GOTAS DE
MIEL & PIZCAS DE SAL
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1 HISTORIAS DE AYER
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863.44 V335g T. II
Vásquez López, Ángel Antonio Gotas de miel y pizcas de sal: Historias del ayer. Tomo II / Ángel Antonio Vásquez López. – 1 ed. – San José, C.R. : A.A. Vásquez L, 2015. 306 p. ; 28 X 22 cm. ISBN: 978-9968-47-936-3 1. Relatos Costarricenses. 2. Anécdotas. I. Título.
© Ángel Antonio Vásquez López © Hecho el depósito de ley.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sin el consentimiento expreso por escrito del autor.
Autor e ilustraciones: Ángel Antonio Vásquez López Fotografía de portada: el autor a los 5 años de edad Portada: María Fernanda Fallas Vásquez Artes Finales e impresión: alejandro.pacheco.r@gmail.com
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Índice
Contents Presentación.................................................................................... 7 Accidente en Pavas ........................................................................ 9 ¿Almuerzo gratis?......................................................................... 15 Amor y sorpresa ........................................................................... 21 Amores y equivocaciones ............................................................ 25 Amores y equivocaciones ............................................................ 31 Aprendiz frustrado ....................................................................... 35 Bachilleres del grupo Ramiro Montero ........................................ 39 Booling ......................................................................................... 43 Brujas en el Siglo XX .................................................................. 47 Cazador cazado ............................................................................ 51 Ciencias Económicas ................................................................... 55 Cilampas ...................................................................................... 61 Comité pro-autobuses San Sebastián .......................................... 65 Cumpleaños .................................................................................. 71 Danger .......................................................................................... 77 Despedida ..................................................................................... 81 Dos días en Miami ....................................................................... 85 El auto amarillo ............................................................................ 91 El centro del triángulo .................................................................. 99 El ciclón ..................................................................................... 105 El escritorio de don León ........................................................... 111 El Seguro Social.......................................................................... 123 El Servicio Civil.......................................................................... 131 El terremoto de San Francisco ................................................... 135 5
Emergencias familiares .............................................................. 139 Esperanza ................................................................................... 143 Excursión al “Play” de Heredia ................................................. 147 Fraternidad sin fronteras ............................................................ 153 Fuga del Infierno......................................................................... 157 La carreta sin bueyes................................................................... 163 La crueldad ................................................................................. 167 La Espiga de oro......................................................................... 171 La mano invisible........................................................................ 181 La muerte y los milagros............................................................. 187 La secretaria del bar ................................................................... 193 La Vickinga ................................................................................ 201 Los extranjeros del suelo tico y el slogan de Suiza Centroamericana.........................................................................207 Los Pagadores ............................................................................ 215 y el Control de Hacienda ............................................................ 215 Los Scouts de la tropa 2B .......................................................... 225 Me baja en Orotina .................................................................... 231 Mi madre .................................................................................... 235 Mister Jerry ................................................................................ 241 Peligro. Los Taxis ...................................................................... 249 Pensión para una madrecita ....................................................... 253 Rusia .......................................................................................... 257 Seres del espacio ........................................................................ 261 El Alto de Guadalupe ................................................................. 261 Una broma fatal .......................................................................... 265 Una noche triste.......................................................................... 271 Una triste despedida ................................................................... 275 Willy Crespi ............................................................................... 281 Anexos Vida con gotas de miel y pizcas de sal........................................ 291 ¡Qué suerte me ha dado la vida!................................................. 293 Interior............................................................................................... Consola musical.......................................................................... 297 La Canasta Mágica...................................................................... 301 6
Presentación
Esta es la segunda parte de mis “Gotas de miel y pizcas de sal”. De algunos de los relatos, se publicaron, breves reseñas en La Prensa Libre gracias a la bondad del Grupo Extra, pero, en su mayor parte no es sino ahora que salen a la luz, con la guía y colaboración de mi hija Ana Lucía, valioso soporte de mis iniciativas. Dos factores explican el por qué, en la presente edición, no hubo, como en la primera parte, resúmenes publicados de previo en mi apreciado periódico; 1)el cambio en la forma de envío, por tecnología digital de este medio y paralelamente, 2) un agravamiento de mis achaques, a partir de agosto de 2014 que me aisló de mis actividades rutinarias. No es sino hasta ahora que con el auxilio del Seguro Social y otras entidades, así como los extremos cuidados y paciencia de mi esposa, familiares y amigos, que intento ponerme las pilas y aprender otra vez. Las semblanzas y puntos de vista, personales, no pretenden llevar un compendio científico de las crisis pero al igual que en la primera parte, publicada en junio de 2013, las anécdotas, reflejan escenarios característicos; Enfermedades, epidemias, carencias económicas, sequías, lluvia de ceniza, sismos, inundaciones, devaluaciones, Mercado Común Centroamericano, desempleo, polarización de los derechos humanos a favor de los delincuentes, importación de valores espirituales, éticos y morales, más acordes con el poder y la inmediatez, la cosificación y el desenfreno, pero también los logros en la ciencia y el conocimiento que su7
peran mitos y desigualdades tradicionales, en las religiones e iglesias, con un aporte más franco para las nuevas generaciones, que aquellas normas que maltrataron a algunos iluminados como Gutenberg, Galileo, Hus, Lutero, etc. Es evidente que el autor profesa la fe Católica, Apostólica y Romana, pero aprecia las formas de comunicarse con la Luz Divina en otras creencias siempre que respeten la voluntad o libertad de las personas y leyes de los diversos países porque, como resumiera un patriota mexicano,: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno, es la Paz” (Benito Juárez 15 de julio de 1867.) Dedico a mis nietos y en general a personas mayores de 12 años, este pequeño esfuerzo. Niños menores pueden leerlos pero conviene sean orientados por sus padres o mayores encargados. De otra manera el mensaje resultará contraproducente. En ciertos casos hemos cambiado nombres porque lo importante no es mortificar sino aprovechar los sucesos en la vida y en el futuro. Aprecio la ayuda de mi nuera Jessica Salazar por transcribir unos casos y tomar mis dictados durante las obligadas pausas que ya expliqué. El autor
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Accidente en Pavas -1967-
El tren era la salvación de koky, se había casado cuatro años atrás pero aquella misteriosa unión no pegó. Ni la mujer tenía la paciencia y la bondad demostrada ante los suegros, ni Koky era hombre de asumir responsabilidades. El muchacho, con 25 años entonces, andaba de la ceca a la meca mientras su madre corría para ajustar el depósito de la pensión correspondiente para evitar que su muchachito cayera en la cárcel. Sin embargo, fallecida la progenitora cuatro años atrás, el joven llegó a algún arreglo con su esposa y comenzó a disfrutar su “soltería”, con una novia por aquí y otra por allá, bebiendo a más no poder, como siempre y en los últimos meses, le había dado la chochera por visitar a una damita de ese bonito lugar que aun hoy se llama “Las Pavas”. Entre bebedores, hay dos subgrupos de profesionales; los sumisos y cuenteadores que beben a costa del prójimo y si encuentran un invitador complaciente, primero mandan un explorador y luego como de milagro, van arrimándose tres o cuatro más, y siguen a su improvisado líder, a cualquier parte coreando consignas y riendo sus chistes aunque no hagan gracia, y también están los Intrépidos Afamados que con media botella de guaro en el buche le alzan la voz a cualquiera y se gastan hasta el calzoncillo con tal de que los nuevos amigos beban. Es fatal para cualquier negocio cuando estos subgrupos se encuentran porque los mansos y cuenteadores son aduladores y buenos para meter carbón 9
pero si el panorama se pone difícil, por los altercados que arma su favorito, se escabullen sigilosamente y ven el espectáculo desde la barrera. Nuestro amigo pertenecía a los intrépidos y cuando llegaba en el tren, al Andén de Las Pavas, cuatro o cinco admiradores consuetudinarios ya lo esperaban para hacer el recorrido de siempre, hasta dejar a Koky, en el portón del terrenito aquel, donde se levantaba una modesta vivienda. A pesar de la buena relación que tenía con esta Rosita, ya los problemas pasaban de castaño a oscuro y francamente los sábados ya no eran tan placenteros como al principio; mientras su admiración y agradecimiento era más grande que la fetidez del aliento del galán, a guaro añejo mezclado con “bocas “ de frijol, costilla y encurtido, ella lo había soportado en silencio, pero al producirse en los últimos encuentros, algunos escándalos y provocaciones, Koky se había convertido en un buen dolor de cabeza para la joven y sus padres de tal manera que las tijeras del desencanto de aquella señorita, cortaron rabo y orejas a Koky y hasta sus seguidores lloraban ante semejante injusticia y el muchacho, para entretenerse, dejó la costumbre de montarse en este tren. Un mes llorando en otros barrios, denotaba que por fin el joven había escarmentado por cabeza propia pero este fin de semana ya no se aguantó y decidió llegaría donde su doncella absteniéndose de tomar. Amigos íntimos le escucharían una promesa que él no le había hecho ni a su madre: dejaría el licor, lo juraba. Esta vez no había acompañantes ni embajadores. Llegó al conocido portón de alambres de púa y llamó a su amada. Advirtió movimiento en la sala, había visitas... aquellas cortinas floreadas eran casi transparentes a la luz del indiscreto bombillo. Pasaron los minutos y aumentaba la ansiedad del pretendiente. Prendieron 10
la lamparita del corredor y poco después salió la joven. Un hombre la intentó detener, pero ella moviéndose bruscamente vino al encuentro de Koky. La casualidad o el destino movió esa noche los hilos, un hermano de la muchacha había venido de visita desde la hora del café, con dos de sus mejores amigos deseosos de conocer a la damita y entre refrescos y carne asada estaban cuando aparece nuestro Romeo, sin imaginar que el “confianzudo” que retuvo a su amada, intentando detenerla, era un hermano. Por esa razón, a pesar de la buena voluntad de la joven y de las buenas intenciones del enamorado, en lugar de besos para la paz, menudearon las explicaciones y reproches en voz alta y se llenaron las “butacas” tras las cortinas de las otras viviendas. De aquí en adelante hay tres versiones recogidas y reconstruidas por las autoridades: 1) Llegaron los “fans” de Koky cuando alguien avisó que andaba en el lugar, se lo llevaron muy disgustado, y después de dejarlo en el andén bien acelerado, para su regreso a San José, regresaron ellos a sus ocupaciones usuales. 2) Koky, después de beber en los lugares usuales, abordó el tren para San José, con algunos de sus seguidores y también con la compañía de simpatizantes del hermano de la joven pretendida, y que ahí en el vagón, el conductor había intervenido para llamarles la atención por quejas de los demás pasajeros. 3) Nuestro amigo hizo las paces con el “cuñado” y colegas y juntos vinieron a celebrar la “cabanga” de Koky y ya en uno de los bares, se unieron los “fans” de éste y posteriormente, como es de esperar, tuvieron varios amagos de pelea y acordaron dirimir el asunto, en un lugar más privado por 11
lo que caminaron hacia el este, siguiendo la vía férrea cuando se presentó... la desgracia. Uno de los vagones atropella una persona, se escuchan gritos horrorizados de pasajeros, aglomerados en el espacio posterior, frente al amarre con el carro vecino; entre las personas más cercanas a la puerta del vagón inmediato, hay señoras con niños y en el que participa en el evento, van varios muchachos recostados a la baranda de salida, bromeando y fumando, hasta que súbitamente se escucha el griterío ensordecedor y el chirrido. El “jalonazo” afecta a los somnolientos, especialmente a las damas, aunque la mayor parte ignora lo que pasa. Se habla de la caída de un pasajero, pero también hay gritos de afuera, ...¿qué hace esa gente ahí en esa vereda que cruza la vía férrea? ¿ una coincidencia con el trágico suceso?... o... ¿acompañaban a un peatón que fue la víctima del atropello ? Se escuchan voces de mando, vienen y van los empleados del ferrocarril, el desconcierto continúa, las versiones, el ulular de las ambulancias y las unidades de Seguridad Pública y el OIJ. Las indagaciones son poco prometedoras, especialmente porque los que vieron lo que pasaba, ya se fueron en un taxi, ¿qué va a hacer usted con niños pequeños y tiene que madrugar?. El personal del ferrocarril poco podía hacer para evitar que algunas gentes abandonaran el sitio, sobre todo al pasar el tiempo, quince ... treinta...cincuenta minutos. Las personas calman a los chicos y prefieren alejarse. Una pareja que no es conocida en el sector, indica que un grupo con el que discutía la víctima lo empujó al pasar el tren, versión que se consideró una “bola” sin confirmación. Los datos, en las ubicaciones previas al siniestro, son más escasos. El hermetismo característico del barrio, suelta palabras pero no frases completas. Todos los interrogatorios terminan con un “encogimiento de hombros”. No importa 12
lo que haya pasado, nadie tiene intención de perder días en la Corte y menos exponerse a represalias de las bravas organizaciones de ladrones y asesinos de las Pavas. Un brequero había escuchado el comentario de que Koky, aburrido por una eczema que no cerraba en su pierna, había expresado en varias ocasiones que le daban ganas de “meterle la pata al tren”. sea lo que fuere, cuando el herido despierta en la Cirugía del San Juan de Dios, han pasado dos días y pide quejumbroso, a sus hermanos, hermanas y otros visitantes, que le “rasquen” los dedos de la pierna. Él ignora que su extremidad se fue dos noches atrás y sin permiso. Palpitan aceleradamente los corazones de los familiares sin poder decirle nada y la enfermera más cercana, no puede detener las lagrimas. Luego, cuidadosamente, personal especializado le informa poco a poco. La recuperación fue extraordinaria y los propósitos de enmienda, cayeron en bolsa rota. Sin embargo, Koky se olvidó de su querencia de las Pavas y comenzó por, a programar sus días de juerga, hasta que encontró su verdadero amor: una comprensiva viuda que, cansada de intentar corregirlo, prefirió quererlo tal cual era. Viajaba ella con frecuencia a acompañarlo en sus trabajos, hasta que varios partos fueron mermando las excursiones a los campamentos. Ahora, Koky para ver a sus adorados retoños, religiosamente venía cada dos semanas a San José, cumpliendo con sus obligaciones. Porque deben ustedes saber que a Koky no le opacó la vida, aquel terrible infortunio de perder la pierna, sino que, como los hombres de valor, convirtió su desgracia en un medio de diversión en todas sus actividades: sigilosamente cuando nadaba, y llegaban más gentes a corta distancia, de improviso exhibía el muñón, gritando lastimosamente... un tiburón... un tiburón... y quienes no conocían al bromista, salían espantados de las olas. Koky no solo perfeccionó sus técnicas de trabajo sino que, transformado en excelente Maestro de Obras, tuvo la largueza suficiente 13
Gritaba a todo pulmón: tiburón... tiburón, mientras enseñaba el muñón de su pierna.
para dar trabajo a hermanos y familiares y, actuando cristianamente, sin quejarse nunca ni echar la culpa del accidente a nadie, dio trabajo a personas que, años atrás, se habían convertido en enemigos suyos. Aprendió a ser cordial sin ayuda del licor y apechugó con dolor y valor la amarga visita de otra inesperada tragedia que segó la vida de uno de sus hijos, pero aún le quedaba una cuenta pendiente que el licor le tenía apuntada y debió pagarla en el Blanco Cervantes. Pasó un calvario con su esposa a la par y no pocas humillaciones; estando en una sesión de diálisis, un médico muy eficiente, dijo en voz alta “con este no hay nada que hacer, quítenle el dializador y póngaselo al fulano que viene entrando”. Koky finalmente entregó su vida al señor como víctima de una agresiva diabetes. Los hijos, disciplinados, obedientes y trabajadores, tanto los varones como las mujeres, siempre recuerdan, al lado de la abnegada madre a aquel padre ejemplar cuyo único problema fue su juvenil entrega al licor y a la parranda. 14
¿Almuerzo gratis?
-31 de diciembre de 1958-
Trabajar como salonero en las fiestas cívicas fue siempre una agradable experiencia, no solo por el ingreso extra que agregaba a mi modesto sueldo de oficinista sino porque se trataba de una interesante comedia a representar durante los últimos días del año, el escenario siempre tenía paisajes comunes pero los actores y las actrices no siempre eran los mismos, ni el libreto tampoco, pero los personajes a mi alrededor, en cada oportunidad, entraban en mi existencia y se quedaban ahí, como una extensión de mi propia familia. Un viernes, en abril de 1959, caminando hacia mi antiguo vecindario del “Pato Cojo”, veo venir por el Bar Yolanda (hoy Repuestos Conejo, al norte de Plaza Víquez), a Caliche, mi colaborador en las fiestas de Plaza Víquez y me apresto a saludarlo; no nos veíamos desde el primero de enero y él había sido mi colaborador en el Duncan Bar. Con frecuencia este muchacho buscaba por encargo mío, licores especiales o platos a la carta, fuera del local, dependiendo de los deseos de algún Romeo o de su pareja, a veces después de la media noche, cuando ya estaba cerrada la cocina de nuestro propio Centro. Caliche, probable miembro dependiente de alguna familia acomodada, según se advertía siempre en su buena ropa y modales, gustaba de la diversión pero no mucho de las obligaciones y me atrevo a suponer que en su casa le tenían controlada la cañería del dinero en efectivo. No 15
de otra manera podría explicarse uno su rutinaria disponibilidad como mandadero, desde horas tempranas de la tarde. Algunos de sus gastos y buena propina, salían de mi bolsa pero luego los pagaba un cliente, engolosinado por los encantos de la “Pulga”, la “María Félix”, la “Periquito”, y otras atractivas y pegajosas atracciones que frecuentaban el sitio. Qué agradable sorpresa; estoy seguro, que se alegrará de encontrarme y tendremos una buena parla pues el último día de fiestas debido a las circunstancias no nos despedimos siquiera. Recuerdo bien las escenas finales de aquella noche. El Duncan era una elegante estructura de buena madera, propiedad de los hermanos Vargas, (aquellos incansables muchachos del Aserradero de Tibás), con pista de baile al descubierto. Todos los años se levantaba en la misma esquina de Plaza Víquez ( hoy se ubica ahí el busto de don Cleto González Víquez). Tenía aquel establecimiento una baranda corrida que permitía a los paseantes observar el interior del agradable sitio, lo que yo aprovechaba para atraer clientes, y estimular el movimiento. Con ese fin, invitaba a algunas jóvenes a pasar y tomar un refresco o cerveza, mientras bailaban conmigo y casi de inmediato los solitarios de la barra se animaban también a “sacar” ( buscar pareja y bailar), todo lo cual motivaba a los espectadores a parodiar a terpsícore con sus cadencias o piruetas. Esa tarde no fue la excepción y una renovada clientela ocupó todas las mesas y la pista. Dejé mis ínfulas de bailarín y colgué el saco de mi vestido para tomar “órdenes” y servir pedidos. Esta tarea no permitía distraerse; los propietarios, siguiendo la costumbre, nos daban un vale; el Salonero compraba de contado en la cantina y permanecía con las “pepas peladas”(ojos muy abiertos), hasta que el cliente pedía la cuenta para abandonar el salón, momento en que se le cobraba el total consumido. Proceder en forma dis16
tinta era una falta de educación pero si alguien se iba sin pagar, el Salonero era quién perdía el importe. Esta era la regla general en todos los bailongos y sitios nocturnos de la época y no faltaban reclamos e incidentes que ameritaban la intervención de la policía. Comenzaba así la última noche de fiestas y al acercarme al mostrador para ordenar un pedido, coincidí con Caliche que mantenía una cerveza Bohemia en su mano mientras conversaba con otros alegres parroquianos. En ese momento Luz Marina, una de las frecuentes asistentes al lugar, que estaba con sus amigas acompañando a dos caballeros, se acercó y me arregló el corbatín, invitándome a acompañarla pues un señor muy distinguido, quería hablar conmigo; “ Él desea proponerle que comparta con nosotros la mesa porque yo no tengo pareja”, continuó: “yo le expliqué que usted puede repartir sus mesas entre los demás compañeros”. Esto era cierto, podía arreglarse sin mucha dificultad, si había una buena causa, pero no para dedicarme al vacilón en el mismo local y de una vez dije que no. Caliche no perdía detalle del diálogo, se ofreció como “voluntario” y, presentado al desprendido varón, se dio el lujo de bailar con la joven mientras los ocasionales mecenas, evidentemente emocionados, pagaban todas las libaciones. Hora y media después las tres parejas abandonaban el sitio y yo recobraba mi inversión con el sobreprecio acostumbrado, más una respetable propina. La propina no era obligatoria en aquellos tiempos, pero en las fiestas era usual cobrar un sobre precio en las bebidas servidas en la mesa (por lo común 5º céntimos, en cerveza o trago y 25 céntimos en las gaseosas). Sabía que solo por casualidad vería otra vez a Caliche, o a mis compañeros de salón o de negocios vecinos porque terminado ese mundo de diversión, cada actor y bailarín tomaría las riendas de sus ocupaciones habituales, en otros escenarios y con otras obligaciones. 17
Dos horas más tarde, atronadoras bombetas anunciaban el fin de las fiestas 1958-59; llegaron las doce campanadas del primero de enero de 1959 y el cese de actividades fue inmediato: ahí estaban los piquetes de la policía para hacer cumplir el Decreto y “calabaza calabaza, cada quien para su casa” porque comienza a correr el dos de enero y a las seis de la mañana es día de trabajo en todo el territorio nacional. Por eso me alegro de encontrarme con Caliche y deseoso de saludarlo, aligero el paso y ya lo tengo como a 50 metros de distancia... pero...¿ qué sucede...? Parece que no me ha visto pues súbitamente cambia el rumbo y atraviesa la calle hacia la esquina del restaurante el Paraíso ( hoy el sitio aloja una mueblería), esfumándose con paso ligero, rumbo al este y yo, muy confundido, sigo mi camino mientras reflexiono; Caliche no me vio, !! qué lástima !! y ¿si evitó adrede encontrarse conmigo.?.bueno... es su derecho, pero...¿ Por qué lo haría ? Varios meses pasaron desde aquel extraño encuentro y un domingo, como a la una de la tarde, topé con Luz Marina en el parque Central. Venía acompañada de otras personas, adultos y niños. Luego de saludarla le pregunté con curiosidad: diay... ¿ qué pasó con los extranjeros ? Inesperadamente cambió de semblante e irguiéndose como una cobra, con la indignación inyectada en sus hermosos ojos, recordó a viva voz inesperados detalles: “esos eran unos cochinos; nos invitaron al Restaurante Chavelona y luego de comer, salimos hacia el centro de San José pero cambiaron mucho y ya no se portaban tan amables, se volvieron bruscos y groseros y cuando estábamos por el correo, nos ordenaron a las mujeres salir del “chunche” y como yo les pedí una explicación sin mucho rodeo me mandaron a la m..., amenazándonos con llamar a la policía si no abandonábamos el sedán. 18
A Rosita, que se quedó de última porque venía medio dormida, le metieron un empujón tan fuerte que cayó en el caño, haciéndose un “choyón”, “y rompiéndose la rodilla con todo y media. Después que nos bajamos, vimos que pararon a media cuadra, frente al hotel X y ahí se metieron muy orondos, llevando abrazado al amigo suyo bastante tomado”.
A Rosita le metieron un empujón tan fuerte que cayó en el caño.
No era ocasión para comentar más, ni hacía falta; nuestro irresponsable Caliche había expuesto su vida cuando se dedicó a ingerir licor y ponerse confiadamente en manos de desconocidos. El tiempo transcurrido desde entonces, 19
pasa del medio siglo y lamentablemente muchas personas continúan aceptando la compañía de improvisados acompañantes y no son pocas las que desaparecen para siempre, como retribución por olvidar que NO HAY ALMUERZO GRATIS.
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Amor y sorpresa
- 5 de diciembre 1954-
Estoy parado en la esquina opuesta al Parque de Guadalupe. El bullicio de los participantes en el turno(feria) dedicado a la virgen, compite con las notas de la “cimarrona”. Me quedaré aquí un rato más, son apenas las 7:3O de la noche de este precioso domingo y aunque tengo muchas ganas de ver a mi amada, no la visitaré hoy. Ayer lo decidimos cuando estábamos en la extensa y limpia poza del Roble(en el río Virilla, por el puente de la carretera vieja a Heredia- hoy es un albañal), mientras ella, en la orilla arrellanada bajo un árbol gigantesco o descansando sobre una roca, seguía en el texto las explicaciones que yo recitaba disfrutando del agua.
Mientras ella tenía los pies en el agua, me tomaba las lecciones y yo nadaba. 21
De marzo para acá no habíamos dejado de vernos un solo día y cuando me anunciaron a medio año el nuevo sistema de bachillerato, convertimos los paseos en giras de estudio para mi provecho. Únicamente con amor compensaba yo la valiosa colaboración de mi chica, muy instruida por cierto a pesar de una insuficiente escolaridad. De mi afecto no le podía quedar duda; en más de una ocasión hasta olvidé tomar el último transporte hacia San José que salía a las once de la noche, teniendo que caminar hasta mi morada en el Barrio Güell. Hoy, encerrado en mi cuarto, dediqué el día completo a preparar Castellano y Literatura, pero al llegar la penumbra comprendí lo innecesario de proseguir el repaso, ( o lo inútil de resistirme a visitarla) y antes de que me preguntaran para dónde iba, dejé mi casa para correr a la suya, henchido de ansiedad. Ahora al bajar del bus, divago sobre la conveniencia o no de llegar de improviso; ...y si interrumpo el trabajo en su hogar? no puedo pasar por alto que su madre está pegada doce horas a la overlock, cosiendo docenas y docenas de “jeans”, hasta en días feriados...y si está ella ayudándole? definitivamente no voy a ser bien recibido, mejor cumplir con mi palabra, ya le contaré mañana, cuando nos veamos por la tarde en el Morazán, pero... (me veo forzado a suspender el razonamiento)...¡Hombre! qué coincidencia... eran dos de mis compañeros del Liceo que llegaron también a la esquina; Calvo “ Zeta” y el “Turco” Ramírez, con su inseparable gabardina al hombro. El encuentro apagó mi soliloquio, distrayendo nuestras mentes con comentarios jocosos, pero... al volver mi vista hacia el norte, por la misma acera en que estábamos, venía mi sueño hecho realidad: Naty y su hermana, con el elegante pretendiente de ésta. Deje a mis contertulios y caminé dichoso a encontrarla pero quería sorprenderla y me aparté hacia el borde de la acera nuevamente, para ver si advertía mi presencia, como en efecto ocurrió, solo que el sorprendido fui yo; su largo pelo peinado y brillante, se desacomodó al to22
par con varios caminantes que venían en sentido contrario y cuando ella se arregló, el acompañante que yo creía pareja de su hermana, le pasó el brazo sobre los hombros, acercándola dulcemente hacia el pecho y... yo no aguanté más: un escozor estrujó mi pecho ¿ estaría viendo un espejismo ? talvez era otra mujer... no. Sí era Naty...la volví de un tirón jalando su cabellera, entendiendo por qué los crímenes, recitados en los tangos, sí ocurren de verdad. Pero la reacción pasiva del joven y su cortés intento de calmar mi furia, me convencieron de que él también era una víctima. Toda mi animosidad fue vencida cuando volví en mi y recordé mis exámenes del día siguiente y me retiré del lugar sin digerir la desgracia; el incidente había pasado como torbellino en solo unos minutos y yo me negaba a aceptar la realidad ...¿ sería cierto que ocurrió o lo había soñado? ¿era esta la misma mujer preocupada por mi permanente bronquitis y trayéndome medicinas? ¿De verdad me había acompañado a todas las pozas de San José y al balneario de Patarrá o también lo soñé? y..¿.nuestras aventuras? recuerdo su callado comportamiento cuando injustamente fue regañada por mi madre que la confundió con otra jovencita, cuando éramos vecinos un año atrás en Barrio La Cruz ¿qué sucedió con aquellas noches en que mirábamos la luna entre promesa y promesa ? debo pedirle una explicación...se que me la va a dar ...no... no voy a preguntar nada... ¿para qué? no creo que pudiera confiar otra vez o convivir en paz con ella alguna vez, en fin, no hay que cerrar puertas o decir no volveré. Mis últimas lágrimas se quedaron en el Parque Morazán donde, al bajar del autobús, hice parada un buen rato. No iba a llegar a la casa llorando como recién nacido, y menos, después de las frecuentes advertencias de mi madre. Simplemente no puedo ser tan imbécil para exponerme a llorar otra vez por esta misma mujer. Estoy muy herido pero “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Así, con ese racimo de pensamientos, llegué tem23
prano a mi habitación para dejar mi uniforme listo para el día siguiente. La emoción de las pruebas superadas con éxito ese mismo lunes y siguientes días y luego el Título de Bachiller”, el avenidazo”, los festejos y la temporada taurina, eventos que disfrutaba gratuitamente, restañaron la profunda herida y ya para el “treinta y uno” de diciembre y el “Año Nuevo”, los bailes en la Plazoleta de la Soledad y la expectativa de un mejor futuro, habían terminado de enterrar mi último fracaso y yo enfrentaba problemas más importantes como incursionar en el campo laboral, en contra de los deseos de mi madre, empeñada en que me hiciera Dentista. Ni siquiera al topar de frente a Naty, en las mismas fiestas de Plaza Víquez, demostré algún interés ni hice el menor reproche. Las ilusiones y planes de pareja, celosamente guardados en el corazón cuatro semanas atrás, eran ahora un marchito papel arrugado que rodaba por el borde de la acera, en el caño, empujado por la tenue brisa del atardecer. “ Hoy un juramento mañana una traición, amores de estudiantes flores de un día son..” Carlos Gardel
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Amores y equivocaciones -1965 - Número 1-
Arturo tenía tres años de matrimonio y era uno de los baluartes del ICE. Era un eficiente y experimentado ingeniero civil con un puesto de mucha responsabilidad en los proyectos de Cachí y Río Macho, a inicios de los 60. En ese tiempo se fajaba durante cinco días, pernoctando en el lugar de trabajo y el viernes de cada semana iba a la casa, para levantar vuelo nuevamente el domingo a las 6 PM y aparecer en las obras a las 6 de la mañana del lunes. Acordó con sus padres que su señora y el hijito permanecieran con ellos y con Yocasta su hermana, quien estaba en vísperas de matrimonio. allá, en la vecindad de la Plaza Víquez, Era feliz en su hogar y en su trabajo pero su orgullo eran aquellas botas especiales que consumían, ya lavadas, media caja de betún y una hora de limpieza todos los fines de semana, después de sobrevivir entre batidos de arcilla. Ese rito se mantenía semana tras semana. Yocasta, hija ejemplar combinaba en aquellos días sus tareas en la Institución Hospitalaria donde se desempeñaba como secretaria, con la preparación de su “despedida de soltera”, haciendo recuento de cuales compañeras además de Hilda, asistirían a la cercana actividad. Después…. Comentaba ella con sus colegas más intimas…. Seguiría la boda… y sonreía, profundamente ilusionada. Por las noches de cada domingo, terminada la gratificante limpieza de las botas, Arturo se despedía de su 25
familia, lamentando, no complacer a su hermana que le pedía aplazar una media hora su partida para que conociera al pretendiente y futuro cuñado. Él no se cansaba de repetir la excusa: “Sé que has escogido bien y tendrás todo el apoyo nuestro; es suficiente con lo que me han hablado de él, papá y mamá. La fase en que trabajamos me obliga a sacrificar la noche de los domingos pero esto no será así siempre” y emprendía feliz su camino. Quiso el destino, una de esas noches en que la soledad y la helada ventisca recomiendan refugiarse y tomar algo caliente, en vez de conducir un jeep. Apenas rebasado el pintoresco pueblo de Paraíso, advirtió nuestro ingeniero que con motivo de la charla con familiares que visitaban la casa, olvidó recoger las pesadas botas y eso sí era algo que no pasaría por alto: dudó por unos momentos pues podía conseguir otras en el propio centro de operaciones, pero no, él prefería devolverse, ¿ Cómo presentarse a la reunión de personal con cualquier par de botas? y regresó. Muy pronto estuvo en la casa, explicó brevemente a sus asombrados papás que estaban en la sala y sin sentarse siquiera tomo las botas y salió nuevamente para llevarse una sorpresa. Esa noche le fue imposible conciliar el sueño y rogaba para que amaneciera en aquel campamento que siempre encontró tan acogedor, y ahora le parecía una cárcel que lo atrapaba. Por la mañana, después de unas breves instrucciones y llamadas telefónicas a sus superiores, se vino para San José, deseando volar; a su juicio, aunque con mucho dolor, solo él podía tomar la grave decisión que el destino había puesto en sus manos. Se puso blanca como pintada con cal, la buena muchacha cuando vio a su hermano en frente de ella, ahí en la Clínica. Él, siempre tan comedido, estaba ahí, entre los escritorios de varios oficinistas, con trazas de no haber pasado por el aseo matinal, sudando. Qué ocurría?, ¿Su papá?, … ¿su mamá ?… Ya Arturo, 26
¿qué pasa? “No le pasa nada a nadie... ” y paró la conversación al advertir que tres pares de ojos le punzaban la espalda, mientras las bocas abiertas se inundaban de saliva, esperando conocer el problema de la compañera. Arturo pidió a su hermana retirarse con él al pasillo y ella regresó unos minutos después, luego de pedir permiso para ausentarse. Era un verdadero impacto, requería más explicaciones pero además los que debían saber aquello, eran sus padres. Yocasta estaba muy afectada..., todos, hasta su cuñada que era como su hermana, sufrían aquel inesperado drama. “Por razones de salud se suspende la boda hasta nuevo aviso”. Ese fue el estribillo acordado tanto en el ámbito familiar como el social, a la hora de informar sobre la imprevista circunstancia. Cuando Arturo después de almorzar, regresó a su trabajo, iba con la incógnita de qué decidiría hacer su hermana. La profunda tristeza de aquella mujer no permitía en ese momento, preguntarle nada al respecto.
...A quienes pude ver anoche por el retrovisor. 27
Era una mujer de acero y el martes regresó al trabajo sin que el menor de sus gestos reflejara la tragedia que aún no terminaba de digerir y el “nuevo aviso”, se fue posponiendo semanas, meses y ….. años, hasta que dejó de ser novedad cuando algunos de sus compañeros paulatinamente se trasladaron a otros lugares o empresas. La joven maduró sin que se le conociera pareja alguna y con ejemplar carácter sepultó aquel doloroso recuerdo del amor que no fue. Cinco o seis años pasaron. Dichosamente otro cariño llenó el vacío y la valerosa mujer contó a sus amigos íntimos, el trágico desenlace de aquel candoroso idilio vivido por primera vez: “Aquel día que llegó Arturo todo asustado a buscarme cuando estaba yo en la Oficina de Registro, nos fuimos para la casa a hablar con Mamá y sin mucho misterio soltó él lo que todos sentimos como una bomba. “ “Ese muchachito y el novio de Yocasta, a quienes pude ver anoche por el retrovisor, cuando embocaban con ella a la esquina, son amantes, ambos sujetos son muy conocidos en los alrededores del Variedades, porque forman parte de un grupito” “Arturo me vio tan brava que mejor no habló más y después de almorzar se fue nuevamente para Cachí, pensando en la decisión que yo iba a tomar y mi mamá se encargo de poner al tanto del asunto a papá y a mi cuñada pero todos estuvieron de acuerdo en que yo era la única que podía hacer algo, si quería y mejor no me anduve por las ramas sino que cuando llegó mi novio esa noche con el amigo de siempre, yo tenía la fe de que negara todo y de que se tratara de una equivocación, porque se dan muchos casos, por los cuentos de gente que ve algo y luego inventa lo que quiere y además un hombre tan noble y 28
caballeroso, si acaso había incurrido en algo malo por su misma juventud, seguro quiere corregirse y ser un buen marido y padre de familia. Las horas se hacían eternas y cuando por fin llegó, como siempre con su fiel amigo, yo apenas podía hablar porque sentía brasas en la cara y una gran vergüenza y cuando me atreví a preguntarles si era cierto que eran amantes, se ruborizaron y sin decir una palabra, ellos mismos abrieron la puerta y salieron para no regresar nunca más, quedándome a mi la espina sobre qué mal propósito los había llevado hasta mi casa y qué hubiera hecho si me doy cuenta después de casada. Antes de graduarse Arturo estaba de pasante en una firma constructora con oficina en la cercanía de la Biblioteca Nacional y a menudo, pero especialmente los fines de semana, se reunía con compañeros para tomar algún aperitivo en los bares del sector. Además de los chismes de cantina, habían observado varios incidentes, protagonizados por el singular binomio. En nuestro país a partir de los 80, las personas tienen reconocido derecho de escoger públicamente a su pareja aunque sea del mismo sexo, cosas de la época y de la ley, pero lo que no está bien es que se oculten los verdaderos propósitos a la persona escogida para realizar un proyecto de vida en común. Eso en cualquier cultura, es totalmente reprochable. Para prevenir situaciones como la expuesta, es mejor que las personas de buena fe y limpio corazón, investiguen con quien se relacionan y no comprometan su intimidad, aunque las deslumbre una varonil figura, un par de silicones o una abundante billetera.
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Amores y equivocaciones -1979 - Número 2-
A mediados de 1979 mi amigo Mancio Gardía estaba feliz, su hija mayor brillaba de felicidad porque había llegado el amor a su vida. Siempre fue, virtuosa y comedida, con las buenas costumbres heredadas de aquellas familias de abolengo que sin ser millonarias, eran poseedoras de una excelente tradición de trabajo honrado y productivo. La boda era inminente tras año y medio de noviazgo y la madre estaba encantada. Mancio y su futuro yerno Freddy, realizaron un viaje al exterior para beneficiarse con los descuentos y bonificaciones en la adquisición de los electrodomésticos. Posteriormente adquirieron el resto del mobiliario. El padre del novio lo había acompañado frecuentemente hasta dejarlo en la puerta de aquel hogar y aunque no era de natural muy comunicativo estaba bien involucrado en el feliz acontecimiento que se avecinaba; se notaba en las muestras de afecto que tenía para la bella Anael y sus padres, cada vez que coincidía con ellos, al acompañar a su hijo. Es del caso que, tres semanas después del regreso de la frontera, nuestro héroe Freddy, siempre tan cumplidor, circunspecto, elegante y de buen hablar, no apareció en su cita de amor. En vano los papás de Adael intentaban persuadirla de que debía acostarse, ella continuaba horas después, esperando por lo menos una llamada telefónica que no llegaba. Serían las once de la noche cuando algún desconsiderado conductor se plantó frente a la propiedad para dar un concierto de bocinazos y finalmente se animó a cruzar dentro 31
del portal para tocar el timbre. Abrió la niña el visor de la ventana y a los pocos segundos, vio con más sorpresa que júbilo, a su amado aunque al principio no lo reconoció. Tomó la bata y abrió mientras sus padres alarmados despertaban y se levantaban perplejos. Freddy, con el pelo desacomodado y la chaqueta hecha un asco, a duras penas y casi gateando bajó del carro y se apoyó en el pequeño muro de la entrada. Adael refrenó su deseo de abrazarlo y consolarlo cuando creía que lo habían asaltado, y el hálito de su novio le recetó un amoroso mensaje de bocas añejas y rones de baja calidad. La impresión de la niña fue de tal calibre, que se devolvió llorando y fue Mancio el que convenció al muchacho para que se fuera y regresara otro día.
... Vió con más sorpresa que júbilo a su amado. 32
Estudiado el asunto con su esposa, porque la desconsolada Adael no estaba en sus cabales, doña Wilma decidió que su marido debía investigar. Freddy, atento y cortés como le era usual llamó a la niña por la mañana y, como tantas otras veces, se pegaron al teléfono por más de una hora. Por la tarde llamó expresamente a su futura suegra, pidiéndole trasmitir sus excusas ante un acto tan bochornoso “ producto de una novatada con sus antiguos compañeros de colegio que coincidieron con él que no se iba a repetir jamás “ y así las relaciones retomaron el feliz curso que antes llevaban. Pero en su investigación preliminar, lo que en este hogar no habían conocido en año y medio, con solo unas cuantas indagaciones con amigos y colegas de Mancio y con antiguas compañeras de doña Wilma, aquí y más alla, lo supieron en una semana; el tal Freddy a sus 3O años era una verdadera peste; borracho y pendenciero, ni su misma familia lo aguantaba y a pesar de la buena instrucción y recomendaciones del influyente padre, no duraba en ningún puesto. El solapado interés de su clán, era el de queeste hijo pródigo se casara con una buena heredera para ver si enmendaba su camino y si no se corregía por lo menos serían otras gentes a las que les tocaría lidiar con sus majaderías y mantenerle un hogar decente a él y su futuros hijos a cuestas, con hijos y todo. Con sin igual entereza, Adael, sus padres y hermana, afrontaron a tiempo aquel descalabro moral y pocos años después, Dios le permitió a la damita contraer nupcias con un excelente muchacho y procrear dos chicuelos que hoy son una verdadera bendición. Estoy seguro, habiendo conocido muy de cerca a Adael y los suyos, que las oraciones influyeron fuertemente en el desenlace de tan injusto caso.
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Aprendiz frustrado -1962-
Los dolores y la soledad, le han obligado a fruncir el entrecejo. Aquella cama tiene al centro un hueco tan profundo que si se queda quieto allí un par de días, tendrán que desenredarlo como un ovillo, para ponerlo de nuevo en el suelo. En medio de aquella situación, la congoja y el malestar le recuerdan que sigue vivo, en este mundo maravilloso y entonces sonríe con felicidad, hasta el punto que su nieta le mira extrañada. Claro, ella no tiene por qué saberlo y tal vez ni le resulte importante pero ahí, en su repleto anaquel de información vivida, el paciente saca un naipe luminoso y sopla sobre las tapas, para limpiarles el polvo, luego toma al azar una de las cartas cuidadosamente archivadas. Las cartas de esta especial baraja, son enormes y multidimensionales, no existe aún alguna tecnología para imitarlas; son verdaderos escenarios con diversos días y variadas noches, donde a veces hay peligrosos baches pero prevalecen los momentos felices y el encuentro con sus mismos semejantes, conocidos y desconocidos, históricos o improvisados. Este enfermo ha viajado, aquí y en otros países, en su barrio y en las vecindades. Entró en palacios y también en pocilgas, trató con doctos y con incultos, con algunos personajes de fama y con gente humilde y confiada y entonces ahora saca una carta y viaja de nuevo. Desde luego, a estos viajes al pasado, les falta el aliciente principal, la incertidumbre, pero al repasar lo ocurrido y meditar sobre los errores cometidos, es posible corregirse para aprovechar mejor cualquier oportunidad que se dignara proporcionarme la Divina Providencia en el futuro. Bueno, vean el contenido para 1960: 35
¡Sigo vivo en este mundo maravilloso!
El liberacionismo está jubiloso. Se esperan grandes cosas con el cambio de gobierno que se avecina, don Chico Orlich asume el poder este 8 de mayo de 1962 y será recibido con una cena de gala donde las damas de los embajadores extranjeros y el cuerpo diplomático de Costa Rica, verán en escena una interesante comedia. Arcenio Vascuas, es un hombre feliz, al venir a trabajar a la Caja del Seguro Social, nunca imaginó que de ´pronto iba a estar metido en el remolino de la actuación, ni que el agradable señor que aparecía de vez en cuando en los ensayos, 36
era don Alfredo Sancho, el secretario de la Junta Directiva que se había echado la tarea de conseguir el patrocinio de Fernando Soler, uno de los líderes del sindicato de actores de México, para echar a andar el Instituto de Artes Dramáticas en nuestro país. Arcenio no tiene más experiencia que la participación en veladas escolares, cuando pequeño, pero sí conocía a Roberto González, un locuaz y dinámico muchacho del Archivo del Hospital de Aranjuez y en su nuevo trabajo, ha tratado con Eduardo Uribe y de pronto, el jueves 3 de mayo, es invitado a ver los ensayos en la Juan Rudín y ya el viernes un remolino llamado entusiasmo, lo tiene metido en un horrible saco de manta, coreando con una docena más de comparsas igualmente ensacados, la consigna de la bruja: “En el mes de Hecatombeon habrá un eclipse de sol”. Por fin llega el momento y los familiares de los participantes, también están en la sala de lunetas, por una orillita del telón, los ven,” Sí, allá está mi esposa”. La señora de Arcenio, como algunas recién casadas, no tiene programa propio y tiene la oportunidad de ver la obra y de paso, tal vez vea actuando a su marido, aunque a esa distancia le será difícil distinguirlo
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Bachilleres del grupo Ramiro Montero -1954-
Como el viejo campo de agricultura (hoy taller del Mopt) donde Manuel Murillo nos enseñó a amar a la Madre Tierra; como el tren de la Northen y el aroma de la Fábrica de Licores, así fue nuestra vida estudiantil. Hoy, de visita en el Liceo de Costa Rica, el bullicio de nuevos reclutas levanta las hojas secas y nos vemos en el ruidoso tropel de las once de la mañana, en busca de la calle para arribar al Colegio de Señoritas. Aquellas lindas miradas justificaban plenamente los reproches de los Profesores Quincho Mora y Gabelo Ureña, porque nuestro ¨ejército¨ recogía los útiles al sonar la sirena de Obras Públicas sin esperar el alarido de la nuestra, 4 ó 5 minutos después. Los judíos no eran la excepción, corriendo y gritando como los demás estudiantes; por algo el profesor Oconitrillo exclamó con asombro un día: ¨Yo no sabía que en Costa Rica había indios polacos¨. Llegan al gastado cerebro las bromas o incidentes entre compañeros, cuyas diferencias culminaban en imprevistas sesiones de boxeo pues el Profesor de Educación Física don Hernán Redondo, ofrecía gustoso los guantes, sin peligro para la nota de conducta. Dada la seriedad del chino Li Lao, jamás podía imaginarse don Ramiro Montero que en sus clases de química orgánica, aquel espécimen se entretenía sometiendo al fuego la tapa metálica de una lámpara de llama y no faltaba quien la tomara al pasar para cubrir el artefacto, sufriendo una fea sorpresa ante la satánica sonrisa de este tenebroso chino. En otro anaquel 39
del alma revivimos las escaramuzas con otros colegios y especialmente la huelga estudiantil que culminó en la casa presidencial, cuando el Presidente de la República don José Figueres Ferrer, nos aseguró que “güelga es güelga” y no se sancionaría a Ruth Feizag; Su fotografía en traje de baño aparecida en los periódicos, había ocasionado el “aquelarre” en el Colegio Superior de Señoritas.
¡No sabía que en Costa Rica había indios polacos!
Las reuniones de nuestro grupo de ex alumnos también han tenido tragos amargos: el “polaco” Hartman nos dejó recién celebrado el décimo aniversario, a raíz de su muerte accidental fuera del país y a partir de entonces la mazorca no ha cesado de desgranarse. La lista de apreciados compañeros y profesores que ya partieron de este bello mundo es extensa por lo que solo traemos a colación, por lo singular, a Willy Salazar que preparó junto con el comité la celebración del 40
25° aniversario y no pudo asistir al evento por estar ocupado entregando el alma al creador; indudablemente él sabía que iba a partir en cualquier momento dada la gravedad de su dolencia, pero contribuyó estoicamente en la coordinación preliminar de nuestro importante evento. Este 14 de julio de 2009 correspondió partir a Jorge Emilio Regidor, uno de los más antiguos miembros de nuestro comité. Más autodidacta que académico nació nuestro amigo con el poder de las letras y el don de la amistad, dándonos el abrigo de su casa por más de medio siglo. A la par de sus colaboradores inmediatos mantuvo hasta el presente la cohesión del grupo, sin importar las distancias, logrando que “muchachos” y profesores, asistieran a celebraciones y reuniones especiales, desde distintos lugares del terruño y de otras latitudes. Se fueron también para siempre Germán Volio, así con Tilde en la “a”, porque si no se enoja, el alborotero negro Chavarría y Jorge Mora llevándose sus “charadas”. Gracias a la tesonera labor de ese Comité hemos disfrutado tanto recordando aquellas aventuras y también las ¨fechorías¨ de nuestros antiguos mentores: la satánica risa de Memo Villalobos, quien al calificarnos mal decía ¨sembrarnos como arbustos¨, la proverbial pereza del Profesor ¨Murmullo¨, quien daba por explicados teoremas vistos por otros grupos, para no ¨desperdiciar” los desarrollos en el pizarrón; los zapatazos de Carlos Borel; los dictados, desde la puerta del aula, de Víctor Vargas; la atormentadora ¨cachimba¨ de Teodoro Olarte, bien calificada como ¨pationa¨ (hedionda) por Regidor en un elegante poema; las pesquisas del Inspector Edgar Sáenz, oportunamente condecorado con la ¨Orden del Gran Rana¨. Claro, también recordamos con gratitud todo el esfuerzo del profesorado y particularmente las clases gratuitas de 41
¨Oratoria¨ de Héctor Meoño, el Profesor de Mecanografía; las clases libres de ¨Escultura¨ de Juan Manuel Sánchez; la ¨caballerosidad¨ de Omar Gutiérrez; la severa serenidad de Bernardo Alfaro quien incluso, en una oportunidad, obligó a su propio hijo a presentar exámenes extraordinarios en febrero, la ¨Paciencia¨ del Padre Guillén, la ¨disciplina¨ de Ramiro Montero y tantos otros atributos con que fueron forjados nuestros valores por esos brillantes maestros. En esta fecha en que la salud y la edad nos obligan a brindar con manzanilla y medicamentos, esperamos que nuestro Comité no tire la toalla pues sería una lástima que esta pintoresca ¨Dictadura¨, cinco años más vetusta que el gobierno de Fidel Castro, desapareciera del mapa. Cuco Regidor no lo perdonaría.
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Booling -1943-
La agresión y lucha entre niños vecinos o compañeros de estudio de todos los niveles, desde el kinder hasta la universidad y demás actividades humanas, siempre ha existido; el instinto gregario llevó a la integración de pandillas (“Güelgas “ en Costa Rica), formadas incluso por niños y adultos y conforme a los lugares de reunión en clubes y barrios. Los recreos y partidos de futbol en las plazas públicas, los turnos, bailes y tómbolas pueblerinas, daban oportunidad a enfrentamientos que permitían consumir calorías a base de golpes, pedradas y flechazos (hondas hechas con arcos de nudos de café y hules de neumático de automotores), o bien se resolvía el punto con una buena bronca entre los “cocos” de los grupos enfrentados. No faltaban algunos eventos violentos con resultados graves (fracturas, daños en los ojos, pérdida de dientes, quemadas, etc.). Andar uno, solo por otros rumbos, alejándose de su barrio, era poco menos que suicidarse pues hasta la policía se solidarizaba con los lugareños. Ni que decir de las celebraciones de fin de año en San José. De manera que en el presente siglo lo único nuevo, además del nombrecito, son las armas blancas y las de fuego, y el consumo de drogas. En los recintos escolares y colegiales eran frecuentes los juegos de manos seguidos por resquemores, rencillas y golpes bajos, que al tiempo engendraban un reto para pelear a la salida. Ahí los más débiles debíamos acudir al ingenio más que a la respuesta física para evadir agresiones o des43
pojo de artículos o comida, ya fuera concertando alianzas o “llevándole los útiles a la maestra” para que los “tirriosos” no pudieran darnos una tunda. Los cantineros y pulperos de barrio jugaban un rol importante en la promoción de grescas callejeras entre niños, pues a la vez que atendían a sus clientes, se las ingeniaban “metiendo carbón”, para provocar celos y animadversión entre la “manada” de los varones y las chiquillas. uno de los juegos preferidos para embarcar a vecinos recién llegados al barrio, eran los “pulsos” y “la moneda y embudo”, así como la oferta de golosinas a algún carajillo para que le tocara la cara a otro de su mismo tamaño, lo que engendraba el esperado pleito. Era muy difícil que uno, siendo cachorro, llegara a otro barrio, y no sufriera algún tipo de atentado a menos que se resignara a estar preso dentro de su propia casa. Si llegaba de visita por ser primo o amigo de alguien, el güila residente lo presentaba al grupo y si llevaba algo de comer, tenía que repartirlo y de todas maneras, algo le pasaba, o le quemaban la ropa con una chinga de cigarro, le pegaban un chicle en la camisa o el pantalón o si no le cortaban en un descuido, un puño de pelos, lo que obligaba a pelarse al rape y lo mismo pasaba si lo cambiaban de escuela o de aula. En este sistema tal vez variaban los juegos y los ardides pero sucedía tanto en los barrios pobres como en los más “pudientes”. Claudio, un respetable guayacán de Curridabat que ya pasa de los 8O y goza de muy buena salud, se refiere al tema, recordando un incidente ocurrido en su natal Paraíso: “ Mirá Antonio, fíjate que en la calle principal, como a las tres cuadras al este del cementerio, estaba la pulpería de Chalo Solano, por cierto decían que la había levantado con dinero de una Guaca, encontrada con la ayuda de fuerzas extrañas. Bueno, a este señor le gustaba bastante poner a 44
pelear a los muchachillos y un día cuando terminaron las clases muy temprano pasé con el deseo de comer algo, porque vos te acordás que uno padecía de un hambre permanente y siempre andaba alcanzado, midiendo los cincos en la bolsa y me tenía casi descompuesto el olor riquísimo de aquel pan de bollito recién horneado porque, para que negarlo, don Chalo tenía mucha clientela y siempre había pan fresquito. El hombre se quedó viéndome como tomando medidas y luego entre sonrisas y calladito señaló un chiquillo que estaba sentado en la orilla del caño y que le decían “ Pichel de Tata...”- Claudio, (le interrumpí), ¿no sería más bien, Pichel de Lata ?- “no Antonio, que va, me acuerdo bien porque yo tenía ocho o nueve años, tal vez más, en ese tiempo don Eugenio Corrales era el director de la Escuela y la esposa doña Amada tenía una voz muy linda y cantaba en el coro de la Iglesia. Sí. Ellos eran Los papás de don José Miguel Corrales- pues bien, me dice el viejo Chalo: “ ¿ usted se anima a agarrarse con ese chiquito?- yo, pensándolo, me medía con el chiquillo y vi que fácilmente me lo podía acomodar y Chalo me dice: - Vea, si se anima, no importa que gane o pierda, yo le regalo una mano de pan y dos reales...- o sea, además de los seis bollitos, yo me ganaba una peseta que era un dineral. Entonces me arrimé donde estaba Pichel de Tata tranquilamente sentado, con el pensamiento quién sabe dónde y saz, le mando esa patada en la pierna y claro, se levantó un poco asustado y reaccionó preguntándome qué pasaba y yo le dije -Diay, lo que usted quiera, y de una vez me cuadré para recibirlo y cuando se me vino, le encajé un par de puñetazos en el pecho y...para que lo hice. Fue como alborotar un panal porque en un momento me dio de golpes por todo lado, en la cara, la cabeza, la nuca y las orejas. Sentía yo un hervidero hasta en el pescuezo. Cuando el mocoso se volvió a sentar donde estaba fue porque se cansó de arriarme porque seguro ya le dolían las manos y el viejo Chalo, muerto de 45
Ví que fácilmente me lo podía acomodar.
risa me dio el pan y la peseta. Llegué donde mamá, lleno de chichotas por toda la cabeza y la cara y como me vio tan desarreglado, me preguntó, le conté que me había peleado y meneando la cabeza me dijo: pero le pegaron bien duro y me curó con pañitos tibios y yo lo que hice fue que nunca más pasé por esa acera”. Ese tipo de peleas era muy normal entre los muchachos, otra vez me estaba esperando Pon y yo le tenía miedo, porque era más matoncillo y yo llevaba mi tintero, guindando con una tira y la otra mano la tenía ocupada con útiles. Fijate que el hombre se me vino encima y taz no tuve más remedio que recetarle un tinterazo y se quebró el frasquillo y solo me quedó el goñete (gollete) y la tira en la mano y mi hermana me decía “dale, dale”. 46
Brujas en el Siglo XX -1957-
“Toño…¡me alegro de verte, vieras como te busqué !”. Era el espontáneo saludo de Gonzalo, un larguirucho conocido mío, a quien no esperaba ver por estos dominios y como buenos ticos nos plantamos a dialogar aquella tarde de agosto por el Mercadito de Plaza Víquez. Habíamos coincidido 2 años atrás en el Bar Tico. Don Luis Morelli me dio trabajo en la pastelería, coleccionando quemaduras mientras sacaba del horno, bizcochos, “plunders”, cachos, galletas, budines y otras delicias que se agotaban en un instante y Chalo, momentáneamente alejado de su oficio como salonero, convalecía de una cirugía, pero llegaba con alguna frecuencia a saludar a Oscar su hermano, que era mi jefe, siempre de impecable chaqueta blanca. Mi permanencia fue fugaz en ese lindo lugar; ganando extras como cantinero llegaba al Barrio a la media noche y despejaba la mente jugando pesetas “a la pared”, en la Glorieta de la Ciudadela Calderón Muñoz, con mis vecinos Víctor Barboza, Fernando Peralta y William, el joven que atendía la cantina “ La Vera “. Mi madre recortó mis alas una madrugada cuando me puso la valija en la mano y yo sequé sus benditas lágrimas con mis besos, prometiéndole renunciar. Esos gratos recuerdos ya eran parte del pasado pero sentía y siento siempre, un gusto inmenso al encontrarme con antiguos compañeros, como sucedía en esta ocasión. Gonzalo prosiguió:“Supe que tenías empleo en el Seguro pero queda fuera de mi ruta ir allá”. 47
Mi amigo estaba entusiasmado y no daba lugar para proponerle un nuevo encuentro pues temía yo retrasarme en mi habitual recorrido hasta la “Manuel Aragón”, allá por la avenida central. Él continuó: “Estoy colocado en el restaurant de la Estación de buses de Alajuela, ahí por el Borbón. Tenemos dormitorio porque dependiendo del movimiento así es la hora de entrada o salida, según la guardia que le toque a uno.”Qué tirada… pensaba yo con ganas de salir corriendo, aunque los ojos de Chalo suplicaban que tuviera paciencia y siguió: “Hace como un mes y medio cavilaba por falta de sueño cuando escuché que cerca de mi comenzaron a rezar”.
Casi chocan conmigo de la carrera que llevaban.
“Tocaban las 12 de la noche y yo creí que eran las ánimas. Me envolví la cabeza con la cobija y me encomendé a Jesucristo, deseando desentenderme pero la rezadera siguió y yo intrigado me levanté descalzo, muy despacio y sin entender palabras; era en el excusado el asunto y me arrimé poco a poco: dos hembras estaban hincadas; con los brazos en cruz. La de atrás, sostenía una vela prendida en cada mano, pero la “roca” de adelante, se encontraba en la puerta del 48
servicio sanitario y solo tenía una candela ardiendo y con la otra mano sacaba, de un tarrillo que tenía a la par, unos polvillos que tiraba sobre la taza del inodoro y decía muchas cosas, pero más que decir, parecía que recitaba llorando, muy quedito y la mujer de atrás era la que contestaba. Por el pelo abombado y enredado reconocí a la “roca” por ser una empleada, mejor dicho, compañera de brete, pero a la jovencilla de las dos candelas no la había visto jamás”. “Tuve que toser obligado por el humo y apenas me vieron casi chocan conmigo de la carrera que llevaban hasta la calle y claro que yo también me asusté. Era tontera “ponérmeles al corte” y prendí la luz del pasillo. Apagué las candelas que rodaban prendidas y bajé a trancar la puerta. Recogí los regueros: había 6 velitas de aceite encendidas en el suelo del excusado y en el centro, boca abajo, una foto con cinco hileras de cinco alfileres con las puntas también hacia abajo, encima de una masilla aceitosa llena de muchos pelillos, como recortes de barbería”. Mi camarada, hizo una pausa para respirar y yo entusiasmado me olvidé del tiempo. Un minuto después prosiguió: “Me llevé una gran impresión cuando limpié el retrato. Claro que llegó la hora de levantarme sin que del todo pudiese dormir aunque fuera un minuto. Todo el día pasé como sonámbulo. La vieja mañosa no volvió al brete y de todas maneras le habrían cortado el rabo porque yo se lo conté todo al patrón” y a mis compañeros. Chalo hizo otra pausa y yo fascinado por aquella hechicería, esperaba como congelado, la culminación del relato: “Toño, aquí tenés tu fotografía”. ¿Quéee…?, atiné a contestar.
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Como débil arbusto que estremece el viento, así temblaron de miedo mis 21 años de edad. Probablemente comenzaron ahí los raspones cardíacos que 50 años después me han hecho fanático del Irbersartán y la Digoxina (medicamentos). Apuré el paso y llegué a la Escuela con el tiempo suficiente para charlar con don José R. Acuna, el Director y así despejar mi mente antes de recibir las clases del Profesor de contabilidad, don Rodrigo Guell Por la detallada descripción de las damas que, a pedido mío hizo Gonzalo, identifiqué sin lugar a dudas a Zully; habíamos protagonizado meses atrás un encendido romance que muy pronto degeneró en violentos intercambios de amenazas y ofensas que nos sacaron de la luna. Ahora, con el recuerdo hecho trizas, la busqué con más dolor que cólera para reclamar su equivocado proceder y reconoció con tristeza su falta. No pregunté más. No quise verla derrotada y la dejé en paz, al fin y al cabo yo tampoco era ninguna “hermana de la caridad”, pero me queda hasta la fecha la incógnita de cómo había obtenido ella, la reproducción ampliada de una foto tamaño pasaporte, inserta en una solicitud de Empleo para un puesto de Auxiliar de contabilidad en la UCR. Talentosa e incansable trabajadora doña Zully enviudó temprano y ella sola dio formación a su hijo, hoy un excelente profesional. Pienso que en este maravilloso hormiguero donde nos toca vivir, todos tenemos un camino para recorrer y a veces debemos defendernos o competir y también nos equivocamos a menudo pero lo importante no es derrotar sino comprender y perdonar siempre.
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Cazador cazado -1970-
En funciones de mi cargo visité a Rogelio, nuevo Director General de Tránsito, en su oficina por la Sabana, cuando se acercaba la Navidad de 1970. Nos conocimos varios meses atrás en las reuniones de coordinación, en la Dirección de Transporte Automotor pero nunca lo noté tan contrariado como en esa fría mañana. Entraban y salían Inspectores de su Despacho que mantenía la puerta abierta, dejando escuchar desde la silla de espera, parte de los diálogos y las órdenes emitidas. Saludé desde el marco y ofrecí retirarme para regresar en mejor oportunidad. Sin embargo el funcionario me detuvo; “no Toño, no te vayás, esperate”. Me invitó a pasar, se despidió cortésmente de dos oficiales y de un elegante señor de vestido gris y corbata azul, levantándose de seguido para cerrar la puerta tras ellos. Luego recostó su cuerpo al espaldar del sillón, y ya más tranquilo me relató lo siguiente: “Hay situaciones que te desconciertan y cuesta encontrarles una solución; uno de los motorizados, a quien tocó atender el área oeste...en la madrugada... sí...ese que vos oíste mandé a “guardar”, es un elemento nuevo pero valioso, muy recomendado. Cuida el equipo y no le arruga la cara al trabajo, sin importar el horario que le toque, ni el lugar que le asignen, siempre dispuesto a colaborar y a aprender, y el caballero de traje entero que salía cuando vos entrabas, es un “detenido”. Los elementos que se fueron con él, van a traer una motocicleta que el Inspector dejó en su casa”. ¿ Cómo...? repliqué intrigado, intentando comprender lo 51
que sonaba como adivinanza. Ante mi perpleja actitud, continuó seriamente: “Sí...el señor es un detenido... aunque por sus modales y presentación parezca un Ministro y a ese asunto me refería cuando de seguro oíste mis instrucciones. Como te decía, nuestro hombre atendía el sector oeste. A la entrada del puente de Los Anonos, topó con un enfiestado, conduciendo un fino automóvil descuidadamente, en Zig Zag, que por poco y se lo lleva en banda, casi lo atropella. Se devolvió y lo siguió hasta lograr detenerlo aquí no más, (dijo Rogelio señalando con su mano izquierda), por el costado norte de la Sabana. Fijate que bajó el individuo con mucha dificultad, apartándose el pelo de la cara y ante las amonestaciones del oficial, se disculpó por el desacato y conducta imprudente y poco faltó para que llorara de la vergüenza, sin poner reparo alguno cuando le pidió la licencia y le hizo el parte. Nuevas disculpas y confesión sobre un viejo amorío, mientras trataba de poner en su lugar una corbata llena de achiote, hubieran conmovido hasta Torquemada pero aun así, el Oficial no iba a echarse atrás, cumpliría con su deber.
...Y poco faltó para que llorara de la vergüenza. 52
El aire frío que cruza por aquel pulmón de San José, y la charla con el inspector, despejaron la mente del infractor, que habiendo recobrado su buena condición física y mental, se sentía ahora capaz de conducir racionalmente su vehículo, por lo que pidió al vigilante le permitiera ir al hogar, antes de ser detenido; su domicilio estaba a pocos metros, ahí por el parque de Mata redonda y podría despedirse de su esposa y pedir perdón por su desliz ya que no estaba acostumbrado a dejarse llevar por el licor y menos complicarse por faldas. El somnoliento oficial aceptó pues así no importunaría a la base para obtener la ayuda requerida en estos casos ya que el mismo infractor llevaría el carro a la Dirección de Tránsito. Frente a la residencia, el caballero invitó al oficial a tomar café y mientras la empleada preparaba el desayuno, subió a buscar a la señora al dormitorio en la segunda planta, bajando luego muy complacido para tomar del trinchante un botella de cognac y dos copitas que trajo a la mesa con el propósito de calentarse en aquella helada mañana y de paso entibiar también al diligente oficial, pero éste rehusó el aperitivo. Mientras servían el humeante café y huevos revueltos con jamón, explicó el señor muy animado, haberse entendido bien con su cónyuge y después de desayunar, cortésmente solicitó un poco más de espera para ducharse y al rato bajó rasurado y con otro elegante vestido, para proseguir su destino en manos del representante de la ley. Pero, oh sorpresa ...para vergüenza del grupo de motorizados y por la desgracia de haberle quedado a mano la botella de “Fundador”, este Agente de tránsito, inicialmente reacio a ingerir el pequeño trago, que aún permanecía ante sus ojos, no resistió la tentación y la soledad le animó a consumirlo, luego se mandó otro y otro y varios más. El agotamiento por la ajetreada y fría jornada hizo el resto en el organismo del muchacho, quien se levantó caminando tan torcido que estuvo a punto de derribar la pesada mesa del comedor y debió apoyarse en el hombro de su 53
anfitrión, mientras salía de la casa echando bravatas contra inexistentes enemigos”. Luego de recostarlo en el asiento trasero de su automóvil, con la ayuda de la asustada empleada, pidió a ésta vigilar la motocicleta que permanecía aparcada frente a la aristocrática residencia”. Yo seguía escuchando el relato con la boca abierta y el alto funcionario prosiguió: “Pues ve vos entonces el problema que me recibe este día; ese señor trae en su propio vehículo, al oficial que lo detuvo, y antes debió rogarle que no condujera la moto, la cual deja custodiada por su empleada. Fíjate; además de traer al Inspector, me explica todo con lujo de detalles y viene con el block de partes, el lapicero y hasta la gorra de quien lo detuvo, hará si acaso tres horas y para colmo deja una empleada cuidando la motocicleta hasta que la envío a recoger ahora y de remate me pide perdón por haber provocado problemas al oficial y se pone a las órdenes mías por considerar que fue detenido con toda razón” No tenía nada que decir ante aquel extraño suceso ni el alto funcionario agregó algo más, dedicándonos al asunto que motivaba mi visita. En adelante tampoco consideré prudente o necesario referirme al caso, dejándome satisfecho la confianza de que me hizo objeto el preocupado funcionario en su oportunidad y no es sino hasta hoy, 44 años después, que expongo este caso porque espero sea aleccionador sobre lo traicionero que puede resultar un solo trago de licor en cualquier circunstancia.
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Ciencias Económicas
-1966 y Alexis Orozco-
Cuando supe del fallecimiento de Alexis Orozco, una ráfaga de nostalgia me hizo retroceder cuarenta años: ¡Cómo pasa el tiempo...! Me veo, de golpe, saludando a los compañeros en el corredor de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, para buscar a continuación el aula correspondiente. Superadas en 1965 las materias fundamentales y las humanidades que impartían con solvencia maestros como Luis Barahona (Filosofía), Ricardo Fournier (Historia), Guido Sáenz (apreciación del Arte), etc, enfrentábamos ahora por primera vez, los principios de Economía. Sabíamos que la Universidad escondía sorpresas y ya habíamos topado con algunas; como aquella ocasión en que los compañeros decidimos protestar ante el Padre Núñez por sus catilinarias contra la irresponsabilidad de los ausentes a su Cátedra de Sociología, lo que considerábamos injusto quienes siempre asistíamos y sonriente nos palmeó el hombro diciendo “ Aaah ... no se les olvide amigos que yo soy un sacerdote y los Curas damos el sermón para que los buenos feligreses le cuenten a quienes no vienen a la misa”. No esperábamos, sin embargo, que la dorada alfombra tendida por la maquiavélica sonrisa de Pércival Kelso, el feliz Secretario de la Facultad de Ciencias Económicas, se transformara tan de repente en resbaladizo sendero gracias a la lluvia de curvas y símbolos que por docenas recetaba don Alexis Orozco ante las babas de la concurrencia. Había ¨Emergencia Nacional¨ en nuestros cerebros: mejor decidir temprano si 55
convenía quedarse en este valle de lágrimas o enfilábamos la proa hacia sitios menos huracanados, donde la economía y otras antipáticas asignaturas hermanas no mortificaran tanto a la distinguida clientela. Más adelante comprendí la medular tarea de este incansable catedrático; él sacudía conciencias y preparaba las brújulas de los aprendices para más accidentados recorridos.
...Lluvia de curvas y símbolos. 56
Álvaro Hernández y Víctor Hugo Céspedes agregaron más sabor a los capítulos de Samuelson y entre otros autores, nos presentaron a Keynes. Más Pendientes y misteriosa simbología para explicar las brechas inflacionarias y deflacionarias, así como la política del pleno empleo. Bajo la misma consigna de enseñar con singular dedicación, Ricardo Mata caminaba los edificios de la Universidad. También en la misma época tiempos de cambio recorría el campus universitario: La oleada de hippis que Gunnar Pinto mandó pelar de coco en la frontera sur, el pleito entre el periodista Rolando Angulo y Fernando Berrocal, Presidente de la FEUCR, con motivo de la creación del Banco Popular y más adelante la culminación del proceso de convención, del PLN, con la visita de don Pepe, que no resistió la popularidad de su oponente Rodrigo Carazo, ni la pregunta del alumno Azofeifa a quien abofeteó públicamente. Pues Carlos Ceciliano nos bajó a tierra para aplicar minuciosamente los costos. José Antonio Lara y Víctor Hugo Roig nos enseñaron a interpretar las cifras de las finanzas, mientras Rafael Rodríguez, Arturo González y Fernando Fumero nos hacían beber administración hasta los domingos, e Irene Garbanzo, aunque con tono menos solemne, no se quedaba atrás y nos encaminaba por la Estadística Inferencial. Roger Seravalli y Fernando Zumbado nos enseñan el uso práctico de las Matemáticas Financieras. Chale García y Wallace Cover refinaron los Papeles de Trabajo y la Práctica Profesional y a nivel jurídico Rolando Fernández, Francisco Morelli y Rodrigo Fournier recorrieron con nosotros las Instituciones, en especial el Código de Trabajo y la Legislación Comercial, mientras Ricardo Longan ejemplarizó con sus ¨casos¨ del extranjero, la Administración de Personal, inaplicables absolutamente en nuestro medio. 57
Para remate de la Carrera, un grupo de expertos decidió cambiar el sistema del Examen de grado y con Álvaro Cedeño al frente, nos recetó un ¨Curso de Casos¨ de tal fiereza que para los estudiantes se convirtió en un ¨caso de cursos¨, debido al estrés, las pesadillas y la diarrea. Integraban nuestro equipo, Carlos Contreras, Pablo López, que en ese entonces lucía un “look” especial ( canasta de prestiños), decía Contreras, encargado oficial de bautizar compañeros, “Magoo el (Ojo mágico), “Négrity” Siqueiros, Ureña muy serio al principio, resultó ser un hornitólogo con pajarera en el patio, y un agazapado bromista. Por último, estábamos quien esto escribe, un apreciado amigo, Oscar Soto y “Chico”, el responsable de las finanzas en el Hospital Calderón. De las últimas prácticas caseras me queda el sabor de los deliciosos platillos preparados por la señora de Contreras y la de Ureña pero también la amargura de una grave falta que cometí y relato con la esperanza de que mis hijos y nietos aprendan y transmitan. Habían retirado por erradas participaciones, a la mitad de los participantes al curso y aunque faltaban dos sesiones, las considerábamos pan comido por lo que decidimos liberar el estrés. “Négrity” que nos acompañó ese viernes, declino su ración de Ron Rico, pero, quedando en el envase un pequeño “asiento”, le insistimos en que se lo sirviera para brindar simbólicamente. No llegó Négrity el lunes a la penúltima sesión y le apuntaron una “pluma blanca”( así llamaban los profesores la anotación de una ausencia o una intervención errónea en cualquier caso). Fuimos esa misma noche a su casa a ver que había pasado y el cuadro fue deprimente; nuestro compañero no había llegado a su hogar sino hasta el sábado, cuando ya estaba viendo “los azules”. Ahora, sentado en su 58
cama hablaba sólo y no nos reconoció. Su señora nos contó que tenía cinco años de no probar licor por lo que esto era un duro golpe para su familia. “Négrity” pudo graduarse, gracias a su personal esfuerzo tres años después. Mi última imagen de la época: Don José Manuel Navarrete señalando al Tribunal Examinador para la defensa de mi Tesis de Grado, con fecha y hora. Con vertiginosa velocidad regreso a setiembre de 2008; la Universidad de Costa Rica continúa cosechando triunfos. En la Facultad de Ciencias Económicas hay nuevos profesores. Los antiguos se pensionaron o, al igual que don Alexis, quien nos dejó a mediados de 2008, partieron de la esfera terrestre. Nuestro agradecimiento permanente para los citados mentores y para muchos otros que contribuyeron a formarnos en Auditoría, Mercadotecnia, Control y Teoría del Riesgo, etc, por la enseñanza transmitida. Admiración y respeto para los viejos y los jóvenes oráculos, dedicados a entregar sus conocimientos a las nuevas generaciones. Satisfacción personal porque apliqué mis cortas luces, dentro de la Ética, la Justicia y la verdad que ellos me inculcaron. Mi humilde consejo a los que tengan la bondad de leer estas líneas: Si usted ofrece algún brindis y una persona rechaza la copa, no insista; podría estar abriéndole la puerta del infierno a un hogar completo. Si es usted el invitado y no desea beber o comer, rechace cortésmente el trago o el “gallito” que no desea. Pierda si es preciso la amistad del anfitrión pero conserve la de su estómago y la de su cerebro; estos sí son sus compañeros imprescindibles.
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Cilampas -1969-
Adelia, una funcionaria de alto rango, busca la cama 79, donde Toñeco lleva un mes. Lo había conocido en quizás mejores circunstancias y alguien le informó que está aquí. Está muy afligido; él mismo advierte que en vez de mejorar, empeora, continúa perdiendo peso y su quijada se desencaja. Sabe que su situación es seria y como no es un héroe de película, sino una persona de carne y hueso, el miedo le pone la carne de gallina. En la “junta médica “ de la mañana, los galenos, han dejado entrever que se trata de un grave caso de TBC Pulmonar y entonces Toñeco, que había laborado codificando enfermedades, “cazó” la información al vuelo y muy deprimido pidió a su esposa que por prevención fuera a examinarse, y a los chiquillos también. Su amigo de la infancia, el Dr. Tellini, le adelantó que para darle un servicio especial, le van a poner un biombo, pero debe tener paciencia porque la estancia será prolongada. Adelia, una graduada de alto rango, llega sorpresivamente a la cama, es indudable que sus ojos se alegran al verlo y el paciente se siente halagado. Con lentitud intenta contarle su actual desventura y ella lo detiene y con toda propiedad le dice “ he visto su expediente, no se preocupe...su situación va a cambiar, le están dando un tratamiento que solo puede ser autorizado por el jefe de Broncopulmonares y dudo mucho que él lo autorice. No creo que usted tenga este padecimiento, ya verá “. Ese mensaje era la mejor “inyección” recibida por el paciente 61
desde que comenzaron sus trastornos varios meses antes, al regresar de una agitada gira de trabajo por la costa caribeña. Esta noche la esperanza de vivir le permite bostezar en paz y mientras reparten el aguadulce nocturna, e inicia Rosita, la Enfermera Graduada, el rosario nocturno, el aire frío y la penumbra lo sumen en un letargo, alejándolo del salón, para llevarlo en retroceso 14 años atrás, cuando aún no tenía cédula de identidad.
No se preocupe... su situación va a cambiar...
Evoca entonces la lluviecita liviana y la dulce voz que le corregía : “no es lluvia, Angelito, son cilampas”. Una elocuente jovencita, dejaba el uniforme blanco de mangas azules para vestir la enagua plisada del Liceo nocturno, cuando el amor llamó a su corazón, ante un oficinista de pelo rebel62
de. La pareja, día a día, encontraba más puntos de entendimiento y aquel romance inflaba velas con la simpatía de “mrs. Camellie. Aquella elegante funcionaria de Sears que por primera vez ofrecía la venta de artículos por catálogo en Costa Rica. Entre tanta felicidad, una oscura nube enturbiaba la feliz existencia del romeo y de rebote la tranquilidad de la amada; don Pepe el jefe del joven, operado unos años antes, sufría de frecuentes accesos de tos, que casi lo ahogaban, alarmando a los subalternos, y él, en el escritorio contiguo, vivía con el constante temor de contagiarse. Su novia lo tranquilizaba, explicándole que sus reparos no tenían razón de ser y con una mano portentosa le inyectaba vitaminas...”prepárese Angelito-- ¿me tengo que bajar el pantalón?-- no es necesario, esto se pone cerca del hombro, nada más suba la manga y la sostiene-- no sentí ni la punzada ni el líquido-- ¿ es la primera vez que lo inyectan en el brazo?-- no, la segunda; antes tuve una fea experiencia con la “paisa” de Cirugía Menor, que se cuadró como para poner banderillas y tuve el brazo hinchado como una semana ?--. Adelia le trajo también unas vacunas bebibles (Pulmonar Om), con las cuales su prometido sosegó el espíritu y disipó el nubarrón. Sin embargo, el destino le tenía reservada a esta pareja una terrible ironía. No había pasado una semana cuando el galán contó alegremente a la muchacha haber tenido en sus manos la historia clínica de ella... pero... no pudo terminar de referirle, cómo había ocurrido aquella casualidad porque la aludida le interrumpió con desconsuelo: “bueno, este es el fin, yo sé que no es culpa suya el miedo que tiene de enfermarse y en cualquier momento iba a saber que yo también padecí esa dolencia y aunque ahora estoy completamente curada se que usted se alejará”de mi. Aquella inesperada revelación bajó por el cuerpo del muchacho como una descarga eléctrica y ... de qué valía terminar ahora de contar que, excepto por la identificación de la cubierta, nunca vio el con63
tenido de aquel sobre que venía confundido dentro de un grupo de documentos, puesto de rutina sobre su escritorio, para codificación y estadística y por lo tanto fue recogido, en cuanto se avisó al mensajero del archivo; de cualquier manera había llegado el ingrato momento de la separación.. De pronto, un ruidoso salonero, ofreciendo a viva voz un “cacho” ( recipiente especial para orinar), corta de golpe las delicadas cuentas de aquel. rosario de recuerdos y lo regresa a 1969. Como despertando de un sueño, nota que la oración de la noche ha finalizado y solo queda una tenue luz en el despacho de las enfermeras. Ni la conversadera que armaban de rutina un recio militar ingresado la noche anterior y un guarda nocturno que también era paciente y no dormía por la noche, impidió que aquel enfermo durmiera como un bebé y a la mañana siguiente ocurrió el milagro anunciado; el joven cardiólogo, Róger Vanegas, aparecía por primera vez ante Toñeco porque la historia clínica había determinado que su padecimiento se debía a una inflamación en el pericardio y nunca a una infección pulmonar. Un par de semanas después, el muchacho iba para la casa y ya no tuvo oportunidad de agradecer el noble gesto de aquella profesional íntegra y desinteresada.
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Comité pro-autobuses San Sebastián -1960-
Aquel domingo terminamos de desayunar y nos aprestábamos a iniciar nuestra rutina del día de descanso; básicamente la misa, el paseo por el parque central, un refrigerio en el Bar Imperial o donde Curling y finalmente una visita a mi madre. Me puse la camisa celeste con ribetes azules. Iniciaba el mes de febrero de 1962 y la mañana brillaba con alegría alrededor de nuestro humilde pero feliz hogar, en el predio cedido por mis suegros, en su misma propiedad, donde se levantaba nuestra casita de madera, a unos cien metros de la calle pública. Un emisario vino a la puerta para decirme que su jefe quería hablar conmigo, se trataba del encargado de la empresa de autobuses y yo me alegré, solicitando a mi cónyuge esperar unos minutos. Conocía ella de primera mano la campaña que en compañía de Manuel Ruiz, William Jiménez, Jorge Fallas, José Leitón, Félix Fernández, y su mamá, entre otros, llevábamos a cabo para mejorar el pésimo servicio de transporte público que una mal llamada “Empresa” daba en la ruta San Sebastián -San Rafael de Desamparados, con la complacencia de las autoridades. También recordaría ahora mi mujercita, alistando el bulto con mantillas y chupones, la noche de abril de 1961, cuando en la sala dejamos de improviso la reunión en manos de Manuel Ruiz, para asistir al Hospital pues el nacimiento de nuestro hijo era inminente. Sentí que se acercaba la culminación de nuestros esfuerzos. El día anterior en buses y aceras, nuestro Comité repartía 65
un punzante impreso de denuncia pĂşblica, pagado de nuestra bolsa. Varios colaboradores, entre ellos Miguel Castro, un entusiasta vecino, funcionario del Banco Nacional, saltaban como chiquillos librando el trĂĄnsito en la carretera para entregar el comunicado a cuanta persona encontraban.
Librando el trĂĄnsito en la carretera para entregar el comunicado.
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En el tiempo transcurrido desde que comencé a recoger firmas a inicios de marzo de 1960, espontáneamente nació ese importante grupo de apoyo para realizar las diversas tareas y hacernos sentir ante la opinión pública y autoridades, con nuestras justificadas demandas y ya, a estas alturas, habíamos hablado con varios empresarios, pero excepto los Valverde de Santo Domingo, Atilio Mora, de San Juan de Dios y “Toco” Zamora de Escazú, que colaboró desde el principio con una unidad emergente, de mucha capacidad, los demás sólo intentaban detener el movimiento. Mientras caminaba hasta el portón, repasé los inicios de mi matrimonio, en diciembre de 1959, cuando mi cónyuge se preocupaba porque que yo, vecino de Barrio Luján hasta entonces, debía madrugar mucho ahora si pretendía llegar a tiempo al trabajo. Muchos vecinos, a la fuerza, se desplazaban a pie en las mañanas, pues de media docena de buses, tres o cuatro siempre se varaban de camino. Como lo comprobé luego, la línea de San Juan de Dios era nuestra salvación, aunque casi siempre recargando sus unidades peligrosamente. Nos había dicho el empresario: “nosotros tenemos un exagerado recargo a costa del pésimo estado de los buses de San Sebastián pero el ingreso extra por las marcas de cada carrera, no compensa el daño de las unidades. Ojalá ustedes puedan hacer algo para tener un servicio normal”. Por último, soñando despierto anticipe las proposiciones que seguramente haría el representante que me esperaba y si se trataba de un plazo para poner mejores vehículos, tendríamos que ver al propietario firmar un compromiso en la propia Dirección de Tránsito. Al encontrarme con el encargado mis añoranzas estallaron en el aire como pompas de jabón; animado por su cortés invitación, tomé asiento en el automóvil pero una vez arrancado éste, asumió el personero un cambio total y sin mediar explicación alguna avanzó a gran velocidad rumbo al sur, mientras prometía encolerizado darme un escarmiento y yo maldecía 67
en silencio la inocente forma en que me habían entrampado. Se metió el vehículo en un callejón privado donde a la entrada varios elementos observaban el recorrido y luego de ascender a una loma llegó a un pequeño llano, en camarero donde con los puños cerrados y grosero lenguaje me retó a bajar. A regañadientes accedí pues no estaba entre mis planes tener dificultades ese lindo día y sobre todo recién bañado y mudado. Me bastó recibir las primeras caricias para despreocuparme y terminamos envueltos en una desagradable bronca, limpia porque ni siquiera se recurrió a las patadas. Terminó el rápido baile por decisión de Felipe y aquel adversario luego me hizo objeto de inmerecidos elogios pero yo no sabía aún en qué potrero estaba y abordé el vehículo sin su invitación pues no estaba dispuesto a regresar a pie hasta mi casa. Sin embargo, acepté brindar en el bar “La Cuesta”, al extremo norte de San Sebastián, donde intercambiamos camisas pues la mía estaba rasgada en el pecho y no consideré justo regresar con una prenda estropeada, menos un feriado. Dos choferes que de largo, habían presenciado el altercado, siguiéndonos luego en otro carro, se arrimaron. Les recalqué no tener nada personal contra los empleados pues lo único que buscaba nuestro Comité era el mejoramiento del mal servicio que daba la empresa por el pésimo estado de los autobuses. El incidente, comentado en los siguientes días en algunos medios de prensa radial y escrita, dio base para un mayor apoyo popular que precipitó los cambios. Muy pronto presentábamos nuestra demanda con más de mil quinientas firmas perfectamente identificadas, ante el Director General de Tránsito, Coronel Quesada y el Sub- Director Mayor Ureña, quienes la llevarían al Consejo Superior de Tránsito. De ahí en adelante se permitió que otras líneas reforzaran el servicio, entre ellas la de los Valverde que se animaron 68
a estrenar un bus en nuestra ruta. Así mejoró el servicio para regocijo de los habitantes y también terminaron mis odiosas madrugadas para guindarme de la cazadora de San Juan de Dios. No disfruté mucho tiempo de las mejoras ni del cambio de empresa en esa ruta porque a comienzos de 1964, recién nacida nuestra segunda hija, pasamos a vivir a “El Alto” de Guadalupe y solo de visita llegábamos a San Sebastián para ver a mis suegros. Supe después de muchos años que algunos de los compañeros del Comité partieron y hoy duermen el sueño de la paz eterna. Descansan con la satisfacción de haber servido a sus semejantes y eso también es una forma de santificarse. De los demás no volví a saber nada y pido al Creador les tenga con salud.
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Cumpleaños -en 1941-
Vivíamos por primera vez en el Pasaje Rescia. En la cocina de mi casa, sentado en un tosco taburete, mientras mi abuela me enjabonaba y yo con los ojos irritados protestaba, se dió este diálogo: Mamita, ¨Ora me deja jugar con el tarro rojo? Si “m’hijito” cuando venga de la “foto”, pero luego pone todas las cosas en su lugar. Se trataba de un viejísimo tarro con el grabado de una mujer y que ahora estaba lleno de curiosidades. Imposible jugar con ese tesoro sin permiso. Ese recipiente y una pequeña cruz de madera que aún conservo, estaban dentro del cajón y sobre éste descansaba el baul de la ropa planchada. Cuando mi viejita estaba de buenas lo corría para que yo sacara el preciado tesoro del que conocía de memoria el contenido: antiguas medallas de plata, lujosos botones de vidrio con ribetes metálicos, un excusadito de porcelana en miniatura y un pequeño avión de hélice. P.- “Verdá” que ese avión no vuela? R.- Claro que sí, en la noche; va por aquí y por allá con mucha gente y escribe cosas con el humo como cualquier ¨airoplano¨ que anda por el cielo. P.- Y… ¿ por qué no me lo regala? 71
R.- No señor; ¨ust騨sguasa¨(despedaza, destruye) todo lo que toca y si no, vea el ¨reló¨. Cuando sea grande y trabaje va a comprar con plata suya todo lo que aquiera y entonces va a saber cuidar las cosas. P.- Pero a mi me gusta mucho… si… ¿ me lo regala ah? R.- No sea ¨quejumbres¨, eso se llama envidia. Usté en la vida no puede tener todo lo que se le antoje. P.- Y “que´s” la envidia, mamita? R.- Es una vieja ¨chiquitilla chiquitilla” con un sombrero “grandototote” que tapa todo lo que ve. P.- Ah… ¿ es como la ¨Tulevieja¨? R.- Oh muchacho más tonto; la ¨Tulevieja¨es un bulto, una ¨pantasma¨ que le da teta con hormigas a los chiquillos malcriados que le ¨contestan¨ a las personas mayores y apúrese a secarse que ya viene ¨Márgara¨. Se refería a mi madre que me llevaría a tomar una fotografía. Por fin quién llegó fue mi abuelo Vicente, y se entretuvo ¨mascando¨ la ¨chinga¨ de su ¨puro¨ como si fuera chicle, mientras esperaba que me peinaran y amarraran los zapatos Fuimos a la barbería y después a comprar una guitarra de pino al mercado para finalmente pasar a la “foto Martínez”. Con ¨overol¨ y sombrero puse mi mejor sonrisa, montado en el ¨caballito¨. Por la tarde, dispensado de la prohibición de jugar en el portón del Pasaje, porque días atrás me atropelló una bicicleta al guindarme en el estribo de un auto, me dejaron
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salir bajo solemne promesa de no retozar más en la calle y cuidar los zapatos. Aburrido porque no pasaba nadie para jugar conmigo me disponía a renunciar al permiso, cuando apareció ¨Sapito¨ que venía del parque con su cajón de limpiar zapatos; buscaba a su hermano, quien llegó instantes después, porque iban para la Cocina Escolar. Me invitaron a ir con ellos si quería, pues “ es un lugar muy lindo”. Más por curiosidad que por comer me les puse a la cola, olvidando totalmente las advertencias de mi abuela. Feliz, porque nadie me llevaba de la mano, mientras atravesamos el Kiosko del parque de la Dolorosa, mis amigos, un poco mayores que yo, me daban los puntos de referencia para llegar a nuestro destino. Luego de coger hacia abajo (al este), cuando llegamos a la Catedral, entramos a aquel enorme galerón gris, (creo que estaba situado donde hoy está la Caja del Seguro Social). Por dentro era muy acogedor, muy lindo; estaba el local iluminado, lleno de mesas, repletas de muchachos de todo tamaño, casi todos descalzos, contentos seguramente por no estar obligados a ponerse zapatos que lo ¨llenan¨ a uno de ¨chapizas¨, como decía mi mamá. La comida, casi sin sabor, no servía para nada pero los grupos de chiquillos parloteaban como pericos. Casi no había moscas pues todas las ventanas tenían cedazo y se respiraba un rico aroma. Dos señoras gorditas, con delantal blanco y pañuelo en la cabeza iban y venían llevando platos de aluminio, donde “aprendían a nadar” unas cuantas tiras de chayote con fideos, en un caldo translúcido y caliente que tragaba con avidez la concurrencia. Un plato de arroz coloradito y pegajoso completaba el menú. A mi no me ¨entraba¨ pero comí unos bocados, que ayudé a pasar con agua de sirope porque mi abuela decía que no hay que despreciar la comida. 73
Al regresar, cuando el sol terminaba de cobijarse, me esperaba otra injusta sorpresa: mi madre, mi abuela y un ¨guitre¨( policía ), me buscaban muy alarmados. No sabía yo entonces lo rápido que pasaba el tiempo y las reprimendas me bañaron de golpe como inesperado y corto aguacero.
Las reprimendas me bañaron de golpe como inesperado y corto aguacero.
Sapito y su hermano dijeron ¨por aquí es camino¨, antes de que los envolvieran en el asunto y se esfumaron. Sin embargo, el oficial estaba perplejo porque en vez de insistir en mi desobediencia, los besos y lágrimas de aquellas mujeres mojaban mis mejillas y orejas. El servicial funcionario 74
desconocía la desesperación sufrida por ellas meses atrás, cuando me ¨perdí ¨ al salir de la pulpería del “polaco” (La Verbena) y un caritativo vecino de la Estación del Pacífico, que me vio llorando por la “línea del tren”, me había traído hasta el portón del Pasaje. Pasado el feliz recibimiento y cuando entramos al hogar, el regocijo casi se torna en peligro cuando inocentemente conté que andaba comiendo en la “Cocina Escolar”. Las duras palabras de mi madre, enmarcaban la sentencia de mi abuela que, moviendo el índice frente a mi nariz, decía: ¨Si me hace otra sinvergüenzada de esas, quitándole la comida a los pobres, me las paga todas juntas, oyó? Bonita gracia, “mantudo”. Creo que lo que más enojó a mis “mamás” era que hubiera celebrado mi quinto cumpleaños en la Cocina Escolar, en lugar de “partir el queque” en la casa. Mi abuelo se había ido también sin celebrar. La disimulada sonrisa de mi tía María que siempre siguió siendo muy tolerante con mis andanzas, era un motivo de tranquilidad para mí.
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Danger
- mayo de 1959-
En mi paso por el Seguro Social, cuando laboré para la Estadística Médica del Hospital Central (hoy Calderón Guardia), debido a la ausencia del titular don Rafa Hernández, tuvimos como Superior a don James Bogantes. Su personalidad era distinta y el cambio para nosotros los subalternos resultó radical; fue como la transformación de una apacible brisa, en una mezcla de huracán caribeño y juego de pólvora, hasta el punto que mi jefe inmediato, don Pepe Balma, se animó a decirle un día, ahogándose de la cólera, que si no se sosegaba un poco, los empleados y él también, iban a salir corriendo. Y es que don James siempre estaba estirando el cuello y acomodándose la corbata, moviendo la cabeza de uno a otro lado y caminando dentro de la estrecha oficina, mientras preguntaba acerca de algún pendiente, y sin esperar respuesta proponía otros muy distintos compromisos. En algunas oportunidades prefería exponer sus planes y dar instrucciones en privado, y al efecto nos llevaba, a don Pepe y a mí, invitándonos a tomar café en alguna Soda y luego, con todo aplomo decía al levantarse: “bueno Pepe, estamos de acuerdo, arregle eso porque ya nos vamos “ ( es decir: yo invité pero pague usted de su propia bolsa. Mi Jefe visiblemente molesto protestaba entre dientes pero don James, sonriente y despreocupado, hundía sus ojos en el horizonte y salía del local. Yo disfrutaba de aquellas escenas donde mi humilde salario en las “ligas menores”, me salvaba de interacciones monetarias. 77
Aparte de aquel “parasitismo social” El cambio de Dirección parecía muy positivo; los empleados se familiarizaron con don James y aunque don Pepe no se acostumbraba a pagar las originales invitaciones, las labores salían victoriosas, iniciándose, entre otras acciones, la mecanización y control de incapacidades. Para ese tiempo teníamos en mi casa (Barrio Luján) un enorme y juguetón perro llamado Danger, amigo de hacer diabluras, como esconder zapatos en el patio, zafarse para perseguir ciclistas o desaparecer por horas agazapado detrás de muebles o arbustos. En resumen, únicamente atendía llamados para comer. Esa conducta se debía a mi escasa preparación para tener perros y mucho menos, capacidad para adiestrarlos. Solo por caridad, había recogido al animalito, cuando era un minúsculo cachorro y aullaba inútilmente una madrugada frente a una puerta, allá por la Universidad (donde está hoy la Corte Suprema de Justicia). Una tarde en que don James tuvo la gentileza de llevarme a la casa, mi madre “regañaba” a Danger en la puerta y, entre el visitante y el canino, que arrimó su cabezota al auto, nació un amor a primera vista. Llegó la época de mis vacaciones y me ausenté del país. Al regreso, como si llegara de la guerra, tal el caluroso recibimiento de mis hermanos y de los besos y lágrimas de mi progenitora, recibí al día siguiente, una elocuente e inesperada llamada de atención de su parte: “Podía usted haber tenido la gracia de informarme que había regalado el perro. Eso no se hace con nadie y menos con la mamá de uno. Imagínese el apuro; ese animalote estaba hasta sin bañar y así tuvo que llevárselo el pobre señor, qué vergüenza “. No comprendí de momento de dónde venía el temporal; la noche anterior, hasta recibí los “lengüetazos” de Danger...y ahora mismo se encontraba en el patio y entonces ¿cuándo 78
lo regalé yo? ¿ qué sucedía? mi madre continuó rezongando: “ese don James vino otra vez muy acongojado a devolverlo porque el perro no le iba a servir y me dijo que después hablaría con usted”. Más desconcertado aún, aseguré a mi madre no haber regalado el perro a nadie, ni siquiera haberlo ofrecido al señor Bogantes y ella se quedó viéndome fijamente mientras cruzaba sus brazos, probablemente tan intrigada como yo en ese momento. Recién integrado a la oficina, un día por la tarde, llegó el inquieto don James y directamente se plantó frente a mi escritorio para decirme: “Mire, ese perro suyo es un ingrato, una total amenaza; con el permiso de su mamá lo llevé a mi casa para darle una vueltecita y pensaba dejarlo conmigo hasta el día siguiente y como lo vimos tan dócil después de comer, muy tranquilo, echado a la puerta que va al patio, lo dejé un momento y...(sosteniéndose la frente con una mano) ¿ para qué..? me hizo cuatro barbaridades; bajó la ropa de los alambres y la que no rompió a mordiscos la
Bajó la ropa de los alambres. 79
ensució toda, desarmó todo el trabajo de jardinería, despedazó el almácigo de violetas y otras matas que mi señora tenía en macetas y se masticó mis tortuguitas..pura gana de hacer daño porque no se las comió... una VER... DA.. DE.. RA catástrofe. Ni pensar en dejarlo allá ni una hora más y dejando mi cena lo llevé de inmediato donde su mamá, antes de que le diera un ataque de bilis a mi esposa Malena o terminara corriéndome de la casa a mi también”. Más de una semana tuvieron don Pepe y el resto del grupo, motivo para reír con el simpático suceso, especialmente porque en esta oportunidad no tuvo que pagar ninguna cuenta nuestro Jefe inmediato.
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Despedida -2013-
Los acontecimientos finales de quien en vida fuera mi amada esposa, estaban impregnados inconscientemente en mi ser; diversiones, conversaciones, etc: en setiembre, a pesar de la niebla y la lluvia fuimos a un par de eventos; uno en el Hotel Cariari, invitados por nuestro hijo y los Profesionales en Sistemas de Información, otro en el Hotel San José Palacio promovido por la Asociación de Auditores Internos y un tercero en las instalaciones recreativas del MOPT, en Río Segundo. En los tres nos divertimos y bailamo y finalmente cuando quisimos acompañar a nuestra hija Ana Lucía a un evento en el Hotel Radisson, no hubo manera de 81
encontrar parqueo y hubiéramos tenido que dejar el carro bajo el oscuro puente de 5 Esquinas. Araminta se molestó mucho porque estaba entusiasmada, entonces para agradarla la llevé a cenar al Centro Comercial del Sur (Y Griega), donde había varias actividades. El 5 de octubre por la mañana nos dividimos; yo fui a la Autoridad Presupuestaria y ella se quedó escuchando el Mensaje del Padre Minor en Radio María, en el Parque Central para encontrarnos luego en el parqueo. Por cierto que el día estaba totalmente nublado y con lluvia. En los siguientes tres años la comprensión y la ayuda de mis hijos, familiares y amigos y fundamentalmente el cariño de Virginia, calmaron mi desatino y tristeza pero de alguna manera, los sueños con la mujer perdida continuaron sosteniendo mi mente, por varios años más, haciendo paulatinamente la transformación entre la persona que amé y la que iba idealizando, por encima de los pocos desacuerdos y disgustos que también habían existido entre nosotros. En los últimos cinco años, los sueños no involucraban relación sentimental alguna y ya no eran tan frecuentes, hasta que en noviembre de 2013, posiblemente influído por el ajetreo del más reciente viaje fuera del país, soñé este episodio: Laboraba como funcionario de una aerolínea, acomodaba equipajes, cerca del ascensor, en una segunda planta. Por las ventanas cercanas se veía, abajo, el ajetreo de rutina en las salas de espera, cuando por las gradas ingresó una señora muy amable, era Araminta pero no nos conocíamos; jalaba con dificultad una valija grande, arrastrándola. Tal era su azoramiento, cuando intentó tomar el ascensor, que previniendo un accidente, sostuve la puerta. Aún así la maleta chocó en la orilla, abriéndose y cayendo algunas prendas. Ayudé a recoger y a medio acomodar los artículos y luego busqué un mecate, con el cual le dí dos vueltas a la maleta, apretándola fuertemente con una buena amarra. 82
La señora agradeció con una sonrisa y ya más calmada, ingresó al elevador mientras yo le deseaba buen viaje. Desde entonces, no he vuelto a soñar con ella. De alguna manera incomprensible Araminta me dió la despedida 14 años después de su partida terrenal.
Ayudé a recoger y medio acomodar los artículos. 83
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Dos días en Miami -1981-
He venido por vez primera al centro de Miami un viernes a mediados de 1981 y es hora de almorzar. De la estación de autobuses me desplacé para asegurarme un alojamiento y despreocupado, camino sin rumbo, observando el trajín de los peatones por aceras y comercio. Una rubia me ofrece una rosa que recibo por cortesía y a continuación me entrega un pequeño impreso donde se agradece por contribuir para “una asociación” de algo. En fin, me doy cuenta de que he perdido un dólar. Había Participado en reuniones en una oficina en la vecindad del aeropuerto y como no conocía esta ciudad, solicité de previo a mi superior en San José, este día como adelanto de vacación, disponiendo del fin de semana para conocer y entretenerme. Frente a una tienda donde un cartelito comunica que “se habla español”, detengo mis pasos con la intención de ingresar cuando un amable muchacho de ensortijado pelo castaño me dice: “perdone señor, usted no es de aquí, en este sitio la ropa es demasiado cara y le conviene caminar más e ir a los establecimientos de las cuadras siguientes”, agradecido por aquella colaboración, repliqué que en esa tienda hablaban castellano y me aclaró que en todo el comercio hay empleados que “entienden nuestra lengua”. Ese fue el inicio de una magnífica amistad que lamentablemente solo duró día y medio. Jorge era un joven guatemalteco extrovertido, educado y conversador, venía a Miami con su hermana para acompañar a la mamá 85
y a la vez ganar algún dinero pues el cambio había subido tanto que el quetzal andaba por el suelo, lo que permitía una buena ganancia al vender en su país parte de los dólares adquiridos a precio oficial, por viajar a USA. La madre por su parte, hace tiempo no comparte con el papá, y vino a visitar al novio, quien es una gran persona y admira tanto a los judíos que tiene la intención de convertirse a su religión. Además de la explícita descripción del cuadro familiar, el joven, que podría tener entre 20 y 25 años, me habló de otros asuntos de más interés para mí: una distribuidora donde de verdad se podía comprar a buenos precios, otro lugar donde se conseguían gangas, conocido como “mercado de las pulgas” y un sitio de espectáculos que iban a conocer guiados por el futuro “padrastro”. Almorzamos muy bien y a buen precio, gracias al conocimiento de mi “guía” y al declinar la tarde me acompañó hasta el hotel, y nos encontramos al día siguiente conforme habíamos convenido. Esa mañana fue muy provechosa y después del medio día, enfilamos hacia la casa del padrastro, llevando sobre mis hombros un bulto de tela atestado de chucherías. En aquel humilde recinto la tarde transcurrió felizmente entre bocadillos y tragos. La madre y la hermana de Jorge, excelentes personas y el anfitrión muy animado bromeaba luciendo orgulloso un diminuto gorrito negro con viñetas doradas. Se acercaba la noche cuando decidí retirarme pero un coro de protestas me animó a sentarme de nuevo y poco después el “judío” expuso el plan que todos esperaban; nos llevaría al famoso salón de espectáculos, donde había la posibilidad de escuchar alguna figura famosa de la canción, con el único requisito de consumir por lo menos un “jaibol”. La oferta era tentadora y eché mi fardo en la cajuela del cómodo Buick, tan abandonado como el edificio que nos había albergado y llegamos al famoso bar, en el centro de un extenso parque. No tuvimos ningún problema para ingresar y encontramos espacio para pasarla bien, aunque 86
aún a las 9 de la noche no había llegado ningún artista, ni bueno ni malo. Conversábamos alegremente con una ronda más de tragos y refrescos cuando de pronto sentí un fuerte empujón sobre el hombro derecho por lo que, alarmado, dejé mi asiento de un salto, pero recobré la serenidad al observar al padrastro de Jorge que regresaba del lavatorio y había tropezado con la silla, reintegrándose al grupo sin más novedad para continuar la tertulia. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, y no sin preocupación, pude notar cierta incomodidad en las manifestaciones de nuestro “judío”, por lo que comprendí que el socollón recibido hacía media hora, no fue accidental. Entonces abandoné la mesa precautoriamente pero al recordar mis pertenencias, guardadas en el vehículo, regresé a mi lugar. Mientras este señor pasaba de disimuladas ofensas a amenazantes retos en mi contra, animado quizás por el licor, sentimientos encontrados chocaban en mi cerebro; por una parte quería un desquite, hastiado de tanta grosería pero por otra, meditaba en el papelón de recurrir a los puños, como deseaba mi gratuito enemigo, en presencia de aquella familia, después de haber sido yo objeto de atenciones de parte de todos ellos, incluyéndolo a él. Un nuevo suceso, sin embargo, barrió de golpe con aquel ejercicio mental; En el bar, dos cadetes del tamaño de “German Monster”, luciendo insignias en su impecable uniforme kaki, se encargaban del orden, ubicados a la entrada, con tal formalidad que apenas respiraban. Esperanzado hablé en mi deficiente inglés, al más cercano: “Official please, I need you help me, this man want figth without any reason... “ Tenía fe de que el policía, como amable componedor, conminaría al “judío” a comportarse correctamente pero el vigilante, como si fuera un robot, continuó con su vista fija en el amplio espejo del bar mientras respondía en un castellano mejor que el mío: “Si el tipo o usted, lanzan un solo golpe o rompen un vaso dentro del recinto, los detenemos a ambos en la cárcel del condado, 87
para que comparezcan ante la corte el lunes”. luego se movió por primera vez para señalar el límite físico del ámbito bajo su autoridad y aclararme: “Si ustedes resuelven el problema fuera del local, o sea después de la línea donde termina el suelo enlozado, nosotros no intervenimos.” Semejante oferta me dejó con la boca abierta y cuando logré cerrarla me fui del bonito lugar sin despedirme. No me expondría a ser encerrado dos días, ni a una multa, ni a perder el vuelo el domingo, ni a empañar mi prestigio en el trabajo, y menos a causar un sinsabor a mi familia. Lo más cuerdo era zafar con el rabo entre las piernas, aunque perdiera la pequeña inversión guardada en el carro del recién convertido en mi adversario.
Si ustedes resuelven el problema fuera del local o sea, después de la línea. 88
Tendría más sorpresas. Jorge, que en silencio había advertido mi escape, venía atrás, en compañía de la madre, y la hermana, y a pocos pasos, el “judío”. La señora lo conminaba a entregar mis pertenencias y él se resistía pero finalmente, accedió aunque de mala manera. Tomé la maleta y me despedí para buscar un taxi pero casi de inmediato, Jorge y su familia me llamaron. Habían roto relaciones con el “judío” y se marchaban por su cuenta por lo que tomamos el mismo vehículo. Minutos después me dejaron en el hotel y prosiguieron su rumbo. Al día siguiente, en una oscura tarde, luego de emerger en espiral sobre gigantescas figuras geométricas, iluminadas por luces multicolores, hermoso recuerdo de la ciudad de Miami, nuestro avión tomaba rumbo al verde paisaje de mi patria. El amistoso encuentro con Jorge y su familia, fue un regalo rico en acontecimientos, pero ocurrió tan vertiginosamente que no permitió intercambiar datos de interés para alguna comunicación futura. No supe siquiera donde se alojaban ni su dirección postal en Guatemala. Tampoco les informé que saldría al día siguiente para mi país, ni cómo localizarme y no volvimos a vernos nunca más, aunque luego viajé varias veces a Miami y a Ciudad Guatemala. Me consuela pensar que gracias al molesto incidente del que, sin desearlo fui protagonista, la joven madre de Jorge pudo conocer a tiempo la inestable y peligrosa hipoteca que se iba a echar sobre su espalda de compartir su vida con aquel extraño sujeto.
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El auto amarillo -1984-
Conducía un automóvil repleto de compañeros, enrumbado hacia el paisaje rural. Dejamos el último caserío cuando el sol buscaba cobija y la brisa aliviaba el excesivo calor de aquel apretado grupo. Terminó la carretera asfaltada e iniciamos el ascenso por el borde de una empinada colina. La vereda subía en caracol, estrechándose paulatinamente para dejar apenas el paso entre el paredón a la izquierda y un precipicio al lado contrario que permitía observar allá abajo algunos techos herrumbrados como curiosas pecas en la verde piel de la campiña. De pronto una inquietud me invadía; no era el vértigo sino una inexplicable fuerza que flotaba en el ambiente y nos buscaba; algo nos perseguía. Demudados y estáticos, mis acompañantes apenas respiraban. Ahora el peligro era mayor por lo angosto de la vía pero escapar de la tenebrosa amenaza que punzaba mis entrañas, era prioritario, y el miedo empujó hasta el fondo el acelerador como único antídoto. Sorpresivamente, cuando la desgracia parecía inevitable, en vez de impactar en los riscos del despeñadero, nuestro carrito evadió los obstáculos elevándose como nave aérea y luego, en lento y suave vaivén, fue bajando en el vacío y se posó en el asfalto, frente a las humildes viviendas que momentos antes rebasamos, permitiéndonos regresar indemnes. Protagonizaba el drama pero también lo observaba desde fuera, como un pequeño juego entre mis manos, cuando desperté con la piyama empapada en sudor. 91
En vez de impactar en los riscos del despeñadero, nuestro carrito evadió los obstáculos.
Al salir para el trabajo aquella mañana de abril de 1982, aún permanecía en mis retinas el carrito amarillo, protagonista de la misteriosa fuga, pero a los días, después de jocosos comentarios de familiares y allegados, el sueño pasó al archivo. ¿Se relacionan con la realidad algunos sueños? o... ¿son todos resultado de la basura acumulada en nuestro cerebro por emociones y pensamientos absurdos, ocurridos en el diario trajinar de nuestra vida ? En esa época, buscaba un nuevo empleo; consideraba, luego de varios puestos de dirección y control en trece años laborados en el MOPT, que ya no tenía aquí mucho que 92
aportar ni aprender a mi nivel y finalmente, en octubre de ese mismo año emigré al Ministerio de Salud como Auditor General. Con ayuda de Manuel Arce, el colaborador inmediato, aunque nos propusimos conseguir un jeep debimos conformarnos con un destartalado carro azul, localizado en la “huesera”. El calvario para ponerlo a rodar, fue superado en un mes por una eficiente intervención del colega y la rápida labor del taller de mantenimiento. Llegado el momento, el funcionario me acompañó al parqueo para entregarme las llaves del automóvil ya renovado. Pero...¿dónde estaba el vehículo? un sedán de chillante color amarillo que estaba detrás mío, era la novedosa adquisición. Arce explicó orgulloso haber encontrado ese sobrante de pintura en la bodega y quería darme una sorpresa. Y claro, me sorprendió pero no por la felicidad de tener en nuestras manos aquel auto tan llamativo. Lo menos que podía hacer era felicitar a Manuel por su acuciosidad pero en lo íntimo de mi ser deploré la desaparición del desteñido azul original porque me sobrecogía la similitud de ese carro con el que, unos meses atrás, me hizo sudar en sueños. Con el tiempo recobré la tranquilidad; El vehículo fue un valioso auxiliar para los auditores pues las intervenciones importantes ganaron independencia y por lo tanto mayor discreción y confidencialidad, multiplicándose la eficiencia de nuestra oficina. Ese era el panorama a mediados de 1984 cuando en una sesión rutinaria del Consejo Técnico de Asistencia Médico Social, fue presentado el señor Ramírez, un experto de alto nivel que se haría cargo del Fondo de Emergencias, creado por decreto para acelerar los servicios en los Centros de Nutrición. La discusión discurrió entre la necesidad de obtener resultados de inmediato y la lentitud de los trámites 93
de rutina amparados en las leyes y reglamentos. El Director Administrativo y otros funcionarios recelaban sacrificar controles por lo que el ambiente se acaloró y el Ministro postergó el asunto para la siguiente reunión. En el intermedio, envié una nota al Despacho con una propuesta conciliatoria, que sin restar agilidad, dejara el programa dentro del control final de funcionarios permanentes del Ministerio. Como no recibí respuesta y busqué personalmente al Titular, enterándome que el alto funcionario estaba fuera del país aunque sí regresaría a tiempo para presidir la siguiente sesión. Habiendo escuchado algunos comentarios sobre las bondades de un “nuevo sistema de compras”, me dirigí a la sesión en la fecha señalada. Un tanto inquieto, suponía que el Ministro había adelantado planes sin informarme y aunque no tenía obligación de hacerlo me pareció una descortesía no acusar siquiera el recibo de mi nota. Escuchábamos la lectura del acta anterior cuando entró la secretaria con un voluminoso legajo de documentos y cheques, exponiendo la urgencia del trámite, habida cuenta de que procedían de la “Unidad Ejecutora” y el Ministro entonces empezó a rubricarlos mientras proseguía la reunión. Para sorpresa de los miembros del Consejo y del mismo funcionario, me levanté con curiosidad y observando un distinto diseño de los cheques, le pedí permiso para examinarlos; la papelería no era la usual ni las firmas de respaldo tampoco. Así se lo hice ver, animado ahora por la confianza del superior que detuvo su trabajo para permitir el mío. Le pregunté si leyó mi propuesta de control cruzado y me dijo que no. A continuación llamé a mi oficina para confirmar la entrega. Era el oficio 254. Cuando doña Felicia recitó el número en el auricular, la coincidencia con otro documento importante para mi, me emocionó. Identificada la nota, la secretaria del Ministro dijo que el Vice Ministro, en con94
dición de titular por ausencia del superior, había ordenado archivarla. A su vez el Ministro suponía que su inmediato colaborador, antes de ordenar el trabajo de la “Unidad Ejecutora”, había realizado la coordinación necesaria con las jefaturas correspondientes y éstas, presentes en la sesión, a su vez indicaron no saber absolutamente nada al respecto. Al abandonar el salón de sesiones, ahora convertido en un avispero, para disponer las primeras acciones, sentí que la aventura con el automóvil amarillo aparecido en mi sueño aquella mañana de abril de 1982, era una premonición del accidentado recorrido que ahora iniciaban los auditores del Ministerio de Salud, pero la coincidencia del 254 del oficio en cuestión, con los dígitos de mi tarjeta de asistencia, asignada en abril de l955, en mi primer trabajo como oficinista del Hospital del Seguro Social, quizás anunciaba el cierre de mi carrera como funcionario público. Qué había ocurrido? Siguiendo indicaciones del experto Ramírez, el Vice Ministro, en ausencia del titular, autorizó la apertura de una cuenta paralela, del CTAMS, con rúbricas de respaldo de empleados interinos, firmando personalmente exorbitantes contratos y desembolsos. Para fines prácticos ya era innecesaria la participación del Ministro, pero los autores involucrando su firma en algunos cheques, gozarían de un escudo al descubrirse el abuso. La veloz operación efectuada en 4 días, era el culmen de un cuidadoso planeamiento extra-Ministerio que desechó meses de cuantioso trabajo de campo y diseño de los profesionales del Ministerio, para contratar proyectos duplicadores y obras, libremente, sin control, en lugares inadecuados y con materiales inapropiados. Se adquirieron 6 vehículos nuevos y solo aparecieron 5 en el Ministerio. Aún dentro de este doloroso festín, fueron interceptadas erogaciones por más de 400 millones de colones, (equivalentes a 10 millones de dólares, en la época, al cambio de 40 colones por $1). En 95
el siguiente paso planeado figuraba la adquisición de baratijas de plástico y artículos de fantasía por valor de setenta millones de colones. El “recuento” de daños y consecuencias legales derivados de los compromisos adquiridos, consumió dos años, aunque los auditores suponíamos que podía procederse con más rapidez. Se ameritó más que las destituciones y la organización de otra Unidad Ejecutora, bajo control de las autoridades administrativas. La Contraloría General de la República encargó a uno de sus elementos de más conocimiento para guiarnos en el seguimiento correspondiente. Sin embargo, era palpable que éste pausaba el trabajo, para que los resultados no se conocieran antes del cercano proceso electoral. El largo “impasse” no solo propiciaba el antagonismo entre empleados, que añoraban la celeridad de las compras, de la primera Unidad Ejecutora y los funcionarios conscientes del desorden heredado ; sino que chocaba con las presiones sociales, económicas y políticas que llovían sobre el Ministro. Entre el apuro de éste porque se terminara el caso y la “obligada lentitud “ de nuestras acciones comprobatorias, estorbadas adrede por el experto que nos “ayudaba”, estábamos los auditores como tajada de queso. Otros asuntos, ocupaban también nuestra acción: en algunos Centros había dificultades de control y no bastaba la información obtenida cuando se trataba de la negligencia de personas en puestos honoríficos pero curiosamente muy apetecidos. Envié entonces un Auditor al Ministerio Público, para planear un trabajo más productivo que coleccionar papeles inservibles y un informante avisó a la Asesoría Legal. Al día siguiente fui llamado sorpresivamente al Despacho del señor Ministro quien se encontraba rodeado de abogados, bajo el supuesto de que estábamos denunciando 96
el abuso cometido con dineros del Fondo de Emergencias, sin el aval de la Contraloría ni del Ministro. Como paso siguiente, se solicitó la presencia de mi subalterno para “encararlo” conmigo ; era una calculada faena para “cortar rabo y orejas” y así desacreditar nuestra investigación pero el funcionario no apareció ni la secretaria de la Auditoría sabía donde localizarlo. Cuando el Ministro me preguntó por su ubicación y di la respuesta, se tornaron en muecas de desaliento las sonrisas de triunfo en aquel improvisado “Sanedrín” donde solo faltaban la mitra y los turbantes; Esquivel, desde muy temprano, estaba en el Centro de Salud de Puerto Limón. El incidente sirvió para saber de qué lado estaban los letrados y también explicaba, a cualquiera que tuviera dos gramos de cerebro, que el sistema estaba diseñado para perseguir infractores de pequeña monta pero resultaba inútil en los grandes abusos. ¿Habrá sufrido algún cambio esta situación en los años recientes ?. El informe pudo ver la luz el l8 de marzo de 1986 ( 6 semanas después de las elecciones) y fue ratificado ante la Sección de Delitos Varios del Organismo de Investigación Judicial el 17 de octubre de 1988. Seis años más fueron necesarios para establecer sanciones judiciales. Aunque recibimos reconocimiento por nuestros servicios tanto del Ministro saliente como el de la nueva administración, el “sistema” castigó al puesto de Auditor General, rebajándolo de categoría pero no figuraba yo en la planilla. Finalmente la justicia se impuso y la Auditoría del Ministerio de Salud accedió de nuevo al verdadero nivel que le correspondía. Yendo a la playa con mi familia este 2l de abril de 2014 no pude menos que sonreír cuando la recepcionista nos asignó la habitación 254.
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El centro del triángulo -1985-
En una capital centroamericana, un destacado técnico en comunicaciones, que llamaremos Adrián, prestaba con singular diligencia y simpatía sus servicios. Muchacho noble y educado, sin ser un tipazo, escondía en alguna parte del alma, no descubierta aún por los científicos, la condición inexplicable pero evidente de ser, a pesar de su desgarbada presencia, endiabladamente atractivo para las damas. Eso no lo puede entender nadie, pero muchos varones lo considerarían un valioso don. Seis años de feliz matrimonio con la bella Olga y dos chacalines a la cola, no lograban disuadir ni apaciguar los sueños eróticos de cuanta cadera caliente o de resbaloso casco, se topaba por el camino y a pesar de su esfuerzo cotidiano por evitar problemas, terminó amarrado por una despampanante morena a la debió atender un martes 13. Marga, que así nombraremos a esta “compañera sentimental” de turno, como llaman hoy día a las que antes conocíamos como “J” ó “querida “, llegó a tejerle una telaraña tan densa al pobre treintañero que éste apenas respiraba; convertida en su sombra, lo custodiaba siempre al trabajo y a cualquier parte que lo llevaran los zapatos, hasta dejarlo en la puerta del hogar cada atardecer. De nada valían las llamadas anónimas y “papelitos” recibidos por Olga, su señora porque ésta no encontraba decoroso ni prudente descuidar a los críos, para vigilar un marido que nunca fallaba en sus obligaciones, ni de pie ni acostado. 99
Mas si la esposa ignoraba o disimulaba aquella aventura que en nada parecía afectarle, la intrepidez de la guapa divorciada comenzó a interferir el trabajo de su Romeo pues no solo llegaba a dejar recados con compañeros sino a divulgar en la recepción algunas “intimidades” que hacían palidecer al cine rojo. Un supervisor llevó el asunto donde correspondía y el jerarca, acostumbrado a tratar “circuitos e interferencias”, decidió cortar por lo sano, “desconectando” a Adrián de la Central, para “enchufarlo” en una lejana sucursal, poniendo en práctica la sabiduría popular de que “acabado el perro, acabó la rabia”. Llora con sinceridad la abnegada esposa y gime desconsolada la fogosa amante, mientras él, caballeroso como siempre, reparte lágrimas entre ambas mujeres. Pocas semanas bastan para que el nuevo jefe valore la solvencia técnica de este muchacho, mientras su antiguo superior aún lucha por sustituirlo adecuadamente. En lo particular, las lágrimas terminaron; el técnico se acostumbró a moderar sus ímpetus y las muchachas a recibirlo con alegría solamente dos veces al mes, una en su hogar brindando con leche y la otra en la “disco” libando cocteles. Así, en este ir y volver, pasó velozmente medio año y aunque los viáticos mejoraron la economía del joven, la nostalgia por su esposa Olga, ahora en los últimos meses de embarazo, más la ausencia de los amigos que “ hoy estarán preparándose para ir al billar”, entristecían su desvelado rostro al acercarse la penumbra y terminar cada jornada. Aquí en la sucursal el ruidoso regocijo de los empleados, “volando” para sus casas, profundizan la tristeza y provocan las silenciosas lágrimas de quien no tiene dónde ir; quien haya vivido un par de meses, solo, en cualquier parte, en algún hotelito sin estrellas, sabe que encerrarse entre sus cuatro paredes no es una sana alternativa, pero la esperanza es lo último que se pierde. 100
Dalia, la única mujer de la sucursal, comentaba en su casa con detalle aquella gris situación y un buen día, con la venia de la caritativa madre y a regañadientes de su progenitor, Adrián fue invitado a cenar, quedando en la casa prendados de sus modales y conversación hasta los dos hermanos de la joven y a partir de esa experiencia, el huésped casual se convirtió en cliente permanente. Desde luego, la niña “olvidó” contar que ella misma ya formaba parte de esa historia; se había enamorado varias fechas atrás de aquel galán sin ventura y a menudo, permutaba las lecciones de comercio por otras más sustanciosas de biología práctica. En este centro de comunicaciones y, en todo el pueblo, cada quien se dedicaba a lo suyo sin importar a nadie los arrumacos o pellizquitos de los enamorados y aquel bonito convivir tenía trazas de hacerse eterno. El romance, ejemplo de convivencia, se divulgó informalmente en otras estaciones y llegó a la central sin causar disturbio alguno. En el ámbito particular, sin embargo, el paisaje no era tan rosado; el pronunciado descenso en el interés por parte del amado, más la alarmante información de una amiga, llenaron de veneno a la exuberante divorciada y como consecuencia inmediata Dalia recibió por la vía telefónica, un florido repertorio de insultos más la promesa de una solemne golpiza, si no dejaba en paz a “su” hombre. Pero si Marga esperaba que aquella jovencita menuda y serena, de la cual se había informado previamente, se desalentara a las primeras de cambio, se equivocó totalmente; Dalia le devolvió a todo galillo sus mismos epítetos y amenazas en una edición pueblerina, corregida y aumentada, defendiendo su “derecho de segundona”, retándola y ofreciendo esperarla “cuando le diera la gana venir por la sucursal”. En discreción sí coincidieron las rivales; ninguna inquietó al despistado muchacho, con su pleito por lo que éste permanecía ignorante de los negros nubarrones, que anticipaban tormenta. 101
Pasaron los días y una tarde, aprovechando que únicamente quedaban dos clientes para ser atendidos en la ventanilla del compañero, Dalia enlistaba las órdenes de servicio en su escritorio. Se había despojado de los zapatos y daba movilidad a sus adoloridas falanges y cuando nadie lo esperaba, lanzando chispas por los ojos y expulsando sulfurosos insultos, apareció en la sucursal, como salida del más allá, la brava mulata capitalina. Enfundada en un ajustado “jean” que resaltaba la imponente figura, empujó de un puntapié la media puerta que separaba del espacio público, el sitio del equipo y los empleados, y sin el menor respeto, antes de que alguien pudiera intervenir, se le fue encima a Dalia que, repuesta del susto ocasionado por aquella diabólica máquina, prodiga en recetar golpes a sus orejas y rostro, cuando aún estaba sentada, reaccionó levantándose con rapidez y tomando a su agresora del cabello con una mano, le asestó fortísimos puñetazos con la otra, rodando ambas por el suelo, ante el asombro de cuatro particulares que hacían fila en aquellas instalaciones. Presa del dolor y rabia por la cuantiosa pérdida de pelo que quedó entre los puños de la agredida, Marga con un ojo casi cerrado y manando sangre por la nariz, logró desasirse de aquellas manos de acero para sacar de la cartera un cuchillo, y tirar varias estocadas, logrando impactar gravemente en una pierna a Dalia. Adrián ese día realizaba labores fuera del local y no se enteró de la roja nota sino por las descripciones y habladurías del día siguiente. Un corto proceso judicial, seguido de una larga condena para Marga y una extensa y dolorosa hospitalización para Dalia, dieron el marco necesario para el retorno del técnico a la central, con el beneplácito de los Superiores y sus numerosos amigos. Llegado el momento, obtuvo permiso para acompañar a su esposa Olga en el feliz alumbramiento de una niña. 102
Reaccionó levantándose con rapidez y tomando a su agresora por el cabello.
El encanto amoroso que siempre rodeó al eficiente técnico se disipó gracias a las notas periodísticas, pero algunas personas aseguran que fue él mismo, por su propia voluntad, quien decidió dedicarse por completo a su mujer e hijos, arrepentido de haber causado tanto dolor, sin proponérselo. Las frecuentes y sabrosas reuniones informales, verdaderos parlamentos centroamericanos donde escuche este relato, así como las opiniones a favor y en contra de Adrián, terminaron al finalizar mi compromiso en una entidad vecina y no supe más de aquellos protagonistas; si el despreocupado joven cumplió o no su propósito de enmienda, si Marga salió del reclusorio antes de los siete años recetados o si la quieta Dalia culminó sus estudios a pesar de la renquera. Sea como fuere, lo cierto es que aquel desgraciado suceso pudo haber terminado en una tragedia peor y fue tema de reflexión sobre las inesperadas consecuencias que pueden derivarse cuando se exploran áreas prohibidas de la naturaleza humana. 103
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El ciclón -1956-
Dos veinteañeros, un sábado en una noche bien helada, sin ganas de dormir, se han encontrado en el centro de San José y desean conversar un poco. Los bailongos de moda como La libertad, El Jardín Rosemary, La soda Madrigal, etc., a
Abriéndose paso desde la puerta a punta de puñetazos y patadas.
punto de cerrar, que más alternativa que refugiarse aquí en frente, dos cuadras al sur del Teatro Moderno, enseguida de la Distribuidora de bicicletas Hércules (avenida 10, calle 105
2). Es una casa igual a otras vecinas, antes de la gasolinera, pero adentro es un bien distribuido bar. Apenas logramos pasar al interior cuando cierran y aseguran la puerta. Dos empleadas han quedado libres y despojándose de los delantales asumen ahora con todo derecho el papel de clientas, y toman asiento para descansar y pedir unas cervezas. Tenemos suerte, dos de las mesas quedaron desocupadas en este salón pero en el primer aposento, no queda lugar y si es en el bar, está repleto, de humo y de gente encorbatada, quemando cigarro tras cigarro, pegada a la radio o dando fórmulas para enderezar el país o mejorar el futbol. Nosotros también andamos de vestido y corbata; es la época, hasta en San Ramón exigen buena presentación a hombres y mujeres en los bailes. Las muchachonas de nuestro relato no están pidiendo ayuda ni compañía pero Plutarco y yo las observamos con gentileza; andan bien arregladitas y como pasan los minutos y no vemos que esperen a alguien más, nos atrevemos a acercarnos e instantes después, en alegre camaradería, compartíamos con ellas cervezas, tamales y boleros de moda. El teléfono público que está en la pared del pasillo, con todo el polvazal de 200 generaciones que luce colgado de un clavo al lado, es el único medio de comunicación con el exterior y ha dejado de timbrar también, de manera que la quietud y la privacidad reinan en este viejo caserón de madera bien pintado y mantenido tanto aquí abajo como en la segunda planta. Mi amigo es producto de mis frecuentes visitas a Paso Ancho, donde voy desde que mi tía Anita y su familia, provenientes de Puntarenas se vinieron para San José hará como seis años y se trajeron hasta la Lapa ( guacamaya), que rápidamente tomó posesión del corredor y muy pronto aquella antigua casona de adobes se identificaba fácilmente en el vecindario por los bellos colores del ave. Mis primos y primas cultivaron nuevas amistades y yo salí beneficiado con todo el paquete. 106
Pues bien, volviendo a las meseras, se han convertido en nuestras instructoras de baile y curiosamente la más robusta, una trigueña, ha simpatizado desde el comienzo con mi compañero. Me hubiera gustado decir que estas simpáticas muchachas eran muy lindas pero estaría mintiendo; ni de chiquillas hubieran ganado concurso alguno de belleza, aunque simpatía sí les sobraba. De todas maneras a la media noche no caben muchas vanidades. Apunté también que el teléfono había dejado de sonar y así estuvo tranquilo el lugar por más de una hora, pero el ring... ring... llegó otra vez punzando las orejas y quien pasaba más cerca lo atendió, llamando a la acompañante de Plutarco. La joven se levantó como por resorte y entabló un ruidoso diálogo muy poco constructivo sobre las preferencias sexuales de la madre de alguien. La orgullosa dama realzaba su conversación con burlas, alzando innecesariamente el tono de su voz para retar al interlocutor y que la concurrencia oyera, quien a distancia y a deshoras de la noche, muy pocas probabilidades tenía de aceptar sus retos. El incidente por lo menos había servido para entretener a la concurrencia, en una época en que no había aún en el país alguna televisora. Plutarco por su parte aprovechó para calmar a la joven, mientras bailaban marcado “Mi último Fracaso”. La madrugada devoraba tiempo, licor y dinero, y la única novedad ocurría cuando las personas poco a poco se despedían en medio de interminables saludos y bostezos,...de pronto... algo que parecía un terremoto sacudió la entrada del local y acto seguido, un rosario de “madrazos “y “cabronazos” brotaron en el pasillo, seguidos de golpes y protestas, mientras los porteros gritaban pidiendo ayuda y clamando por la policía. Desde nuestra mesa, ajenos a la bronca, ignorábamos qué sucedía. Observábamos el desordenado ir y venir entre la cantina y la puerta pero la calma de nuestras amigas, ya familiarizadas con el ambien107
te, tranquilizó nuestro ánimo y decidimos prudentemente permanecer donde estábamos. Sin embargo, las noticias no tardaron en aparecer y ... ¡¡ en qué forma !! Como si saliera de las nubes, del pasillo brotó un titán de unos treinta años; venía abriéndose paso desde la puerta, a punta de puñetazos y patadas, dejando en el camino media docena de oponentes acostados o sentados, después de recetar inesperadas “caricias” a los porteros. Estos se habían atrevido a negarle la entrada cuando él, aprovechando la salida de unos clientes, impidió con su cuerpo que lo dejaran por fuera, y los vigilantes intentaron expulsarlo a la brava. Ahora avanzaba entre las mesas cuando otros dos individuos se le avalanzaron a golpes, pero el tipo no se molestó siquiera en esquivarlos, dándoles a continuación tal andanada de moquetes que mejor dejaron el camino libre mientras se pasaban pañuelos por la nariz y los ojos, ante el estupor y alarma de sus acongojadas parejas. Lo que veíamos parecía una función de circo pero inesperadamente la desgracia llegó a nuestra propia mesa y si hubiera sido el diablo seguro no nos habríamos asustado tanto; quedamos paralizados por aquellos ojos electrizantes que parecían dos focos incrustados en un peñazco de muchos metros de altura y la incertidumbre se evaporó de inmediato cuando aquel hombre levantó del pelo a la acompañante de Plutarco, sacudiéndola como si fuera una bolsa de chorrear café y sosteniéndola con una mano, con la otra le daba por la boca con la mano abierta, haciéndole estallar los labios. Plutarco intentó levantarse, no se si para orinar o intervenir, pero yo le consumí mi mano en el hombro, para evitarle una muerte inútil. Una mirada final del panorama, ahora sin aparentes amenazas, dio calma a aquel espíritu belicoso y pidió un vaso de agua en el mostrador y luego de beber un trago, con el resto empapó sus rizos y abandonó el local tranquilamente 108
mientras se peinaba sin que nadie hiciera el menor intento por detenerlo; claro, la mejor manera de defenderse de un gato furioso es abrirle la puerta. La policía llegó con prontitud pero no tanta como para detener aquel ciclón, que al alejarse, pasada la tormenta, sí lucía como lo que era; un humilde trabajador de camisa de cuadros que apenas pesaba 70 kilos. Nuevamente la ternura de Plutarco se hizo cargo de la muchacha, mientras dos compañeras vinieron a limpiar su cara con agua tibia. En el camino hacia mi casa, mientras la oscuridad del firmamento se rodeaba de luminosos encajes rosados, pensaba en la forma tan radical en que aquella muchacha había recibido una corrección a su desmandada lengua; qué inútil le fue ofender y sin ningún provecho. Por el contrario, estuvo a punto de ser víctima de una desgracia peor que la paliza recibida.
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El escritorio de don León -1970-
A fines de 1969, como Director de la Pagaduría Nacional, recibí la visita de mi amigo Mario S., “Toño, he pensado en lo que me confiaste en días pasados de tu intención de buscar otro puesto para aprender algo más aunque no haya mejora en el sueldo. Creo que tengo la oportunidad adecuada” No hacía más de dos semanas le había comentado a Mario, el hombre de confianza del Oficial Mayor del MOPT, que el nivel de organización y el control de horarios, así como el reciente compromiso asumido del pago al Magisterio, estaban dejándome poco espacio para nuevas ideas de tal manera que la tranquilidad comenzaba a fastidiarme. Por lo tanto su noticia me entusiasmó y me apresté a escucharlo con marcado interés. ¿Decime, Mario, es en San José, acordate que estoy en la U ? La frialdad y franqueza con que envolvió sus siguientes palabras, me dejaron con la boca abierta: “Se trata de mi propio puesto de Director Administrativo de Transporte Automotor, aunque de buena fe, he cometido errores que han trascendido y me van a pasar a trabajar a Planificación. Comprenderás que no deseo que se caiga lo que he logrado armar. Eso puede ocurrir si me sustituyen con un figurón político. Si aceptás el reto no necesitás presentarte con nadie porque ya te conocen, especialmente Hugo Jiménez con quien organizaste el sistema de pagos.” 111
Hugo Jiménez Roldán fungía en esos tiempos como Oficial Presupuestal del Mopt. Vale la pena recordar que para fines prácticos, los Oficiales Presupuestales de los Ministerios, fungían como eje conductor de todas las actividades. Eran el enlace entre los directores políticos de cada gobierno y el orden técnico tradicional y los rodeaba una envidiable autoridad informal. En el trabajo cotidiano eran los héroes anónimos de la administración pública. Algunos nombres permanecen en mi memoria: Mario Campos en el Ministerio de Educación, William Jiménez en Hacienda, Carlos Umaña en el Ministerio de Salud, ni qué decir de Roque Di Leoni. en la Corte Suprema de Justicia. Uno de sus aportes más valiosos fue cuando en una oportunidad, allá por marzo de 1968, lo visitamos, acompañando al Tesorero Nacional, para pedirle a la Corte que no hiciera efectivos sus documentos de inversión recién vencidos por estar la Caja del Estado muy ajustada. No en vano los Magistrados enfrentaron grandes dificultades de orden ético y moral para juzgar a este excelente funcionario, a raíz del desgraciado suceso que acabó con su brillante carrera profesional y segó la vida de un ejemplar deportista y caballero, enlutando a una distinguida familia. Tanto la denominación de Oficial Presupuestal como la de Oficial Mayor, y el Pagador Nacional, son herencia histórica de los tiempos anteriores a la abolición del ejército. Ahora tengo seis meses de laborar en la Dirección de Transporte Automotor. Algunos sucesos interesantes me harán experimentar nuevas experiencias con el cambio de gobierno (1970-74), pero será la segunda vez que deba enfrentarlos. Una buena sorpresa vino el propio 8 de mayo de 1970, en La Gaceta, con la emisión de un decreto ejecutivo que pasaba Transporte Automotor, del MOPT a Seguridad Pública. Salimos el jueves 7 como empleados del MOPT y regresamos el lunes 11, como funcionarios de Seguridad Pública. 112
Con gran dificultad metían un escritorio sin consultar con ningún superior.
La primera directriz que recibimos fue para cambiar el horario partiéndolo al medio día, para extenderlo dos horas por la tarde. Era evidente el perjuicio para los usuarios pues la sucursal bancaria continuaba con el horario corrido y el público, en vez de ganar algo, perdía dos horas de atención diarias. Mi superior, El Lic. Edwin Herrera (Director General de Transporte Automotor), a pesar de mis advertencias, fue a meterse entre los cachos del toro pero el ministro, en vez de recibirlo, le envió a la sala de espera la Acción de despido. La brasa quedó en mis manos y tenía que apagarla de inmediato. Enfrentar el asunto directamente era un suicidio pero dichosamente entre el personal encontré una mediación importante; la señora Luzmilda Aguilar, Sub Jefe 113
del Registro de vehículos, conocía a don Fernando Valverde y con su valiosa intervención, logré detallar al alto funcionario, las razones que hacían impráctico el cambio de horario y las aguas regresaron a su cauce. Adicionalmente llevé una lista de ex funcionarios de los que debimos prescindir, alertándolo para, en lo posible, no se contrataran de nuevo en este mismo lugar, objetivo que se logró en un 95 %. Al poco tiempo, funcionarios de la casa presidencial se presentaron en el Departamento de Registro de Vehículos, a inscribir un auto con placa particular. Este trámite, por tratarse de un vehículo nuevo, era compartido con el Departamento de Ingeniería, que debía proporcionar el marchamo pero esta Sección continuaba perteneciendo al MOPT. Ellos se reservaban dos días para imprimir el número, en el marchamo, con un aparato especial (Leroy). Vale explicar aquí la animosidad ambiente que prevalecía desde la Administración Echandi Jiménez (1958-62), cuando por ley se facultó a Armando Pérez, para ser Jefe del Registro Público de Vehículos, con funciones específicas de notariado, aunque no era Abogado y además no pocos funcionarios del Mopt veían con recelo el ford mustang 65 que poseía Fernando Navarro, otro de los hombres clave del Registro, atribuyéndolo a prácticas indebidas que nunca se comprobaron pues por el contrario era uno de los mejores y más serios de los empleados. Recuerdo que llegaban cuentos de Rolando Rojas,otro de los eficientes trabajadores, en el sentido de que, al almuerzo, tomaba una cerveza en lugar de refresco, en algún lugarcito cercano, sin embargo, a la hora de afianzar responsabilidades para un careo, los “quejosos”, eludían declarar. Regreso al punto para advertir que dicha animosidad, ahora profundizada por la pertenencia a Ministerios distintos, no me daba ninguna posibilidad de aligerar el proceso, como deferencia para la casa presiden114
cial y el personal del Registro no tuvo más recurso que “poner la bola” en mis manos. Pedí a la secretaria atender a los emisarios con un café y caminé hasta la Librería Minerva, compré casquillo, pluma y tinta china y sin ningún aparato técnico, teniendo únicamente como mesa de ingeniería el mostrador del establecimiento, tracé a mano alzada el número en el marchamo y poco después los enviados de la Presidencia se retiraban agradecidos con el trámite resuelto. Fue mi única puerta para salir del embrollo. Unos meses más pasaron y las altas esferas nos regresaron al Mopt. Era mi tarea bastante delicada, equilibrar los resabios y revanchismo entre los Deptos. de Ingeniería y Deptos. de Registro; Venía una tarde de almorzar cuando, de lejos, noté que metían por la entrada lateral, de nuestras oficinas, un escritorio bajado de un pick up particular. Me acerqué intrigado y pregunté, informándome la comitiva que, con el permiso del Director General, se llevaban el vetusto cajón que servía al Examinador de Conductores para sus apuntes, y a cambio, un abogado entregaba un moderno y amplio escritorio “alumiplastic”, mucho más grande y adecuado. Me identifiqué y como no estaba mi superior, ignoré las protestas y pedí a los “bondadosos” regresar el artículo a su lugar y llevarse el que habían traído. La gente del Registro de Vehículos era muy valiosa, especialmente por sus conocimientos adquiridos en años de servicio; Armando Pérez, autodidacta, era un personaje que para todo problema, tenía una solución. Llevaba un libro de recortes no solo con el detalle de los decretos y leyes atingentes a su cargo, sino a todo el Registro y la Dirección de Transporte Automotor y sus antecedentes históricos, por lo que fue un sitio obligado de consulta para mi Tesis de Grado. El negro Mc Coy, Rolando y Diana también destacaban por su laboriosidad y en Licencias, Además de Vicente Barquero y francisco Rojas, 115
entre otros distinguidos elementos que no detallo porque mi memoria falla o por no extender este relato. El ir y venir de escritorios, llamó la atención del público y de los otros funcionarios y antes de que me llamaran a cuentas busqué a mi jefe a quien logré contactar media hora después, corroborando lamentablemente que si estaba de acuerdo con el cambio, “ muy ventajoso para nuestras oficinas”. A pesar de mis argumentos insistió en que se realizara la operación, pareciéndole demasiado legalista mi posición. Le pedí firmar un memorándum, exonerándome de responsabilidad como Director Administrativo y asumiéndola él como Director General y como no le gustó la idea le propuse una solución conciliadora: consultar a la Contabilidad Nacional. Obviamente la respuesta de Valentín Fonseca me respaldó totalmente pues los bienes del Estado no pueden tratarse como si fueran los propios, así sea un tarro para basura. El asunto no paró ahí; viejos empleados coincidieron en que el deteriorado escritorio había sido la mesa de trabajo del ilustre ex Presidente “del cemento y la varilla”, don León Cortés (1936-1940), en su paso como Secretario de la Cartera(Ministro) de Obras Públicas. El pequeño escritorio, mudo testigo de las ordenanzas firmadas por aquel Ejecutivo de lujo, 40 años atrás, se hizo tan famoso que poco después, la Primera Dama de la República vino personalmente a pedir mi colaboración para tramitar el traslado de dicho mueble al salón de ex presidentes que organizaba ella en ese momento, solo que adicionalmente pidió detalles de una señorita, que estaba como practicante en nuestra oficina a solicitud de su madre doña Erasmia, y también la contrató. Tiempo después protagonizó la doncella un inesperado e histórico rol en la Casa Presidencial y en la vida personal del mandatario 116
y aún así nunca perdió su sencillez y buen trato para las personas de cualquier condición social. Caía la tarde de un viernes cuando me pasaron una llamada. Era José Manuel, el examinador de aspirantes a conductor de vehículos; “Don Antonio, por favor venga, nos metimos a una casa con todo y carro”. La delicada noticia dividía mis emociones; por un lado el temor a las consecuencias legales y pecuniarias de las que yo sería directamente responsable y por el otro la satisfacción y la alegría de poder demostrar por fin a mi superior, las razones por las cuales debía modificarse una política establecida, más de 40 años atrás, la cual daba a los Inspectores Destacados en las provincias, la delicada facultad de examinar a los candidatos de su respectiva región y concederles, a su arbitrio, la respectiva Licencia. Un mes antes, en una amigable celebración nocturna, tuve la confirmación de algunos abusos pero, ¿cómo probarlo ? Durante casi medio siglo los expertos del Tránsito, incluyendo a mi Superior, un ingeniero que por segunda ocasión ocupaba el puesto de Director General, encontraban normal el sistema. Por lo tanto, me quedaba cuesta arriba obtener su anuencia para intentar un cambio. Ya me había dado permiso de unificar los diferentes registros de licencias por clase de vehículo, en un solo sistema, desechando las viejas numeraciones consecutivas, para adoptar como única identificación el mismo número de la cédula de identidad, evitándose que un mismo individuo tuviese que portar 3 ó 4 documentos para evidenciar su pericia. El Jefe de Departamento Enrique Arias, estaba dedicado a los documentos que debía firmar todo el día, sufriendo una presión de urgencias que lo tenían enfermo y aunque tenía muy buenas ideas, le era imposible ponerlas en práctica o por lo menos intentarlo. Para esa época tuve oportunidad de servir a mi antiguo superior en la Junta de Protección Social don Arnulfo Carmona, un ejecutivo sin par que defendía a los enfermos mentales como si fueran 117
sus hijos. También logramos eliminar el inútil tarjetero de infracciones y doña Mery pudo dedicarse con más tranquilidad a sus funciones, pero en cuanto a la potestad de conceder licencias fuera de San José, estaba en manos de los Destacados y no era fácil intentar algo. La casualidad vino en mi auxilio; el día de los hechos, media docena de nuevos conductores cuyas licencias había tramitado un Destacado, se habían presentado a la ventanilla con autorización del funcionario, para retirar el documento por necesitarlo con urgencia. Autoricé entonces la excepción, pero sintiendo que ahí estaba la oportunidad de comprobar mis temores, ordené a Granados examinarlos de previo, en ese momento, antes de entregarles su licencia, que ya estaba confeccionada. Los aspirantes alegaron no disponer de vehículo para demostrar su conocimiento pero yo no iba a perder la ocasión que la providencia me ofrecía; indiqué al Cholo que las realizara en el vehículo oficial que teníamos a cargo; una destartalada pero resistente Willys, dotada de cable. Dos muchachos prefirieron esperar el trámite normal a través del respectivo Destacado, tres no superaron la prueba; Uno que traía motocicleta, dejó al examinador abandonado en plena vía pública, cuando intentaba el funcionario sentarse en el asiento trasero, momento en que el candidato arrancó a toda velocidad para no regresar nunca, y el cuarto sujeto era quien motivaba la angustiosa llamada del examinador al final de la jornada. Esa tarde perdí la primera lección de la Universidad pero valió la pena, evaluados los daños con el afectado, convenimos en un arreglo extrajudicial del que me hice responsable, la casa de Francisco Sotela (calle 7- av. 10), había perdido la fachada completa de la planta baja y una división interna. No capté mucho de mis clases esa tarde porque estaba más interesado en saber ¿cómo haría frente a los gastos en los que había incurrido por mi curiosidad y cómo le informaba a mi esposa semejante tor118
ta? Cuando le conté, ella alentó mi proceder porque “hay mucho irresponsable manejando carros y ahora se van a poner vivos todos los jefes”. Aquella conversación fue mi principal bálsamo y dormí como seis horas seguidas. Al día siguiente, alentado y recomendado por el jefe de Ingeniería de Tránsito, Ing. Javier González y el subjefe, Ing. Enrique Mora, me acerqué al plantel del Mopt y pedí ayuda a las jefaturas de Proveeduría y Bodegas, recibiendo una total y comprensiva colaboración de ambos, especialmente de Baltodano, tanto en materiales como en mano de obra. El señor Sotela, dueño de la propiedad también reaccionó en forma muy constructiva y no presentó ninguna demanda. Ya no tendría el suscrito que endeudarse... Con los resultados y conclusiones de aquella aventura, el Director General notificó al Director de Tránsito el fin de la concesión a los Destacados y la toma del servicio por un Equipo Móvil de expertos, encabezados por Francisco Guzmán Johanson, para realizar las pruebas en los centros de población más alejados de San José, coordinándose con esas mismas autoridades, las rutas y horarios para atención de los interesados. En mis labores conté con los servicios de varios choferes, que colaboraron conmigo en diferentes oportunidades, en una de ellas me enviaron a Zúñiga, un muchacho muy disciplinado al que únicamente debí corregir por su puntualidad. Un viernes me llamó temprano y con voz entrecortada me pidió darle permiso por el día por tener un problema familiar urgente. El lunes siguiente me estaba esperando cuando entré a iniciar labores. Su rostro demacrado revelaba malas noches acumuladas pero comportándose valientemente con voz segura relató: “Cuando llegué a mi casa el jueves por la tarde no encontré a nadie y los vecinos me dijeron que mi señora se fue de emergencia al Hospital México con el muchachito y que habían pedido la ambulancia. 119
Me fui para allá y ella me contó que lo tenían en la sala de urgencias porque estaba intoxicado. Mi chiquito de apenas diez años era muy travieso y siempre que había que dejarlo solo había que advertirle que no hiciera travesuras, que se pusiera a estudiar pero ese día, cuando la mamá regresó el estaba tirado en la cama con dolores muy fuertes en el estómago. La mamá le dijo que qué era lo que había comido y dijo que nada por lo que mi señora le hizo una manzanilla y le dijo que seguro era falta de alimentación pero ella vio frente a la puerta del patio, el tubo desocupado de veneno para ratas que el papá había echado a la basura, entonces se alarmó y le dijo al chiquito que le dijera de verdad qué había pasado y él le dijo que no había comido nada porque el tubito estaba desocupado pero que apenas lo abrió y pasó la lengua por la tapita para ver a qué sabía. Me estaba contando cuando salieron los doctores y nos dijeron que no había ya nada que hacer y que fuéramos a esperar a la Morgue” Más adelante, un viernes por la mañana recibí la visita de dos funcionarios del INS, que venían a quejarse precisamente de mis servicios. Los muchachos traían la sugerencia de que si yo iba a intervenir con frecuencia en el Departamento de Registro de Vehículos, en determinado trámite que de rutina se enviaba al INS, que quizás era mejor usara otro color en el impreso correspondiente en lugar de la vieja forma de color celeste diseñada años atrás. El asunto era bastante penoso para mí. Enemigo de las excepciones por convicción, dudaba de lo que estaba escuchando y los jóvenes me aseguraban que en ese mismo mes yo había firmado un par de casos, pero lamentablemente no me mostraban nada concreto como para recordar circunstancias. Estaba intrigado pero me pareció impráctico proseguir con el asunto, solo que no era tan petulante como para fabricarme una fórmula para “hacer excepciones”, eso iba en contra de mis más elementales principios éticos y administrativos, 120
por lo que decidí que de presentarse algún caso en que yo tuviera que firmar, enviaría un oficio con firma y sello de “esta Dirección, “adió”, para firmitas estaban los respectivos encargados. Quince días después como para respaldar el refrán de que “al que no quiere caldo, dos tazas”, de nuevo llegan los “amigos del INS”, a quienes atiendo inmediatamente picado por la curiosidad. Esta vez archivan las formalidades y con el rostro un tanto demudado, el que comandaba las acciones pone un medio pliego celeste sobre mi escritorio. “Don Antonio, perdone, creo que olvidó usted su promesa de intervenir en los trámites solo a través de un oficio con sello de su cargo... vea esta fórmula. Yo no daba crédito a mis ojos; no recordaba haber firmado nada para el INS y menos una forma celeste, de media página, pero... ahí estaba una.. y con mi firma. Tartamudeé al llamar a Mayela mi secretaria, en mi auxilio, a ver si podía aclarar este misterio- Recobré la respiración cuando me dijo no recordar que le hubieran traído algo del Registro y mucho menos esa fórmula. Yo no tenía la costumbre de andar metido donde no debía y ya muy seguro de que algo raro pasaba, pedí que vinieran uno a uno todos los funcionarios del Departamento de Registro, incluyendo las jefaturas, alguno tenía que decirme en que momento había yo firmado la dichosa fórmula. En el interín mis dos visitantes quejosos, previendo que se avecinaba un juego de pólvora, levaron anclas, dejándome el documento. Ninguna de los primeras tres personas convocadas me había traído nada para firmar pero la siguiente, una muchacha recordaba que Reinaldo en los últimos tiempos frecuentaba más aquel Departamento. Ahora una lucecita se prendió en mi cerebro, y vi claro que yo no estaba loco. Reinaldo Veredas, era uno de mis mejores colaboradores no solo por su trato con los compañeros de los distintos 121
Departamentos sino por la discreción y rapidez para interpretar instrucciones. Se notaba que el muchacho sentía gran satisfacción en su trabajo y mostraba con orgullo, a los compañeros más cercanos, que algunos ribetes de su rúbrica eran similares a los de mi firma. La “V”, por ejemplo, era idéntica. No hubo más investigación; sin escape, reconoció el delito: “Fue que mi papá vino desde Guanacaste a resolver el problema de un vehículo y no tenía fondos para permanecer en San José y como Armando (Jefe de la Unidad), no se encontraba y los requisitos estaban completos, yo le hice el favor para no atrasarlo”. La verdad solo Dios la sabe pero no cabía duda de que abusando de la confianza, llevaba meses este sujeto adiestrándose para suplantar mi firma y ya lo había conseguido exitosamente. Sentí verdadero dolor con lo ocurrido. Pasé el caso a revisión del Jefe de Registro quien se encargó, como debía ser, del enlace con el INS y ningún enviado de esa institución tuvo necesidad de visitarme más para el citado propósito. En la Administración Pública cuesta mucho reponer a un buen empleado, pero deshacerse de uno deshonesto es más difícil que combatir una epidemia; los procedimientos son interminables. Por lo tanto le permití renunciar de inmediato “por motivos personales”, esperando de corazón que Reinaldo enderezara su camino.
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El Seguro Social -1960-
A mediados de 2011 falleció José Luis Soto. Este vecino de Curridabat, y ex empleado del Hospital Calderón Guardia, medio siglo atrás, se une a un selecto grupo de personas que con su humilde y honesto trabajo contribuyeron a consolidar nuestra Institución y hoy duermen en paz para siempre. En nuestra mente abundan nombres y detalles de aquella bonita época en que los empleados éramos una sola familia, pero bastan unos breves trazos para ubicar al lector en el ambiente donde José Luis desempeñó con eficiencia su cargo como Jefe del Servicio de Archivo. La incursión nos permite, a la vez, una nostálgica mirada al pasado de esta noble casa de salud. Transcurría el decenio 1956- 65 y estaba de moda entre las jóvenes damas, vestir el “chemise “, las Hermanas de la Caridad de Santa Ana se iban del nosocomio y sin saberlo, marcaban el final de la “adolescencia” del Seguro Social en nuestro país. Había terminado la guía religiosa que impulsó las obras sociales de las principales instituciones de América. Quedaba la huella indeleble del Director Dr. Miguel Yglesias, del Administrador, señor Francisco Huete, de la Directora de Enfermería Teresa Segreda y seguían ahora sus pasos, el Director Dr. Enrique Urbina y Miguel Lizano, con Danilo Barahona en la Administración. Asumían el área de enfermería las Supervisoras, bajo el mando de Elisa Barquero de Alpízar, Isabel Gámez y Marcelina Ramos. Estas últimas como sub- directoras, dando paso con una moderna 123
formación técnica, a la madurez institucional. La oficina de estadística (luego Bioestadística), continuaba a cargo del Lic. Rafael Hernández y José Ma. Balma, quien sustituyó a Alfredo Orozco Solano que se fue de Administrador al Hospital San Rafael de Alajuela. Ahora se iniciaba la tabulación de las incapacidades y el control de las mismas así como el registro de las horas efectivamente trabajadas por los médicos. También, con instrucciones del Registro Civil, y con una fórmula diseñada por Balma, se implementó la inscripción directa de los nacimientos, responsabilidad que tenía a su cargo Yolanda Mora. Desde mediados de los años 50, el Dr. Enrique Berrocal, jefe de Cirugía y otros profesionales, sentían la necesidad de otro hospital, y dibujaban un anexo de varios pisos frente al policlínico, cuando en el área metropolitana si acaso llegaban a cien mil los asegurados directos. Se levantó después en dicho espacio, un amplio galerón de madera que sirvió varios años para alojar la farmacia y otros servicios básicos, mientras se construía el edificio norte. Por ahí pasaron Enrique Azofeifa, el Dr. Durán y Jovel Villalobos en identificación, Herbert y Keneth Vargas. Terminado el objetivo el galerón fue derribado y quedó nuevamente disponible aquel espacio, que aprovechable en unos 2.000 metros cuadrados, continúa siendo hoy un yermo inútil con ínfulas de parque y para lo único que sirve actualmente es para aumentar los problemas a los guardas. Recordamos con nostalgia a muchos grandes servidores, en diferentes puestos; a don Juan Chacón y a, don Guillermo Montes de Oca, Lisímaco Echeverría. Una planilla profesional de lujo: Dr. Delfín Elizondo, Dr. Teodoro Evans, Dr. Salazar Baldioceda, Dr. Coto Chacón, Dr. Chacón Jinesta, Dr. Bonilla Dib. Dr. Saborío, Dr Ruiz Sotelo, Dr Mario Miranda, y unos abnegados asistentes Betina,, Marina Agüero Villalobos, Barboza, Flora Orozco, Enf. Graduada Teresita Gámez, Enf. Graduada ............Barrionuevo, Eugenio Lamiq, 124
Chico ......... Ma. Eugenia, Cristina Walthers, Gato Varela, Dr. Teodoro Evans, Dr. Picado Prendas, Al final de 1963, siguiendo un programa elaborado por el Lic. Víctor H. Roig y Humberto Rojas, se fundó la Oficina de Personal (germen de lo que actualmente es “Recursos Humanos”). Este servicio vino a contribuir fundamentalmente en la disciplina. Los conflictos más notables, resueltos, se originaban en la tolerancia tradicional y los compadrazgos, ante la sustracción de bienes, el desapego a la puntualidad, el ausentismo, las faltas a la moral y el desorden en el nombramiento de empleados temporales. En una labor discreta pero eficaz, la Oficina de Personal y el Jefe de Medicina Dr. Guido Miranda, frenaban sin contemplaciones las incapacidades abusivas, de dentro y fuera de la Institución, consciente ese Profesional de que no están los médicos para ganar simpatías sino para cumplir con sus obligaciones. Cinco acontecimientos, comprendidos en el período que examinamos, quedaron en nuestra mente: 1) El Lic. Jaime Barrantes organizó el Primer Congreso de Instituciones Autónomas, valiosa oportunidad de intercambio de experiencias administrativas y fortalecimiento de relaciones institucionales.(Ignoro si se ha realizado otro evento de estos) 2) El Director General del Instituto Mexicano de Seguridad Social, Lic. Benito Coquet fue invitado a poner la primera piedra para el nuevo Hospital, en la Finca La Caja pues los diseños fueron obsequiados por México, Ilustre nación que no solo envió desinteresadamente sus principales funcionarios para enfrentar los vericuetos técnicos y legales de la obra, sino que abrió sus puertas para que fueran a entrenarse allá varios elementos costarricenses. El alto 125
mando decidió, como merecido reconocimiento, el cambio de nombre a “Hospital México”( en vez de “ Hospital Calderón Guardia”) y poco después vino el propio Presidente Díaz Ordaz a inaugurar algunos servicios. Entre los problemas resueltos, gracias a la desinteresada ayuda de los mexicanos, estuvo la superación del bloqueo causado por las apelaciones que objetaban la participación del arquitecto (Malakosky), ganador del respectivo concurso, sin ser miembro del respectivo colegio. Al enterarse este Profesional del requisito pendiente, pidió la cita desde Chile, vino, se sometió con éxito, y regresó al día siguiente a su patria, lo que terminó de encender el polvorín. Finalmente, con la llegada al país del ilustre funcionario Coquet y de su segundo al mando, Dr. Ignacio Morones, se dio inicio a las obras, en un marco bastante festivo; en la ceremonia, al Lic. Coquet, a quien le asignaron la segunda palada (la primera le correspondió a don Chico Orlich, Presidente de Costa Rica ), le endosaron como acompañante, una guapa herediana, que debía sostener con él la pala y al día siguiente, un periódico nacional publicó en la portada, al pie de una destacada fotografía, que el distinguido funcionario “ pone la primera piedra del nuevo hospital acompañado de su señora esposa”. Las bromas y la chota para el matutino duraron como dos semanas. Hasta ese momento en la finca la Caja, dedicada originalmente a labores agrícolas y cría de cerdos, solo funcionaba la sala de experimentación de trasplante de órganos, por parte de un equipo liderado por el Dr. Longino Soto Pacheco. 3) Se abrió por primera vez un servicio de Emergencias, como corolario de negociaciones con los empleados de Uribe y Pagés. Éstos habían iniciado un fuerte movimiento contra el Seguro Social, por la tardanza en atender a un 126
compañero que falleció mientras esperaba ser atendido. La gran movilización fue respaldada públicamente por otras empresas nacionales. 4) Ocurrió también un hecho que nos llenó a los empleados, de vergüenza y dolor: Vergüenza porque dos funcionarios, impulsados, uno por la idea de cubrir un faltante en los fondos de ahorro navideño y el otro por ideales revolucionarios, intentaron asaltar la Sección de Caja y Custodia de Valores, en las oficinas centrales, siendo rechazados por don Carlos Fernández, quien resultó herido de bala en una pierna. Nuestro dolor se debió porque ambos muchachos hasta ese momento habían destacado por sus excelentes servicios y disciplina. 5) Una inteligente incursión de la Auditoría, en ese entonces bajo la dirección del Lic. Laureano Echandi y el control de Guillermo Schmidt, culminó con el descubrimiento de compras fraudulentas de sangre, en el Laboratorio del hospital. Aparte de las medidas disciplinarias correspondientes, la Institución determinó la inconveniencia de pagar por el precioso líquido vital y se estableció el sistema humanitario de donadores, que puso término al lucro. Este era el ambiente y los temas de conversación, cuando tratábamos con José Luis Castro, y sus colaboradores en la oficina de Archivo. Ellos estaban a cargo de unos doscientos mil expedientes de consulta Externa y Hospitalización. Los documentos iban y venían entre las distintas dependencias y servicios, controlándose siempre su destino en cualquier momento. No había duda, sin embargo, de que los jóvenes del Archivo, siempre elegantes y serviciales, eran un grupo de mentes despiertas que, además de su trabajo, encontraban fórmulas para combatir el estrés: por ejemplo, a falta de un sistema institucional para que los nuevos empleados conocieran las distintas dependencias, habían inventado el 127
“panfleto”, documento, “inexistente”, que con toda seriedad encargaban a todo nuevo funcionario ir a recogerlo, a una oficina, donde siguiendo la corriente, le indicaban que debía buscarlo en tal otra y así sucesivamente regresaba a su propio lugar de trabajo, habiendo recorrido en su primer día los principales puntos donde iba a desempeñar su futura labor. También organizaron “el amigo invisible”, cada fin de año y crearon un periódico impreso en “stencil” que debió ser clausurado porque los “chistes y bromas” comenzaron a destilar punzantes conceptos sobre las jerarquías. No en vano esa Unidad era el semillero para llenar las futuras vacantes en el Hospital y en las Oficinas Centrales. Nuestra labor en la oficina de Estadística nos mantenía en constante contacto con ellos y así valoramos de cerca el espíritu de servicio de José Luis y sus ayudantes, en un lugar donde “llovían” las solicitudes urgentes, los extravíos y reclamos. Ahí me di cuenta de que existe una verdadera maldición: “el documento buscado no aparece nunca”. Nuestro cuidadoso amigo destacaba por su aplomo y cortesía. Allá por 1960, el azar lo sometió a una verdadera prueba de ecuanimidad: 172 expedientes de una determinada patología fueron solicitados y no apareció ni uno. Fueron inútiles los esfuerzos del personal para localizarlos y tampoco estaban “fuera de archivo”. Ni siquiera existían sus números como asignados a cartulinas de internamiento. Luego de varios días de acalorados reproches, amenazas y airadas protestas del experto solicitante, José Luis, al borde de la renuncia, pidió ver las tarjetas originales. No tardaron los técnicos de la Sección Mecanizada de la Caja, en percatarse que, ellos mismos al tabular los datos, se “habían comido” el último dígito de la identificación. Esto fue comunicado a la Dirección sin mayores consecuencias. Así nació el recurso de “echarle el muerto a la computadora”, en vez de pedir cuentas a los responsables. 128
Al revisar la primera lista digital el muchacho advirtió que la máquina se había comido los dos primeros números.
Con la nómina correcta todos los expedientes aparecieron pero José Luis no recibió nunca una disculpa del funcionario que pedía los expedientes ni de su superior inmediato y menos de la Dirección del Hospital. Pocos meses después se trasladó a las Oficinas Centrales donde sus servicios fueron mejor reconocidos. A partir de entonces aprendimos dos cosas: no perder la calma por difíciles que sean las circunstancias y reconocer nuestros errores ante las personas afectadas por ellos, especialmente si son subalternos. Un abrazo a los compañeros de entonces y una oración por José Luis y por los demás amigos fallecidos que dejaron su granito de arena en la Caja Costarricense de Seguro Social. 129
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El Servicio Civil
- setiembre de 1964-
Perplejo por el volumen de trabajo, en la recién creada Oficina de Personal del Hospital Central (hoy Calderón Guardia), pedí ayuda a Cornelio Urbina para observar trámites en la Dirección General de Servicio Civil. En ese entonces, realizaba mi labor con interés pero desconocía aspectos importantes. Con un año de fundada la oficina, dedicaba un 80% del tiempo al orden y disciplina y ambos factores estaban bajo un aceptable control, por lo que buscábamos sistematizar procedimientos administrativos para dejar espacio a otras áreas de las cuales yo conocía muy poco. Mi contacto con el nivel superior era Danilo Barahona, mi instructor, a quien precisamente por sus delicadas tareas, se le había liberado del manejo de personal, delegándolo en la nueva Unidad, con base en un excelente programa, elaborado por Víctor H. Roig y Humberto Rojas. Lo planeado cumplió su cometido desde el punto de vista del manejo de trámites, pero un año después, sentíamos Cornelio explicó las circunstancias a don Enrique Chacón, Director de aquella Dependencia, y con su consentimiento, dediqué las mañanas de setiembre y octubre, a mi tarea. Fue enriquecedor mi recorrido y aprendizaje por esa institución; excepto el Departamento de Normas y Procedimientos dirigido por Jaime Luján, en los demás, las jefaturas rotaban anualmente, para fortalecer el anillo de acciones y a la vez mantener expertos con dominio del manejo en todas las materias ( Marcos Arias, Edwin Richmond, Rodrigo Mata, 131
Félix Astacio, Rodrigo Piedra, David Rodríguez, etc.), héroes anónimos de aquella época, en la organización de los Servicios Humanos del gobierno. Sus consejos fueron de enorme provecho para la novel Oficina de Personal, y para mi formación. Otros elementos como Didier Salas, Jorge Quirós, Rita Zeledón, Rosa María Vargas, Irene Montes de Oca, Hilda Alvarado, Vilma Camacho, y varios más cuyos nombres escapan de mi memoria, también contribuyeron a mi provechosa estadía, pero hubo uno, Pedro Castillo, que iba a influir personalmente en mi futuro: Solo le faltaba la túnica para “Jesuita”, tal su modo de hablar, transpirando una paz contagiosa y nuestra amistad trascendió. Se acercaba el final del año y una vez más deseaba yo entrar a la universidad. Sentía la necesidad de mejorar mi formación y no me atrevía a dar el primer paso; ¿qué orientación podía tener un “viejo” bachiller de 1954, sometiéndose a la tradicional “pelada de coco” de las barras universitarias en 1965?. ¿Cómo llegar al trabajo o ante mis hijos peluqueado “al rape”? Pedro con su sonrisa de fraile medieval me convenció de que eso eran tonterías sin importancia; él se haría universitario y salió del colegio antes que yo. Tanta determinación terminó por convencerme y juntos nos preparamos para el examen de Admisión, del que no teníamos ni la más remota idea, cómo sería, pero preventivamente repasamos los viejos textos. Pasadas las tres de la tarde del 31 de diciembre de 1964, concluimos el estudio y propuse celebrar pero Pedro me asombró cuando inesperadamente dijo: “ Mejor vamos a la corrida”. Aún faltaban un par de toros cuando arribamos a Plaza Víquez y entre orines y protestas, superamos los cadenillos de la barrera, que, en esos tiempos era abierta. Entramos resueltamente al compás del Paso Doble “Silverio “. Yo continuaba dudando de que mi acompañante fuera el mismo 132
“aprendiz de sacerdote” que horas antes expulgaba textos conmigo pero pronto me despreocupé; con 180 libras encima mi socio corría emocionado como si apenas pesara 120, con solo que el cebú moviese el rabo.
Mi socio corría emocionado como si apenas pesara 120 libras.
Pocas veces nos vimos de nuevo; nuestras profesiones, objetivos y rutinas no coincidían. Después de varios años, almorzamos una tarde en “Chelles”, donde me contó de su 133
viudez y hace unos meses el boletín de Pensionados, informa que Pedro llegó al final de su “corrida” en el mundo. Por dicha ya nos habíamos despedido. Amable lector, no posponga más ese evento que tiene pendiente con las personas que aprecia. El tiempo vuela tan de prisa que quizás el “mañana” no llegue.
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El terremoto de San Francisco -1960-
Qué señora película. Tenía que ser la interpretación perfecta de Clark Gable pero ya terminó. Se enciende la luz. Hasta ahora se vuelven a escuchar suspiros, diálogos, expresiones y risas nerviosas. La función nocturna del Teatro Roxy ha resultado un éxito completo, la sala de la planta baja y las butacas están repletas. La gente inicia el abandono del lugar, como siempre, entre la clientela, algunos individuos están desesperados por salir y van escurriéndose por aquí y por allá, y no descansan hasta llegar a la vía pública. Toñeco y la señora son una feliz pareja de recién casados y bajan conforme al espacio que les corresponde, cuidadosamente porque la guapa damita, enfundada en un traje rojo de ribetes blancos, lleva zapatos de tacón alto y su atento y orgulloso marido tiene interés en que no vaya a tropezar. Han bajado cuatro peldaños y están en un embudo; no hay manera de ceder el paso ni de avanzar más deprisa, hasta el cielo raso se nos acerca osadamente frente a la nariz. Las personas que vienen inmediatamente cercanas, están prácticamente encimadas y viene un pisotón que advierte Toñeco y su mujer disimula, viene el segundo... en el talón de Toñeco... y cuando llega el siguiente, el hombre se vuelve un tanto molesto para pedir a quienes vienen atrás que tengan calma porque “no puedo pasarle por encima a las personas que bajan adelante”. Continúa el desalojo del local, ordenadamente, por dicha, pero algunas experiencias pasadas predisponen las antenas del recién casado; el orden que se percibe, resulta... demasiado ordenado. Tanto que 135
parece artificial, ni siquiera hubo más diálogos ni cerca ni lejos...jmm. A la salida una mano golpea suavemente el hombro de Toñeco y este sabe que acertó en su preventivo juicio, aparta a su mujer y se vuelve, esquivando con dificultad el primer puñetazo pero no el segundo que le saca buen color a la oreja. No hay duda, enfrenta a un buen peleador y contesta con todo lo que puede, mientras la gente disfruta de aquel match gratuito y a esa hora, el tránsito de vehículo apenas se percibe, por lo que el espectáculo callejero no es interrumpido. A la verdad no hay que andarle con penas, Toñeco se ve forzado al clinch pero aquí no hay árbitro que separe nada, los contendientes ruedan del centro de la calle hacia la acera del Roxy, acariciándose con ganas cada vez que pueden, zafando brazos y anudando piernas, para conseguir “montarse” pero aquí la suerte no ayuda mucho y la última voltereta, deja al debilucho acomodado en los 90 grados de caño y borde de acera. El agresor está listo para terminar la contienda, con una receta de buenos golpes y solo lo impide el terco brazo izquierdo de su contendor que quedó libre pues el derecho lo tiene prensado en el caño y entonces lo inesperado; mientras Toñeco está a punto de ceder a la presión de dos tenazas que estorban la circulación de su adolorido brazo, la discreta y callada Machita le mandó un corto pero salvador mensaje al agresor de su marido cambiando los papeles. Con la zapatilla la mujer de Toñeco asestó un buen golpe a la cabeza del inesperado pugilista y éste soltó por segundos el adormecido brazo, tiempo suficiente para que Toñeco lo estirara, apelando a toda su adrenalina, para luego aplicarlo al cuello de su rival, acercando dulcemente la oreja izquierda para aplicarle despaciosamente un adormecedor mordisco hasta que el agresor protesta con lastimeros aullidos, intentando inútilmente zafar de aquella feroz trampa. El calor de la lucha había alterado un tanto la comunicación cerebral y el pri136
mitivo instinto de conservación de Toñeco, solo respiraba aires de triunfo, amenazando aquel pleito callejero, con un daño mayor innecesario y repleto de consecuencias futuras. Entonces tan suavemente como había defendido a su marido, ahora intervino de nuevo para acariciar a Toñeco y persuadirlo de que soltara al otro muchacho. Toñeco cometió aquí cuatro errores imperdonables; primero por poner en grave peligro a su esposa y segundo al dejarse llevar por la cólera estando a punto de convertirse en un delincuente o de causar graves daños a la humanidad de su contrincante, el tercer fallo fue no tomar en cuenta que en este tipo de problemas, siempre hay personas esperando la oportunidad de “bolsear” a los peleadores, arrimándose con el cuento de separarlos y en cuarto lugar, pudo haber ido a dar a la cárcel, dejando a su mujer desamparada en ese incómodo sector-
¡La zapatilla mágica y oportuna de “Machita” que cambió la fe de los dos púgiles! 137
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Emergencias familiares -marzo 1991-
Eran pasadas las tres de la tarde y Ana Lucía, nuestra hija menor, postrada y sin probar alimento, era víctima de lo que parecía un fuerte resfrío. Su madre y yo estábamos con ella, combinando esfuerzos y brebajes para aliviarla, cuando llamaron a la puerta: Era Fernando nuestro yerno, pidiéndonos cuidar las chiquitas porque llevaba a Violeta, nuestra hija mayor, para la Clínica Bíblica, pues era inminente el nacimiento de otra niña más. Pasaron cuatro horas y Ana Lucía no reaccionaba : “esta hirviendo en calentura, mejor vámonos para el hospital”, dijo su madre. Nuestras nietas, Violetita y Paola, de cuatro y dos años respectivamente, estaban muy resentidas por el “abandono” de sus padres que se fueron de “paseo” y por lo tanto brincaban de alegría cuando se percataron de que irían de “excursión” con los abuelos y jubilosas abrazaron a su adolorida tía, disputándole la cobija con que se arropaba en el asiento trasero del auto. Lucía, cabizbaja, permanecía hecha un puño y no mostraba interés en celebrar o rechazar aquellas salvajes muestras de cariño. El área de urgencias del Hospital Calderón, situada en esa época al oeste del edificio, donde está hoy la oficina de Admisión, se encontraba ese cinco de marzo hasta “el tope” de enfermos y el constante movimiento de ambulancias, patrullas oficiales y otros vehículos, mantenía una permanente nube de polvo y humo, tanto en la sala de espera como en el estacionamiento, y poco después de dejar a Lucía en 139
manos de los médicos, sufrió mi esposa un severo ataque de asma y también debió ser atendida. Triste y desvalido, por quedar en manos, digo al cuidado de las pequeñas “arpías”, que no cesaban de recoger cuanta basura les llamaba la atención, para ponerla en mi regazo, debí multiplicarme para estar pendiente de las enfermas y al mismo tiempo evitar que aquellas bandidas sufrieran algún percance.
No dejaban de recoger cuanta basura les llamaba la atención.
Por extraño que parezca, aquel desagradable ambiente donde los heridos y el dolor se mezclaban con las maldiciones de un borracho, exigiendo ser atendido sin pasar por la ventanilla, era disfrutado con alegría por las mocosas que yo intentaba mantener en orden pero cuyo feroz instinto les hacía ver que me tenían atrapado. Finalmente me aburrí y dejé de quitarles las ¨chingas¨ de cigarro y chicles, que me enseñaban y escondían entre sus ropas, como si fueran te140
soros. Las horas pasaban y mis nietas seguían incansables en sus correrías, se enzarzaban en diálogos sin sentido, o cantaban como si estuvieran celebrando un día de campo. Aunque a veces deseaba entregarlas a la policía, aprovechando que de cuando en cuando, algunos agentes acompañaban a los enfermos, no podía menos que sonreír ante sus ocurrencias. No era casualidad que estas sabandijas, que Dios me dio por nietas, fueran hijas de su madre, que 25 años atrás la habíamos encontrado bañándose con la bacinilla de mi abuelo Vicente, cargada de sus ¨chicagres¨ (restos de de tabaco natural masticado). Por fin, a las dos de la mañana mi esposa Araminta estaba recuperada y las dos fierecillas vencidas por el cansancio. Media hora después nos entregaron a Lucía con la recomendación de aislarla en su cuarto, por tratarse de un grave caso de sarampión muy contagioso. Felices regresamos a nuestra casa, temiendo que las traviesas se fueran a enfermar pero gracias a Dios no fue así. Ana Lucía y su madre cayeron rendidas y yo tampoco estaba de humor para asear ni poner pijamas a mis nietas dormidas como lirones, pero cubiertas de tierra por dentro y por fuera. Muy hambrientas, antes de las siete de la mañana maullaban por el desayuno. Un recado en la contestadora, inadvertido en la madrugada debido al ajetreo, nos comunicaba que a las cinco de la tarde una nueva cholilla llamada Priscilla, había llegado para sumarse al ruidoso equipo de demolición. He contado desde entonces, 22 marzos; en el interín, aquella manada, recibió a María Fernanda; una cuarta mocosa más chúcara que las otras tres y que decidió que su abuelo sería un “robot “ que llamaba “Frankestein”, obligándome a efectuar delicadas maniobras. cuando pulsaba los mandos de un imaginario control. 141
La tierna abuela que las adoraba voló al regazo del Padre Eterno, dejándome el terrible encargo de cuidarlas, al igual que a los retoños de mis otros hijos, pero ahora cambiaron los papeles; son ellos los que deben agacharse para darme un beso, cuando sus ocupaciones y estudio lo permiten, y Violeta frecuenta ahora el mismo el Hospital del Seguro, no para merendar colillas de cigarro sino para ejercer su profesión que recién inicia.
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Esperanza
- 31 de diciembre 1968-
El grupo de familiares y amigos en aquel recinto de la ¨Calle 3¨, improvisado como Capilla, permanece estático; ni una palabra sale de los presentes. Veo de reojo los rostros de dolor y se me antoja que somos parte de la colección de un museo de cera. Ahora son las 12 de la noche en el último día de 1968 y aterriza en nuestros oídos la postrera campanada de la Iglesia de San Sebastián. El dejo de los ¨feliz Año Nuevo¨ que se cruzan entre si los transeúntes y la alegría de la pólvora que nos llega desde las casas vecinas y la calle, nos hacen adivinar los abrazos y besos de familiares y barras de amigos, envueltos en “estrenos¨, y celebrando con tamales y rones. Frente a nosotros inicia su recorrido el sonrosado año de 1969 y ninguno, en aquel velorio, tiene el ánimo de agasajarlo como corresponde. Un discreto apretón en la mano de mi esposa Araminta es la única expresión de mi atribulado espíritu. Desde que llegamos aquí como a las 8 de la noche, incrédulo, revisé los acontecimientos, mientras contestaba mecánicamente las oraciones de la ¨rezadora¨: En este mismo sitio habíamos conversado con mi cuñada Esperanza, cuatro días antes y hoy la teníamos enfrente de nuevo pero esta vez, dormida para siempre. Cinco años atrás, cuando falleció mi suegra, era reconfortante para nosotros visitar a nuestra hermana mayor. Mi cónyuge y yo sabíamos que detrás de aquel severo semblante había un corazón de oro, pródigo en consejos y anécdotas familiares. recordaba mi mente las reuniones, en este 143
lugar, improvisado ahora como sala de velación, pero de ordinario ocupando una extensa mesa de trabajo donde elaboraba su diligente familia, los ¨sobres de manila¨, para una famosa librería y a la vez se aprovechaba el tiempo para conversar. Eran los tiempos en que aún no reinaba la televisión, extraño aparato que, sin proponérselo, tuvo poder suficiente para enmudecer la oración hogareña y aplastar la tradicional tertulia, repleta de ocurrencias, noticias y carcajadas. Como sorbo de refrescante alivio me llega el recuerdo de aquel paseo al balneario del Cantón de Grecia, organizado años atrás por Helio Arias; Al regreso los brincos del autobús y algún condimento en la comida, forzaron al conductor a realizar algunas paradas técnicas para que varios afligidos pasajeros, víctimas de retortijones, contemplaran la luna desde los cafetales.
Forzaron al conductor a hacer algunas paradas técnicas. 144
El jocoso episodio fue tema importante en unas cuantas oportunidades y Esperanza no perdió tiempo para embromar a los contertulios. Los recuerdos siguieron comiéndose la rutina hasta abordar con detalle la tarde de hoy 31 de diciembre: a las cinco, al término de la “corrida”, mi afligida madre nos esperaba frente al tablado allá en “Plaza Víquez¨ para ofrecernos quedarse con nuestros hijos, luego de darnos la triste noticia: “Esperanza pintaba la pared de la casa y sufrió un ataque, Sigifredo ( el hijo ), la llevó al hospital pero no llegó con vida¨. Las candelas que rodean la caja encandilan y me traen al presente. Estas horas de la madrugada del nuevo año tienen como 200 minutos cada una. La mitad de la concurrencia duerme en sillas y bancos, mientras cesa la algarabía en las calles. Por fin, como jalada con mecate, llega la aurora y vamos para la casa a alistar los chiquitos y prepararnos para asistir a la misa y al sepelio, en el Cementerio de Obreros. Es el primero de enero de 1969. Innumerables son las velas de difunto a las cuales asistí desde mi niñez, pero pocas como esta donde la amargura de unos, ha contrastado tan agudamente con la desbordante alegría de otros. De aquel triste episodio aprendí algunas lecciones que ahora comparto como consejos; disfrute el tiempo presente con familiares y amigos. Apague de vez en cuando su televisor y escuche a su cónyuge, hijos y visitantes ; un día se dará usted cuenta de que eso vale más que los chécheres que estén de moda.
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Excursión al “Play” de Heredia 1947 - 1991
Estamos a mediados de 1991, vengo de Hatillo por Sagrada Familia y decido buscar a un amigo de la niñez. Cien veces quise saber de él y otras tantas, banales motivos lo habían impedido, pero hoy doblo resuelto hacia el norte cerca de la iglesia y al ver de nuevo las humildes casas y tranquilas calles, mi carro devora kilómetros de tiempo en un mágico instante y me sitúa 44 años atrás, sobre las huellas de dos muchachitos; mi hermano Julio de 6 años y yo con 11. Ahora estoy frente la vivienda. La antecede una pronunciada grada porque la puerta está a 2 metros bajo nivel de la vía pública. Respiro profundamente, mientras el cerebro está inmerso en el pasado. Herediano sencillo y trabajador, Anatolio Hernández Ramírez recibió de la Divina Providencia los dones de la alegría y la amistad y él los repartió a manos llenas entre niños y adultos. No tuvo hijos, pero trató como propios a todos los muchachos que Dios puso en su camino. Invertía horas enseñando pruebas con mecates, naipes, hojas de cuaderno, granos de maíz, etc; o fabricando figuras de cepillo dental y estacas de café. Otras veces organizaba caminatas por los alrededores y en una ocasión hasta nos llevó al ¨play¨ de Heredia. Esto era grandioso, porque no había algo similar en San José. Aquella mañana de julio de 1947 era esplendorosa, aunque a nosotros poco nos importaba la lluvia. Tolo, como lo llamaba su alegre y bonachona progenitora, nos citó a los 147
más grandes a las 8 de la mañana en el parque Central y, los cinco que llegamos, caminamos con él hasta el cruce de la vía férrea donde termina Cinco Esquinas, para seguir por la ¨línea¨, y al mucho andar llegamos hasta el puente del Virilla, donde se descarriló el tren cuando nuestro guía “estaba muchachillo como nosotros”. Él nos iba a explicar más de la tragedia, pero no le pusimos atención. Niños también mis compañeros de aventura, probablemente estaban tan asustados como yo. Yo estaba deslumbrado: En el futuro ningún otro panorama, volvería a asombrarme o iba a impactar tan fuerte en mis entrañas. Temblaban mis canillas, no sé si por el hambre, el azote del viento bajo el corto pantalón escolar, o por la emoción de dominar ese paraje al que había llegado por mi propio esfuerzo, sin que nadie me trajera alzado o en carro. La hazaña había comenzado desde mi casita. Ya tendría tiempo de contarle a mi madre y mis amigos como es un paisaje de verdad, no uno de los que salen en los libros de cuentos. Gracias Anatolio, donde sea que la Divina Providencia tenga hoy tu optimista espíritu. Allá, muy abajo, como figuritas de un inmenso portal navideño, las personas entraban y salían de las pozas. Agité mis manos recibiendo igual respuesta de otros curiosos que me parecían arañitas y continuamos el recorrido persiguiendo lagartijas, hasta “tomar “ el ¨play¨ de Heredia. Era verdad lo que contaba Tolo del “play”; un estupendo lugar con hamacas, barras para bracear, ¨tobogán¨ y ¨carrusel¨ con tubos para sostenerse dentro e impulsar con el pie. ¨Qué bueno sería vivir en Heredia y venir aquí todos los días¨, dijo Roberto. ¨Sí, maje… ¿y la escuela qué?, intervino Carlos que ya estaba en sexto y andaba con los cachetes tan asoleados que parecían tomates. Tolo escuchaba sonriendo y fumando sentado en un pretil. 148
Ingeridos los alimentos que cada uno llevaba, pasamos a “apoderarnos” del Fortín y la iglesia, antes de regresar a San José por la carretera, sin imaginar que diez años después haría ese mismo recorrido a pie un par de veces para ver el puente y varias otras más al regresar muy de noche y dejarme la última “Station”. Como a las 6 de la tarde llegué a la cocina de mi hogar, ahí por la Bohemia, con muchas ganas de tomar café y luego la comida, antes de contar mi odisea. 149
Después el tiempo pasó con rapidez, ocurrieron muchas cosas en el país y cambió nuestra vida. Vino el colegio, otros amigos y nuevas ambiciones. Los viejos afectos fueron barridos por la adolescencia, las pasiones, la madurez y las tragedias, el luto y el amor, y se desvaneció el grupo sin ninguna ceremonia, porque ya no nos necesitábamos. Curiosamente Anatolio fue la primera víctima de la adolescencia; embobado como colegial cayó redondito ante Maya, una linda quinceañera que lo puso a bailar solo. De muy poco le valieron al “chiquillo” sus 35 años de vida para defenderse de aquel certero flechazo que le pintó el mundo de otro color. Voces que salen de alguna casa vecina me regresan bruscamente a 1991; tomo conciencia de que no debo bajarme y caminar, pensando en el ayer, porque me expongo a un accidente. Dejo mis recuerdos en el vehículo, busco la grada y, resuelto, llego a la puerta. Para mi sorpresa, abre la misma Maya, Margarita Vargas Cedeño, solo que ahora tiene 44 años más. ¨Viejo, aquí lo buscan¨, y aparece mi amigo, me identifico y me estrecha con su antebrazo enyesado, herencia de un traspié en la escalera. Su mirada inteligente y bondadosa es acompañada por la eterna sonrisa. El tono de los breves diálogos, con su esposa desde 1954, refleja que siguen tan enamorados como ayer, sin que importen los 20 años de diferencia en la edad. Disimulé unas lágrimas de gusto por la felicidad de este matrimonio y pedí permiso para llevar a Tolo a mi casa, pues Maya atendía a familiares. El tiempo y los recuerdos iban y venían; su madrecita y la mía habían partido para siempre, al igual que otros queridos parientes. Quebré la nostalgia diciendo a mi esposa Araminta: ¨de este señor aprendí todos los entretenimientos 150
con que he divertido a nuestros hijos y nietos¨, y Anatolio entrecruzó sus brazos con orgullo. Pasamos donde mi hermano Julio, quien recibió una agradable sorpresa, y antes de que oscureciera dejé a nuestro amigo en su hogar. Fue nuestra despedida; unos meses después, el 7 de marzo de 1992, Tolo emprendió su último viaje, vencido no por la edad sino por la nicotina que le ¨prohibió¨ seguir respirando. A pesar de la tecnología de hoy, que todo lo da hecho, hasta la ortografía y las operaciones más sencillas, de vez en cuando aparece un chico curioso que quiere aprender a usar manos y cerebro, para liberarse un rato de la esclavitud de las teclas y los ¨e- mails¨. Gustoso le muestro algunas pruebas o cómo fabricarse algún sencillo juguete. Creo que es la mejor forma de recordar a Anatolio. Y… usted, amigo lector, no posponga más esa visita que tiene pendiente con amigos de ayer, no vaya a ser que cuando se decida sea demasiado tarde.
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Fraternidad sin fronteras - 2010
La imprevista posposición de un procedimiento médico, me obligó a permanecer varios días en una cama del Hospital, lo que me dió oportunidad de hacer nuevos amigos. Uno de los compañeros, ¨paisita¨, se integró rápidamente a nuestra improvisada pandilla de pacientes, atraído por las revistas que frecuentemente llegaban a mi lecho, gracias a la bondad de mis hijos. Detrás de aquel pinolero, sin embargo, se escondía un drama, originado en su patria unos meses atrás: cumplía el servicio militar y en una revisión de rutina, el médico advirtió una delicada dolencia, recetándole la baja honrosa para que buscara la atención médica necesaria. No contaba en su tierra con el tratamiento y los especialistas adecuados y entonces la madre y luego él, ingresaron por el norte. Después de algunas peripecias consiguieron trabajo y a continuación buscaron la atención hospitalaria. Esperaba ahora recuperarse para regresar y continuar con su obligación ciudadana. Estábamos a fines de julio de 2010. Él esperaba que le dieran la baja honrosa como en efecto sucedió. 153
Casos como éste se presentan a menudo pero también ocurre un fenómeno similar en las escuelas, especialmente en la frontera norte; nuestros maestros se esfuerzan para instruir por igual a ticos y nicaragüenses. A mediados de los 60, llegué a la frontera sur para agradecer el permiso verbal, otorgado por las autoridades panameñas a nuestros Pagadores, para que se desplegaran por la carretera de su país, porque entregar los giros de las autoridades de gobierno, a través de nuestro propio terruño. resultaba lento y difícil, sobre todo para llegar a destinos como ¨la Cuesta¨ y ¨Puerto González¨. Esa especial licencia la había gestionado mi antecesor en la Pagaduría, señor Claudio Mora. Por cierto, el personal de la Pagaduría tuvo buen motivo para festejar a costillas mías en esa oportunidad porque yo, pregunté a los oficiales de Migración, me indicaran dónde estaba el mar y resulta que ahí no se conocía ni en pintura. ¨lo que pasa, señor, es que la gente que no es de aquí, se confunde: el nombre es “Puesto González”, no “Puerto González¨, y aquel simpático¨ negro¨ nicoyano reía sabrosamente enseñando su diente de oro. Por esa misma época (traspaso de poderes 1966-70), al cambiar los mandos en la Fuerza Pública, fui a la frontera norte, y pregunté cómo habían sobrevivido nuestros policías con 3 quincenas sin recibir pago?- la respuesta me sacudió… Los miembros de la Guardia de Nicaragua, habían compartido sus alimentos con los vigilantes de nuestro país. Recuerdo que posteriormente, ya en la siguiente administración (70-74), al ocurrir una de las usuales huelgas bananeras, el General Torrijos, presidente de Panamá, aprovechando un encuentro en la frontera con el Lic. Oduber, presidente de Costa Rica, le quiso entregar un millón de dólares en efectivo para que el gobierno solventara la de154
mora de sueldos, a los trabajadores bananeros. El gesto fue muy agradecido por nuestro mandatario pero, obviamente, fue declinado. La buena voluntad entre vecinos se vive en las zonas limítrofes de Costa Rica y pasa igual en los demás países centroamericanos y en naciones de otras latitudes, Así he tenido oportunidad de comprobarlo en otras partes, porque es el normal comportamiento de las personas de bien; ayudarse los unos a los otros. Recuerdo que corría el año 1975, cuando pregunté a un grupo de niños ticos, en Paso Canoas, por qué llevaban útiles y uniforme si era 25 de julio que es feriado?, el más grande me contestó: ¨ porque es feriado en Costa Rica pero no en Panamá que es donde está la escuela y hoy tenemos lecciones”. En los años 80, los habitantes de Changuinola (zona atlántica de Panamá), que debían hacer trámites legales en David, preferían viajar por las carreteras ticas, porque a través de la montaña panameña el paso directo era imposible. Ahí estaban batiendo barro los ingenieros del MOPT, con Olid Abellán al frente, haciendo nuestra carretera. Posteriormente Dios y mis superiores me permitieron agregar mis humildes luces en las reuniones directivas de Cocesna, un valioso organismo de la integración centroamericana que vela por la seguridad aérea de la región, por encima de conflictos internos o entre países, desde 1960. Ahí, gozando de la confianza de los señores Ministros y Vice Ministros (78-82 y 82-86), del Lic. Juán Mena y posteriormente de René Castro Salazar y del Lic. Francisco Díaz, terminé de convencerme de las muchas razones que nos unen como pueblos del área y me siento tan costarricense como centroamericano; orgulloso de los países vecinos, de sus logros y progresos, de sus peculiaridades: de las telas y tintes salvadoreños; de las ropas de Honduras; de los zapatos y muebles nicaragüenses; de la cerámica y el jade guatemaltecos; de los cajones para camión de carga, elaborados en Tejar de Cartago, de las carretas decoradas de Sarchí, del “pan líqui155
do” panameño y ahora del “Metro” y de” nuestro” remozado Canal de Panamá. Pero “sus” Indios, esos que vienen a Frailecillos a salvar la caña, el café y los plátanos y a poner el pecho y dar la cara como guardas, ante los traficántes de toda nacionalidad, así nuestros negros, siempre deseosos de servir y todo el tiempo encarar en forma infame tantas mentiras para defender nuestro prestigio. Alguien vendrá que defienda el cuento de Suiza, inventado por los verdaderos enemigos nuestros; el atavismo, y las sirvengüenzadas de los que se creen predestinados a defecarnos la existencia con sus estrategias de rapacidad y dominio. Mi querido Puerto de Limón; dame la oportunidad de llorar por el futuro a la par de tus razas y propósitos de enmienda. “Me gustaría tener manos enormes, violentas y salvajes para arrancar fronteras una a una y dejar de frontera solo el aire.” (fragmento de “ Nocturno sin Patria” Jorge de Bravo)
Me gustaría tener manos enormes, violentas y salvajes. Jorge de Bravo 156
Fuga del Infierno
Camino a la Uruca y superada la intersección por donde se llega al Hospital México (donde hoy se ubica el puente de Juan Pablo II), Toñeco se estacionó donde un cliente de la firma. En el viaje desde San José, razonaba en sus pasos recientes; ocho días antes se había convertido en Auditor de oficina privada, esto le había permitido hacer nuevas amistades, unas 20 personas, encargadas de Registros y libros auxiliares en diferentes empresas y observar errores y prácticas inconvenientes que le darían mayor experiencia, pero hoy no encontraba el cambio tan prometedor como parecía. Meses atrás, en su oficina del ministerio de obras públicas, le había tocado discutir algunos asuntos de las constructoras cuando presentaban ofertas al MOPT, uno de los representantes era un antiguo profesor, en la Facultad y al cual admiraba por la inteligencia y buen humor. Ese Profesional tenía un despacho de contadores y no disimulaba su interés en que Toñeco figurase en su planilla. 22 días antes, Toñeco utilizaba las vacaciones, efectuando por su cuenta la auditoría externa del IFAM, cuando fue llamado por su jefe en el MOPT para colaborar en un asunto interno, pasó a saludar los compañeros y a la salida topó con el señor Furdelo, quien le concretó la oferta con un salario superior al recibido en el MOPT, y cuando era necesario trabajar sábados, se le retribuiría aparte, más viáticos, kilometraje y parqueos, así como a un asistente, estudiante avanzado de la carrera contable, a su disposición. 157
Toñeco estaba en ese momento a mitad de su compromiso con el IFAM el cual terminaría en 15 días, cuando finalizaba la vacación, debiendo entonces tratar el asunto con su superior, el Licenciado García. El señor Furdelo asintió en esperar el tiempo necesario. Ese mismo día Toñeco negoció su renuncia, comprometiéndose, sin ningún pago, a evitar trastornos en la oficina del MOPT, mientras se nombraba un sustituto. García estimó que era peligroso ese proceder, no tanto por dudar de que el muchacho cumpliera sino por el riesgo que significaba aceptar una labor, sin respaldo alguno. Por lo tanto, de su propia iniciativa, dio un mes de permiso sin sueldo. Terminó el examen del IFAM con los informes de rigor y comenzó labores como socio en la Firma de Furdelo. Estaba al final de la segunda semana y nunca se le habló de kilometraje o viáticos, con el agravante de que el asistente a su disposición resultó ser un conserje, muy interesado en aprender pero solo conocía las operaciones fundamentales de cualquier adolescente con educación primaria. Aún así el puesto era agradable y continuó con su trabajo de empresas en varios puntos de San José. El viernes de esta misma semana, finalizada la jornada, permanecía en la planta y disfrutaba la suave música de la organeta, hábilmente pulsada por la señora Furdelo, cuando escuchó una persona llorando; era la secretaria, desconsolada porque la acababan de despedir. Trató de calmarla y le pidió sus datos personales para ver si podía ayudarle a encontrar empleo. Ya más serena le contó tener pendiente una cita con un antiguo compañero que a la fecha laboraba como contable en una industria fotográfica, con oficina ahí por la Fischel. El lunes siguiente, al comenzar la acostumbrada reunión, Furdelo apareció ante el personal, curiosamente transformado; como un energúmeno, tomó el manojo de documentos y los lanzó contra el escritorio y se volvió hacia Toñeco, 158
sacudiendo las manos e increpándole violentamente “por haber sobrepasado los límites de trabajo y entrometerse en sus decisiones” y por lo tanto, era mejor que se fuera de inmediato porque “ no quería enemigos en su propia oficina y cuando él decidía echar a alguien, era prohibido que el personal le hablara y menos que se relacionara con el hombre que trabajaba en la industria fotográfica. Toñeco no esperaba jamás un aguacero de tal calibre pero, curtido por su experiencia reaccionó mansamente y contra su propia voluntad, de salir corriendo de una vez para respirar aire puro, mantuvo la calma pidiéndole a Dios que Furdelo no pretendiera sacarlo a la fuerza. Transcurridos unos minutos el color de aquel rostro retornaba al conocido color aceituna y entonces le dijo “le ruego disculpar mi imprudencia. Si me da una oportunidad no se va arrepentir. Me encuentro aquí por la admiración que siempre he tenido por la calidad de su trabajo y mi intensión es aprender de usted que sigue siendo mi profesor modelo.”
Apareció ante el personal curiosamente transformado. 159
Furdelo y las otras personas no esperaban semejante diplomacia francesa; asombrado, recibió las flores como un bálsamo y dijo “ está bien aquí no ha pasado nada”. La reunión continuó y con su habitual amabilidad Furdelo asignó las tareas de la semana y todos salimos de buen humor. Ese lunes Toñeco aligeró sus labores, dejando asuntos para terminar en la casa y se fue para el MOPT. Contó lo sucedido al Lic. Mario García, avisando que al término de su permiso se reintegraría a su plaza. El superior ofreció anular el permiso que estaba iniciándose para que se reintegrara esa misma tarde pero Toñeco acordó volver a partir del lunes siguiente para terminar sus encargos. Regresó a la empresa que examinaba ese día y al termino de su labor se despidió del personal avisando que ya no trabajaría más con Furdelo, dando el número de teléfono de su casa por si la gerencia tenía alguna consulta y poniéndose a sus órdenes en la Auditoría del MOPT. Así continuó procediendo en cada empresa asignada y a las personas a quienes tenía confianza, les relató lo ocurrido, recibiendo información de que tres o cuatro colegas que le antecedieron en ese puesto, habían dejado de visitar “la empresa” sin conocer explicación Alguna. Alistó al final de la semana los correspondientes papeles de trabajo y el lunes siguiente se presentó a la reunión. Efectuadas las consultas de rigor y aprobado el trabajo de la semana, el señor Furdelo, estrenando una caja de chicles, que devoraba confites, dispuso que Toñeco continuara con dos de las empresas visitadas y otras nuevas, para las cuales le tenía ya listas, las respectivas cartas de presentación pero... Tan sorpresivamente como había ocurrido el lunes anterior, ante la misma audiencia se presentó un nuevo drama, con los mismos actores, pero en distinto rol : Toñeco se levantó 160
y le puso los papeles de trabajo sobre el escritorio diciendo ¨A mi no me asigne nada, no trabajo más aquí, usted ofrece lo que no puede dar. Furdelo se transformó nuevamente y tragando rabia con chicle señaló la puerta, mientras los otros miembros de la firma permanecían con el pelo parado y la boca abierta. Pero más desorbitados quedaron cuando Toñeco replicó: “no señor, no me voy hasta que no me pagué esta semana”. Furdelo, aún sin reponerse del todo suspendió la junta para hacer el cheque y en son de revancha exclamó “ahora le rebajo el seguro social”. Desde esa fecha Toñeco investigó un poco más cuando iba a cambiar de trabajo.
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La carreta sin bueyes
Mi nieta Guarina es la mamá de dos joyitas preciosas, la mayorcita, una esbelta aprendiz de ballet se convirtió en la maestra y la menor, una yigüirra de 4 años, es ahora su aventajada alumna. Hace unos meses me esperaban, junto con sus padres en el portal de la casa y Johana mantenía una pugna con ellos y con su “maestra”, porque tomó una carretita que estaba en un rincón toda sucia y no había manera de que la soltara. Muy preocupado por el berrinche aseguré a la niña que el juguete sería suyo pero la convencí de que me dejara limpiarlo un poco. La verdad es que ni saludé siquiera y rápidamente busqué alcohol y limpié el artículo, o mejor dicho, la suciedad que le quedaba porque buena parte de los polvorientos residuos estaban ya en la falda de la muñeca que mi bisnieta paseaba con gran alegría, dentro de la carretilla. Advertí a su padre Luis Fernando que le faltaba un paral trasero prometiéndome que él lo repararía. Por ahora, ya en paz, Johana hacía planes para pasear todas sus muñecas cuando llegase a su hogar, mientras sus ojos saltaban de júbilo. Pero…. Cuál era el origen de aquel inesperado “tesoro”? Desde la semana anterior observé por espacio de varios días, un montículo de desechos que dejaron los inquilinos de la casa vecina y finalmente recogí la dichosa carreta con la intención de repararla para darle un mejor destino. Los vistosos colores esmaltados reflejaban a pesar del tierrero un fino adorno artísticamente detallado. Varias horas y ca163
Tomó una carretita que estaba en el rincón toda sucia.
ros tintes se concentraban en aquella pieza, convertida por manos prodigiosas en una obra maestra, quien sabe cuántos años atrás y la rotura del paral la condenó a su destrucción. Solo la natural y no contaminada mente de nuestra chiquilla podía reaccionar con asombro y saltar de alegría con el dichoso juguete, sin preocuparse de la moda, ni de la marca, ni del que dirán sus vecinos por ser tan “corriente”. ni de la falta de baterías, ni de las luces intermitentes a control remoto; simplemente ella ensuciaría sus ropas y rodillas, empujando con sus manos el portentoso transporte para sus muñecas. No sé en que haya terminado esta carreta sin bueyes, dispuesta por su fabricante para adornar seguramente un cenicero de lujo, l0 ó 2O años atrás. Lo cierto es que sirvió esa 164
noche para alegrar la existencia de la niña. Por supuesto, sus papás hubieran terminado horrorizados si se enteran de dónde salió. Pero el suceso provocó que diversas fibras tocaran a mi cerebral alacena. 70 años transcurridos desde mi temprana niñez, pintan un contraste entre los pobres de entonces y los de ahora en el mundo globalizado: Los muchachos lucen sus ipods con las innovaciones tecnológicas de los últimos tres meses transcurridos. La competencia comercial de las grandes firmas, los pone en sus manos antes de que aprendan a leer y escribir. No menos cruel es la ostentación en los centros de estudio. Vea las diferencias de precios entre cuadernos corrientes y los que llevan en su portada la efigie del último súper héroe. Antes un carbón o una barra de tiza pintaban la rayuela en la acera para entretener a 4 chiquillos, o bien los muchachitos fabricaban con pedazos de madera, futbolines, espadas y trineos, hoy los mismos 4 se saludan golpeando el puño y se retiran a “wassapear”cada uno por su lado. Y contemplando aquella figurita de carne mientras jubilosa pone sus rodillas en tierra para arrastrar aquella cajita de colores brillantes, sin preocuparse por su ropa, continúe con mis divagaciones: En el ayer de nuestro terruño las madres solteras financiaban la crianza de sus hijos con tres tandas de ropa lavada a mano, en los ríos y lavaderos municipales, y luego engomada y aplanchada, por semana y no tenían vergüenza de que sus hijos fueran remendados y descalzos a la escuela, hoy las señoras pobres se presentan en los parqueos y paradas de autobús, enfundadas en ajustados jeans, vendiendo “stickers”, mientras pregonan el estribillo de “madres solteras”, apoyando la pechuga en las ventanillas de los carros. Los varones no hemos cambiado mucho; un buen porcentaje seguimos siendo tan irresponsables y aficionados al guaro y a la holganza como antaño. Pobres o con recursos el gobierno nos asegura que alguien nos va a mantener y a nuestros hijos también y Dios guarde alguna persona les 165
ofrezca trabajo honrado, los “ratones “ de sus músculos son para el gimnasio y las pandillas; “de todas maneras los muchachos son de la madre, ¿ por qué no se cuido ella ah? y las mamás, con o sin igualdad de género, continúan imitando a cierta especie de tarántulas que mueren mientras sus hijos se las comen vivas.
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La crueldad
-abril de 1956-
Centenario de la Guerra contra los filibusteros que fue celebrado profusamente. Eran las 4 de la tarde y 3 horas antes Toñico había dejado el Hospital. Iba a su antiguo vecindario a encontrarse con sus amistades. Disfrutaba del paisaje en la esquina de ¨La Vera¨, modesta cantina en la entrada sur del Barrio Güell cuando varias carcajadas lo alertaron de que algo cómico ocurría a sus espaldas; 3 desconocidos salían jubilosos del local pero… cuál era el motivo de su hilaridad? la respuesta apareció pronto y para mí era horrible: uno de los muchachos depositó en la acera un pequeño ratón al que le habían roto las extremidades delanteras, provocando que saltara torpemente entre chillidos de dolor y dejara una estela de puntos de sangre con sus muñones. Casi instintivamente acabé con la vida del animalito poniendo fin a su tormento y a la singular diversión.
Provocando que saltara torpemente entre chillidos de dolor.
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De las protestas los jóvenes pasaron a los insultos y Toñico les respondió en su mismo tono, optando ellos por marcharse pero, no por mucho tiempo. Una hora después, cuando el bellísimo anaranjado del firmamento cedía lugar al azul grisáceo y Toñico enfilaba el rumbo hacia el norte, los muchachos del incidente, en compañía de dos más, le interceptaron el paso al final de la cuesta, retándolo a medirse con el más maduro del grupo. El impasse se prolongaba peligrosamente y a Toñico, recostado a la ventana de la cantina, le quedaban pocos argumentos. El olor a golpiza lo tenía mudo cuando, por divina gracia, apareció su amigo Fernando Peralta (q.d.D.g.) para respaldarlo y con la intención de ¨hacerse cargo del asunto¨, él rehusó; considerando que el problema debía resolverlo personalmente y ya seguro de que su amigo impediría que otros intervinieran. Rodában entre puntapiés y puñetazos y en pocos minutos aparecieron docenas de espectadores, bloqueando el paso de vehículos y peatones a la altura de la cantina ¨La Vereda¨. Cuando la Guardia Civil intervino para acabar con el entrabamiento vehicular, y luego montarlos en la ¨Julia¨, rogó Toñico a Fernando no avisar a su mamá para no alarmarla. Incomprensible el comportamiento humano, los contendientes habían intentado destruirse con toda su fuerza y 15 minutos después el recién llegado retador, después de sacudir y enderezar su sombrero de lona que andaba en los zapatos de la concurrencia, ofrecía a Toñico sus cigarrillos y lamentaba haberse metido en esa ¨bronca¨ que no le correspondía. Su problema más serio era incumplir con su trabajo en el ¨Rastro¨ donde debía iniciar labores en la madrugada. Toñeco permaneció callado; tenía bastante con su propia vergüenza pues había dejado su lecho de enfermo con la recomendación del Doctor Enrique Urbina de ¨reposar 4 días¨ y ahora iba a dormir en la cárcel, 168
sin embargo, continuaba considerando que hizo lo correcto. No fumaba y rehusó el tabaco pero no tuvo reparo en estrechar la diestra que le ofrecían, antes de bajar de la ambulancia. El rival fue enviado a celda general por ser mayor de edad y Toñico encerrado en la ¨biblioteca José Figueres” un improvisado encierro en la Tercera Compañía. Al entregar las pertenencias y la faja pidió permiso Toñeco para comprar el periódico, no para ver noticias sino para cubrir el pecho y espalda, pues comenzaba a percatarse de la horrible noche que le esperaba, con solo su camisa de manga corta. Llevaba como 3 horas dando vueltas como tigre enjaulado, pidiendo a Dios ayuda para que esa ingrata desvelada no lo mandara de nuevo al catre de Medicina 1, cuando se hizo el milagro: Apareció éste, vestido de mujer hambrienta, con los ojos hinchados señalándolo a él ante el Comandante, un militar de elegante chaqueta. Era su madre y bendito Fernando que rompió su palabra y contó la verdad a la preocupada vieja. Bien regañado y con el ¨rabo entre las piernas¨, durmió feliz en su casa y no salió más hasta que terminó la incapacidad, como se le había ordenado. En la medida de mis posibilidades y conocimiento no toleré el trato cruel o abusivo con los animales y así normé el comportamiento de mis hijos. Son muy pocos los factores biológicos que nos separan de aquellos seres que, considerados inferiores en nuestra sociedad, no son suficientemente defendidos por la ley, aunque ya algunas sentencias ejemplares fueron aplicadas en ciertos casos. Algunas personas, sin embargo, se comportan con desconsideración, dejando que las mascotas pongan en pe169
ligro a vecinos, especialmente niños, o permitiendo que dañen o ensucien la propiedad ajena con sus deposiciones y eso también perjudica a los animalitos pues les crea animadversión, pero, créame amigo lector; quien lanza agua caliente a un animal, le pone veneno o lo maltrata de alguna manera, también es capaz de hacerlo con su prójimo y si se abstiene de esto último, es únicamente por temor a la Justicia; es un cobarde.
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La Espiga de oro -1945-
Viajo a San José en el vuelo regular de la “Air Curri” de las nueve de la mañana, el capitán vio tormenta en su ruta de la calle 11 y decidió abandonarla. Dobló sobre la avenida 12, evitando los atrasos y el temporal de bocinazos y, sin pedirlo yo, me introduce en la “tierra sagrada”, de mi niñez, en su rumbo por la calle quinta. A fines de 1945 mis mayores pactaron que debía vivir con ellos, allí frente a la panadería La Espiga de Oro, en el patio que Edwin Estrada, el talabartero, identificó con el número1049 y a partir de aquel momento repartí mi tiempo libre entre este barrio de La Dolorosa y el pasaje Rescia, donde, mi abuela Jacinta, tía María y mi primo Danilo, a la sazón de tres años, vinieron a vivir nuevamente. En ese pretil, diagonal al “Pato Cojo”, me veo charlando con mis nuevos compinches Walter Estrada mi vecino inmediato y, Eduardo (“Bolita”) Soto, Carlos Ortega, Marcos Torres, Falucho y a veces con Bernardo Mora que apenas lo dejan salir a la puerta. Más adelante juego “la prenda querida” con la “güelga” femenina, en el quicio de la casa de Yolanda Torres, Cristina Soto, Cecilia Vargas, Maruja y Nidia Carrasquilla o converso con la guapa Mayra Pagani que ve nuestra diversión desde la puerta de su casa, o con Juanita Yock y o las hermanas de Británico. También mi hermano Julio encontró sus colegas de cuatro y cinco años: Freddy Soto, Jorge Pérez, Rodrigo Solano, Gloria Estrada, Maritza, “Chicho”, Jaime Tellini, Muñoz, etc. 171
Allá en la esquina se reune hasta altas de la noche la “gúelga” de los “grandes”: Omar Estrada, Mario Torres, Emilio, Repetto, Los Alvarado, mientras en el portal de los Yock, rotan otros visitantes como el Británico y los bomberos, pretendientes de las chinas bonitas Virginia y Maruja. Por cierto que estos atléticos muchachos nos entusiasman con su valor y destreza cuando participan en peligrosas pruebas de salvamento, lanzándose al vacío desde las torres de la Iglesia de la Soledad para caer y rebotar en la lona que sostienen sus compañeros. No culpo a Walter por comerse las uñas de la congoja cuando ve estos espectáculos. Conforme crecíamos así iban siendo los juegos: nos enfrascábamos en unas interminables “mejengas”, aprovechando el escaso tránsito de vehículos, pero no faltaban los trompos, el bolsillo, el yoyo, el círculo con chapas y las bolas de vidrio, las “jupas”, vaqueros, rayuelas, el bolero y los paseos a las pozas del Tiribí. Se quedaba uno con la boca abierta viendo a Alberto Apui, el primo de los chinos, sosteniendo un duelo de bolsita de arena, manteniendo la bolsita hasta contar 500 cadenciosos golpes sobre su empeine. Jugando “salvo la Banca”, nos perseguíamos, a veces por la noche, hasta la avenida central. Esa vida feliz, hasta asomarnos a la edad adulta, se prolongó hasta mediados de 1954. Ahora veo, recostados a la ventana de la Bohemia, a Barreda y a Luis Brenes (“Pingüino”), saprisistas, discutiendo con “Toño” Vargas, fanático herediano, y conforme pasan los minutos, se van agregando más “técnicos” a dar su opinión. Eran los tiempos en se daba el lujo nuestro país de ver verdaderas “cuadrangulares” de fin de año, con equipos del terruño, batiéndose con el “Independiente, Palmeiras, Porto Alegre, Banfield, Santos, Boca Junior, Génova, etc”, alineando sus verdaderas figuras; da tristeza en los nuevos tiempos, cuando un equipo argentino cobra un platal y sus 172
jugadores de renombre se quedan en la banca, eso se llama ESTAFA para el aficionado. Llegan desordenadamente otros recuerdos: vienen a nuestra “esquina”, otros tipos guapos que vienen por nuestras amiguitas que ya crecidas han desarrollado sus encantos; se arriman Kike Balma, Pepillo, “Niño” (Olman Bermúdez), “¨Patico”( Donald Ruiz ), que llegó enyesado y flechó para toda la vida a Yolanda Torres, y la sorpresa: Carlos Espinoza, un niñito aplicado y apartado de nuestro grupo de “las malas juntas”, se convirtió de la noche a la mañana en un “Tony Curtis” por el que suspiraba más de una niña pero a la vez, convertido en un hombre audaz, dispuesto a vérselas con el que fuera. En otra escena, Luis (“Coco”) y José (“Bululo”) Yock, se lamentan porque un incendio en su casa (contigua a la Espiga de Oro), acabó con sus palomas mensajeras. Ese Hobby había estrechado su amistad con los Taylor y los Camer y también con “Andrecito”, del grupo de “La Vanguardia”, la pulpería de don Bruno. Otros personajes entran en mi imaginario visor: Adelita, la simpática y bonita empleada, de la casa vecina a la Barbería de El Sordo. Margarita la amable empleada de los Yock y Marcela su colega. Adela la “Rubia” que intercambiaba revistas y libros conmigo y Pedro, un cholo enorme, con los pies tan grandes que sus dedos siempre se salen de los zapatos que le regalan y que anda “en una llamita” ( no totalmente borracho pero siempre oliendo a fábrica de licores). Es muy respetuoso con grandes y chicos, vende revistas a muy buen precio y por lo común bebe un par de tragos en la Bohemia; fue herido de bala después del “toque de queda”, una tarde a comienzos de marzo del 48. Recibió una lesión superficial en el abdomen, pero él se gastó dos carruchas de espadrapo para enseñar, orgulloso, su condición de “sobreviviente de la guerra”. En otra escena veo pasar muy serio al “gordo 173
de las revistas”, muy bien vestido, con sombrero fino y un elegante maletín de cuero. Más allá, con su ritmo muy particular, va la “dulce meneo”, una agraciada joven que vive por la pulpería de don Luis (El Nido), famoso por preparar deliciosas “lecheagrias”. Por el lado de la Bohemia y en horas del día viene del “Vedado” (famosa pastelería situada al costado de la Farmacia Santa Elena), un simpático vendedor preguntando de rutina: “¿algo bueno, patrón?”, es un señor viejo pero macizo, cuyo nombre no conocemos, calza sandalias de llanta y sombrero de paja, y trae un canasto de mimbre, repleto de tosteles, cachos, enchiladas y gatos, que vende rápidamente. Otras mujeres de más edad adornaban nuestro barrio con alguna frecuencia, como doña Thelma, vecina de Miguel Solano y la señora de Lafitte. Cuando se fue la familia de Falucho, vinieron los Pasos y posteriormente la familia de “Juanra” Mora y una agraciada chiqulla llamada lourdes, luego unas enfermeras y finalmente Vitza, un portento escultural que, si mal no recuerdo, atendía una Dry cleaning. También regresan mis recuerdos tristes: El estallido de la Bomba en La Tribuna, casi nos deja huérfanos: Mi madre fue hospitalizada y mi hermanillo Julio y yo terminamos enviados a Puntarenas por decisión de mi padrastro, hasta que ella se recuperó. El optimismo regresa con Carlos “Calavera” Cordero, agradable amigo que trabajaba en la Lehmann, llevando artículos en una pesada bicicleta de carga en el día y por la noche nos daba demostraciones de buen boxeador con cualquier prospecto que pasara por la esquina. Inolvidables recuerdos y raspones me dejó el aprendizaje de manejar bicicleta; emoción y júbilo cuando alcancé a mantenerme en el artefacto sin poner los pies en el suelo, mientras la chiquillada me empujaba cuesta abajo, en un destartalado vehículo, rotulado por el dueño del Ciclo como 174
“La Cocaleca”, cuyo alquiler costaba 50 céntimos la media hora. La única bicicleta propia que Dios me permitió tener fue cuando ya estaba en el Liceo y le compré al panadero, un vetusto marco cubierto de harina que consumió mis economías: ciento veinticinco colones. Cuando la desarmé toda y le despegué los pedazos añejos de pasta cruda y la pintaba y engrasaba, las vecinas de mi patio se reían creyendo que estaba loco al haber pagado aquella suma porque con un poquito más de dinero, podía tener una nueva; por ejemplo, una bicicleta perlada número 28, nueva, costaba donde Fournier, allá por la iglesia de El Carmen, doscientos colones. Mi Profesor de Cívica, el abogado, don Fernando Alpizar, me hizo la “carta de venta” y solo pagué los timbres. Para asombro de mis amiguitos resultó que mi bicicleta, totalmente de aluminio, era nada más y nada menos que una Viscontea con cambios manuales Campagnolo, sobre el piñón de la rueda trasera. Por supuesto, aprendiendo a pasarlos, aumenté mi colección de golpes y choyaduras en rodillas y tobillos. (Con perdón del amable lector hago un paréntesis para comentar lo que me dijo recientemente, un vecino del Barrio San José, en Curridabat, cuando él tenía nueve o diez años le dijo al papá que quería una bicicleta y éste, mientras tomaba agua dulce, le señaló el rincón de las herramientas y le dijo: “ay tiene un gangoche y el cuchillo y allá está el molejón. Aquí, saliendo del portón y cruzando la calle, vea esas casas, con los jardines todos enmontados. Pidiendo a gritos un cuchillo. Póngale buen filo al machetico y vaya después que sale de la escuela a ganarse su bicicleta”. Este muchacho. que se llama Víctor Víquez, tiene hoy 4O años y siente que esa es la mejor herencia que le dejó su padre. El orgullo no nos cabía en el pecho, especialmente a los que vivíamos en el callejón, cuando un grupo de niñas de la Escuela García Flamenco, del que formaba parte nuestra vecinita Miriam Estrada, llevó el talento tico a Honduras. 175
Paso el “View master” y aparece don Anastasio Alfaro de impecable vestido de casimir inglés a rayas; me mandó a buscar con “Bolita” Soto para que dibujara en el pizarrón de su casa y no en la calle. Sufrí sin poderme quejar con nadie cuando murió porque al día siguiente. parte de sus pertenencias más preciadas; pajaritos disecados, serpientes en alcohol, insectos, etc, rodaban por el caño frente a su casa. En el siguiente cuadro observo el infernal incendio ocurrido en el aserradero de “Mister Wolf”: Veinte horas continuas de lucha y zozobra, sirenas, bomberos heridos o semi asfixiados, el ir y venir de vehículos de la Cruz Roja y el interminable sonido de campanas al paso de camiones-tanque, a toda velocidad, marcaban el denodado esfuerzo que apenas lograba controlar el siniestro. Dos días después los bordes y orillas de las tucas, convertidas en carbón, aún estaban encendidos frente al Magiruz ( popular salón de baile, en la época). Yo prefería seguir siendo boy scout y dirigir el tránsito que ser bombero. Regresa mi mente a mi querido patio, frente a la panadería, donde viví tan feliz; por la noche, en el corredor está acostado Hernán, es una persona servicial pero su afición a beber “dieces de alcohol”, le impide con su familia y él se acompaña con diferentes personajes que salen de su imaginación, conversándole en voz alta. Aquí vivía también doña Oliva, nunca olvidaré que su hija Inés, aventajada estudiante de un Colegio nocturno y oficinista del Registro Civil, me regaló el primer diccionario que tuve. Ahora me quedo con la imagen de Jesús Ramírez y su esposa Enriqueta, excelentes personas, pero sus hijas eran dos mocosas, mejor dicho, un par de diablillas: descubrieron como abrir una casita que hice con tablas viejas y se metían allí a orinar. También están los recuerdos tristes: Como olvidar a Franklin, el muchachito de doña Eva que llevaron muy mal al Sanatorio Durán y falleció a los pocos días. Luego vino una terrible 176
tragedia : una tarde a mediados de 1949, nuestra vecina, doña Caridad (“Calá”) recibió aviso de un accidente ocurrido a su hijo mayor, y aunque “no debía temer nada malo”, porque el emisario antes de partir le aseguró que ya iban a traer a Chito, ella algo presintió; sus lamentos atrajeron a las vecinas y casi de inmediato, señoras y niños la rodeábamos dándole ánimo. Contaba, ya más aliviada pero siempre intercalando suspiros, que pronto aquel veinteañero seria promovido a maquinista, en el ferrocarril al Pacifico y en eso, tocaron a la puerta y al abrir Calá, un muchacho le dice en voz alta: “Señora, lo siento mucho, aquí traemos al compañero”. Al ver la madre el morado cajón, cayó sin conocimiento y el cadáver de Clodomiro Arce debió velarse en la casa de enfrente, donde doña Emérita y sus hijas Clara, Nena y Blanca. Una horrible equivocación; alguien puso bandera verde en lugar de roja, provocando la desgracia.
A escobazos expulsó a los pernoctantes. 177
Aquella mañana, cuando trasladaban al joven desde la “Caja de hielo”, a su féretro, los muchachillos debimos juntar desprendidos trozos de piel, adheridos a girones de ropa. Gracias a la existencia de su pequeño hermanito, de brazos en ese entonces y hoy todo un respetable cabeza de familia, conocido con el mismo apelativo de Chito, sus padres Teodoro y “Calá” lograron mitigar en parte, la pérdida de aquel tesoro y no pararon en el Chapuí. Ahora sonrío de nuevo al desempolvar la memoria: Eran como las cinco de una calurosa mañana y se iniciaba el deshoje de los años cincuenta. En compañía de otro liceísta, estudiaba yo en el pretil de la “Huelga” cuando de un automóvil negro bajó una dama en fina bata de levantarse y con una escoba de millo en sus manos se recostó a la pared de la casa contigua al Pato Cojo. Cuando alguien abrió la puerta, la mujer ingresó como torbellino y a escobazos expulsó a los “pernoctantes”, hombres y mujeres, que, recién levantados, tuvieron que ajustar sus ropas en la acera, mientras aligeraban el paso en diferentes direcciones. Con el “enemigo” en retirada y las baterías bien cargadas, realizó la inspirada mujer varios lanzamientos de ropa, licores y vajilla, sobre la calle pública, por lo que mi compañero y yo prudentemente nos fuimos para el pretil de “La Alcancía”, una cuadra al oeste de aquel ruidoso escenario que comenzó a llenarse de espectadores. El audaz operativo, según supimos por la tarde, al contemplar todavía infinidad de fragmentos de colores esparcidos en las vías aledañas, fue realizado por la señora de un conocido fotógrafo de aquellos años, para clausurar el “nido prohibido” que clandestinamente mantenía éste y otros dos colegas. Finalmente otro simpático recuerdo me llena de satisfacción; una tribu de gitanos húngaros que alquilaron un galerón a media cuadra de la Bohemia, viviendo ahí varios meses, dedicados los varones a la confección y venta de 178
grandes ollas y las matronas ejerciendo como adivinas del porvenir. Apago mi “proyector” bruscamente cuando veo en la pantalla a mi hermanito Álvaro, que no tenía ni dos años cuando nos fuimos para Barrio La Cruz, donde tendríamos otras aventuras. El vuelo al pasado terminó y estamos aterrizando, el capitán se despide y solicita se mantengan en sus asientos, mientras la nave se acerca a la puerta dos del edificio de La Caja. Hemos regresado al año 2012 y estamos bajando en el sitio señalado para los buses de Curridabat, Zapote La Pista.
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La mano invisible -1951-
“¿Qué hace mi cholito si caigo muerta y me echan al hueco?” “Me guindo de la caja y no dejo que l’ antierren” “Oyi Luisa, lo que dice este confisgao”. Y apretones van y besos vienen. Este diálogo se repetía frecuentemente. Hacía poco habían fallecido los gemelos, primer fruto del matrimonio de Luisa y mi tío Miguel y luego “se vino” el entierro de su suegro, que estaba en el “Incurables”( Carlos Ma. Ulloa), por lo cual las conversaciones sobre los muertos, quedaban como secuelas en el ambiente familiar. Antes de llegar a nuestro domicilio actual en el Paso de la Vaca, mi abuela Jacinta y yo, teníamos un largo recorrido por sitios que aún tengo frescos en mi memoria, gracias a las vicisitudes familiares, pero sobre todo por sucesos y “aventuras” que me afectaron directamente; vivíamos en “el taller” del ferrocarril en Puntarenas, en un segundo piso; ahí salí rodando por la grada, luego en Siquirres, donde quise jugar con un “perro” pero me dio un levantín, fue una cruel manera de conocer una cabra, después habitamos en las casitas de Tobías Vargas, cerca del puente del Río Torres, allí habían puesto a los gemelitos en cajitas blancas, luego donde “la vieja Goya”, una vecindad cercana a la Escuela Juan Rafael Mora, donde, en una zanja a la par de 181
la calle, había un carro herrumbrado, sin puertas ni vidrios que nos llenaba de felicidad a los chiquillos. Después habitábamos en el patio de una edificación de alto, tenía entrada frente a la Estación del Atlántico y también por el lado oeste, salía uno por un callejón para ir a la pulpería “La Moneda”, situada al cruzar la calle, en la acera del frente. La misma fachada de ladrillo alberga hoy un popular bar juvenil. En ese domicilio aprendí muchas cosas que sería largo enumerar, pero por andar pegado como garrapata al delantal de mi viejita, hube de ver el crudo resultado de lo que pasa cuando una persona se interpone en el camino del tren y gran parte de la noche, entre dormido y despierto estuve viendo la cara del asustado cadáver, rodando ante mis ojos, en todo color y tamaño. Ya de ahí vinimos a “escorar” aquí. Eran los finales del año 39 y mis tres años de edad eran una esponja de experiencias mágicas; los recuerdos de esos lugares continúan escasos pero precisos en mi mente.
Lancé una semilla de jocote sobre la tapia. 182
Las peripecias y el cambio constante de morada, continuaron por varios años en la feliz compañía de mi abuelita Jacinta hasta ayer, siete de setiembre de 1951, en que esa mujer de acero, agonizaba. Residíamos en el Barrio La Auxiliadora, a la vuelta de Paco Lépiz, allá por los cementerios y el día anterior, en uno de sus momentos de lucidez, emergentes e intermitentes, dentro de los efectos de la morfina recetada por el doctor Hurtado Peña, pidió escuchar las notas de la marimba y mi madre, incansable, fue a Escazú para traer al músico y complacerla. Chico y Chepe, mis tíos de “la línea vieja”, habían venido a acompañarnos pero el primero ocasionó un último disgusto a la viejita porque trajo a Amelia, quien había abandonado marido e hijos para irse a vivir con él. Mi abuela se negó a saludarla y dijo que le “quitaran ese bulto de enfrente”. Esa tarde llegué del Liceo y tomaba café cuando me encargaron fuera a avisar a Miguel, en el Barrio Claret que mi viejita daba sus últimos suspiros. Al regresar, ella había partido y después de comer fui enviado a realizar otra encomienda, esta vez a informar a tía Anita a Paso Ancho. Volví bastante tarde pero en compañía de mi primo Jorge. Estos encargos se hacían a pie, en una completa oscuridad porque después de las once de la noche no había servicio de buses, pero en ese tiempo no había tanto peligro; las personas, buenas o malas, tenían más respeto que hoy por la vida de los demás, o más temor a la ley, a los “güitres” (buitres, pacos, policías), al “tabique”(cholpa, tabo, cárcel), y al “brete” al aire libre( mantenimiento de obras públicas). Acurrucado, con ropa y zapatos, me sorprendió la mañana de hoy 8 de setiembre de 1951, en un sillón y al despertar noté que eran las diez y el grueso de la familia andaba en el funeral, en la Iglesia de la Merced. Tomé unos sorbos de café “pelado” y corrí desesperadamente hasta la iglesia, 183
pues no había tenido tiempo de acompañar a mi abuela en sus momentos finales y si me descuidaba, también iba a estar ausente de las honras fúnebres y del entierro. La misa y ceremonia final habían concluido hacia bastante rato, según me dijo la encargada de vender medallas y oraciones, por lo que “volé” otra vez para llegar al Obreros. Cuando alcanzaba la blanca tapia de ladrillos espaciados, topé con el coche fúnebre y sus percherones de gran copete y redecilla morados. Sabía que era ese porque era el único observado en mi trayecto; regresaba luego de dejar a su inmóvil pasajera. Alcancé el portón sin encontrar a nadie. Avergonzado por mi negligencia continué corriendo hasta la esquina oeste, para bordear la tapia y terminar entrando por la cerca de alambre de púas. Mi improvisado plan consistía en ubicar el cortejo y esperarlo desde adentro para disimular mi tardía aparición. El desconsuelo humedecía mis ojos y estaba bastante agitado de correr. Distraído lancé una semilla de jocote sobre la tapia para asustar un pajarillo y luego de avanzar unos pasos, hasta el final de la pared de concreto, levanté los herrumbrados tramos de alambre de púas, en la descuidada valla, decidido a salir de frente para topar el cortejo. Con no poca satisfacción observé que estaban apenas como a 30 metros, en el espacio comprendido entre los nichos de la tapia y las tumbas tradicionales pero mi gozo se convirtió en sorpresa cuando escuché un barullo y vi a tío Chico, sombrero en mano, venir a mi encuentro y preguntarme de mal talante que “¿quién es el animal que está tirando piedras a los dolientes, aaah? ”. Quería aclarar el falso cargo porque sólo había lanzado una inocente semilla de jocote pero eso no mejoraría el asunto. Precavido tapé la boca a mi corazón para que hablara el cerebro y dije: “venía doblando la esquina cuando dos 184
mamulones guerreaban a pedrada limpia y luego salieron de guinda persiguiéndose por allá” y señale hacia el oeste. De seguido y sin esperar reacciones pasé despacio para integrarme al solemne acto, pero nuevas emociones me esperaban; ni se enteraron de que había llegado un nuevo acompañante, tal el inusitado desconcierto reinante: el ataúd era totalmente visible aún; la parte de adelante estaba apoyada apenas en el borde de uno de los nichos pegados al muro, en la segunda hilera y el resto que faltaba de entrar era sostenido con dificultad por los voluntarios que habían suspendido la operación súbitamente y enfrente, a cuatro metros, en el suelo, en un espacio de césped, entre las tumbas, una señora de vestido blanco con flores negras, era atendida con preocupación por varias personas. Quienes la asistían intentaban ponerla de pie, mientras ella repetía desfallecida que “doña Jacinta me tocó en el pecho”. Transcurrieron minutos sumamente largos para mí, que no hallaba donde pararme. Chico finalizó la inútil búsqueda en la calle y entró de nuevo por entre los alambres de púas, los buenos vecinos recobraron la calma y acabaron de acomodar el féretro y la “accidentada” mujer, terminó recobrándose mientras piadosas samaritanas la encaminaban abrazada hasta el portón, donde puso sus nervios en orden y esperó que culminara el sepelio. Los ojos de mi tío lanzaban llamas sobre mi anatomía, tratando de sumar indicios a su infructuosa investigación, pero yo, temeroso y con mi mejor pose de inocente beatificado, me hacía el desentendido mientras observaba al albañil recortar los últimos ladrillos con precisión. Lo demás era fácil de colegir, el “come maíz” que me entretuvo de camino fue la mira casual para que Amelia recibiera el susto del año, colocada justamente en la trayectoria del proyectil, a los pies de aquel despojo humano, en el momento solemne de su depósito en el nicho. 185
Mientras almorzaba, reponiendo alimentos que adeudaba a mi organismo desde la tarde anterior, recordé los “gallitos” de frijol disfrutados en el cálido regazo de mi abuela y también pensé en mi infantil promesa de 12 años atrás, de no dejar “que la enterraran”, cuando yo contaba con tres años de edad y no tenía vergüenza de andar “chingo” de la cintura para abajo.
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La muerte y los milagros
De la época en que revisaba expedientes de enfermo egresado, al presente, mi opinión es que cada día sabemos menos sobre las disposiciones superiores que rigen nuestras vidas. Sin importar la religión que cada quien tenga o que no profese en ninguna, es indudable que nuestro conocimiento es escaso cuando intentamos explicarnos algo que sobrepasa la voluntad y la sabiduría de científicos, médicos y enfermeras. En 1957 un asegurado se presentó al servicio de Admisión del Hospital Central alas 6.30 de la mañana y manifestó su interés en ser internado. Al examen no presentaba siquiera síntomas de tener catarro, pero él se empeñaba en que lo hospitalizaran porque “no quería morir en la calle”. Le dieron un placebo y le pidieron esperar en el sofá del pasillo (en ese entonces a la par del ascensor) y una hora después nuevamente le informaron no haber motivo de preocupación. Como su reacción fue de total desconsuelo y abiertamente comenzó a llorar, el Residente decidió internarlo bajo el código Y06 (nomenclatura de la OMS para designar observación, simulación). Ya en su cama el paciente se recobró, consumiendo de buena gana todos sus alimentos. A las 2 de la tarde inesperadamente entró en coma y a pesar de todas las atenciones falleció 30 minutos después. La prolija necropsia únicamente reflejó una ligera inflamación gástrica pero en definitiva no se encontró la causa de muerte.
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Señora y muchacho hablan con el enfermo.
Por esa misma época, un varón de 40 años atormentado por asuntos sentimentales disparó su revólver en el cielo de su boca. Sin embargo la consecuente explosión no logró dar impulso suficiente al proyectil y éste quedó alojado entre ambos lóbulos cerebrales. Ignoro cuál fue el destino de este señor pero cuando por razones de trabajo vi su cartulina de egresado, en el Hospital Central, tenía varios meses de ser atendido en la consulta Externa; debió acostumbrarse a dormir sentado y no se podía dejar que el palatino cicatrizara. Portaba permanentemente un drenaje que trasmitía a los alimentos, no solo parte del sanguinolento material destilado, sino el sabor a plomo. Recuerdo que, según ladeara su cabeza, así se le paralizaban distintas extremidades. Su apego a la vida y a los allegados, llamaba la atención de los médicos a quienes juraba no volvería a atentar contra su vida. En 1958, el conductor de un pick up, en Cartago, estacionó el vehículo, acomodándolo bien y subiendo los vidrios. 188
Luego tomó su arma, y la percutió, detonándola bajo la tetilla izquierda. La ambulancia llevó al paciente en estado crítico y prácticamente no había mucho que pudiera hacerse por él, salvo ponerle algunas compresas para disminuir la velocidad del sangrado. Solo en San José podría intentarse algo positivo, pero en Cartago, en esa época, con una sala equipada apenas para curaciones generales o provisionales, para trasladar esos graves casos a la capital, era prácticamente un sueño. Los acongojados personeros del Max Peralta averiguaron que Andrés Vesalio Guzmán Calleja andaba también en Cartago y lograron localizarlo. Sin mucha esperanza, con la asistencia de despavilados médicos y enfermeras y auxiliándose hasta con limpiones y utensilios de cocina, este eminente Cirujano intervino oportunamente. La bala impactó de lado, pasó el pericardio y levantó apenas, uno o dos milímetros de músculo en la pared del ventrículo izquierdo. No había perdida de tejido y la lesión, que sangraba profusamente fue reparada con éxito. El paciente ya no corría el riesgo de morir desangrado, pero el peligro provenía ahora de cuanto se había expuesto el paciente a infecciones en el traslado, así como en las precarias condiciones de la improvisada “Sala de Cirugía Cardiaca”. Dichosamente no hubo graves inconvenientes y el hombre se reintegró al poco tiempo a sus acostumbradas tareas. Después hubo dos tragedias con accidentes de autobús, que nos afectaron en 1965 y en 1975, ampliamente comunicadas en su momento y ahora, a través de Internet. Una en Honduras y la otra en Puntarenas. Con diez años de intermedio, sus coincidencias invitan a meditar: En ambos sucesos el número de víctimas fue múltiple, en los dos autobuses el desperfecto mecánico que los causó, ocurrió en una llanta delantera, y al atravesar el tramo más comprometido de la carretera, los nombres de los sitios, “Choluteca” y “Chacarita” guardan una similitud fonética aunque su etimología 189
es distinta, Los dos casos fueron juzgados, uno en el exterior y el otro en Costa Rica, determinándose la NO culpabilidad del conductor. En ninguno de los dos eventos sufrió lesiones graves el conductor que resultó SER EL MISMO en los dos casos. Con una amplia experiencia y cero anotaciones por faltas de tránsito o de policía, en una vida dedicada al trabajo desde la niñez, fue destinado a conducir hacia el arcano, a un total de ochenta y cuatro personas. Para 1991 acondicionaba un terreno de mi propiedad, en San Luis de Santo Domingo, donde lo más valioso que gané fue la amistad de tanta gente buena, en la cercanía de mi cabaña y en lugares circundantes como Los Ángeles, San Isidro, Santo Tomás, etc. Imposible mencionar a todos mis vecinos por lo que únicamente anoto a Ángel Rosa, un valiente agricultor y baqueano de la vieja guardia, su señora y los hijos, y a don Benigno y familia. Uno de los muchachos de este último tenía un largo padecimiento y finalmente se presentó el momento crítico en el cual lamentablemente su dolida familia solo esperaba el deceso. Cayó en un sopor sin aceptar alimento alguno y cuando pasé para ver como seguía, ya el duelo era inminente. Los allegados comenzaban a acumular un monto mediante contribuciones, para colaborar en los gastos subsecuentes. Cuando regresé a mi propiedad la semana siguiente y fui a preguntar por el enfermo, una sorpresa me esperaba; quien me abrió la puerta fue el mismo muchacho, hasta con su color recobrado. Exclamé un tanto confundido: ¿qué sucedió aquí ? y él contestó - “no ha pasado nada, desde ayer me he recuperado y hoy me siento perfectamente”. Pocos años después un vecino de Lourdes de Montes de Oca, después de muchos padecimientos, había entrado en un período de franco deterioro, irreversible a juicio de los médicos. Un viernes su familia y los amigos de la casa solo esperaban el momento final. Mi esposa y yo, éramos parte de los mudos acompañantes. Como a la una de la mañana 190
el galeno me llamó discretamente y lo seguí hasta la acera. El profesional me dijo en confianza: “vea señor, le ruego que este asunto quede entre nosotros; me llamaron desde la tarde y no me he movido de aquí y tengo desde hace dos semanas reservado el espacio para pasar este fin de semana en la playa, con mi familia. Necesito alistar cosas y dormir algo. Aquí le entrego el certificado. Solo falta poner la hora y le quedo muy agradecido por su discreción y ayuda”. Una vez que partió fuimos a la casa, dormimos unas horas y regresamos como a las 8 a.m. bien desayunados, para encontrarnos sorpresivamente con un ambiente alegre y un enfermo lleno de optimismo. Incorporándose sobre sus codos nuestro apreciado amigo dió la bienvenida a mi esposa: “viera, doña, qué susto... soñé que me estaba muriendo”. Nuestro allegado viajó a la vida eterna ocho días después.
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La secretaria del bar -1985-
En un floreciente Cantón de San José, a fines de los setentas, Pablo Mundani, un galán de 27 años, se dedicaba con mucho empeño a dos corrientes de actividades, llenas de riesgos y aventuras. Heredó una pequeña fortuna que se multiplicaba año con año, precisamente por su incansable costumbre de trabajar, y tenía un especialísimo don de gentes que le permitía introducirse y participar en cualquier grupo y una visión extraordinaria para los negocios. Se entretenía manejando personalmente un bar de su propiedad, que poco a poco se amplió, convirtiéndose en un popular centro de baile y diversión, desde el cual, manejaba sus enlaces e inversiones. La otra corriente que consumía el tiempo restante, eran las mujeres, buenas y malas, de todo color y tamaño. Sin embargo, Pablito, en el fondo de su corazón se sentía muy solo, aunque fueran escasos sus momentos de meditación. Entre las 10 ó 12 damas, más incondicionales y menos comprometidas, y una que otra casada o emparejada, dispuesta a dejarlo todo para acompañarlo, no encontraba una con la cual entablar cinco minutos de conversación juiciosa, fuera de los trillados arrumacos alrededor del sexo. Este era el marco de realidades en la vida de nuestro desventurado personaje cuando entró en escena otra protagonista. Lima Dora no era una beata rezadora pero si una ferviente católica veinteañera, oriunda de la zona sur que aterrizó siete años atrás en el pueblo, enviada por sus padres a la 193
casa de doña Julia, la madrina, con el fin de que hiciera la Secundaria y terminado el colegio, no quiso abandonar a su anfitriona a la que había conquistado con su afecto y buen comportamiento. Ésta por su parte estaba feliz y poco le importó que los compadres suspendieron la nada despreciable mesada. La niña aprendió costura, auxiliando en sus encargos a la madrina y continuó estudiando secretariado, sin perder la esperanza de un empleo fijo, cuando un buen día le avisaron que el señor Mundani necesitaba una secretaria. Esto no era coincidencia; la mamá del empresario era amiga y compañera de doña Julia en la “Junta Progresista”, conocía de primera mano la necesidad de asistencia para su retoño, pero ignoraba totalmente a qué fauces estaba enviando la dulce pollita. La joven buscó la blusa que mejor le quedaba y una falda sin remiendos, se atavió lo mejor que pudo y acudió a la entrevista, contestando con acierto las interrogantes y explicando cómo ordenar los registros para el pago de las cuentas. Aunque el puesto estaba prácticamente otorgado no hubo acuerdo en el lugar de trabajo; la principiante indicó que no iba a andar sacando cuentas en las mesas del establecimiento y menos manejar así documentación importante de la que ella sería la responsable. La oferta de acondicionarle un espacio, en el privado, detrás del mostrador, tampoco fue de su agrado y con gran sorpresa de otros empleados y del mismo propietario, se despidió cortésmente y se marchó una hora después de su llegada. Apesadumbrada contó los pormenores a su madrina, recibiendo un comprensivo abrazo y muchas palabras de aliento para que tuviera fe y esperara la respuesta a alguna de sus otras ofertas de servicio. En efecto no pasaron dos meses y la diligente muchacha estaba laborando en un almacén de la localidad, cuando al llegar a su casa por la tarde, se encontraba como visita de doña Julia, nada menos que el señor Mundani, que la saludó con muestras de aprecio. Ella tomó un café y despidiéndose de la madrina 194
y del visitante tomó sus cuadernos y partió para la escuela. Ahora en el bus meditaba en lo afortunada que sería cualquier muchacha teniendo como marido al guapo empresario. Desgraciadamente, por las referencias acumuladas desde que lo conoció en su entrevista, supo que se trataba de un peligroso aventurero del que había que cuidarse y por lo tanto era mejor desechar temprano cualquier sentimiento traicionero. Sin embargo, esa noche, no pudo aprovechar las explicaciones del profesor ni consiguió apartar de su mente al esbelto varón, a quien horas antes había visto por segunda vez en la salita de su casa, pero el destino le tenía reservada una “bomba de tiempo”; la visita de Mundani a su madrina era para pedirla en matrimonio. “Se que tengo una mala reputación pero la gente exagera, yo le prometo...”. Con esas palabras y otras tantas flores que brotaban de su corazón, pronunciadas en presencia de doña Julia, el domingo siguiente, el joven y la señorita iniciaron formalmente un noviazgo y ocho meses después, el radiante papá viajó desde la frontera para entregarla en la Parroquia de aquel lugar, ante las llorosas miradas de la madre que lo acompañaba y la felicidad de la madrina que se sentía promotora de aquel acontecimiento. Como en un cuento de hadas, vivieron felices.... ¿ para siempre..? no... durante siete años, al cabo de los cuales Mundani volvió a ser el mismo calavera y regresó a la “cacería”, y su bella señora debió acostumbrarse a permanecer sentada en la cama, sin poder conciliar el sueño, al principio hasta la madrugada y luego por noches completas, hasta adquirir unas hinchadas ojeras que las cremas no alcanzaban a disimular. Un año de rabietas, lloros, pellizcos y malas caras, no lograron ablandar al sujeto que no se arrepentía de nada. Recargado sobre su poder, dinero e influencias ignoraba por completo las demandas sentimentales de su amada, a quien económicamente, todo le sobraba puesto que en ningún momento se afectó el nivel de buen vivir en aquella casa, ni su cuenta 195
corriente para gastos personales, ni el mantenimiento, ni la empleada, ni los útiles del niño comenzando el kinder. Aún así, La misma doña Julia, conocedora del triste papel de su desvelada hijastra, le recomendó volverse para su casa con todo y el pequeño Tomás pero Lima Dora no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer; su salud andaba bastante mal y la falta de posta en las mejillas la hacían parecer como recién rescatada de una prisión siberiana, pero su espíritu estaba indemne y listo para la guerra. Era tontera iniciar un litigio con los abogados del pueblo, los tres eran parte del grupo contratado siempre para diversas diligencias por su marido, así que mejor buscó ayuda en un bufete de la Capital. Inició la querella con cierto éxito y cuando a los meses, se consumieron sus ahorros, comenzó a sacrificar la cuenta corriente pero a estas alturas y por consejo de los abogados su cónyuge, con las orejas coloradas gracias a los inesperados dardos judiciales “cerró la llave”, absteniéndose de depositar lo acostumbrado, pero con las pruebas, el abogado obligó al demandado a cubrir mensualmente una bonita suma. Continuaron las hostilidades jurídicas y aparecieron las pruebas de infidelidad fácilmente, pues eran innumerables los deslices y el hombre, para estupor de los asesores, perdió la vergüenza totalmente y los pormenores pornográficos comenzaron a llenar folios y más folios en el expediente y en el respectivo boletín judicial. Vinieron las contrademandas y al año, la actora ya no podía pagar las investigaciones ni las fotografías detectivescas, tomadas sorpresivamente en salones de baile y dormitorios; en mal momento estaba dándose por vencida por falta de fondos. Por otro lado, sin importar escritos y artificios, ideados o montados por la defensa, en manos de sus tres colaboradores La resolución definitiva se veía venir muy pronto en contra del accionado, era cuestión de esperar con paciencia y por 196
Ya no podía pagar las investigaciones ni las fotografías.
lo tanto el abogado acusador propuso a la sufrida víctima un arreglo para sufragar él los gastos correspondientes que él adivinaba, le serían restituidos con creces al liquidarse el juicio, amén de los jugosos honorarios que dictaría la tabla. Sin variaciones decisorias pero sí con gran despliegue de peritos y vigilantes, cuyos dictámenes y testimonios engrosaban día a día el voluminoso registro, era posible conocer en aquellos folios timbrados hasta las marcas y colores de ropa íntima utilizada por él y las ocasionales protagonistas de la ruidosa querella, más inflada por el rencor y la cólera que por la razón y llevada al más bajo nivel de la moral, con cuantiosos gastos. Al cabo de cuatro años misteriosa197
mente la señora dejó de asistir al bufete y el juicio quedó suspendido, sin que lo afectara nada más, ni siquiera un memorándum. En vano el abogado de la demandante ofrecía más ayuda y estrategias para terminar el desgastante asunto. Tal parecía que de la noche a la mañana, se habían consumido las últimas energías de la mujer. Después de muchas visitas del abogado, a cual más inútil de todas, Lima Dora confesó al licenciado haberse enamorado de nuevo y éste le recomendó mucha prudencia, no fuera a entorpecer las gestiones precisamente ahora, que estaba tan próximo el juicio y comprendiendo el estado emocional de la señora, dejó pasar varias semanas, antes de hacerle una llamada que no tuvo respuesta. Una semana más pasó y vino a visitarla otra vez, preocupado por estar el expediente sin movimiento alguno y por el furtivo idilio de la actora que podría echar a perder todos los esfuerzos efectuados hasta el presente, así como por el riesgo de su clienta, quien podría ser condenada como mínimo a pagar costas y honorarios, si la razón era dada a favor del demandado. ¿ con qué iba a responder esta señora ? Y con tan grises pensamientos bajó de su automóvil y tocó la puerta. No terminaba de acomodarse en el elegante sillón de aquella sala cuando recibió un balde de agua fría : “no se preocupe licenciado; de quien estoy enamorada otra vez, es de mi marido. No sabe usted lo que hemos llorado juntos hasta entender que nacimos el uno para el otro y a pesar de todo lo que lo han ofendido mis pesquisas, el me ha perdonado y yo también a él. Eso sí, me ha prometido cambiar definitivamente reconociendo sus errores y vamos a dar un tiempo prudencial para ver qué pasa. Usted comprenderá que hay mucha desconfianza en mi familia pero yo creo que esta vez sí nos vamos a entender. 198
No gustó mucho al abogado el giro que tomaba el caso; la ingenuidad de esta señora solo retrasaría la concreción de los resultados y el pago justo de sus esfuerzos. En fin, era cuestión de no desesperarse, el empresario había conseguido ablandar a su cónyuge pero ésta no tenía un pelo de tonta y a la primera trastada, que no tardaría en presentarse, su ímpetu de fiera herida iba a resucitar para poner al don Juan en orden y los jugosos honorarios en su bolsa. Sin embargo seis años después, cuando conocimos este expediente, el matrimonio continuaba su rumbo feliz sin acordarse siquiera del pleito inconcluso y el Licenciado Palmit agotaba gestiones en uno y otro Despacho judicial, intentando recuperar su desafortunada inversión. El caso muestra evidencia de que el profesional no debe excederse en tomar partido a favor del actor y menos comprometer exageradamente sus propios intereses.
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La Vickinga -2000-
Recién fallecida mi noble esposa, una dura etapa comenzó en mi vida. La casa en Santa Bárbara estaba casi terminada, habíamos dispuesto trasladarnos en enero del 2000 y ella deseaba iluminarla desde noviembre pues “diciembre siempre se le hacía muy corto”, según sus propias palabras. Sin importar como andaba su salud, disfrutó cada Navidad con el regocijo de una niña de 5 años. Estos últimos acontecimientos marcaban tristemente el final de nuestra preciosa relación. Durante el período del novenario y días posteriores, la compañía de mis allegados calmaba la pena pero luego...¿qué vendría? Cualquier solución que implicara contar con mi familia estaba fuera de toda realidad a pesar del respaldo de mis hijos, primos y cuñados. La ausencia de Araminta me agobiaba en la penumbra y en el lecho. Entre abandonar el proyecto en Heredia, para continuar sollozando abrazado a una almohada, o terminarlo y recuperar la inversión, decidí lo segundo. Aún así la imagen de mi amada me confundía; en las aceras, comercio o sitios de diversión. La veía y, al acercarme, era otra persona. Ana Lucía mi hija menor se dio cuenta de ello pues sacó tiempo para acompañarme cuando debía hacer compras. Pedí fortaleza y luz a la Divina providencia, no era yo la primera persona que perdía un ser querido, ni sería la última. En la soledad absoluta de la Navidad de 1999, cuando colocaba el “ niñito” en el pesebre, recordé con nostalgia las personas queridas y los grupos, que nos acompañaron con frecuencia, 201
en fechas similares, pero, al evocar épocas más recientes, cuando mi madre faltó y nuestros hijos partieron para fundar sus propios hogares, siento el apoyo indescriptible de aquella valiente mujer que lloró en silencio para enjugar mis lágrimas. Nadie podía comprender mi pena y me hice el propósito de no pasar solo el año siguiente, si estaba en mis manos remediarlo. Buscaría una compañera porque ninguna depresión tenía derecho a vivir conmigo. Eran las ocho de la noche del cinco de enero y recibí la llamada de mi amiga Maya, que de Dios goce; me informaba de un pequeño apartamento en San Francisco de Dos Ríos. Yo intentaba cambiar de domicilio, como paso inicial para recuperarme pues nada me retenía en Curridabat, salvo que estuviera dispuesto a consumirme sufriendo y limpiando la casa y sus cocheras. la buena disposición de excelentes personas para ayudarme, no bastaban para aliviar mi espíritu. “Quemando el último cartucho”, llamé a Virginia, una esquiva y plantada viuda, vecina y amiga de la familia y para más señas, madrina de mi hija. En la Vickinga creí reconocer algún grado de simpatía. De su respuesta iba a depender si llevaba mis penas a otro domicilio o no. Para evitar evasivas le pregunté sin rodeos si tenía a “alguien” por ahí o le gustaba “algún carajo” (cuando se llevan al hombro 63 años, la necesidad pesa más que la retórica). Su respuesta resultó inesperada: “sí, me está gustando alguien...es usted”. No me atreví a salir de la casa esa noche pero agradecí la intercesión de San Antonio y sumido en una tenue nubecita de esperanza, prometí visitarla a la mañana siguiente y ahí estaba yo a las 6 a.m., antes de tomar rumbo a Santa Bárbara.
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Cambios impredecibles ocurrieron a partir de ese instante; familiares y conocidos, esperaban una fugaz relación otoñal y yo únicamente una compañera para compartir mi vejez, pero aquella adusta matrona, “padre y madre” de cuatro adultos y dos perras antediluvianas que dormían en su cama, se convirtió en “quinceañera” y quien suscribe, un achacoso gato de bigotes blancos, se transformó en ridículo adolescente callejero. A pesar del alentador panorama y de los esfuerzos de mi hijo Diego, llevándome a participar en el “tope” de Palmares con un caballo mañoso que me secuestró para seguir una yegua, la depresión y el desorden nutricional me facturaron un severo desorden digestivo, pero la oportuna intervención de mi hijo Eddie y las expectativas de un nuevo amor, me recuperaron. Jugueteos entre los árboles del parque, discusiones con “pellizco” de novia, incluidos curiosidad de los vecinos y la esperanza de un mejor futuro, expulsaron mi tristeza. Un tanto desconcertado, hablé con el padre “Pipo” y me quedó claro que no andábamos en nada irregular, pero que era prudente realizar el matrimonio. “No en Barrio Luján”, me recalcó, yo tengo suficiente trabajo ahí, velando por la salud espiritual de diez mil feligreses. Rompiendo la discreción que Virginia quería mantener en su casa pedí la entrada formalmente a doña Nelly y me sorprendió su comprensión, pero el “terremoto” afectó a las familias: Mis hijos mayores tomaron el papel de “papás censores” y los menores fueron mis consejeros, el primogénito de Virginia tomó el rol de “celoso y vigilante papá”. Cuando dije al muchacho que “ lo nuestro” estaba dispuesto por la Divina Providencia y le pregunté si creía en Dios, me aclaró viendo hacia el firmamento: “sí, Él está sentado allá arriba y yo aquí abajo, ni Él se mete conmigo, ni yo con 203
Él”. Indudablemente ya no era el inquieto muchachito que perseguía a sus hermanos, cuando sus papás nos visitaban, años atrás. Para mí tras un año de noviazgo la situación era muy incómoda; no había formalizado la relación con la respetable señora por lo que le propuse casarnos. Los meses pasaban y casarse no era una idea atractiva para la escurridiza “amazona”, acostumbrada a andar suelta en tres años de viudez, mientras este servidor era un “novato”, que añoraba regaños, comida casera y calor en el lecho. Con los pies en terreno firme, la juiciosa señora evitaba enfrentar un fracaso y me pedía esperar para que ambos nos cercioráramos de no ser víctimas de una ilusión. Conciliar mis 40 años de matrimonio, en contraposición a los 29 de vida marital, experimentados por la Vikinga, era un verdadero reto para ambos. Así lo intuyó ella inteligentemente desde el principio cuando me expresó con franqueza que no era lo mismo un proyecto nuevo, que uno con costumbres y anhelos que iban a chocar en lugar de unirnos. Sin embargo, tras varios meses de pugna y convencimiento nos unimos en la Iglesia de Curridabat el 7 de abril de 2001. Pasamos algunas crisis por mi deficiente salud y hace siete años escribí.............................. Aún hoy tenemos diferencias pero algunas me hacen reír; por ejemplo, ella “tararea el Duelo de la Patria” en Navidad y en Semana Santa canturrea boleros. Es ordenada hasta el extremo y yo felizmente muy desordenado, no desiste en corregirme ni yo en contradecirla, por lo que de cuando en cuando, en vez de amables sonrisas nos mostramos los dientes, pero luego de un corto tiempo en que furiosa toma por un lado y yo por otro, prevalece la inteligencia, el amor y la comprensión, haciendo que el saldo de nuestra unión 204
sea positivo luego de 13 a単os de matrimonio y 15 de caminar juntos.
La Vickinga feliz con valija de colores y perro a su lado.
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Los extranjeros del suelo tico y el slogan de Suiza Centroamericana
Veintisiete mil aborígenes esperaban al conquistador español y a la santa inquisición, a finales del siglo XIV. La selva y las aguas circundantes, aun no figuraban en alguna cartografía náutica y estos habitantes seccionados por cacicazgos, heredados de la migración entre los imperios del norte y el sur, se enfrentaban a múltiples limitaciones, sorteando enfermedades y hambre cuando era preciso, pero defendiendo su libertad y libertinaje. Esto sucedía en este suelo privilegiado, pródigo en zancudos, serpientes, tabaco y chicha, pero donde no había que cuidar los grandes acueductos de los Atahualpas norteños, ni trabajar 16 horas diarias para levantar templos y carreteras en los dominios de los Capac del sur, so pena de ser desmembrado por indisciplina. Para la misma época, la Corona española abría las celdas de sus cárceles para iniciar una nueva cruzada y explorar nuevos caminos comerciales marítimos en busca de los tesoros más preciados de la época, la sal, la canela, la pimienta y el oro. Aquellos felices habitantes, que como hemos narrado, no llegaban a tres docenas de miles, son nuestro primer “aporte” de extranjeros y tienen muy arraigado el coraje y las agallas para luchar por su libertad, condición excepcional que les permite expulgarse, retozar y comerse los piojos y las alimañas, en lugar de entregarlos a los inquisidores del Cuzco, como obligaban allá en Zacza Waman. Aquí, En sus sencillas ceremonias donde beben chicha y guarapos, hasta extenuarse de bailar, ya no figura como acto primordial comerse a los prisioneros, pero algu207
nos grupos hambrientos, y mal educados, no vacilarán en cenarse un prójimo, si alguna disputa fuera del palenque, les da ocasión. Así lo delatan los golpes de hacha, en algunos huesos hallados en nuestro suelo. Mientras tanto, el reino unificado de Castilla y Aragón expulsa de su territorio a los moros y no titubea en la conquista de nuevas rutas para entablar lazos de comercio y dominio con la gente que vio Marco Polo, luego de devorar atajos por cientos de millas, en tierra firme, entablando relaciones de tu a tu con califas y derviches a lo largo de las “indias orientales”. Muchos caballeros deseosos de demostrar su valor para explorar la nueva oportunidad que encontró otro visionario llamado Cristforo Colombo, están dispuestos a pagar por los “permisos” correspondientes, y en los albores del siglo XV, aguerridos cortesanos compiten, por la oportunidad de aventura, cuya recompensa será convertirse en encomenderos y además cobrar y custodiar el impuesto para el “tesoro real”, Profesión” muy lucrativa”, desde los tiempos del publicano Mateo. El “navegante genovés”, en su cuarto viaje, bordea la costa atlántica con rumbo sur y desembarca en Cariari, donde aquella concentración de fauna y exuberante vegetación, le conmueve y la denomina “la Huerta”, sin soñar siquiera, que está descansando en el centro de un continente nuevo y no en las tales “indias orientales”. Uno de esos valientes marinos, Vasco Núñez de Balboa acompañado de su perro Leoncico descubre el “mar del sur” en 1513 y Magallanes, otro conquistador explorador, lo denomina “Mar Pacífico” en 1520, 14 años después de la muerte del Genovés. En plena conquista los españoles se afincan en esta Huerta, bautizan y llenando de bisutería de mal gusto, a los naturales, pero al día siguiente, cuando los encomenderos, vienen para dar el desayuno al “ganado 208
humano” del que ahora orgullosamente son sus “dueños” legales, no encuentran a los integrantes y los pocos que estaban en el lugar, ni siquiera recuerdan el nombre que les correspondía. Recapitulando; estos cien españoles, ya aclimatados en la chacra, constituyen el segundo grupo de “extranjeros” que comienzan a emparentarse con los naturales, y el mestizaje producto de estas uniones, más los zambos mosquitos dedicados al comercio y al pillaje, completan el tronco de nuestro “árbol genealógico”, cuando La Corona de Castilla y Aragón, atendiendo el consejo de fray Bartolomé de las Casas, dicta las primeras leyes protectoras de “indios”, reconociéndolos como personas. Medio siglo después el Rey dice oficialmente “Costa Rica”, cuando se refiere a esta tierra privilegiada, donde todavía es un misterio averiguar si “alguien” nació aquí que pudiera ser considerado como verdaderamente primer costarricense. Cuatro importantes contingentes de valiosa sangre nueva, desembarcan en los siglos venideros; los negros de Jamaica importados para trabajar en el establecimiento y mantenimiento de la northern, en el ferrocarril al Atlántico, los italianos para la apertura de caminos y encargarse de los “carros comedor, de las vía férrea, los chinos que, sin ninguna limitación se extienden por los caminos y comisariatos, tanto en la vertiente atlántica como en la pacífica y los nicaragúenses, atraídos por los bananales de la United Fruit Co. Siempre buscando garantías para el empleo y la buena vida, en el presente siclo de doscientos años, nos llega la noticia de que somos independientes, dividiéndose nuestra nación en bandos conservadores y progresistas. Una baraja de excelentes gobernantes y consejeros, nos heredan las principales normas que aún nos rigen; Juan de Caballón, Esparza, 209
Juan Vásquez de Coronado, Tomás de Acosta, Braulio Carrillo, Juan Rafael Mora, el Bachiller Osejo, destacando un joven alajuelense, Gregorio José Ramírez, que uniéndose a los Josefinos pone en orden a los “imperialistas cartagineses”. Luego Bernardo Soto y Tomás Guardia, montan discutibles acuerdos con Maynard Keith y la United Fruit Co.Sin embargo los golpes de estado se ponen de moda y sirven para afianzar la república. Viene la mezcla de política y negocios, comenzando con Juan Rafael Mora y su sociedad con José Ma. Cañas que deja por fuera a Vicente Aguilar, pero que permite la entrada del navegante William Le Lacheur y la cultura inglesa y la base para la exportación de café y la relación total con europa. Aparece La campaña contra los esclavistas del sur de los Estados Unidos de América, que permite la prolongación de los negocios contrarios a los intereses conservadores. Viene el Dr. José María Montealegre, llamado por la oligarquía para que ocupe la silla Presidencial, cuando derrocan a Juan Rafael Mora Porras, pero mientras Montealegre aprende la lengua materna, añorando los torneos de golf con sus colegas británicos, poco comprende de nuestros enredos y pleitos. Le es Imposible detener la barbarie cuando Juan Rafael Mora y José Ma. Cañas, son fusilados, en sendos juicios sumarios y el primero, es amarrado y arrastrado por caballos, barriendo el suelo de la Angostura. Finalmente rescatado por el cónsul de Francia, permanece ese cuerpo embalsamado e insepulto durante 17 años. Paralelamente a estos horribles acontecimientos, gracias a los caminos abiertos por la exportación, grandes bocanadas de aire fresco llegan a los cerebros ticos, impregnándolos de innovadoras ideas de los enciclopedistas, los tambores de la “reforma”, el art noveau, Versalles y la mendicidad organizada de “las tullerías”.
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Policía mostrado radiografía de aparato o arma de fuego en la pantalla.
Más cerca, Al presente Tenemos a Ricardo Jiménez que luego de servirse del excombatiente en las líneas de fuego pinoleras, Sacerdote y General Volio, para montar su tercera presidencia, mediante una artimaña consigue que el Congreso lo declare en “insanía”, a raíz de su rebeldía armada contra el gobierno y lo envíe a restablecerse a Francia, donde dos años después el Auditor de locos indica que Volio no tiene por qué estar ahí, por estar totalmente cuerdo. La injusticia se ha prolongado por años y curiosamente los costarricenses de hoy ignoran que el verdadero padre del Instituto Nacional de Seguros es el Padre Volio.
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Luego encontramos a León Cortés y Calderón Guardia promulgando las Garantías Sociales, e impulsando las exportaciones, el Código de Trabajo y la Salubridad Pública, pero al terminar el mandato de Calderón este prefiere respaldar al progreso y a la ciencia, en la persona de Teodoro Picado Michalsky que es electo Presidente. Fallecido don León en 1946, la oposición se aglutina alrededor de Otilio Ulate Blanco para combatir al duo Calderón Picado. Es expulsado del país don José Figueres Ferrer, se produce la guerra civil de 1948 y los proyectos de administración financiera que estaban en la gaveta del Congreso, son puestos en la palestra por la Junta Fundadora de la Segunda República que los respalda y pone de moda conjuntamente con ayuda del Clero y del comunismo criollo. Se abre la gratuidad de la segunda enseñanza y se dan los lineamientos de la Ciudad Universitaria. Los conflictos civiles en Centroamérica y la relación de don Pepe con La Legión Caribe, nuevamente entran en juego y en 1955, René Cardona intenta otro golpe de estado pero es sometido en unas horas, a sangre y fuego, siendo el héroe de la Jornada, el alemán coronel Frank Marsall Jiménez que sorprendido luego en acciones de contrabando en la frontera norte, se ve obligado a presentar su renuncia ante el presidente Orlich. Entonces funda el partido Unión Cívico Revolucionaria para oponerse a una nueva dictadura y defender su monopolio de Buques Centroamericanos S.A., que importaba la gasolina refinada. Costa Rica acepta un nuevo contingente de Judios. especialmente polacos, cuando la ONU, con el voto de nuestro país propicia el programa de refugiados. La salud pública, la seguridad Social y la Universidad, se ven beneficiados con científicos judíos de varias nacionalidades y también comienzan los centros urbanos del país a beneficiarse con las compras al crédito, especialmente en los sectores de mayor pobreza. Estos Judíos, ejemplo vivo de trabajo y lucha, recorren primero los centros urbanos con 212
enormes valijas al hombro y sin importarles cuanto pierden en sus esfuerzos, levantan capitales de trabajo y paga “un hombre “ para alzar la descomunal maleta, que como Caja Mágica, es portadora de perfumes, herramientas y collares, que son adquiridos a “dos pesos” por semana. Pocos años después, la innovación permite a nuestros abuelos, tener su juego de herramientas, sin sacrificar la ración de guaro, A la vez, a los judíos les da la posibilidad de respaldar la enseñanza primaria y luego secundaria de sus hijos, o sea, el beneficio es total para el gobierno, los comerciantes y los trabajadores. Aunque el ahorro, las cajas de Prestamos y los Montes de Piedad tienen una larga historia, en la iglesia y los gobiernos( ver capítulo IV. Administración sin secretos, Ciencia y arte, José J. Angelini Zúñiga, Prim. Edición San José C. R. ), son los Judíos quienes los popularizan en el país.
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Los Pagadores y el Control de Hacienda -1968-
Este formidable equipo lo integraban simpatizantes y ex combatientes liberacionistas de los conflictos bélicos de 1948, 1949 y 1955 y su denominación como Pagadores Oficiales, venía desde tiempos atrás, cuando los pagos se realizaban en efectivo. Eran hombres de gran conocimiento práctico que también llevaban sobre sus espaldas una serie de rencillas entre sí y con el personal de planta, en forma tal que su experiencia se desperdiciaba puesto que el grado de libertad de que gozaban y el desprecio presupuestal y abandono por parte de la estructura hacendaria, dejaba a estos señores, por lo menos una tercera parte de su tiempo ocioso. Sin embargo estos hombres tenían un gran poder para comunicarse e intimar con las autoridades de todos los Ministerios, indistintamente del color político que fueran. Aún así, periódicamente planteaban iniciativas muy importantes que no eran tomadas en serio, por ninguna autoridad, mientras las protestas desde distintas partes del país, llovían por escrito y a través de la Prensa escrita. A su vez, sus amigos en esas mismas regiones muchas veces les anticipaban de las protestas que venían de camino, lo que les permitía estar preparados para defenderse más que para resolver los conflictos. Para 1964, Toñeco llega como Director General, a ese vetusto edificio de la primera avenida, en el histórico sector cortado por las calles central y primera, que los días víspera de pago, estaba sitiado por empleados o sus familiares, de 215
distintas regiones que buscaban al pagador correspondiente para pedir el giro, por estar bajo incapacidad o bajo el pretexto de haber dejado sus trabajos por corresponderles salida quincenal o ser participantes de algún evento especial. Asumía Toñeco también el compromiso del Tesorero Nacional, de hacerse cargo del pago del Magisterio Nacional, que hasta esa fecha, 1966, lo hacían los Supervisores de escuelas y colegios, con graves dudas e inconvenientes, en especial cuando se entregaban los “adicionales”. Mal momento había escogido Toñeco para meterse en ese oscuro charral pero no había vuelta atrás; ya había renunciado a su puesto anterior. Además, un bonachón elemento, el Sub Jefe, Miguelón Jiménez, con aquella carga, desde la muerte del anterior director, casi un año atrás, le animó a proseguir la actividad describiéndole con gran paciencia las distintas actividades. También en una reunión informal, para celebrar la llegada del “nuevo Pagador Nacional”, el grueso del Pelotón, expuso con franqueza sus dudas al nuevo jefe, de quien, a pesar de no haber trabajado antes en el Gobierno Central, ya tenían referencias. Así mismo indicaron que el licor no volvería a estorbar en su trabajo pero que uno del grupo sí necesitaba” beber por salud” y oportunamente le dirían quién era. Jamás trató el recién llegado jefe de sonsacar en privado alguna información al respecto y más adelante esta llegó sin pedirla. El trabajo se realizaba aceptablemente, por inercia; era cuestión de acostumbrarse al barullo que rodeaba el pago de pensiones, alrededor del día 20 de cada mes y el ajetreo que se enfrentaba a continuación con las giras de la segunda quincena, todo bajo la preparación previa de los calendarios anuales de pago, armados por la Pagaduría y la Oficina Técnica Mecanizada.
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Resultaba así una metódica tarea, año tras año, casi imposible, de intervenir para mejorarla en algún aspecto. Un abigarrado conjunto de oficinistas y equipo más unas celdas especiales en la segunda planta, mantenían a la Cajera y a los demás oficinistas, en un clima de tirantez y sofoco, mientras se atendían los pagos de gobierno, entrega de títulos, etc. y se despachaba la correspondencia y respondiendo dudas y reclamos provenientes de lugares donde no llegaba el Pagador, y los giros iban por correo. Se dio cuenta Toñeco que por lo menos la mitad del mobiliario, sobraba y estorbaba. Que su propia oficina estaba encerrada y con tres teléfonos. y que la Caja Fuerte central, colocada en un pedestal de cemento, semejando un mausoleo gigante, era inútil, así como imposible de quitar de ahí; los oficinistas más antiguos contaban que había sido necesario, cuando el gobierno alquiló este local, que un tractor la trajera, antes de que se armaran las oficinas. En vano quisieron los directores anteriores, enviarla a las bodegas del Patrimonio Nacional, era imposible. Entre las primeras medidas, para prevenir accidentes e incidentes, se instruyó al Vigilante, señor Barahona para impedir el ingreso de más de cien personas los días “calientes”, a excepción de los Oficiales Presupuestales que siempre tendrían el paso franco. Emocionó a los Pagadores la idea de eliminar artefactos, mesas y cajones, máquinas Alda que habían sido desechadas por La Corte, veinte o treinta años atrás con la mitad de los botones de las teclas gastados o perdidos, cajas y anaqueles con puñitos de papelería, cintas para sumadoras ya revenidas e inservibles, botellas, etc. Ellos mismos se encargaron de poner a Toñeco al habla con el ing. Carlos Pascua de Arquitectura Escolar del Mopt, quien suministró el personal correspondiente para realizar los trabajos, 217
incluyendo la desmontada y destrucción de aquella monstruosa caja que por cierto, envió a un soldador al hospital por más de 6 meses. También decidió Toñeco experimentar con una pequeña sorpresa; los cubículos de las cajas para Pagadores, no eran independientes, tenían entre sí los muchachos un buen medio de estar casi a la par, uno de otro, de manera que incluso, alguno podía salir del lugar y ni se notaba porque le dejaba su grupo de giros al compañero. Pero sí estaban aislados con relación al personal de oficinas. Fueron vitales la colaboración del Lic. Mario Solano y don Álvaro Cubillo para reparar y cambiar la sencilla tapicería de los vetustos muebles de la Dirección. Carlos Pascua por su parte estaba entusiasmado con el desmantelamiento de aquellos “ fortines”, había que realizar ese trabajo fuera del horario ordinario y no había plata en el MOPT para esos menesteres que no eran catalogables como urgentes. La Divina Providencia llegó en ayuda de los innovadores. Ese mes coincidía el inicio de pago de pensiones el día Lunes, después del pago de la primera quincena. En consecuencia, entre viernes y sábado los Pagadores hicieron la liquidación de su gira y a continuación recibieron los grupos de pensiones, asignados por Miguelón y José Ángel. Con el apuro de iniciar los pagos, no tomaron en cuenta que ya no estaban cubiertos por la fúnebre división, aunque encontraron más comodidad para desplazarse entre ellos. Así, los más inquietos, cuando su ventanilla estaba desocupada, jalaban el pelo, punzaban o tocaban a los más ocupados, en sus partes íntimas y luego los ofendidos, devolvían las bromas o contestaban con un golpe. Buena parte de estas escenas sí las observaban de ordinario los clientes pero internamente, por lo menos el Director, las ignoraba. Maruja, Elisa, José Ángel y Manuel Chaves, cambiaban de semblante, acongojados, viendo lo que pasaba y esperando ansiosamente la reacción de Toñeco quien, al igual que su secretaria, observaba ahora aquel deprimente espectáculo. 218
Sin embargo les parecía extraño que al funcionario no le incomodara aquello, mientras Miguelón Jiménez batía su abdomen y sonreía maliciosamente. Así continuó la actividad hasta bien entrada la tarde. Advertidos “extramuros “de las escenas protagonizadas aquel lunes, ya el martes siguiente la situación era otra. Los tres o cuatro “traviesos” cuarentones se formalizaron como por encanto y Barahona, el Oficial vigilante, así como la secretaria y el Director, dejaron de captar quejas de autoridades y público como en un 40 %. Con un panorama más prometedor y el ánimo del personal en general más dispuesto, se pidió colaboración para adecentar la presentación del inmueble. Se apretaron clavijas a los encargados de aseo y se pidió ayuda al señor Urgellés, propietario del inmueble y llegó un momento en que no se quedó empleado o empleada alguna, que al igual que los Pagadores, no se esforzaran por colaborar con el inexperto Director. Así no fue raro que en los momentos de apuro, salida de “adicionales del Magisterio Nacional, etc., Maruja Martínez y otros oficinistas, se animaran a entregar giros, en ventanillas bancarias prestadas, ajenas a la Pagaduría o incluso en los parques cercanos, equipados únicamente con una silla y una mesita, mientras los interesados guardaban excelente compostura en las filas correspondientes. En vista de esas exitosas incursiones, a propuesta de Toñeco los pagadores triangularon el trabajo de campo, tomando en cuenta sus afinidades y gustos personales, para hacer tres equipos de giras y sustituir la tradicional rotación de los diez, en nueve giras y nueve vacaciones, acomodando el supernumerario de forma tal que no fuera siempre la misma persona, sustituyendo la vacación o la incapacidad, en los tres equipos, sino respetando el criterio, de cada triángulo.
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Dio orden Toñeco de pasar los telegramas y cartas de quejas a los coordinadores de grupo para que resolvieran de una vez y prepararan la respuesta correspondiente, conjuntamente con el pagador aludido, reservándose personalmente él, las notas del nivel superior. El resultado fue una más pronta atención de los problemas y un mayor porcentaje de tiempo para que el Director General de la Pagaduría, realizara un estudio más prolijo de las condiciones, habilidades, defectos y problemas del personal a su cargo: • Arnoldo Guevara (el negro), con el color y nobleza de la pampa, un acierto para las relaciones públicas, especialmente con damas coquetas, condiciones innatas para las matemáticas. Por alguna razón había abandonado los estudios pero explicaba ecuaciones a Toñeco, sin siquiera revisar el texto. • El Nica Valle, inflexible para dar giros sin la cédula de identidad o si la autorización de entrega a otras personas no lleva los requisitos establecidos. Buen compañero de mesa de tragos, simpatizante a muerte, del Dr Calderón Guardia. Tenía excelentes amigos panameños a lo largo de la frontera sur, tanto en el Atlántico como en el Pacífico. • Álvaro Dobles, enérgico y tan amigable que le sobraba compañía en las giras, a veces muy necesaria sobre todo en las rutas de camino peligroso. No vacilaba en responder con sus puños si era necesario para defender sus “giros que son sagrados”. • Tnte. Coronel Heriberto Mata, un excombatiente de primera línea; sobrevivió a la Batalla del Tejar en el 48, fue apresado y lo salvó del fusilamiento Monseñor Sanabria. Elemento indispensable para las relaciones con Comandancias. Fue el primer instructor de conducción de vehículos para Toñeco. 220
• Rojitas. Hombre ordenado, llamaba mucho la atención que sus “permisos” no eran por cuestiones de salud, sino para acudir a “entierros” de familiares, cuatro o más veces al año. Su hobby preferido: estrenar “anteojos”, cinco o seis veces al año. • Claudio Herrera. Locutor de cualidades especiales, amigo de participar gratuitamente en eventos de caridad, voz cantante de los Pagadores. Organizador de las reuniones informales de la Oficina. Pieza vital para las relaciones con el Registro Civil. • Jorge Pacheco. Voz entrecortada y nerviosa. Carácter cambiante pero cumplidor de los encargos formales o informales de Toñeco. Fobia absoluta a los viajes aéreos. Renegaba de la gente mala paga que se “auto embargaba” para impedir la ejecución de garantías. Rechazo a montarse en un carro conducido por Orozco o por Dobles. Era el instructor alterno de conducción para Toñeco. Amigo excelente cuando estaba de buenas. La mejor forma de convencerlo de alguna instrucción importante, era a través de doña Belma, su comprensiva esposa. Menos testadura que él. • Eugenio Corrales. Excombatiente liberacionista. Cuando no había vehículos disponibles para cubrir su ruta, no vacilaba en tomar prestado un tractor municipal, un tandem, un monta carga o lo que consiguiera, pero él no atrasaba el pago ni traía problemas al Director. Excelente amigo personal, andaba siempre con el infundado resquemor de que Bernal Jiménez al llegar como Ministro de Hacienda en 1962, fuera a “sacarse el clavo” de siendo Corrales el Comandante, se presentó Bernal como voluntario al Cuartel de Eugenio y este lo asignó al aseo y limpieza. Don Bernal tenía tanta capacidad para las cosas grandes que jamás hubiera pensado en una bajeza así. Lo comprobó Toñeco en la reunión de cambio de poderes del 8 de mayo de 1966.En 221
la reunión para recibir al Lic. Álvaro Hernández, nuevo Ministro de Hacienda del gobierno del Prof. Trejos,don Bernal dijo campechanamente a su contendor político; mirá Álvaro, como estamos en la tierra de nadie y no puede nadie culparnos, celebremos y brindemos como los “grandes”. Y a continuación se repartieron copas de champán, acompañadas de “caviar”, a todos los Jefes.
Eugenio Corrales: un experto en vehículos que no dejaba de realizar sus compromisos de pago.
• Hugo Orozco. Personaje controversial cuyas referencias de probidad y eficiencia no le favorecían, especialmente en cuanto al cuido de los vehículos y sin embargo fue una de las piezas fundamentales en la reorganización de los servicios de la Pagaduría. Era el Enlace de lujo con Estadística y Censos y con la Imprenta Nacional. • El macho Vargas. De este compañero, el mismo Toñeco aprendió a sonreír con más frecuencia. Sin importar el tipo de problema que se presentara, era imposible saber si alguna vez se había enojado en toda su vida. Pródigo en servir a 222
los demás era muy apreciado no solo por todos los pagadores y la gente de oficina, sino por los distintos funcionarios de dentro y fuera de San José. Único punto de divergencia con los Pagadores fue que Toñeco, en vista de la peligrosidad y extensión de la ruta del sur, entró en arreglos con el Ing. Sagot del Mopt, a quién le trasladó dos unidades Scout en malas condiciones, para que un vehículo con chofer esperara al Pagador en San Isidro de El General, viajando este desde San José en Tracopa. Cumplido el encargo de asumir el pago al Magisterio Nacional, Toñeco buscó otros rumbos, circunstancia aprovechada por los pagadores para regresar, en la gira a la zona Sur, al antiguo sistema de llevar el vehículo desde San José, lo que fue respaldado por don Jaime Luján, como Vice Ministro de Hacienda. Muy pronto desgraciadamente, un novel pagador, Romerito, cuyo progenitor era el propietario del Abastecedor “La noche buena”, en Guadalupe, pagó con su vida aquella imprudencia, al chocar dormido, a su regreso a San José. De gran utilidad sería revisar la eficacia de los nuevos métodos de control aplicados a los pagos de gobierno, en sueldos y otros menesteres, a la luz de los empíricos pero saludables controles vigentes en la Pagaduría desde principios del siglo XX.
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Los Scouts de la tropa 2B -1947-
A las tres de la mañana me despertó Sanabria. Acampábamos en “Puente Hamaca”, en el límite entre San Jerónimo de Moravia y San Isidro de Coronado, pero mis once años, recién cumplidos, imaginaban una remota región plagada de fieras y peligros. Como de costumbre, dos Scouts, se relevan cada hora para realizar la vigilancia nocturna. Pregunto por el compañero que hará la guardia conmigo y me dice Sanabria que no hace falta despertar a alguien más porque Arroyo no tiene sueño y permanecerá acompañando a quien corresponda. Admiro a este scout por su fuerza de voluntad. Entre bostezos me levanto muerto de frío y de sueño; la noche anterior, estuvo muy agitada, tuvimos que rechazar una “invasión”. Diez compañeros, de los “mayores”, debido a sus compromisos, no salieron con el grupo el miércoles y habían acordado con la Jefatura unírsenos ayer viernes. El Jefe Guty Jiménez, y sus segundos de a bordo, Aragón y otros, que nunca se cansaban de proponer juegos y preparar sorpresas en los paseos y campamentos, convirtieron la circunstancia en un ejercicio de competencia; los “invasores” llegarían por la tarde o la noche a tomar por la fuerza o la astucia, “ nuestra Bandera “ plantada entre las tiendas. Para compensar su desventaja, pues les doblábamos en número, la tropa abandonaba el campamento y solo dejaría dos puntos de vigilancia a más de cien metros de distancia. Esto era más emocionante que jugar “acecho” pero el sorteo deter225
minó que yo era uno de los centinelas, en la húmeda hondonada de la colina, con “Malé”, un compañero más molesto que una nigua y yo. a esa hora, deseaba estar en mi casa tomando aguadulce caliente con leche Klim, más cuando la intermitente ventisca, cargada de heladas gotas, zumbaba en mis orejas. Como a las 10 de la noche, un chapoteo y luego otro, nos alertaron que algo ocurría abajo. Increíble; los “invasores” habían burlado la vigilancia en el puente, y demostrando conocer un vado, avanzaban sigilosamente por el río, unos saltando sobre las piedras y otros marchando entre agua y lodo, aprovechando la escasa profundidad. “Malé” me dijo que nos quedáramos quietos pero yo corrí ladera abajo gritando alerta a todo pulmón hasta la ribera y pude ver a “Pingüino”(Luis Brenes), uno de los invasores, perder el equilibrio y caer sentado con el agua hasta la cintura, empapando a otros. Este muchacho era algo especial; nunca pude verlo de mal humor aunque estuviera, como ahora, bañado a la fuerza y con sus provisiones echadas a perder. Cuatro “defensores” ya custodiaban nuestro símbolo con las garrochas, llamando la atención con gritos y silbatos. Rápidamente llegó el resto de la tropa, mientras los recién “mojados” se rendían, reconociendo entre risas y protestas el fracaso y corriendo a calentarse junto a la fogata. Poco después compartíamos alimentos y ahí estaríamos aún, escuchando anécdotas, si el Jefe no hubiera recomendado dormir. Esa es la razón de que en esta madrugada estoy abandonando la tienda, casi con los ojos cerrados. Es la época de vacaciones de medio período en 1947 y pronto 0btendré mi “Tercera Clase” porque ya aprobé mis pruebas de nudos, fuego y rastreo, y además recité de memoria la “Ley y la promesa Scout”. Meses atrás, dos pantalones cortos de “kaky army”, aportados a la causa por mi madre, más las medias, pito y salve226
Pude ver a Pingüino, uno de los invasores, perder el equilibrio y caer.
que (maleta de lona para campaña), financiados con los 45 colones de mi “chanchito de barro”, formaban la base del equipo personal pero no conseguí pañuelo totalmente azul y conformándome con uno adornado de viñetas blancas (campesino), y ya con el uniforme completo me presenté al “cuartel”, el miércoles siguiente cargado de vanidad y sin saber la sorpresa que me esperaba. Cuando llegué a la reunión los compañeros se volvieron a ver unos a otros y se rieron un buen rato antes de que yo advirtiera ser el motivo del festejo; resulta que minutos antes el “Polaco” Hartman se había presentado con un pañuelo igual al mío, provocando las bromas de los asistentes y cuando ingresé a mi lugar, la risa abierta apareció de nuevo. Claro que no volví a usar el condenado pañuelo nunca más, y días después mi mamá me confeccionó el adecuado, con tela inarrugable” Indian Head”, comprada en “Novedades Moya”. 227
Las reuniones eran muy entretenidas, llenas de cantos, innumerables juegos y preparación de más actividades futuras. Eran celebradas por la tarde, en el tosco pero acogedor galerón de madera sin pintar, enclavado en un amplio predio cerca del parque Morazán, contiguo al puente de la fábrica de licores (donde hoy está el Hotel “Paseo de las Damas”, frente al antiguo Hotel, El Lido, de la familia de Ítalo Bassini). Cinco o seis docenas de muchachos agrupados en patrullas “ Ardilla “, “Jabalí “, “Quetzal”, etc, dirigidas por Aragón, Fernando Coto, Allan Nicoleison, Britton, Góngora(el águila) y Arburola. Eran estos muchachos grandes el núcleo de la Tropa 2b, inyectando, entusiasmo y valor con sus cánticos y misteriosas apariciones, como “el Escorpión Dorado”, mientras incursionábamos en polvorientos caminos, barreales y cavernas, azotados por la persistente lluvia, el sol y los mosquitos, o bien cuando accidentalmente movíamos un “panal “ con la consiguiente carrera para evitar las picaduras. Pasan por mi mente, como coloridas cartas de una baraja española, mis amigos de entonces Cartín, Arceyut, Vallejos y Marcelo (el mono de bronce); Clifton, los Zelaya, Páez, Barrantes, Rodríguez, los Sánchez, Sanabria y los lobatos Ítalo Bassini y Jaime Tellini, cocinando, organizando las tiendas, en paseos y campamentos o bien, dirigiendo el tránsito y colaborando con las autoridades en eventos patrióticos como la “ Antorcha de la Independencia “, en maratónicos relevos a pie desde Alajuela, conjuntamente con otros grupos, como la Tropa 10, dirigida por el padre Pipo, o la número cuatro, al mando de don Fausto ( 50 metros norte del “Acorazado España”). Esas actividades mágicas brotan hoy como capullos de rosa y me han servido de guía para enfrentar tanto las gotas de miel como las pizcas de sal de esta linda vida.
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A partir de 1948 la tropa 2b declinó y paulatinamente sus principales figuras se alejaron. Lleno de nostalgia regresé al lugar, a fines de 1949 y no encontré ni las tablas de nuestro alegre cuartel; el eco del clarinete, tocado con singular habilidad por García, aún resuena en mi cerebro cuando digo a mis nietos “la Promesa y la Ley Scout “ que siguieron normando mi existencia. . En 1969, Jaime Tellini fue uno de los médicos que me atendió de maravilla, en el salón de medicina 1, del Seguro Social. En 1971, 22 años después de haber charlado en el cuartel de la tropa con Italo Bassini, tuve el placer de verlo de nuevo como representante de la empresa encargada de suministrar los “marchamos” de los vehículos, en mi cargo de la Dirección Administrativa de Transporte Automotor. En 1974 mis hijos e hijas, eran respectivamente “ scouts “ y “guides”. Eddie Antonio obtuvo la Primera Clase en la Tropa 17 de Guadalupe. El 13 de setiembre de 2013, el negro Britton y quien escribe, nos encontramos sorpresivamente en el autobús; a sus 80 abriles, su sabrosa conversación me refleja que solo le falta el sombrero para ser el mismo jefe de la patrulla Ardilla que traté 66 años atrás. Arburola, Aragón, Luis Brenes, el “Polaco” Hartman y Góngora, ya partieron a disfrutar y servir en otra dimensión pero los Scout que todavía andamos por estos bellos rumbos, tenemos muchas oportunidades de seguir siendo útiles a nuestros hermanos ticos.
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Me baja en Orotina -1949-
Irrumpe de nuevo el ferrocarril en nuestro país para alegría de los costarricenses, no solo por los valiosos servicios que prestaba desde fines del siglo XIX, sino por los recuerdos que están frescos en la memoria de mis contemporáneos. Sin embargo, de aquellas épocas en que el maquinista y los brequeros, eran los personajes de la muchachada de entonces, aún a finales del siglo XX, cuando salíamos a las 12 de la noche en el “Pachuco” en un pura vaciladera hasta Puerto Limón, o nos montábamos a las 3 de la mañana en el tren del Pacífico, para llegar a Puntarenas a las 6 de la mañana, ha habido un cambio considerable en cuanto al uso de las vías en San José y cantones de provincias cercanas. Parece que interesa abarcar mucho, aunque sea a costa de tragedias pues hasta el momento, han sido inútiles nuestras advertencias para ponerle atención al problema. Si no hay un señalamiento adecuado, con dispositivos audiovisuales y seguimos atenidos a que el ferrocarril tiene la via libre y puede arrasar lo que se atraviese, sean vehículos o peatones, pobre país y triste progreso. Mientras don Guillermo Santana piensa en algo más sustancioso que los viejos rótulos y pitazos centenarios, distraigámonos con una aventura ocurrida en una de las inolvidables excursiones. En la Orotina de fines de los 40, Marcos Agüero andaba en los 22, soltero y con muchas ganas de probar suerte en San José. Era un hombre bien presentado y aunque de niño viajó repetidamente a la Capital con sus progenitores, éstos 231
se cansaron, no por el medio pasaje que debían pagar, sino porque conforme pasaba el tiempo aquel simpático muñecón, que Dios les mandó al final de su madurez, resultó bueno para el diente, por lo que no es de extrañar que se fuera haciendo tamaño manganzón pero se quedaba dormido donde estuviera sentado. Ya cuando ajustaba los 7 años, si intentaban hacerlo caminar sornagueándolo y haciéndole cosquillas, levantaba tal berrinche, que los cristianos al pasar cerca suyo, intervenían indignados, en la creencia de que el mamulón estaba siendo agredido y ya don Lico no estaba para vergüenzas ni le quedaban fuerzas para echarse al hombro aquel tamal con extremidades, que roncaba como aserradero. Sin embargo, seguían frescas en la retina del joven aquellas aceras y calles “limpieciticas” y sobre todo los ricos helados con pasas, en el Mercado Central y los bonitos edificios como el correo, la peni (penitenciaría; imponente cuartel construido por reclusos cuando los derechos humanos eran para la gente honrada) que solo había visto de largo, y el cuartel de artillería. Su padre, oriundo de Turrialba, había heredado de los mayores el oficio de hacer escobas y continuaba realizándolo con singular destreza, junto a sus dos hijos pero Marcos, el menor, era el responsable del negocio y como tal se respetaban sus iniciativas. Por fin un día que se sintió muy valiente, decidido a reconocer, el solo, la capital para buscar nuevos puntos de colocación a sus escobas, se vino en el tren del amanecer. Como a las 7.3O de la mañana estaba en San José, entonando a todo galillo su especial pregón musical de “escooobas “, tocando puertas a lo largo de la calle segunda hasta llegar al Parque Central y devolverse hasta la vecindad de la Estación del Pacífico, donde terminó de vender las 3 docenas, a dos colones la unidad porque eran de puro millo, recogiendo un dineral de 72 colones y le quedó tiempo para ir por el centro y hasta compró una vistosa camisa de cuadros azules que de viaje le costó 9 colones, pero valía la 232
pena y se la encajó de una vez, aguijoneado por los piropos de una vendedora henchida de colorete. Terminó almorzando en el Café Jalisco pero luego desacató la recomendación de su papá y para raspar el guargüero, se mandó dos rones, de cuatro reales(50 cts), en la Malagueña por lo que tomó la excursión de las 3 en un solo bostezo. Eso sí, muy precavido y discreto, habló con el conductor le confió su problema de sueño pesado, así como de los alborotos que acostumbraba protagonizar cuando intentaban despertarle. Como el funcionario acomodándose el kepis lo examinaba con desconfianza, le puso disimuladamente tres colones en la mano y le recalcó palmeándole el hombro: “ya sabe amigo, de su seriedad depende mi trabajo; me baja en Orotina de cualquier manera, así sea a la fuerza”, se lo voy a agradecer toda la vida”. Los minutos y las estaciones en rápida sucesión desaparecían mientras la alegre palabrería entre parejas y chiquillos pasaba desapercibida para quienes preferían hacer una siestecita. Así, cuando el tren de excursión llega a su destino final, pasadas las 6 de la tarde. El conductor muy molesto se arrima a Marcos por segunda ocasión y le conmina a bajar del vagón que ya está casi desierto mas nuestro amigo se resiste al principio pero una dormida de 3 horas y pico le ha repuesto bastante y pronto aclara su cerebro, disponiéndose a obedecer. Sin embargo al percatarse que está en Puntarenas y no en Orotina como estaba convenido, arma tal escándalo que el conductor, cuando lo ve dando manotazos al espaldar de madera de aquel coche, se violenta también y gritando lo amenaza con llamar a la policía. Los últimos excursionistas, familiarizados con el bochinche que mantenía Marcos con el conductor y que ahora agregaba al brequero, comentan en voz baja al salir:- “¿Viste que roco más bravo, si el conductor no se pone vivo, se lo cuajan”- “Sí, qué falta de educación...”- pero un pachuco que bajó primero que ellos interviene a viva voz “ : - “Eso no es nada, 233
chavalos, vieran el pedo que armó otro “rockanroll”, en el carro de atrás, cuando lo apearon medio dormido y como se opuso, lo alzaron y lo llevaron entre cuatro y lo pusieron en el suelo, a la brava, allá en Orotina. Por cierto, andaba una camisa de cuadros azules, como la de ese prójimo”-
Si el pobre conductor no se pone vivo, se lo cuajan.
Bueno.... no supe si Marcos pudo llegar esa misma noche a su casa ni en que pararía el enredo por aquel equívoco. Los datos que consigno aquí, me fueron suministrados por un compañero, mientras disfrutábamos una temporada en el antiguo salón de Medicina 1, del Hospital Central (hoy Calderón Guardia), en marzo de 1956. 234
Mi madre -1989-
Son las ocho de la noche. Una enferma internada en el Seguro Social, desea confesarse. Su hijo que ha venido de visita quiere buscar al capellán pero ella, enérgica, le conmina a buscar al padre Pipo (Julio Fonseca). El hombre abandona el salón, y la mujer, preparada para una larga espera, repasa su propia existencia. Era una cholita de once años cuando el hermano, de catorce, se largó para “la línea” y luego su hermana mayor, abandonó el hogar cuando su papá le dio una tunda. Se ve luego en el tren, en el verano de 1930, con su madre y los demás hermanos. Aquella mujer, cansada de lidiar con un cónyuge exigente y “parrandero”, abandonó la casa, en Los Ángeles de Cartago. Habían vivido bien durante diez años; cultivaban la finquita y vendían el producto en el tramo del progenitor, pero luego, el horizonte se llenó de nubarrones porque la plata no entraba al hogar. Llegan a Alajuela con la esperanza en el corazón y el hambre pintada en los rostros, a tocar puertas. Sus parientes, no tenían noticia de ellos ni les sobraban recursos pero les dieron permiso para habitar una caballeriza abandonada, en el distrito de La Agonía y allí pasaron tres años. Mientras su hermano trabajaba en lo que se ofreciera, ella aportaba unas monedas, desyerbando tramos de acera a destajo para la municipalidad. Una encopetada señorita, ataviada de som235
brero y larga falda, se plantó un día frente al portón; era su hermana mayor, había conseguido empleo, en Mata Redonda, donde su patrona la consideraba una hija más, vistiéndola como tal. Mantenía relaciones con un muchacho, empleado en el tren del atlántico y tenía noticias del hermano fugitivo; su novio topó con él casualmente en Siquirres, donde vivía con una tal Ester. Los recuerdos se apretujan, rápidos y fugaces: Con ayuda de esta hermana se trasladan a San José en 1933, al este de Plaza Víquez. Un hermano se coloca en una construcción y ella se “concierta” (empleada con alojamiento), allá en la Sabana. Vive un idilio secreto con el “señorito” de la casa, y el “fruto” de aquel amor crece mes tras mes y los delata en 1936 por lo que pierde el trabajo. Luego un ataque de apendicitis la mandó directo a cirugía y al salir del San Juan de Dios encuentra al niño con “gastro” y ya bautizado sin su permiso; nunca aceptó las explicaciones de Rafaela Salazar; esta bondadosa verdulera que les “daba fiado”, había convencido a la abuela que “el chiquito” iba a morir, “lo decía la telilla de los ojos y no entraría al cielo si no era bautizado”. Mientras la cholita trabaja como una mula, transcurre un año más de romance con el padre de su hijito pero los sueños terminan trágicamente porque aquel muere ahogado en Tibás. No tiene tiempo para llorar y su consuelo es el niño y su trabajo. Cuando la situación del hogar mejora, busca a su papá, el señor Vicente que se había quedado en Cartago sin importarle el destino de los suyos, aunque muchos años atrás había prometido, ante el cura que ofició su matrimonio, a cuidar y rezar por aquella “muñequita” analfabeta. Esos asuntos no le conciernen y ella solo desea acercarlo a la familia. En 1940, lo encuentra; éste había perdido sus haberes y se desempeñaba como “cuke en la cuadrilla de mantenimiento del ferrocarril. Es imposible una reconci236
liación para echar abajo diez años de dolor, calamidades y rencores, pero la madre no se opone a la relación con los hijos y poco después comparten la mesa y visita con alguna frecuencia aquel que fue su núcleo. Por cierto que durante la revuelta de 1948, el abuelo Vicente, en gesto que se debe reconocer, envió semana tras semana abundantes provisiones de verdura para su familia. La paciente hace una breve pausa en su recorrido mental para tomar una ración extra de aire. Los daños en su sistema circulatorio, casi la asfixian y aunque entumecen sus trabajadas manos y pies, no enturbian aún su pensamiento. Sonríe de nuevo y piensa en sus otros hijos; felices pero amargas relaciones le depararon dos cachorros más, en 1941 y en 1952. Recordaba que a pesar del paludismo y los desvanecimientos, lavó, planchó y remendó ropas ajenas, vendió artículos de tocador y prendas de vestir, atendió el despacho en pulperías y hasta aprendió a “echar las cartas”, pero a sus muchachos no les faltó lo necesario para vivir y estudiar. Luego con orgullo recuerda que nunca lloró lástimas en los hombros de nadie ni se quejó de malos momentos o de las enfermedades. Por el contrario, desatendió muchas veces su salud, problemas y carencias, para auxiliar a la familia y a cuanta persona, o animal llegara a su puerta. Defendió valerosamente a la hermana menor, de un grosero acosador que comprendiendo su falta, la visitó días después para disculparse y anunciarle que retiraba su demanda. Como católica educó a los hijos en la doctrina cristiana, rezó siempre con devoción pero no fue fanática. Se divirtió y gozó de la vida apasionadamente y su optimista manera de reír y cantar siempre, en la bonanza y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, era la mejor herencia que podía dejar. 237
Sostuvo con valor sus convicciones; Interna en el Hospital en 1947, víctima de la bomba que destruyó “La Tribuna”; le pasaron un documento a los heridos, para gestionarles una indemnización, y ella se negó a firmar para no perjudicar al partido de la oposición. Dos años más tarde, al cuidar día y noche a su madre, en fase terminal, reafirma su vocación por los enfermos y a ellos dedica el resto de la vida, en ocasiones, comprando los medicamentos de su propia bolsa. Sigue hoy tan pobre como siempre pero satisfecha; ha moldeado a sus tres muchachos hasta convertirlos en gente honrada, creyente y trabajadora. En su momento mostró orgullosa, ante familiares y amigos, sus notas escolares y luego asistió complacida a los logros, y a sus matrimonios, sin pedir nada ni esperar nunca recompensa alguna. Ella, heredera de una tradición donde los niños pobres eran más importantes como piezas de trabajo que “perdiendo el tiempo en aprender tonteras en la escuela”, dejaría a sus hijos una vida mejor. Continúa ahora el repaso de su relación con los nietos... Mientras tanto, allá frente a la Escuela República de Chile, encontrar al cura no fue difícil, pero convencerlo para visitar el hospital esta húmeda noche, cuando va a tomar su merecido descanso, quién sabe..., mas la enferma está de suerte; el párroco se frota el mentón y olvidándose del reposo, acompaña al mensajero, tras protestar unos segundos por el “incómodo” cinturón de seguridad. Suspende la enferma su visión mental de los nietos y sonríe cuando el hijo llega. Su “muchacho” conduce al cura hasta el sitio e intenta alejarse para dejarla a solas con su confesor pero ella se incorpora y lo detiene con suavidad para persignarlo y besar su frente. Finalmente lo despide con un “Dios lo acompañe”... 238
Mi madre me retuvo con fuerza del brazo antes de que el Padre Pipo la confesara.
He dejado al padre Pipo en su Parroquia y regreso al Hospital; mi madre ya perdi贸 el conocimiento y al siguiente d铆a, a las tres de la tarde, parte en busca de la Luz Eterna. Es el tres de junio de 1989 y su bendici贸n de anoche fue la 煤ltima que me dio.
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Mister Jerry -1978-
Yorleny María era una joven campesina, protagonista de una historia que se repite algunas veces en Costa Rica y en otros países vecinos, a los cuales algunos ancianos del norte, como elefantes vetustos, buscan la tranquilidad de nuestros pueblos para fumarse en paz sus últimos habanos, lejos de las estridencias fabriles y de los vaivenes de wall street. A finales de los setenta y ajena a los conflictos en nuestra frontera norte, derivados de la guerra entre Somozas y Sandinistas, formaba parte, Yorlenita, del paisaje húmedo de la campiña, donde los palos de las cercas, y hasta los alambres de púas, parecen haber sido sumergidos en una olla de verdoso caldo, repleto de musgo y lianas, antes de ser plantados como límite entre las fincas, potreros y cafetales, enclavados en la cercanía de las faldas volcánicas. Menudita y dicharachera, a sus 20 cumplidos era una copia de la madre, doña Piedades; cocinaba, lavaba. planchaba y ayudaba a los hermanos en el cuido de la siembra, las reses, las gallinas y una chanchera. Por años su padre, José Mercedes, al igual que el abuelo y los abuelos de éste, en una larga cronología perdida en el pasado, aunque tenían su propio “terrenito”, arrimaban el hombro en las grandes haciendas. El y sus hijos laboraban en una lechería, cuando un señor de acento extranjero entró buscándolo, orientado por otro peón. “Si señor, yo soy. ¿En qué le puedo servir? Oh Merce, no saber quién soy yo, ? Dudó éste desconfiado un minuto y a continuación un calu241
roso apretón de manos, selló aquel inesperado reencuentro. “Mista Jerry”, como le decía su papá, cuando lo conoció cincuenta años atrás, era un muchachito y él de 18 años, era el “baquiano” de la región. Jerry vino a contratar sus servicios, con otros mochileros de más edad, que jocosamente le llamaban “Míster Jerry”. Ahora regresaba al país, repasando con nostalgia añejas vivencias en montañas, valles y costas, pero no venía en plan de paseo, ni acompañado por un grupo de greñudos adolescentes, con pinta de poca afición al baño; viajaba solitario y además de los 65 años, llevaba encima un montón de achaques, más la viudez y otras cicatrices y aunque no lo expresara abiertamente, sus siguientes visitas, reflejaban el interés de radicar en el pueblo y cultivar la amistad con los, aún pocos habitantes, tal vez dos centenares, incluyendo las mujeres y los niños. Los vecinos podían contarse fácilmente los fines de semana; en la cantina, la misa dominical y las carreras de “cintas”. Claro, comparando el panorama con el de medio siglo atrás, cuando el camino no tenía ripio y no había siquiera pulpería, luz eléctrica, ni teléfono, eso era una multitud. El lugar sin embargo, conservaba el aire fresco y los rostros sin pintura de las lozanas mujeres de campo, muy distintos a las caras repletas de afeites y cremas de las aglomeradas urbes de su patria, y quienes se pasaban de tragos cualquier sábado o querían arreglar alguna diferencia, se cruzaban un par de trompadas y patadas, sin recurrir a las armas y el lunes siguiente estaban hombro a hombro, en sus labores de la lechería o en cualquier otra faena. En escasas ocasiones se recurría a la ley y cuando la autoridad intervenía, era generalmente para convencer a un belicoso de irse a dormir, acompañándolo hasta su domicilio. Compró el “macho” finalmente una pequeña parcela allá por la iglesia y siguiendo sus diseños, los tres hermanos de Yorleny María y su padre, don José Mercedes Zamora, 242
actualmente un maestro carpintero, sabio y bonachón de pelo entrecano y amarillentos bigotes, tan hediondos como el eterno puro, que bailaba entre sus colmillos, levantaron una sencilla pero confortable cabaña. A las 10 de la mañana llegaba Yorlenita con el almuerzo para los constructores. Por la tarde Mister Jerry, que tenía contratados sus alimentos con doña Piedades, compartía la rústica mesa con sus trabajadores y a menudo terminaba la cena charlando con ellos, hasta que se iban vencidos por el sueño. Quien no se aburría nunca era la chiquilla, embelesada por las aventuras de aquel hombre casi tan viejo como su papá. Dos meses tardaron el gringo y su grupo en acabar la rústica pero fuerte construcción de madera y continuando con el proyecto, dos de los muchachos arreglaron varios detalles culminando el jardín en el frente. La casa, sin ser presuntuosa, estaba bien presentada. Mister Jerry preparó su traslado y al salir del país encargó el cuido de su vivienda a los Zamora. Cuando pasó a despedirse, doña Piedades le dijo: “ Don “Mista”, ojalá traiga a su señora para conocerla, aquí se la vamos a cuidar”, Mister Jerry forzando una sonrisa contestó : “no, no hay esposa para mi, I´m widower”. Nadie sabía inglés, la familia se quedó en el limbo, doña Piedades encogió sus hombros pero Yorleny María grabó en su inocente cerebro que aquel simpático señor no tenía mujer. Los hermanos y el papá de la joven, mientras tanto, pensaban que si el “macho” había construido una casa para sus vacaciones, ellos tendrían oportunidad de ganar algún dinero extra, en el mantenimiento y cuido de la propiedad, o en otros menesteres. Tres semanas después míster Jerry regresó con dos pesados bultos de lona army, todos desteñidos y llenos de grandes letras negras y rogó a don José Mercedes le acompañase para encargar un mobiliario. Al día siguiente, solicitó consejo a doña Piedades y a la hija, para acondicionar el 243
espacio destinado a la cocina, las pilas, un horno, el molendero. etc. No dejó de notar, la señora, un velado interés del extranjero en disponer las cosas, más a gusto de la señorita que a juicio de su experiencia, y preocupada cruzó una maliciosa mirada con Pablo, su hijo mayor que sonreía atendiendo las instrucciones del patrón. Treinta días más tarde, míster Jerry solicitó una conversación con los Zamora y esa noche a las 7 de la noche, entre asombro y risas burlonas, le vieron llegar de riguroso traje entero negro y corbata, portando ramos de flores para doña Piedades y la hija, como saludo para pedir su mano. Gestos, explicaciones y abundantes ademanes, rellenaron la diferencia del idioma, para dejar claro ser un hombre libre, sin más bienes que el contenido de aquellos fardos, más su pensión como veterano de guerra, que alcanzaba perfectamente para ver por una pareja, y él estaba enamorado de Yorleny que lo quería y era consciente de que su papel sería más de enfermera que de esposa. Don Merce no puso reparos y doña Piedades, como que algo esperaba pero no tan pronto. La joven confirmó lo dicho por “Mista Jerry”, dijo que sí pero que no la separara de la familia ni del pueblo que la vio nacer y además se casaría de blanco, en la Iglesia del lugar. El gringo no tenía problema para aceptar condiciones; era viudo, se echaba un par de wiskeys de vez en cuando y aunque era creyente anglicano se enfrentaría con sus pecados a cualquier cura, para complacer a la niña. Dos meses después la boda se realizó, sencilla pero apegada a los deseos de la muchacha, la desconfianza de la madre y la satisfacción del papá y los hermanos. La joven no quiso viajar fuera del país para su luna de miel y pasaron una semana en Puntarenas porque siempre quiso conocer el Puerto, Playas del Coco y San Lucas. Su marido hacía dos viajes al año, y a veces quería llevarla con él, pero ella le recordaba su promesa y el caballerosamente desistía. 244
En los siete años siguientes, Jerry viajó solo, y en oportunidades las estadías en el exterior, se prolongaban por un mes o más. Pero si la pensión le llegaba puntualmente a San José, ¿por qué Jerry viajaba tantísimo?, preguntaba doña Piedades al marido, y ¿ qué sería lo que tan celosamente guardaba en aquel cajón, decorado con viñetas de colores, que no permitía ver a nadie ?. Se refería al baúl traído con los muebles desde Sarchí. Sin embargo a la joven esto no le incomodaba; su madre desde la primera visita se interesó en ver el contenido pero ella. aunque portaba la llave, tenía la orden de “Mista Jerry; “no ver nadie mis asuntos Yolita”. Era claro que no deseaba anduvieran por allí con sus papeles y recuerdos y “santa palabra porque un marido se respeta, adió, yo también tengo mi caja con cromos y muchas cositas y aquí es mi casa y el fisgón de Pablo se jode porque no va a registrar nada”. Cuando Jerry estaba en la casa, pasaba horas revisando papeles, medallas, fotografías y cartas. A veces llamaba a su
Pareja ordenando el contenido del baúl. 245
Yolita para enseñarle alguna fotografía de los hijos, muerto uno en Vietnam y el mayor, fallecido prematuramente, víctima de las drogas y si dio la llave a la muchacha fue para prevenir que en una emergencia pudiera ella salvar sus recibos y otros papeles amarrados con una liga y ponerlos a salvo. Era así de cumplidora la joven esposa y su comportamiento siempre intachable en todo sentido y no por falta de oportunidades sino porque era honrada de nacimiento. Aunque tenía permiso de su cónyuge para salir, sola o con sus parientes y no faltaba alguna fiestecita pueblerina, ella prefería estar en su nido y lo más que hacía era invitar alguna amiga o a su familia a un almuerzo, con el fin de aliviar la soledad. Jerry siempre la encontró en su casa, sonriente y cariñosa, oliendo a jabón de coco. Él a su vez la colmaba de regalos y lindas ropas o bien le traía pequeños caprichos que ella le agradecía. Mil razones tenía Jerry para sentirse afortunado, más cuando su cónyuge le endulzaba la vida bajo las cobijas, o cuando ella pasaba noches enteras escuchándole o frotando con firmeza sus adoloridos pies y tobillos, mientras él le relataba acciones en que participó, durante la guerra en Corea. Saboreando estos pensamientos Jerry se fue de gira nuevamente. Pasaron casi dos meses y Yorleny María decoró el umbral, como acostumbraba, segura de que en cualquier momento llegaría el marido. Le veía venir siempre con su atuendo preferido: Camisa y pantalón kaki, medias negras, zapatos de rejilla y un sombrero café de fieltro, sucio y tan manchado que pedía a gritos lo echaran a la basura, pero tocar ese sombrero o por lo menos intentar lavarlo, era declararle la guerra al gringo. Ella personalmente lo había comprobado desde que tenían quince días de matrimonio; él encontró el dichoso artículo guindando entre la ropa tendida y levantó un increíble polvorín, recitando unas palabrejas ininteligibles que le dejaron muy claro a su señora el respeto al derecho ajeno, aunque nunca oyera hablar de un tal Benito Juárez. 246
Corrió otro mes, y otro, y uno más, entre conjeturas familiares y pueblerinas sobre la doble vida de algunos y la irresponsabilidad y desapego de otros. Una mañana alguien insinuaba que quizá era un fugitivo de la justicia, cuando avisaron que llegó al correo local un sobre celeste, certificado, a nombre de la muchacha, lleno de estampillas y fechas. Luego de viajar a San José, acompañada de su maestra, que tenía en la ciudad un pariente muy ducho en el idioma inglés, turbada y descompuesta, recibió la desafortunada noticia; don Jerry había fallecido de un infarto, en el Hospital hacía dos meses. La Firma de Abogados que informaba, tenía la representación legal del difunto, hasta tanto no entregara los bienes a su cónyuge, la señora Yorleny María Zamora, como única heredera, debiendo cancelar ésta al apoderado los honorarios y costos legales más ocho días de hospitalización, gastos funerarios e inhumación. El fallecido no tenía haberes registrados en su país. Los abogados habían nombrado como su representante al Bufete ABC para formalizar el inventario correspondiente y proseguir el proceso en el Condado. Aunque la sufrida viuda, estaba muy ofuscada, su maestra le recomendó buscar ahora mismo aquella oficina. Luego de recibir saludos de un indignado motociclista y la “felicitación” del inspector de Tránsito, por atravesar la calle toreando vehículos, encontraron el lugar señalado, donde acordaron fecha para la visita con un perito valuador. Ya en la casa, Incluyeron en el inventario hasta los platos y cucharas de lata recibidos como regalo de los vecinos el día de la boda. El valor de la propiedad, incluida la cabaña y todos los enseres, no cubría siquiera el internamiento y entierro adeudados. No veía forma de pedir ayuda a su papá y por lo pronto apenas tenía aliento para iniciar el novenario de su querido “Mista” Jerry. De esas congojas que mezclaba en su cabeza de inocente campirana, fue abruptamente sacada por los dos abogados y el perito; “solo falta examinar los 247
documentos ¿Qué son documentos? Papeles, dijo el perito, muchos papeles. Asustada recordó por fin el baúl lleno de baratijas y las advertencias de su amado viejo, pero ahora él no estaba y su maestra la conminó a cumplir con la ley, no estaba en posición de oponerse y pidió a Pablo le ayudara a arrastrar aquel cajón. Sí, estaba repleto de chucherías, amarillentas cartas, fotografías y recibos, pero la mitad del espacio lo ocupaban infinidad de documentos; la escritura de la propiedad, aún sin inscribir y varios depósitos en fideicomiso pero... era imposible momentáneamente seguir el rastro a las cuantiosas acciones de renombradas empresas y a los depósitos bancarios. Con la ayuda de Pablo y una vez terminada esa primera visita de los abogados, Yorleny acomodó el contenido de aquel cajón, lo mejor posible. Attorney Sco. contrató a una prestigiosa empresa de Contadores y ésta designó a sus representantes para combinar esfuerzos y obtener recuentos tangibles. En el interín, los intereses acumulados eran suficientes para cancelar aquellas pequeñas cuentas que en conjunto no llegaban ni a los noventa mil dólares, y convenir importantes adelantos a los abogados, a título de honorarios y gastos, tanto aquí como en el exterior. Más de dos años duró aquel recuento. Debió acostumbrarse la joven viuda a permanecer en hoteles de San José con frecuencia y casi desmayada al principio, viajó varias veces al exterior, acompañada por Pablo o por su maestra, abordando los aviones con mucho miedo y los ojos cerrados, solo para firmar pliegos y pliegos. No supe más del caso ni me correspondió ver de cerca siquiera a los protagonistas, supe que Yorleni María completó su enseñanza primaria pero imagino que el inesperado caudal recibido mejoró mucho la situación de su familia y de aquel pintoresco pueblo.
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Peligro. Los Taxis -1988-
Toñeco y su esposa estaban felices. El mayor de los varones había recibido ese día el título de ingeniero en sistemas en una hermosa ceremonia realizada en el teatro Mélico Salazar y luego de abandonar el recinto, caminaban a pocos pasos de una hija, al costado sur de la Catedral. Su muchacha llevaba de la mano a las dos niñas menores cuando el pasajero de un taxi que hacía el “alto” se lució con una ofensiva vulgaridad. Toñeco custodió su familia hasta la acera opuesta y se devolvió para increpar al grosero que asimiló pasivamente la llamada de atención pero el taxista no se anduvo por las ramas, empujó violentamente la puerta para “defender” a su cliente pero Toñeco, un viejo un tanto cacharpeado, advirtiendo que no soportaría un cuerpo a cuerpo, atravesó la rodilla y asestó un puñetazo. Cambió la luz del semáforo y un coro de pitoretas pidió despejar la vía. Toñeco se vino para la acera y el taxi permaneció estorbando. El pasajero consolaba al taxista que se frotaba el ojo, pidiendo auxilio por el intercomunicador. Previendo mayores problemas Toñeco pidió a la hija continuar el recorrido hacia el Este mientras él y la esposa caminaron hacia el parqueo donde preventivamente se despojo de saco y corbata, colocándose una gorra. Cuando tomó rumbo al norte, saliendo del parqueo, ya los taxistas en número considerable buscaban por los alrededores, al peligroso “asaltante de taxistas”, como decía un gordo empujando con su panza el cajón de baratijas, barbys con la cara torcida, navajillas y goma loca. 249
El taxi permaneció estorbando.
Asustado por las inesperadas circunstancias Toñeco llegó a la casa y se rasuró el bigote, ante la nerviosa sonrisa de la señora y la extrañeza de sus nietas. 250
En este lamentable incidente considero que este personaje equivocó el camino; debió ignorar las provocaciones. Al responder expuso a un serio peligro a quienes nos acompañan y a nosotros mismos. No es justificable tampoco la bajeza moral del pasajero; Cuando usted pide un servicio o es invitado a viajar en un vehículo que no es el suyo, no trate de ganar simpatías a costa de ofender a otros y mucho menos prevalecerse de señoras o ancianos indefensos. Si usted ya no tiene madre o hermanas, acuérdese de algún tío tan patulenco como el viejo ridículo que va por la acera, acompañando a una joven muchacha y si conduce usted el taxi, no se haga cómplice del pésimo comportamiento del pasajero; no tiene que tomar partido ni comprometerse por algo que no está bien; pero si ya metió las de andar, enfrente el problema con entereza moral y no se escude cobardemente detrás de la fuerza del grupo. Haga honor a su gremio; siempre dispuesto a colaborar en las causas más nobles. Mi balance personal con los taxistas es positivo; me han sacado de barrancos, solicitado ayuda me han auxiliado, llevándose llantas a reparar y llamado a las autoridades y muy pocas veces he sido víctima de algún cobro excesivo. Por el contrario, he tenido dificultad para que me acepten alguna retribución adicional cuando veo que se la merecen. Dios les pague.
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Pensión para una madrecita -1981-
Mucho tiempo tenía Walter de laborar en el MOPT como interino. En determinado momento llegó como conserje a la Auditoría y su buena voluntad y espíritu de servicio cautivaron por igual a secretarias y auditores. Diligente y muy callado realizaba sus tareas, sin quejarse nunca porque se le interrumpiera en su rutina para que hiciera alguna faena diferente y no dejaba de sonreír. El personal estaba convencido de que este empleado no debía perderse y con la anuencia del Lic. Mario García, mi superior en ese entonces, nos dimos a la tarea de gestionar para que, en la primera oportunidad que se presentara, se le nombrara en propiedad. Llegó la ocasión más pronto de lo esperado y la feliz noticia nos tenía alegres a todos, mientras que no acababa de digerir su buena estrella. Continuó el muchacho tan diligente como antes y yo pasé una raya sobre el objetivo alcanzado. Había transcurrido si acaso un mes y doña Vilma, mi secretaria, me informó que Walter quería conversar conmigo. Era un viernes a mediados de 1981 y aquel veinteañero estaba demudado, secando con su índice derecho un par de lágrimas, cuando le pedí sentarse. Más de media docena de cargos de Dirección y control me habían acostumbrado a las escenas dramáticas y mientras el joven dominaba su crisis, me entretuve formando unos cuatro escenarios, tratando de anticipar acontecimientos; ¨seguro va a informar 253
que debe mucho dinero¨, o ¨lo echaron de la casa por un pleito familiar¨, no, seguro se trata de la ¨muerte de un ser querido¨, quizá… ahí quedaron mis juegos mentales porque Walter soltó su empacho: ¨Don Antonio, ya no vengo más, renuncio, ayúdeme a salir de aquí¨.
Walter presentando renuncia.
Ahora era yo el que tenía una crisis, esa bomba no me la esperaba. Sustituirlo no era ningún problema pero… ¿con qué facilidad está echando tanto esfuerzo a la basura? Lo que escuché a continuación era increíble: ¨Me van a embargar el sueldo porque mi mamá me puso una demanda de pensión alimenticia¨. ¨Aaaah, claro¨, pensé; ¨a este niño alguien lo tenía mimado y ahora que tiene medios no quiere cumplir con sus obligaciones¨. El conserje continuó: ¨Vea señor, desde los tres años he vivido rodando de casa en casa; mi madre me dejó al cuidado de una vecina pero nunca mandó nada para mi alimentación. Lo sé porque cada vez que me daban un plato 254
de arroz con caldo de frijol oía yo ese cantar. Esta gente se aburrió y me regaló a una pareja donde aprendí a no llorar porque si lo hacía me “fajeaban” y si me orinaba de la congoja, me iba peor, así como lo oye. Yo tenía cinco años y no había un chuica para ponerme. En otra casa, que estaba yo más grande, una viejita sí me quería y me puso en la escuela y aprendí el temor de Dios, pero ella se murió y las hijas me sacaron de estudiar para que, además de los mandados que siempre hacía, me dedicara a cuidar los chiquitos de ellas. Tuve que hacerme zafado. Nunca supe más que es una caricia o un cariño y por mi gusto terminé la escuela cuando estaba grande y llegué a este cuerpo, sin hacerme ladrón o maricón por la pura gracia de Dios y ahora que conseguí este trabajito, la “mujer” sí se acuerda que tiene un hijo, ¿cuál hijo?¨. Ahora su rostro estaba enrojecido y los ojos punzaban como llamaradas, agregando con firmeza:¨Me voy para cualquier parte porque no me asustan las necesidades ni los trabajos y se lo juro por esta Santa Cruz, esta señora no me saca a mi ni un cinco¨. No encontré forma de detenerlo; su rabia ya no le permitiría trabajar en paz. Hacía una hora que la sirena había sonado, nos despedimos y yo corrí para Barrio Luján y mientras abrazaba muy fuerte a mi madrecita, lloré en silencio por aquel jovencito que nunca recibió un beso maternal. Parece que hay una diferencia muy grande entre concebir una criatura y merecer el título de madre. Si ustedes, amigos y amigas lectoras, tienen aún la dicha de contar con ella en este mundo, denle un apretón muy cariñoso. Para ella será el mejor regalo que recibe.
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Rusia
-2008-
Es una tarde de agosto en el Aeropuerto de Pulkovo. Ya son las 3 y el agente del “crucero” no aparece. El viajero con su maleta al hombro agotó todas las posibilidades de comunicarse con alguien pues a pesar del interés de los funcionarios y vigilantes, nadie descifra los “jeroglíficos” del documento que muestra el extranjero. El infortunado no puede adquirir alimentos ni tomar algún transporte porque no se reciben dólares ni hay manera de cambiarlos ni encuentra quien hable su idioma o alguno conocido; no tuvo tiempo ni en Atlanta ni en el Aeropuerto Sherementyevo de adquirir rublos debido al ajetreo de los trámites. El tiempo se gasta rápidamente en congojas en vez de consumirse en minutos; ya son las 4:30 y no ve el viejo algo que identifique al agente o a la compañía, que debía encontrarlo aquí. Suda en seco y piensa en avanzar hacia la ciudad no para tener alternativas de continuar su viaje sino para sobrevivir. Aprovecha la aglomeración y, en franco desprecio a las ordenanzas aborda la buseta, aunque sabe que no puede pagar su pasaje y el vehículo inicia su marcha. Las expectativas no son muy prometedoras, pero antes de entrar en pánico está decidido a pernoctar en la cárcel si fuese necesario; con la temperatura iniciando un rápido descenso, sabe que a la intemperie no amanecería en este planeta. Aparentando tranquilidad elude los frecuentes llamados y protestas del conductor y se desentiende al ser observado con curiosidad por los demás pasajeros, ignorantes de su drama. Se encomienda mentalmente a la pro257
tección divina y va por el pasillo preguntando a viva voz: ¿quién habla español? Who speak english? ¿Parlez vous francais? Al término de un segundo recorrido un muchacho levanta tímidamente su mano, temeroso posiblemente, del extraño comportamiento de aquel viajero. Sí, él habla inglés y se convierte en la tabla de salvación del raro turista. Paga el pasaje del visitante, urgido por el conductor que ya había rechazado recibir el importe en dólares y luego de comunicarse con los representantes del ¨crucero”, explica al anciano que lo esperará un guía en el “ parque” señalándole, minutos después, el sitio donde debe bajar y cuando aquel
Daniel
Un muchacho levantó timidamente su mano. 258
extiende su mano, en señal de despedida, él lo ignora cortésmente. Le sigue por el pasillo y desciende tras el abuelo, abandonando su propio recorrido. Comunica al anciano que lo acompañará hasta que arribe el agente. Cuando este llega, 20 minutos después, lo pone al tanto de la situación y termina el calvario del turista. Un abrazo, una dirección electrónica y un apretón de manos, despiden a aquel Ángel salvador. A partir de ahí las sorpresas: Iglesias y casas rústicas centenarias bien conservadas a pesar de que son de madera, 17 esclusas para superar niveles de agua en el mismo río o en la confluencia con otros, estaciones de ferrocarril de grandes proporciones, que son verdaderos museos o depositarios de obras de arte y luego La fortaleza del Kremlin y la Plaza Roja; aquella era inexpugnable en el siglo XII cuando los combates los encabezaban los arqueros ; hoy es únicamente un símbolo del pueblo y en su interior, en diagonal a lo que fueron las oficinas de Stalin se encuentra la Catedral de la Dormición muy visitada por cristianos de muchas partes de Rusia. Aquí se encuentran algunas curiosidades: el cañón más grande del mundo, tan grande que nunca pudo ser utilizado. También una campana tan gigantesca que no hubo manera de ponerla en ningún campanario. Ah... y el emblema de la Policía es nada menos que la imagen de “San Jorge”. No es la Rusia atea que nos presentaban los noticieros durante la II Guerra Mundial. Claro hay diversidad de creencias religiosas como de razas y también un buen porcentaje de ateos pero aquí conviven con respeto, según se advierte en cualquier lugar que usted visite por su cuenta, ajeno al programa contratado. No caben en esta página, tantas y tantas cosas bellas y extrañas para el viajero en este viaje de ensueño, visitando pueblos y pueblos amantes de la tradición y ahora envueltos en la globalización, a lo largo y ancho de esa maravillosa tierra. Pero sobre todo lo más admirable es la cortesía y el respeto de los habitantes; mu259
chachos y muchachas poniéndose de pie ofrecen gustosamente sus asientos a ancianos y desvalidos y no por tratarse de grupos de turistas, sino que el comportamiento rutinario lo observa usted, viajando por su cuenta. La atención en el navío es indescriptible y los programas de entretenimiento, aprendizaje y ejercicios, sencillamente maravillosos. Pero aquel viajero no olvidará jamás que Denis Fomenko fue quien le abrió la puerta a este mundo encantado. Tuve que esperar hasta mi regreso a Costa Rica para comunicarme de nuevo con mi ¨ángel de Rusia” y expresarle mi agradecimiento vía Internet, con el diccionario en mano. ¡Gracias Dennis! Comprobé la amabilidad de los funcionarios y policías de los aeropuertos en Moscú y San Petersburgo, así como su turbación por no entender mi idioma ni yo el suyo. Superé los trámites e interrogatorios engorrosos de autoridades estadounidenses en Atlanta y siempre gocé del respeto e interés en ayudarme. Anoche (martes 9 junio de 2009), al ver la información televisada, me sonrojé de vergüenza ante el inhospitalario trato dado por mis compatriotas a una anciana de nacionalidad china, que de milagro está viva después de pernoctar como una rata durante más de una semana en un aeropuerto de mi país, sin que apareciera una mano capaz de interceder por ella, hasta que intervino la Defensoría de los Habitantes. olvidaron los elegantes oficinistas y guapas funcionarias que tal vez un día sean ancianos o sus papas necesiten un trato considerado en otra parte. Esta hazaña merece una placa conmemorativa pero no de bronce sino de Sarro en la conciencia de quienes tuvieron algo que ver con la señora y no fueron capaces de ofrecer alguna ayuda. Esta conducta es indigna de costarricenses y espero en Dios que no se repita. 260
Seres del espacio -El Alto de Guadalupe -1970-
Aquel sábado de abril comenzaba la tarde con una buena dosis de calor y yo había ganado el privilegio de quitarme la camisa y ponerme las chancletas, mientras mis hijos entraban y salían de la sala en interminables persecuciones. Mi esposa aún no se sumaba al ocio y estaba ultimando detalles en la cocina con ese delirio del género por mantener todo en orden, antes de sentarse un rato. La satisfacción por el deber cumplido durante la semana me adormecía, entremezclando en mi letargo, sueños relámpago con las risas y vocecillas de nuestros “cumiches”. De pronto creí volverme sordo y abrí los ojos cuando el estridente ruido, de lo que parecía una interminable y gigantesca descarga de piedrilla cuarta, hacía temblar con violencia las frágiles paredes de nuestra humilde vivienda. Araminta, con la boca abierta y los pequeños, sin habla, se acercaron temerosos, en el instante en que yo intentaba explicarme el amenazante episodio. No, no podía ser una descarga de materiales en la casa vecina; vaciar una vagoneta de las grandes, no lleva más que unos minutos y esto se prolonga demasiado...¡¡ Señor de los cielos !! . Por años había rechazado los cuentos sudamericanos y reído de necedades sin pruebas, que describían a raros visitantes interplanetarios llenos de patas pegajosas, etc y ahora como castigo a mi incredulidad, los inesperados sujetos seguramente posaban su nave en el patio de mi morada. El infernal fragor cesó para convertirse en agudo y sostenido silbido, que terminó explotando con gran estruendo. Luego un acongojante silencio; era, claro 261
está, el violento aterrizaje. Ahora la quietud era acongojante y muy a mi pesar, dejé a la familia hecha un puño en la sala para caminar rumbo al patio, con el miedo de todos en mi pecho. Unos ojos pícaros y una pierna que lo delataban.
Una horrible protuberancia adelante y los restos de lo que fue una especie de aspa circular trasera.
En el suelo, a varios metros de un aposento que estábamos levantando sobre el cuarto de pilas, apenas podía distinguirse una maltratada y desconocida cápsula cilíndrica, expeliendo profusamente un humo blanquecino. Tenía una horrible protuberancia adelante y los restos de lo que fue una especie de aspa circular trasera. Si algún organismo vivo había viajado hasta ahí, en este momento no estaría en condiciones siquiera para moverse, si acaso conservaba la vida, tal la clase de colisión, evidente a simple vista. Al mismo tiempo sentí sobre la espalda la incómoda sensación de que, alguien o algo vigilaba. Miré entonces hacia la tapia que nos separaba del vecino, por el costado norte, sin 262
encontrar algo de interés y entonces concentré mi atención en la grada ; Allí, casi en la segunda planta, algo se movía y esperé, hasta que poco a poco asomó una pequeña figura de faz enrojecida y grandes ojos. Respiré aliviado cuando identifiqué a Eddie Antonio, nuestro hijo mayor; tan asustado como nosotros cuando temblorosamente bajó los peldaños, con el rostro poco presentable. Parte del rubio pelo en el lado derecho de su cabeza, había desaparecido con todo y piel desde la ceja. En los minutos transcurridos desde mi exploración preliminar, no solo se había disuelto el humarascal sino las estupideces elucubradas por mi angustiado cerebro. El extraño cilindro, ahora apenas humeante, no era ninguna nave: se trataba del estañón vacío que compré unas horas antes para instalarlo como depósito de agua en la planta alta y, las peculiares prolongaciones eran las maltratadas tapas, casi arrancadas por una fuerte explosión. Le pregunté a mi “extraterrestre” hijo ¿qué había pasado? “Es que me asomé por un huequito y como vi que echaba un humillo le eché un fósforo prendido y en eso comenzó a sonar muy raro y salí corriendo para arriba”. Una vez examinado mi muchacho, entonces de nueve años, me alegré por el saldo realmente positivo del evento. En el cine, Alan Ladd, hubiera abrazado y besado al mocoso, al compás de unos invisibles violines, pero aquí ni había música ni humor para bailarla y exclamé en voz alta: “mire cabr... cuando usted sea más grande y se vea medio calvo, no nos eche la culpa a nosotros, ¿oyó? Su inocente respuesta desarmó mi rol de padre estricto: “sí papa pero ¿ me compra una gorrita, ah”. Las voces habían atraído a mi esposa que se lo llevó de la mano para iniciar las curaciones y poco después en el Hospital del Seguro le aplicaron el medicamento apropiado. A los días, su cabeza, como sembradío después de una quema, enseñaba una docena de incipientes y rubias púas y su cabello volvío a “germinar”, aunque la “choyadura” de la frente perduró un 263
tiempo más, y vencida finalmente la cicatriz por el cebo cubano y la manteca de cacao. Mi inexperiencia quedó de manifiesto; nunca pensé que un estañón desocupado podía causar algún daño; ya había instalado uno sin tener muchas dificultades, cuando vivíamos en San Sebastián, pero ahora con más de treinta años encima no se me ocurrió nunca indagar qué había contenido aquel tarro ni éste tampoco. Nadie me dió alguna advertencia y desconocía yo las propiedades y peligros del “thinner” y menos que un poquito, escondido en las costuras del fondo, se iba a gasificar y concentrar con tal potencia, por estar cerrado por ambas caras. Era una bomba que solo esperaba la ignición de cualquier travieso. El estallido rompió ambas tapas del recipiente, estirando las fuertes costuras de los perímetros, como si se tratara de un vasito de cartón. Gracias a Dios mi hijo salvó sus ojos porque instintivamente huyó, recibiendo apenas la caricia del fogonazo, pero pudimos haber enfrentado una desgracia como las que se presentan a diario en los hogares, por ignorancia, falta de previsión y por no pedir consejo. Solo espero que los lectores de estas líneas actúen con más responsabilidad y sabiduría que el suscrito.
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Una broma fatal -1989-
Alfriego Ever era una representación exacta del recordado abuelo Román; Un bromista de reconocida cepa campesina que desconcertaba aún la familia con sus incómodas “salidas”. Alfrie era un especialista en albañilería, pero su versatilidad y sentido de la observación le convertían en el elemento ideal para una plaza de Vigilante, en un enorme edificio de San José, ganándose la voluntad de sus superiores por ser el tipo de persona que no dice: “a mi no me toca”, lo que viene a ser una especie humana en extinción, en la sociedad donde todos andamos zafando el bulto. Por esa razón y por sus chistes, era bien apreciado en su casa y en la comunidad de “calle 3”. Terminado su turno de las diez en aquella noche de verano, salpicada de estrellas, tomó rumbo a su domicilio pero al llegar en el carro oficial que le llevaría de nuevo a recibir su siguiente jornada a las 6 de la mañana, no aguantó la gana de darse una vueltecita por los rincones de su “patio”. Descargó el arma de reglamento y guardó los proyectiles para evitar accidentes, conforme no tenía intenciones de acostarse de inmediato; había cenado bien. Tampoco era un tomador de licor. Simplemente no se acostaría sin embromar a quien se descuidara. Ya de vuelta pasó finalmente al Bar..... Ahí estarían seguramente los compinches de toda la vida, algunos desde que eran compañeros en la escuela y el catecismo. Como era su costumbre cuando preparaba algo, plantó el vehículo con intermites, y bajó muy serio envuel265
to en aquel atuendo verde oliva. A carajo...¿quién lo diría? este hombre, no parece un albañil. Ese y otros jocosos comentarios se escuchaban entre los cuatro trasnochadores que charlaban en frente del modesto pero acogedor local y que sabrosamente se aprestaron a descubrir, cuál sería el “vacilón”, que Alfrie les preparaba para la ocasión. apeándose no más preguntó por el resto del grupo y se le informó que estaban adentro, una media docena, más uno que otro cliente circunstancial. En el lugar no andaban con “varas”; aunque usted tomará solo un par de guaros, los dueños le quitaban el hambre. De manera que no era rara la visita de gentes que no eran del barrio y que por sus ocupaciones, andaba falta de “jama”.
El hombre entró al bar orgulloso de su atuendo militar y de su arma de reglamento. 266
Con aires de matador partiendo plaza, en cuanto se vio frente a las mesas, desenfundó su pistola y advirtió en voz alta “No se me mueva nadie. Los que están de pie levanten las manos y los que están sentados, pónganlas sobre la mesa. Donde se vean”. Todos obedecieron: unos segundos de tensión y sus amigos tragaron la broma con resignación. Se escucharon tres disparos con pocos segundos de diferencia. Habían salido de la última mesa del fondo, donde se habían sentado tres de los desconocidos. Dos de los plomos fueron certeros, estaban ahora dentro del cuerpo del hombre más popular de los contornos de Calle 3. Quien disparó seguía apuntando con su mortífero instrumento mientras abandonaba la mesa con rapidez y otros acompañantes lo seguían sumamente asustados y con la mano derecha sobre la cintura. La patrulla de la policía no tardó en llegar. Poca gente había optado por largarse y se escucharon las primeras respuestas al sargento. Alfrie estaba en el suelo y respiraba con dificultad, mientras mantenía los ojos entrecerrados. La ambulancia de la Cruz Roja se hizo cargo de él. La oportuna atención médica en el lugar de los hechos salvó la vida del muchacho y unos meses después los fugitivos fueron capturados. El proceso legal continuó en los tribunales y quedó claro que solo había habido un atacante para el indefenso Alfrie. Era un ave con mucho recorrido y un intenso dolor de cabeza para centros penales y autoridades judiciales del país conocido como “Bay rum” Curiosamente esa noche disfrutaba, con muchas precauciones, de su primer descanso en muchos días. Había pasado mucha hambre, huyendo de las autoridades que le buscaban intensamente por estar implicado en una nueva causa. No era la primera vez que venía por estos lugares. Consideraba muy completo el sector, sobre todo porque la gente era muy discreta; en otros barrios había mucho “faruscas”. En una ocasión navideña hasta jugó a las cartas tranquilamente. Sus reflejos diestros en defenderse de enemigos y autoridades, 267
cuando luego del natural barullo nocturno, escuchan voces alteradas tras la puerta y a continuación ven al “hombre” con traje de pleito, enjachando y apuntándole al rostro con arma de reglamento, le mandaron disparar para no ser muerto, malherido o “encerrado”. Lo más seguro, concluyó, es que se trata de un nuevo cerco y aquí me van a matar. ¿ quién podía asegurar que no había cuatro o más esperando? “Yo tiré a la mano para evitar ser muerto”. Abogados y defensores se encuentran en estrados judiciales. Los meses siguen pasando como si fueran un larguísimo mal sueño para la familia de la víctima, pero para éste, la vida es una terrible sucesión de maniobras terapéuticas, punzadas para control sanguíneo, tubos, máquinas, evacuadores gástricos, sondas. No tiene Alfrie la erguida postura del avezado deportista, fiebre para el ciclismo. Cuidaba la bicicleta como si fuera una de sus relucientes herramientas. Aún así su ánimo ha decaído poco y enfrenta las circunstancias, esperando el momento de abandonar el Hospital, aunque fuera en silla de ruedas...pero.. ¿ Será que este amigo ignora la gravedad de su dolencia ? Una de las tardes, en el cubículo asignado en el Hospital México, estuvimos con él y cuatro visitantes más, volvió sus ojos con seriedad convenciéndose de que no estaba a la vista la enfermera encargada y entonces, descubrió sus extremidades inferiores de súbito. Su rostro reflejaba la satisfacción de haber “asustado” a la mitad de los observadores que salieron mareados y con nauseas. En esa vespertina ocasión le recomendamos tener fe y no cansarse de pedirle a Dios, de hablarle porque la Divina Providencia escucha y hablando muy despacio nos dijo “sí, yo le hablo pero a veces no está. Su familia sí conocía la situación; la prologada estadía, sin movimiento alguno para las articulaciones inferiores, había dañado la piel. Para los especialistas, el caso era irreversible. El tiro que entró por la mejilla había terminado alojándose en una vértebra cervical y el recibido 268
en el abdomen, hizo un arco de 90 grados que ameritó un par de reparaciones en los intestinos finalizando el recorrido, en una vértebra lumbar. Ninguna de las dos lesiones ofrecía condiciones para operar. Por la abertura de aproximadamente 3 x 3 pulgadas de piel, grasa y red fascia, localizada en la unión del fémur con la hélice ilíaca, podían observarse los lentos movimientos de tendones, ligamentos y terminales musculares, que aún sostenían la cabeza y los trocánter en la hélice ilíaca, cuando el paciente, haciéndose el desentendido, movía la pierna. Su hermano suministró un colchón de agua que permitió mejorar la manipulación del paciente, mientras su estado físico diera lugar a un injerto. Después este doloroso drama acabó para Alfriego Ever.
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Una noche triste -agosto 1953-
Enrique Barreda decidió acompañarme cuando entré a la cantina La Bohemia (tres cuadras al este de la Iglesia de la Dolorosa), a comprar un helado de palillo. Éramos los únicos que permanecíamos en la esquina luego de habernos divertido parte de la noche, los de la “güelga”, con una guitarra que nadie sabía tocar ni recuerdo tampoco quién la llevó. Yo que para descansar de mis tareas colegiales había salido de casa como a las ocho de la noche, logré arrimarme a los trovadores. Habíamos improvisado unas cuantas serenatas y la de hoy se la dedicamos a la hermosa Selma, recién llegada al sector, ahí frente a la colchonería de Carrasquilla. Olvidaba decir que ninguno del grupo destacaba como cantante por lo que las románticas melodías resultaban ser un infernal coro de lloriqueos sin entonación. Uno advirtió que la muchacha era casada con un militar muy “cabreado” y como por encanto suspendimos el concierto, desapareció la guitarra y poco a poco cada quien se retiró, lo que se explicaba tomando en cuenta que casi todos éramos estudiantes y teníamos que preparar deberes. Al salir del negocio, una radiopatrulla se estacionaba al frente y de ella salió un policía que nos preguntó si habíamos participado en un escándalo, obviamente lo negamos; ni la bulla era para tanto y si acaso serían las 8 de la noche cuando finalizó nuestra presentación callejera. Sin embargo nos pidió acompañarle con el cuento de que así se aclararía todo. En la Detención, allá en Cuesta de Moras, Enrique se 271
encontró con un conocido que nos guardó gran consideración y luego de escuchar nuestra versión y recordar algunas anécdotas con mi amigo, prometió liberarnos no más terminados algunos requisitos. Respiramos aliviados y tomamos asiento mientras el simpático y locuaz oficial se encerraba con un subalterno en su despacho. No habían pasado cinco minutos cuando regresó con el rostro enrojecido y muy alterado nos dijo “yo lo siento pero no voy a exponerme a perder mi carrera por echarlos afuera, ustedes están a la orden del Mayor Cobrado, nada menos que el Comandante de las Radiopatrullas”. A renglón seguido nos solicitaron la faja y demás pertenencias y el Sargento nos acompañó a la celda. No recuerdo que fuera una fecha tan especial como para justificar tanto “invitado” y me asombró la cantidad, quizás unos cincuenta, en un espacio que tendría a lo más treinta metros cuadrados. Toda clase de historias se escuchaban ahí; algunos beodos estaban hacinados en un extremo, sentados en el suelo unos y acostados otros, a pesar de la humedad y del hedor de la orina, extendido por todo el área y a la par nuestra, a la derecha, estaba un hombre alto, contándole a otro que él no estaba ahí por ladrón; lo habían encerrado injustamente por pegarle a su mujer, solo porque estaba “panzona”, “qué vara más furris la del Tombo que me mandó pal tabo” “quisiera ver si mañana suelta el pasto para los carajillos y la culebra”... “¿mentiende teus? “, su interlocutor, un viejo bastante mayor, asentía en silencio probablemente para no buscarse problemas. A la izquierda, un muchacho lleno de barba alegaba haber sido detenido por comprar dos relojes en 60 cañas y el vendedor lo acuso de habérselos robado a él. Era difícil particularizar entre tanta gente, la mayor parte de la cual, aguantaba de pie pues solo había una banca y también hedionda a orines secos; el “rejas” se aburrió temprano de estar custodiando y llevando clientes al excusado y aparecía muy pocas veces; 272
prácticamente sólo cuando recibían nuevos turistas. Ya a las tres de la mañana, cuando se asomó un vigilante, todos estaban sentados de alguna manera, acuclillados o hechos un puño en los rincones, menos en la esquina escogida para que orinara con comodidad todo aquel que tuviera ganas pues no tenía que esperar, ni abrir puertas ni lavarse las manos. La providencia nos favoreció a Enrique y a mi; dieron libertad a quien estaba acostado en la banca y antes de que reaccionara alguien más, tomamos posesión de la misma para sentarnos espalda contra espalda y así dormitamos, entre sobresaltos, hasta las ocho de la mañana. Era imposible dormir del todo; el hedor combinado del ácido úrico y del metano digestivo, penetraba como filoso dardo por la nariz y los ojos.
Hombres semidormidos en la banca y otros orinando en la esquina.
Al día siguiente nos soltaron y fui advertido de presentarme a la Agencia de Menores, detrás de la Plaza de Artillería 273
(hoy costado este del Banco Central). Mi madre creía que yo estaba durmiendo donde mi tía María y se asustó cuando me vio llegar a las 9 a.m. y sin desayunar. Le conté lo acontecido y bastante brava me impulsó a que respondiera por mis actos ese mismo día para que no perdiera más lecciones. Con el testimonio sobre mi habitual buena conducta, expresado por don Alfredo Soto, quien además aseguró en la Agencia, no haber ocurrido ningún escándalo la noche señalada pues esa noche él estaba en la puerta de su casa, a menos de 50 metros de la residencia del acusador, fui liberado de los cargos. Enrique debió resolver su problema en otra oficina porque recientemente había alcanzado la mayoría de edad.
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Una triste despedida -1995-
No había la menor duda, Julián era un excelente colocador de contratos y no se guardaba los conocimientos; los suministraba generosamente a sus compañeros cada vez que le consultaban sus dudas. Era muy apreciado en la funeraria del santo Socorro. Entusiasmado contaba sus vivencias a su gran amigo don Marco Templos. don Marco era un prominente hombre de negocios a la vez que destacado diplomático, como representante de su gobierno en nuestro país. Decidido a colaborar en el desarrollo de las iniciativas de Julián, le propuso sin ningún interés de su parte, más que el de colaborar, que se independizara y que él le prestaría el dinero necesario para los pasos iniciales. Julián acepto entusiasmado la oferta y se tomó un tiempito para localizar el lugar adecuado, que a la vez le sirviera de domicilio con el propósito de que el mismo gasto en alquiler, cubriera el espacio para el negocio, utilizando la sala para tener los féretros en exhibición y a la vez dispuestos para la venta, economizándose el cuido. Conseguidos los enlaces correspondientes y aceptados los términos por don Marco, Julián, en honor a la lealtad, avisó de sus intensiones a doña Minga, Jefa y propietaria de la Funeraria El Socorro, dando el preaviso correspondiente con suficiente anticipación. El resto del personal, dos oficinistas y varios vendedores, al enterarse de la situación por medio de doña Minga, se mostraron dolidos por que Julián además de servicial, siempre fue un 275
buen amigo y consejero, además de que no se reservaba sus naturales estrategias de abordaje en las ventas. Los planes siguieron desarrollándose y don Marco cumpliendo con su palabra realizo los primeros desembolsos. En vísperas de dejar la compañía y con lágrimas en los ojos los empleados de La Socorro prepararon una fiesta de despedida, sabedores también de que Julián era buen aficionado a la conversación, a las parrandas y a la bebida. En un establecimiento muy reconocido y en un salón muy bien adornado Julián fue recibido con los honores del caso y
La celebración se prolongó hasta avanzadas horas de la noche. 276
los brindis correspondientes, prolongándose por deliciosas horas aquel inolvidable agasajo donde las bocas de chicharrón, frijoles con pellejo, ravioles, encurtido, chile relleno y queso frito, marcaban el fin de aquella impresionante carrera. doña Minga se excusó por no permitirle sus actividades asistir al evento, pero su contribución y tarjeta expresaban estar abiertas las puertas de la empresa para cuando Julián quisiese regresar, todo lo cual le fue repetidamente expresado con mucho simbolismo, lisonjas y aplausos por el asistente administrativo de la propietaria. Julián, ese sábado durmió como nunca y para su esposa e hijos aquellos feroces ronquidos eran la celestial música de un futuro mejor. El lunes siguiente repuesto de la resaca y muy optimista Julián llego a la oficina de don Marco para ultimar detalles y comenzar su trabajo pero extrañamente no escuchó la voz extranjera que usualmente desde adentro le invitaba a pasar sino que por el contrario, en un tono frío casi funesto, la secretaria le pidió esperar para consultar a don Marco si lo podía recibir o no. Pasaron 15 minutos y la secretaria salió con una fotocopia que entregó a Julián. En términos generales anunciaba que doña Minga, en representación de la funeraria el Socorro establecía una demanda civil contra don Marco por que abusando de su delicada investidura, porque el país le daba todo tipo de consideraciones, sin permiso de la autoridades correspondientes estaba menoscabando la integridad financiera y funcional de su funeraria, estableciéndole una competencia desleal, aprovechando el conocimiento de sus empleados y agregaba como testigo principal al propio don Julián quien había aceptado el encargo y al efecto adjuntaba las generales de ley para identificarse. Cuando Julián recibió esa fotocopia casi le da un ataque; le dijo a la secretaria que él era inocente de esos cargos 277
que él jamás se prestaría para hacer el menor daño a Don Marco de quien solo favores había recibido durante tantos años de amistad. la secretaria no contesto nada y se levantó, diciendo sin dirigirle la mirada, que lo sentía mucho pero tenía que tomar unos apuntes. Julián con el rabo entre las piernas abandonó el recinto casi llorando y fue a pedir explicaciones a dona Minga. Encontró a sus compañeros, los mismos que dos días atrás coreaban con él los boleros de Daniel Santos, pero en esta oportunidad, tenían los rostros de cartón, planos, impasibles y ninguno le cruzó palabra. La siempre amable secretaria, esta vez le parecía a Julián la maliciosa bruja de las pesadillas, cuando entre burlona y cariñosa le dijo que dona Minga no tenía tiempo de conversar con él y le agradecía “ no arrimarse más por ahí porque tenían mucho trabajo”. Desesperado regresó al día siguiente a la oficina de Don Marco y al advertir su presencia, éste se levantó y cerró la puerta del despacho. Intentó entonces conversar con la secretaria y la joven ni siquiera le habló. Sin tener para donde coger se fue a sentar en una de las bancas del parque Morazán para encontrar una explicación a las desgraciadas circunstancias que hoy le tenían cesante y con todas las puertas cerradas. Repasó con cuidado los últimos acontecimientos hasta tener en su mente la preciosa fiesta de que había sido objeto y llegó a la conclusión de que lamentablemente su temperamento extrovertido y amigable de comportarse en forma explícita, hasta con “amigos”, recién conocidos, le había jugado una mala pasada; conocedores de su espíritu comunicativo, los avezados halcones de doña Miga habían obtenido de Julián todos los detalles del por qué dejaba la empresa, extrañados de que a pesar del progreso obtenido ahí hubiera optado por abandonarla. Con el truco de la fiesta de despedida conocieron no solo los orígenes de Don Marco sino hasta los detalles de la ropa que le gustaba y otras circunstancias relacionadas con 278
su vida personal. La estrategia montada por ellos con doña Minga había surtido efecto. Con una inversión de 4 horas y 4 litros de licor no sólo habían desbaratado la peligrosa competencia, sino hecho trizas el futuro de Julián, en el mercado de las cajas fúnebres y solo les faltó acomodarlo en una de ellas. Pasaron muchos años antes de que Don Marco se convenciera de que Julián jamás tuvo en mente participar en semejante atentado y con muchas reservas, se animó a saludarle pero nunca más para ofrecerle ayuda alguna. Las circunstancias del doloroso caso enseñan que no se debe hablar más de la cuenta con ninguna persona especialmente de planes futuros, siendo aún más grave comentar los secretos y debilidades de los amigos con terceras personas.
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Willy Crespi -1946-
Desconocido para las nuevas generaciones este personaje tuvo un movido rol como delincuente 50 años atrás. La desventurada carrera de Willy comenzó a proyectarse en los noticieros a mediados de los cincuenta y continuó paralela a famosos antisociales como “veinte años”, “frankestein”, “Araya el rey de las fugas”, “caballón”, “los hijos del Diablo”, etc. Muy joven se involucró con el crimen, siguiéndole una serie de participaciones en estafas y robos, alternados con penas de prisión, y matizados con su afición de siempre... tener un taller de radio. Pero ¿quién era este muchacho antes de convertirse en enemigo de la sociedad? En 1946, aquel precoz mozalbete de 13 años, rosados cachetes y pantalón corto, frecuentaba los alrededores de la “Porfirio Brenes”, en San José, ejerciendo un liderazgo natural, sobre muchachos mayores que él y era probable que también acudiera a otros barrios pues no todos los días estaba por los rumbos donde lo conocíamos. Inteligente y de buen ver, él estaba muy ocupado en paseos, aventuras y otros menesteres, sin tener tiempo para noviecitas. Tampoco era que “les gustaban los hombres”; en esos años todos los habitantes mayores de siete años, en las barriadas del “pequeño” San José, sabíamos quién era cada vecino o visitante frecuente, así fuese maestro, cura o vendedor.
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Los comentarios de sus amigos, en la esquina de “Juan Donato”, llamaban la atención de los chiquillos, sin autonomía aún para ingresar en un grupo. Yo deseaba acompañarlos alguna vez a “Patarrá” y se me hacía la “boca agua”, cuando escuchaba aventuras como las de “Polaco”, uno de los miembros de su clan, contando como, sin saber nadar, se animó a atravesar completa la extensa “pila” de “los juncales”, montado en un neumático. Un domingo me atreví a seguirlos; iban con destino a las pozas del Tiribí, pero al llegar a las cercanías de la Estación del Pacífico un formidable aguacero nos obligó a suspender el paseo y al terminar aquella “catarata” y convertirse en plateados alfileres que bailaban entre pálidos rayos del sol, ya era tarde para ir al río y no teníamos alguna alternativa. Una escurridiza gallina que andaba sin rumbo en la vía pública, nos alegró el momento pues la perseguimos, cerrándole el paso y finalmente fue capturada y exhibida como trofeo en nuestro vecindario del Pasaje Rescia. La mamá del macho “Willgen” se comprometió a “arreglarla”, disponiendo Willy el pago de una “mástica por jupa” (25 céntimos por cabeza), para los ingredientes. Di la cuota muy seguro de perderla pues en ese tiempo los muchachos grandes decían que uno era “mantequilla”, pero yo estaba muy orgulloso y no me importaba; significaba que a pesar de ser “chiquitillo” ( diez años cumplidos), la “guelga” me tomaba en cuenta al pedirme la cuota. Aquella membrecía, sin embargo, iba a durar menos de veinticuatro horas: al medio día del lunes, cuando pasé donde mi abuelita luego de la escuela, los integrantes del “safari” me habían enviado con el macho Wilgen un buen trozo de pechuga frita, doradita en achiote y con rueditas de cebolla con un aroma... La causa?, bueno, le mentí piadosamente a mi viejita, el “cumpleaños del vecino”. 282
Compartimos aquel manjar y después mi abuela comenzó a barrer hasta el quicio de la vivienda, y al coincidir inesperadamente con “Willgen” que pasaba en ese fatal instante por el frente, le dijo a manera de amistoso saludo: “machito, ¿cuándo volvemos a comer gallina? y el inútil en vez de disimular le contestó: “diay ... cuando se vuelvan a robar otra”. Caer en la cuenta de que por culpa de este nieto comió “gallina mal habida” y transformarse en un vociferante robot de jalar “mechas” , fue un cambio tan veloz que no me permitió escapar indemne y llegué todo colorado y lloroso donde mi madre pero sin decir nada porque me daban la “segunda”. Puesto en confesión, la amenaza de hablar con Márgara (mi madre),para que me diera una soberana “chilillada”, si no dejaba esas malas “juntas”, manada de “poca penas”, “sin oficio ni beneficio”, fue sobrado argumento para desertar de inmediato y para siempre a mi admirado grupo. Repuesto del susto, llegué todo colorado donde mi madre pero sin decir nada porque me daban la “segunda”.la “chicha” ( rabia) me duró muy poco, pues yo estaba siempre muy ocupado como para extrañar la compañía de los que decía mi abuela, eran “esos gandumbas” (muchachos grandes y ociosos) ; tenía amigos en la esquina del Pato Cojo, conocía gentes y vendedores en otras “guelgas”, pasaba diariamente a hacer los mandados a mi abuelita, y debía asistir a la “explicación” para hacer la Primera Comunión a fin de año. Pasaron como dos meses y topé con Willy una tarde al regresar de la escuela; y, lejos de recriminar mi alejamiento, se mostró interesado en mis cuadernos y en ingresar a clases pero decía que ya era mayor para intentarlo. Me preguntó por la Mauro (Escuela Mauro Fernández) y le conté que ahí siempre dejaban entrar a los repitentes aun283
que fueran “grandes” (normalmente la mitad de los niños perdían el curso por ausencias debido al trabajo como vendedores, pregoneros y limpiabotas). Luego de reírse por lo sucedido con mi abuela, siguió su camino y no lo vi más, pero al iniciar mi cuarto grado en 1947,una manota palmoteó mi hombro, sorprendiéndome gratamente; Willy con su sonrisa de vaquero gringo; se había matriculado y sería mi compañero. Era una dicha. Siempre muy disciplinado en el aula, allá en el ángulo sur oeste de la planta alta. A menudo, luego de lecciones por la tarde, me invitaba a su casa, donde vivía con la abuela, muy cerca de La Prensa Libre. Mientras la pálida pero elegante viejita rubia, muy angulosa y menuda, preparaba el café, nos entreteníamos sintonizando emisoras de otros países, en un gigantesco aparato transmisor y receptor , que él había armado con partes de radios viejos y otras piezas, ocupando toda la pared de su habitación. Puede el lector imaginarse la emoción que esta novedad provocaba en mi, en una época en que solo en las casas ricas, se daban el lujo de tener un receptor de radio philco. Buena parte de la población masculina, adultos y muchachillos, se arrellenaban por la noche, en las pulperías, sobre los sacos de manta y gangoche repletos de azúcar, frijoles y cereales, para escuchar la” Radio para ti”, “la voz de la Víctor”, la “Radio City”, “Alma Tica”, etc, mientras algunos indecentes ya mayores y adultos viejos, se ventoseaban en los “asientos”, mientras comían helados ,fumaban y bromeaban con los vecinos que iban agregándose al grupo. Cuando ya el espacio era insuficiente, a veces hasta 25 personas, el pulpero le pedía a algunos que salieran al frente del local y subía un poco el volumen de la radio. Llegaron las calificaciones del primer bimestre y las de Willy fueron sobresalientes, pero por desgracia, no podría recibir ninguna nueva evaluación de rendimiento escolar. 284
Sin codearse aún con los veteranos ni ánimo para participar en los juegos infantiles, durante los recreos permanecía Willy en el aula, sentado en su lugar o caminando en círculo como puma encerrado. Como lo hacía a menudo, esta vez lo llamé, haciendo ruido sobre los vidrios de la puerta y vino a abrir, pero ahora, inadvertidamente dejó la cerradura sin pasador. Se entretenía en ese momento tirando al blanco con una cuchilla, sobre el cubo de la basura, cuando precipitadamente ingresó Ólman Johnson, un travieso compañero, con la intención de tomar el filoso instrumento clavado en el cajón y Willy lo conminó con voz fuerte a detenerse pues era casi seguro que se cortaría, pero aquel muchachito acostumbrado solo a los chineos de mamá avanzó, decidido a culminar la travesura. Una segunda navaja, lanzada con precisión para amedrentarlo, perforó la orilla frontal del zapato, rozando el dedo del niño y aunque la herida era insignificante, Ólman chillaba asustado cuando apareció la “niña Clarita”. El toque de la campana apuntaba el fin del recreo y el de la enseñanza primaria para el solitario Willy. Sufriendo por mi amigo, le veía una mueca de congoja al abandonar el aula donde tantas veces comparamos resultados de las tareas y de los trabajos de clase. ¿Qué antecedentes tenía este extraño muchacho, acostumbrado a ser obedecido por jóvenes de más edad pero torpe para convivir con menores? ¿dónde estaban sus padres? ¿tenía otra familia? ¿Alguien que pudiera orientarlo y corregirlo? Era evidente que andaba en un buen nivel económico pero la abuela ya no estaba en condiciones de enderezarle sus pasos. Estas inquietudes no cabían aún en mi infantil cerebro; solo me dolía que terminaban los buenos propósitos del adolescente y perdía mi mejor compañero Años después , al hacer una visita en la penitenciaría, topé inesperadamente con Willy en el patio; ahora se trataba de un corpulento varón, solo identificable por su característica 285
sonrisa. Me reconoció de inmediato y se alegró de verme. Se había graduado, por correspondencia, de técnico en radio y me invitó a ver el diploma que tenía en su celda. Olvidó decirme que, lamentablemente, se había formado también como antisocial y estaba iniciando una tormentosa carrera. Fue nuestro último encuentro. Luego los periódicos de los siguientes años, sesentas y setentas, daban intermitentes noticias de sus equivocadas acciones y las consecuentes temporadas de encierro que se turnaban con los cada vez más escasos períodos de libertad. Este panorama coincidió con la sangrienta escalada de violencia entre pandillas, desatada dentro del penal, en esa época donde los motines y los amagos de incendio, se mezclaban con crueles ajustes de cuentas. Las luchas de poder involucraban algunos asesinatos; se rumoraba en el ambiente carcelario, que cuando se notó la desaparición de uno de los más peligrosos reos, se supo que parte de su anatomía fue servida en sopa, unas fechas atrás, en la merienda cotidiana. Al suceso le siguió una tarde, una revuelta que se tornó incontrolable pues los cabecillas, en pulso con las autoridades, se hicieron dueños de la situación, acorralando a varios policías y quitándoles el armamento, con la intención de cobrarse unas cuantas deudas. Willy no tenía muchos problemas para sobrevivir en dicha atmósfera, respetaba a todos y se daba su lugar sin “afiliarse” a bando alguno, pero esta vez sintió la imperiosa necesidad de hacer una excepción; la vida de sus propios custodios corría peligro y jugándose la existencia, arrebató a uno de los amotinados el arma de grueso calibre. Cubriendo con su cuerpo el pasillo encañonó a la jauría con una advertencia: “el que dé un paso más se muere”. 25 años atrás había dado una orden parecida a un escolar que inocentemente ignoró su advertencia pero hoy sus intrépidos y curtidos vecinos sí están seguros de que él no habla 286
por hablar. Poco después deponían las armas, respetando a los vigilantes y permitiendo a las demás autoridades restablecer el orden. Terminado el episodio Willy entregó el arma a los carceleros y regresó a la celda a hacerse la barba, tan tranquilo como si nada hubiera pasado.
Enfrentó a los reos revoltosos para defender a la policía.
Este noble proceder no compensaba las erradas decisiones que tomó a menudo pero refleja claramente que en el fondo de su alma Willy no era un vulgar asesino y quizás la compañía de sus padres u otros parientes con autoridad suficiente, habrían encausado su niñez en forma más conveniente para su particular inteligencia. 287
Desconozco que pasó posteriormente pero deseo que, donde quiera que esté Willy, en este o en otro mundo, haya encontrado la paz en su corazón y si tiene familia ojalá empleé provechosa y honradamente las buenas facultades que de seguro, han heredado.
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Anexos
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Vida con gotas de miel y pizcas de sal Fecha
Esta es una preciosa muestra de literatura surrealista que me enorgullezco de presentar aquí. Antonio Vásquez López
Hoy celebro mi existencia, hoy me detengo a contemplar, a valorar el mejor regalo del mundo… La vida! esa vida que es única, irrepetible, es un regalo de Dios. La vida, a veces con sabor a dulce como gotas de miel, con escenas felices, dulces, fantásticas y que tiene también pizcas de sal, con sabor a tristeza a lágrimas, momentos que nos dejan las malas experiencias, los tiempos de dolor, las injusticias, el desconcierto, la lucha de cada día. Camino al caer la tarde, voy recogiendo por el sendero los últimos rayos de sol antes de que llegue la noche. Suspiro, mientras los recuerdos entran y salen de mi mente como niños inquietos que no tienen sosiego. Pienso en las gotas de miel como alegrías vividas intensamente, como el primer amor que hizo acelerar los latidos de mi corazón, como cada triunfo vivido y compartido, como las risas grabadas que son como cantos en mi alma. Cada uno tiene una historia que contiene… un poco aquí de felicidad, un poco allá de tristeza, son como las gotas de miel y las pizcas de sal, que le dan el sabor a la vida ¡Mi vida, en la que he sido muy Feliz! Autora Gabriela Picado Rivera 291
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¡Qué suerte me ha dado la vida!...
Otra muestra del extenso bagaje cultural de esta preciosa chiquilla que nació en mis brazos. Ángel Antonio Vásquez López
He podido vivir cada día sin repetirse, porque cada segundo es distinto al otro por más que el ayer se le asemeje. Qué suerte me ha dado la vida! He podido soñar y nadie puede borrar mis sueños, he podido viajar sin pagar ni un solo centavo y sin equipaje, a través del tiempo voy y vengo a donde quiero. Qué suerte me ha dado la vida. He podido amar intensamente porque mi corazón es libre de sentir lo que quiera, ni yo mismo puedo detener uno solo de sus sentimientos… Amar me ha hecho feliz. He podido conocer y querer a mucha gente que entorna mi vida, que me han llenado de grandes momentos, de buenas y malas experiencias, pero nadie es perfecto, todos nos equivocamos, el perdonar nos libera. Qué suerte me ha dado la vida! al tener soledad para sentir la necesidad de un amigo, al tener amor para sentir la necesidad de compartirlo, al tener pobreza para tener el coraje y la necesidad de luchar por algo, al tener sueños para vivir con esperanza y con ilusión, al tener inquietud en el espíritu, para sentir la necesidad de la paz. 293
Qué suerte me ha dado la vida! he aprendido a llorar mis errores y porque errar es de humanos, he aprendido a reconciliarme conmigo mismo y aceptarme como soy. He aprendido a comenzar de nuevo una y otra vez y las veces que sea necesario para continuar en el camino sin desertar. He aprendido a no esperar sentado el destino… ese viene día a día y también me hace feliz. ¡Qué suerte me ha dado la vida! El reloj de arena corre sin detenerse y en ese puño de tiempo vivido espero acumular toda la felicidad que pueda, porque he tenido suerte al nacer, pudo haber sido otra persona en mi lugar…pero fui yo, ¡Ese es el primer éxito de la vida… Nacer, Qué suerte me ha dado la vida! Autora Gabriela Picado Rivera
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Interior
Quisiera despertar nuevos motivos, mirarlos de repente cara a cara después de que una sombra me dejara la pena demencial de los cautivos. Y ver partir los sueños fugitivos con tibia candidéz que el sol besara como si en el olvido se alcanzara la paz entre los puntos suspensivos. Y desde el seco llanto sin misterio abrir los ojos mudos, desolados, frente a la huella insomne de la espina; como un alma que deja el cautiverio y vuelve a ser feliz en los poblados paisajes de la oscura golondrina. Mardy Mesén Rodríguez
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Consola musical
Orgullo de papá que solo nostalgia puedo sentir al consignar este cuento tal y como lo escribió Ana Lucía Ángel Antonio Vásquez López
Tenía como 3 años cuando descubrí en la biblioteca de mi casa un aparato del cual salía música pero no comprendía cómo funcionaba aquél artefacto que me dijo mi papá que se llamaba consola de música. Recuerdo que pasaba grandes ratos contemplándolo y tratando de entender lo que ocurría dentro de él para que se escucharan aquellas bellas tonadas. Era muy interesante, se trataba de un mueble mucho más grande que yo, de color café con beige,tenía grandes teclas, dos perillas y transmitía infinidad de canciones. Mi mamá cantaba muchas canciones de las que salían de esa consola, por ejemplo la de Bule bu, las olas y el viento, sufrir me tocó a mí, la hormiguita, entre otras. Mi papá los fines de semana también entonaba las melodías que brotaban mágicamente de ese artefacto: Mi limón mi limonero, guantanamera, tila y coma. Yo siempre que lo escuchaba sonar, salía corriendo hacia él para tratar de entenderlo, ya que mis hermanos me decían que dentro de él estaban los señores y señoras que cantaban. Recuerdo que me sentaba por largo rato para tratar de ver a las personas en el momento que entraban, pero siempre llegaba tarde… cuando me daba cuenta, ya estaban cantando. En una ocasión, se le cayó una de sus teclas, o tal vez alguno de mis hermanos se la había quitado, dejando úni297
camente una pieza de metal. A pesar de que afectaba su estética, yo estaba muy feliz, porque quedaba un espacio en el teclado que me permitiría observar a los señores que cantaban y tocaban los acompasados instrumentos dentro de la consola diariamente. Además, mi corta estatura sí podría alcanzar el orificio entre el teclado, con tan solo subirme en mi banquito. Fue así, como un día, cuando no había nadie en la biblioteca, jalé aquel banquito, y sigilosamente me subí manteniendo el equilibrio, cual si fuera la estrella de un circo infantil. Mi corazón latía aceleradamente por la emoción de conocer al más afinado elenco que dos diminutas orejitas habían escuchado. Me asomé por el agujero con gran inquietud; había mucha luz pero a pesar de que me acercaba cada vez más, solo podía escuchar más fuerte el sonido de la canción, y para mi desilusión nada que veía a los “viejillos que cantaban”. Con mi dedo índice traté de arrancar otras teclas para ver si tenía mayor visibilidad, pero ¡qué va! estaban muy pegadas. Como que a la consola no le gustó que la tratara de despojar de otra pieza, porque la orquesta dejó de sonar, y más bien fue un señor de voz ronca, que parecía disgustado, el que empezó a narrar un partido de fútbol. Si antes estaba confundida, ahora lo estaba más. Por dónde entró el señor de la voz ronca a la consola y tampoco lo vi llegar. Seguí intentando observar a los personajes, y cada vez que empujaba una tecla y me fijaba en el interior, aparecían más cantantes, narradores y hasta una niña que pedía a San Nicolás juguetes para esa Navidad. Estando en ese torbellino de esfuerzos y dudas, me lleve el dedo a la boca varias veces pensando cómo resolver mi dilema. Fue en uno de esos intentos, cuando toqué con mi dedo humedecido por las babas, el metal de la tecla faltante, lo que 298
provocó que aquel instrumento, como a modo de venganza, me dio tremendo jalonazo que me mandó directo al suelo. Aunque lloré un poquito, no quise decir nada porque podía más mi curiosidad que el susto que me había llevado. Salí corriendo al patio donde estaba mi mamá, y al verme blanca como un papel, me preguntó qué me pasaba, y le expliqué con mi inocencia que el radio me había mordido, lo que provocó sus carcajadas. Luego me revisó el dedo y me llevó a la consola para que le explicara. Fue en ese momento que llegó mi papá y también su contagio de sus carcajadas. Por supuesto que él me revisó y corroboró que no me había pasado nada, sacó su medicina de siempre: un poquito de saliva en la parte que me dolía y un besito, luego nos fuimos juntos a buscar en qué me había golpeado, con su segueta en la mano, por si había que quitar algún pico peligroso de aquel mueble. En la biblioteca les conté lo ocurrido y me explicaron amorosamente que no debía tocar ese aparato porque me había “jalado” y que al bajar las teclas estuve cambiando las emisoras. Sin entender claramente lo que me decían, terminé la conversación pidiéndoles que si me podían avisar cuando llegaran todos los señores que se metían a la consola a cantar para poderlos ver, lo que provocó las carcajadas cómplices de mis progenitores. Fueron muchas las veces que tuve que escuchar a papi y a mami contar esta historia en las reuniones familiares. Ana Lucía Vásquez Rivera
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La Canasta Mágica
Como todos los días, mami fue al espejo a comprobar que estuviese bien linda. Yo, junto a ella, pegada como garrapata, la seguía incesante a todo lado. Ya sabía que hasta al baño debía ir conmigo porque si no, me desgalillaba. Calculo que aún no cumplía mis tres añitos. Se miró al espejo, acomodó su dorado cabello y sonrió al comprobar que ya estaba lista para la llegada de papi de su trabajo. Al transcurrir los minutos la noté preocupada por el retraso de su amado, pero un rato después la angustia desapareció y se transformó en alegría al escuchar el toc toc, de la puerta. Papi llegó cargado de buenas noticias. Lo escuché decir: -Machita: Caldera nos espera, vea lo que traje-, mientras ponía en el suelo una canasta gigante de mimbre, decorada con flores anaranjadas del mismo material, la cual parecía una canasta mágica. Papi le dio un beso a mami, luego otro a mí y me alzó. Yo trataba de ver desde sus brazos, aquel objeto maravilloso, pensando si “Caldera” estaba dentro de él. Mi mamá la abrió lentamente, girando un cierre metálico que tenía al frente. Rápidamente me bajé de los brazos paternales, para estar junto a la canasta. Es capaz que si no estaba a la par, no podría ver a la famosa Caldera. A como pude me asomé dentro de ella … pero pude notar que ahí no estaba Caldera. Mi sorpresa fue descubrir que de su in301
terior, mami empezó a sacar un sinfín de artículos: vestidos de baño para mis hermanos y para mí, también para ella y para papi, sombreros para la playa, sandalias de diversos colores y tamaños, hasta espirales contra sancudos. – No falta nada para el paseo a Caldera- dijo mi mamá, y volvió a dibujar su bella sonrisa. A mami le brillaban los ojos de la alegría, papi estaba feliz y yo que brincaba en una pata porque íbamos a un lugar que aunque no estaba dentro de la canasta, sonaba fascinante porque había que llevar y preparar muchas cosas para llegar a él. Luego se acercaron mis hermanos Toño, Violeta y Diego a ver qué era “esa fiesta de estrenos playeros”, estábamos tan alegres que jalábamos el cesto para un lado y otro de la sala. Mami le dio la cena a papi y luego alistó más cosas y nos fuimos a dormir muy ilusionados para salir temprano al paseo. En la madrugada, cuando todavía estaba oscuro; salimos hacia la estación del tren. Todos íbamos medio dormidos pero felices rumbo a Caldera. Llegamos a la estación y yo decía ilusionada -ahora sí que llegamos a Caldera, pero mis hermanos me aclaraban -Lucy no sea impaciente, todavía no hemos llegado ni siquiera a la estación. No sé qué más pasó, a mí me envolvieron en un bodoque, me subieron al tren y me dormí. De repente me desperté porque al fin estábamos llegando a mi esperada Caldera. El tren se detuvo, me asomé por la ventana y miré una montaña muy alta, nos bajamos ante ese imponente paisaje e iniciamos con mucha emoción la escalada hasta llegar a una casita pequeña pero muy linda - era una cabina que el jefe de mi papá, don Walter Morales, le había prestado- tenía dos habitaciones, una acogedora sala y una terraza donde mi papá y mi mamá nos contaban historias de nuestros antepasados. 302
Papi hizo una primera inspección “preventiva” y luego entramos todos. Éramos los hermanos Toño, Diego, Violeta y yo, papi, mami y por supuesto la canasta mágica de donde salía de todo. Ese día me dediqué a explorar la cabina. Encontré varios juguetitos pequeños de plástico, como los que venían en los famosos “premios de gofio”, eran figuritas de camello, payasitos y un muñequito bebé que por cierto después de jugar escondí en el cesto. En mi exploración también encontré dos cucarachas tan grandes que parecían tortugas y me dio mucho miedo, así que una vez más, me guindé de la pierna de mami para que no me comieran. Luego fuimos al mar, había que caminar bastante pero era toda una hermosa aventura. Conocimos personas que vivían en ese lugar, que vendían huevos, pianguas y hasta vendían una pobre gallinita que había atropellado el tren. También había un perro muy juguetón. Llegamos al mar y me quedé sorprendida de lo enorme que era, no tenía fin. En ese momento pensé que por dicha no habían echado a Caldera en la canasta porque su mar era muy grande y se nos hubiera mojado toda la ropa y las cosas maravillosas que había en ella. Todavía recuerdo a lo que olía la espuma del mar y cómo sonaba ésta después de que pasaba una ola. Aún escucho las risas de mis hermanos cuando jugábamos en la playa o hacíamos alguna travesura. También saboreo en mis pensamientos la sopa que nos hacía mami y escucho las canciones de papi mientras hacíamos las caminatas diarias por los alrededores de Caldera. Fueron muchas las ocasiones después de ésta en las que hicimos viajes a Caldera, siempre en familia, llenos de cariño y de muchas aventuras que siempre llevo en el corazón.
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Ahora estoy segura que la aquella hermosa canasta si era mágica porque caben en ella todos los recuerdos que tengo de mi infancia con mi mamita, mi papito y mis queridos hermanos. Es una canasta que siempre debemos mantener abierta, tanto para ver lo que hay dentro de ella como para depositar allí más bellos recuerdos y refrescarlos para inundar siempre nuestra vida de amor y felicidad y darle siempre gracias a Dios por esa canasta mágica que nos acompaña desde que papi la llevó a la casa. Invito a mis hermanos a sacar alguna historia de la canasta mágica para que la compartan con todos. Ana Lucía Vásquez Rivera
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