Discurso en Academia Militar de West Point, por Ayn Rand.

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“Filosofía: ¿quién la necesita?” Por Ayn Rand. Discurso a los cadetes graduados de la Academia Militar de West Point, New York, 6 de marzo de 1974. A la promoción de graduados de la academia militar de West Point, el 6 de marzo de 1974 Puesto que soy una escritora de ficción, empecemos con una corta historia. Supongan que son astronautas que caen con su nave espacial en un planeta desconocido. Cuando recobren consciencia y encuentren que están gravemente heridos, las tres primeras preguntas en sus mentes serán: dónde estoy, cómo puedo averiguarlo y qué debo hacer. Luego ven un tipo de vegetación extraña afuera y hay aire para respirar; la luz solar parece más pálida y fría de lo que recuerdas. Volteas para mirar al cielo, pero te detienes. Un sentimiento repentino te atrapa: si no miras, no tendrás que saber si –puede ser– estás demasiado lejos de la Tierra y no hay modo de volver; mientras no lo sepas, eres libre de creer lo que quieras –y experimentas una esperanza incierta, agradable, pero algo culpable. Volteas hacia tus instrumentos: pueden estar dañados y no sabes cuán seriamente. Pero te detienes, tomado de repente por un miedo: ¿cómo puedes confiar en estos instrumentos? ¿Cómo puedes estar seguro de que no te guiarán erróneamente? ¿Cómo puedes saber si funcionarán en un mundo distinto? Te alejas de tus instrumentos. Ahora empiezas a preguntarte por qué no tienes deseos de hacer nada. Parece mucho más sencillo esperar a que algo de alguna forma aparezca; es mejor, te dices, no mover la nave. A lo lejos, ves que se acercan unos seres; no sabes si son humanos, pero caminan sobre dos piernas. Ellos, decides, te dirán qué hacer. No se vuelve a tener noticias de ustedes. ¿Esto es fantasía, dices? ¿Que tú no actuarías de esa manera y que ningún astronauta tampoco? Puede ser que no. Pero esta es la forma en la cual la mayoría de los hombres viven aquí en la Tierra. La mayoría de los hombres pasa el día tratando de evadir tres preguntas, las respuestas a las cuales subyace cada pensamiento, sentimiento y acción del hombre, ya sea consciente de ello o no: ¿Dónde estoy? ¿Cómo lo sé? ¿Qué debería hacer?

Al tener la edad de comprender estas preguntas, los hombres creen que saben las respuestas. ¿Dónde estoy? Digamos, en Nueva York. ¿Cómo lo sé? Es evidente por sí mismo. ¿Qué debería hacer? Aquí no están muy seguros, pero la respuesta usual es: lo que sea que todos los otros hacen. El único problema parece ser que no están muy activos, ni muy confiados, ni muy felices – y experimentan, a veces, un miedo sin aparente causa y una culpa indefinida, la cual no pueden explicar o deshacerse. Nunca han descubierto que el problema viene de las tres preguntas sin responder –y que hay una sola ciencia que puede responderlas: la filosofía. La filosofía estudia la naturaleza fundamentalde la existencia, del hombre, y de la relación del hombre con la naturaleza. A diferencia de las ciencias específicas, las cuales tratan sólo los aspectos particulares, la filosofía trata aquellos aspectos del universo que atañen a todo lo que existe. En el campo de la cognición, las ciencias específicas son los árboles, pero la filosofía es el suelo que hace el bosque posible. La filosofía no te dirá, por ejemplo, si estás en Nueva York o en Zanzibar (aunque te daría los medios para averiguarlo). Pero he aquí lo que sí te diría: ¿estás en un universo gobernado por leyes naturales y, por lo tanto, estable, firme, absoluto y cognoscible? ¿O estás en un caos incomprensible, un reino de milagros inexplicables, un flujo impredecible e incognoscible, el cual tu mente es impotente de comprender? Las cosas que ves a tu alrededor, ¿son reales o meras ilusiones? ¿éstas existen independientes de cualquier observador o son creadas por el observador? ¿Son el objeto o el sujeto de la conciencia del hombre? ¿Son lo que son o pueden ser cambiadas por el simple acto de tu conciencia, como un deseo? La naturaleza de tus acciones –y tus ambiciones– serán distintas de acuerdo a cuál conjunto de respuestas vendrás a aceptar. Estas respuestas son provincia de la Metafísica –el estudio de la existencia como tal, o en palabras de Aristóteles, “ser qua ser”–, la rama básica de la filosofía.

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Sin importar las conclusiones a las que llegues, te verás confrontado a otra pregunta corolaria: ¿Cómo lo sé? Puesto que el hombre no es omnisciente o infalible, tienes que descubrir qué puedes llamar conocimiento y cómo probar la validez de tus conclusiones. ¿El hombre adquiere conocimiento a través de un proceso de razonamiento o a través de la revelación repentina por parte de un ser sobrenatural? ¿La razón es la facultad que identifica e integra el material proveído por sus sentidos – o está alimentada por ideas innatas, implantadas en la mente antes de su nacimiento? ¿Es la razón competente para percibir la realidad –o posee el hombre otra facultad cognitiva superior a la razón? ¿Puede el hombre alcanzar certitud –o está condenado a la duda perpetua? El alcance de tu confianza en vos mismo será distinto de acuerdo a cuál conjunto de respuestas aceptes. Estas preguntas son provincia de la epistemología, la teoría del conocimiento, que estudia los medios de cognición del hombre. Estas dos ramas constituyen la base teórica de la Filosofía. La tercera rama, Ética, puede ser vista como su tecnología. La ética no se aplica a todo lo que existe, sólo al hombre, pero se aplica a cada aspecto de la vida del hombre: su carácter, sus acciones, sus valores, su relación con toda la existencia. La Ética, o moralidad, define un código de valores para guiar las elecciones y acciones del hombre –las elecciones y acciones que determinan el curso de su vida. Así como el astronauta en mi historia no sabía qué debía hacer, porque rehusaba saber dónde estaba y cómo descubrirlo, tu no puedes saber qué debes hacer hasta que sepas la naturaleza del universo con el que tratas, la naturaleza de tus medios de cognición y tu propia naturaleza. Antes de que llegues a la Ética, tienes que responder las preguntas formuladas por la Metafísica y la Epistemología. ¿Es el hombre un ser racional, capaz de lidiar con la realidad o es un ciego desamparado que no encaja, un galleta aplastada por el flujo universal? ¿Es posible el éxito y el goce al hombre en la Tierra o está condenado al fracaso y al disgusto? Dependiendo de las respuestas, puedes proceder a considerar las preguntas hechas por la Ética: ¿qué es bueno o malo para el hombre – y por qué? ¿La preocupación primordial del hombre debería ser una búsqueda del placer o un escape del sufrimiento? ¿Debería el hombre sostener la realización o la destrucción personal como meta de su vida? ¿Debería el hombre perseguir sus valores o debería sobreponer los

intereses ajenos a los propios? ¿Debería el hombre perseguir la felicidad o el auto-sacrificio? No hace falta señalar las diferentes consecuencias de estos dos conjuntos de respuestas. Los puedes ver en todos lados –dentro tuyo y a tu alrededor. Las respuestas dadas por la Ética determinan cómo el hombre debería tratar a otros, y esto determina la cuarta rama de la filosofía: la Política, la cual define los principios de un sistema social adecuado. Como ejemplo de la función de la filosofía, la filosofía política no te dirá cuánto gas racionado te tocará en un día de la semana dado –te dirá si el gobierno tiene el derecho a imponer cualquier racionamiento de lo que fuere. La quinta y última rama de la filosofía es la Estética, el estudio del arte, la cual está basada en la Metafísica, Epistemología y Etica. El arte trata las necesidades –el reabastecimiento– de la consciencia del hombre. Algunos de ustedes podrán decir, así como muchos dicen: “Ah, yo nunca pienso en esos términos tan abstractos – yo quiero tratar problemas concretos, particulares, de la vida cotidiana, ¿para qué necesito yo la filosofía?” Mi respuesta es: para poder ser capaces de lidiar con problemas concretos, particulares, de la vida cotidiana – i.e., para poder vivir en la Tierra. Podrás afirmar, como muchos lo hacen, que nunca fueron influenciados por la filosofía. Les pediré que revisen esa afirmación. ¿Alguna vez pensaste o dijiste lo siguiente?: “Nunca estés tan seguro –nadie puede estar seguro de nada.” Esa noción la obtuviste de David Hume (y de muchos, muchos otros), a pesar de que a lo mejor nunca escuchaste hablar de él. O “esto puede ser bueno en teoría, pero no funciona en la práctica”. Esto lo obtuviste de Platón. O “lo hecho fue algo terrible, pero es tan sólo humano, nadie es perfecto en este mundo”. Lo obtuviste de San Agustín. O “esto puede ser verdad para ti, pero no lo es para mí” –de William James. O “¡No podía evitarlo! Nadie puede evitar nada de lo que hace”– de Hegel. O “No puedo probarlo, pero siento que es verdad” –de Kant. O “es lógico, pero la lógica no tiene nada que ver con la realidad”– de Kant. O “es malo, porque es egoísta” –de Kant. ¿Escuchaste decir a los activistas modernos “actúa primero, piensa después”? Ellos lo obtuvieron de John Dewey.

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Algunas personas dirán “Claro, dije esas cosas en distintas ocasiones, pero no tengo que creerlas todo el tiempo. Pueden haber sido verdaderas hoy, pero no lo son hoy.” Esto lo obtuvieron de Hegel. Ellos podrán decir “Consistencia es el Coco de las mentes pequeñas”. Lo obtuvieron de una mente muy pequeña, Ralph Waldo Emerson. Ellos podrán decir “¿pero uno acaso no puede comprometerse y prestar diferentes ideas de diferentes filosofías de acuerdo a la conveniencia del momento?” Lo obtuvieron de Richard Nixon, que a su vez lo obtuvo de William James. Ahora pregúntense: ¿si no están interesados en ideas abstractas, por qué ustedes –y todos los hombres– se sienten compelidos a utilizarlas? El hecho es que las ideas abstractas son integraciones conceptuales que incluyen una cantidad incalculable de concretos –y que sin ideas abstractas tú no podrías lidiar con problemas concretos, particulares, de la vida cotidiana. Estarías en la posición de un recién nacido, al cual todo objeto es un fenómeno único, sin precedentes. La diferencia entre su mente y la tuya reside en la cantidad de integraciones conceptuales que tu mente ha realizado. No tienes elección en la necesidad de integrar tus observaciones, experiencias, conocimiento en ideas abstractas, i.e., en principios. Tu única opción es si esos principios son verdaderos o falsos, si representan o no tu convicción consciente, racional –o una mezcla de nociones seleccionadas al azar, cuyas fuentes, validez, contexto y consecuencias no sabes; nociones que, a menudo, dejarías caer como una papa caliente si supieras. Pero los principios que aceptas –consciente o inconscientemente– pueden entrar en conflicto entre sí; ellos, también, deben ser integrados. ¿Qué los integra? La filosofía. Un sistema filosófico es una visión integrada de la existencia. Como ser humano, no tienes opción acerca del hecho de que necesitas una filosofía. Tu única opción es sobre si defines tu filosofía por un proceso de pensamiento consciente, racional, disciplinado y por una deliberación escrupulosamente lógica –o si dejas a tu subconsciente acumular una pila de conclusiones injustificadas, falsas generalizaciones, contradicciones indefinidas, eslóganes indigeridos, deseos no identificados, dudas y miedos, agrupados por casualidad, pero integrados por tu subconsciente en un tipo de filosofía bastarda y fusionados en un peso único y sólido:inseguridad, como una bola y cadena donde las alas de tu mente deberían haber crecido.

Podrás decir, como muchos lo hacen, que no es siempre fácil actuar sobre principios abstractos. No, no es fácil. ¿Pero cuánto más difícil es tener que actuar sobre ellos sin siquiera saber lo que son? Tu subconsciente es como una computadora –una computadora más compleja que la que el hombre puede construir– cuya función principal es la integración de ideas. ¿Quién la programa? Tu mente consciente. Si evades, si no alcanzas ninguna convicción firme, tu subconsciente es programado al azar –y te entregas al poder de ideas que no sabes que aceptaste. Pero de una forma u otra, tu computadora te imprime resultados, día a día y hora tras hora, en forma de emociones –que son estimaciones relámpago de lo que te rodea, calculadas de acuerdo a tus valores. Si programaste tu computadora con pensamiento consciente, sabes la naturaleza de tus emociones y valores. Si no, no lo sabes. Mucha gente, particularmente hoy en día, afirman que el hombre no puede vivir sólo por la lógica, que está el elemento emocional de su naturaleza a ser considerado, y que ellos se apoyan en la orientación de sus emociones. Bueno, lo mismo hizo el astronauta en mi historia. La broma es sobre él –y ellos: los valores y emociones están determinados por su visión fundamental de la vida. El programador último de su subconsciente es la filosofía –la ciencia que, de acuerdo a los sentimentalistas, es incapaz de afectar o penetrar los difusos misterios de sus sentimientos. La calidad de la salida de datos de una computadora está determinada por la calidad de su entrada. Si tu subconsciente está programado al azar, su impresión tendrá un carácter correspondiente. Probablemente has escuchado el elocuente término de los informáticos, “gigo”: “garbage in, garbage out” (“basura entra, basura sale”). La misma fórmula se aplica a la relación entre el pensamiento del hombre y sus emociones. Un hombre gobernado por sus emociones es como un hombre gobernado por una computadora cuyos datos de salida no puede leer. No sabe si la programación es verdadera o falsa, buena o mala; si está configurada para llevarlo al éxito o a la destrucción; si sirve a sus objetivos o a aquellos de un poder maligno incognoscible. Está ciego en dos frentes: ciego ante el mundo alrededor suyo y ante su propio mundo interior, incapaz de percibir la realidad o sus propios motivos, y está en crónico terror de ambos. Emociones no son herramientas de cognición. Los

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hombres que no están interesados en la filosofía son quienes lo necesitan con más urgencia: están más impotentemente en su poder. Los hombres que no están interesados en la filosofía absorben sus principios de la atmósfera cultural alrededor suyo –de los colegios, universidades, libros, revistas, periódicos, películas, televisión, etc. ¿Quién establece el tono de una cultura? Un pequeño puñado de hombres: los filósofos. Otros le siguen el liderazgo, ya sea por convicción o por defecto. A lo largo de unos 200 años, bajo la influencia de Immanuel Kant, la tendencia dominante en la filosofía ha sido dirigida a una única meta: la destrucción de la mente del hombre, de su confianza en el poder de la razón. Hoy, estamos presenciando el clímax de esa tendencia. Cuando los hombres abandonan la razón, ellos encuentran que no solamente sus emociones no pueden guiarlos, sino que experimentan ninguna emoción excepto una: el terror. La propagación de la adicción a drogas entre los jóvenes, enraizada en las modas intelectuales de hoy, demuestran el insoportable estado interior de hombres que están desprovistos de sus medios de cognición y que intentar escapar de la realidad –del terror de su impotencia para lidiar con la existencia. Observen el pavor de estos jóvenes a la independencia y su frenético deseo de “pertenecer”, de apegarse a un grupo, camarilla o pandilla. La mayoría de ellos nunca han escuchado acerca de la filosofía, pero sienten que necesitan algunas respuestas fundamentales a preguntas que no se atreven a preguntar –y esperan que la tribu les diga cómo vivir. Están listos para ceder el control a cualquier doctor, gurú o dictador.

este país– encontrarás el logro de un hombre, que vivió hace más de 2.000 años: Aristóteles. Si sientes nada más que aburrimiento al leer las teorías virtualmente ininteligibles de algunosfilósofos, tienes mi más profunda simpatía. Pero si los apartas diciendo “¿por qué tengo que estudiar eso si sé que son disparates?” estás equivocado. Son disparates, pero no lo sabés –no mientras continúes aceptando todas sus conclusiones, todas las viciosas frases pegadizas generadas por esos filósofos. Y no lo sabes mientras seas incapaz de refutarlas. Esos disparates tratan acerca de los asuntos de vida o muerte, los más cruciales de la existencia del hombre. En la base de cada teoría filosófica relevante existe un tema legítimo –en el sentido que existe una auténtica necesidad de la conciencia del hombre, el cual algunas teorías tratan de clarificar y otras de ofuscar, corromper, de evitar que el hombre lo descubra. La batalla de los filósofos es una batalla por la mente del hombre. Si no entiendes sus teorías, estás vulnerable a las peores de ellas. La mejor manera de estudiar la filosofía es acercársele como a una historia de detectives: seguir cada huella, pista o implicación, de manera a descubrir quién es un asesino y quién es un héroe. El criterio de detección es dos preguntas: ¿por qué? y ¿cómo? Si una cierta tesis parece ser verdadera, ¿por qué? Si otra tesis parece ser falsa, ¿por qué? y ¿cómo está siendo comunicada? No vas a encontrar todas las respuestas inmediatamente, pero vas a adquirir una característica invaluable: la habilidad de pensar en términos esenciales.

Mi respuesta es: en defensa propia –y en defensa de la verdad, la justicia, la libertad y cualquier valor que hayas sostenido o podrás sostener.

Nada es dado al hombre automáticamente, ni conocimiento, ni confianza en sí mismo, ni serenidad interior, ni la buena manera de usar su mente. Cada valor que necesita o quiere debe ser descubierto, aprendido y adquirido –incluso la correcta postura de su cuerpo. En este contexto, quiero decir que siempre admiré la postura de los graduados de West Point, una postura que proyecta el hombre en un control orgulloso y disciplinado de su cuerpo. Bueno, el entrenamiento filosófico da al hombre la postura intelectual adecuada –un control disciplinado y orgulloso de su mente.

No todas las filosofías son malignas, pero muchas de ellas lo son, especialmente en la historia moderna. Por el otro lado, en la base de cada logro civilizado, tal como la ciencia, tecnología, progreso, libertad –en la base de cada valor que disfrutamos hoy, incluyendo el nacimiento de

En su propia profesión, en las ciencias militares, conocen la importancia de guardar registro de las armas, estrategias y tácticas del enemigo –y de la importancia de estar preparados para responderlos. Lo mismo es cierto en la filosofía: tienes que comprender las ideas del enemigo

Podrías entonces preguntar: si la filosofía puede ser tan maligna, ¿por qué uno debería estudiarla? Particularmente, ¿por qué debería uno estudiar teorías filosóficas que son descaradamente falsas, no tienen sentido, o no tienen relación con la vida real?

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y estar preparado para refutarlas, tienes que saber sus argumentos básicos y ser capaz de destruirlos. En la guerra física, no enviarías a tus hombres hacia una trampa; harías cualquier esfuerzo para descubrir su localización. Bueno, el sistema de Kant es la trampa más grande e intricada de la historia de la filosofía –pero está tan llena de hoyos que una vez que entiendes su truco, puedes desactivarla sin ningún problema y proceder a caminar encima en perfecta seguridad. Y una vez desactivada, los pequeños kantianos –las filas más bajas de su ejército, sus sargentos filosóficos, soldados rasos y mercenarios de hoy– caerán por su propia falta de peso en una reacción en cadena. Hay una razón especial por la cual ustedes, los futuros líderes del Ejército de los Estados Unidos, necesitan estar hoy filosóficamente armados. Ustedes son el blanco de un ataque especial por parte del orden Kantiano-hegelianocolectivista establecido que domina nuestras instituciones culturales en el presente. Ustedes son el ejército del último país semi-libre de la Tierra, pero son acusados de ser una herramienta del imperialismo –e “imperialismo” es el nombre dado a la política exterior de este país, que nunca se comprometió en conquistas militares y nunca se benefició de las dos guerras mundiales, las cuales no inició, pero entró y ganó (fue, incidentemente, una política tontamente sobregenerosa que llevó a este país a gastar su riqueza en ayudar a ambos aliados y sus anteriores enemigos). A algo llamado el “complejo militar-industrial” –que es un mito o peor– se le está culpando por todos los problemas del país. Sangrientos matones de universidades exigen a gritos que las unidades R.O.T.C. (“Reserve Officers Training Corps” o “Cuerpos de Entrenamiento de Oficiales de Reserva”) sean prohibidas en los campos universitarios. Nuestro presupuesto de defensa está siendo atacado, denunciado y recortado por gente que afirma que debería ser otorgada prioridad financiera a jardines de rosas ecológicos y a clases de autoexpresión estética para los residentes de los suburbios. Algunos de ustedes pueden estar sorprendidos por esta campaña y puede estar preguntándose, de buena fe, qué errores cometiste para ocasionarla. Si es ese el caso, es de urgente importancia que entiendas la naturaleza del enemigo. Estás siendo atacado, no por ningún error o falla, sino por tu fuerza y competencia. Estás siendo penalizado por ser los protectores de los Estados Unidos. En un nivel inferior en el mismo asunto, una campaña

similar está siendo dirigida contra la fuerza policial. Aquellos que buscan destruir el país, buscan desarmarlo – intelectual y físicamente. Pero no es meramente un tema político; la política no es la causa, sino la última consecuencia de las ideas filosóficas. No es una conspiración comunista, aunque algunos comunistas puedan estar involucrados –como gusanos beneficiándose de un desastre que no tuvieron el poder de originar. El motivo de los destructores no es el amor por el comunismo, sino el odio a América. ¿Por qué odio? Porque América es la refutación viviente de un universo kantiano. La empalagosa preocupación con la compasión por el débil, el defectuoso, el sufridor, el culpable, es una cortina para el profundo odio kantiano al inocente, al fuerte, al capaz, al exitoso, al virtuoso, al confiado, al feliz. Una filosofía que busca destruir la mente del hombre es necesariamente una filosofía de odio al hombre, la vida del hombre y cada valor humano. Odio a los buenos por ser los buenos, es el sello distintivo del siglo veinte. Este es el enemigo que están enfrentando. Una batalla de este tipo necesita armas especiales. Tiene que ser peleada con un entendimiento completo de tu causa, una plena confianza en vos mismo y la más plena certitud de la rectitud moral de ambos. Sólo la filosofía puede proveerles estas armas. El objetivo que me encomendé para esta noche no es venderles mi filosofía, sino la filosofía en sí. He estado, sin embargo, hablando implícitamente de mi filosofía en cada oración, ya que ninguno de nosotros y ninguna declaración pueden escapar de las premisas filosóficas. ¿Cuál es mi interés egoísta en esto? Estoy lo suficientemente confiada para pensar que si aceptan la importancia de la filosofía y la tarea de examinarla críticamente, será mi filosofía la que llegarán a aceptar. Formalmente, la llamo Objetivismo, pero informalmente la llamo una filosofía para vivir en la Tierra. Encontrarán una presentación explícita de ella en mis libros, particularmente en “La Rebelión de Atlas”. En conclusión, permítanme hablarles en términos personales. Esta noche significa mucho para mí. Me siento profundamente honrada por la oportunidad de dirigirme a ustedes. Puedo decir –no como un banal patriota, pero con completo conocimiento de las necesarias raíces metafísicas, epistemológicas, éticas, políticas y estéticas– que los Estados Unidos de América

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es el más grandioso, el más noble y, en sus principios fundadores, el único país moral de la historia del mundo. Hay un tipo de silencioso esplendor asociado en mi mente con el nombre West Point –porque han preservado el espíritu de esos principios fundadores originales y ustedes son su símbolo. Hubo contradicciones y omisiones en aquellos principios, y puede haberlo en ustedes –pero estoy hablando de los elementos esenciales. Pudieron haber existido individuos en su historia que no vivieron a la altura de sus estándares más altos –como los hay en cualquier institución– puesto que ninguna institución ni sistema social puede garantizar la automática perfección de todos sus miembros; esto depende del libre albedrío del individuo. Estoy hablando de sus estándares. Ustedes han preservado tres cualidades de carácter que eran típicos de la época del nacimiento de América, pero que hoy son virtualmente inexistentes: impetuosidad, dedicación y sentido de honor. El honor es la autoestima hecha visible en la acción.

Algunos de ustedes podrán no estar conscientes de ello. Yo quiero ayudarles a darse cuenta.

Ustedes han elegido arriesgar sus vidas por la defensa de este país. No les insultaré diciendo que están dedicados a un servicio desinteresado –no es una virtud en mi moralidad. En mi moralidad, la defensa de su propio país significa que un hombre no está dispuesto a vivir como el esclavo conquistado de cualquier enemigo, ya sea extranjero o doméstico. Esta es una enorme virtud.

Desde que llegué viniendo de un país culpable de la peor tiranía en la Tierra, soy particularmente capaz de apreciar el significado, la grandiosidad y el valor supremo de lo que ustedes están defendiendo. Por ello, en mi propio nombre y en nombre de mucha gente que piensa como yo, les quiero decir, a todos los hombres de West Point, pasado, presente y futuro: gracias.

El ejército de un país libre tiene una gran responsabilidad: el derecho a usar la fuerza, pero no como instrumento de compulsión y conquista bruta –como los ejércitos de otros países han hecho en sus historias– sino solamente como instrumento de autodefensa de una nación libre, lo cual significa: la defensa de los derechos individuales del hombre. El principio de utilización de la fuerza sólo en retaliación contra quienes la inician, es el principio de subordinar el poder al derecho. Ningún otro ejército del mundo lo ha logrado. Ustedes sí. West Point ha dado a América una larga línea de héroes, conocidos y desconocidos. Ustedes, los graduados de este año, tienen una gloriosa tradición que continuar –la cual yo admiro profundamente, no porque sea una tradición, sino porque es gloriosa.

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