MURIO CABRERA INFANTE

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El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante. Murió Guillermo Cabrera Infante Uno de los escritores más brillantes e imaginativos en lengua española, el cubano Guillermo Cabrera Infante, falleció el lunes en Londres, Inglaterra, a los 75 años de edad. Doloroso exilio Desde que en 1964 ganó el Premio Biblioteca Breve por su 'Tres tristes tigres' , Cabrera Infante no dejó de deslumbrar a quienes leían cada nueva obra, en las que los juegos de palabras, el dominio de la lengua y un espléndido sentido del humor encubrían una erudición mucho más rigurosa de lo que podía pensarse. Su largo, y con frecuencia doloroso exilio de su amada Cuba no le impidió reivindicar los pequeños y grandes placeres de la vida, desde el amor y la música, al cine, los buenos cigarros habanos y la amistad. Cabrera Infante deja tras de sí una abundante bibliografía, que justificó sobradamente que en 1997 se le concediera el Premio Cervantes de literatura . Salud deteriorada. Guillermo Cabrera Infante murió el lunes en Londres a los 75 años. Primero fue una operación de corazón, luego se le fastidiaron los riñones y hace poco, una tonta caída y la rotura de cadera que lo devolvió al hospital, con el que se había familiarizado en los últimos tiempos.


Su frágil salud no resistió el nuevo descalabro. Se ha ido así un gran virtuoso de la lengua, un hombre ingenioso y travieso que hizo con las palabras lo que quiso, sacando de ellas, no sólo el humor que desencadenaban cuando les juntaba, sino también una honda ternura y una fina elegancia para dar cuenta de las viejas historias que afligen y hacen felices a los hombres. "Showtime. Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes". Las palabras con las que arranca su libro más famoso, Tres tristes tigres (1967), sirven para definir su literatura. Cuando escribía, Cabrera Infante subía a un escenario para poner a bailar las palabras. Todos sus textos tienen la consistencia de un encadenamiento de solos: imprevisibles, variados, endiabladamente rápidos o contundentes como un sopapo, caprichosos, lentos y melancólicos, pero también desmadejados y caóticos. No es que a Cabrera Infante le gustara la música, es que hacía música. La amistad y la noche Su pasión fue el cine . Le gustaba decir que lo que hacía eran libros, que él no escribía novelas. Cada rato hablaba de 'contar cuentos'. Y así es su obra, un paseo por todos los grandes temas. La amistad, la noche, los viejos afanes para salir de la miseria y cambiar de vida, las pequeñas traiciones que llenan la memoria de heridas, la alegría de pasarlo bien, el placer de tantas y tantas anécdotas y situaciones, el amor y los infinitos juegos que ponen en marcha hombres y mujeres para seducirse, el desarraigo, la muerte. Su vida, su obra

Cabrera Infante nació el 22 de abril de 1929 en Cibara, provincia de Oriente, y fue el hijo mayor de una pareja que había sido de las fundadoras del Partido Comunista de Cuba.


Cuando llegó junto a su familia a La Habana, en 1941, quedó fascinado por el vertiginoso ritmo de la ciudad y por la inagotable variedad de las criaturas humanas. Dejó la medicina para empezar a estudiar periodismo en 1950, pero ya le tiraban las aficiones -la literatura y el cine - a las que terminó por dedicarse: en 1952 escribió su primer cuento; en 1954, se convirtió en crítico cinematográfico (firmaba con el seudónimo de G. Caín) de la revista Carteles. Su primer matrimonio fue en 1953 y tuvo dos hijas (en 1954 y 1958), pero conoció a su gran amor, Miriam Gómez, en 1958 y se casó con ella en 1961 tras divorciarse de su primera mujer. Cuando Cuba dio el gran viraje con la Revolución, allí estuvo Cabrera Infante para construir el hombre nuevo. Fue director del Consejo Nacional de Cultura, ejecutivo del Instituto del Cine y subdirector del diario Revolución. Cambio de rumbo Pero las cosas se complicaron. Su hermano Sabá Cabrera hizo una película – "P. M. dura apenas 25 minutos y es una suerte de documental político, sin aparente línea argumental, que recoge las maneras de divertirse de un grupo de habaneros un día de fines de 1960", escribió Cabrera- que no gustó a las autoridades, fue tachada de contrarrevolucionaria y prohibida. Hubo polémica en las páginas de Lunes de Revolución, y este semanario cultural que había fundado el escritor fue obligado, en 1961, a cerrar las puertas. Al régimen empezaban a no gustarle las más nimias críticas, y apartaron al joven escritor colocándolo de agregado cultural en Bruselas. Luego se convirtió en encargado de negocios. Salto a la fama La consagración literaria llegó con el Premio Biblioteca Breve (1964) a "Tres tristes tigres". El enfrentamiento definitivo con el régimen de Fidel fue en 1965. Cabrera regresó al funeral de su madre y fue retenido en La Habana por el Servicio de Contra-Inteligencia. Salió de la isla, llegó a Madrid y, después, a Barcelona. Las dificultades económicas y la negativa franquista a regularizar


su situación lo empujaron a Londres, donde se instaló definitivamente.

Obra intacta Más allá de la política y del dolor del exilio, lo que siguió adelante fue su obra. En "Exorcismos de es(t)ilo" (1976) jugó con la literatura; "La Habana para un infante difunto" (1979) reveló su maestría para el género autobiográfico; "Un oficio del siglo XX" (1973) reunió sus críticas de cine y "Mea Cuba" (1991), sus artículos políticos; "Puro humo" (1985). "Traducción en 2000" es su homenaje a la lengua inglesa. Hubo más libros, guiones (la adaptación de "Bajo el volcán", de Lowry , por ejemplo), y miles de artículos. En 1997 le concedieron el Premio Cervantes. En una entrevista dijo que quería alinearse junto a Eça de Queiros , que había dicho que "él era de esos que pasan por la vida con una carcajada de tránsito" . Su risa ahora ha callado. Pero sigue intacta en su literatura.

Guillermo Cabrera Infante In memoriam

Humo sagrado Por Edilberto Aldán Debo confesar, no obstante, que estoy convencido de que fumar no es precisamente escribir. Los puros, de hecho, son como el cine: un arte que es industria, una industria que hace arte. Como las películas, los puros son el material de que están hechos los sueños. Llamo felicidad a sentarme solo en el lobby de un viejo hotel después de una cena tardía, cuando se han apagado las luces de la entrada y solamente se distingue, desde mi cómoda butaca, al portero en su vigilia. Es entonces cuando fumo mi puro en paz, tranquilo en la oscuridad: lo que fue antaño una hoguera primitiva en el bosque, transformado


ahora en las ascuas civilizadas que relucen en la noche como el faro del alma. Al vestir mi puro en elegías, yo, el peor Tíbulo, paso a ser vestíbulo.

Guillermo Cabrera Infante. Holy Smoke. Puro humo La mano de un hombre va hacia su rostro, tan lentamente que pareciera que no va a llegar, extiende los dedos, toma el tabaco que pende de sus labios, lo aleja, la fumarada cubre sus gestos, no es necesario observar su expresión para saber que está recordando, lo indican las volutas que lo rodean, así suele asociar el cine el humo a la memoria, imagen que funciona también para reunir las pasiones de Guillermo Cabrera Infante: cine y literatura, pero sobre todo una: el recuerdo. La escritura de este autor es la de un desterrado que se empeña en reconstruir el paraíso. El exilio suele ser doloroso, en especial si el desarraigado se obstina en recuperar la tierra a la que pertenecía, sin embargo, el dolor no necesariamente anula el sentido del humor, no al menos en Cabrera Infante, así lo demuestran sus ensayos políticos (recopilados en Mea Cuba) en que cada párrafo tras párrafo el autor ofrece una visión ética del desastre en que se ha transformado su isla bajo la tiranía de Fidel Castro sin renunciar a divertirse, los señalamientos, las denuncias invariablemente están realizadas en forma mordaz, con un sentido del humor ácido que no deja títere sin cabeza, en especial si se trata de subrayar las contradicciones de un régimen cuyos defensores suelen dejar a un lado de la discusión política las libertades elementales, escribe Cabrera Infante:

“Aunque el programa educativo fuese un éxito, que no lo es, ¿de qué sirve enseñar el alfabeto a millones cuando un solo


hombre decide lo que se va a leer, en Prusia como en Rusia? O en Cuba”. Uno de los contrincantes más difíciles de vencer es aquel que a sus argumentos acompaña con datos duros y sentido del humor, de ahí que —sobre todo inmediatamente después de su salida de la isla— se relegara a Cabrera Infante a su papel de disidente resentido , lo que fue una forma de opacar su deslumbrante ejercicio literario. Una escritura que decidió escribir en cubano, como lo señala en la advertencia a Tres tristes tigres: “El libro está en cubano. Es decir, escrito en los diferentes dialectos del español que se hablan en Cuba y la escritura no es más que un intento de atrapar la voz humana al vuelo”, novela con que ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix-Barral a mediados de la década de los sesenta, libro imprescindible, donde a la manera de Joyce, humor y lenguaje son los verdaderos protagonistas. El autor de La Habana para un Infante difunto entendía la escritura como una forma de atrapar la voz humana al vuelo, lo que no significa que sea la mera transcripción del habla, sino la elaboración de una estructura narrativa en la que se recrea una forma de percibir el mundo, especialmente en sus cuentos (Todo está con espejos y Delito por bailar el chachachá ) como en La duración del tiempo:

“Yo que veo aquello y que me abalanzo sobre el tipo como si fuera este tipo, Jonguáune, el de la película vaquero, quetá nel desierto y to lleno e polvo ve como eta tipa, Lanatunrne, mu tiposa ella, baretosa, con su tetrona asi dupuetta y una sonrisa doreja oreja, qu’e como desil a to el ancho ala pantalla, letá enseñando una botella con aua y un vaso daua, y el tipo éte que levanta la mano y se sonríe polque aua (que tanto nesesita) ahí la tiene y el tipo loquetá soñando polque to noemá q’un epejimo, visione: cosa désa”. No sobra subrayar una de las más evidentes pasiones de Cabrera Infante: el cine, fundó la Cinemateca de Cuba y escribía lúcidamente sobre él: Un oficio del siglo XX, Cine


o sardina y Arcadia todas las noches , en este último volumen se recopilan algunos ensayos, uno en especial llama la atención, el dedicado a Orson Welles, leerlo es convocar la voz del autor, quien demuestra su erudición a través de un sentido del humor implacable. En Tres tristes tigres y en cuentos como “Abril es el mes más cruel” y “Un jefe salvado por las aguas” es posible leer al mejor Cabrera Infante, el de la sabiduría desbordada, generosa a través del humor, la del juego de palabras, la frase precisa y juguetona que sirve para definir con unas cuantas palabras los rasgos y actitudes de un personaje, además de servir como pie al ingenio de la cita culta, la anécdota jocosa que funciona a varios niveles, Puro Humo libro imprescindible para cualquier amante del tabaco es una muestra. En 1985 The Overlook Press publica Holy Smoke un libro escrito directamente al inglés por el cubano Cabrera Infante, una delicia que quince años después tradujo al español, en este volumen repasa la historia del tabaco desde su descubrimiento en América , con inusual sentido del humor y en cada página estallidos de pirotecnia verbal, suma de juegos de palabras y referencias que van del son a la música clásica y del cine norteamericano a las más elitistas de las expresiones culturales.

Enciclopedia del tabaco , guía para conocer cuándo, cómo y qué se debe fumar, con múltiples referencias históricas. Las diferencias entre Corona, panetela, parejo, Lonsdale, petit cetro, demitasse, margarita y punchito, la clasificación de un habano de acuerdo a su textura y color, si un puro es zurdo o derecho de acuerdo al lado en que salgan las venas de la hoja con que se envuelve el tabaco… anécdotas y un cúmulo formidable de referencias cinematográficas, de un tono celebratorio, que en más de una ocasión permite captar de un solo golpe de vista a un autor divertido en la nostalgia, en su afán de recuperar su isla. Un hombre que recuerda no necesariamente es un hombre con memoria, en el caso de Guillermo Cabrera Infante, de su


literatura, memoria y recuerdo unidos en una espiral, el humo sagrado que intenta recuperar a través de las palabras, como él mismo escribió al final de Vista del amanecer en el trópico:

“Y ahí estará. Como dijo alguien, esa triste, infeliz y larga isla estará ahí después del último indio y después del último español y después del último africano y después del último americano y después del último de los cubanos, sobreviviendo a todos los naufragios y eternamente bañada por la corriente del golfo: bella y verde, imperecedera, eterna”. Un Infante difunto

Por Ignacio Trejo Fuentes De las obras del recientemente fallecido Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) me gustan en especial Tres tristes tigres, La Habana Para un Infante Difunto y Holly Smoke. La primera, que formó parte del llamado boom de la literatura latinoamericana de los años sesenta es, como se propone desde el título, una fiesta del lenguaje. Sus estrambóticos personajes se mueven en La Habana de los años cincuenta sobre todo en las noches, y juegan y se divierten mientras nos dan noticia de ese mundo alucinante. Son seres extraordinarios, como salidos de una opereta, y sin embargo tienen la convicción de que algo les aguarda, que su destino no podrá ser el mismo que habían calculado y es por eso, tal vez, que muestran todo su desparpajo: que lo que venga los encuentre bailando, en plena fiesta. Las historias que Cabrera Infante hila con admirable precisión sorprenden una y otra vez al lector, que quisiera estar ahí, en La Habana, oyendo las disparatadas disertasiones de los congregados en ese inacabable carnaval. Pero en el centro de todo eso brilla el lenguaje, las palabras son piedra angular del andamiaje.


Y es que el autor juega, se regodea con cada frase, sobre todo mediante el uso del calambur, el retruécano y la paronomasia. Y ese tono procede del espléndido sentido del humor del novelista, al mismo tiempo que contribuye a él. Y eso, el sentido del humor, sostiene una serie de historias que, de otro modo, podrían resultar dolorosas, hirientes, desoladoras. Por supuesto, mediante esos recursos, Cabrera Infante está diciéndonos que los habaneros, los cubanos en general, están al filo del agua: atisbos sociales y políticos diluidos con absoluta maestría en la novela, para que ésta sea tal y no otra cosa. Un lloriqueo, por ejemplo. La Habana Para un Infante Difunto (las mayúsculas del título son importantes), que es obviamente un juego con Pavana para una infanta difunta , es una nueva visita a La Habana, a Cuba, pero con los ojos inocultables de la nostalgia. El autor, por medio de sus personajes que viven otra vez de noche en esa fiesta interminable, hace impresionantes recorridos por sus recuerdos y su imaginación y nos ofrece paisajes y escenas que cautivan. Brilla de nuevo el poder del lenguaje, aunque ya no tanto mediante los juegos de palabras. Éstos reaparecen, y son su médula, en Holly Smoke, libro inclasificable que Guillermo Cabrera Infante escribió en inglés. El motivo es la historia del tabaco, que como se sabe es de origen “americano” y que pronto invadiría al mundo. Asombran los conocimientos del autor en la materia, pero deslumbra más la forma divertida en que nos los transmite: cuenta historias deslumbrantes y sabrosas, mediante audaces calambures y retruécanos ¡en inglés! En la carátula de la edición original aparecen los hermanos Marx echados en un sofá y uno de ellos fuma un puro, un habano. (La idea del autor era que el libro no se tradujera al español, aunque ya hizo bajo el feo título de Sólo humo.)


Lejos de consideraciones políticas hay que leer al Difunto Infante como lo que fue, es y será: un maestro del arte narrativo en lengua española. Ojalá lo puedan leer los mismos cubanos: comprenderían mejor su circunstancia.

(1929-2005)

Guillermo Cabrera Infante Por: Vicente Francisco Torres Guillermo Cabrera Infante es uno de los protagonistas del boom de la novela latinoamericana, promoción que logró la feliz conjunción de americanismo y universalidad, calidad artística y solvencia comercial. En aquellos años sesenta, los espacios urbanos se impusieron a la ruralía, escenarios estos últimos que, por otra parte, nunca han dejado de tener un sitio relevante en las letras de nuestro continente. Para ambientar sus ficciones, Cabrera Infante tenía, nada más y nada menos, que a la viva, nocturna, bullanguera y sensual ciudad de La Habana. Acorde con este mundo, fue capaz de crear un lenguaje lúdico, cargado de juegos de palabras que se alimentaban en las cadencias de la guaracha y el bolero, del mambo y de la rumba. Era tan diestro en el manejo del idioma que se dio el lujo de hacer en Tres tristes tigres parodias del estilo de grandes escritores como José Martí, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Lino Novás Calvo y de su odiado Alejo Carpentier, a quien llegó incluso a regatearle la nacionalidad cubana. Pero si como narrador fue excepcional, su trabajo ensayístico resultó coruscante, amable, creativo y siempre narrado, lleno de anécdotas. Así lo muestra su extraordinaria compilación titulada Mea Cuba, por la que desfila una galería que va de


Lydia Cabrera a Carlos Montenegro, de Enrique Labrador Ruiz a Calvert Casey pasando, claro, por su compañero de exilio Reinaldo Arenas. Frecuentó también el artículo periodístico y la crítica , que siempre respetó pues la había ejercido durante muchos años. Paradojas de la literatura, él y Carpentier inauguraron una veta narrativa que marida narrativa y música popular y ha tenido vigoroso arraigo en todo el continente, tal como demuestra el más reciente libro de Luis Rafael Sánchez, Devórame otra vez (2004). Ellos fueron los padres de un conjunto de libros que tienen como personajes a los cantantes populares, se construyen con cuñas tomadas de las canciones, toman sus títulos de ellas, o celebran algún ritmo: Aire de tango, Soy la rumba y La guaracha del Macho Camacho, entre otros. Aunque mucho se ha destacado el anticastrismo de Cabrera Infante, tal parece que perdurarán los punes que creó a costillas de Fidel, pero también de muchos personajes como Igor Stravinski, Américo Vespucio y un largo etcétera. Sábado 26 de febrero de 2005

Un personaje de Cabrera Infante Es difícil confesarlo, pero la ciudad de Londres me provoca una leve urticaria: demasiado masculina para mi gusto, lo mejor se destina a los hombres, quienes lucen la ropa al último grito de la moda, mientras las inglesas se envuelven como bultos en suéteres que les quedan chicos. Por eso no fui cuando me propusieron ir a Londres a una cena en casa del escritor Guillermo Cabrera Infante. Sin embargo, las cosas prometían. Se me aseguró que nos recibirían él con smoking y ella de largo con collares aún más largos colgando del cuello, ¿tenía yo un vestido que me llegara al menos a los pies? Todo comenzaría como se debe, en voz queda, ''tu voz se adentró en mi ser y la tengo presa", escuchando los pensamientos, ''silencio, que están durmiendo los nardos y las azucenas",


iluminación de luna ''que se hizo desentendida durante un ratito" y candelabros. Pero, pero... con el famoso paso de las horas, las nocturnas, tan peligrosas, ella usaría la mesa como una pista de baile y él el piso como una mesa. No podía esperar mejor. Pero, tal vez las brumas evocadas por Apollinaire: ''Un soir de demibrumes à Londres... un voyou vint à ma rencontre...", me impidieron viajar. El gran fotógrafo cubano Jesse Fernández era, en 1976, un exiliado ''autoclandestino", que ni asilo se atrevió a pedir en ninguna parte. La moda aún no hacía la fortuna de los intelectuales anticastristas. Más valía callarse la boca y olvidar los orígenes cubanos. Fidel era todavía un ídolo de la intelligentsia. Y Jesse un avergonzado con quien me presentó el pintor José Luis Cuevas. Un hombre que casi parecía serio: trajeado, oscuro, silencioso. El teatro no podía durar: durante un fiestón a la cubana en casa del pintor Wifredo Lam vi transformarse a Jesse. Supe entonces por qué tuve la impresión, cuando lo vi por primera vez, de que ya lo conocía: era un personaje de Tres tristes tigres. Era desde luego, de manera obvia, el fotógrafo de turistas, pero también, en parte él y en parte el propio Cabrera, el presentador de Tropicana, el periodista, el tipo que vive de noche y de la noche al lado de las estrellas sembradas en las callejuelas de tacones dorados, mulatas cansadas de enrollar habanos con sus muslos. Jesse Fernández aceptaba con modestia y orgullo a la vez ser un personaje de ''Cabrerita". Como Guillermo Cabrera Infante era uno de sus personajes: su retrato, en 1970 en Nueva York, es notable; puede contemplársele durante horas como si se leyera una novela. Bigotes, anteojos redondos, mecha que cae sobre la frente, rasgos indígenas, negroides, indios, blancos, chinos, cuello almidonado, corbata abultada bajo el chaleco del traje de corte impecable que parece encarcelarlo como una camisola de fuerza. Toda La Habana está ahí, como está toda la noche cubana en Tres tristes tigres. O al menos las noches de la vieja Habana. Esas noches que Cabrera Infante inmortalizó en sus páginas y que Jesse sabía leer de memoria, restituyéndolas oral y mímicamente, transformándose en cada personaje, hombre o mujer, del libro que tanta nostalgia le provocaba. En parte


por eso se resistía a aceptar las invitaciones a Londres, a ese departamento, el último lugar de la Tierra donde las noches cubanas seguían existiendo. Para qué volver a Cuba si todo eso ya desapareció. Como ''Cabrerita", su amigo de las noches habaneras, Jesse había vivido las noches decadentes y la mañana de la revolución. Uno y otro creyeron en éstas. Jesse Fernández se convirtió en el fotógrafo oficial del Líder Máximo. Lo acompañó mil y un días y noches, testigo mudo. Sabía alejarse cuando Fidel conversaba. Intervenir, si podía, en favor de alguien. Castro negaba escasos favores a un fotógrafo que le mostraba los rasgos heroicos de su cara cada mañana. Una noche, dedicada a revelar fotos, Jesse se detuvo a mirar las personas que aparecían junto al Líder. Fulano, mengana, zutano, todos muertos. Sintió que lo atenazaba el miedo. Al día siguiente dejó caer su cámara desde el helicóptero, pidió permiso para ir a Estados Unidos a comprar otra, logró el permiso y no volvió a Cuba. ''Allá quedaron todos mis archivos, chica, pero salvé el cuero." El escritor Guillermo Cabrera Infante llevaba sus archivos en la memoria. Algunas de sus fotos eran las de Jesse Fernández.


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