El Antejardín. Fanzine No. 14

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El Antejardín

Fanzine No 14 - Octubre • Noviembre de 2012 - Distribución Gratuita ISSN 2256-4071


El Antejardín. Fanzine Dirección · Diagramación Juan David Jaramillo.

Comité editorial Marcela Ceballos • Miguel Arango • Juan Jaramillo • Juana Manuela Montoya

Edición y corrección de textos Juana Manuela Montoya • Lina Mondragón

Colaboradores Gilberto Arango • Ever Patiño • Santiago Rojas

Ilustraciones Marcela Ceballos • Sara Ramírez

Portada y contraportada Sara Ramírez Distribución gratuita y de libre circulación Octubre - Noviembre de 2012 Medellín • Colombia

www.antejardinoficina.com


Contenido Sillón Medellín Ever Patiño Mazo

Menú del día Juan David Jaramillo Flórez

Un fenómeno extraordinario en los objetos ordinarios Miguel Arango Marín

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Ordinaro / Extraordinario

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Isque ordinario

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Santiago Rojas Mesa

Marcela Ceballos González

Diseñar lo ordinario y lo extraordinario Gilberto Arango Escobar

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“...lo extraordinario entendido como búsqueda, igualmente que lo ordinario, preservador de lo más apreciado por la gente, puede ser igualmente poético y ligarse a lo más preciado de la vida humana.” Gilberto Arango Escobar 3


Sillón Medellín Ever Patiño Mazo* ever@reformalab.com

Lo blanco y lo negro, el bien y el mal o la complementariedad entre los opuestos que tan bien explican el ying y el yang nos hacen pensar que los extremos siguen existiendo pero las maneras en que nos relacionamos con ellos son bien diferentes. El símbolo de los taoístas podría ya estar expresado en la contemporaneidad con una gama de grises, que se convierte en todos los colores que puede percibir el ojo humano y, aún mejor, en aquellos que no puede ver pero sí sentir o percibir de otra manera. Sería un símbolo con realidad aumentada, un código QDR que

te llevaría digitalmente a la Sierra de Santa Marta y te mostraría la relación de los mamos con los lamas tibetanos. En fin, esos límites que nos ayudan a catalogar y ordenar el mundo ya son bien difusos, y en los actos creativos lo son aún más. Duchamp ya nos mostró que se podía llevar un objeto cotidiano a un museo, Wharol evidenció que una lata de sopa expresaba tanto como una obra de arte convencional. En diseño, Sottsass y Memphis sacaron un material como la melamina de la cocina, y desarrollaron con él objetos del más exclusivo diseño.

*Director de proyectos en REFORMA LABORATORIO DE DISEÑO (www.reformalab.com). Docente-investigador de la UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA.

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Con una ruptura armónica totalmente consciente demostraron que lo feo también es bonito. Ron Arad, por su parte, acercó el mármol a objetos utilitarios con líneas orgánicas y contemporáneas; los esposos Eames demostraron que hay que experimentar para vivir, y sin seguir ninguna tendencia mediática generaron unos objetos totalmente atemporales. En Colombia, por ejemplo, José Ignacio Vélez, artista, ceramista del Carmen de Viboral y diseñador de profesión, ha logrado que sus vajillas sean exhibidas en museos, igualando la mirada que el espectador puede tener tanto de la obra de arte como del objeto utilitario. Por otro lado, en Europa y en Norteamérica, aunque hay espacio en los museos para hacer homenaje a la obra de los grandes diseñadores desde una perspectiva histórica, también se han generado espacios para los nuevos creadores, en los que se vinculan las nuevas tecnologías con las instalaciones artísticas y los objetos utilitarios. En fin, parece que en algún momento las reglas, clasificaciones y subdivisiones que antes ayudaban a comprender el mundo han perdido sentido en la medida en que no dejan que existan otro tipo de relaciones diferentes a aquellas que están debidamente estandarizadas.

Todo esto para hacerle una introducción al SILLÓN MEDELLÍN, un proyecto experimental desarrollado por el Laboratorio de diseño REFORMA, con sede en esta misma ciudad. Y bueno, si hay una silla Barcelona, ¿por qué no podría existir un Sillón Medellín? ¿Pretencioso? Pues sí y también no. Es un proyecto en el que se utilizan materiales de tercera, como son la varilla de acero corrugada y los cordones de polyester, para conjugarlos con geometrías contemporáneas; se vinculan técnicas digitales de modelación y fabricación, con técnicas manuales de soldadura y tejeduría.

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Es un objeto único, fabricado para validar un concepto y un cuestionamiento constructivo, con los que sencillamente se quiere mostrar cómo vemos el diseño en la actualidad, un diseño que si bien mira hacia el mundo también se mira a sí mismo, que es consciente de lo que es capaz, de que no depende de las grandes industrias, que acepta su colombianidad no solamente desde el folklor del sombrero vueltiao (que es muy bello), sino también desde la identidad que se vive en la cotidianidad, que se construye mientras se camina por Junín o Carabobo y se baja luego hasta la valladera a soldar algún objeto casero ya deteriorado.

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Para el diseño de la silla, se retomó el referente tan cliché de la montaña que rodea el valle (lo bueno es que ya no somos solamente café y arepa, también somos montañas), pero esta vez lo importante (aunque no deja de ser cliché) es que la montaña evidencia el territorio, el lugar donde suceden los hechos. En el valle se tejen la mayoría de las relaciones, que intentan ser muy ordenadas pero que a medida que se acercan a las cumbres comienzan a moverse y tensionarse. El SILLÓN MEDELLÍN ofrece un asiento desarrollado milimétricamente para ser confortable, pero que, paradójicamente, a primera vista comunica lo contrario, es agresivo y esa fuerza se agudizada por el hecho de dejar la soldadura y la textura de la varilla a la vista. Si decidimos sentarnos, atraídos por unos tonos que recuerdan las calles, las montañas, los árboles y el cielo, nos encontramos muy bien recibidos por un valle de colores, con movimientos ondulantes, con tranquilidad pero atentos, atentos porque la silla no tiene cabecera, porque así como en esta ciudad en el sillón se puede estar en un estado de placentera inquietud, sereno pero vigilante. Por último, para el conocimiento del lector, el sillón tuvo su primer acercamiento con observadores diferentes a los diseñadores en la pasada SUBASTA del MAMM (Museo de Arte Moderno de Medellín), donde nadie pujó por él. Es una pieza única con un concepto muy cercano a los visitantes y con una exploración formal y constructiva diferente, pero parece que esto no fue suficiente. Surgen varias preguntas: ¿dónde nos equivocamos? o mejor, ¿el que no se haya vendido evidencia un error en las relaciones que propusimos? ¿Debemos hacer un diseño que sea industrializable? ¿El riesgo corrido con la varilla corrugada fue justificado? Son muchas preguntas que pueden no ser contestadas, pero que permiten que esa cosa sin vida viva en la medida en que sigamos visualizando otras relaciones y mientras sigamos buscando verificar otras maneras de actuación del diseño por medio de lo creado.

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FICHA TÉCNICA Nombre: Sillón Medellín, 2012. Materiales: varilla corrugada de ¼”, varilla de acero lisa de ½”, cordón de polyester, cuerda engomada. Técnicas: soldadura eléctrica, pulido manual. Tejida con nudos de alondra y nudos franciscanos. Acabado: al natural con laca transparente. Diseño: Laboratorio de Diseño REFORMA. Ever Patiño Mazo, Juan David Jaramillo, Miguel Arango. Asesoría en Ergonomía: Gustavo Sevilla Cadavid. Soldadura: Luis Alveiro Patiño. Tejido: Miguel Arango, Juan David Jaramillo, Sandra Vélez.

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Juan David Jaramillo Flórez Uno es lo que lee, lo que hace, lo que escribe, lo que estudia, lo que habla y también lo que come; a mí me encanta la carne en todas sus variaciones y si le sumamos un par de cervezas mi glotonería aumenta a niveles alarmantes. Dándole rienda suelta al gusto por las delicias callejeras decidimos buscar los lugares que han permanecido en el imaginario de algunos medellinenses y que le dan sabor a las noches glotonas que tan frecuentemente tengo. Los supuestos secretos culinarios que aparecen en los eslóganes de los negocios de comidas de la ciudad son el pan de cada día en la capital de la pujanza paisa. Por eso, al dar dos o tres vueltas por la ciudad, inevitablemente aparecen los lugares más extraordinarios de la comida callejera: la mejor arepa de chócolo, la butifarra más apetecida, la verdadera chunchurria paisa, los perros más calientes de la ciudad; la lista podría no terminar nunca. El recorrido nocturno por los distintos puestos informales de comida de Medellín surgió tras una escueta planeación y se nutrió de dos encuentros fortuitos y deliciosos que ofrecemos a manera de menú callejero para quienes, como yo, disfrutan de la comida de calle, con buena compañía y como excusa para conocer las diversas prácticas alimenticias de la ciudad.

Buscando la iglesia de Manrique, un poco perdidos por los nuevos intercambios viales construidos por el metroplús, nos encontramos en el barrio Sevilla con un negocio informal atendido por un carnicero actualmente desempleado que ofrece a quienes pasan por la carrera 49, entre las calles 67 y 68, una combinación “nunca antes vista”: un exquisito chorizo casero acompañado de un sabroso salpicón. Aunque algunos lectores no lo crean, esta extraña y ordinaria combinación, digna de una exageración paisa, es bastante rica y por demás barata.

Carrera 49 - Calles 67 y 68

Chorizos: $1000 y $1500 Salpicón: $1000 Chorizos Salpicón

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En los bajos de la estación Hospital se encuentra uno de los remataderos alimenticios más famosos de la vida nocturna de Medellín, principalmente para quienes alguna vez pisamos el suelo de la Universidad de Antioquia. Los puestos de carne asada ubicados a lo largo de un boulevard cubierto de ceniza cuentan con una hilera de sillas dispuestas frente a un televisor en el que se pasan las novelas de la temporada. En este espacio, donde los secadores de pelo frente al carbón en llamas levantan una humareda monumental, compartimos entre cuatro personas un enorme pedazo de carne de cerdo asada, con una arepa tela y mantequilla. Como si se tratara de una casa, los comensales se concentraron en las artimañas de los narcos mientras comentaban con sus compañeros, entre bocados, la astucia y la viveza con que estos nuevos héroes telenoveleros se juegan el pellejo.

Desde hace treinta años, cerca de uno de los clubes de striptease más famosos de la ciudad, se encuentra un puesto de perros calientes cuyo éxito se debe sin lugar a dudas a la cercanía con este espacio de entretenimiento para adultos; de igual manera, el sabor y el precio son un aliciente para comerse un par de estos bocados. Los años de experiencia de sus empleados y las extensas jornadas de trabajo les han permitido a los cocineros del lugar entregar hasta cinco perros con gaseosa por minuto en un puesto de trabajo que abre todos los días de la semana desde las cuatro de la tarde hasta las cinco de la mañana.

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Carrera 51 - Calle 67

Carne: $5500 Cerveza: $1900 Carne Cerveza

Calle 33 con Av. El Poblado

Perrito: $2500 Gaseosa: $1500 Perrito Gaseosa


Uno de los platos más famosos y a su vez difíciles de comer es la chunchurria. En plena avenida Ayacucho, a una cuadra de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en el barrio Buenos Aires, cuenta la leyenda que se puede encontrar la mejor chunchurria de toda la ciudad. Llegamos por indicaciones y nos encontramos con una seguidilla de puestos de comida donde ofrecían degustaciones con dos pedazos de esta suculenta tripa. En medio del vaivén encontramos el chuzo de El mocho que, con veinte años de experiencia y sacando a relucir sus constantes apariciones en los medios de la ciudad, nos ofreció lo que a grandes voces repetía uno de los jóvenes trabajadores del negocio callejero: el verdadero camarón paisa. No quisiera detenerme en esta sugestiva denominación, pero tal vez por eso mismo o por el constante movimiento de clientes con cara de satisfacción nos dimos a la tarea de probar uno de los más tradicionales platos de la comida popular de Medellín y para nuestra sorpresa estaba delicioso.

El horario en que nos dimos la vuelta por las delicias callejeras no nos permitió encontrar las famosas empanadas de iglesia. Este bocadito hecho básicamente de maíz y papa es uno de los más apetecidos en las cercanías de las iglesias de Medellín. Se pueden encontrar en algunos lugares desde doscientos pesos.

Calle 49- Carrera 35 y 36a

Chunchurria: $3000

Chunchurria

En el boulevard de la carne asada se pasea un hombre ofreciendo tintos. Todo lo que dice y hace gira en torno a su familia y su trabajo. Nos cuenta un par de historias con la naturalidad de los viejos amigos y nos queda una agradable sensación al verlo seguir su camino. Espero volver para conversar un poco más con este amigo de la calle que sabe cómo contar una historia mientras se toma un tinto.

Un paseo nocturno para comer ricos platos callejeros de la ciudad me da pie para pensar en lo sorprendente que puede llegar a ser una preparación ordinaria. Estos lugares que normalmente desconocemos en nuestro tránsito por la ciudad, y que se revelan a nosotros en cuanto decidimos detenernos motivados por la curiosidad y el hambre, muestran lo extraordinario de la alimentación en las calles de Medellín.

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Un fenómeno extraordinario en los objetos ordinarios Miguel Arango Marín Ilustración: Sara Ramírez Los objetos ordinarios pueden ser de muchos tipos, los hay de materiales poco duraderos, de mecanismos deficientes, de carcasas extravagantes, de utilidad efímera, de acabados precarios, entre muchas otras categorías que hablan de lo poco confiables que pueden llegar a ser. Ejemplos de esto abundan, basta con andar desprevenidamente por el Centro de Medellín para encontrarse con camisas blancas que en la primera lavada se encogen en un 70%, o con encendedores de 35 cm de largo a los que en pocos días se les desgasta la piedra de encendido y que dejan la mitad del gas que contienen como algo inservible, o con lapiceros de múltiples colores integrados en uno solo que dejan de escribir en poco tiempo.

Dentro de este universo de objetos ordinarios es posible hallar aquellos que el diseñador Juan Diego Sanín (2008) denomina, de la mano de David Howes (1996), objetos criollizados, los cuales pueden ser considerados como algo extraordinario si se los entiende como una materialización de las tensiones entre lo global y lo local. Para explicar esta idea y luego pasar a desarrollar la propuesta de la tensión que existe en el proceso de aclimatación de lo global

en un ámbito local será necesario definir qué son exactamente los objetos criollizados. La idea de lo criollizado es posible recuperarla del texto Estéticas del consumo (Sanín, 2008) cuando el autor analiza las características de una serie de objetos que fueron hechos en Colombia por imitación de otros objetos, de marcas mundialmente reconocidas, con el fin de atraer la atención de

De este modo queda claro que, si bien casi todas las localidades han sido afectadas por lo global, no ha habido una recepción pasiva de los grandes símbolos actuales de consumo, tales como: la música pop, las tendencias vestimentarias, los hábitos alimenticios tipo McDonald’s, los productos Apple, los ídolos deportivos con Messi a la cabeza y tantos otros que se pueden pretender universales y homogeneizantes, sino que más bien ha habido una respuesta activa que vuelve heterogéneo el discurso de la globalización. 12


los clientes, a saber: los zapatos “Escamoso All Sport” que imitan los “Converse All Star”, el aceite para el cuerpo “Jeferson”, las pilas “SQNY” y las plantillas “abidas”. Según Juan Diego, estos objetos ponen de manifiesto la apropiación y la criollización que se hacen de los discursos globales para construir realidades locales a partir de ellos.

Pero, ¿a qué me refiero cuando hablo de lo global? Para esta pregunta encuentro una respuesta apropiada en el texto La modernidad desbordada del antropólogo Arjun Appadurai (2001), ya que al leerlo es posible comprender cómo la modernidad ha rebosado en gran medida los marcos controlables y preestablecidos por la idea del estado tradicional. Según el pensador indio, este rompimiento de las fronteras entre los distintos pueblos, que mantenían contenidas las prácticas culturales, las identidades, las creencias, las cotidianidades y los imaginarios, se ha dado principalmente por el fenómeno de la globalización, apoyado en la intervención de los medios masivos de comunicación electrónica y en la migración de grandes poblaciones hacia otros países. Si bien Appadurai advierte que estas relaciones entre los pueblos no son algo nuevo en la historia del hombre, sí deja claro que, debido al alcance inmediato y global de la mediación y al aumento desmesurado de la migración, la globalización es un fenómeno que está afectando todos los niveles de la construcción de la realidad y de los imaginarios, al punto de quebrantar la hasta hace poco estable concepción de las naciones.

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Y es en consecuencia con este proceso de globalización que Appadurai plantea la idea sobre la aclimatación que se hace de lo global a nivel local, por ejemplo cuando menciona que la globalización “[…] no implica necesariamente ni con frecuencia, homogeneización o americanización[…] en la medida en que las diferentes sociedades se apropian de manera distinta de los materiales de la modernidad” (2001, p.19).O cuando pone en evidencia que: […] tan rápido como las fuerzas de las distintas metrópolis logran penetrar otras sociedades, muy pronto son aclimatadas y nacionalizadas de diversas maneras: esto vale tanto para los estilos musicales o constructivos como para la ciencia, el terrorismo, los espectáculos o las constituciones. (Ibíd., p.30)

Con esto queda claro que la relación entre lo local y lo global no es simple, pues, como bien lo señala el autor indio, la globalización no está uniformizando el mundo, más bien lo está complejizando al forzar a las localidades a apropiarse de él y a reinterpretarlo posteriormente. Y es en esa reinterpretación, hecha por distintos pueblos a nivel global, que puede encontrarse una respuesta creativa de resistencia y de conservación de las identidades particulares de cada lugar.

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Es por esto que los objetos “criollizados”, que a simple vista pueden ser considerados ordinarios, y que puede que lo sean en términos funcionales, también pueden ser abordados como algo extraordinario si se los entiende como una representación material de la tensión existente entre un discurso hegemónico globalizante y una resistencia latente desde una perspectiva local. De este modo queda claro que, si bien casi todas las localidades han sido afectadas por lo global, no ha habido una recepción pasiva de los grandes símbolos actuales de consumo, tales como: la música pop, las tendencias vestimentarias, los hábitos alimenticios tipo McDonald’s, los productos Apple, los ídolos deportivos con Messi a la cabeza y tantos otros que se pueden pretender universales y homogeneizantes, sino que más bien ha habido una respuesta activa que vuelve heterogéneo el discurso de la globalización. Esto hace que la relación entre estos dos aspectos del mundo contemporáneo sea compleja pero a la vez fascinante y que posibilite

una reivindicación de eso que hay detrás de muchos objetos que vemos despectivamente más como una “colombianada” que como algo que pone en evidencia la extraordinaria capacidad de adaptación y de resistencia de nuestra identidad.

Referencias Appadurai, A. (2001). La modernidad desbordada.Buenos Aires: Ediciones Trilce S.A. Howes, D. (1996). Cross-Cultural consumption: Global markets, local realities. London: Routledge. Sanín, J. D. (2008). Estéticas del consumo: Configuraciones de la cultura material. Medellín: Editorial Universidad Pontificia Bolivariana. 15


Ordinario / Extraordinario Santiago Rojas Mesa hetyr@gmail.com La consciencia de las cosas es lo que configura nuestra cotidianidad, pues organiza el entorno, le da sentido a nuestro habitar en el espacio. Pero tenemos la costumbre extraña y arrogante de la razón, de pensarnos conscientes de las cosas en cada momento, como si nada se nos escapara de la mente, como si las cosas en el rabillo del ojo pudieran acecharnos y nos cuidáramos aun de lo que se esconde tras ellas. Nuestro aparato perceptivo es muy esquivo y nada de lo que se nos aparece en el mundo es netamente ordinario, común o siempre presente en la consciencia. Si las cosas fueran ordinarias y pudiéramos notarlas en todo momento, entonces no caeríamos constantemente en las dos magias tácitas que hay en los objetos, es decir, esas experiencias cotidianas de extrañamiento que cubre lo que se ha escapado de nuestra atención, a saber, el olvido de lo que llevamos y el redescubrimiento de lo inmóvil. El olvido de lo portado es tal vez la experiencia de consciencia inmediata más intensa que nos ocurre: gafas, llaves, gorros, maletines, relojes y todo aditamento que nos puede acompañar. Perdemos los celulares en la palma de la mano, las llaves en los bolsillos y las gafas en el rostro. Olvidamos el sombrero que llevamos puesto y gritamos angustiados “¿dónde está mi morral?”, que cuelga en el brazo de la silla que ocupamos. Olvidar las cosas momentáneamente las saca de esa supuesta comunión con lo ordinario, se vuelven maravillosas por un momento,

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pues estando ahí dejan de estarlo, las cosas se develan a nuestros sentidos, dejan de ser cosas y se convierten en una profunda parte de nosotros. El redescubrimiento de lo inmóvil juega de manera parecida al olvido de las cosas. En una casa habitada, tu casa, la misma que has habitado durante un año, un lustro, una década; la casa en la que podrías caminar con la luz apagada, en la que no tienes que mirar para mover la silla y sentarte, en ese lugar totalmente consciente y conocido, de la nada, un cuadro nuevo aparece, o tal vez un reloj, un mantel, un tenedor. Te detienes con curiosidad ante este extraño, nunca lo habías visto, es extraordinario saber cómo un nuevo habitante de tu casa se presenta ante ti. Te mira inmóvil en su extrañeza conocida, te reta a que preguntes por él, y tú, seducido en este desafío levantas la voz y preguntas “ma, ¿esto siempre ha estado ahí? Yo no lo había visto”.


La tensión entre lo ordinario y lo extraordinario de las cosas está en la consciencia de ellas, en ese revelamiento estético que reconfigura la significación que les damos en el espacio. Cada vez que miramos algo nuevamente, que lo percibimos, que lo olvidamos aun en nuestra cara, se nos confiere la oportunidad de un nuevo encuentro, de experimentar la extraordinaria forma de las cosas nuevamente reveladas. Somos conscientes siempre de algo, pero ese algo es un misterio oculto por revelarse y, como ya lo dijimos anteriormente, siempre hay un objeto milenario que se le ha escapado a nuestra atención. Recordemos a Jorge Luis Borges, quien nos advierte y recuerda la tensión entre nosotros ordinarios y la aparición extraordinaria de “Las cosas”:

El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan, los naipes y el tablero, Un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada, el rojo espejo occidental en que arde una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas, láminas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas! Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido. Jorge Luis Borges Sería valioso revalorar el cómo entendemos las cosas, pues en el uso cotidiano las despojamos de su valor real, de su mística de objeto y las damos por sentado. Así, la próxima vez que un llavero perdido aparezca en el bolsillo que ya se revisó; una fotografía de un niño, que resulta ser uno mismo, decore la mesita de siempre; la silla astillada en una pata te sorprenda al no estar intacta o la iglesia nunca peregrina te despierte de tu rutinario viaje en el metro, pregunta, con la consciencia renovada que permite tener lo nunca antes visto, si ¿no será que son las cosas las que perduran en su esencia y tu consciencia es dispersa y selectiva? ¿no será que ellas te invitan constantemente a que las descubras y las encuentres fuera del velo de la cotidianidad?

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Isque ordinario Marcela Ceballos González Para todas las personas que alguna vez han percibido en sus vidas o en la vida del vecino algo que podría llamarse “colombianidad”, para todas las personas que encontramos en esa especie de sentimiento de pertenencia algo por lo que podríamos reírnos de nosotros mismos, para todos los que hemos visto una calle cerrada por el importante partido de “micro” que se está jugando en el barrio o que hemos conocido la popularidad del guarapo frío en los semáforos en rojo. Para todos nosotros, y gracias a todos nosotros, los colombianos, existe un programa en nuestra cada vez menos visible televisión nacional que es, definitivamente, una de las poquísimas transmisiones que alguna vez recomendaría: Los Puros Criollos.

De lunes a viernes a las 2:30 p.m., y con repetición a las 7:30 p.m., en Señal Colombia se le hace honor a los objetos, costumbres, creencias, prácticas, etc. que caracterizan a una parte importante de la población colombiana y con los que todos mis compatriotas se sentirían mínimamente identificados si, estando lejos de casa, se les atravesaran en su

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camino. Yo misma a veces me identifico claramente con lo que se desarrolla en algún capítulo del programa, y a veces no, pero lo que me encanta de Los Puros Criollos y la razón por la que lo veo cada que puedo es que reivindica las materialidades y las prácticas ordinarias, desarrolladas por personas ordinarias en sus vidas ordinarias,


cotidianas, del común, mostrándonos a todos cuán extraordinarias y dignas de ser resaltadas pueden ser, gracias a todo lo representan para mis queridos coterráneos. Todo aquel que haya intentado llenar su álbum de chocolatina Jet entenderá que para el programa sean tan importantes como para él los testimonios de los ilustradores de los animales que conformaron esa colorida Historia Natural que muchos buscamos dentro de cada chocolatina, así como las palabras de uno de los fundadores de la Nacional de Chocolates, los recuerdos y anécdotas del niño que llenó muchos álbumes y se volvió coleccionista o las

del vendedor callejero, sentado en una butaca plástica Rimax en el centro de casi cualquier capital del país, cuyo tiempo dedica todavía, y casi exclusivamente, al intercambio y venta de laminitas, cromos, monos, o como quiera que se le suela decir en la región en donde se encuentre, señor lector. Esa perspectiva ampliada que maneja el programa al incluir sin ningún pudor tan diversos testimonios logra sobrepasar los conocimientos netamente académicos y valida muchísimas fuentes de información; entre mayor sea el número de experiencias y conocimientos que se logren conseguir alrededor del objeto en

cuestión, mucho mejor. Si alguien no sabía que canciones como Adonay, Aunque me muera dejaré a Daniela y Fantasía nocturna eran la producción de un género musical colombiano tan de exportación como el café y Juan Valdez, le recomiendo entonces el capítulo sobre la música tropical, en donde queda clarísimo que las generaciones venideras seguirán cantando estas canciones, bailándolas “apapachadamente” o al menos reconociendo en esos ritmos los aires de las festividades decembrinas, aun en pleno mayo. Viendo el programa conocí también algo sobre los usos y significados que se la dan al no tan visible pero muy presente machete, según la región en donde

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se emplee. Fui también más allá de los rumores colegiales que se imparten sobre el mítico Florero de Llorente, al conocer algunas de tantas historias de las que suelen cocinarse a su alrededor en la Plaza de Bolívar, y no pude contener el antojo de un Chocoramo cuando fue el delicioso protagonista de uno de los capítulos. La impresionante variedad de bebedizos, matas, aceites y recetas para salvarnos de una enfermedad, curarnos de un mal de amores o convertirnos en amantes inolvidables hace parte de esos elementos que son destacados en el programa, porque los milagritos que se le pueden adjudicar a la caléndula o los favores pedidos a algún santo de confianza no faltan en el día a día del país, y hasta reseñados estarán en el inconfundible Almanaque Bristol. Con temáticas como estas han salido al aire hasta hoy dos jugosas temporadas, en las que el simpático conductor de Los Puros Criollos se ha encargado de abordar objetos, comidas, espacios, ritmos, cuentos o situaciones particulares que hacen parte, nos guste o no, de una importante construcción simbólica que hemos desarrollado alrededor de la cotidianidad de nuestras vidas como colombianos. Este programa me recuerda las palabras de un muy querido profesor que tuve en la carrera de Diseño industrial, que solía mencionar que el diseño, que el diseñador, debía acercarse más a las situaciones ordinarias, porque en la comprensión de las formas de vida cotidianas había un universo inmenso y maravilloso por explorar. Esa reflexión se puede extender a todas las personas y a todos los quehaceres. Por eso me gusta Los Puros Criollos, porque en pocos ámbitos se suele resaltar la importancia de lo ordinario, de lo habitual, de lo espontáneo, que es en lo que me gustaría centrar mucho más mi atención.

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Por lo mismo, invito a todos los lectores, valga la cuña, a verlo, a descubrir con qué se identifican, a despotricar de la empanada, del Renault 4, del tejo y de los quinces, y sobre todo, a reírse y disfrutar un poco de las anécdotas de la gente del común, de la gente como uno.


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Diseñar lo ordinario y lo extraordinario Gilberto Arango Escobar Arquitecto y profesor emérito de la UNAL gilar@une.net.co

“La capacidad de hacer edificios hermosos ya reside en cada uno de nosotros” Cristopher Alexander Me referiré en estas notas a lo ordinario y lo extraordinario en la arquitectura y tangencialmente al mundo de los objetos que llenan el hábitat en que nos desenvolvemos cotidianamente, entendiendo lo ordinario como lo “más común y corriente”, aquello que no se destaca por ser bueno o malo y lo extraordinario como aquello que se sale de lo normal, aquello que busca deslumbrarnos o aquello que se suma a lo ordinario. En el inconsciente colectivo y en muy buena medida también en el de los diseñadores existe la tendencia a pensar que lo extraordinario es siempre mejor que lo ordinario, que la búsqueda de lo extraordinario es un objetivo del diseño que debe ser alcanzado si se quiere obtener resultados que gocen del reconocimiento de la gente y mejorar el estatus de los diseñadores. Christopher Alexander, arquitecto austriaco que tuvo una fuerte influencia en el pensamiento arquitectónico de la década de los 70 y que aún hoy continúa produciendo, propone que la buena arquitectura es aquella que precisamente se diseña a partir del reconocimiento de la riqueza de los espacios corrientes, los espacios y los edificios que a través del tiempo han demostrado su validez, los que han sido el resultado de largos procesos de prueba y error, que la gente sabe usar, entiende, que forman parte de su percepción poética del mundo construido y por tanto los tiene incorporados en su diario vivir. Alexander ilustra su teoría con un rico panorama de ejemplos de lugares, edificios y espacios exteriores urbanos y rurales, que han sido diseñados y construidos por arquitectos anónimos o por el arquitecto colectivo que posee toda cultura, que sabe interpretar las necesidades materiales y las aspiraciones simbólicas de la gente, adecuarse a las posibilidades y limitaciones que el medio natural y la cultura le

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proveen y lograr, con el tiempo y la experiencia que se adquiere corrigiendo el error, los diseños y las tecnologías que permitirán construir los hábitats y los edificios que posean lo que él denomina “la cualidad sin nombre” que los hará perdurar por generaciones. Existe una cualidad central que es el criterio fundamental de la vida y el espíritu del hombre, una ciudad, un edificio o un yelmo. Dicha cualidad es objetiva y precisa pero carece de nombre. La búsqueda que de esta cualidad hacemos en nuestras propias vidas es la búsqueda central de toda persona y la esencia de la historia individual de cada persona. Es la búsqueda de aquellos momentos y situaciones en que estamos más vivos. (Alexander, 1981, p.4)

Para encontrar esta cualidad en edificios y ciudades, señala, todo lugar adquiere su carácter de ciertos patrones de acontecimientos que allí ocurren. Agrega que cuando estos patrones están vivos dan rienda suelta a nuestras fuerzas internas y nos liberan, y cuantos más patrones vivientes haya en un lugar —una habitación, un edificio, una ciudad— tanta más vida cobrará ese lugar. Este conjunto de patrones vivientes de acontecimiento configuran lo que Alexander define como el lenguaje de patrones vivientes. Estos lugares de acontecimiento que la cultura acaba por naturalizar y que entran a formar parte de la vida de la gente terminan por convertirse en lugares cotidianos, en lugares corrientes, en lugares ordinarios. Este lenguaje de patrones vivientes lo encontramos en múltiples lugares: una esquina de barrio con una tienda bar y unas cuantas mesas dispuestas sobre el andén; una calle de vecindario bien proporcionada, arborizada, con andenes protegidos y contenida por edificaciones de fachadas abiertas al peatón; una pequeña plazoleta con unas cuantas bancas y una fuente. Cristopher Alexander habla de patrones de acontecimiento que toman lugar y llenan de vida estos lugares: baile en la calle, estanques y arroyos, terrenos sagrados, deportes locales, sitios para aventura. Señala que: “En una ciudad con un lenguaje viviente, el lenguaje de patrones es tan ampliamente compartido que todos pueden usarlo” (Ibíd, p.187).

“Para encontrar esta cualidad en edificios y ciudades, señala, todo lugar adquiere su carácter de ciertos patrones de acontecimientos que allí ocurren. ” 23


En los edificios igualmente está presente este lenguaje de patrones vivos, por ejemplo en: patios asoleados rodeados de corredores, balcones amplios con el sol de la mañana, zaguanes de accesos altos con doble puerta, recibidores que dan al patio, pórticos de transición con sillas mecedoras, escaleras abiertas a la calle, terrazas, hogares con sillones alrededor, baños abiertos al cielo, solares con árboles frutales, estancias con dos ventanas, habitaciones propias. Todos ellos no son más que patrones de acontecimiento, no solo de aconteceres humanos sino también de eventos de la naturaleza, pero en todo caso que tenemos incorporados en nuestra vida material y simbólica, que terminamos viendo y usando como algo corriente, como algo ordinario. Al respecto agrega: “En tanto los miembros de la sociedad estén separados del lenguaje que se usa para dar forma a sus edificios, estos no pueden ser vivientes” (Ibíd, p.194). Ahora bien, para C. Alexnder, no todos estos patrones ordinarios poseen la cualidad sin nombre, de los patrones vivos, o sea que no todos poseen la carga poética que les da un valor intemporal y que hace que formen parte de los momentos o situaciones en que los seres humanos nos sentimos más vivos.

Lamentablemente, cada vez más, nuestras ciudades y muchas de sus edificaciones forman parte de este mundo gris de lo ordinario empobrecido o de los patrones muertos, esto debido entre otras causas a la pérdida de contacto entre la gente y quienes diseñan la ciudad y sus edificios.

En efecto el mundo está lleno de lenguajes de patrones ordinarios muertos que a través de la repetición, la monotonía, los edificios máquina, los que degradan patrones vivos, los que son copia de edificios sin vida, los que buscan la especulación inmobiliaria, los que carecen de sentido y de significado, todo este conjunto de edificios, producen en nosotros aburrimiento y desazón, como diría C. Alexnder, no propician en nosotros ni los lugares ni las situaciones en que estamos vivos. Lamentablemente, cada vez más, nuestras ciudades y muchas de sus edificaciones forman parte de este mundo gris de lo ordinario empobrecido o de los patrones muertos, esto debido entre otras causas a la pérdida de contacto entre la gente y quienes diseñan la ciudad y sus edificios: edificios hechos a la imagen y semejanza de la arrogancia de sus creadores, edificios y escenarios urbanos construidos solo para resolver problemas o para ganar dinero, sin consideración con las aspiraciones y el espíritu vital de la gente. Con respecto a lo extraordinario en la ciudad y a la arquitectura de los edificios podría igualmente decirse que existe un lenguaje vivo en lo extraordinario, cuando existe como búsqueda o como renovación del espíritu de los patrones vivos que por alguna razón han perdido su potencia y requieren recuperarla.

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Es el caso, por ejemplo, de los cambios extraordinarios que en la primera mitad del siglo XX el movimiento moderno de la arquitectura propuso a la sociedad con respecto a la manera de vivir, la manera de diseñar y de construir. En efecto, lo que propuso este movimiento se salía radicalmente de lo ordinario o común y corriente de la arquitectura y la ciudad, buscaban superar el anquilosamiento en que habían caído la arquitectura y el urbanismo reinantes en ese momento y dar cuenta de las nuevas realidades que se planteaba el mundo de la revolución industrial, la naciente cultura moderna y las aspiraciones del hombre moderno, mediante la adopción de un nuevo lenguaje espacial, formal y tecnológico, que cuando fue exitoso no fue más que una adecuación de muchos de los patrones vivos urbanos y edificios que desde siempre han estado ligados a la gente y a la cultura, patrones intemporales que se habían empobrecido o requerían evolucionar. Igualmente, arquitecturas posteriores han debido afrontar complejos retos, como despegar al hombre del suelo a límites inimaginados cien años atrás, movilizar ríos humanos diariamente, alojar en las ciudades grandes poblaciones campesinas, masificar la oferta de productos y servicios, y lo han hecho con propuestas en muchos casos acertadas e innovadoras (en su momento extraordinarias), logrando preservar, transformándolos, los mismos patrones vivos que desde siempre han acompañado a los hombres, en su hábitat y su cultura. Muestras elocuentes de edificios y espacios urbanos modernos con sus diferentes denominaciones, arquitecturas cargadas de sentido poético que han calado profundamente en la vida del hombre contemporáneo, abriendo camino en el hallazgo de nuevos patrones que responden a nuevos acontecimientos, como en su momento lo lograron las catedrales románicas o góticas, nos indican que lo extraordinario entendido como búsqueda, igualmente que lo ordinario, preservador de lo más apreciado por la gente, puede ser igualmente poético y ligarse a lo más preciado de la vida humana.

En el mundo de hoy, abarrotado de objetos que acompañan nuestro diario habitar, si bien una parte de estos objetos es de dudosa utilidad o posee una durabilidad programada para alimentar basureros, por fortuna otra parte importante de estos objetos posee la cualidad sin nombre de que habla C. Alexander pues forman parte de cada uno de nosotros y están ligados a nuestros afectos y ganas de vivir. 25


Pero igualmente lo extraordinario puede ser lo contrario, puede ser portador de patrones muertos que afectan negativamente la vida de las personas. Dos ejemplos pueden ilustrar esto: la retórica formalista tan frecuente en lo que se ha dado a llamar la arquitectura contemporánea, que desprecia todo referente histórico, cultural o de contexto, a la gente misma, sus sensibilidades y afectos o el caso de la vivienda comercial, con su discurso engañoso de ofrecer lo extraordinario, pero que en la realidad con su pobre y repetitiva oferta de vivienda masiva, banaliza y destruye los patones vivos e intemporales ganados desde hace mucho tiempo para el hábitat humanizado. A estos dos ejemplos de lo extraordinario como lenguaje de patrones muertos se podría sumar la degradación del espacio público de las ciudades, en beneficio de la fiebre por la movilidad y la posesión de un vehículo particular. Alexander muestra de manera muy convincente cómo este lenguaje de patrones existe en un gran universo de escenarios construidos, antiguos y nuevos, cuya característica mas notable es que han demostrado su validez a través del tiempo y que se repiten en diferentes culturas, con especificidades, pero en todos los casos de manera intemporal. Hemos hecho un esfuerzo por mostrar que este lenguaje se expresa tanto en lo ordinario como en lo extraordinario. En el mundo de hoy, abarrotado de objetos que acompañan nuestro diario habitar, si bien una parte de estos objetos es de dudosa utilidad o posee una durabilidad programada para alimentar basureros, por fortuna otra parte importante de estos objetos posee la cualidad sin nombre de que habla C. Alexander pues forman parte de cada uno de nosotros y están ligados a nuestros afectos y ganas de vivir. Sería interesante hacer el ejercicio de extender estos planteamientos de Cristopher Alexander al estudio del mundo de los objetos que nos rodean para descubrir en ellos los patrones vivos que los han hecho, los hacen y los harán importantes para nuestra vida. ¿Qué hace tan entrañable a ese pocillo de loza cargado de buen café?, ¿por qué nuestra cama es irremplazable?, ¿qué tiene aquel sofá al lado de la chimenea?, ¿qué pasa con ese escritorio de cajoncitos que lo hace tan grato?, ¿qué de especial tuvo el Volkswaguen escarabajo y tiene el Twingo?, ¿por qué es inolvidable el diseño de los aviones DC3 y es universalmente reconocida la cafetera italiana como perfecta? Invito a leer (o a releer) la maravillosa obra de Cristopher Alexander.

Referencias Alexander, C. (1993). El modo intemporal de construir. Barcelona: GG. 26




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