Índice Cubierta 1 El florecimiento de la conciencia humana 2 Ego: el estado actual de la humanidad 3 El núcleo del ego 4 Representar papeles: las múltiples caras del ego 5 El cuerpo-dolor 6 Cómo liberarse 7 Descubrir quién es uno en realidad 8 El descubrimiento del espacio interior 9 Tu propósito interior 10 Un nuevo mundo Créditos Notas
1 El florecimiento de la conciencia humana EVOCACIÓN La Tierra, hace ciento catorce millones de años, una mañana poco después del amanecer: la primera flor que ha aparecido en el planeta se abre para recibir los rayos de sol. Antes de este histórico acontecimiento que anuncia una transformación evolutiva en la vida de las plantas, el planeta ya ha estado cubierto de vegetación durante millones de años. Probablemente, aquella primera flor no sobrevivió mucho tiempo, y las flores seguirían siendo fenómenos raros y aislados, ya que las condiciones todavía no debían de ser favorables para una floración generalizada. Pero un día se alcanzó un umbral crítico y, de pronto, hubo una explosión de colores y aromas por todo el planeta… si hubiera habido allí una conciencia capaz de percibirla. Mucho tiempo después, esos seres delicados y fragantes que llamamos flores iban a desempeñar un papel esencial en la evolución de la conciencia en otra especie. Los humanos se iban a sentir cada vez más atraídos y fascinados por ellas. A medida que se desarrollaba la conciencia de los seres humanos, es muy probable que las flores fueran la primera cosa que valoraron sin que tuviera un propósito utilitario para ellos; es decir, sin estar relacionada en modo alguno con la supervivencia. Sirvieron de inspiración a incontables artistas, poetas y místicos. Jesús nos dice que nos fijemos en las flores y aprendamos de ellas a vivir. Se dice que Buda dio una vez un «sermón silencioso», levantando una flor y mirándola. Al cabo de un rato, uno de los presentes, un monje llamado Mahakasyapa, empezó a sonreír. Dicen que fue el único que comprendió el sermón. Según la leyenda, aquella sonrisa (es decir, aquella comprensión) fue transmitida por veintiocho maestros y, mucho después, dio origen al zen. La belleza de una flor podía despertar a los humanos, aunque fuera brevemente, a la belleza que forma parte esencial de su ser más íntimo, de su verdadera naturaleza. El primer reconocimiento de la belleza fue uno de los hechos más importantes en la
evolución de la conciencia humana. Los sentimientos de alegría y amor están intrínsecamente relacionados con ese reconocimiento. Sin que nos diéramos plena cuenta de ello, las flores se iban a convertir para nosotros en una expresión de lo más elevado, lo más sagrado y, en última instancia, lo que no tiene forma que hay dentro de nosotros. Las flores, más efímeras, más etéreas y más delicadas que las plantas de las que brotan, iban a ser mensajeros de otro reino, un puente entre el mundo de las formas físicas y el de lo que no tiene forma. No solo tenían un aroma delicado y agradable para los humanos, sino que además aportaban una fragancia del reino del espíritu. Utilizando la palabra «iluminación» en un sentido más amplio que el aceptado normalmente, podríamos considerar que las flores son la iluminación de las plantas. Se puede decir que cualquier forma de vida, en cualquiera de los reinos — mineral, vegetal, animal o humano—, puede experimentar la «iluminación». No obstante, es un fenómeno extremadamente raro, ya que es más que un progreso evolutivo: implica también una discontinuidad en el desarrollo, un salto a un nivel de existencia totalmente diferente y, lo que es más importante, una disminución de la materialidad. ¿Qué podría ser más pesado e impenetrable que una roca, la más densa de todas las formas? Y, sin embargo, algunas rocas experimentan un cambio en su estructura molecular, se convierten en cristales y de este modo se vuelven transparentes a la luz. Algunos carbones, sometidos a calor y presión inconcebibles, se convierten en diamantes, y algunos minerales pesados se transforman en piedras preciosas. Casi todos los reptiles que se arrastran, las criaturas más pegadas a la tierra, han permanecido sin cambios durante millones de años. Pero otros desarrollaron plumas y alas y se transformaron en aves, desafiando a la fuerza de la gravedad que los había tenido sometidos durante tanto tiempo. No aprendieron a reptar mejor o a caminar, sino que trascendieron por completo el reptar y el caminar. Desde tiempos inmemoriales, las flores, los cristales, las piedras preciosas y las aves han tenido un significado especial para el espíritu humano. Como todas las formas de vida, son, por supuesto, manifestaciones temporales de la Vida única subyacente, de la Conciencia única. Su significado especial y la razón de que los humanos sientan tal fascinación y afinidad por ellas se pueden atribuir a su condición etérea.
En cuanto hay cierto grado de Presencia en las percepciones de los seres humanos, de atención quieta y alerta, estos pueden sentir la divina esencia de la vida, la conciencia o espíritu que vive dentro de toda criatura, de toda forma de vida, y reconocerla como la misma cosa que su propia esencia, y por lo tanto amarla como a sí mismos. Pero, hasta que esto sucede, la mayoría de los humanos solo ve las formas exteriores, sin ser conscientes de la esencia interior, como tampoco son conscientes de su propia esencia y solo se identifican con su forma física y psicológica. Sin embargo, en el caso de una flor, un cristal, una piedra preciosa o un pájaro, hasta una persona con poca o ninguna Presencia puede sentir de vez en cuando que ahí hay algo más que la mera existencia física de esa forma, sin saber que esa es la razón por la que se siente atraído, por la que siente una afinidad con esa forma. Debido a su naturaleza etérea, su forma oculta el espíritu que vive dentro en menor medida que en el caso de otras formas de vida. La excepción son todas las formas de vida recién nacidas: bebés, cachorros, gatitos, corderitos, etc. Son frágiles, delicados, todavía no están firmemente establecidos en la materialidad. A través de ellos brilla una inocencia, una dulzura y belleza que no son de este mundo. Gustan hasta a los humanos relativamente insensibles. Así pues, cuando estás alerta y contemplas una flor, un cristal o un pájaro sin nombrarlo mentalmente, se convierte en una ventana para ver lo que no tiene forma. Hay una apertura interior, por pequeña que sea, al reino del espíritu. Por eso estas tres formas de vida «iluminadas» han desempeñado un papel tan importante en la evolución de la conciencia humana desde los tiempos más antiguos; por eso, por ejemplo, la joya de la flor de loto es un símbolo central del budismo, y un ave blanca, la paloma, representa el Espíritu Santo del cristianismo. Han estado preparando el terreno para el profundo cambio de la conciencia planetaria que está destinado a producirse en la especie humana. Este es el despertar espiritual que estamos empezando a presenciar ahora.
EL PROPÓSITO DE ESTE LIBRO ¿Está preparada la humanidad para una transformación de la conciencia, un
florecimiento interior tan radical y profundo que, comparado con él, la floración de las plantas, por mucha que sea su belleza, es solo un pálido reflejo? ¿Pueden los seres humanos perder la densidad de sus estructuras mentales condicionadas y llegar a ser como cristales o piedras preciosas, transparentes a la luz de la conciencia, por así decirlo? ¿Pueden oponerse al tirón gravitatorio del materialismo y la materialidad y elevarse por encima de la identificación con la forma, que sujeta al ego y los condena a ser prisioneros dentro de su propia personalidad? La posibilidad de esta transformación ha sido el mensaje central de las grandes enseñanzas de los sabios de la humanidad. Los mensajeros —Buda, Jesús y otros, no todos conocidos— fueron las primeras flores de la humanidad. Fueron precursores, seres escasos y preciosos. En aquel tiempo todavía no era posible un florecimiento general, y su mensaje fue casi siempre incomprendido y, con frecuencia, tergiversado. Desde luego, no transformó el comportamiento de la humanidad, excepto en una pequeña minoría de personas. ¿Está la humanidad más preparada ahora que en tiempos de aquellos primeros maestros? ¿Por qué habría de ser así? ¿Qué podemos hacer, si es que podemos hacer algo, para provocar o acelerar este cambio interior? ¿Qué es lo que caracteriza el antiguo estado de conciencia, centrado en el ego, y qué señales permiten reconocer la nueva conciencia emergente? En este libro se abordarán estas y otras cuestiones esenciales. Lo más importante es que este libro es en sí mismo un instrumento de transformación que ha surgido de la nueva conciencia emergente. Las ideas y conceptos que aquí se presentan pueden ser importantes, pero son secundarios. No son más que postes de señales que apuntan hacia el despertar de una nueva conciencia. A medida que vayas leyendo, tendrá lugar un cambio dentro de ti. El principal propósito de este libro no es añadir nueva información o creencias a tu mente, ni tratar de convencerte de nada, sino provocar un cambio en la conciencia, es decir, despertarte. En este sentido, este libro no es «interesante». «Interesante» significa que puedes mantener la distancia, dar vueltas a ideas y conceptos en tu mente, estar de acuerdo o disentir. Este libro trata de ti. Cambiará tu estado de conciencia o no tendrá sentido. Solo puede despertar a los que están preparados. No todo el mundo está preparado ya, pero muchos lo están, y con cada persona que despierte crecerá el empuje de la conciencia colectiva, y será más fácil para otros. Si no sabes lo que significa despertar, sigue leyendo. Solo despertando puedes
conocer el verdadero significado de la palabra. Una vislumbre es suficiente para iniciar el proceso de despertar, que es irreversible. A algunos, esa vislumbre les llegará leyendo este libro. Para muchos otros que tal vez ni se han dado cuenta, el proceso ha comenzado ya. Este libro los ayudará a darse cuenta de ello. Para algunos, puede haber empezado con una pérdida o sufrimiento; para otros, al entrar en contacto con un maestro o una enseñanza espiritual, después de leer El poder del ahora o algún otro libro espiritualmente vivo y, por lo tanto, transformador. O por una combinación de todo lo anterior. Si el proceso de despertar ha comenzado en ti, la lectura de este libro lo acelerará e intensificará. Una parte esencial del despertar es el reconocimiento del yo no despierto, el ego que piensa, habla y actúa, y también el reconocimiento del proceso mental colectivamente condicionado que perpetúa el estado no despierto. Por eso este libro muestra los principales aspectos del ego y cómo actúan en el hombre, tanto individual como colectivamente. Esto es importante por dos razones: la primera es que, si no conoces los mecanismos básicos del funcionamiento del ego, no lo reconocerás, y te engañará una y otra vez para que te identifiques con él. Esto significa que se apodera de ti un impostor que finge ser tú. La segunda razón es que el acto mismo de reconocimiento es una de las maneras de que se produzca el despertar. Cuando reconoces la inconsciencia que hay en ti, lo que hace posible esa nueva conciencia es precisamente la conciencia emergente, el despertar. No puedes luchar contra el ego y ganar, como no puedes luchar contra la oscuridad. Lo único necesario es la luz de la conciencia. Tú eres esa luz.
NUESTRA DISFUNCIÓN HEREDADA Si examinamos más a fondo las antiguas religiones y tradiciones espirituales de la humanidad, descubriremos que, bajo las muchas diferencias superficiales, hay dos visiones centrales en las que casi todas están de acuerdo. Las palabras que utilizan para describir estas visiones difieren, pero todas apuntan a una verdad fundamental que es doble. La primera parte de esta verdad es el reconocimiento de que el estado mental «normal» de la mayoría de los seres humanos contiene un fuerte elemento de lo que podríamos llamar disfunción, e incluso locura. Ciertas enseñanzas
fundamentales del hinduismo son, probablemente, las que más se acercan a ver esta disfunción como una forma de enfermedad mental colectiva. La llaman maya, el velo del engaño. Ramana Maharshi, uno de los más grandes sabios indios, lo dice sin tapujos: «La mente es maya». El budismo utiliza palabras diferentes. Según Buda, la mente humana en estado normal genera dukkha, que se puede traducir como sufrimiento, insatisfacción o simple desdicha, y ello constituye una característica de la condición humana. Vayas a donde vayas, hagas lo que hagas, dice Buda, encontrarás dukkha, y tarde o temprano se manifestará en toda situación. Según las enseñanzas cristianas, el estado colectivo normal de la humanidad es el del «pecado original». Pecado es una palabra que se ha malentendido y malinterpretado muchísimo. Traducida directamente del griego antiguo en el que está escrito el Nuevo Testamento, pecar significa fallar en un objetivo, como un arquero que no da en el blanco, de modo que pecar significa no acertar con el sentido de la existencia humana. Significa vivir torpemente, ciegamente, y como consecuencia sufrir y causar sufrimientos. Una vez más, la palabra, despojada de su bagaje cultural y sus malas interpretaciones, señala la disfunción inherente en la condición humana. Los logros de la humanidad son impresionantes e innegables. Hemos creado obras sublimes de música, literatura, pintura, arquitectura y escultura. En tiempos más recientes, la ciencia y la tecnología han traído cambios radicales en nuestra manera de vivir y nos han permitido hacer y crear cosas que se habrían considerado milagrosas hace solo dos siglos. No cabe duda: la mente humana es muy inteligente. Pero esa misma inteligencia está viciada por la locura. La ciencia y la tecnología han magnificado el impacto destructivo que la disfunción de la mente humana ejerce sobre el planeta, sobre otras formas de vida y sobre los humanos mismos. Por eso es en la historia del siglo XX donde resulta más evidente esa disfunción, esa locura colectiva. Un factor adicional es que esta disfunción se está intensificando y acelerando. La Primera Guerra Mundial estalló en 1914. Las guerras destructivas y crueles, motivadas por el miedo, la codicia y el ansia de poder, habían sido habituales durante toda la historia humana, lo mismo que la esclavitud, la tortura y la violencia general infligida por motivos religiosos e ideológicos. Los humanos habían sufrido más a manos de otros humanos que por desastres naturales. Pero, para 1914, la
inteligentísima mente humana no solo había inventado el motor de combustión interna, sino también las bombas, las ametralladoras, los submarinos, los lanzallamas y los gases venenosos. ¡La inteligencia al servicio de la locura! En la estática guerra de trincheras en Francia y Bélgica perecieron millones de hombres para ganar unos pocos kilómetros de barro. Cuando terminó la guerra en 1918, los supervivientes miraron con horror e incomprensión la devastación que había quedado: diez millones de seres humanos muertos, y muchos más mutilados o desfigurados. Nunca antes habían sido tan destructivos, tan claramente visibles, los efectos de la locura humana. Poco sospechaban que aquello no era más que el principio. A finales del siglo, el número de personas que habían sufrido una muerte violenta a manos de sus congéneres ascendía a más de cien millones. No solo murieron en guerras entre naciones, sino también en exterminios masivos y genocidios, como el asesinato de veinte millones de «enemigos de clase, espías y traidores» en la Unión Soviética de Stalin, o los indecibles horrores del Holocausto en la Alemania nazi. También murieron en incontables conflictos internos de menor envergadura, como la Guerra Civil española o el régimen de los jemeres rojos en Camboya, que asesinó a una cuarta parte de la población de este país. Basta con mirar las noticias diarias en la televisión para darnos cuenta de que la locura no ha remitido, que continúa en el siglo XXI. Otro aspecto de la disfunción colectiva de la mente humana es la violencia sin precedentes que los humanos están infligiendo a otras formas de vida y al planeta mismo: la destrucción de los bosques que producen oxígeno y de otras especies animales y vegetales; el maltrato a los animales en las granjas industriales; el envenenamiento de los ríos, los océanos y el aire. Impulsados por la codicia, ignorantes de su conexión con la totalidad, los humanos persisten en una conducta que, si continúa sin control, no puede dar como resultado más que su propia destrucción. Las manifestaciones colectivas de la locura instalada en el fondo de la condición humana constituyen la mayor parte de la historia del hombre. Esta es, en gran medida, una historia de locura. Si la historia de la humanidad fuera el historial clínico de un solo ser humano, el diagnóstico tendría que ser: delirios paranoicos crónicos, propensión patológica a cometer asesinatos y actos de extrema violencia y crueldad contra los que percibe como «enemigos», que son su propia inconsciencia
proyectada hacia afuera. Locura criminal, con breves intervalos de lucidez. El miedo, la codicia y el ansia de poder son las fuerzas psicológicas motivadoras, no solo de la guerra y la violencia entre naciones, tribus, religiones e ideologías, sino también de los incesantes conflictos en las relaciones personales. Provocan una distorsión en tu percepción de otras personas y de ti mismo. Por su causa malinterpretas todas las situaciones, lo que da lugar a acciones mal dirigidas, pensadas para librarte del miedo y satisfacer tu necesidad de más, un pozo sin fondo que jamás se puede llenar. Sin embargo, es importante darse cuenta de que el miedo, la codicia y el deseo de poder no son la disfunción de la que estamos hablando, sino el producto de la disfunción, que es un engaño colectivo profundamente arraigado en la mente de todo ser humano. Muchas enseñanzas espirituales nos dicen que nos libremos del miedo y el deseo. Pero estas prácticas espirituales no suelen tener éxito. No han ido a la raíz de la disfunción. El miedo, la codicia y el ansia de poder no son los factores causales primarios. Procurar ser una persona buena, o mejor, parece una cosa recomendable y noble, pero es una empresa que no puede salirte bien a menos que haya un cambio en la conciencia. La razón de ello es que dicho intento forma parte de la misma disfunción, es una forma más sutil y elevada de autoexaltación, de deseo de más, un reforzamiento de la propia identidad conceptual. No te vuelves bueno a base de intentar ser buenos, sino permitiendo que emerja esa bondad. Pero solo puede emerger si cambia algo fundamental en tu estado de conciencia. La historia del comunismo, inspirado originalmente por nobles ideales, ilustra claramente lo que ocurre cuando la gente intenta cambiar la realidad exterior —crear un nuevo mundo— sin un cambio previo de su realidad interior, de su estado de conciencia. Hacen planes sin tener en cuenta el programa de disfunción que todo ser humano lleva dentro: el ego.
LA NUEVA CONCIENCIA QUE SURGE La mayoría de las religiones y tradiciones espirituales antiguas comparten una revelación común: que nuestro estado de mente «normal» está estropeado por un defecto fundamental. Sin embargo, de esta revelación sobre la naturaleza de la
condición humana —lo que podríamos llamar la mala noticia— surge una segunda revelación: la buena noticia de la posibilidad de una transformación radical de la conciencia humana. En las enseñanzas hindúes (y a veces también en el budismo), a esta transformación se la llama iluminación. En las enseñanzas de Jesús, es la salvación, y en el budismo es el final del sufrimiento. Liberación y despertar son otras palabras empleadas para describir esta transformación. El mayor logro de la humanidad no son sus obras de arte, ciencia o tecnología, sino el reconocimiento de su propia disfunción, de su propia locura. En el lejano pasado, este reconocimiento ya lo habían logrado unos pocos individuos. Un hombre llamado Gautama Siddharta, que vivió hace 2.600 años en la India, fue tal vez el primero que lo vio con absoluta claridad. Más adelante, se le aplicó el título de Buda. Buda significa «el iluminado». Aproximadamente en la misma época, apareció en China otro de los primeros maestros iluminados de la humanidad. Se llamaba Lao Tsé. Dejó constancia de sus enseñanzas en uno de los libros espirituales más profundos que jamás se han escrito, el Tao Te Ching. Reconocer la propia locura es, por supuesto, el principio de la cordura, el comienzo de la curación y la trascendencia. Una nueva dimensión de conciencia había empezado a emerger en el planeta, una primera floración tentativa. Entonces, aquellos individuos excepcionales hablaron a sus contemporáneos. Les hablaron de pecado, de sufrimiento, de autoengaño. Les dijeron: «Mirad cómo vivís, mirad lo que estáis haciendo, el sufrimiento que creáis». Y entonces les indicaron la posibilidad de despertar de la pesadilla colectiva que es la existencia humana «normal». Les enseñaron el camino. El mundo todavía no estaba preparado para ellos, pero aun así constituyeron una parte vital y necesaria del despertar humano. Como era inevitable, fueron mal entendidos en general por sus contemporáneos y por las generaciones siguientes. Sus enseñanzas, aunque eran a la vez simples y profundas, se tergiversaron y malinterpretaron, en algunos casos ya desde que sus discípulos las pusieron por escrito. A lo largo de los siglos se les añadieron muchas cosas que no tenían nada que ver con las enseñanzas originales, y que eran reflejo de un malentendido fundamental. Algunos de los maestros acabaron ridiculizados, vilipendiados o asesinados; otros llegaron a ser adorados como dioses. Las enseñanzas que indicaban el camino para escapar de la disfunción de la mente humana, la manera de
salir de la locura colectiva, quedaron tergiversadas y se convirtieron en parte de la locura. Y así, en gran medida, las religiones se convirtieron en fuerzas divisorias, en lugar de ser unificadoras. En lugar de traer el final de la violencia y el odio mediante la comprensión de la unidad fundamental de toda la vida, trajeron más violencia y odio, más divisiones entre la gente y entre las diferentes religiones, e incluso dentro de una misma religión. Se convirtieron en ideologías, sistemas de creencias con los que la gente podía identificarse y de ese modo realzar su falso sentido del yo. Por medio de ellas, podían demostrar que ellos «tenían razón» y los demás estaban «equivocados», y así definir su identidad en función de sus enemigos, los «otros», los «no creyentes» o «malos creyentes», a los que con frecuencia mataban por considerarse justificados para ello. El hombre creó a «Dios» a su imagen y semejanza. Lo eterno, lo infinito, lo innombrable, quedó reducido a un ídolo mental en el que había que creer y al que se debía adorar como «mi dios» o «nuestro dios». Y sin embargo… y sin embargo… a pesar de todos los actos de locura perpetrados en nombre de la religión, la Verdad que ellos señalaron sigue brillando en el núcleo de las religiones. Todavía brilla, aunque sea débilmente, a través de capas y capas de tergiversación y malas interpretaciones. Pero es improbable que puedas percibirla ahí, a menos que hayas tenido ya, como mínimo, una vislumbre de esa Verdad dentro de ti mismo. A lo largo de la historia, siempre ha habido unos pocos individuos que experimentaban un cambio de conciencia y de ese modo hacían realidad dentro de sí mismos eso a lo que apuntan todas las religiones. Para describir esa verdad no conceptual, utilizaron los marcos conceptuales de sus propias religiones. Por medio de algunos de estos hombres y mujeres, en todas las religiones importantes se desarrollaron «escuelas» o movimientos que representaban no solo un redescubrimiento, sino en algunos casos una intensificación de la luz de la enseñanza original. Así fue como surgieron el gnosticismo y el misticismo en el cristianismo antiguo y medieval, el sufismo en la religión islámica, el hasidismo y la cábala en el judaísmo, el Advaita Vedanta en el hinduismo, el zen y el dzogchen en el budismo. Casi todas estas escuelas eran iconoclastas. Prescindieron de las capas y más capas de conceptualización amortecedora y estructuras mentales de creencias, y por esta razón casi todas ellas fueron miradas con recelo y a veces con hostilidad por las
jerarquías religiosas establecidas. A diferencia de la corriente religiosa principal, sus enseñanzas hacían hincapié en la comprensión y la transformación interior. Gracias a estas escuelas y movimientos esotéricos, las principales religiones recuperaron el poder transformador de las enseñanzas originales, aunque en la mayoría de los casos solo una pequeña minoría de la gente tenía acceso a ellas. Su número nunca fue lo suficientemente grande para ejercer un efecto significativo en la profunda inconsciencia colectiva de la mayoría. Con el tiempo, incluso algunas de estas escuelas se volvieron demasiado rígidas, formalizadas o conceptualizadas para seguir siendo eficaces.
ESPIRITUALIDAD Y RELIGIÓN ¿Cuál es la función de las religiones establecidas en el surgimiento de la nueva conciencia? Muchas personas son ya conscientes de la diferencia entre espiritualidad y religión. Se dan cuenta de que tener un sistema de creencias —un conjunto de ideas que uno considera la verdad absoluta— no vuelve espiritual a nadie, sea cual sea la naturaleza de dichas creencias. De hecho, cuanto mayor peso tienen nuestras ideas (o creencias) en nuestra identidad, más nos aislamos de la dimensión espiritual que hay en nuestro interior. Mucha gente «religiosa» está atascada en este nivel. Equiparan verdad con pensamiento y, como están completamente identificados con el pensamiento (con su mente), aseguran estar en posesión exclusiva de la verdad, en un intento inconsciente de proteger su identidad. No se dan cuenta de las limitaciones del pensamiento. Si tú no crees (piensas) exactamente como ellos, a sus ojos estás equivocado, y en un pasado no muy lejano se habrían sentido justificados para matarte por ello. Y algunos todavía lo hacen ahora. La nueva espiritualidad, la transformación de la conciencia, está surgiendo en gran medida fuera de las estructuras de las religiones institucionalizadas existentes. Siempre hubo áreas aisladas de espiritualidad, incluso en las religiones dominadas por la mente, aunque las jerarquías institucionalizadas se sentían amenazadas por ellas y muchas veces intentaron suprimirlas. La espiritualidad a gran escala fuera de las estructuras religiosas es un fenómeno totalmente nuevo. En el pasado, esto habría sido inconcebible, sobre todo en Occidente, la cultura más dominada por la mente,
donde la Iglesia cristiana tenía prácticamente la exclusiva de la espiritualidad. Era imposible dar una charla espiritual, o escribir un libro espiritual, a menos que se contara con la aprobación de la Iglesia; y a quien no contaba con ella lo silenciaban rápidamente. Pero ahora, incluso dentro de ciertas iglesias y religiones, hay señales de cambio. Es reconfortante, y hay que agradecer hasta las mínimas señales de apertura, como la del papa Juan Pablo II al visitar una mezquita y una sinagoga. En parte como consecuencia de las enseñanzas espirituales que han surgido fuera de las religiones establecidas, pero también debido al influjo de las antiguas enseñanzas orientales, un número cada vez mayor de seguidores de las religiones tradicionales ha conseguido librarse de la identificación con la forma, el dogma y los rígidos sistemas de creencias, y ha descubierto la profundidad original oculta en su propia tradición espiritual y, al mismo tiempo, la profundidad que hay dentro de ellos mismos. Se han dado cuenta de que ser «espiritual» no tiene nada que ver con lo que cree, y que todo es cuestión de tu estado de conciencia. Esto, a su vez, determina cómo actúas en el mundo e interactúas con otros. Los que son incapaces de mirar más allá de la forma quedan aún más atrincherados en sus creencias, es decir, en su mente. En esta época no solo estamos presenciando un flujo de conciencia sin precedentes, sino también un atrincheramiento e intensificación del ego. Algunas instituciones religiosas se abrirán a la nueva conciencia; otras endurecerán sus posturas doctrinales y pasarán a formar parte de todas esas otras estructuras artificiales con las que el ego colectivo se defiende y «contraataca». Algunas iglesias, sectas, cultos o movimientos religiosos son básicamente entidades colectivas del ego, tan rígidamente identificadas con sus posiciones mentales como los seguidores de cualquier ideología política que esté cerrada a toda interpretación alternativa de la realidad. Pero el ego está destinado a disolverse, y todas sus estructuras anquilosadas, ya sean instituciones religiosas o de otro tipo, corporaciones o gobiernos, se desintegrarán desde dentro, por muy firmemente establecidas que parezcan estar. Las estructuras más rígidas, las más impenetrables al cambio, se hundirán las primeras. Esto ha sucedido ya con el comunismo soviético. Qué firmemente establecido parecía, qué sólido y monolítico, y sin embargo, en unos pocos años, se desintegró desde dentro. Nadie lo había previsto. A todos los cogió por sorpresa. Todavía nos aguardan muchas más sorpresas.
LA URGENCIA DE LA TRANSFORMACIÓN Cuando una forma individual de vida —o una especie— se enfrenta a una crisis radical, cuando el antiguo modo de estar en el mundo, de interactuar con los demás y con el reino de la naturaleza ya no funciona, cuando la supervivencia se ve amenazada por problemas que parecen insuperables, o bien muere o se extingue, o bien se alza por encima de las limitaciones de su condición mediante un salto evolutivo. Se cree que las primeras formas de vida de este planeta evolucionaron en el mar. Cuando todavía no existían animales en tierra firme, el mar estaba ya rebosante de vida. Entonces, en cierto momento, una de las criaturas marinas empezó a aventurarse en la tierra seca. Puede que al principio se arrastrara unos pocos centímetros y después, agotada por el enorme tirón gravitatorio del planeta, regresara al agua, donde la gravedad es casi inexistente y donde podía vivir con mucha más facilidad. Y después lo volvió a intentar, una y otra vez, y al cabo de mucho tiempo se adaptó a vivir en la tierra, le crecieron patas en lugar de aletas, pulmones en lugar de branquias. Parece improbable que una especie se aventure en un ambiente tan ajeno y experimente una transformación evolutiva a menos que se vea obligada a hacerlo por alguna situación de crisis. Puede que una extensa zona de mar quedara aislada del océano principal, y que el agua fuera retrocediendo poco a poco durante miles de años y obligara a los peces a abandonar su hábitat y evolucionar. Responder a una crisis radical que pone en peligro nuestra supervivencia: ese es ahora el reto al que se enfrenta la humanidad. La disfunción de la mente humana centrada en el ego, reconocida hace ya más de 2.500 años por los antiguos maestros y ahora magnificada por la ciencia y la tecnología, está poniendo en peligro por primera vez la supervivencia del planeta. Hasta hace muy poco, la transformación de la conciencia humana —también planteada por los antiguos maestros— no era más que una posibilidad, reconocida por unos pocos individuos aquí y allá, independientemente de sus marcos culturales o religiosos. No se dio un florecimiento general de la conciencia humana porque todavía no era imperativo. Una parte importante de la población mundial se dará cuenta muy pronto, si no se ha dado cuenta ya, de que la humanidad se enfrenta a una disyuntiva tajante:
evolucionar o morir. Un porcentaje de la humanidad todavía relativamente pequeño, pero en rápido crecimiento, está experimentando ya en su interior la descomposición de los viejos patrones mentales del ego y la emergencia de una nueva dimensión de conciencia. Lo que está surgiendo ahora no es un nuevo sistema de creencias, una nueva religión, ideología espiritual o mitología. Estamos llegando al final, no solo de las mitologías, sino también de las ideologías y los sistemas de creencias. El cambio va más allá del contenido de tu mente, más allá de tus pensamientos. De hecho, la parte esencial de la nueva conciencia es la trascendencia del pensamiento, la nueva capacidad de elevarse por encima del pensamiento, de hacer realidad una dimensión dentro de ti mismo que es infinitamente más vasta que el pensamiento. Entonces, ya no derivas tu identidad, tu sentido de quién eres, del incesante flujo de pensamiento que en la vieja conciencia creías que eras tú. Qué liberación, darse cuenta de que no somos «esa voz en la cabeza». Pero entonces, ¿quién soy? El que ve eso. La conciencia que es anterior al pensamiento, el espacio en el que tiene lugar el pensamiento (o la emoción, o la percepción sensorial). El ego no es más que esto: la identificación con la forma, lo que básicamente significa formas de pensamiento. Si el mal tiene alguna realidad —y tiene una realidad relativa, no absoluta—, esta es también su definición: la completa identificación con la forma, formas físicas, formas de pensar, formas emocionales. El resultado es una total inconsciencia de nuestra conexión con el todo, de nuestra unidad intrínseca con todos los «otros» y también con la Fuente. Este olvido es el pecado original, el sufrimiento, el autoengaño. Cuando esta falsa ilusión de ser algo completamente aparte sirve de base y gobierna todo lo que pensamos, decimos y hacemos, ¿qué clase de mundo estamos creando? Para encontrar la respuesta, observa cómo se relacionan los humanos unos con otros, lee un libro de historia o mira los telediarios. Si las estructuras de la mente humana permanecen inalteradas, siempre acabaremos recreando básicamente el mismo mundo, los mismos males, la misma disfunción.
UN NUEVO CIELO Y UNA NUEVA TIERRA
La inspiración para el título de este libro vino de una profecía de la Biblia que ahora parece más aplicable que en ningún otro momento de la historia humana. Aparece tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, y habla del hundimiento del orden mundial existente y el surgimiento de «un nuevo cielo y una nueva tierra».1 Aquí tenemos que comprender que el cielo no es un lugar físico, sino que se refiere al reino interior de la conciencia. Este es el significado esotérico de la palabra, y también es el significado que tiene en las enseñanzas de Jesús. La tierra, por su parte, es la manifestación externa con forma, que siempre es un reflejo de lo interior. La conciencia humana colectiva y la vida en nuestro planeta están intrínsecamente conectadas. «Un nuevo cielo» es la emergencia de un estado transformado de la conciencia humana, y «una nueva tierra» es su reflejo en el plano físico. Como la vida humana y la conciencia humana son intrínsecamente una unidad con la vida del planeta, cuando la vieja conciencia se disuelva tendrá que haber trastornos naturales geográficos y climáticos, sincrónicos en muchas partes del planeta, y ya estamos presenciando algunos de ellos.
2 Ego: el estado actual de la humanidad Las palabras, tanto si están vocalizadas en forma de sonidos como si permanecen impronunciadas como pensamientos, pueden ejercer un hechizo casi hipnótico, a tal punto que, cuando has asignado una palabra a algo, ya sabes qué es. Lo cierto es que no sabes qué es: solo has pegado una etiqueta en el misterio. Todo —un pájaro, un árbol, incluso una simple piedra y, desde luego, un ser humano— es en el fondo incognoscible pues su profundidad es insondable. Lo único que podemos percibir, experimentar, analizar es la capa superficial de la realidad, menos que la punta de un iceberg. Por debajo de la apariencia superficial, no solo todo está conectado entre sí, sino también con la Fuente de toda vida, de la que procede. Hasta una piedra, y mucho más una flor o un pájaro, puede mostrarte el camino de regreso a Dios, a la Fuente, a ti mismo. Cuando los miras o los coges y los dejas ser sin imponerles una palabra o una etiqueta mental, surge en tu interior una sensación de reverencia, de maravilla. Su esencia se comunica en silencio contigo y te refleja tu propia esencia. Esto es lo que los grandes artistas sienten y logran transmitir en su arte. Van Gogh no dijo «esto es solo una silla vieja». La miró y la siguió mirando. Sintió el Ser de la silla. Después se sentó ante el lienzo y empuñó el pincel. La silla en sí se habría vendido por el equivalente de unos pocos euros. El cuadro de esa misma silla vale hoy por encima de los 25 millones. Cuando no cubres el mundo con palabras y etiquetas, tu vida recupera una sensación de lo milagroso que se perdió hace mucho tiempo, cuando la humanidad, en lugar de utilizar el pensamiento, se dejó poseer por él. La profundidad vuelve a tu vida. Las cosas recuperan su novedad, su frescura. Y el mayor milagro es que experimentas tu yo esencial, antes de las palabras, de las ideas, de las etiquetas mentales y de las imágenes. Para que esto ocurra, tienes que desenredar tu sentido del yo, del Ser, de todas las cosas con las que se ha mezclado, es decir, con las que se ha identificado. De este proceso de liberación trata este libro. Cuanta más prisa te des en asignar etiquetas verbales o mentales a las cosas, las
personas o las situaciones, más superficial y carente de vida será la realidad, y más desligado estarás de la realidad, del milagro de la vida que continuamente se despliega dentro de ti y a tu alrededor. De este modo puedes ganar inteligencia, pero perderás la sabiduría, y con ella la alegría, el amor, la creatividad y la plenitud de vida. Todo ello está oculto en el espacio que media entre la percepción y la interpretación. Claro que tenemos que utilizar palabras y pensamientos. Tienen su propia belleza, pero ¿es preciso dejarnos aprisionar por ellos? Las palabras reducen la realidad a algo que la mente humana pueda asimilar, lo que no es mucho. El lenguaje consiste en cinco sonidos básicos producidos por las cuerdas vocales. Son las vocales a, e, i, o, u. Los otros sonidos son consonantes producidas por la presión del aire: s, f, g y demás. ¿Acaso es posible que una combinación de sonidos tan básicos explique quién eres, o el sentido definitivo del universo, o tan siquiera lo que es en el fondo un árbol o una piedra?
EL YO ILUSORIO La palabra «yo» encarna el mayor error y la verdad más profunda, dependiendo de cómo se utilice. En su aplicación convencional, no solo es una de las palabras más utilizadas —o implícitas— del lenguaje (junto con las palabras relacionadas: «mi», «me», «mío»), sino también una de las más equívocas. En la utilización cotidiana normal, «yo» encarna el error primordial, una percepción errónea de quién eres, una sensación ilusoria de identidad. Esto es el ego. Esta sensación ilusoria del yo es lo que Albert Einstein, que tenía visiones muy profundas no solo de la realidad del espacio y el tiempo, sino también de la condición humana, llamaba «una ilusión óptica de conciencia». Este yo ilusorio se convierte en la base de todas las interpretaciones posteriores de la realidad —o más bien malinterpretaciones—, de todos los procesos de pensamiento, interacciones y relaciones. La realidad se convierte en un reflejo de la ilusión original. Por fortuna, cuando adquirimos conciencia de que la ilusión es una ilusión, esta se disuelve. Tener conciencia de la ilusión le pone fin. Solo persiste cuando la confundimos con la realidad. Al ver quién no eres, la realidad de quién eres emerge por sí misma. Esto es lo que ocurre mientras lees despacio y con atención este
capítulo y el siguiente, que tratan del funcionamiento del falso yo que llamamos ego. ¿Cuál es la naturaleza de este yo ilusorio? Lo que sueles indicar cuando dices «yo» no es quién eres. Por un monstruoso acto de reduccionismo, la profundidad infinita de lo que eres se confunde con un sonido producido por las cuerdas vocales o con la idea de «yo» que hay en tu mente y las cosas con las que el «yo» se ha identificado. Así pues, ¿qué indica el «yo» habitual y sus parientes «mi», «me» y «mío»? Cuando un niño pequeño aprende que una secuencia de sonidos producidos por las cuerdas vocales de sus padres es su nombre, el niño empieza a identificar una palabra, que en la mente se convierte en un pensamiento, con quién es. En esta fase, algunos niños hablan de sí mismos en tercera persona: «Tony tiene hambre». Poco después, aprenden la palabra mágica «yo» y la equiparan con su nombre, que ya han equiparado con quiénes son. Después llegan otros pensamientos que se mezclan con la idea original de «yo». El paso siguiente son pensamientos de «mi» y «mío» para designar cosas que de algún modo forman parte del «yo». Esto es identificarse con los objetos, lo que significa conferir a las cosas —y, en último término, a los pensamientos que representan cosas— un sentido del yo, y así deducir de ellas una identidad. Cuando «mi» juguete se rompe o me lo quitan, surge un intenso sufrimiento. No por el valor intrínseco que tenga el juguete —el niño no tardará en perder el interés por él y sustituirlo por otros juguetes, otros objetos—, sino por la idea de «mío». El juguete había llegado a formar parte del creciente sentido de «yo» del niño. Y así, cuando el niño crece, la idea original del «yo» atrae otras ideas: se identifica con un sexo, unas posesiones, con el cuerpo percibido por los sentidos, con una nacionalidad, raza, religión, profesión. Otras cosas con las que el «yo» se identifica son los papeles —madre, padre, marido, esposa, etc.—, el conocimiento acumulado o las opiniones, lo que nos gusta o disgusta, y también cosas que «nos» ocurrieron en el pasado, cuyo recuerdo son pensamientos que definen aún más mi sensación del yo como «yo y mi historia». Estas son solo algunas de las cosas de las que la gente obtiene su sensación de identidad. En el fondo no son más que pensamientos unidos precariamente por el hecho de que a todos se les ha conferido un sentido de identidad. Esta noción mental es lo que normalmente indicamos cuando decimos «yo». Para ser más exactos: la mayoría de las veces no eres tú quien habla
cuando dices o piensas «yo», sino algún aspecto de esa noción mental, el ego. Cuando adquirimos conciencia de nuestro ser interior seguimos usando la palabra «yo», pero viene de un lugar mucho más profundo de nuestro interior. La mayoría de la gente se sigue identificando con el incesante torrente mental del pensamiento compulsivo, casi todo repetitivo e inútil. No existe un «yo» aparte de sus procesos de pensamiento y de las emociones que los acompañan. En esto consiste estar espiritualmente inconsciente. Cuando les dices que hay una voz dentro de su cabeza que nunca para de hablar, te replican: «¿Qué voz?», o lo niegan indignados, pero quien habla, por supuesto, es la voz, es el pensador, es la mente no observada. Casi se podría considerar como una entidad que ha tomado posesión de ellos. Algunas personas nunca han olvidado la primera vez que dejaron de identificarse con sus pensamientos y, de ese modo, experimentaron brevemente que su identidad dejaba de ser el contenido de su mente para ser la conciencia que hay en el fondo. Para otras, ocurre de una manera tan sutil que apenas se dan cuenta, o solo notan un influjo de alegría o paz interior sin saber el motivo.
LA VOZ EN LA CABEZA A mí, aquella primera vislumbre de conciencia me vino cuando era estudiante de primer curso en la Universidad de Londres. Dos veces a la semana, cogía el metro para ir a la biblioteca de la universidad, por lo general a eso de las nueve de la mañana, hacia el final de la hora punta. Un día, una mujer de treinta y pocos años se sentó enfrente de mí. Ya la había visto algunas otras veces en aquel tren. Era imposible no fijarse en ella. Aunque el tren iba lleno, los dos asientos de sus lados estaban desocupados, y la razón era, sin duda, que daba la impresión de estar bastante loca. Parecía muy tensa y hablaba sin cesar consigo misma, en voz alta e irritada. Iba tan absorta en sus pensamientos que parecía totalmente inconsciente de la gente y el ambiente que la rodeaban. Miraba hacia abajo y un poco a la izquierda, como si se estuviera dirigiendo a alguien sentado en el asiento vacío de al lado. Aunque no recuerdo su contenido exacto, su monólogo era algo parecido a: «Y entonces ella me dijo… así que le dije eres una mentirosa, cómo te atreves a
acusarme de… cuando eres tú la que siempre te has aprovechado de mí, yo me fiaba de ti y tú traicionaste mi confianza…». Su voz tenía el tono furioso de alguien que ha sido tratado injustamente, que tiene que defender su posición para no resultar aniquilado. Cuando el tren se acercaba a la estación de Tottenham Court Road, la mujer se levantó y caminó hacia la puerta sin interrumpir el torrente de palabras que brotaba de su boca. Aquella era también mi parada, así que salí detrás de ella. Al llegar a la calle, ella echó a andar hacia Bedford Square, todavía enfrascada en su diálogo imaginario, todavía acusando indignada y afirmando su posición. Picado por la curiosidad, decidí seguirla mientras fuera en la misma dirección general que yo tenía que seguir. Aunque iba absorta en su diálogo imaginario, parecía saber adónde iba. Al poco rato estábamos delante de la imponente estructura de Senate House, un alto edificio de los años treinta que contiene la administración central y la biblioteca de la universidad. Quedé estupefacto. ¿Era posible que fuéramos al mismo sitio? Pues sí, allí era a donde ella se dirigía. ¿Era una profesora, una estudiante, una oficinista, una bibliotecaria? A lo mejor algún psicólogo estaba haciendo un trabajo de investigación con ella. Nunca supe la respuesta. Yo andaba veinte pasos por detrás de ella, y cuando entré en el edificio (que irónicamente era la sede del cuartel general de la «Policía de la Mente» en la versión cinematográfica de la novela de George Orwell 1984), ella ya había desaparecido en el interior. Quedé algo desconcertado por lo que acababa de ver. Con veinticinco años, era maduro para ser estudiante de primer curso, me veía a mí mismo como un intelectual en proceso de formación y estaba convencido de que todas las respuestas a los problemas de la existencia humana se podían encontrar por medio del intelecto, es decir, a base de pensar. Todavía no me daba cuenta de que el principal problema de la existencia humana es pensar sin conciencia. Mis profesores me parecían unos sabios que tenían todas las respuestas, y la universidad era para mí el templo del conocimiento. ¿Cómo podía una loca como ella formar parte de esto? Seguía pensando en ella cuando estaba en el lavabo de hombres antes de entrar en la biblioteca. Mientras me lavaba las manos, pensaba: «Espero no acabar como ella». El hombre que estaba a mi lado miró un instante en mi dirección, y de repente me di cuenta con asombro de que no me había limitado a pensar aquellas palabras, sino que las había murmurado en voz alta. «Ay, Dios mío, ya soy como ella», pensé.
¿Acaso mi mente no estaba tan incesantemente activa como la suya? Solo había pequeñas diferencias entre nosotros. La emoción básica predominante en sus pensamientos parecía ser la ira. En mi caso, era más bien la angustia. Ella pensaba en voz alta. Yo pensaba —casi siempre— dentro de mi cabeza. Si ella estaba loca, entonces todo el mundo estaba loco, incluido yo. Solo existían diferencias de grado. Por un momento, fui capaz de apartarme de mi propia mente y verla desde un punto de vista más profundo, por decirlo de algún modo. Hubo un breve cambio, del pensamiento a la conciencia. Seguía en el lavabo de hombres, pero ahora estaba solo, mirándome la cara en el espejo. En aquel momento de distanciamiento de mi mente, me reí en voz alta. A lo mejor parecía un loco, pero era la risa de la cordura, la risa del Buda barrigudo. «La vida no es tan seria como mi mente hace que parezca», parecía decir mi risa. Pero fue apenas un atisbo, que pronto iba a quedar olvidado. Pasé los tres años siguientes sumido en la angustia y la depresión, completamente identificado con mi mente. Tuve que llegar al borde del suicidio antes de que la conciencia regresara, y entonces fue mucho más que un atisbo. Me libré del pensamiento compulsivo y el falso yo creado por la mente. El incidente que acabo de contar no solo me dio un primer atisbo de conciencia: también plantó la primera duda acerca de la validez absoluta del intelecto humano. Pocos meses después ocurrió algo trágico que acrecentó mis dudas. Un lunes por la mañana acudimos a una clase que nos iba a dar un profesor cuya mente yo admiraba mucho, y nos dijeron que, por desgracia, se había suicidado pegándose un tiro durante el fin de semana. Quedé anonadado. Era un profesor muy respetado y parecía tener todas las respuestas. Sin embargo, yo todavía no veía ninguna alternativa al cultivo del pensamiento. Todavía no me daba cuenta de que pensar es solo un aspecto minúsculo de la conciencia que somos, ni sabía nada acerca del ego, y mucho menos era capaz de detectarlo en mí mismo.
CONTENIDO Y ESTRUCTURA DEL EGO La mente egótica está completamente condicionada por el pasado. Su condicionamiento es doble, pues actúa tanto en el contenido como en la estructura. En el caso de un niño que llora con profundo desconsuelo porque le han quitado su
juguete, el juguete representa el contenido. Es intercambiable con cualquier otro contenido, cualquier otro juguete u objeto. El contenido con el que te identificas está condicionado por tu entorno, tu educación y la cultura que te rodea. Que el niño sea rico o pobre, que el juguete sea un trozo de madera con forma de animal o un complejo aparato electrónico, eso no representa ninguna diferencia en lo que se refiere al sufrimiento causado por su pérdida. La razón de que la pérdida produzca un sufrimiento tan agudo está oculta en la palabra «mi», y es estructural. La compulsión inconsciente a realzar la identidad propia mediante la asociación con un objeto forma parte de la estructura misma de la mente egótica. Una de las estructuras mentales básicas que provocan la existencia del ego es la identificación. La palabra «identificación» deriva del latín idem, que significa «lo mismo», y facere, que significa «hacer». Así que, cuando me identifico con alguna cosa, «la hago lo mismo». ¿Lo mismo que qué? Lo mismo que yo. La doto de un sentido del yo, y así pasa a formar parte de mi «identidad». Uno de los niveles de identificación más básicos es la identificación con cosas: mi juguete se convertirá más adelante en mi coche, mi casa, mi ropa, etc. Procuro encontrarme a mí mismo en cosas, pero nunca lo consigo del todo y acabo perdiéndome en ellas. Ese es el destino del ego.
IDENTIFICACIÓN CON LAS COSAS Los de la industria de la publicidad saben muy bien que, para vender cosas que la gente en realidad no necesita, deben convencerla de que esas cosas añadirán algo al modo en que se ven a sí mismos o a cómo son vistos por los demás; en otras palabras, que añaden algo a su sentido del yo. Esto lo hacen, por ejemplo, diciéndote que usando tal producto destacarás de la multitud y, en consecuencia, serás más tú mismo. O pueden crear en tu mente una asociación entre el producto y una persona famosa, o una persona juvenil, atractiva o con aspecto de ser feliz. Hasta las imágenes de antiguas celebridades en sus mejores momentos sirven para este propósito. La suposición tácita es que, por algún acto mágico de apropiación, al comprar ese producto te vuelves como ellos, o más bien como su imagen superficial. Y así, en muchos casos, no estás comprando un producto sino un «realzador de la
identidad». Las marcas son, básicamente, identidades colectivas a las que te incorporas pagando. Son caras y, por lo tanto, «exclusivas». Si todo el mundo pudiera comprarlas, perderían su valor psicológico y no quedaría más que su valor material, que probablemente es solo una fracción de lo que pagaste. El tipo de cosas con las que uno se identifica varía con las personas y depende de la edad, el sexo, los ingresos, la clase social, las modas, la cultura que los rodea, etc. Con qué te identificas es cuestión de contenido; en cambio, la compulsión inconsciente a identificarse es estructural. Es una de las maneras más básicas en las que actúa la mente egótica. Paradójicamente, lo que mantiene en marcha la llamada «sociedad de consumo» es el hecho de que intentar encontrarte a ti mismo a través de las cosas no funciona. La satisfacción del ego dura poco, y tú sigues buscando más, comprando, consumiendo. Por supuesto, en esta dimensión física donde habitan nuestros yoes superficiales, las cosas son una parte necesaria e ineludible de nuestra vida. Necesitamos vivienda, ropa, muebles, instrumentos, transporte. También puede haber en nuestras vidas cosas que valoramos por su belleza o su calidad inherente. Debemos honrar el mundo de las cosas, no despreciarlo. Toda cosa tiene su Ser, es una forma temporal que tiene su origen en la Vida única y sin forma, la fuente de todas las cosas, todos los cuerpos, todas las formas. En casi todas las culturas antiguas, la gente creía que todo, hasta los objetos inanimados, tenía un espíritu interior, y en este aspecto estaban más cerca de la verdad que nosotros ahora. Cuando vives en un mundo amortecido por la abstracción mental, no sientes ya la condición viva del universo. La mayoría de la gente no habita en una realidad viva, sino en una conceptualizada. Pero lo cierto es que no podemos honrar las cosas si las usamos como un medio para realzar el yo, es decir, si intentamos encontrarnos a nosotros mismos por medio de ellas. Esto es exactamente lo que hace el ego. La identificación del ego con las cosas crea apego a las cosas, obsesión por las cosas, lo que a su vez crea nuestra sociedad de consumo y sus estructuras económicas, donde la única medida del progreso es siempre más. La búsqueda descontrolada de más, de crecimiento infinito, es una disfunción y una enfermedad. Es la misma disfunción que presenta la célula cancerosa, cuyo único objetivo es multiplicarse, inconsciente de que está provocando su propia destrucción al destruir el organismo del que forma parte.
Algunos economistas están tan aferrados al concepto de crecimiento que no pueden desligarse de esa palabra, y se refieren a una recesión como una época de «crecimiento negativo». Una gran parte de la vida de mucha gente está consumida por una preocupación obsesiva por las cosas. Por eso, una de las enfermedades de nuestra época es la proliferación de objetos. Cuando ya no puedes sentir la vida que eres, es probable que intentes llenar tu vida con cosas. Como práctica espiritual, recomiendo que investigues tu relación con el mundo de las cosas mediante la autoobservación, y en particular las cosas que se designan con la palabra «mi». Tienes que estar alerta y ser sincero para averiguar, por ejemplo, si tu sentido de la propia valía está ligado a las cosas que posees. ¿Hay cosas que inducen una sutil sensación de importancia o superioridad? ¿La falta de esas cosas te hace sentirte inferior a otros que tienen más que tú? ¿Mencionas como de pasada las cosas que posees, o las enseñas para aumentar tu sensación de valía a los ojos de otros y, por mediación de ellos, a los tuyos? ¿Te sientes resentido o irritado y algo rebajado en tu sentido del yo cuando alguien tiene más que tú o cuando pierdes una posesión preciada?
EL ANILLO PERDIDO Cuando yo trataba a gente como consejero o maestro espiritual, iba dos veces por semana a visitar a una mujer cuyo cuerpo estaba carcomido por el cáncer. Era una maestra de cuarenta y tantos años, y sus médicos no le daban más que unos meses de vida. A veces hablábamos unas pocas palabras durante aquellas visitas, pero la mayor parte del tiempo estábamos sentados juntos en silencio, y fue así como ella tuvo sus primeros atisbos de su paz interior, que nunca había sabido que existiera durante su atareada vida de maestra. Un día, sin embargo, la encontré en un estado de gran angustia e irritación. «¿Qué ha ocurrido?», pregunté. Su anillo de diamantes, de gran valor monetario y sentimental, había desaparecido, y ella estaba segura de que se lo había robado la mujer que acudía a cuidarla durante unas pocas horas cada día. Dijo que no entendía que alguien pudiera ser tan cruel y desalmado como para hacerle algo así. Me preguntó si debía enfrentarse a la mujer o si sería mejor llamar inmediatamente a la
policía. Le dije que yo no podía decirle lo que debía hacer, pero le pedí que estudiara la importancia que tenía un anillo, o cualquier otra cosa, en aquel punto de su vida. —Usted no lo entiende —me dijo—. Era el anillo de mi abuela. Lo llevaba puesto todos los días hasta que me puse enferma y se me hincharon demasiado las manos. Para mí es más que un simple anillo. ¿Cómo no voy a estar enfadada? La rapidez de su respuesta y la ira y actitud defensiva que denotaba su voz eran indicaciones de que todavía no había adquirido suficiente Presencia para mirar en su interior y desligar su reacción de lo sucedido y observar las dos cosas. Su ira y su actitud defensiva eran señales de que el ego seguía hablando a través de ella. Le dije: —Voy a hacerle unas preguntas, pero en lugar de responderlas ahora, vea si puede encontrar las respuestas en su interior. Haré una breve pausa después de cada pregunta. Cuando llegue una respuesta, puede no llegar necesariamente en forma de palabras. Dijo que estaba dispuesta a escuchar, así que le pregunté: —¿Se da cuenta de que tendrá que separarse del anillo en algún momento, tal vez muy pronto? ¿Cuánto tiempo más necesita para estar preparada para desprenderse de él? ¿Será usted menos cuando no lo tenga? ¿Ha disminuido quien usted es a causa de la pérdida? Hubo unos minutos de silencio después de la última pregunta. Cuando empezó a hablar de nuevo, había una sonrisa en su rostro y parecía en paz. —La última pregunta me ha hecho comprender algo importante. Primero acudí a mi mente en busca de una respuesta, y mi mente dijo: «Sí, claro que has quedado disminuida». Entonces me planteé otra vez la pregunta: «¿Ha quedado disminuido lo que yo soy?». Esta vez intenté sentir la respuesta en lugar de pensarla. Y de pronto pude sentir lo que soy. Nunca lo había sentido antes. Si puedo sentir el Yo Soy con tanta fuerza, es que lo que soy no ha disminuido nada. Todavía puedo sentirlo, algo apacible pero muy vivo. —Eso es el gozo del Ser —dije—. Solo se puede sentir cuando se sale de la cabeza. El Ser se debe sentir, no se puede pensar. El ego no sabe de eso porque es todo pensamiento. El anillo, en realidad, estaba en su mente como un pensamiento que usted confundía con la sensación de Yo Soy. Usted pensaba que su yo o una parte
de él estaba en el anillo. » Todas las cosas que el ego busca y a las que se siente apegado son sustitutos del Ser que no puede sentir. Podemos valorar y apreciar las cosas, pero cuando nos aferramos a ellas, sabemos que es el ego. Y en realidad nunca nos apegamos a una cosa, sino a un pensamiento que incluye “yo”, “mi” o “mío”. Cuando aceptamos por completo una pérdida, trascendemos el ego y emerge nuestro ser, el Yo Soy que es la conciencia misma. —Ahora comprendo —dijo ella— algo que dijo Jesús y que para mí nunca había tenido mucho sentido: «Si alguien te quita tu camisa, deja que se lleve también tu capa». —Exacto —dije—. Eso no significa que no debamos cerrar nunca la puerta. Lo que significa es que, a veces, renunciar a cosas es un acto de mucho más poder que defenderlas o aferrarse a ellas. En las últimas semanas de su vida, a medida que su cuerpo se debilitaba, se volvió cada vez más radiante, como si la luz brillara a través de ella. Regaló muchas de sus posesiones, algunas de ellas a la mujer que creía que le había robado el anillo, y con cada cosa que daba crecía su alegría. Cuando su madre me llamó para decir que había fallecido, dijo también que después de su muerte habían encontrado su anillo en el botiquín del cuarto de baño. ¿Se lo devolvió la mujer o había estado allí todo el tiempo? Nunca se sabrá. Pero sí sabemos una cosa: la vida te proporcionará la experiencia que sea más útil para la evolución de tu conciencia. ¿Cómo sabes que esta es la experiencia que necesitas? Porque esta es la experiencia que tienes en este momento. Entonces ¿está mal estar orgulloso de tus posesiones o sentir resentimiento hacia los que tienen más que tú? No, en absoluto. Esa sensación de orgullo, de necesidad de destacar, el aparente reforzamiento del yo a base de «más que» y su rebajamiento por el «menos que», no es ni bueno ni malo: es el ego. El ego no es malo; solo es inconsciente. Cuando observas el ego en ti mismo, estás empezando a superarlo. No te tomes demasiado en serio el ego. Cuando detectes la actuación del ego en ti mismo, sonríe. A veces, hasta puedes reírte. ¿Cómo ha podido la humanidad estar dominada por esto durante tanto tiempo? Por encima de todo, debes saber que el ego no es personal. No es quien tú eres. Si consideras que el ego es tu problema personal, eso es solo más ego.
LA ILUSIÓN DE PROPIEDAD ¿Qué significa exactamente «poseer» algo? ¿Qué significa hacer «mío» algo? Si te paras en una calle de Nueva York, señalas un rascacielos y dices «Ese edificio es mío. Soy su dueño», es que eres muy rico, o te engañas, o eres un mentiroso. En cualquier caso, estás expresando una interpretación en la que la forma de pensamiento «yo» y la forma de pensamiento «edificio» se funden en una. Así funciona el concepto mental de propiedad. Si todo el mundo está de acuerdo con lo que dices, habrá papeles firmados que certifiquen su consenso: eres rico. Si nadie está de acuerdo con esa interpretación te mandarán a un psiquiatra: tienes delirios o eres un mentiroso compulsivo. Es importante darse cuenta de que esa interpretación y las formas de pensamiento que la constituyen, tanto si la gente está de acuerdo como si no, no tienen absolutamente nada que ver con quien tú eres. Incluso si la gente está de acuerdo, en el fondo es una ficción. Son muchos los que, hasta que están en su lecho de muerte y todo lo de fuera se derrumba, no se dan cuenta de que ninguna cosa ha tenido nunca nada que ver con quiénes son. En la proximidad de la muerte, todo el concepto de propiedad se revela como carente de sentido. En los últimos momentos de su vida comprenden también que, aunque toda su vida estuvieron buscando un sentido del yo más completo, lo que en realidad buscaban, su Ser, siempre había estado ahí, pero estaba casi oculto por su identificación con las cosas, que en último término significa identificación con la mente. «Bienaventurados los pobres de espíritu —dijo Jesús—, porque de ellos será el reino de los cielos.» 1 ¿Qué significa «pobres de espíritu»? Sin equipaje interior, sin identificaciones. Ni con las cosas, ni con conceptos mentales que tengan un sentido del yo. ¿Y qué es el «reino de los cielos»? La simple pero profunda alegría del Ser, que está ahí cuando te libras de las identificaciones y te vuelves «pobre de espíritu». Por eso, renunciar a todas las posesiones ha sido una antigua práctica espiritual tanto en Oriente como en Occidente. Pero la renuncia a las posesiones no te libera automáticamente del ego. Este intentará asegurar su supervivencia encontrando alguna otra cosa con la que identificarse: por ejemplo, una imagen mental de ti mismo como alguien que ha trascendido todo interés por las posesiones materiales y, por lo tanto, es superior, es más espiritual que otros. Hay personas que han
renunciado a todas sus posesiones pero tienen un ego más grande que algunos millonarios. Si eliminas un tipo de identificación, el ego encontrará rápidamente otro. En el fondo, no importa con qué se identifique, con tal de tener una identidad. El anticonsumismo o estar en contra de la propiedad privada puede ser otra forma de pensamiento, otra posición mental que puede sustituir a la identificación con las posesiones. De este modo puedes sentir que tú tienes razón y los demás se equivocan. Como veremos más adelante, darte la razón y negársela a otros es una de las principales pautas mentales del ego, una de las principales formas de inconsciencia. En otras palabras, el contenido del ego puede cambiar, pero la estructura mental que lo mantiene vivo no cambia. Una de las suposiciones inconscientes es que, al identificarte con un objeto mediante la ficción de la propiedad, la aparente solidez y permanencia de ese objeto material dotará de más solidez y permanencia a tu sentido del yo. Esto se aplica sobre todo a las casas, y más aún a la tierra, ya que es la única cosa que crees que puedes poseer y que no puede ser destruida. El absurdo de poseer algo se hace aún más evidente en el caso de la tierra. En tiempos de la colonización blanca, a los nativos de Norteamérica les resultaba incomprensible el concepto de la propiedad de la tierra. Y por eso la perdieron cuando los europeos les hicieron firmar papeles que eran igualmente incomprensibles para ellos. Sentían que ellos pertenecían a la tierra, pero que la tierra no les pertenecía a ellos. El ego tiende a equiparar tener con Ser. Tengo, luego soy. Y cuanto más tengo, más soy. El ego vive a base de comparaciones. El modo en que te ven otros se convierte en cómo te ves a ti mismo. Si todos vivieran en mansiones o todos fueran ricos, tu mansión o tu fortuna ya no servirían para realzar tu sentido del yo. Entonces podrías mudarte a una sencilla cabaña, renunciar a tus riquezas y recuperar una identidad al verte y ser visto como más espiritual que los demás. El modo en que nos ven los demás se convierte en un espejo que nos dice cómo somos y quiénes somos. En la mayoría de los casos, el sentido de su propia valía que tiene el ego está ligado a lo que vales a los ojos de los demás. Necesitas que otros te den un sentido del yo, y si vives en una cultura que equipara en gran medida lo que vales con lo que tienes y cuánto tienes, si no puedes ver a través de este engaño colectivo, estarás condenado a perseguir cosas durante el resto de tu vida, con la vana esperanza de descubrir así lo que vales y completar tu sentido del yo.
¿Cómo puedes librarte del apego a las cosas? Ni lo intentes. Es imposible. El apego a las cosas desaparece por sí mismo cuando ya no intentas encontrarte a ti mismo en ellas. Mientras tanto, basta con que seas consciente de tu apego a las cosas. A veces puede que no sepas que estás apegado a algo —es decir, identificado con ello— hasta que lo pierdes o existe peligro de perderlo. Si entonces te irritas, te angustias, etc., es que estás apegado. Si eres consciente de que estás identificado con una cosa, la identificación ya no es total. «Soy la conciencia que es consciente de que hay apego.» Ese es el comienzo de la transformación de la conciencia.
DESEO: LA NECESIDAD DE MÁS El ego se identifica con tener, pero su satisfacción al tener es relativamente poco profunda y dura poco. Oculta en su interior sigue habiendo una arraigada sensación de insatisfacción, de no estar completo, de «no es bastante». «Todavía no tengo suficiente» para el ego significa «todavía no soy suficiente». Como hemos visto, tener —el concepto de propiedad— es una ficción creada por el ego para darse solidez y permanencia y hacerse notar, hacerse especial. Pero como no puedes encontrarte a ti mismo a base de tener, hay por debajo otro impulso más poderoso que pertenece a la estructura del ego: la necesidad de más, que también podríamos llamar «deseo». Ningún ego puede durar mucho sin la necesidad de más. Así pues, desear mantiene vivo al ego mucho más que tener. El ego quiere desear, más que tener. Y la insuficiente satisfacción de tener siempre es sustituida por más deseos. Esta es la necesidad psicológica de más, es decir, más cosas con las que identificarse. Es una necesidad adictiva, pero no es auténtica. En algunos casos, la necesidad psicológica de tener más o la sensación de no tener bastante, tan característica del ego, se transfiere al nivel físico y se convierte en hambre insaciable. Los pacientes de bulimia se fuerzan a vomitar para poder seguir comiendo. La que está hambrienta es su mente, no su cuerpo. Este trastorno alimentario se curaría si los pacientes, en lugar de identificarse con su mente, pudieran entrar en contacto con su cuerpo y así sentir las verdaderas necesidades del cuerpo, y no las falsas necesidades de la mente dominada por el ego. Algunos egos saben lo que quieren y persiguen su objetivo con fiera e implacable
determinación: Gengis Kan, Stalin, Hitler, por dar solo unos pocos ejemplos de los más destacados. Pero la energía de su deseo crea una energía opuesta de igual intensidad, que a la postre los conduce a su caída. Mientras tanto, se hacen desdichados a sí mismos y a otros muchos, y en los ejemplos citados crean un infierno en la tierra. La mayoría de los egos tienen deseos conflictivos: desean diferentes cosas en diferentes momentos, o pueden no saber siquiera lo que desean, excepto que no quieren lo que hay: el momento presente. La inquietud, el insomnio, la angustia, la insatisfacción, son el resultado de deseos incumplidos. El deseo es estructural, así que ninguna satisfacción puede ser duradera mientras esa estructura mental siga en su sitio. El deseo intenso sin objetivo específico se da con frecuencia en el ego en desarrollo de los adolescentes, muchos de los cuales están en un estado permanente de negatividad e insatisfacción. Las necesidades físicas de alimento, agua, vivienda, ropa y comodidades básicas se podrían satisfacer fácilmente para todos los humanos del planeta, si no fuera por el desequilibrio de recursos creado por la loca y rapaz necesidad de tener más, la codicia del ego. Esta necesidad encuentra expresión colectiva en las estructuras económicas de este mundo, como las grandes empresas, que son entidades del ego que compiten entre ellas por más. Su único objetivo ciego es el beneficio. Persiguen ese objetivo de manera absolutamente despiadada. La naturaleza, los animales, la gente, hasta sus propios empleados, no son más que cifras en una hoja de contabilidad, objetos sin vida que se pueden usar y después desechar. Las formas de pensamiento «yo» y «mío», «más que», «quiero», «necesito», «tengo que tener» y «no es suficiente» no corresponden al contenido, sino a la estructura del ego. El contenido es intercambiable. Mientras no reconozcas esas formas de pensamiento en tu interior, mientras sigan siendo inconscientes, creerás lo que dicen; estarás condenado a poner en práctica esos pensamientos inconscientes, condenado a buscar y no encontrar, porque cuando esas formas de pensamiento actúan, ninguna posesión, lugar, persona o condición te dejará satisfecho. Ningún contenido podrá satisfacerte mientras la estructura del ego siga en su sitio. Por mucho que tengas o consigas, no serás feliz. Siempre estarás buscando algo más que promete más plenitud, que promete hacer completo tu sentido incompleto del yo y llenar esa sensación de vacío que sientes en tu interior.
IDENTIFICACIÓN CON EL CUERPO Aparte de los objetos, otra forma básica de identificación es con «mi» cuerpo. Para empezar, el cuerpo es masculino o femenino, y la sensación de ser un hombre o una mujer representa una parte importante del sentido del yo de la mayoría de la gente. El sexo se convierte en una identidad. La identificación con el sexo se fomenta a edad muy temprana y nos obliga a adoptar un papel, unas pautas condicionadas de conducta que afectan a todos los aspectos de la vida, y no solo a la sexualidad. Es un papel en el que mucha gente queda completamente atrapada, sobre todo en algunas culturas tradicionales, más que en Occidente, donde la identificación con el sexo está empezando a debilitarse un poco. En algunas culturas tradicionales, lo peor que puede pasarle a una mujer es no casarse o ser estéril; y a un hombre, no tener potencia sexual y no ser capaz de engendrar hijos. Se considera que el objetivo de la vida es cumplir con la identidad de sexo. En Occidente, es la apariencia física del cuerpo lo que más contribuye a la sensación de quién creemos ser: su fuerza o debilidad, su belleza o fealdad, percibidas en relación con otros. Para muchas personas, la sensación de la propia valía está íntimamente ligada a su fuerza física, su belleza, su estado físico y su apariencia externa. Muchos sienten que disminuye su sensación de la propia valía porque perciben su cuerpo como feo o imperfecto. En algunos casos, la imagen o concepto mental de «mi cuerpo» es una completa distorsión de la realidad. Una mujer joven puede considerarse gorda y, en consecuencia, matarse de hambre, cuando en realidad está bastante delgada. Ya no ve su cuerpo. Lo único que «ve» es el concepto mental de su cuerpo, que dice «estoy gorda» o «voy a engordar». En la raíz de este trastorno está la identificación con la mente. En las décadas recientes, a medida que la gente se ha ido identificando más y más con la mente, que es la intensificación de la disfunción del ego, ha habido un dramático aumento de casos de anorexia. Si la paciente pudiera mirar su cuerpo sin que interfirieran los juicios de su mente, o al menos reconocer esos juicios como lo que son en lugar de creer en ellos —o mejor aún, si pudiera sentir su cuerpo desde dentro—, eso iniciaría su curación. Los que se identifican con su belleza, su fuerza o habilidades físicas experimentan sufrimiento cuando estos atributos empiezan a disminuir y desaparecer, como es
natural que hagan. Entonces, su identidad misma, que se basaba en ellos, corre peligro de desmoronarse. En cualquier caso, la gente, fea o guapa, basa en su cuerpo una parte importante de su identidad, ya sea negativa o positiva. Para ser más precisos, basan su identidad en la idea del yo que equivocadamente asignan a la imagen o concepto mental de su cuerpo, que al fin y al cabo no es más que una forma física que correrá el destino de todas las formas: la impermanencia y por último la decadencia. Equiparar con el «yo» el cuerpo físico percibido por los sentidos —que está destinado a envejecer, marchitarse y morir— siempre conduce a sufrimientos, tarde o temprano. Evitar la identificación con el cuerpo no significa que haya que descuidarlo, despreciarlo o dejar de ocuparse de él. Si es fuerte, bello o vigoroso, puedes disfrutar y apreciar esos atributos… mientras duren. También se puede mejorar la condición del cuerpo mediante buena alimentación y ejercicio. Si no equiparas el cuerpo con lo que eres, cuando se pierde la belleza, disminuye el vigor o el cuerpo queda incapacitado, esto no afectará en modo alguno a tu sentido de lo que vales ni a tu identidad. De hecho, cuando el cuerpo empieza a debilitarse, la dimensión sin forma, la luz de la conciencia, puede brillar con más facilidad a través de la forma que se va desvaneciendo. No solo la gente con un cuerpo bonito o casi perfecto tiende a equipararlo con lo que son. Puedes identificarte con igual facilidad con un cuerpo «problemático» y convertir la imperfección, enfermedad o incapacidad del cuerpo en tu identidad. Entonces puedes considerarte y describirte como un «paciente» de tal o cual enfermedad o discapacidad crónica. Recibes mucha atención de los médicos y otras personas, que te confirman constantemente tu identidad conceptual de pacientes o sufrientes. Y entonces te aferras inconscientemente a la enfermedad porque se ha convertido en la parte más importante de lo que tú percibes que eres. Se ha convertido en otra forma de pensamiento con la que el ego puede identificarse. Cuando el ego ha encontrado una identidad, no quiere desprenderse de ella. Aunque parezca asombroso, no es infrecuente que el ego en busca de una identidad más fuerte cree enfermedades con el fin de reforzarse por medio de ellas.
SENTIR EL CUERPO INTERIOR
Aunque la identificación con el cuerpo es una de las formas básicas del ego, por fortuna es también la más fácil de superar. Esto no lo lograrás intentando convencerte de que no eres tu cuerpo, sino desviando la atención de la forma externa del cuerpo y de los pensamientos acerca de tu cuerpo —bello, feo, fuerte, débil, demasiado gordo, demasiado delgado— a la sensación de vida que hay en su interior. Sea cual sea la apariencia de tu cuerpo en el nivel exterior, por debajo de la forma externa hay un campo de energía intensamente vivo. Si no estás familiarizado con la conciencia del «cuerpo interior», cierra los ojos un momento y averigua si hay vida dentro de tus manos. No preguntes a tu mente, porque te dirá: «Yo no siento nada». Probablemente, también dirá: «Dame algo más interesante en que pensar». Así que, en lugar de preguntarle a la mente, ve directamente a las manos. Con esto me refiero a hacerte consciente de la sutil sensación de vida que hay dentro de ellas. Está ahí. Solo tienes que llegar ahí con tu atención para notarlo. Puede que al principio sientas una ligera sensación de picor, y después una sensación de energía o de vida. Si mantienes la atención en las manos durante un rato, la sensación de vida se intensificará. Algunas personas ni siquiera tienen que cerrar los ojos. Son capaces de sentir sus «manos interiores» al mismo tiempo que leen esto. Pasa después a los pies, mantén la atención en ellos durante un minuto, más o menos, y empieza a sentir las manos y los pies al mismo tiempo. A continuación, incorpora otras partes de tu cuerpo —piernas, brazos, abdomen, pecho, etc.— a esta sensación, hasta que seas consciente del cuerpo interior como una sensación global de vida. Lo que yo llamo el «cuerpo interior» no es en realidad el cuerpo, sino energía vital, el puente entre la forma y la no forma. Adopta la costumbre de sentir el cuerpo interior tan frecuentemente como puedas. Al cabo de un tiempo, ya no necesitarás cerrar los ojos para sentirlo. Por ejemplo, intenta sentir el cuerpo interior cuando escuchas a alguien. Casi parece una paradoja: cuando estás en contacto con el cuerpo interior, ya no te identificas con tu cuerpo ni te identificas con tu mente. Es decir, ya no estás identificado con la forma, sino apartándote de la identificación con la forma para acercarte a la no forma, que también podríamos llamar el Ser. Esa es tu identidad esencial. La conciencia del cuerpo interior no solo te ancla en el momento presente: es también una puerta para salir de la prisión que es el ego. Y también refuerza el sistema inmunitario y la capacidad de autocuración del cuerpo.
EL OLVIDO DEL SER El ego es siempre identificación con la forma, buscarte —y por lo tanto perderte— en alguna forma. Formas no son solo los objetos materiales y los cuerpos físicos. Más fundamentales que las formas externas —objetos y cuerpos— son las formas de pensamiento que surgen constantemente en el campo de la conciencia. Son formaciones de energía, más sutiles y menos densas que la materia física, pero aun así son formas. Lo que tú puede que percibas como una voz dentro de tu cabeza que nunca para de hablar es la corriente de pensamiento incesante y compulsivo. Cuando cada pensamiento absorbe por completo tu atención, cuando estás tan identificado con la voz de tu cabeza y las emociones que la acompañan que te pierdes en cada pensamiento y en cada emoción, entonces estás totalmente identificado con la forma y, por lo tanto, en las garras del ego. El ego es un conglomerado de formas de pensamiento recurrentes y pautas mentales y emocionales condicionadas a las que conferimos un sentido del «yo». El ego surge cuando nuestro sentido del Ser, del «yo soy», que es conciencia sin forma, se enreda con la forma. Esta es la consecuencia de la identificación: el olvido del Ser, el error primordial, la ilusión de separación absoluta que convierte la realidad en una pesadilla.
DEL ERROR DE DESCARTES A LA VISIÓN DE SARTRE El filósofo del siglo XVII Descartes, considerado el fundador de la filosofía moderna, expresó este error primario en su famoso dicho (que él consideraba una verdad primaria) «pienso, luego existo». Esta fue la respuesta que encontró para la pregunta «¿Hay algo que pueda saber con absoluta certeza?». Se dio cuenta de que el hecho de que estaba siempre pensando estaba fuera de toda duda, y en consecuencia equiparó pensar con Ser, es decir, la identidad —yo soy— con el pensamiento. En lugar de la verdad definitiva, había encontrado la raíz del ego, pero él no lo sabía. Pasaron casi trescientos años hasta que otro famoso filósofo viera en aquella frase algo que Descartes, y todos los demás, habían pasado por alto. Su nombre era JeanPaul Sartre. Examinó a fondo la frase de Descartes, «pienso, luego existo», y de pronto se dio cuenta, según sus propias palabras, de que «la conciencia que dice
“existo” no es la conciencia que piensa». ¿Qué quería decir con eso? Cuando eres consciente de que estás pensando, esa conciencia no forma parte del pensar. Es una dimensión diferente de conciencia. Y es esa conciencia la que dice «existo». Si en ti no hubiera nada más que pensamiento, ni siquiera sabrías que estás pensando. Serías como un soñador que no sabe que está soñando. Estarías tan identificado con cada pensamiento como el soñador con cada imagen de su sueño. Muchas personas siguen viviendo así, como sonámbulos, atrapados en estructuras mentales viejas y disfuncionales que continuamente recrean la misma realidad de pesadilla. Cuando sabes que estás soñando, estás despierto dentro del sueño. Ha intervenido otra dimensión de la conciencia. Las implicaciones de la visión de Sartre son profundas, pero él mismo estaba demasiado identificado con el pensamiento para darse cuenta de toda la importancia de lo que había descubierto: la emergencia de una nueva dimensión de conciencia.
La PAZ QUE SOBREPASA TODA COMPRENSIÓN Hay muchos casos de personas que experimentaron la emergencia de esa nueva dimensión de conciencia como resultado de una trágica pérdida en algún momento de su vida. Algunos perdieron todas sus posesiones, otros a sus hijos o a su pareja, su posición social, su reputación o sus capacidades físicas. En algunos casos, por un desastre o una guerra, lo perdieron todo a la vez y se encontraron «sin nada». Podemos llamarlo una situación límite. Se les había arrebatado todo aquello con lo que se habían identificado, todo lo que les daba su sentido del yo. Y entonces, de pronto e inexplicablemente, la angustia o el miedo intenso que sentían al principio dejaron paso a una bendita sensación de Presencia, una profunda paz y serenidad, completamente libre de miedos. Este fenómeno debía de conocerlo san Pablo, que utilizó la expresión «la paz de Dios que sobrepasa toda comprensión».2 Es, efectivamente, una paz que no parece tener sentido, y la gente que la experimentaba se preguntaba a sí misma: «Con todo lo que ha pasado, ¿cómo es posible que sienta tanta paz?». La respuesta es sencilla, en cuanto te das cuenta de lo que es el ego y cómo funciona. Cuando las formas con las que te habías identificado, que te daban tu
sensación del yo, se derrumban o nos son arrebatadas, puede producirse un colapso del ego, porque el ego es la identificación con la forma. Cuando ya no hay nada con lo que identificarse, ¿quién eres tú? Cuando las formas que te rodean mueren o la muerte se aproxima, tu sentido del Ser, del Yo Soy, queda libre de su enredamiento con la forma: el espíritu queda libre de su encarcelamiento en la materia. Te das cuenta de que tu identidad esencial no tiene forma, es una Presencia que todo lo impregna, un Ser anterior a todas las formas, a todas las identificaciones. Percibes tu auténtica identidad como conciencia en sí misma, y no como aquello con lo que se había identificado la conciencia. Esa es la paz de Dios. La verdad definitiva de quién eres no es «yo soy esto o aquello», sino Yo Soy. No todos los que sufren una gran pérdida experimentan este despertar, este abandono de la identificación con la forma. Algunos crean inmediatamente una fuerte imagen mental o forma de pensamiento en la que se ven como víctimas, ya sea de las circunstancias, de otra gente, de un destino injusto o de Dios. Se identifican con fuerza con esta forma de pensamiento y con las emociones que genera, como rabia, resentimiento, autocompasión, etc., que ocupan inmediatamente el puesto de todas las otras identificaciones que se derrumbaron con la pérdida. En otras palabras, el ego encuentra rápidamente una nueva forma. El hecho de que esta nueva forma sea profundamente desdichada no preocupa demasiado al ego, con tal de tener una identidad, buena o mala. De hecho, este nuevo ego será más contraído, más rígido y más impenetrable que el antiguo. Cuando sufres una pérdida trágica, puedes resistir o puedes rendirte. Algunas personas se vuelven amargadas o muy resentidas; otras se vuelven compasivas, sabias y afectuosas. Rendirse significa la aceptación interior de lo que es. Estás abierto a la vida. La resistencia es una contracción interior, un endurecimiento de la concha del ego. Estás cerrado. Cualquier acción que emprendas en estado de resistencia interior (que también podríamos llamar negatividad) creará más resistencia exterior, y el universo no estará de tu parte; la vida no te ayudará. Si las contraventanas están cerradas, la luz del sol no puede entrar. Cuando te rindes interiormente, cuando cedes, se abre una nueva dimensión de conciencia. Si la acción es posible o necesaria, tu acción estará en consonancia con el todo y apoyada por la inteligencia creativa, la conciencia no condicionada con la que te haces uno cuando estás en un estado de apertura interior. Entonces, las circunstancias y la gente
se vuelven amables, cooperativas. Ocurren coincidencias. Si no es posible la acciรณn, descansas en la paz y quietud interior que llega con la rendiciรณn. Descansas en Dios.
3 El núcleo del ego La mayoría de la gente está tan completamente identificada con la voz de su cabeza —el torrente incesante de pensamiento involuntario y compulsivo y las emociones que lo acompañan— que podríamos describirla como poseída por su mente. Cuando eres completamente inconsciente de esto, crees que el pensador eres tú. Eso es la mente egótica. La llamamos egótica porque hay un sentido del yo (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación, opinión, punto de vista, reacción, emoción. En términos espirituales, esto es la inconsciencia. Por supuesto, tu pensamiento, el contenido de tu mente, está condicionado por el pasado: educación, cultura, entorno familiar, etc. El núcleo central de toda la actividad de la mente consiste en ciertos pensamientos y emociones repetitivos y persistentes, y en pautas de reacción con las que nos identificamos con más fuerza. Esa entidad es el ego mismo. En la mayoría de los casos, cuando dices «yo», es el ego el que habla, no tú, como hemos visto. El ego consiste en pensamientos y emociones, en un puñado de recuerdos con los que te identificas como «yo y mi historia», en papeles habituales que desempeñas sin saberlo, en identificaciones colectivas como la nacionalidad, la religión, la raza, la clase social o la filiación política. También contiene identificaciones personales, no solo con las posesiones, sino también con opiniones, apariencia externa, resentimientos duraderos o conceptos de ti mismo como «mejor que» o «no tan bueno como» otros, como un triunfador o un fracasado. El contenido del ego varía de unas personas a otras, pero en todo ego actúa la misma estructura. En otras palabras: los egos solo se diferencian en la superficie. En el fondo son todos iguales. ¿De qué modo son todos iguales? Viven de la identificación y la separación. Cuando vives a través del ego, es decir, del yo creado por la mente y formado por pensamientos y emociones, la base de tu identidad es precaria porque el pensamiento y la emoción son, por naturaleza, efímeros, fugaces. Así pues, todo ego está luchando constantemente por la supervivencia, intentando protegerse y agrandarse. Para sostener la idea del yo, necesita la idea opuesta de «el
otro». El «yo» conceptual no puede sobrevivir sin el «otro» conceptual. Los otros son más otros cuando los veo como mis enemigos. En un extremo de la escala de esta pauta inconsciente del ego está el compulsivo hábito egoísta de encontrar defectos en los otros y quejarse de ellos. A esto se refería Jesús cuando dijo: «¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga en el tuyo?».1 En el otro extremo de la escala, hay violencia física entre individuos y guerra entre naciones. En el Evangelio, la pregunta de Jesús queda sin respuesta, pero la respuesta, por supuesto, es: «Porque cuando critico o condeno a otro, eso me hace sentir más grande, superior».
QUEJAS Y RESENTIMIENTO Quejarse es una de las estrategias favoritas del ego para reforzarse. Toda queja es una interpretación que la mente inventa y que tú te crees por completo. Da igual que te quejes en voz alta o que solo lo pienses. Algunos egos que tal vez no tengan mucho más con lo que identificarse sobreviven fácilmente solo a base de quejas. Cuando estás en las garras de un ego así, es habitual y, por supuesto, inconsciente quejarse, sobre todo de otra gente, lo que significa que no sabes lo que estás haciendo. Una parte de esta pauta suele ser el aplicar etiquetas mentales negativas a la gente, ya sea a la cara o —más frecuentemente— cuando hablas de ellos con otros, o incluso cuando piensas en ellos. El insulto es la forma más tosca de este etiquetado y de la necesidad que tiene el ego de tener razón y triunfar sobre otros: «idiota, cabrón, zorra», declaraciones definitivas con las que no se puede discutir. En el siguiente nivel, bajando por la escala de la inconsciencia, están los gritos y chillidos, y no mucho más abajo la violencia física. El resentimiento es la emoción que acompaña a la queja y al etiquetado mental de la gente, y que añade aún más energía al ego. El resentimiento significa sentirse amargado, indignado, agraviado u ofendido. Te resientes de la codicia de los otros, de su deshonestidad, de su falta de integridad, de lo que están haciendo, de lo que hicieron en el pasado, de lo que dijeron, de lo que dejaron de hacer, de lo que deberían o no deberían haber hecho. Al ego le encanta eso. En lugar de disculpar la inconsciencia de los demás, la conviertes en tu identidad. ¿Quién está haciendo eso?
Tu parte inconsciente, el ego. A veces, la «culpa» que percibes en otros ni siquiera existe. Es un completo malentendido, una proyección de una mente condicionada para ver enemigos y demostrar que tiene razón o es superior. Otras veces es posible que la culpa exista; pero, al centrarte en ella, tal vez excluyendo todo lo demás, la magnificas. Y eso contra lo que reaccionas en otros, lo refuerzas en ti mismo. No reaccionar al ego de los otros es una de las maneras más eficaces de superar el propio ego, y también de disolver el ego colectivo humano. Pero solo puedes estar en un estado de no reacción si eres capaz de reconocer que la conducta de alguien viene del ego, que es una expresión de la disfunción colectiva humana. Cuando te das cuenta de que no es algo personal, ya no existe la compulsión de reaccionar como si lo fuera. Muchas veces, al no reaccionar ante el ego, serás capaz de hacer aflorar en otros la cordura, que es la conciencia no condicionada, a diferencia de la condicionada. En ocasiones, tendrás que tomar medidas prácticas para protegerte de personas profundamente inconscientes. Puedes hacerlo sin convertirlas en tus enemigos. Pero tu mayor protección es ser consciente. Una persona se convierte en un enemigo si personalizas la inconsciencia que es el ego. No reaccionar no es un signo de debilidad, sino de fuerza. Otra palabra para la no reacción es perdón. Perdonar es pasar por alto, o más bien mirar más allá del ego para ver la cordura que hay en todo ser humano, que es su esencia. Al ego le encanta quejarse y sentir rencor, no solo de otras personas, sino también de las situaciones. Así como es posible convertir a una persona en enemiga, también puede hacerse lo mismo con una situación. La reacción es siempre: esto no debería estar ocurriendo; no quiero estar aquí; no quiero estar haciendo esto; me están tratando injustamente. Y el mayor enemigo del ego es, por supuesto, el momento presente; es decir, la vida misma. No se debe confundir quejarse con informar a alguien de un error o deficiencia a fin de que se corrija. Y abstenerse de quejarse no significa necesariamente aceptar la mala calidad o la mala conducta. No hay ego en decirle al camarero que tu sopa está fría y hay que calentarla, siempre que te atengas a los hechos, que son neutrales. «¿Cómo te atreves a servirme la sopa fría?», eso es quejarse. Ahí hay un «yo» al que le encanta sentirse personalmente ofendido por la sopa fría, y que va a sacarle el máximo partido, un «yo» que disfruta poniendo a otros en evidencia. La queja de la que estamos hablando está al servicio del ego, no del cambio. A veces es evidente
que el ego no quiere que nada cambie, para poder seguir quejándose. Debemos esforzarnos por ser conscientes de la voz en la cabeza, tal vez en el momento preciso en que se queja de algo, y reconocerla como lo que es: la voz del ego, nada más que una pauta mental condicionada, un pensamiento. Cada vez que notes esa voz, te darás cuenta también de que la voz no eres tú, que tú eres el que es consciente de ella. En realidad, tú eres la conciencia que es consciente de esa voz. En el fondo está la conciencia. En primer plano está la voz, el pensador. De este modo te vas librando del ego, de la mente no observada. En cuanto te haces consciente del ego que hay en ti, deja de ser el ego, en términos estrictos, para pasar a ser una vieja pauta mental condicionada. El ego implica inconsciencia. La conciencia y el ego no pueden coexistir. La vieja pauta o hábito mental puede persistir y reaparecer durante algún tiempo, porque cuenta con el impulso de miles de años de inconsciencia humana, pero cada vez que se toma conciencia de ella, se debilita.
TENDENCIA A REACCIONAR EN LUGAR DE ACTUAR; RENCORES Aunque la emoción que suele acompañar a la queja es el resentimiento, también puede acompañarla una emoción más fuerte, como la ira o alguna otra forma de indignación. De esta manera, adquiere más carga energética. En estos casos, quejarse es una manifestación de la tendencia a reaccionar en lugar de actuar, otra de las maneras que tiene el ego para reforzarse. Hay muchas personas que siempre están esperando la próxima cosa contra la que reaccionar, por la que sentirse molestos o perturbados… y nunca tardan en encontrarla. «Esto es indignante», dicen. «¿Cómo te atreves…?» «No te lo tolero.» Son adictos a la indignación y la ira como otros lo son a una droga. Al reaccionar contra esto o lo otro, afirman y refuerzan su sensación del yo. Cuando un resentimiento dura mucho, pasa a ser rencor. Mantener un rencor es estar en un estado permanente de «contra», y por eso los rencores constituyen una parte importante del ego de muchas personas. Los rencores colectivos pueden durar siglos en la psique de una nación o tribu, e impulsar un interminable ciclo de violencia.
Un rencor es una fuerte emoción negativa relacionada con un acontecimiento del pasado, a veces lejano, que se mantiene vivo a base de pensamiento compulsivo, por repetir incesantemente en la cabeza o en voz alta la historia de «lo que me hicieron» o «lo que nos hicieron». Un rencor puede contaminar también otros aspectos de la vida. Por ejemplo, mientras piensas en tu rencor y lo sientes, su energía emocional negativa puede deformar tu percepción de algo que está ocurriendo en el presente, o influir en tu manera de hablar o comportarte con alguien en el presente. Un rencor fuerte es capaz de contaminar amplias zonas de tu vida y mantenerte en las garras del ego. Hace falta sinceridad para ser consciente de que se guardan rencores, de que hay alguien en la vida a quien no se ha perdonado del todo, un «enemigo». Si es así, hay, debes hacerte consciente del rencor, tanto en lo que respecta a los pensamientos como a las emociones; es decir, hay que adquirir conciencia de los pensamientos que lo mantienen vivo y sentir la emoción que es la respuesta del cuerpo a dichos pensamientos. No intentes librarte del rencor. Intentar olvidarlo, perdonar, no funciona. El perdón ocurre de manera natural cuando ves que no tiene sentido, aparte de reforzar una falsa sensación del yo, de mantener el ego en su sitio. Ver eso es liberarse. La enseñanza de Jesús «Perdona a tus enemigos» habla esencialmente de deshacer una de las principales estructuras egóticas de la mente humana. El pasado no tiene poder para impedirte estar presente ahora. Solo tus rencores del pasado pueden hacer eso. ¿Y qué es un rencor? El peso de viejos pensamientos y emociones.
TENER RAZÓN, NEGAR LA RAZÓN A OTROS Quejarse, encontrar defectos y reaccionar en lugar de actuar son cosas que refuerzan la sensación de separación y diferenciación que tiene el ego, de la que depende su supervivencia. Pero también refuerzan al ego dándole una sensación de superioridad que lo alimenta. Tal vez no resulte evidente a simple vista que quejarse, por ejemplo, de un atasco de tráfico, de los políticos, de los «ricos codiciosos» o de los «parados holgazanes», de tus compañeros de trabajo o de tu ex pareja, de los hombres o de las mujeres, puede darte una sensación de superioridad. No obstante,
así es. Cuando te quejas, ello implica que tienes razón, y la persona o situación de la que te quejas o contra la que reaccionas no la tiene. No hay nada que refuerce más el ego que tener razón. Tener razón es identificarse con una postura mental: un punto de vista, una opinión, un juicio, una interpretación. Por supuesto, para que tú tengas razón es preciso que algún otro no la tenga, y por eso al ego le encanta negar la razón a otros para tenerla él. En otras palabras: necesitas negarles la razón a otros para adquirir una sensación más fuerte de quién eres. No solo se puede negar la razón a las personas; también a las situaciones, mediante la queja y la propensión a reaccionar en lugar de actuar, lo que siempre implica que «esto no debería estar ocurriendo». Tener razón nos coloca en una situación de imaginaria superioridad moral respecto a la persona o situación que está siendo juzgada y condenada. Es esa sensación de superioridad lo que busca el ego para reforzarse.
EN DEFENSA DE UNA ILUSIÓN Es indudable que los hechos existen. Si dices «la luz viaja más deprisa que el sonido» y alguien dice que es al contrario, está claro que tú tienes razón y el otro no. La simple observación de que el relámpago precede al trueno podría confirmarlo. Así que no solo tienes razón, sino que sabes que la tienes. ¿Interviene en esto el ego? Posiblemente, pero no necesariamente. Si te limitas a decir lo que sabes que es verdad, el ego no interviene para nada, porque no hay identificación. ¿Identificación con qué? Con la mente y con una postura mental. Pero esta identificación puede producirse fácilmente sin que te des cuenta. Si empiezas a decir «Créeme, lo sé», o «¿Por qué nunca me crees?», el ego ya ha empezado a intervenir. Está escondido en la palabrita «me». Una simple afirmación, «la luz es más rápida que el sonido», aunque es cierta, ahora está al servicio de una ilusión, del ego. Se ha contaminado con una falsa sensación de «yo»; se ha personalizado, se ha convertido en una postura mental. El «yo» se siente rebajado u ofendido porque alguien no cree lo que «yo» digo. El ego se lo toma todo personalmente. Surge la emoción, la actitud defensiva, tal vez incluso la agresión. ¿Estás defendiendo la verdad? No. La verdad, en cualquier
caso, no necesita defensa. A la luz y al sonido no les importa lo que penséis tú o cualquier otro. Estás defendiéndote a ti mismo, o más bien a la ilusión de ti mismo, al sustituto creado por la mente. Sería aún más exacto decir que la ilusión está defendiéndose a sí misma. Si hasta el simple y directo reino de los hechos puede someterse a la tergiversación y la ilusión egótica, cuánto más ocurrirá en el menos tangible terreno de las opiniones, puntos de vista y juicios, que son formas de pensamiento en las que es fácil infundir un sentido del «yo». Todo ego confunde las opiniones y puntos de vista con hechos. Además, es incapaz de ver la diferencia entre un suceso y su reacción a ese suceso. Todo ego es un maestro de la percepción selectiva y la interpretación distorsionada. Solo mediante la conciencia —no mediante el pensamiento— puedes diferenciar entre hechos y opiniones. Solo mediante la conciencia eres capaz de ver cuál es la situación y cuál la irritación que me produce, y entonces darte cuenta de que hay otras maneras de enfocar la situación, otras maneras de verla y tratar con ella. Solo mediante la conciencia puedes ver la totalidad de la situación o de la persona, en lugar de adoptar una perspectiva limitada.
VERDAD: ¿RELATIVA O ABSOLUTA? Más allá del terreno de los hechos simples y verificables, la certeza de que «yo tengo razón y tú no» es peligrosa para las relaciones personales y para las interacciones entre naciones, tribus, religiones y demás. Pero si creer que «yo tengo razón y tú estás equivocado» es una de las maneras de que el ego se refuerce, si tener razón y negársela a otro es una disfunción mental que perpetúa la separación y el conflicto entre los seres humanos, ¿quiere eso decir que no existen conductas, actos o creencias correctos? ¿No será eso el relativismo moral que algunas enseñanzas cristianas contemporáneas ven como el gran mal de nuestro tiempo? La historia del cristianismo es, por supuesto, un ejemplo perfecto de cómo la creencia de que uno está en posesión exclusiva de la verdad —es decir, que solo tú tienes la razón— puede corromper tus actos y tu conducta hasta un nivel de locura. Durante siglos, torturar y quemar viva a la gente cuando su opinión difería en lo más
mínimo de la doctrina de la Iglesia o de la estricta interpretación de las Escrituras (la «Verdad») se consideró correcto porque las víctimas «no tenían razón». Estaban tan equivocadas que había que matarlas. La verdad se consideraba más importante que la vida humana. ¿Y qué era la verdad? Una interpretación en la que había que creer. Es decir, un montón de pensamientos. Entre el millón de personas que Pol Pot, el dictador loco de Camboya, ordenó matar, figuraba todo el que llevara gafas. ¿Por qué? Para él, la interpretación marxista de la historia era la verdad absoluta, y, según su versión del marxismo, los que llevaban gafas pertenecían a la clase educada, la burguesía, los explotadores de los campesinos. Era preciso eliminarlos para dejar paso a un nuevo orden social. Su verdad era también un montón de pensamientos. La Iglesia católica y otras iglesias tienen razón cuando señalan que el relativismo, la creencia de que no existe una verdad absoluta que guíe la conducta humana, es uno de los males de nuestro tiempo; pero no encontraremos la verdad absoluta si la buscamos donde no es posible encontrarla, es decir, en doctrinas, ideologías, conjuntos de reglas o interpretaciones. ¿Qué tienen en común todas estas cosas? Están formadas por pensamientos. En el mejor de los casos, un pensamiento puede apuntar hacia la verdad, pero nunca es la verdad. Por eso el budismo dice: «El dedo que señala la luna no es la luna». Todas las religiones son igual de falsas e igual de verdaderas, según cómo las utilices. Puedes utilizarlas al servicio del ego o puedes utilizarlas al servicio de la verdad. Si crees que solo tu religión es la Verdad, estás utilizándola al servicio del ego. Utilizada de esta manera, la religión se convierte en ideología y crea una ilusoria sensación de superioridad, además de división y conflicto entre las personas. Al servicio de la verdad, las enseñanzas religiosas representan señales de carretera o mapas dejados por seres humanos despiertos para ayudarte en tu despertar espiritual, es decir, para liberarte de la identificación con la forma. Solo existe una Verdad absoluta, y todas las demás verdades emanan de ella. Cuando encuentras esa Verdad, tus actos estarán en concordancia con ella. Los actos humanos pueden reflejar la Verdad o reflejar la ilusión. ¿Puede expresarse la Verdad con palabras? Sí, pero las palabras, por supuesto, no son la Verdad. Solo apuntan hacia ella. La Verdad es inseparable de lo que eres. Sí, tú eres la Verdad. Si la buscas en
otra parte, te equivocarás todas las veces. El mismo Ser que tú eres es la Verdad. Jesús intentó expresar eso cuando dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». 2 Estas palabras pronunciadas por Jesús son uno de los indicadores más poderosos y directos de la Verdad, si se interpretan correctamente. Pero, si se malinterpretan, se convierten en un gran obstáculo. Jesús habla del Yo Soy interior, de la identidad esencial de todo hombre y mujer, de toda forma de vida. Habla de la vida que tú eres. Algunos místicos cristianos lo han llamado el Cristo interior; los budistas lo llaman la naturaleza búdica; para los hindúes es Atman, el dios que vive en tu interior. Cuando estás en contacto con esa dimensión que hay dentro de ti mismo —y estar en contacto con ella es tu estado natural, no un logro milagroso—, todos tus actos y relaciones reflejan la unidad con toda la vida que sientes en el fondo de tu ser. Eso es el amor. Las leyes, mandamientos, reglas y normas son necesarias para los que están desligados de lo que son, de la Verdad interior. Impiden los peores excesos del ego, y muchas veces ni siquiera lo consiguen. «Ama y haz lo que quieras», dijo san Agustín. Las palabras no pueden acercarse mucho más a la Verdad.
EL EGO NO ES PERSONAL A nivel colectivo, la estructura mental «Nosotros tenemos razón y ellos no» está particularmente arraigada en las partes del mundo donde el conflicto entre dos naciones, razas, tribus, religiones o ideologías es permanente, extremo y endémico. Ambas partes del conflicto están igualmente identificadas con su propio punto de vista, con su propia interpretación; es decir, identificadas con pensamientos. Las dos son igualmente incapaces de ver que también puede existir y tener validez otro punto de vista, otra interpretación. El escritor israelí Y. Halevi habla de la posibilidad de «conciliar interpretaciones opuestas»,3 pero en muchas partes del mundo la gente todavía no es capaz de ello ni está dispuesta a hacerlo. Las dos partes creen que están en posesión de la verdad. Las dos consideran que ellos son las víctimas y que el «otro» es malo, y, como han reducido al otro a un concepto y lo han deshumanizado por ser el enemigo, pueden matarlo e infligirle toda clase de violencias, incluso a los niños, sin sentir su humanidad y su sufrimiento. Han
quedado atrapados en una insana espiral de agresión y represalia, de acción y reacción. Aquí resulta obvio que el ego humano, en su aspecto colectivo de «nosotros» contra «ellos», es aún más loco que el «yo», el ego individual, aunque el mecanismo es el mismo. Con gran diferencia, la mayor parte de la violencia que los humanos han infligido a sus semejantes no ha sido obra de criminales ni de trastornados mentales, sino de ciudadanos normales y respetables al servicio del ego colectivo. Incluso se podría decir que, en este planeta, «normal» equivale a loco. ¿Qué hay en la raíz de esta locura? La completa identificación con el pensamiento y la emoción, es decir, el ego. La codicia, el egoísmo, la explotación, la crueldad y la violencia siguen impregnándolo todo en este planeta. Cuando no tienes conciencia de que son manifestaciones individuales y colectivas de una disfunción básica o enfermedad mental, caes en el error de personalizarlas. Construyes una identidad conceptual para un individuo o un grupo, y dices: «Esto es lo que es, esto es lo que son». Cuando confundes el ego que percibes en otros con su identidad, ello es obra de tu propio ego, que utiliza esta confusión para reforzarse a base de tener razón y por lo tanto sentirse superior, y de reaccionar con censuras, indignación y muchas veces rabia contra el enemigo percibido. Todo esto es tremendamente satisfactorio para el ego. Refuerza la sensación de separación entre tú y el otro, cuya condición «ajena» ha quedado magnificada en tal medida que ya no puedes sentir vuestra humanidad común ni las raíces comunes en la Vida única que compartes con todo ser humano, vuestra divinidad común. Las pautas egóticas concretas de otros ante las que reaccionas con más fuerza y que confundes con su identidad tienden a ser las mismas pautas que hay en ti, pero eres incapaz de detectarlas en ti mismo, o te niegas a hacerlo. En ese sentido, tienes mucho que aprender de tus enemigos. ¿Qué hay en ellos que te resulte más molesto, más perturbador? ¿Su egoísmo? ¿Su codicia? ¿Su necesidad de poder y control? ¿Su insinceridad, deshonestidad, propensión a la violencia, o cualquier otra cosa? Todo lo que te molesta en otros, aquello contra lo que más reaccionas, está también en ti. Pero no es más que una forma del ego y, como tal, es completamente impersonal. No tiene nada que ver con lo que es esa persona, ni tiene nada que ver con quien tú eres. Solo si lo confundes con quien eres, observarlo en tu interior puede ser un peligro
para tu sentido del yo.
LA GUERRA ES UNA POSTURA MENTAL En ciertos casos, puedes necesitar defenderte o defender a alguien para que otro no os haga daño, pero procura no asumir la misión de «erradicar el mal», porque lo más probable es que te conviertas en la misma cosa que estás combatiendo. Combatir la inconsciencia te arrastrará a la inconsciencia. No se puede derrotar a la inconsciencia, a la conducta egótica disfuncional, atacándola. Aunque derrotes a tu adversario, la inconsciencia simplemente habrá pasado a ti, o el adversario reaparecerá bajo un nuevo disfraz. Reforzamos lo que combatimos, y aquello a lo que nos oponemos persiste. En estos días se oye con frecuencia la expresión «la guerra contra» esto o lo de más allá, y cada vez que la oigo sé que está condenada al fracaso. Está la guerra contra las drogas, la guerra contra el crimen, la guerra contra el terrorismo, la guerra contra el cáncer, la guerra contra la pobreza, y otras muchas. Por ejemplo, a pesar de la guerra contra el crimen y las drogas, en los últimos veinticinco años ha habido un aumento espectacular del crimen y de los delitos relacionados con drogas. La población reclusa de Estados Unidos ha aumentado desde poco más de 300.000 en 1980 a la asombrosa cifra de 2,1 millones en 2004.4 La guerra contra las enfermedades nos ha dado, entre otras cosas, los antibióticos. Al principio tuvieron un éxito espectacular, que parecía que nos iba a permitir ganar la guerra contra las enfermedades infecciosas. Ahora, muchos expertos coinciden en que el uso generalizado e indiscriminado de antibióticos ha creado una bomba de relojería, y que lo más probable es que las estirpes de bacterias resistentes a los antibióticos, los llamados supermicrobios, provoquen una reaparición de aquellas enfermedades, y puede que de las epidemias. Según el Journal of the American Medical Association, el tratamiento médico es la tercera causa de fallecimientos en Estados Unidos, después de las enfermedades cardíacas y el cáncer. La homeopatía y la medicina china son dos ejemplos de posibles enfoques alternativos, que no tratan a la enfermedad como a un enemigo y, por lo tanto, no crean nuevas enfermedades. La guerra es una postura mental, y toda acción surgida de semejante postura
mental, o bien reforzará al enemigo, al mal percibido, o bien, si se gana la guerra, creará un nuevo enemigo, un nuevo rival igual y a menudo peor que el derrotado. Hay una profunda interrelación entre tu estado de conciencia y la realidad externa. Cuando estás en las garras de una postura mental como la de la «guerra», tus percepciones se vuelven sumamente selectivas y distorsionadas. En otras palabras, solo verás lo que quieras ver, y después lo malinterpretarás. Es fácil prever qué tipo de acciones produce semejante sistema de autoengaño. O, en lugar de imaginarlo, basta con mirar los telediarios. Reconoce el ego como lo que es: una disfunción colectiva, la locura de la mente humana. Cuando lo reconoces como lo que es, dejas de confundirlo con la identidad de alguien. Cuando ves el ego como lo que es, resulta mucho más fácil no reaccionar a él. Ya no te lo tomas como algo personal. No hay quejas, culpas, acusaciones ni descalificaciones. Nadie está equivocado. Solo lo está el ego de alguien. Cuando te das cuenta de que todos sufren la misma enfermedad de la mente, algunos con más gravedad que otros, surge la compasión. Ya no alimentas más el drama que forma parte de todas las relaciones egóticas. ¿Cuál es su alimento? La tendencia a reaccionar en lugar de actuar. El ego se nutre de ella.
¿QUIERES PAZ O DRAMA?
Quieres paz. No hay nadie que no desee paz. Pero hay algo dentro de ti que quiere drama, que quiere conflicto. Quizá no seas capaz de sentirlo en este momento. Quizá tengas que esperar a que una situación o un simple pensamiento provoque una reacción en ti: alguien que te acusa de esto o de aquello, que no reconoce tus méritos, que invade tu territorio, que critica tu manera de hacer las cosas, que discute de dinero… ¿Puedes sentir la tremenda oleada de fuerza que te recorre, el miedo, tal vez enmascarado por la ira o la hostilidad? ¿Oyes tu propia voz que se pone ronca o chillona, o más fuerte y más grave? ¿Te das cuenta de cómo se apresura tu mente a defender su posición, a justificar, atacar, culpar? En otras palabras, ¿puedes ser consciente en ese momento de inconsciencia? ¿Puedes sentir que hay en ti algo que está en guerra, algo que se siente amenazado y quiere sobrevivir a toda costa, que necesita el drama para afirmar su identidad de personaje victorioso en esta
producción teatral? ¿Sientes que hay en ti algo que prefiere tener razón a estar en paz?
MÁS ALLÁ DEL EGO: LA VERDADERA IDENTIDAD Cuando el ego está en guerra, no es más que una ilusión que lucha por persistir. Esa ilusión cree que es tú. Al principio no es fácil estar ahí como la Presencia testigo, sobre todo cuando el ego está en modo de supervivencia o se ha activado alguna pauta emocional del pasado, pero en cuanto has tenido ocasión de probarlo, el poder de tu Presencia crecerá y el ego aflojará su presa sobre ti. Y así surge en tu vida un poder que es mucho más grande que el ego, más grande que la mente. Lo único que hace falta para liberarse del ego es ser consciente de él, porque la conciencia y el ego son incompatibles. La conciencia es el poder oculto tras el momento presente. Por eso también podemos llamarlo Presencia. El propósito último de toda existencia humana es traer ese poder al mundo. Y por eso no puede convertirse la liberación del ego en un objetivo que se espera alcanzar en algún momento futuro. Solo la Presencia puede liberarte del ego, y tú solo puedes estar presente ahora, no ayer ni mañana. Solo la Presencia puede deshacer el pasado en ti y así transformar tu estado de conciencia. ¿Qué es la conciencia espiritual? ¿Creer que eres espíritu? No, eso es un pensamiento. Está un poco más cerca de la verdad que el pensamiento que cree que tú eres quien dice tu certificado de nacimiento, pero sigue siendo un pensamiento. La conciencia espiritual consiste en ver claramente que lo que percibimos, experimentamos, pensamos o sentimos no es lo que somos, que no podemos encontrarnos a nosotros mismos en todas esas cosas que son pasajeras. Probablemente, Buda fue el primer ser humano que vio esto con claridad, y por eso el anata (el «no yo») se convirtió en uno de los puntos centrales de su enseñanza. Y cuando Jesús dijo «Niégate a ti mismo», lo que quería decir era: niega la ilusión del yo (y así la desharás). Si el yo —el ego— fuera verdaderamente lo que soy, sería absurdo «negarlo». Lo que queda es la luz de la conciencia, en la que van y vienen las percepciones, experiencias, pensamientos y sentimientos. Eso es el Ser, ese es el yo auténtico y
profundo. Cuando me conozco de ese modo, lo que ocurre en mi vida ya no tiene importancia absoluta, solo relativa. Lo acepto, pero pierde su seriedad absoluta, su peso. En definitiva, lo único que importa es esto: ¿puedo sentir en todo momento mi Ser esencial, el Yo Soy, en el fondo de mi vida? Para ser más precisos, ¿puedo sentir el Yo Soy que soy yo en este momento? ¿Puedo sentir mi identidad esencial como la conciencia misma? ¿O me estoy perdiendo en lo que ocurre, en la mente, en el mundo?
TODAS LAS ESTRUCTURAS SON INESTABLES Cualquiera que sea la forma que adopte el refuerzo, el impulso inconsciente que mueve el ego es reforzar la imagen de quien yo creo que soy, el yo fantasma que empezó a existir cuando el pensamiento —una gran bendición y a la vez una gran maldición— se hizo con el poder y oscureció la simple pero profunda alegría de estar en contacto con el Ser, la Fuente, Dios. Sea cual sea la conducta que el ego manifiesta, la fuerza motivadora oculta es siempre la misma: la necesidad de destacar, de ser especial, de tener el control; la necesidad de poder, de atención, de más. Y, por supuesto, la necesidad de sentir una sensación de separación; es decir, la necesidad de oposición, de enemigos. El ego siempre quiere algo de los demás o de las situaciones. Siempre existe una motivación oculta, siempre existe una sensación de «todavía no es bastante», de insuficiencia, de carencia que hay que llenar. Utiliza a la gente y las situaciones para conseguir lo que quiere, e, incluso cuando lo logra, nunca queda satisfecho durante mucho tiempo. Muchas veces se ve frustrado en sus intentos, y casi siempre la brecha que existe entre «lo que quiero» y «lo que hay» se convierte en una constante fuente de disgusto y angustia. La famosa y ya clásica canción «(I Can’t Get No) Satisfaction» es la canción del ego. La emoción básica que gobierna toda la actividad del ego es el miedo. El miedo a no ser nadie, el miedo a no existir, el miedo a la muerte. Todas sus actividades están concebidas en último término para eliminar este miedo, pero lo máximo que puede hacer el ego es taparlo temporalmente con una relación íntima, una nueva posesión, una victoria en esto o en lo otro. Una ilusión nunca podrá satisfacerte. Solo la verdad de lo que eres, si llegas
a ella, te hará libre. ¿Por qué el miedo? Porque el ego surge de la identificación con la forma, y en el fondo sabe que ninguna forma es permanente, que todas son efímeras. Así que siempre hay una sensación de inseguridad alrededor del ego, aunque por fuera parezca lleno de confianza. Una vez iba yo paseando con un amigo por una bella reserva natural cerca de Malibú (California) y llegamos a las ruinas de una casa rural destruida por un incendio varias décadas antes. Al acercarnos a las ruinas, cubiertas de árboles y toda clase de magníficas plantas, vimos un letrero colocado por las autoridades del parque al lado del sendero. Decía: PELIGRO. TODAS LAS ESTRUCTURAS SON INESTABLES. Le dije a mi amigo: «Esa es una sutra [escritura sagrada] muy profunda», y nos quedamos en actitud reverencial. Cuando somos conscientes de que todas las estructuras (o formas) son inestables, hasta las que parecen más materiales y sólidas, y lo aceptamos surge la paz en nuestro interior. Y es porque la conciencia de la impermanencia de todas las formas nos hace despertar a la dimensión de la no forma que hay en nosotros. Jesús lo llamaba «la vida eterna».
LA NECESIDAD DEL EGO DE SENTIRSE SUPERIOR Hay muchas formas de ego sutiles y poco evidentes que es posible observar en otras personas y, lo que es más importante, en uno mismo. En el momento en que nos hacemos conscientes del ego que hay en nosotros, esa incipiente conciencia es lo que somos más allá del ego, el «yo» profundo. La conciencia de lo falso es ya la manifestación de lo real. Por ejemplo, estás a punto de contarle a alguien lo que acaba de ocurrir: «¿Te has enterado? ¿No lo sabes todavía? Te lo voy a contar». Si estás lo bastante alerta, lo bastante presente, puede que seas capaz de detectar una sensación momentánea de satisfacción en tu interior justo antes de comunicar la noticia, aunque sea una mala noticia. Se debe a que, por un breve momento, a los ojos del ego hay un desequilibrio a tu favor entre tú y la otra persona. Durante ese breve momento, tú sabes más que el otro. La satisfacción que sientes es del ego, y se debe a tener una sensación de yo más fuerte, en relación con la otra persona. Aunque se trate del
presidente o del papa, en ese momento te sientes superior porque tú sabes más. Muchas personas son adictas al cotilleo, en parte por esta razón. Además, el cotilleo suele incluir un elemento de crítica maliciosa y de juzgar a los demás, y eso también refuerza el ego gracias a la implícita pero imaginaria superioridad moral que sientes cuando aplicas un juicio negativo a alguien. Si alguien tiene más, sabe más o puede hacer más que yo, el ego se siente amenazado porque la sensación de «menos» hace disminuir su sensación imaginaria del yo en relación con el otro. Entonces puede intentar restaurarse disminuyendo, criticando o rebajando de algún modo el valor de las posesiones, conocimientos o habilidades de la otra persona. En otros casos, el ego puede cambiar de estrategia y, en lugar de competir con la otra persona, se ensalza a sí mismo por asociación con dicha persona, si esta es importante a los ojos de otros.
EL EGO Y LA FAMA El conocido fenómeno de «dejar caer nombres», la mención como de pasada de la gente que conoces, forma parte de la estrategia del ego para adquirir una identidad superior a los ojos de los demás y, por lo tanto, a sus propios ojos, por asociación con alguien «importante». La maldición de ser famoso en este mundo es que lo que eres queda totalmente eclipsado por una imagen mental colectiva. Casi todas las personas con las que te encuentras quieren realzar su identidad —la imagen mental de lo que son— por asociación contigo. Es posible que ni ellos mismos sepan que tú no les interesas nada, que solo les interesa reforzar su ficticia sensación del yo. Creen que por medio de alguien famoso pueden ser más. Pretenden completarse a sí mismos por su intermedio, o más bien por medio de la imagen mental que tienen de él como persona famosa, una identidad conceptual colectiva más grande de lo normal. La absurda sobrevaloración de la fama es una de las muchas manifestaciones de la locura egótica en nuestro mundo. Algunas personas famosas caen en el mismo error y se identifican con la ficción colectiva, la imagen de ellas que el público y los medios de comunicación han creado, y empiezan a verse a sí mismas como superiores a los mortales ordinarios. Como consecuencia, se distancian cada vez más de sí mismas y
de los demás, se vuelven cada vez más infelices, cada vez más dependientes de su continua popularidad. Rodeadas solo por personas que alimentan su imagen inflada por el ego, se vuelven incapaces de mantener relaciones auténticas. Albert Einstein, que era admirado y considerado casi sobrehumano, y cuyo destino era convertirse en una de las personas más famosas del planeta, nunca se identificó con la imagen de él que la mente colectiva había creado. Siguió siendo humilde, sin ego. De hecho, hablaba de «una grotesca contradicción entre lo que la gente considera que son mis logros y capacidades y la realidad de quién soy y de lo que soy capaz».5 Por eso es difícil que una persona famosa entable una relación auténtica con otros. Una relación auténtica es la que no está dominada por el ego, con su fabricación de imágenes y su búsqueda del propio yo. En una relación auténtica hay un flujo hacia afuera de atención manifiesta y alerta hacia la otra persona, en la que no hay ningún deseo. Esa atención alerta es la Presencia. Es el requisito previo para toda relación auténtica. El ego siempre desea algo, y si cree que no puede obtener nada del otro se mantiene en un estado de completa indiferencia. Tú no le importas. Y así, los tres estados predominantes de las relaciones egóticas son: el deseo, el deseo frustrado (ira, resentimiento, acusación, quejas) y la indiferencia.
4 Representar papeles: las múltiples caras del ego Un ego que quiere algo de otro —¿y qué ego no quiere algo?— suele representar algún tipo de papel para lograr que se satisfagan sus «necesidades», ya sea una ganancia material, una sensación de poder, de superioridad o de ser especial, o algún tipo de gratificación, ya sea física o psicológica. Por lo general, la gente es completamente inconsciente de los papeles que representa. Ellos son esos papeles. Algunos papeles son sutiles; otros son descaradamente obvios, excepto para la persona que los representa. Algunos papeles están ideados simplemente para atraer la atención de los demás. El ego se alimenta de la atención de los otros, que, al fin y al cabo, es una forma de energía psíquica. El ego no sabe que la fuente de toda energía está en el interior, y por eso la busca fuera. Lo que el ego busca no es la atención sin forma que es la Presencia, sino atención en cualquier forma, como reconocimiento, elogio, admiración, o solo ser tenido en cuenta de algún modo, que se reconozca su existencia. Una persona tímida que teme la atención de los demás no está libre de ego, sino que tiene un ego ambivalente que quiere y teme, al mismo tiempo, la atención de los demás. Lo que teme es que la atención adopte la forma de desaprobación o crítica; es decir, algo que disminuya el sentido del yo en lugar de realzarlo. Y así, el miedo de la persona tímida a la atención es mayor que su necesidad de atención. La timidez suele ir acompañada de un concepto de uno mismo predominantemente negativo: uno se cree inadecuado. Todo sentido conceptual del yo —verse uno mismo como esto o aquello— es ego, ya sea predominantemente positivo (soy el más grande) o negativo (no sirvo para nada). Detrás de todo concepto positivo de uno mismo está el miedo oculto a no ser lo bastante bueno. Detrás de todo concepto negativo de uno mismo está el deseo oculto de ser el más grande o mejor que otros. Detrás de la sensación de confianza del ego y su continua necesidad de superioridad está el miedo inconsciente a ser inferior. Y a la inversa, el ego tímido e inadecuado que se siente inferior tiene un fuerte deseo oculto de superioridad. Muchas personas fluctúan entre sentimientos de inferioridad y de superioridad, según las situaciones o las personas
con las que entran en contacto. Lo único que necesitas saber y observar en ti mismo es esto: siempre que te sientes superior o inferior a alguien, es el ego que llevas dentro.
VILLANO, VÍCTIMA, AMANTE Cuando algunos egos no pueden conseguir elogios o admiración, se conforman con otras formas de atención y representan papeles para atraerlas. Si no pueden obtener atención positiva, tal vez busquen atención negativa, por ejemplo, provocando una reacción negativa en otra persona. Algunos lo hacen ya desde niños: se portan mal para atraer atención. La representación de papeles negativos se vuelve particularmente acusada cuando el ego está magnificado por un cuerpo-dolor activo; es decir, un dolor emocional del pasado que quiere renovarse a base de experimentar más dolor. Algunos egos cometen crímenes en su búsqueda de la fama. Buscan la atención por medio de la notoriedad y la condena de los demás. «Por favor, decidme que existo, que no soy insignificante», parecen decir. Estas formas patológicas del ego son solo versiones más extremas de los egos normales. Un papel muy corriente es el de víctima, y la forma de atención que busca es la compasión, la piedad o el interés de otros por sus propios problemas, «yo y mi historia». Verse a sí mismo como víctima es un elemento de muchos patrones egóticos de conducta, como quejarse, sentirse ofendido, insultado, etc. Por supuesto, en cuanto me identifico con una historia en la que me he asignado el papel de víctima, ya no quiero que termine, y así, como sabe todo terapeuta, el ego no quiere que se ponga fin a sus «problemas» porque estos son parte de su identidad. Si nadie escucha mi triste historia, me la repetiré a mí mismo en mi cabeza, una y otra vez, y sentiré lástima de mí mismo, y así tendré una identidad, la de alguien que está siendo tratado injustamente por la vida, por otras personas, por el destino o por Dios. Eso da definición a mi imagen del yo, me convierte en alguien, y eso es lo único que le importa al ego. En las primeras etapas de muchas relaciones de las llamadas sentimentales, es muy común representar papeles para atraer y retener a esa persona que el ego percibe como «la que me va a hacer feliz, me va a hacer sentir especial y va a
satisfacer todas mis necesidades». «Yo representaré lo que tú quieres que sea, y tú representarás lo que yo quiero que seas»: ese es el acuerdo tácito e inconsciente. Sin embargo, representar un papel es un trabajo duro, y por eso estos papeles no se pueden mantener indefinidamente, sobre todo cuando empezáis a vivir juntos. Cuando los personajes se desvanecen, ¿qué veis? Por desgracia, en la mayoría de los casos, no veis la verdadera esencia de ese ser, sino lo que cubre la verdadera esencia: el ego en bruto, despojado de sus papeles, con su cuerpo-dolor y sus deseos frustrados, que ahora se transforman en ira, muy probablemente dirigida al cónyuge o pareja por no haber sido capaz de eliminar el miedo subyacente y la sensación de carencia que forman parte intrínseca del sentido egótico del yo. Lo que se suele llamar «enamorarse» es, en la mayoría de los casos, una intensificación del deseo y la necesidad del ego. Te vuelves adicto a otra persona, o más bien a tu imagen de esa persona. No tiene nada que ver con el verdadero amor, que no incluye ningún tipo de deseo. El idioma español es el más sincero en lo referente a los conceptos convencionales del amor. «Te quiero» significa «deseo tenerte» además de «te amo». La otra expresión, «te amo», que no tiene esta ambigüedad, casi nunca se utiliza, puede que porque el amor verdadero tampoco se da casi nunca.
LIBRARSE DE LAS AUTODEFINICIONES Cuando las culturas tribales evolucionaron hasta convertirse en las antiguas civilizaciones, algunas funciones empezaron a ser asignadas a ciertas personas: gobernante, sacerdote o sacerdotisa, guerrero, agricultor, mercader, artesano, peón, etc. Se desarrolló un sistema de clases. La función —con la que, en la mayoría de los casos, se nacía— determinaba la identidad, determinaba quién era alguien a los ojos de los demás y también a sus propios ojos. La función se convertía en un papel, pero no se consideraba un papel: uno era eso, o creía que lo era. Solo unos pocos seres de la antigüedad, como Buda o Jesús, veían la irrelevancia esencial de la casta o la clase social, la reconocían como una identificación con una forma y veían que dicha identificación con lo condicionado y lo temporal eclipsaba la luz de lo incondicionado y eterno que brilla en cada ser humano.
En nuestro mundo contemporáneo, las estructuras sociales son menos rígidas, están menos definidas que antes. Por supuesto, la mayoría de la gente sigue estando condicionada por su entorno, pero ya no se les asigna automáticamente una función, y con ella una identidad. De hecho, en el mundo moderno, cada vez hay más personas confusas, que no saben dónde encajan, cuál es su propósito y ni siquiera quiénes son. Yo suelo felicitar a la gente que me dice: «Ya no sé quién soy». Ellos se quedan perplejos y me preguntan: «¿Estás diciendo que es bueno estar confuso?». Yo les pido que investiguen. ¿Qué significa estar confuso? «No sé» no es confusión. Confusión es «No sé, pero debería saber», o «No sé, pero necesito saber». ¿Es posible librarse de la creencia de que deberías saber o necesitas saber quién eres? En otras palabras, ¿puedes dejar de buscar definiciones conceptuales que te den un sentido del yo? ¿Puedes dejar de buscar una identidad en el pensamiento? Cuando renuncias a creer que deberías o necesitas saber quién eres, ¿qué ocurre con la confusión? Desaparece de pronto. Cuando aceptas plenamente que no sabes, entras en un estado de paz y claridad que está más cerca de lo que verdaderamente eres que ningún pensamiento. Definirte por medio del pensamiento es limitarte.
PAPELES PREESTABLECIDOS Naturalmente, diferentes personas cumplen diferentes funciones en este mundo. No podría ser de otro modo. En lo referente a las capacidades intelectuales y físicas — conocimiento, habilidades, talento y niveles de energía— los seres humanos varían mucho. Lo que importa de verdad no es qué función desempeñamos en este mundo, sino si nos identificamos en tal medida con nuestra función que esta se apodera de nosotros y se convierte en un papel que representamos. Cuando representamos papeles, estamos inconscientes. Cuando te ves representando un papel, ese reconocimiento crea un espacio entre tú y el papel. Cuando estás completamente identificado con un papel, confundes una pauta de conducta con lo que eres, y te tomas a ti mismo muy en serio. Además, asignas automáticamente papeles a otros, de acuerdo con el tuyo. Por ejemplo, cuando acudes a médicos que están totalmente identificados con su papel, para ellos no somos seres humanos, sino pacientes o casos clínicos.
Aunque las estructuras sociales del mundo contemporáneo son menos rígidas que las de las culturas antiguas, todavía existen muchas funciones o papeles preestablecidos con los que la gente se identifica de buena gana y que pasan a formar parte del ego. Esto hace que las interacciones humanas sean poco auténticas, deshumanizadas, alienantes. Estos papeles preestablecidos pueden darte una sensación de identidad reconfortante, pero a la larga te pierdes en ellos. Las funciones de las personas en las organizaciones jerárquicas —como el ejército, la Iglesia, las instituciones del gobierno o las grandes empresas— tienden fácilmente a convertirse en identidades basadas en un papel. Las interaccionas humanas auténticas se vuelven imposibles cuando te pierdes en un papel. Algunos papeles preestablecidos podrían considerarse arquetipos sociales. Mencionemos solo unos cuantos: el ama de casa de clase media (ya no tan predominante como antes, pero todavía muy extendido); el macho duro; la seductora; el artista o intérprete «inconformista»; la persona «de cultura» (un papel muy corriente en Europa) que exhibe sus conocimientos de literatura, bellas artes y música como otros podrían exhibir un traje o un coche muy caros. Y también el papel universal del adulto. Cuando representas ese papel, te tomas a ti mismo y a la vida muy en serio. La espontaneidad, la despreocupación y la alegría no forman parte de ese papel. El movimiento hippie que se originó en la costa Oeste de Estados Unidos en los años sesenta y después se extendió a todo el mundo occidental, surgió del rechazo por parte de muchos jóvenes de los arquetipos sociales, los papeles, las pautas preestablecidas de conducta y las estructuras sociales y económicas basadas en el ego. Se negaron a representar los papeles que sus padres y la sociedad querían imponerles. Significativamente, esto coincidió con los horrores de la guerra de Vietnam, en la que murieron más de 57.000 jóvenes norteamericanos y tres millones de vietnamitas, y en la que la locura del sistema y la estructura mental subyacente quedaron expuestas a la vista de todos. Mientras que en los años cincuenta la mayoría de los norteamericanos era todavía sumamente conformista en ideas y conducta, en los sesenta hubo millones de personas que empezaron a rechazar su identificación con una identidad conceptual colectiva, porque la locura colectiva era muy obvia. El movimiento hippie representó una relajación de las estructuras egóticas, hasta entonces tan rígidas, en la psique de la humanidad. El movimiento
mismo degeneró y terminó, pero dejó detrás una apertura, y no solo en aquellos que habían formado parte del movimiento. Esto hizo posible que la antigua sabiduría y espiritualidad oriental pasara a Occidente y desempeñara una función trascendental en el despertar de la conciencia global.
PAPELES TEMPORALES Si estás lo bastante despierto, lo bastante consciente para poder observar cómo interactúas con otras personas, puedes detectar sutiles cambios en tu modo de hablar, tu actitud y tu comportamiento, según la persona con la que estás interactuando. Al principio será más fácil observar esto en otros; después, podrás detectarlo también en ti. Tu manera de hablar con el presidente de la empresa puede ser distinta, de modo sutil, de tu forma de hablar con el conserje. No hablas igual con un niño que con un adulto. ¿Por qué es así? Porque representas un papel. No eres tú mismo, ni con el presidente ni con el conserje ni con el niño. Cuando entras en una tienda a comprar algo, cuando vas a un restaurante, al banco, a la oficina de correos, es probable que adoptes papeles sociales preestablecidos. Te conviertes en un cliente, y hablas y actúas como tal. Y es posible que el dependiente o el camarero, que también están representando un papel, te traten como a un cliente. Entre dos seres humanos entra en juego una serie de patrones de conducta condicionados que determinan la naturaleza de la interacción. En lugar de seres humanos, son imágenes mentales conceptuales las que interactúan. Cuanto más identificada está la gente con sus respectivos papeles, menos auténticas son las relaciones. Tienes una imagen mental, no solo de quién es la otra persona, sino también de quién eres tú, sobre todo en relación con la persona con la que estás interactuando. Así que tú no te estás relacionando con esa persona, sino que quien tú piensas que eres se está relacionando con quien tú piensas que es la otra persona, y viceversa. La imagen conceptual de ti que tu mente ha creado se está relacionando con otra creación de tu mente, que es la imagen que ha creado de la otra persona. Probablemente, la mente de la otra persona ha hecho lo mismo, de modo que toda interacción egótica entre dos personas es en realidad una interacción entre cuatro identidades conceptuales creadas por las mentes, que en definitiva son ficciones. Por
eso no es sorprendente que haya tanto conflicto en las relaciones. No existe auténtica relación.
EL MONJE DE LAS PALMAS SUDOROSAS Kasan, monje y maestro zen, iba a oficiar en el funeral de un famoso aristócrata. Mientras esperaba la llegada del gobernador de la provincia y de otros nobles, notó que le sudaban las palmas de las manos. Al día siguiente, reunió a sus discípulos y les confesó que aún no estaba preparado para ser un buen maestro. Les explicó que todavía le faltaba la facultad de comportarse igual con todos los seres humanos, ya fueran mendigos o reyes. Todavía era incapaz de ver más allá de los papeles sociales y las identidades conceptuales y ver la igualdad del Ser en todos los humanos. A continuación, se marchó y se hizo discípulo de otro maestro. Volvió con sus antiguos discípulos ocho años después, ya iluminado.
EL PAPEL DE FELIZ FRENTE A LA VERDADERA FELICIDAD «¿Qué tal estás?» «Estupendamente. No podría estar mejor.» ¿Verdadero o falso? En muchos casos, la felicidad es un papel que la gente representa, y detrás de la fachada sonriente hay una gran cantidad de dolor. La depresión, las crisis nerviosas y las reacciones excesivas son cosa corriente cuando la infelicidad se oculta tras un exterior sonriente y unos dientes blancos y relucientes, cuando uno niega, incluso a sí mismo, que existe mucha infelicidad. «Estoy muy bien» es un papel que el ego representa con más frecuencia en Estados Unidos que en otros países donde ser y parecer desgraciado es casi la norma y, por lo tanto, más aceptable socialmente. Probablemente será una exageración, pero me han dicho que en la capital de un país nórdico corres el riesgo de que te detengan por ir borracho si sonríes a los desconocidos por la calle. Si hay infelicidad en ti, lo primero que necesitas hacer es reconocer que está ahí. Pero no digas: «Soy desgraciado». La infelicidad no tiene nada que ver con lo que tú eres. Di: «Hay infelicidad en mí». Y después investígalo. Puede que tenga que ver
con una situación en la que te encuentras. Puede que sea necesario emprender acciones para cambiar la situación o para salirte de ella. Si no puedes hacer nada, afróntalo y di: «Bueno, pues así están las cosas en este momento. Puedo aceptarlo o sentirme desdichado». La causa primaria de infelicidad no es nunca la situación, sino lo que piensas acerca de ella. Sé consciente de los pensamientos que estás pensando. Sepáralos de la situación, que es siempre neutral, que siempre es como es. Aquí está la situación o el hecho, y aquí están mis pensamientos acerca del asunto. En lugar de inventar historias, cíñete a los hechos. Por ejemplo, «estoy arruinado» es una historia, una interpretación. Te limita y te impide emprender acciones eficaces. «Tengo cincuenta céntimos en mi cuenta bancaria» es un hecho. Afrontar los hechos siempre da fuerza. Sé consciente de que, en gran medida, lo que piensas crea las emociones que sientes. Observa la conexión entre tus pensamientos y tus emociones. En lugar de ser esos pensamientos y emociones, sé la conciencia que hay detrás. No busques la felicidad. Si la buscas, no la encontrarás, porque buscar es la antítesis de la felicidad. La felicidad es siempre evasiva, pero ahora es posible liberarse de la infelicidad afrontando lo que hay, en lugar de inventar historias sobre ello. La infelicidad anula tu estado natural de bienestar y paz interior, la fuente de la auténtica felicidad.
PATERNIDAD: ¿PAPEL O FUNCIÓN? Muchos adultos representan papeles cuando hablan con niños. Utilizan palabras y sonidos tontos. Hablan con aires de superioridad al niño, desde arriba. No lo tratan como a un igual. El hecho de que, por el momento, sepas más o seas más grande no significa que el niño no sea tu igual. La mayoría de los adultos, en algún momento de su vida, se encuentra con que es padre o madre, uno de los papeles más universales. La cuestión más importante es: ¿eres capaz de cumplir la función de padre y cumplirla bien, sin identificarte con esa función, es decir, sin que se convierta en un papel? Parte de la función necesaria de los padres es atender a las necesidades del niño, evitando que se meta en peligros y, a veces, diciéndole al niño lo que tiene o no tiene que hacer. Pero cuando ser padre se convierte en una identidad, cuando tu sentido del yo se basa totalmente o en gran medida en ello, la función se sobreactúa,
se vuelve exagerada y se apodera de ti. Dar a los niños lo que necesitan, cuando uno se excede, se convierte en malcriarlos. Evitar que corran peligros se convierte en una sobreprotección que resulta perjudicial para su necesidad de explorar el mundo y probar cosas por sí mismos. Decir a los niños lo que deben o no deben hacer se convierte en control absoluto, en opresión. Y lo que es más: la identidad basada en el papel se mantiene en su sitio mucho después de que haya pasado la necesidad de esas funciones particulares. Entonces los padres no pueden dejar de ser padres ni siquiera cuando el niño se ha hecho adulto. No pueden librarse de la necesidad de ser necesitados por sus hijos. Incluso cuando el hijo tiene cuarenta años, los padres no pueden renunciar a la idea de «Yo sé lo que más te conviene». Siguen representando compulsivamente el papel de padres, y así no hay auténtica relación. Los padres se definen a sí mismos como ese papel, e inconscientemente tienen miedo de perder la identidad cuando dejen de ser padres. Si se frustra su deseo de controlar o influir en las acciones de sus hijos adultos —como suele suceder—, empiezan a criticar o muestran su desaprobación, o procuran que el hijo se sienta culpable, todo en un intento inconsciente de conservar su papel, su identidad. En la superficie parece que están preocupados por su hijo, y ellos mismos así lo creen, pero en realidad solo les importa mantener su papelidentidad. Todas las motivaciones egóticas son autoafirmación e interés propio, a veces hábilmente disfrazado, incluso para la persona en la que actúa el ego. Una madre o un padre que se identifica con el papel parental puede intentar también hacerse más completo por medio de los hijos. La necesidad que tiene el ego de manipular a otros para remediar la sensación de carencia que siente continuamente se dirige entonces hacia los hijos. Si las suposiciones y motivaciones, casi todas inconscientes, que hay detrás de la compulsión de los padres a manipular a sus hijos, se hicieran conscientes y se dijeran en voz alta, probablemente incluirían muchas de las frases siguientes: «Quiero que logres lo que yo nunca logré. Quiero que seas algo a los ojos del mundo, para que yo también pueda ser algo por mediación tuya. No me decepciones, he sacrificado mucho por ti. Mi desaprobación pretende hacer que te sientas tan culpable e incómodo que al final accederás a mis deseos. Y ni que decir tiene que yo sé qué es lo que más te conviene. Te quiero y seguiré queriéndote si haces lo que yo sé que te conviene más». Cuando haces conscientes esas motivaciones inconscientes, te das cuenta
inmediatamente de lo absurdas que son. El ego que está detrás de ellas se hace visible, y también su disfunción. Algunos padres con los que he hablado se daban cuenta de repente. «Dios mío, ¿es eso lo que he estado haciendo?» En cuanto ves lo que estás o has estado haciendo, ves también su futilidad, y entonces esa pauta inconsciente se termina sola. La conciencia es el mayor agente de cambio. Si tus padres te están haciendo esto, no les digas que están inconscientes y en las garras del ego. Lo más probable es que eso los haga aún más inconscientes, porque el ego adoptará una postura defensiva. Basta con que tú reconozcas que es su ego, que no son ellos. Las pautas egóticas, hasta las más duraderas, a veces se disuelven casi milagrosamente cuando no te opones a ellas interiormente. La oposición solo les da fuerza renovada. Pero, aunque no desaparezcan, tú puedes aceptar el comportamiento de tus padres con compasión, sin necesidad de reaccionar en contra, es decir, sin personalizarlo. Sé consciente también de tus propias suposiciones o expectativas inconscientes, que están detrás de tus viejas reacciones habituales: «Mis padres deberían aprobar lo que hago. Deberían comprenderme y aceptarme como soy». ¿De verdad? ¿Por qué deberían hacerlo? Lo cierto es que no lo hacen porque no pueden. Su conciencia en desarrollo todavía no ha dado el salto cuántico al nivel de consciencia despierta. Aún no son capaces de dejar de identificarse con su papel. «Sí, pero no puedo sentirme feliz y cómodo con lo que soy si no tengo su aprobación y comprensión.» ¿De verdad? ¿Qué importancia real tiene su aprobación o desaprobación para ser quienes somos? Todas estas suposiciones no analizadas causan mucha emoción negativa, mucha infelicidad innecesaria. Mantente alerta. ¿Algunos de los pensamientos que pasan por tu mente son la voz interiorizada de tu padre o de tu madre, que tal vez dice algo parecido a «No eres bastante bueno. Nunca serás nada», o algún otro juicio o postura mental? Si hay conciencia en ti, serás capaz de reconocer esa voz en tu cabeza como lo que es: un pensamiento antiguo, condicionado por el pasado. Si hay conciencia en ti, ya no necesitas creer en todos los pensamientos que piensas. Es un pensamiento antiguo y nada más. La conciencia significa Presencia, y solo la Presencia puede disolver tu pasado inconsciente. «Si crees que estás tan iluminado —decía Ram Dass—, ve a pasar una semana con tus padres.» Es un buen consejo. La relación con tus padres no solo es la
relación primordial que marca el tono para todas las relaciones posteriores; es también una buena prueba de tu grado de Presencia. Cuanto más pasado compartido hay en una relación, más presente hay que estar; de lo contrario, te verás obligado a revivir el pasado una y otra vez.
SUFRIMIENTO CONSCIENTE Si tienes hijos pequeños, ayúdalos, oriéntalos y protégelos todo lo que puedas, pero aún más importante es que les dejes espacio, espacio para ser. Vienen a este mundo a través de ti, pero no son «tuyos». La creencia «Yo sé lo que más te conviene» puede ser cierta cuando son muy pequeños, pero cuanto más crecen, menos cierta es. Cuantas más expectativas tengas sobre cómo debe desarrollarse su vida, más estarás en tu mente en lugar de estar presente para ellos. Con el tiempo, cometerán errores y experimentarán alguna forma de sufrimiento, como todos los humanos. De hecho, quizá solo sean errores desde tu punto de vista. Lo que para ti es un error puede ser exactamente lo que necesitan hacer o experimentar tus hijos. Dales toda la ayuda y orientación posibles, pero date cuenta de que a veces también debes dejar que cometan errores, sobre todo cuando empiezan a acercarse a la edad adulta. En ocasiones, también tendrás que dejar que sufran. El sufrimiento puede llegarles inesperadamente o como consecuencia de sus propios errores. ¿No sería maravilloso poder evitarles todo sufrimiento? Pues no, no lo sería. No evolucionarían como seres humanos y seguirían siendo superficiales, identificados con la forma externa de las cosas. El sufrimiento nos hace ahondar en nuestro ser. La paradoja es que el sufrimiento está causado por la identificación con la forma, pero erosiona la identificación con la forma. En gran parte está causado por el ego, aunque a la larga el sufrimiento destruye el ego… pero no hasta que suframos conscientemente. La humanidad está destinada a superar el sufrimiento, pero no de la manera que piensa el ego. Una de las muchas suposiciones erróneas del ego, uno de sus muchos pensamientos engañosos, es «Yo no tendría que sufrir». A veces, la idea se transfiere a alguien íntimo: «Mi hijo no tendría que sufrir». Ese pensamiento es precisamente la raíz del sufrimiento. El sufrimiento tiene un noble propósito: la evolución de la
conciencia y la disolución del ego. El hombre crucificado es una imagen arquetípica. Es todo hombre y toda mujer. Si te resistes al sufrimiento, el proceso es lento, porque la resistencia crea más ego que hay que disolver. Pero cuando aceptas el sufrimiento, hay una aceleración del proceso, provocada por el hecho de que sufres conscientemente. Puedes aceptar el sufrimiento para ti mismo o para otros, como tu hijo o tus padres. En medio del sufrimiento consciente está ya la transmutación. El fuego del sufrimiento se convierte en la luz de la conciencia. El ego dice «Yo no tendría que sufrir», y ese pensamiento te hace sufrir mucho más. Es una tergiversación de la verdad, que siempre es paradójica. La verdad es que necesitas decir sí al sufrimiento para poder trascenderlo.
PATERNIDAD CONSCIENTE Muchos hijos ocultan rencores y resentimientos para con sus padres, y muchas veces la causa es la no autenticidad de la relación. El hijo tiene un profundo deseo de que los padres estén ahí como seres humanos, no como un papel, por muy concienzudamente que se represente ese papel. Puedes estar haciendo todo lo correcto, todo lo mejor que puedes hacer por tu hijo, pero hacer lo mejor que puedas no es suficiente. De hecho, hacer nunca es suficiente si descuidas el Ser. El ego no sabe nada del Ser, pero cree que podrás salvarte a base de hacer. Si estás en las garras del ego, crees que haciendo más y más acabarás acumulando suficientes «actos» para sentirte completo en algún tiempo futuro. Pues no es así. Solo te perderás haciendo cosas. La civilización entera se está perdiendo a base de hacer cosas que no tienen sus raíces en el Ser y que, por lo tanto, se vuelven fútiles. ¿Cómo introduces el Ser en la vida de una familia atareada, en tu relación con tu hijo? La clave está en darle atención al hijo. Hay dos clases de atención. A la primera podríamos llamarla atención basada en la forma. La otra es la atención sin forma. La atención basada en la forma está siempre relacionada de algún modo con hacer o evaluar. «¿Has hecho tus deberes? Cómete la cena. Ordena tu habitación. Cepíllate los dientes. Haz esto. Deja de hacer eso. Date prisa, prepárate.» ¿Qué es lo siguiente que tenemos que hacer? Esta pregunta viene a resumir la vida familiar en muchos hogares. Por supuesto, la atención basada en la forma es
necesaria y tiene su importancia, pero si eso es todo lo que hay en tu relación con tu hijo, faltará la dimensión más importante y el Ser quedará completamente eclipsado por el hacer, por «las preocupaciones mundanas», como decía Jesús. La atención sin forma es inseparable de la dimensión del Ser. ¿Cómo funciona? Cuando mires, escuches, toques o ayudes a tu hijo en esto o aquello, debes estar alerta, inmóvil, completamente presente, sin desear nada más que ese momento, tal como es. De esa manera, dejas sitio al Ser. En ese momento, si tú estás presente, no eres un padre o una madre. Eres la vigilancia, la quietud, la Presencia que está escuchando, mirando, tocando, incluso hablando. Eres el Ser que hay detrás del hacer.
RECONOCER A TU HIJO Eres un ser humano. ¿Qué significa eso? Ser dueño de tu vida no es una cuestión de control, sino de encontrar un equilibrio entre lo humano y el Ser. Madre, padre, marido, esposa, joven, viejo, los papeles que representas, las funciones que cumples, todo lo que haces; todo esto pertenece a la dimensión humana. Tiene su importancia y hay que respetarlo, pero en sí mismo no es bastante para una vida o una relación plena, con auténtico significado. Lo humano solo nunca es bastante, por mucho que lo intentes o por mucho que logres. Además está el Ser, que se encuentra en la Presencia quieta y alerta de la Conciencia misma, la Conciencia que eres tú. Lo humano es forma. El Ser no tiene forma. Lo humano y el Ser no están separados, sino entrelazados. En la dimensión humana, eres incuestionablemente superior a tu hijo. Eres más grande, más fuerte, sabes más, puedes hacer más. Si esa dimensión es la única que conoces, te sentirás superior a tu hijo, aunque solo sea inconscientemente. Y harás que tu hijo se sienta inferior, aunque solo sea inconscientemente. No hay igualdad entre tu hijo y tú porque solo hay forma en vuestra relación, y en la forma, por supuesto, no sois iguales. Puede que ames a tu hijo, pero tu amor solo será humano, es decir, condicional, posesivo, intermitente. Solo somos iguales en el Ser, más allá de la forma, y solo cuando encontramos en nosotros mismos la dimensión sin forma podrá haber verdadero amor en esa relación. La Presencia que somos, el Yo Soy
intemporal, se reconoce en otro, y el otro —el hijo en este caso— se siente amado, es decir, reconocido. Amar es reconocernos en otro. Entonces, la condición de «otro» se revela como una ilusión correspondiente al terreno puramente humano, el reino de la forma. El ansia de amor que hay en todo niño es el ansia de ser reconocido, no en el nivel de la forma, sino en el nivel del Ser. Si los padres solo aceptan la dimensión humana del hijo pero descuidan el Ser, el hijo sentirá que la relación no es completa, que falta algo absolutamente vital, y habrá una acumulación de dolor en el hijo, y a veces resentimiento inconsciente hacia los padres. «¿Por qué no me reconocéis?» Esto es lo que parece decir el dolor o el resentimiento. Cuando otro nos reconoce, ese reconocimiento hace que la dimensión del Ser entre más en este mundo, a través de nosotros dos. Ese es el amor que redime al mundo. He estado hablando de esto con referencia específica a la relación con un hijo, pero, por supuesto, se aplica igual a todas las relaciones. Se ha dicho que «Dios es amor», pero eso no es absolutamente correcto. Dios es la Vida Única en todas las incontables formas de vida y más allá de ellas. El amor implica dualidad: amante y amado, sujeto y objeto. Así pues, el amor es el reconocimiento de la unidad en el mundo de la dualidad. Esto es el nacimiento de Dios en el mundo de la forma. El amor hace que el mundo sea menos material, menos denso, más transparente a la dimensión divina, a la luz de la conciencia misma.
DEJAR DE REPRESENTAR PAPELES Hacer lo que se requiere de ti en cualquier situación, sin que ello se convierta en un papel con el que te identifiques, es una lección imprescindible en el arte de vivir, y todos estamos aquí para aprenderla. Te vuelves más poderoso en todo lo que haces si la acción se realiza por sí misma, y no como un medio para proteger, realzar o dar forma a tu papel-identidad. Todo papel es un sentido ficticio del yo, y a través de él todo se vuelve personalizado y, por lo tanto, corrupto y desfigurado por el «pequeño yo» creado por la mente y el papel que esté representando en ese momento. Casi todas las personas que están en posiciones de poder en este mundo —como políticos, figuras de la televisión o los negocios, y también los líderes religiosos—
están completamente identificadas con sus papeles, con unas pocas y notables excepciones. Por mucho que se las considere personas importantes, no son más que actores inconscientes en un juego de egos, un juego que parece importantísimo, pero que en el fondo carece de auténtico propósito. Es, según las palabras de Shakespeare, «un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada».1 Lo asombroso es que Shakespeare llegara a esta conclusión sin gozar de las ventajas de la televisión. Si el drama mundial de los egos tiene algún propósito, es indirecto: crea más y más sufrimiento en el planeta, y el sufrimiento, aunque en gran parte está creado por el ego, al final puede destruir el ego. Es el fuego en el que el ego se quema solo. En un mundo de personalidades que representan papeles, las pocas personas que no proyectan una imagen creada por la mente —y hay algunas, incluso en la televisión, los medios de comunicación y el mundo de los negocios—, sino que actúan desde el núcleo profundo de su Ser, las que no intentan parecer más de lo que son, sino que son simplemente ellas, destacan entre las demás y son las únicas que representan una verdadera diferencia en este mundo. Son los que traen la nueva conciencia. Todo lo que hacen adquiere poder, porque está en sintonía con el propósito de la totalidad. Pero su influencia llega mucho más allá de lo que hacen, mucho más allá de su función. Su mera presencia —simple, natural, sin pretensiones — tiene un efecto transformador en los que entran en contacto con ellos. Cuando no representas papeles, eso significa que no hay ego en lo que haces. No hay motivaciones secundarias, es decir, no hay protección o reforzamiento del yo. Como resultado, tus acciones tienen mucho más poder. Estás totalmente centrado en la situación. Te haces uno con ella. No pretendes ser nadie en particular. Eres más poderoso, más eficaz, cuando eres completamente tú. Pero no intentes ser tú mismo. Eso es otro papel. Se llama «el yo natural y espontáneo». En cuanto intentas ser esto o aquello, estás representando un papel. «Sé tú mismo» es un buen consejo, pero también puede inducir a error. La mente interviene y dice: «Veamos. ¿Cómo puedo ser yo mismo?». Entonces la mente desarrolla algún tipo de estrategia: «Cómo ser yo mismo». Otro papel. En realidad, «¿cómo ser yo mismo?» es una pregunta incorrecta. Implica que tienes que hacer algo para ser tú mismo, pero aquí no tiene sentido porque tú ya eres tú. Deja de añadir equipaje innecesario a lo que ya eres. «Pero es que no sé quién soy. No sé qué significa ser yo mismo.» Quien puede
sentirse absolutamente cómodo no sabiendo quién es, entonces lo que queda es lo que es: el Ser que hay detrás del humano, un campo de pura potencialidad, y no algo que ya está definido. Renuncia a definirte, y a definir a los demás. No morirás. Entrarás en la vida. Y no te preocupes por cómo te definen otros. Cuando te definen, se están limitando, de modo que ese es su problema. Cuando interactúes con otras personas, no estés ahí primariamente como una función o un papel, sino como un campo de Presencia consciente. ¿Por qué el ego representa papeles? A causa de una suposición no analizada, un error fundamental, un pensamiento inconsciente. Ese pensamiento es: no soy bastante. Le siguen otros pensamientos inconscientes: necesito representar un papel para conseguir lo que necesito para ser plenamente yo; necesito conseguir más para poder ser más. Pero no puedes ser más de lo que eres, porque por debajo de tu forma física y psicológica, eres uno con la Vida misma, uno con el Ser. En la forma, eres y siempre serás inferior a algunos, superior a otros. En esencia, no eres inferior ni superior a nadie. La verdadera autoestima y la verdadera humildad surgen de esa comprensión. A los ojos del ego, la autoestima y la humildad son contradictorias. En realidad, son la misma cosa.
EL EGO PATOLÓGICO En el sentido amplio de la palabra, el ego mismo es patológico, adopte la forma que adopte. Si examinamos la raíz griega de la palabra patológico, veremos lo apropiada que resulta cuando se aplica al ego. Aunque la palabra se utiliza normalmente para indicar un trastorno o enfermedad, se deriva de pathos, que significa sufrimiento. Esto, por supuesto, es exactamente lo que Buda descubrió hace 2.600 años como característico de la condición humana. Pero una persona en las garras del ego no reconoce el sufrimiento como sufrimiento, sino que lo considera la única respuesta apropiada en cualquier situación. El ego, en su ceguera, es incapaz de ver el sufrimiento que se inflige a sí mismo y a otros. La infelicidad es una enfermedad mental y emocional creada por el ego, que ha alcanzado proporciones epidémicas. Es el equivalente interior de la
contaminación ambiental de nuestro planeta. Los estados negativos, como la ira, la ansiedad, el odio, el resentimiento, el descontento, la envidia, los celos, etc., no se reconocen como negativos, sino que se consideran totalmente justificados, y además no se perciben como creados por uno mismo, sino que se creen causados por algún otro o por algún factor externo. «Te hago responsable de mi dolor.» Esto es lo que implica la actuación del ego. El ego es incapaz de distinguir entre una situación y su interpretación de esa situación y su reacción a ella. Puedes decir «qué día más espantoso» sin darte cuenta de que el frío, el viento y la lluvia, o la condición a la que reaccionas, no son espantosos. Son como son. Lo espantoso es tu reacción, tu resistencia interior y la emoción creada por esa resistencia. Dicho con palabras de Shakespeare: «Nada es bueno ni malo, es el pensamiento el que lo hace así».2 Y lo que es más: muchas veces, el ego percibe el sufrimiento y la negatividad como un placer, porque hasta cierto punto el ego se refuerza de ese modo. Por ejemplo, la rabia o el resentimiento refuerzan enormemente el ego, aumentando la sensación de separación, realzando el carácter ajeno de los otros y creando una postura mental de «yo tengo razón» que es como una fortaleza aparentemente inexpugnable. Si fueras capaz de observar los cambios fisiológicos que tienen lugar dentro de tu cuerpo cuando estás poseído por estos estados negativos, cómo afectan adversamente al funcionamiento del corazón, el aparato digestivo, el sistema inmunitario e incontables funciones corporales, quedaría perfectamente claro que esos estados son verdaderamente patológicos, son formas de sufrimiento y no de placer. Cuando estás en un estado negativo, hay algo en ti que quiere la negatividad, que la percibe como un placer o que cree que te proporcionará lo que deseas. De no ser así, ¿quién iba a querer aferrarse a la negatividad, hacerse desdichado a sí mismo y a los demás, y provocar enfermedades en el cuerpo? Así pues, cada vez que hay negatividad en ti, si puedes ser consciente en ese momento de que hay algo en ti que encuentra placer en ello o que cree que tiene un propósito útil, te estás haciendo consciente directamente del ego. En el momento en que esto ocurre, tu identidad ha pasado del ego a la conciencia. Esto significa que el ego se está encogiendo y la conciencia creciendo. Si en medio de la negatividad eres capaz de darte cuenta de que en ese momento te
estás creando sufrimiento, con eso bastará para elevarte por encima de las limitaciones de los estados y reacciones condicionados del ego. Eso te abrirá infinitas posibilidades que vendrán a ti cuando haya conciencia: otras maneras muchísimo más inteligentes de abordar cualquier situación. Serás libre para deshacerte de tu infelicidad en el momento en que reconozcas que no es inteligente. La negatividad no es inteligente. Siempre procede del ego. El ego puede ser astuto, pero no es inteligente. La astucia persigue sus propios objetivos. La inteligencia ve el gran todo en el que todas las cosas están conectadas. La astucia está motivada por el interés propio, y es sumamente corta de vista. Casi todos los políticos y gente de negocios son astutos. Muy pocos son inteligentes. Lo que se consigue a base de astucia dura poco y a la larga siempre acaba en autoderrota. La astucia divide; la inteligencia incluye.
LA INFELICIDAD DE FONDO El ego crea separación, y la separación genera sufrimiento. Por lo tanto, el ego es claramente patológico. Aparte de las formas de negatividad más obvias, como la ira, el odio y demás, hay otras más sutiles, que son tan comunes que no se suelen reconocer como tales; por ejemplo, la impaciencia, la irritación, el nerviosismo y el hartazgo. Constituyen la infelicidad de fondo que es el estado interior predominante en muchas personas. Para detectarlas tienes que estar sumamente alerta y absolutamente presente. Cada vez que lo haces, es un momento de despertar, de dejar de identificarnos con la mente. Veamos uno de los estados negativos más comunes, que pasa inadvertido con facilidad precisamente por ser tan común, tan normal. Puede que te suene familiar. ¿Alguna vez has experimentado una sensación de descontento que se podría describir mejor como una especie de resentimiento de fondo? Puede ser específico o no específico. Mucha gente pasa gran parte de su vida en ese estado. Están tan identificados con él que no pueden apartarse y verlo. Por debajo de ese sentimiento hay ciertas creencias inconscientes, es decir, pensamientos. Piensas esos pensamientos de la misma manera en que sueñas tus sueños cuando estás dormido. En otras palabras, no sabes que estás pensando esos pensamientos, como el soñador
no sabe que está soñando. He aquí algunos de los pensamientos inconscientes más comunes que alimentan esa sensación de descontento o resentimiento de fondo. He despojado esos pensamientos de su contenido para que quede solo la estructura desnuda. De este modo se hacen más claramente visibles. Cada vez que haya infelicidad en el fondo de tu vida (o incluso en primer plano), mira a ver cuál de estos pensamientos se puede aplicar y añade tu propio contenido, de acuerdo con tu situación personal: Es necesario que ocurra algo en mi vida para poder estar en paz (ser feliz, realizarme, etc.). Y estoy resentido porque todavía no ha ocurrido. Puede que mi resentimiento haga que ocurra por fin. Algo ocurrió en el pasado que no debería haber ocurrido, y estoy resentido por ello. Si no hubiera ocurrido aquello, ahora estaría en paz. Algo está ocurriendo ahora que no debería ocurrir, y que me impide estar en paz ahora. Muchas veces, las creencias inconscientes se dirigen hacia una persona, y entonces «ocurrir» se transforma en «hacer»: Deberías hacer esto o aquello para que yo pueda estar en paz. Y estoy resentido porque aún no lo has hecho. Tal vez mi resentimiento te obligue a hacerlo. Algo que tú (o yo) hiciste, dijiste o dejaste de hacer en el pasado me está impidiendo estar en paz ahora. Lo que estás haciendo o dejando de hacer ahora me impide estar en paz.
EL SECRETO DE LA FELICIDAD Todo lo anterior son suposiciones, pensamientos que se confunden con la realidad. Son historias que el ego inventa para convencerte de que no puedes estar en paz
ahora o de que no puedes ser plenamente tú. Estar en paz y ser quien eres, es decir, ser tú mismo, son la misma cosa. El ego dice: tal vez en algún momento futuro pueda estar en paz… si ocurre esto, aquello o lo de más allá, o si obtengo esto o consigo ser esto otro. O dice: nunca puedo estar en paz por culpa de aquello que ocurrió en el pasado. Escuchas las historias de la gente y ves que todas podrían titularse «Por qué no puedo estar en paz ahora». El ego no sabe que tu única oportunidad de estar en paz la tienes ahora. O tal vez lo sabe y tiene miedo de que lo averigües. La paz, al fin y al cabo, es el fin del ego. ¿Cómo estar en paz ahora? Haciendo las paces con el momento presente. El momento presente es el campo en el que se juega el partido de la vida. No puede ocurrir en ningún otro sitio. Cuando hayas hecho las paces con el momento presente, mira lo que ocurre, lo que puedes hacer o decidir, o más bien lo que la vida hace a través de ti. El secreto del arte de vivir, el secreto de todo éxito y felicidad es ser uno con la vida. Ser uno con la vida es ser uno con el Ahora. Entonces advertimos que no somos nosotros quienes vivimos nuestra vida, sino que la vida nos vive a nosotros. La vida es el bailarín, nosotros somos el baile. Al ego le gusta su resentimiento con la realidad. ¿Qué es la realidad? Lo que es. Buda lo llamaba tathata, la «talidad» de la vida, el ser así, que no es más que la «talidad» de este momento. La oposición a ese ser así es una de las principales características del ego. Ella crea la negatividad de la que se alimenta el ego, la infelicidad que tanto le gusta. De ese modo, sufres y haces sufrir a otros, y ni siquiera sabes que lo estás haciendo, no sabes que estás creando el infierno en la tierra. Crear sufrimiento sin darse cuenta: esa es la esencia de la vida inconsciente, eso es estar totalmente en las garras del ego. La incapacidad del ego para tener conciencia de sí mismo y ver lo que está haciendo alcanza grados sorprendentes e increíbles. Hará exactamente lo que condena en otros y no lo verá. Cuando se lo hacen notar, recurre a la indignación y a la negación, a argumentos ingeniosos y autojustificaciones para tergiversar los hechos. Lo hace la gente, lo hacen las empresas, lo hacen los gobiernos. Cuando todo lo demás falla, el ego recurrirá a gritar o incluso a la violencia física. Y a la guerra. Ahora podemos comprender la profunda sabiduría de las palabras de Jesús en la cruz: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen». Para acabar con el sufrimiento que ha afligido a la condición humana durante
miles de años, hay que empezar con uno mismo y aceptar la responsabilidad del propio estado interior en cualquier momento dado. Eso significa ahora. Pregúntate: «¿Hay negatividad en mí en este momento?». Y después ponte alerta, atento a tus pensamientos y a tus emociones. Procura localizar la infelicidad de fondo en cualquiera de las formas que he mencionado antes, como descontento, nerviosismo, hartazgo y demás. Estate atento a los pensamientos que parecen justificar o explicar esta infelicidad, pero que en realidad son los que la causan. Cuando te haces consciente de un estado negativo en tu interior, eso no significa que hayas fracasado. Al contrario, has tenido éxito. Hasta que surgió esa conciencia, había identificación con los estados internos, y esa identificación es el ego. Con la conciencia viene el dejar de identificarse con los pensamientos, emociones y reacciones. Esto no se debe confundir con la negación. Se toma conciencia de los pensamientos, emociones y reacciones, y en el momento en que se toma conciencia desaparece automáticamente la identificación. Entonces tu sentido del yo, de quién eres, experimenta un cambio. Antes, tú eras los pensamientos, emociones y reacciones; ahora, eres la conciencia, la Presencia consciente que contempla esos estados. «Algún día me libraré del ego.» ¿Quién lo está diciendo? El ego. En realidad, librarse del ego no es un trabajo tremendo, sino algo muy fácil. Lo único que tienes que hacer es ser consciente de tus pensamientos y emociones… mientras van ocurriendo. Esto no es realmente «hacer», sino estar alerta y «ver». En ese sentido, es verdad que no puedes hacer nada para librarte del ego. Cuando se produce ese cambio, el paso del pensamiento a la conciencia, empieza a actuar una inteligencia mucho más grande que la astucia del ego. Por medio de la conciencia se despersonalizan las emociones y hasta los pensamientos. Se reconoce su naturaleza impersonal. Ya no hay un «yo» en ellos. Son solo emociones humanas, pensamientos humanos. Toda tu historia personal, que en último término no es más que un cuento, un conjunto de pensamientos y emociones, adquiere una importancia secundaria y deja de ocupar el primer plano de tu conciencia. Ya no constituye la base de tu sentido de identidad. Eres la luz de la Presencia, la conciencia que existe antes que todos los pensamientos y emociones, y que es más profunda.
FORMAS PATOLÓGICAS DEL EGO
Como hemos visto, el ego, en su naturaleza esencial, es patológico, si podemos utilizar la palabra en su sentido más amplio, que indica disfunción y sufrimiento. Muchos trastornos mentales consisten en las mismas manifestaciones del ego que se dan en una persona normal, pero que se han hecho tan acusadas que su naturaleza patológica resulta evidente para todos, excepto para el paciente. Por ejemplo, muchas personas normales dicen de vez en cuando cierto tipo de mentiras con el fin de parecer más importantes, más especiales, y realzar su imagen en la mente de los demás: a quién conocen, cuáles son sus méritos, capacidades y posesiones, y cualquier otra cosa que el ego utilice para identificarse con ella. Pero algunas personas, impulsadas por la sensación de insuficiencia del ego y por su necesidad de tener o ser «más», mienten habitual y compulsivamente. La mayor parte de lo que dicen sobre ellos y su historia es una completa fantasía, una construcción ficticia que el ego ha diseñado para sentirse más grande, más especial. A veces, su grandiosa e inflada imagen de sí mismos puede engañar a otros, pero no suele ser por mucho tiempo. A partir de cierto momento, casi todos la reconocen rápidamente como una completa ficción. La enfermedad mental que se llama esquizofrenia paranoica, o paranoia a secas, es básicamente una forma exagerada del ego. Suele consistir en una historia ficticia que la mente ha inventado para darle sentido a una profunda y persistente sensación de miedo. El principal elemento de la historia consiste en creer que ciertas personas (a veces muchas o casi todas) están conspirando contra mí o planean controlarme o matarme. Muchas veces, la historia tiene tanta coherencia y lógica interna que puede engañar a otros y hacer que también la crean. A veces, organizaciones o naciones enteras están basadas en sistemas de creencias paranoicas. El miedo del ego, su desconfianza ante los demás, su tendencia a resaltar la «otredad» de los otros centrándose en los defectos que percibe en ellos y convirtiendo esos defectos en su identidad, se lleva hasta un extremo y se convierte a los otros en monstruos inhumanos. El ego necesita a otros, pero su problema es que en el fondo los odia y los teme. El dicho de Jean-Paul Sartre «el infierno son los demás» es la voz del ego. La persona que padece paranoia experimenta ese infierno en su grado más agudo, pero todos aquellos en los que todavía funcionan las pautas del ego lo sienten en cierta medida. Cuanto más fuerte sea tu ego, más probable será que creas percibir que otras personas son la principal fuente de problemas en tu vida. También es más
que probable que hagamos difícil la vida de los demás. Pero, por supuesto, no nos daremos cuenta. Son siempre otros los que parecen hacérnoslo a nosotros. La enfermedad mental que llamamos paranoia manifiesta también otro síntoma que es un elemento de todo ego, aunque en la paranoia adopta una forma más extrema. Cuanto más perseguido, espiado o amenazado por otros se siente el paciente, más se acentúa su sensación de ser el centro del universo, a cuyo alrededor gira todo, y más especial e importante se siente al imaginarse el punto focal de la atención de tanta gente. Su sensación de ser una víctima, tratada injustamente por tantas personas, lo hace sentirse muy especial. En la historia que constituye la base de su sistema de autoengaño, se suele asignar el doble papel de víctima y de héroe potencial que va a salvar al mundo o derrotar a las fuerzas del mal. El ego colectivo de las tribus, naciones y organizaciones religiosas también incluye con frecuencia un fuerte elemento de paranoia: nosotros contra los malignos otros. Y esta es la causa de muchos sufrimientos humanos. La Inquisición española, la persecución y quema de herejes y «brujas», las relaciones entre naciones que llevaron a la Primera y Segunda Guerras Mundiales, el comunismo durante toda su historia, la guerra fría, el macartismo en Estados Unidos en los años cincuenta, el prolongado y violento conflicto en Oriente Próximo, son lamentables episodios de la historia humana dominados por una paranoia colectiva extrema. Cuanto más inconscientes son los individuos, grupos o naciones, más probable es que la enfermedad del ego adopte la forma de violencia física. La violencia es un método primitivo, pero todavía muy extendido, con el que el ego intenta afirmarse, demostrar que tiene razón y que los demás se equivocan. Con gente muy inconsciente, las discusiones pueden degenerar fácilmente en violencia física. ¿Qué es una discusión? Dos o más personas expresan sus opiniones, y dichas opiniones difieren. Cada persona está tan identificada con los pensamientos que componen su opinión que esos pensamientos se endurecen y se convierten en posturas mentales a las que se les confiere un sentido del yo. En otras palabras, la identidad y el pensamiento se fusionan. Una vez que ha ocurrido esto, cuando defiendo mis opiniones (o pensamientos), siento y actúo como si me estuviera defendiendo a mí mismo. Inconscientemente, siento y actúo como si estuviera luchando por la supervivencia, y mis emociones reflejan esta creencia inconsciente. Se vuelven turbulentas. Estoy molesto, enfadado, a la defensiva o agresivo. Necesito ganar a
toda costa, porque si no, seré aniquilado. Esa es la ilusión. El ego no sabe que la mente y las posturas mentales no tienen nada que ver con quién eres, porque el ego es la mente misma no observada. En el zen se dice: «No busques la verdad, deja de abrigar opiniones». ¿Qué significa eso? Líbrate de la identificación con tu mente. Entonces emergerá por sí mismo tu verdadero ser, desde más allá de la mente.
TRABAJO: CON EGO Y SIN ÉL La mayoría de las personas tiene momentos en los que están libres del ego. Los que son excepcionalmente buenos en su oficio pueden estar completa o casi completamente libres del ego mientras realizan su trabajo. Puede que ellos no lo sepan, pero su trabajo se ha convertido en una práctica espiritual. Casi todos ellos están presentes mientras hacen su trabajo y vuelven a caer en la inconsciencia relativa en su vida privada. Eso significa que su estado de Presencia está de momento limitado a una zona de su vida. He conocido profesores, artistas, enfermeras, médicos, científicos, trabajadores sociales, camareros, peluqueros, empresarios y vendedores que realizan admirablemente su trabajo sin buscar el yo, respondiendo plenamente a lo que el momento les exige. Son uno con lo que hacen, uno con el Ahora, uno con la gente o la tarea a la que se dedican. La influencia que ejercen estas personas sobre otras llega mucho más allá de la función que cumplen. Provocan una disminución del ego de todo el que entra en contacto con ellos. A veces, hasta personas con egos muy fuertes empiezan a relajarse, a bajar la guardia, y dejan de representar sus papeles cuando interactúan con ellos. No es ninguna sorpresa que las personas que trabajan sin ego sean extraordinariamente competentes en lo que hacen. Los que son uno con lo que hacen están construyendo un nuevo mundo. También he conocido a muchos otros que pueden ser técnicamente buenos en lo que hacen, pero cuyo ego sabotea constantemente su trabajo. Solo una parte de su atención está en el trabajo que realizan; la otra parte está en ellos mismos. Su ego exige reconocimiento personal y gasta energía en resentimiento si no obtiene el suficiente… y nunca es suficiente. «¿Alguien se está llevando más crédito que yo?»
O bien su principal foco de atención es la ganancia o el poder, y su trabajo no es más que un medio para lograr ese fin. Cuando el trabajo no es más que un medio para llegar a un fin, no puede ser de alta calidad. Cuando surgen obstáculos o dificultades en su trabajo, cuando las cosas no marchan de acuerdo con sus expectativas, cuando otras personas o las circunstancias no son favorables o cooperativas, en lugar de hacerse inmediatamente uno con la nueva situación y responder a las exigencias del momento presente, reaccionan contra la situación y así se separan de ella. Hay un «yo» que se siente personalmente ofendido o resentido, y se quema una enorme cantidad de energía en inútiles protestas o rabietas, una energía que se podría utilizar para resolver la situación si el ego no la estuviera malgastando. Y lo que es más: esta energía de reacción crea nuevos obstáculos, nueva oposición. Verdaderamente, muchas personas son ellas mismas su peor enemigo. La gente sabotea inconscientemente su propio trabajo cuando niega ayuda o información a otros, o cuando intenta minar la posición de otros para que no tengan más éxito o no reciban más crédito que su «yo». La cooperación es algo ajeno al ego, excepto cuando hay un motivo secundario. El ego no sabe que cuanto más incluyas a los demás, más suavemente fluirán las cosas y con más facilidad llegarán a ti. Cuando ayudas poco o nada a los demás o pones obstáculos en su camino, el universo —en forma de gente y de circunstancias— te ayudará poco o nada, porque te has separado del todo. La sensación inconsciente central del ego, «no es suficiente», lo hace reaccionar contra el éxito de cualquier otro como si ese éxito me hubiera quitado algo a «mí». No sabe que tu resentimiento por el éxito de otra persona reduce tus propias posibilidades de éxito. Para atraer el éxito, tienes que darle la bienvenida allí donde lo veas.
EL EGO EN LA ENFERMEDAD Una enfermedad puede tanto reforzar como debilitar al ego. Si te quejas, sientes lástima de ti mismo o te irrita estar enfermo, tu ego se hace más fuerte. También se fortalece si conviertes la enfermedad en parte de tu identidad conceptual: «Soy un paciente de tal y cual enfermedad». En cambio, hay otras personas que en la vida normal tienen un gran ego y que de pronto se vuelven tiernas, amables y mucho más
agradables cuando se ponen enfermas. Puede que tengan revelaciones que nunca habrían tenido en su vida normal. Pueden acceder a su conocimiento y alegría interiores, y hablar con sabiduría. Después, cuando mejoran, recuperan la energía y con ella el ego. Cuando estás enfermo, tu nivel de energía es bastante bajo, y la inteligencia del organismo puede tomar el poder y utilizar la energía que queda para curar el cuerpo, de modo que no queda suficiente para la mente, es decir, para los pensamientos y emociones del ego, el cual consume cantidades considerables de energía. Pero, en algunos casos, el ego retiene la poca energía que queda y la usa para sus propios propósitos. Ni que decir tiene que las personas que experimentan un reforzamiento del ego cuando están enfermas tardan mucho más en recuperarse. Algunas nunca se recuperan, y entonces la enfermedad se hace crónica y se convierte en parte permanente de su falso sentido del yo.
EL EGO COLECTIVO ¡Qué difícil es vivir con uno mismo! Una de las maneras que tiene el ego para intentar escapar de las insatisfacciones del yo personal es agrandar y reforzar su sentido del yo identificándose con un grupo: una nación, un partido político, una empresa, una institución, una secta, un club, una pandilla, un equipo de fútbol. En algunos casos, el ego personal parece disolverse por completo cuando alguien dedica su vida a trabajar desinteresadamente por el mayor bien del grupo, sin exigir recompensas personales, reconocimiento o ensalzamiento. Qué alivio, librarse de la terrible carga del yo personal. Los miembros del grupo se sienten felices y realizados, por mucho que trabajen, por muchos sacrificios que hagan. Parece que han trascendido el ego. La cuestión es: ¿de verdad se han liberado, o simplemente el ego ha pasado de lo personal a lo colectivo? Un ego colectivo manifiesta las mismas características que el ego personal, como la necesidad de conflicto y de enemigos, la necesidad de más, la necesidad de tener razón frente a otros que están equivocados, etc. Tarde o temprano, el grupo entrará en conflicto con otros grupos, porque inconscientemente busca conflicto y necesita oposición para definir sus fronteras y, por tanto, su identidad. Entonces sus
miembros experimentarán el sufrimiento que acarrea inevitablemente toda acción motivada por el ego. Llegado ese punto, pueden despertar y darse cuenta de que su grupo tiene un fuerte elemento de locura. Al principio puede ser doloroso despertar de pronto y darse cuenta de que, en realidad, el grupo con el que uno se había identificado y para el que había trabajado está loco. En ese punto, algunas personas se vuelven cínicas o amargadas, y desde ese momento niegan todos los valores, todos los méritos. Esto significa que adoptan rápidamente otro sistema de creencias tras reconocer que el anterior era ilusorio y que por eso se derrumbó. No afrontan la muerte de su ego, sino que huyen y se reencarnan en uno nuevo. Un ego colectivo suele ser más inconsciente que los individuos que componen dicho ego. Por ejemplo, las multitudes (que son entidades egóticas colectivas temporales) son capaces de cometer atrocidades que los individuos separados de la multitud serían incapaces de cometer. No es raro que las naciones adopten comportamientos que en un individuo serían inmediatamente reconocidos como psicopáticos. A medida que vaya emergiendo la nueva conciencia, algunas personas se sentirán llamadas a formar grupos que reflejen la conciencia iluminada. Estos grupos no serán egos colectivos. Los individuos que formen esos grupos no tendrán necesidad de definir su identidad por medio del grupo. Ya no buscarán ninguna forma para definir quiénes son. Aunque los miembros de estos grupos no estén todavía completamente libres de ego, habrá en ellos conciencia suficiente para reconocer el ego en sí mismos o en otros, en cuanto aparezca. Aun así, es preciso estar en alerta constante, porque el ego intentará tomar el control y reafirmarse de la manera que pueda. Disolver el ego humano exponiéndolo a la luz de la conciencia: ese será uno de los principales propósitos de estos grupos, ya se trate de empresas concienciadas, organizaciones benéficas, escuelas o comunidades de personas que viven juntas. Los grupos iluminados cumplirán una importante función en el surgimiento de la nueva conciencia. Así como los grupos egóticos nos arrastran a la inconsciencia y el sufrimiento, el grupo iluminado puede ser un imán para la conciencia, que acelerará el cambio planetario.
PRUEBA INCONTROVERTIBLE DE LA INMORTALIDAD El ego aparece a causa de una ruptura en la psique humana, que divide la identidad en dos partes que podríamos llamar «yo» y «mí» o «yo» y «yo mismo» Así pues, todo ego es esquizofrénico, empleando la palabra con su significado popular de personalidad dividida. Vives con una imagen mental de ti mismo, un yo conceptual con el que mantienes una relación. La vida misma se conceptualiza y queda separada de quien tú eres cuando hablas de «mi vida». En el momento en que dices o piensas «mi vida» y crees en lo que estás diciendo (en lugar de reconocerlo como una simple convención lingüística), has entrado en el terreno del autoengaño. Si existe algo que es «mi vida», eso significa que yo y la vida son dos cosas separadas, y por lo tanto también puedo perder la vida, mi posesión imaginaria más preciada. La muerte se convierte en una aparente realidad y en una amenaza. Las palabras y conceptos dividen la vida en segmentos separados que no tienen realidad por sí mismos. Incluso podríamos decir que el concepto de «mi vida» es la ilusión original de separación, la fuente del ego. Si yo y la vida son dos cosas, si estoy separado de la vida, entonces estoy separado de todas las cosas, de todos los seres, de todas las personas. Pero ¿cómo puedo estar separado de la vida? ¿Podría existir un «yo» separado de la vida, separado del Ser? Es totalmente imposible. Así que no existe eso de «mi vida», y yo no tengo una vida. Yo soy vida. Yo y la vida somos uno. No puede ser de otro modo. ¿Cómo voy a poder perder mi vida? ¿Cómo puedo perder algo que, para empezar, no tengo? ¿Cómo puedo perder algo que soy? Es imposible.
5 El cuerpo-dolor La mayor parte de lo que piensa casi todo el mundo es involuntario, automático y repetitivo. No es más que una especie de ruido estático mental que no cumple ningún propósito real. En términos estrictos, tú no piensas: pensar es una cosa que te ocurre. La afirmación «yo pienso» implica volición. Implica que tienes voz en el asunto, que ha habido una decisión por tu parte. En la mayoría de la gente, este no es aún el caso. «Yo pienso» es una afirmación tan falsa como «yo digiero» o «yo hago circular mi sangre». La digestión ocurre, la circulación ocurre, pensar ocurre. La voz de dentro de la cabeza tiene vida propia. La mayoría de la gente está a merced de esa voz, está poseída por el pensamiento, por la mente. Y, como la mente está condicionada por el pasado, te ves obligado a volver a representar el pasado una y otra vez. La palabra oriental que designa esto es karma. Por supuesto, cuando estás identificado con esa voz, no lo sabes. Si lo supieras, ya no estarías poseído, porque solo puedes estar verdaderamente poseído cuando confundes la entidad que te posee con lo que tú eres, es decir, cuando te conviertes en ella. Durante miles de años, la humanidad ha estado cada vez más poseída por la mente, sin darse cuenta de que la entidad que te posee no eres «tú». Con la completa identificación con la mente, cobró existencia un falso sentido del yo: el ego. La densidad del ego depende del grado en que tú —la conciencia— te identifiques con tu mente, con el pensamiento. Pensar no es más que un minúsculo aspecto de la totalidad de la conciencia, la totalidad de lo que eres. El grado de identificación con la mente varía según las personas. Algunas disfrutan de períodos de libertad, por breves que sean, y la paz, alegría y vitalidad que experimentan en esos momentos hacen que valga la pena vivir la vida. Estos son también los momentos en los que surgen la creatividad, el amor y la compasión. Otras personas están constantemente atrapadas en el estado egótico. Están aisladas de sí mismas, de los demás y del mundo que las rodea. Cuando las miras, puedes ver la tensión en su cara, tal vez el ceño fruncido, o la expresión ausente o fija en sus ojos. La mayor parte de su atención está absorbida por el pensamiento, de modo que
en realidad no te ven y en realidad no te escuchan. No están presentes en ninguna situación; su atención está en el pasado o en el futuro, que, por supuesto, solo existen en la mente como formas de pensamiento. O bien se relacionan contigo a través de algún papel que representan y, por lo tanto, no son ellas mismas. La mayoría de las personas están apartadas de lo que son, y algunas están apartadas en tal medida que su manera de comportarse e interactuar es reconocida como «falsa» por casi todos, excepto por los que son tan falsos como ellos, igualmente apartados de sí mismos. Estar apartado de ti mismo significa que no te sientes a gusto en ninguna situación, en ningún lugar, con ninguna persona, ni siquiera contigo mismo. Siempre estás intentando «ir a casa» pero nunca te sientes en casa. Algunos de los mejores escritores del siglo XX, como Franz Kafka, Albert Camus, T. S. Eliot y James Joyce, reconocían que este alejamiento de sí mismo es el problema universal de la existencia humana; probablemente lo sentían de tal modo en sí mismos que eran capaces de expresarlo brillantemente en sus obras. No ofrecen soluciones. Su contribución consiste en mostrarnos un reflejo de la apurada situación de los humanos, para que la veamos con más claridad. Ver claramente la situación en que uno se encuentra es el primer paso para superarla.
EL NACIMIENTO DE LA EMOCIÓN Además del flujo de pensamientos, aunque no totalmente separada de él, el ego tiene otra dimensión: las emociones. No quiero decir que todos los pensamientos y todas las emociones pertenezcan al ego. Solo se convierten en ego cuando te identificas con ellos y se apoderan por completo de ti; es decir, cuando se convierten en «yo». El organismo físico, el cuerpo, tiene su propia inteligencia, como la tiene el organismo de toda forma de vida. Y esa inteligencia reacciona a lo que dice la mente, reacciona a los pensamientos. Así pues, la emoción es la reacción del cuerpo a la mente. Por supuesto, la inteligencia del cuerpo es una parte inseparable de la inteligencia universal, una de sus incontables manifestaciones. Da cohesión temporal a los átomos y moléculas que forman el organismo físico. Es el principio organizador que rige el funcionamiento de todos los órganos del cuerpo: la conversión de oxígeno y alimentos en energía, el latido del corazón y la circulación
de la sangre, el sistema inmunitario que protege al cuerpo de los invasores, la traducción de entradas sensoriales en impulsos nerviosos que se envían al cerebro, donde se descodifican y se reorganizan en una imagen interna coherente de la realidad exterior. Todas estas funciones, y miles más que ocurren simultáneamente, están perfectamente coordinadas por esa inteligencia. No somos nosotros los que gobernamos el cuerpo. Lo hace la inteligencia. También es ella la responsable de las respuestas del organismo a su entorno. Esto ocurre en todas las formas de vida. Es la misma inteligencia que dio forma física a la planta y que después se manifiesta como la flor que surge de la planta, la flor que abre sus pétalos por la mañana para recibir los rayos de sol y los cierra por la noche. Es la misma inteligencia que se manifiesta como Gaia, el complejo ser vivo que es el planeta Tierra. Esta inteligencia da origen a reacciones instintivas del organismo a cualquier peligro o amenaza. En los animales produce respuestas que parecen semejantes a las emociones humanas: furia, miedo, placer. Estas respuestas instintivas se podrían considerar formas primordiales de la emoción. En ciertas situaciones, los seres humanos experimentan respuestas instintivas del mismo modo que los animales. Frente al peligro, cuando se ve amenazada la supervivencia del organismo, el corazón late más deprisa, los músculos se contraen, la respiración se acelera en preparación para la lucha o la huida. Miedo primordial. Cuando uno está acorralado, una repentina llamarada de intensa energía le da al cuerpo una fuerza que no tenía antes. Ira primordial. Estas respuestas instintivas parecen muy similares a las emociones, pero no son emociones en el auténtico sentido de la palabra. La diferencia fundamental entre una respuesta instintiva y una emoción es esta: una respuesta instintiva es la respuesta directa del cuerpo a alguna situación exterior. En cambio, una emoción es la respuesta del cuerpo a un pensamiento. Indirectamente, una emoción puede ser también una respuesta a una situación o un suceso reales, pero será una respuesta al suceso visto a través del filtro de una interpretación mental, el filtro del pensamiento; es decir, a través de los conceptos mentales de bueno y malo, me gusta y no me gusta, yo y mío. Por ejemplo, es probable que no sientas ninguna emoción cuando te dicen que a alguien le han robado el coche, pero cuando se trata de tu coche, probablemente te sentirás molesto. Es asombrosa la cantidad de emoción que puede generar un pequeño concepto mental
como «mi». Aunque el cuerpo es muy inteligente, no puede distinguir la diferencia entre una situación real y un pensamiento. Reacciona a todo pensamiento como si fuera una realidad. No sabe que solo es un pensamiento. Para el cuerpo, un pensamiento inquietante, que da miedo, significa «estoy en peligro», y responde de acuerdo con eso aunque estés tumbado en una cama caliente y cómoda por la noche. El corazón late más deprisa, los músculos se contraen, la respiración se acelera. Hay una acumulación de energía, pero como el peligro es solo una ficción mental, la energía no tiene salida. Una parte realimenta a la mente y genera aún más pensamientos de ansiedad. El resto de la energía se vuelve tóxica e interfiere en el funcionamiento armonioso del cuerpo.
LAS EMOCIONES Y EL EGO El ego no es solo la mente no observada, la voz que hay dentro de la cabeza y pretende ser tú, sino también las emociones no observadas que son la reacción del cuerpo a lo que dice esa voz de la cabeza. Ya hemos visto a qué clase de pensamientos se dedica la voz del ego casi todo el tiempo, y la disfunción inherente en la estructura de sus procesos de pensamiento, independientemente del contenido. A este pensamiento disfuncional es a lo que reacciona el cuerpo con emociones negativas. La voz de la cabeza cuenta una historia que el cuerpo cree y a la que reacciona. Estas reacciones son las emociones. Las emociones, a su vez, devuelven energía a los pensamientos que crearon la emoción en un primer momento. Este es el círculo vicioso entre los pensamientos y las emociones no examinados, que da lugar al pensamiento emocional y a la fabulación emocional. El componente emotivo del ego varía de una persona a otra. En algunos egos es más grande que en otros. En ocasiones, los pensamientos que desencadenan respuestas emocionales en el cuerpo llegan con tal rapidez que, antes de que la mente haya tenido tiempo para vocalizarlos, el cuerpo ya ha respondido con una emoción, y la emoción se ha convertido en una reacción. Estos pensamientos existen en estado preverbal y se podrían considerar suposiciones no formuladas, inconscientes. Tienen
su origen en el condicionamiento pasado de una persona, generalmente en la primera infancia. «No se puede uno fiar de la gente» sería un ejemplo de una de estas suposiciones inconscientes en una persona cuyas relaciones primordiales —es decir, con los padres o hermanos— no le dieron seguridad ni le inspiraron confianza. He aquí algunas otras suposiciones inconscientes bastante comunes: «Nadie me respeta ni me aprecia. Tengo que luchar para sobrevivir. Nunca se tiene suficiente dinero. La vida siempre te deja tirado. No merezco el bienestar económico. No merezco amor». Las suposiciones inconscientes crean emociones en el cuerpo, que a su vez generan actividad mental o reacciones instantáneas. De este modo, crean tu realidad personal. La voz del ego altera constantemente el estado natural de bienestar del cuerpo. Casi todo cuerpo humano está sometido a una gran cantidad de presión y estrés, no porque esté amenazado por algún factor externo, sino por la acción interior de la mente. El cuerpo tiene un ego incorporado a él, y no puede sino responder a todas las pautas de pensamiento disfuncionales que constituyen el ego. Y así, una corriente de emoción negativa acompaña a la corriente de pensamiento incesante y compulsivo. ¿Qué es una emoción negativa? Una emoción que es tóxica para el cuerpo e interfiere en su equilibrio y su funcionamiento armonioso. El miedo, la ansiedad, la ira, el rencor, la tristeza, el odio o el intenso disgusto, los celos, la envidia; todos ellos perturban el flujo de energía a través del cuerpo, afectan al corazón, al sistema inmunitario, a la digestión, a la producción de hormonas, etc. Hasta la medicina convencional, que todavía sabe muy poco sobre el funcionamiento del ego, está empezando a reconocer la conexión entre los estados emocionales negativos y las enfermedades físicas. Una emoción que daña al cuerpo infecta también a las personas con las que se está en contacto; e indirectamente, por un proceso de reacción en cadena, a muchas otras con las que uno no trata nunca. Hay un término genérico para todas las emociones negativas: infelicidad. Entonces, ¿las emociones positivas tienen el efecto contrario en el cuerpo físico? ¿Refuerzan el sistema inmunitario, vigorizan y sanan el cuerpo? Desde luego que sí, pero es preciso diferenciar entre emociones positivas generadas por el ego y emociones más profundas, que emanan del estado natural de conexión con el Ser. Las emociones positivas generadas por el ego contienen ya sus contrarias, en las que pueden transformarse rápidamente. Veamos algunos ejemplos: lo que el ego
llama amor es sentido de posesión y apego adictivo, que puede transformarse en odio en un segundo. La expectación ante un suceso venidero, que es la sobrevaloración del futuro por el ego, se transforma fácilmente en su contraria — frustración o decepción— cuando el suceso ha terminado o no cumple las expectativas del ego. El elogio y el reconocimiento te hacen sentirte vivo y feliz un día; ser criticado o no reconocido te hace sentirte rechazado y desdichado al día siguiente. El placer de una fiesta salvaje se convierte en tristeza y resaca a la mañana siguiente. No hay bueno sin malo, no hay subida sin bajada. Las emociones generadas por el ego proceden de la identificación de la mente con factores externos que, por supuesto, son todos inestables y pueden cambiar en cualquier momento. Las emociones más profundas no son en realidad emociones, sino estados del Ser. Las emociones existen en el reino de los contrarios. Los estados del Ser pueden estar eclipsados, pero no tienen contrarios. Emanan desde el interior, como el amor, la alegría y la paz que son aspectos de tu auténtica naturaleza.
EL PATO CON MENTE HUMANA En El poder del ahora mencionaba haber observado que después de una pelea entre dos patos, que nunca dura mucho, los patos se separan y flotan en direcciones opuestas. Después, los dos agitan vigorosamente las alas varias veces, liberando así el exceso de energía que se acumuló durante la pelea. Después del aleteo, siguen flotando apaciblemente, como si no hubiera ocurrido nada. Si el pato tuviera una mente humana, mantendría viva la pelea a base de pensar, de inventar historias. La historia del pato sería probablemente esta: «Es increíble lo que acaba de hacer este tío. Se ha acercado a menos de diez centímetros de mí. Se cree que este estanque es suyo. No tiene consideración con mi espacio privado. No volveré a fiarme de él. La próxima vez, intentará otra cosa, solo para molestarme. Estoy seguro de que ya lo está pensando. Pero no pienso aguantar esto. Le daré una lección que no olvidará». Y la mente sigue y sigue elaborando sus cuentos, sigue pensando en ello durante días, meses o años. En lo que al cuerpo se refiere, la pelea aún continúa, y la energía que genera en respuesta a todos estos pensamientos es emoción, que a su vez genera más pensamientos. En esto se convierte el pensamiento
emocional del ego. Es de imaginar lo problemática que sería la vida del pato si tuviera mente humana. Pero así es como vive la mayoría de los humanos todo el tiempo. Ninguna situación ni suceso se acaba nunca. La mente y el «yo y mi historia» creado por la mente los mantienen vigentes. Somos una especie que ha perdido el rumbo. Todo lo natural, todas las flores y árboles, todos los animales, podrían enseñarnos lecciones muy importantes si nos parásemos a mirar y escuchar. La lección de nuestro pato es esta: agita las alas — que se traduce cómo «líbrate de la historia»— y vuelve al único lugar de poder: el momento presente.
CARGAR CON EL PASADO La incapacidad de desprenderse del pasado, o más bien la negativa de la mente humana a hacerlo, está magníficamente ilustrada en la historia de dos monjes zen, Tanzan y Ekido, que iban andando por un camino rural que estaba muy embarrado tras fuertes lluvias. Cerca de una aldea se encontraron con una mujer joven que intentaba cruzar el camino, pero el barro era tan profundo que habría estropeado el kimono de seda que vestía. Inmediatamente, Tanzan la cogió en brazos y la llevó al otro lado. Los monjes siguieron andando en silencio. Cinco horas después, ya cerca del templo donde se iban a alojar, Ekido no pudo contenerse más. —¿Por qué has llevado a aquella chica al otro lado del camino? —preguntó—. Se supone que los monjes no hacemos cosas así. —Dejé a la chica hace horas —respondió Tanzan—. ¿Tú todavía la estás llevando? Imagínate ahora cómo sería la vida para una persona que viviera todo el tiempo como Ekido, incapaz de librarse internamente de las situaciones, o reacio a hacerlo, acumulando más y más «cosas» en su interior, y te harás una idea de lo que es la vida para la mayoría de las personas de nuestro planeta. Qué pesada carga de pasado llevan a cuestas en la mente. El pasado vive en ti en forma de recuerdos, pero los recuerdos en sí mismos no son un problema. De hecho, gracias a la memoria aprendemos del pasado y de los
errores del pasado. Solo cuando los recuerdos —es decir, pensamientos acerca del pasado— se apoderan por completo de ti, se convierten en una carga, se vuelven problemáticos y pasan a formar parte de tu sentido del yo. Tu personalidad, que está condicionada por el pasado, se convierte entonces en tu prisión. Tus recuerdos quedan investidos con un sentido del yo, y tu historia pasa a ser lo que tú percibes que eres. Ese «pequeño yo» es una ilusión que oculta tu verdadera identidad, de Presencia intemporal y sin forma. Pero tu historia no solo consiste en recuerdos mentales; también hay recuerdos emocionales, viejas emociones que se reviven continuamente. Como en el caso del monje que llevó la carga de su resentimiento durante cinco horas, alimentándola con sus pensamientos, la mayoría de la gente acarrea una gran cantidad de equipaje innecesario, tanto mental como emocional, durante toda su vida. Se limitan a sí mismos a base de rencores, pesadumbres, hostilidad, culpa. Su pensamiento emocional se ha convertido en su yo, y se aferran a las viejas emociones porque refuerzan su identidad. Dada la tendencia humana a perpetuar las viejas emociones, casi todo el mundo lleva en su campo de energía una acumulación de antiguo dolor emocional que yo llamo «el cuerpo-dolor». Sin embargo, es posible dejar de añadir peso al cuerpo-dolor que ya tenemos. Podemos aprender a romper el hábito de acumular y perpetuar viejas emociones agitando las alas, en sentido metafórico, y absteniéndonos de vivir mentalmente en el pasado, independientemente de si algo ocurrió ayer o hace treinta años. Podemos aprender a no mantener vivas en la mente las situaciones o acontecimientos, devolviendo continuamente nuestra atención al prístino e intemporal momento presente, en lugar de dejarnos atrapar en películas mentales. Entonces, nuestra Presencia se convierte en nuestra identidad y desplaza a los pensamientos y emociones. Nada de lo que ocurrió en el pasado puede impedirte estar presente ahora; y si el pasado no puede impedirte estar presente ahora, ¿qué poder tiene?
INDIVIDUAL Y COLECTIVO
Una emoción negativa que no se afronta plenamente para verla como lo que es en el momento en que surge, no se disuelve por completo. Deja atrás un residuo de dolor. A los niños, en particular, las emociones negativas fuertes les resultan demasiado abrumadoras para enfrentarse a ellas, y tienden a intentar no sentirlas. En ausencia de un adulto plenamente consciente que los guíe con amor y comprensión para que afronten directamente la emoción, decidir no sentirla es realmente la única opción que tiene el niño en ese momento. Por desgracia, ese mecanismo infantil de defensa suele persistir cuando el niño se hace adulto. La emoción sigue viva en su interior, sin ser reconocida, y se manifiesta indirectamente, por ejemplo, en forma de ansiedad, ira, arrebatos de violencia, melancolía e incluso enfermedad física. En algunos casos, interfiere en todas las relaciones íntimas o las sabotea. Casi todos los psicoterapeutas han conocido pacientes que al principio aseguraban haber tenido una infancia totalmente feliz y que más adelante revelaban lo contrario. Estos suelen ser los casos más extremos, pero nadie pasa la infancia sin sufrir dolores emocionales. Aunque nuestros padres estuvieran iluminados, igualmente creceríamos en un mundo inconsciente en gran medida. Los residuos de dolor que deja toda emoción negativa fuerte que no se afronte plenamente, para luego aceptarla y expulsarla, se van juntando y forman un campo de energía que vive en las células de tu cuerpo. No solo están ahí los dolores de la infancia, sino también otras emociones dolorosas que se añadieron en la adolescencia y durante la vida adulta, muchas de ellas creadas por la voz del ego. Ese es el dolor emocional que te acompaña ineludiblemente cuando la base de tu vida es un falso sentido del yo. Este campo de energía de emociones viejas pero aún muy vivas, presente en casi todo ser humano, es el cuerpo-dolor. Pero el cuerpo-dolor no solo es individual. También incluye parte del dolor padecido por incontables seres humanos a lo largo de la historia de la humanidad, que es una historia de continuas guerras tribales, esclavitud, saqueos, violaciones, torturas y otras formas de violencia. Este dolor sigue vivo en la psique colectiva de la humanidad y va creciendo día a día, como puedes comprobar mirando las noticias de la televisión o contemplando los dramas de las relaciones humanas. Probablemente, el cuerpodolor colectivo está codificado en el ADN de todos los humanos, aunque todavía no se ha descubierto ahí.
Todo recién nacido que llega a este mundo carga ya con un cuerpo-dolor emocional. En algunos es más pesado, más denso que en otros. Algunos niños pequeños son bastante felices la mayor parte del tiempo. Otros parecen llevar en su interior una enorme cantidad de infelicidad. Es cierto que algunos niños lloran mucho porque no se les da suficiente amor y atención, pero otros lloran sin razón aparente, casi como si estuvieran intentando que todos los que los rodean sean tan desdichados como ellos… y muchas veces lo consiguen. Han venido a este mundo con una pesada carga de dolor humano. Otros niños lloran con frecuencia porque pueden sentir la emanación de las emociones negativas de su madre y su padre, que les causa dolor a ellos y además hace crecer su cuerpo-dolor, que absorbe energía de los cuerpos-dolor de los padres. En cualquier caso, a medida que crece el cuerpo físico del niño, crece también su cuerpo-dolor. Un niño que solo tenga un cuerpo-dolor muy ligero no necesariamente será un adulto «más avanzado» espiritualmente que el que tenga un cuerpo-dolor denso. De hecho, suele ocurrir al contrario. Las personas con cuerpos-dolor pesados suelen tener más posibilidades de despertar espiritualmente que las que lo tienen relativamente ligero. Aunque algunas quedan atrapadas en sus pesados cuerposdolor, muchas otras llegan a un punto en el que ya no pueden seguir aguantando su infelicidad, y de este modo se fortalece su motivación para despertar. ¿Por qué el cuerpo sufriente de Cristo, con su cara desfigurada por el dolor y su cuerpo sangrando por incontables heridas, es una imagen tan importante en la conciencia colectiva de la humanidad? Millones de personas, sobre todo en tiempos medievales, no habrían sentido una relación tan profunda con ella si algo en su interior no hubiera sintonizado, si no la hubieran reconocido inconscientemente como una representación exterior de su propia realidad interior: el cuerpo-dolor. Todavía no eran lo bastante conscientes para reconocerlo directamente dentro de sí mismos, pero así empezaron a hacerse conscientes de él. A Cristo se lo puede ver como el humano arquetípico, que encarna tanto el dolor como la posibilidad de trascendencia.
CÓMO SE RENUEVA EL CUERPO-DOLOR
El cuerpo-dolor es una forma de energía semiautónoma que vive en el interior de casi todos los seres humanos, una entidad formada por emociones. Tiene su propia inteligencia primitiva, no muy diferente de un animal astuto, y esta inteligencia está aplicada principalmente a la supervivencia. Como todas las formas de vida, necesita alimentarse periódicamente —absorber nueva energía— y el alimento que necesita para nutrirse consiste en energía que sea compatible con la suya, es decir, energía que vibre en una frecuencia similar. Toda experiencia emocionalmente dolorosa puede ser utilizada como alimento por el cuerpo-dolor. Por eso prospera con los pensamientos negativos y los dramas en las relaciones. El cuerpo-dolor es una adicción a la infelicidad. Puede resultar traumático darse cuenta por primera vez de que hay algo dentro de ti que busca periódicamente la negatividad emocional, que busca la infelicidad. Necesitas más conciencia para verlo en ti mismo que para reconocerlo en otra persona. Cuando la infelicidad se ha apoderado de ti, no solo no quieres que termine, sino que quieres hacer a los demás tan desdichados como tú, con el fin de alimentarte de sus reacciones emocionales negativas. En la mayoría de la gente, el cuerpo-dolor tiene una fase latente y otra activa. Cuando está latente, olvidas con facilidad que llevas en tu interior una densa nube negra o un volcán inactivo, dependiendo del campo de energía de tu cuerpo-dolor particular. La duración de los períodos de latencia varía de una persona a otra. Lo más corriente es unas pocas semanas, pero pueden ser unos días o varios meses. En casos raros, el cuerpo-dolor puede seguir en hibernación durante años, hasta que algún suceso lo despierta.
CÓMO SE ALIMENTA DE LOS PENSAMIENTOS EL CUERPO-DOLOR El cuerpo-dolor despierta de su latencia cuando tiene hambre, cuando tiene necesidad de alimentarse. Pero también puede activarse en cualquier momento por algo que suceda. El cuerpodolor que necesita alimentarse puede utilizar como disparador los hechos más insignificantes: cualquier cosa que alguien haga o diga, e incluso un pensamiento. Si vives solo o no tienes a nadie cerca en ese momento, el cuerpo-dolor se alimentará de tus pensamientos. De pronto, tus pensamientos se
vuelven muy negativos. Lo más probable es que ni te dieras cuenta de que, justo antes del flujo de pensamientos negativos, una oleada de emoción invadió tu mente: una sensación de profundo malhumor, de ansiedad o de rabia furiosa. Todo pensamiento es energía, y ahora el cuerpo-dolor se está alimentando de la energía de tus pensamientos. Pero no se puede alimentar de cualquier pensamiento. No necesitas ser especialmente sensible para darte cuenta de que un pensamiento positivo produce una sensación totalmente diferente de la de un pensamiento negativo. Es la misma energía, pero vibra en una frecuencia diferente. Un pensamiento alegre, positivo, es indigerible por el cuerpo-dolor. Este no se puede alimentar más que de pensamientos negativos, porque solo estos pensamientos son compatibles con su propio campo de energía. Todas las cosas son campos de energía vibrantes, en incesante movimiento. La silla en la que te sientas, el libro que tienes en las manos, parecen sólidos e inmóviles, pero solo porque así es como tus sentidos perciben su frecuencia vibratoria, es decir, el incesante movimiento de las moléculas, átomos, electrones y partículas subatómicas que en conjunto forman lo que tú percibes como una silla, un libro, un árbol o un cuerpo. Lo que percibimos como materia física es energía que vibra (se mueve) en una gama particular de frecuencias. Los pensamientos consisten en la misma energía, que vibra a una frecuencia más alta que la materia, y por eso no se pueden ver ni tocar. Los pensamientos tienen su propia gama de frecuencias, con los pensamientos negativos en el extremo inferior de la escala y los pensamientos positivos en lo más alto. La frecuencia vibratoria del cuerpo-dolor sintoniza con la de los pensamientos negativos, y por eso solo estos pensamientos pueden alimentar al cuerpo-dolor. En el caso del cuerpo-dolor, la pauta habitual de pensamiento que crea emoción se invierte, al menos al principio. La emoción del cuerpo-dolor toma rápidamente el control de tu pensamiento, y cuando tu mente ha sido dominada por el cuerpo-dolor, tus pensamientos se vuelven negativos. La voz de tu cabeza te contará cuentos tristes, angustiosos o indignantes sobre ti o sobre tu vida, sobre otras personas, sobre el pasado, el futuro o acontecimientos imaginarios. La voz culpará, acusará, se quejará, inventará. Y tú estás completamente identificado con todo lo que dice la voz, te crees todos sus pensamientos retorcidos. En este punto, la adicción a la infelicidad se ha consolidado.
No es que no puedas parar el flujo de pensamientos negativos, es que no quieres. Esto se debe a que el cuerpo-dolor está viviendo en ese momento a través de ti, fingiendo ser tú. Y, para el cuerpo-dolor, el sufrimiento es placer. Devora ansiosamente todo pensamiento negativo. De hecho, la habitual voz de dentro de tu cabeza se ha convertido en la voz del cuerpo-dolor. Ha tomado el control del diálogo interior. Se establece un círculo vicioso entre el cuerpo-dolor y tu pensamiento. Todos los pensamientos alimentan al cuerpo-dolor, y a su vez el cuerpo-dolor genera más pensamientos. Al cabo de algún tiempo, unas horas o unos días, ha repuesto sus fuerzas y vuelve a su estado latente, dejando al organismo exhausto y al cuerpo mucho más vulnerable a las enfermedades. Si eso te suena a parásito psíquico, has acertado. Es exactamente lo que es.
CÓMO SE ALIMENTA DEL DRAMA EL CUERPO-DOLOR Si hay otras personas cerca —a poder ser, tu pareja o un familiar cercano—, el cuerpo-dolor intentará provocarlas —tocarles las narices, como se suele decir— para poder alimentarse del consiguiente drama. Al cuerpo-dolor le encantan las relaciones íntimas y las familias, porque ahí es donde obtiene la mayor parte de su alimento. Es difícil resistirse al cuerpo-dolor de otra persona cuando está empeñado en provocar en ti una reacción. Conoce de manera instintiva tus puntos más débiles y vulnerables. Si no lo consigue a la primera, lo intentará una y otra vez. Es pura emoción en busca de más emoción. El cuerpo-dolor de la otra persona quiere despertar al tuyo para que los dos cuerpos-dolor se transmitan energía mutuamente. Muchas relaciones pasan por episodios violentos y destructivos de cuerpo-dolor a intervalos regulares. Para un niño pequeño, es casi insoportable tener que contemplar la violencia emocional de los cuerpos-dolor de sus padres, y sin embargo ese es el destino de millones de niños en todo el mundo, la pesadilla de su existencia cotidiana. Esta es también una de las principales maneras de transmitir el cuerpo-dolor de generación en generación. Después de cada episodio, la pareja hace las paces, y hay un intervalo de relativa paz, en la limitada medida que el ego permite. El consumo excesivo de alcohol activa con frecuencia el cuerpo-dolor, sobre todo
en los hombres, pero también en algunas mujeres. Cuando una persona se emborracha, experimenta un completo cambio de personalidad porque el cuerpodolor se apodera de ella. Una persona profundamente inconsciente, cuyo cuerpodolor se nutre habitualmente de violencia física, suele dirigir esta violencia hacia su pareja o sus hijos. Cuando vuelve a estar sobria, lo lamenta mucho y puede prometer que no lo volverá a hacer, que lo dice en serio. Pero la persona que está hablando y haciendo promesas no es la entidad que cometió la violencia, así que puedes estar seguro de que volverá a ocurrir una y otra vez, a menos que se haga presente, reconozca el cuerpo-dolor que lleva dentro y deje de identificarse con él. En algunos casos, un consejero puede ayudarlo a hacerlo. Casi todos los cuerpos-dolor quieren infligir y sufrir dolor, pero algunos son predominantemente agresores o víctimas. En ambos casos, se alimentan de violencia, ya sea emocional o física. Algunas parejas que tal vez crean que «se han enamorado», en realidad se sienten atraídas porque sus respectivos cuerpos-dolor se complementan. En ocasiones, los papeles de agresor y víctima están ya claramente asignados la primera vez que se ven. Así pues, el estar «hechos el uno para el otro» no siempre es el augurio de un matrimonio feliz. Si has vivido con un gato, sabrás que, hasta cuando el gato parece dormido, sabe lo que está pasando, porque el más ligero sonido no habitual hace que sus orejas apunten hacia allí, y puede que se le abran un poquito los ojos. Los cuerpos-dolor latentes son igual. En cierto nivel, siguen estando despiertos, listos para entrar en acción cuando se presente un desencadenante adecuado. En las relaciones íntimas, los cuerpos-dolor suelen ser lo bastante listos para pasar inadvertidos hasta que empecéis a vivir juntos, preferiblemente después de firmar un contrato por el que te comprometes a estar con esa persona el resto de tu vida. No solo te casas con tu marido o con tu mujer, también te casas con su cuerpodolor, y otro tanto hace tu pareja. Puede resultar muy chocante que, poco después de empezar a vivir juntos o después de la luna de miel, un día vemos de pronto que se ha producido un completo cambio de personalidad en nuestra pareja. Su voz se pone ronca o chillona para acusarte, culparte o gritarte, probablemente por una cuestión relativamente trivial. O bien se encierra por completo en sí misma. «¿Qué pasa?», preguntas. «No pasa nada», te contestan. Pero la energía intensamente hostil que emana de tu pareja está diciendo «Todo va mal». Cuando la miras a los ojos, no hay
luz en ellos. Es como si hubiera caído un tupido velo, y la persona que conoces y amas, que antes era capaz de brillar a través de su ego, ahora está completamente tapada. Parece que te devuelve la mirada un completo desconocido, y en sus ojos hay odio, hostilidad, amargura o rabia. Cuando te habla, no es tu pareja la que habla, sino su cuerpo-dolor, que habla a través de ella. Todo lo que dice es la versión de la realidad según el cuerpo-dolor, una realidad completamente desfigurada por el miedo, la hostilidad, la ira y el deseo de infligir y recibir más dolor. En este punto, puede que te preguntes si ese es el verdadero rostro de tu pareja, que tú no habías visto antes, y si cometiste un terrible error al elegir a esa persona. Por supuesto, ese no es su verdadero rostro, es solo el cuerpo-dolor que ha tomado posesión temporal. Será difícil encontrar una pareja que no cargue con un cuerpodolor, pero seguramente lo más prudente es elegir a alguien cuyo cuerpo-dolor no sea excesivamente denso.
CUERPOS-DOLOR DENSOS Algunas personas cargan con cuerpos-dolor que nunca están del todo latentes. Pueden estar sonriendo y conversando educadamente, pero no hace falta ser clarividente para sentir esa hirviente bola de emoción negativa que tienen justo bajo la superficie, esperando el próximo suceso al que reaccionar, la próxima persona a la que culpar o con la que enfrentarse, la siguiente cosa que las haga infelices. Sus cuerpos-dolor nunca tienen bastante, siempre están hambrientos. Magnifican la necesidad de enemigos que tiene el ego. Por efecto de su propensión a reaccionar en lugar de actuar, cuestiones relativamente insignificantes crecen fuera de toda proporción, mientras ellos intentan arrastrar a otras personas a su drama, obligándolas a reaccionar. Hay quien se mete en batallas prolongadas sin sentido, o en pleitos con organizaciones o individuos. Otros están consumidos por el odio obsesivo hacia su ex pareja. Inconscientes del dolor que llevan dentro, proyectan con su reacción ese dolor en sucesos y situaciones. Debido a la absoluta falta de conciencia de sí mismos, no pueden distinguir la diferencia entre un suceso y su reacción al suceso. Para ellos, la infelicidad e incluso el dolor mismo están ahí fuera, en el suceso o la situación. Al
ser inconscientes de su estado interior, ni siquiera saben que son profundamente desdichados, que están sufriendo. Algunas personas con cuerpos-dolor muy densos se hacen activistas y luchan por una causa. La causa puede ser muy digna, y a veces al principio consiguen resultados; sin embargo, la energía negativa que fluye en lo que dicen y hacen, y su necesidad inconsciente de enemigos y conflictos, tienden a generar cada vez más oposición a su causa. Por lo general, acaban creándose enemigos en su propia organización, porque vayan donde vayan encuentran razones para sentirse mal, y su cuerpo-dolor sigue encontrando exactamente lo que va buscando.
LESPECTÁCULOS, LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y EL CUERPO-DOLOR
Si alguien no estuviera familiarizado con nuestra civilización contemporánea, si hubiera venido de otra época o de otro planeta, una de las cosas que lo asombrarían sería que a millones de personas les guste ver seres humanos matándose e infligiéndose dolor, que paguen por verlo y que lo llamen «entretenimiento». ¿Por qué las películas violentas atraen tanto público? Hay toda una industria, gran parte de la cual alimenta la adicción humana a la infelicidad. Obviamente, la gente ve esas películas porque quiere sentirse mal. ¿Qué hay en los humanos que disfrute sintiéndose mal y diga que eso es bueno? El cuerpo-dolor, naturalmente. Gran parte de la industria del espectáculo está dedicada a él. Así pues, además de renovarse por la propensión a reaccionar en lugar de actuar, el pensamiento negativo y el drama personal, el cuerpo-dolor se renueva también de manera indirecta a través de las pantallas de cine y televisión. Unos cuerposdolor escriben y producen esas películas, y otros cuerpos-dolor pagan por verlas. ¿Es siempre «malo» presentar y mirar violencia en la televisión y el cine? ¿Va toda esa violencia dirigida al cuerpo-dolor? En el actual estado evolutivo de la humanidad, la violencia no solo está en todas partes sino que va en aumento, ya que la vieja conciencia egótica, amplificada por el cuerpo-dolor colectivo, se intensifica antes de su inevitable caída. Si las películas presentan la violencia en su contexto más amplio, si muestran su origen y sus consecuencias, si muestran lo que les hace a la víctima y al perpetrador, si muestran la inconsciencia colectiva que hay detrás de
la violencia y que se transmite de generación en generación (la ira y el odio que viven en los humanos en forma de cuerpo-dolor), entonces esas películas pueden cumplir una función imprescindible en el despertar de la humanidad. Pueden actuar como un espejo en el que la humanidad ve su propia locura. Eso que hay en ti que reconoce la locura como tal (aunque sea la propia) es la cordura, la conciencia emergente, el final de la locura. Existen películas así, que no alimentan al cuerpo-dolor. Algunas de las mejores películas antibélicas son obras que presentan la realidad de la guerra y no una versión edulcorada. El cuerpodolor solo se puede alimentar de películas en las que la violencia se presenta como una conducta humana normal, e incluso deseable, o que glorifiquen la violencia con el único propósito de generar emoción negativa en el espectador y así convertirse en una «dosis» para el cuerpo-dolor adicto al sufrimiento. La prensa sensacionalista, básicamente, no vende noticias sino emoción negativa, alimento para el cuerpo-dolor. «Atrocidad», gritan los titulares con letras de siete centímetros, o bien «Cabrones». La prensa sensacionalista británica es insuperable en esto. Sabe que la emoción negativa vende muchos más periódicos que las noticias. En los medios de comunicación en general, incluida la televisión, hay una tendencia a cebarse en las noticias negativas. Cuanto peor se ponen las cosas, más se van excitando los presentadores, y muchas veces la excitación negativa ha sido generada por los medios de comunicación mismos. A los cuerpos-dolor les encanta.
EL CUERPO-DOLOR COLECTIVO DE LAS MUJERES La dimensión colectiva del cuerpo-dolor tiene diferentes variantes. Tribus, naciones, razas, todas tienen su cuerpo-dolor colectivo, algunas más intenso que otras, y la mayoría de los miembros de esa tribu, nación o raza participan de él en mayor o menor medida. Casi todas las mujeres comparten el cuerpo-dolor femenino, que tiende a activarse sobre todo justo antes de la menstruación. En ese período, muchas mujeres quedan abrumadas por una intensa emoción negativa.
La supresión del principio femenino, especialmente en los últimos dos mil años, ha permitido al ego lograr la supremacía absoluta en la psique colectiva humana. Aunque las mujeres, naturalmente, tienen egos, el ego puede arraigar y crecer con más facilidad en la forma masculina que en la femenina. Eso se debe a que las mujeres están menos identificadas con la mente que los hombres. Están más en contacto con el cuerpo interior y la inteligencia del organismo, donde se originan las facultades intuitivas. La forma femenina está menos rígidamente encerrada que la masculina, es más abierta y más sensible a otras formas de vida, y está más sintonizada con el mundo natural. Si no se hubiera destruido en nuestro planeta el equilibrio entre energías masculinas y femeninas, el crecimiento del ego se habría reducido mucho. No habríamos declarado la guerra a la naturaleza y no estaríamos tan completamente disociados de nuestro Ser. Nadie conoce la cifra exacta, porque no existen registros, pero parece seguro que a lo largo de un período de trescientos años, entre tres y cinco millones de mujeres fueron torturadas y matadas por la «Santa Inquisición», una institución fundada por la Iglesia católica para suprimir la herejía. Sin duda, este es, junto con el Holocausto, uno de los capítulos más negros de la historia humana. Bastaba con que una mujer diera muestras de amor por los animales, anduviera sola por los campos o bosques, o recogiera hierbas medicinales, para que se la tildara de bruja y fuera torturada y quemada en la hoguera. Se declaró demoníaco el sagrado principio femenino, y toda una dimensión desapareció prácticamente de la experiencia humana. Otras culturas y religiones, como el judaísmo, el islam e incluso el budismo, suprimieron también la dimensión femenina, aunque de un modo menos violento. El estatus de las mujeres quedó reducido a tener hijos y ser propiedad de los hombres. Hombres que negaban lo femenino, incluso en ellos mismos, dirigían el mundo, un mundo totalmente desequilibrado. El resto es historia, o más bien un caso histórico de locura. ¿Quién fue responsable de este miedo a lo femenino que solo se puede describir como una paranoia colectiva aguda? Podríamos decir que, por supuesto, los responsables fueron los hombres. Pero entonces, ¿por qué en muchas antiguas civilizaciones precristianas, como la sumeria, la egipcia y la celta, las mujeres eran respetadas y el principio femenino no era temido sino reverenciado? ¿Qué hizo que de pronto los hombres se sintieran amenazados por las mujeres? El ego que iba
evolucionando en ellos. Sabía que solo podía lograr pleno control de nuestro planeta a través de la forma masculina, y para conseguirlo tenía que dejar sin poder a la femenina. Con el tiempo, el ego se apoderó también de las mujeres, aunque nunca pudo arraigar en ellas tan profundamente como en los hombres. Ahora estamos en una situación en que la supresión de lo femenino ha sido asumida incluso por la mayoría de las mujeres. El sagrado principio femenino, al quedar reprimido, es sentido por muchas mujeres como dolor emocional. De hecho, ha pasado a formar parte de su cuerpo-dolor, junto con el dolor acumulado que han sufrido las mujeres durante milenios a causa de los partos, violaciones, esclavitud y muertes violentas. Pero ahora las cosas están cambiando con rapidez. A medida que más personas se van haciendo conscientes, el ego va perdiendo su poder sobre la mente humana. Como el ego nunca estuvo tan arraigado en las mujeres, está perdiendo su control sobre las mujeres más deprisa que sobre los hombres.
CUERPOS-DOLOR NACIONALES Y RACIALES Ciertos países en los que se sufrieron o cometieron muchos actos de violencia colectiva tienen un cuerpo-dolor colectivo más denso que otros. Por eso las naciones más antiguas tienden a tener cuerpos-dolor más fuertes. También por eso, los países jóvenes, como Canadá o Australia, y los que se han mantenido más a cubierto de la locura que los rodeaba, como Suiza, tienden a tener cuerpos-dolor colectivos más ligeros. Por supuesto, en esos países la gente sigue teniendo que cargar con su cuerpo-dolor personal. Si eres lo bastante sensible, puedes sentir la pesadez en el campo de energía de algunos países en cuanto te bajas del avión. En otros países se puede sentir un campo de energía de violencia latente justo por debajo de la superficie de la vida cotidiana. Por ejemplo, en algunas naciones de Oriente Próximo, el cuerpo-dolor colectivo es tan fuerte que una parte considerable de la población se ve obligada a darle expresión, en un interminable y demente ciclo de agresión y represalia, con el que el cuerpo-dolor se renueva continuamente. En países donde el cuerpo-dolor es fuerte pero ya no tan agudo, ha habido una
tendencia a que la gente intente desensibilizarse respecto al dolor emocional colectivo: en Alemania y Japón, por medio del trabajo; en otros países, mediante el consumo generalizado de alcohol (que, sin embargo, también puede tener el efecto contrario, de estimular el cuerpo-dolor, sobre todo si se consume en exceso). El pesado cuerpo-dolor de China se mitiga en cierta medida mediante la muy extendida práctica del tai chi, que, sorprendentemente, no fue declarado ilegal por el gobierno comunista, que siempre se siente amenazado por cualquier cosa que no pueda controlar. Cada día, en las calles y parques, millones de personas practican esta meditación en movimiento que detiene la mente. Esto representa una considerable diferencia para el campo de energía colectivo y consigue disminuir en cierta medida el cuerpo-dolor, reduciendo el pensamiento y generando Presencia. Las prácticas espirituales en las que interviene el cuerpo físico, como el tai chi, el qigong y el yoga, están siendo cada vez más adoptadas por el mundo occidental. Estas prácticas no provocan una separación entre el cuerpo y el espíritu, y ayudan a debilitar el cuerpo-dolor. Desempeñarán un importante papel en el despertar global. El cuerpo-dolor colectivo racial es muy acusado en los judíos, que han sufrido persecución durante muchos siglos. Y no es sorprendente que también sea fuerte en los nativos norteamericanos, que fueron diezmados y cuya cultura fue destruida por los colonos europeos. También los negros norteamericanos tienen un cuerpo-dolor colectivo muy pronunciado. Sus antepasados fueron sacados a la fuerza de su tierra, sometidos a golpes y vendidos como esclavos. La base de la prosperidad económica norteamericana se apoyó en el trabajo de cuatro o cinco millones de esclavos negros. En realidad, el sufrimiento infligido a los norteamericanos nativos y negros no ha quedado limitado a estas dos razas, sino que ha pasado a formar parte del cuerpodolor colectivo de los norteamericanos. Siempre ocurre que tanto la víctima como el agresor sufren las consecuencias de los actos de violencia, opresión o brutalidad. Porque lo que les haces a otros te lo haces a ti mismo. No importa qué proporción de tu cuerpo-dolor corresponde a tu nación o raza y qué proporción es personal. En cualquier caso, solo lo podrás superar aceptando la responsabilidad de tu estado interior actual. Aunque echar la culpa a otros parezca más que justificado, mientras culpes a otros seguirás alimentando al cuerpodolor con tus pensamientos y seguirás atrapado en tu ego. Solo hay un culpable del mal en este planeta: la inconsciencia humana. Darse cuenta de ello es el auténtico perdón. Con el
perdĂłn, tu identidad de vĂctima se disuelve, y emerge tu verdadero poder: el poder de la Presencia. En lugar de culpar a las tinieblas, enciendes la luz.
6 Cómo liberarse Para empezar a liberarte del cuerpo-dolor, lo primero de todo es darte cuenta de que tienes un cuerpo-dolor. Después, lo más importante es la capacidad de estar lo bastante presente, lo bastante alerta, para notar el cuerpo-dolor en uno mismo cuando se activa, siempre como un fuerte flujo de emoción negativa. Cuando lo reconoces, ya no puede fingir ser tú ni vivir y renovarse a través de ti. Tu Presencia consciente es lo que pone fin a la identificación con el cuerpo-dolor. Cuando dejas de identificarte con él, el cuerpo-dolor ya no puede controlar tu pensamiento, y por lo tanto tampoco puede renovarse alimentándose de él. En la mayoría de los casos, el cuerpo-dolor no se disuelve inmediatamente, pero en cuanto has cortado el lazo entre él y tu pensamiento, el cuerpo-dolor empieza a perder energía. Los pensamientos dejan de estar nublados por la emoción. Tus percepciones presentes ya no están distorsionadas por el pasado. Entonces, la energía que estaba atrapada en el cuerpo-dolor cambia de frecuencia vibratoria y se transmuta en Presencia. De este modo, el cuerpo-dolor se convierte en combustible para la conciencia. Por eso, muchos de los hombres y mujeres más sabios y más iluminados de este planeta tuvieron en otro tiempo un cuerpo-dolor muy fuerte. Independientemente de lo que digas y hagas, y de la cara que presentes al mundo, tu estado mental y emocional no se puede ocultar. De todo ser humano emana un campo de energía que se corresponde con su estado interior, y la mayoría de la gente puede sentirlo, aunque quizá solo sientan subliminalmente la emanación de energía de otros. Es decir, no saben que la sienten, pero ello determina en gran medida sus sentimientos y reacciones hacia esa persona. Algunas personas son más claramente conscientes de ello cuando conocen a alguien, incluso antes de intercambiar palabras. Poco después, sin embargo, las palabras se apoderan de la relación, y con las palabras vienen los papeles que la mayoría de la gente representa. Entonces la atención se desplaza al reino de la mente, y disminuye mucho la capacidad de sentir el campo de energía de la otra persona. No obstante, se sigue sintiendo a nivel subconsciente.
Cuando te das cuenta de que el cuerpo-dolor busca inconscientemente más dolor —es decir, que quiere que ocurra algo malo—, comprendes que muchos accidentes de tráfico están causados por conductores cuyos cuerpos-dolor están activos en ese momento. Cuando dos conductores con cuerpos-dolor activos llegan a un cruce al mismo tiempo, la probabilidad de un accidente es mucho mayor que en circunstancias normales. Inconscientemente, los dos desean que el accidente ocurra. Donde más obvio es el papel de los cuerpos-dolor en los accidentes de tráfico es en el fenómeno llamado «furia de carretera», cuando los conductores se vuelven físicamente violentos, muchas veces por cuestiones triviales, como que alguien que va delante de ellos conduce demasiado despacio. Muchos actos de violencia los cometen personas «normales» que en ciertos momentos se convierten en maníacos. En los tribunales de todo el mundo se oye a los abogados defensores decir «esto no es propio de él», y al acusado «no sé qué se apoderó de mí». Que yo sepa, hasta ahora ningún abogado le ha dicho al juez (aunque puede que el día no esté muy lejano): «Este es un caso de responsabilidad disminuida. El cuerpo-dolor de mi cliente estaba activado, y él no sabía lo que hacía. De hecho, no lo hizo él. Lo hizo su cuerpo-dolor». ¿Significa esto que la gente no es responsable de lo que hace cuando está poseída por el cuerpo-dolor? Mi respuesta es: ¿cómo podría serlo? ¿Cómo puedes ser responsable si estás inconsciente, si no sabes lo que estás haciendo? Sin embargo, en el plan general de las cosas, los seres humanos están destinados a evolucionar hasta convertirse en seres conscientes, y los que no lo hagan tendrán que sufrir las consecuencias de su inconsciencia. Están desfasados respecto al impulso evolutivo del universo. E incluso esto solo es cierto relativamente. Desde un punto de vista más elevado, no es posible estar desfasado con la evolución del universo, y hasta la inconsciencia humana y el sufrimiento que genera forman parte de esa evolución. Cuando ya no puedes soportar el interminable ciclo de sufrimiento, estás empezando a despertar. Así pues, el cuerpo-dolor tiene su lugar necesario en la imagen general.
PRESENCIA
Una mujer de treinta y tantos años acudió a verme. Cuando me saludó, pude sentir el dolor detrás de su sonrisa educada y superficial. Empezó a contarme su historia, y al instante su sonrisa se transformó en una mueca de dolor. Después empezó a sollozar sin poder controlarse. Dijo que se sentía sola y no realizada. Había mucha rabia y tristeza en ella. De niña, había sufrido abusos a manos de un padre físicamente violento. Vi enseguida que su dolor no estaba causado por las circunstancias presentes de su vida, sino por un cuerpo-dolor extraordinariamente pesado. Su cuerpo-dolor se había convertido en un filtro a través del cual veía su situación vital. No era capaz de ver la conexión entre el dolor emocional y sus pensamientos, ya que estaba completamente identificada con ambas cosas. No se daba cuenta de que estaba alimentando al cuerpo-dolor con sus pensamientos. En otras palabras, vivía con la carga de una personalidad profundamente desdichada. Sin embargo, en algún nivel, debía de haber comprendido que su dolor se originaba dentro de ella, que ella misma era una carga para sí misma. Estaba lista para despertar, y por eso había acudido a mí. Dirigí el foco de su atención hacia lo que sentía dentro de su cuerpo y le pedí que sintiera la emoción directamente, y no a través del filtro de sus tristes pensamientos, de su desdichada historia. Dijo que había ido a verme con la esperanza de que yo le enseñara el camino para salir de su infelicidad, no para entrar en ella. Sin embargo, de mala gana, hizo lo que yo le pedía. Le corrían lágrimas por la cara, le temblaba todo el cuerpo. «En este momento, esto es lo que sientes —le dije—. No puedes hacer nada para impedir que sientas esto en este momento. Ahora, en lugar de desear que este momento sea diferente de como es, lo cual añade más dolor al dolor que ya está ahí, ¿te sería posible aceptar por completo que esto es lo que sientes ahora mismo?» Se quedó callada un momento. De pronto, hizo un gesto de impaciencia, como si estuviera a punto de levantarse, y dijo irritada: «No, no quiero aceptar esto». «¿Quién está hablando? —le pregunté—. ¿Tú o la infelicidad que hay en ti? ¿No ves que tu infelicidad por ser infeliz es otra capa de infelicidad?» Volvió a quedarse callada. «No te estoy pidiendo que hagas nada. Lo único que te pido es que averigües si te es posible permitir que esos sentimientos estén ahí. En otras palabras, y esto puede sonarte raro, ¿qué pasará con la infelicidad si no te importa ser infeliz? ¿No quieres averiguarlo?»
Durante un momento pareció desconcertada, y al cabo de aproximadamente un minuto de estar sentada en silencio, noté de repente un significativo cambio en su campo de energía. Dijo: «Qué raro. Sigo siendo desdichada, pero ahora hay espacio alrededor. Parece que importa menos». Era la primera vez que oía a alguien expresarlo de ese modo: «Hay espacio alrededor de mi infelicidad». Ese espacio, por supuesto, aparece cuando hay una aceptación interior de lo que uno está experimentando en el momento presente. No dije mucho más, para permitirle vivir la experiencia. Más adelante llegó a entender que, en el momento en que dejó de identificarse con el sentimiento, con la antigua emoción dolorosa que vivía en ella, en el momento en que le prestó atención directamente sin intentar resistirse, la emoción ya no pudo seguir controlando su pensamiento y confundirse con una historia construida por la mente y titulada «Qué desgraciada soy». En su vida había aparecido otra dimensión que trascendía su pasado personal: la dimensión de la Presencia. Como no es posible ser desgraciado sin una historia desdichada, ahí se terminó su infelicidad. Fue también el principio del fin de su cuerpo-dolor. La emoción en sí misma no es infelicidad. Solo es infelicidad la emoción más una historia desdichada. Cuando terminó nuestra sesión, fue muy gratificante saber que acababa de contemplar el surgimiento de la Presencia en otro ser humano. La razón misma de nuestra existencia en forma humana es traer a este mundo esa dimensión de la conciencia. También había sido testigo de una disminución del cuerpo-dolor, no a base de luchar contra él, sino alumbrándolo con la luz de la conciencia. Pocos minutos después de marcharse la mujer, llegó una amiga que iba a llevarme una cosa. En cuanto entró en la habitación, dijo: «¿Qué ha pasado aquí? Hay una energía espesa y tenebrosa. Casi me dan mareos. Tienes que abrir las ventanas, quemar un poco de incienso». Le expliqué que acababa de presenciar una gran liberación en una persona con un cuerpo-dolor muy denso, y que lo que sentía debía de ser parte de la energía que se había liberado durante nuestra sesión. Pero mi amiga no quería quedarse a escuchar. Quería salir de allí lo antes posible. Abrí las ventanas y fui a cenar en un pequeño restaurante indio cercano. Lo que ocurrió allí fue una nueva y clara confirmación de lo que yo ya sabía: que, en algún nivel, todos los cuerposdolor aparentemente individuales están conectados. Aunque la forma que adoptó esta confirmación particular fue sorprendente.
EL RETORNO DEL CUERPO-DOLOR Me senté a una mesa y pedí una comida. Había unos pocos clientes más. En una mesa cercana había un hombre maduro en silla de ruedas que estaba terminando de comer. Me miró una vez, breve pero intensamente. Pasaron unos minutos. De pronto, se puso inquieto, agitado, su cuerpo empezó a temblar. Llegó el camarero a llevarse su plato. El hombre empezó a discutir con él. «La comida no estaba buena. Era asquerosa». «Entonces, ¿por qué se la ha comido?», preguntó el camarero. Y aquello acabó de hacerlo estallar. Empezó a chillar, se puso insultante. Salían palabras horribles de su boca; un odio intenso y violento llenó el local. Uno podía sentir aquella energía entrando en el propio cuerpo, buscando algo a lo que agarrarse. Ahora estaba gritándoles también a otros clientes, pero por alguna extraña razón se desentendía por completo de mí, que estaba sentado en intensa Presencia. Sospeché que el cuerpo-dolor humano universal había vuelto para decirme: «Creías que me habías derrotado. Pues mira, aún estoy aquí». También consideré la posibilidad de que el campo de energía liberada que había quedado después de nuestra sesión me hubiera seguido hasta el restaurante y se hubiera pegado a la persona en la que encontró una frecuencia vibratoria compatible, es decir, un cuerpo-dolor denso. El encargado abrió la puerta. «Márchese, márchese.» El hombre salió zumbando en su silla de ruedas eléctrica, dejando a todo el mundo estupefacto. Un minuto después, regresó. Su cuerpo-dolor aún no tenía bastante. Necesitaba más. Abrió la puerta empujándola con su silla de ruedas, gritando obscenidades. Una camarera intentó impedir que entrara. Él puso su silla a toda velocidad y la aplastó contra la pared. Gritos, chillidos, pandemónium. Poco después llegó un policía, el hombre se tranquilizó, le dijeron que se marchara y no volviera. Afortunadamente, la camarera no estaba herida, excepto unas magulladuras en las piernas. Cuando todo terminó, el encargado se acercó a mi mesa y me preguntó, medio en broma pero tal vez sintiendo instintivamente que existía alguna conexión: «¿Todo esto lo ha provocado usted?».
EL CUERPO-DOLOR EN LOS NIÑOS A veces, los cuerpos-dolor de los niños se manifiestan como arrebatos de mal humor
o retraimiento. El niño se pone mohíno, se niega a interactuar y se queda quizá en un rincón, abrazando un muñeco o chupándose el pulgar. También se pueden manifestar como ataques de llanto o rabietas. El niño chilla, tal vez se tira al suelo o se pone destructivo. Un deseo frustrado puede desencadenar fácilmente el cuerpo-dolor, y en un ego en desarrollo la fuerza del deseo puede ser intensa. Es probable que los padres lo miren impotentes, incrédulos, sin comprender que su angelito se haya transformado en pocos segundos en un pequeño monstruo. «¿De dónde ha salido toda esta infelicidad?», se preguntan. En mayor o menor medida, es la parte que tiene el niño del cuerpodolor colectivo de la humanidad, que se remonta al origen mismo del ego humano. Pero también es posible que el niño haya absorbido dolor de los cuerpos-dolor de sus padres, y que los padres vean en el niño un reflejo de lo que también existe en ellos. Los niños muy sensibles resultan especialmente afectados por los cuerposdolor de sus padres. Tener que presenciar el insensato drama de sus padres les provoca un dolor emocional casi insoportable, y muchos de estos niños hipersensibles se convierten en adultos con cuerpos-dolor muy pesados. Los niños no se dejan engañar por padres que intentan ocultarles sus cuerpos-dolor, que se dicen «no debemos pelear delante de los niños». Por lo general, esto significa que mientras los padres conversan educadamente, la casa está impregnada de energía negativa. Los cuerpos-dolor reprimidos son sumamente tóxicos, aún más que los manifiestamente activos, y esta toxicidad psíquica es absorbida por los niños y contribuye al desarrollo de su propio cuerpo-dolor. Algunos niños aprenden subliminalmente acerca del ego y el cuerpo-dolor, simplemente por vivir con padres muy inconscientes. Una mujer cuyos padres tenían egos muy fuertes y cuerposdolor muy densos me contó que muchas veces, cuando sus padres estaban gritándose uno a otro, ella los miraba y, aunque los quería, se decía: «Esta gente está loca. ¿Cómo he venido a parar aquí?». Había ya en ella una conciencia de la locura que es vivir de ese modo. Esa conciencia la ayudaba a reducir la cantidad de dolor que absorbía de sus padres. Muchos padres se preguntan qué hacer con los cuerpos-dolor de sus hijos. Pero la pregunta principal, naturalmente, es si están haciendo algo con el suyo. ¿Lo reconocen dentro de sí mismos? ¿Son capaces de estar lo bastante presentes cuando se activa, para poder ser conscientes de la emoción en el nivel de sentimiento, antes
de que tenga ocasión de convertirse en pensamiento y, por lo tanto, en una «persona desdichada»? Cuando el niño tiene un ataque de cuerpo-dolor, no hay mucho que se pueda hacer, aparte de estar presente para no verse arrastrado a una reacción emocional, ya que el cuerpo-dolor del niño se alimentaría de ella. Los cuerpos-dolor pueden ser sumamente dramáticos. No entres en el drama. No te lo tomes demasiado en serio. Si el cuerpo-dolor se activó por un deseo frustrado, no cedas ahora a sus demandas. De otro modo, el niño aprendería: «Cuanto más desdichado sea, más probabilidades tendré de conseguir lo que quiero». Esto es una receta para la disfunción en la vida futura. El cuerpo-dolor se verá frustrado por la falta de reacción del padre, y lo más probable es que actúe un poco más durante breve tiempo antes de apaciguarse. Afortunadamente, los episodios de cuerpo-dolor en los niños suelen durar menos que en los adultos. Poco después de haberse apaciguado, o tal vez al día siguiente, puedes hablar con el niño de lo que ocurrió. Pero no le hables al niño del cuerpo-dolor. En lugar de eso, hazle preguntas. Por ejemplo: «¿Qué te pasó ayer, que no dejabas de chillar? ¿Te acuerdas? ¿Cómo te sentías? ¿Era una buena sensación? Eso que te pasó, ¿tiene nombre? ¿No? Si tuviera nombre, ¿cómo se llamaría? Si pudieras verlo, ¿qué aspecto tendría? ¿Podrías hacer un dibujo del aspecto que tiene? ¿Qué le pasó cuando se terminó? ¿Se fue a dormir? ¿Crees que puede volver?». Estas son solo unas cuantas preguntas sugeridas, pensadas para despertar en el niño la facultad de presenciar, que es la Presencia. Es posible que también quieras hablarle al niño de tu propio cuerpo-dolor utilizando la terminología infantil. La próxima vez que el niño sufra un arrebato de cuerpo-dolor, puedes decir: «Ha vuelto, ¿verdad?». Usando las palabras que utilizó el niño cuando habló de ello, dirige su atención a lo que se siente. Que tu actitud sea de interés o curiosidad, y no de crítica o condena. Es poco probable que esto detenga al cuerpo-dolor en ese mismo momento, y puede parecer que el niño ni siquiera te oye, pero algo quedará en el fondo de su conciencia, incluso cuando el cuerpo-dolor está activo. Después de unas cuantas veces, esta conciencia se habrá fortalecido y el cuerpo-dolor se habrá debilitado. La Presencia va creciendo en el niño. Un día puede que te encuentres con que es el niño el que te hace ver que tu cuerpodolor ha tomado control de ti.
INFELICIDAD No toda la infelicidad es obra del cuerpo-dolor. Una parte es infelicidad nueva, creada cuando no estás en sintonía con el momento presente, cuando se niega el Ahora de una manera u otra. Cuando reconoces que el momento presente es siempre lo que hay y por lo tanto es inevitable, puedes aceptarlo plenamente en tu interior y así no solo no crearás más infelicidad sino que, al haber desaparecido la resistencia interior, te encuentras dotado del poder de la Vida misma. La infelicidad del cuerpo-dolor es siempre claramente desproporcionada respecto a la causa aparente. En otras palabras, es una reacción excesiva. Así es como se reconoce la persona poseída, aunque el sufriente no suela reconocerlo. Una persona con un cuerpo-dolor fuerte encuentra con facilidad razones para estar molesta, irritada, dolida, triste o temerosa. Cosas relativamente insignificantes, que otro descartaría con una sonrisa o ni siquiera notaría, se convierten en la causa aparente de una intensa infelicidad. Por supuesto, no son la verdadera causa: solo actúan como desencadenante. Hacen que vuelva a la vida la antigua emoción acumulada. Entonces la emoción se desplaza a la cabeza y amplifica y da energía a las estructuras mentales del ego. El cuerpo-dolor y el ego son parientes cercanos. Se necesitan el uno al otro. El suceso o situación desencadenante se interpreta, y se reacciona a ello, a través de la pantalla de un ego altamente emocional. Es decir, se distorsiona por completo su importancia. Miras el presente a través de los ojos del pasado emocional que llevas dentro. En otras palabras, lo que ves y experimentas no está en el suceso o la situación, sino en ti. En algunos casos, puede estar en el suceso o situación, pero tú lo amplificas con tu reacción. Esta reacción, esta amplificación, es lo que el cuerpodolor desea y necesita, pues de eso se alimenta. A alguien poseído por un cuerpo-dolor fuerte suele resultarle imposible salirse de su interpretación distorsionada, de esa «historia» tan emocional. Cuanta más emoción negativa haya en una historia, más fuerte e impenetrable se vuelve. Y así, la historia no se reconoce como tal, sino que se toma por realidad. Cuando estás completamente atrapado en el flujo de pensamiento y en la emoción que lo acompaña, no es posible salirse, porque ni siquiera sabes que haya algo fuera. Estás atrapado en tu propia película o sueño, atrapado en tu propio infierno. Para ti, es la
realidad y no hay otra realidad posible. Desde tu punto de vista, tu reacción es la única reacción posible.
ROMPE LA IDENTIFICACIÓN CON EL CUERPO-DOLOR Una persona con un cuerpo-dolor fuerte y activo tiene una particular emanación de energía que los demás perciben como sumamente desagradable. Cuando la gente se encuentra con una persona así, algunos procurarán quitarse de en medio inmediatamente o reducir la interacción al mínimo. Se sienten repelidos por el campo de energía de la persona. Otros sentirán una oleada de agresividad hacia esa persona, y serán groseros o la atacarán verbalmente, y en algunos casos físicamente. Esto significa que hay algo dentro de ellos que sintoniza con el cuerpo-dolor de la otra persona. Eso a lo que reaccionan con tanta fuerza está también dentro de ellos. Es su propio cuerpo-dolor. No es sorprendente que las personas con cuerpos-dolor fuertes y muy activos se encuentren con frecuencia en situaciones conflictivas. A veces, por supuesto, las provocan activamente. Otras veces quizá no hagan nada, pero la negatividad que emanan es suficiente para atraer hostilidad y generar conflicto. Se requiere un alto grado de Presencia para no reaccionar cuando estás frente a una persona con un cuerpo-dolor muy activo. Si eres capaz de mantenerte presente, a veces ocurre que tu Presencia permite que la otra persona deje de identificarse con su cuerpodolor y de ese modo experimente el milagro de un repentino despertar. Aunque el despertar puede durar poco, se habrá iniciado el proceso de despertar. Uno de los primeros despertares de este tipo que yo presencié ocurrió hace muchos años. El timbre de mi puerta sonó hacia las once de la noche. Por el telefonillo me llegó la voz cargada de ansiedad de mi vecina Ethel: «Tenemos que hablar. Es muy importante. Por favor, déjame pasar». Ethel era una mujer madura, inteligente y muy culta. También tenía un ego muy fuerte y un cuerpo-dolor muy denso. Había escapado de la Alemania nazi siendo adolescente, y muchos familiares suyos habían perecido en los campos de concentración. Ethel se sentó en mi sofá, agitada, con las manos temblando. Sacó cartas y documentos de una carpeta que llevaba y los extendió por el sofá y por el suelo.
Tuve inmediatamente la extraña sensación de que un regulador de luz se hubiera puesto a máxima potencia en todo el interior de mi cuerpo. La miré sin ningún pensamiento, sin ningún juicio, y escuché callado, sin ningún comentario mental. Un torrente de palabras salía de su boca. «Hoy me han enviado otra carta impertinente. Están llevando a cabo una venganza contra mí. Tienes que ayudarme. Tenemos que combatirlos juntos. Sus abogados corruptos no se detendrán ante nada. Perderé mi casa. Me están amenazando con expropiarme.» Resultó que se estaba negando a pagar los gastos de comunidad porque los administradores de la propiedad no habían efectuado algunas reparaciones. Ellos, a su vez, amenazaban con llevarla a los tribunales. Habló durante diez minutos, más o menos. Yo permanecí sentado, mirando y escuchando. De pronto, dejó de hablar, miró los papeles que tenía alrededor como si acabara de despertar de un sueño. Se volvió tranquila y amable. Todo su campo de energía cambió. Entonces me miró y dijo: «Esto no es nada importante, ¿verdad?». «No, no lo es», dije yo. Se quedó sentada en silencio un par de minutos más, y después recogió sus papeles y se marchó. A la mañana siguiente, me paró en la calle, y me miró con un poco de recelo. «¿Qué me hiciste? Esta noche ha sido la primera en años que he dormido bien. De hecho, he dormido como un bebé.» Ella creía que yo le había «hecho algo», pero yo no había hecho nada. En lugar de preguntar qué le había hecho, tal vez hubiera debido preguntar qué no había hecho. No había reaccionado, ni confirmado la realidad de su historia, ni alimentado su mente con más pensamientos y su cuerpo-dolor con más emoción. Le había permitido experimentar lo que estaba experimentando en aquel momento, y el poder de permitir está en la no interferencia, en no hacer. Estar presente es siempre infinitamente más poderoso que cualquier cosa que uno pueda decir o hacer, aunque a veces estar presente puede dar origen a palabras o acciones. Lo que le había pasado no era todavía un cambio permanente, sino un atisbo de lo que es posible, un atisbo de lo que ya había dentro de ella. En el zen, a ese atisbo se lo llama satori. El satori es un momento de Presencia, salirse por un momento de la voz de la cabeza, de los procesos de pensamiento y de su reflejo en el cuerpo en forma de emoción. Es la emergencia de la espaciosidad interior, allí donde antes no había más que confusión de pensamientos y el alboroto de la emoción. La mente pensante no puede comprender la Presencia, y por eso suele
malinterpretarla. Dirá que eres indiferente, distante, que no tienes compasión, que no te relacionas. Lo cierto es que te estás relacionando, pero a un nivel más profundo que el del pensamiento y la emoción. De hecho, en ese nivel hay una auténtica comunicación, una auténtica unión que va mucho más allá que la relación. En la quietud de la Presencia puedes sentir la esencia sin forma que hay en ti mismo y en el otro como una misma cosa. Ser consciente de la unidad entre tú y el otro es verdadero amor, verdadera consideración, verdadera compasión.
DESENCADENANTES Algunos cuerpos-dolor solo reaccionan a un tipo particular de desencadenantes o situaciones, que suele ser el que sintoniza con cierto tipo de dolor emocional sufrido en el pasado. Por ejemplo, si un niño crece con padres para los que los problemas económicos son causa de frecuentes dramas y conflictos, puede absorber el miedo de los padres a la falta de dinero y desarrollar un cuerpo-dolor que se activa cada vez que hay cuestiones económicas en juego. El niño ya adulto se preocupará o se irritará incluso por cantidades insignificantes de dinero. Tras la preocupación o la irritación hay cuestiones de supervivencia y un miedo intenso. He visto personas espirituales, es decir, relativamente conscientes, que empezaban a gritar, culpar y hacer acusaciones en cuanto cogían el teléfono para hablar con su agente de bolsa o propiedades. Así como hay una advertencia sanitaria en cada paquete de cigarrillos, tal vez debería haber advertencias similares en todo billete de banco e informe bancario: «El dinero puede activar el cuerpo-dolor y provocar inconsciencia completa». Aquellos que en su infancia fueron desatendidos o abandonados por uno o ambos progenitores es probable que desarrollen un cuerpo-dolor que se active en cualquier situación que sintonice, aunque sea remotamente, con su dolor primordial por el abandono. Si un amigo llega con unos minutos de retraso a recogerlos en el aeropuerto, o su cónyuge llega tarde a casa, se puede desencadenar un violento ataque del cuerpo-dolor. Si su pareja los deja o muere, el dolor emocional que experimentan va mucho más allá del dolor natural en estas situaciones. Puede ser una angustia intensa, una depresión permanente e incapacitante, o una rabia obsesiva.
Una mujer cuyo padre abusó de ella en la infancia puede encontrarse con que su cuerpo-dolor se activa con facilidad en cualquier relación íntima con un hombre. En otros casos, la emoción que constituye su cuerpo-dolor puede hacer que se sienta atraída por un hombre cuyo cuerpo-dolor sea similar al de su padre. Su cuerpo-dolor quizá sienta una atracción magnética hacia alguien que percibe que le dará más del mismo dolor. A veces, ese dolor se malinterpreta como enamoramiento. Un hombre que fue un hijo no deseado y cuya madre no le dio amor, y solo un mínimo de cuidados y atención, desarrolló un cuerpo-dolor muy ambivalente que consistía en una intensa añoranza incumplida del amor y atención de su madre, y al mismo tiempo un intenso odio hacia ella por no haberle dado lo que tan desesperadamente necesitaba. Cuando se hizo adulto, casi todas las mujeres activaban las insatisfacciones de su cuerpo-dolor —una forma de dolor emocional— y esto se manifestaba en una adicción compulsiva a «conquistar y seducir» a casi todas las mujeres que conocía, para conseguir de este modo el amor y la atención femeninos que el cuerpo-dolor ansiaba. Se convirtió en todo un experto en seducción, pero en cuanto una relación se hacía íntima o sus proposiciones eran rechazadas, surgía la ira del cuerpo-dolor hacia su madre, que saboteaba la relación. Cuando reconoces tu cuerpo-dolor al verlo surgir, aprendes con rapidez cuáles son los desencadenantes más comunes que lo activan, ya sean situaciones o ciertas cosas que la gente hace o dice. Cuando se presentan estos desencadenantes, los ves inmediatamente como lo que son, y entras en un estado de alerta intensificado. Al cabo de uno o dos segundos, notas también la reacción emocional que es el cuerpodolor empezando a manifestarse. Pero, en ese estado de Presencia alerta, no te identificarás con él, lo que significa que el cuerpo-dolor no puede apoderarse de ti y convertirse en la voz de tu cabeza. Si en ese momento estás con tu pareja, puedes decirle: «Lo que acabas de decir (o hacer) ha activado mi cuerpo-dolor». Ponte de acuerdo con tu pareja en que cada vez que uno de los dos diga o haga algo que active el cuerpo-dolor del otro, lo diréis inmediatamente. De este modo, el cuerpo-dolor no podrá renovarse por medio del drama en la relación, y en lugar de verte arrastrado a la inconsciencia, eso te ayudará a estar plenamente presente. Cada vez que estás presente cuando se manifiesta el cuerpodolor, parte de la energía emocional negativa del cuerpo-dolor se consume, como si dijéramos, y se transmuta en Presencia. El resto del cuerpo-dolor se retira rápidamente a esperar una
oportunidad mejor para manifestarse de nuevo; es decir, cuando estés menos consciente. Puede surgir una oportunidad mejor para que surja el cuerpo-dolor cada vez que pierdes Presencia; tal vez después de tomar unas copas o mientras ves una película violenta. La más mínima emoción negativa, como estar irritado o ansioso, puede servir también de puerta por la que vuelve el cuerpo-dolor. El cuerpo-dolor necesita tu inconsciencia. No puede soportar la luz de la Presencia.
EL CUERPO-DOLOR COMO DESPERTADOR A primera vista, puede parecer que el cuerpo-dolor es el mayor obstáculo para la emergencia de una nueva conciencia en la humanidad. Ocupa tu mente, controla y distorsiona tu pensamiento, trastorna tus relaciones y se siente como una nube negra que ocupa todo tu campo de energía. Tiende a hacerte inconsciente en el sentido espiritual, lo que significa identificación total con la mente y las emociones. Te hace reaccionar en lugar de actuar, te hace decir y hacer cosas que están ideadas para aumentar la infelicidad en ti y en el mundo. Pero, a medida que aumenta la infelicidad, aumenta también la perturbación en la vida. Es posible que el cuerpo ya no pueda soportar la tensión y desarrolle una enfermedad o alguna disfunción. Puede que te veas envuelto en un accidente, en una situación sumamente conflictiva o en un drama provocado por el deseo del cuerpodolor de que ocurra algo malo, o que cometas actos de violencia física. O que todo ello te supere y ya no puedas seguir viviendo con tu desdichado yo. Por supuesto, el cuerpo-dolor forma parte de ese falso yo. Cuando eres poseído por el cuerpo-dolor, cuando no lo reconoces como lo que es, se convierte en parte de tu ego. Todo aquello con lo que te identificas se convierte en ego. El cuerpodolor es una de las cosas más poderosas con las que el ego puede identificarse, y al mismo tiempo el cuerpo-dolor necesita al ego para renovarse por medio de él. Esta maligna alianza, sin embargo, acaba por romperse cuando el cuerpo-dolor es tan intenso que las estructuras mentales del ego, en lugar de verse reforzadas por él, se van erosionando por las continuas embestidas de la carga de energía del cuerpo-dolor, del mismo modo que un aparato eléctrico puede ganar energía con una corriente eléctrica, pero también puede resultar destruido si el
voltaje es demasiado alto. Las personas con cuerpos-dolor muy fuertes suelen llegar a un punto en el que sienten que su vida se está volviendo insoportable y ya no pueden aguantar más dolor, más drama. Una mujer lo expresó diciendo clara y simplemente que estaba «harta de ser desdichada». Algunas personas pueden sentir, como me pasó a mí, que ya no pueden vivir con ellas mismas. Entonces, la paz interior se convierte en la máxima prioridad. Su agudo dolor emocional las fuerza a dejar de identificarse con el contenido de su mente y las estructuras mentales y emocionales que dan origen al yo desdichado y lo perpetúan. Entonces comprenden que ni su desgraciada historia ni la emoción que sienten son ellos. Se dan cuenta de que son el conocer, no lo conocido. En lugar de arrastrarlos a la inconsciencia, el cuerpo-dolor se convierte en su despertador, el factor decisivo que los empuja a un estado de Presencia. Sin embargo, debido al flujo sin precedentes de conciencia que estamos presenciando ahora en el planeta, muchas personas ya no necesitan pasar por los abismos del sufrimiento intenso para poder poner fin a la identificación con el cuerpo-dolor. Cada vez que notan que han vuelto a caer en un estado disfuncional, son capaces de decidir salirse de la identificación con el pensamiento y las emociones y entrar en el estado de Presencia. Renuncian a la resistencia, se quedan inmóviles y alerta y son uno con lo que es, dentro y fuera. El siguiente paso en la evolución humana no es inevitable, pero por primera vez en la historia de nuestro planeta puede ser una elección consciente. ¿Quién toma esa decisión? Tú. ¿Y quién eres tú? La conciencia que se ha hecho consciente de sí misma.
CÓMO LIBERARSE DEL CUERPO-DOLOR Una pregunta que me hacen con frecuencia es: «¿Cuánto se tarda en liberarse del cuerpo-dolor?». La respuesta, por supuesto, es que depende tanto de la intensidad del cuerpo-dolor de la persona como de la intensidad de la Presencia que surge en ese individuo. Pero no es el cuerpo-dolor, sino la identificación con él, lo que causa el sufrimiento que infliges a ti mismo y a otros. No es el cuerpo-dolor, sino la identificación con el cuerpo-dolor, lo que te obliga a revivir el pasado una y otra vez
y te mantiene en estado de inconsciencia. Así que sería más importante preguntar: «¿Cuánto se tarda en liberarse de la identificación con el cuerpodolor?». Y la respuesta a esa pregunta es: no se tarda nada. Cuando el cuerpo-dolor se activa, debes saber que lo que estás sintiendo es el cuerpo-dolor que llevas dentro. Este conocimiento es lo único que se necesita para romper tu identificación con él. Y cuando cesa la identificación con él, comienza la transmutación. El conocimiento impide que la vieja emoción se te suba a la cabeza y tome el control, no solo del diálogo interior, sino también de tus actos y tus interacciones con otras personas. Eso significa que el cuerpo-dolor ya no puede utilizarte y renovarse por medio de ti. La vieja emoción puede seguir viva en ti durante algún tiempo y reaparecer periódicamente. También puede engañarte de vez en cuando para que vuelvas a identificarte con ella y así oscurecer el conocimiento, pero no por mucho tiempo. Cuando no proyectas la vieja emoción en las situaciones, le haces frente directamente dentro de ti. Puede que no sea agradable, pero no te matará. La Presencia es más que capaz de contenerla. Esa emoción no eres tú. Cuando sientas el cuerpo-dolor, no caigas en el error de pensar que hay algo que falla en ti. Al ego le encanta que nos convirtamos en un problema. El conocimiento tiene que ir seguido por la aceptación. Cualquier otra cosa volverá a oscurecerlo. Aceptar significa que te permites sentir lo que estás sintiendo en ese momento. Forma parte de la esencia del Ahora. No se puede discutir con lo que es. Bueno, sí que se puede, pero si lo haces, sufres. Al aceptarlo, te conviertes en lo que eres: vasto, espacioso. Te haces completo. Ya no eres un fragmento, que es como el ego se percibe a sí mismo. Emerge tu verdadera naturaleza, que es una con la naturaleza de Dios. A esto se refería Jesús cuando dijo «Sed completos, como es completo vuestro Padre que está en el cielo».1 El «sed perfectos» del Nuevo Testamento es una mala traducción de la palabra griega original, que significa completo. Es decir: no necesitas volverte completo, sino ser lo que ya eres… con el cuerpo-dolor o sin él.
7 Descubrir quién es uno en realidad Gnosti te auton: conócete a ti mismo. Estas palabras estaban grabadas sobre la entrada al templo de Apolo en Delfos, sede del sagrado oráculo. En la antigua Grecia, la gente acudía al oráculo con la esperanza de averiguar qué les reservaba el destino o qué línea de acción seguir en una situación particular. Es probable que la mayoría de los visitantes leyera estas palabras al entrar en el edificio, sin darse cuenta de que indicaban una verdad más profunda que cualquier cosa que pudiera decirles el oráculo. Puede que tampoco se dieran cuenta de que, por grande que fuera la revelación o precisa la información que recibían, al final no les serviría de nada, no los salvaría de la nueva infelicidad y sufrimiento que crearían por sí mismos, si eran incapaces de descubrir la verdad oculta en esa recomendación: conócete a ti mismo. Lo que implican estas palabras es: antes de hacer otra pregunta, plantéate la pregunta más fundamental de tu vida: ¿quién soy yo? Las personas inconscientes —y muchos permanecen inconscientes, atrapados en sus egos, toda su vida— te dirán enseguida quiénes son: su nombre, su profesión, su historia personal, la forma o estado de su cuerpo, y cualquier otra cosa con la que se identifiquen. Otros pueden parecer más evolucionados porque piensan en sí mismos como un alma inmortal o un espíritu divino. Pero ¿se conocen de verdad a sí mismos, o solo han añadido al contenido de su mente unos cuantos conceptos que suenan a espirituales? Conocerte a ti mismo es algo mucho más profundo que adoptar un conjunto de ideas o creencias. Las ideas y creencias espirituales pueden ser, en el mejor de los casos, indicadores útiles, pero en sí mismas casi nunca tienen el poder de desalojar los conceptos centrales de lo que tú crees que eres, que forman parte del condicionamiento de la mente humana. Conocerte profundamente a ti mismo no tiene nada que ver con las ideas que flotan en tu mente, sean las que sean. Conocerte a ti mismo es estar enraizado en el Ser, en lugar de perdido en tu mente.
QUIÉN TE CREES QUE ERES
Tu sentido de quién eres determina lo que percibes como tus necesidades y lo que te importa en la vida; y todo lo que te importa tendrá el poder de trastornarte y perturbarte. Puedes utilizar esto como criterio para averiguar hasta qué punto te conoces. Lo que te importa no es necesariamente lo que dices o crees, sino lo que tus actos y reacciones revelan como importante y serio para ti. Así que puedes plantearte esta pregunta: ¿cuáles son las cosas que me molestan y trastornan? Si cosas pequeñas tienen el poder de trastornarte, entonces quien piensas que eres es exactamente así: pequeño. Esa será tu creencia inconsciente. ¿Qué son cosas pequeñas? En último término, todas las cosas son pequeñas porque las cosas son transitorias. Puede que te digas «Sé que soy un espíritu inmortal» o «Estoy cansado de este mundo loco y lo único que quiero es paz»… hasta que suena el teléfono. Malas noticias: la bolsa de valores se ha hundido; no se ha llegado a un acuerdo; te han robado el coche; ha venido tu suegra; el viaje ha quedado cancelado; el contrato se ha roto; tu pareja te ha dejado; exigen más dinero; dicen que es culpa tuya. De pronto, hay un estallido de rabia, de ansiedad. La voz se te pone ronca: «Ya no aguanto más». Acusas y culpas, atacas, defiendes o te justificas, y todo ello lo haces como un autómata. Evidentemente, ahora hay algo que para ti es mucho más importante que la paz interior que hace un momento decías que era lo único que querías, y tampoco eres ya un espíritu inmortal. El acuerdo, el dinero, el contrato, la pérdida o la amenaza de pérdida son más importantes. ¿Para quién? ¿Para el espíritu inmortal que decías que eres? No, para mí. El pequeño yo que busca seguridad o realización en cosas pasajeras y se pone ansioso o furioso porque no lo consigue. Bueno, al menos ahora ya sabes quién te crees que eres. Si lo que quisieras de verdad fuera paz, entonces elegirías la paz. Si la paz te importara más que cualquier otra cosa y si de verdad supieras que eres espíritu y no un pequeño yo, te mantendrías sin reaccionar y absolutamente alerta cuando te enfrentas con personas o situaciones adversas. Aceptarías inmediatamente la situación y así te harías uno con ella en lugar de separarte de ella. Entonces, de tu estado de alerta saldría una respuesta. Respondería quien tú eres (conciencia), no quien crees que eres (un yo pequeño). Sería poderoso y efectivo, y no convertiría en enemigo a ninguna persona ni situación. El mundo siempre se asegura de que no puedas engañarte mucho tiempo acerca de
quién eres en realidad, mostrándote lo que de verdad te importa. Tu manera de reaccionar a personas y situaciones, sobre todo cuando surgen enfrentamientos, es el mejor indicador de hasta qué punto te conoces. Cuanto más limitada, cuanto más estrechamente egótica sea tu visión de ti mismo, más verás, te centrarás y reaccionarás a las limitaciones egóticas de los otros, en su inconsciencia. Sus «defectos», o lo que tú percibes como sus defectos, se convierten para ti en su identidad. Esto significa que solo verás en ellos su ego, y así reforzarás tu propio ego. En lugar de ver «más allá» del ego de los otros, estás mirando su ego. ¿Quién está mirando su ego? El ego que hay en ti. La gente muy inconsciente experimenta su propio ego a través de su reflejo en otros. Cuando te das cuenta de que lo que te hace reaccionar en otros está también dentro de ti (y a veces solo en ti), empiezas a hacerte consciente de tu ego. En esta fase, puede que también te des cuenta de que les estás haciendo a otros lo que pensabas que otros te estaban haciendo a ti. Dejas de verte como una víctima. Tú no eres el ego, así que, cuando te haces consciente del ego que llevas dentro, eso no significa que sepas quién eres: significa que sabes quién no eres. Pero sabiendo quién no eres se elimina el mayor obstáculo para conocerte de verdad a ti mismo. Nadie puede decirte quién eres. Sería solo otro concepto, así que eso no te cambiará. Quien tú eres no necesita creencias. De hecho, toda creencia es un obstáculo. Ni siquiera necesita que te des cuenta, puesto que ya eres quien eres. Pero, si no te das cuenta, quien tú eres no brillará en este mundo. Permanecerá en lo no manifestado, que es, por supuesto, donde más a gusto estás. Entonces eres como una persona aparentemente pobre que no sabe que tiene una cuenta bancaria con 100 millones de euros, y así su riqueza se queda como un potencial no manifestado.
ABUNDANCIA Lo que crees que eres está también íntimamente conectado con cómo percibes que te tratan los demás. Muchas personas se quejan de que otros no las tratan suficientemente bien. «No me tienen respeto, no recibo atención, reconocimiento, crédito —dicen—. No me hacen caso.» Cuando la gente es amable, sospechan otros
motivos: «Quieren manipularme, aprovecharse de mí. Nadie me quiere». Lo que creen que son es esto: «Soy un “pequeño yo” necesitado cuyas necesidades no se satisfacen». Esta falsa percepción básica de lo que son genera disfunción en todas sus relaciones. Creen que no tienen nada que dar y que el mundo, o los demás, los está privando de lo que necesitan. Toda su realidad se basa en una sensación ilusoria de quiénes son. Esto sabotea las situaciones, echa a perder todas las relaciones. Si la idea de carencia —de dinero, reconocimiento o amor— ha llegado a formar parte de lo que crees que eres, siempre experimentarás carencia. En lugar de reconocer lo bueno que hay ya en tu vida, lo único que ves es carencia. Reconocer lo bueno que hay ya en tu vida es la base de toda abundancia. Lo cierto es que lo que crees que el mundo te está negando se lo estás negando tú al mundo. Se lo estás negando porque en el fondo piensas que eres pequeño y que no tienes nada que dar. Hay algo que podemos intentar durante un par de semanas para ver cómo cambia nuestra realidad: todo eso que piensas que la gente te está negando —elogios, reconocimiento, ayuda, cariño y demás— dáselo tú a ellos. ¿Que no lo tienes? Actúa como si lo tuvieras, y te vendrá. Y entonces, poco después de que empieces a dar, empezarás a recibir. No puedes recibir lo que no das. Lo que fluye hacia afuera determina lo que fluye hacia adentro. Tienes ya todo lo que piensas que el mundo te está negando, pero si no lo dejas fluir hacia afuera, ni siquiera sabrás que lo tienes. Esto incluye la abundancia. La ley de que el flujo hacia afuera determina el flujo hacia adentro la expresó Jesús con esta poderosa imagen: «Dad y se os dará. Una buena medida, apretada, colmada, rebosante, será derramada en vuestro seno».1 La fuente de toda abundancia no está fuera de ti. Forma parte de quien eres. No obstante, empieza por reconocer y apreciar la abundancia de fuera, observa la plenitud de la vida a tu alrededor. El calor del sol en tu piel, el despliegue de magníficas flores a la puerta de una floristería, morder una fruta suculenta o dejarse empapar por la abundancia de agua que cae del cielo. La plenitud de la vida está ahí, a cada paso. Reconocer esa abundancia que te rodea despierta la abundancia latente en tu interior. Deja entonces que fluya hacia afuera. Cuando sonríes a un desconocido, hay ya un minúsculo flujo de energía hacia afuera. Te conviertes en dador. Pregúntate con frecuencia: «¿Qué puedo dar aquí? ¿Cómo puedo ser útil a esta persona, a esta situación?». No es preciso que poseamos nada para sentirnos
ricos, aunque si nos sentimos ricos de manera habitual, es casi seguro que nos llegarán cosas. La abundancia solo les llega a los que ya la tienen. Casi parece injusto, pero por supuesto no lo es. Es una ley universal. Tanto la abundancia como la escasez son estados interiores que se manifiestan como la realidad. Jesús lo expresó así: «Porque al que más tiene, más se le dará, y al que no tiene, hasta lo poco que tiene le será arrebatado».2
CONOCERTE Y SABER DE TI MISMO Es posible que no quieras conocerte a ti mismo porque tienes miedo de lo que puedas encontrar. Muchas personas tienen un miedo secreto a ser malas. Pero nada de lo que puedas averiguar sobre ti mismo eres tú. Nada de lo que puedas saber acerca de ti eres tú. Mientras que algunas personas no quieren saber quiénes son por miedo, otras tienen una curiosidad insaciable acerca de sí mismas y quieren averiguar más y más. Puede que estés tan fascinado contigo mismo que quizá pases años yendo al psicoanalista, ahondando en todos los aspectos de tu infancia, descubriendo miedos y deseos secretos, encontrando capas y más capas de complejidad en la estructura de tu personalidad y tu carácter. Al cabo de diez años, el terapeuta puede hartarse de ti y de tu historia y decirte que tu análisis está ya completo. Es posible que te mande a casa con un expediente de cinco mil páginas. «Esto es todo que hay acerca de usted. Esto es lo que usted es.» Cuando te llevas el pesado legajo a casa, la satisfacción inicial porque al fin te conoces a ti mismo deja pronto paso a una sensación de que algo no está completo y a la furtiva sospecha de que debe haber algo más que eso en lo que eres. Y claro que hay más, tal vez no en términos cuantitativos, de más datos, sino en la dimensión cualitativa de la profundidad. Ni el psicoanálisis ni el estudio de tu pasado tienen nada de malo, con tal de que no confundas saber acerca de ti con conocerte a ti mismo. El expediente de cinco mil páginas trata sobre ti: el contenido de tu mente, condicionado por el pasado. Todo lo que aprendes mediante el psicoanálisis o la autoobservación trata acerca de ti. No es tú. Es contenido, no esencia. Para trascender el ego hay que salirse del contenido. Conocerte a ti mismo es ser tú mismo, y ser tú mismo es dejar de
identificarte con el contenido. La mayoría de la gente se define a sí misma mediante el contenido de su vida. Todo lo que percibes, experimentas, haces, piensas o sientes es contenido. El contenido suele absorber casi por completo la atención de la mayoría de las personas, y es con lo que se identifican. Cuando piensas o dices «mi vida», no te estás refiriendo a la vida que eres, sino a la vida que tienes, o que parece que tienes. Te estás refiriendo al contenido: tu edad, estado de salud, relaciones, medios económicos, trabajo y situación de vida, además de tu estado mental y emocional. Las circunstancias externas e internas de tu vida, tu pasado y tu futuro, pertenecen todas al terreno del contenido, lo mismo que los sucesos, es decir, todo lo que ocurre. ¿Qué más hay, aparte del contenido? Lo que permite que el contenido exista: el espacio interior de la conciencia.
CAOS Y ORDEN SUPERIOR Cuando te conoces a ti mismo solo a través del contenido, pensarás también que sabes lo que es bueno o malo para ti. Distingues entre sucesos que son «buenos para mí» y los que son «malos». Esto es una percepción fragmentada de la totalidad de la vida, en la que todo está interconectado, donde cada suceso tiene su lugar necesario y su función dentro de la totalidad. Pero la totalidad es más que la apariencia superficial de las cosas, más que la suma de sus partes, más que todo lo que contiene tu vida o el mundo. Tras la sucesión aparentemente azarosa e incluso caótica de acontecimientos en nuestra vida y en el mundo, se esconde el despliegue de un orden y un propósito superiores. Esto está perfectamente expresado en el aforismo zen «la nieve cae, cada copo en su lugar adecuado». Nunca podremos comprender este orden superior a base de pensar en él, porque todo lo que pensamos es contenido. En cambio, el orden superior emana del reino sin formas de la conciencia, de la inteligencia universal. Pero podemos vislumbrarlo y, más aún, sintonizarnos con ello, lo que significa ser participantes conscientes en el despliegue de ese propósito superior. Cuando nos adentramos en un bosque en el que no ha habido interferencia humana,
nuestra mente pensante solo ve desorden y caos a nuestro alrededor. Ni siquiera será capaz ya de diferenciar entre la vida (bueno) y la muerte (malo), porque por todas partes crece nueva vida sobre la materia podrida y en descomposición. Solo si nos mantenemos suficientemente inmóviles en nuestro interior y se reduce el ruido del pensamiento, podremos darnos cuenta de que ahí hay una armonía oculta, algo sagrado, un orden superior en el que todo tiene su sitio perfecto y no podría ser más que lo que es y tal como es. La mente se siente más cómoda en un parque ajardinado, porque ha sido planeado mediante el pensamiento, no ha crecido orgánicamente. En él hay un orden que la mente puede entender. En el bosque hay un orden incomprensible, que a la mente le parece un caos, que está más allá de las categorías mentales de bueno y malo. No se puede comprender mediante el pensamiento, pero se puede sentir cuando te libras del pensamiento, te quedas quieto y alerta y no tratas de entender ni de explicar. Solo entonces puedes darte cuenta del carácter sagrado del bosque. Y en cuanto sientes esa armonía oculta, ese carácter sagrado, te das cuenta de que no estás separado de ello. Y cuando te das cuenta de eso, te conviertes en un participante consciente de todo ello. De este modo, la naturaleza puede ayudarte a volver a sintonizar con la totalidad de la vida.
BUENO Y MALO En algún momento de su vida, la mayoría de la gente se da cuenta de que la vida no es solo nacimiento, crecimiento, éxito, buena salud, placer y victorias, sino también pérdida, fracasos, enfermedad, vejez, decadencia, dolor y muerte. Convencionalmente, esto se etiqueta como «bueno» y «malo», orden y desorden. El «sentido» de la vida de la gente suele asociarse con lo que se considera «bueno», pero lo bueno está en constante peligro de hundimiento, descomposición, desorden; amenazado por los sinsentidos y lo «malo», cuando las explicaciones fallan y la vida deja de tener sentido. Tarde o temprano, el desorden irrumpirá en la vida de todos, por muchas pólizas de seguros que tengan. Puede llegar en forma de pérdida o accidente, enfermedad, incapacidad, vejez, muerte. No obstante, la irrupción del desorden en la vida de una persona, y el consiguiente hundimiento de un sentido
definido mentalmente, puede convertirse en la apertura a un orden superior. «La sabiduría de este mundo es necedad para Dios», dice la Biblia.3 ¿Qué es la sabiduría de este mundo? El flujo de pensamiento, y el sentido que se define exclusivamente mediante el pensamiento. El pensamiento aísla una situación o un suceso y lo llama bueno o malo, como si tuviera una existencia separada. A fuerza de fiarse en exceso del pensamiento, la realidad queda fragmentada. Esta fragmentación es una ilusión, pero parece muy real cuando uno está atrapado en ella. Y, sin embargo, el universo es un todo indivisible en el que todas las cosas están interconectadas, en el que nada existe aislado. La profunda interconexión de todas las cosas y sucesos implica que las etiquetas mentales de «bueno» y «malo» son, en el fondo, ilusorias. Siempre implican una perspectiva limitada y por lo tanto solo son ciertas relativa y temporalmente. Esto se ilustra en la historia de un sabio que ganó un coche de lujo en un sorteo. Su familia y amigos se alegraron mucho por él y acudieron a celebrarlo. «¡Qué estupendo! — dijeron—. ¡Qué suerte tienes!» El hombre sonrió y dijo: «Puede ser». Durante unas semanas disfrutó conduciendo el coche. Pero un día, un conductor borracho se estrelló contra su coche nuevo en un cruce y él fue a parar al hospital, con múltiples heridas. Su familia y amigos fueron a verlo y dijeron: «Esto sí que ha sido mala suerte». Una vez más, el hombre sonrió y dijo: «Puede ser». Mientras estaba en el hospital, una noche hubo un corrimiento de tierras y su casa cayó al mar. Sus amigos volvieron al día siguiente y dijeron: «Qué suerte has tenido al estar aquí, en el hospital». Y él dijo otra vez: «Puede ser». El «puede ser» de este sabio significa una negativa a juzgar lo que ocurre. En lugar de juzgar lo que es, lo acepta, y de este modo entra en sintonía consciente con el orden superior. Sabe que muchas veces es imposible para la mente entender qué lugar o propósito tiene un suceso aparentemente casual en la trama de la totalidad. Pero no hay acontecimientos casuales, no hay sucesos ni cosas que existan por y para sí mismos, aislados. Los átomos que componen tu cuerpo se forjaron dentro de estrellas, y las causas de todo suceso, incluso el más insignificante, son prácticamente infinitas y están conectadas con la totalidad de maneras incomprensibles. Si quisieras rastrear la causa de cualquier suceso, tendrías que remontarte hasta el comienzo de la creación. El cosmos no es caótico. La misma palabra cosmos significa orden. Pero este no es un orden que la mente humana pueda
comprender, aunque a veces pueda vislumbrarlo.
NO IMPORTA LO QUE PASE J. Krishnamurti, el gran filósofo y maestro espiritual indio, pasó más de cincuenta años viajando y dando conferencias casi continuamente por todo el mundo, intentando comunicar con palabras —que son contenido— lo que está más allá de las palabras, más allá del contenido. En una de sus charlas, hacia el final de su vida, sorprendió a su público preguntando: «¿Queréis conocer mi secreto?». Todos se pusieron muy alerta. Muchas personas del público habían estado escuchándole durante veinte o treinta años y aún no habían conseguido captar la esencia de sus enseñanzas. Por fin, después de tantos años, el maestro les iba a dar la clave para comprender. «Mi secreto es este —dijo—: no me importa lo que pase.» No dio más explicaciones, y sospecho que la mayor parte del público quedó aún más perpleja que antes. Sin embargo, las implicaciones de esta simple declaración son profundas. Cuando no me importa lo que ocurra, ¿qué implica eso? Implica que en mi interior estoy sintonizado con lo que ocurra. «Lo que ocurra», por supuesto, se refiere a este momento, que siempre es ya como es. Se refiere al contenido, a la forma que adopta este momento, el único momento que existe. Estar en sintonía con lo que es significa estar en una relación de no resistencia interior a lo que ocurre. Significa no etiquetarlo mentalmente como bueno o malo, sino dejarlo ser. ¿Significa esto que ya no emprendes acciones para provocar cambios en tu vida? Al contrario. Cuando la base de tus acciones es la sintonía interior con el momento presente, tus acciones adquieren el poder de la inteligencia de la Vida misma.
¿AH, SÍ?
El maestro zen Hakuin vivía en una ciudad de Japón. Era muy respetado y mucha gente acudía a él en busca de enseñanzas espirituales. Sucedió que la hija adolescente de su vecino de al lado quedó embarazada. Interrogada por sus indignados y severos padres acerca de la identidad del padre, acabó diciéndoles que
era Hakuin, el maestro zen. Furiosos, los padres corrieron a ver a Hakuin y le dijeron con grandes gritos y acusaciones que su hija había confesado que él era el padre. Lo único que respondió Hakuin fue «¿Ah, sí?». La noticia del escándalo se difundió por toda la ciudad y fuera de ella. El maestro perdió su reputación. Esto no le preocupó. Ya nadie iba a verlo. Permaneció impasible. Cuando nació el niño, los padres se lo llevaron a Hakuin. «Tú eres el padre, así que cuida de él.» El maestro cuidó al bebé con cariño. Un año después, la madre, presa de remordimientos, confesó a sus padres que el verdadero padre del niño era el joven que trabajaba en la carnicería. Angustiados, corrieron a ver a Hakuin para disculparse y pedirle perdón. «Lo lamentamos mucho. Venimos a llevarnos al niño. Nuestra hija ha confesado que tú no eres el padre.» «¿Ah, sí?», se limitó a decir Hakuin mientras les entregaba el niño. El maestro responde a la falsedad y a la verdad, a las malas noticias y a las buenas, exactamente de la misma manera: «¿Ah, sí?». Permite que la forma del momento, buena o mala, sea como es, y de ese modo no se convierte en un participante en el drama humano. Para él solo existe el momento presente, y el momento presente es como es. Los sucesos no están personalizados. Él no es la víctima de nadie. Está en comunión tan completa con lo que ocurre, que lo que ocurre ya no tiene poder sobre él. Pero si te resistes a lo que ocurre, estás a merced de lo que ocurre, y el mundo determinará tu felicidad e infelicidad. El bebé es cuidado con cariño. Lo malo se transforma en bueno por el poder de la no resistencia. Respondiendo siempre a lo que requiere el momento presente, entrega al niño cuando llega el momento de hacerlo. Imagínate brevemente cómo habría reaccionado el ego durante las diversas fases de esta serie de acontecimientos.
El EGO Y EL MOMENTO PRESENTE La relación más importante de tu vida, la relación primordial, es tu relación con el Ahora, o más bien con la forma que adopta el Ahora, es decir, lo que es o lo que ocurre. Si tu relación con el Ahora es disfuncional, esa disfunción se reflejará en todas las relaciones y en todas las situaciones que te encuentres. Se podría definir el
ego simplemente así: una relación disfuncional con el momento presente. Es en este momento cuando puedes decidir qué tipo de relación quieres tener con el momento presente. Cuando has alcanzado cierto nivel de conciencia (y si estás leyendo esto, es casi seguro que lo has alcanzado), eres capaz de decidir qué tipo de relación quieres tener con el momento presente. ¿Quiero que el momento presente sea amigo o enemigo? El momento presente es inseparable de la vida, así que en realidad estás decidiendo qué clase de relación quieres tener con la vida. Una vez que has decidido que quieres que el momento presente sea tu amigo, te toca a ti hacer el primer movimiento: mostrarte amistoso con él, darle la bienvenida sin importar el disfraz que adopte, y pronto verás los resultados. La vida se muestra amistosa contigo; la gente te ayuda, las circunstancias cooperan. Una decisión cambia toda tu realidad. Pero esa decisión tienes que tomarla una y otra y otra vez… hasta que llega a resultarte natural vivir de esa manera. La decisión de hacer que el momento presente sea tu amigo representa el final del ego. El ego nunca puede estar en sintonía con el momento presente, es decir, en sintonía con la vida, ya que su naturaleza misma lo impulsa a no hacer caso al Ahora, a oponérsele o quitarle valor. El ego vive del tiempo. Cuanto más fuerte es el ego, más se apodera el tiempo de tu vida. Entonces, casi todos los pensamientos que piensas se refieren al pasado o al futuro, y tu sentido del yo depende del pasado para tu identidad y del futuro para su realización. El miedo, la ansiedad, la impaciencia, el remordimiento, la culpa, la ira son las disfunciones del estado de conciencia ligado al tiempo. El ego puede tratar el momento presente de tres maneras: como medio para lograr un fin, como un obstáculo o como un enemigo. Considerémoslas una a una, para que cuando se dé esta pauta en ti puedas reconocerla... y decidir de nuevo. Para el ego, el momento presente es, en el mejor de los casos, solamente útil como medio para conseguir un fin. Te lleva a algún momento futuro que se considera más importante, a pesar de que el futuro nunca llega, excepto como momento presente, y por lo tanto no es más que un pensamiento en tu cabeza. En otras palabras, nunca estás del todo aquí porque siempre estás ocupado intentando llegar a otra parte. Cuando esta pauta se hace más pronunciada, y esto es muy común, el momento presente se considera un obstáculo que hay que superar. Aquí es donde surgen la
impaciencia, la frustración y la tensión, y en nuestra cultura es la realidad cotidiana de mucha gente, su estado normal. La vida, que es Ahora, se ve como un «problema», y acabas viviendo en un mundo de problemas que hay que resolver para poder ser feliz, realizarte o, a decir verdad, empezar a vivir… o eso te crees tú. El problema es que por cada problema que resuelves, surge otro. Mientras el momento presente se vea como un obstáculo, los problemas no pueden tener fin. «Seré lo que tú quieras que sea —dice la Vida o el Ahora—. Te trataré como tú me tratas a mí. Si me ves como un problema, seré un problema para ti. Si me tratas como un obstáculo, seré un obstáculo.» En el peor de los casos, y esto también es muy común, se trata el momento presente como si fuera un enemigo. Cuando odias lo que estás haciendo, te quejas de lo que te rodea, maldices lo que está ocurriendo o ha ocurrido, o cuando tu diálogo interior consiste en «debería» y «no debería», en culpar y acusar, entonces estás discutiendo con lo que es, discutiendo con lo que ya es el caso, siempre. Estás haciendo de la Vida un enemigo, y la Vida dice: «Si lo que quieres es guerra, tendrás guerra». La realidad exterior, que siempre te devuelve un reflejo de tu estado interior, se experimenta entonces como hostil. Una pregunta vital que debes plantearte frecuentemente es: ¿cuál es mi relación con el momento presente? Entonces tienes que ponerte alerta para encontrar la respuesta. ¿Estoy tratando el Ahora como un simple medio para lograr un fin? ¿Lo veo como un obstáculo? ¿Lo estoy convirtiendo en un enemigo? Dado que el momento presente es lo único que tenemos siempre, dado que la Vida es inseparable del Ahora, lo que significa en realidad la pregunta es: ¿cuál es mi relación con la Vida? Esta pregunta es una manera excelente de desenmascarar al ego que llevas dentro y entrar en el estado de Presencia. Aunque la pregunta no encarna la verdad absoluta (en último término, yo y el momento presente somos uno), es un indicador muy útil de la dirección correcta. Pregúntatelo a menudo hasta que ya no lo necesites. ¿Cómo se supera una relación disfuncional con el momento presente? Lo más importante es verlo en ti mismo, en tus pensamientos y acciones. En el momento en que ves, que notas que tu relación con el Ahora es disfuncional, estás presente. Ver es hacer surgir la Presencia. En el momento en que ves la disfunción, esta empieza a disolverse. Algunas personas se ríen a carcajadas cuando ven esto. Con el «ver»
viene el poder de elegir: la decisión de decir sí al Ahora, de convertirlo en amigo.
LA PARADOJA DEL TIEMPO En la superficie, el momento presente es «lo que ocurre». Dado que lo que ocurre cambia constantemente, parece que cada día de tu vida está compuesto por miles de momentos en los que ocurren cosas diferentes. El tiempo se ve como una sucesión interminable de momentos, unos «buenos» y otros «malos». Pero si miras con más atención —es decir, más allá de la experiencia inmediata—, verás que no es cierto que haya muchos momentos. Descubres que siempre hay solo este momento. La vida es siempre Ahora. Toda tu vida se despliega en este constante Ahora. Hasta los momentos pasados o futuros existen solo cuando tú los recuerdas o prevés, y eso lo haces pensando en ellos en el único momento que existe: este. Entonces, ¿por qué parece que hay muchos momentos? Porque se confunde el momento presente con lo que ocurre, se confunde con el contenido. El espacio del Ahora se confunde con lo que ocurre en ese espacio. La confusión del momento presente con su contenido no solo da lugar a la ilusión del tiempo, sino también a la ilusión del ego. Aquí hay una paradoja. Por una parte, ¿cómo podemos negar la realidad del tiempo? Lo necesitas para ir de aquí a allá, para preparar una comida, construir una casa, leer este libro. Necesitas tiempo para crecer, para aprender cosas nuevas. Todo lo que haces parece necesitar tiempo. Todo está sometido al tiempo, y al final «este maldito tirano, el tiempo», como lo llamó Shakespeare, va a matarte. Podrías compararlo con un río turbulento que te arrastra con él, o con un fuego que todo lo consume. Hace poco me reuní con unas viejas amigas, una familia a la que no había visto en mucho tiempo, y me sobresalté al verlas. Estuve a punto de preguntar «¿Estáis enfermas? ¿Qué ha pasado? ¿Quién os ha hecho esto?». La madre, que andaba con bastón, parecía haber encogido y tenía la cara arrugada como una manzana seca. La hija, que la última vez que la había visto estaba llena de energía, entusiasmo y expectativas de juventud, parecía consumida, agotada, después de criar tres hijos. Entonces recordé: habían pasado casi treinta años desde la última vez que las había
visto. El tiempo les había hecho aquello. Y estoy seguro de que ellas se llevaron la misma impresión al verme a mí. Todo parece estar sometido al tiempo, y sin embargo todo ocurre en el Ahora. Mires donde mires, hay abundantes pruebas circunstanciales de la realidad del tiempo: una manzana podrida, tu cara en el espejo del baño comparada con tu cara en una fotografía tomada hace treinta años… Pero nunca encuentras una prueba directa, nunca experimentas el tiempo mismo. Solo experimentas el momento presente, o más bien lo que ocurre en él. Si solo te basas en las pruebas directas, entonces el tiempo no existe y lo único que existe es el Ahora.
ELIMINAR EL TIEMPO No se puede considerar el estado sin ego como un objetivo futuro y después esforzarse por llegar a él. Lo único que consigues así es más insatisfacción, más conflicto interior, porque siempre parecerá que todavía no has llegado, que aún no has «alcanzado» ese estado. Cuando librarte del ego es tu objetivo para el futuro, te das más tiempo, y más tiempo significa más ego. Mira con atención para averiguar si tu búsqueda espiritual emprendida es una forma disfrazada del ego. Incluso intentar librarte de tu «yo» puede ser una búsqueda encubierta de más «yo», si librarte del «yo» se convierte en un objetivo para el futuro. Concederte más tiempo es exactamente eso: darle más tiempo a tu «yo». El tiempo —es decir, el pasado y el futuro— es lo que alimenta al falso yo creado por la mente, y el tiempo está en tu mente. No es algo que tenga existencia objetiva «ahí afuera». Es una estructura mental necesaria para la percepción sensorial, indispensable para propósitos prácticos, pero es el mayor impedimento para conocerte a ti mismo. El tiempo es la dimensión horizontal de la vida, la capa superficial de la realidad. Pero también está la dimensión vertical de la profundidad, a la que solo se puede acceder por el portal del momento presente. Así que, en lugar de añadir tiempo, hay que eliminar tiempo. Eliminar el tiempo de la conciencia es eliminar el ego. Es la única práctica espiritual auténtica. Cuando hablamos de eliminar el tiempo, por supuesto, no nos referimos al tiempo del reloj, que es la utilización del tiempo con propósitos prácticos, como concertar
una cita o planear un viaje. Sería casi imposible funcionar en este mundo sin el tiempo del reloj. De lo que estamos hablando es de la eliminación del tiempo psicológico, que es la interminable preocupación de la mente egótica por el pasado y el futuro, y su resistencia a ser uno con la vida viviendo en sintonía con la inevitable presencia del momento presente. Cuando el habitual «no a la vida» se convierte en un sí, cuando permites que este momento sea como es, disuelves el tiempo y también el ego. Para poder sobrevivir, el ego tiene que darle más importancia al tiempo —pasado y futuro— que al momento presente. El ego no puede tolerar hacer amistad con el momento presente, excepto brevemente, justo después de conseguir lo que quería. Pero nada puede satisfacer al ego durante mucho tiempo. Mientras el ego dirija tu vida, hay dos maneras de ser desdichado. No conseguir lo que quieres es una. La otra es conseguir lo que quieres. Todo lo que es o sucede es la forma que adopta el Ahora. Mientras te resistas a ello en tu interior, la forma —es decir, el mundo— es una barrera impenetrable que te separa de lo que eres más allá de la forma, que te separa de la Vida única y sin forma que eres. Cuando le dices un sí interior a la forma que adopta el Ahora, esa misma forma se convierte en una puerta a lo sin forma. La separación entre el mundo y Dios desaparece. Cuando reaccionas contra la forma que adopta el Ahora en este momento, cuando tratas el Ahora como un medio, un obstáculo o un enemigo, refuerzas tu propia identidad-forma, el ego. De ahí la propensión del ego a reaccionar. Cuanto más propenso a reaccionar seas, más enredado quedarás en las formas. Cuanto más te identifiques con la forma, más se fortalece el ego. Entonces tu Ser ya no brilla a través de la forma, o brilla muy poco. Mediante la no resistencia a la forma, lo que hay en ti más allá de la forma emerge como una Presencia que todo lo abarca, un poder silencioso mucho mayor que tu efímera identidad-forma, la persona. Eso es más «tú» que cualquier cosa del mundo de las formas.
EL SOÑADOR Y EL SUEÑO
La no resistencia es la clave del máximo poder del universo. Por medio de ella, la conciencia (el espíritu) se libera de su encierro en la forma. La no resistencia interior a la forma —todo lo que es u ocurre— equivale a negar la realidad absoluta de la forma. La resistencia hace que el mundo y las cosas del mundo parezcan más reales, más sólidos y más duraderos de lo que son, incluyendo tu propia identidadforma, el ego. Proporciona al mundo y al ego una densidad y una importancia absoluta, que hacen que te tomes a ti mismo y al mundo muy en serio. Entonces el juego de las formas se percibe erróneamente como una lucha por la supervivencia, y cuando esa es tu percepción, se convierte en tu realidad. Las muchas cosas que ocurren, las muchas formas que adopta la vida, son efímeras por naturaleza. Son todas fugaces. Las cosas, los cuerpos y los egos, los sucesos, las situaciones, los pensamientos, las emociones, los deseos, las ambiciones, los temores, el drama… llegan fingiendo ser importantísimos, y antes de que te des cuenta se han ido, se han disuelto en la nada de donde vinieron. ¿Fueron reales en algún momento? ¿Eran algo más que un sueño, el sueño de la forma? Cuando nos despertamos por la mañana, el sueño de la noche se disuelve y decimos: «Ah, era solo un sueño. No era real». Pero algo en el sueño tenía que ser real; de lo contrario, no habría podido existir. Cuando la muerte se aproxima, puede que repasemos nuestra vida y nos preguntemos si fue solo otro sueño. Incluso ahora, puedes recordar las vacaciones del año pasado o el drama de ayer y ver que es muy similar al sueño de anoche. Está el sueño y está el soñador del sueño. El sueño es un juego de formas que dura poco. Es el mundo: relativamente real pero no absolutamente real. Y por otro lado está el soñador, la realidad absoluta en la que las formas van y vienen. El soñador no es la persona, pues la persona forma parte del sueño. El soñador es el sustrato en el que aparece el sueño, lo que hace posible el sueño. Es lo absoluto que hay detrás de lo relativo, lo intemporal que hay detrás del tiempo, la conciencia en la forma y tras la forma. El soñador es la conciencia misma: lo que eres. Nuestro propósito ahora es despertar dentro del sueño. Cuando estás despierto dentro del sueño, el drama terrenal creado por el ego llega a su fin y surge un sueño más benigno y maravilloso. Esto es el nuevo mundo.
MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES En la vida de toda persona llega un momento en el que esta busca crecimiento y expansión en el nivel de las formas. Esto ocurre cuando te esfuerzas por superar una limitación, como un impedimento físico o una penuria económica, cuando adquieres nuevas habilidades y conocimientos, o cuando un acto creativo trae algo nuevo a este mundo que mejora la propia vida y la de otros. Puede ser una composición musical o una obra de arte, un libro, un servicio que prestas, una función que cumples, una empresa o una organización que fundas o a la que haces una contribución importante. Cuando estás presente, cuando tu atención está toda en el Ahora, esa Presencia fluye en lo que haces y lo transforma. Tendrá calidad y poder. Estás presente cuando lo que haces no es primordialmente un medio para lograr un fin (dinero, prestigio, éxito), sino algo satisfactorio por sí mismo, cuando hay alegría y vida en lo que haces. Y, por supuesto, no puedes estar presente a menos que hagas amistad con el momento presente. Esa es la base de la acción eficaz, no contaminada por la negatividad. La forma implica limitación. No estamos aquí solo para experimentar la limitación, sino también para crecer en conciencia yendo más allá de las limitaciones. Algunas limitaciones se pueden superar a nivel exterior. Puede haber otras limitaciones en tu vida con las que tengas que aprender a vivir y que solo se pueden superar interiormente. Todos las encontramos tarde o temprano. O te dejas atrapar por esas limitaciones en una reacción del ego, lo que significa un intenso sufrimiento, o te elevas por encima de ellas interiormente, rindiéndote sin condiciones a lo que es. El estado de rendición de la conciencia abre la dimensión vertical de tu vida, la dimensión de la profundidad. Entonces, de esa dimensión saldrá algo a este mundo, algo de infinito valor que de otro modo habría permanecido sin manifestarse. Algunas personas que se rindieron a una grave limitación se convirtieron en sanadores o maestros espirituales. Otras trabajan desinteresadamente para reducir los sufrimientos humanos o traer algún regalo creativo a este mundo. A finales de los años setenta, yo comía todos los días con uno o dos amigos en la cafetería del centro de graduados de la Universidad de Cambridge, donde estaba estudiando. Algunos días, un hombre en silla de ruedas se sentaba a una mesa
cercana, por lo general acompañado por tres o cuatro personas. Un día, cuando estaba sentado a una mesa justo enfrente de mí, no pude evitar mirarlo con más atención, y me horrorizó lo que vi. Parecía casi totalmente paralizado. Tenía un cuerpo escuálido y la cabeza permanentemente caída hacia adelante. Una de las personas que lo acompañaban le daba de comer, y gran parte de la comida se caía y era recogida en un platito que otro hombre sostenía bajo su barbilla. De vez en cuando, el hombre de la silla de ruedas emitía sonidos incomprensibles que parecían graznidos, y alguien acercaba la oreja a su boca y, asombrosamente, interpretaba lo que el hombre intentaba decir. Más tarde, le pregunté a mi amigo si sabía quién era. «Pues claro —me dijo—. Es un profesor de matemáticas y los que van con él son sus alumnos de doctorado. Padece una enfermedad de las neuronas motoras que le va paralizando progresivamente todas las partes del cuerpo. Le han dado cinco años de vida como máximo. Tiene que ser el destino más terrible que pueda caerle a un ser humano.» Pocas semanas después, cuando yo salía del edificio, él entraba, y cuando sujeté la puerta para que pasara su silla de ruedas eléctrica, nuestras miradas se cruzaron. Vi con sorpresa que sus ojos eran luminosos. No había en ellos ni rastro de infelicidad. Supe inmediatamente que había dejado de presentar resistencia; vivía rendido. Muchos años después, comprando un periódico en un quiosco, me sorprendió verlo en la portada de una importante revista de noticias internacionales. No solo seguía vivo, sino que se había convertido en el físico teórico más famoso del mundo, Stephen Hawking. Había en el artículo una frase muy hermosa que confirmaba lo que yo había sentido cuando lo había mirado a los ojos tantos años atrás. Comentando acerca de su vida, decía (con la ayuda de un sintetizador de voz): «¿Quién habría podido desear más?».
EL GOZO DE SER La infelicidad o negatividad es una enfermedad en nuestro planeta. Lo que es la contaminación en el nivel exterior, lo es la negatividad en el interior. Está por todas partes, no solo en lugares donde la gente no tiene suficiente, sino también, y aún más,
donde tiene de sobra. ¿Es eso sorprendente? No. El mundo rico está aún más identificado con la forma, más perdido en el contenido, más atrapado en el ego. La gente cree que su felicidad depende de lo que le ocurra, es decir, depende de la forma. No se dan cuenta de que lo que ocurre es lo más inestable del universo. Cambia constantemente. Miran el momento presente como si estuviera estropeado por algo que ha ocurrido y no debería haber ocurrido, o como si le faltara algo que debería haber ocurrido y no ocurrió. Y así se pierden la perfección profunda que es inherente a la vida misma, una perfección que siempre está ahí, que se encuentra más allá de lo que ocurre o deja de ocurrir, más allá de la forma. Acepta el momento presente y encontrarás la perfección que es más profunda que cualquier forma y no está afectada por el tiempo. El gozo de vivir, que es la única felicidad auténtica, no puede llegarte a través de ninguna forma, posesión, logro, persona o suceso; de nada que suceda. Ese gozo no puede llegarte nunca. Emana de la dimensión sin forma que hay dentro de ti, de la conciencia misma, y es una misma cosa con lo que tú eres.
DEJAR QUE DISMINUYA EL EGO El ego está siempre en guardia contra cualquier cosa que perciba que pueda disminuirlo. Hay mecanismos automáticos de reparación del ego que entran en acción para restaurar la forma mental del «yo». Cuando alguien me culpa o me critica, el ego se siente disminuido e inmediatamente intenta reparar su disminuido sentido del yo mediante justificaciones, defensas o culpando a otros. Que la otra persona tenga o no razón es irrelevante para el ego. Le interesa mucho más la autopreservación que la verdad. La preservación de la forma psicológica del «yo». Incluso algo tan normal como replicar a gritos cuando otro conductor te llama idiota es un mecanismo automático e inconsciente de reparación del ego. Uno de los mecanismos de reparación del ego más comunes es la ira, que provoca un hinchamiento del ego poco duradero pero enorme. Todos los mecanismos de reparación tienen perfecto sentido para el ego, pero en realidad son disfuncionales. Los que tienen el grado más extremo de disfunción son la violencia física y el autoengaño en forma de fantasías grandiosas.
Una práctica espiritual muy potente consiste en permitir la disminución del ego cuando se produce, sin intentar restaurarlo. Recomiendo experimentarlo de vez en cuando. Por ejemplo, cuando alguien te critica, te echa la culpa de algo o te insulta, en lugar de contraatacar inmediatamente o defenderte, no hagas nada. Deja que la imagen del yo se mantenga disminuida y ponte alerta a lo que ocurre muy dentro de ti. Durante unos segundos, puede que te sientas incómodo, como si hubieras encogido. Después puede que sientas un espacio interior que está intensamente vivo. No has quedado disminuido en absoluto. En realidad, te has expandido. Y entonces puede que tengas una asombrosa revelación. Cuando estás aparentemente disminuido en algún aspecto y te mantienes sin reaccionar en absoluto, no solo hacia afuera sino también interiormente, te das cuenta de que no ha disminuido nada real, que al hacerte «menos» te haces más. Cuando dejas de defenderte o de intentar reforzar tu forma, te libras de la identificación con la forma, con la imagen mental del yo. Al hacerte menos (según la percepción del ego), en realidad experimentas una expansión y dejas sitio para que surja el Ser. Entonces, a través de la forma aparentemente debilitada, puede brillar un auténtico poder, lo que tú eres más allá de la forma. A esto se refería Jesús cuando decía «Niégate a ti mismo» o «Pon la otra mejilla». Esto no significa, por supuesto, que vayas pidiendo que te insulten o te conviertas en una víctima de gente inconsciente. A veces, una situación puede exigir que le digas a alguien que te deje en paz en términos inequívocos. Sin posturas defensivas del ego, habrá poder tras tus palabras, pero no fuerza de reacción. Si es necesario, también puedes decirle que no a alguien, firme y claramente, y será lo que yo llamo «un no de alta calidad», libre de toda negatividad. Si te conformas con no ser nadie en particular, si te conformas con no destacar, sintonizas con el poder del universo. Lo que al ego le parece debilidad es en realidad la única fuerza verdadera. Esta verdad espiritual es diametralmente opuesta a los valores de nuestra cultura contemporánea y al modo en que condiciona el comportamiento de la gente. En lugar de intentar ser una montaña, enseña el antiguo Tao Te Ching, «sé el valle del universo».4 De este modo, se restaurará tu totalidad y «todo vendrá a ti».5 De manera similar, Jesús, en una de sus parábolas, enseña: «Cuando seas invitado, ve y siéntate en el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te
diga: “Amigo, acércate más”. Entonces te verás honrado en presencia de todos los comensales. Porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».6 Otro aspecto de esta práctica consiste en abstenerte de intentar reforzar el ego exhibiéndote, queriendo destacar, ser especial, causar impresión o exigir atención. En ocasiones, esto puede implicar abstenerte de expresar tu opinión cuando todo el mundo expresa la suya, y ver qué se siente.
LO DE FUERA ES COMO LO DE DENTRO Cuando miras el cielo despejado de noche, es fácil que comprendas una verdad que es a la vez completamente simple y extraordinariamente profunda. ¿Qué es lo que ves? La Luna, planetas, estrellas, la franja luminosa de la Vía Láctea, tal vez un cometa e incluso la vecina galaxia de Andrómeda, que está a dos millones de años luz. Sí, pero si simplificas aún más, ¿qué es lo que ves? Objetos flotando en el espacio. Así pues, ¿en qué consiste el universo? En objetos y espacio. Si no te quedas sin habla cuando miras al espacio en una noche despejada, es que no estás mirando de verdad, no eres consciente de la totalidad de lo que hay ahí. Probablemente, solo estás mirando los objetos y tal vez procurando ponerles nombre. Si alguna vez has experimentado una sensación de sobrecogimiento al mirar al espacio, tal vez incluso una profunda veneración ante este incomprensible misterio, es porque por un momento has renunciado a tu deseo de explicar y etiquetar, y has sido consciente no solo de los objetos que hay en el espacio, sino de la profundidad infinita del espacio mismo. Tal vez por dentro te hayas quedado lo bastante callado para percibir la inmensidad en la que existen esos incontables mundos. La sensación de temor reverencial no proviene del hecho de que ahí afuera haya miles de millones de mundos, sino de la profundidad que los contiene todos. Por supuesto, no puedes ver el espacio, ni puedes oírlo, tocarlo, saborearlo u olerlo, así que ¿cómo sabes que existe? La esencia del espacio es la nada, así que no «existe» en el sentido normal de la palabra. Hasta puede resultar equívoco llamarlo espacio, porque al ponerle nombre lo estás convirtiendo en un objeto. Digámoslo de este modo: hay algo dentro de ti que tiene una afinidad con el
espacio; por eso puedes ser consciente de él. ¿Consciente de él? Eso tampoco es del todo cierto, porque ¿cómo puedes ser consciente del espacio si ahí no hay nada de lo que ser consciente? La respuesta es a la vez simple y profunda. Cuando eres consciente del espacio, en realidad no eres consciente de nada, excepto de la conciencia misma: el espacio interior de la conciencia. ¡A través de ti, el universo se hace consciente de sí mismo! Cuando el ojo no encuentra nada que ver, esa nada se percibe como espacio. Cuando el oído no encuentra nada que oír, esa nada se percibe como silencio. Cuando los sentidos, que están diseñados para percibir forma, encuentran una ausencia de forma, la conciencia sin forma que hay detrás de la percepción y hace posible toda percepción, toda experiencia, ya no queda eclipsada por la forma. Cuando contemplas la profundidad insondable del espacio o escuchas el silencio en la madrugada, justo antes del amanecer, algo dentro de ti resuena con ello, como reconociéndolo. Entonces sientes la vasta profundidad del espacio como tu propia profundidad, y sabemos que ese precioso silencio que no tiene forma es más tú que ninguna de las cosas que forman el contenido de tu vida. Los Upanishads, las antiguas escrituras de la India, expresan la misma verdad con estas palabras: Lo que no se puede ver con los ojos, sino lo que permite que el ojo vea: debes saber que solo eso es Brahma el Espíritu, y no lo que la gente de aquí adora. Lo que no se puede oír con los oídos, sino lo que permite que el oído oiga: debes saber que solo eso es Brahma el Espíritu, y no lo que la gente de aquí adora. Lo que no se puede pensar con la mente, sino lo que permite que la mente pueda pensar: debes saber que solo eso es Brahma el Espíritu, y no lo que la gente de aquí adora.7
Dios, nos está diciendo la escritura, es conciencia sin forma y la esencia de lo que eres. Todo lo demás es forma, es «lo que la gente de aquí adora». La realidad dual del universo, que consta de objetos y espacio —cosas y vacío—, es también la tuya. Una vida humana sana, equilibrada y fructífera es una danza entre las dos dimensiones que constituyen la realidad: la forma y el espacio. La mayoría de la gente está tan identificada con la dimensión de la forma, con las percepciones de los sentidos, los pensamientos y las emociones, que la importantísima mitad oculta está ausente de su vida. Su identificación con la forma los mantiene atrapados en el ego. Lo que ves, oyes, sientes, tocas o piensas es, como si dijéramos, solo una mitad de
la realidad. Es forma. En las enseñanzas de Jesús se llama simplemente «el mundo», y la otra dimensión es «el reino de los cielos o la vida eterna». Así como el espacio permite que existan todas las cosas y así como sin silencio no podría haber sonido, tú no existirías sin la vital dimensión sin forma que es la esencia de lo que eres. Podríamos llamarlo «Dios» si la palabra no hubiera sido tan mal utilizada. Yo prefiero llamarlo el Ser. El Ser es anterior a la existencia. La existencia es forma, contenido, «lo que ocurre». La existencia es el primer plano de tu vida; el Ser es el fondo, por así decirlo. La enfermedad colectiva de la humanidad es que la gente está tan concentrada en lo que ocurre, tan hipnotizada por el mundo de las formas fluctuantes, tan absorta en el contenido de su vida, que ha olvidado la esencia, lo que está más allá del contenido, más allá de la forma, más allá del pensamiento. Están tan consumidos por el tiempo que han olvidado la eternidad, que es su origen, su hogar, su destino. La eternidad es la realidad viva de lo que eres. Hace algunos años, cuando viajé a China, vi una stupa [túmulo budista] en lo alto de una montaña cerca de Guilin. Tenía incrustada una leyenda en letras de oro, y le pregunté a mi guía chino qué significaba. «Significa Buda», dijo. «¿Por qué hay dos caracteres y no uno solo?», pregunté. Él me explicó: «Uno significa “hombre”, el otro significa “no”. Y los dos juntos significan “Buda”». Me quedé pasmado. Los caracteres que significan Buda contenían ya toda la enseñanza de Buda y, para los que tienen ojos para ver, el secreto de la vida. He aquí las dos dimensiones que constituyen la realidad, las cosas y la nada, la forma y la negación de la forma, que equivale a reconocer que la forma no eres tú.
8 El descubrimiento del espacio interior Según un antiguo cuento sufí, en algún país de Oriente Próximo vivía un rey que estaba constantemente oscilando de la felicidad al abatimiento. Las cosas más nimias le molestaban mucho o le provocaban una intensa reacción, y su felicidad se transformaba rápidamente en decepción y desesperación. Llegó un momento en que el rey por fin se hartó de sí mismo y de la vida, y empezó a buscar una salida. Hizo llamar a un sabio que vivía en su reino y que tenía fama de estar iluminado. Cuando llegó el sabio, el rey le dijo: «Quiero ser como tú. ¿Puedes darme algo que aporte equilibrio, serenidad y sabiduría a mi vida? Te pagaré el precio que tú pidas». El sabio dijo: «Tal vez podría ayudarte. Pero el precio es tan alto que todo tu reino no sería suficiente para pagarlo. Por lo tanto, será un regalo, si tú cumples». El rey dio su palabra, y el sabio se marchó. Semanas después, regresó y le entregó al rey una caja ornamentada y tallada de jade. El rey abrió la caja y vio que dentro había un sencillo anillo de oro. El anillo tenía grabadas unas letras. La inscripción decía «También esto pasará». «¿Qué significa esto?», preguntó el rey. El sabio le dijo: «Lleva siempre puesto este anillo. Pase lo que pase, antes de que digas si es bueno o malo, toca este anillo y lee la inscripción. De ese modo, siempre estarás en paz». «También esto pasará.» ¿Qué tienen estas sencillas palabras que las hace tan poderosas? Si lo miramos superficialmente, podría parecer que, si bien estas palabras pueden proporcionar algo de consuelo en una mala situación, también disminuyen el disfrute de las cosas buenas de la vida. «No seas demasiado feliz, porque no durará.» Parece que esto es lo que dicen cuando se aplican a una situación que se percibe como buena. La plena importancia de estas palabras queda clara cuando las consideramos en el contexto de otras dos historias que ya hemos comentado. La historia del maestro zen cuya única respuesta era «¿Ah, sí?» demuestra el bien que se obtiene con la no resistencia interior a los acontecimientos, es decir, al ser uno con lo que ocurre. La historia del hombre cuyo comentario era invariablemente un lacónico «Puede ser»
ilustra que es de sabios no juzgar. Y la historia del anillo habla de la impermanencia, que, cuando se reconoce, conduce al desapego. No resistencia, no juzgar y desapego son los tres aspectos de la verdadera libertad y la vida iluminada. Las palabras grabadas en el anillo no te están diciendo que no goces de lo bueno de tu vida, ni pretenden simplemente aportar algún consuelo en tiempos de sufrimiento. Tienen un propósito más profundo: hacerte consciente de lo efímero de cada situación, que se debe a la transitoriedad de todas las formas, buenas o malas. Cuando te haces consciente de la transitoriedad de todas las formas, disminuye tu apego a ellas, y dejas de identificarte con ellas en cierta medida. Estar desapegado no significa que no puedas disfrutar de lo bueno que el mundo te ofrece. De hecho, lo disfrutas más. Cuando ves y aceptas la transitoriedad de todas las cosas y la inevitabilidad del cambio, puedes disfrutar de los placeres del mundo mientras duren, sin miedo de perderlos y sin angustia acerca del futuro. Cuando estás desapegado, ocupas una posición más alta desde la que contemplar los acontecimientos de tu vida en lugar de quedar atrapados en ellos. Eres como un astronauta que ve el planeta Tierra rodeado por la inmensidad del espacio y se da cuenta de una verdad paradójica: la Tierra es preciosa y al mismo tiempo insignificante. Reconocer que también esto pasará provoca desapego, y con el desapego surge en tu vida otra dimensión: el espacio interior. Mediante el desapego, el abstenerse de juzgar y la no resistencia interior, ganas acceso a esa dimensión. Cuando dejas de estar completamente identificado con las formas, la conciencia —lo que eres— queda liberada de su aprisionamiento en la forma. Esta liberación es la aparición del espacio interior. Llega como una quietud, una sutil paz en lo más profundo de ti, incluso ante algo aparentemente malo. «También esto pasará.» De pronto, hay espacio alrededor del suceso. También hay espacio alrededor de los altibajos emocionales, incluso alrededor del dolor. Y, sobre todo, hay espacio entre tus pensamientos. Y de ese espacio emana una paz que no es «de este mundo», porque este mundo es forma, y la paz es espacio. Esta es la paz de Dios. Ahora puedes disfrutar y aceptar las cosas de este mundo sin darles una importancia y una trascendencia que no tienen. Puedes participar en la danza de la creación y ser activo sin apego a los resultados y sin hacer exigencias irrazonables al mundo: hazme completo, hazme feliz, hazme sentir seguro, dime quién soy. El mundo no puede darte esas cosas, y cuando ya no tienes esas expectativas, todo el
sufrimiento creado por el yo llega a su fin. Todo ese sufrimiento se debe a una sobrevaloración de la forma y a no ser consciente de la dimensión del espacio interior. Cuando esa dimensión está presente en tu vida, puedes disfrutar de las cosas, las experiencias y los placeres de los sentidos sin perderte en ellos, sin apego interior a ellos, es decir, sin hacerte adicto al mundo. Las palabras «También esto pasará» son indicadores que señalan la realidad. Al señalar la impermanencia de todas las formas, también señalan, en consecuencia, lo eterno. Solo lo eterno que hay en ti puede reconocer que lo impermanente es impermanente. Cuando se pierde o se desconoce la dimensión del espacio, las cosas del mundo asumen una importancia absoluta, una seriedad y densidad que en realidad no tienen. Cuando no ves el mundo desde el punto de vista de lo sin forma, se convierte en un lugar amenazador y, en último término, en un lugar de desesperación. Es lo que debió de sentir el profeta del Antiguo Testamento cuando escribió: «Todo está lleno de fatigas, más de cuanto el hombre puede decir».1
CONCIENCIA DE LOS OBJETOS Y CONCIENCIA DEL ESPACIO La vida de la mayoría de la gente está llena de cosas en desorden: cosas materiales, cosas que hacer, cosas en que pensar. Su vida es como la historia de la humanidad, que Winston Churchill definía como «una maldita cosa detrás de otra». Su mente está llena de una barahúnda de pensamientos, uno detrás de otro. Esta es la dimensión de la conciencia de los objetos, que es la realidad predominante de muchas personas, y por eso su vida está tan desequilibrada. Para que la cordura regrese a nuestro planeta y la humanidad cumpla su destino, la conciencia de los objetos necesita estar equilibrada con la conciencia del espacio. El surgimiento de la conciencia del espacio es la siguiente etapa en la evolución de la humanidad. La conciencia del espacio significa que, además de ser consciente de las cosas — lo cual siempre acaba reduciéndose a percepciones sensoriales, pensamientos y emociones—, hay por debajo una corriente de conciencia. Esta conciencia implica que no solo somos conscientes de las cosas (objetos), sino que también somos conscientes de ser conscientes, es decir, que podemos sentir un estado interior de
quietud y alerta en el fondo mientras ocurren cosas en primer plano. Esta dimensión está en todas las personas, pero la mayoría es completamente inconsciente de ello. A veces yo lo indico diciendo «¿Puedes sentir tu propia Presencia?». Tener conciencia del espacio no solo representa liberarse del ego, sino también de la dependencia de las cosas mundanas, del materialismo y la materialidad. Solo esta dimensión espiritual puede dar sentido trascendente y auténtico a este mundo. Siempre que estás molesto por algún suceso, persona o situación, la causa real no es el suceso, la persona o la situación, sino una pérdida de la auténtica perspectiva, que solo el espacio puede proporcionar. Estás atrapado en la conciencia de los objetos, inconsciente del espacio interior intemporal de la conciencia misma. Las palabras «También esto pasará», utilizadas como indicador, pueden restaurar en ti la conciencia de esta dimensión. Otro indicador de la verdad que hay dentro de ti está contenido en la siguiente frase: «Nunca estoy molesto por la razón que pienso».2
CAER POR DEBAJO DEL PENSAMIENTO Y ELEVARSE POR ENCIMA DE ÉL Cuando estás muy cansado, puede que estés más apacible, más relajado que en tu estado habitual. Se debe a que el pensamiento está apaciguado y ya no consigues recordar tu problemático yo creado por la mente. Te estás deslizando hacia el sueño. Cuando bebes alcohol o tomas ciertas drogas (suponiendo que no activen tu cuerpodolor), es posible que también te sientas más relajado, más despreocupado y tal vez más vivo durante un tiempo. Puede que te pongas a cantar y bailar, que desde los tiempos antiguos son expresiones de la alegría de vivir. Como sientes menos la carga de tu mente, puedes vislumbrar la alegría del Ser. Pero el precio que se paga es alto: la inconsciencia. En lugar de elevarte por encima del pensamiento, has caído por debajo. Unas cuantas copas más y habrás retrocedido al reino vegetal. La conciencia del espacio tiene poco que ver con estar «drogado o alcoholizado». Ambos estados tienen en común que están fuera del pensamiento. Pero la diferencia fundamental es que en el primero te elevas por encima del pensamiento; en el segundo, caes por debajo. El primero es el próximo paso en la evolución de la conciencia humana; el otro es una regresión a una fase que dejamos atrás hace miles
de años.
TELEVISIÓN Ver la televisión es la actividad de ocio (o, más bien, inactividad) favorita de millones de personas en todo el mundo. El estadounidense medio, cuando llega a los sesenta años de edad, ha pasado quince años mirando una pantalla de televisión. En muchos otros países, las cifras son similares. A mucha gente, ver la tele le resulta «relajante». Obsérvate con atención y verás que cuanto más tiempo pasas pendiente de la pantalla, más se reduce la actividad pensante, y durante largos períodos estás mirando el programa de entrevistas, el concurso, la serie cómica e incluso los anuncios sin que en tu mente se genere ningún pensamiento, o casi. No solo no te acuerdas ya de tus problemas, sino que te libras temporalmente de ti mismo, ¿y qué podría ser más relajante que eso? Entonces, ¿es que mirar la tele crea espacio interior? ¿Hace que estés presente? Por desgracia, no. Aunque tu mente puede estar largos períodos sin generar ningún pensamiento, se ha conectado a la actividad pensante del programa de televisión. Se ha conectado a la versión televisiva de la mente colectiva, y está pensando sus pensamientos. Tu mente está inactiva, pero solo en el sentido de que no está produciendo pensamientos. Sin embargo, está absorbiendo continuamente pensamientos e imágenes que llegan a través de la pantalla. Esto induce un estado pasivo, como de trance, de susceptibilidad intensificada, no muy diferente de la hipnosis. Por eso se presta a la manipulación de la «opinión pública», ya que los políticos y los grupos de interés, así como los anunciantes, lo saben y pagarán millones de dólares para pillarte en ese estado de inconsciencia receptiva. Quieren que sus pensamientos se conviertan en tus pensamientos, y por lo general lo consiguen. Así que cuando ves la televisión, la tendencia es a caer por debajo del pensamiento, no a elevarse por encima. La televisión tiene esto en común con el alcohol y algunas otras drogas. Aunque proporciona cierto alivio del peso de la mente, también pagas un alto precio: la pérdida de conciencia. Al igual que esas drogas, tiene también un fuerte carácter adictivo. Coges el mando a distancia para
apagarla, y en lugar de eso empiezas a recorrer todos los canales. Media hora, o una hora después, sigues mirando, sigues cambiando de canal. El único botón que tu dedo parece incapaz de apretar es el de apagado. Sigues mirando, generalmente, no porque algo interesante te haya llamado la atención, sino precisamente porque no hay nada interesante que ver. Una vez que te has enganchado, cuanto más trivial y menos interesante sea, más adictiva resulta. Si fuera interesante, si incitara a pensar, estimularía tu mente para que volviera a pensar por sí misma, que es algo más consciente y por lo tanto preferible a un trance inducido por la televisión. En ese caso, tu atención ya no estaría totalmente cautivada por las imágenes de la pantalla. El contenido del programa, si tiene algo de calidad, puede contrarrestar en cierta medida, y a veces deshacer, el efecto hipnótico, aturdidor, del medio televisivo. Algunos programas han sido sumamente positivos para muchas personas; les han cambiado sus vidas a mejor, han abierto su corazón, las han hecho más conscientes. Incluso algunos programas cómicos, aunque quizá no traten de nada en particular, pueden ser espirituales sin haberlo pretendido, al mostrar una versión caricaturesca de la locura humana y el ego. Nos enseñan a no tomarnos nada demasiado en serio, a afrontar la vida alegremente y, sobre todo, nos enseñan al hacernos reír. La risa es extraordinariamente liberadora, y además curativa. Pero la mayor parte de la televisión sigue controlada por personas que están a su vez completamente controladas por el ego, y de ese modo el objetivo oculto de la tele es tomar control de ti por el sistema de hacerte dormir, de dejarte inconsciente. Sin embargo, el medio televisivo tiene un potencial enorme, gran parte del cual todavía está sin explorar. Evita ver programas y anuncios que te asalten con una rápida sucesión de imágenes que cambian cada dos o tres segundos, o menos. Ver en exceso la tele, y en particular esos programas, es una de las principales causas del trastorno de déficit de atención, una disfunción mental que ya afecta a millones de niños en todo el mundo. Una atención de poco alcance vuelve superficiales e insatisfactorias todas tus percepciones y relaciones. Todo lo que hagas, cualquier acción que realices en ese estado, carecerá de calidad, porque la calidad exige atención. Ver la tele con demasiada frecuencia y durante demasiado tiempo no solo te deja inconsciente; además, induce a la pasividad y te quita energía. Mi consejo es, pues: en lugar de mirar al azar, elige los programas que quieres ver. Cada vez que te
acuerdes de hacerlo, siente la vida dentro de tu cuerpo mientras miras. También puedes prestar atención a tu respiración de cuando en cuando. Aparta la mirada de la pantalla a intervalos regulares para que no tome completa posesión de tu sentido visual. No pongas el volumen más alto de lo necesario, para que la tele no te abrume a nivel auditivo. Usa el botón de silencio durante los anuncios. Procura no irte a dormir inmediatamente después de apagar el televisor o, lo que es peor, quedarte dormido con el televisor funcionando.
CONCIENCIA DEL ESPACIO INTERIOR Probablemente, en tu vida ya está surgiendo esporádicamente el espacio entre pensamientos, y es posible que ni siquiera lo sepas. A una conciencia fascinada por las experiencias y condicionada para identificarse exclusivamente con la forma —es decir, la conciencia de los objetos—, al principio le resulta imposible hacerse consciente del espacio. En último término, esto significa que no puedes hacerte consciente de ti mismo, porque siempre estás siendo consciente de alguna otra cosa. Estás continuamente distraído por la forma. Incluso cuando pareces ser consciente de ti mismo, te has convertido a ti mismo en un objeto, en una forma de pensamiento, y de lo que eres consciente es de un pensamiento, no de ti mismo. Cuando oyes hablar del espacio interior, puede que empieces a buscarlo; pero, como lo estás buscando como si buscaras un objeto o una experiencia, no puedes encontrarlo. Este es el problema de todos los que buscan la realización espiritual o la iluminación. Por eso Jesús dijo: «El reino de Dios no llegará con señales visibles, ni podrá decirse “helo aquí, o allí”, porque el reino de Dios está dentro de vosotros».3 Si no te pasas toda tu vida descontento, preocupado, ansioso, deprimido, desesperado o consumido por otros estados negativos; si eres capaz de disfrutar de cosas simples como escuchar el sonido de la lluvia o el viento; si puedes apreciar la belleza de las nubes que cruzan el cielo, o estar a solas en ocasiones sin sentirte solo ni necesitar el estímulo mental de una diversión; si puedes tratar a un completo desconocido con amabilidad sincera sin desear nada de él… eso significa que se ha abierto un espacio, aunque sea por poco tiempo, en el casi siempre incesante torrente
de pensamiento que es la mente humana. Cuando esto ocurre, hay una sensación de bienestar, de paz viva, aunque pueda ser sutil. La intensidad variará desde una sensación de contento que apenas se nota allá en el fondo hasta lo que los antiguos sabios de la India llamaban ananda, la felicidad del Ser. Como se te ha condicionado para que solo prestes atención a la forma, probablemente no serás consciente de ello, si no es indirectamente. Por ejemplo, existe un elemento común en la capacidad de ver la belleza, de apreciar las cosas simples, de disfrutar con la propia compañía o de relacionarse con otras personas con amabilidad y cariño. Este elemento común es una sensación de bienestar, paz y vida que es el fondo invisible sin el cual esas experiencias no serían posibles. Allí donde haya belleza, amabilidad, apreciación de la bondad de las cosas simples de la vida, busca dentro de ti mismo el fondo de esa experiencia. Pero no lo busques como si estuvieras buscando una cosa. No puedes localizarlo y decir «Ya lo tengo», ni agarrarlo mentalmente y definirlo de algún modo. Es como el cielo sin nubes: no tiene forma. Es espacio, es quietud, es la dulzura del Ser, e infinitamente más que estas palabras, que son solo indicadores. Cuando eres capaz de sentirlo directamente dentro de ti, se acentúa. Así que cuando aprecies algo simple —un sonido, una imagen, un tacto—, cuando veas belleza, cuando sientas cariño hacia otra persona, siente la espaciosidad interior que es la fuente y el fondo de esa experiencia. Muchos poetas y sabios de todas las épocas han comentado que la verdadera felicidad —yo la llamo el gozo de Ser— se encuentra en las cosas simples, aparentemente sin importancia. La mayoría de las personas, en su incansable afán de que les ocurra algo importante, se pierden continuamente lo insignificante, que puede no ser insignificante en absoluto. El filósofo Nietzsche, en un raro momento de profunda quietud, escribió: «¡Qué poco hace falta para la felicidad! […] precisamente las cosas más mínimas, las cosas más suaves, las cosas más ligeras, el ruido de una lagartija, un aliento, un guiño, una mirada; con muy poco se consigue la mejor felicidad. Quédate quieto».4 ¿Por qué son «las cosas más mínimas» las que proporcionan «la mejor felicidad»? Porque la verdadera felicidad no está causada por el objeto o el suceso, aunque esto es lo que parece a primera vista. El objeto o el suceso es tan sutil, tan discreto, que solo ocupa una pequeña parte de la conciencia, y el resto es espacio interior, la
conciencia misma no obstruida por la forma. La conciencia del espacio interior y quién eres en esencia son la misma cosa. En otras palabras, la forma de las cosas pequeñas deja sitio para el espacio interior. Y es del espacio interior de donde emana la conciencia no condicionada, la verdadera felicidad, la alegría del Ser. No obstante, para ser consciente de las cosas pequeñas y calladas, tienes que estar callado por dentro. Se requiere un alto grado de alerta. Quédate inmóvil. Mira. Escucha. Hazte presente. He aquí otra manera de encontrar el espacio interior: sé consciente de que eres consciente. Di o piensa «soy», y no añadas nada. Sé consciente de la quietud que sigue al «soy». Siente tu presencia, el ser desnudo, sin velos, sin vestiduras. El Ser no está afectado por la juventud o la vejez, la riqueza o la pobreza, lo bueno, lo malo ni ningún otro atributo. Es la espaciosa matriz de toda creación, de toda forma.
¿PUEDES OÍR EL ARROYO DE LA MONTAÑA?
Un maestro zen iba caminando en silencio con uno de sus discípulos por un sendero de montaña. Cuando llegaron a un viejo cedro, se sentaron a su sombra para comer un poco de arroz y verduras. Después de comer, el discípulo, un monje joven que todavía no había encontrado la clave del misterio del zen, rompió el silencio preguntándole al maestro: —Maestro, ¿cómo puedo entrar en el zen? Estaba preguntando, por supuesto, cómo entrar en el estado de conciencia que es el zen. El maestro permaneció callado. Transcurrieron casi cinco minutos, mientras el discípulo aguardaba ansioso una respuesta. Estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el maestro habló de pronto: —¿Oyes el sonido de aquel arroyo de montaña? El discípulo no se había fijado en ningún arroyo de montaña. Había estado demasiado ocupado pensando en el significado del zen. Pero cuando se concentró en escuchar el sonido, su ruidosa mente se fue callando. Al principio, no oía nada. Después, su pensamiento dejó paso a un estado de alerta acentuada, y de pronto oyó el murmullo apenas perceptible de un arroyuelo que había a lo lejos.
—Sí, ahora lo oigo —dijo. El maestro levantó un dedo y, con una mirada en los ojos que, de algún modo, era a la vez amable y feroz, dijo: —Entra al zen por ahí. El discípulo quedó pasmado. Era su primer satori: un relámpago de iluminación. ¡Sabía lo que era el zen sin saber qué era lo que sabía! Continuaron su viaje en silencio. El discípulo estaba asombrado de la vitalidad del mundo que lo rodeaba. Lo experimentaba todo como si fuera la primera vez. Pero, poco a poco, empezó a pensar de nuevo. La quietud en alerta volvió a quedar tapada por el ruido mental, y al poco rato tenía otra pregunta. —Maestro —dijo—. He estado pensando. ¿Qué habrías dicho si yo no hubiera sido capaz de oír el arroyo de la montaña? El maestro se detuvo, lo miró, levantó el dedo y dijo: —Entra al zen por ahí.
ACCIÓN CORRECTA El ego pregunta: ¿cómo puedo hacer que esta situación solucione mis necesidades, o cómo puedo llegar a otra situación que las solucione? La Presencia es un estado de espaciosidad interior. Cuando estás presente, te preguntas: ¿cómo respondo a las necesidades de esta situación, o de este momento? En realidad, ni siquiera necesitas hacer la pregunta. Estás quieto, alerta, abierto a lo que es. Aportas una nueva dimensión a la situación: el espacio. Entonces, miras y escuchas. Así te haces uno con la situación. Si en lugar de reaccionar contra una situación, te fundes con ella, la solución surge de la situación misma. En realidad, no eres tú, la persona, quien está mirando y escuchando, sino la misma quietud alerta. Después, si es posible o necesario actuar, actúas; o mejor dicho, la acción correcta ocurre por mediación tuya. La acción correcta es la acción apropiada a la totalidad. Cuando se ha realizado la acción, continúa el estado de alerta, de quietud espaciosa. Nadie levanta los brazos en un gesto de triunfo, gritando desafiante «¡Bien!». Nadie dice «Mirad lo que he hecho». Toda creatividad surge de la espaciosidad interior. Cuando la creación está hecha
y algo ha cobrado forma, tienes que mantenerte vigilante para que no surja el concepto de «yo» o «mío». Si te atribuyes mérito por lo que has hecho, es que el ego ha regresado, y la espaciosidad ha quedado tapada.
PERCIBIR SIN NOMBRAR La mayoría de la gente solo es periféricamente consciente del mundo que la rodea, sobre todo si su entorno les es familiar. La voz de la cabeza absorbe la mayor parte de su atención. Algunas personas se sienten más vivas cuando viajan y visitan lugares desconocidos o países extranjeros, porque entonces sienten que la percepción —la experiencia— acapara más parte de su conciencia que el pensamiento. Se hacen más presentes. Otras siguen completamente poseídas por la voz de la cabeza, incluso en esas ocasiones. Sus percepciones y experiencias están distorsionadas por juicios instantáneos. En realidad, no han viajado a ningún sitio. Solo su cuerpo está viajando, mientras ellos siguen donde siempre han estado: dentro de su cabeza. Esta es la realidad de la mayoría de la gente: en cuanto perciben algo, su yo fantasma, el ego, le pone nombre, lo interpreta, lo compara con alguna otra cosa, le gusta o le disgusta, o dice que es bueno o malo. Están aprisionados en formas de pensamiento, en la conciencia de los objetos. No despertarás espiritualmente hasta que cese la compulsión inconsciente de poner nombres, o al menos hasta que seas consciente de ello y puedas ser capaz de observarlo mientras ocurre. Esta constante asignación de nombres permite que el ego permanezca instalado como mente no observada. Cuando cesa, e incluso cuando solo eres consciente de que ocurre, hay espacio interior y ya no estás poseído por la mente. Un buen ejercicio es elegir un objeto que tengas cerca —una pluma, una silla, una taza, una planta— y explorarlo con la vista, es decir, míralo con gran interés, casi con curiosidad. Evita los objetos con fuertes asociaciones personales que te recuerden el pasado: dónde lo compraste, quién te lo regaló, etc.; así como también todo lo que tenga escritura, como libros y botellas, ya que eso estimularía el pensamiento. Sin forzarte, relajado, pero alerta, dedica toda tu atención al objeto, a
todos sus detalles. Si surgen pensamientos, no te dejes arrastrar por ellos. No son los pensamientos lo que te interesa, sino el acto mismo de la percepción. ¿Puedes separar el pensamiento de la percepción? ¿Puedes mirar sin que la voz de tu cabeza comente, saque conclusiones, compare o intente explicar algo? Al cabo de un par de minutos, deja que tu mirada vague por la habitación, o donde sea que estés, y que tu atención alerta ilumine cada cosa en la que se pose. A continuación, escucha los sonidos que estén presentes. Escúchalos del mismo modo en que has mirado las cosas que hay a tu alrededor. Algunos sonidos pueden ser naturales —agua, viento, pájaros— y otros son artificiales. Unos pueden ser agradables y otros desagradables. Pero no diferencies entre bueno y malo. Deja que cada sonido sea como es, sin interpretarlo. También aquí la clave es la atención relajada pero alerta. Cuando miras y escuchas de este modo, puede que percibas una sutil sensación de calma, que al principio casi no se nota. Algunas personas la sienten como una quietud de fondo. Otras la llaman paz. Cuando la conciencia ya no está totalmente absorbida por el pensamiento, parte de ella permanece en su estado original sin forma, no condicionado. Esto es el espacio interior.
¿QUIÉN ES EL QUE EXPERIMENTA?
Lo que tú ves y oyes, saboreas, tocas y hueles son, por supuesto, objetos sentidos. Son lo que tú experimentas. Pero ¿quién es el sujeto, el que experimenta? Si dices, por ejemplo, «Pues ¿quién va a ser? Yo, Juana Pérez, jefa de contabilidad, de cuarenta y cinco años, divorciada, madre de dos hijos, española, soy el sujeto, la que experimenta», estás equivocada. Juana Pérez y cualquier otra persona que se identifique con el concepto mental de Juana Pérez es un objeto de experiencia, no el sujeto que experimenta. Toda experiencia tiene tres ingredientes posibles: percepción de los sentidos, pensamientos o imágenes mentales, y emociones. Juana Pérez, jefa de contabilidad, de cuarenta y cinco años, madre de dos hijos, divorciada, española; todo eso son pensamientos y, por lo tanto, parte de lo que experimentas en el momento en que piensas esos pensamientos. Esas cosas, y cualquier otra cosa que puedas decir y
pensar de ti mismo, son objetos, no el sujeto. Son experiencia, no el experimentador. Puedes añadir otras mil definiciones (pensamientos) de quién eres, y con ello aumentarás sin duda la complejidad de la experiencia de ti mismo (así como los ingresos de tu psiquiatra), pero de este modo no llegarás a dar con el sujeto, el experimentador que existe antes de toda experiencia y sin el cual no podría haber experiencia. Entonces, ¿quién es el que experimenta? Tú. ¿Y quién eres tú? La conciencia. ¿Y qué es la conciencia? Esta pregunta no se puede responder. En el momento en que la respondes, la has falsificado, la has convertido en otro objeto. La conciencia, una palabra tradicional para designar el espíritu, no se puede conocer en el sentido normal de la palabra, y es inútil buscarla. Todo conocimiento está dentro del reino de la dualidad: sujeto y objeto, conocedor y conocido. El sujeto, el yo, el conocedor sin el que nada podría ser conocido, percibido, pensado o sentido, debe permanecer siempre incognoscible. Y esto es así porque el yo no tiene forma. Solo se pueden conocer las formas; y, sin embargo, sin la dimensión sin forma no podría existir el mundo de las formas. Ella es el espacio luminoso en el que el mundo sube y baja. Ese espacio es la vida que Yo Soy. Es intemporal. Yo Soy intemporal, eterno. Lo que ocurre en ese espacio es relativo y temporal: placer y dolor, ganancia y pérdida, nacimiento y muerte. El mayor impedimento para descubrir el espacio interior, el mayor impedimento para encontrar al experimentador, es quedar tan subyugado por la experiencia que te pierdes en ella. Eso significa que la conciencia se pierde en su propio sueño. Te dejas arrebatar por cada pensamiento, por cada emoción y por cada experiencia, hasta un grado tal que en realidad estás en un estado de ensoñación. Este ha sido el estado normal de la humanidad durante miles de años. Aunque no puedas conocer la conciencia, puedes hacerte consciente de ella, que eres tú mismo. Puedes sentirla directamente en cualquier situación, estés donde estés. Puedes sentirla aquí y ahora como tu propia Presencia, el espacio interior en el que se perciben las palabras de esta página y se convierten en pensamientos. Es el Yo Soy básico, de fondo. Las palabras que estás leyendo y pensando son el primer plano, y el Yo Soy es el sustrato, el fondo en el que se basa toda experiencia, pensamiento y sentimiento.
La RESPIRACIÓN Es posible descubrir el espacio interior creando huecos en el torrente de pensamiento. Sin esos huecos, tu pensamiento se vuelve repetitivo, sin inspiración, desprovisto de toda chispa creativa, que es como sigue siendo en la mayoría de los habitantes del planeta. No te preocupes por la duración de esos vacíos. Basta con unos segundos. Poco a poco, se irán alargando por sí mismos, sin esfuerzo por tu parte. Más importante que su duración es provocarlos con frecuencia, para que tus actividades cotidianas y tu flujo de pensamientos tengan espacios intercalados. Hace poco, una persona me enseñó el programa anual de una importante organización espiritual. Cuando lo hojeé, me impresionó la gran variedad de seminarios y talleres interesantes. Me recordó un smorgasbord, uno de esos bufets escandinavos en los que vas eligiendo entre una enorme variedad de platos apetitosos. La persona me preguntó si yo podría recomendarle uno o dos cursos. —No sé —dije—. Todos parecen muy interesantes. Pero sé una cosa —añadí—. Vigila tu respiración tan frecuentemente como puedas, cada vez que te acuerdes. Haz eso durante un año, y tendrá más poder transformador que asistir a todos esos cursos. Y es gratis. Ser conscientes de nuestra respiración aparta la atención del pensamiento y crea espacio. Es una manera de generar conciencia. Aunque la plenitud de la conciencia está ya ahí, sin manifestarse, estamos aquí para traer conciencia a esta dimensión. Mi consejo es ser conscientes de nuestra respiración. Nota la sensación de respirar. Siente el movimiento del aire entrando y saliendo de tu cuerpo. Percibe cómo se dilatan y contraen el pecho y el abdomen al inhalar y exhalar. Una respiración consciente es suficiente para crear un poco de espacio donde antes solo estaba la sucesión ininterrumpida de un pensamiento tras otro. Una respiración consciente (dos o tres serían aún mejor), realizada muchas veces al día, es un modo excelente de aportar espacio a tu vida. Aunque estuvieras meditando sobre tu respiración durante dos o más horas, como hacen algunas personas, con una respiración basta para ser consciente de ello; en realidad, no vas a ser consciente de más. El resto es recuerdo o anticipación, es decir, pensamiento. Respirar no es algo que tú haces, sino algo que presencias mientras ocurre. La respiración ocurre por sí misma. Lo hace la inteligencia interior del cuerpo. Tú solo tienes que observar cómo
ocurre. No se requiere ningún esfuerzo. Fíjate además en la breve interrupción de la respiración, particularmente en ese punto muerto después de exhalar, antes de empezar a inhalar de nuevo. La respiración de muchas personas es menos profunda de lo que es natural. Cuanto más consciente seas de la respiración, más se restablecerá su profundidad natural. Dado que la respiración no tiene forma propiamente dicha, desde tiempos muy antiguos se la ha equiparado con el espíritu, la Vida única y sin forma. «Dios formó al hombre con el polvo de la tierra y le insufló en las fosas nasales el aliento de la vida, y así el hombre se convirtió en un ser vivo.»5 La palabra alemana que significa respiración —Atmen— se deriva de la antigua palabra sánscrita atman, que significa el espíritu divino o el Dios que vive en nuestro interior. El hecho de que la respiración no tenga forma es una de las razones por las que ser consciente de la respiración es una manera sumamente eficaz de introducir espacio en tu vida, de generar conciencia. Constituye un excelente tema de meditación, precisamente porque no es un objeto, porque no tiene forma. La otra razón es que la respiración es uno de los fenómenos más sutiles y aparentemente insignificantes, la «cosa mínima» que, según Nietzsche, proporciona «la mejor felicidad». Tú decidirás si practicas o no la conciencia de la respiración como forma de meditación. Pero la meditación convencional no puede compararse con aportar conciencia del espacio a la vida cotidiana. Ser consciente de tu respiración te obliga a estar en el momento presente, que es la clave de toda transformación interior. Cuando eres consciente de la respiración, estás absolutamente presente. También observarás que no puedes pensar y ser consciente de la respiración al mismo tiempo. La respiración consciente detiene tu mente. Pero lejos de estar en un trance o medio dormido, estás completamente despierto y muy alerta. No estás cayendo por debajo del pensamiento, sino elevándote por encima. Y, si miras con más atención, verás que esas dos cosas — estar plenamente en el momento presente y dejar de pensar sin perder la conciencia — son en realidad la misma: el surgimiento de la conciencia del espacio.
ADICCIONES
Podría decirse que una adicción es una pauta de conducta compulsiva y persistente, y la adicción vive dentro de ti como una casi entidad o subpersonalidad, un campo de energía que periódicamente se apodera por completo de ti. Incluso se apodera de tu mente, de la voz de dentro de tu cabeza, que entonces se convierte en la voz de la adicción. Tal vez diga: «Has tenido un mal día. Te mereces darte un gusto. ¿Por qué negarte el único placer que te queda en la vida?». Y así, si estás identificado con la voz interior debido a la falta de conciencia, te encuentras camino del frigorífico, en busca de ese rico pastel de chocolate. En otras ocasiones, la adicción puede saltarse por completo a la mente pensante, y de pronto te encuentras fumando un cigarrillo o sosteniendo una copa. «¿Cómo me ha llegado esto a la mano?» Sacar el cigarrillo de la cajetilla y encenderlo, o servirte una copa fueron acciones realizadas en completa inconsciencia. Si tienes una pauta de conducta compulsiva, como fumar, comer en exceso, beber, ver la televisión, conectarte a internet o cualquier otra cosa, lo que puedes hacer es esto: cuando notes que surge en ti la necesidad compulsiva, párate y haz tres respiraciones conscientes. Esto genera conciencia. Después, durante unos minutos, sé consciente de la urgencia compulsiva misma como un campo de energía dentro de ti. Siente conscientemente esa necesidad de ingerir o consumir física o mentalmente cierta sustancia, o el deseo de actuar de una manera compulsiva. Haz unas cuantas respiraciones conscientes más. Después de hacerlo es posible que el impulso compulsivo haya desaparecido… por el momento. O puedes comprobar que te sigue dominando, y no puedes evitar ceder al impulso de consumir o actuar. No dejes que se convierta en un problema. Incluye la adicción en tu práctica de conciencia, del modo que acabo de describir. A medida que la conciencia crece, las pautas adictivas se van debilitando y acaban por disolverse. Pero acuérdate de ir pescando todos los pensamientos que justifiquen la conducta adictiva, a veces con argumentos muy ingeniosos, a medida que surgen en tu mente. Pregúntate: ¿quién está hablando ahora? Y te darás cuenta de que la que habla es la adicción. Mientras sepas eso, mientras estés presente como observador de tu mente, menos probabilidades tendrá de engañarte para que hagas lo que ella quiere.
CONCIENCIA DEL CUERPO INTERIOR
Otra manera sencilla pero muy efectiva de encontrar espacio en tu vida está estrechamente relacionada con la respiración. Al sentir el sutil flujo de aire que entra y sale del cuerpo, así como la subida y bajada del pecho y el abdomen, también te estás haciendo consciente del cuerpo interior. Puede que entonces tu atención se desplace de la respiración a esa vitalidad que sientes dentro de ti, difundida por todo el cuerpo. La mayoría de la gente está tan distraída por sus pensamientos, tan identificada con la voz de su cabeza, que ya no puede sentir la vitalidad que tiene dentro. Ser incapaz de sentir la vida que anima el cuerpo físico, la vida que eres, es la mayor privación que te puede ocurrir. Entonces no solo empiezas a buscar sustitutos de ese estado natural de bienestar interior, sino también algo que tape el continuo malestar que sientes cuando no estás en contacto con la vida que siempre está ahí, aunque por lo general pase inadvertida. Algunos de los sustitutos que la gente busca son los estados inducidos por las drogas, la sobreestimulación sensorial —como la música excesivamente fuerte—, las emociones o actividades peligrosas, o la obsesión por el sexo. Incluso el drama en las relaciones se utiliza como sustituto de esa auténtica sensación de vitalidad. La tapadera más buscada para el continuo malestar de fondo son las relaciones íntimas: una pareja que «va a hacerme feliz». Por supuesto, es también uno de los chascos que se experimentan con más frecuencia. Y cuando el malestar surge de nuevo, la gente suele culpar de ello a su pareja. Haz dos o tres respiraciones conscientes. Ahora, mira a ver si puedes detectar una sutil sensación de vida que impregna todo tu cuerpo interior. ¿Puedes sentir tu cuerpo desde dentro, por decirlo de algún modo? Siente por un momento partes concretas de tu cuerpo. Siente las manos, después los brazos, los pies y las piernas. ¿Puedes sentir el abdomen, el pecho, el cuello y la cabeza? ¿Y los labios? ¿Hay vida en ellos? A continuación, hazte otra vez consciente del cuerpo interior en conjunto. Quizá al principio, para practicar esto, prefieras cerrar los ojos; cuando puedas sentir tu cuerpo, ábrelos, mira a tu alrededor y continúa sintiendo tu cuerpo al mismo tiempo. Algunos lectores descubrirán que no tienen necesidad de cerrar los ojos; de hecho, pueden sentir su cuerpo interior mientras leen esto.
ESPACIO INTERIOR Y EXTERIOR
Tu cuerpo interior no es sólido, sino espacioso. No es tu forma física, sino la vida que anima la forma física. Es la inteligencia que creó y mantiene el cuerpo, coordinando simultáneamente cientos de funciones diferentes, de tan extraordinaria complejidad que la mente humana solo puede entender una minúscula fracción. Cuando te haces consciente de eso, lo que en realidad está ocurriendo es que la inteligencia se está haciendo consciente de sí misma. Es la evasiva «vida» que ningún científico ha encontrado, porque lo que buscan es la propia conciencia que busca. Los físicos han descubierto que la aparente solidez de la materia es una ilusión creada por nuestros sentidos. Esto incluye al cuerpo físico, que percibimos como forma, y así pensamos en él, pero en realidad el 99,99 % es espacio vacío. Así de vasto es el espacio entre los átomos, comparado con el tamaño de los átomos, y aún hay mucho espacio dentro de cada átomo. El cuerpo físico no es más que una falsa percepción de lo que eres. En muchos aspectos, es una versión microcósmica del espacio exterior. Para darte una idea de lo vasto que es el espacio entre los cuerpos celestes, piensa en esto: la luz, que viaja a una velocidad constante de 300.000 kilómetros por segundo, tarda poco más de un segundo en llegar de la Tierra a la Luna; la luz del Sol tarda unos ocho minutos en llegar a la Tierra. La luz de nuestro vecino espacial más próximo, una estrella llamada Próxima Centauro, que es la más cercana a nuestro Sol, viaja durante cuatro años y medio hasta llegar a la Tierra. Así de vasto es el espacio que nos rodea. Y aún hay que contar el espacio intergaláctico, cuya inmensidad desafía toda comprensión. La luz de la galaxia más próxima a la nuestra, la nebulosa de Andrómeda, tarda 2.400.000 años en llegar hasta nosotros. ¿No es asombroso que tu cuerpo sea tan espacioso como el universo? Así pues, tu cuerpo físico, que es forma, se revela como esencialmente sin forma cuando se ahonda en él. Se convierte en una puerta al espacio interior. Aunque el espacio interior no tiene forma, está intensamente vivo. Ese «espacio vacío» es vida en plenitud, la Fuente no manifestada de la que fluye toda manifestación. La palabra tradicional para designar esa fuente es Dios. Los pensamientos y las palabras pertenecen al mundo de la forma; no pueden expresar lo que no tiene forma. Así que cuando dices «Puedo sentir mi cuerpo interior», eso es una falsa percepción creada por el pensamiento. Lo que en realidad está ocurriendo es que la conciencia que se manifiesta como el cuerpo —la
conciencia que Yo Soy— se está haciendo consciente de sí misma. Cuando dejo de confundir quién soy con una forma temporal del «yo», entonces la dimensión de lo ilimitado y lo eterno —Dios— puede manifestarse a través de «mí» y «guiarme». También me libera de la dependencia de la forma. Sin embargo, la pura conciencia intelectual o creencia de que «yo no soy esta forma» no sirve de nada. La pregunta fundamental es: ¿puedo sentir en este momento la presencia del espacio interior? Y eso en realidad significa: ¿puedo sentir mi propia Presencia, o más bien, la Presencia que Soy? También podemos abordar esta verdad utilizando un indicador diferente. Pregúntate: «¿Soy consciente no solo de lo que está ocurriendo en este momento, sino también del Ahora mismo, como el espacio interior, vivo e intemporal en el que ocurre todo?». Aunque pueda parecer que esta pregunta no tiene nada que ver con el cuerpo interior, te sorprenderá descubrir que al hacerte consciente del espacio del Ahora, de pronto te sientes más vivo por dentro. Estás sintiendo la vida del cuerpo interior, la vitalidad que forma parte intrínseca del gozo de Ser. Tenemos que entrar en el cuerpo para llegar más allá y descubrir que no somos eso. Siempre que te sea posible en tu vida cotidiana, utiliza la conciencia del cuerpo interior para crear espacio. Cuando estés esperando algo, escuchando a alguien, cuando hagas una pausa para mirar el cielo, un árbol, una flor, a tu pareja o a un niño, siente al mismo tiempo la vida interior. Esto significa que parte de tu atención o conciencia se mantiene sin forma, y el resto queda disponible para el mundo exterior de las formas. Cada vez que «habites» tu cuerpo de esta manera, te servirá como ancla para estar presente en el Ahora. Te impedirá perderte en los pensamientos, las emociones o las situaciones externas. Cuando piensas, sientes, percibes y experimentas, la conciencia se hace forma. Se reencarna en un pensamiento, un sentimiento, una percepción sensorial, una experiencia. El ciclo de reencarnaciones del que los budistas confían en salir tarde o temprano está ocurriendo continuamente, y es solo en este momento —por el poder del Ahora— cuando puedes salirte de él. Mediante la completa aceptación de la forma del Ahora, sintonizas interiormente con el espacio, que es la esencia del Ahora. Mediante la aceptación, te haces espacioso por dentro. Lo que aporta auténtica perspectiva y equilibrio a tu vida es sintonizar con el espacio y no con la forma.
NOTAR LOS HUECOS A lo largo del día hay una sucesión continuamente cambiante de cosas que ves y oyes. En el primer momento de ver algo u oír un sonido —y más si es desconocido —, antes de que la mente le ponga nombre o interprete lo que ves u oyes, suele haber un espacio de atención alerta en el que ocurre la percepción. Eso es el espacio interior. Su duración varía de una persona a otra. Es fácil que pase inadvertido porque en mucha gente estos espacios son sumamente cortos, pudiendo durar solo un segundo o menos. Lo que ocurre es esto: surge una imagen o un sonido nuevos, y en el primer momento de percepción hay una breve parada de la corriente habitual de pensamiento. La conciencia se distrae del pensamiento porque se la necesita para la percepción sensorial. Una imagen o un sonido muy insólitos pueden dejarte «sin habla» incluso por dentro; es decir, provocar un hueco más largo. La frecuencia y duración de estos espacios determinan tu capacidad para disfrutar de la vida, para sentir una conexión interior con otros seres humanos y con la naturaleza. También determinan el grado en que estás libre de ego, porque el ego implica completa inconsciencia de la dimensión del espacio. Si te haces consciente de estos breves espacios cuando ocurren naturalmente, se harán más largos; y, cuando esto suceda, experimentarás cada vez con más frecuencia el gozo de percibir con poca o ninguna interferencia del pensamiento. Entonces el mundo que te rodea lo sentirás fresco, nuevo y vivo. Cuanto más percibas la vida a través de una pantalla mental de abstracción y conceptualización, más inerte e insípido se volverá el mundo que te rodea.
PERDERTE PARA ENCONTRARTE El espacio interior surge también cada vez que te liberas de la necesidad de realzar tu identidad-forma. Esa necesidad es del ego. No es una verdadera necesidad, como ya hemos mencionado. Cada vez que te libras de una de esas pautas de conducta, emerge el espacio interior. Eres más tú mismo. Al ego le parecerá que te estás perdiendo, pero es lo contrario. Jesús ya nos enseñó que para encontrarte es preciso
que te pierdas. Cada vez que te libras de una de esas pautas, le quitas importancia a lo que eres en el nivel de forma, y emerge más plenamente quien eres más allá de la forma. Te haces menos para poder ser más. Si estás lo bastante alerta podrás detectar en ti mismo algunas de estas pautas inconscientes con que la gente intenta inconscientemente realzar su identidad-forma: exigir reconocimiento por algo que has hecho y enfadarte o molestarte si no lo consigues; intentar llamar la atención hablando de tus problemas, contando tus enfermedades o haciendo una escena; dar tu opinión cuando nadie te la ha pedido y no es importante para la situación; preocuparte más por cómo te ve otra persona que por la otra persona, es decir, utilizar a otras personas como reflejo del ego o para realzar el ego; intentar causar impresión en otros con tus posesiones, conocimientos, belleza, posición social, fuerza física, etc.; provocar un hinchamiento temporal del ego reaccionando con furia contra algo o alguien; tomarte las cosas como algo personal, sintiéndote ofendido; empeñarte en tener la razón y negársela a otros mediante intrascendentes quejas mentales o verbales; querer parecer importante. Si has detectado una de estas pautas en ti mismo, te recomiendo que hagas un experimento. Averigua lo que se siente y lo que ocurre cuando renuncias a esa pauta. Deja de hacerlo y mira qué ocurre. Quitar importancia a quien eres en el nivel de la forma es otra manera de generar conciencia. Descubre el enorme poder que fluye al mundo a través de ti cuando dejas de realzar tu identidadforma.
CALMA Se ha dicho que «la calma es el idioma que habla Dios, y todo lo demás es una mala traducción». En realidad, la calma es lo mismo que el espacio. Hacerse consciente de la calma siempre que la encontremos en nuestra vida nos conectará con la dimensión sin forma y sin tiempo que hay dentro de nosotros, lo que está más allá del pensamiento, más allá del ego. Puede ser la calma que se extiende por la naturaleza, o la calma que hay en tu habitación a primera hora de la mañana, o los espacios de silencio entre sonidos. La calma no tiene forma; por eso no podemos hacernos conscientes de ella mediante el pensamiento. El pensamiento es forma. Ser
consciente de la calma significa estar inmóvil. Estar inmóvil es estar consciente sin pensamientos. Nunca eres tan esencialmente, tan profundamente tú mismo como cuando estás en calma. Cuando estás en calma, eres quien eras antes de asumir temporalmente esta forma física y mental llamada persona. Eres también quien serás cuando la forma se disuelva. Cuando estás en calma, eres quien eres más allá de tu existencia temporal: conciencia no condicionada, sin forma, eterna.
9 Tu propósito interior En cuanto te elevas por encima del nivel de mera supervivencia, la cuestión del significado y el propósito adquiere suprema importancia en la vida. Mucha gente se siente atrapada en las rutinas de la vida cotidiana, que parecen privar de sentido a su vida. Algunos creen que la vida pasa de largo ante ellos, o que ya pasó. Otros se sienten gravemente limitados por las exigencias de su trabajo y de mantener una familia, o por su situación económica o vital. Algunos están consumidos por un estrés agudo, otros por un aburrimiento agudo. Unos se pierden en una actividad frenética; otros se pierden en el estancamiento. Mucha gente suspira por la libertad y expansión que la prosperidad promete. Otros ya disfrutan de la libertad relativa que viene con la prosperidad y descubren que con eso no basta para dotar de sentido a su vida. Nada puede sustituir a encontrar el auténtico propósito. Pero el propósito auténtico o primario de tu vida no se puede encontrar en el nivel exterior. No tiene que ver con lo que haces, sino con lo que eres; es decir, con tu estado de conciencia. Así pues, lo más importante es darse cuenta de esto: la vida tiene un propósito interior y un propósito exterior. El propósito interior se refiere al Ser y es primario. El propósito exterior se refiere al hacer y es secundario. Aunque este libro habla principalmente de tu propósito interior, este capítulo y el siguiente abordarán también la cuestión de cómo armonizar en tu vida el propósito exterior y el interior. No obstante, lo interior y lo exterior están tan interconectados que es casi imposible hablar de uno sin referirse al otro. Tu propósito interior es despertar. Así de simple. Compartes ese propósito con todas las demás personas del planeta, porque es el propósito de la humanidad. Tu propósito interior es una parte esencial del propósito de la totalidad, el universo y su inteligencia emergente. Tu propósito exterior puede cambiar con el tiempo, y varía mucho de una persona a otra. Encontrar el propósito interior y vivir de acuerdo con él es la base para cumplir tu propósito exterior, la base del auténtico éxito. Sin esa sintonización, aún puedes lograr algunas cosas a base de esfuerzo, lucha, determinación y trabajo duro o pura astucia. Pero no hay alegría en esa empresa, que
invariablemente termina en algún tipo de sufrimiento.
EL DESPERTAR El despertar es un cambio de conciencia en el que se separan el pensamiento y la conciencia. Para la mayoría de las personas, no es un acontecimiento, sino un proceso que experimentan. Incluso los escasos seres que experimentan un despertar repentino, dramático y aparentemente irreversible pasan por un proceso en el que el nuevo estado de conciencia fluye gradualmente y transforma todo lo que hacen, y así queda integrado en su vida. En lugar de estar perdido en tus pensamientos, cuando estás despierto te reconoces como la conciencia que hay detrás de ellos. Entonces, pensar deja de ser una actividad autónoma al servicio de sí misma, que toma posesión de ti y dirige tu vida. La conciencia se hace cargo del pensamiento. En lugar de tener el control de nuestra vida, el pensamiento se convierte en el servidor de la conciencia. La conciencia es la conexión consciente con la inteligencia universal. Otra palabra que se le puede aplicar es Presencia: conciencia sin pensamiento. La iniciación del proceso de despertar es un acto de gracia. No puedes hacer que ocurra, ni puedes prepararte para ello o ir acumulando créditos. No hay una secuencia clara de pasos lógicos que conduzca a ello, aunque a la mente le encantaría eso. No tienes que hacerte digno previamente. Puede llegarle al pecador antes que al santo, pero no necesariamente. Por eso Jesús se relacionaba con toda clase de gente, y no solo con personas respetables. No hay nada que puedas hacer para despertar. Todo lo que hagas serán esfuerzos del ego para que el despertar o la iluminación pasen a ser su más preciada posesión, y así hacerse más grande y más importante. En lugar de despertar, añades a tu mente el concepto de despertar, o la imagen mental de cómo es una persona despierta o iluminada, y después procuras vivir de acuerdo con esa imagen. Vivir de acuerdo con una imagen que tienes de ti mismo, o que otros tienen de ti, no es vivir auténticamente: es solo otro papel inconsciente que el ego representa. Pero entonces, si no hay nada que puedas hacer para despertar, si o bien ya te ha ocurrido o bien no te ha ocurrido todavía, ¿cómo puede ser el propósito primario de
tu vida? ¿Tener un propósito no implica que puedes hacer algo al respecto? Solo el primer despertar, el primer relámpago de conciencia sin pensamiento, ocurre por gracia, sin hacer nada por tu parte. Si este libro te resulta incomprensible o te parece que no tiene sentido, es que aún no te ha ocurrido. Pero si algo dentro de ti responde a él, si de algún modo reconoces la verdad que hay en él, eso significa que el proceso de despertar ha comenzado. Una vez que empieza, no se puede dar marcha atrás, aunque el ego lo puede retrasar. Para algunas personas, la lectura de este libro iniciará el proceso de despertar. Para otras, la función de este libro será ayudarlas a ser conscientes de que ya han empezado a despertar, e intensificar y acelerar el proceso. Otra función de este libro consiste en ayudar a la gente a tener conciencia del ego que llevan dentro cada vez que el ego intente recuperar el control y oscurecer la conciencia emergente. Para algunos, el despertar se produce cuando de pronto se hacen conscientes de las clases de pensamientos que piensan habitualmente, en especial los pensamientos negativos persistentes con los que pueden haber estado identificados toda su vida. De pronto hay una conciencia que es consciente del pensamiento pero no forma parte de él. ¿Qué relación hay entre la conciencia y el pensamiento? La conciencia es el espacio en el que existen los pensamientos cuando ese espacio se ha hecho consciente de sí mismo. Cuando has tenido un atisbo de conciencia o Presencia, lo sabes de primera mano. Ya no es solo un concepto que hay en tu mente. Entonces puedes tomar la decisión consciente de estar presente en lugar de abandonarte al pensamiento inútil. Puedes invitar a la Presencia a tu vida, es decir, crear espacio. Con la gracia del despertar viene la responsabilidad. Puedes intentar seguir como si nada hubiera ocurrido, o puedes apreciar su importancia y reconocer la emergencia de la conciencia como lo más importante que te puede ocurrir. Abrirte a la conciencia emergente y traer su luz a este mundo se convierte entonces en el propósito primario de tu vida. «Quiero conocer la mente de Dios —dijo Einstein—. Lo demás son detalles.» ¿Qué es la mente de Dios? La conciencia. ¿Qué significa conocer la mente de Dios? Estar consciente. ¿Qué son los detalles? Tu propósito exterior y todo lo que ocurre exteriormente. Así que es posible que, mientras sigues esperando que ocurra algo importante en tu vida, no te des cuenta de que dentro de ti ya ha ocurrido lo más importante que le
puede ocurrir a un ser humano: el comienzo de la separación entre el proceso de pensamiento y la conciencia. Muchas personas que están pasando por las primeras fases del proceso de despertar ya no están seguras de cuál es su propósito exterior. Lo que mueve el mundo ya no las mueve a ellas. Al ver con tanta claridad la locura de nuestra civilización, se pueden sentir algo desligadas de la cultura que las rodea. Hay algunos que sienten que viven en una tierra de nadie entre dos mundos. Ya no están gobernados por su ego, pero la conciencia emergente todavía no está plenamente integrada en su vida. El propósito interior y el exterior no se han fundido.
DIÁLOGO SOBRE EL PROPÓSITO INTERIOR El siguiente diálogo condensa numerosas conversaciones que he mantenido con personas que estaban buscando el verdadero propósito de su vida. Algo es cierto cuando ese algo resuena y expresa tu Ser más íntimo, cuando está sintonizado con tu propósito interior. Por eso, lo primero que hago es dirigir su atención hacia su propósito interior y primario. No sé exactamente qué, pero quiero algún cambio en mi vida. Quiero expansión; quiero hacer algo que tenga sentido y, sí, quiero prosperidad y la libertad que eso proporciona. Quiero hacer algo importante, algo que tenga trascendencia en el mundo. Pero si me preguntas qué quiero exactamente, tendré que decir que no lo sé. ¿Puedes ayudarme a encontrar el propósito de mi vida? Tu propósito es estar sentado aquí y hablar conmigo, porque aquí es donde estás y eso es lo que estás haciendo. Hasta que te levantes y hagas otra cosa. Entonces, eso se convertirá en tu propósito. ¿Así que mi propósito es estar sentado en mi oficina durante los próximos treinta años, hasta que me jubile o estire la pata? Ahora no estás en tu oficina, de modo que no es ese tu propósito. Cuando estás en tu oficina haciendo lo que hagas allí, ese es tu propósito. No para los próximos treinta años, sino por ahora.
Creo que aquí hay un malentendido. Para ti, propósito significa lo que estoy haciendo ahora; para mí significa tener un objetivo general en la vida, algo grande e importante que dé sentido a lo que hago, algo que represente una diferencia. Y no es manejar papeles en la oficina, eso lo sé. Mientras no seas consciente del Ser, buscarás sentido solo en la dimensión del hacer y del futuro, es decir, la dimensión del tiempo. Y cualquier sentido o realización que encuentres se disolverá o resultará que era un engaño. Invariablemente, será destruido por el tiempo. El sentido que encontramos en este nivel solo es verdadero relativa y temporalmente. Por ejemplo, si cuidar de tus hijos da sentido a tu vida, ¿qué ocurre con ese sentido cuando ellos ya no te necesitan y puede que no quieran ni escucharte? Si ayudar a otros da sentido a tu vida, dependes de que otros estén peor que tú para que tu vida siga teniendo sentido y tú puedas sentirte bien contigo mismo. Si el deseo de sobresalir, vencer o triunfar en tal o cual actividad te aporta sentido, ¿qué pasa si nunca ganas o si tu racha triunfal se termina un día, como ocurrirá? Entonces tendrás que recurrir a tu imaginación o a tus recuerdos, una manera muy poco satisfactoria de dar un poco de sentido a tu vida. «Triunfar» en cualquier campo solo tiene sentido cuando hay miles o millones de personas que no triunfan, de modo que necesitas que otros seres humanos «fracasen» para que tu vida tenga sentido. No estoy diciendo que ayudar a otros, cuidar de tus hijos o esforzarse por lograr la excelencia en cualquier campo no sean cosas que valga la pena hacer. Para muchas personas, forman una parte importante de su propósito exterior, pero el propósito exterior por sí solo es siempre relativo, inestable y no permanente. Esto no significa que no te debas dedicar a esas actividades. Significa que deberías conectarlas con tu propósito interior y primario, para que fluya un significado más profundo en lo que haces. Si no vives sintonizado con tu propósito primario, cualquier propósito que te plantees, aunque se trate de crear el paraíso en la tierra, será un plan del ego o acabará destruido por el tiempo. Tarde o temprano, provocará sufrimiento. Si no tienes en cuenta tu propósito interior, el ego se colará en todo lo que hagas, aunque parezca espiritual, y afectará a la manera de hacerlo, y los medios corromperán el fin. El dicho popular «el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones» alude a esta verdad. En otras palabras, lo primario no son tus
intenciones ni tus acciones, sino el estado de conciencia del que surgen. Cumplir tu propósito primario es sentar las bases de una nueva realidad, de un nuevo mundo. Una vez que está establecida esa base, tu propósito exterior se carga de poder espiritual, porque tus objetivos e intenciones están en unidad con el impulso evolutivo del universo. La separación del pensamiento y la conciencia, que es el núcleo de tu propósito primario, ocurre mediante la negación del tiempo. Naturalmente, no estamos hablando de la utilización del tiempo para propósitos prácticos, como fijar una cita o planear un viaje. No estamos hablando del tiempo del reloj, sino del tiempo psicológico, que es el arraigado hábito mental de buscar la plenitud de la vida en el futuro, donde no se puede encontrar, y no hacer caso del único punto de acceso a ella: el momento presente. Cuando consideras que el principal propósito de tu vida es hacer lo que haces o estar donde estás, niegas el tiempo. Esto proporciona un poder enorme. La negación del tiempo en lo que haces proporciona también la conexión entre tus propósitos interior y exterior, entre el Ser y el hacer. Cuando niegas el tiempo, estás negando el ego. Todo lo que hagas lo harás extraordinariamente bien, porque hacerlo se convierte en el punto focal de tu atención. Entonces tu actividad se convierte en un canal por el que la conciencia entra en este mundo. Esto significa que hay calidad en lo que haces, hasta en los actos más simples, como pasar las páginas de la guía telefónica o cruzar la habitación. El principal propósito de pasar las páginas es pasar las páginas; el propósito secundario es encontrar un número de teléfono. El principal propósito de cruzar la habitación es cruzar la habitación; el propósito secundario es coger un libro que hay enfrente, y en el momento en que coges el libro, eso se convierte en tu propósito principal. Tal vez recuerdes la paradoja del tiempo que mencionamos antes: todo lo que haces necesita tiempo, y sin embargo siempre es ahora. Así que, aunque tu propósito interior es negar el tiempo, tu propósito exterior implica necesariamente un futuro y no podría existir sin el tiempo. Pero siempre es secundario. Cada vez que te pones ansioso o estresado, es que el propósito exterior ha tomado el mando y has perdido de vista tu propósito interior. Has olvidado que tu estado de conciencia es lo primario; todo lo demás es secundario.
¿Vivir así no me impedirá intentar lograr algo grande? Tengo miedo de quedarme atascado haciendo cosas pequeñas el resto de mi vida, cosas intrascendentes. Tengo miedo de no elevarme por encima de la mediocridad, de no atreverme a lograr algo grande, de no hacer realidad mi potencial. Lo grande surge de cosas pequeñas a las que se hace honor y se dedica atención. En realidad, la vida de todo el mundo se compone de cosas pequeñas. La grandeza es una abstracción mental y una de las fantasías favoritas del ego. La paradoja es que la base de la grandeza es hacer honor a las cosas pequeñas del momento presente, en lugar de perseguir la idea de grandeza. El momento presente es siempre pequeño, en el sentido de que siempre es simple, pero en él se oculta el máximo poder. Como el átomo, es una de las cosas más pequeñas pero contiene un poder enorme. Solo tienes acceso a ese poder cuando sintonizas con el momento presente. Aunque sería más acertado decir que entonces él tiene acceso a ti y, a través de ti, a este mundo. A este poder se refería Jesús cuando dijo: «No soy yo, sino el Padre que mora en mí quien hace sus obras» y «Yo por mí mismo no puedo hacer nada». 1 La ansiedad, el estrés y la negatividad te aíslan de ese poder. Vuelve la ilusión de que estás separado del poder que gobierna el universo. Sientes otra vez que estás solo, luchando contra algo o intentando conseguir esto o lo otro. Pero ¿por qué surgieron la ansiedad, el estrés o la negatividad? Porque le diste la espalda al momento presente. ¿Y por qué hiciste eso? Pensaste que alguna otra cosa era más importante. Olvidaste tu propósito principal. Un pequeño error, una falsa percepción, crea un mundo de sufrimiento. A través del momento presente tienes acceso al poder de la vida misma, eso que tradicionalmente se ha llamado «Dios». En cuanto le das la espalda a Dios, Dios deja de ser una realidad en tu vida, y lo único que te queda es el concepto mental de Dios, en el que unos creen mientras otros lo niegan. Pero incluso la creencia en Dios es un mal sustituto de la realidad viva de Dios manifestándose en todos los momentos de tu vida. ¿La completa armonía con el momento presente no implica la detención de todo movimiento? ¿Acaso la existencia de un objetivo no implica que hay una interrupción temporal de esa armonía con el momento presente y, tal vez, un restablecimiento de la armonía a un nivel superior o más complejo cuando se ha cumplido el objetivo? Me da la impresión de que tampoco el brote que se abre
camino a través de la tierra está en completa armonía con el momento presente, porque tiene un objetivo: quiere convertirse en un árbol grande. Puede que cuando haya alcanzado la madurez viva en armonía con el momento presente. El brote no quiere nada porque es uno con la totalidad, y la totalidad actúa a través de él. «Mirad los lirios del campo, cómo crecen —dijo Jesús—. Y no se afanan, ni hilan. Y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.»2 Podríamos decir que la totalidad —la Vida— quiere que el brote se convierta en un árbol, pero el brote no se ve a sí mismo separado de la Vida ni quiere nada para sí mismo. Es uno con lo que la Vida quiere. Por eso no está preocupado ni agobiado. Y si tiene que morir prematuramente, muere con facilidad. Está tan rendido en la muerte como en la vida. Siente, aunque sea de manera muy oscura, que tiene sus raíces en el Ser, la Vida única, sin forma y eterna. Como a los sabios taoístas de la antigua China, a Jesús le gusta dirigir nuestra atención hacia la naturaleza porque ve en ella un poder activo con el que los humanos hemos perdido contacto. Es el poder creativo del universo. Jesús continúa diciendo que si Dios viste con tal belleza a las simples flores, con cuánta más belleza te vestirá a ti. Es decir, que aunque la naturaleza sea una maravillosa expresión del impulso evolutivo del universo, cuando los humanos estén sintonizados con la inteligencia que hay detrás, expresarán este mismo impulso a un nivel más alto, más maravilloso. Así pues, sé fiel a la vida siendo fiel a tu propósito interior. Cuando te haces presente y, por lo tanto, total en lo que haces, tus acciones se cargan de poder espiritual. Al principio, no habrá un cambio apreciable en lo que haces: solo cambia e l cómo. Ahora tu propósito primario es permitir que fluya conciencia en lo que haces. El propósito secundario es lo que quieres lograr con la actividad. Antes, el concepto de propósito estaba siempre asociado al futuro; ahora hay un propósito más profundo que solo se puede encontrar en el presente, mediante la negación del tiempo. Cuando te encuentras con otra persona, en el trabajo o donde sea, le dedicas toda tu atención. Ya no estás ahí primariamente como persona, sino como un campo de conciencia, de Presencia alerta. La razón original para interactuar con la otra persona —comprar o vender algo, solicitar o dar información, etc.— pasa a ser secundaria. El campo de conciencia que surge entre vosotros se ha convertido en el
propósito primario de la interacción. Ese espacio de conciencia se vuelve más importante que el tema del que estáis hablando, más importante que los objetos físicos o mentales. El Ser humano adquiere más importancia que las cosas de este mundo. Eso no significa que descuides lo que hay que hacer a nivel práctico. De hecho, la actividad no solo resulta más fácil, sino también más poderosa, cuando se tiene conciencia de la dimensión del Ser y se la convierte en primaria. La emergencia de ese campo unificador de conciencia entre los seres humanos es el factor más esencial de las relaciones en el nuevo mundo. ¿El concepto de éxito es solo una ilusión del ego? ¿Cómo se mide el verdadero éxito? El mundo te dirá que el éxito es lograr lo que te propusiste hacer. Te dirá que el éxito es ganar, que los ingredientes esenciales del éxito son el reconocimiento o la prosperidad. Por lo general, estas cosas, o algunas de ellas, son subproductos del éxito, pero no son el éxito. La idea convencional de éxito tiene que ver con el resultado de lo que haces. Algunos dirán que el éxito es el resultado de una combinación de trabajo duro y suerte, o de determinación y talento, o de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado. Aunque cualquiera de estas cosas puede ser determinante del éxito, no son su esencia. Lo que el mundo no te dice —porque no lo sabe— es que no puedes volverte exitoso. Solo puedes tener éxito. No dejes que un mundo loco te diga que el éxito es otra cosa distinta de un momento presente exitoso. ¿Y eso qué es? Hay una sensación de calidad en lo que haces, hasta en los actos más simples. La calidad implica cuidado y atención, que vienen con la conciencia. La calidad requiere tu Presencia. Supongamos que eres un empresario que al cabo de dos años de intenso esfuerzo y tensión consigue presentar un producto o servicio que se vende bien y da dinero. ¿Éxito? En términos convencionales, sí. En realidad, te has pasado dos años contaminando tu cuerpo y también el planeta con energía negativa, has sufrido y hecho sufrir a los que te rodean y has afectado a muchas personas que ni siquiera conoces. La premisa inconsciente de todas estas acciones es que el éxito es un acontecimiento futuro y que el fin justifica los medios. Pero el fin y los medios son lo mismo. Y si los medios no contribuyeron a la felicidad humana, tampoco lo hará el fin. El resultado, que es inseparable de las acciones que condujeron a él, está ya
contaminado por esas acciones y por lo tanto creará más infelicidad. Esto es la acción kármica, que es la perpetuación inconsciente de la infelicidad. Como sabes, tu propósito secundario o exterior está en la dimensión del tiempo, mientras que tu propósito principal es inseparable del Ahora y, por lo tanto, requiere la negación del tiempo. ¿Cómo se pueden reconciliar? Dándote cuenta de que, en último término, todo el recorrido de tu vida consiste en el paso que estás dando en este momento. Siempre existe solo este paso, y por eso debes dedicarle toda tu atención. Esto no significa que no sepas adónde vas; solo significa que este paso es primario y el destino es secundario. Y lo que te encuentres en tu destino cuando llegues allí dependerá de la calidad de este paso. Otra manera de expresarlo: lo que te reserva el futuro depende de tu estado de conciencia ahora. Cuando el hacer está infundido con la calidad intemporal del Ser, eso es el éxito. Si el Ser no fluye en el hacer, si no estás presente, te pierdes en lo que estés haciendo. También te pierdes en el pensamiento, y en tus reacciones a lo que sucede en el exterior. ¿Qué quieres decir exactamente cuando dices «te pierdes»? La esencia de lo que eres es la conciencia. Cuando la conciencia (tú) se identifica por completo con el pensamiento y olvida su naturaleza esencial, se pierde en el pensamiento. Cuando se identifica con formaciones mentales y emocionales como el deseo y el miedo —las principales fuerzas motivadoras del ego—, se pierde en esas formaciones. La conciencia también se pierde cuando se identifica con actuar y reaccionar a lo que ocurre. A todo pensamiento, todo deseo o miedo, toda acción o reacción, se le confiere un falso sentido del yo que es incapaz de sentir el simple gozo de vivir y por eso busca placeres, y a veces incluso dolor, como sucedáneo. Esto es vivir en el olvido del Ser. En ese estado de olvido de quién eres, todo éxito no es más que una ilusión pasajera. Logres lo que logres, pronto serás desdichado de nuevo, o algún nuevo problema absorberá por completo tu atención. ¿Cómo paso de darme cuenta de cuál es mi propósito interior a descubrir lo que tengo que hacer en el nivel exterior? El propósito exterior varía muchísimo de unas personas a otras, y ningún propósito exterior dura para siempre. Está sometido al tiempo, y después es
sustituido por algún otro propósito. También varía mucho el grado en que la dedicación al propósito interior de despertar cambia las circunstancias externas de tu vida. En algunas personas hay una ruptura brusca o gradual con su pasado: su trabajo, su situación en la vida, sus relaciones; todo experimenta un profundo cambio. Parte del cambio pueden haberla iniciado ellos mismos, no mediante un angustioso proceso de decisión, sino por una repentina revelación o reconocimiento: esto es lo que tengo que hacer. La decisión llega ya hecha, por así decirlo. Llega mediante la conciencia, no mediante el pensamiento. Te despiertas una mañana y sabes lo que tienes que hacer. Algunas personas abandonan un entorno de trabajo o una situación vital que son pura locura. Así que para descubrir lo que te conviene en el nivel exterior, para descubrir qué te funcionará, qué es compatible con la conciencia emergente, tienes que averiguar lo que no es adecuado, lo que ya no funciona, lo que es incompatible con tu propósito interior. También pueden llegarte de repente otros tipos de cambio desde fuera. Un encuentro casual proporciona nuevas oportunidades y expansión a tu vida. Un obstáculo o conflicto que venía durando mucho se disuelve. Tus amigos pueden experimentar esta transformación interior contigo o pueden salir de tu vida. Algunas relaciones se disuelven, otras se hacen más profundas. Puedes ser despedido de tu trabajo o convertirte en un agente de cambio positivo en tu entorno laboral. Tu pareja te deja, o alcanzáis un nuevo nivel de intimidad. Algunos cambios pueden parecer negativos en la superficie, pero pronto te darás cuenta de que se está creando espacio en tu vida para que emerja algo nuevo. Puede haber un período de inseguridad e incertidumbre. ¿Qué debería hacer? Como el ego ya no dirige tu vida, disminuye la necesidad psicológica de seguridad exterior, que al fin y al cabo es ilusoria. Eres capaz de vivir con la incertidumbre, incluso de disfrutarla. Cuando estás cómodo con la incertidumbre, se abren en tu vida infinitas posibilidades. Eso significa que el miedo ya no es un factor dominante en lo que haces, y ya no te impide actuar para iniciar cambios. El filósofo romano Tácito comentó acertadamente que «el deseo de seguridad es contrario a toda empresa grande y noble». Si la incertidumbre te resulta inaceptable, se transforma en miedo. Si es perfectamente aceptable, se transforma en mayor vitalidad, estado de alerta y creatividad. Hace muchos años, como consecuencia de un fuerte impulso interior, abandoné
una carrera académica que el mundo habría considerado «prometedora» y pasé a la completa incertidumbre. Y de eso, al cabo de varios años, emergió mi nueva encarnación de maestro espiritual. Mucho más tarde, volvió a ocurrir algo parecido. Me llegó el impulso de dejar mi casa en Inglaterra y trasladarme a la costa Oeste de Norteamérica. Obedecí aquel impulso, aunque no sabía cuál era la razón. De aquel paso a la incertidumbre salió El poder del ahora, del que escribí la mayor parte en California y Columbia Británica, mientras no tenía casa. Prácticamente no tenía ingresos y vivía de mis ahorros, que se iban agotando con rapidez. Lo cierto es que todo acabó saliendo de maravilla. Se me acabó el dinero cuando estaba a punto de terminar de escribir el libro. Compré un boleto de lotería y gané mil dólares, que me permitieron ir tirando un mes más. Pero no todo el mundo tiene que experimentar un cambio drástico en sus circunstancias externas. En el otro extremo del espectro hay personas que siguen exactamente donde estaban y continúan haciendo lo que están haciendo. Para ellos solo cambia el cómo, no el qué. Esto no se debe a miedo o inercia. Lo que ya están haciendo es un vehículo perfecto para que la conciencia venga a este mundo, y no necesitan otro. También ellos hacen que se manifieste el nuevo mundo. ¿No debería esto ocurrirle a todo el mundo? Si cumplir tu propósito interior es ser uno con el momento presente, ¿por qué tendría nadie que sentir la necesidad de cambiar su trabajo actual o su situación de vida? Ser uno con lo que es no significa que ya no inicies cambios o seas incapaz de emprender acciones. Pero la motivación para actuar viene de un nivel más profundo, no de los deseos o el miedo del ego. La armonía interior con el momento presente abre tu conciencia y la hace sintonizar con el todo, del que el momento presente forma parte integral. Entonces, el todo, la totalidad de la vida, actúa a través de ti. ¿Qué significa eso del «todo»? Por una parte, el todo abarca todo lo que existe. Es el mundo o el cosmos. Pero todas las cosas que existen, desde los microbios a los seres humanos y las galaxias, no son en realidad entidades separadas, sino que forman parte de una red de procesos multidimensionales interconectados. Hay dos razones por las que no vemos esta unidad, por las que vemos las cosas
como entidades separadas. Una es la percepción, que reduce la realidad a lo que nos es accesible a través del limitado alcance de nuestros sentidos: lo que podemos ver, oír, oler, saborear y tocar. Pero cuando percibimos sin interpretar ni poner etiquetas mentales, es decir, sin añadir pensamiento a nuestras percepciones, podemos sentir la profunda conexión que hay bajo nuestra percepción de cosas aparentemente separadas. La otra razón, la más grave, de la ilusión de separación es el pensamiento compulsivo. Cuando estamos atrapados en una incesante corriente de pensamiento compulsivo, el universo se desintegra para nosotros, y perdemos la capacidad de sentir la interconexión de todo lo que existe. Pensar divide la realidad en fragmentos sin vida. Esta visión fragmentada de la realidad da origen a acciones no inteligentes y sumamente destructivas. Sin embargo, existe en el todo un nivel aún más profundo que la interconexión de todo lo que existe. En ese nivel más profundo, todas las cosas son una. Es la Fuente, la Vida única y no manifestada. Es la inteligencia intemporal que se manifiesta como un universo que se despliega en el tiempo. El todo está compuesto por existencia y Ser, lo manifestado y lo no manifestado, el mundo y Dios. Así, cuando estás en armonía con el todo, te conviertes en una parte consciente de la interconexión del todo y de su propósito: la emergencia de la conciencia en este mundo. Como consecuencia, aumenta la frecuencia de sucesos espontáneos que ayudan, encuentros casuales, coincidencias y acontecimientos sincrónicos. Carl Jung decía que la sincronía es «un principio de conexión acausal». Esto significa que en nuestro superficial nivel de realidad no hay conexión causal entre los sucesos sincrónicos. Es una manifestación exterior de una inteligencia subyacente que está detrás del mundo de las apariencias, y de una interconexión profunda que nuestra mente no puede comprender. Pero podemos ser participantes conscientes en el despliegue de esa inteligencia, en el florecimiento de la conciencia. La naturaleza existe en un estado de unidad inconsciente con el todo. Por eso no murió casi ningún animal salvaje en el catastrófico tsunami de 2004. Al estar más en contacto con la totalidad que los humanos, pudieron sentir que el tsunami se acercaba antes de que se pudiera ver u oír, y tuvieron tiempo para refugiarse en terreno elevado. Es posible que incluso esto sea mirarlo desde un punto de vista humano. Lo más probable es que, simplemente, se encontraran desplazándose hacia terreno
elevado. Hacer esto por este motivo es la manera que tiene la mente de dividir la realidad, mientras que la naturaleza vive en unidad inconsciente con el todo. Nuestro propósito y nuestro destino es traer una nueva dimensión a este mundo, viviendo en unidad consciente con la totalidad y en armonía consciente con la inteligencia universal. ¿Puede el todo utilizar la mente humana para crear cosas o provocar situaciones que estén en armonía con su propósito? Sí, siempre que hay inspiración, que se puede traducir como «en espíritu», y entusiasmo, que significa «en Dios», hay un poder creativo que llega mucho más allá de lo que una mera persona es capaz de hacer.
10 Un nuevo mundo Los astrónomos han descubierto pruebas que parecen indicar que el universo empezó a existir hace quince mil millones de años, en una gigantesca explosión, y que desde entonces se ha estado expandiendo. No solo se ha expandido, sino que también ha crecido en complejidad y se ha hecho cada vez más diferenciado. Algunos científicos creen también que, con el tiempo, este movimiento de la unidad a la multiplicidad se invertirá. Entonces, el universo dejará de expandirse y empezará a contraerse, hasta retornar por fin a lo no manifestado, a la inconcebible nada de la que surgió… y puede que se repita el ciclo de nacimiento, expansión, contracción y muerte una y otra vez. ¿Con qué propósito? «¿Por qué el universo se toma la molestia de existir?», pregunta el físico Stephen Hawking, sabiendo al mismo tiempo que ningún modelo matemático puede proporcionar la respuesta. Pero si miras hacia adentro, en lugar de solo hacia afuera, descubrirás que tienes un propósito interior y otro exterior, y, dado que somos un reflejo microcósmico del macrocosmos, la conclusión es que también el universo tiene un propósito interior y otro exterior inseparables de los tuyos. El propósito exterior del universo es crear forma y experimentar la interacción de las formas: la representación, el sueño, el drama, o como quieras llamarlo. Su propósito interior es despertar a su esencia sin forma. A continuación viene la reconciliación del propósito exterior y el interior: traer esa esencia —la conciencia— al mundo de la forma y de ese modo transformar el mundo. El propósito último de esta transformación está mucho más allá de lo que la mente humana puede imaginar o comprender. Y sin embargo, en este planeta y en este momento, esa transformación es la tarea que se nos ha asignado: la reconciliación del propósito exterior y el interior, la reconciliación del mundo con Dios. Antes de considerar qué relevancia tiene para tu vida la expansión y contracción del universo, es preciso tener en cuenta que nada de lo que digamos sobre la naturaleza del universo debe tomarse como una verdad absoluta. Ni los conceptos ni las fórmulas matemáticas pueden explicar lo infinito. Ningún pensamiento puede
abarcar la inmensidad de la totalidad. La realidad es un todo unificado, pero el pensamiento la divide en fragmentos. Esto da lugar a falsas percepciones fundamentales; por ejemplo, que existen cosas y sucesos separados, o que esto es la causa de aquello. Todo pensamiento implica un punto de vista, y todo punto de vista, por su misma naturaleza, implica limitación, lo que en definitiva significa que no es verdad, al menos no absolutamente. Solo el todo es verdad, pero el todo no se puede expresar con palabras o pensamientos. Visto desde más allá de las limitaciones del pensamiento, y por lo tanto incomprensible para la mente humana, todo está ocurriendo ahora. Todo lo que ha existido o existirá está ahora, fuera del tiempo, que es una construcción mental. Como ejemplo de verdad relativa y absoluta, consideremos la salida y la puesta del sol. Cuando decimos que el sol sale por la mañana y se pone por la tarde, es verdad, pero solo relativamente. En términos absolutos, es falso. El sol solo sale y se pone desde el punto de vista limitado de un observador que esté en la superficie del planeta o cerca de ella. Si estuvieras lejos, en el espacio, verías que el sol no sale ni se pone, sino que brilla continuamente. Y sin embargo, aun sabiendo esto, podemos seguir hablando de la salida y la puesta del sol, todavía vemos su belleza, la pintamos, escribimos poemas sobre ello, a pesar de que sabemos que es una verdad relativa, y no absoluta. Así pues, sigamos hablando por un momento de otra verdad relativa: la adquisición de forma por el universo y su retorno a lo sin forma, que implica la limitada perspectiva del tiempo, y veamos qué relevancia tiene esto para tu vida. Por supuesto, el concepto «mi vida» es otra perspectiva limitada creada por el pensamiento, otra verdad relativa. En último término, no existe algo que sea «tu» vida, porque tú y la vida no sois dos, sino uno.
BREVE HISTORIA DE TU VIDA La manifestación del mundo, así como su retorno a lo no manifestado —su expansión y contracción—, son dos movimientos universales que podríamos llamar la salida al exterior y la vuelta a casa. Estos dos movimientos se reflejan por todo el universo de muchas maneras, como la incesante contracción y expansión de tu corazón y la
inhalación y exhalación de tu respiración. También se reflejan en los ciclos de sueño y vigilia. Cada noche, sin tú saberlo, regresas a la Fuente no manifestada de toda la vida cuando entras en el estado de sueño profundo sin ensoñaciones y después vuelves a emerger por la mañana, reaprovisionado. Estos dos movimientos, la salida y el retorno, se reflejan también en los ciclos de la vida de cada persona. Saliendo de la nada, como si dijéramos, «tú» apareces de pronto en este mundo. Al nacimiento le sigue la expansión. No solo hay crecimiento físico, sino que también creces en conocimiento, actividades, posesiones, experiencias. Tu esfera de influencia se expande y la vida se va haciendo cada vez más compleja. En esta época, lo que más te interesa es encontrar y perseguir tu propósito exterior. Por lo general, hay también un crecimiento paralelo del ego, que es la identificación con todas las cosas mencionadas, y de ese modo tu identidadforma se va definiendo cada vez más. Esta es también la época en que el propósito exterior —crecer— tiende a ser usurpado por el ego, que, a diferencia de la naturaleza, no sabe cuándo parar en su afán de expansión y tiene un apetito voraz de más. Y entonces, cuando creías que habías triunfado o que habías encontrado tu sitio, comienza el movimiento de retorno. Puede que empiecen a morir personas muy próximas a ti, personas que formaban parte de tu mundo. Tu forma física se debilita; tu esfera de influencia se encoge. En lugar de hacerte más, te vas haciendo menos, y el ego reacciona a esto cada vez con más angustia o depresión. Tu mundo está empezando a contraerse, y puede que descubras que ya no lo controlas. En lugar de actuar sobre la vida, la vida actúa sobre ti, reduciendo poco a poco tu mundo. La conciencia que se identificaba con la forma está ahora experimentando el crepúsculo, la disolución de la forma. Y un buen día, tú también desapareces. Tu butaca sigue estando ahí. Pero, en lugar de estar tú sentado en ella, hay un espacio vacío. Has vuelto al sitio de donde viniste hace tan solo unos pocos años. La vida de cada persona —en realidad, la de todas las formas de vida— representa un mundo, una manera única en la que el universo se experimenta a sí mismo. Y cuando tu forma se disuelve, un mundo termina. Uno de los incontables mundos.
EL DESPERTAR Y EL MOVIMIENTO DE RETORNO El movimiento de retorno en la vida de una persona, el debilitamiento o disolución de la forma, ya sea por vejez, enfermedad, incapacidad, pérdida o algún tipo de tragedia personal, tiene un gran potencial para el despertar espiritual, para poner fin a la identificación de la conciencia con la forma. Dado que hay muy poca verdad espiritual en nuestra cultura contemporánea, no son muchas las personas que reconocen esto como una oportunidad, y cuando les ocurre a ellos o a alguien muy allegado, piensan que es un terrible error, algo que no debería estar ocurriendo. En nuestra civilización hay mucha ignorancia acerca de la condición humana, y cuanto más ignorante seas de lo espiritual, más sufres. Para muchas personas, sobre todo en Occidente, la muerte no es más que un concepto abstracto, y por eso no tienen ni idea de lo que le ocurre a la forma humana cuando se acerca a la disolución. A la mayoría de los decrépitos y ancianos se los encierra en residencias. Los cadáveres, que en otras culturas se exhiben para que todos los vean, se ocultan. Intenta ver un cadáver y descubrirás que es prácticamente ilegal, excepto si el fallecido es un pariente cercano. En las funerarias hasta les maquillan la cara. Solo se te permite ver una versión aséptica de la muerte. Dado que, para ellos, la muerte es solo un concepto abstracto, la mayoría de las personas no está en absoluto preparada para la disolución de la forma que les aguarda. Cuando se acerca, hay conmoción, incomprensión, desesperación y mucho miedo. Ya nada tiene sentido, porque todo el sentido y el propósito que la vida tenía para ellos estaban asociados con acumular, tener éxito, construir, proteger y satisfacer los sentidos. Estaban asociados con el movimiento hacia afuera y la identificación con la forma, es decir, con el ego. La mayoría de la gente es incapaz de concebir algún sentido cuando su vida, su mundo, se está derrumbando. Y sin embargo, en potencia, aquí hay un sentido aún más profundo que en el movimiento hacia afuera. Es precisamente con la vejez, la pérdida o la tragedia personal cuando, tradicionalmente, la dimensión espiritual entra en la vida de la gente. Es decir, su propósito interior solo emerge a medida que su propósito exterior se va hundiendo y la concha del ego empieza a resquebrajarse. Estos acontecimientos representan el comienzo del movimiento de retorno hacia la disolución de la forma. En la mayoría
de las culturas antiguas debía de haber una comprensión instintiva de este proceso, y por eso a los ancianos se los respetaba y reverenciaba. Eran los depositarios de la sabiduría y aportaban la dimensión de la profundidad, sin la cual ninguna civilización puede sobrevivir mucho tiempo. En nuestra civilización, que está totalmente identificada con lo exterior e ignora la dimensión interior del espíritu, la palabra viejo tiene muchas connotaciones negativas. Equivale a inútil y consideramos casi un insulto decir que alguien es viejo. Para evitar la palabra, utilizamos eufemismos como mayor o tercera edad. En la antigüedad, la abuela era un personaje de gran dignidad. Hoy, la abuelita es, en el mejor de los casos, una figura simpática. ¿Por qué a los viejos se los considera inútiles? Porque en la vejez, el énfasis pasa del hacer al Ser, y nuestra civilización, que está perdida en el hacer, no sabe nada del Ser. ¿El Ser?, pregunta nuestra civilización. ¿Qué se hace con eso? En algunas personas, el movimiento hacia afuera de crecimiento y expansión queda gravemente trastornado por un inicio aparentemente prematuro del movimiento de retorno, la disolución de la forma. En algunos casos, es una alteración temporal; en otros, es permanente. Creemos que un niño no debería afrontar la muerte, pero el hecho es que algunos niños tienen que afrontar la muerte de sus padres por enfermedad o accidente, e incluso la posibilidad de su propia muerte. Algunos niños nacen con discapacidades que restringen gravemente la expansión natural de su vida. También se puede sufrir una grave limitación a una edad relativamente joven. La interrupción del movimiento hacia afuera a una edad en la que «no debería ocurrir» puede también, en potencia, provocar un despertar espiritual temprano en una persona. En último término, no ocurre nada que no debería ocurrir, lo que equivale a decir que no ocurre nada que no forme parte del todo y su propósito. Y así, la destrucción o la interrupción del propósito exterior pueden llevarte a encontrar tu propósito interior y, en consecuencia, inducir la aparición de un propósito exterior más profundo, que está en sintonía con el interior. Muchos niños que han sufrido mucho se convierten en jóvenes adultos que son más maduros de lo que corresponde a su edad. Lo que se pierde en el nivel de la forma se gana en el nivel de la esencia. En la figura tradicional del «vidente ciego» o del «sanador herido» de las antiguas culturas y leyendas, alguna gran pérdida o discapacidad en el nivel de la forma se convierte en una apertura al espíritu. Cuando se ha tenido una experiencia directa de la
naturaleza inestable de todas las formas, es probable que nunca vuelvas a sobrevalorar la forma ni a perderte al perseguirla ciegamente o aferrarte a ella. La oportunidad que representa la disolución de la forma, y en particular la vejez, está solo empezando a reconocerse en nuestra cultura contemporánea. En la mayoría de las personas, esa oportunidad se sigue perdiendo trágicamente, porque el ego se identifica con el movimiento de retorno, como antes se identificaba con el movimiento hacia afuera. Esto da como resultado un endurecimiento de la concha del ego, una contracción en lugar de una apertura. Y entonces el ego disminuido se pasa el resto de su vida gimoteando o quejándose, atrapado en el miedo o la ira, la autocompasión, la culpa, las acusaciones u otros estados mentales y emocionales negativos o estrategias de evitación, como aferrarse a los recuerdos y pensar y hablar sobre el pasado. Cuando el ego deja de identificarse con el movimiento de retorno en la vida de una persona, la vejez o la proximidad de la muerte se convierten en lo que deben ser: una apertura al reino del espíritu. He conocido personas ancianas que eran encarnaciones vivas de este proceso. Se habían vuelto radiantes. Sus formas debilitadas se habían vuelto transparentes a la luz de la conciencia. En el nuevo mundo, la vejez será universalmente reconocida y muy valorada como una época para el florecimiento de la conciencia. Para los que aún estén perdidos en las circunstancias exteriores de su vida, será una época de volver a casa, en la que se hagan conscientes de su propósito interior. Para otros muchos, representará una intensificación y culminación del proceso de despertar.
El DESPERTAR Y EL MOVIMIENTO HACIA AFUERA Tradicionalmente, la expansión natural de la vida de una persona, que se corresponde con el movimiento hacia afuera, ha sido usurpada por el ego, que la utiliza para su propia expansión. «Mira lo que yo puedo hacer. Apuesto a que tú no puedes hacerlo», les dicen unos niños a otros a medida que van descubriendo la fuerza y capacidades cada vez mayores de su cuerpo. Es uno de los primeros intentos del ego de hacerse notar mediante la identificación con el movimiento hacia afuera y el concepto de «más que tú» y de hacerse más fuerte a base de disminuir a otros. Por
supuesto, es solo el principio de las muchas percepciones falsas del ego. Sin embargo, cuando la conciencia crece y el ego deja de dirigir nuestra vida, ya no hay que esperar a que tu mundo se encoja a causa de la vejez o de la tragedia personal para despertar a tu propósito interior. A medida que empieza a emerger la nueva conciencia en el planeta, son cada vez más las personas que ya no necesitan una sacudida para despertar. Emprenden el proceso de despertar voluntariamente, aunque aún sigan enfrascados en el ciclo de crecimiento y expansión hacia afuera. Cuando ese ciclo deje de estar usurpado por el ego, la dimensión espiritual vendrá a este mundo con el movimiento hacia afuera —pensamiento, lenguaje, acción, creación— como con el movimiento de retorno: calma, Ser y disolución de la forma. Hasta ahora, la inteligencia humana, que no es más que un minúsculo aspecto de la inteligencia universal, ha sido distorsionada y mal utilizada por el ego. Yo lo llamo «inteligencia al servicio de la locura». Para fisionar el átomo se necesita una gran inteligencia. Utilizar esa inteligencia para construir y acumular bombas nucleares es una locura o, en el mejor de los casos, muy poco inteligente. La estupidez es relativamente inofensiva, pero la estupidez inteligente es peligrosísima. Esta estupidez inteligente, de la que podemos encontrar infinidad de ejemplos obvios, está poniendo en peligro nuestra supervivencia como especie. Sin el deterioro provocado por la disfunción egótica, nuestra inteligencia entra en plena sintonía con el ciclo expansivo de la inteligencia universal y su impulso de crear. Nos hacemos participantes conscientes en la creación de forma. No somos nosotros los que creamos, sino la inteligencia universal, que crea a través de nosotros. No nos identificamos con lo que creamos, y así no nos perdemos en lo que hacemos. Estamos aprendiendo que el acto de creación puede implicar energía de enorme intensidad, pero que eso no es «trabajo duro» o agobiante. Tenemos que entender la diferencia entre estrés e intensidad, como veremos. La lucha o el estrés es una señal de que el ego ha regresado, como también lo son las reacciones negativas cuando encontramos obstáculos. La fuerza que hay tras los deseos del ego crea «enemigos», es decir, reacción en forma de una fuerza contraria de igual intensidad. Cuanto más fuerte es el ego, más fuerte es la sensación de separación entre las personas. Las únicas acciones que no provocan reacciones contrarias son las que van dirigidas al bien de todos. Son incluyentes, no excluyentes. Unen, no separan. No son para «mi» país, sino para toda
la humanidad; no son para «mi» religión, sino para la emergencia de la conciencia en todos los seres humanos; no son para «mi» especie, sino para todos los seres sensitivos y toda la naturaleza. También estamos aprendiendo que la acción, aunque sea necesaria, es solo un factor secundario en la manifestación de nuestra realidad exterior. El factor primario de la creación es la conciencia. Por muy activos que seamos, por muchos esfuerzos que hagamos, es nuestro estado de conciencia el que crea nuestro mundo, y si no hay cambio en ese nivel interior, ninguna cantidad de acción representará una diferencia. Solo recrearemos versiones modificadas del mismo mundo una y otra vez, un mundo que es un reflejo externo del ego.
CONCIENCIA La conciencia ya es consciente. Es lo no manifestado, lo eterno. El universo, en cambio, solo se va volviendo consciente poco a poco. La conciencia en sí misma es intemporal y por lo tanto no evoluciona. No nació y nunca morirá. Cuando la conciencia se convierte en el universo manifestado, parece estar sometida al tiempo y experimentar un proceso evolutivo. Ninguna mente humana es capaz de comprender plenamente la razón de este proceso. Pero podemos vislumbrarlo dentro de nosotros mismos y convertirnos en participantes conscientes en ello. La conciencia es la inteligencia, el principio organizador que hay detrás de la aparición de la forma. La conciencia ha estado preparando formas durante millones de años para poder expresarse por medio de ellas en lo manifestado. Aunque se podría considerar que el reino no manifestado de la conciencia pura es otra dimensión, no está separada de esta dimensión de la forma. La forma y lo sin forma se interpenetran. Lo no manifestado fluye en esta dimensión como conciencia, espacio interior, Presencia. ¿Cómo lo hace? Mediante la forma humana que se hace consciente y de ese modo cumple su destino. La forma humana fue creada para este propósito superior, y millones de otras formas le prepararon el terreno. La conciencia se encarna en la dimensión manifestada, es decir, se hace forma. Cuando lo hace, entra en un estado como de sueño. La inteligencia permanece, pero la conciencia se vuelve inconsciente de sí misma. Se pierde en la forma, se identifica
con las formas. Esto se podría describir como el descenso de lo divino a la materia. En esa fase de la evolución del universo, todo el movimiento hacia afuera tiene lugar en ese estado como de sueño. Los despertares momentáneos llegan solo en el momento de la disolución de una forma individual, es decir, en la muerte. Y entonces comienza la siguiente encarnación, la siguiente identificación con la forma, el siguiente sueño individual que forma parte del sueño colectivo. Cuando el león desgarra el cuerpo de la cebra, la conciencia que se encarnó en la forma de la cebra se separa de la forma que se disuelve y, durante un breve momento, es consciente de su naturaleza inmortal esencial de conciencia. E inmediatamente vuelve a caer en el sueño y se reencarna en otra forma. Cuando el león se hace viejo y ya no puede cazar, con su último aliento llega de nuevo una brevísima vislumbre de despertar, seguida por otro sueño de la forma. En nuestro planeta, el ego humano representa la fase final del sueño universal, la identificación de la conciencia con la forma. Fue un paso necesario en la evolución de la conciencia. El cerebro humano es una forma sumamente diferenciada, a través de la cual entra la conciencia en esta dimensión. Contiene aproximadamente cien mil millones de células nerviosas (llamadas neuronas), aproximadamente el mismo número de estrellas que hay en nuestra galaxia, que se podría considerar un cerebro microcósmico. El cerebro no crea conciencia: al contrario, la conciencia creó el cerebro, la forma física más compleja de la tierra, para expresarse. Cuando el cerebro sufre daños, eso no significa que se pierda conciencia. Significa que la conciencia ya no puede utilizar esa forma para entrar en esta dimensión. No se puede perder conciencia porque, en esencia, eso es lo que somos. Solo se puede perder algo que se tiene, pero no se puede perder lo que se es.
ACCIÓN DESPIERTA La acción despierta es el aspecto exterior de la siguiente fase de la evolución de la conciencia en nuestro planeta. Cuanto más nos acercamos al final de nuestra presente etapa evolutiva, más disfuncional se vuelve el ego, del mismo modo que una oruga se vuelve disfuncional justo antes de transformarse en mariposa. Pero la nueva
conciencia está surgiendo mientras la vieja se disuelve. Estamos en medio de un acontecimiento trascendental en la evolución de la conciencia humana, pero no hablarán de ello en el telediario. En nuestro planeta, y puede que al mismo tiempo en muchas partes de nuestra galaxia y más allá, la conciencia está despertando del sueño de la forma. Esto no significa que todas las formas (el mundo) vayan a disolverse, aunque es casi seguro que muchas lo harán. Significa que la conciencia puede ya empezar a crear forma sin perderse en ella. Puede seguir siendo consciente de sí misma, incluso mientras crea forma y la experimenta. ¿Por qué tendría que seguir creando y experimentando forma? Porque disfruta haciéndolo. ¿Cómo hace eso la conciencia? Por mediación de humanos despiertos que han aprendido el significado de la acción despierta. La acción despierta es la armonización de tu propósito exterior —lo que haces— con tu propósito interior: despertar y mantenerte despierto. Mediante la acción despierta, te haces uno con el propósito exterior del universo. La conciencia fluye a través de ti hacia este mundo. Fluye en tus pensamientos y los inspira. Fluye en lo que haces y lo guía y le da poder. No es lo que haces, sino cómo lo haces lo que determina si estás cumpliendo tu destino. Y cómo haces lo que haces está determinado por tu estado de conciencia. Se produce una inversión de prioridades cuando el principal propósito de hacer lo que haces es el acto mismo, o más bien la corriente de conciencia que fluye en lo que haces. Esa corriente de conciencia es lo que determina la calidad. Otra manera de expresarlo: en toda situación y en todo lo que haces, tu estado de conciencia es el factor primario; la situación y lo que tú haces es secundario. El éxito «futuro» depende de la conciencia de la cual emanan las acciones y es inseparable de ella. Y esta puede ser tanto la fuerza reactiva del ego o la atención alerta de la conciencia despierta. Toda acción verdaderamente exitosa sale de ese campo de atención alerta, y no del ego y del pensamiento condicionado e inconsciente.
LAS TRES MODALIDADES DE ACCIÓN DESPIERTA Hay tres maneras en que la conciencia puede fluir en lo que haces y, a través de ti, en este mundo; tres modalidades de sintonizar tu vida con el poder creativo del
universo. Por modalidad entendemos la frecuencia de energía subyacente que fluye en lo que haces y conecta tus acciones con la conciencia despierta que está emergiendo en este mundo. Lo que hagas será disfuncional y del ego, a menos que surja de una de estas tres modalidades. Pueden cambiar a lo largo de un solo día, aunque una de ellas puede ser dominante durante cierta etapa de tu vida. Cada modalidad es adecuada para ciertas situaciones. Las modalidades de acción despierta son la aceptación, el disfrute y el entusiasmo. Cada una representa cierta frecuencia de vibración de la conciencia. Es preciso que estés vigilante para asegurarte de que una de ellas está actuando siempre que te dedicas a hacer algo, desde la tarea más simple hasta la más compleja. Si no estás en estado de aceptación, disfrute o entusiasmo, mira con atención y descubrirás que estás creando sufrimiento para ti y para otros.
ACEPTACIÓN Cuando no puedas disfrutar haciendo una cosa, al menos puedes aceptar que eso es lo que tienes que hacer. Aceptación significa: por ahora, esto es lo que esta situación, este momento, exige que yo haga, y lo haré de buena gana. Ya hemos hablado largo y tendido de la importancia de aceptar interiormente lo que ocurre, y la aceptación de lo que tienes que hacer no es más que otro aspecto de lo mismo. Por ejemplo, probablemente no serás capaz de disfrutar cambiando un neumático pinchado en plena noche y bajo un aguacero, y no hablemos de entusiasmarte con ello; pero puedes hacerlo con aceptación. Realizar una acción en estado de aceptación significa que estás en paz mientras lo haces. Esa paz es una sutil vibración de energía que fluye en lo que haces. En la superficie, la aceptación parece un estado pasivo, pero en realidad es activo y creativo porque trae algo totalmente nuevo a este mundo. Esa paz, esa sutil vibración de energía, es la conciencia, y una de las maneras que tiene de penetrar en este mundo es mediante la acción entregada, uno de cuyos aspectos es la aceptación. Si no puedes disfrutar ni aceptar lo que haces, lo mejor es dejar de hacerlo. De lo contrario, no estás asumiendo la responsabilidad de la única cosa de la que puedes ser realmente responsable, que además es la única cosa que de verdad importa: tu
estado de conciencia. Y si no asumes la responsabilidad de tu estado de conciencia, no estás asumiendo la responsabilidad de la vida.
DISFRUTE La paz que llega con la acción entregada se convierte en una sensación de vitalidad cuando en realidad disfrutas con lo que estás haciendo. El disfrute es la segunda modalidad de acción despierta. En el nuevo mundo, el disfrute sustituirá al deseo como fuerza motivadora de las acciones humanas. El deseo surge de la ilusión del ego, que piensa que eres un fragmento separado, desconectado del poder que hay detrás de toda creación. Mediante el disfrute, te conectas con ese poder creativo universal. Cuando el punto focal de tu vida es el momento presente, y no el pasado o el futuro, tu capacidad de disfrutar con lo que haces —y con la calidad de tu vida— aumenta espectacularmente. El gozo es el aspecto dinámico del Ser. Cuando el poder creativo del universo se hace consciente de sí mismo, se manifiesta como gozo. Ya no hay que esperar a que ocurra algo «significativo» en tu vida para poder disfrutar por fin con lo que haces. Hay más sentido en el gozo que el que vas a necesitar en toda la vida. El síndrome de «esperar para empezar a vivir» es uno de los engaños más comunes del estado inconsciente. Es mucho más probable que tu vida experimente expansión y un cambio positivo en el nivel exterior si eres capaz de disfrutar de lo que ya estás haciendo, en lugar de esperar algún cambio para poder empezar a disfrutar con lo que hagas. No hay que pedirle permiso a la mente para disfrutar con lo que hacemos. Lo único que obtendrás serán abundantes razones por las que no puedes disfrutarlo. «Ahora no —dirá la mente—. ¿No ves que estoy ocupada? No tenemos tiempo. Tal vez mañana puedas empezar a disfrutar…» Ese mañana no llegará nunca, a menos que empieces a disfrutar con lo que estás haciendo ahora. Cuando decimos «disfruto con esto o con aquello», en realidad es una falsa percepción. Parece que el gozo viene de lo que hacemos, pero no es así. El gozo no procede de lo que hacemos, sino que fluye en lo que hacemos y de ahí al mundo, desde el fondo de nosotros mismos. La falsa percepción de que el disfrute viene de
lo que hacemos es normal, pero también peligrosa, porque hace creer que el gozo es algo que se puede derivar de fuera, de una actividad o una cosa. Entonces esperamos que el mundo nos proporcione alegría, felicidad. Pero no puede hacerlo. Por eso mucha gente vive en constante frustración. El mundo no les está dando lo que piensan que necesitan. Entonces, ¿qué relación hay entre algo que hacemos y el estado de disfrute? Disfrutarás de toda actividad en la que estés plenamente presente, de toda actividad que no sea solo un medio para lograr un fin. No es la acción que realizas lo que en realidad te hace disfrutar, sino la profunda sensación de vitalidad que fluye en ella. Esa vitalidad es uno con lo que tú eres. Eso significa que cuando disfrutas haciendo algo, estás experimentando verdaderamente el gozo del Ser en su aspecto dinámico. Por eso, todo lo que haces te conecta con el poder que hay tras toda creación. He aquí una práctica espiritual que aportará poder y expansión creativa a tu vida. Haz una lista de actividades cotidianas rutinarias que realizas con frecuencia. Incluye actividades que puedas considerar no interesantes, aburridas, tediosas, irritantes o estresantes. Pero no incluyas nada que odies o detestes hacer. En esos casos hay que recurrir a la aceptación o a dejar de hacerlo. La lista puede incluir desplazarse al trabajo, comprar comestibles, hacer la colada o cualquier cosa que te resulte tediosa o estresante en tu trabajo diario. Después, cuando estés dedicado a esas actividades, deja que sirvan de vehículo al estado de alerta. Debes estar absolutamente presente en lo que haces y sentir la calma alerta y viva dentro de ti, en el fondo de la actividad. Pronto te darás cuenta de que lo que haces en ese estado de alerta acentuada, en lugar de resultar estresante, tedioso o irritante, se convierte en algo que se puede disfrutar. Para ser más exactos, lo que estás disfrutando no es en realidad la acción hacia afuera, sino la dimensión interior de la conciencia, que fluye en la acción. Esto es encontrar el gozo de ser en lo que estás haciendo. Si sientes que tu vida carece de sentido o es demasiado estresante o tediosa, es porque todavía no has introducido esa dimensión en tu vida. Ser consciente en lo que haces todavía no se ha convertido en tu principal objetivo. El nuevo mundo va surgiendo a medida que crece el número de personas que descubren que su principal propósito en la vida es traer la luz de la conciencia a este mundo y utilizan todo lo que hacen como vehículo para la conciencia. El gozo de Ser es la alegría de ser consciente.
Entonces la conciencia despierta le arrebata el poder al ego y empieza a dirigir tu vida. Y puedes descubrir que una actividad que has practicado durante mucho tiempo empieza a expandirse naturalmente hasta convertirse en algo mucho más grande cuando recibe el poder de la conciencia. Algunas de esas personas que enriquecen la vida de otras muchas mediante la acción creativa hacen simplemente lo que más disfrutan haciendo, sin querer lograr nada ni convertirse en nada mediante esa actividad. Puede que sean músicos, artistas, escritores, científicos, profesores o constructores, o puede que hagan manifestarse nuevas estructuras sociales o comerciales (empresa concienciada). A veces, durante unos años, su esfera de influencia es pequeña; y después puede ocurrir que, de pronto o gradualmente, una oleada de poder creativo fluya en lo que hacen, y su actividad se expanda más allá de todo lo que han podido imaginar y llegue a innumerables personas. Además del disfrute, a lo que hacen se añade intensidad, y con ella viene una creatividad que va más allá de lo que un humano corriente puede lograr. Pero no dejes que se te suba a la cabeza, porque ahí arriba puede estar escondido un residuo del ego. Todavía eres un humano corriente. Lo extraordinario es lo que llega a este mundo a través de ti. Pero esa esencia la compartes con todos los seres. El poeta y maestro sufí del siglo XIV Hafiz expresó esta verdad de un modo muy bello: «Soy un agujero en una flauta por el que se mueve el aliento del Cristo. Escucha esta música».1
ENTUSIASMO Y todavía existe otra modalidad de manifestación creativa que puede llegarles a los que se mantienen fieles a su propósito interior de despertar. De pronto, un día saben cuál es su propósito exterior. Tienen una gran visión, un objetivo, y a partir de entonces trabajan para cumplir ese objetivo. Su objetivo o visión suele estar relacionado de algún modo con algo que ya están haciendo y disfrutando, aunque a pequeña escala. Ahí es donde surge la tercera modalidad de acción despierta: el entusiasmo. Entusiasmo significa que disfrutas a fondo de lo que haces, más el elemento
añadido de un objetivo o visión para el que trabajas. Cuando añades un objetivo al disfrute de lo que haces, el campo de energía o frecuencia vibratoria cambia. Al disfrute se le añade ahora cierto grado de lo que podríamos llamar tensión estructural, y así se convierte en entusiasmo. En la cumbre de la actividad creativa alimentada por el entusiasmo habrá una intensidad y una energía enormes en lo que hagas. Te sentirás como una flecha que va volando hacia la diana… y disfruta con el vuelo. A quien lo vea desde fuera, podrá parecerle que estás estresado, pero la intensidad del entusiasmo no tiene nada que ver con el estrés. Cuando solo quieres llegar a tu objetivo, no hacer lo que estás haciendo, sufres estrés. Se pierde el equilibrio entre disfrute y tensión estructural, y esta última vence. Cuando hay estrés, suele ser una señal de que el ego ha regresado y tú estás cortando el contacto con el poder creativo del universo. Ahora solo está la fuerza y la tensión de los deseos del ego, y por eso tienes que luchar y «trabajar duro» para conseguirlo. El estrés siempre disminuye la calidad y la eficacia de lo que hacemos bajo su influencia. También hay una fuerte conexión entre el estrés y las emociones negativas, como la ansiedad y la ira. Es tóxico para el cuerpo y ahora está reconocido como una de las principales causas de las llamadas enfermedades degenerativas, como el cáncer y los trastornos cardíacos. A diferencia del estrés, el entusiasmo tiene una frecuencia de energía alta, y por eso resuena con el poder creativo del universo. Por eso Ralph Waldo Emerson dijo que «nunca se ha conseguido nada grande sin entusiasmo».2 La palabra entusiasmo viene del griego antiguo: en y theos, que significa Dios. Y una palabra de la misma r a í z, enthousiazein, significa «estar poseído por un dios». Con entusiasmo descubrirás que ya no tienes que hacerlo todo tú solo. De hecho, no hay nada importante que puedas hacer tú solo. El entusiasmo sostenido trae a la existencia una oleada de energía creativa, y lo único que hay que hacer entonces es «montar en la ola». El entusiasmo aporta un enorme poder a lo que haces, tanto que los que no han tenido acceso a ese poder mirarán «tus» logros con reverencia y puede que los confundan con quien tú eres. Pero tú sabes la verdad que Jesús indicó al decir «yo por mí mismo no puedo hacer nada».3 A diferencia de los deseos del ego, que crean oposición en proporción directa a la intensidad del deseo, el entusiasmo nunca
encuentra oposición. No es antagónico. Su actividad no genera ganadores y perdedores. Está basado en la inclusión de otros, no en su exclusión. No necesita utilizar y manipular a la gente, porque es el poder mismo de la creación y por eso no necesita sacar energía de una fuente secundaria. Los deseos del ego siempre intentan sacar algo a alguien o a alguna cosa; el entusiasmo tiene abundancia propia para dar y tomar. Cuando el entusiasmo encuentra obstáculos en forma de situaciones adversas o personas no cooperativas, nunca los ataca, sino que los rodea, y rindiéndose a ellos o aceptándolos convierte la energía adversa en ayuda, al enemigo en amigo. El entusiasmo y el ego no pueden coexistir. El uno implica la ausencia del otro. El entusiasmo sabe adónde va, pero al mismo tiempo está en plena comunión con el momento presente, la fuente de su vitalidad, su alegría y su poder. El entusiasmo no «quiere» nada porque no le falta nada. Es uno con la vida y, por muy dinámicas que sean las actividades inspiradas por el entusiasmo, no te pierdes en ellas. Y siempre queda un espacio en calma pero intensamente vivo en el centro de la rueda, un núcleo de paz en medio de la actividad, que es la fuente de todo y al que nada puede alterar. Por medio del entusiasmo entras en plena armonía con el principio creativo expansivo del universo, pero sin identificarte con sus creaciones, es decir, sin ego. Cuando no hay identificación, no hay ataduras, que son una de las grandes fuentes de sufrimiento. Cuando la oleada de energía creativa ha pasado, la tensión estructural disminuye, pero queda el disfrute con lo que estás haciendo. Nadie puede vivir entusiasmado todo el tiempo. Ya vendrá otra oleada de energía creativa que conducirá a un nuevo entusiasmo. Cuando se impone el movimiento de retorno hacia la disolución de la forma, el entusiasmo ya no te sirve. El entusiasmo pertenece al ciclo «hacia afuera» de la vida. Solo mediante la rendición podemos sintonizarnos con el movimiento de retorno, la vuelta a casa. En resumen: disfrutar con lo que haces, combinado con una visión u objetivo al que te diriges, se convierte en entusiasmo. Aunque tengas un objetivo, el punto focal de tu atención tiene que seguir siendo lo que estás haciendo en el momento presente. De lo contrario, perderás la sintonía con el propósito universal. Asegúrate de que tu visión u objetivo no sea una imagen inflada de ti mismo y, por lo tanto, una forma
disfrazada del ego —como querer llegar a ser una estrella de cine, un escritor famoso o un empresario rico— y de que no esté centrado en tener esto o aquello, como una mansión junto al mar, tu propia empresa o diez millones de dólares en el banco. Una imagen agrandada de ti mismo o una visión en la que te ves teniendo esto o aquello son objetivos estáticos y, por lo tanto, no te darán poder. En lugar de eso, asegúrate de que tus objetivos son dinámicos, es decir, apuntan a una actividad a la que estás dedicado y mediante la cual te conectas con otros seres humanos y también con la totalidad. En lugar de verte como un actor estrella o un autor famoso, procura verte inspirando a incontables personas con tu trabajo y enriqueciendo su vida. Siente cómo esa actividad enriquece y hace más profunda no solo tu vida sino la de muchos otros. Siéntete a ti mismo como una abertura por la que fluye la energía de la Fuente no manifestada de toda la vida, para beneficio de todos. Todo esto implica que tu objetivo o visión es ya una realidad dentro de ti, en el nivel de la mente y del sentimiento. El entusiasmo es el poder que transfiere el programa mental a la dimensión física. Es el uso creativo de la mente, y por eso no interviene el deseo. No puedes manifestar lo que deseas; solo puedes manifestar lo que ya tienes. Puedes conseguir lo que deseas a base de trabajo duro y estrés, pero no es ese el sistema del nuevo mundo. Jesús dio la clave para el uso creativo de la mente y la manifestación consciente de la forma cuando dijo: «Todo lo que pidáis en oración, creed que lo recibiréis y será vuestro».4
LOS MANTENEDORES DE LA FRECUENCIA El movimiento hacia afuera, hacia la forma, no se manifiesta con igual intensidad en todas las personas. Algunas sienten un fuerte impulso de construir, crear, participar, lograr, hacer impacto en el mundo. Por supuesto, si están inconscientes, su ego tomará el poder y utilizará la energía del ciclo hacia afuera para sus propios propósitos. Pero esto reduce considerablemente el flujo de energía creativa a su disposición y cada vez necesitarán más basarse en el «esfuerzo» para conseguir lo que quieren. Si son conscientes, estas personas en las que el movimiento hacia afuera es fuerte serán muy creativas. Otras, cuando la expansión natural que viene con el crecimiento ha llegado a su fin, llevan una existencia hacia afuera nada notable,
aparentemente más pasiva y relativamente anodina. Por naturaleza, tienden más a mirar hacia adentro, y para ellas el movimiento hacia afuera, hacia la forma, es mínimo. Preferirían volver a casa en lugar de salir al exterior. No tienen ganas de implicarse mucho ni de cambiar el mundo. Si tienen ambiciones, no suelen pasar de encontrar algo que hacer que les dé cierto grado de independencia. A algunas de ellas les resulta difícil encajar en este mundo. Algunas tienen la suerte de encontrar un nicho protector donde pueden llevar una vida relativamente segura, un trabajo que les proporciona ingresos regulares o un pequeño negocio propio. Algunas pueden sentirse atraídas a vivir en una comunidad espiritual o monasterio. Otras se salen del sistema y viven en los márgenes de una sociedad con la que sienten que tienen muy poco en común. Algunas se entregan a las drogas porque les resulta demasiado doloroso vivir en este mundo. Otras acaban haciéndose sanadores o maestros espirituales, es decir, profesores del Ser. En épocas pasadas, probablemente se los habría llamado contemplativos. Parece que no hay sitio para ellos en nuestra civilización contemporánea. Sin embargo, en el nuevo mundo que está surgiendo su función es tan vital como la de los creadores, los realizadores, los reformadores. Su función es afianzar la frecuencia de la nueva conciencia en este planeta. Yo los llamo los mantenedores de la frecuencia. Están aquí para generar conciencia mediante las actividades de la vida diaria, mediante sus interacciones con otros y a base de «simplemente ser». De este modo, dotan de un profundo significado a lo aparentemente insignificante. Su tarea consiste en traer calma espaciosa a este mundo, estando absolutamente presentes en todo lo que hacen. Hay conciencia y por lo tanto calidad en lo que hacen, hasta en las tareas más simples. Su propósito es hacerlo todo de una manera sagrada. Como cada ser humano forma parte integral de la conciencia colectiva humana, ellos influyen en el mundo mucho más profundamente de lo que se ve en la superficie de su vida.
EL NUEVO MUNDO NO ES UNA UTOPÍA ¿Es la idea de un nuevo mundo una visión utópica más? En absoluto. Todas las visiones utópicas tienen esto en común: la proyección mental de un tiempo futuro en
el que todo irá bien, nos salvaremos, habrá paz y armonía y se terminarán nuestros problemas. Ha habido muchas de estas visiones utópicas. Algunas terminaron en decepción, otras en desastre. En el núcleo de todas las visiones utópicas está una de las principales disfunciones estructurales de la vieja conciencia: buscar la salvación en el futuro. En realidad, la única existencia que tiene el futuro es como una forma de pensamiento en tu mente, así que cuando miras al futuro esperando encontrar allí la salvación, estás inconscientemente buscando la salvación en tu propia mente. Estás atrapado en la forma, y eso es el ego. «Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra», 5 escribió el profeta bíblico. La base de una nueva tierra es un nuevo cielo: la conciencia despierta. La tierra —la realidad exterior— es solo su reflejo externo. La emergencia de un nuevo cielo y, en consecuencia, de una nueva tierra no son acontecimientos futuros que van a hacernos libres. Nada va a hacernos libres, porque solo el momento presente puede hacernos libres. Comprender eso es despertar. El despertar, como acontecimiento futuro, no tiene sentido, porque despertar es hacer realidad la Presencia. Así pues, el nuevo cielo, la conciencia despierta, no es un estado que se alcanzará en el futuro. El nuevo cielo y la nueva tierra están surgiendo dentro de ti en este momento, y si no están surgiendo en este momento, no son más que un pensamiento en tu cabeza y, por lo tanto, no están surgiendo en absoluto. ¿Qué les dijo Jesús a sus discípulos? «El reino de Dios está en medio de vosotros.»6 En el sermón de la montaña, Jesús hace una predicción que muy pocas personas han entendido hasta ahora. Dice: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra».7 En versiones modernas de los Evangelios, «manso» se traduce como humilde. ¿Quiénes son los mansos, o los humildes, y qué significa eso de que heredarán la tierra? Los mansos son los que no tienen ego. Son los que han despertado a su naturaleza esencial y auténtica de conciencia y reconocen esa esencia en todos los «otros», en todas las formas de vida. Viven en estado de rendición y por eso se sienten uno con la totalidad y la Fuente. Encarnan la conciencia despierta que está cambiando todos los aspectos de la vida en nuestro planeta, incluyendo la naturaleza, porque la vida en la tierra es inseparable de la conciencia humana que la percibe e interactúa con ella. Es en ese sentido como los mansos heredarán la tierra.
Una nueva especie estรก surgiendo en el planeta. Estรก surgiendo ahora, y cada ser humano forma parte de ella.
Título original: A New Earth
Edición en formato digital: mayo de 2010 © 2005, Eckhart Tolle Edición original inglesa publicada por Dutton, una división de Penguin Estados Unidos, en 2006 © 2006, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona © 2006, Juan Manual Ibeas Delgado, por la traducción Diseño de cubierta: Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. ISBN: 978-84-253-4459-6 Conversión a formato digital: Newcomlab, S.L. www.megustaleer.com
Notas CAPÍTULO 1 1. Apocalipsis 21, 1 e Isaías 65, 17.
CAPÍTULO 2 1. Mateo 5, 3. 2. Filipenses 4, 7.
CAPÍTULO 3 1. Lucas 6, 41. 2. Juan 14, 6. 3. Yossie K. Halevi, «Introspective as a Prerequisite for Peace», The New York Times, 7 de septiembre de 2002. 4. Departamento de Justicia de Estados Unidos, Oficina de Estadística de la Justicia, Estadísticas de Prisiones, junio de 2004. 5. Albert Einstein, Mein Weltbild, 25.ª edición (Francfort, Ullstein Verlag, 1993), p. 42. Traducido por Eckhart Tolle.
CAPÍTULO 4 1. William Shakespeare, Macbeth, Signet Classic Edition (Nueva York, New American Library). 2. William Shakespeare, Hamlet, Signet Classic Edition (Nueva York, New American Library).
CAPÍTULO 6 1. Mateo 5, 48.
CAPÍTULO 7
1. Lucas 6, 38. 2. Marcos 4, 25. 3. I Corintios 3, 19. 4. Lao Tsé, Tao Te Ching, capítulo 28. 5. Ibid., capítulo 22. 6. Lucas 14, 10-11. 7. Kena Upanishad.
CAPÍTULO 8 1. Eclesiastés 1, 8. 2. A Course in Miracles, libro de ejercicios, parte I, lección 5 (California, Foundation for Inner Peace, Glen Allen, 1990), p. 8. 3. Lucas 17, 20-21. 4. Friedrich Nietzsche, Thus Spake Zarathustra: A Book for All and None [Así habló Zaratustra] (Nueva York, Viking, 1954), p. 288. 5. Génesis 2, 7.
CAPÍTULO 9 1. Juan 14, 10 y 5, 30. 2. Mateo 6, 28-29.
CAPÍTULO 10 1. Hafiz, The Gift (Nueva York, Penguin, Arkana, 1999). Traducido por Daniel Ladinsky. 2. Ralph Waldo Emerson, «Circles», en Ralph Waldo Emerson: Selected Essays, Lectures and Poems (Nueva York, Bantam Classics). 3. Juan 5, 30. 4. Marcos 11, 24. 5. Apocalipsis 21, 1. 6. Lucas 17, 21. 7. Mateo 5, 5.