La ciudad confiesa a The Art Warriors

Page 1


2


3


Como autor de la compilación Art Warriors ® ha protegido este trabajo con una licencia común de artista. Cada ilustración y cada relato pertenece a su autor.

Atribución. Debes atribuir el trabajo a sus autores de forma particular y a Art Warriors ® como autor general de la compilación. En el apartado de Autores (Pág 57) encontrarás la información de contacto de cada uno de ellos.

No comercial. Como autores permitimos a otros la copia, distribución y la muestra de este trabajo. Sin embargo, no puedes usar de ninguna manera este con fines comerciales, a menos que obtengas un permiso escrito de los autores.

No se permiten trabajos derivados. Sólo se permite la copia, distribución y muestra de este trabajo si son copias inalteradas del trabajo, no obras derivadas o basadas en esta.


ÍNDICE

Prólogo de Antonio Gamboa p. 6 La ciudad confiesa p. 9 “Jodiendo con la suerte” Jorge Reyna // Art Warriors p. 10 “San Agustín y el Vicario” Nathaniel Howthorne // Antonio Espinosa p. 12 “Martes” Didac Riol // Deforme-D p. 14 “Frustración” Juan Miguel Flores // Adrián Moreno p. 16 “Black Cat” Andrés Jiménez // Andrés Jiménez p. 18 “Invierno” Emilio José // Art Warriors p. 20 “Brindo por tus huesos” David Lorenzo // Deforme-D p. 22 “El final” José Gómez // Art Warriors p. 24 “Taxi” David Moure // Diego Diez p. 26 “La cosa del armario” Sergio Doncel // Art Warriors p. 28 “El Callejón I; Alcantarilla” Andrés Jiménez // Adrián Moreno p. 30 “Bloody Soul” Ismael Gil // Art Warriors p. 32 “Principio / Fin” Sergio Baltasar // Marco Pardo p. 34 “Careta de alegría” Antonio Gamboa // Art Warriors p. 36 “El Callejón II; Suciedad” Andrés Jiménez // Andrés Jiménez p.38 “Sin título” Herni Proof // Herni Proof p. 40 “Dos viajeros” Antonio Gamboa // Art Warriors p. 42 “El Callejón III; Sombra” Andrés Jiménez // Daniel Pascual p. 44 “Rabia Gélida” Mario a.k.a. Irvin // Art Warriors p. 46 “Cuatro hojas” Alberto González // Art Warriors p. 48 “Gris” Moisés Santos // Art Warriors p. 50 “Nervio” Pablo Romero // Art Warriors p. 52 “La mecedora” Adrián Ager // Antonio Espinosa p. 54 “Lacrimosa” Antonio Espinosa // Antonio Espinosa p. 56 Autores

p. 57

Epílogo de Moisés Santos

p. 80

Agradecimientos de Antonio Gamboa p. 82


PRÓLOGO de Art Warriors


Cuando tomé la decisión de poner en marcha el proyecto que estás leyendo a toda prisa para empezar a ver qué dibujito te ha tocado o para enseñarle a tus colegas cómo ha quedado maquetado, no sabía si iba a ser uno más de esos proyectos que nunca acaban de cerrarse. Y la verdad sea dicha, poco ha faltado. Ha sido un trabajo mucho más largo y tedioso de lo que pensábamos en un principio. Nos hemos retrasado, hay gente que se ha caído, otros que no cumplían las expectativas y en definitiva; problemas. Pero finalmente lo hemos conseguido. Con sangre, sudor, lágrimas y muchos mails. Ahora sólo queda los colores y el negro sobre blanco. Ha sido tan difícil como bonito terminar un proyecto que ha embarcado a tanta gente. Todos unidos por el placer de leer, de escribir y de intentar contar las cosas a través de nuestras obras. Algunos de los relatos incluyen una canción bajo el título, te recomendamos que la escuches después de leerlo para completar la experiencia. En estas páginas se condensan historias de amor, de desamor, de odio, de tedio, de gente que podría pasar a tu lado todos los días y de gente que desearías no llegar a conocer. Historias malditas de una ciudad condenada. Historias de una ciudad que nos confiesa....

Esperamos que disfrutéis con este primer proyecto y que vengan muchos más. Muchas gracias a todos y cada uno de los que lo han hecho posible. A ellos va dedicado.

Antonio Gamboa Art Warriors


“seguro que algo queda sin decir y si debe acabar mal pues que acabe mal, que acabe con café con sal, que acabe en drama igual que Gwen Stacy, no happy ending” elphomega


LA CIUDAD CONFIESA a The Art Warriors

9



“Jodiendo con la suerte” por Jorge Reyna G- Deep - Head over heels

4:37 en la madrugada.

La ciudad duerme hace horas, pero él no, como de costumbre. El insomnio le está matando, su mente poco a poco se consume por la carga de su conciencia. Sale a la calle. Su aspecto no desentona con su alrededor, está en ruinas por la droga, como los demás. Llueve. A 3ºC no puede pensar en nada, quizás solo sale a la calle buscando la muerte para librarse de todo, de todos. Pasadas tres calles, se detiene a mirar los escaparates del barrio de al lado. Decoraciones vendiendo falsa felicidad, todo eso le deprimía aún más. -.Un último cigarro- pensó Las sirenas, los perros, los gritos, coches llevando prostitutas, la lluvia cayendo, gemidos de los vagabundos y los entregados a la droga, el agua corriendo por las alcantarillas ; que mejor banda sonora para este momento. Las últimas cenizas tocaron el suelo. Llegó el día en el que la única bala que había en el tambor de su Smith&Wesson no falló. Al fin y al cabo, ella no iba a volver.



“San Agustín y el Vicario” por Nathaniel Howthorne

San Agustín, durante una misa, ordenó a todos los malditos que abandonaran la iglesia. <<Entonces un cadáver se incorporó, salió de la iglesia y entró en el cementerio, cubriéndose la cabeza con un pañuelo blanco, y allí permaneció hasta el final de la misa. Era el antiguo señor de la casa, a quien el vicario había maldecido por negarse a pagar su diezmo>>. Ordenó también al difunto vicario que se pusiera de pie y le entregó un bastón; el difunto señor, arrodillado, recibió de esta forma su penitencia. Acto seguido ordenó al señor que regresara a la tumba, lo que éste hizo de inmediato volviéndose polvo. San Agustín propuso orar por el vicario, a fin de que permaneciera entre los vivos fortaleciendo la fé de los hombres, pero el vicario no aceptó porque se hallaba en el lugar de su reposo eterno.

13



“Martes” por Didac Riol Miles Davis - Lonely Fire

La lluvia seguía cayendo con fuerza bajo el cielo de Londres. Un día más. No sé si tomármelo como algo bueno o no. Ayer perdí la cuenta de los días en los que el cielo se levanta gris y deja escondido al sol. Solía poner la televisión. Salgo a la calle con la intención de llegar al metro, todavía de noche, cada día que pasa esta escena se parece más a la ofrecida en Tiempos Modernos. Chimeneas, fábricas, borregos incapaces de expresarse ni decir nada. Ni un triste pero. Todos son ajenos al compás que marcan mis zapatos rotos y al movimiento que genera mi cabeza con una canción que va por dentro desde hace unos días, incapaz de abandonarme su melodía. Siempre me ha fascinado estar sentado en el metro sin nada que hacer, nada con lo que entretenerme. La música sigue en mi cabeza y la siguiente es mi parada, Observo a la gente, intentando descifrar lo que pienses, ahora solo descifro pesares y preocupaciones. Cada día más negro, la niebla se entrecruza con el humo, un trabajo más, a quién le importa. Amigos, familia, colegas… Veo en todos ellos la misma sensación, la misma arruga en la frente, ese punto donde se entrecruzan la preocupación, el miedo y la resignación. Todos los días salgo de trabajar a la misma hora tras el golpe de una sirena, la misma gente, las mismas caras, las mismas despedidas a extraños, hoy volveré andando, parece que no llueve por primera vez en mucho tiempo. Aún así no veremos la luna. Curioso supongo, llegar a trabajar en la oscuridad y volver envuelto por la misma. El frío de la niebla consigue calarme hasta los huesos, no lo solucionaré hoy subiéndome el cuello de la chaqueta. Nada como volver a casa dicen. Mentira. Siento el frío de las paredes y el polvo de cada libro en mí. Lavar los platos, rutinas de un día que se va. Vuelve a llover y sólo es martes.

15



“Frustración” por Juan Miguel Flores Jpelirrojo - Sueños rotos

!

Estaba completamente borracho. No sé en que momento me había desecho de la botella de ron, pero si ya eran las once y media de la noche probablemente es porque se hubiese acabado. Menudo pedo llevaba. Nada mal para ser martes. Pero no era cualquier martes. Hoy hacía un mes que mi disco había salido a la venta. Hoy me habían dado las primeras cifras. Cifras nada buenas. Apenas había vendido seiscientas copias en toda España... Eso y el hecho de que solo se habían vendido ocho entradas adelantadas para el concierto de presentación del disco de mañana, solo significaban una cosa: Me iba a volver a tocar currar en el burguer. Mierda, con un disco en la calle y de vuelta al burguer. Por eso estaba borracho. Tenía toda la maldita razón del mundo para ponerme tan pedo como pudiese. Dios sabe que sí. Pero Dios es un cabrón. Decidí que quizá mi carrera de artista no llegaría a ningún lado, pero que no dejaría que eso acabase con mis sueños. Ni de coña. Yo iba a ser alguien grande. Había nacido para mucho más que currar en un burguer. Uno más uno son dos, pero cuando vas borracho te pueden dar siete y te puede parecer lo más correcto y sensato en ese momento ¿sabes? Así pues, mi frustración por las bajas ventas y por miedo a admitir mi fracaso me llevaron a unas calles poco transitadas cerca de una famosa discoteca. Pronto la calle empezó a estar vacía de manera habitual, siendo solo transitada por algún grupito que volvía a casa de vez en cuando. Al rato, por fin, apareció un chico joven y solitario que, al igual que yo, se le notaba que no iba muy sereno. Me puse la capucha, me subí la braga hasta la nariz y me acerqué a él y le pregunté la hora. Me dijo que eran las doce y veinte. Le dije que me diese todo lo que llevaba encima y su cara cambió, se puso a temblar y empezó a soltarme un montón de excusas sin sentido. Eso le costó varios puñetazos y un par de patadas. Ya desde el suelo me dio su cartera, su móvil y un iPod de los nuevos. Salí corriendo de allí. No me sentía orgulloso, pero por mis huevos que no iba a volver al burguer. Pero ya lo he dicho, Dios es un cabrón y le gusta dar un tono cruel e irónico a las desgracias de cada uno. Solo así se puede explicar que, de ocho malditas entradas de mierda que se habían vendido para el concierto que iba a dar mañana para presentar mi disco, una estuviese dentro de esa cartera que me acababa de agenciar. Qué hijo de puta. Me maldije, vomité y me puse a llorar como si nunca lo hubiese hecho.

17



“Black Cat” por Andrés Jiménez

-­‐

¿Sabes por qué le llaman Black Cat?

-­‐

Algo he oído

-­‐

¿Qué has oído?

-­‐

Dicen que va vestido de negro y es sigiloso como un felino.

-­‐

¿Sigiloso? ¡Já!

-­‐

Te contaré una historia... ¿recuerdas a Eddie el Manco?

-­‐

No.

-­‐

Eso es porque Eddie el Manco está muerto. Eddie era un grandísimo hijo de puta. Perdió la mano en la guerra y aquello no fue lo único, también perdió la maldita cabeza. Regresó de aquel infierno cogiendo la taza de café con la izquierda y con ideas muy ambiciosas. Siempre hablaba de robar en Good Nights, el local de "Van Gogh"

-­‐

¿El pintor?

-­‐

¿Pero qué coño dices, gilipollas? Hablo de Miguel "Van Gogh" Gálvez. Por aquel entonces era quien movía todo en la zona norte.

-­‐

¿Y por qué le llamaban así?

-­‐

Esa es otra jodida historia sobre otro jodido nombre. ¿Me dejas continuar de una puta vez?

-­‐

Sí, perdona.

-­‐

Bien... Un día Eddie se presentó con tres tipos armados hasta las encías en el local de Van Gogh, el cual nunca estaba por allí. Eddie debió olvidar que ya no estaba en la puta guerra y comenzó a disparar como si le fuera la vida en ello. Le bastó una sola mano para que no quedara un alma en pie. Ni siquiera una copa sobre alguna mesa. Todo era sangre y alcohol mezclándose como en una coctelera. Puedes imaginar el hedor que sorprendió a Van Gogh por la mañana… y eso que ya se habían desecho de todos los fiambres. Van Gogh sabía que había sido Eddie. Como te he dicho, el muy estúpido no paraba de hablar de ello. Pero Van Gogh no quiso organizar a los chicos. Llamó a Black Cat. El sabía que no existía nada más jodido que Black Cat. Ese mismo día por la noche Black Cat se coló en la casa de Eddie mientras su mujer y dos hijas dormían. Puso un par de c4 bajo la cama de cada una y esperó a que Eddie llegase. El desgraciado se encontraba celebrándolo en el bar. Cuando llegó, aparcó el coche en el jardín como todos los días y justo al quitar el contacto... ¡Boooomm!!! Su casa estalló en mil pedazos ante sus ojos. El pobre de Eddie no llegó a salir del coche. No podía reaccionar. Black Cat se acercó, abrió la puerta del piloto y rajó a Eddie en canal mientras contemplaba cómo toda su vida ardía en llamas. Ni siquiera pudo defenderse. Yo creo que antes de que el cuchillo blandiera su carne ya estaba muerto...o como si lo estuviera. ¿Sigiloso, no...? Yo diría que le gusta hacer ruido. Si le llaman Black Cat es porque si te cruzas con él...estás jodido. 19



“Invierno” por Emilio a.k.a. Jimmy Foreign Beggars - Where did the sun go?

Todo el mundo sabe, que los cinco de Febrero el grajo siempre, sin excepción alguna, siempre, vuela bajo. Me levanto de la cama y empiezo a vestirme. Siempre tuve como costumbre empezar a vestirme por los calcetines porque nunca llevo dos iguales. Me enjuago la boca, me lavo la cara, cojo las llaves, giro el pomo de la puerta y salgo a la calle. Por la posición del sol debe de ser media tarde y yo apenas llevo unos diez minutos despierto, el mundo me lleva mucha ventaja. Hace un día bonito, motivo por el cual saco a pasear mi sonrisa. Ayer no fue un buen día, aunque tampoco había motivos para que así fuese. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que no echaba a nada ni nadie en falta en mi vida. Julia siempre dijo que todo me importaba demasiado poco y yo siempre quise saber cual era el significado de la palabra demasiado para ella. Sin darme cuenta, mi paseo desorientado mientras cavilaba en cosas sin mucha importancia me había conducido hasta el descampado de la sexta avenida. Solíamos parar allí cuando éramos pequeños al salir de la escuela. Echábamos las tardes entre pachangas, con las canicas y comentando los primeros líos de faldas. Actualmente, el aspecto que presentaba no tenía nada que ver. Las madres no dejaban bajar a los pibes del barrio por que estaba lleno de jeringuillas y profilácticos. Al caer la noche se podía ver desfilar por la zona a toda la chusma de la ciudad. También era un lugar de reclamo para esa gente que tenía que acallar su libido. Nunca entendí a la gente que pagaba por sexo. Como siempre, entre unas cosas y otras, se me hizo tarde. Paré en el bar de la esquina a comprar tabaco y tiré para casa. En la cocina ya estaba servida la cena, fría como siempre. Ya nadie me esperaba para cenar y la verdad es que yo en su lugar tampoco lo habría hecho. Mi padre, dejándose llevar por ese carácter irascible que crea mi persona en él me comentó que esta jugada había sido la última y que a partir de ahora todo iba a empezar a cambiar. Mi hermano posó su mirada en el plato. Mi madre estaba enferma. Verdaderamente todo iba a empezar a cambiar.

21



“Brindo por tus huesos” por David Lorenzo Sonny Boy Williamsom - I’m a lonely man

Brindar por unos huesos como haría cualquier perro callejero. A eso me dedicaba yo cada noche, o al menos esa era mi intención; a menudo no tenía con qué brindar, y nunca tenía con quién. Todas las noches esperaba que eso cambiase, como en aquellos libros que había aborrecido cuando aún era un chaval aprovechable. Todo eran historias trágicas que, un día, cambiaban, pero la realidad es esta; las historias trágicas son estables en su inestabilidad, y, si cambian, lo hacen a peor.

A menudo envidiaba no ser un aborregado cristiano para tener un Dios en el que creer para que obrase el milagro, le habría invitado a unos huesos a cambio, incluso. Pero no, sólo eran tonterías, tenía que sobrevivir el tiempo que me quedase y poco más, brindar por unos huesos que es lo único que tenía para celebrar y me sentía satisfecho con ello, incluso me planteé varias veces si mi historia era realmente trágica. Lo típico de sentirte grande cuando cada farola agranda tu sombra, cuando los músicos que te hablan están muertos, cuando estás rodeando un bidón con vuestras fotos ardiendo, brindando con unos huesos y usando de servilleta su antiguo vestido azul eléctrico.

23



“El final” por José Gómez Ramírez Y aquí estoy, en el final. Sí, el final de todo. En mi final. Se acabó. Escribo esto en mi último aliento de cordura, en mi última exhalación de libertad, en mi última bocanada de vida desde este sucio y hortera hostal situado en el ajetreado y degenerado centro de esta oscura ciudad. Detrás de mí, yace en una cama cutre y chabacana en forma de corazón una mujer muerta. “¿Seguro que está muerta?” Segurísimo, la he matado yo mismo con mis propias manos. Primero intenté ahogarla, pero no era tan fácil como yo pensaba, así que me decidí a coger un cuchillo bien grande y afilado y clavárselo en puntos vitales del cuerpo: hígado, pulmones, estómago y por último el corazón. Fue una escena sangrienta, pero ahora tampoco es tan macabro, el rojo sangre de sus venas y arterias se camufla entre el rojo pasión de las sábanas de la cama. Su cuerpo desnudo y muerto se posa casi de forma mágica sobre este mundo de vivos. ¿Qué por qué lo hice? Simplemente quería conocer, porque tenía curiosidad. “¡Escribe sobre lo que sepas!” me enseñaron una vez y yo quería escribir sobre la muerte y para ello tenía que morir o matar, tenía que mirar a la muerte a los ojos para conocerla y poder describirla. La muerte, el final de la vida… tenía la necesidad de grabarlo con un cincel sobre la piedra de mi historia. ¿Que por qué esta curiosidad por el final de la vida? Porque es el final de los finales y, para mí, la esencia de las cosas reside en su final. Piénsalo, tú, lector, que estás penetrando en los rincones más oscuros y depravados de esta sucia mente humana a través de las curvas de mis letras. Piensa en el final ¿no es lo mejor siempre? Las buenas películas tienen buenos finales, los mejores partidos de baloncesto se deciden en el último cuarto, las grandes carreras de motos se ganan en la última curva, la parte más esperada de una novela es el final, andamos para llegar al final de nuestro trayecto, vamos a trabajar esperando que llegue el final de la jornada… es el éxtasis, la cumbre de todas las cosas y está presente en todas las facetas de este mundo, todo tiene final. Y la mayor de las cosas, la vida, tiene que tener uno de los mejores finales… la muerte. Llevo tres días sin dormir vagando por las calles de esta urbe como un zombie, manteniéndome despierto gracias a la mezcla desproporcionada de cocaína, anfetaminas y mezcalina y dándole vueltas a la idea del asesinato. El despiadado cóctel de drogas recorre mi organismo y siento que voy a explotar, mi cuello parece despegarse del cuerpo, estoy tenso, tengo los ojos rojos y la pupila en una órbita paralela, mis sentidos están agudizados hasta el extremo donde la percepción duele. ¡Oh! ¡Si me vieras escribir querido lector! Es increíble la velocidad con la que mis dedos golpean el teclado de esta vieja máquina de escribir. Empujo tan rápido y fuerte que mis dedos sangran. Sí, la máquina de escribir se llena de sangre, ya no veo letras, veo sangre, golpeo sangre y salen letras. ¿No es maravilloso querido lector? La policía llegará en breve y observará mi bella obra de arte: esta mujer rubia, de labios rojos y carnosos y de pelo rizado y despeinado; de cuerpo voluptuoso y apetecible que mira al cielo con unos ojos marrones miel y la boca abierta. Sí, lo sé, estoy loco, pero aún me queda algo de cordura, aunque creo que en breve desaparecerá por completo de mi mente. No voy a dedicarme a explicaros por qué estoy así, simplemente estoy así, es mi final, es mi esencia, soy así. Empiezo a escuchar sirenas de policías, vienen por mí. Vamos, venid y mostrad al mundo mi última y definitiva obra de arte, el final de mi carrera como artista. Los escucho subir la escalera, tenemos poco tiempo lector, creo que voy a despedirme. He decidido titular como “EL FINAL” esta última obra y dedicártela a ti, querido lector, a ti que sigues pegado a mis líneas y palabras esperando leer el final de la historia. Pues aquí está mi final, acaban de echar la puerta abajo y…

25



“Taxi” por David Moure Me dice que no le pite.

Me dice que no pite al taxista que está parado delante, con el semáforo en verde y la cola de coches detrás que empiezan a pitar.

Me dice que es un puto taxista con sus putas ventanillas bajadas en pleno mes de agosto y el aire acondicionado apagado, ahorrando pongamos que cinco céntimos de euro cada 100 kilómetros, soportando 45 grados en el interior de su coche, con la piel sintética efecto cuero de vaca teñida de negro cociéndose bajo su culo, bajo su espalda, todo alrededor de él, con el salpicadero de plástico desgastado deformándose por el calor, con el volante abrasándole los dedos. Por cinco céntimos de euro a los 100.

Me dice que tiene el aire apagado y seguramente su cuerpo se le está pegando ahora mismo al respaldo del sillón por la humedad, y nota las pantorrillas achicharradas ahí abajo, luchando por despegarse del asiento, pegajosas y fofas por la mezcla de aire y gas de tubo de escape ardiendo que entra por la ventanilla. Que seguramente su coche se ha parado porque tiene medio millón de kilómetros, medio millón de primera, segunda, primera, segunda. Que lo último que necesita en la vida es que alguien le pite.

Me dice que se le ha calado y no le arranca y que bastante tiene él ya con esa mierda de coche que, probablemente, se le cala en todos los semáforos, en cada semáforo. Bastante tiene él ya con esa mierda de coche, me dice, a juego con su mierda de vida, con su mierda de trabajo. Bastante tendrá con volver a casa cada noche y aguantar la mirada de asco y de desilusión de su mujer por haberse casado con ese perdedor, con ese perdedor que tiene un coche de mierda y un trabajo de mierda con un sueldo de mierda. Bastante tiene él con aguantar a esa mierda de mujer que va en chándal al parque a pasear por las mañanas, en chándal a la compra y en chándal a comer, en un horrible chándal en el que por alguna y horrible razón siempre figura el horrible color fucsia. Una de esas mujeres que siempre hablan en voz alta, en una voz tan alta que es imposible no escuchar las estupideces que dicen, sus estúpidos temas de conversación llenos de estúpidos lugares comunes, sus laísmos y leísmos y todos sus ismos. Sus chorradas en el parque, en la compra, en su casa. Su conversación cargante, su relación vacía pero asfixiante como el aire que ahora mismo entra por su ventanilla, por esa ventanilla que tiene bajada. Para ahorrarse cinco céntimos a los 100.

Me dice que no le pite y yo le miro mientras habla, sentado a mi lado, con la vista perdida en algún punto dentro del taxi de delante.

Y por fin arranca y entonces yo arranco también, y los dos sabemos que la conversación sobre el taxi de delante no era la conversación sobre el taxi de delante. 27



“La cosa del armario” por Sergio Doncel El hombre abrió una nueva lata de cerveza y sorbió el líquido. Justo entonces, su hijo de seis años se interpuso entre él y el televisor. “Papá, tengo miedo”, dijo, casi susurrando, los ojos implorantes. El padre ni se inmutó. Estaba harto de los miedos de su hijo, de sus absurdos terrores nocturnos. Si su madre estuviese con ellos, ella se habría ocupado de Steven y sus debilidades... No era así, y bastante tenía con llevar dinero a casa, matándose a trabajar, y sacarle adelante. Ahora sólo deseaba descansar un rato antes de acostarse viendo la televisión y bebiendo cerveza. ¿Por qué los dichosos críos tenían miedo por la noche cuando era mucho más espeluznante la cruda luz del día? Aun así, el rostro tierno y suplicante de Steven le hizo flaquear. “¿Qué pasa? ¿De qué tienes miedo? Ahí arriba no hay nada”, aseguró, echando un vistazo por encima del hombro a las escaleras que conducían al piso de arriba, envuelto en oscuridad, donde estaban las habitaciones. “Papá, hay alguien o... algo en mi armario”, dijo Steven. El padre bebió un poco más de cerveza mientras contemplaba en silencio a su intranquilo hijo, de apariencia desvalida y frágil. Sabía que lo que decía era imposible y no se molestó en subir a comprobarlo. Mandó al niño de vuelta a la habitación. Steven, cabizbajo, subió las escaleras arrastrando los pies para regresar a su habitación. Justo frente a su cama estaba el armario, un mueble alto y viejo, con una puerta doble ligeramente entreabierta. Sentado en la cama y subyugado por el miedo, escrutó la oscuridad hasta que sus ojos se acostumbraron a ella y pudo distinguir la ranura del armario... y lo que en él se escondía. Una lánguida y siniestra mano agarraba el borde de la puerta entreabierta, como si lo que había en su interior la estuviese abriendo poco a poco. Y, más arriba, estaba el ojo, un ojo brillante y enrojecido que miraba fijamente a Steven. Podría haber pasado por un ojo humano. Sin embargo, sabía que no lo era, que ese ojo no podía pertenecer a un ser humano. Steven no se atrevía a encender la luz y enfrentarse a la cosa del armario, pero tampoco era capaz de apartarse de esa visión. Suponía que, si cerraba los ojos, la cosa saldría y le despellejaría. Por ello, aguantó despierto lo que pudo y despertó a la mañana siguiente en una cama sudada donde aún se arrastraban las pesadillas que había soñado. Con el tiempo, en sus noches de insomnio, comenzó a hablar con la cosa del armario. Nunca terminaba mostrarse y no le hacía ningún mal. En esas noches que parecían infinitas, el chico aprendió de qué pasta estaba hecho el mundo. Y decidió actuar en consecuencia. Sí, en consecuencia. Porque la cosa del armario no podía equivocarse. Muchas noches después, cuando creció, pudo cumplir sus objetivos. Primero fue su padre. No encontró ninguna dificultad en simular que el hombre, ya mayor y torpe, había resbalado en el baño y se había partido la cabeza. Luego empezó con las mujeres. La noche le daba anonimato, la posibilidad de encontrar víctimas y, sobre todo, la guía de la cosa del armario, que siempre le acompañaba. Steven no tenía ninguna duda de que la cosa, más allá de las sombras, sonreía cada vez que él salía a limpiar el mundo, a librar del miedo a las personas, un privilegio con el que él no había contado. Siempre iba a sus casas. Sorprendentemente, en todas ellas encontró un armario en el dormitorio. Una vez les había hecho el amor y se quedaban dormidas, se escondía en el armario y las observaba un buen rato desde allí, ¡sintiéndose él mismo la cosa del armario! Después, hacía ruido hasta que ellas despertaban y en el instante en que reparaban en que él no estaba en la cama y que había algo en el armario, se abalanzaba sobre su presa fuera de sí apuñalándola con un cuchillo, y cuando la sangre ya empapaba las sábanas y de la mujer sólo quedaba un amasijo de carne casi irreconocible salía sin dejar rastro de su presencia. Había librado a una más del miedo que subyacía tras el velo de la realidad. Sólo bastaba rascar un poco para toparse con él, para sentirlo. ¡Era tan evidente! Pero la policía le fue acorralando. El cerco se estrechaba y casi fue atrapado durante uno de sus crímenes. Se camufló en la noche, en los callejones, en la niebla, con las luces de la policía pisándole los talones. Todo en vano. La cosa del armario advirtió que pronto le atraparían. Steven, una vez más, obró en consecuencia. Justo cuando el reloj daba la medianoche, la policía entró en la casa de su padre. Subieron a toda velocidad las escaleras y penetraron en tromba en su habitación sólo para encontrarle tendido en su cama, convertida en un charco de sangre, con las muñecas brutalmente cortadas. El cuchillo que había empleado en todos sus crímenes y que, evidentemente, había aplicado a sus muñecas estaba tirado en el suelo. Quizá era mejor así. Frente a la cama del asesino colgaba un enorme espejo que Steven había hecho añicos arrojando el cuchillo contra él. Después de todo, había descubierto que la cosa del armario no era ni tan poco humana ni tan desconocida como a simple vista le había parecido la primera vez que la tuvo ante sí. 29



“Alcantarilla” por Andrés Jiménez

Son las 12:06 del medio día. Pablo sale disparado del portal corriendo. Cruza tres calles de camino a la plaza, y justo antes de cruzar la cuarta oye el chillido: “¡¡¡PABLO!!!” Pablo frena rápidamente. Da cinco pasos hacia atrás…y allí están. Antonio y Fran, sus queridísimos compinches metidos en un callejón. ANTONIO- Los mayores tienen ocupada la plaza así que hemos venido aquí a jugar. ¿Y sabes qué? Te toca ponerte de portero por llegar tarde. PABLO- Pero tíos… no podemos jugar aquí… ¿Nunca os han contado las cosas que han pasado en este callejón? FRAN- ¿Qué cosas? PABLO- Mi abuela me contó que aquí fusilaban a la gente en tiempos de guerra. Dice que estas paredes se llenaron de sangre y jamás podrán limpiarse. Todo el mundo evita este callejón. Hace un par de años violaron a una niña aquí mismo y la cortaron en pedazos. Cuentan que encontraron los restos en esa alcantarilla de ahí. Al día siguiente los asesinos aparecieron aquí tirados sin explicación. Según dicen les faltaba toda la piel de pies a cabeza. Mi abuela decía que la sombra de este lugar esconde bestias hambrientas. Que la suciedad de sus ladrillos encierra almas en pena. Y que esa alcantarilla no es otra cosa que un conducto directo al infierno. Cuenta que han pasado tantas cosas horribles en este lugar, que ahora se alimentan del dolor y del miedo. ANTONIO- Menuda tontería. A ver…¿Dónde demonios se supone que murió esa niña? ¿En esta alcantarilla dices? Antonio se acerca a la vieja alcantarilla pasándose el balón de mano en mano. Es una de esas alcantarillas en forma de rendija cuadrada que filtra el agua de la lluvia. Cuando asoma la vista por los barrotes solo ve oscuridad. Pero de repente algo brilla en el fondo. Poco a poco se dibuja la forma de una moneda dorada y resplandeciente. ANTONIO- ¡Tíos! ¡No os lo vais a creer! ¡Hay una moneda ahí adentro! ¡Y juro por Dios que parece de oro! PABLO – No pienso acercarme. Fran, ni se te ocurra a ti tampoco. FRAN- Vale, vale…Tranqui. ANTONIO- Sois unos estúpidos. Parecéis unos lloricas. “¡Mamá, ven a ayudarme, estoy muerto de miedo…!” Antonio se pone de cuclillas con el balón entre las piernas mientras sigue burlándose de sus amigos. Comienza a introducir sus pequeños dedos como puede por los huecos, que resultan ser bastante amplios, y la mano completa entra sin demasiadas complicaciones entre los barrotes. Las yemas de sus dedos consiguen tocar el frío metal de la moneda, cuando de repente, siente como la oscuridad se aferra a su brazo. La sombra se enrosca apretándole desde la muñeca hasta llegar casi al codo. Y de repente… Antonio desaparece engullido por la alcantarilla, dejando tan solo su pelota dando un par de botes en medio del silencio. 31



“Bloody Soul” por Ismael Gil Duke Elling ton & John Coltrane - In a sentimental mood Entré en el super. Cogí rápido la cerveza para esa noche sin mirar ni marcas ni precios ni escotes de dependientas mal pagadas. La cajera me miró extraño, como cosa rara, mi cara de pocos amigos, ojeras de oso panda y vino en el pelo no decían nada a mi favor. -Necesito que me de su carnet. -¿Está usted bromeando?-pregunté. -No. -No he estado estudiando cinco años en la carrera de no hacer nada como para que me pidan el carnet en un super. ¡Soy un puto catedrático entre los vagabundos, maldita sea! Escupí en su cara, escupí en mi jersey rojo, ancho y roto, y al salir meé en la entrada. No pagué. Tampoco me sentí especial o feliz. Próximo destino, mi oficina. O lo que vendría siendo el parque de aquel barrio. Era un nómada en una ciudad de extraños, empresarios, putas y asesinos. Aunque sea buscaba el bienestar en dormir en un banco diferente cada noche. Era todo un reto. Es mentira eso de que los vagabundos nos ayudamos entre sí. Nos timamos entre nosotros, eso quizá. Y cuando consigo que me dejen entrar en un bar, tengo que estar aguantando programas de periodistas viviendo en la calle, burlándose de mi y de los demás mendigos. Burlándose de mi familia y de los míos. Ya no quedaba consuelo, ni si quiera en amigos. Los compis habían muerto hacía demasiado tiempo. Tuvieron suerte. Llegué al parque y me senté en un banco lleno de chavales que no tardaron ni dos segundos en largarse de ahí, sin olvidar reírse de mi locura. Abrí la primera birra de la noche. Era una noche fría. Daba igual. La luna llena se ocultaba entre nubes porque incluso a ella le daba vergüenza mirarme a la cara. Imaginadme entonces a mi… Intenté alcanzarla, abrazarla o hablar con ella. No respondía, me ignoraba. No era la primera vez. Y seguramente tampoco la última. No sé si sería por la cerveza, el frío o aquel barrio, pero el viento me hizo recordarte. Al hacerlo, mi nariz abrió su desagüe y empezó a sangrar. Nunca se me llegó a curar. Mi nariz rota era el mejor recuerda que tenía de ti. ¿Por qué follar si podía sentir el tacto de tu palma en mi cara? Ya no había romanticismo alguno en las relaciones tradicionales. No me mandes a la mierda si puedes romper mi ser con más arte y elegancia. En el fondo mi final no era del todo culpa mía. ¡Jesús no me salvó como a sus judíos! Y mira que yo era judío… Había pasado tanto tiempo de todo… Hasta las cervezas de la noche pasada parecía que las hubiera meado hace dos años. Se me había olvidado escribir. Se me había olvidado leer. Pero no se me había olvidado los nombres de “los compis”. Saqué una navaja y escribí sus nombres en el banco. “DIEZ, DOCE, TRECE, CATORCE, QUINCE” Habían sido buenos tiempos. Quizás demasiado y por eso una fuerza divina me había obligado a acabar así y que pudiera haber un balance casi razonable de felicidad en mi vida. No quedaban cervezas, y por muy malo que fuese no era lo peor. No estaba borracho. Me cagaba en la puta. Decidí dormir, o al menos intentarlo. Dormido no pienso. Lo más probable que eso fuera lo mejor. No pensar… así la vida podría verse casi con una sonrisa. Casi. ME LLAMO ONCE PORQUE LA VIDA SOLO ME HA DADO ONCE SEGUNDOS DE GLORIA. Once segundos que me bastaron para nunca poder olvidar tus ojos.

33



“Principio / Fin” por Sergio Baltasar

PRINCIPIO

…en ese momento el héroe aparece con la chica en brazos atravesando explosiones, sirenas y gritos de pánico. Una vez que están fuera de peligro, se miran fijamente durante unos segundos y se besan de forma apasionada. De fondo, escuchamos una mezcla de música épica y romántica. FIN

Ya en casa, la chica le pregunta al héroe porqué siempre le mete la lengua en la boca cuando se besan. El héroe por su parte, le pregunta por los diez frascos de cremas de belleza que tiene en el baño, todos sin tapa.

35



“Careta de alegría” por Antonio Gamboa Bambino - Payaso

El trabajo de payaso está más que subestimado. Él representaba los últimos coletazos de una generación que había adorado a grandes como Fofito o los hermanos Tonetti. Había reído y llorado, había visto una y otra vez aquellos vídeos grabados en beta. Había imitado sus movimientos, sus gags. Había emulado a sus ídolos con los zapatos de su abuelo Paco y el maquillaje de la tía Encarna. Pensaba en los malos tiempos. Ya pocas veces pensaba en los buenos, los buenos viejos tiempos. Quedaban muy lejos, en un lugar de color y alegría que distaba mucho del bar con barra de zink y carajillo a 0’60€ en el que se encontraba. Un auténtico superviviente. Quedaba otro. Otro que como él se resistía a desaparecer. El viejo Rayito. Pobre diablo. De él había aprendido muchas cosas, fue su maestro en su día. Fue un payaso muy digno, nunca dejó insatisfecho a su público, nunca se fue de su actuación un niño sin su sonrisa. Vaya espectáculos montaba Rayito, daba gusto verlo. Y ahora, le veía al otro lado del cristal, preparando el rincón donde iba a pasar todo el día sentado en su silla de playa, con su cartelito plastificado, fumando Ducados y bebiendo de esa petaca que le regalo Conchita... Cuántos años han pasado. Cuánto ha llovido. Ay Conchita... Pobre Rayito, le veía, ya sentado, sus tatuajes descoloridos y difusos a flor de piel, la expresión abatida, en una mano el cigarro humeante y en la otra la petaquita. Y en la cara una sonrisa pintada sobre su cara triste. Y esos ojos, esos ojos profundos, en los que de vez en cuando se veía el destello de un trapecio pasando de lado a lado, volando la pequeña Lorena por lo alto de tres elefantes, de una red de seguridad y de Juanito el tragafuegos. Terminó su vaso de leche y se marchó de vuelta a casa. Cuando pasó delante de Rayito soltó sus últimas monedas en la mano de él. No le reconoció, ni siquiera dio síntomas de haber notado el frío de aquellas nuevas pesetas. Estaba ya hastiado de la vida y vivía sólo de recuerdos, en sus córneas había siempre una película proyectándose. Un film eterno y precioso en el que el escenario siempre era el de un circo. Al menos Rayito vivía su película. ¿Él? Tantos años dedicados a lo mismo y para qué. Ahora su única adicción, hacer reír a los niños, se había vuelto en su contra, los niños se reían de él. Tenía una madre con alzheimer a la que mantener y no le quedaba dinero ni para sus pinturas baratas. No era justo. Necesitaba sus pinturas. Necesitaba sus niños. Sin ellos no era nada. No puedes ser un payaso sin pinturas. Un payaso sin pinturas es sólo un pobre hombre. Como Rayito. La sombra de un gran payaso, siempre es un pobre hombre con restos blancos en el cuello... 37



“Suciedad” por Andrés Jiménez Son las 20:34 de una tarde sombría. Una pareja de enamorados con ganas de demostrarse su amor va chocando con los muros de un vecindario tranquilo. Caminan como pueden entre besos desenfrenados y caricias algo explícitas para una hora aún temprana. Ella casi lleva el sujetador por fuera de la camiseta y Él se esfuerza por que así sea. La agarra de la mano y la dirige a un callejón a unos cuantos pasos de donde se encontraban. Al llegar Ella no parece muy contenta con el aspecto del sitio. El frío y la oscuridad dominan el lugar. En medio se encuentra una pelota inmóvil. Alguien debía haberla perdido. O quizás ella había perdido a su dueño. ÉL- Vaya… parece el balón de mi hermano… ELLA- ¿Qué? ÉL- El balón. Creo que se lo ha dejado mi hermano. No importa. No creo que venga ahora a por él. ¿Qué te parece el sitio? Solitario, ¿no? ELLA- Es un poco sucio, ¿No crees? ÉL- ¡Venga, no es para tanto! ELLA- Pues a mí me da escalofríos… ÉL- Entonces ven que te dé calor. Él se abalanza sobre ella dirigiendo sus labios directamente a su cuello. Comienza con dulces besos que dan paso a fieros bocados. Pero a ella no le molestan. Goza con cada mordisco, se estremece cuando aprieta su cintura… y arde de placer cuando la hebilla del cinturón presiona su ingle. Es como abrazar el pecado. Se mueven dando tumbos en un baile torpe y finalmente Él queda contra la pared. No para de besarla hasta que su pie choca con el balón y entonces siente el impulso de darle una patada. Le pega con fuerza y lo manda lejos del callejón donde no pueda estorbar. Como si nada vuelve a la boca de su amada. Pero se encuentra con que esta la tiene sellada. ELLA- ¿Por qué has hecho eso? ÉL- No sé. Quería hacerlo. ¿Qué más da? ELLA- Es la pelota de tu hermano no la tuya. ¡¿Por qué le das una patada?! ÉL- ¿Qué? ¿A qué viene eso? ¿Por qué utilizas ese tono de voz? Los ojos de ELLA comienzan a volverse negros como si la noche los salpicara y su mirada penetra en la de su amante. Su boca pronuncia con voz ronca palabras extrañas en un idioma desconocido para ÉL, que a duras penas reconoce a la chica que tiene delante. ÉL- ¿Qué cojones dices? ELLA – Digo que lo que entra en el callejón no sale del callejón. De repente, Ella le agarra por el rostro tapándole toda la cara y con una fuerza sobrehumana le estampa la cabeza contra la pared de ladrillos. De un solo golpe la cabeza estalla y los sesos se esparcen resbalando hasta el suelo. Ella en cuestión de segundos vuelve en sí y cae de rodillas aterrorizada. Se mira la mano empapada en sangre y se pregunta qué a sucedido. Pronto se preguntará también cómo explicar a la policía lo sucedido o dónde llevar un cuerpo de 64 kg para deshacerse de él. 39



“Sin título” por Herni Proof

Desperté sobresaltado, con una leve tacicardia y un asqueroso sabor a mieles clavado en el paladar, asi que me vacié un par de ceniceros en la boca. "Jodido jarabe infantil", musité echando un vistazo al salón, mientras trataba de recomponerme en el sofá. Una orgía de tostadas y calcetines retozaba sobre mi moqueta nueva, en la mesa, el padre Jacob sostenía un cigarro con la cabeza otra vez en Sodoma. Me sorprendió que los estantes se mostraran intactos, normalmente son los primeros en caer. Divisé los restos de un hot-dog que había quedado encallado entre los cojines. Lo eché al bolsillo y me lancé al exterior. Estaba todo oscuro y cubierto de escarcha, y una carretera maltrecha osaba dejarse ver entre las siluetas de las demás estructuras. Mis ojos se acostumbraron a la penumbra y empezaron a dibujar el resto de figuras, completando la visión del paraje. Pude ver a lo lejos una figura sentada en la nieve . Mientras me acercaba a ésta me invadió la melancolía de la infancia, recuerdo que mi padre nos llevaba a montar en trineo y después nos llevaba a almorzar roast beaf siempre al mismo puesto. Lo que me gustaba cazar ciervos y lo mucho que odiaba cuando en los cuentos del colegio la ilustración no acababa de concordar con el texto. No me extraña que los críos de hoy intenten exterminar a sus profesores. -¡Pensé que estabas hibernando!- Aquel entusiasmo me devolvió al presente. -Pues a tí se te va a congelar el recto.- Le respondí, echandome un pitillo a la boca. Se trataba de Pink, mi insomne compañero de empresas.- Además, soy un ornitorrinco, idiota, los que ibernan son esos osos amanerados de North Coast. -Estoy esperando. Y volvió a apartar la vista de mí para mirar al frente. "Te pasas la vida esperando". Entonces una explosión de luz sacudió todo, y una cara familiar emergió de aquel fulgor. -¡Por fin!-Exclamó Pink.-Casi nos hemos quedado sin cerillas, y empieza a oler un poco fuerte la fuente de pescado. -¿Os importaría prescindir de mí un poco esta semana? Creo que mamá empieza a sospechar algo. -De eso nada, ya conoces el trato.- Pink debería tomarse todo este asunto con más calma. Y es que vivir en el congelador de un niño de ocho años puede resultar crudo de aceptar, pero todos hemos visto sufientes películas como para saber cómo comportarnos en ésta, nuestra sociedad.



“Dos viajeros” por Antonio Gamboa Georges Moustaki - Ma Solitúde

Esta noche no aguantaba más. Desde que cerró la puerta de su casa hasta que abrió la del portal aguantó la respiración para no permitir la entrada en su pituitaria a ese olor a rancio y húmedo que inundaba la inmunda escalera. El aire fresco me hará bien, pensó mientras respiraba profundamente calle abajo. Un par de manzanas doblando esquinas y llegó a un pequeño parquecito, nunca lo había visto. Estaba un poco oscuro y parecía aislado de los ruidos de la vida nocturna. La escasa luz de la única farola del parque iluminaba un banco desvencijado en el que se sentaba, derrumbado, un mendigo demasiado ensimismado en sus pensamientos como para percatarse. Sin mediar palabra se sentó junto a él, sacó un cigarrillo un poco arrugado y se tanteó los bolsillos en busca de fuego, fue el mendigo el que le acercó una llama para encenderse luego él mismo otro pitillo, de tabaco barato. Fumaron en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, compartiendo ese extraño momento de soledad. Ambos habían pasado un auténtico infierno, y en cierto modo, si hablasen, si compartiesen sus historias, las vejaciones, insultos, palizas y demás, se darían cuenta de que no son tan diferentes. Pero el camino del infierno es un camino solitario, así ha sido siempre y así es como debe ser. Por eso fuman en silencio, dos viajeros del Averno haciendo una parada para fumar y estirar las piernas antes de volver a retomar sus dolorosos caminos… *** Mientras veía como se alejaba por donde había llegado, con el cigarro humeante recién pisado en el suelo, el mendigo recordó sin saber muy bien por qué una vieja canción. Una que le traía amargos recuerdos que le levantaban la piel, recuerdos de tiempos pretendidamente mejores, de tiempos en los que aún no era un ser invisible para los demás, barbudo, desaliñado, de ojos profundamente tristes. Non, je ne suis jamais seul, avec, ma solitude1, pensó, y una lágrima limpió la mugre de su mejilla y cayó al suelo, apagando finalmente el cigarrillo de su silencioso acompañante.

1

“No, yo nunca estoy sólo con mi soledad”.



“Sombra” por Andrés Jiménez Son las 04:24 de la madrugada. Un yonqui ha encontrado el callejón perfecto para pegarse su último chute del día. Lleva un rato paseando con la jeringuilla preparada buscando el sitio idóneo. Y por fin ha dado con él. Se acurruca pegando su lomo a la pared y se hurga los bolsillos en busca de su preciada medicina. Saca la aguja y la mira con amor unos segundos. Luego la deja a su lado, sumergiéndola con delicadeza en la oscuridad de una sombra densa. Prosigue sacando lo necesario, un tubo de goma apropiado para retener la circulación e inflar la vena. Mientras el yonqui se prepara la oscuridad hace de las suyas dejando ver una jeringuilla casi idéntica al lado de la que traía en su chaqueta y ocultando esta bajo su manto traicionero. El drogadicto sin percatarse echa mano a la jeringuilla errónea y, sin tan siquiera prestarle atención, clava su aguijón en una vena embutida. Poco a poco va introduciéndose un veneno distinto al esperado. Su brazo comienza a hincharse de forma monstruosa. Las venas forman autovías azules que se conectan a lo largo de la extremidad. Un ardor se apodera de su circulación y como poseída la mano se lanza a su estómago presionando con los dedos en la carne alrededor del ombligo. El pobre desgraciado está aterrorizado e intenta inmovilizarlo pero la lucha es inútil. La mano consigue abrirse paso clavando sus uñas mugrientas y afiladas que desgarran la piel casi a modo de sierra. El heroinómano, agonizando en un arrebato de dolor, se dirige al nudillo cuatro puñaladas con la jeringa de la mano izquierda, haciendo que su cuerpo reaccione violentamente. El yonqui consigue aguantar unos segundos con vida y ser testigo de cómo se destripa así mismo. Ve cómo se extiende su intestino a lo largo del callejón, sin poder impedirlo. Pasan 3 horas hasta alcanzar las primeras horas de la mañana cuando el callejón se encuentra más transitado que de costumbre. Un sargento de policía y un joven agente observan la horrible escena del yonqui sobre el mar de su propia sangre, mientras un médico forense se dedica a recoger pruebas. SARGENTO- Parece que ayer el diablo se encontraba travieso. AGENTE- ¿Qué quieres decir? SARGENTO- Unas horas antes una chica preciosa asesinó a su novio en este mismo lugar. La pobre decía no recordar nada de lo sucedido. La encontraron dos manzanas arriba desquiciada arrastrando el cuerpo del chico. AGENTE- ¿Qué dices? SARGENTO- Lo que oyes. Para colmo el hermano del chico también desapareció ayer por la mañana. Lo único que hemos encontrado es su pelota no muy lejos de aquí. ¿Quieres oír algo absurdo? No creo que sea coincidencia. FORENSE- ¡Sargento! El medico forense se encuentra en estos momentos echando un vistazo a la alcantarilla. Y por la forma de llamar al Sargento parece que ha visto algo. SARGENTO- Dime Canales. ¿Has encontrado algo? FORENSE- No creo que sea una prueba sargento. Pero parece que ahí dentro hay una moneda. Diría que es de oro. SARGENTO- ¿La alcanzas? FORENSE- Está difícil de conseguir, pero creo que si alargo un poco el brazo…

45



“Rabia Gélida” por Mario a.k.a. Irvin Llevaba ya casi media película vista aquella noche de enero cuando, sin avisar, me entraron unas ganas terribles de arrancar la vieja moto olvidada que mi padre me regaló aquél curso que sufrí bullying en el instituto. Me puse mi mejor abrigo, cogí llaves y dinero y pausé el film dejando la tele apagada pensando: “luego la acabaré, ahora hay otra prioridad”. Bajé por el ascensor hasta el garaje y cuando la vi allí tapada y llena de polvo empecé a pensar en hacer algo gordo esa noche, en despertar a la bestia y quemar el asfalto de esta puta ciudad a gran velocidad a pesar de ser las 03:40 pasadas. Algo como coger la pistola de aire comprimido de mi hermano y disparar en marcha sobre los policías municipales y sus coches que estarían esa noche de reyes en los odiados controles de alcoholemia repartidos por toda la urbe. Una vez arrancada la moto, llegué al primer control y abrí fuego contra el coche de los agentes, rompiendo incluso la luna trasera del vehículo, algo que me hizo hasta sonreír aún sabiendo que a partir de ese momento empezarían los problemas. Dejé atrás el control saliendo a todo gas por la avenida principal y de lejos visualicé otro, esta vez con sólo dos agentes y un coche. Me dieron el alto y paré, tenía un plan.

-

Buenas noches, caballero ¿me enseña su carné y documentación? Claro agente, aquí tiene (la saqué rápidamente y sin rechistar). Este seguro está caducado, me temo que tendremos que llevarnos su moto. Disculpe mi grosería, pero ningún gilipollas y menos un agente con esa cara de no haber hecho nada en la vida va a llevarse mi puta motocicleta, ¿le queda claro? Vaya, parece que tenemos a un rebelde, a nosotros nos gustan ¿verdad Josh? (le dijo a su compañero mientras yo me encendía un pitillo en sus risueñas caras). Claro que sí Jeff, nada como un capullo a estas horas que nos haga reír un poco y nos vacile de esta manera. Supongo que papá le habrá dejado salir y ha bebido más de la cuenta, esta juventud de hoy en día… qué pena me da.

Al acabar la frase, Josh me soltó un codazo en la boca que hizo que mi cigarro pareciera una jodida luciérnaga iluminando la fría noche. Acto seguido, caí al suelo pero conseguí levantarme a los pocos segundos y salir corriendo hacia la esquina del kebab paquistaní, donde me apoyé para ver si sangraba o no. Sangraba, pero poco. Los dos agentes vinieron detrás de mí como putos galgos, siendo yo la liebre que corría medio mareado pensando en dar la vuelta a la manzana para así coger la moto y volver a casa. Corrí unos metros más y cuando giré la cabeza para ver cuan cerca estaban esos dos desgraciados, observé que sólo uno de ellos me seguía, el otro supongo que se quedaría custodiando mi solitaria moto. Paré e intenté golpear mientras me giraba a Josh, que corría a escasos metros de mí. Le di fuerte en el costado pero me agarró el brazo enseguida y me tumbó retorciéndome el mismo hasta límites anatómicos insospechados. Grité de dolor pero enseguida reaccioné al acordarme de mi querida pistola, la cual saqué con el otro brazo y disparé contra la cara del policía, que bramó como una jodida bestia. Creo que le dejé ciego. Le di en el ojo derecho y en el pómulo y se quedó arrodillado mientras yo corría doblando ya la otra esquina para pillar a Jeff de espaldas y darle su merecido. Allí estaba. Fumando o respirando, yo qué cojones sé. O humo o vaho, pero ese cabrón no sabía lo que le esperaba. Me agaché con cuidado y fui avanzando hasta llegar a colocarme detrás de su coche. El muy cerdo estaba fumándose un pitillo encima de mi Gilera como un adolescente cualquiera en la puerta de un instituto, algo que me llenó de ira. Pensé bien qué hacer e inspeccioné el coche de los polis con cuidado. Sorpresa. La puerta estaba abierta y tenía las llaves puestas. Listo para arrancar. Pero fue entrar dentro y encontrarme a un pastor alemán en el asiento de atrás que además de pegarme el susto de mi vida alertó a Jeff con sus ladridos, que enseguida vino y tras un forcejeo acabó reduciéndome y esposándome.

-

Parece que has liado una buena, valiente (me dijo medio riéndose). Mira, no estoy para putas bromas, vosotros habéis sido los que empezasteis esta mierda, pegándome ese codazo y hablándome así. ¿Cómo? Mira, tienes suerte de seguir vivo, cabrón, y reza para que cuando vuelva Josh esté bien, es mayor que yo y ya ha perseguido a muchos payasos como tú. Te puedo asegurar, cabronazo, que está bien. BIEN JODIDO. Le tuve que disparar con mi pistola de aire comprimido porque el hijo de puta quería matarme, ¿qué puta clase de polis sois? Sólo quería pasármelo bien un rato y me encuentro con una jodida pareja de psicópatas, hay que ver…

A los dos minutos volvió Josh y no sin antes meterme un puñetazo en la barriga y otro en la cara me dijo que iba a pagar como es debido por haberles jodido de esa manera. Me llevaron a comisaría y llamaron a mis padres, que no tardaron mucho en levantarse de la jodida cama para venir a recogerme y enterarse de todos los cargos que iban a caer sobre mí por todo lo que hice esa gélida noche. Fue el fin de mi adolescencia, aquella etapa tan difícil pero a la vez tan especial. El día siguiente le regalé la moto a mi hermano y tiré la jodida pistola de aire al contenedor amarillo para plásticos. Por cierto, ayer acabé la película, justo un año después de aquella pausa que cambiaría mi vida por completo. 47



“Cuatro hojas” por Alberto González Theme from Taxi Driver

Acababa de apostarme el dinero ahorrado en toda mi existencia a esta carta, a ese River, a esta mano de Texas Hold'em. Lo conseguiría, necesitaba un trébol, hay muchos tréboles en la baraja, ¿no? Alguno podría salir... solo era un trébol. Jugaba contra tres tipos, uno de ellos estaba más ciego que un topo y tenía una dulce chica de compañía que le susurraba las cartas al oído; otro parecía un hombre de negocios, no lo había visto nunca en esta timba clandestina, vendría por recomendación; el último era el primo, llevaba toda la partida picando en nuestros baratos trucos. Repartía el ciego, así que la señorita levantó la última carta. ¡Un trébol! Lo sabía, gané. De repente sentí un escalofrío... el ciego me había puesto una bala entre ceja y ceja.

49



“Gris” por Moisés Santos

Hoy José cumple 33 años. Es lunes y sus amigos y compañeros de trabajo se enterarán por Facebook. Dependiendo del grado de amistad le dejarán un mensaje en su muro o le enviarán un SMS al móvil. Su mujer le ha dejado una nota en la mesita de noche, junto a sus gafas: “¡Felicidades cariño! Hoy llegaré tarde, compra una tarta y lo celebramos cuando llegue. Un beso”. No se inmutó. Los perdones, las excusas y las mentiras piadosas eran la moneda de cambio de su relación. Su primer aniversario se acercaba, pensó, y con la calma que le caracteriza entró en la ducha lentamente con cara de sueño. Hace casi un año, al casarse, decidieron retrasar la luna de miel para cuando tuvieran un hueco en sus respectivos trabajos. Sí, fue idea de ella. José era un tipo normal. Nada fuera de lo común. Hace dos meses le ascendieron a Director de Oficina, lo que significa un aumento de casi tres mil euros respecto a su sueldo anterior. Se convertía así en el Director de Oficina más joven de su entidad bancaria. El ascenso no le pilló por sorpresa ya que había visto cómo sus compañeros a lo largo de estos diez años iban ascendiendo dependiendo de su antigüedad y no debido a sus méritos o aptitudes. Ha sido su único trabajo hasta la fecha. Entró como becario, de los primeros de su promoción, ansioso por triunfar, ávido de éxito, cómo un joven de la cantera del Barça al debutar con el primer equipo. José no se esperaba que el trabajo en la banca privada fuera a resultarle tan monótono. Cuando acabó la carrera de Económicas hace diez años tenía la idea que sería un ejecutivo agresivo, estresado, que se toma el café corriendo de camino a la oficina, y a la vez habla por su teléfono móvil sobre el IBEX 35, mientras maquina una jugada bursátil magistral para incrementar su ego y unos millones antes del descanso para comer. Se imaginaba que acabaría siendo un Gecko de Wall Street, su película favorita. Sin embargo, el único parecido con Michael Douglas era el traje gris, la camisa azul, la corbata granate estampada y los tirantes a juego. Eran las seis de la tarde y pensó que era buen momento para irse y así evitar la hora punta. Después de todo, hoy era su cumpleaños y tenía que comprar una tarta antes de entrar en el metro, ya que no había pastelerías cerca de casa. Llevaba sentado casi todo el día, desde que entró por la mañana. Se levantó con las piernas agarrotadas y cogió su abrigo dispuesto a marchar. Justo antes de salir, con el pomo de la puerta en su mano derecha, escuchó el tono de aviso de un SMS. “Perdona cariño, estoy reunida con los clientes y no llegaré a casa hasta muy tarde. No me esperes para cenar. Otro día lo celebramos. Lo siento, un beso”. No se enfadó, ni siquiera le molestó. Era tarde para eso. José se había convertido en un tipo gris y no le importaba. 51



“Nervio” por Pablo Romero A Héctor le estaba empezando a asustar la idea de tener una bruja como novia. Desde que Elena se había mudado a casa todo estaba cambiando, para empezar sus colegas ya nunca pasaban por ahí, como ellos decían; no era que tuviesen miedo, si no que les daba respeto. Héctor pensaba que la demostración que les había brindado Elena fue más para acojonarlos que para saciar su impertinente curiosidad, si no, no le cabe en la cabeza porque ya no querían ni pasarse a tomar unas copas. En realidad la ausencia de colegas tampoco era tan grave, a decir verdad, Héctor se sentía de todo menos solo. Tenía a Nervio, el perro negro de Elena, con el que pasaba, encerrado en la cocina las horas que duraban los rituales de su dueña. El frecuente tránsito de clientes que recibía Elena en casa le irritaba un poco, los clientes en su mayoría eran gente muy rara, se trataba tipos delgaduchos y pálidos que parecían estar metidos constantemente en decisiones críticas, pues jamás vio a ninguno sonreír. Llevaban juntos seis meses y Elena ya no era la misma desde la muerte de sus padres, había química entre ellos y poco importaba que hubiese cambiado la Cosmopolitan por libros viejos de medicina a los que ella se refería como grimorios… a fin de cuentas, todo es cultura. Los días pasaban para Héctor como capítulos de Cuarto Milenio, no obstante, lo peor eran las noches, estaba claro que el viejo perro necesitaba salir más a menudo a la calle, pasaba sus días encerrado en la cocina. Así que por la noche se dedicaba a ladrar constantemente, cosa que sacaba de los nervios a Héctor. Aquella noche hacía un calor inaguantable, Elena dormía como si tal cosa, pero Héctor, se estaba volviendo algo loco, no podía aguantarlo más, el bochorno, los ladridos… todo parecía conspirar en contra de su encuentro con Morfeo, por lo que se levantó, y se dirigió por el pasillo hacia la cocina, necesitaba refrescar la garganta y ver si podía tranquilizar sutilmente a Nervio. En aquel momento Héctor recibió un duro golpe en la nuca. Trato de girarse torpemente pero un segundo golpe lo llevo directamente al suelo. Mantenía levemente la conciencia cuando la puerta de la cocina se abrió. Sus ojos se encontraron con los del perro negro. De forma lenta y sin dejar de mirarle fijamente, la bestia comenzó a aproximarse a él. Por más que lo intentaba su cuerpo no reaccionaba a las señales de peligro que su cerebro le enviaba. ¿Dónde estaba Elena?; ¿Por qué no le ayudaba? Mientras la bestia olfateaba su rostro le pareció escuchar una risa nerviosa justo detrás de él. Se giró, pero ya no era capaz de ver prácticamente nada. Sus sentidos sucumbían al pánico al mismo tiempo que las fauces del animal se abalanzaban sobre él. Fue justo antes de sentir los dientes desgarrando su cara, cuando Héctor, pudo oír claramente la voz de Elena, aconsejando al animal, que no se cebase con el hueso hasta no haber acabado con la carne.

53



“La mecedora” por Adrián Ager Nacho Vegas - Actos Inexplicables Levantó la vista y miró a su espalda. Tan sólo unos metros atrás, sus huellas desaparecían cubiertas bajo nuevos copos de nieve. Le gustaría, pensó, poder borrar la sangre y sus consecuencias de un modo equivalente. Pero claro, de ser así, no llevaría medio jodido día andando. Si bien la copa fue el inicio, sin duda fue la cuchara la que termino gozando de todo el protagonismo. Día tras día sobre las tres, se sentaba en la mesa de la cocina; nadie que lo hubiera visto podría negar que había algo de tradición en todo aquello. Lo primero de todo era regar su copa con abundante vino; después, sin cambiar el semblante, calculaba la dosis de pan directamente proporcional a la cantidad de caldo que tuviera el guiso. Aun así, solía concederse a costa de la cena un pellizco más. De ser por él, podían irse a la quiebra todas las marcas de lavavajillas, no había plato más limpio en todo el país. El día prometía: era sábado, y toda sensación de culpabilidad se esfumaba hasta el lunes. El plan era que no había plan, la televisión haría el resto y la comida estaba resuelta gracias a unas judías estofadas en proceso de descongelación. Qué curioso, todo menos las judías se hallaba congelado en aquel lugar.Tumbado en el sofá repasaba su lista de muertes dramáticas cuando sonó el teléfono. Cielos, hacía tanto tiempo desde la última llamada que vaciló sobre qué contestar. Tales eran sus dudas que ni descolgó. Los años le habían enseñado a esquivar problemas, y éste tenía todas las papeletas para ser de los del género equivocación. A fin de cuentas, nadie en su sano juicio llamaba un sábado a la hora de la comida. Transcurridos diez minutos, sonó el timbre de la puerta. Definitivamente, esto no entraba en sus planes. La falta de mirilla y la actitud del visitante a no marcharse le obligaron a preguntar acerca de la identidad tras la puerta. Su sorpresa aumentó cuando, la cerradura empezó a girar con ese sonido que tan de cuando en cuando se oía en aquel lugar. Propulsado por sus reflejos, su cuerpo se abalanzó bloqueando la puerta. Pasado un rato de absoluto silencio en el que mantuvo su cuerpo apoyado inmóvil, un papel recién garabateado se deslizó por el quicio de la puerta. Al segundo siguiente pudo escuchar cómo alguien con tres piernas bajaba las escaleras con celeridad. Media hora más tarde, la comida estaba lista. La puerta de entrada abierta --en contraposición a la de la cocina-- y el olor de las judías mezclándose extrañamente con la colonia que rara vez usaba. Estaba terminando de escanciar su vino cuando una sombra alargada se proyectó sobre el cristal. Toc, toc, sonó. El silencio entendido como un signo aprobación, hizo que la puerta comenzase a girar. Con una cadencia propia de vals, avanzó la escuálida figura un par de baldosas hasta alcanzar asiento. El anfitrión había corrido frenético a retirarle la silla del modo más galante posible.Una vez aposentados los dos, llenó la copa de su invitada hasta el borde. Acto seguido, de un manotazo, la copa estalló contra el suelo. En aquellos ojos se podía leer que no había venido con ese fin. Tratando de pasar por alto aquel detalle, partió dos trozos de pan que por temor dejó en medio de la mesa. Comenzó a servir el condumio sin que nada relevante sucediera. Por un lapso de tiempo el único ruido que se escuchó fue el repique de las cucharas y el sorber de una boca que precisaba de un dentista.Terminado el primer asalto, el atribulado anfitrión fue en busca de otra porción del grasiento guiso. Tras las primeras cucharadas, palabras en forma de reprobación salieron de la boca de la convidada. Nerviosamente, el primero soltó la cuchara avergonzado. Con la mirada gacha, instintivamente sus ojos se posaron sobre el pan. De un modo lento alargó su mano cogiendo un pellizco que como siempre se hizo jurar se quitaría de la cena. Asustado ante la posibilidad de otro rapapolvo, su instinto le instó a no mojar el pan en aquel caldo. De este modo, y fiel a dejar algo de su vajilla impoluto, agarró la cuchara y la limpió con el trozo de pan. Ya tenía la coartada, y se disponía a introducírselo en la boca cuando una segunda desaprobación más dura si cabe rasgó el aire: había sido descubierto. La siguiente escena incluyó el instante en que, cuchara en ristre, hizo saltar el globo ocular de su madre. Con los gritos de dolor como banda sonora, estiró aquel papel y recogió el ojo para acto seguido guardárselo en el bolsillo del pantalón. Con el aplomo que hasta ese día le había sido negado, amordazó con un paño de cocina a su anciana madre, no sin recibir antes algún que otro inofensivo intento de mordisco que añadió al espectáculo algunas gotas más de sangre. Consciente del problema y de la imposibilidad de dar marcha atrás, extrajo de un cajón las pastillas que guardaba para el día de su despedida. Machacadas y disueltas en agua se las hizo tragar con la mayor delicadeza posible, ya que, a fin de cuentas no tenía dientes y, empezaba a comprender que no había solución para su error. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza creando un ejército en lugar de una sucesión. Nada podía hacer ya, el perdón hacía tiempo que no estaba a su alcance y había poco margen para la maniobra. Al menos, se dijo, estaba intentado hacerlo todo de un modo elegante y profesional.Una vez todo en calma y muy a su pesar sin limpiar la cocina, llevó en brazos el cuerpo inerte hasta su habitación. Allí lo coloco sobre la mecedora que tanto les gustaba del modo más respetuoso del que fue capaz. Por último, pagó por anticipado un funeral por Internet, llamó a la policía, y salió andando calle abajo sin saber a dónde ir. Si hubiera hecho caso de los telediarios sólo tendría dos opciones: entregarse o cometer suicido. Pero lo cierto es que él, pese a su error, no era gilipollas. 55


56


"Lacrimosa" por Antonio Espinosa García a.k.a Mandra Wolfgang Amadeus Mozart · Lacrimosa dies illa

Su vida juntos no duró demasiado, al menos, el lo creía así, todo y que se conocían desde que ella dio su primer aliento, desde que ella supo valorar su presencia. El, por las noches, se deslizaba sigilosamente como un susurro por el muro que daba a su ventana, llenado sus sentidos de su presencia, mágica, dulce, virginal y pura como el agua. En sus sueños más dulces, soñaban con cielos de color naranja, bajo un centenario roble inmenso, en un oculto valle que solo ellos conocían, verde y florido, estirados sobre la hierba. Ella y el, dos, pero unidos en cuerpo y alma. En ese lugar, le peinaba tiernamente sus cabellos largos y negros como la noche, mientras ella, susurraba una dulce canción que escribían sus jóvenes y carnosos labios. Días, meses, años fueron pasando, más, su historia, como una vela, se apagaba lenta pero inexorablemente. Ella ya no reía como antaño, ni tampoco tenía aquellos dulces sueños de impropia adolescencia. El tiempo maníaco había empezado a hacer mella en aquel frágil cuerpo. Ahora, los martilleos en su corazón no eran sino punzadas dolientes mensajeras de un porvenir incuestionable. Poco a poco se fueron distanciando uno del otro. Ya no subía con tanta asiduidad por la ventana de su habitación, y si lo hacía, ella, atrapada en un cuerpo envejecido, dolorido y enfermo, no lo percibía. No podía. Poco a poco marchaba hacía un lugar sin retorno al que jamás podría encontrar. Las noches de ella comenzaron a ser más y más oscuras, convirtiéndose en tinieblas. Mientras, su eterno enamorado le acariciaba el rostro cada vez con más ímpetu, pero ya no respondía. Ya nunca lo haría. Dejo de resistirse a lo inevitable. Primero marcharon los recuerdos, seguidos de su propia identidad. Se fueron los dolores y sufrimientos. Con ellos, el tremendo miedo a lo desconocido. Así acabo y a la vez empezó todo. El, cada noche gritaba angustiosa y furiosamente con la fuerza de un huracán con la vana esperanza de hacerle llegar su dolor. Desde aquel marcado día, las noches nunca volvieron a ser tranquilas, no paraba de gritar, cada vez con más desesperación, esperando, sin éxito, que llegara al lugar donde reposaba su gran y único amor, mientras desde el más allá recordaba las noches en la que el, "el viento", acariciaba su cuerpo y peinaba sus cabellos.

57



AUTORES Galería de culpables


Adrián Ager. Ha escrito “La Mecedora” Mi nombre es Adrián Ager y nací en Madrid en el año 1988. Si actualmente mi meta pasa por ser redactor publicitario, no descarto que algún otro asunto como el circo pudiera apartarme del camino. Contacto: Adrianagersalcedo@gmail.com


Adrián Moreno Bernal Ha ilustrado “Alcantarilla” y “Sombra” de la trilogía “El Callejón”. Rastudo-perrolatiko, no rastafary que se dedica a vivir la vida y alegrar la existencia a todos los que están a su alrededor. Amante de todo el buen arte pictórico en todas sus expresiones, ya sea en papel, piel o muro, y cuyo único combustible esencial son horas de música, un buen libro y kilómetros de transporte público en la jungla d Madrid, ciudad en la que vive desde su nacimiento y donde a ampliado sus conocimientos del dibujo e ilustración en la escuela privada ESDIP. Poco más que contar de este vagamundo callejero cuya aspiración mas pequeña es subir a lo mas alto. Lugar de contacto: adri_skalari@hotmail.com


Alberto González Ha escrito “Cuatro hojas” Soy Alberto González, de 19 años, residente en Badajoz. Amante de la cultura hip hop y el rap como forma de vida, me dedico al piano, estudiando Grado Superior del mismo. Para cualquier contacto, llevo el Twitter al día: twitter.com/heroeloco


Andrés Jiménez Crespo Ha escrito “Black Cat” y la trilogía “El Callejón”. Además ha ilustrado “Black Cat”, “Frustración” y “Suciedad”, segundo relato de su trilogía. Joven soñador apasionado del cine, adicto al lápiz y aficionado a la escritura. Nacido en Madrid y criado en Málaga, ciudades entre las que salta habitualmente. Aunque el se define como Malagueño, y si le apuran Perchelero, actualmente se encuentra viviendo en la sierra de Madrid. Allí entró en la escuela privada ESDIP donde aprendió técnicas de ilustración y decidió continuar su carrera como dibujante. Se decanta por el cómic y la ilustración infantil, y aunque intenta variar de estilo y campo su intención es la de narrar. Ya sea por palabras, una imagen o varias.

Lugares de encuentro: www.andresjimenez-art.blogspot.com aj.art@telefonica.net


Antonio Espinosa a.k.a. Gor Mandra Mandra es uno de nuestros artistas de referencia. Ha escrito “Lacrimosa” y ha ilustrado “San Agustín y el Vicario”, “La Mecedora” y “Lacrimosa”.

Me hago llamar Gor Mandra, simple y preferiblemente, Mandra. Alguna que otra amistad se dirige hacia mi persona como Tony Montana, pero mi verdadero nombre es Antonio Espinosa García. Como Toby, de pequeño perdí las alas, más no me importó, me quedaban ridículas. En consecuencia aprendí a volar de otro modo, con sueños e ilusiones y aterrizar a base de hostias, depresiones y desilusiones. En fin. Me dedico a perseguir un sueño, pero desafortunadamente, corre más que yo. Acabaré, si se me permite, dedicando especialmente mi relato a mi abuela Catalina que se fué el 15 de Abril y me dejo aquí abajo. Permanece siempre a mi lado, no me dejes, te necesito. Gracias por todo, jamás te olvidaré “Princesita”. Contacto: gor_mandra@hotmail.com


!

Antonio Gamboa Ha escrito “Careta de alegría” y “Dos viajeros” y . Además ha ilustrado “Jodiendo con la suerte”, “Invierno”, “El final”, “La cosa del armario”, “Bloody Soul”, “Careta de alegría”, “Rabia gélida”, “Cuatro hojas”, “Gris”, “Nervio”. Es el responsable de esta compilación. ! Algunos me llaman Tony Rocky Horror, otros Lord Horror y la mayoría Art Warriors porque soy el creador y el Warrior de más alto rango. Soy licenciado en publicidad, con un máster en creatividad y trabajando como director de arte me gano la vida, cuando puedo ilustro y me quito las penas. Entre mis intereses la literatura, el cine, el arte urbano y la música. Si me sigues en twitter sabes que me encantan Poe, Hablando en Plata y las referencias oscuras, si me sigues en Instagram que a Mickey Mouse le puse colmillos y lo pinté de Krylon. Y si estás leyendo esto es que algo estamos haciendo bien. Gracias. Sigue al conejo blanco en www.about.me.com/artwarriors


Belén Moya Ha ilustrado “Dos viajeros”. Bels es el Warrior con más alto rango después de Toni. Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas, actualmente trabaja en el sector de medios. En AW está al cargo del departamento de información, contraespionaje, fotografía y lenguas foráneas. Es la persona más al día de referencias, inspiración y el motor fundamental para que el ataíud este con ruedas ande. Para seguir su estela visitad http://about.me/ifeelitall/bio


Daniel Pascual Ha ilustrado “Sombra” de la Trilogía “El Callejón”.

Nom: DANIEL PASCUAL SANCHO. Edad: 31. Vive en: Madrid.

Dibujante nacido en Segovia con gran experiencia en el dibujo de estilo americano. Gran aficionado al cine y al cómic, en especial al de superhéroes de donde bebe la mayor parte de su estilo y donde se enamoró de personajes como Superman o Thor. Se desenvuelve con facilidad en diferentes técnicas, remarcando la tinta, lápiz y color digital, y suele dotar a sus dibujos de un toque de terror clásico, ciencia ficción e incluso sensualidad. Actualmente da clases en la escuela de ilustración ESDIP. Donde ejerce como profesor de dibujo y de cómic. Asegura que disfruta muchísimo haciendo sus “pinturillas”, tal y como el las llama.

Lugar de contacto: www.dioskuros.blogspot.com


David Lorenzo Ha escrito “Brindo por tus huesos” ! Soy David Lorenzo, o Threes, como cada cual prefiera. Tengo 19 años y vivo en Salamanca. Mi madre presume de que soy un buen estudiante e intento no defraudarla demasiado. Orgulloso de ser un problema. Mail: 3threes3@gmail.com Twitter: http://www.twitter.com/KIILThrees


David Moure Ha escrito “Taxi” David es Director Creativo Ejecutivo en la agencia de publicidad Ignition K y tuvo bajo su supervisión a Antonio Gamboa. Es redactor publicitario y podéis seguirle en ideascompletasincompletas.blogspot.com


Darío García a.k.a. Deforme-D Ha ilustrado “Martes” y “Brindo por tus huesos”. Hola me llamo Darío García y crear es mi vida. El cine, el cómic, mis vivencias personales y las diferentes atmosferas de la realidad es lo que define mi estilo. Puedes ver mis ilustraciones y otros trabajos en mi Facebook: Darío Artwork O en mi blog: http://darioartwork.blogspot.com/


Dídac Riol Ha escrito “Martes” Lo primero gracias por la oportunidad que me han ofrecido The Art Warriors con este proyecto. Me llamo Dídac, vivo en Barcelona y tengo 18 años recién cumplidos. Estudio primero en la Universidad de Barcelona Comunicación Audiovisual y me dedico a la producción musical como beatmaker creando instrumentales de Rap. Poneros en contacto conmigo si se precisa en didak.92@hotmail.com o en twitter / didyprods. Podéis seguir mis desveneturas en http://fromthedarkbeyond.wordpress.com/


Emilio José A. Ha escrito “Invierno”. Soy Emilio José A., extremeño residente en Salamanca, estudiante de Historia. Más conocido como Jimmy Joe, tengo un grupo de rap con mi hermano Bösen, Quid pro Quo, del que pronto habrá referencias. Amante del cine, la literatura y la música. Podéis contactar conmigo mediante twitter, www.twitter.com/JimmyAttitude One love.


Herni Proof Ha escrito e ilustrado “Sin título”. Es una de las jóvenes promesas que admiramos los Warriors aunque no nos haga mucho caso. Ya vendrás, ya...

Herni o SodaPuff, según el contexto, reside en Málaga. Cuenta 20 primaveras, y no recuerda una sin un lápiz en la mano. Pincha globos en Numanhoid. Amante del desayuno, defensor del pragmatismo y ruin manipulador de la percepción visual, el trabajo de Herni se centra en el uso de tinta y aerosol para plasmar su interpretación de lo que le rodea. Una vez oyó decir a una mujer cualquiera en televisión: “el que no inventa no vive”, y bajo esa sentencia se encuentra actualmente. Puedes espiar su colada en: www.flickr.com/le_sodapuff


Ismael Gil Ha escrito “Bloody Soul” El cuarto tenía arena por todos los lados. En la silla, en el suelo, en el armario… Un mundo espantoso este, el de las apariencias. Ni lienzos en que vomitar sentimientos ni cerveza para cantar. Me llamo Ismael Enrique Gil Candal, tengo la ingenua edad de 16 años y vivo en A Coruña. Me encanta la música (toco el saxofón y hago scratch) y escribir a la madrugada bebiendo zumo de tetrabrick. Once es cojonudo. No porque sea mi alter ego. No porque sea yo.Sino porque puede ser todo lo que yo quiero que sea.A pesar de que a veces se me escapa de las manos y alguna mujer al azar le empieza a moler a palos. Mentiroso porque nunca miento, espero transmitiros algo. Cualquier cosa, aunque sean solo mareos. Twitter: @Onceonces Mail: oncepollos@gmail.com Blog: cronicasdeonce.blogspot.com


Jorge Reyna Ha escrito “Jodiendo con la suerte” Mi nombre es Jorge Reyna. Tengo 17 años, resido en Málaga desde hace 9, aunque nací en el Distrito Federal, México. Soy MC. También me dedico a la fotografía y en ocasiones como ésta, a escribir textos y relatos. Contacto: Twitter: www.twitter.com/Jazzcoholic Soundcloud: www.soundcloud.com/jazzcoholic Tuenti: Jazzcoholic Atemporal


Juan Miguel Flores Ha escrito “Frustración” Soy JPelirrojo, tengo 25 años y me gano la vida como actor en Madrid (España). Aparte, ya desde pequeñito, he cultivado muchas otras facetas como dibujar, escribir, locutar radio o hacer música, algunas con resultados más destacables que otras. Todo lo que hago hoy por hoy se puede encontrar en mi web http://www.jpelirrojo.com.


Marco Pardo Ha ilustrado “Principio / Fin”

Marco Pardo, Licenciado en publicidad, Bellas Artes e Interiorismo. Ha trabajado como director de arte en McCann-Erickson, como diseñador web en ya.com y como interiorista en "El Reformatorio". Ha trabajado para clientes como Lucky - Strike, Coca Cola, El País, Telefónica, Louis Vuitton o el Museo Thyssen-Bornemisza. Cuenta con 4 primeros premios de diseño y sus ilustraciones han sido expuestas en galerías de Lyon, Madrid, Barcelona y Tokyo.


Mario a.k.a. Irvin Ha escrito “Rabia gélida” Soy Mario, también conocido como Irvin. Tengo 20 años y vivo en Alicante pero nací en Dénia, un pueblo costero. Me dedico a estudiar la carrera de Filología Inglesa y también a rapear y escribir tanto prosa como poesía. Cuento con numerosos trabajos a mis espaldas y vivo para crear, amo el arte y todas sus manifestaciones. En la red, se me puede encontrar en los siguientes sitios: Email: irvin79@hotmail.com Myspace: www.myspace.com/irvin28rd Fotolog: www.fotolog.com/irvin_rap


Moisés Santos a.k.a. Moe Ha escrito “Gris” y ha colaborado supervisando y corrigiendo la compilación.

Moisés, nacido en Madrid el 23 de diciembre de 1985, de madre colombiana y padre palentino se licenció en Publicidad y RRPP en 2010, allí conoció a Antonio Gamboa, Belén Moya, Marcos Pérez y Pablo Romeu. Ese mismo año obtuvo el segundo puesto en los Premios Joven de la Academía de la Publicidad junto a Marcos Pérez Martín. Además, fueron finalistas de la IV edición de Liga de la Publicidad representando a la Universidad CEU-San Pablo. Moisés es un apasionado de la publicidad y después de haber estado un año de erasmus en Londres, estudiando marketing, asegura que no le pone fronteras a su carrera publicitaria. En Madrid, Moisés ya ha trabajado como cuentas para la agencia OgilvyOne. Contacto: moisesmoe en twitter o moedaman@gmail.com


Nathaniel Howthorne Ha escrito un boceto de relato que ha sido la chispa que ha encendido esta llama y hemos tenido a bien llamar “San Agustín y el Vicario”. Hemos tenido el honor de que Gor Mandra haya sido el que ilustre ese texto, extraído de “Cuadernos Norteamericanos”. El viejo Nathaniel, hombre casto y puro donde los haya. Natural de Salem, Massachussets. Siguió durante toda su vida un estricto puritanismo público. Pero en su cabeza se sucedían toda suerte de historias. Marinos, prostitutas, muertos que se levantan, tatuajes mortales, amigos que dejan de serlo forman el pequeño limbo de historias que nunca terminó de escribir. Pero que han inspirado esta compilación. Descanse en paz Maestro. Podéis seguir la estela de este cometa en cualquiera de sus libros. Disfrutad.


Pablo Romero a.k.a. Sphynex Pablo es nuestro hombre en la sombra y como Vincent Vega, fue nuestro hombre en Amsterdam. Dj, productor, supervisor, recomendador... un Warrior fundamental. Además ha escrito “Nervio”

Nombre: Pablo Romero Mateu Edad: 23 Estudios: Comunicación Audiovisual email: Sphynex@gmail.com Miembro desde los inicios de Art Warriors. Se ha encargado de supervisar tanto ilustraciones como relatos en esta compilación. Y ha hecho que Toni tenga un poco menos de estrés con esto...


Pepe Gómez Ha escrito “El final” Soy Pepe Gómez, nací en Málaga en 1987, aunque me considero de Bornos (Cádiz) ya que viví allí hasta los 18 años. Actualmente estudio Ingeniería de Telecomunicaciones en Málaga y me dedico, por afición, a hacer beats de hip hop y a escribir de lo que se me ocurra. Para más info: twitter: http://twitter.com/kosobar_ e-mail: gandalfgomez@hotmail.com


Sergio Doncel Ha escrito “La cosa del armario” Soy un joven amante de la literatura y de la escritura. Admiro a quienes son capaces de contar historias y de emocionar al público con ellas, es una actividad nada desdeñable. No obstante, mi dedicación actual es el Derecho y, en concreto, su rama financiera, algo que no emociona mucho al personal. Contacto: sergiodffb@hotmail.com


Sergio Baltasar a.k.a. Zape Sergio Baltasar Lallave Creativo y Profesor de publicidad. Licenciado en Publicidad por la Universidad Antonio de Nebrija y Máster en Cine, Televisión y Medios Interactivos por la URJC, ha trabajado como redactor creativo en agencias como Contrapunto, McCann-Erickson, Creativos de Publicidad y Grey, realizando campañas para clientes como Coca-Cola, Procter & Gamble, Master Card, Orange o Instituto de Empresa. Además de haber rodado más de 35 spots, cuenta con varios premios publicitarios internacionales y ha sido galardonado con el premio Vicente Aleixandre de relato. Actualmente colabora con las agencias Young & Rubicam y Publicis Group, es profesor de Pensamiento Creativo y Producción Publicitaria en la UEM, y cursa un programa de Doctorado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.



EPÍLOGO Moisés Santos


“Basta con tener confianza e ignorancia para asegurar el éxito.” - Mark Twain

Sería genial poder redactar un manual de la vida a partir de citas célebres. Simplemente habría que ir eligiendo con algo de criterio a famosos escritores o figuras históricas, y vivir acorde a sus frasecitas tan monas. Tomar decisiones difíciles en la vida sería muy fácil, ¡apenas habría que pensar! ¡Genial! ¡Con lo fastidioso que resulta pensar por ti mismo! Las citas son muy prácticas, no fallan, siempre quedan bien y ahorras esfuerzos en expresarte con tus propias palabras. ¡Que lo diga un famoso muerto por mí! A ver quién es el listo que intenta refutar al difunto. Dicho esto, volvamos a la cita del señor Twain: “Basta con tener confianza e ignorancia para asegurar el éxito.” Si lo dice Mark Twain, será verdad ¿no? Hay que señalar que el señor Twain vivió durante muchos años con dificultades económicas, e incluso se arruinó invirtiendo en la linotipia (un aparato similar a la máquina de escribir). Este dato puede que merma su credibilidad en cuanto al éxito, pero, ¿qué es el éxito? ¿Reconocimiento? Puede que fuera un pésimo inversor pero nadie pone en duda su capacidad literaria. ¿Hacemos caso al señor Twain? Dado que esto no es un proyecto de mercado de finanzas sino un enjambre de relatos e ilustraciones, qué demonios… ¡hagámoslo! “La ciudad confiesa a The Art Warriors” es el ánimo y las ganas de unos jóvenes por ver cómo escribirían si escribiesen. Un experimento íntimo cuyo principal ingrediente ha sido la confianza para llevarlo a cabo. Desde la ignorancia de no saber cómo iba a quedar, nos hemos ido dejando llevar por lo apetecible que resulta participar en un proyecto como éste, con personas que han ofrecido parte de su tiempo e imaginación, y hemos llegado a esta compilación de relatos ilustrados. Confío en que haya sido entretenido. Entre todos los relatos e ilustraciones, seguro que encuentras algo que te saque una sonrisa, te haga pensar o te revuelva el estómago. Agradezco a Antonio por ser el que ha movido todo este tinglado y contar con nosotros, los colaboradores, en este proyecto, ya que ha sido su idea y quien se ha ocupado de que realmente se haya realizado. Ya sabéis que las citas quedan muy bien siempre, así que terminaré con otra: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas.” – Séneca.


AGRADECIMIENTOS Antonio Gamboa


En primer lugar agradecer de nuevo a todos los que han colaborado de forma activa y pasiva para hacer esto posible. Agradecerles a Dios y al Demonio que me tengan aquí dando guerra. A mis padres, Francisco de Asís y Maria José que me dieran la mejor educación que supieron y me hicieran leer desde pequeño. A mis hermanos por estar siempre ahí. A mis tía Curra, siempre dándome cosas para leer y siempre cuidando de que no me falte nada. A mi primo Karl, que insufló energía, amor y pasión al proyecto cuando le faltaba un empujón.A mi novia, Bels, que debería llamarse Bless porque se gana el Cielo conmigo y no sé qué sería de mí sin ella. A mis otros hermanos, Sage y Daniel Atienza, que no han podido colaborar esta vez pero que como buenos Warriors están presentes siempre. A Moe, que ha echado una buena mano revisando textos y ayudando con todo este jaleo y encima se ha hecho el epílogo. A Sphynex, que si no fuera por él y sus mensajes a deshoras pocas veces veríais algunos trabajos. A Darío, que sé que estas cosas le encantan pero no tuvo mucho tiempo antes de irse a Londres a vivir. Y un agradecimiento muy especial a Gor Mandra, uno de nuestros artistas favoritos que ha movido (literalmente) mar, cielo y tierra para ayudarnos con esto y que siempre nos deja con la boca abierta. Muchas gracias a todos, de verdad. Sois los mejores. También darle las gracias a todos los que han querido participar y por uno u otro motivo no han estado aquí; Albert, Ake, Álvaro, Bea, Fer, Johnny, Jimmy a.k.a. Demakre, Lais, María, Manu el Meduso,Vinilo y los demás. Gracias al Art Warriors Street Team de Twitter, encabezado por Jimmy; Alberto, Jorge, Didac, Ismael, Pepe, David... ellos saben quienes son. Y por último gracias a todos los que habéis esperado con o sin paciencia y a los que ahora estáis leyendo esto. Gracias.

Antonio Gamboa Art Warriors



91


92


93



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.