Dos luchas conectadas: COVID-19 y cambio climático. Cada vez hay menos dudas, estamos ante una emergencia climática sin precedentes. Esfuerzos como la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París, el Pacto Verde Europeo o las Cumbres del Clima demuestran el compromiso creciente de la sociedad con la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, la respuesta a esta amenaza a largo plazo parece haberse congelado para reaccionar ante una amenaza más urgente: la provocada por la pandemia del coronavirus. Y ahí es donde está el error, no podemos elegir entre apagar un fuego u otro, ¡porque están relacionados! Si ahora estamos sufriendo la amenaza de este virus es en buena parte debido a que hemos debilitado los ecosistemas que nos protegen. Unas políticas ambientales que garanticen el desarrollo sostenible son la mejor garantía para construir una sociedad que pueda hacer frente a nuevas pandemias. A esto es a lo que llamamos una sociedad resiliente. La palabra resiliencia es un concepto acuñado por los psicólogos, significando la capacidad que tiene el individuo de triunfar en la vida a pesar de las adversidades.
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La biodiversidad como escudo frente a los virus.
75%
de las nuevas enfermedades emergentes que infectan a las personas proviene de animales.
La comunidad científica lleva años lanzando esta alerta: la pérdida de biodiversidad actúa como catalizador para la expansión de virus y enfermedades infecciosas. La razón es que la diversidad de animales y plantas funciona como un escudo protector. Muchas especies actúan como huéspedes de virus que ni siquiera conocemos aún. Si disminuimos esta diversidad y destruimos ecosistemas, facilitamos que dichos virus “salten” al ser humano. Como indica David Quammen, uno de los periodistas científicos más reputados del mundo. “Cortamos árboles, matamos animales o los encerramos en jaulas y los enviamos a mercados. Desequilibramos los ecosistemas y liberamos los virus de su huésped original. Cuando esto ocurre buscan un nuevo organismo. Y, a menudo, nosotros estamos ahí”. En definitiva, si queremos evitar nuevas pandemias, proteger la biodiversidad y fomentar ecosistemas sostenibles no es una opción: es una obligación. Y no hay tiempo que perder porque, al ritmo actual, en las próximas décadas perderemos una de cada ocho especies del planeta. La COVID-19 nos enseña que la salud del planeta está en nuestras manos. Como indicaba recientemente António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, “ahora más que nunca es necesaria la solidaridad y la ambición de transitar hacia una economía sostenible, resiliente y baja en emisiones de carbón”. Los modelos de producción y consumo desmedido necesitan dejar paso a un sistema que garantice la dignidad de todas las personas y el uso sostenible de los recursos para las siguientes generaciones.
Seguramente esta crisis suponga nuestra entrada en una madurez como sociedad sin demasiados precedentes cercanos en el tiempo. 2
Cambio climático, contaminación y COVID-19
y ya se pueden vislumbrar estos retos pospoandemia teniendo en cuenta algunos factores relacionados con la crisis actual.
Ya se vio en China. Y ahora también en Europa y España: la reclusión y la minimización de las actividades comerciales y el transporte debidos al estado de alerta han supuesto una disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo de la industria y del transporte por carretera. En el corto plazo, esto es una buena noticia para la consecución de los objetivos de mitigación de gases de efecto invernadero (GEI).
1. Los problemas ambientales del efecto rebote. Si la salida de la cuarentena no es paulatina, escalonada, se producirán picos en el consumo de bienes y servicios. Estos desencadenarán una emisión masiva de GEI y compuestos contaminantes en un modelo de producción y consumo todavía fundamentado en el uso de combustibles fósiles.
De forma similar, la contaminación atmosférica en las ciudades se ha reducido e incluso cabría esperar que este hecho redunde en la salud de las personas que habitan estos núcleos, normalmente sometidas a altos niveles de contaminación. De hecho, podríamos aventurarnos a pensar, con todas las cautelas, que las cerca de 10.000 muertes prematuras que se producen al año por la polución del aire en España podrían disminuir notablemente. Un descenso que podemos sumar a los fallecimientos por COVID-19 evitados gracias al confinamiento. Cuando esta situación pase, problemas como el cambio climático, la contaminación atmosférica en las grandes ciudades o la pérdida de biodiversidad seguirán siendo desafíos de enorme magnitud, frente a los que proponer medidas también urgentes.
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El efecto rebote, tan deseado desde el punto de vista económico, entraña un riesgo medioambiental serio. El repunte de emisiones podría incluso compensar la reducción registrada durante la etapa de confinamiento. 2. Concienciación y educación ambiental. Las personas que trabajamos en el ámbito de la ciencia y la sostenibilidad, la sociedad civil y los responsables políticos no podemos perder otra oportunidad de acercar a la ciudadanía las consecuencias de nuestras decisiones y hábitos cotidianos. Cómo nos movemos, cómo trabajamos y cómo nos alimentamos influye profundamente en problemas medioambientales de enorme calado, tiene repercusiones socioeconómicas graves y una incidencia transversal. Muy probablemente esté naciendo una conciencia de la colectividad y la corresponsabilidad social determinantes para encarar los muchos desafíos que nos quedan por enfrentar como sociedad en las próximas décadas.
Será necesario también recordar, por ejemplo, que las elevadas tasas de contaminación atmosférica en ciudades como las del norte de Italia o Madrid –con graves consecuencias para la salud, especialmente en poblaciones vulnerables– podrían estar relacionadas con una mayor incidencia de enfermedades cardiorrespiratorias como la COVID-19. Es por tanto urgente reducir la emisión de GEI para frenar un cambio climático que ya causa el sufrimiento de muchos seres humanos. Un calentamiento global que también puede acelerar la llegada de enfermedades como la que estamos sufriendo. Habremos de recordar que, si seguimos presionando los ecosistemas naturales con un consumo exacerbado de recursos y territorio, podemos acercarnos a focos de contagio. Podemos perder la capacidad de resistir el embate de eventos climáticos extremos. Perderemos, en definitiva, nuestra resiliencia como sociedad. 3. La necesidad de un cambio de sistema. Pero quizás lo anterior no sea suficiente para abordar los cambios estructurales de modelo que se precisan para que la degradación medioambiental y sus consecuencias (pandemias como la de COVID-19, entre ellas) se palíen. Por ejemplo, la forma en que trabajamos y la forma en que nos relacionamos podrían dejar de ser tan sumamente presencialistas y demandantes de recursos. El teletrabajo podría imponerse como una norma y dejar de ser una excepción. En el ámbito de la investigación, por ejemplo, puede que los congresos y reuniones científicas en remoto sean mucho más frecuentes. Todo ello, con el consiguiente impacto positivo en la mitigación de GEI. 4. La investigación como motor de cambio. Es muy probable, según experiencias previas, que la previsible crisis económica que nos espera tras la salida de la sanitaria se cebe con la inversión en educación e I+D+i. Si como sociedad no evitamos que esto ocurra, el riesgo de limitar nuestra capacidad de enfrentar los desafíos medioambientales antes mencionados (y otros en otros ámbitos directamente relacionados, como el de la salud) crecerá exponencialmente.
Esta crisis es una oportunidad para modificar hábitos, para asegurar un futuro digno a nuestra especie y a nuestra relación con el planeta.
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COVID-19 y cambio climático: muestra de un mundo global. Si hay algo que nos demuestran tanto la crisis de la COVID-19 como la climática es que vivimos en un mundo interconectado. Ningún país puede hacerles frente por separado si queremos que nadie se quede atrás. Estamos, por tanto, ante desafíos globales que necesitan de repuestas coordinadas donde cada actor asuma su papel. Y hablando de papeles, los países desarrollados deben asumir su responsabilidad. Como bien nos recuerdan jóvenes activistas contra el cambio climático como Greta Thunberg, los mal llamados “países ricos” son los principales culpables del surgimiento de estas amenazas, a la vez que poseen más y mejores recursos para hacerles frente. En un escenario global de pesimismo, incertidumbre y deshumanización, la lucha frente a la COVID-19 y el cambio climático debe ir siempre acompañada de una palabra: solidaridad. Desde Ayuda en Acción creemos que estos dos desafíos globales, tan fuertemente conectados, no pueden resolverse si no entendemos que todos y todas somos parte de la solución. Desde el reciclaje a las medidas de prevención contra la COVID-19, pasando por la solidaridad con las personas más vulnerables o la exigencia de actuación a los líderes mundiales. Cada gesto cuenta. Así, la contaminación del aire contribuyó a las muertes por coronavirus. Concretando por países, las estimaciones varían. 5
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República Checa China Alemania Suiza Bélgica Países Bajos Francia Suecia Italia Reino Unido Brasil Portugal España Irlanda Israel Australia Nueva Zelanda
Coronavirus El economista ambiental de la Universidad de Nueva York, Gernot Wagner, precisamente reflexionaba estos días sobre cómo el coronavirus se está comportando como el cambio climático pero acelerado a la velocidad a la luz. Su repentina aparición en nuestra sociedad parece que no nos ha dado opción más que de actuar para mitigar los efectos del coronavirus, no para evitarlos. ¿Podemos aprender algo de todo esto? ¿Podemos aplicar alguna de las enseñanzas del coronavirus a la emergencia climática? Y es que los esfuerzos globales por frenar la pandemia del coronavirus son una advertencia para los esfuerzos globales por frenar el cambio climático. Ambos exigen una acción temprana determinante para detener sus efectos, con un plus en el caso del cambio climático: que afrontarlo ya y hoy acumulará muchos más beneficios en el futuro y en todos los lugares del planeta que su coste, por muy alto que nos parezca ahora.
¿Por qué cuesta tanto tomarse en serio los riesgos climáticos? La política y la psicología pueden tener algunas de las respuestas. La transición energética que pide la economía es difícil si hay una industria de combustibles fósiles a la que se le sigue financiando. Por otro lado, el ser humano es malo planificando un mañana que ni siquiera sabe si verá. Como explica Elke Weber, del Departamento de Psicología de Princeton, “estamos evolutivamente conectados para pensar en el aquí y en el ahora, somos malos en esas decisiones que requieren planificar el futuro”. Referencias: https://ayudaenaccion.org https://www.nationalgeographic.com.es https://www.ambientum.com https://www.elmundo.es
Nombre Angelica Salazar insunza Ciudad Guaymas, sonora, México. E-Mail angelica.salazar211918@potros. itson.edu.mx Materia Maquetación digital. 6