MÍNIMA INVASIÓN MÉDICOS ESCRITORES FICCIONANDO
M É D I C O S
E S C R I T O R E S
F I C C I O N A N D O
MÍNIMA INVASIÓN Selección y compilación de José Manuel Ortiz Soto
ArteSanoDigital
Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International (CC BY-NC-ND 4.0) Usted es libre de compartir, copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato BAJO LOS SIGUIENTES TÉRMINOS: Atribución: Usted debe darle crédito a esta obra de manera adecuada, proporcionando un enlace a la licencia, e indicando si se han realizado cambios. Puede hacerlo en cualquier forma razonable, pero no de forma tal que sugiera que usted o su uso tienen el apoyo del licenciante. No comercial: Usted no puede hacer uso del material con fines comerciales. Sin derivar: Si usted mezcla, transforma o crea nuevo material a partir de esta obra, usted no podrá distribuir el material modificado.
Índice Prólogo
10
Rubén García García
13
Escalofrío
15
Los olvidados
15
Alzheimer
15
Lágrimas negras
15
El consejo
16
La peste
16
El gen
17
Negrura
17
Los frutos
18
Freud
18
Diana Raquel Hernández Meza
19
Bosquejos
20
Amanecer
20
Relación peligrosa
20
Objetos
21
Conjuro
21
Tormenta
21
Guardia
22
Desobediencia
23
Luz
23
Buenas nuevas
24
Hilario Martínez Arredondo
25
Salomé
26
Selección natural
26
Manos núbiles
26
Sin título 1
27
Boceto a lápiz del año 37
27
Sin título 2
27
El paso del tiempo
28
Sarcasmo
28
El arte de la guerra
28
Testamento
28
Óscar Antonio Martínez Molina
30
El laberinto
31
Laberinto en la ciudad
31
Laberinto intrincado
31
De mujeres
32
El laberinto de los sueños
33
De los enredos
34
El amor y el laberinto
34
En este laberinto todo vale
35
El laberinto de Conrad
36
Los otros
36
José Manuel Ortiz Soto
38
Reencuentro
40
Después del café
40
Sombras
40
El pacifista
41
Espectáculo
41
Las tardes con el abuelo
42
La verdugo
42
Arrebatos
43
Cuervos para tus ojos
43
El placer de la carne
45
Alfonso Pedraza Pérez
46
El nacimiento de un príncipe
47
Llamado de sangre
47
En paz
47
Fin del embeleso
48
Desengaño
48
Día de asueto
48
Mascarada
49
Tota pulcra
49
Páramo para amar
50
Fallo sincrético
50
Victor Hugo Pérez Nieto
51
Mortinato
53
El pararrayos
53
Apoteosis del cocodrilo
53
Cenizas en el mar
53
Apoteosis del comején
53
Última tarde
54
El valor del tiempo
54
Bomba de neutrones
54
La princesa del pop
55
Llorona Elizabeth Pérez Ramírez (a) Gremlin
55 56
Filtros
57
Vacaciones
58
Patologías fantasmales
58
Prejuicios
59
Crónicas desde el éter
59
Vagando por el páramo
60
Trabajo y diversión
60
Carta al purgatorio
61
Pérdida inexplicable
61
Sin salida
62
Paola Tena
63
La vida entera
64
Hija única
64
Roma
65
Día de muertos
65
Tuberculosis
65
David para Miguel Ángel
66
Un chico normal
66
Leer mucho es lo que tiene
67
Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha 67 Viaje
68
CrĂŠditos
69
Prólogo A prime facie y, a pesar de que la medicina y la literatura son dos artes catalogadas como “humanistas”, suelen parecer contrapuestas. Sin embargo, a lo largo de la historia humana, ambas disciplinas se llevaron muy bien. Baste con nombrar a Hipócrates de Cos quien, además de ser considerado “Padre de la medicina”, también fue el primer hombre que supo empuñar con igual destreza la pluma y el bisturí. Pues bien. En este volumen, al que los lectores van a acceder, nueve médicos mexicanos demuestran con singular pericia que ambas disciplinas conforman una simbiosis tan particular que, aquellos que podemos especular un poco más, nos imaginamos una mutación temporal en la que el individuo usa la pluma con la misma habilidad que el bisturí e interviene en las palabras como si fuesen un cuerpo humano para modificar su “anatomía” (valga la metáfora) y así dotarlas del sentido lúdico que ofrece la lectura. No es la única particularidad del presente libro. El género que han elegido para componer sus textos, más allá de lo que dice la academia acerca de su difusión, es uno que viene (también) desde los primeros años de la historia. Es verdad que se trata del género de moda, pero no es menos cierto que 1500 años AC, ya se escribían textos mínimos que - 10 -
contenían en su corpus todos los elementos que más tarde seleccionarían los estudiosos para fundamentar el canon de la narrativa hiperbreve. A quien dude de ello, lo remito al libro El bosque de la risa de Feng Meng Long que data de la Dinastía Ming, que reinó en China por aquellos tiempos. No entraré aquí en consideraciones de tipo académico sobre el microrrelato (o minicuento, microcuento, cuento ultracorto o cualquiera de aquellas denominaciones en las que los eruditos no terminan por ponerse de acuerdo). Baste decir que es un texto que, contrariamente a lo que piensan muchos lectores (y no pocos escritores) exige mucha concentración, mucho trabajo de “corte y corrección” (frase acuñada por algún tallerista literario) y a veces se prolonga en el tiempo. Y sin embargo, no todos lo logran. Parece fácil pero, cuando evaluamos todo lo que se produce y se publica nos damos cuenta que no todos los textos tienen el valor artístico que transforma a unas cuantas oraciones en un buen microrrelato. México es uno de los países americanos con mayor desarrollo de este tipo de microtextos que se caracterizan por su lectura rápida y la necesaria complicidad del lector. Entonces, no debería extrañarnos que un grupo de escritores mexicanos se reúnan para un colectivo de microtextos. Lo que sí resulta llamativo es que los nueve integrantes de esta obra no solamente sean escritores, sino que también son médicos. Y entonces nos encontramos ante este volumen que, por merecimiento propio, está destinado a ganarse un importante lugar en las letras vivas de México.
- 11 -
Hasta que este original llegó a mis manos, sólo había leído textos de Ortiz Soto, Pedraza y Tena; entonces, la curiosidad de leer micros que habían sido escritos por otros colegas que no conocía me sirvió de acicate y en cuanto comencé con la lectura ya no pude parar. Y la verdad es que fueron las horas mejor invertidas en varios años. Rubén García García, Diana Raquel Hernández Meza, Hilario Martínez Arredondo, Óscar Martínez Molina, José Manuel Ortiz Soto, Alfonso Pedraza, Victor Hugo Pérez Nieto, Elizabeth Pérez Ramírez y Paola Tena nos entregan una selección de textos que, sin lugar a dudas, merece ocupar un lugar destacado en nuestras lecturas cotidianas. El conjunto de textos es sólido y seguramente hará las delicias de aquellos que accedan a este libro. En síntesis, una excelente colección de microrrelatos que seguramente habrá de complacer a los lectores, después de haber producido placer lúdico en cada autor. Al final de cuentas, esas y no otras, son la misión esencial de la literatura.
Antonio Cruz
- 12 -
Rubén García García (Álamo, Veracruz, 1946; radica en Poza Rica, Veracruz) Es médico egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, con posgrado en Salud Pública. Su profesión le ha dado la oportunidad de convivir con la gente, por lo que la condición humana no le es ajena y se refleja en su obra. Su formación como escritor se sustenta en los talleres que ha tomado con Raymundo Carballido y el poeta Andrés Bolaños, así como con un diplomado en Redacción por la Universidad Veracruzana. Sin embargo, acepta que una fuente de conocimiento es el internet y las redes sociales. Se ha destacado en las páginas de www.ficticia.com. Ha sido antologado en los libros Mar en medio, Cien fictimínimos, El libro de los seres no imaginarios (Minibichario), Alebrije de palabras. Escritores mexicanos en breve, Lectura de locos, entre otros. Los textos “Los regalos del abuelo”, “El misterio de la lluvia”, “Abue Meche”, “Los gigantes de fuego” y “El gato del tejado” fueron publicados por la editorial SM de Puerto Rico y forman parte de libros de lectura para niños de primero, quinto y sexto año de educación primaria. Merece destacar que sus minificciones “La oveja negra” y “La fiesta” hayan sido traducidas al francés. El cuento “La mariposa roñosa” fue publicado y distribuido por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. La crítica ha reseñado que Rubén García fue dotado de una gran imaginación que plasma en pequeñas historias escritas con sencillez y que sacan del lector una carcajada o bien una inmensa tristeza. Las
- 13 -
siguientes líneas sirven de corolario de su obra: “Todos los temas son buenos, el problema está en decirlos a tu manera”.
- 14 -
Escalofrío En una clínica clandestina, donde la discreción era norma, el cirujano retiraba los restos fetales del interior de una joven. Con el dinero del trabajito obsequiaría a su amante una noche de placer. Justo cuando terminaba, identificó el lunar verrugoso del que salían hirsutos vellos, donde tantas veces depositó la humedad de sus labios.
Los olvidados En la mañana los internos de psiquiatría van en fila hacia las regaderas, el agua fría hace que tiriten sus cuerpos mientras esperan a ser secados por la asistente; luego toman una bata del montón y regresan a sus camas como sobrevivientes de un holocausto.
Alzheimer Esa noche terminó de leer el libro del olvido, en el último instante las palabras jugaron como niños. Las luces se hicieron mortecinas y sobrevino el silencio, la oscuridad; los ojos veían sin ver y el alma dejó de tener sentido.
Lágrimas negras
- 15 -
La mañana es húmeda y fría. Hace quince noches que la lluvia pertinaz se escurre por las callejuelas del pueblo ahogando los campos sembrados de papa. En la aridez, los viejos soplan sus manos para calentar el pulpejo de los dedos. Las nubes, percudidas de sombra presagian que el mal tiempo seguirá. Los pobladores oran, y el murmullo busca un trozo de cielo donde asirse; mas las gotas lo devuelven a la tierra. Cuatro espectros montados en escuálidos caballos bajan de la serranía y las madres, desesperadas, abrazan el cuerpo de los niños. ¡Lloran sin lágrimas para no mojar más la tierra!
El consejo El viejo doctor Torres abrazó a su ahijada y la llevó a un anexo del consultorio. Con los ojos dilatados, la púber miró los botellones donde estaban suspendidos desde el feto más grande al más chico. Los cráneos simulaban pelotas macabras de diferentes tamaños y de ojos sin mirada. La mano del doctor recorrió su cuello y le jaló la oreja. —Cada vez que forniques estarás en riesgo de que en tu matriz se forme una criatura como las que están en esos frascos. Años después, cuando hacía el amor, ella veía en la frente de su amante aquellos ojos que, con una mirada ausente, la juzgaban.
La peste
- 16 -
Por Asia llegamos a Europa montados en las ratas. Nuestro paso dejó huellas por el número de vidas que segamos. Qué grandes nos sentíamos al conducir a millones de roedores. La sangre de la rata era amarga y la del humano dulce. Por cada familia, sólo quedaba la mitad para contarlo. Si Atila fue el azote de Dios, nosotros lo fuimos de los hombres.
El gen Sintió la presencia de otro ser similar y aprovechando una contracción puso el cordón alrededor de su cuello. Después de la cesárea, sólo uno de los gemelos lloró.
Negrura Hace tiempo dañaste a reyes y aldeanos. Los que sobrevivieron quedaron ciegos y carcomidos. No discriminaste. Hoy vives encarcelada. En mis noches de perversidad mezclo tus ácidos para hacerte más letal. Me incita pensar que un descuido puede ser mi oscuridad. Un día, cuando nadie te nombre y sólo seas referente en libros empolvados quitaré tus grillos. Te dejaré olvidada en algún aeropuerto y quince días después brotarás en forma de vesículas hediondas de pus y de muerte. En la hecatombe te preguntaré: ¿Estás satisfecha?
- 17 -
Los frutos Autopsiado el viejo médico, salieron de su pericardio miríadas de secretos; unos volaron, pero los más reptaron hasta diluirse en las aguas del inframundo.
Freud Tomó el puro. Lo olfateó, lo puso en su boca mordisqueándolo. Con la izquierda lo detenía; con la derecha hizo fuego. Haciendo pausas, removía el humo y chupeteaba los labios degustando el buqué del habano. Miró a la docta concurrencia que asombrada seguía sus movimientos. Golpeando sobre la mesa de honor dijo: —Colegas, les recuerdo que también se fuma por placer y no sólo por deseos insatisfechos.
- 18 -
Diana Raquel Hernández Meza (Ciudad de México, 1985) Médica cirujana por la Universidad Nacional Autónoma de México, con diplomado en Salud en el Trabajo. Sus minificciones son parte de los libros colectivos Los adolescentes escriben II (Universidad Nacional Autónoma de México, 2003), El libro de los seres no imaginarios (Minibichario) (Ficticia Editorial, 2012), Eros Gourmet (LE, Triple C, 2012), Tratado de Grimminología (LE, El Descensor-Triple C, 2012), Alebrije de palabras. Escritores mexicanos en breve (BUAP, 2013), Eros y afroditas en la minificción (Ficticia Editorial, 2016) y Las musas perpetúan lo efímero (Micrópolis, 2017). Sus textos se han publicado en las revistas Salvo el crepúsculo, T imonel e Inter nacional Microcuentista. Forma parte de los grupos literarios Triple C y Médicos Mexicanos por la Cultura y el Arte. Administra los blogs Sirena Varada y Antología Virtual de Minificción Mexicana.
- 19 -
Bosquejos Dibujo una sonrisa al verte pasar todas las tardes frente a mi escritorio. Me pregunto si tu forma de mirar es con intención de seducirme. No te atreves a dar el paso: la edad, las jerarquías, la timidez… te limitan. Un beso disfrazado de saludo espero que te anime. Invítame a salir, a platicar, bésame, derrama el vino sobre mí, escribe en mi piel, ámame sin límites… A casi cinco años, tu amor es mío.
Amanecer Para JMOS, mi tallerista de cabecera Anoche subió la marea y perdí la orientación. Escucho cerca de mí la voz de los pescadores. No puedo abrir los ojos. Siento tirones en todo mi cuerpo. Tal vez sea una pesadilla. No tenía contemplado despertar presa en una pecera.
Relación peligrosa Es complicada la relación con mi novio desde que se convirtió en bicho. Si lo miro a los ojos no sé con cuál de ellos me está viendo; si estamos desnudos, sus pelitos me causan urticaria. Y, por si fuera poco, a veces enfurece y clava sus dientes en mi cuello hasta que me desangra. No sé qué vendrá después.
- 20 -
Objetos Debo decir que todo comenzó con una serie de sucesos extraños: la desaparición de un calcetín, quedó únicamente su par; mi pluma favorita se perdía sin razón, pero al paso de unos días regresaba a su lugar. En el trabajo no encontraba mi bata en el estante, del que sólo yo tengo llave; los anillos de matrimonio, recién reemplazados, también decidieron rodar por su cuenta. Ahora mismo yo debo andar por ahí, en cualquier lado.
Conjuro Descubrí que mi mujer era bruja cuando, por accidente, escuché una conversación telefónica entre ella y su mejor amiga. Muy quitada de la pena le decía: “Escribe su nombre en un papel, con tinta roja, dóblalo simétricamente e introdúcelo en un vaso con agua; luego lo metes al congelador. En cuestión de días verás los resultados”. El tiempo pasaba y no sabía cómo confrontar a mi esposa. Cuando al fin me dispuse a hablar con ella, me rodeó con sus brazos por el cuello y tiernamente me dijo: Amor, pronosticaron la entrada de un frente frío para hoy, deberías tomar tus precauciones al salir de casa.
Tormenta
- 21 -
La tarde se oscurece: la tormenta es inminente. Siento frías en el cuello las primeras gotas de lluvia; maldigo traer ropa tan ligera. Entonces apareciste y sonreí. Caminabas entre la multitud de autos varados. Un beso en los labios disipó mi enojo y tomados de la mano corrimos hasta el edificio. El camino hasta el cuarto piso quedó marcado por el agua que escurría de nuestra ropa. Frente a la puerta de tu apartamento, mi cuerpo temblaba, no sabía si era debido a la ropa adherida al cuerpo o a la incertidumbre de no saber qué pasaría una vez adentro. Con gran sorpresa vi que el lugar estaba casi vacío: una lámpara y cobertores amontonados sobre la duela señalaban el sitio que correspondía a la recámara. Los grandes ventanales, desnudos de cortinas y empañados, eran mudos testigos de la tormenta que poco a poco inundaba la avenida. A cada relámpago, el lugar se iluminaba, dejando entrever nuestras sombras dibujadas sobre el suelo. Una tras otra, caían las prendas, humedeciendo el piso de madera antigua.
Guardia He venido a despedirme de ti. Tu esposa, inconsolable al pie del féretro, con la mirada perdida, trata de encontrarte. Tus hijas, no menos perturbadas, distraen a la niña que llora por haber perdido al compañero de juegos. Entristecido, el perro al que llamabas hijo echa a correr al infinito. Estoy allí, detrás de la multitud. No tengo el valor de acercarme y compartirles mi pesar, sólo soy una desconocida que soporta el silencio que nos condenará a la ausencia. Así sueño a veces tu muerte.
- 22 -
Desobediencia La tarde en que bajó a buscarla, llovía con tal intensidad que su cuerpo se empapó. Ella lo estrechó. Las alas, que con tantas dificultades le habían sido otorgadas en el Paraíso, quedaron a sus pies en un charco de plumas. Una vez más, no había podido serle fiel al Creador.
Luz Para ti, Luz Elena Hoy, como en otros momentos de tu ausencia, visité el lugar de los sueños. Mientras mi cuerpo se desprendía de esta realidad, apenas podía escuchar a quienes continuaban aquí. Todo era perfecto, ni siquiera un rayo de luz advertía defecto alguno. Él, con tal majestuosidad, me entregó la llave principal, ligera para su tamaño. En dos ocasiones intenté entrar, pero la cerradura estaba atascada. Él recuperó la llave con indiferencia, dio media vuelta y emprendió la retirada. No tuve miedo. Distinguí la voz imperativa de una mujer diminuta, a lo lejos; imágenes difusas en los escasos recuerdos. Un par de placas heladas en mi pecho y mi propio alarido la apaciguaron. No puedo determinar cuánto tiempo pasó. Mis manos se aferraban a cada instante. Todavía siento dolor en el pecho, no consigo abrir los ojos, pero puedo escucharlos. Algunos se preguntan qué falló y otros, simplemente, se retiran del lugar, indiferentes. Temo que esta vez la llave es la correcta. - 23 -
Buenas nuevas Para Ian; te amamos, pequeĂąo Un ratĂłn ha nacido en Hamelin, fue anunciado con fanfarrias por todo el reino. A partir de hoy, dice el alcalde, el flautista tocarĂĄ canciones de cuna todas las noches.
- 24 -
Hilario Martínez Arredondo (Ciudad de México) Nací en Ciudad de México cuando su cielo aún era claro y no se tenían tantas preocupaciones. Estudié la carrera de medicina en el Instituto Politécnico Nacional; la especialidad en Ortopedia y subespecialidad en Cirugía Articular, en la UNAM. Para no entrar en la dicotomía de los hijos divorciados, soy profesor de Anatomía Ortopédica para ambas universidades. Fui educado entre libros viejos y música de trova, así que me volví un hombre viejo antes de que aparecieran las primeras canas. De mi mamá, quien al morir me dejó su canto, aprendí el vicio por vivir; la dureza y sabiduría de mi padre me volvieron terco, loco y taciturno, lo cual a veces no es bueno para mis hijos, que me ven como búfalo que rumia encerrado detrás de los libros, y que sólo asoma para regañar. Escribo porque mi esposa (quizás en su afán de tenerme entretenido para que no me ponga iracundo) insistió en que toda esa maraña de cosas que le platico quede plasmada en una hoja de papel (al parecer no le basta con los libros que tenemos, por eso la quiero). Así que, en mis ratos de ocio, entre clases de cirugía y estudio, me encierro en mí mismo, como tortuga, y escribo.
- 25 -
Salomé Al sensual movimiento de su cadera y brazos, se suma el ondular de su vestido… Ante la natural resistencia de la gente, la muerte ha tenido que modernizar su modo de atraer a los clientes.
Selección natural Desconsolado, abrí los ojos y me encontré como ayer, como antes de ayer, como lo recuerdo desde chico: entre estos barrotes duros y fríos. Nadie entiende lo que digo, por más que grito. Ya no me queda la esperanza de que alguien me abrace, pues la bestia, armada con un palo, me separó de mi madre hace unos días. Espero que los niños que se asoman a la jaula tengan consideración de mí y no me vean inferior a ellos. ¿Cómo iba saber que al reencarnar acabaría de esta manera, como un simio?
Manos núbiles Sus senos mostraban la opulencia propia de su edad, me acerqué a ellos, tocándolos con la impericia de la juventud, pero con el deseo de la labor bien realizada. ―Juan: apúrate con la ordeña, que aún nos falta preparar los quesos.
- 26 -
Sin título 1 Me tocó tu sombra y perdí el pudor. Sucedió junto al río, cuando lavaba. Tú estabas parado del otro lado ―ojos negros, centelleantes, todo un adolescente de dieciséis años―: mirabas mi pequeño escote sin ningún recato, tratando de ver por qué las palomas no volaban febriles hacia ti. Luego tu sombra pasó por encima del agua y me tocó; me envolviste toda y me mojaste por primera vez. Desde entonces, cubro el cuarto con papel de estraza, papel maché, papel de todo tipo para que no entre la luz por ningún resquicio, y tu sombra de hermano no me acaricie de nuevo.
Boceto a lápiz del año 37 Echó un vistazo al desorden de su habitación: la cama deshecha, la ropa sucia envuelta en media sábana (parecía una cabeza de caballo, relinchando), los zapatos encima del buró (como cuernos de diablo o de toro), el vaso roto en el piso, y a su madre de pie junto a la puerta, con los brazos en alto, gritando: “¿Cuántas veces tengo que decirte que levantes ese desastre, Pablito Picasso?”.
Sin título 2 La muerte es una niña juguetona que nos encierra en el laberinto, y luego esconde la llave.
- 27 -
El paso del tiempo Hoy me cayó encima todo el peso de la edad, porque los años no pasan, no, todos se quedan y se vuelve difícil caminar con el bebé que un día fui agarrado de mi pierna derecha; avanzar más rápido cuando mi yo joven tira de mí e insiste que regresemos con las chicas que dejamos. Cómo no encorvarme si el niño jala mi brazo izquierdo y chilla y patalea para que me oculte de mis miedos; y luego está mi yo adulto frente a mí, afanado en mantener su ego intacto… Debo apresurarme, pues la mano descarnada que sube por mi cadera insiste en jalarme bajo tierra.
Sarcasmo Cuando el caricaturista lo vio acercarse, pistola en mano, se lamentó no haber hecho a su boceto menos cruel y despiadado.
El arte de la guerra Duele sacrificar a una dama cuando lo ha dado todo por ti, pero así es la vida. Jaque mate.
Testamento En el ocaso de mis primaveras, con mis brazos doblados por el peso de los columpios, escaso de nidos y cantos, sé que no hay motivo para
- 28 -
quedarme más tiempo en esta tierra. Lanzo las últimas hojas al cielo en señal de súplica, y él me regresa el rayo que hace que irradie luz y me convierta en la única forma en que trascendemos en el universo: polvo.
- 29 -
Óscar Antonio Martínez Molina (Yajalón, Chiapas, 1958) Cirujano ortopedista por la UNAM. Profesor de posgrado del curso de Ortopedia y Traumatología de la facultad de Medicina, UNAM. Autor de artículos de la especialidad en revistas indexadas. Coautor del libro: Patologías del hombro (Ed. Alfil). Actualmente está en proceso de publicación el libro: Inestabilidades del Hombro, en el que colabora con dos capítulos. Ha participado en los talleres de escritura: Laboratorio de Escritura Autobiográfica (poeta Víctor Sosa) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En el de cuento (Leo Mendoza) de la Escuela de escritores Sogem. Y Literatura y Violencia en el Cuento Contemporáneo (Maestra Alejandra López Guevara), de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Primer lugar en la categoría de cuento del Concurso de Creatividad Literaria Pemex 2007, con el cuento “La aguja de arria”. “Le juro que fue la luna” forma parte de la antología Más cuentos irónicos (Ed. Selector). Publica en La página de los cuentos desde 2003. Y participa en los blogs: Médicos Mexicanos por la Cultura y el Arte y Creatividad Internacional - Red de Literatura y Cine. Sus cuentos “El viejo profesor de narrativa” y “Posesos de lujuria” fueron publicados en los números 169 y 170, meses de marzo y abril del 2015, en la revista El Búho, dirigida por René Avilés Fabila. Tiene publicado el libro Aromas de café (2016), cincuenta relatos breves y no tan breves en torno a una taza de café.
- 30 -
El laberinto La joven preguntó al extraño caminante: —¿Cómo es el laberinto? Él la vio a los ojos y preguntó a su vez: —¿Quieres entrar? —¡No! ¡Me da miedo! —respondió ella enseguida. El hombre echó a andar despacio, en su rostro se dibujaba una sonrisa. Se detuvo y volteó hacia la hermosa joven. —Comienza a buscarte, hace varias lunas que estás dentro. Y continuó su camino.
Laberinto en la ciudad En el afán enfermizo de olvidarla, se internó en el laberinto de hierro, cristales y concreto de la Ciudad de México. Fue en vano, en cada esquina estrechó sus manos, en cada farola sucumbió a sus labios, en cada estación del metro se acomodó a su cuerpo. Dolido el corazón, el alma por los suelos, meditabundo, frágil, desandó el camino. La mirada, la que se prende tan sólo unos segundos, ¡ávida!, lo había perseguido.
Laberinto intrincado
- 31 -
Preguntaron a un sabio cuál era, según su parecer, el laberinto más intrincado y difícil que un hombre puede enfrentar. Recordó aquellos pasajes literarios y descriptivos de los impresionantes laberintos ingleses, cubiertos de follaje en donde reyes y príncipes se jugaban el trono. Se asomaron también a su mente los intrincados recovecos mencionados en las obras árabes. La imagen del desierto, claro está que sin ninguna sola pared ni surco, encierra al hombre que vaga perdido en aquella inmensidad. El sabio cerró los libros, entornó la mirada al infinito, y dijo, a modo de respuesta: —Los ojos de una mujer. Esa entrada al laberinto en la que el hombre, infeliz, se enreda y se pierde a cada paso.
De mujeres I Se internó en el tropical laberinto del cañaveral, arrinconado entre serpientes, sofocado por los calores de cuarenta y tantos grados, y sucumbió con la desilusión de la promesa no cumplida. Al final de aquel laberinto, la joven, desnuda de la cintura para arriba, abanica su torso, echa a volar al viento sus húmedos cabellos. Espera ansiosa. Y en efecto, en su mano izquierda sostiene para él un vaso de ron con hielos. Exactamente como dijera la promesa. II Se aventuró ciego en el laberinto de su cuerpo, y comenzó a recorrerlo desde la punta de los cabellos. El primer escollo librado fueron los ojos;
- 32 -
el siguiente, los labios. Ascendió confiado las colinas de los senos. Y se quedó atrapado en el centro de aquel universo. —Another one bite the dust —exclamó la bella diosa, mientras extraviaba la mirada al infinito—. Uno más que muerde el polvo.
El laberinto de los sueños I En su concepto no era ni un todo, ni una unidad. Vacilaba entre el aquí y el allá. Caminaba dubitativo entre la sonrisa de su mujer y el apasionado púrpura de los labios que el azar le ofrecía. Dejó entonces la plácida senda de su sino y se extravió en el laberinto de sus sueños. Había sido una mañana de invierno cuando perdió la razón, decían. Surcó palmo a palmo cada metro. Al final del laberinto, justo a la salida, la bella mujer lo cobijó en sus brazos. Él, feliz, por fin había empezado a sonreír. II La verdadera angustia no era saberse perdido en su laberinto sin hallarla, sino desconocer si ella recorría también el mismo laberinto. Esa esperanza lo mantenía vivo. Vagando en soledad. Ella, por su parte, se había asomado al laberinto, justo al inicio, pero dio media vuelta y se alejó. La libertad era lo suyo. Lo de encrucijadas y laberintos, habían sido pavadas que dejaba a Borges y, desde luego, a locos de sueños que podían andar y desandar con el correr de los tiempos. - 33 -
De los enredos I Como todo laberinto, éste que él se inventa está también hecho para perderse. No se angustia, simple y llanamente, vive. Ese laberinto, cual telaraña, se va tejiendo en derredor suyo. Le atrapa y le libera según sean sus sueños. ¡Ora le ata a la cintura de su mujer! ¡Ora le desata! Cual caudaloso río empuja a la deriva su barca. Ora le enreda sin piedad el alma. Ora le desenreda en la limpia beldad de una mirada. Ese laberinto no es pues el laberinto de Borges, el que se inventa reyes y espadas. Su laberinto le tiene el alma en una encrucijada. En una de ésas morirá. II Lo maravilloso era saber que ella estaba allí. ¡Esperando! Que podía verla sonreír. Que podía verla acariciar el aire con los sensuales movimientos de sus manos. Que podía aspirar el perfume desprendiéndose de sus cabellos. Lo maravilloso era aquella certeza de poder tender su mano y abrazarla. La certeza plena de poderla amar. ... De allí la desesperanza de saberse atrapado, vagando en su laberinto.
El amor y el laberinto Había caminado aquella senda infinidad de veces. La había recorrido con la luz del día y a tanteos, en la más lúgubre de las penumbras. Aquel laberinto no era más que el amoroso, inocente y plácido camino a casa. El enredo, la locura, la pérdida de la brújula, y de la cabeza, se debieron - 34 -
a la desastrosa alineación del Sol, la Tierra, la Luna, lo que hizo que ésta última se hiciera de sangre. ¡Luna de sangre! Eso era lo que decían unos. Los más benévolos. Otros decían que lo que sucedió fue que se había perdido por los ojos y la mirada de aquella mujer. ¡Que se había enamorado! Esto era lo que decían las lenguas menos indulgentes. Y luego estaban los resentidos. ¡Los cabrones! Estos, simplemente, decían que se había perdido de su ruta, porque estaba volado por unas naguas. Y punto.
En este laberinto todo vale En ese laberinto en que se hallaba, lo había considerado todo. Y Dios, en su enorme bondad, era testigo de ello. La moral y la ética. La familia. El trabajo. Los amigos. La presencia en el ámbito académico. Sus años, ya muchos. Etcétera, etcétera, etcétera. Lo de ella no era para menos. Sus amigos. Sus padres. La vida en el futuro. La comidilla a que estaría expuesta. El asunto de pasillos: cómo era posible todo aquello. Sus años, muy pocos. Etcétera, etcétera, etcétera. Lo había considerado todo. En uno y otro sentido. En cada uno de los más mínimos detalles. Habría que dar un fin al asunto. Le pidió entonces verla. Acudió, por supuesto. Se puso de pie para saludarla. Se sonrieron. Ella le dio un tímido, pero sentido, beso en los labios, y a él se le olvidó todo el discurso.
- 35 -
El laberinto de Conrad Había devorado aquel cuento de Conrad —“Corazón de las tinieblas”— en una sola sentada. Se había electrizado con su lectura, y sucumbido a la voz de Kurtz. Al pensamiento. A la pasión de aquel hombre. Como Kurtz, él también vagaba en su propio laberinto. El laberinto de Kurtz eran los ríos y la selva del Congo; el de él, los intrincados recovecos de su alma. Kurtz lo decidió, dejó que su espíritu se desprendiera de su cuerpo y que se perdiera en libertad, en aquel salvaje mundo que ancestralmente era el suyo. Él dejó que su corazón se desangrara y que en ese caudal se perdieran las angustias y los sueños. En una de esas, aquel caudal podría llevarse también los ojos, la mirada. Fue doloroso volver a Inglaterra con el cadáver del hombre de la palabra silenciada, nos cuenta Marlow. La selva del Congo devoraría sin piedad su alma. ¿Cuánto tardaría el silencio en devorar su propia alma, y hacer de aquellos sueños, ilusiones vanas? Ya no intentó cerrar los ojos. Había amanecido. Salió de la cama. Desde la ventana observaba a sus pies la gran Ciudad de México, mientras el expreso ascendía con sus aromas hasta arrinconarse en su cerebro. Ajena y distante, ella aún dormía. De algún modo, ignoraba que fuese protagonista de esa historia.
Los otros I Quería entonces que callaran los otros, ¡que enmudecieran! La otredad que eran ellos mismos. Los indisolubles a ellos, los que habitaban aquel
- 36 -
universo. La otredad que tenía que callar, y más que callar, que tenía que volverse anónima. La otredad que debía morir, para dejar que ella (mujer), y él (hombre), pudieran amarse en libertad. Quería que callaran los otros que eran ellos. Quería que callaran los otros. No podía saber lo que quería ella. En su cabeza, el laberinto eran los otros. II En ese mundo de incertidumbre y abismo. En ese silencio. Él se pregunta si ella aún lo tiene en sus pensamientos. Qué retorcido destino ahogarse en el laberinto de la soledad. Él, contador de historias, y tener que guardar ésta, en lo más recóndito de su conciencia.
- 37 -
José Manuel Ortiz Soto (Jerécuaro, Guanajuato, 1965) Médico por la UNAM, con especialización en Pediatría y Cirugía Pediátrica; es narrador, autor de poemas y canciones, y guionista de cómics. De formación predominantemente autodidacta, ha tomado talleres de narrativa con Agustín Cadena y Alberto Chimal; de minificción en la Marina de Ficticia; y de poesía con Marco Fonz. Ha publicado los libros de poemas Réplica de viaje (2006) y Ángeles de barro (2011); de minificciones, El libro de los seres no imaginarios. Minibichario (2012), Alebrije de palabras. Escritores mexicanos en breve (2013); Doble cámara falsa de Gesell (LE 2013), La moraleja del cuento (LE 2014), Cuatro caminos (2014), Las cincuenta cabezas de la hidra (LE 2015), Las metamorfosis de Diana (2015), Las historias de cada quien (LE 2016) y En la perpetua brevedad del silencio (LE 2017); participa en las antologías Cien fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia (2012), I Antología Triple C Microrrelatos reunidos (2012), De antología, la logia del microrrelato (2013), Texturas linguales I. Antología de minificciones (2013), La música de las sirenas (2014), Futbol en breve, microrrelatos de jogo bonito (2014), entre otras. Algunos de sus textos han sido premiados en convocatorias del género. Fue jurado del Premio Nacional de Cuento “Agustín Monsreal” 2015 y el Primer Concurso de Minificción Universitaria UDUAL 2016. Ex tallerista en la Marina de Ficticia y ex miembro del comité editorial de la revista especializada en microrrelato Internacional Microcuentista. Administra los blogs Ángeles de barro, Cuervos para tus ojos, Un pingüino rojo y coordina la Antología Virtual de Minificción Mexicana. - 38 -
- 39 -
Reencuentro —Tienes que esperar a que termine el desfile —dice el policía de tránsito. De mala gana, baja del auto y se une a los curiosos que observan el festejo. De pronto, de una de las formaciones de escolares sale un chiquillo gritando su nombre: —¡Fabián! ¡Fabián! No tiene idea de quién pueda ser, pero acepta el abrazo. Esa noche, durante la cena cuenta lo sucedido. La abuela aparta su plato y dice: —Debe ser Abelardo, tu amigo imaginario. Desde que te fuiste del pueblo, se negó a crecer.
Después del café “Me gusta el sexo. Y mucho”, me dijo, y su rostro se cubrió con una sonrisita que dejaba todo a la imaginación. Di un sorbo largo a mi café. La imaginé desnuda sobre la cama, tendida encima de su amante, las dos fundidas en un sólo beso de sal y almizcle. “A mí también me gusta”, dije con el hilo de voz que su mano desataba en mi cintura.
Sombras
- 40 -
Hace tanto que llueve, que ya perdimos la cuenta del tiempo. Las calles son arroyos que lamen las paredes de las casas y llaman a las puertas, que nadie abre. Llueve como si ya no viviéramos aquí, como si los animales refugiados en los techos y los árboles fueran espectros de tiempos pasados, y nosotros su recuerdo.
El pacifista Si no fuera por su olfato agudo, jamás habría dado con aquel lugar de mala muerte. ―Pensé que no vendrías —dijo el parroquiano en la barra, un hombre flaco y largo, de ojeras pronunciadas y rostro afilado—. No después de lo sucedido en París la otra noche. El recién llegado apenas se inmutó al recordar; ordenó un escocés con agua y un cubito de hielo. ―Fue en defensa propia, lo juro. Boris Vian extrajo la trompeta de su estuche y comenzó a tocar las primeras notas de “Le déserteur”. Denis, el lobo hombre, apuró su trago y se aclaró la garganta. Sólo disponía de algunos minutos antes de que la luz de la luna llena asomara por la ventana.
Espectáculo “Las alas son herencia paterna”, dice el anunciador con orgullo. Las despliego al máximo y doy otra vuelta alrededor de la pista. Por todos - 41 -
lados se oyen palabras de alabanza y admiración. Pero no falta el curioso que advierte los cuernos y el rabo incipientes, cuidadosamente disimulados bajo el maquillaje de un gen recesivo. “Recuerden que en el mundo de la Creación nada es perfecto”, se escucha por el altavoz.
Las tardes con el abuelo Cuando los recuerdos alcanzan al abuelo, todos a su alrededor pretextan cosas urgentes que hacer, y el viejo se va quedando solo, a merced de la melancolía. En ocasiones, mi mano temblorosa ha tenido que enjugar sus lágrimas, como las veces en que rememora el accidente que hace años lo mantiene en esa silla de ruedas. Mamá y la abuela acaban de venir a despertarme: “Tu abuelo agoniza, no pasará de esta noche”, me dicen emocionadas; en su rostro no cabe más alegría. “En un rato estará junto a nosotros”.
La verdugo I Su seno azul es un mar encrespado; un murmullo de caracolas en su pecho lo hace más real. El prisionero cierra los labios sobre el pezón erecto y el sabor del deseo anega su boca. Al recorrer el torso desnudo con las manos, recuerda que las amazonas se amputaban el seno
- 42 -
izquierdo para tensar mejor el arco. Pero no esta mujer, se dice satisfecho. II El cielo sobre la vieja cárcel reverbera. En la plaza, la multitud silba y grita imprecaciones. Un cuerpo sin vida es arrojado al vacío. Los carroñeros se abalanzan sobre el despojo humano. Desde el balcón, la verdugo se dirige a la turba con voz cansada: “Nuevamente se ha cumplido la ley”. Los alguaciles a cargo de los instrumentos de justicia, extraen la máquina de cortar cabezas de entre las piernas de la mujer. III La verdugo duerme; detrás de sus ojos cerrados sólo hay un manto de oscura soledad.
Arrebatos Me prometió la luna y se la acepté. Desde entonces no puede dormir, anda todo el tiempo refunfuñando por las azoteas, sin saber qué hacer para cumplir su palabra. Me preocupa, la otra noche la pasó en un maullido lastimoso.
Cuervos para tus ojos I La partera gruñe, imperativa. La futura madre se aferra a la contractura del útero gestante y puja con todas sus fuerzas. Un río de - 43 -
dolor le abrasa las entrañas; la apertura de la pelvis ratifica la progresión del parto; siente en el sexo tumefacto manos que hurgan y traccionan, que vuelven a hurgar y traccionar… Fuera de la habitación, el siete veces padre recibe la noticia con un puñetazo al aire. Luego prende otro cigarro. II —¡Has parido cuervos y te sacarán los ojos! —retumba la voz seca y rencorosa del siete veces padre. Los cuervitos pían hambrientos en su nido de paja. La generosidad de tres pares de senos no alcanza para alimentarlos a todos por igual. La madre sabe que, con el paso de los días, se avecina el dolor incomparable de perder a un hijo. El chupeteo de seis bocas satisfechas será su único consuelo. III Los polluelos aletean libres por la casa. —¡Deben irse! —dice el siete veces padre, y los echa. La afligida madre va con ellos. IV Duerme con los ojos abiertos mientras sigue la silueta oscura de sus hijos en el cielo. Un dejo de melancolía le recuerda que en la vida no todo es felicidad. Al despertar, sus ojos son dos cuencos perdidos en la oscuridad ardiente. Es tarde para comprender que los sueños despiertos no son buenos. V
- 44 -
Las serpientes y los escorpiones se apartan de su camino; los coyotes la acechan, luego van detrás de otra presa. Son las arañas, más confianzudas, las asiduas habitantes de las cuencas vacías donde alguna vez tuvo ojos. Allá arriba, una bandada de puntos negros y brillantes siguen su paso, con sigilo. Desde que el sol y las hormigas comieron sus ojos, los cuervos ven por ella.
El placer de la carne Lo despertó el bullicio de fiesta. Infinidad de gente disfrazada había convertido las calles de la ciudad en una enorme pista de baile. Desde lo alto de la iglesia y algunos edificios de gobierno, una lluvia de cohetes y bengalas salpicaba el cielo de truenos y luces multicolores. Cerró la ventana y fue a acostarse. Aquello era demasiada alegría inútil, aun para un joven fantasma como él.
- 45 -
Alfonso Pedraza Pérez (Ixmiquilpan, Hidalgo, 1956) Médico cirujano por la UNAM. Fundador y coordinador del Taller de Minificciones de Ficticia, que fue tema del artículo “Del papel a la red: lugares de legitimación de la minificción” (Laura Pollastri, 2004). Ha publicado en las revistas: El Búho, La risa de la hiena, Pleisosaurio; los diarios: La Jornada Semanal, El extra de la laguna, Metrópolis, Tal Cual de Venezuela, en las antologías: Cien fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia, El libro de los seres no imaginarios (Minibichario) y Alebrije de palabras. Escritores mexicanos en breve y en muchas páginas electrónicas dedicadas al tema. Publicó artículos sobre minificción en: Hostos Community College de CUNY, Pleisosaurio, de Perú y Cultura de Veracruz. Fue jurado del Premio de Cuento corto Agustín Monsreal 2011. Compilador de Cien Fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia (Ficticia Editorial, 2012) y Minificcionistas de EL CUENTO, revista de imaginación (Ficticia Editorial. 2014). Crea los blogs: Arca Ficticia (www.arcaficticia.com) escaparate de los trabajos de 13 años del Taller de Minificciones de Ficticia; Minificciones de “El cuento, revista de imaginación” (www.minisdelcuento.wordpress.com) dedicado a mostrar al mundo las minificciones que Edmundo Valadés seleccionó para
su
memorable
revista;
y
Plasticidades
(www.plasticidades.wordpress.com) que contiene sus propios textos.
- 46 -
El nacimiento de un príncipe Ese día, había decidido cambiar su perspectiva de la vida. ¡Fuera el pesimismo! ¡Nunca más mostraría inseguridad ni amarguras! A la sombra de una vieja y deslustrada estatua, dedicada a un personaje igualmente oscuro cavilaba, cuando una urraca, posada en la cabeza del monigote metálico, dejó caer al centro de su frente una gran gota amarillenta y viscosa. Al recordar su nuevo propósito, en lugar de maldecir al avechucho, Óscar extrajo unos maltrechos papeles de su bolsillo y empezó a anotar: Golondrina, golondrina, golondrinita…
Llamado de sangre Nochebuena daba paso a Navidad. La tenue luz de la aurora agredía la visión del pálido Santa quien, por un momento, se creyó con tremenda resaca. A pesar del dolor de cabeza, su memoria colocaba frente a sí la imagen de esa linda mujer esbelta, de rostro níveo, y una húmeda y rosada lengüita que mostraba entre dos caninos prominentes. —Las mujeres, ¡ay!, las mujeres —decía, tocándose el cuello dolorido. En su oído aún sentía su aliento y esa vocecilla que decía: “tu traje me abre el apetito y mi debilidad son los hombres rubicundos”.
En paz
- 47 -
Suele refugiarse en este chiribitil, ahí nadie le molesta. Aunque está un poco oscuro, se entretiene con los cucos que pululan en los resquicios. Cuando se aburre, sale a buscar a sus hermanos que ahora, mucho mayores que él, no le hacen caso. Se siente mejor en soledad, nada de “apúrate con la tarea” ni de “¿te lavaste bien detrás de las orejas?” Y sobre todo se libró de los juegos con su tío, que tenía prohibido contar a nadie. Todo ha sido felicidad desde la vez que fue y volvió del hospital por beber ese matarratas que, a fin de cuentas, no sabía tan feo.
Fin del embeleso Después que le dije adiós, detuvo el movimiento de su lengua y se hizo el silencio. Aún bajo el influjo de su mirada penetrante me pareció escuchar, muy cercano, el característico sonido de sus cascabeles.
Desengaño Me citó muchas veces. Me llamaba con el brazo extendido, se ofrecía. Alabó mi figura y le creí. Enceguecido de emoción iba a su encuentro; él me tentaba con algún roce fugaz antes de alejarse con altivez. Ahora, rendido, entregado, descubro su intención real y corro hacia él con rabia, decidido a todo, pese al estoque que brilla en su mano.
Día de asueto - 48 -
No supo si fue a causa del majestuoso sol caribeño brillando en lo alto, el voznar de las garcetas a su derredor, o la fresca corriente del río donde se bañaba; el caso es que por fin le fueron indiferentes: sus odios y temores, el desencanto de un amor perdido, las algas que le enredaban los pies y la salobre agua que inundaba sus pulmones.
Mascarada Invitada, tomé el albornoz y la careta de raso. Recorrí varias callejas hasta llegar a la plazoleta donde sería el festejo. Sorprendida, vi a un grupo de caretas y antifaces en un intenso jaleo, parejos, como uno sólo, en intrincado festejo. Nunca lo creería, ningún alma, estaba sola ante ese baile de máscaras.
Tota pulcra ¿Cómo? ¿Es mi madre quien yace desnuda junto a mí? ¿En qué momento empezó a llenarme de besos, de caricias? ¿Cuál es esa sensación maravillosa que me recorre el cuerpo? ¿Qué fuerza impulsa mis manos para tocarla y asirme a sus pechos? Justo, cuando empiezo a penetrarla: comienza a tararear la misma nana de siempre y mi cuerpo, empequeñeciéndose, se introduce por completo en un viaje de retorno a sus entrañas. Y ya no siento frío. - 49 -
Páramo para amar Cerca del ocaso, cuando las sombras crecen y el calor, por miedo a ellas huye no se sabe dónde, se alejan del rebaño. Entre las dunas, con ansias toscas e inexpertas la penetra mientas le susurra palabras incitantes. Tras el éxtasis, rendido, maldice su suerte de beduino que le aleja de un cómodo catre, de los festejos y el baile, de los retozos y caricias de las mozas. En tanto sigue abrazado a ella, acariciando su rizado y lanudo lomo.
Fallo sincrético Los australopitecus ojeaban con recelo a los paranthropus, mientras los hommo erectus y hommo habilis, de reojo, los repasaban con desdén. Los ardiphitecus observaban idiotizados al grupo entero. Todos, expectantes, se miraban entre sí. Hommo sapiens, con aires de grandeza, pidió auscultarlos uno por uno y, ufano, concluyó que, ante la integridad de sus cuerpos, fue a Eslabón Perdido a quien se le extrajo la costilla en el Edén.
- 50 -
Victor Hugo Pérez Nieto (Acámbaro, Guanajuato, 1973) Médico. Egresado de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; especialidad en Ortopedia y Traumatología por parte del Hospital Juárez de México; sub especialidades en Artroscopía y Cirugía de Columna Mínima Invasiva en el Hospital General de México. Actualmente hace antigüedad y cuentos en el Hospital General de Zona #4 del IMSS, Celaya, Gto. Narrador. Entre sus publicaciones se encuentran: Tesoros de México (Trafford, 2011); La Noche de los Orfelunios (Palibrio, 2012); ganador del XV Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia con la novela Feralis (La Rana, 2013; y Ediciones Oblicuas, Barcelona, España, 2014). Durante los últimos 4 años dio a conocer a través de editorial Puente de Piedra Del Chiquistriquis y Otros Demonios I y II, con retazos de cuentos breves de su autoría divulgados en periódicos, antologías, blogs y revistas literarias; así como la antología narrativa con escritores residentes en los municipios guanajuatenses de la cuenca media del río Lerma, compilada en el libro Tintas del Lerma I (Palibrio, 2014). Su obra ha sido bien acogida en libros y revistas. Entre los más destacados se encuentran Alebrije de Palabras. Escritores mexicanos en breve (BUAP, 2013); Ríspida Introspección (Alja ediciones, 2013), Criaturas Supersticiosas (Alja ediciones, 2015); revista literaria Catarsis, La Trinca del Cuento, Diezmo de Palabras; finalista con mención honorífica del jurado en el “I Certamen de Microrrelatos de
- 51 -
Amor no Correspondido” que convocó la editorial española Las Letras Como Espada (marzo 2015). Periodismo. Colaborador de El Sol del Bajío y A la Una Noticias a través su columna editorial semanal.
- 52 -
Mortinato Se perdió en el tiempo, no supo cuándo le abordarían las ganas de nacer.
El pararrayos Es una estupidez, dijo uno; despierta al bebé en noches de tormenta, agregó la esposa; sus truenos espantan al vecindario, dijo otro desde atrás. Todos se quejaron del vecino que tenía un pararrayos. Cuando lo quitó, la siguiente tormenta fue la última vez que un sonido los molestó.
Apoteosis del cocodrilo Soñaba ser emperador, derrocar al león, poseer más poder que cualquier otro animal, pero, sobre todo, su gran anhelo era calzar botas de piel humana con tacón cubano que le hicieran juego al cinturón.
Cenizas en el mar Papá prometió a la pequeña Milagros un caballo cuando saliera del hospital. En la mar, otro hipocampo espera a su niña jinete.
Apoteosis del comején
- 53 -
Soñaba ser concertista, estar frente al público en Bellas Artes: comenzó con el violín, siguió el piano, pero nunca pudo terminar un clarinete sintético. Mejor se metió a político para carcomer al país mientras le aplauden.
Última tarde La anciana quedó sola. Dejó salir al viejo mastín como todos los días y éste no regresó. Entendió que era hora: puso flores en el jarrón, luego abrió el gas. Esa noche se encontrarían en un lugar secreto, más espacioso que su apartamento.
El valor del tiempo Buscó la felicidad como la puta al cliente que se le va sin pagar, y cuando no le cabía una arruga más en el rostro, la encontró por fin en el fondo de la botella, en su última noche, en el texto del obituario. Antes de emitir su última exhalación, se dio cuenta que la plata le fue igual de inútil que un calendario pasado.
Bomba de neutrones Electrones vagabundos traspasaron la coraza del pecho. La explosión lo expelió incólume por fuera, pero reacciones en cadena fusionaron su
- 54 -
corazón mutilado sin ella, quien acaso se preocupó del hombre de hojalata que creó.
La princesa del pop Aquella princesa bulímica era la envidia de otros managers: comía costras de cal y canto arrancadas del muro con sus uñas, luego, vomitaba perlas.
Llorona Ni la felicidad alcanza a descifrar ese amor que discurre más allá de sus límites. La nada se llenó de voces varoniles veladas por gritos párvulos, ¡al fin no amanecerás sola!, pero al abrir los ojos ves únicamente frente al espejo tus huesos rígidos, y, con el corazón frío, otra vez las cunas vacías.
- 55 -
Elizabeth Pérez Ramírez (a) Gremlin (Las Choapas, Veracruz) Es responsable del Taller de Cuento de la Escuela Superior de Medicina. Neurocirujana en el ISSSTE, egresada de la Escuela Superior de Medicina del IPN, donde también impar tió la materia de Neuroanatomía, profesora titular de curso pregrado de Neurología y adjunta del curso de especialización en Neurocirugía, Facultad de Medicina, UNAM. Sus minicuentos han sido publicados en la revista Proceso, en el suplemento cultural del periódico La Jornada, y en varias antologías de minificción impresas y en línea. Ha ganado en dos ocasiones el segundo lugar en el Concurso de Cuento Breve, Súbito y Electrónico organizado por Ficticia Editorial. De 2010 a 2014 fue tallerista del Taller Virtual de Minificción “La Marina”, de la página www.ficticia.com
- 56 -
Filtros Al principio, la vida fue blanca. Poco a poco, fui captando el significado de los sonidos, los olores, el tacto y las imágenes, y la vida se empezó a colorear. Pero cuando aquello empezaba a iluminarse, un ente lo transformó en gris. El plomizo color dominó mi vida, cada vez más denso, mientras sufría el rechazo y el desprecio, sin motivo aparente. El gris se condensó y se transformó en negro profundo cuando apareció un segundo monstruo en mi vida, que amenazaba todos los días con devorarme, aplastarme, destruirme..., dependiendo de su humor. Un día, envuelto en la oscuridad, les hice frente y luego huí. Pero las nubes que oscurecieron mi cielo no se despejaban. Se me habían pegado al cuerpo, como la ropa en un día caluroso, como el lodo a los zapatos, como las telarañas cuando no se ven y acabas atrapado. Empecé a darme cuenta de que podía quitármelas cuando volví a ver al peor de los monstruos, y supe que nunca fue tan grande, tan terrible, ni tan poderoso como yo lo recordaba; lo que sucedió es que yo era pequeño, indefenso y frágil cuando llegó a mi cosmos. Con esa visión, busqué dentro de mí, y para mi sorpresa, encontré un furioso color rojo, que sumado al imponente negro, dominaban cada aspecto de mi vida, luchando sin sentido contra todo lo demás, sin permitir nada distinto a ellos. Poco a poco, con mucho esfuerzo, los fui sometiendo, hasta que entró primero, muy a fuerza, abriéndose camino, el verde; luego lograron colarse el amarillo y el azul, y finalmente, ya con menor dificultad, casi todos los demás.
- 57 -
Hoy un monstruo está a punto de morir. Eso no ha agregado, ni tampoco quitado, luminosidad a mi espectro. Me alegra saber que ya no tienen poder sobre mí. Sin embargo, dejaron una cicatriz: nunca, jamás, podrá entrar en este universo el color rosa.
Vacaciones Por fin, esta fue la última función antes de alejarse unos días del circo. Está emocionado: irá a conocer el Kilauea y los demás volcanes de Hawaii. Quitándose el disfraz de tragafuegos, el cansado dragón bosteza mientras estira las alas.
Patologías fantasmales —Oye, acabo de ver al Abundio, parece colador, ¿qué le pasó? —Es que lo agarró la nevada afuera. —¿Y eso qué? A mí también y no vengo todo cacarizo. —Sí, pero a ti no te agujeran los copos porque estás vacunado; avisaron que hay epidemia de siluetogénesis imperfecta*. *Ver Manual de Diagnóstico y Terapéutica Postmortem, capítulo “Enfermedades Infecciosas de la Silueta Espectral”, páginas 357 a la 364 del tomo II.
- 58 -
Prejuicios —No. No voy a operar a un paciente HIV positivo. Que lo hagan los residentes —sentenció con aire de superioridad el médico adscrito—. No pienso ponerme en riesgo, tengo una familia qué cuidar. No voy a exponer a mis hijas. —Entonces ¿te dejamos al otro paciente, el de la hernia inguinal? —Sí, yo me encargo. Durante el transoperatorio hubo un accidente, y el cirujano se cortó. Avisaron a Medicina Preventiva y se hicieron los análisis de rigor. Un mes después, todo el hospital sabía que el paciente estaba bien. El cirujano, afortunadamente, no le contagió el HIV que contrajo, sin saberlo, de su amante.
Crónicas desde el éter De todos es sabido que los fantasmas gustan de los espacios cerrados, cuanto más oscuros mejor; al igual que el teorema de Pitágoras: es cierto, pero nadie sabe por qué. Curioso, en cuanto morí, me aventuré al aire libre de la mañana, ante la mirada de lástima de algunos espectros y burlona de otros. Ahora sé que los espíritus somos absolutamente imperceptibles bajo la luz del sol y nos vuelve casi ingrávidos: no podemos asustar a nadie y cualquier soplo nos envía de nalgas a medio arroyo de circulación, donde danzamos por horas —días si es una vía rápida— al ritmo de los
- 59 -
autos, cual bolsa plástica de supermercado, hasta un momento de quietud en el que salimos despavoridos a encerrarnos en el primer lugar que hallemos.
Vagando por el páramo Camina entre las nieblas de Dartmoor. Apura el paso. Aunque sigue las indicaciones de un famoso detective, no deja de tener miedo. ¿Y si es real el famoso perro? La oscuridad lo rodea. De repente, un grito rompe la niebla: —¡Tu padre es un cabrón hijoeputa como ustedes! ¡Vengan acá, bola de inútiles! ¿Quién se tragó lo que dejé aquí? ¡Y ni siquiera han limpiado, puta madre! ¿Qué esperan, hijos de la chingada? ¡Los estoy llamando, pendejos! —y la retahíla sigue. Suspira, sale de su escondite y se dirige a enfrentar con sus hermanos la tormenta que se avecina, no sin antes marcar la página de “El sabueso de los Baskerville”.
Trabajo y diversión —¡Vete de aquí! —ordenó un médico. —Han dicho que te fueras —indicó una de las enfermeras un instante después. —¡Quítate! ¿No ves que estorbas? —gritó otro médico al pasar a su lado.
- 60 -
—Pero ¿no entiendes que te vayas? —dijo el cirujano al verla sonreír divertida. Cuando la Muerte se cansó de jugar, les dirigió una última mirada y se llevó al enfermo.
Carta al purgatorio Leonardo: Como eres un genio de las matemáticas te preguntarás que haces ahí, si según tus cálculos ya has cumplido tu tiempo de penitencia. Pues bien, he hecho uso de mis influencias. Te hemos perdonado el descuido para realizar algunas de tus obras dejándolas inconclusas, haber ideado máquinas de destrucción, tu enorme vanidad y el desmesurado orgullo, incluso el trato con cadáveres, tomando en cuenta que los resultados de esto último beneficiaron a muchos. Lo que no te perdono es que durante siglos la humanidad ha estado intrigada con la figura a mi derecha en “La última cena”, derramando ríos de tinta acerca de su identidad. ¿Y yo? ¡En segundo plano por culpa de tus ambigüedades! Lo siento. Sé que debo perdonar, pero me digo que fui hombre y tengo debilidades; algún día lo lograré y te traeré ante mi Padre. Mientras tanto, ten paciencia como la he tenido yo. Jesús
Pérdida inexplicable - 61 -
Los agentes de la ley fueron sorprendidos por un extraño fenómeno: se les reportó que al arcoíris le faltaba el color amarillo. Lo buscaron exhaustivamente, sin hallarlo. Muy despacio, el arco incompleto fue desapareciendo de la vista, conforme anochecía. Esto no fue impedimento para celebrar la fiesta de disfraces del pueblo, en la que los ganadores del concurso fueron la familia de unicornios: lucían unos resplandecientes trajes de sol.
Sin salida Las ratas blancas platicaban. Eran las vacaciones de Navidad, de manera que no había nadie en el laboratorio de Farmacología. —Entonces, ¿crees que podremos? —dijo una de las más indecisas. —Claro —contestó el líder—. Cuando reanuden las clases, estaremos todas fuertes y bien alimentadas. En cuanto abran la puerta de cualquier jaula, todas podremos atacar a la vez y escapar, pues no se esperarán eso de nosotros. Las que logren salir, abrirán las jaulas restantes. Y a ver con quienes hacen sus dichosos experimentos de la sustancia negra, sea lo que sea eso. —De acuerdo —asintieron varias. Al reiniciar las actividades, la vida siguió su marcha en la escuela de medicina: las ratas fueron llevadas en sus contenedores a probar un nuevo gas anestésico, con el que también fueron sacrificadas, para examinar después sus hígados. Nunca se abrió ninguna puerta.
- 62 -
Paola Tena (Chihuahua, Chihuahua, 1980) Graduada en Pediatría por la Universidad Autónoma de Chihuahua en 2009. Inició su práctica profesional en su estado de nacimiento. Actualmente ejerce la Pediatría en España. Su afición a la escritura inicia desde muy pequeña, pero se decantará por la minificción con el auge de las redes sociales y serán estas el principal medio de difusión de sus textos. Ha publicado algunos de sus microcuentos en antologías del género, como Señales mínimas (Ediciones Idea, 2012), Érase una vez… un microcuento (Diversidad Literaria, 2013), Saborea la locura (Chiado Editorial, 2013), Cuenta que te cuenta hasta 150 (2015), Vamos al circo (BUAP, 2017), Las musas perpetúan lo efímero (Perú, 2017). Ha sido premiada en el Certamen de Relato Hiperbreve de La Orotava, 2017 y ha recibido nombramiento especial en el concurso de microcuentos de la FILBo 2015. Publicada en la Antología Virtual de Minificción Mexicana, revista digital Microfilias, Plesiosaurio y Cuentos para el Andén, entre otros. Su actividad literaria se ha diversificado: imparte talleres de Escritura Creativa y participa como ponente en sesiones dedicadas a la animación a la lectura. Actualmente, participa activamente en las redes sociales y sus microcuentos pueden ser leídos en www.microficciones.tumblr.com y www.facebook.com/microficciones.
- 63 -
La vida entera La bala abandonó el cañón del fusil, y mientras avanzaba lenta hacia el condenado, le dio tiempo de huir ayudado por el pequeño grupo de rebeldes junto a los que se había levantado en armas. Se escondió en una aldea cercana, raptó a la ahijada del cura y lo obligó a casarlos, después de jurarle amor eterno. Escaparon montados en el caballo robado al alguacil y pasaron por campesinos en un pueblo donde no les hicieron preguntas. Le pusieron una azada en una mano, pero con la otra cogió un saco de monedas de oro que encontró bajo el colchón de la viuda dueña de la finca, y se pagó el barco hacía el otro continente, donde fue traficante de esclavos. Se enamoró de una mulata fuerte que lo llenó de hijos a los que les contaba historias increíbles de guerra y sangre, y murió de viejo en los brazos oscuros de su mujer, casi sin sentir la bala que le atravesaba limpiamente la frente, mientras el pelotón de fusilamiento lo veía caer, con una sonrisa en los labios, viviendo lo que no iba a ser.
Hija única Mi madre decidió que yo sería hija única. Sin hermanos, y con gran dificultad para relacionarme con otros, un día inventé a mi amigo imaginario. Sólo con pensar en él podía traerlo a mi lado y olvidar por algún tiempo la soledad en que vivía. Algo parecido a lo que le pasó a mi madre, cuando se enteró de que no podía tener hijos.
- 64 -
Roma Ningún camino lleva a Roma. Pero los viajeros siguen volviendo de ahí. Los santos varones cuentan los puñados de almas que han logrado cristianizar. Los comerciantes retornan cargados de mercancía fantástica, extraña. Y hasta un hombre regresó ataviado con una toga púrpura predicando las bondades de algo que se llama república. Todos lo saben, Roma no existe, pero nadie se atreve a decirlo en voz alta, y los viajeros siguen volviendo de esa Roma imaginaria, manteniendo vivo el mito por pura nostalgia.
Día de muertos El día de difuntos el abuelo vino a visitarnos. Mi abuela disimuló el asombro y le puso su lugar en la mesa, que adornó con flores de cempasúchil y veladoras gordas de santos. Le sirvió un plato de tamales y una taza de atole. Pero después de la cena, el abuelo no se quiso ir. Se sentó en su sillón y cogió el periódico. Mis primos se reían y preguntaban: “¿No que el abuelo se murió en la guerra?” Él se enfadaba y les respondía que estaban locos, qué muerto habían visto que le gustara tomar atole leyendo el periódico. Mi abuela sonreía feliz y hacía como que no entendía nada, y siguió disimulando desde aquel día de muertos, en que los tamales y el atole se enfriaron en la mesa.
Tuberculosis
- 65 -
Tuberculosis amigdalar profunda. Como una escrófula. Peor aún: como un ganglio gigante lleno de triunfantes bacilos de Koch. Mi familia se negó en redondo a aceptar el diagnóstico; la tuberculosis sólo es para la gente pobre, como Lidia nuestra nana, que se murió de eso, en paz descanse. Pero el abuelo no. Un cáncer. Enfisema. O la vejez, simplemente. Hay tantas causas por las cuales uno ya no puede respirar… Y el abuelo se fue apagando, poco a poco, sin que supiéramos muy bien por qué. Sólo él conocía el motivo. Pero yo me imagino a veces que cuando dos se aman en secreto, hay besos tan improbables que dejan una marca profunda.
David para Miguel Ángel Miguel Ángel coge un pedrusco de mármol y lo encaja justo entre los dedos del pie; luego trozos grandes que cubren el hueco de las piernas y atrapan los muslos. Unos más, largos y delgados, sobre las líneas del abdomen y otros triangulares que concuerdan con la base del cuello. Acomoda pequeñas piedritas entre los deliciosos rizos de su cabello y por último su rostro, que desaparece dentro del recién formado bloque de mármol. Miguel Ángel le dice entonces “¡habla!”, y al no obtener respuesta comprueba satisfecho que su decadente belleza será, desde ese momento, sólo para él.
Un chico normal Para Edgar - 66 -
Era un chico normal como todos, que tenía un gato tuerto y hablaba con un cuervo cuando creía que nadie lo miraba. Se enamoró de Berenice, pero como no quería que nadie lo supiera, dejaba su corazón encerrado cuando iba a trabajar. No le daba vergüenza que ella estuviera muerta, lo que le inquietaba es que era su prima. Él también había muerto años atrás, le venía de familia pero se negaba a reconocerlo, así que murió años y años, solo y a oscuras, escribiendo su vida, disfrazándola de ficción.
Leer mucho es lo que tiene Mujer, despierta; acabo de tener el sueño más extraño. Soñé que me encontraba en el campo con un tipo loco y flaco, muy flaco pero más loco, que me infundía tanto miedo con su locura que me vi forzado a seguirlo para no hacerle enfadar. Me contaba historias raras y yo sólo movía la cabeza y le decía sí señor para que no me azotara con su lanza. Porque iba vestido de un modo extravagante, con una armadura y un escudo. Seguro lo había robado todo por ahí, qué sé yo, de algún museo puede ser. Yo procuraba seguirle la corriente hasta que me confesó el muy canalla que estaba enamorado en secreto de ti, ¡mi propia esposa! Habrase visto semejante descaro. Sin pensármelo dos veces lo arrojé del caballo a golpes y huí montado en un burro lo más rápido que pude. Fue entonces cuando desperté. Dulcinea, esposa mía, ¿duermes? ¿Acaso no escuchaste nada de lo que te conté?
Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha - 67 -
Diestra y Siniestra eran hermanas siamesas. Siniestra era más bien callada, pero soñadora. Diestra era terrenal y coqueta. Tanto, que se enredó con un hombre que le susurraba dulzuras mientras la acariciaba por debajo del vestido. Siniestra fingía ignorancia, pero un buen día despertó y Diestra no estaba. Se había fugado con el hombre, abandonándola. Contra lo que todos pensaban, no era a su hermana a quien Siniestra echaba de menos, sino a la mano del hombre por debajo del vestido, pensando que era a Diestra a quien acariciaba.
Viaje Suba, caballero, el taxi está libre. Qué tal la noche, algo fresca, ¿no cree? No se preocupe en decirme la dirección, yo sé a dónde va. Calle Aqueronte esquina con Estigia, ¿no es así? Ahí van todos, no es que lo adivine. Por eso el tráfico, pero llegaremos en un instante, no se inquiete. Trabajo en esto desde hace siglos. El viaje le costará una moneda de oro. No es caro si consideramos el servicio, la ruta. No me diga su nombre, no es necesario. Pero yo le diré el mío. Caronte, para servirlo.
- 68 -
Créditos
Este libro se realizó con la amistosa colaboración de: José Manuel Ortiz Soto / Selección y compilación ArteSanoDigital • Lía Romero @zolilokio / Dirección general • Andrés Galindo / Diseño editorial y fotografía de portada Licencia
• Creative Commons
- 69 -
M É D I C O S
E S C R I T O R E S
F I C C I O N A N D O
MÍNIMA INVASIÓN Se termina de editar este libro y se publica en los formatos PDF y ePub en el mes de octubre del año 2017
- 70 -