he salido de las dificultades de maneras sorprendentes en los momento más increíbles cuando ya no veía ninguna esperanza. Mi esposa dice que soy muy de buenas, pero sea como sea, a la hora de enfrentar las adversidades en la vida, digo que hay que trabajar, insistir y cuando sea necesario, modificar algo del proceder para continuar. El peor trabajo lo tuve cuando un día cometí el error de decirle a quien programaba mis tareas en una empresa, que lo que más detestaba era trabajar detrás de un mostrador. Ese mismo gerente nacional de ventas me clavó de una vez ahí precisamente: detrás de un mostrador!. Sin embargo todos los trabajos que he hecho en la vida han sido útiles y de cada situación he aprendido mucho. Siento que no he perdido mi tiempo.

Lo más satisfactorio del matrimonio son las reconciliaciones. En el matrimonio también uno aprende muchas cosas como compartir, tolerar, o perdonar, pero principalmente se aprende a cocinar y a hacer labores de la casa. Será por eso que pienso que la inversión más rentable de mi vida ha sido mi segundo matrimonio. La historia de mi vida se ha escrito día a día y es una historia sin libreto. Todos los días estoy ocupado, tengo algo que hacer, tengo algo que trabajar o producir, y a esta altura no me hago muchas proyecciones, solo vivo cada día uno a la vez. Perder a mi hermano Mariano quien tendría hoy en día 44 años fue un golpe muy grande. Fuimos muy buenos amigos, y para mi él era el tipo más increíble, un personaje muy especial, el abogado más brillante que había, un berraco, inteligente, bueno. Lo admiraba mucho. Un tipo leal, honrado, honesto y un hombre incondicional. Junto con Mariano hicimos en la finca del llano una campaña ecológica que consistía en comer afrecho para protestar contra la caza de patos silvestres migratorios canadienses que llegaban al Llano. Resulta que mi papá mandaba a uno de sus hombres a los morichales a pasar la noche camuflado con ramas para que al amanecer cuando llegaran los patos les pegara dos tiros, se lanzara al agua a sacar los que caían heridos y recogiera más de 50 o 60 animales. El tipo volvía a la casa con los patos colgando de las patas a cada lado del caballo para festejar y echarlos a la olla. Mientras todos en familia saboreaban el pato gourmet, nosotros en oposición y sentados a un lado de la mesa cuchareábamos avena en hojuelas pregonando que no se debía matar los patos y que además estaba mal hecho comerse esos animales llenos de munición en sus cuerpos. A nadie le importaba que masticáramos afrecho en vez de la exquisita carne de pato que llegaba a Arizona volando directo desde Canadá al plato.

Si pudiera hacer las cosas de nuevo comenzaría desde cuando tenía 10 años. Iniciaría desde una perspectiva completamente nueva pues mi equivocación comenzó haciendo maldades para que me vieran. No necesitaba hacerlo.

A Mariano le regalaron un perro como para salir de la depresión, pero ese perro se le perdió y a cambio yo le regalé un pastor alemán que se llamaba Clay. Sucedió que tres meses antes de morir Mariano, el perro empezó a lamerse una mano. Le receté sulfaplata y unas cremas, sin embargo solo una semana antes de la muerte de mi hermano, el perro se había destapado la piel, se le veían los huesos, las venas, las arterias y los nervios. El perro mismo se había comido toda su carne dejando abierta la herida. Cuando Mariano Murió, recuperé mi perro, lo llevé a una finca en Guasca y como a los 15 días el perro ya estaba epitelizando, ya tenía músculo y le estaba saliendo pelo. Yo asumí ese hecho como que el perro sabía qué le estaba pasando a Mariano, y de esa manera el perrito estaba pidiendo atención. Bueno, esa es mi versión pues se sabe que los perros detectan rangos energéticos que uno ni percibe. Tuve al perro 4 años más y nunca volvió a tener ese mal en su piel.

Aunque me siento como de 40 años, la mejor etapa de mi vida es sin duda la que estoy viviendo ahora, y es mi familia lo que hoy da valor a mi vida. Mi esposa Marcela, mi hijo Manuel, mis dos hijas Natalia y Mónica y mis dos nietos Juan Pedro y Elías. Además de sentirme ahora más agradecido en la vida, por lo que siento mayor gratitud es por las cosas aprendidas; y saber que

Mi vida inició un cambio después de la partida de Mariano y de él aprendí muchas cosas. Yo tenía una vida enajenada, una vida perdida, que funcionaba y todo, pero perdí mucho tiempo. La muerte de él fue un escalón para retomar las cosas y corregir mi rumbo. Mariano era un buen consejero, un tipo práctico. Me hace mucha falta y lo extraño todos los días.

Me sorprendo día a día cuando pienso en los misterios de la genética. Me refiero a mi hijo Manuel Santiago que es un replicador de la historia. Yo repetí las cosas de mi papá y mi hijo ya comienza a repetir las mías. Siento que aun soy inmaduro en el afecto. El afecto es la parte más complicada que tenemos los seres humanos y uno no llega al mundo con eso, el afecto se aprende, se recibe, se cultiva y se forma. El afecto, en el caso mío se ha venido construyendo con el tiempo pero pienso que en ese sentido debo seguir trabajando.



ADRIANA FRANCO ARCHILA

N

o me acuerdo casi de mi niñez, tal vez porque he perdido la memoria o porque simplemente no tengo en mis recuerdos mis primeros años de vida. Fueron muy poquiticos los años que viví en Sogamoso en la casa de El Colombiano y me acuerdo subida en el árbol grande junto a la casa o me vienen recuerdos jugando con mi prima Gisella. Luego me aparece una vaga memoria de la casa de la calle 104 en Bogotá, una casa blanca de un piso, antes de pasar a mi vida como adolescente en el apartamento de la calle 116. Esos fueron los años que pasé con Mariano, mis hermanas ya casadas y grandes, cuando en la casa solo vivían Juan, Mariano y Pao. Mariano era mi parcero. Me acuerdo tremendamente de él. Estábamos siempre juntos pasando el tiempo, corriendo por lo que iba a ser Unicentro cuando apenas lo estaban construyendo y no había nada por ahí alrededor aparte de unos pocos edificios, casas grandes y lotes. Cuando pienso en mi personalidad frente a la de mis hermanos, no puedo dejar a un lado mis estudios de Psicología Gestalt. En Gestalt a cada persona le corresponde un número del 1 al 9. Se trata de una estructura en psicología que se forma desde la niñez, con las heridas que todos hemos sufrido. Cada persona crea un carácter para sobrevivir, y los números del 1 al 9 hacen referencia a la ira, al falso amor, a la envidia, al deseo reprimido, entre otros. De acuerdo con eso, mi carácter como el de todas las personas, viene con una luz y una sombra. En mi caso particular, lo mio es el servicio, pero también viene acompañado de un falso amor. Tengo un carácter de generosidad, pero que esconde una necesidad de ser amada por ejemplo. Podría decir que mi hermano Santiago es un 8, pero eso no me corresponde a mi decirlo. Tampoco podría enumerar al resto de mis hermanos Yo he hecho mucho trabajo de conciencia en mi vida y he aprendido a ver la personalidad desde la luz y la sombra. En la Gestalt, mi hermano Juan por ejemplo es un número 1. En la familia a Juan le decimos monseñor y sabemos que ES el hermano mayor de todos porque es quien rige las normas y la moral. Se desenvuelve muy bien en eso. Mi hermana Patricia por ejemplo es supremamente servicial. Lolo (Carlos), ante el dolor y las angustias, se va, se silencia. Cuqui es anfitriona y cocinera fantástica, Vila es enfermera cuidadora, dadora, es la verdadera matrona, la que a todos une, siempre pendiente de las necesidades de otros. Quico es un McGiver que lo arregla todo y tiene a la mano lo

que uno necesita. Además es un conciliador, un hombre muy espiritual. Pao, siempre ahí con su prudencia infinita, guardadora de la palabra. Pati es la más imprudente, mete la pata siempre. En cuanto a mi, creo ser la consejera de mis sobrinos, más no de mis hermanos. Soy la tía con la palabra adecuada para los sobrinos, y al mismo tiempo soy la chiquita de mis hermanos. La verdad creo que no van a verme grande nunca. Estudié Psicología despúes de la muerte de Mariano. Acompañé a Santiago a una experiencia de Constelaciones Familiares, y quedé tan conectada con el tema que comencé a estudiar para ser Terapeuta Gestalt. Luego estudié dos años más para ser Consteladora Familiar. Cuando inicié tenía mucho dolor de la muerte de mi hermano, sin embargo fue esa la última vez que lo lloré con dolor. Ahí comenzó para mi un camino de conciencia, el cual para recorrerlo es necesario sanarse uno mismo primero. Uno aprende a tomar conciencia al ver sus dolores, sus penas, sus angustias; y después de sanarse uno mismo, se acompaña a otras personas a sanarse. Ser terapista Gestalt es acompañar a otros a caminar desde la verdad y la humanidad, para verse a uno mismo con sus falencias, tristezas o alegrías. Se trata de ayudar a otros a hacerse cargo de sus vidas como adultos. Hoy en día sigo vinculada con la Escuela y atiendo terapias por teléfono, hago trabajos sociales o recibo a la gente en mi casa, inclusive a algunos que no tienen como pagar. La muerte de Mariano ha sido sin duda el evento familiar que más impacto ha tenido en mi vida. Un impacto negativo y uno positivo pues todo en la vida lo marca a uno para bien o para mal. Positivo, porque ahí se abrió mi camino de conciencia. O se queda uno nadando en el sufrimiento, o sale uno a flote a un camino de conciencia y de luz. Lo de Mariano me botó a un camino de conciencia. En las familias siempre hay unas personas que son llamadas a abrir ese camino, en el cual Quico me ha acompañado, como también se han interesado algunos sobrinos. De hecho, he pensado, que a raíz de la muerte de Mariano, se decretó que ningún otro sobrino seguiría los pasos él. En una constelación mía, a la cual asistieron la mayoría de los sobrinos, Jorge Llano, mi maestro, dijo a cada un de ellos, “comprométase a no seguir a su tío” dé su palabra de honor. Parece triste, pero esos eventos tan traumáticos hacen que una familia tenga una apertura hacia algo positivo.


La navidad siempre ha sido siempre un evento sagrado en la familia para reunirnos y estar todos. Hoy en día Vila se encarga que sea especial como lo fue cuando estaba mi mamá. También los cumpleaños fueron siempre importantes en mi familia y el de mi mamá era sagrado, y ella misma no perdonaba que pasáramos sin celebrarlo, como tampoco podía faltar para ella la celebración del día de la madre. Era la manera como mi mamá congregaba. Cuando pequeña soñaba con ser médico y siempre desde chiquita he tenido vocación de servicio. Estudié Comunicación Social y periodismo por cuatro semestres hasta que me dieron burundanga en el Externado. Entonces me retiré y me pasé a estudiar Terapia Respiratoria. Me casé, tuve mi primera hija, y me quedé luego en los negocios de estética durante varios años, primero en Bogotá y después en Estados Unidos. Me devolví a Colombia en el 2001 cuando había cambiado allá la economía tras la caída de las Torres gemelas, y por ahí derecho comenzó a caerse también mi negocio. Fui una mala estudiante que pasaba raspando pero fui quien se ganaba las medallas de solidaridad. Al tiempo que llegaba el boletín de indisciplina, recibía la medalla de mejor amiga. Me ennovié a los 16 años con quien luego fue mi marido. El matrimonio duró solo diez años y siempre pensé que en la vida me habian faltado más novios. Crecí en una familia absolutamente solidaria, alegrona, muy amorosa y generosa; y a pesar que somos muy metidos, cada vez aprendemos a respetarnos más. Eso ha sido todo un aprendizaje. Entender que no todos somos iguales, que no pensamos lo mismo. Por ejemplo cuando hay alguna diferencia entre los hermanos, hemos aprendido a no avivarla, a conciliar y a propender por el buen diálogo. A conciliar. Entre los hermanos nos hemos vuelto mucho más compasivos. Por eso pienso que mi familia es única y particular por la unión y la solidaridad que compartimos. Somos realmente generosos de corazón y sucede que cuando alguien trata de excluirse, siempre habrá alguien que lo incluya o reintegra al grupo. De mi familia me siento orgullosa de la caridad, del amor al prójimo, de ser buena gente, de tener buena sangre. No crecí con nada de esa vaina espiritual o religiosa. Nadie me dijo “vamos a rezar por la noche”, de todas maneras yo converso con Dios, tengo mi altar, creo en la virgencita María, creo en la otra vida y celebro el día de los muertos. Mis hermanas me contaban que yo era súper cansona, pero de eso no me acuerdo yo. Dicen que yo jugaba balón debajo de las hamacas en Arizona para despertar a mis papás, y que cuando se casó Amparo, casi me muero de la tristeza, porque siendo la chiquita, me iba a quedar sola en la casa. No es eso una infantilidad? Los valores de mi familia fueron hacer el bien, no hablar mal del otro, y de mi papá aprendí el valor de la palabra, como también aprendí a ayudar al pobre, ya que él era un hombre muy caritativo. “Al que no tiene comida compártela, al que no tiene chaqueta, compártela, que tu tienes otra en la casa”, recuerdo oírle decir. De él también aprendí la fortaleza para levantarse de las caídas cuantas veces fuera necesario en la vida. Casi no me tocó vivir con mi papá. Como él era un señor mayor, me daba pena decir que era mi papá, entonces decía que era mi abuelo. Una vez mis

compañeras se burlaban porque mi papá se había quedado dormido durante mi primera comunión. Se me ocurrió decirles “respeten, no ven que está rezando?” En mi personalidad soy Franco como mi papá: mandona, llevada a mi parecer, aunque caritativa con el pobre. Y como mi madre, trato de ser tranquila en su carácter. Mi mamá no daba peleas innecesarias, y ojalá pudiera yo ser gocetas como ella. Pido a Dios que no me apegue a la cosas y que entienda la vida como lo hacía ella. Admiré siempre de mi mamá su capacidad de ver la buena onda a la vida y de ser una mujer conciliadora. Ella no peleaba con nadie. Cómo haría? Tenía una habilidad tan bacana!. Mientras que mi papá era de un temperamento fuertísimo, mi mamá era medio ausente, se la pasaba en sus juegos, jugando King con Marina Franco, y haciendo guevonadas. Mis parientes favoritos son mis sobrinos. Amo a mis sobrinos. Y ahora amo también a mis sobrinos nietos. Se me derrite el corazón. Sin embargo, tengo que decir que Pao ha sido mi hermana favorita toda la vida. Pero qué digo?, todas mis hermanas son tan divinas conmigo. Cuqui, Vila, Pati, todas… Aprendí muchas cosas al criar a mis hijas sola. Al principio pensaba que era bueno ser mamá y papá al mismo tiempo, pero una nunca puede ser papá, y es un error pensar que una puede ser ambos papá y mamá. Cuando me separé a los diez años de casada me convertí en papá y mamá y eso fue un error craso. Me tocó más adelante pedir perdón y todo. Tengo claro que cuando se está solo para criar a los hijos se aprende a ser una tigresa, qué te importa, te paras y sigues, porque no está la figura del hombre al lado, y quizás por eso pude ser mamá sola por 20 años. De todas maneras todos esos líos vividos se reparan luego en terapia, y es todo un proceso perdonar las cagadas que hacemos los papás y las mamás. A mis hijas les enseñe la importancia de seguir un camino con corazón, afirmar o asentir la vida. O sea, decir SI, que hay destinos, que hay un poder superior, ya sea Dios o el universo o como lo quieras llamar, una fuerza infinita a la que uno tiene que decir SI. Les enseñé la importancia de amar y que una vida con propósito tiene que tener un servicio, que uno tiene un trabajo en esta vida, y por más que resistas la vida te va llevando por caminos. Por ejemplo una tragedia que se te sale de las manos, o la enfermedad de un hijo, o un suicidio. Por eso uno debe asentir la vida, decir si a lo bueno y a lo malo, a tu destino, a tu ser. Las relaciones con las personas que te rodean se mejoran después que uno hace terapia. Pero cuando no haces terapia, o cuando no has aclarado las cosas con una persona cercana, y resulta que esa persona luego se muere, la culpa entonces te mata. El matrimonio es la prueba más grande de generosidad para aceptar al otro. Aceptar que el otro viene medio lleno, que no viene desocupado y que uno también. Como venimos medio llenos, se trata de llenar lo que falta entre ambos. Siento que fui muy inmadura en el matrimonio, que tuve muy poca conciencia. Sin embargo, de eso me queda que tengo ahora mis dos hermosas y fantástica hijas. De todas maneras, les diría a quienes están haciendo pareja ahora que entre dos siempre habrá uno que contribuye más. Puede ser en lo económico, en la inteligencia emocional o en lo intelectual, y que en las diferentes estancias de la vida siempre habrá uno de los dos que aporte más, que sea más exitoso, que traiga más tranquilidad, que eduque más o que limpie más. Por eso le diría a los que comienzan en pareja que


sean compasivos, que no sean hijueputas con su pareja, que reconozcan lo que el otro contribuye sin mirar qué le falta. Las personas de mayor influencia en mi vida han sido mi maestros Claudio Naranjo y Jorge Llano. A ese par de personas maravillosas y profundas les debo mi vida y la de mi familia. Me salvaron y me enseñaron a vivir una vida de verdad, a no decirme mentiras, a verme a mi misma y a hacerme cargo. Muchas personas han sido amables en mi vida, y en diferentes momentos cuando he necesitado he encontrado esa amabilidad en variadas personas y estadios. En general me he rodeado de gente muy amable. Lamento no haber tenido más hombres en mi vida, más eros, más sexo, más novios y amantes, o sea habría querido ser más gatúbela. Desde antes de mis 15 años estuve con mi pareja, duré 5 de novia y me casé de 20. Por eso lamento no haber tenido más vida loca y haber sido tan mojigata. Habría podrido viajar o vivir sola, sin embargo no me arrepiento de nada, y mucho menos lamento lo que he hecho. Los momentos más felices en mi vida los he vivido con mis hijas. También debo incluir ahí el viaje que hice con Javier, mi pareja, cuando fuimos a conocer Italia, las islas Griegas y Turquía. Fue un viaje maravilloso que no olvido. El consultorio que tuve en el Centro Médico de la Sabana, fue para mi como un santuario, porque a pesar que yo hacía masajes faciales, los pacientes en el fondo me buscaban para hablar. La gente venía a hablar, a ser escuchadas y a ser tocadas. De ahí resultó que yo tenía que prepararme para entender esa situación, y para hacerlo responsablemente empecé a hacer mi estudio de terapia Gestalt. Yo creo que tengo unas manos privilegiadas, pero ya no puedo hacerlo, me duelen las manos y me canso. De todas maneras, cerrar el consultorio fue muy duro para mi. Cuando mi médico me dijo que yo no iba a volver a ver, tuve que asentir a la vida y decir si, bajar el mentón y aceptar. Yo he sido buena para escuchar a la gente y para permitirles desahogarse y expresar sus dolores del alma. De ese trabajo aprendí que a todos nos duele la vida y que los momentos de alegría son solo instantes, y que el sufrimiento es una elección, que tenemos unas vidas llenas de conflictos y preocupaciones o angustias, que la vida es dura pero que hay formas de afrontarlas. Aprendí que hay formas de mantener la vida, o sufriendo o viviéndola. Mis pacientes de la piel decían que al final de la consulta además de salir bonitos, se iban alegres, o mejor dicho aliviados del corazón. Ese fue mi trabajo favorito. Una vez fui directora por dos años de una oficina del Banco las Villas. Recién separada hace dos mil años, mi hermana Pao que siempre estaba detrás mío cuidándome me puso en contacto con un amigo que me consiguió un puesto de directora de una oficina bancaria, solo que hasta ese día yo nunca había firmado un cheque. Pues me tocaba ponerme las joyas prestadas de Vila y disfrazarme de gerente. Fue todo un horror de trabajo. El estudio de Psicología Gestalt que hice fue como si hubiera estudiado otra carrera y se convirtió para mi en lo más importante para mi como profesional. Sin embargo, en mi casa todos piensan que esto no sirve para nada, y que, cómo qué es esa vaina?. Pero por más que así lo crean, aprendí todo al ser terapeuta: a vivir, a ser feliz, a existir, a estar aquí presente con lo que hay sin más ni menos, a tener conciencia en los momentos de luz o los momentos de sombra.

Mi enfermedad cambió mi vida. Es una enfermedad inmunológica que se llama Crión e inició hace como diez años, con unas crisis que empezaron hace unos cuatro. Consiste en la pérdida de visión y una cantidad de maricadas: ahora tengo dolores en las piernas, en los brazos, dolores en los músculos, he perdido también la memoria. Es una enfermedad muy rara que nadie conoce. Mi vida no ha sido exactamente lo que imaginaba. La verdad, todo en mi vida ha sido diferente a lo que pensaba: hoy no veo, no trabajo, me duele todo mi cuerpo, y nunca habría imaginado lo que he tenido que vivir. Me tomo mil pepas, vivo enferma! Por eso puedo visualizar el rumbo que va a tener mi futuro. Me voy a morir, voy a morir joven, y pronto espero. No quiero vivir diez años así, ojalá cinco. La verdad pienso que la muerte es lo máximo. He tenido varias discusiones con mi familia acerca de este tema, pero no dejo de creer que la muerte es una experiencia superior, y de hecho, la estoy esperando. He sido amiga de la muerte y nunca le he tenido angustia. Lo que me da duro de la muerte es el dolor que puedan vivir mis hijas, o mis hermanas o los amigos, pero de resto, estoy lista compadre, lista para el viaje largo! La personas cercanas se choquean un poco al oírme hablar así, pero si te muestro mi pastillero, no me vas a creer! Cómo voy a querer tomarme esta cantidad de pepas por 10 años más? no marica, no voy a tomar esto por diez años más! Estoy de acuerdo totalmente con la eutanasia. Ya tengo firmado mi declaración notariada y todo. Vas a la notaria y dices “quiero firmar mi derecho a morir dignamente” y de esa forma no dejas a tu familia con ese bollo. Como soy gran amiga de la muerte espero que cuando me toque, me vaya digna y amorosamente, pero eso no lo sabe uno, pues es como cuando a uno lo atracan, uno piensa lo entrego todo, pero no se sabe hasta que te pasa. Lo mejor es que hoy puedo decir que no tengo pendientes compadre!. A quien he tenido que pedir perdón, le he pedido perdón, a quien he amado, le he dicho te amo. No tengo pendientes! El momento de la muerte de mi mamá fue muy especial. Se despidió de todos y le dijo cosas bellas a cada uno. “Me quiero despedir de todos mis nietos”, fueron sus palabras y aprovechó para decir algo divino a cada hijo y a cada nieto. Ninguno lloraba. Mamá conversaba con mis hijas y se acordaban felices de anécdotas, y también se despidió de su amiga Alice, a quien dijo apenas llegaba a la clínica a verla, “Alice, no vaya a empezar a chillar” Al final, murió sentada tranquila hablando con Cuqui, mientras tosía. Terminó de hablar y murió. En cuanto a Mariano, recordarlo es todo un placer. Es un honor hablar de semejante hombre, pues mi relación con él fue hermosa, fuimos absolutamente cómplices y nos burlábamos de toda la pinche humanidad. Mariano era melancólico, reservado, muy sentimental y por eso mismo guardaba todos su sentimiento adentro. Un hombre hermoso, con una dificultad para amar y para dejarse amar. Un hombre inteligentísimo, observador, solitario... le sudaban lo ojitos. Con Mariano hablábamos mucho de la muerte. Nos criticaban por eso. Conversábamos de su propia muerte, y yo sabía que él iba a terminar con su vida, pero sin saber cuándo. Se hablaba en términos de acabar con un dolor, entender que la depresión es un sufrimiento, y que cuando tú estás deprimido te duele respirar. Extraño todo de Mariano, extraño su risa, su humor. El tenía un humor negro genial, se burlaba de la vida, era un bacansazo. Lo recuerdo infinitamente!



LUIS FELIPE BOHORQUEZ FRANCO

E

studié en el colegio La presentación de monjas hasta tercero de primaria y en cuarto pasé al Sugamuxi en donde vivía metido en cuanto deporte había. En el colegio había tantos estudiantes que teníamos hasta seis secciones por curso. Eso quiere decir que había desde Primero A hasta Primero F. En la sección F iban quedando los repitentes, los caspas, los vagos; entonces imagínese, se trataba de una selección discriminatoria, y de acuerdo como uno se portara, iba quedando bien atrás como pasajero de tercera en los trenes. Recuerdo que una vez quedé entre los menos malos y me subieron a la Sección C. Sin embargo, yo no fui muy buen estudiante, me gustaba mucho la calle y andar para arriba y para abajo en bicicleta. Me metí en problemas más de una vez. Mi papá no tenía que ver con nosotros los hijos para nada, a menos que a mi mamá se le salieran las cosas de las manos, pero cuando mi papá se metía, era cosita seria. Sin embargo, mi papás eran muy laxos con nosotros, nos dieron mucha libertad y nos perdonaron muchas cosas. Por ejemplo yo repetí Primero, Tercero y Quinto de Bachillerato. Me tiraba los años por pendejadas, me rajaba rozando porque vivía metido en otras cosas, y yo creo que mis papás ni cuenta se daban. Fui Comunicador Social y Periodista, y en segundo semestre comencé a trabajar y formaba parte de los poquitos de la carrera que teníamos un empleo. Además de eso, en esa época también fui parte de un grupo musical llanero, con quienes tocaba los capachos y hacíamos serenatas. No soy ni casado ni divorciado pero llegue a estar cerca de casarme en Medellín pero eso no funcionó. En Yopal estuve viviendo con otra pareja pero allá el negocio y la vida en pareja se desbarataron.

La persona más importante en mi vida ha sido mi mamá. Me enseño a ser persona y me decía, “Por encima de todo, hágase querer mi chinito, por más dinero que tenga, sea persona”. Lo que ella quería decir era que fuera humilde, bondadoso, buena gente, y que tuviera buen genio, creo. Una frustración en mi vida fue no haber podido sacar adelante el proyecto por el que me fui a vivir a Yopal. Montamos con mi pareja un carrito furgoneta Piagio, de esos de dos ruedas atrás y una adelante, para vender jugos, sanduches y arepas. Me dolió porque había muchas esperanzas puestas, pero de esa dificultad aprendí sobre todo que, a pesar que uno le ponga ganas a un proyecto, habrá siempre gente que no va a reconocer los esfuerzos que uno hace. Para la gente es muy fácil hablar y decir cosas acerca de los demás porque nunca se han puesto en el lugar del otro. Uno nunca se ha tomado la molestia de ver desde dónde está parado el otro. Eso hace que seamos una sociedad que vive de prejuicios. Las dificultades de la vida me han enseñado que es uno mismo quien se forja las cosas buenas o malas en cualquier situación. Uno tiene que dejar la mala maña de echar la culpa a los demás por lo que a uno le pasa. No estoy seguro que mi vida haya sido diferente a lo que imaginaba. Es que la vida y la sociedad se maneja desde los mismos estándares. Tienes que estudiar, tienes que salir adelante, ser buen profesional, conseguirte un buen trabajo, conseguirte una buena mujer, tener tu casa, carro y beca, y hacer tu vida como todo el mundo lo hace. Dentro de todos esos preceptos, yo tenía esa mentalidad, pero las cosas no han resultado así. Por ejemplo hoy estoy solo, mejor dicho vuelvo a estar solo, sin un trabajo realmente estable, pues estos proyectos que hago hoy en día son por prestación de servicios, y aunque son trabajos buenos, siguen siendo


una incertidumbre y a estas alturas de mi vida, claro, obviamente, miro atrás y digo ay juepucha, dejé de hacer muchas cosas para lograr una estabilidad esperada, y por eso en este momento estoy como estoy. Tengo trabajo, pero siempre buscando para no quedarme sin nada, y encima de eso no tengo una pareja estable. No hay nada más triste que llegar a viejo estando solo. Así conozco a muchos y eso es tenaz. Lamento no haber sido más persistente en algunas cosas de mi vida. Habría podido por ejemplo persistir en el negocio de los chicharrines, y es que en mi vida profesional y laboral he saltado de un lado para otro. Primero trabajé en comunicaciones, lo que tenía que ver con la carrera que había estudiado, luego trabajé con Biotronitech aunque no tenía ni idea de ese negocio, luego resulté manejando una camioneta escolar, y más adelante y a raíz de los negocios de las tiendas naturistas de mis hermanos, producía y vendía Chicharines, un producto de arroz integral a manera de pasaboca en bolsitas, pero luego ese negocio lo dejé por conseguirme una estabilidad laboral. Sin embargo, las mayores satisfacciones me las ha dado el trabajo que he tenido estos últimos años, haciendo estudios de impacto y evaluaciones de las inversiones hechas por el Gobierno. He viajado por el país entero entrevistando personas que han sido beneficiadas por los proyectos del Estado, para determinar si han funcionado o no. Por medio de encuestas sociodemográficas averiguamos si lo que hace en gobierno en las regiones ha tenido impacto en la sociedad. En esa actividad he sido facilitador, encuestador y supervisor desde 2014. Me fui a vivir a Miami, cuando Patricia y María Elvira me ofrecieron la posibilidad de viajar allá para ayudarle a Adriana Franco a cuidar su niñas cuando pequeñas. En las mañanas desde las 9 am tenía un trabajo de mensajero, y por las tardes recogía a las niñas en el After School a las 5 pm, pero a veces se me pasaba la hora para llegar por ellas y ahí comenzó a enredarse mi trabajo con las niñas de Adriana. Lamento el disgusto de ella conmigo. Al final y después de haber estado en otros trabajos tuve que volver a Colombia en 2001 pues nunca obtuve mis papeles de inmigración. He conocido el país como es, desde la provincia y lo más pobre hasta lo mejor de Colombia. Me ha tocado ver en la zona rural lo más paupérrimo y pobre, sin embargo sorprende que esa pobre gente lo atiende a uno con una generosidad increíble. Se quitan un vaso de aguadepanela para compartir con uno, sin pensarlo y más rápido que cualquier otra persona mejor acomodada en las ciudades. Una de mis fortalezas que he reconocido en mi trabajo actual es saber escuchar a la gente. Este trabajo no es para todo el mundo pues hacer que otras personas le cuenten a uno cosas de sus vidas no es fácil. Es grato que la gente le abra las puertas a uno y poder entrar a sus casas para compartir sus dificultades y desilusiones. Por eso a veces pienso que si pudiera haber estudiado otra carrera sería Sociología o algo por estilo. También me habría gustado aprender a tocar algún instrumento, y siempre quise viajar más, pero no lo hice. De todas maneras, me siento orgulloso de haberme demostrado a mi mismo de ser capaz de cosas que pensaba que no habría podido hacerlas. Todos los trabajos que he tenido me han dejado muchas experiencias y aprendizajes. Aprendí que uno nunca debe subestimar a nadie que se atraviese en la vida. Cada ser que se cruza con uno tiene una razón de ser y de toda per-

sona uno aprende y de cada uno se recibe. En esta sociedad las personas que más dan son quienes están más jodidas mientras que los que más tienen, son de quienes menos se puede esperar. Lo peor del caso es que la gente que se cree bien, los mismos que están en la ciudades y no saben el mal que le están haciendo al país por no darse cuenta que si se bajaran un poquito de la nube en que andan, el país entero podría mejorar, salir adelante, y podríamos ganar absolutamente todos. Esto lo digo sin que sea yo izquierdista, ni socialista ni nada de eso, solo que la situación de mendicidad en el país es terrible. No haber escuchado más a mis papás puede haber sido uno de mi mayores errores en la vida. Ellos siempre tuvieron un séptimo sentido con respecto a las cosas, situaciones y las personas que lo pueden rodear a uno. Los padres siempre le van a decir a uno “esto va para tal lado, no vaya a hacer esto”, o “trate de no estar por ahí, o trate de no estar con esta persona o con estas otras, o no sé qué o si sé cuando”. Estoy seguro que si hubiera puesto más atención a lo que ellos me decían, tal vez no habría malgastado mi tiempo, sino que lo habría invertido mejor. De cualquier modo, no me arrepiento, pues todo eso hace parte de la formación de uno como persona, y uno debe tomar lo positivo o negativo de cada situación. Lo que queda es lo aprendido, saber reconocer qué hacer o no hacer de nuevo. Lavar carros ha sido el trabajo más inútil que hubiera podido yo hacer en mi vida. Una gran pérdida de tiempo. Trabajé en unos concesionarios Nissan en Medellín donde entré como administrador de punto y debía coordinar el alistamiento y las entregas de vehículos. Los empleados eran muy incumplidos y poco confiables, entonces al final terminé yo mismo con un solo empleado, haciendo el lavado y alistamiento de los carros, y lo duro era que no podía dejar de hacerlo porque tenía cuentas que pagar, arriendo, comprar mercado y esas cosas. Por eso pienso que haberme ido detrás de una mujer para Medellín fue mi peor inversión. Esa fue una situación difícil de mi vida porque nunca me había separado de mi familia, además de la llegada misma a Medellín a vivir solo y arrancar de cero en una ciudad donde no conocía a nadie. Encima de eso la mujer con quien iba a vivir no resultó. Por otro lado, pienso que mi mejor inversión en la vida, la que me trajo muchísimas satisfacciones fue haber estado al lado de mis padres por muchos años. Fue una inversión inigualable. Solo que lamento no haber pasado más tiempo con mi papá, haberlo escuchado más, haberlo acompañado más. Y si mi vida fuera a acabar en este momento lamentaría no haber colaborado más con mi familia, haber recompensando a mis hermanos por todo lo que han hecho y han sido conmigo. No cambiaría nada de mi niñez, ni de cómo crecí, quizá solo un detalle: cambiaría mi posición frente a mis hermanos y familia, pues me habría gustado haber sido un hermano del medio, para no ser el último o el chiquito. Y si pudiera eliminar uno de mis defectos sería este mal genio que me golpea de repente. También pienso que sigo siendo inmaduro como si fuera un pelado, pues me gusta todavía usar camisetas negras estampadas con imágenes de Mazinger Z y Transformers, de esas como para los sardinos. El cumplido más reciente que me han dicho vino de una persona de la ONG en una situación de trabajo en Altos de Cazucá en Soacha. Al terminar una entrevista en la casa de una señora de edad, el supervisor que me acompañaba me dijo, “me encanta mucho esa forma tan especial que usted tiene de tratar


a las personas, y más aun a las personas mayores, eso me encanta de usted”. Y por otro lado recibí un cumplido aun mejor: una amiga me dijo hace nada, “te extraño mucho, te amo”. Escuchar esas cosas de la gente lo hacen a uno sonreír. En la vida hoy en día me sorprende la situación como estamos en el país, y de la cual no nos queremos dar cuenta. El desconocimiento del país es muy grande, e ignoramos la situación real de Colombia. Eso ha causado la polarización tan grande que vivimos, y hemos llegamos a un punto como sociedad donde otros deciden por nosotros. Hemos dejado que aquellos que elegimos sean quienes resuelvan las cosas, pero pasa que quienes deberían propender por el bien de toda la sociedad no lo hacen, sin embargo uno tampoco hace nada. He estado en los Montes de María o en el Cauca, y he escuchado a la gente decir que están asustados porque se están volviendo a meter los personajes que hace un tiempo les hicieron tanto daño. Es muy grande el desconocimiento que la gente de las grandes ciudades tiene sobre el resto del país, y resulta que lo rural es más grande y muy importante para el país.. A raíz de mi viaje a vivir a Medellín cuando yo vivía y cuidaba a mi mamá viejita y con Alheimers, a Tata le tocó cambiar su rutina de vida. Tuvo que irse a vivir con mi mamá y dejar sus cosas, lo cual causó algo de discordia entre Tata y yo. Obviamente eso nos mantuvo alejados. Lo que pasa es que en las familias siempre hay uno que está mas cerca de los papás, y en mi familia, era yo quien vivía con mi mamá. Seguramente mis hermanos asumieron que yo iba a estar ahí todo el tiempo, pero se me presentó esa oportunidad de empezar a hacer mi vida, de organizarme, y la tomé. Eso impactó más a Tata, porque nadie más estaba en la posibilidad de hacerse cargo de mi mamá. Al final las cosas salieron bien, porque como pasa, estas son cosas de humanos… Volví de Medellín a mediados de 2015 a vivir a Bogotá, y duré un año largo viviendo con mi mamá hasta que volví a salir, esta vez a Yopal. Entonces Yopal entró en una recesión tenaz, y tuve que regreasr en septiembre 2017, al apartamento con mi mamá. Para entonces Tata ya no pudo volver a trabajar, y tuve que estar también pendiente de ella. Tata, a pesar de su temperamento, fue un ejemplo para muchos por cómo le tocó vivir la vida con su enfermedad desde tan joven. Ella fue una persona muy importante para muchas personas, y sus pacientes que nos acompañaron a la funeraria decían que a ella le debían la vida. Fue difícil perder a Tata porque al final compartí mucho con ella. Ella no estaba bien y después de la muerte de mamá empeoró. En esos días habiendo muerto mi mamá, mi hermano Memo propuso que nos juntáramos todos los hermanos a descansar en su finca en la Vega, pero Tata decía que no iba porque “en una subida de esas me da un paro y los dejo quietos en primera”, y por eso nunca fuimos. Tata no dormía nada y por su falta de aire se levantaba tres y cuatro veces en la noche. Como no podía dormir horizontalmente se le escuchaba a la 3 de la mañana pasándose al sofá de la sala para quedarse medio dormida ahí hasta al amanecer. Lo más duro para nosotros fue ver que a pesar de que sufría, ella seguía batallando y preocupada por su trabajo. Vivía obsesionada con ir a los almacenes de Mariú donde trabajaba haciendo cuentas y números desde hacía más de 20 años.

Recuerdo a Tata en Belencito en la época en que el hobby de Nano era cascarme todo el día. Tata me lo quitaba de encima pues pasaba su tiempo sobre mí como un alicáncano según decía mi mamá. O sea como un bicho que se la pasa encima de otros animales jodiendo y picando, solo por joder. Un domingo que Tata había llegado de trabajar en el hospital a la casa en Pasadena salimos a buscar algo de postre después del almuerzo. Yo no quería salir pero mis hermanos que estaban en la casa pasando la tarde me insistieron en acompañarla. Caminamos relajados hacia la avenida Suba, cuando de repente salió de la droguería un tipo corriendo y gritándole a alguien “pare jueputa, pare jueputa”. Tata, que iba con su perrita consentida La Mencha, y yo, volteamos a mirar al tipo sacando un cuchillo de la chaqueta mientras venía otro detrás apuntándole con una pistola, y en otra dirección corría otro más con revolver en mano, perseguido por un man disparando pum pum. Tata quedó en shock, la agarré fuerte para llevarla alzada corriendo a escondernos detrás de las llantas de un carro parqueado en una Bahía. Botada en el suelo la cubrí encima para protegerla y me asomé por debajo del carro esperando que ya todo hubiera pasado pero allí estaba el tipo que corría herido trastabillando, cuando llegó otro y lo quebró a tiros. Tata y yo ahí callados inmóviles, yo cagado y ella lívida no podía ni sostenerse del susto. Quien sabe si Tata habiendo estado sola, la hubieran matado. Ideas extrañas como esas se me cruzan ahora por la cabeza. El 29 de octubre de 2018, un día antes de morir, Gustavo, Gloria, Mariú y yo estuvimos con ella en la Santafé para un Tac, donde a pesar de lo mal que se le veía, Tata nos pedía que saliéramos de ahí y que la lleváramos al almacén a trabajar. También, mientras esperábamos unos exámenes en los consultorios de urgencias de la Clínica del Country, se sentaba en el escritorio de las enfermeras y pretendía como si estuviera trabajando, haciendo que revisaba los correos de los proveedores. Siempre mostró fortaleza y ánimo inigualable para trabajar. Tata tenía una conciencia muy presente de la muerte desde hacía muchos años, pues había vivido desde los veinte una enfermedad progresiva que como todas las esclerosis terminan en la muerte. La falta de movilidad y funcionamiento de los órganos acaban con el paciente. Yo sé que ella hablaba de la muerte pero no con nosotros. Lo tenía muy claro y hablaba de tú a tú con los médicos acerca de lo que tenía y para dónde iba. El lunes que la internamos, un día antes de morir, los médicos nos dijeron que habían hablado con Constanza y que ella sabía bien lo qué iba a pasar, “ella lo sabe hace años”, comentaron. Después de la muerte de mi mamá y Tata, pasé mucho tiempo solo sin tv, sin internet, y era como volver a empezar de cero, porque ellas dos eran mi compañía. Ha sido duro y muy verraco saber que ya no están, pero le toca a uno ahí seguir en la vuelta, tratar de que sea lo menos doloroso. Reconozco también que cada uno de mis hermanos están en sus propios rollos y eso demuestra que al final uno está solo, y... hágale pa delante!



MARTA BOHÓRQUEZ FRANCO

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ací en Sogamoso y tuve la infancia más maravillosa en la finca El Colombiano donde las dos casas de mis tíos estaban juntas, y la nuestra a solo cien metros más abajo. Vivíamos como cabras por esas lomas detrás de la casa con los primos Franco, y recuerdo todo con detalles como algo divino. Éramos muchos primos, y como yo tenía solo nueve años era de las chiquitas, pero andaba con los grandes como Memo, Mariú, Yolanda, mientras que entre los más pequeños estaba Tata, Gloria y Luz Marina (Lulú) quien murió de leucemia y fue el motivo por el cual salimos del Colombiano. Fue muy duro para todos.

Luis Carlos, Cecilia y Manuel se turnaban para llevarnos cada día al colegio en el carrado más grande lleno de chinos. Éramos como una pandilla y teníamos un juego que llamábamos pelea de majada que consistía en mandarnos unos a otros la boñiga de las vacas como pedradas. En todas esas aventuras y juegos mis amigas eran mis primas Amparo, María Elvira, Patricia y Catalina que éramos de la misma edad, pero jugábamos también con las mayores como Claudia y Mariú. Éramos realmente muy gamines por así decirlo y vivíamos afuera de la casa todo el tiempo corriendo por la loma o metidos en la cuevas que inventábamos.

Lulú era menor que yo dos años, y durante su enfermedad, mi mamá le pidió a Marina que le ayudara a cuidar a Gloria que estaba chiquitica. Gloria Inés fue hija adoptiva y hermana adoptiva de los Caicedo Franco por no sé cuántos meses mientras que mi mamá estaba pendiente de mi hermanita enferma, cuando el médico Vega, esposo de Anita de Vega dijo que no había nada que hacer. A pesar que han pasado ya 60 años, recuerdo lo horrible que era ver a mi hermanita con unos tapones de algodón en sus narices porque sangraba.

Mi papá trabajaba en Acerías Paz del Río y mi mamá mientras tanto pasaba metida en su almacén en Sogamoso. El se iba toda la semana a su trabajo en Paz del Rio donde tenía un apartamento, y su regreso a casa los viernes para pasar el fin de semana era maravilloso pues llegaba siempre con los bolsillos llenos de chocolatinas Bambi para nosotros. Cuando llovía mi mamá nos hacía amasijos, horneábamos galletas y rullitas. Alcanzamos también a vivir por cerca de un año en Paz del Rio, pero mi papá pidió traslado a Belencito donde ocupamos una casa chiquita en la que vivimos al principio con mi Otra Mamá y todo era una novedad. Tendría yo 10 años y junto con los mayores pasamos la adolescencia en Belencito donde teníamos todo lo que uno quisiera de niño y montones de cosas nuevas: club, amigos, juegos, actividades organizadas y fiestas que nos abrieron las puertas a un mundo distinto.

Un día en el colegio las monjas llamaron a las niñas Bohórquez Franco para que saliéramos de las filas y nos llevaron aparte donde alguien nos informó que había muerto Lulú. Yo lloraba más porque veía llorar a los otros que por entender bien la dimensión de lo que había sucedido. Imposible borrar de la memoria el cajoncito blanco en la casa nuestra en esa época en que se velaba a los muertos en las casas. Mi mamá lloró y lloró por tiempos, y yo la acompañé muchas veces al cementerio a llevarle flores a Lulú. Mi papá mientras tanto no exteriorizaba sus sentimientos y a su manera fue siempre muy silencioso. No supe nunca exactamente cómo vivieron mis hermanos la muerte de Lulú, ni pregunté en qué posición estaban.

Yo había salido del colegio de la Presentación de Sogamoso y entré al colegio de monjas de Belencito para quedarme hasta 4 de bachillerato siendo realmente muy mala estudiante. Sobresalí dibujando o haciendo mapas y todo lo que tuviera que ver con el arte, pero fui pésima en lo demás. Me gustaba tanto el arte que inclusive me anoté durante las vacaciones para clases de pintura que la Compañía ofrecía para los hijos de los empleados en Belencito.


Yo era muy indisciplinada, me volaba del colegio y hasta tiraba cauchera. Llegué inclusive a que me suspendieran del colegio en Belencito. Pasaba mi tiempo con mis primos entre ellos Santiago que era tremendo y llegaba a comer cucarrones! Con él fuimos buenos amigos. A mi papá lo recuerdo silencioso, estudioso y como una persona lejana que me invitaba a salir de cacería juntos. Madrugábamos a los páramos para cazar palomas con su amigo Fermín López y otros cazadores acompañados de sus perros. Era una delicia todo el plan pero lo mejor era la llegada de la hora del fiambre que cada uno llevaba. Aparte de la cacería, papá pertenecía al club de tiro de Sogamoso y llegaba a la casa con montones de trofeos por Tiro al Plato o Tiro al Pichón. Fetecuazo, era la palabra maravillosa que usaba para decir cuando había matado varias palomas de un solo tiro! Mi papá en el Llano salía a cazar patos migratorios canadienses que llegaban a los morichales con anillos en sus paticas. Venían marcados desde Canadá por científicos que estudiaban las migraciones y mi papá cogía los anillos, anotaba los números allí grabados para luego escribir a Canadá informando con mapa y detalles dónde los había encontrado. Póngase a pensar lo feliz que ponía mi papá en esa época cuando desde Canadá le respondían con gran agradecimiento reconociéndole que estaba ayudando a las investigaciones de aves migratorias. La lección de mi papá más importante en mi vida fue la disciplina. Era muy estudioso y hasta los ochenta estaba estudiando idiomas. Inclusive de mayor quiso aprender Chino y también Alemán. El era como un científico, un investigador que leía sus revistas de ciencia y Astronomía, y se comunicaba con sus amigos en clave Morse. Tuvo también un telescopio en el patio de la casa a donde salíamos a ver Júpiter, pero para mi todas las estrellas eran iguales. Era todo un personaje de quien mi hermano Manuel Guillermo y Nano deben tener muy buenos recuerdos. Felipe, era la adoración de mi papá. La verdad es que Felipe ha tenido un amor infinito por mi papá y por mi mamá. Mi mamá era muy Franco en su forma de ser y sería por eso mismo que mandaba y organizaba en la casa. Todo lo decidía ella mientras mi papá estaba metido en su taller dedicado a la electrónica, y solo se le pedía que saliera para las comidas. Se decía que mi papá había nacido en Pacho Cundinamarca y él mismo cuenta que era muy pobre y que hacía dibujos botánicos para los hermanos de La Salle para pagarse sus estudios. Tenía un humor negro muy cachaco que seguramente cultivó cuando se crió en Bogotá. Mi mamá era una mujer supremamente trabajadora que decía que su esposo era conformista y se había sometido sin queja al puestico que tenía en Paz del Rio, pero ignoraba que a él no le interesaba tanto lo económico, mientras qué mamá repetía y repetía que la plata nunca alcanzaba. Pienso que mi mamá nunca supo el valor verdadero que tenía mi papá porque ella estaba en otras cosas. A nosotros nos faltó mucho acercarnos a él y pararle bolas. Mi papá filmaba películas geniales de nosotros jugando en Arizona, las cuales luego mandaba a revelar a Kodak en USA, y al cabo de 6 semanas o más le llegaban de vuelta por correo para que las viéramos eufóricos en familia. En la casa siempre tuvimos dos empleadas y era mi mamá quien ponía las normas. Ella fue muy exigente y estricta conmigo, y me trató muy fuerte toda la vida aun hasta el final cuando estaba viejita. “Sumercé me está mirando golpeado, o es que me parece?” le preguntaba yo cuando venía a visitarla a su apartamento en Bogotá, y pensativa me clavaba fijo los ojos sin decir palabra. El entorno espiritual de mi familia siempre fue muy alrededor de la religión católica, la misa los domingos y las navidades. Mamá rezaba el rosario to-

dos los días en la casa y frente a la cama de ella nos juntaba a rezar pero pronto terminábamos dormidos y nos tenían que llevar uno por uno a nuestras camas, y pese a que mi papá iba a misa, creo que no era tan religioso y poco expresaba o se refería al tema. Sin embargo, los valores de mi familia fueron las buenas costumbres, el respeto, la honestidad; pero eso no se decía en palabras, sino que se daba en la vida cotidiana. Nosotros lo aprendimos como lo normal en la vida. Mi personalidad frente a la de mis hermanos es bien particular. Creo que aunque ellos han creído en mi, no han creído en mi a la vez. Tenemos distintas personalidades pues yo tengo una visión muy en contra de lo tradicional y de todos los cánones establecidos. No me quise casar, no quería formar un hogar, nunca quise tener hijos, nunca quise nada de eso. Sentía que eso no era para mi y que no tenía que seguir lo que hacía todo el mundo. Ellos son muy tradicionalistas y de la línea de formar hogares, de ser religiosos, tener ciertos valores que para mi no son tan válidos. Sin embargo, a mi familia la describo como solidaria, respetuosa, sin dramas, sin querer sobresalir o figurar. Son silenciosos y no crean conflictos. Mis tías Bohórquez vivían en una casa con dos pianos y les tenían profesor de música. Se me ocurre que mi amor por la música clásica viene de ese sentido musical de mi familia paterna. Me siento muy afín a mi papá, a sus sentimientos y a su vena artística. Siento nostalgia de mi papá y de que no compartió toda esa experiencia y conocimiento que tenía. Cuando uno lo buscaba para pedirle ayuda con las tareas siempre tenía la respuesta, me explicaba las ecuaciones a pesar que yo no entendía nada, y si uno le llegaba con un problema de Algebra, él lo descifraba a su manera dando una vuelta extraña a pesar que uno le dijera que para el colegio debía ser de otra manera. Vivió por siempre solito allá metido entre sus cosas con todo lo que sabía y su mundo maravilloso. Mis parientes favoritos siempre han sido Hernando y Victoria, quizás por su interés intelectual y gusto por el arte. En general he sentido entre la familia un vacío o desinterés frente al arte excepto por mi Otra Mamá que como autodidacta pintaba en óleo a partir de paisajes llaneros que componía de memoria. A pesar de lo pobre que fue también hacía ropa para los niños pobres y sacaba el tiempo para hacer telares y tejidos. Viví 12 años en pareja y aprendí que eso es una cuestión muy difícil, pero aprendí también a respetar y a no interferir en la otra persona. De todas maneras reconozco que por no interferir se llega a ciertos problemas como la indiferencia, la frialdad y se deja que la pareja se vaya apartando, que se pierda el apego, se celebre la libertad y se olvide la camaradería. Cuando se promueve la independencia mientras se está en pareja, se pierde el acompáñame, y aparece el para qué me necesitas, si lo puedes hacer sola?. Lo más difícil de vivir en pareja es caer en soledad cuando aun se está en pareja. De vivir sola se aprende a ser uno mismo, mientras en pareja uno sacrifica muchas cosas por la otra persona. Estar solo es explorarse, vivir sin limitación, volver al arte. Al estar consigo mismo hay ocio, creatividad, conocimiento propio. A pesar de eso, con los años, uno puede sentirse vulnerable y comienza a doler un poquito la soledad. Es duro. Cuando estaba creciendo, la pubertad y la adolescencia fueron momentos difíciles. Estaba extasiada con la vida, quería vivir el mundo y mi mamá no quería que yo lo viviera. Me iba enloqueciendo pues todo para mi era maravilloso, estaba alucinando, sentía que todo era un despertar a la vida y hasta me pintaba las piernas con flores. Como me crié como una cabra me he sentido siempre libre, y aprendí a vivir sola porque mis papás ambos estaban


trabajando. Me caía y me levantaba sola y desde niña he enfrentado las cosas de la vida y nunca he acudido a nadie para que me ayude a levantar. Eso lo tengo muy claro.

la abstracción sin darse cuenta con la evolución y practica misma del oficio. El dibujo siempre ha sido mi fuerte. Tengo un baúl lleno de dibujos de figura humana hechos durante 15 años dibujando con disciplina y rigor.

Mi vida no ha sido diferente a lo que imaginaba pues en general he hecho lo que he querido, solo que en cuestión de pareja me habría gustado que las relaciones hubieran sido más duraderas.

No he vivido nunca riesgos ni accidentes pues ha sido miedosa y gallina para las aventuras. Tampoco he cometido alguna falta que me haya costado caro ni he tenido perdidas ni fracasos, quizás solo frustraciones amorosas. Todos los tropezones en la vida se convierten en aprendizajes.

En cuanto a mi vida profesional siempre me ha interesado el arte a pesar de que mi familia y mis padres no creían en mi como artista. Al terminar 4o de bachillerato mis papás me cuadraron un viaje a Estados Unidos, no para aprender Inglés, sino para separarme de un novio que tenía. Un año después al regreso no volví más a Sogamoso sino que vine a vivir a Bogotá donde entré a validar 5o y 6o de bachillerato de noche mientras trabajaba y vivía en un apartamento con una amiga de Mariú. Después con Tata fuimos a vivir en la casa de los Primos Caicedo en la calle 61. Trabajar en el Bank of América, que más adelante pasó a ser el Banco Colombo Americano, fue la experiencia más traumática del mundo para mi. Era terrible levantarme a ponerme media velada y maquillarme para ser oficinista. Conseguí ese puesto por intermedio de Roberto Gil en el año setenta y pico, y allí duré mucho tiempo sin retirarme pues como ya me mantenía sola, tenía miedo de quedarme sin plata y no quería imaginar tener que volver a Sogamoso. Aunque fue el trabajo más inútil que haya hecho, con esos ahorros logré comprar un apartamento del cual ahora disfruto una renta. Estando trabajando en el Banco comencé a estudiar de noche en escuelas de diseño y en cursos libres de la Universidad Nacional de 6 a 9 pm. Se me empezó a abrir entonces el mundo más maravilloso con el Arte. Entré a estudiar pintura en la Universidad Nacional los sábados y la vida me empezó a cambiar. Dure 7 años con un novio que estudiaba ingeniería y al terminar la relación con él comencé con un antropólogo con quien se me abrió también otro mundo maravilloso de literatura y arte, hasta que dije, ya no más banco, mi vida es el Arte, me dé el agua hasta donde me dé, y es cierto, el agua me ha dado al cuello, pero no me arrepiento nunca. La verdad es que durante muchos años de los 30 que he estado en el Arte, el agua me ha llegado hasta más arriba de la cabeza. Asi es, los momentos de dificultad en mi vida giran alrededor de lo económico, porque de lo contrario he vivido momentos muy gratos de estudio, de investigación y pasión por el arte y por el conocimiento. De todos modos, mi inversión más rentable ha sido creer en el arte, no porque haya traído grandes beneficios económicos sino porque me ha dado grandísimas satisfacciones. Sin embargo, en el otro extremo, mi peor inversión en términos económicos ha sido no haber podido vivir del arte. No lo logré. Siempre quise haber llegado a un nivel superior en el Arte y lograr más reconocimiento. Cuando vine a vivir a Villa de Leyva hace 22 años pensaba que estaba escalando, pero a estas alturas ya no me interesa figurar ni ser famosa. Cuando un dedica la vida al arte se aprende a vivir y por eso he tenido una vida plena sin frustraciones. De todas maneras, pienso que mi vida sería más simple si tuviera más amplitud económica, así probablemente tendría también más tiempo para el arte y sin duda tendría más tranquilidad. El trabajo de arte que he hecho en la vida se ha transformado con el paso del tiempo y es lo que da valor a mi vida hoy en día. Así como va uno madurando con los años, igual pasa con el arte que va evolucionando. Hace 20 o 30 años yo hacía un arte más ingenuo, algo más figurativo, muy realista, y hoy en día mi trabajo es más espontáneo, expresivo y por eso mismo más abstracto. La abstracción en el arte no se da por decisión, sino que se da sola y uno cae en

No leo ningún periódico ni ando metiéndome en internet, por el contrario, todos los días salgo a caminar una hora y me maravillo con la naturaleza y todo lo que veo. Los paisajes, los pájaros, el aire que respiro y el amanecer me sorprenden como si los viera cada día por primera vez. En cambio, me sorprende negativamente el caos del ser humano, los abusos del hombre con la naturaleza, y cómo la humanidad está construyendo su autodestrucción. Lo que para muchos es progreso, para mi es autodestrucción. Si pudiera eliminar alguno de mis defectos, me quitaría lo irascible, histérica, o neurótica que soy. Por otro lado, a esta edad me siento inmadura en la parte emocional y pienso que si me llegara a enamorar lo haría como una adolecente, solo que sufriría como un adulto, pero no le doy mucha importancia a eso, como tampoco hay muchas cosas que me preocupan hoy en día. Solo cuando viajo me preocupa con quién van a quedar mis perros. Quién les va a dar de comer a mis perros si no estoy? Mis principios en la vida han sido seguir las leyes de la naturaleza. Por eso pienso que con relación al amor, quién dijo que uno tiene que ir a la iglesia? y quién dijo que un cura debe darle a uno permiso para casarse?. Creo más bien en la naturaleza de las cosas y no en lo establecido por el hombre. Perder a una hermana ha sido un cimbronazo bastante duro. Con Tata vivimos en Bogotá juntas aunque teníamos 5 años de diferencia. Pasamos el tiempo de su carrera de enfermería juntas, y éramos muy cercanas a pesar que ella tenía un temperamento fuerte y yo también. Ella era muy estricta con el orden y tenía su geniecito aunque se le veía siempre eufórica y contenta. Los hermanos le temíamos, nos manteníamos calladitos cuando se ponía brava y mi mamá decía que ella se enchurruscaba, cuando no quería que nadie le dijera nada. Cierto, era chistosa, desparpajada, grosera y divertida, pero siempre y cuando no se le llevara la contraria. Tata vivió para los demás y fue una figura muy importante en el Hospital San Ignacio. Durante su velación en la funeraria y al día siguiente en la misa, vimos pasar un desfile de gente entre médicos, enfermeras y pacientes que la quisieron muchísimo. Ayudó a fundar la Unidad Renal en el Hospital, con el medico Aicardi, quien nos recordaba a los hermanos todo lo que había trabajado con Constanza, y de quien decía que, “a pesar que era una persona mal geniana, por encima de todo fue una mujer que todo el mundo quería, honesta, trabajadora y estricta”. La frustración de Tata en su vida pudo haber sido el amor que tuvo y adoró, pero que perdió cuando le diagnosticaron Esclerodermia. Fue una enfermedad que mantuvo controlada por muchos años de la cual nunca hablaba ni dijo me duele, estoy mal, voy al médico. No exteriorizó nada al respecto hasta el día que se la llevó.



ALEJANDRO CAICEDO TORRES

V

ivimos de casa en casa cuando era pequeño. Papá el constructor hacía que nos cambiáramos de sitio según sus proyectos y obras, y por eso íbamos y veníamos por diferentes apartamentos entre el Batán, Ilarco, Las Margaritas y esos sectores de Alhambra. Era 1983, la época de las bombas en Bogotá, un tiempo violento e inseguro cuando tendría yo unos siete años. Mi primera casa fué una dúplex familiar, dividida en dos, con mi cuarto en el altillo con un balcón. Mi campo de fútbol lo tenía abajo en el garaje donde le daba pelotazos al portón hasta que llegaba mi papá a meter el carro y entonces se me acababa el juego. Viví mi niñez sin tecnologías y alcancé aun a pertenecer a la era de solo tres canales nacionales en televisión, cuando recién se iniciaban los programas internacionales de muñequitos como Nickelodeon y Disney. Los viajes con mis hermanos y papás, los cinco completos en familia, siempre fueron muy especiales. Tengo grandes recuerdos de exploraciones y viajes como por ejemplo la ida al mar en carro haciendo toda una travesía desde Bogotá a Santa Marta, la Guajira y el regreso por Bucaramanga a Bogotá. Los paseos con primos y tíos también los tengo presentes como tremendos momentos de felicidad compartiendo juntos. Mi personalidad frente a la de mis hermanos es bastante más estricta. Juan Pablo persigue sus ideales, Santiago y yo somos más cuadriculados, pero los tres tenemos unos valores fuertes como la sinceridad y honestidad, y crecimos creyendo en la independencia y seguridad en uno mismo. De mi familia aprendí la perseverancia y a no desfallecer frente a la vida y a los inconvenientes. Valorábamos la unión de la familia, la cercanía fuerte entre hermanos y papás, sin embargo somos diferentes entre unos y otros porque, para comenzar, yo tengo nueve años más que Juan Pablo mi siguiente hermano, y once años más que Santiago el chiquito. Somos básicamente de generaciones distintas.

Los cumpleaños en mi casa se celebraban con una gran despertada para el homenajeado, y al cabo de unos años cuando ya estaba más grandecito, uno se acostaba preparado pues sabía que la despertada era con toda la familia en el cuarto con regalos y bombas. Cuando pequeño le pedía a mi papá que me ayudara a dibujar edificios y casas, sin que eso significara que yo quisiera ser ingeniero o arquitecto cuando grande. Al final nunca descubrí una vocación en particular y terminé siendo una persona de negocios. Para mi gusto, mis años de colegio los viví con muchas limitaciones. Se trataba de un colegio muy estricto en cuanto a lo académico y lo espiritual, además de ser un colegio solo para hombres, con uniforme y montones de reglas como ir a misa, o tener que estudiar horas extras, además de un currículo muy cuadriculado y encima poco relacionamiento con otros colegios. Eso me marcó en mi crecimiento, pues no era un tiempo para descubrir sino para cumplir. Allá se medía a la gente por el desempeño, y los pocos que mantenían el ritmo eran los que marcaban la parada. Era un colegio que generaba rivalidades, donde los niños se daban puños en la geta o se reventaban a patadas. Todo eso era una cosa muy contradictoria porque se proclamaba que los valores eran la familia, o sea, internamente se vivía una doble moral. Al final no salí de ese colegio pues pertenecí a una generación muy conflictiva, que fue recordada en el colegio como los músicos o los vagos, lo que condujo a que hubiera entonces un deserción masiva en noveno de bachillerato y muchos fuimos a terminar en colegios de dudosa categoría en el norte de Bogotá.


El deporte siempre estuvo presente en la vida con mi papá. Jugamos golf juntos y salíamos a pedalear en bicicleta por la sabana o a Patios con sus amigos. Las memorias con mi papá giran alrededor de madrugar a salir a hacer deporte, pues el resto del tiempo él andaba metido en sus carreras de trabajo. Mientras que las memorias con mi mamá giran alrededor de compartir tiempo en familia, con sus hermanas, celebrando cumpleaños con los primos, o pasando la navidad, cosa que aun se repite sin falta. Intenté trabajar desde muy pequeño y fui mensajero a los once años en la oficina de mi papá. Me encargaba de organizar facturas, sacar fotocopias y sobretodo ordenar el desorden de la oficina, y a pesar que no me gustaba servir tinto, me tocaba hacerlo. Mi familia en mi vida ocupa un espacio sagrado, porque es allí donde uno puede compartir una comunicación sincera con cariño y tranquilidad. Desde mi punto de vista el entorno religioso o espiritual en mi familia era limitado a pesar que mis padres intentaban llevarme a misa los domingos. Esa vaina era imposible que sucediera, pues ni siquiera mi papá le seguía el tiro a mi mamá, ni en la frecuencia ni en la rigurosidad. Llevarnos a rezar era una pretensión que se desbarató aun más y por completo cuando nacieron mis hermanos menores. De todas maneras en cuanto al tema espiritual nunca fuimos muy curiosos ni se dialogaba al respecto, quizás debido a la personalidad de mis papás que fueron muy racionales, prácticos o sintonizados con la realidad de hoy, sin trascender ni ser unos filósofos intelectuales. Mis papás no fueron muy inquietos intelectualmente pero nos dejaron lecciones importantes para la vida como el hacer las cosas con amor y cariño, divertirse, y ser muy honesto con la gente y con uno mismo. Conocí a mis cuatro abuelos y con tres de ellos compartí largo tiempo, cosa que no le pasa a todo el mundo. Se trataba de los abuelos conservadores como Teresa y Alfonso, mientras que mi abuela Marina estaba en la línea con mi abuelo Enrique por ser ambos muy liberales. Ninguno de ellos fueron para nada estudiado, excepto Alfonso quien fue un estudioso y un profesional reconocido, y eso marcó mucho la diferencia. De cualquier manera el mérito de todos es que fueron gente hecha a pulso.

por temas como el colegio, la maleta, la comida, “que cómo ordenó la ropa?, que si arregló su cuarto?, qué ropa se va a poner?”. Ella era la de la casa y hacías esas vainas de mamá, sobre las cuales es muy difícil construir algo… Soy más como mi papá y me veo muy reflejado en él sobretodo ahora que tengo que trabajar, liderar personas y equipos, o entregar resultados. Veo en mí muy marcado el reflejo del carácter y criterio que él tenía. La verdad no había tomado conciencia que así fuera y ha sido un proceso lento darme cuenta de la influencia de mi papá en mi. No hago lo mismo que él, pero he empezado a descubrir que tengo muchos comportamientos similares, sobretodo los positivos. De mi mamá, siento que soy físicamente parecido a ella y en cuanto a temperamento me dicen que parezco bravo como ella que aparenta ser brava, aunque no lo es. Mis parientes favoritos han sido mis primas María Paula y Ángela María que vivieron en Sogamoso cuando chiquitas y eran casi campesinas, mientras yo era adolescente. Por el otro lado de la familia, Spiros siempre fue como el hermano mayor que nunca tuve. Estar casado es como tener una nueva vida, es el renacimiento, otra época, es como si le hicieran a uno un restart en el computador o como si le espicharan a uno el comando de Re-configurar. Han sido años de trabajo para mantener la familia y ahora somos una familia de cuatro; todo un circo con peleas, viajes, el presupuesto y todas las cosas que se aprenden conviviendo. Lo más difícil de vivir en pareja es tratar de no olvidarse de uno como persona y tener esa conexión con lo que le gusta a uno, sin tener que sacrificarlo por la familia y por la pareja. Sin embargo eso es muy difícil porque al final siempre se sacrifica uno cuidando la casa y trabajando. A pesar de todo, es muy satisfactorio vivir en pareja, y tener hijos es una experiencia muy profunda. Al vivir en pareja se recrea lo que uno fue, se recuerda lo vivido y se vuelve a vivir. Lo mismo que hacemos ahora con mi esposa y familia, hacíamos con mi familia paterna. Empecé a criar a Martín cuando yo tenia treinta y un años y él tenia seis. Esa vaina yo no la planeé, y en el proceso he intentado enseñarle muchas cosas prácticas. Nos encanta compartir temas intelectuales, cerrar el día con hechos bonitos y espirituales, o simplemente conversamos y aprendemos a tener gratitud.

La relación con mis papás fue un poco complicada porque yo fui el hijo único por diez años hasta que de repente llegaron mis hermanos pequeños que se volvieron la prioridad para ellos precisamente cuando yo entraba en la adolescencia. Me aparté mucho y aunque fui muy honesto con ellos, la adolescencia me atropelló de golpe. Con muchas salidas a la calles y mis papás atravesando momentos económicos muy duros, me dieron mucha libertad para hacer lo que yo quisiera. Para entonces cuando mis hermanos estaban chiquitos yo estaba trasnochando, rumbeando, y no encontrábamos con mis papás el espacio para hacer click. Ya tenía 16 años y les anuncié de sorpresa que me iba del colegio, que me había mamado del Gimnasio Los Cerros, que estaba por contarles, pero cómo y cuándo les iba a decir?, si es que no había cuándo.

La persona que ha tenido mayor influencia en mi ha sido mi esposa. De ella he aprendido a ser positivo y hemos compartido experiencias muy especiales para mejorar. En pareja uno entra en una etapa de madurez en donde eres capaz de aprender mucho y transformarte también, no como antes que las cosas eran como a las patadas: entrabas a la universidad a aprender a trasnochar, o al colegio a aprender a madrugar, o al trabajo a aprender a camellar, sin más razón de ser.

Con mi papá las cosas giraban alrededor de actividades afuera de la casa siempre proponiendo salir a hacer vainas. El era un tipo muy perseverante en su trabajo, muy disciplinado y aun siendo independiente se proponía cumplir sus horarios sin que tuviera que hacerlo. Con mi papá, yo tenía mucha cercanía y una mejor relación que con mi mamá que estaba en la casa y era quien se preocupaba

A los 26 años me fui de la casa y me organicé rápidamente con una nueva familia. Poder tener y hacer mi vida y mi propia familia es quizás la mayor satisfacción que me ha traído la vida.

La persona más amable en mi vida ha sido mi papá, que sin tener mucho que compartir conmigo, de él recibí el cariño o las ideas que fueron todo para mí.


Las cosas inesperadas que suceden en la vida y las cosas que no salen como uno imaginaba me han enseñado que lo que perdura son las relaciones y la gente. Uno puede creer que los puestos, los cargos, las producciones, las empresas son más importantes pero en últimas lo que queda son las relaciones y la cercanía a la gente. Mi vida ha sido muy diferente a lo que imaginaba pues nunca pensé que iba a tener mi propia casa, como nunca pensé que iba a conocer Europa o que iba a tener un salario alto. Nunca pensé todas esas vainas porque me marcó mucho la escasez durante mi crecimiento. Lamento no haberme convertido en arquitecto, y le dije a mi esposa que no se pusiera brava si algún día entraba otra vez a la universidad. Me alegra que ella no tuviera problema con eso pues me encantaría estudiar de nuevo y ser el viejo estudiando Arquitectura. Podría hacerlo quizás si me consigo un trabajo de planta en una universidad y así tendría el tiempo de hacer una carrera en paralelo. En cuanto a mi vida laboral, trabajo en muchas cosas al tiempo. Mi trabajo actual en Confecámaras, una entidad que agrupa a las cámaras de comercio, consiste en crear diálogos fluidos, colaborativos y articulados entre la empresa privada, el Estado y la Universidad. Mi actividad es llegar a empresas en las regiones, con asesorías a los gerentes para que mejoren sus prácticas internas y puedan operar mejor en sus respectivos sectores. En varias oportunidades mi trabajo ha tenido que ver con cómo las empresas logran crecer, o abrir nuevos mercados o mejorar sus procesos para generar más oportunidades. Lo que verdaderamente me apasiona es la investigación, el análisis crítico y el nuevo conocimiento sobre temas sociales que implican la participación de muchos actores y grupos para solucionar problemáticas. Me interesa la conversación sobre el futuro de las industrias o sectores económicos, y cómo los gerentes de empresas se preparan para llegar allá. Trabajo haciendo como de un evangelizador que se responsabiliza por llevar a otros el mensaje acerca de las oportunidades y nuevas tecnologías que se nos presentan para el futuro, pero que no las están viendo por estar metidos en el día a día. No es que yo venga del futuro o que venga a revelar lo nuevo, sino que sirvo de mensajero. Con esto he aprendido que no hay límite para crecer, que siempre hay más para aprender, para hacer, crear y para ganar; y me sorprende la gente que conozco que ha llegado más arriba solo persistiendo e insistiendo. Lo que hoy en día hago en mi trabajo es lo mismo que vi en una clase que se llamaba Estrategia. Era una cátedra en la universidad que trataba de aterrizar conceptos abstractos que para mi parecían estar en las nubes, pero que hoy en día tienen sentido y entiendo. De todas maneras por muy profesional que eso suene, no sé para dónde voy, sigo desconociendo el futuro. Siento una inestabilidad tenaz. Sinembargo, de mis logros hoy en día me siento orgulloso de tener tiempo y poder disfrutar de una mañana en la casa con mi hijo creciendo. Lo veo como un logro porque podría estar consumido en un empleo de 8 a 6 sin un minuto siquiera para esta entrevista un día cualquiera como hoy. Me siento orgulloso de no tener una dependencia laboral completa en un horario ni en una empresa.

Mi experiencia trabajando me ha enseñado a ser muy cuidadoso con las relaciones con la gente, a nivel corporativo o con los clientes o usuarios para saber entrar, saber qué decir y qué ofrecer. En las oficinas me pasa mucho que no me encasillan fácil entre el resto de las personas y puedo parecer un poco loco. A veces me cuesta mucho trabajo sincronizarme con la energía de todas las personas alrededor mío y hay cosas que no puedo hacer tan rápido. Me tomo mi tiempo. Los últimos años en mi familia han sido muy impactantes y más fuertes que el resto de la vida. La enfermedad de mi papá nos puso en los momentos más extremos que pudiera uno imaginar, pues uno nunca está preparado para despedirse de nadie, ni para verse frente a cambios tan radicales como la situación económica familiar que se nos vino encima. Mi relación con mi papá fue muy buena y maravillosa aunque le causé muchos inconvenientes. Me imagino que él habría sido mucho más feliz si yo hubiera sido más receptivo a lo que él intentaba enseñarme. Le causé contrariedades tal vez porque en su formación él era metódico y estructurado para hacer las cosas al estilo esto va primero y esto va después, y en eso yo no encajaba muy fácil. La historia de mi papá es muy valiosa. El tuvo mucho éxito y llegó a tener varios proyectos al mismo tiempo. Para mi siempre fue muy interesante meterme en su oficina y entender la dinámica del tema de la construcción, las planeaciones de los proyectos y todo el asunto de las obras donde con frecuencia yo me metía con cascos y botas. Hernán era muy sonriente, extremadamente sociable y tenía muchos amigos. Era muy inteligente en sus recomendaciones y consejos, y lo que más extraño de él es su cariño, el dejarse abrazar y consentir. El disfrutaba estar ahí con uno conversando o simplemente pasando el rato. Su sueño era crecer con su empresa que siempre fue su razón de vivir. Nunca vio otro camino distinto y por eso mismo fue muy feliz cuando le iba bien. Soñaba con tener mucha plata y ser exitoso realmente pero nunca pudo crecer más de un punto. Tengo muy presente la imagen de su escritorio en la oficina, amplio y grande como una mesa de comedor, porque siempre le gustó tener mesas gigantes para hacer desorden. Para mi el tiempo de mi papá antes morir y el proceso de despedirse fue mucho más iluminador que todo lo que vino después de su muerte. Eso fue mucho más potente porque cuando la gente se va, ya no hay mucho en la ausencia. En cambio, el proceso lento antes de irse fue un reto lleno de emociones. Siento que tuve una expansión de conciencia muy impresionante durante su enfermedad y antes de su muerte que me llevó a estar más presente y a conectar mucho más con las personas. Yo creo que he sido una persona con mucha suerte. Por ejemplo, una vez en un parque un columpio me pegó en la frente y me escalabró. Si me hubiera pegado en la boca no tendría dientes. También, pienso que el simple hecho de repensarme y reajustarme es para gente afortunada.



MAURICIO CAICEDO FRANCO

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erder Kinder fue traumático. Resulta que ibamos al Colegio de la Salle en la calle 60 con mi hermano Hernán que era dos años mayor que yo, y al llegar a la puerta del colegio Hernán corría para sus clases y me dejaba ahí a la entrada. El colegio era tan grande que yo no encontraba la puerta del salón de kínder a donde debía ir, entonces me quedaba ahí esperándolo en las escaleras de la entrada hasta que él regresara, y nadie se daba cuenta si yo asistía o no. A veces me encontraba con mis compañeritos en el primer recreo y asistía a las dos últimas horas, pero al final me hicieron repetir kínder por inasistencia. Estudié en el Colegio de la Salle hasta cuarto de primaria cuando me sacaron porque era muy alborotado, rebelde y grosero con los curas. “llévelo a un psiquiatra o sáquelo del colegio” le dijeron a mi mamá a mis 8 años. “Viejo pendejo”, le respondía yo a los curas. Yo no era obediente ni era un niño juicioso y por eso a uno le daban fuete en la casa. La verdad es que el motivo por el que uno se portaba bien en el colegio era por miedo, no porque le gustara estudiar. Siempre vi a mi hermano Hernán como un señor mayor. Solo me llevaba dos años de diferencia pero lo veía mucho mayor y recuerdo que tenían que separarnos cuando nos peleábamos hasta caernos en el suelo. Igual, todos en mi familia éramos fuertes unos con otros. Teníamos un papá muy estricto a quien yo veía como lejano en la distancia cuando nos sentábamos a comer en familia. Nos daba cinturón a todos, y nos contaba uno a uno los fuetazos por decir una grosería o por perder una materia. De mi papá tengo un recuerdo que yo alimentaba con mi fantasía. Lo imaginaba en su rutina diaria subiendo por la calle 61 para llegar a la casa, y de pronto lo asaltaba un ladrón que le robaba los zapatos, el abrigo y el sombrero. El ladrón se ponía las prendas robadas, llegaba a nuestra casa y se sentaba a la mesa con nosotros. Desde el otro lado de la mesa yo lo miraba y pensaba, este no es mi papá, este es un ladrón, entonces dejaba de mirarlo y no le hablaba, por el miedo mismo que le tenía. A mi papá uno lo respetaba mucho, pero también le tenía miedo. Mis papás y los tíos también eran muy fuertes con uno. Nos trataban duro, con una educación machista, y lo mismo sucedía en general a mis primos y a los amigos de otras familias. En las familias las mamás daban autoridad a los papás para castigar a los hijos a correazos, sin que fuera mal visto en esa época. No fui muy amigo de mi papá. El era un abogado estricto, un señor tremendo y fuerte de quien tengo muy pocos recuerdos, mientras que a mi mamá la recuerdo como una excelente comerciante y una mujer muy independiente que tenía entre otros negocios su taller de costura donde confeccionaban sastres y faldas. Me gustaba acompañarla a las ventas que hacía en casas ajenas de extranjeros en Colombia que anunciaban en el periódico “por motivo viaje” la venta de sus muebles y electrodomésticos. Ella era buena para las matemáticas como lo fue Mi Otra Mamá, y de ella aprendí a ser comerciante. Sin embargo,

vivía muy ocupada con sus amigas y además era muy dedicada y entregada a su marido, casi sumisa, sería quizás porque tenía 15 años años menos que él. Entonces a uno lo dejaban solo y por eso pasábamos todo el tiempo en la calle. Éramos medio gamines con los amigos del barrio, los mismos con quienes uno se encontraba en los colegios supuestamente buenos de Bogotá. Las sesiones de poesía en familia lideradas por mi papá han sido siempre un recuerdo bonito con él. Organizaba algo así como un centro literario en familia el cual programaba con tres meses de anticipación, tiempo suficiente para que cada uno memorizara una poesía para declamar. La noche del evento mi papá se vestía con frac negro de cola y hacía de maestro de ceremonia. Todos participabamos incluyendo a mi mamá que exhibía su talento de declamadora y la buena memoria que tuvo siempre desde niña. Los juegos que Mi Otra Mamá hacía con nosotros sus nietos son inolvidables. Jugábamos de todo con ella, recitábamos poesías, o nos contaba historias miedosas que le pedíamos repetir una y otra vez. Cuando hacía de Mi Sia Mandunga nos metía en un cuarto en el segundo piso de la casa, se soltaba su increíble pelo blanco que le daba más abajo de la cintura, nos mostraba su caja de dientes que se sacaba de la boca para hacernos gritar despavoridos, mientras decía con voz de ultratumba “yo soy Mi Sia Mandunga que acabo de salir de la sepultura…”. Mi Otra Mamá nos reunía por grupos a los mayores de quince y a los menores de quince años para mandarnos a donde Benancio, la tienda en la avenida a comprar dulces, y luego en el cuarto del agua de la casa hacíamos una tienda. Los chiquitos debíamos comprar a los primos mayores cacaítos o galleticas con los centavos que ella misma nos daba. Nos ponía también a jugar al papá y la mamá y a darle la comida a los bebés, que eran los muñecos. El juego más inolvidable y creativo que ella nos hacía se llamaba tarde de perros. Nos ponía a comer en el suelo en cuatro patas con las manos amarradas atrás, mientras ella misma lamía los platos del dulce diciéndonos “esto nunca lo hagan”. Mis contemporáneos eran Marta, Maquis y Santiago, que era el primo pícaro, el que hacía la bromas. Como Santiago había crecido en el Llano, era él quien sabía dónde estaban las avispas. Cuando yo tenía unos once años, Santiago en el Llano me embolató para que yo removiera las avispas que luego me persiguieron voraces picándome hasta el estómago. Así eran las bromas que los llaneros gozaban haciendo a los blanquitos, como nos llamaban a nosotros que veníamos de Bogotá. Metían sapos a las botas de los novios de las primas, o a media noche templaban las hamacas de los invitados y las llenaban con agua. Toda la familia hacía esas bromas pesadas y cosas por el estilo. A uno lo enmochilaban, o mejor dicho lo metían en un costal para subirlo a las vigas y dejarlo arriba colgado. A mi mamá la enmochilaron, pero nadie se acuerda de eso, o mejor, no era de mencionar. Más bien el chiste era para los niños alborotados como yo, y de eso con seguridad si se acuerdan los primos.


De todas maneras el Llano en mi niñez fue muy especial porque aprendí a hacer vaquería y también a hacer bromas. Ir al Llano era una delicia aunque el viaje fuera pesado, porque a mi me gustaba la aventura, los animales, ir a nadar al rio o salir de vaquería. En el Llano para educarlo a uno le daban un caballo malo, el topochero, o un caballo viejo bien ranga. Los tíos eran fuertes con los niños, y más con el que fuera rebelde o no se portara juicioso. Al llegar al Llano uno no podía siquiera sentarse en una hamaca, tocaba trabajar desde la llegada. A todos allá yo les tenía respeto. A Manuel Franco porque era el patrón y a Carlos Manuel y Santiago porque para mi ellos eran del Llano y además eran los dueños de casa. En un paseo al Llano, Manuel Franco al ver que yo me impresionaba mucho con la muerte de las vacas y que me impactaba con la sangre por no sé qué motivo, se le ocurrió untarme la sangre de los animales en la cara y en otra ocasión me puso a limpiar una res sanguienta con un trapo. Sin embargo, mi felicidad en el Llano era perderme por allá lejos detrás del caño, donde no hubiera nadie, para jugar solito y que no me mandaran. En la vaquería también era feliz, pues era muy especial levantarse a las 4 de la mañana, oír a los vaqueros silbando o pasarnos el tinto cerrero de jinete a jinete. Todo era hermoso, desde la cogida de las reses para herrarlas, separar a los terneros o ver los soles rojos en los amaneceres. El paseo al rio era lindo y la pesquería con chinchorro era una cosa espectacular. Verdaderamente especial era montar a caballo o ir de la casa al rio en tractor, mecerse en las hamacas colgadas de los árboles junto al rio o preparar la carne en un hueco en el suelo tapado con arena. Era divino. Tiempo después volví al llano con mis hijos pequeños cuando tendría yo 33 años. Los valores y creencias que mis papás nos inculcaban eran que fuéramos profesionales, que debíamos ir a la universidad y ojalá fuéramos médicos o ingenieros. Imagínese lo difícil que fue eso para mi, con lo rebelde que fui. Es que yo detestaba a los abogados. Para mi era enervante que mi papá y Elsa, ambos abogados, a la hora de comer se dedicaran a hablar de Derecho. Le cogí como fastidio al tema y jamás en la vida ni participé en política, ni siquiera voté. Además a mi me gustaba el campo y soñaba con irme bien lejos montaña arriba. Creo que lo que me inició en ese gusto por el campo y la montaña debió haber sido la experiencia en El Colombiano y también que había conocido desde chiquito el Llano. Siempre me encantó la montaña y la naturaleza. No me gustaban los políticos y nunca me gustaron, y quizás por eso no me gustaba la forma de ser de mi papá. Además porque se avergonzaba de mi. A pesar que yo fui como loquito, descuidado, rebelde, una vez cuando tendría yo 14 años, en un ascensor no me presentó como su hijo. Eso para mi fue traumático. Mi papá me vio siempre como la oveja negra de la casa, y me decía que yo era un vago. Por eso no tuve una buena relación con él, pero él no se daba cuenta de esas cosas. Nunca fui buen estudiante ni tenía buena capacidad de estudio. Al terminar bachillerato me fui de la casa, me retiré de todo y hasta de mis amigos en Bogotá. También hice la promesa a mi mismo que jamás volvería a pedirle un peso a mi papá, y dejé una nota escrita diciendo regreso el domingo, pero nunca regresé. En 1977 conocí a mi esposa Patricia. Yo había estado viviendo una temporada en Sáchica, Boyacá en una casita del grupo de yoga al que pertenecía, haciendo una especie de retiro y reflexión; y al terminar volví a Bogotá a estudiar en la escuela del Distrito para volverme ceramista. Ya para entonces me había apartado más de mi familia, y solo un año después regresé a vivir a Ráquira con Patricia y con Simón mi primer hijo porque me había salido un contrató con Artesanías de Colombia para administrar el Centro Artesanal de Ráquira.

Mi familia creía que el yoga que yo practicaba era parte de mi rebeldía, pues en ese tiempo la gente pensaba que quienes practicabamos yoga estábamos locos. Pensaban que yo era un muchacho despistado, pero yo me había vuelto un hombre sano, me volví una persona disciplinada que se bañaba con agua fría a las 5 de la mañana y que había dejado a sus amigos que fumaban. Hoy en día como el yoga está de moda la gente dice que es una disciplina integral, pero para mi papá y mi mamá todo lo que yo hacía era el mismo desorden. En esa época yo estaba interesado en lo mismo que me interesa ahora: pura espiritualidad, una corriente de la cual no me he salido nunca. Creo en Dios y tengo certeza que si uno tiene fe y se entrega a Dios con confianza, la vida lo lleva bien. No tengo temor. Si tuviera que nombrar a la persona de mayor influencia en mi familia, sería Manuel Franco. Era un hombre muy fuerte y me gustaba su tenacidad, la forma en que educó a sus hijos, o la generosidad que demostraba cuando mandaba a matar una vaca para entretener y alimentar sesenta personas o más. Aunque se ponía loco borracho, Manuel tenía muchos valores y su historia de vida es maravillosa. Tomaba trago como si fuera agua y fue un hombre muy influyente que tenía poder, un hombre de gentes, muy importante en el Llano, con una gran fuerza de integración. Manuel es de admirar. Mire su familia como es de unida, y cómo sus hijos tienen esa misma fuerza. Congregan la gente, la gente los quiere y sobretodo son amorosos. La persona más amable en mi vida es mi compadre que vive en Ráquira, el padrino de nacimiento de mi segundo hijo Jacob. Es un ser muy bueno y sincero. Mi vida ha sido más o menos lo que yo quería o imaginaba. Lo único diferente es no me pude quedar a vivir en una montaña como lo hubiera querido hacer con mi familia. Me gusta mi vida sencilla y el hecho que puedo dedicarme a cuidar a mis hijos. Vivo bien, tengo buena salud y el deporte en bicicleta me ha traído muchas satisfacciones. Salir a mis paseos en bicicleta representa el aire libre y la libertad en la montaña. La situación más difícil en mi vida ha sido la enfermedad de mis hijos, sobretodo al principio, pero ahora tengo la fuerza de Dios, y la fe que he tenido me ha ayudado a recibir esa realidad como una cosa bonita. Mis hijos son un amor, y Simón es una verraquera de persona. Todos lo adoran, y le va muy bien con sus cursos de literatura aunque el cerebro de él no se mantiene estable en la misma línea. El se desconecta y es como si fuera un viejito con Alzheimer. Su enfermedad la comparo con una central telefónica antigua donde para conectar una línea hay que desconectar otra, como si solo funcionara un canal a la vez. La enfermedad de Simón es bien rara, sin embargo, él lee mucho y sabe un montón sobre música, es absolutamente original y es él mismo, sin pretender ser otro. Simón por ejemplo a la hora de bañarse, se mete a la ducha, no cierra la puerta, y al terminar sale mojado goteando pero no le importa; y al rato regresa otra vez a la regadera como si estuviera comenzando a bañarse por primera vez, y así repite y vuelve otra vez a entrar y salir. Mientras que Jacob es nervios absolutos: por ejemplo, y a propósito de duchas, para que Jacob entre solo a bañarse a una de esas tinas con puerta corrediza, el suceso se convierte en la dificultad más grande y toca ayudarle a entrar y abrirle el agua como si fuera un niño, solo por el miedo que tiene. Convivir con mis hijos le enseña a uno a tener paciencia, pero sobretodo se aprende a reconocer que hay amor en ellos. Se aprende que ahí está Dios: ellos no fingen, son lo que son, son la verdad. Con las personas diferentes como ellos, uno aprende a amar. Por eso mismo Patricia, su mamá, es una mujer con un amor impresionante.


En mi vida profesional he sido ceramista y profesor de cerámica. Trabajé con niños, adolecentes y adultos, y los alumnos me quisieron mucho. También dictaba cursos particulares y aprendí a fabricar hornos de cerámica que luego construí por varias regiones en Boyacá para los municipios y las escuelas. Tuve también mi propio taller pero alrededor de los 35 años me desordené otra vez cuando me conseguí un grupo de amigos en Villa de Leyva, y entonces descuidé mi trabajo y familia por andar desjuiciado.

encia esa que tenía lamento haber perdido una y otra vez mis talleres o lugares de trabajo. Ahora que vivo en un conjunto residencial me toca trabajar escondido porque no se permite el ruido ni el polvo que produce mi trabajo.

Me tocó más adelante trabajar durante tres años en las calles vendiendo artesanías mientras estudiaba carpintería en la Escuela de Artes Santo Domingo en el Centro de Bogotá. Vendía utensilios de madera en el andén de la calle 85, desde las 11 am a las 3:30 pm. Me hacía $90.000 diarios en algo así como un medio tiempo y luego me iba a mis clases en la Escuela. Con esos trabajos uno se vuelve fuerte y además aprende humildad.

Me siento orgulloso de mis hijos y de mi familia, de mi hijo Andrés, de Andrea y de mi esposa. Nosotros tenemos muchas limitaciones pero somos muy particulares cada uno, y me siento orgulloso de la fortaleza que me concedió Dios para el deporte, como me siento orgulloso de todo en mi vida hasta de los defectos que uno supera.

La enfermedad de mis hijos me volvieron más humano y amoroso. Me siento orgulloso de haber aprendido a ser suave con mi hijo Simón, y a quererlo tal como es. Antes lo trataba tan fuerte que una vez levantó mi mesa de trabajo y con toda su fuera me la botó encima. También me siento orgulloso de mis logros haciendo deporte en la bicicleta. Mi última ruta y la más satisfactoria entre los viajes que he hecho por Colombia fue llegar por segunda vez a Alto de Letras. Mire lo que dice Google: subir a Letras es un mítico y temible ascenso de 82 kilómetros desde Mariquita para llegar a una altura de 3700 metros sobre el nivel del mar, un reto físico y mental único, quizas el más alto del mundo. Coronar Letras es toda una experiencia trascendental y hasta de meditación, y para eso es necesario tener una sintonía precisa de mente y cuerpo para pedalear 5 horas en subida! Para que se dé una idea, la subida a la Línea es de solo 21 kilometros. Además del reto deportivo que es subir a letras, es un paseo increible por una carretera solitaria en medio de monumentales paisajes. La mayoría de los ciclistas que suben a Letras llega a Mariquita en carro y comienzan a subir desde allí, pero yo he salido en bici desde Sopó a Bogotá, y luego a Villeta hasta Mariquita para subir al día siguiente a Letras. Por hechos así pienso que mi recurso para la vida es la fe, la seguridad de hacer las cosas con convencimiento, sabiendo que hay un poder superior. Así es como logro las cosas. De las errores en la vida aprendí que tener una dependencia es un mal craso. Ser esclavo de algo, no solamente de un vicio o droga, sino del dinero, o de la comida, del sexo, del juego, o cualquier esclavitud que uno se autogenera, es lo peor que le pueda pasar a un ser humano en la vida. He tenido varios accidentes en mi vida. Perdí el alvéolo superior en una caída de bicicleta y casi me muero en la vía Tunja-Duitama si hubiera venido un carro en el momento que me fuí al suelo por perder el equilibrio. Esa vez perdí la dentadura, como también me rompí la clavícula en otro accidente más reciente también en bicicleta. Hace poco trabajando pensé que iba a queda mocho cuando casi pierdo dos dedos en la sierra eléctrica cortando madera. Estoy vivo aun después de tantos accidentes y por eso creo en Dios. Además cuando tengo accidentes, me recupero bien. Por ejemplo cuando me rompí el hombro me dediqué a cuidarme y fue como tener unas vacaciones de 8 meses. Abandonar mi familia por estar con malos amigos me costó caro. Descuidé a mis hijos y a mi esposa. Cuando uno consume, la droga se apodera de uno y lo induce a repetir. Es una sustancia que entra en el cerebro y se convierte en un deseo que uno quiere satisfacer, pero en el fondo se trata de suplir un vacío espiritual o un vacío emocional, o reparar un maltrato de una persona; y por llenar ese vacío uno consume o hace alguna actividad que lo calme, y vuelve y repite y así se vuelve esclavo. He perdido muchas veces en la vida. Primero perdí mi taller porque yo era fuerte con la gente y con mis empleados. Por culpa mía y por la misma depend-

Soy muy alborotado aun de viejo y quizás por eso me siento inmaduro en mi vida. Muchas veces me siento como si fuera uno de los muchachos de veinticinco años con los que salgo a montar bicicleta.

Admiro a las personas que no se rinden, a quienes están dispuestos a seguir por un camino aunque parezca que está oscuro, a quien persiste sin miedo. Yo fui oveja negra porque me dejé llevar y la dependencia fue lo que me hizo mal en la vida. Mis hermanos me ven como el que no logró las cosas, y eso tiene algo de cierto, pues yo soy medio loquito aunque mis hijos dicen “mi papá es un verraco”, porque a ellos les gusta que yo trabajo con las manos, que hago cosas. Tengo un solo deseo, y es que Dios me quite todos los apegos, porque creo que todos vinimos a este mundo a ser santos y sé que la iluminación llega cuando el ser humano no tiene ningún apego. Le doy gracias a Dios porque me ha permitido acercarme a él aunque yo no haya respondido como debo. He sido muy imperfecto, pero Dios siempre lo ayuda a uno. Me asombro que en los momentos más difíciles de la vida es cuando Dios más ayuda. Dios le da fuerzas al que no tiene ninguna, y multiplica las fuerzas del que está cansado, eso es efectivo. Lo que da valor a mi vida hoy en día es confiar que lo más valioso en el mundo es lo espiritual. La fe que me dice que en esta vida lo que vale no son las cosas, ni es lo material lo que cuenta. La oración es fundamental en mi vida, igual como el ejercicio, el deporte y los estiramientos diarios. También, practicar el buen trato con la familia y los hijos, me hacen crecer y ser mejor persona. La vida se trata de amar y eso es pensar más en el otro que en uno mismo, dar al otro el mismo amor que uno recibe de Dios. Me gusta pensar acerca de la iluminación. Lo que yo persigo es un estado de iluminación en la vida, como un nirvana según llaman los yoguis, o la presencia de Jesús, en términos de los cristianos. He aprendido que el matrimonio es una institución muy buena. Por ejemplo mi hijo Andrés eligió casarse con todas las de la ley por la iglesia, después que ni siquiera había sido bautizado. Pienso que eso ha sido un llamado de Dios. Entre todas los avances de la ciencia y la tecnología, toda la vida me ha sorprendido la aviación, sin embargo no creo que el hombre haya llegado a la luna o a Marte. Eso no es cierto, nada me lo ha demostrado verdaderamente. La vida que me ha tocado es lo que Dios ha puesto en mi camino porque creo que cada uno tiene un destino. Estoy seguro que lo que me ha sucedido a mi es lo que debía ser. Si yo hubiera sido una persona adinerada quizás me hubiera echado a perder. No tener dinero me salvó de perderme porque tengo malas tendencias. Por alguna razón de la vida tuve tendencias a caer en malos comportamientos. Mi camino es vivir sencillo con poquito, tranquilo por saber que lo poco que tengo me sirve. Vivo confiado en que nunca me va a faltar y que hay una ley divina que le ayuda a uno con lo que necesita.



HERNANDO TELLEZ CASTAÑEDA

M

i madre Beatriz Castañeda, nacida en 1910 perdió a su padre cuando tenia diez y seis años, a los diez y ocho aprendió mecanografía. Comenzó a trabajar en el Ministerio de Obras Publicas, y sus amigas en esa época le retiraron el saludo por andar trabajando o prostituyéndose como ellas decían. Conoció a mi padre que era dos años mayor y se casaron en el 30. Mi padre le prometió que la iba llevar a Francia pero ella le contestó que no fuera iluso porque ni tenía mucha plata y no había siquiera terminado bachillerato por comenzar a trabajar desde adolescente. Mi padre Hernando, nacido en 1908 había quedado huérfano cuando muy joven. Fue ensayista, narrador, periodista, político, diplomático y crítico literario. Comenzó a trabajar como redactor en una revista fundada por Germán Arciniegas y luego entró al El Tiempo como reportero de policía. Tenía que ir desde las 6 de la tarde a las 11 de la noche a las comisarías, conocer los crímenes, ver los presos y enterarse de los hechos violentos bogotanos. Volvía a El Tiempo antes de la media noche para redactar los hechos hasta cuando se comenzara a imprimir el periódico. Comenzó a ascender en el periódico desde muy joven cuando ya se juntaba con Alberto Lleras, Eduardo Santos y Alberto López Pumarejo con quienes compartía su inclinación cultural. Mi padre era un hombre de vocación literaria y no entendía nada de matemáticas, mientras mi mamá era ama de casa, viendo a ver cómo alcanzaba la plata para el mercado. En la casa fue una gran anfitriona y amiga de todo el grupo social de papá. Los amigos de mi padre llegaban a nuestra casa en Paris, y mi mamá le celebrara el cumpleaños a cada uno de ellos. Yo viví así la política colombiana y tengo memoria de muchos personajes como Belisario Betancur o Álvaro Mutis entre otros. Gabriel García Márquez visitaba también y se sentaba al lado mío a conversar con mi padre, o llegaba Germán Arciniegas a la puerta de mi casa, timbraba y se escondía. Nací en 1937 y en octubre de ese año me llevaron con 3 meses de nacido a Francia, cuando mi padre con solo 29 años fue nombrado cónsul en Marsella en pleno furor de la guerra civil española, al tiempo que Eduardo Santos se

preparaba para ser el siguiente presidente. Como cónsul, mi padre vio pasar por la puerta de su despacho a distinguidos personajes que solicitaban pasaporte y visa a Colombia para resguardarse de la guerra, los mismos que más adelante fueron sus amigos en Bogotá. Como la memoria no me falla, al regresar a Bogotá vivimos en la Carrera 18, Número 53-31 en Galerías, arriba de donde quedaba el hipódromo de Bogotá, el cual disfrutábamos sin tener que pagar un centavo pues pasábamos por encima los alambres de púas y nos acomodábamos para ver las carreras de caballos. En el año 41 entré al colegio Pasteur, el cual sería después el Liceo Francés en una especie de casa quinta en la calle 66 con carrera 7. Me gradué en 1955 de bachiller siendo de la masa de los estudiantes y los indisciplinados. Nunca había sido buen estudiante. Recibí una excelente educación en el Liceo Francés, pero fue en mi casa donde aprendí a leer. Creo que por ambas circunstancias soy lector desde chiquito, además que mamá era muy disciplinada y buena lectora también. Los franceses en su educación promueven la compresión intelectual y racional de lo que se está enseñando, con un disciplina parecida a la de los alemanes. Mayo del 68 dio un vuelco a la educación francesa pues se dieron cuenta que los jóvenes ya no querían saber, ni aceptar que les dijeran cómo tenían que comer, cómo tenían que sentarse, cómo tenían que estudiar, qué tenían aprender y qué hacer en la vida; y eso mismo, mi padre sin decirlo, sin pregonarlo nos lo enseño a nosotros, y yo a mis hijos. La experiencia diaria con mi padre me dejó muchas enseñanzas. Cualquier sábado a las dos de la tarde decía “camine le tomamos el pulso a la ciudad” y salíamos a las librerías del Centro en la calle 18, o a La Librería Francesa, o más arriba visitábamos la del partido comunista, o la de los franquistas que tenían también librería, o paseábamos a pie hasta las librerías de viejo frente del Palacio de Nariño a ver qué buenos tesoros encontraba o a escuchar al librero con-


tarle a Don Hernando, como le decían a mi padre, qué curiosidades literarias habían llegado. También acompañaba a mi papá los domingos a la Litografía Colombia en la calle 13 donde se imprimía la revista Semana, para corregir los textos que la censura de Ospina Pérez le había tachado. Mi papá revisaba página por página, cambiaba las frases, los textos y esperaba ahí mismo hasta que se comenzaba a imprimir de nuevo. Conversando sobre la niñez con Carlos Lleras de la Fuente, compañero de colegio, con quien por mucho tiempo nos hemos reunimos una vez al mes, me hacía notar que en las épocas nuestras de padres rigurosos y estrictos, mi situación no era la misma que la de otros muchachos. “Carajo”, me decía, “tuviste una infancia muy diferente a las nuestras”. Cierto, en mi casa no se ejercía la autoridad, en mi casa se ejercía la reflexión y el diálogo. Cuando era chiquito nunca supe qué quería hacer cuando fuera grande. La verdad es que yo no tuve nunca objetivos y todavía no los tengo; nunca supe qué quería hacer y aun estoy dudándolo. Sin embargo comencé ingeniería porque tenía la idea que las matemáticas, la cual he confirmado con mis hijos, Gabriel que es Físico y Hernando, Matemático, son una noción del universo, y que las matemáticas te explican cosas, aunque la verdad no las logro entender. De todas maneras, a mi lo que me ha gustado es ser docente y si pudiera estudiar de nuevo habría preferido ser historiador y geógrafo, pues en el fondo lo que me apasiona es la geografía, y más cuando está relacionada con la Historia y con la Economía. A mis 15 años viajé por primera vez a Nueva York a donde mis tías Rosa y Cecilia Castañeda que habían viajado fuera de país porque como decían ellas mismas refiriéndose a Bogotá “esta ciudad es muy pueblerina”. Rosa consiguió trabajo con la Metro Golden Mayer como mecanógrafa y obtuvo su visa de residente en el año 54. Ambas se quedaron allá por años, solteras y en la búsqueda de una añorada libertad, pero quedaron más esclavas que cualquiera. Al final volvieron en el año 2001 para vivir la vejez, perder la memoria y morir en Colombia. Cuando mi padre estaba de embajador en la Unesco, durante un viaje en carro por España en el año 59 entramos por San Sebastián y recorrimos hasta Burgos oyéndolo recitar El Cid Campeador. Yo me había ido con mis padres a Europa, aun cuando ya había estudiado ya dos años ingeniería y había comenzado a estudiar arquitectura en Bogotá. Tomé entonces la decisión de no quedarme a estudiar en Europa por recomendación de Rogelio Salmona quien pensaba que Europa era mejor para viajar y ser vivida que para quedarse a estudiar. “Si se va a quedar allá, solo viaje, mire la arquitectura, disfrute”, decía. Al terminar Arquitectura en los Andes, inmediatamente no sé por qué circunstancias comencé irresponsablemente a trabajar como profesor, pues siempre he pensado que un recién graduado no debe dar clases. Más adelante me nombraron secretario de la facultad y trabajábamos solo dos personas al frente de esa responsabilidad: el decano y yo manejábamos programas y estudiantes, y desde ahí en adelante me quedé en la docencia por casi 33 años. A mis 29 años, la muerte de mi padre en 1966 me marcó muchísimo y se me ocurre que ha sido el evento familiar más significativo en mi vida. “Ojala salgamos bien de esta” fueron sus últimas palabras el día que lo mató un infarto al

amanecer. El impacto de mi madre fue tan fuerte que desapareció literalmente y nunca se recuperó. Llevaba yo tan solo un año de casado cuando mi madre se vino a vivir con nosotros, con la fortuna que tuvo una excelente relación con María Victoria. Vivió en nuestra casa por 19 años más hasta el día de su muerte. En mi casa paterna vivimos muchas restricciones y no hubo nunca herencias de ninguna parte, ni hubo pensión, ni mi padre dejó ahorros como embajador. De todas maneras, la plata no era la prioridad y ahora a nuestros hijos les importa un culo la plata. En mi familia se valoraba la literatura, el sentimiento de una izquierda liberal donde la gente tenía otros derechos, donde las diferencias no debían ser como las de aquel tiempo. A pesar que las dos familias Téllez y Acosta eran católicas, los valores religiosos en mi familia no existieron. Cero!. Mis hijos ni siquiera fueron bautizados y mi mamá fue agnóstica completa y yo soy ateo de convicción. La confesión de los cristianos por ejemplo es una cosa irracional. Uno no tiene por qué decirle a otra persona lo que no le importa, y por eso digo que cuando uno se mete con los curas hay una deformación de la disciplina y de la personalidad, porque las deforman con temores y pánicos. Renuncié a mi trabajo en la Universidad de los Andes en el Centro de Planificación y Urbanismo cuando se decidió cerrar Bellas Artes porqué los dueños pensaban que no era rentable. Mi reacción fue decir esta mierda no me la mamo y comencé a citar a los estudiantes en la capilla donde armé tal desorden que llegué a proponer un esquema de la facultad de Arquitectura sin decano, solo con un administrador. Francisco Pizano de Brigard, fundador entre otros de los Andes, me citó junto con mi grupo de revuelta para que recapacitáramos y cayéramos en cuenta que primero estaba la universidad que la amistad. Solo atiné a responder que para mi estaba primero mi manera de pensar, y con eso quedé de tajo por fuera de la simpatía de la universidad. Chao!. Propuse que fundáramos el sindicato de profesores para que la universidad no tuviera la entera voluntad de hacer lo que le diera la gana con el cuerpo docente, y me nombraron presidente del sindicato, sin embargo casi de inmediato me salí al ver el temperamento y calaña que debía tener un buen sindicalista. Yo siempre renuncio cuando no tengo nada por delante. Me importa un carajo. Mientras tenga claro que debo renunciar, dejo el puesto. Pasé a trabajar en urbanismo y desarrollo en la Corporación Nacional de Turismo cuando se comenzaba a plantear tres desarrollos turísticos importantes en Colombia: Barú, Pozos Colorados en Santa Marta y San Andrés. María Victoria siempre ha pensado que fue la época de trabajo más feliz de mi vida. Raimundo Angulo, gerente en ese momento de la Corporación, me nombró más adelante subgerente de desarrollo y pasé de atender temas de arquitectura a la promoción de imagen turística del país. Me tocaba regular tarifas de hoteles, controlar los programas de agencias de viajes entre otras cosas. Renuncié después también a Artesanías de Colombia. Cuando llegue a Artesanías había buenos recursos y me inventé unos grupos formados por un antropólogo y un diseñador industrial para que fueran a trabajar con los artesanos del país, y les ayudaran en la técnica y en el diseño. Hicimos ocho grupos que examinaban la situación socio-cultural, y de allí surgió buena parte de la diversificación en las artesanías del país como el sombrero vueltiao.


De los diferentes trabajos que tuve, de renunciar y volver a iniciar, se aprende y se conoce Colombia y a los colombianos que valen la pena. Me recorrí el país y las regiones conociendo los artesanos de Colombia. Llevé a María Victoria a conocer cómo se hacen los sombreros vueltiaos en Tuchin, Córdoba, donde no había visto pobreza igual y la gente compraba cinco pesos de aceite para el diario. Conocí buena parte de la costa del Chocó, Bahía Solano y su aeropuerto que llamábamos Sal si puedes, donde no había siquiera servicio de salud. Nunca tuve una perdida ni un fracaso y tampoco puedo nombrar un error o falta que me haya costado caro, sin embargo, el trabajo más inútil que haya tenido en la vida, tiene que ver casualmente con la familia Franco. Eduardo Díaz me llamó para que trabajara con él cuando estaba de asesor del distrito para ponerme al frente de un programa con el alcalde Castro en el Tintal. Se trataba de algún asunto contratado con las Naciones Unidas para presentarlo al Compes, pero no había un sitio definido donde trabajar. Me tocaba ir a un oficina en una casa en la Candelaria, pero por encima de todo yo nunca supe bien qué era lo que había qué hacer. Para mi fue un fracaso total y Eduardo debe tener una muy mala idea de mi como trabajador. Al final fue muy desconcertante y frustrante para mi, como seguramente para Eduardo también lo fué. Habría que verificar!. Por el contrario, mi mejor trabajo junto con el de la Corporación de turismo fue como profesor en la universidad nacional donde duré más de treinta años como profesor de cátedra. De mi papá aprendí a vivir la vida gozando, sin restricciones, sin tomar partido, sabiendo qué es cierto y qué no es cierto. Fue mi padre sin duda la persona de mayor influencia para mi y la persona más amable que conocí. De eso me queda que soy un tipo suave, alegre, extrovertido, que le gusta el buen humor, conversar, oír a la gente y generalmente no hablar mierda. Me dijo María Elvira Franco una vez que había aprendido de mi algo muchos años atrás cuando me observaba en el Llano. Me vio una cualidad increíble que no todos tienen, decía. “es que usted pregunta y escucha a la gente”. Eso me han dicho también otras personas, que sé oír a la gente. Tengo un temperamento muy diferente al de mi único hermano. Me parezco a mi padre y tengo muchos rasgos de disciplina como el rigor y el orden de mi mamá a pesar de mi característica de mal estudiante. De mi mamá también tengo su gusto y facilidad por la cocina. Los valores que les trasmitimos a los hijos no puedo clasificarlos. No soy tan estricto. Fluyo con mis hijos en el diario, en el almuerzo, en el hablar de cualquier cosa y de muchas otras. No hay un valor en si, es todo una manera de ser, una manera de actuar, porque en ese tipo de definiciones yo no participo. Creo que los objetivos de la vida que nos han vendido terminan estafando a la humanidad y el objetivo del éxito termina haciendo hampones a la gente. El deseo por ejemplo de un tipo de tener un Mercedes Benz lo hace corrupto. Yo tengo una manera muy diferente de discurrir la vida. Mis hijos crecieron con su abuelita hasta el día que la vieron morir de enfisema pulmonar en esta casa, y quedaron tan traumatizados con la enfermedad que será por eso que ninguno fuma. En una ocasión alguno de sus nietos que la pilló fumando sentada en el inodoro, sin pensarlo indagó “Abuelita, estás fumando?” No mijito, es un cigarrillo de la casa de los trucos, respondió jugue-

tona y amorosa. Nuestro hijo Gabriel le dio vida a mi madre. Cuando ella no se levantaba en medio de su terrible depresión, se puede decir que Gabriel la sacó de la cama. Ella se levantó para ayudar a criar a Gabriel y con él se sentía útil. Algo que me sorprende de la vida y la humanidad hoy en día es la estupidez de los Colombianos. Me sorprende cada vez más que les pongan la paz en sus manos, y digan NO. Los colombianos además creen que lo normal es ser deshonestos. Esta sociedad tiene totalmente invertido los valores. Me habría gustado tener algo de talento musical o por lo menos entender la música. Cuando mi hijo o una amiga musicóloga explican una sinfonía, yo quisiera poder sentir lo que ellos sienten al oír esa música. Me conocí con María Victoria en la universidad cuando era una de las tres únicas mujeres que estudiaban en la facultad. En esa época era muy linda y era el centro del avispero. Ahora tiene otra belleza que admiro y así llevamos 60 años juntos en los cuales se aprende la concordia, la tolerancia y el diálogo. Por eso pienso que la mejor inversión que hice en mi vida fue casarme con María Victoria. Mis padres tenían un matrimonio parecido al nuestro. Una cosa muy cercana, sin rincones, muy directo, una relación profunda. Siempre he dicho a mis hijos y amigos que yo he sido un tipo con muy buena suerte. Siento que no he tenido inconvenientes ni nada de esas vainas. Sufrir?... En mi vida ha habido crisis, si claro, pero nada que pueda llamarse dificultades o adversidades. Si pudiera hacer algo de nuevo, nada haría diferente, siempre hice lo que me dio la gana, y así me siento orgulloso de la vida vivida y de mis hijos, mis nietas y mi hogar. La familia Téllez Acosta es particular a pesar de los temperamentos tan diferentes de cada uno porque entre nosotros tenemos una relación sin misterios donde nadie tiene guardados. Compartimos un fluir sin inconvenientes, sin escollos. Cuando mis dos hijos se daban trompadas, yo sacaba los guantes de boxeo y les decía que si se iban a dar en la geta, lo hicieran pero con guantes. El principio de nuestro grupo familiar era de cierta liberalidad, la misma que aprendí de mis padres. Por eso decía que en casa de mis padres no existía la autoridad paterna, no. Me gusta la disciplina pero en el sentido del rigor en hacer las cosas bien. Si pudiera eliminar uno de mis defectos sería la intransigencia que se me ha aumentado con la edad. Actualmente me siento de 70 años, o sea de diez años menos de los que tengo, y siempre estoy ocupado. Por eso mi mujer dice que nunca me ha visto deprimido ni un minuto y que yo debería dar conferencias sobre cómo un pensionado no se aburre. Si tuviera que pensar en este momento tres cosas bellas que hayan cruzado mi vida, se me ocurre primero La Plaza de San Marcos en Venecia, que fue una aparición para mi y una de las grandes emociones del viaje del 59 con mis padres. También Paris como ciudad, que siempre es una revelación con todo su significado arquitectónico y cultural; y por último mi mujer María Victoria a quien amo más que todo en la vida.


Franco Archila

Bohorquez Franco

MANUEL FRANCO Y ROSA ARCHILA

CECILIA FRANCO Y FERNANDO BOHÓRQUEZ

Carlos Manuel y Rosita Arlanzón (D) Biviana (38) y Felipe Muñoz Paula (3) y Alvarito (1) Esteban (34) Sebastián (33) - Seg. Matrimonio, Virginia Pla (D) María del Mar (20) Claudia y Aimer Lemos Diego Fernando (45) y Ingrid Camelo >Sebastían (11) y Santiago (4) Julio Andrés (42) >Isabella (2) y Lucas (abril 2019) Carlos Felipe (40) Santiago (30) y Paula Andrea Murgueito Julieta (2019) Santiago y Amparo Onofre (D) Natalia (35) y Hernando Sánchez Juan Pedro (1 año) Mónica (31) y Sebastian Riomalo Elías (2 años) - Seg. Matrimonio, Marcela Parada Manuel Santiago (14)

Manuel Guillermo y Marlene Granados María Cristina (39) y Diego Juan Antonio (6) Laura (34) y Julio Gregorio (2) Camilo (35) y Mariana Julieta (1 año)

Patricia y Emiro Torres (D) Paola (41) y Salvatore Salvatore (14) Ana María (39) y Mickey Miguel (4) y Elisa (7 meses) Alejandro (30) Vila y Hernando Harker Simón (39) y Juliana Perry Sebastián (2) Pablo (31) y Vera Vinograd Hernando (29)

María Eugenia y Roberto Gil Juan Fernando (40) y Angela Sofía (3) y Valeria (6 meses) Santiago (39) María Lucía (30) Yolanda y Fernando Díaz Juan Carlos (47) y Ana María Martín (7) y Alicia (5) María Paula (43) Lina María (30) y Vincent Luz Marina (Lulú) Marta Tata Luis Fernando (Nano) y Mirta Lulú Gaona Paula Camila (13) Gloria y Gustavo Camargo Juan Diego (26) José Luís (24) Natalia (20) Luis Felipe

Amparo y Eduardo Díaz Juliana (36) y Julien Lucien (6) y Abel (2) María Camila (31) Juan Pablo y Patricia Yamín Diana Patricia (29) y Juan Diego Martínez Juan Andrés (25) Adriana y Diego Echeverry (D) Cristina (29) Kathy (25) Mariano

CUÁNTOS SOMOS:

(D): Divorciados


Franco Roselli

Caycedo Franco

Acosta Franco

LUÍS CARLOS Y MARÍA LUISA

ALFONSO Y MARINA

ARTURO Y ELVIRA

Pilar y Alvaro Neira Urian (46) y Catherin Yaku (6) Muyi

Elsa y Vasilis Spiros (41)

María Victoria y Hernando Téllez Gabriel (48) Hernando (43) y Haily Cecilia (5) y Camila (1) Rodrigo y Chiara Martina (3)

Stella y Billy Hansel Federico (43) Lucía Margarita (40) y Ricardo Rodelo Amelia (4) Catalina y Antonio Montoya (D) María Lucía (42) y Oscar J. Granados María José (6 años) Juan Camilo (40) y Erika Hossman Luís Felipe (30) Angela María (28) Maquis y Jaime Molina (D) Nicolás (38) (D) Alessandra (12) y Valentina (5) - Seg. Matrimonio, Calixto Araujo (D) Salomé (27) Mateo (22) Gisella y Rori Forero Esteban (28) Luisa Judith (26) Yara Gissela (18)

Hernán y Esperanza Torres Alejandro y Pia Lucas (1) y Martín (13) Juan Pablo (27) Santiago (24) Mauricio y Patricia Ruíz Andrea (46) Juanita (17) Simón (42) Jacob (39) Andrés (34) y Lady Leonardo y Olga Inés Chacón María Camila (31) y Juan Manuel Bebé para octubre 2019 Juan Felipe (29) y Fanny Carlos y Margarita Suárez Pablo (21) Catalina (18) Andrés y Diana Silva Teo (9)

LOS QUE YA NO ESTÁN: (por familias)

Carlos Franco 1901 - 1931 y Carlina Vásquez 1900 - 1984 Marujita Franco 1930 - 2016

Gissela Franco 1963 - 1999 Muyi Neira Franco 1974 - 2013

Manuel Franco 1923 - 1996 y Rosa Archila 1930 - 2016 Aimer Lemos 1938 - 2003 Mariano Franco 1975 - 2005

Cecilia Franco 1924 - 2018 y Fernando Bohórquez 1921 - 2004 Lulú Bohórquez 1956 - 1962 Tata Bohórquez 1959 - 2018

Luís Carlos Franco 1925 - 1986 Stella Franco 1952 - 2011 y Billy Hansel 1939 - 2009 María del Pilar Franco 1950 - 2000 y Alvaro Neira 1946 - 2002

Marina Franco 1931 - 2017 y Alfonso Caicedo 1916 - 1997 Hernán Caicedo 1954 -2018 Elvira Franco 1921 - 1973 y Arturo Acosta 1908 - 1955


h é r o e s


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