Vida y muerte en arroyo culebro

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Ficha técnica

MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL

EXCAVACIONES

ARQUEOLÓGICAS

Consejo de Administración Presidenta Alicia Moreno Espert

Director de las excavaciones Eduardo Penedo Cobo (ARTRA S.L. Trabajos Arqueológicos)

Vocales José Antonio Campos Borrego Carlos Baztán Lacasa Juan José Echeverría Jiménez Teresa Calatayud Prieto Juan Carlos Elorza Guinea Arsenio Lope Huerta Manuel Peinado Lorca

Codirectores Pilar Oñate Baztán Juan Sanguino Vázquez Colaboradores Rafael Barroso Cabrera Carlos Caballero Casado Jorge Morín de Pablos Mercedes Sánchez García-Arista Fernando Sánchez Hidalgo

Secretaria Teresa Huidobro Infante

Equipo técnico auxiliar Luis Villanova Rodríguez Jean Louis Sztarker MUSEO Director Enrique Baquedano

Excavación de las urnas de incineración Elena Gómez Ruiz Dolores Martín

Jefe del Área de Conservación e Investigación Antonio F. Dávila Serrano

Análisis Antropológico Elena Nicolás Checa

Jefe del Área de Difusión Enrique de Álvaro

Análisis físico-químicos ArqueoCat, S.L.

Jefe de Administración Antonio Esteban Parente

Restauración preventiva Francisca Romero Financiación ARPEGIO

EXPOSICIÓN VIDA Y MUERTE Organiza Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid Comisario Eduardo Penedo Cobo Coordinadores Pilar Oñate Baztán Juan Sanguino Vázquez Jorge Morín de Pablos Restauración Museo Arqueológico Regional Silvia Seguí Nibot Raquel Navío de la Torre Margarita Acuña García Yolanda Gonzalo Alconada Javier Casado Hernández Audiovisual Sono Multivisión Diseño y montaje Jesús Moreno & Asociados

EN

A R R O Y O C U L E B R O (L E G A N É S ) CATÁLOGO Fotografía ARTRA, S.L. Mario Torquemada. Museo Arqueológico Regional Diseño y maquetación Vélera, S.L. Fotomecánica e impresión Da Vinci © Los autores


VIDA Y MUERTE

EN ARROYO

CULEBRO (LEGANÉS)

Del 4 de diciembre de 2001 al 31 de marzo de 2002


VIDA Y MUERTE

EN ARROYO

CULEBRO (LEGANÉS)


PRESENTACIÓN

En la exposición denominada “Vida y Muerte en Arroyo Culebro” se nos muestran dos mundos aparentemente alejados y supuestamente contradictorios: la Arqueología y el Urbanismo. Los ciudadanos madrileños, curiosos y participativos, descubrirán que en realidad no existe tal alejamiento ni contradicción, sino que esta exposición exhibe la unión de dos momentos del recorrido del hombre en la tierra: desde el mundo recóndito del individuo prehistórico en lucha permanente con un medio hostil, hasta la civilización urbana del siglo XXI en que el hombre sociable crea espacios sostenibles para el desarrollo de actividades de toda índole. La tierra, la naturaleza y el subsuelo de nuestra región acogen en su seno las huellas derivadas de la carga de la prehistoria, el vigor del instinto de supervivencia de nuestros antepasados y la cohesión familiar de los primeros núcleos humanos que en el interior de sus viviendas horadadas en la roca se reunían alrededor del fuego, y construían sus vasijas, sus ornamentos y sus armas primitivas como medios y símbolos de protección ante un entorno exterior lleno de peligros y fuerzas hostiles. También la misma tierra, la misma naturaleza y el mismo subsuelo de nuestra región son el soporte de la actividad urbanística que las sociedades desarrolladas promueven para dar cabida al múltiple entramado de actividades complejas y sofisticadas en que se plasman las dinámicas derivadas de la división del trabajo, la economía social de mercado, la protección del medio ambiente, el desarrollo del tiempo libre, y la creación artística. Pero los hombres y las mujeres del siglo XXI, dueños como nunca de su propio destino, se enfrentan también a nuevos retos e incertidumbres, derivados en muchos casos de sus grandes potenciales. La creación de riqueza y el crecimiento económico en el primer mundo, ha generado desigualdades y carencias muy graves en otras partes del planeta. Es por ello por lo que una mirada humilde al mundo de los primeros habitantes de nuestra región tiene también el sentido de la búsqueda del equilibrio, del reparto de los recursos y del respeto a otras etnias, otras culturas y otras creencias. La Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes de la Comunidad de Madrid cumple con el objetivo del aumento del bienestar de los ciudadanos madrileños a través de un conjunto de acciones que se recogen en esta exposición: la regeneración del territorio, la promoción de suelo urbanizado de calidad para viviendas protegidas, actividades empresariales, usos comerciales, culturales, deportivos, etc.; y además demuestra el respeto hacia nuestros orígenes y nuestra cultura más ancestral, por medio de la divulgación de los yacimientos arqueológicos que han sido recuperados con las técnicas más evolucionadas durante el proceso urbanizador. Esta doble mirada al futuro y al pasado justifica y engrandece la inversión pública que la Comunidad de Madrid lleva a cabo en cumplimiento del compromiso que tiene contraído con los ciudadanos madrileños. LUIS EDUARDO CORTÉS MUÑOZ Vicepresidente y Consejero de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes de la Comunidad de Madrid


PRESENTACIÓN

La Comunidad de Madrid viene desarrollando, desde mediados de los años ochenta, una importante labor de protección del patrimonio arqueológico. Se han catalogado un importante número de yacimientos y zonas arqueológicas; se han realizado un gran número de intervenciones de salvaguarda en áreas amenazadas por el crecimiento urbano o por la realización de infraestructuras básicas, y se están llevando a cabo planes de investigación y protección a medio y largo plazo, que permitan conservar este patrimonio para el disfrute de las generaciones venideras. Todo ello, con ser muy importante, no serviría de nada si no ponemos a disposición de los ciudadanos de la Comunidad de Madrid los resultados de estos trabajos. La labor de difusión del patrimonio arqueológico, ya iniciada con la publicación de revistas de carácter científico así como con guías divulgativas, recibió un importante impulso en 1999, con la creación del Museo Arqueológico Regional, nacido con el claro propósito de que los ciudadanos tengan un acceso más directo al conocimiento de su propia historia. Si el Museo Arqueológico Regional cumple calladamente con sus labores propias de custodia, conservación e investigación de los bienes culturales que alberga, sólo es en ocasiones como éstas cuando puede mostrar al público los resultados de sus trabajos, que sirven de elemento catalizador para que diferentes actuaciones confluyan en algo tan visible y cercano al ciudadano como una exposición temporal. De esta manera, la exposición que hoy se inaugura en este Museo tiene como objeto fundamental mostrar al público todo el proceso tanto administrativo como de investigación, así como los resultados de dichas actuaciones, que ha conllevado la puesta en marcha del Proyecto de Urbanización del Plan Parcial nº 5 del Programa de Actuación Urbanística Arroyo Culebro, en el término municipal de Leganés. El hecho de que la promoción de dicho proyecto haya sido realizada por la empresa pública ARPEGIO, de la Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes, añade más valor a la exposición, que se convierte de esta manera, en un excelente ejemplo de colaboración y coordinación de la Administración regional. Si a ello le sumamos la colaboración del Ayuntamiento de Leganés, esta muestra puede ponerse como ejemplo de una actuación coordinada entre las diferentes administraciones con el único fin de permitir el desarrollo urbano en la Comunidad sin olvidar las obligaciones que tiene la Administración en la custodia y protección del patrimonio arqueológico. ALICIA MORENO ESPERT Consejera de las Artes de la Comunidad de Madrid


PRESENTACIÓN

Leganés es un municipio cuya historia conocida, hasta hace unos pocos años, se remontaba a su fundación en el siglo XIII por “vecinos que salieron de los lugares Butaraque y Overa”. A principios del siglo XIX se le anexionaría el hoy despoblado de Polvoranca, en cuyas inmediaciones se han encontrado los restos arqueológicos que se presentan en esta exposición. El Arroyo Culebro y las lagunas cercanas han regado las tierras de Polvoranca desde tiempo inmemorial, propiciando asentamientos humanos desde la antigüedad, caracterizados básicamente por explotaciones de agricultura cerealista y de ganadería ribereña, cuyos vestigios son los que ahora podemos contemplar, que vienen a aumentar de manera importante el conocimiento de la Prehistoria y la Historia de nuestro municipio y sus remotos pobladores. Hoy sabemos, gracias a las recientes excavaciones arqueológicas, que en nuestro municipio se fueron asentando diferentes pueblos, desde el período Calcolítico -hace más de 4.500 años-, hasta la época visigoda, pasando por las edades del Bronce y del Hierro y la época de dominación romana. Los restos presentados en esta exposición corresponden fundamentalmente a la Edad del Hierro, en diferentes períodos cronológicos entre los siglos VIII y II antes de Cristo, a la época romana en los siglos I y II de nuestra era, y a la época visigoda en los siglos VI y VII. Algunos de estos restos son únicos para el conocimiento de ciertos períodos de la Prehistoria y la Historia de la Comunidad de Madrid, lo que hace que su hallazgo tenga una especial importancia no solamente para nuestro municipio sino también para el estudio arqueológico de Madrid, como es el caso de la necrópolis del Hierro I encontrada a muy pocos metros del arroyo. Las excavaciones realizadas y la actual exposición son fruto de la preocupación por la búsqueda, conservación, estudio y difusión del Patrimonio Histórico de nuestro municipio, manifestada tanto por la Comunidad de Madrid como por el Ayuntamiento de Leganés, que debe plasmarse cada vez más en una total colaboración entre ambas administraciones en esta materia. El detallado recorrido de la exposición que realicen sus visitantes, entre los que lógicamente se encontrarán los vecinos de Leganés, les va a aproximar de manera didáctica y pormenorizada al conocimiento de nuestro pasado que cada vez tiene que ser más cercano e instructivo.Y sin duda abundará en un mayor respeto y amor por nuestra Historia, que poco a poco va dibujando la potencialidad del futuro. Desde estas líneas quiero animar, en mi nombre y en el de la Corporación de Leganés, a que todos nuestros vecinos visiten y disfruten de esta exposición y se identifiquen cada vez más con el pasado de la ciudad en la que viven para mejor entender la idea de ciudad que entre todos queremos y debemos construir. Finalmente quiero agradecer al Museo Arqueológico Regional y a su Director Enrique Baquedano, el interés mostrado por el patrimonio arqueológico de nuestro municipio y por su difusión entre los ciudadanos de nuestra Comunidad. JOSÉ LUIS PÉREZ RÁEZ Alcalde de Leganés


ARQUEOLOGÍA PARA TODOS LOS PÚBLICOS

Cuando nos planteamos la conveniencia de organizar una exposición en el Museo Arqueológico Regional sobre los recientes trabajos llevados a cabo en el entorno del Arroyo Culebro, a su paso por Leganés, tuvimos en cuenta varios factores que nos lo hacían muy aconsejable. Antes que ningún otro, el objetivo perseguido es mostrar al gran público que cuando los arqueólogos necesitamos paralizar temporal o definitivamente la realización de obras públicas o privadas, por muy necesarias y aún urgentes que éstas sean, no lo hacemos fruto de un antojo irresponsable, sino instados por el deber ético y científico de salvaguardar el patrimonio arqueológico heredado y del que somos meros transmisores a generaciones futuras o, cuando menos, de practicar una lectura y una copia previa a su destrucción. En efecto, muchas veces comparamos el yacimiento arqueológico que se excava con un códice incunable, cuyas hojas se van quemando a medida que se van leyendo. Hacer una excavación arqueológica consistiría, continuando con el símil, en garantizar la lectura más atenta y la reproducción más fidedigna de esas hojas que se destruyen para, finalmente, poder extraer conclusiones de lo que nos cuenta el manuscrito destruido y asegurar que, en el futuro, otros con más medios técnicos y conocimientos científicos puedan releer esa reproducción y elaborar sus propias conclusiones. Los monjes medievales, gracias a quienes conservamos la cultura escrita grecolatina, gozaron en sus monasterios del sosiego y de la tranquilidad necesarios para copiar fielmente los documentos que la inexistencia de imprentas convertía en únicos. Ese sosiego y esa tranquilidad necesitamos los arqueólogos para trabajar metódica y rigurosamente en las prospecciones y excavaciones previas a las obras de urbanización o de infraestructuras. La confección en los últimos años de documentadas Cartas Arqueológicas, es decir, inventarios de los yacimientos conocidos, nos permite pasar de la arqueología de urgencia o emergencia, que paraliza las obras durante su ejecución, a la arqueología preventiva que se puede adelantar al inicio de las obras. Los poderes públicos y principalmente las Comunidades Autónomas, que son quienes tienen la competencia esencial en la gestión del Patrimonio Arqueológico, deben organizar sus trabajos de remoción del terreno con la planificación y anticipación suficientes para acometer los estudios previos, entre los que se incluyen los arqueológicos, sin agobios. Es fácil comprender lo ingrato y distorsionante que resulta trabajar, de cuerpo y mente, cuando las máquinas hacen sonar sus amenazantes motores junto a la zona en excavación. Afortunadamente, desde que en 1985 la Comunidad de Madrid recibió las competencias en materia de Patrimonio Arqueológico, se han producido avances sustanciales en su tutela, conocimiento científico y difusión. El menor de estos avances no es la creación del Museo Arqueológico Regional llamado a ser el núcleo referencial de la acción cultural arqueológica en la materia. Pero no es menos importante la elaboración desde la Dirección General de Patrimonio Histórico, de la Carta Arqueológica de nuestra Comunidad, cuya metodología ha servido de modelo a los inventa-


rios compilados en otras regiones. Recuérdese que la elaboración provincializada de la Carta Arqueológica española es una aspiración que encuentra su origen a mediados del siglo XIX, alcanzando su hito más reseñable en 1941 cuando se publica la Carta de la provincia de Soria, confeccionada por el insigne arqueólogo D. Blas Taracena Aguirre. De entonces aquí el panorama ha cambiado mucho también en sus aspectos más negativos. La aparición en el mercado de aparatos como los detectores de metales que contribuyen decididamente al saqueo y la destrucción de nuestro acervo cultural, aconsejan la no publicación de estos inventarios y restringir su acceso a los investigadores y a los agentes que obligatoriamente operan en el suelo. Estos, arqueólogos y urbanizadores, pueden y deben servirse de la carta para planificar con suficiente antelación, insisto una vez más, los trabajos de prevención arqueológica. Ahora bien, todo lo hasta aquí dicho no sirve a humo de pajas, tiene como fin último el más profundo conocimiento científico y la mayor difusión pública de nuestro pasado, desde el más remoto hasta el más reciente. La Arqueología entendida no como una ciencia sino como un método de trabajo para aportar información a la construcción de la Historia de la Humanidad, no se ocupa tan sólo de las etapas históricas más antiguas, también sirve como fuente de conocimiento de épocas reciente, e incluso de contrastación física de lo que cuentan las fuentes escritas, muy frecuentemente manipuladas a favor de quien detenta el poder. Pero de muy poco servirían todos estos conocimientos si pasaran a engrosar los archivos y bibliotecas especializadas de uso exclusivo por los investigadores, sin tener una mayor proyección social. Por esto es que el Museo Arqueológico Regional enfoca su programa de exposiciones temporales con un discurso científico, pero con un lenguaje asequible para el gran público. Si no divulgar, si queremos difundir los conocimientos científicos facilitando su comprensión por los nuevos públicos curiosos de la disciplina arqueológica. Por cierto, exponencialmente crecientes. Todos cuantos han colaborado en la organización de esta muestra, reflejadas en la ficha técnica de la exposición, han hecho un importante esfuerzo para hacerse comprender. Un equipo coordinado por el arqueólogo Eduardo Penedo, que primero prospectó la zona del Plan Parcial 5 de Leganés por donde transcurre el Arroyo Culebro, luego excavó los yacimientos localizados y más tarde estudió los materiales antes de depositarlos en el Museo Arqueológico Regional, ha colaborado con el especialista en exposiciones didácticas, y también arqueólogo, Carlos León, para hacer comprensible y ameno lo que el metalenguaje arqueológico convierte en espeso a los ojos del profano. Con todo, la exposición no hubiera sido posible sin la colaboración y apoyo económico de la empresa pública Arpegio, representada por sus directivos Francisco Labayen y Francisco Esquivias, sin olvidar al Director General de Carreteras, Francisco de Águeda, amigo de este Museo, que nos sirvió de enlace. Otro tanto cabe decir del Ayuntamiento de Leganés que, a través de su Concejal de Cultura, Javier Márquez, ha apoyado con entusiasmo la iniciativa para garantizar que los ciudadanos de Leganés tengan acceso al disfrute del conocimiento sobre cómo vivieron y murieron sus antepasados. Para quienes hemos participado en la organización de esta exposición, ha sido un verdadero placer colaborar con gentes que han sacado tiempo de donde no lo tienen para convertir aquella iniciativa en esta realidad. Por cierto, debemos aclarar que el título de nuestra exposición es un pequeño homenaje a un libro “Vida y muerte en Cueva Morín”, que en 1978 escribieron González Echegaray y


Freeman, modélico en lo que a difusión científica de la Arqueología se refiere. Pero dicho título hace alusión a lo que los arqueólogos han descubierto en Arroyo Culebro, una serie de asentamientos con dos poblados prerromanos, habitados por los celtíberos carpetanos, y un conjunto de silos adscritos cultural y cronológicamente al mundo hispanovisigodo.Aquí vivieron los seres humanos.También los arqueólogos han localizado y excavado un cementerio aún más antiguo, una necrópolis del Hierro I en sus postrimerías. Es ésta una etapa escasamente documentada en nuestra zona geográfica y, por ello, su estudio está aportando información de sumo interés científico. En esta necrópolis se cremaban los cadáveres en una especie de hogar llamado ustrinum, y los restos óseos se enterraban dentro de una urna acompañados de un ajuar funerario compuesto por objetos probablemente pertenecientes al difunto. La excavación de este último yacimiento reviste un especial interés por la información que nos suministra sobre unos rituales funerarios escasamente documentados hasta ahora en el territorio de nuestra Comunidad. De mutuo acuerdo con la Dirección General de Patrimonio Histórico nos proponemos organizar periódicamente exposiciones sobre hallazgos recientes en la arqueología madrileña y por eso solicitamos las opiniones y las sugerencias de cuantos visiten esta “Vida y Muerte en Arroyo Culebro” con el afán de mejorar el trabajo cultural y social encomendado a este Museo. Gracias, lector cómplice, por su colaboración. ENRIQUE BAQUEDANO Director del Museo Arqueológico Regional


INDICE

Capitulo I Los yacimientos arqueológicos del Plan Parcial 5 Descripción del proceso de intervención. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 EDUARDO PENEDO COBO. PILAR OÑATE BAZTÁN. JUAN SANGUINO

Capitulo II El entorno natural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 CARLOS FERNÁNDEZ CALVO

Capítulo III Los yacimientos del P.P.5 P.A.U. Arroyo Culebro La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro (Leganés) . . . . . . . . . . . . . 45 EDUARDO PENEDO COBO. MERCEDES SÁNCHEZ GARCÍA-ARISTA. DOLORES MARTÍN. ELENA GÓMEZ RUÍZ

La ocupación de la Segunda Edad del Hierro en el arroyo Culebro (Leganés, Madrid) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 EDUARDO PENEDO COBO. CARLOS CABALLERO CASADO. FERNANDO SÁNCHEZ-HIDALGO

La ocupación romana e hispanovisigoda en el arroyo Culebro (Leganés) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 EDUARDO PENEDO COBO. JORGE MORÍN DE PABLOS. RAFAEL BARROSO CABRERA

Capítulo IV Contexto histórico Arqueología del Arroyo Culebro: apuntes para una revisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187 CARLOS CABALLERO CASADO. SONIA FERNÁNDEZ ESTEBAN

La Edad del Hierro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201 DIONISIO URBINA

La época romana en la Comunidad de Madrid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213 RAFAEL BARROSO CABRERA. JORGE MORÍN DE PABLOS

Las primeras invasiones y la época hispanovisigoda en la Comunidad de Madrid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233 RAFAEL BARROSO CABRERA. JORGE MORÍN DE PABLOS


Capitulo V Analítica Necrópolis de incineración: Arroyo Culebro. Aspectos técnicos analíticos del interior de las urnas cinerarias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255 ELENA GÓMEZ RUÍZ. DOLORES MARTÍN

Análisis antropológico de los restos óseos aparecidos en el yacimiento B P.P.5-P.A.U. Arroyo Culebro (Leganés) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269 ELENA NICOLÁS CHECA

Análisis fisico-químicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293 EDUARDO PENEDO COBO (ARTRA S.L.). ARQUEOCAT S.L.

La conservación de objetos metálicos de los yacimientos del P.P.5 del P.A.U. Arroyo Culebro (Leganés) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313 FRANCISCA ROMERO

Restauración y conservación de los materiales de la exposición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323 JAVIER CASADO HERNÁNDEZ

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 345


Capítulo I

Los yacimientos arqueológicos del Plan Parcial 5 Descripción del proceso de intervención

EDUARDO PENEDO COBO PILAR OÑATE BAZTÁN JUAN SANGUINO VÁZQUEZ


El objeto de la presente publicación es el de plasmar los resultados obtenidos durante unos trabajos de investigación arqueológicos llevados a cabo en una zona de la corona metropolitana de Madrid. El sitio, afectado por planes urbanísticos a corto plazo, se encuentra surcado por el Arroyo Culebro, al sur del término municipal de Leganés, en cuyo entorno inmediato se han localizado y documentado cuatro enclaves de extraordinaria importancia. El origen y la metodología de intervención están marcados por las directrices emitidas por la Dirección General de Patrimonio Histórico-Artístico de la Comunidad de Madrid. El objetivo concreto que se perseguía era la documentación, lo más exhaustiva posible, de los restos arqueológicos localizados en el ámbito de la actuación urbanística. No obstante, el sistema de aplicación del método, los distintos procesos de actuación, la metodología específica y, en parte, las fases de ejecución de los trabajos han sido diseñadas por el equipo arqueológico que desarrolló el estudio (ARTRA, S.L.), a través de diversas propuestas y alternativas, que fueron expuestas a la consideración de la administración competente y del promotor de las obras ARPEGIO. A la hora de definir las distintas fases del estudio arqueológico que se habían de realizar, fue preciso tener en cuenta que para parte del área de intervención se había incoado expediente de Bien de Interés Cultural, con la categoría de Zona Arqueológica, a principio de los años 90. Cuando fue aprobado el Plan General de Ordenación Urbana de Leganés esa incoación de expediente fue tenida en cuenta, estableciéndose tres categorías de protección arqueológica para el término municipal -Zonas A, B y C-, en la primera de las cuales quedó incluida la casi totalidad del área de estudio. De este modo, la primera fase de intervención arqueológica consistió en la realización de una prospección superficial del área de estudio, con objeto de obtener información dirigida a situar en superficie restos de carácter histórico-arqueológico o paleontológico. Contrariamente al desarrollo habitual de estos trabajos, la prospección efectuada se realizó con anterioridad a tener conocimiento de la Carta Arqueológica de Leganés. Todo ello según las directrices de los servicios técnicos de la Dirección General de Patrimonio Histórico-Artístico de la Comunidad de Madrid, que se estimaron para el caso concreto de este proyecto. La consecuencia de este proceso fue la de realizar una prospección de contraste sobre la realizada en el año 1988 (Comunidad de Madrid, 1988), para la elaboración del inventario arqueológico autonómico referido, lo que se tradujo en la localización de varios yacimientos arqueológicos de los que no se tenía constancia, y en la eliminación de varios lugares cuya entidad había sido sobredimensionada en la Carta Arqueológica. El resultado final fue la identificación de nueve zonas de intervención diferencial, cuyo estudio se acometió de acuerdo con lo establecido por el pliego de prescrip-

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Área afección yacimientos Prosp. carta arqueológica 1988 Prospección 1999

Localización de los yacimientos del P.P. 5 y P.P. 6 tras las prospecciones de 1988 y de 1999-2000

ciones técnicas redactado por los servicios técnicos de la Dirección General de Patrimonio Histórico-Artístico de la Comunidad de Madrid, que estipulaba la ejecución de sondeos mecánicos en el 0,5% de la superficie afectada por el proyecto, y de un 2% en los puntos identificados como yacimientos arqueológicos, con el objetivo de analizar la potencialidad arqueológica de los emplazamientos, mediante su documentación y lectura estratigráfica, así como determinar la potencialidad arqueológica del resto del territorio incluido en el proyecto de urbanización. La primera estrategia seguida consistió en establecer ejes de intervención realizando sondeos mecánicos, equidistantes 50 metros, hasta llegar a las áreas donde se ubicaban las potenciales estaciones arqueológicas, donde los sondeos debían establecer los eventuales límites de cada uno de los yacimientos. En la mayoría de los casos esta identificación fue negativa, demostrando que los datos de las pros-

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Descripción del proceso de intervención

Yacimento A

Yacimento B Yacimento C

Yacimento D

pecciones realizadas, tanto en 1988 como en 1999, no eran coincidentes con los que albergaba el subsuelo. Este desajuste entre los resultados de las prospecciones superficiales y los obtenidos en la campaña de sondeos mecánicos pudo ser consecuencia, por una parte, del tiempo transcurrido desde la realización del inventario autonómico (doce años en los que ha habido numerosas alteraciones de la zona tanto por acción antrópica como por efecto de agentes naturales) y, por otra, por las adversas circunstancias en que se debió acometer la campaña de 1999, al final de la primavera, con los cultivos en una fase muy avanzada de su crecimiento.

Resultado final de las excavaciones integradas en el área urbanizada

No obstante, esta primera y breve campaña sirvió para acotar el área de intervención en algunos enclaves, desde la corona exterior del yacimiento, hasta el supuesto centro de los mismos, con sondeos mecánicos que debían alcanzar los niveles geológicos presuntamente estériles. Se delimitaron cuatro asentamientos: una necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro, dos poblados pertenecientes a una fase inicial y avanzada de la Segunda Edad del Hierro, y un hábitat de época Hispanovisigoda consistente en un gran campo de silos y unidades de habitación dispersas. Con el fin de delimitar con mayor precisión estos enclaves registrados en la primavera de 1999, se planteó, para el verano del mismo año, una campaña de sondeos manuales, inicialmente distribuidos en cada yacimiento sobre dos ejes perpendiculares, y que debían detallar los límites de cada uno de los asentamientos y su verdadera entidad estratigráfica, espacial y cronocultural.

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Plano con los cuatro yacimientos Sondeos mayo 1999 Sondeos julio 1999 Sondeo arqueo-paleontológico Delimitación mayo 1999 Delimitación julio 1999 Área excavada campaña 2000

Intervención Arqueológia Plan Parcial 5 Leganés



Finalizadas estas tres fases preliminares (prospección, sondeos mecánicos, sondeos manuales), se pudo abordar con ciertas garantías de éxito la excavación sistemática, en área abierta, de los cuatro yacimientos, hasta alcanzar su total documentación y registro. Esta etapa de la intervención se extendió durante los primeros meses de 2000 y, tras ella, se redactaron las correspondientes memorias de excavación, así como el tratamiento y estudio de los materiales arqueológicos. Una síntesis del resultado de este proceso de investigación se muestra en las páginas que siguen en la presente publicación. Con relación a las medidas correctoras que, a juicio del equipo técnico, debían establecerse para cada uno de los enclaves arqueológicos, dependían en gran medida del estado de conservación de los restos exhumados. Se valoró, en primer lugar, la posibilidad de iniciar un proceso de rehabilitación de los vestigios documentados, bien in situ, bien en lugar distinto al de su ubicación original, que favoreciera la amortización social y cultural de los restos excavados. Sin embargo, el hecho de que los cuatro asentamientos investigados se localizasen en zonas afectadas por el proceso de urbanización, ya que todos ellos se situaban en manzanas de vivienda, o se solapasen parcialmente con los viales; y debido al deterioro de los restos excavados, donde sólo se conservan parcialmente las cimentaciones de los paramentos, no se consideró factible la preservación de los conjuntos arqueológicos en su emplazamiento inicial, y tampoco se juzgó razonable el traslado de los más significativos. De este modo, se planteó un seguimiento arqueológico de los movimientos de tierra generados por los trabajos de urbanización, anteponiendo al mismo una destrucción controlada de las áreas excavadas y su entorno inmediato bajo la supervisión del equipo arqueológico, ante la posible existencia de restos o estructuras marginales en los asentamientos no documentadas durante el proceso de investigación realizado anteriormente. El término destrucción controlada hace referencia al desmantelamiento de las estructuras arqueológicas documentadas. La ejecución de la misma se realiza mediante un seguimiento arqueológico exhaustivo, realizando una nueva fase de documentación cuando se identifican estructuras, niveles o restos arqueológicos diferentes a los ya documentados tras la excavación sistemática. El proceso no finaliza hasta la total documentación de todo el registro arqueológico asociado. Una vez concluidas las diversas fases de intervención se cerró el expediente con la redacción de las memorias correspondientes, por una parte, y con la entrega de los materiales arqueológicos localizados en la sede del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid. A partir de ese momento, la divulgación de cuanto se refiere a los yacimientos arqueológicos depende en cierta medida de la iniciativa de los agentes que intervinieron en el proceso y, en mayor grado, de la labor desarrollada por el responsable directo de la intervención arqueológica. Sobre el director de la actuación recae lo esencial de la labor, destinada a que los resultados de su trabajo salgan a la luz, hecho que (dicho sea de paso) en la mayoría de los casos no se consigue, bien porque la monumentalidad de los restos no es suficientemente atractiva para lograr implicar a los agentes que potencialmente habrían de financiar la publicación, bien porque no se estime correctamente la rentabilidad social y económica que pueda acarrearles la divulgación de esos restos. Sin embargo, la responsabilidad que afronta el equipo arqueológico ante la sociedad debe manifestarse en la divulgación de los resultados arqueológicos. Esta debe ser asumida prioritariamente por la administración, garante última de los bienes

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Descripción del proceso de intervención

arqueológicos. En este caso la colaboración y el entendimiento que han mostrado la Consejería de las Artes, y la Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes, institución de la que depende la empresa pública ARPEGIO, promotora del PAU Arroyo Culebro, supone un ejemplo modélico que merece comentarse. La Consejería de las Artes, a través del Museo Arqueológico Regional, y muy especialmente el director de este museo, Enrique Baquedano, mostraron especial interés desde un principio por la divulgación de los restos arqueológicos documentados y por la publicación de los mismos, más allá de la propia Memoria Arqueológica. Este interés fructificó en una serie de reuniones entre el equipo director de la actuación arqueológica y el director del Museo Regional, que se plasmaron en la propuesta de realizar una exposición divulgativa de los yacimientos arqueológicos y la edición de esta publicación. Este hecho, que plantea la colaboración entre diferentes entes administrativos y divulgativos, supone una paso adelante en lo que se refiere a la documentación, registro y divulgación de los testimonios arqueológicos de nuestra Comunidad. Conjugándose el interés del Museo Regional por la divulgación de los restos con el del Promotor del área urbanizada, la Consejería de Obras Públicas, Transporte y Urbanismo, en financiar el proceso. Se puede extraer como conclusión que, en consecuencia, la publicación de los resultados de intervenciones, que significan la documentación de varias hectáreas de zonas arqueológicas (como en el caso de Leganés, donde la secuencia cronocultural abarca desde la I Edad del Hierro hasta la Edad Media), dependerá del celo que demuestren los agentes implicados en el proceso. El origen del proceso se inicia por la existencia de planes urbanísticos anteriores al hecho mismo de conocer la presencia de restos arqueológicos, y que una vez aprobados son de difícil modificación administrativa, dificultando enormemente la integración de la investigación arqueológica en el planeamiento urbanístico. La administración competente debe establecer unos criterios en cuanto a conservación o preservación de los vestigios arqueológicos, así como velar por que las eventuales afecciones al patrimonio arqueológico sean una realidad que se incluya en el desarrollo de todas las normativas de ordenación del suelo, independientemente de que se tenga constancia o no de la presencia de restos arqueológicos, para no fiscalizar actuaciones futuras sobre ellos.

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Capítulo II

El entorno natural

CARLOS FERNÁNDEZ CALVO


El entorno natural

El medio natural cambia con el paso del tiempo, y es dinámico en sí mismo, puesto que está formado por múltiples factores de gran variabilidad y distinto origen. Un nuevo agente modelador surge con la aparición del Hombre, si bien su huella en los paisajes prehistóricos no llega a profundizar hasta el comienzo del Holoceno, hace unos 10.000 años, cuando la actividad antrópica cambia, se hace productora y se sedentariza. A partir de este hito se realiza la interpretación de la evolución del paisaje en el entorno de los yacimientos excavados en el ámbito del P.P.5. – P.A.U. Arroyo Culebro de Leganés (Madrid), motivo central de esta exposición. El territorio en el que se sitúan las cabeceras de los dos pequeños cursos fluviales que son el arroyo de Butarque y el arroyo Culebro tendría por entonces un aspecto muy diferente al que hoy se percibe. El medio físico no ha sufrido grandes cambios geológicos desde entonces. Esta parte de campiña de la Depresión del Tajo, de materiales detríticos terciarios que cubren lomas y llanos, y con aportes cuaternarios en los valles, mantiene hoy su perfil ondulado. Sin embargo, las condiciones del clima fueron más variables, con un efecto correspondido en la manifestación de las comunidades biológicas, y especialmente notable en el paisaje vegetal. Tras las peores condiciones de frío y aridez del último período glacial, ocurridas hace unos 18.000 años, de forma gradual se produce una mejoría climática que significa la transformación de las comunidades vegetales dominantes (hasta entonces formaciones de aspecto abierto, probablemente con plantas como Artemisia, quenopodiáceas y algunos pinos, enebros y sabinas, otorgando un aspecto tipo estepa o páramo) por otras que permanecían agazapadas en refugios y abrigos naturales, a la espera de condiciones más benignas, los bosques de Quercus principalmente. Esta alternante progresión/regresión del paisaje vegetal sucedió en toda Europa al compás de la secuencia de períodos glaciales e interglaciales del Cuaternario, si bien las condiciones del relieve de la Península y su posición meridional posibilitaron esa misma serie a escala altitudinal, facilitando la existencia de una mayor diversidad y número de enclaves refugio. Nos situamos entonces en el actual período interglacial, con un óptimo climático situado entre 13.000 y 10.000 años. Parece probable que los bosques de Quercus de encinas y quejigos se expandieran rápidamente a partir de los refugios sitos al pie de los macizos montañosos. Aún así serían también muchos los emplazamientos que impidieran el desarrollo de Quercus y otras frondosas, permitiendo el mantenimiento de clareos con pastizales y formaciones arbóreas abiertas más xéricas, así como toda una sucesión de etapas seriales del bosque de quercíneas. Dadas las especiales condiciones de los suelos, los valles fluviales también suponían un límite al desarrollo de especies como Quercus. Por entonces dichos valles debieron ser muy fluctuantes, con amplias llanuras de inundación formadas por el desbordamiento de las aguas, un ritmo al que se amoldaba un bosque de galería de anchura y composición igualmente variable. En las pequeñas cuencas del Butarque y el Culebro, más si consideramos que los yacimientos excavados están próximos a la cabecera de este último, probablemente existiera una ribera de llanura de

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inundación con olmos, fresnos, álamos, chopos, sauces y tarajes, así como muchas lianas como el lúpulo, la rubia, la brionia, si bien se establecería un contacto más o menos intenso con las formaciones del llano a medida que se perdiera la influencia en el terreno de las aguas del subsuelo. En las riberas se sucederían además espacios más abiertos, praderas juncales y carrizales en las zonas de encharcamiento somero, y tramos más profundos con aguas abiertas. Más allá de 10.000 años tuvo lugar un breve empeoramiento del clima, sobre todo en lo que se refiere a la falta de lluvias, una aridez que produjo ligeras modificaciones en el bosque de Quercus, facilitando una mayor presencia en su seno de encinas frente a quejigos, e incorporando a Juniperus y pinos. Los clareos del bosque debieron extenderse como páramos y estepas.Y en las riberas se produciría una disminución de la galería y una mayor presencia de las frondosas, que encontrarían en los valles y en las umbrías de cerros y lomas el refugio necesario. Parece que la huella del Hombre se hace notar en el paisaje coincidiendo con una nueva (y definitiva) expansión del bosque de Quercus, hace 8.000 - 7.000 años, periodo este conocido como Atlántico y a partir del cual se admite que el paisaje vegetal de la Península ha sufrido sólo ligeras modificaciones naturales hasta la actualidad. Desde aquí también se otorga una importante continuidad del clima, ya típicamente mediterráneo, con inviernos largos, húmedos y fríos, con muchas heladas, y veranos tórridos de prolongadas sequías. Pero, ¿y el Hombre y su cambio de comportamiento?, ¿que papel desempeñó en la evolución del paisaje del entorno del Arroyo Culebro?. El paisaje en alternancia de bosques y clareos se mantenía estable hasta entonces, sólo perturbado por desastres naturales tipo incendio, y en equilibrio con la acción ramoneadora de los herbívoros. El hombre nómada, recolector y cazador, no interfería activamente en la fisionomía del bosque más que para obtener combustible, aunque es probable que practicara ya algunos desbroces y rozas locales con el fin de potenciar más los clareos, lugares más favorables para la práctica venatoria de ungulados (ciervo, jabalí, uro,...) y conejos. El aporte cárnico que proporcionaba la caza a la dieta humana se complementaba con la recolección de los recursos que ofrecía la naturaleza, huevos de aves y cangrejos de río recogidos en las riberas y marjales; frutos otoñales como los del majuelo, el rosal silvestre, las setas y las bellotas, éstas sin lugar a dudas uno de sus principales aportes nutricios del momento; hojas y tallos suculentos de los cardos estivales; hierbas, bulbos y tubérculos primaverales. Durante el estiaje de los cursos fluviales, y en las zonas más someras el resto del año, el hombre también practicaría la pesca utilizando su ingenio y alguna planta ictiotóxica, represando pequeños tramos en los arroyos y vertiendo el producto machacado del gordolobo en las pozas. La obtención de barbos, bogas y demás peces nativos estaba asegurada.También debieron conservar buena parte de lo recolectado para el invierno, ahumando la carne y el pescado y guardando el excedente de frutos secos en rincones de los abrigos que habitaban durante los momentos más desfavorables. El manejo de útiles líticos y óseos es la característica principal de la industria de entonces, materiales tipo astas y grandes huesos de las extremidades de los herbívoros que cazaban, así como sílex recogidos en pequeños enclaves del territorio en donde afloraban junto a arcillas y arcosas. Más allá en el tiempo, de alguna forma el hombre descubre el control sobre los rebaños y el manejo de algunas legumbres y cereales; comienza a cambiar sus hábitos y empieza a producir: es el origen de la agricultura y la ganadería, en el Neolítico.

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El entorno natural

A partir de aquí la acción degradativa sobre nuestros bosques cobró una nueva dimensión. En la búsqueda de nuevos terrenos para el pastoreo y las prácticas agrícolas itinerantes, el pastor-agricultor utilizó el fuego como aliado para ir aclarando los bosques de llanura, ganando terreno para el paisaje abierto. La acción ramoneadora de unos rebaños aún semidomesticados sobre los rebrotes tiernos de los arbustos quemados (el matorral mediterráneo tiene un gran capacidad de regeneración tras la quema), iría completando la deforestación de pequeñas parcelas, aunque también existirían masas de bosque que serían aclaradas progresivamente, como en un proceso de adehesamiento. Los rebaños utilizaban los pastos naturales de manera extensiva, y es muy probable que en un inicio el pastor tuviera que actuar como semicazador cuando deseaba obtener su carne. Incluso debió seguir una pauta migratoria, de desplazamientos a escala local, según ocurrían las fluctuaciones periódicas de los herbívoros. La manipulación del paisaje y la obtención de pastos a su antojo les permitía controlar de alguna manera a caballos, uros, cabras,... En cualquier caso, y según se producía el proceso de amansamiento, el hombre continuaba ejerciendo parte de su papel de cazador-recolector, no sólo para abastecerse de unos productos que ya no eran tan esenciales para su existencia, también para evitar la competencia con diversos depredadores que antaño debieron ser abundantes en el entorno de los yacimientos, el lobo y posiblemente el oso. La diversidad de la fauna de estos territorios de la Depresión del Tajo debió ser considerable, dada la importante variedad de biotopos que albergaba: en los cursos del Butarque y Culebro y en sus galerías de ribera se refugiaban las nutrias, forzadas a emigrar hacia el vecino Manzanares en los períodos de mayor estiaje; los encharcamientos en las vegas cubiertos de altas gramíneas eran idóneos para la nidificación de fochas y pollas de agua, así como para pequeñas garzas; en las suaves lomas de los valles, donde el crecimiento de los olmos desaparecía por la falta de humedad en el suelo, para dar paso a encinas y quejigos, allí se formaban orlas de matorrales espinescentes, de zarzas, rosales, majuelos, esparragueras, saúcos, coscojas, excepcionales cubiles para carnívoros como el lince ibérico, el tejón, el zorro; los clareos con árboles dispersos y dominados por pastizales de aspecto estepario en zonas venteadas de las planicies, llanuras en las que abundarían la avutarda, el sisón y la liebre, y clareos entre bosques en los que ocurrirían berreas y roncas de ciervos y corzos; los matorrales ralos en los suelos desfavorecidos por una creciente deforestación y pérdida de suelo; el mosaico de bosques arbolados y manchas arbustivas, el hábitat por excelencia de aquel momento histórico en el que tendrían abundante presencia todas las especies actuales del bosque mediterráneo. Sobre toda esta fauna depredaba el hombre cazador, utilizando todo tipo de útiles y trampas. Seguramente organizarían batidas comunales para la captura de las presas mayores, a las que acorralarían en zonas pantanosas de los valles o dirigirían hasta la situación de las trampas. La captura de presas menores estaría más supeditada a la caza individual y al trampeo. Los animales de pelo serían aprovechados además para la obtención de pieles y cueros que servirían como vestimenta y abrigo, materiales adaptados a su uso mediante un proceso de curtido que implicaría conocer las propiedades curtientes de plantas como las encinas y coscojas, con cortezas ricas en taninos.

La quema de matorrales y riberas contribuyó a la extensión de los pastizales

El ramoneo exagerado por parte del ganado limitó la regeneración del matorral y de las masas forestales

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Sin embargo, según avanza el tiempo (Calcolítico, hace 5.000 años; inicio Edad del Bronce, hace 4.000 años) se consuma el cambio de cultura con la confirmación de las labores agroganaderas. La caza y la recolección pasan a ser actividades complementarias de una agricultura que se aplica en terrenos favorables de las llanuras, formados por arcosas, arenas y arcillas marrones, materiales ligeros, fértiles y fáciles de arar, con una importante estructura de suelo evolucionado dado el carácter forestal original de la zona. Los períodos de labor debieron ser muy laxos, por lo que tras la obtención de una cosecha es probable que se optara por ocupar otra nueva parcela, abandonando la anterior y favoreciendo así la aparición de claros para el pastoreo de los rebaños. La presencia de unos valles suaves con amplias llanuras de inundación supondría una condición excepcional para el mantenimiento de una pequeña cabaña ganadera de carácter familiar o de clan. Las condiciones de humedad edáfica facilitarían el crecimiento de pastizales verdes a lo largo de buena parte del año, un aporte complementado en invierno con el ramoneo sobre el arbolado y los arbustos de la ribera. Bajo este prisma es fácil entender aquí el inicio del proceso de deforestación que aconteció en las riberas, dada la mayor presión ganadera existente, que no por la actividad agraria, muy limitada en los fondos de valle por los continuos anegamientos y la naturaleza de los materiales aluviales cuaternarios, muy duros y difíciles de trabajar con los aperos rudimentarios del momento.

Los enclaves inundables en la llanura del Arroyo Culebro albergaban una variada fauna

En plena Edad del Bronce, entre 4.000 y 2.800 años, la expansión agraria alcanza un gran auge. Los asentamientos humanos se hacen más duraderos y aumentan en tamaño, quizás debido al comienzo de la estabulación de un ganado, ya doméstico, que forma parte activa de las labores más duras, como animales de tiro y carga. Además evoluciona notablemente la tecnología agrícola con la aparición de la metalurgia. Se crean espacios en las cabañas que funcionan como silos para almacenar grano y legumbre; emplazamientos en las cercanías de manantiales del valle, y quizás cuevas excavadas en este inicio de la minería, son utilizados como lugares frescos para la elaboración de quesos. Parece muy probable que alrededor de los poblados establecidos en pequeños cerros del terreno, muchas veces asomados a los valles, se creara una amplia zona despejada dedicada a la labor agrícola, pero también deforestada por la obtención directa de leña, madera para la construcción de primitivas cabañas, etc. Estas zonas despejadas también abastecerían a los pobladores de plantas de uso cotidiano, más enfocadas ahora al desarrollo de la expresión étnica que a la cuestión culinaria: cardos cuajaleches para la fabricación de los quesos; saponarias de las riberas para hacer jabón; amapolas (rojo), azulejos (añil), gualdas (amarillo), y otras plantas para la elaboración de tintes con los que decorar la cerámica trabajada, la ropa, en rituales,...; fibras obtenidas de cardos, esparto, varetas de mimbre y fresno, lino, todas plantas utilizadas para confeccionar telas mediante hilado, cuerdas, cestería,...; cardadores de lana de las inflorescencias secas de la cardencha; candelas y mechas para antorchas a partir de las hojas de la candelaria, secas y embadurnadas de grasas animales; e incluso plantas con principios activos capaces de ensalzar la espiritualidad, como el beleño negro y la hierba de San Juan. Los efectos de la presión agroganadera sobre el paisaje ya debían ser bastante notorios cuando comienza la Edad del Hierro, hacia 800 años a. C. Si bien la superficie de áreas naturales despejadas (depresiones endorreicas, planicies de exposición

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venteada,...) y otras deforestadas por la acción humana (parcelas de cultivo, baldíos de suelos decapitados, pastizales,...) no debía ser continua, sí existiría ya un amplio contraste de mezcla entre los hábitats forestales y los esteparios. Las zonas de vega del Butarque y el Culebro mantendrían un importante aspecto forestado hacia el cauce, si bien las zonas más retiradas de la olmeda se encontrarían algo empobrecidas por la ingente presión ganadera. En cualquier caso, este territorio en el que se asienta los yacimientos, incluido por los clásicos en la Carpetania, no estaría muy poblado y sus moradores se limitarían a una labor productivista meramente de subsistencia. Parece que los asentamientos se situarían en las elevaciones de los valles, a caballo entre las zonas agrícolas y ganaderas de la planicie y la foresta de las riberas, y cercanos a manantíos y surgencias de agua dulce. Todos estos cambios graduales originaron otros cambios cualitativos en la composición de la fauna del entorno, desplazamientos de los carnívoros hacia las forestas y matorrales, algunos sometidos a tal presión que incluso pudieron desaparecer por la acción cinegética y la pérdida del hábitat, y generalización de las especies de los campos abiertos, muchas de ellas un importante recurso alimenticio, como perdices, codornices, liebres, conejos, etc. Incluso en este momento histórico se establece una cierta conexión de culturas ibéricas que pudo facilitar el establecimiento de los primeros cultivos exóticos, procedentes del Oriente próximo europeo y asiático a las costas mediterráneas de la Península, y posteriormente llevadas hacia el interior. Es el caso de plantas como el cáñamo, la caña, el almendro, la higuera,... El proceso de iberización se rompe con la irrupción del mundo romano en estas tierras del interior peninsular, a mediados de la segunda centuria a.C. De este momento histórico existen diversas versiones que relatan el aspecto del paisaje de la Carpetania, con variedad de apreciaciones. Así, algunos autores atestiguan la existencia de “llanuras secas bordeando cursos fluviales despejados” y “montes bajos sobre cerros que dominan áridas llanuras”, frente a los que opinan que “la península Ibérica podía ser cruzada de norte a sur por una ardilla sin poner las patas en el suelo”. Ante estas dos versiones tan encontradas, y atendiendo a la evolución prehistórica de la cultura humana, en el entorno de los yacimientos de Arroyo Culebro es probable que existiera un paisaje de planicie coronada por alineaciones de lomas siguiendo las cuencas de los pequeños cursos fluviales, y con algunos cerros testigo dispersos. Las masas de quecíneas estarían sufriendo una deforestación selectiva que ahuecaría el bosque; en muchos enclaves de la planicie aparecerían matorrales propios de la degradación de encinares y quejigares, carrascales, retamares, con pies más propios de las estepas naturales, pinos y enebros dispersos; y cuanto mayor degradación, tomillares y espartales. Y entre estas formaciones, en los aledaños de los asentamientos, parcelas de labor agrícola. Las primeras laderas tendentes hacia el fondo del suave valle también mostrarían cierta degradación, así como algunos tramos de la ribera, en los que tras la eliminación por ramoneo y corta de los árboles se estaría favoreciendo la formación de amplios marjales e hileras de carrizo. Estas plantas tipo caña, junto con las retamas, serían asiduamente utilizadas para la construcción de las techumbres de las austeras cabañas de los poblados.

El proceso de ahuecamient de las masas forestales conduciría inicialmente a muchas de ellas al estado de dehesas

El campo de espartos prolifera tras la degradación del encinar de la zona. Se trata de una especie utilizada en la elaboración artesanal

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Durante más de dos siglos se suceden las disputas entre los pueblos indígenas y los romanos, primero, y entre los mismos romanos después, un largo período en el que sin duda la acción beligerante provocó no pocas alteraciones de masas arbóreas con objeto de edificar nuevos asentamientos fortificados. Por entonces el desplazamiento de los grupos faunísticos de carácter nemoral debió ser grande, especialmente hacia otros medios regionales más agrestes en el norte y en el este, un hecho que se intensificaría durante la romanización absoluta de la comarca, cuando la actividad agrícola alcanza su mayor apogeo. El aporte de tecnologías agrícolas desarrolladas por los romanos facilitó la transformación de más zonas de la llanura a un ritmo superior; incluso se puso en práctica un sistema de canalizaciones, riegos, pozos, drenajes, etc., que posibilitó entre otras cosas la consecución de algunos suelos de la vega. Algunos productos comienzan a despuntar, como la producción del aceite de olivo y la explotación de la vid que, aunque ya existían como especies silvestres (acebuche y parra, respectivamente) en zonas del centro y sur peninsular, no es hasta la llegada de los romanos que comienzan a implantarse como cultivos generalizados. El paisaje de la planicie tiende cada vez más a la formación abierta y al dominio de los pastizales y cultivos, a lo largo de los siglos de ocupación romana. Las villas comprendían entonces un asentamiento principal y otros muchos menores, estos últimos en los que desarrollaban su existencia los sometidos pobladores originales, en cabañas que aún se construirían con materiales similares a los de siglos atrás, adobes y tapiales para los muros, mástiles de madera de encina, pino, quejigo, y techumbres en las que se imbricaban ramajes diversos, cañas y carrizos, y manojos de retamas. Parece probable que por entonces las masas boscosas empezaran ya a menguar significativamente en la planicie, y se restringieran más a las laderas de los cerros, a los barrancos y arroyadas, y a las depresiones fluviales. Pero este auge de la agricultura entró en profunda crisis con la llegada de los primeros bárbaros a la Península, allá por el siglo V d. C. La mayoría de las villas romanas fueron destruidas y las explotaciones agrícolas pasaron a segundo plano, en una época de continuos escarceos que provocó el abandono de los campos y una mayor presencia de la actividad pecuaria. Este hecho supuso sin duda la recuperación de muchas tierras, hasta entonces labradas, a la superficie forestal, si bien la acción del ganado extensivo y la propia de los herbívoros naturales de entonces, junto con el empobrecimiento de los suelos tras varios siglos de cultivo, impidió el desarrollo de los bosques frente a la generación de mayores pastizales. Los siglos posteriores, de islamización y Reconquista, supusieron potenciar las prácticas ganaderas en el centro peninsular, sin duda alguna por la inestabilidad del momento, con los consiguientes perjuicios para la vegetación natural y el avance de los paisajes abiertos. Por otra parte, la llegada de los musulmanes supuso también la entrada de nuevos elementos botánicos, de uso agrícola, hortícola o simplemente ornamental, algunos todavía presentes en la zona, como las cambroneras que se suceden en algunas orillas de viejos arroyos, las moreras utilizadas como arbolado de sombra, etc. Desde entonces las últimas masas forestales de la región estuvieron siempre en regresión, una transformación que cuenta con diversos avatares históricos que explican, de manera puntual pero muy intensa, procesos de deforestación que condujeron a la obtención del paisaje actual. Sin duda alguna que el desarrollo de la Mesta tuvo algo de peso en ese proceso de deforestación generalizada en multitud de zonas del centro peninsular, una porción

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El entorno natural

del territorio que canalizó el trasiego ganadero trashumante por algunas de las más importantes cañadas y cordeles medievales. Otro hito importante en la evolución del paisaje de estas tierras debió ser el descubrimiento de América, que produjo un incremento notabilísimo en la demanda de madera para la construcción de la ingeniería naval que perduraría hasta varios siglos después. De entonces también es la entrada de nuevas especies hortícolas como el tomate, la patata, el pimiento. Más adelante, con la Desamortización (siglo XIX) se dio un nuevo giro a la explotación de estos territorios; se fomenta la colonización de los mismos y la puesta en práctica de amplios campos de cultivo de secano, en detrimento de la ganadería y los pastizales. Pero la modificación definitiva del paisaje natural de este territorio acontece en el siglo XX, con la promulgación de consignas y acciones de lucha contra “las zonas pantanosas insalubres” que motivan la desecación de humedales, el drenaje de las llanuras de inundación de los ríos y la transformación de las riberas, ganadas definitivamente para la agricultura con la mecanización del campo; la artificialidad que se otorga a los cursos fluviales mediante la canalización de los cauces; la transformación del paisaje vegetal debida a la entrada de elementos exóticos introducidos por el hombre con fines productivistas para las industrias maderera y del papel, plantaciones ordenadas de chopos en las vegas, rodales de pinos austeros plantados en mitad de las llanuras herbosas, etc. La mecanización del campo, que se acelera a partir de los años sesenta, supone la transformación definitiva del territorio, debido a la sustitución de los aprovechamientos poco intensivos por cultivos donde se han acrecentado los aportes externos en forma de abonos, pesticidas, etc. La diversidad del territorio disminuye, puesto que la tierra se cultiva casi todos los años y desaparecen los linderos de separación de fincas y los pocos árboles supervivientes. Cuando no se alcanza el proceso final de urbanismo e industrialización actuales, que caracteriza el ámbito de actuación del P.A.U. Arroyo Culebro. Sirva este último estadio evolutivo o de transformación del territorio para regenerar el cauce y márgenes del arroyo Culebro, recordándonos lo que fue hace un pasado muy cercano.

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CapĂ­tulo III

Los yacimientos del P.P. 5 Arroyo Culebro (LeganĂŠs)


La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro (Leganés)

EDUARDO PENEDO COBO MERCEDES SÁNCHEZ GARCÍA-ARISTA DOLORES MARTÍN DÍAZ ELENA GÓMEZ RUIZ (ARTRA S.L.TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS)



La intervención arqueológica en el yacimiento “D”1, forma parte de los trabajos previos comprendidos en el Plan Parcial 5 (P.P.5), que a su vez se engloba dentro de la actuación del Plan de Actuación Urbanística (P.A.U.) Arroyo Culebro, en el municipio de Leganés (Madrid). Tras la localización de los yacimientos arqueológicos a través de una primera fase valorativa consistente en la prospección, excavación de sondeos mecánicos y manuales en la totalidad del P.P.5, se ha documentado una necrópolis de incineración adscribible a la Primera Edad del Hierro. La necrópolis está constituida por una pequeña concentración de fosas que se disponen en una extensión de unos 400 m2. Se han excavado un total de 32 fosas de enterramiento compuestas por las urnas cerámicas que contienen los restos de cenizas y huesos, además de los ajuares funerarios que acomapañaban a los difuntos.

YACIMIENTO D LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA El proceso evolutivo del modelo de intervención llevado a cabo durante los catorce meses de investigación arqueológica previa a la ejecución del Plan Parcial 5 de Leganés, ha permitido documentar una necrópolis de incineración adscrita a la Primera Edad del Hierro. La zona donde se localiza el yacimiento se encuentra al Sur del arroyo de la Recomba o Culebro, a unos 150 metros del curso fluvial. El entorno esta caracterizado por la presencia de una serie de suaves elevaciones, de apenas 15 metros de desnivel sobre el propio cauce del arroyo, aunque la necrópolis se emplaza en el mismo fondo de valle. Se trata de una extensión totalmente horizontal limitada al Este por la carretera M-407, con una altura media que oscila entre los 663 y 664 m. Señalar que la identificación de este enclave ha sido de manera casual, directamente determinado por la documentación en otros dos sectores del mismo yacimiento de un hábitat de cronología hispanovisigoda, el cual presentaba claros indicios materiales en superficie. De esta manera, las primeras fases de intervención arqueológica, consistentes en la realización de una prospección superficial del área de estudio, así como una campaña de sondeos mecánicos y manuales, permitieron identificar fragmentos cerámicos, partículas de carbón y restos óseos, cuya adscripción cultural no pudo definirse en aquel momento. La gran densidad de poblamiento en el ámbito de intervención, de segmento cronocultural amplio, desde la Edad del Hierro hasta época hispanovisigoda, con gran cantidad de elementos muebles dispersos en superficie, dificultó de manera ostensible la interpretación correcta de la necrópolis en estas fases iniciales. No fue hasta la fase de excavación sistemática realizada en este sector a partir de uno de los sondeos manuales que había ofrecido resultados positivos, cuando se identificó la necrópolis de incineración. Con el fin de delimitar con mayor precisión este enclave, se subdividió el Sector C en cuadrículas o unidades básicas de intervención de 4 x 6 metros. En el proceso de 1

Inventario en Carta Arqueológica Yac.D (74/153).

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excavación se siguió un registro estratigráfico, utilizando fichas de registro para describir con mayor detalle las unidades deposicionales y estructuras documentadas. En el caso de esta necrópolis, teniendo en cuenta que la correcta recuperación y registro de todos los elementos asociados era de fundamental importancia, se decidió, tras una cuidadosa delimitación de las fosas de enterramiento, la extracción en bloque de cada uno de ellos para la posterior excavación de las urnas en el laboratorio. Este proceso ha conllevado optimizar los resultados, ya que en la excavación se han empleado los más rigurosos y avanzados métodos analíticos. Así pues, la lectura que se hace a continuación, debe complementarse con la descripción técnico-analítica que se realiza en el capítulo V, sobre el proceso de excavación de las urnas realizado en laboratorio.

DOCUMENTACIÓN DE RESTOS ESTRUCTURALES No es mucho lo que conocemos acerca de los enterramientos de la Primera Edad del Hierro en la región madrileña; y es esta escasez, valorada en contraposición por una parte al buen número de poblados adscritos a dicho periodo y por otra al supuesto pequeño tamaño de éstos, lo que ha hecho pensar que los cementerios podrían haber tenido escasa relevancia (Blasco, C. y Lucas, M.R., 2000). La necrópolis de incineración del yacimiento D documentada a orillas del Arroyo Culebro, es la primera excavada en extensión en la comunidad de Madrid (Artra, S.L., 2000; Penedo et al. e.p), y aunque su estado de conservación ha estado determinado por su emplazamiento, aporta datos de especial relevancia para el conocimiento de esta etapa. Ocupa una posición en el entorno que facilita la destrucción de los elementos integrantes de los enterramientos, al localizarse en el fondo de valle del arroyo Culebro. Mencionar la incidencia de factores postdeposicionales de tipo mecánico, fundamentalmente el arado, en el estado de conservación de los restos; como consecuencia, la mayor parte de los elementos documentados permiten individualizar unidades estructurales cerradas (tumbas completas). De las cubiertas por ejemplo, sólo en algunas tumbas se han identificado indicios, y es posible que se hayan ido desmontando y retirando para facilitar el paso de la reja del arado y/o incluso se hayan reutilizado en momentos posteriores, ya que la zona ha estado habitada durante mucho tiempo como se ha podido demostrar (Penedo, Caballero, Oñate, Sanguino, 2000). Por otra parte, la ausencia de documentación de una delimitación perimetral de la necrópolis y la incidencia de estos factores postdeposicionales, impide asegurar que el numero de enterramientos que han sido los excavados no fuera mayor. De cualquier manera todos estos factores inclinan a ser cautelosos en la interpretación que hacemos de los restos, los cuales, en el estado en el que han llegado hasta nosotros, reflejan de forma necesariamente sesgada las costumbres funerarias de las personas que aquí fueron enterradas. Como se ha dicho anteriormente, se abordó la intervención en el sector C del denominado “yacimiento D” sin sospechar siquiera la existencia de esta necrópolis de incineración, puesto que los materiales cerámicos significativos o que ofrecían alguna información en cuanto a cronología recogidos en las fases preliminares hacían referencia fundamentalmente a periodos posteriores. Como puede deducirse de la magnitud y el estado de conservación de los restos no es extraño que a las unidades estratigráficas superficiales no hayan aflorado fragmentos cerámicos suficientemente grandes como para poder ser identificados en prospección, como

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La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Sondeos mayo 1999 Sondeos julio 1999 Delimitación mayo 1999 Delimitación julio 1999

Necrópolis de incineración Hierro I

Área excavada campaña 2000

Sector C

Sector B

Hábitat hispanovisigodo

Sector A

Yacimiento D (74/153) 49


tampoco lo es el que la disposición de las tumbas así como su concentración en un espacio relativamente pequeño y alargado haya impedido su localización en las fases de peritación preliminares. El proceso de excavación se inició con la retirada manual de la unidad estratigráfica superficial en la zona que abarcaba el primer replanteo del sector, y posteriormente bajo esta unidad se excavó de forma extensiva la unidad 136 asociada a la deposición de los elementos funerarios, también generalizada, y en la que se documentaron restos materiales de cronología contemporánea producto de la intrusión del nivel superficial como consecuencia de las roturaciones del terreno. En esta unidad se comenzaron a detectar las primeras 10 tumbas. La posición del conjunto de tumbas en el sector exigió el replanteo y ampliación de éste, y así se hizo hasta completar una superficie aproximada a los 400 m2. Replanteado el sector, el proceso de excavación fue similar al empleado en la zona anterior, pero tanto el carácter de la intervención como el lamentable estado de conservación de los restos, obligaron a trasladar estos últimos al laboratorio para ser excavados allí en mejores condiciones. La técnica utilizada consistió en individualizar cada uno los enterramientos en planta, cortando el terreno circundante de cada fosa, desgajando el conjunto completo de la fosa para su traslado. De esta forma, se limpió todo el área para poder documentar en planta la forma y disposición de los hoyos que contenían los enterramientos, buscando al mismo tiempo los límites del cementerio, límites que desafortunadamente no se encontraron. De los elementos estructurales que componían las tumbas sólo se han conservado simples hoyos y algunas piedras que en ocasiones calzaban las urnas (T. 27). En varios casos las manchas correspondientes a las fosas aparecían en planta “geminadas”, documentándose en su interior los restos de dos enterramientos; así sucede en las tumbas 3, 10-11, 13-24 y 15-16, si bien el hoyo de la tumba 16 no contenía restos. Otra de las unidades estructurales detectadas fue la 71; en planta se presentaba como una mancha de color gris oscuro y mayores dimensiones que los hoyos de las tumbas y de contorno irregular aunque de tendencia oval, en la que aparecían huesos calcinados dispersos y algunas acumulaciones de éstos, así como algún pequeño fragmento cerámico. Durante su excavación se documentaron numerosas piedras de cuarcita de mediano tamaño (10-15 cm.) con indicios de haber soportado altas temperaturas, igual que se ha constatado en estructuras similares localizadas en el interior de espacios funerarios de otras zonas peninsulares (Lorrio, 1997). Se han documentado además esquirlas igualmente calcinadas de cuarcita, piezas que también se recogieron durante el proceso de excavación del interior de las urnas. Es más que probable por tanto que estos restos, sin orden aparente, puedan corresponder a un ustrinum. Necrópolis. Proceso de excavación, documentación y extracción

50

Desde el punto de vista de los elementos que las integran, el número de tumbas documentadas permite asegurar que existen al menos tres tipos de enterramien-


La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

tos: depositados directamente en el suelo sin ajuar asociado; depositados en el suelo con un recipiente invertido a modo de tapa; o depositados en urna. En este mismo sentido, los enterramientos en fosa de forma oval o “geminados”, pueden considerarse dentro del primer grupo.A pesar de que aunque en el campo no haya podido constatarse si se trataba de enterramientos simultáneos o consecutivos, parece lógico pensar que haya existido una relación de proximidad o parentesco en vida entre los difuntos lo que determine la existencia de estas tumbas. Se documentaron además hoyos integrados en el área de enterramiento que no contenían huesos incinerados, ni restos de urnas, ni tampoco de ofrendas y que podrían ser tal vez tumbas expoliadas (T. 16, 28 y 29). De los elementos que cerrasen las urnas y/o de las cubiertas o señalización exterior de las tumbas tampoco puede decirse mucho salvo la existencia de algunas, escasas, piedras sobre o en las proximidades de los hoyos (planta) que a veces se alinean (T. 15-16). El estado de conservación de este conjunto estructural impide también hablar con suficiente seguridad sobre su caracterización o la planificación de un espacio funerario para el que además no se han encontrado límites materiales. En cuanto a esta última cuestión, sin embargo, si se pueden mencionar algunos aspectos: el hecho de que el eje mayor de las tumbas dobles tiene una dirección aproximada oeste-este, que esta misma dirección podría apreciarse además en otras series de tumbas (planta, T 9, 19 y 18; 20, 27 y 21; 25 y 26), y que también el conjunto, sobre todo considerando los tres enterramientos que se documentaron en último lugar, parece orientarse en esta dirección. En todo caso la estructura interpretada como pira funeraria se encontraría al sudoeste de todo este espacio.

Tumba 27

También en relación con la planificación de la necrópolis cabe preguntarse por la existencia o no de grupos significativos de tumbas; sin embargo, antes de que las agrupaciones posibles (en planta) puedan tenerse en cuenta como elementos argumentales en el análisis socioeconómico y/o de parentesco de la población a la que representan, habrá que profundizar más en el estudio de las urnas y los ajuares, sobre todo a nivel tecnológico. En cuanto al ritual de cremación, destacar el caso de la Tumba 2. Individuo infantil al que le han introducido como ofrenda funeraria algunos restos previamente seleccionados de un ovicaprino sin trazas de haber sido consumidos.

CULTURA MATERIAL En cuanto a la cultura material que aporta la necrópolis, puede afirmarse una buena representación de objetos metálicos, casi exclusivamente de bronce y que en ningún caso son armas, sino de uso personal repartidos en aproximadamente un tercio de los enterramientos; otros ajuares constaban exclusivamente de pequeños vasos cerámicos en su mayoría cuencos y formas troncocónicas, y sólo en un caso se trataba de una cazuelita. Tipológicamente se pueden describir al menos siete formas cerámicas: urnas de perfil bitroncocónico suavizado, cocciones mixtas y acabados lisos y en un caso con carena; urnas ovoides de fabricación y tamaño diversos; cuencos pequeños con umbo basal, mamelones perforados cerca del labio y engobes rojos; cuencos de

51


U.E. 73 U.E. 202

U.E. 74

U.E. 72 T. 3 T. 7 T. 6

T. 2

U.E. 70

T. 5

T T. 29

T. 4 T. 1

U.E. 71 T. 17

U.E.

U.E. 179 U.E. 137 U.E.

Planta de la necr贸polis

0

1m


T. 14

T. 12

T. 16

T. 10 T. 11

T. 8

T. 13

T. 15

T. 28

T. 27 T. 9

T. 24

T. 20 T. 23

T. 19

178

T. 22

T. 21 T. 18

T. 25 T. 26

153

T. 31

T. 32 T. 30


mayor tamaño, paredes finas y pasta y superficies cuidadas; vasos troncocónicos de tamaños diversos, a veces muy abiertos (T. 24-2) de facturas más o menos toscas, tratamiento superficial bruñido o espatulado; cazuela de pequeñas dimensiones y carena a media altura, forma de la que se contabilizan dos representantes con excelente bruñido como acabado superficial de unas paredes sensiblemente delgadas; urna de forma globular con ligera carena en S y base plana (T-32). Señalar la presencia de elementos arcaizantes, tales como las carenas, que se documentan tanto en urnas como en pequeños cuencos de ofrenda; otro elemento característico es la aparición de mamelones perforados; asimismo, aparecen otros elementos de suspensión semejantes, como orejetas perforadas, de mayor tamaño, y alguna de ellas incrustada en la pasta. Los elementos decorativos consisten fundamentalmente en el cepillado y espatulado, que aparece en el interior y/o exterior de varias urnas. Otro motivo que se ha documentado propio de la Edad del Hierro son las incisiones. Todos los objetos metálicos suntuarios documentados son de bronce, excepto un elemento de hierro junto a la tumba 32; señalar que algunos huesos presentaban huellas e improntas de color ferruginoso. Los materiales que más abundan son brazaletes2, anillos, espiras de fíbula, una fíbula de doble resorte en muy buen estado (encuadrable en el tipo 3B según la tipología de Argente Oliver), unas pinzas de depilar y dos fragmentos de broches de cinturón. En una de las tumbas (17), se ha documentado un hueso trabajado, en concreto una tercera falange de carnívoro con una perforación realizada con punzón. Por último, es considerable la cantidad de elementos líticos introducidos en las urnas, aunque no constituyen piezas de industria lítica como tal.

INTERPRETACIÓN Las características técnicas y morfológicas del conjunto de materiales cerámicos quedarían cronológicamente adscritas a la Primera Edad del Hierro3, horizonte en el que dominan las cerámicas lisas. Las formas metálicas documentadas, prácticamente todas realizadas en bronce, los brazaletes, la fíbula de doble resorte, las pinzas de depilar o las placas de cinturón son tipos sencillos, de los más sencillos, y sin decoración, considerados antiguos o de larga duración dentro de la Edad del Hierro (Argente, 1987; González Zamora, 1999). El conjunto estructural constituye el primero de los yacimientos funerarios de ésta época excavado en la Comunidad de Madrid. Una buena parte de los materiales documentados están presentes en yacimientos próximos (Blasco y Baena, 1989; Blasco, Sánchez, y Calle, 1988), y más alejados de cronología similar (Arenas, 1999; Blasco, Alonso, 1983; Carrobles, Ruíz Zapatero, 1990; García Carrillo, Encinas, 1987 - 1990; Mena, 1984;) y aunque sin duda habrá que hacer todavía muchas otras reflexiones acerca del significado de este conjunto de enterramientos de incineración, está claro que a pesar de no estar completo, su existencia pone de relieve la importancia que tiene ya en este momento el Arroyo Culebro, manteniendo núcleos de hábitat estable y que a juzgar por sus materiales están bien relacionados con el exterior. La excavación de 2 3

54

La Tumba 32 cuenta en su interior con 22 brazaletes de bronce. TL-04062001. Edad convencional: 2750 +/- 275 BP. Tumba 24. TL-05062001. Edad convencional: 2750 +/- 275 BP. Tumba 32.


La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

esta necrópolis supone un valioso documento que contribuirá seguramente a la caracterización del Hierro Antiguo en la región de Madrid y su entorno.

T1-1

Tumba 1

T2-2

T2-4

T2-3

Tumba 2

T2-1

1409

1412

T3-O

T3-E

Tumba 3

55


T5-2

T5-1

T5-3

Tumba 5

T6-2

T6-1

Tumba 6

T7-1

1415

Tumba 7

1419

T9-1

Tumba 9

Tumba 10

56

T10-1

1418


La necr贸polis de incineraci贸n de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

T11-1

T11-2

Tumba 11

T12-1

Tumba 12

T14-4

T14-3

Tumba 14

T15-2

T15-1

Tumba 15

1420

1421

1422

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1427 1426

T17-1

Tumba 17

57


1429

T18-1

Tumba 18

1430

T19-1

Tumba 19

1433

1432

T20-1

Tumba 20

1435 1436

T21-2 T21-1

Tumba 21

T22-1

Tumba 22

Tumba 23

58

T23-1


La necr贸polis de incineraci贸n de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

T24-8

T24-1 T24-2

Tumba 24

T26-1

Tumba 26

1464

1463

Tumba 31 1453

1455

1454

1456

1457

1458

1442

1443

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1460

1461

1462

1448

1450

1449

1452

T32-2

1444

1446

1445

1447 T32-1

Tumba 32

59


La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

CATÁLOGO

Urna cerámica Tumba 1 74/153/T1-1 diám. 24,5 x 27 x 11 cm alt. 18,7 cm

Tumba 2

Urna cerámica Tumba 2 74/153/T2-1 diám. 21,2 x 22,1 x 10 cm alt. 30 cm

61


Vaso troncocรณnico Tumba 2 74/153/T2-2 diรกm. 26,2 x 9,2 cm alt. 8 cm

Vaso troncocรณnico Tumba 2 74/153/T2-3 diรกm.16 x 5,6 cm alt. 8 cm

Cuenco Tumba 2 74/153/T2-4 diรกm.13 cm alt. 7 cm

62


La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Urna cerámica Tumba 5 74/153/T5-1 diám. 13 x 19 x 9 cm alt. 17,5 cm

Cuenco Tumba 5 74/153/T5-2 diám. 10,5 cm alt. 5,3 cm

Vaso troncocónico Tumba 5 74/153/T5-3 diám. 21 x 6 cm alt. 6,5 cm

63


Tumba 9

Pinzas Tumba 9 74/153/1418 long. 6,5 cm anch. 0,7 cm

FĂ­bula de doble resorte Tumba 9 74/153/1419 long. 9,5 cm

64


La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Urna cerámica Tumba 10 74/153/T10-1 diám. 23,5 x 8,7 cm alt. 12 cm

Urna cerámica Tumba 11 74/153/T11-1 diám. 17,6 x 10 cm alt. 8,7 cm

Urna cerámica Tumba 12 74/153/T12-1 diám. 23,5 x 10 cm alt. 13 cm

65


Urna cerรกmica Tumba 15 74/153/T15-1 diรกm. 22 x 10,5 cm alt. 11,5 cm

Tumba 17

Urna cerรกmica Tumba 17 74/153/T17-1 diรกm. 20,5 x 23 x 8 cm alt. 16 cm

66


La necr贸polis de incineraci贸n de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Broche de cintur贸n Bronce Tumba 17 74/153/1426 long. 9,2 cm gr. max. 0,3 cm

Aro Bronce Tumba 17 74/153/1427 di谩m. 3,2 cm gr. max. 0,4 cm

Tumba 20

67


Vaso troncocรณnico Tumba 20 74/153/T20-1 diรกm. 14,2 x 6 cm alt. 5,3 cm

Urna cerรกmica Tumba 21 74/153/T21-1 diรกm. 15 x 9,5 cm alt. 11 cm

Cazuela carenada Tumba 21 74/153/T21-2 diรกm. 12 x 12 cm alt. 6,2 cm

68


La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Urna cerámica Tumba 24 74/153/T24-1 diám. 26,5 x 6 cm alt. 16,2 cm

Urna cerámica Tumba 26 74/153/T26-1 diám. 15 x 6,3 cm alt. 11 cm

Tumba 32

69


Urna cerรกmica Tumba 32 74/153/T32-1 diรกm. 19 x 22 x 8,5 cm alt. 15 cm

Cazuela carenada Tumba 32 74/153/T32-2 diรกm. 11 x 11,6 cm alt. 5 cm

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La ocupación de la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro (Leganés)

EDUARDO PENEDO COBO CARLOS CABALLERO CASADO FERNANDO SÁNCHEZ-HIDALGO (ARTRA S.L.TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS)



Las intervenciones arqueológicas en los yacimientos “A” y “C”1, forman parte de los trabajos previos comprendidos en el Plan Parcial 5 (P.P.5), que a su vez se engloba dentro de la actuación del Plan de Actuación Urbanística (P.A.U.) Arroyo Culebro, en el municipio de Leganés (Madrid). Las escavaciones realizadas han documentado dos poblados de la Segunda Edad del Hierro. Se ha tratado de manera individualizada cada uno de estos yacimientos, para la correcta lectura de cada uno de los elementos documentados, facilitando así su exposición e interpretación.

YACIMIENTO A LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA El proceso evolutivo del modelo de intervención llevado a cabo durante los catorce meses de investigación arqueológica previa a la construcción del Plan Parcial 5 de Leganés, ha permitido documentar un hábitat adscrito a una fase inicial de la Segunda Edad del Hierro. La zona donde se localiza el yacimiento se encuentra al Norte del arroyo de la Recomba o Culebro, a unos 600 metros del curso fluvial. El entorno esta caracterizado por la presencia de una serie de suaves elevaciones, de apenas 15 metros de desnivel sobre el propio cauce del arroyo. La primera fase de intervención arqueológica, consistente en la realización de una prospección superficial del área de estudio, documentó una gran dispersión de restos materiales en un área de unas 12 ha., lo que a priori determinaba encontrarnos ante una zona correspondiente a una compleja dispersión de hábitats. Los materiales documentados eran diversos, desde tegulas, cerámica común, con una adscripción desde época tardorromana a altomedieval, hasta materiales cerámicos de cocción reductora muy rodados con una periodización adscribible a la Edad del Hierro, y algún fragmento de TSHT. Señalar que la zona de intervención se sitúa próxima a la Polvoranca, lugar donde se localizan gran número de yacimientos de diversa tipología y segmento cultural. La segunda fase de actuación en la que se debían establecer los eventuales límites de cada uno de los enclaves, consistió en la excavación de sondeos mecánicos; se documentaron diversos hallazgos materiales y estructurales, acotando un área de dispersión del posible hábitat de forma mucho más concreta, que abarcaría un ámbito menor a 1 ha. Con el fin de delimitar con mayor precisión este enclave, se propuso realizar una delimitación de los restos arqueológicos con procedimientos y metodología arqueológica estratigráfica manual, que representase, por un lado, una acotación espacial más fiable del asentamiento; y, por otro, un mayor conocimiento del carácter tipológico, estructural y cronológico de los restos. 1

Inventario en Carta Arqueológica Yac.A (74/150), Yac.C (74/152).

73


Tanto los restos materiales (cerámicas oxidantes con decoración pintada, cerámicas de pastas reductoras con decoraciones estampilladas e incisiones), como los estructurales (restos de dos posibles cimentaciones de muros, posibles niveles de uso, restos de adobes, etc), indicaban la existencia de un hábitat encuadrable en la Segunda Edad del Hierro. Finalmente se acota un área de dispersión del asentamiento de unos 3.000 m2. Se excavaron un total de 15 cortes estratigráficos de 3 x 2 metros, localizando al menos dos zonas con evidencias arqueológicas: una zona de focalización del hábitat, con niveles arqueológicos constatados en posición primaria; y una zona marginal con una alta concentración de restos materiales y en contexto estratigráfico postdeposicional de carácter secundario. Finalizadas estas fases preliminares de intervención (prospección, sondeos mecánicos, sondeos manuales), se pudo abordar con ciertas garantías de éxito la excavación sistemática, hasta alcanzar su total documentación y registro2. A continuación se pasa a referir los resultados de esa campaña de excavación.

DOCUMENTACIÓN DE RESTOS ESTRUCTURALES El yacimiento A se trata de un enclave en un pésimo estado de conservación, del que apenas se han conservado restos estructurales, situándose cronológicamente en una fase inicial de la Segunda Edad del Hierro. La última fase de intervención arqueológica tenía por objetivo sacar a la luz y documentar la totalidad de los restos estructurales que se habían conservado en este yacimiento. El hecho de que estas tierras hubieran sido cultivadas continuamente, desde tiempos lejanos, y el hallazgo de grandes cantidades de material cerámico en contextos de carácter secundario provenientes del yacimiento, hacía presagiar la destrucción cuando menos parcial -que al final resultó casi total- de la mayor parte de las estructuras. La aparición de diferentes huellas de arado, por debajo de la unidad estratigráfica superficial y la escasa potencia de los niveles arqueológicos, indicaba que el emplazamiento había sufrido diversas fases de alteraciones por los laboreos agrícolas, desde un momento indeterminado, pero bastante antiguo; sin embargo, el hábitat estaba tan deteriorado que no se han documentado más que leves indicios de que allí debió haber viviendas asociadas a los restos de hogares que sí se han preservado. La excavación se planteó en tres áreas de actuación, denominadas Sector A, Sector B y Sector C. La primera, y principal, ocupando una extensión aproximada de 675 m2, se realizó con una apertura en área, para la cuál previamente se planteó un reticulado cartesiano, cuyos ejes se orientaban de norte a sur y de este a oeste. Los otros dos sectores se excavaron completamente en extensión, sin realizar reticulado, al ser zonas colmatadas con niveles estratigráficos deposicionales en posición secundaria, que rellenarían una depresión del terreno. Se subdividió el Sector A en cuadrículas o unidades básicas de intervención de 4 x 6 metros, hasta la zona más oriental de este Sector A, en que, por razones espaciales, se excavaron cuatro catas de 4 x 4 metros. En el proceso de excavación se siguió un registro estratigráfico, utilizando fichas de registro para describir con mayor detalle las unidades deposicionales y estructuras documentadas. 2 ARTRA, S.L. (2000): Memoria final. Excavación arqueológica yacimiento A- nº 74/150. Plan parcial nº 5 del PAU Arroyo Culebro, Leganés (Madrid), (Memoria de excavación inédita, depositada en la Consejería de Las Artes de la Comunidad de Madrid)

74


La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Sondeos mayo 1999 Sondeos julio 1999 Delimitación mayo 1999 Delimitación julio 1999 Área excavada campaña 2000

Sector B

Sector C Sector A

Yacimiento A (74/150) 75


Para la correcta interpretación del proceso erosivo y sedimentario que perfila la caracterización del Yacimiento A señalar que, de un modo general, el ámbito ocupado por el asentamiento, la base natural geológica presenta una inclinación direccional NO-SE, lo cuál no ha supuesto la preservación de las estructuras del yacimiento. Sí cabe observar una acumulación de restos arqueológicos algo mayor hacia el centro y este, pero la escasa potencia del registro ha producido su destrucción por causas antrópicas a través de los tiempos. Tras la excavación del Sector B del yacimiento se observó la existencia de una pequeña vaguada, con una orientación en la dirección de la pendiente SO-NE. La colmatación de la misma parece haber sido realizada en un mismo momento. Dicho nivel postdeposicional del yacimiento, parece haber servido para realizar una nivelación de la zona, debida precisamente a la existencia de la depresión preexistente, de la cuál no sabemos su auténtico uso. Se puede especular con que pudo servir como laguna o abrevadero del ganado que pudo ser la base económica del poblado aquí asentado, pero en ese caso, la estratigrafía del relleno sería más compleja y clara, con diversas capas de limos, y arenas, algunas de las cuáles contendrían restos óseos de fauna, que en este caso no se han documentado. Cabría pensar, que posteriormente al uso durante época antigua, la misma fuera desecada hasta que en épocas postreras sería colmatada, precisamente con tierras procedentes sobre todo del nivel antrópico asociado al hábitat del Hierro (no hay intrusiones de material moderno, por lo que la explanación del terreno no puede ser muy reciente). Vista general del Sector A

El Sector C, guarda prácticamente la misma inclinación direccional en la base geológica de arenas arcillosas que el A, no documentado restos estructurales ni niveles arqueológicos en posición primaria. Centrándonos en el Sector A, encontramos las fases más antiguas del yacimiento, definidas por una serie de hoyos practicados en las arenas del geológico. Se ubican en la zona de la ampliación practicada en el lado suroeste de esta parcela, y no parecen haber sufrido grandes alteraciones. La mayor parte del Sector A, se encuentra colmatado por niveles dispersos con gran concentración de cenizas, asociados espacialmente con la ubicación de restos de hogares, consistentes en vertidos de los mismos junto con restos orgánicos (carbones y huesos) o inorgánicos (restos materiales), y ahora conforman un nivel extendido debido al laboreo agrícola de la zona.

Ampliación SW y Hogar

76

Parece documentarse un poblamiento continuado del hábitat, aunque los niveles de cenizas en ocasiones están por debajo de algunas de las estructuras definidas como hogares, que se corresponderían con las últimas fases del yacimiento; además, sobre el abandono de las estructuras constructivas, de las que no han quedado restos de sus fases de destrucción o cese de actividades, se han producido tantas alteraciones traumáticas a lo largo del tiempo, y ya desde época antigua, que ni los niveles estratigráficos documentados, pueden aportar datos significativos respecto de las mismas.


La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

No se han detectado en este yacimiento unidades estructurales de relevancia tales como restos de estructuras tipo cabañas o derrumbes bien definidos. Se constata la presencia de un nivel homogéneo formado por restos de adobes, la mayor parte carbonizados, en la ampliación SW del sector A. Este nivel estaría asociado a un hogar (U.E.27) y una estructura subterránea (Fondo I) localizada en esta zona. Este nivel formado por restos de adobes se ha interpretado como posible nivel de uso, habiéndose perdido por completo las estructuras verticales, y quedando circunscrita dicha unidad en un área de unos 16 m2, perdiéndose en el resto de una manera brusca, ya que salvo en la cercanía del hogar, el cuál corta este nivel, no se vuelve a detectar.

Hogar U.E.23

En la zona más oriental del yacimiento A, se concentran la mayor parte de los hogares encontrados, habiendo una proximidad evidente entre los mismos. Se han documentado cuatro estructuras de fuego definidas (U.E.23, 32, 33 y 34). La mayoría de los hogares tienen forma circular u oval y tres de ellos conservan sus superficies endurecidas por la acción de las altas temperaturas, que han cocido el barro o adobe de las mismas. Estructuras similares halladas en el yacimiento de Fuente el Saz del Jarama (Madrid), se dice que no tuvieron un uso reiterado, ya que ni la tierra de su base aparecía endurecida por las altas temperaturas, ni había indicios de humos en los muros en los que se apoyaban (Blasco, M.C., 1986-87); no es este el caso, ya que sí se observan varias fases de uso. En los yacimientos excavados, la tónica común es que haya siempre alrededor de dichas estructuras, una capa de cenizas más o menos extendida, dependiendo de la entidad del asentamiento, y en algunos casos existiendo desde pequeñas cubetas, hasta grandes basureros colmatados de cenizas, que en algunos casos, y al formar depósitos cerrados se han conservado casi tan sueltas (sin mezclarse con la tierra) como lo estarían en el momento de su vertido. En el Sector A se localiza un segundo grupo de hogares, compuesto por tres (U.E.28, 29, 30), cada uno con una forma y características diferentes, y pertenecientes a diferentes fases de ocupación, al menos los dos más distantes (U.E.28, 30), que podrían ser coetáneos, respecto al central o U.E.29. El primer hogar se encuentra absolutamente destruido (U.E.28), quedando tan solo la huella del mismo, sobre las arenas arcillosas del geológico, consistiendo en una forma oval realizada con argamasa de cal y arena, con un ancho de unos 1012 cm. de “pared”, y un diámetro mayor de la elipse de unos 50 cm. y el menor de unos 35 cm. El espacio interior tenía una coloración cenicienta no muy obscura. El segundo de los hogares (U.E.29), se conservaba también seccionado, habiéndose perdido la superficie original y parte de la planta de la estructura; pero aún se observa que debió de ser cuadrangular y revestido de igual manera que el anterior. La situación más elevada respecto a los otros dos, nos indica su uso posterior. El hogar siguiente (U.E.30), es circular, con revestimiento cerámico muy afectado por las altas temperaturas, casi carbonizado y ennegrecido, pero aún compacto. Dicha cobertura tenía un ancho de pared bastante fino: unos 2 ó 3 cm., y el diámetro de la estructura era de 50 cm. Se documentaron cenizas y carboncillos, de color negruzco en el interior, y en general, todo el área alrededor de los hogares conservaba la dis-

Hogar U.E.30

77


U.E. 30 U.E. 28

U.E. 40 U.E. 29

U.E. 6

U.

U.E. 3

U.E. 5

U.E. 51

U.E. 49

U.E. 43

U.E. 55 U.E. 27

U.E. 45

U.E. 41 U.E. 47

Yacimiento A. Sector A 0

1m


U.E. 40

0

.E. 7

U.E. 22 U.E. 23

U.E. 15

U.E. 34 U.E. 17 U.E. 33 U.E. 32

U.E. 40

U.E. 40

U.E. 40


persión de cenizas de éstos, aunque muy mezcladas ya con la tierra debido a la escasa potencia de los restos. No se han documentado otro tipo de restos estructurales a los descritos, ni se ha podido interpretar la posible existencia de estos debido al escaso registro arqueológico conservado.

CULTURA MATERIAL CERÁMICA:

Los restos exhumados contienen una proporción parecida de cerámicas bastas y de cerámicas más tratadas y de mayor calidad. Entre las primeras, destacan las realizadas a mano en cocciones reductoras y alternantes, con desgrasantes gruesos y medios de cuarzo y sílice, no habiendo apenas decoraciones en las mismas. Las cerámicas de mayor calidad suelen corresponderse con cocciones oxidantes o con nervio de cocción, normalmente de pastas anaranjadas, que no suelen tener desgrasantes visibles, teniendo pigmentaciones y decoraciones algunas de las piezas. No se puede hacer un porcentaje por sectores o unidades, al no contar con depósitos cerrados o en posición primaria, sino que han sufrido grandes remociones, salvo en el caso de uno de los fondos, el F. I, que contenía un relleno uniforme, del cuál se ha extraído gran cantidad de material tanto a mano como a torno, perteneciente a vasijas de almacenaje. La mayor parte de las tipologías en las cerámicas del yacimiento se han documentado alteradas por la acción de los arados que han destruido la mayor parte de la estratigrafía del yacimiento. No se han tenido en cuenta el estudio de las cerámicas contemporáneas esmaltadas, meladas y loza, que se han recogido, pero quede constancia de que se han hallado casi en su totalidad en el primer nivel superficial, que han contaminado parcialmente otras unidades; y que han llegado claramente arrastradas por los trabajos agrícolas en la zona. Materiales adscritos a la Primera Edad del Hierro:

Consistentes en cerámicas elaboradas a mano, en porcentajes mayores. Las pastas presentan cocciones reductoras, oxidantes y mixtas, con tonalidades oscuras (grises, marrones, negras). Los desgrasantes son calizos y micáceos, y en menor medida cuarcíticos. Predominan acabados espatulados o alisados, siendo menos frecuentes los bruñidos. Generalmente presentan tratamiento alisado al exterior y espatulado al interior, observándose a veces un cepillado en las superficies. La función ornamental de este tratamiento a cepillo -sobre todo en cerámicas comunes- , consiste en contrastar una parte de las superficies con el resto, estando a veces alisadas las mismas. Las impresiones e incisiones como el cepillado y, sobre todo, la combinación de ambos tratamientos ornamentales son propios de la mayoría de los conjuntos de cerámica común del Hierro antiguo peninsular....” (Almagro, M., 1977). Estos datos nos dan los primeros indicios de una cronología temprana dentro de la II Edad del Hierro, cuando aún se conservan tradiciones del primer Hierro, el cuál a su vez arrastra motivos decorativos del Bronce Final. El cepillado se localiza en general en los cuellos o en parte del cuerpo de las piezas, siendo frecuente en el Hierro I de la Comunidad de Madrid, como comprobamos

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en las cerámicas de San Antonio (Blasco, C., y Lucas, R., 1991); además, esta decoración se constata también en los yacimientos madrileños del Sector III de Getafe, relativamente cercano al nuestro, aunque de época anterior, y en el de La Zorrera, aspecto que marca un contraste con la ausencia del acabado a cepillo en el horizonte de Medinilla I en el Valle del Duero. El hecho de que esta técnica del cepillado sea también patrimonio de determinados grupos culturales del centro y este europeo, podría no ser mera coincidencia (Blasco, C., 1991). Materiales adscritos a la Segunda Edad del Hierro:

Se han documentado tres tipos diferentes de cerámicas características de éste periodo cultural: · De cocción reductora y pastas más bastas, algunas con factura a mano, pero también a torno, abundan entre ellas los acabados a cepillo. Se han documentado piezas de cocción reductora y alternante, con las paredes interiores alisadas y espatuladas; de paredes gruesas y medias, con desgrasantes de tamaño medios/ grueso. Las piezas confeccionadas a mano estarían destinadas fundamentalmente a uso de cocina y almacenaje, según se desprende de sus formas y tamaños. · La cerámica gris a torno: hacemos un aparte para esta variedad ya que debe considerarse una adquisicición o imitación de las importaciones mediterráneas y “…está ligada a la aparición de las primeras cerámicas a torno con decoración pintada y por tanto a las relaciones de gentes del interior con los pueblos ibéricos del Sudeste, donde existieron alfares para este tipo de producción de cerámica gris.” (Blasco, C., - Alonso, Mª. A., 1985). · De cocciones oxidantes y factura a torno, alguna a mano más basta. Se han documentado pastas anaranjadas y grises, bastante depuradas; pastas bastas, de paredes medias y gruesas. Las formas son de las denominadas “pico de pato” y del tipo celtibérico. Presentan decoración pintada a bandas, de color vinoso o marrón, y alguna que otra con círculos concéntricos. Algunas piezas presentan pintura interior y en el labio. Se ha encontrado algún acabado alisado y engobes negros en paredes finas. Tipos formales:

- Cuencos: formas hemiesféricas; algunas de cuerpos con más altura y paredes rectas; formas más abiertas de mayor tamaño; los hay con fondo umbilicado y pastas bien decantadas, y con superficies bruñidas, negro-brillante; variedades grises generalmente provistas de un pie bajo. Algunos provistos de un asa o asidero perforado y dispuesto bajo el borde. - Vasos ovoides, cuerpo globular, panza redondeada, y cuello diferenciado que remata en un borde exvasado, recto o a veces envasado. Fondos planos, pie anular.Variedad de tamaños. - Pequeñas tazas de perfil en “S”. - Vasos troncocónicos, de porte pequeño, bordes exvasados y bases planas. - Vasos troncocónicos, realizados a torno, identificables con la forma II de las Necrópolis de la Segunda Edad del Hierro en Cuenca (la mayor parte en el yacimiento de las Madrigueras) y gran porcentaje en pasta gris. Encontramos paralelos en Oreto (Ciudad Real) (Nieto Gallo, G.- Sánchez Meseguer) y en Alhonoz

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(Sevilla) (López Palomo, L.A., 1981), aunque en este último, con una cronología más baja, como cabía esperar. - Vasos bitroncocónicos, bordes exvasados, carenas marcadas, superficies muy cuidadas. - Tinajas, con paredes espesas y desgrasantes gruesos, con superficies espatuladas, y bordes exvasados, engrosados y de labio horizontal. - Urnas realizadas a torno, con una tipología de borde casi siempre exvasado, con forma de “pico de pato” y variantes, y desgrasantes bastante finos. Los cuellos de estas vasijas suelen ser cortos, y las formas de los cuerpos bitroncocónicas. Se documentan ejemplares similares en los yacimientos conquenses de El Navazo, Las Madrigueras y Buenache de Alarcón, fechados durante la segunda Edad del Hierro, y habitualmente decorados con bandas y círculos, en tonos rojo-vinosos y grises sobre todo. - Fuentes- tapaderas; coladores; vasos miniaturas. Los dos primeros escasos. En general podría decirse que las producciones manufacturadas se realizan sobre arcillas escasamente depuradas, con desgrasantes gruesos y medios y con cocciones reductoras o mixtas. Las superficies de estas cerámicas están normalmente sin tratar y si tienen algún tratamiento éste es el alisado o espatulado. Las producciones a torno presentan pastas más depuradas de color anaranjado, con cocción mayoritariamente oxidante, con desgrasantes micáceos. El tratamiento cuidado en las superficies se suele coligar más con cerámicas con facturas a mano (alisadas, espatuladas, y algunas bruñidas), pero también se observa en algunas piezas torneadas. Las decoraciones con motivos geométricos y pigmentaciones, se basan principalmente en asociaciones de bandas paralelas y en menor medida en semicírculos concéntricos. Utilizaron pinturas en tonos anaranjados, marrones, rojo vinoso, a veces asociando este último al negro y al gris, pero siendo menos frecuente. Estas decoraciones se documentan en todos los yacimientos protohistóricos del sur y centro peninsular, con cronologías entre los siglos V-IV a. C. y la Romanización. Tanto en cerámicas grises como en ejemplares bruñidos de superficie negras son frecuentes los grafitos realizados en la parte exterior de la base y paredes exteriores, realizados por medio de incisiones, tras la cocción de la pieza, que podrían indicar algún tipo de contramarcas (Cabré, J., 1930), aunque ningún autor le ha sabido dar un significado concreto. Aunque se conoce que la cerámica a mano convive durante un largo período de tiempo con la realizada a torno, no es fácil hallar dataciones precisas sólo por estehecho; pero sí esta claro que en los yacimientos de la Carpetania podemos hallar tres tipos bien diferenciables en la cerámica a torno: la de influencia ibérica, la estampillada y la jaspeada, además de otras especies importadas (Valiente Cánovas, S., 1983), y éstas nos pueden proporcionar cronologías más exactas, pero siempre teniendo en cuenta las reservas que se han de guardar, por efectos de perduración de las modas: copia, imitación y adaptación. En cuanto a las tipologías, una gran parte son de influencia celtibérica, localizables en ámbitos del denominado periodo Celtibérico Antiguo B, el cuál se manifiesta en que se mantienen las decoraciones con digitaciones-ungulaciones en el borde de la vasija; en la gran profusión de cerámicas a torno, de técnica ibérica, con pastas muy decantadas, cocciones oxidantes y decoración pintada, con motivos geométricos; y en la aparición de cuencos con pastas oscuras, a veces engobados, de paredes finas-medias y agujeros de suspensión cerca del borde. La cerámica de tipo

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ibérico, hallada en el Yacimiento A, se corresponde con pastas con cocciones oxidantes -a veces las pastas son blancas o incluso amarillentas, pero no es lo habitual, normalmente de grosores medios y finos, y una plástica caracterizada por la mayor perfección en los perfiles de las piezas, gracias a la aparición del torno de alfarero, a diferencia de los objetos cerámicos realizados durante épocas anteriores, con elaboración a mano. Las decoraciones sobre este tipo de cerámica son en líneas, bandas rojo vinoso, o formas curvilíneas concéntricas. El evidente estilo ibérico en la mayor parte de las piezas torneadas, conlleva características físicas coincidentes en otros yacimientos meseteños y meridionales. A estos tipos habría que unir los manufacturados, con acabados a cepillo. En el caso de las cerámicas con influencias ibéricas, y teniendo en cuenta que los materiales proceden generalmente de ámbitos domésticos, localizados en su mayor parte en el interior de las viviendas, junto a hogares, se considera que son elementos ordinarios, de la vida cotidiana, no elementos de lujo procedentes de un comercio de mercancías exóticas. A veces se hace un uso impropio de la terminología “cerámica ibérica”, para designar a la hallada en yacimientos del interior de la Península, que va decorada con temas geométricos, principalmente círculos y semicírculos concéntricos; pero no hay que olvidar que hay claras diferencias en cuanto al color de la pintura, los barros usados y las formas, siendo frecuentes las líneas negras como límites de las zonas decoradas en las mismas (Cuadrado, E., 1976-78). Influencias, por tanto, celtibéricas, ibéricas y del interior, parte oriental de la Meseta Sur, con influjos culturales de los pueblos colonizadores mediterráneos, desde finales del siglo VII a. C. El comercio protocolonial lleva a un proceso de aculturación que distorsiona el mundo indígena e introduce cambios en todas las facetas de su vida. En el campo de las tecnologías, podríamos citar la introducción del torno de alfarero, tan directamente relacionado con el tema que nos ocupa. Parece haber más similitudes con las fases de la II Edad del Hierro, en tipos de cerámica, existiendo más amplitud de cerámicas a torno, aunque aún sigue habiendo un alto porcentaje de manufacturadas; pero tengamos en cuenta que éstas perduran hasta bien entrado el siglo III a. C., en mayor o menor grado. La cultura material parece llevarnos claramente hacia esta etapa cultural denominada Hierro II, si bien se observan las influencias de culturas externas, anteriores y coetáneas que se están dando en otros poblados. Es difícil saber si muchas de las producciones cerámicas son autóctonas o de importación; no se han documentado lugares de taller. LÍTICO:

Se ha hallado cierta cantidad de extracciones en sílex, que no se ajustan a una tipología muy definida, pero nos indican el uso de estos materiales, aunque no de una manera tan sistemática como en épocas precedentes. Curiosamente no encontramos dientes de hoz, tan de boga en la Primera Edad del Hierro, pero esta ausencia no es suficiente para sacar conclusiones cronológicas. Otro tipo de elementos recogidos han sido alisadores, y posibles molederas, que podrían poner en relación con la gran cantidad de fragmentos de molino hallados, aunque no tienen las huellas que se pueden esperar de la acción de percutir sobre la superficie del molino. Durante la Edad del Hierro se documentan gran cantidad de molinos barquiformes, como los que hemos obtenido en la excavación, asociados a las actividades de

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procesamiento de cereal; poniéndose en relación normalmente con un aumento de las actividades agrícolas y, a pesar que se han documentado más de una treintena de fragmentos, la mayor parte del tipo barquiforme, realizados en granito, no se han podido relacionar con unidades estructurales bien definidas. METAL:

Fíbula de puente oval-circular 74/150/617 long. 5,4 cm diám. puente 3,8 cm

En bronce, los elementos más característicos aparecidos, en nuestro caso, han sido dos fíbulas de doble resorte, tipo con gran difusión en la Meseta Oriental (Lorrio, A. J., 1997). A partir de la evolución del puente, Argente realiza una clasificación en cuatro tipos bien diferenciados, entre los cuáles, dos encajan con nuestras piezas: una de puente en cinta; y otra de puente oval-circular (que a veces es rómbico), o también denominada de disco. Estos objetos metálicos que se encuentran normalmente realizados en bronce y en hierro, eran usados tanto por hombres como por mujeres, para la sujeción de las vestimentas, y tenían asimismo un claro carácter ornamental. Las fíbulas han sido tenidas habitualmente como “fósil director” en los yacimientos, pero a menudo presentan una cronología excesivamente amplia, sobre todo por efectos de perduración de modas y objetos (tipos, formas o decoraciones). Lo que sí está claro es que en los diversos yacimientos en que nos encontramos fíbulas de doble resorte, solemos tener una cronología muy temprana, correspondiendo a las primeras fases de los mismos, como observamos en diversos ejemplos de necrópolis de la zona llamada celtibérica: Ucero, La Mercadera, Carratiermes, así como las de Sigüenza y Atienza. Nos tendríamos que remontar a la cultura de los Campos de Urnas, para encontrar hacia el 800 a.C., fíbulas de este tipo (doble resorte), concretamente en el período IV, pero siempre teniendo en cuenta que tendrán perduraciones -al menos- hasta el siglo VI a. C. (Palol, P de, 1958). Pero el problema de encontrarnos estos elementos metálicos fuera de contexto -como es nuestro caso-, es que se exhuman frecuentemente junto con objetos cerámicos, con tipologías claramente identificables, que rebajan considerablemente la cronología. En el caso de necrópolis ciertamente conocidas como la de La Mercadera, en el Alto valle del Duero, se han encontrado fíbulas de doble resorte en diversas tumbas, junto con elementos bastante más tardíos, como un broche anular en hierro y restos de una vasija a torno.

Fíbula de doble resorte con puente en cinta. 74/150/618 long. 7,6 cm

Por otra parte, se dice que ya desde el Bronce Final se encontraban presentes las fíbulas de doble resorte en ámbitos meridionales tartésicos (Schüle, 1969), y aunque por supuesto las influencias en el ámbito de la Submeseta Sur son necesariamente más tardías, la entrada de este elemento en el área donde se encuentra ubicado nuestro yacimiento, nos remonta a una cronología bastante alta (pero imprecisa). Los restos hallados realizados en hierro estaban en muy malas condiciones de conservación, afectados por una gran oxidación y, cuando no fragmentados, habían perdido por completo su superficie original y sufrían efectos de laminación. Se desconoce el uso de la mayor parte de ellos, aunque teniendo en cuenta la situación del poblado, podrían tratarse de aperos agrícolas y ganaderos, y en algún caso, de anclajes para elementos constructivos en madera.

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La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

HUESO:

Se han recogido muestras en la mayor parte de las unidades estratigráficas, realizando un estudio faunístico de la totalidad de los restos documentados (los resultados pormenorizados se presentan en el capítulo de analítica). El espectro faunístico identificado está formado por 5 especies, 4 de ellas domésticas y una salvaje. Estas son la cabra, dentro del grupo de los ovicaprinos, el buey/vaca/toro, el cerdo y el caballo, y el ciervo como especie salvaje. Si consideramos los resultados obtenidos, la explotación de la fauna doméstica aparece encabezada por el grupo de los ovicaprinos. Seguirían a estos el grupo de los bovinos, en tercer lugar el cerdo y por último el caballo. El ciervo representa la única especie salvaje documentada en este yacimiento. Esta aparece documentada por un resto de asta que presenta a lo largo de su estructura múltiples señales de manipulación antrópica.

INTERPRETACIÓN La adscripción cultural del yacimiento se concreta en una misma fase cultural, que identificamos como Hierro II Inicial. Dicha fase viene marcada por la aparición de las mismas formas cerámicas en las principales unidades estratigráficas identificadas. Las variaciones tipológicas son mínimas y no marcan discontinuidades por aculturación, evolución, influencias o importaciones, ni tenemos fósiles-guía diferenciadores, salvo los propios de las primeras fases de la Segunda Edad del Hierro en la Submeseta Sur. Gracias a la superposición de niveles bajo varios de los hogares, que hemos seccionado con la intención de intentar delimitar los diversos momentos de ocupación, ya que han sido las únicas estructuras medianamente conservadas en el yacimiento, se puede aseverar que dichos fuegos estuvieron en uso durante un largo periodo de tiempo, sin abandonos traumáticos. Corresponderían a distintos momentos de uso no alejados temporalmente, y espacialmente se podría pensar que quedarían enmarcados en un mismo ámbito habitacional, que habría tenido una superposición de suelos o pavimentos asociados a cada hogar posterior, habiéndose perdido aquellos, tal vez por haber sido muy someramente preparados, tal vez por las alteraciones posteriores debidas a los arados. Hay que destacar que la zona de la ampliación Sur, un proceso claro de estratificación, con dos niveles bien diferenciados, el que englobaría los denominados “fondos” u hoyos practicados en el geológico y, sobre éstos, un nivel homogéneo asociado a un hogar, el cuál, sería coetáneo sin duda a los documentados en las otras áreas del sector, ya que la cerámica que tiene en su nivel asociado y la tipología constructiva, no muestra grandes diferencias con las de esos otros hogares. Además, se observa exactamente la misma preparación y superficie de uso endurecida, aunque sin el preparado de fragmentos cerámicos documentado en uno de ellos (U.E.23). Incluso tras el abandono y colmatación de los hoyos, sobre todo del Fondo I, no se observa discontinuidad en cuanto a los tipos cerámicos. Por tanto, habiéndose documentado aquí dos momentos de ocupación del yacimiento, la cronología no varía ostensiblemente y nos reafirma en la idea general de que tenemos en todo el yacimiento una misma fase cultural3. 3

TL – 01062001. Edad convencional: 2650 +/- 265 BP.

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Parece clara la adscripción cronológica del yacimiento a la Segunda Edad del Hierro, conocida en la Prehistoria Europea como La Téne, y ocupando en España un período que transcurre entre los siglos V y II a.C., tomando como límite superior el año 133 a.C., en que Numancia es tomada por los romanos. Aunque el estudio de las fuentes antiguas tiene una mayor aplicación en el período de las conquistas púnicas y romanas, para la península Ibérica, hemos creído conveniente hacer una breve referencia de las mismas, para orientarnos en el ámbito de los pueblos que habitaron la región de Madrid desde la Segunda Edad del Hierro hasta la época romana, y que se han englobado, con mayor o menor razón en el grupo de los denominados pueblos Carpetanos. Los geógrafos antiguos centran sus descripciones en los elementos naturales, poniendo en conexión este pueblo con los ríos y montañas que les rodean. Además, la interpretación que del sufijo – tanios – o – tanos - , han dado algunos es “ los de la montaña “, lo cuál se ajustaría a lo citado en las fuentes clásicas (Valiente, S., 1983). Si éstos importantes documentos escritos, nos describen una situación y una época determinada en las regiones denominadas Carpetanas de la Península, en nuestro caso hemos de retroceder unos siglos y observar como la llegada de los grupos colonizadores a las costas meridionales de la Península parece que va a ser motivo de muchos de los cambios culturales de las gentes del interior. Y es que como consecuencia de esta situación, a inicios del S. VII, muchas de las características que marcaban el Horizonte Cogotas I, como eran sus originales cerámicas decoradas con variadas técnicas de incrustación, desaparecen de forma relativamente súbita del acervo material de la mayor parte de las gentes asentadas en la Meseta y son paulatinamente sustituidos por nuevos elementos (Artra, S.L.,1996). La complejidad en los sistemas arquitectónicos no va a sufrir cambios drásticos con la llegada del Hierro; tal vez sí en ámbitos denominados “célticos”, pero en el interior, y más concreto en la Provincia de Madrid, se produce frecuentemente una continuidad en cuanto a materiales de fabricación de las casas y en cuanto a formas, salvo en poblados más complejos. Por otra parte, en la Primera Edad del Hierro sí podemos hablar de gran cantidad de asentamientos en lugares de nueva planta, es decir, en puntos no ocupados hasta el momento, eligiéndose territorios de especial interés desde el punto de vista topográfico-estratégico. Los hábitats madrileños inscribibles en este horizonte cultural se ubican indistintamente en cerros testigo de moderada elevación como en el caso de San Antonio (Madrid) o La Boyeriza (San Martín de la Vega), en suaves elevaciones de unos pocos metros sobre el nivel de las terrazas de los ríos, como en Venta de la Victoria (Getafe) y Sector III (Getafe), o incluso en llano, como ocurre en los yacimientos de Puente I ó Arroyo Culebro, ambos también en Getafe. Las coincidencias poblacionales durante la Segunda Edad del Hierro en puntos ya ocupados por grupos pertenecientes al primer Hierro, permite hablar de una continuidad entre ambos estadios, y en muchos de los yacimientos se documenta por medio de una secuencia con rasgos materiales comunes, los cuáles, en ocasiones provienen incluso de prototipos de las últimas fases de la Edad del Bronce. Si las condiciones ambientales y geográficas lo permitían, no se debe descartar que muchos poblados permaneciesen habitados durante muchos años, recibiendo paulatinamente los influjos comerciales, tecnológicos o cuando menos artísticos de las gentes que llegaron a las costas de la Península durante el Primer Milenio. Pero estas conclusiones son por supuesto parciales y más aplicables, en general, para los poblados establecidos desde los principios del Hierro II, que tendrán en su mayoría ocupaciones continuadas hasta época romana.

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La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Respecto a la cronología del asentamiento del Arroyo Culebro (Yacimiento A – 74/150), se observa una primera fase durante el Hierro II inicial, bastante marcada por la aparición, o más bien pervivencia de las decoraciones o acabados cepillados sobre facturas a mano, propios de épocas anteriores. Estas nos presentan una datación de mediados del I milenio, un momento además clave, ya que la cultura ibérica deja sentir con más fuerza sus influencias en todos los pueblos del interior de la Península. Una muestra de esta influencia sería en nuestro caso la presencia de decoraciones típicamente ibéricas en las cerámicas que se han hallado durante las excavaciones, como son las pintadas con bandas de color rojo vinoso sobre pastas oxidantes anaranjadas. Además, dichas cerámicas son realizadas a torno, que en algún momento se tomó como signo evidente de “iberización”, aunque todavía este proceso no está bien definido. Pero parece que éste se hace notar en el retroceso de los elementos de tradición céltica, que habían cobrado gran importancia en la fase anterior. Se desconoce totalmente el tipo de hábitat, si eran construcciones circulares o de plana rectangular, pero sí puede asegurarse su carácter efímero por no conservarse nada, excepto restos de lo que pudo ser el tapial de los muros y las cenizas en toda la extensión del yacimiento, que confirmarían su destrucción y con ella la de las cubiertas vegetales de las construcciones. En líneas generales, estudiando la evolución del urbanismo durante la Edad del Hierro en la Península Ibérica, diferenciamos una fase entre los siglos VII y VI a. C, donde en ámbitos denominados “célticos” se generaliza la aparición de los castros y la formación de las élites guerreras, asociadas a la aparición de la metalurgia del hierro y al rito de la incineración, como se detecta en la generalidad de los yacimientos excavados. En la mayoría de los casos, los restos de objetos materiales muestran la continuidad en la población desde las últimas fases del Bronce Final, y en otros casos, ciertos elementos indican la llegada de estímulos meridionales y orientales. No cabe duda que durante las fases más avanzadas del Hierro I, se populariza la construcción de casas a base de adobes, en terrenos sedimentarios, y de piedra en los montañosos, con una traza rectangular en cuanto a la planta de las mismas. Pero justo en la transición al Hierro II, se produce la sustitución por las construcciones de planta cuadrangular, pudiendo convivir ambas durante algún tiempo. Este cambio se documenta ya desde el siglo VII a. C. en las áreas meridionales tartésicas (Chaves - Bandera, 1991), siendo posterior en los castros de la Meseta, fechándose en el yacimiento de Ecce Homo hacia el VI a. C. A partir del siglo V a.C. se va generalizando en toda la Submeseta Sur la realización de estructuras habitacionales rectangulares adosadas, de modo que las medianeras de las viviendas contiguas son comunes. Con ello se propaga también la idea de una organización urbana, concebida como un conjunto completo y no como elementos aislados que se van superponiendo de manera anárquica. En cuanto a elementos constructivos, los poblados de las primeras fases de la Segunda Edad del Hierro, utilizan ya el adobe para erigir sus muros. Los zócalos suelen ser en piedra (calizas, graníticas, cantos), y a veces entre los adobes hay postes de madera, que encajan en los zócalos, para dar estabilidad a las estructuras, como hemos visto en otros poblados de la misma época como el de La Hoya en Álava, y comprobamos “en el campo” en los trabajos de excavación que paralelamente a los nuestros se están realizando en el Yacimiento C (74/152), del Arroyo Culebro de Leganés, donde se han documentado estos agujeros de poste en los zócalos. No podemos dar fe de la presencia de restos constructivos identificables en nuestro Yacimiento A (74/150), del Arroyo Culebro (Leganés), pero todos los

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indicios en cuanto a restos de fragmentos de adobe, nos indicarían que este asentamiento se ajustaría seguramente a las características antes indicadas. Del uso de enlucidos en los muros, preparación de los suelos, ubicación de los vanos, distribución de las estancias, tipos de coberteras y demás, no se pueden aportar datos concluyentes. Lo único que se puede precisar es que no se han desenterrado apenas restos de piedra caliza, lo que parece indicar que el uso de adobes era principal, tal vez también en las cimentaciones de las viviendas, posiblemente junto con algunos cantos; algo por otra parte lógico, ya que nos encontramos en las cercanías de un curso de agua, una zona de terrazas, cuyo substrato geológico se compone principalmente de arenas arcillosas, y la escasez de piedra útil para la construcción es ostensible y hay que traerla de otras zonas. Cabe la posibilidad que los materiales constructivos que conformarían los zócalos hayan sido reutilizados para los hábitats posteriores documentados en el ámbito del P.P.5. (yacimiento C 74/152). Otro de los pocos elementos identificables es el empleo de moldes en la elaboración de los ladrillos, técnica empleada por vez primera durante la Segunda Edad del Hierro, garantizando así la homogeneidad del tamaño y comenzando una especie de “industrialización” constructiva. En el caso que nos ocupa, hemos encontrado durante las excavaciones diversos fragmentos de ladrillos de adobe con algún resto de decantación, un ladrillo bastante bien escuadrado, aunque aislado totalmente, de unas dimensiones importantes (unos 70 x 50 cm.), siendo una prueba más de lo anteriormente citado. Tenemos paralelos en otros yacimientos de la Carpetania donde se generaliza “... el empleo de adobes de gran tamaño, con una longitud próxima al medio metro, aunque en Fuente del Saz serían medidas normalizadas, lo que hace pensar en el empleo de cajas para su confección, hecho del que hasta ahora no teníamos constancia...” (Blasco, M. C., 1986-87). Los únicos elementos estructurales conservados en el Yacimiento A son los conjuntos de hogares. Los hogares se situarían normalmente tanto en el centro de los lugares de habitación, como en los ángulos de las estancias y responden a dos modelos diferentes: · Levantados directamente sobre el suelo, o sobre un somero lecho de guijarros o de fragmentos cerámicos, de planta circular u oval, como son la mayor parte de los hallados en el Yacimiento A (74/150), de Leganés. · Construidos sobre plataformas cuadrangulares de adobes, de aparejo similar al utilizado en los muros, también documentado en nuestro yacimiento. Es claro el sentido de ubicar los hogares en las zonas centrales de las estancias, ya sean de cocina o con funciones de calefacción, porque además reparten la luz por la habitación independientemente de los vanos practicados en los muros exteriores.Todos estos datos no son de ninguna manera constatables en nuestro caso, ante la ausencia de dichos paramentos; pero podemos afirmar la tónica general de otros fuegos de épocas similares, que es la preparación de los mismos sobre algún tipo de lecho, sobre el cuál se colocan las capas de arcilla, que le confieren estabilidad y durabilidad. Este barro que sirve de superficie, se endurece con el paso del tiempo por la acción del fuego directo, creándose una especie de costra, que ahora encontramos muy cuarteada, con tonalidades marrones, negruzcas y anaranjadas, producto de la rubefacción. Poco se puede deducir en cuanto a la economía de las gentes que poblaron este lugar, dada la escasez de restos materiales (salvo cerámicos), con que nos encontramos. Observando el lugar de asentamiento, en una zona llana utilizada hasta

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épocas recientes para el cultivo de cereales, así como de productos hortofrutícolas, se puede deducir que los antiguos pobladores buscaron un lugar con abundante agua, que les proporcionaba el curso fluvial conocido como Arroyo Culebro, y que conservarían una base económica mixta de incipiente agricultura y aprovechamiento ganadero. El uso de molinos barquiformes en su mayor parte, nos da a entender una precariedad en cuanto a la elaboración del pan (Muñoz, K., Madrigal, A., 1999); pero no tardarán mucho en llegar los molinos circulares, de los cuáles se han hallado gran número en el Yacimiento C (74/152), que se ha excavado en el ámbito del P.P.5., a 400 metros lineales del nuestro, asociados en su mayoría a estructuras de planta rectangular, hallándose casi siempre en las esquinas de los muros de las estancias.

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La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

YACIMIENTO C LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA El proceso evolutivo del modelo de intervención llevado a cabo durante los catorce meses de investigación arqueológica previa a la construcción del Plan Parcial 5 de Leganés, ha permitido documentar un hábitat adscrito a la Segunda Edad del Hierro. En la primera fase de intervención arqueológica, consistente en la realización de una prospección superficial del área de estudio, no se detectaron restos materiales en superficie debido principalmente a dos causas: en el momento de realizar el trabajo de campo los terrenos se encontraban cultivados de cereal impidiendo en gran medida la visibilidad superficial; por otro lado, y tal como se comprobó en fases posteriores de intervención, los procesos postdeposicionales habían variado ostensiblemente la orografía original, localizándose los depósitos arqueológicos a más de un metro de profundidad en la mayor parte del ámbito de este yacimiento. La segunda fase de actuación consistente en la excavación de sondeos mecánicos, se documentaron diversos hallazgos materiales y estructurales, consistentes en niveles arqueológicos muy orgánicos, piedras de silex y de naturaleza calcárea pertenecientes a posibles cimentaciones de muros, fragmentos de adobes quemados y posibles estructuras negativas tipo fondos. Los materiales cerámicos identificados eran cerámicas a torno, de pasta anaranjada, cocidas en ambientes oxidantes, algunas de ellas con decoración pintada; junto a estos materiales se documentó un fragmento de molino de mano en granito, con orificio central y muesca lateral para su ensamblaje. Para tratar de delimitar este posible asentamiento, se realizan un total de 14 sondeos mecánicos partiendo de los sondeos limítrofes que no habían aportado resultados positivos, acotando un área con una extensión ligeramente superior a 1 ha. Con el fin de concretar con mayor precisión este enclave, y determinar la entidad de los vestigios documentados en fases precedentes de intervención, se planteó una campaña de sondeos manuales. Se excavaron un total de 16 cortes estratigráficos de 3 x 2 metros. En cuanto a los materiales arqueológicos que proporciono esta fase de intervención, cabe destacar la presencia de restos cerámicos de pastas anaranjadas, blanquecinas, beiges o grises, predominando abrumadoramente la cerámica realizada a torno. La decoración más habitual era a base de pintura, bien con un simple engobe exterior rojo, bien a base de bandas marrones o rojas, tanto en el interior de los labios, como en la cara exterior de los vasos de pasta blanquecina. A estos motivos se añadían otros, como círculos y semicírculos concéntricos o galerías de arquillos. La mayor parte del registro material, así como las técnicas constructivas documentadas hacían pensar en una fase encuadrable en la Segunda Edad del Hierro. Con esta fase de intervención, se acota espacialmente un área de unos 3.500 m2.

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Finalizadas estas fases preliminares de intervención (prospección, sondeos mecánicos, sondeos manuales), se planteó la excavación sistemática del yacimiento hasta su total documentación y registro4. La intervención proyectada contemplaba la excavación en área por sectores, en los cuales se había identificado una mayor concentración de restos tanto estructurales como materiales. A continuación se pasa a referir los resultados de esa campaña de excavación.

DOCUMENTACIÓN DE RESTOS ESTRUCTURALES Los trabajos realizados en el P.P. 5 Arroyo Culebro de Leganés durante los años 1999 y 2000 permitieron conocer un pequeño hábitat celtibérico que ocupa una superficie de unos 3.500 m2 definidos por unos ejes de 80 x 60 m. Tanto por su ubicación –a escasos 150 m. del arroyo de la Recomba (o Culebro)-, como por el conjunto material documentado y las estructuras puestas al descubierto, puede definirse como un característico asentamiento celtibérico desarrollado en los últimos momentos de la II Edad del Hierro que habría sido destruido violentamente, probablemente en el marco de una acción bélica. Las estructuras localizadas, si bien muy deterioradas como consecuencia del fuerte grado de arrasamiento que presentaba el yacimiento al realizar la intervención, permiten trazar las líneas generales del urbanismo de este pequeño asentamiento. De este modo, se identificaron ocho conjuntos estructurales en los tres sectores abiertos durante la excavación. En ellos se distinguían unidades de habitación delimitadas por zócalos de 40 a 60 cm. de espesor, construidos a base de mampuestos de caliza y cuarcita sin desbastar situados directamente sobre el nivel geológico natural. Como en la inmensa mayoría de los hábitats celtibéricos del interior peninsular, también en Leganés el recrecido de los zócalos se conseguiría mediante la utilización de paramentos de adobe, cuyo derrumbe se ha localizado en el sector oriental del yacimiento y permitió sellar las estructuras mejor conservadas.

Unidad estructural 1

No obstante, conviene señalar que el conocimiento que se obtuvo de las estructuras subyacentes vino condicionado por una serie de procesos postdeposicionales de carácter antrópico que tuvieron lugar tras el abandono del poblado celtibérico: así, después del incendio que destruyó el asentamiento y obligó a su abandono, que ha aparecido sellando buena parte de las estructuras localizadas, el terreno anteriormente ocupado por el Yacimiento C fue destinado a labores agrícolas sistemáticas que significaron el arrasamiento, casi hasta el nivel de los zócalos, de las estructuras celtibéricas. Esta hipótesis se sustenta también en el hecho de que las estructuras mejor conservadas han aparecido en la zona de topografía más abrupta del hábitat, el sector oriental, donde las labores agrícolas no resultaron fáciles hasta épocas muy recientes. Del mismo modo, la formación del registro arqueológico se vio modificada por un segundo proceso antrópico: en todo el área central del asentamiento se documentó un nivel de uso de formación muy reciente (los materiales cerámicos más antiguos no remiten a fechas anteriores a los primeros años del siglo XX) cuya base, de tendencia marcadamente horizontal, pone de manifiesto la existencia de una regularización de toda esta zona originariamente deprimida con el fin de dotarla a un nuevo uso. 4 ARTRA, S.L. (2000): Memorias finales. Excavación arqueológica yacimiento A-C- nº 74/150-152. Plan parcial nº 5 del PAU Arroyo Culebro, Leganés (Madrid), (Memorias de excavación inéditas, depositadas en la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid).

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Sondeos mayo 1999 Sondeos julio 1999 Delimitación mayo 1999 Delimitación julio 1999 Área excavada campaña 2000

Sector A Sector C Sector B

Yacimiento C (74/152)


Las estructuras documentadas permiten esbozar el urbanismo del poblado, si bien conviene reseñar que, dado el fuerte grado de arrasamiento que presentaba el yacimiento en los sectores más occidentales, no resultó sencillo delimitar estancias con precisión. Así, toda la zona central del Sector B incluye al menos dos estancias. La más pequeña de ellas es una pequeña habitación cuadrangular de 1,5 x 1,8 m., conectada a través de un pequeño vano con la estancia mayor (U.E. 1), limitada por zócalos de caliza y cuarcita que cierran un espacio de algo más de 50 m2. Como quiera que en el momento cronológico en que se encuadra el yacimiento C parece improbable que la tecnología vigente permitiera cubrir un espacio tan enorme sin recurrir a apoyos, se consideraron dos posibilidades al respecto: por una parte, que existieran vigas de madera que se apoyaran sobre machones de piedra, tal y como se documentó en El Ceremeño (Cerdeño et al, 1995), circunstancia que quizá podrían evidenciar dos grandes piezas graníticas localizadas en la zona central de la estancia y sin conexión aparente con estructura alguna. Por otra parte, cabe suponer que la estancia estaría compartimentada interiormente por paramentos de adobe, lo que explicaría la masiva presencia de este material en todo el interior de la estructura, y no sólo en la proximidad de los zócalos, hecho para el que existe el paralelo de Los Castellares (Burillo, 1983).

Unidad estructural 2

En otras zonas de este mismo Sector B sí se documentaron, en cambio, varios fragmentos de vigas carbonizadas, probablemente un indicio cierto de la existencia de viguería de madera en alguna parte o en toda la estancia. Como evidencia de la destrucción repentina que sufrió el poblado, en uno de los ángulos de las estructuras que conforman el Sector B se localizó un molino de mano completo. En general, el Sector B, que aparece asociado a un nivel de incendio en buena parte de su superficie, presenta paralelos, tanto en dimensiones como en técnica constructiva, con el yacimiento celtibérico de Argamasilla de Alba, en Ciudad Real (García Huerta et al., 1998). Los diferentes procesos de excavación no han permitido documentar la existencia de una zanja de cimentación previa a la realización de los zócalos de mampostería. Únicamente en el sector B del área excavada aparece, en la zona próxima al límite oriental de las estructuras –es decir, allí donde la trasera de las viviendas localizadas parece apoyarse sobre el terreno natural-, un indicio de preparación del terreno a base de una hilera de adobe localizada bajo los zócalos de mampostería. Aun en este caso, podría interpretarse este estrato como el derrumbe de los paramentos de adobe que, en su proceso de incendio, habría arruinado también el pavimento original.

Unidad estructural 1. Detalle de un testigo con el derrumbe de los alzados, y muro oriental

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En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que el recrecido de estos zócalos se realizaría a base de paramentos de adobe, de los que ha quedado un testigo evidente en el derrumbe de los que recrecían los zócalos integrados en el Sector B del yacimiento. La pavimentación de las estancias no requeriría tampoco de un preparado especial, si bien se ha documentado un pavimento en las cercanías del límite N. del Sector C. Se trata de un estrato de tendencia horizontal formado por arcilla compactada que se ha enriquecido con minúsculos fragmentos de cerámica que le dan mayor


La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

consistencia. Aunque ocupa una extensión muy pequeña no cabe duda sobre su interpretación como un nivel de uso. En cualquier caso, pavimentos similares se han documentado igualmente en diversos ámbitos de Celtiberia, como La Caridad (Caminreal,Teruel), en torno al final del siglo II a.C. (Vicente et al., 1991), o Herrera de los Navarros (Zaragoza), donde la cronología es ligeramente anterior (Burillo, 1983). Por otro lado, hay que tener en cuenta que la fragilidad de estos pavimentos, que obligaba a restaurarlos cada cierto tiempo, es también un factor que condiciona su conservación en los yacimientos especialmente afectados por labores agrícolas, como es el caso del Yacimiento C de Leganés.

FOTO 1

Finalmente, queda por reseñar una circunstancia ya referida, aunque ocasionalmente, en la descripción de las estructuras excavadas: se trata de la utilización de molinos de mano de granito como material constructivo en muchos de los zócalos documentados. Este hecho es especialmente frecuente en el Sector B del yacimiento, donde incluso se ha localizado un fragmento de molino realizado en basalto, pero tampoco falta en el Sector C, donde también se recurre al empleo de piezas enteras. En último extremo, habría que referirse a la aparición de hogares relacionados con las estancias descritas. En todos los casos documentados se trataba de pequeñas superficies de tendencia circular u ovalada, con la base excavada en el suelo geológico del yacimiento y asociadas a una gran abundancia de material cerámico. De todos los documentados en el Yacimiento 74/152, se seleccionaron, por considerarlos los más representativos dos situados en dos extremos del hábitat y que presentaban características similares, pues presentaban una capa superficial (situada bajo la cobertera vegetal) formada por tierra carbonizada con inclusiones de carbón vegetal, ramas y pequeños troncos; bajo la cual se disponían varios niveles de carbones y cenizas grises, mezcladas a menudo con desechos de adobe, hasta alcanzar unos 20 cm. de potencia; por debajo afloraban piedras y adobes quemados que delimitaban el hogar y constituían los elementos de apoyo de los grandes recipientes, evidenciando una cuidada preparación de los hogares que, en otros ámbitos del yacimiento, se pone de manifiesto en un piso realizado a base de galbos dispuestos horizontalmente.

FOTO 2

FOTO 3

No obstante lo anterior, no parece prudente interpretar como un hogar una pequeña estructura en piedra caliza (Sector A), FOTO 4 consistente en un zócalo cuadrangular, de apenas 15 cm. de altura, apoyado directamente sobre el nivel geológico y con su parte central rehundida. En un primer momento, atendiendo a la existencia de estructuras similares en el yacimiento de El Raso de Candeleda (Ávila), se interpretó esta estructura como un hogar, tal y como se había hecho en aquel yacimiento abulense (F. Fernández, 1991: 48), pero la posterior constatación de que los hogares del yacimiento C responden a una única tipología se acaba de describir, invita más bien a pensar que, en realidad, podría ser un vestigio de un apoyo

FOTO 1:

Unidad estructural 6 FOTO 2: Sector B. Reutilización

de materiales FOTOS 3 Y 4:

Unidad estructural 8

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U.E. 11

U.E. 8

U.E. 4

U.E. 6

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U.E. 3 U.E. 10

U.E. 15 U.E. 29

U.E. 2

Yacimiento C. Sector A 0

2m


U.E. 12

U.E. 2

8

U.E. 8

U.E. 0


Unidad estructural 1

Yacimiento C. Sector B 0

2m


Unidad estructural 4

Unidad estructural 3 Unidad estructural 2


U. E. 0

U. E. 120

U. E. 118 U. E. 91

U. E. 96

U. E. 118 U. E. 92 U. E. 117 Unidad estructural 8 U. E. 97 U. E. 128

U. E. 116

U. E. 89

U. E

U. E. 60 U. E. 109

U. E. 90 U. E. 113

U. E. 111 U. E. 87 U. E. 88

U. E. 93

U. E. 45 Unidad estructural 7

U. E. 43

U. E. 112

U.

U. E. 48 Unidad estructural 6 U. E. 95 U. E. 54

Yacimiento C. Sector C 0

2m

U. E. 51


U. E. 39 U. E. 40 U. E. 0 U. E. 38

U. E. 37

E. 43

. E. 0

U. E. 34 U. E. 35

U. E. 31 U. E. 36

U. E. 94

U. E. 33

U. E. 41

U. E. 101 U. E. 58

Unidad estructural 5 U. E. 98

U. E. 50 U. E. 99

U. E. 59

U. E. 56 U. E. 69

U. E. 71

U. E. 100


interior de un poste que sustentara la cubierta de una vivienda. Podría alegarse en contra de esta hipótesis la inexistencia de estructuras documentadas en la zona más próxima a este elemento, pero conviene en este punto insistir en el notable grado de arrasamiento que el yacimiento C presenta en el Sector A y, de todos modos, en el entorno inmediato se han documentado concentraciones de piedras y un hogar que permiten pensar en la existencia de indicios de estructuras. Quizás en ese mismo sentido podría interpretarse la pieza recuperada en el Sector C, un elemento circular en piedra caliza que, por sus grandes dimensiones y por estar construido en material fácilmente deleznable, fue inicialmente interpretada como apoyo de poste, similar también a los localizados en El Raso de Candeleda (F. Fernández, 1991). Sin embargo, el hecho de que la pieza presente una muesca lateral para engarzar un vástago y, especialmente, la circunstancia de que en el Sector B se han documentado, integradas en los zócalos, algunas piedras de moler fabricadas también en caliza, hace pensar que más bien correspondería a una piedra de molino circular.

Sector A. Apoyo de poste Molino de mano Vista general del sector B

Por lo demás, las estructuras estudiadas se disponen, en un único nivel de ocupación, adaptándose a la morfología del terreno, con una gran densidad de edificación que permite un considerable aprovechamiento del espacio disponible y apenas delimita espacios públicos abiertos; el urbanismo se asemeja más al de otros pequeños asentamientos celtibéricos distantes (El Ceremeño, Herrera de los Navarros, El Raso de Candeleda), que al de hábitats carpetanos más próximos, como en el Cerro de La Gavia, recientemente excavado en extensión (Morín et al., e.p.). En este sentido, únicamente se puede apuntar que en el Sector B las viviendas aparecen alineadas en función del desnivel del terreno; quizás la topografía se corrigiera adoptando incluso soluciones que permitieran convertir los techos de las viviendas inferiores en calles de acceso a las superiores, como sucede en otros ámbitos de Celtiberia, como Bilbilis o Valeria (Martín Bueno, 1975; Fuentes, 1991).

CULTURA MATERIAL Los diferentes estratos que conforman el Yacimiento C han proporcionado un conjunto material en el que sobresale la abrumadora presencia de cerámica realizada a torno. Las cerámicas de mayor calidad corresponden a producciones oxidantes (la inmensa mayoría) o con nervio de cocción, reservándose la cocción reductora para los grandes contenedores, que aparecen, también en buena proporción, en todos los sectores del Yacimiento. Entre las cerámicas oxidantes, que se corresponden con producciones celtibéricas típicas de los tres últimos siglos anteriores a nuestra Era, es frecuente la presencia de piezas decoradas con motivos geométricos, bien círculos concéntricos o líneas onduladas, bien simples bandas o líneas paralelas. Al margen de estas producciones, es notoria también la aparición, en mucha menor medida, de piezas oxidantes con decoración impresa con motivos también bien documentados en el centro de la Península. Finalmente, al margen de los grandes contenedores y vasijas de almacenamiento, que ofrecen con cierta frecuencia algún motivo decorativo a base de líneas ondu-

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La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

ladas próximas al borde de las piezas, hay que señalar la existencia, en el conjunto material, de varios elementos en bronce (singularmente, tres fíbulas), cuya aparición fue esencial a la hora de delimitar cronológicamente el periodo a que corresponde el Yacimiento C. Un análisis pormenorizado de los distintos materiales localizados tendría un resultado similar al de los párrafos siguientes. CERÁMICA:

No se ha realizado un estudio detallado de los materiales de cronología moderna o contemporánea localizados, que se reducían esencialmente a cerámica vidriada (con vedríos plumbíferos y estanníferos), y que se ha documentado, principalmente, en la Unidad Estratigráfica Superficial y en la regularización moderna de toda la zona central del yacimiento. Por tanto, el análisis de material se centrará en el conjunto arqueológico de la Segunda Edad del Hierro que define las características esenciales del Yacimiento C: · De cocción reductora y pastas bastas, a torno en la gran mayoría de los casos y a mano sólo en muy contadas ocasiones. La cocción más frecuente es reductora, con acabado espatulado y desgrasantes medios e incluso gruesos basados en caliza, cuarcita y mica. Este tipo de producciones se corresponde generalmente con grandes contenedores y vasijas de almacenamiento.

Sector C. Vasijas

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· De cocción oxidante y factura a torno, documentándose pastas anaranjadas, grises, beiges y blanquecinas. Estas producciones se aplican a cerámica de paredes finas y medias, tratadas con desgrasantes finos o muy finos –mica en la práctica totalidad de los casos- y cuyo acabado suele ser alisado. Estas formas aparecen asociadas a bordes planos ligeramente exvasados o a bordes de perfil cefálico, los característicos “picos de pato” celtibéricos. En cuanto a la decoración, aquellas piezas que presentan decoración pictórica incluyen, entre sus motivos, las bandas, las líneas paralelas los círculos y semicírculos concéntricos y algún otro motivo geométrico, entre los que destaca la aparición de líneas onduladas. La paleta cromática es muy reducida, recurriéndose normalmente al marrón y al rojo vinoso, colores ambos que pueden presentarse en una misma pieza, circunstancia ésta que resulta especialmente habitual en las producciones de pasta blanquecina. Estas cerámicas celtibéricas blanquecinas se han documentado ampliamente en el interior peninsular, tanto en contextos atribuibles a los primeros siglos del Imperio Romano –dentro de la llamada cerámica de tradición indígena (Abascal, 1986: figs. 51 y ss.)-, como en depósitos típicamente celtibéricos (carpetanos, en este caso), como la vega del río Henares (Rascón, Coord. 1998: 188).

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La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Formas características del yacimiento C: 1. Cuencos: formas hemiesféricas, generalmente con borde reentrante de labio apuntado y fondo umbilicado. Pastas blancas, grises y anaranjadas. 2. Vasos troncocónicos de diversas formas y tamaños, pero con la característica común de presentar bordes exvasados de labios planos, redondeados o de perfil cefálico. 3. Vasos troncocónicos que presentan, por lo general, carenas altas. 4. Grandes contenedores, generalmente vasijas de almacenamiento de pastas de color pardo o marrón, con desgrasantes medios o gruesos y bordes salientes, de labio cuadrado o apuntado. 5. En pequeña proporción respecto del resto, otras formas significativas; destacamos aquí la presencia de alguna tapadera de labio fino y redondeado; documentación de un Kernos semicompleto. · A este mismo momento de la Segunda Edad del Hierro corresponden otras producciones cerámicas que, compartiendo en lo general características con las descritas en el párrafo anterior (cocciones oxidantes, paredes finas y medias, desgrasantes muy finos a base de mica), presentan la particularidad de ofrecer, normalmente junto a la decoración pintada ya descrita, otra decoración basada en motivos estampillados, también documentada en Titulcia (Valiente, 1987: 127 y ss.; Pino y Villar, 1994).

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· Un tipo cerámico adscribible igualmente a la II Edad del Hierro está representado por vasos a torno, generalmente vasijas de almacenamiento de color pardo o gris, con decoraciones estampilladas con motivos astrales o geométricos dispuestos en una banda próxima al cuello de la pieza. Este tipo de producciones se ha documentado también en Complutum (Rascón, Coord., 1998: 188 y ss.). · Al margen de las producciones celtibéricas, se han documentado muy escasos ejemplares a mano que no resultan significativos para el análisis contextual del yacimiento C. Del mismo modo, tampoco resulta orientativa la presencia de piezas aisladas de producción romana, tanto republicana (campaniense), como imperial (Terra Sigillata). No obstante su ínfima participación porcentual en el conjunto aportado por el yacimiento C (el 0,3 % del total), reseñamos aquí, precisamente por su excepcionalidad, la existencia de varios fragmentos de Terra Sigillata Hispanica y un fragmento de campaniense B. · Junto a los contenedores, el yacimiento C ha proporcionado igualmente otros materiales cerámicos que se pueden atribuir a la II Edad del Hierro. En este sentido, al margen de un pondus de cerámica que se localizó formando parte de uno de los muros (519), cabe destacar la aparición de varias fusayolas bitroncocónicas, la mayoría de ellas con una de sus caras planas decoradas a base de pequeños puntos o líneas cosidas incisas. El conjunto está formado por 10 ejemplares. Finalmente, destaca la presencia de un embudo de cerámica localizado en el Sector B, para el que se han encontrado paralelos en zonas tan claramente celtibéricas como Izana, en Soria (Pascual, 1991: 106).

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LÍTICO:

La representación de material lítico proporcionada por los trabajos arqueológicos en el Yacimiento C de Leganés ha resultado muy poco orientativa, formando un conjunto compuesto por apenas ocho piezas: cinco restos de talla sobre sílex (10821086), un fragmento de molino sobre granito (1087), un fragmento de hacha sobre cuarcita (1088) y un afilador sobre un canto rodado.Al margen dos pequeños núcleos de tendencia discoidal, el único elemento de sílex que, a nuestro juicio, es digno de consideración es un diente de hoz sobre sílex melado (1083) y, aun en este caso, al aparecer la pieza con el talón fragmentado, no permite grandes precisiones desde el punto de vista crono-cultural. Es más, parece prudente apuntar, en este lugar, que la Carta Arqueológica de la Comunidad de Madrid refleja la existencia, al noreste del área de actuación, próximo a los Yacimientos B y C, de ciertos lejanos indicios de un posible hábitat paleolítico identificado como yacimiento 74/133. No obstante, después de los sondeos realizados en el mes de mayo de 1999 (Artra, 1999), la noticia no ha tenido una confirmación arqueológica. 1083

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Más significativo, en contra de lo que en un principio pudiera pensarse, es el hallazgo de un fragmento de molino de mano circular sobre granito. Aunque éste se ha inventariado en la relación general del Yacimiento C (1087), por haber aparecido asociado al nivel arqueológico de la II Edad del Hierro que cubre al Sector C, su presencia no supone un caso aislado en el contexto general del yacimiento: una característica común a buena parte de los zócalos es la presencia de molinos de mano circulares (a menudo prácticamente enteros) y de otros elementos, como ponderales, reaprovechados como material constructivo e integrados en la amalgama de caliza y cuarcita sin trabajar que constituye la esencia de los zócalos documentados. Al margen de esta reutilización, se recuperaron, igualmente, varios molinos circulares aislados de los zócalos, es decir, asociados a las unidades estructurales en las que se localizaron. El caso más llamativo, sin duda, es el de un molino de mano completo que apareció en el Sector B. Igualmente, y como hallazgo excepcional en el contexto del yacimiento 74/152, se localizó un molino barquiforme en uno de los cortes del Sector C.

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Es evidente que la aparición de estos molinos de mano, así como de las fusayolas y ponderales ya reseñados, ayuda a precisar las características socioeconómicas del hábitat carpetano a que corresponde el Yacimiento C. Por otra parte, la masiva aparición de elementos líticos de gran tamaño reutilizados en la construcción de los zócalos del Yacimiento 74/152 evidencia que el momento inicial de este hábitat está directamente relacionado con el momento de abandono del cercano Yacimiento A (74/150), excavado igualmente en el transcurso de esta intervención del año 2000 destinada a documentar los yacimientos arqueológicos incluidos en el P.P. 5 de Leganés. METAL:

Resultando relativamente frecuente –aunque en ningún caso pueda considerarse significativa- la presencia de escorias de hierro en el conjunto material recuperado al excavar el Yacimiento C, el conjunto metálico que, finalmente, se ha seleccionado, ha quedado compuesto por trece piezas de hierro y bronce. Sin duda, los elementos más sobresalientes de este pequeño conjunto son cinco fíbulas, cuatro de ellas en bronce y una en hierro, localizadas en el contexto arqueológico celtibérico que cubre a la totalidad de los sectores documentados. El conjunto está constituido por cuatro fíbulas de pie vuelto –en realidad, de una de ellas (1072) sólo se habría recuperado el pie, por lo que no resultaría fácil determinar con exactitud la tipología en la que quedaría integrada- y por una fíbula anular hispánica fabricada en hierro (González, 1999: 92 y ss.). Destaca igualmente, un anillo de bronce (1070).

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HUESO:

Asociado al conjunto material de la II Edad del Hierro que caracteriza a todo el yacimiento se ha registrado la presencia de numerosos restos óseos de fauna doméstica, pero sin que pueda concretarse una acumulación concreta en determinadas zonas que pueda atribuirse a determinadas acciones antrópicas. Así, cabe suponer que la fauna doméstica localizada (ovicápridos y restos de ganado bovino y porcino, fundamentalmente, además de caballos y un ejemplar aislado de ciervo) representa la dieta alimenticia de los habitantes del poblado y la realización de una actividad ganadera que, por lo demás, habría perdurado en el lugar hasta nuestros días.

INTERPRETACIÓN Bajo la luz aportada por el muy homogéneo conjunto material recuperado en el Yacimiento C, se puede concluir que su evolución fue, a grandes rasgos, la que a continuación se describe: el yacimiento se fundó en torno a los siglos IV - III a.C., como se desprende de los materiales arqueológicos más antiguos que proporcionan una cronología absoluta -las fíbulas, en este caso-, y fue destruido violentamente, según atestigua el nivel de incendio localizado en buena parte del asentamiento. Al margen de los dos momentos extremos de ocupación del poblado investigado en 1999 y 2000, y de la vinculación de su evolución con los hechos narrados por las fuentes, es preciso referirse a su relación con el cercano Yacimiento A (74/150), excavado en las mismas fechas, y del que el hábitat excavado en el Yacimiento C (74/152) sería un sucesor directo (Artra, 2000; Penedo et al. e.p.). En efecto, la reutilización de materiales en la construcción de los zócalos de mampostería que caracterizan a las estructuras del Yacimiento C, y la aparición de una pesa de telar y de numerosos molinos de mano integrados en los zócalos, pone de manifiesto algunos factores significativos que permiten desvelar la evolución seguida por el yacimiento. Es evidente que la reutilización de elementos productivos implica bien la pérdida de su función original (quizás como reflejo de un cambio del modelo económico), bien la necesidad de una rápida construcción de un nuevo lugar de hábitat, probablemente como consecuencia de una repentina destrucción del lugar de asentamiento precedente. Esta circunstancia, a la que ya se ha aludido en párrafos anteriores, se ve complementada con otra de carácter geográfico: se constata un acercamiento a los recursos hídricos desde la ubicación del Yacimiento A, a casi 600 m. del caudal más próximo, hasta la del Yacimiento C, apenas a 150 m. del Arroyo de la Recomba (nombre que toma el Culebro en su cabecera), un pequeño riachuelo que, aun en verano, conserva un hilillo de agua. Estos datos se corresponden con los recopilados en otra zona de Celtiberia, el valle medio del Jiloca, donde se registró que en la II Edad del Hierro tenía lugar un cambio general del patrón de asentamiento y esta modificación se basaba en una reducción de la distancia al recurso hídrico más próximo (Caballero et al., 1998). Por otra parte, esta evolución histórica en tan reducida zona sería semejante a la documentada en el castro celtibérico de El Ceremeño (Cerdeño et al., 1995), donde los asentamientos sucesivos se ubicaron sobre el mismo emplazamiento en fechas similares a las proporcionadas por los yacimientos A y C de Leganés. No obstante, todo este proceso se ve repentinamente modificado por otro, de cronología muy reciente, que consiste en regularizar la zona mediante el desplaza-

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miento del sustrato del terreno –en ese caso, el nivel arqueológico celtibéricohacia las zonas orográficamente más deprimidas, lo que supone que las parcas estructuras documentadas se vean asociadas, en las áreas en las que el terreno original buza más acusadamente, a un nivel arqueológico de más de un metro de potencia, dimensiones que a todas luces desproporcionadas para la magnitud del hábitat documentado. Sólo el desplazamiento planificado de las tierras de la zona (y, por consiguiente, del nivel arqueológico de la II Edad del Hierro) para regularizar el terreno explicaría esa peculiar distribución del nivel arqueológico. Por otra parte, esa regularización quedaría sancionada por la presencia de un nivel de uso, de base prácticamente horizontal, que se ha documentado asociado a producciones cerámicas muy modernas (singularmente, vidriados plumbíferos y estanníferos). Algunos indicios podrían hacer pensar en la posibilidad de la existencia de dos fases sucesivas en el yacimiento: nos estamos refiriendo, por un lado, a la diferente alineación que presentan las estructuras documentadas en el Sector C y, especialmente, a su distribución en cotas muy diferentes; por otro lado, a la existencia de paramentos de adobe embutidos bajo los zócalos de caliza y cuarcita situados más al E. en el Sector B. Sin embargo, ninguno de esos tres aspectos parece tener base suficiente para afirmar la existencia de dos momentos de ocupación sucesivos en el Yacimiento C. En primer lugar, el propio desnivel del terreno en la zona central del Yacimiento, corregido sólo en épocas muy modernas (recuérdese la presencia de una unidad estratigráfica regularizando todo este espacio central del hábitat), obliga a que las estructuras se distribuyan aprovechando las terrazas naturales, circunstancia también constatada en El Raso de Candeleda (F. Fernández, 1991) y, una vez más, en El Ceremeño (Cerdeño et al, 1995). En segundo lugar, la diferente alineación de las viviendas registradas no es tampoco indicador suficiente, al menos por sí mismo, de que el hábitat hubiera contado con dos o más fases: esta desigual alineación de las estructuras es común a todo el mundo ibérico y celtibérico del interior peninsular, ya en poblados de grandes dimensiones (oppida), como el de Alarcos, vgr. (Fernández, García Huerta, 1998), ya en pequeños hábitats como el de Leganés -así en Herrera de los Navarros (Burillo, 1983) o en Argamasilla de Alba (García Huerta et al., 1998), y tanto en zonas alejadas de ésta, como el extremo sur peninsular (Ruíz Mata et al.., 1998), como en áreas próximas, como la Mesa de Ocaña (Urbina, 1998). En cuanto al tercer indicio apuntado, la aparición de adobe o arcilla muy compacta bajo los zócalos, es preciso hacer constar que esta circunstancia se da sólo en el extremo oriental de las estructuras halladas en el Sector B, en una zona donde los zócalos se asientan sobre un fuerte desnivel. Parece posible que la presencia de adobe rubefactado concentrado en esa única zona se debiera al derrumbe y posterior incendio de los paramentos más sólidos del yacimiento, en un proceso que implicaría la destrucción también del nivel de uso de las estructuras documentadas. Así pues, esos adobes en la zona más oriental del Sector B responderían a un proceso inmediatamente posterior al abandono del yacimiento y no estarían vinculados a su utilización. Finalmente, la hipótesis, aquí defendida, de que el Yacimiento 74/152 tuvo un único nivel de ocupación viene avalada por la presencia de un conjunto material extraordinariamente homogéneo, del que sólo se desmarcan tres piezas de producción romana, ni siquiera contemporáneos en su producción (dos fragmentos de TSH y un fragmento de campaniense), y media docena de galbos de cronología presumiblemente medieval, que fueron localizados en el límite W. del Sector A, en su estrato superficial, asociados a otros materiales más modernos (cerámica vidria-

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La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

da e incluso algún fragmento de teja), y cuya presencia en el Yacimiento C cabe atribuir a arrastres del, en este punto, muy cercano Yacimiento B (74/151), también investigado en el transcurso de esta intervención realizada en el año 2000. Por lo demás, el yacimiento C es un hábitat característico de este momento, tanto por su evolución histórica y por su superficie (en torno a los 3.500 m2), como por su cercanía a un recurso hídrico de carácter permanente o semipermanente (el arroyo de la Recomba), las técnicas constructivas utilizadas (zócalos de mampostería recrecidos con paramentos de adobe; cubierta de ramajes manteados con barro, suelos de tierra batida continuamente reparados o reutilización de elementos productivos en la construcción de los zócalos), o el homogéneo conjunto material -cerámica pintada, cerámica a mano con motivos estampillados, producciones en las que conviven los motivos pictóricos con los estampillados, como es frecuente en el interior peninsular (Valiente, 1987), fíbulas de pie vuelto y con apéndice de botón, fusayolas troncocónicas.-. Paralelos para él se han encontrado en el valle medio del Jiloca, en el Alto Tajo (Cerdeño, García Huerta, Arenas, 1995):, o en la Mesa de Ocaña (Urbina, 1998), si bien se cuenta con tres ejemplos bien conocidos, los de los yacimientos de Los Castellares (Herrera de los Navarros, Zaragoza), excavado por F. Burillo (1983), el de La Coronilla (Chera, Guadalajara), cuya investigación estuvo encabezada por M. Cerdeño (1992) y, ya en la comunidad de Madrid, los yacimientos de La Gavia (Morín et al., e.p.) y el castro prerromano de Santorcaz (Cerdeño et al., 1991), ambos de cronología ligeramente posterior a los mencionados, donde se pone de manifiesto la perduración en el tiempo de las tradiciones celtibéricas también documentadas en las sucesivas intervenciones realizadas en Leganés.

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La ocupación en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

CATÁLOGO

Fíbula de pie vuelto Bronce 74/152/1069 long. 4,4 cm

Fíbula de pie vuelto Bronce 74/152/1072 long. 3,8 cm

Fíbula de pie vuelto Bronce 74/152/1073 long. 8,8 cm

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FĂ­bula de pie vuelto Bronce 74/152/1075 long. 6,5 cm

Anillo Bronce 74/152/1070

Placa Bronce 74/152/1071 5 x 6 cm

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La ocupaci贸n en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Punta de flecha Bronce 74/152/1080 long. 4,9 cm

Aguja Bronce 74/152/1077 long. 13,2 cm

Asta Ovic谩prido 74/152/1090

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Fusayola 74/152/496

Fusayola 74/152/705

Fusayola 74/152/707

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La ocupaciรณn en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Fusayola 74/152/709

Kernos 74/152/539-540 diรกm. max. 8,5 cm alt. 10 cm

Cuenco 74/152/411 diรกm. 10,2 x 4,5 cm alt. 4 cm

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Cuenco 74/152/410 diรกm. 17 x 6,7 cm

Vaso troncocรณnico 74/152/970 diรกm.13,7 x 16 x 7,6 cm alt. 11,8 cm

Vaso troncocรณnico 74/152/971 diรกm. 12 x 14 x 7 cm alt. 10,9 cm

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La ocupaciรณn en la Segunda Edad del Hierro en el Arroyo Culebro

Fragmento de cerรกmica 74/152/852

Fragmento de cerรกmica 74/152/253

Fragmento de cerรกmica 74/152/1054

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Fragmento de cerรกmica 74/152/270

Fragmento de cerรกmica 74/152/712

Fragmento de cerรกmica 74/152/499

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro (Léganes)

EDUARDO PENEDO COBO JORGE MORÍN DE PABLOS RAFAEL BARROSO CABRERA (ARTRA S.L.TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS)


Yacimiento B


La intervención arqueológica en los yacimientos “B” y “D” (74/151-153) forma parte de los trabajos previos comprendidos en el Plan Parcial 5 (P.P.5), que a su vez se engloban dentro de la actuación del Plan Parcial de Actuación Urbanística (P.A.U.) Arroyo Culebro en el municipio de Leganés (Madrid). El resultado de estos trabajos fue la identificación de un asentamiento de cronología romanoimperial (área de almacenamiento) e hispanovisigoda (hábitat y área de almacenamiento). La asociación de ambos yacimientos es la siguiente: el hábitat esta representado por las cabañas documentadas en los sectores A y B del yacimiento “D”; y el área de almacenamiento está formada por un gran campo de silos, la gran mayoría de época hispanovisigoda, siendo los menos de cronología romano imperial, constituyendo el yacimiento “B”. El terreno sobre el que se asentaron las comunidades humanas que habitaron estos dos enclaves arqueológicos en el pasado es una superficie alomada que domina el curso del arroyo de la Recomba o Culebro. El paisaje presenta una topografía bastante suave, sin accidentes de importancia. El paraje ha sido explotado como campo de cultivo de cereales y leguminosas, así como para la práctica de una ganadería extensiva de ganado lanar. La introducción de maquinaria moderna en las labores agrícolas supuso una serie de daños irreversibles para los restos del enclave “B” (74/151), que ocupaba una pequeña elevación que domina la margen izquierda del arroyo de la Recomba, con la destrucción de la práctica totalidad de las subestructuras del área de almacenamiento, de las que sólo se conservan las unidades negativas excavadas en los bancos de arenas. El yacimiento “D” (74/153), emplazado en la margen derecha del arroyo, en una llanura a unos 150 metros del cauce y a unos 300 metros del denominado yacimiento “B”, se vio asimismo afectado, aunque las estructuras de época hispanovisigoda habían sido expoliadas de antiguo para reaprovechar el material pétreo, que es escaso en la zona. Por último, la construcción de la carretera M-407 significó la destrucción del yacimiento “B” en su límite oeste.

Yacimiento D. Sector B

Yacimiento D. Sector A

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Como ya se ha dicho, las primeras noticias sobre la potencialidad arqueológica de la zona procedían de la Carta Arqueológica de la Comunidad de Madrid elaborada en la década de los años ochenta, aunque en ella no se recogían nuestros dos enclaves, motivo de la presente publicación. Con posterioridad, en el verano de 1999, se realizaron diversas campañas de sondeos que permitieron documentar restos muebles e inmuebles que plantearon la necesidad de acometer una intervención arqueológica de mayor envergadura. Los trabajos de excavación de ambos yacimientos comenzaron en el mes de enero de 2000, finalizando en el mes de abril del mismo año.

DOCUMENTACIÓN DE LOS RESTOS ESTRUCTURALES EL HÁBITAT HISPANOVISIGODO El ámbito ocupado por el yacimiento “D” cuenta con una estratigrafía compleja, ya que se han podido documentar la existencia, al menos, de tres momentos de ocupación. La fase más antigua corresponde a una necrópolis de la Primera Edad del Hierro (sector C), cuya exposición se ha realizado en otro apartado del catálogo. La fase intermedia la constituyen niveles estratigráficos con materiales de la Segunda Edad del Hierro, y la más moderna un hábitat hispanovisigodo muy desmantelado (sectores A y B), motivo de estas líneas. La tierra vegetal presentaba escasa potencia y debajo se localizaban restos de las techumbres de las viviendas hispanovisigodas. Los suelos de éstas se conservaban parcialmente, mientras que los muros habían sido expoliados para reaprovechar el material pétreo de los zócalos. De la última fase, la hispanovisigoda, se han podido distinguir diferentes edificaciones con una cierta distancia entre unas y otras que parece sugerir la existencia de un hábitat disperso. No se han documentado diferentes momentos de ocupación del hábitat visigodo, que parece corresponder a una misma fase constructiva o poco alejada en el tiempo, y que parece haber sido destruido de forma violenta, como atestigua el nivel de incendio en todas las estructuras localizadas. Se han excavado un total de cinco unidades de habitación, aunque es muy probable la existencia de un número mayor de estructuras que fueron expoliadas para aprovechar sus materiales en un primer momento y después, ya en época contemporánea parcialmente destruidos por el laboreo de los campos. Las estructuras presentaban similares características en cuanto a los elementos integrantes: planta rectangular con techumbres de tejas ímbrices, zócalos construidos con material pétreo local (calizas, silex, etc.) y suelos de tierra apisonada. En cuanto a los alzados, no se ha constatado su presencia, pero podemos suponer que serían realizados con tapiales. Dichas estructuras se definen como recintos rectangulares por la extensión del derrumbe de lo que fue la techumbre que sella los espacios interiores, ya que las referencias perimétricas que aportan los escasos fragmentos de zócalos de piedra son insuficientes. Los zócalos, formados por piedras calizas de pequeño y mediano tamaño, han sido robados y amortizados por otros hábitats que se han construido con posterioridad, seguramente debido a la escasez de este tipo de materia prima en la zona. Sólo en contadas ocasiones ha sido posible distinguir los niveles de ocupación por debajo del derrumbe de la techumbre, puesto que los suelos de estas estructuras apenas presentan potencia arqueológica. Este tipo de suelo ha sido

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Sondeos mayo 1999 Sondeos julio 1999 Delimitación mayo 1999 Delimitación julio 1999 Área excavada campaña 2000

Necrópolis de incineración Hierro I

Sector C

Sector B

Hábitat hispanovisigodo

Sector A

Yacimiento D (74/153) 131


documentado en otros yacimientos similares y no muy distantes geográficamente, como el de LaVega, en Boadilla del Monte (Alfaro, 2000) y Navalvillar, en Colmenar Viejo (Colmenarejo, 1987). Destaca en este sentido la unidad estructural 1, en la que no sólo se pudo diferenciar el suelo de ocupación, sino que era sumamente abundante la presencia de objetos metálicos de diversa índole. Esta abundancia de material metálico permite plantear la hipótesis de que nos encontremos ante un área de fundición y forja de pequeños objetos metálicos. La excavación ha documentado un amplio espectro de objetos de bronce y hierro, así como fragmentos de “escorias” de fundición. En el exterior de la estancia existía una zona en la que se habían realizado fuegos de forma continuada. Aunque no se puede precisar el tipo de fundición que se llevaba a cabo en dicha estancia, ya que las subestructuras de un hipotético horno han desaparecido como consecuencia de las labores agrícolas, en nuestra opinión, nos encontraríamos con una actividad que no tendría un carácter industrial sino más bien de tipo familiar, a pequeña escala, por supuesto nada comparable a lo que conocemos para otros yacimientos emplazados en zonas mineras. El resultado del análisis de las “escorias” permite distinguir dos tipos: unas compactas y otras porosas. Señalemos antes que el término que empleamos no es el más adecuado para referirnos a este tipo de compuestos de metal, ya que la escoria es un residuo y estas masas de cobre, debido a su pureza, debían guardarse para ser reutilizadas en una colada posterior para ser recicladas en el crisol (Simón Arias, 2001). Las “escorias” compactas son residuos de una colada de cobre que, después de solidificar, han ido enfriándose lentamente, probablemente dentro del crisol, en lo que se diferencian de las escorias de naturaleza porosa, que se dejan enfriar en condiciones ambientales. Hay que destacar como rasgo significativo la pureza del cobre empleado en esta fundición, ya que éste habitualmente suele ir acompañado de otros elementos intrusivos en proporciones minoritarias. La obtención de un cobre tan puro se puede haber obtenido gracias al uso de pértigas duras que remueven la colada.

Vista general del Sector A

En cuanto a las unidades de derrumbe de teja, éstas constituyen, sin duda alguna, elementos arquitectónicos de estructuras de techumbre desmanteladas como demuestra el hecho de que a veces cubren posibles niveles de uso. Sin embargo, en muchos casos es imposible determinar con exactitud su integración en estructuras individualizadas, fundamentalmente por la falta de referencia perimetral, bien porque faltan los zócalos de cimentación, que han sido robados, o bien por la grave alteración que han ocasionado las roturaciones del terreno. Tanto las características de los restos estructurales como el estudio de la cultura material exhumada aseguran la existencia en los sectores A y B de una asentamiento rural en hábitat disperso con cronología hispanovisigoda1. Sector A

En el sector A se documentaron dos unidades estructurales o de habitación definidas (1 y 5). La distancia entre unas y otras edificaciones sugiere, como ya se ha señalado, que nos encontramos ante conjuntos estructurales que definirían un hábitat 1

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TL-06062001. Edad convencional: 1350+/-135BP.


La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

disperso. Es posible, sin embargo, que existieran otras estructuras cuyos restos no se han conservado, bien porque fueron expoliados en el pasado, bien por otro tipo de actuaciones más recientes. La Unidad Estructural 1 se define como un recinto rectangular por la extensión del derrumbe de lo que fue su techumbre, así como por las referencias perimétricas que aportan los zócalos de piedra de mediano tamaño documentados en el norte y en el Este y parte de los restos del flanco Sur. Debajo del derrumbe de tejas se localizó un pavimento de tierra endurecida con un hogar en la parte sur. Los materiales cerámicos localizados son restos cerámicos atribuibles a la época hispanovisigoda. Ya hemos señalado cómo la abundancia de fragmentos metálicos plantean la posibilidad de que en esta estancia se hayan realizado labores artesanales relacionadas con el trabajo del metal. La Unidad Estructural 5 sólo conservó el cuadrante noroeste, en el que se localizó la pieza fija de un molino de mano. Bajo el derrumbe de tejas, se pudo documentar el pavimento y los materiales a él asociados: cerámica común hispanovisigoda, fragmentos de hierro, un punzón de bronce y fauna doméstica. No queremos finalizar la descripción de este sector sin señalar la existencia de otros restos que tienen que ver con la presencia de diversas unidades estructurales que no han podido definirse con total exactitud: un tramo de zócalo, y derrumbes de techumbre. Estas unidades constituyen evidencias de estructuras desmanteladas de las que no podemos definir su perímetro. En este mismo sentido hay que señalar que sobre el derrumbe 199 se localizaron los restos de un individuo alofiso de unos 6 años de edad +/- 24 meses. La ausencia de un gran porcentaje del esqueleto, que no se ha recuperado, y la fragmentación acusada de los huesos localizados, así como marcas de carnívoros en los huesos largos, parece indicar la presencia de agentes destructivos y dispersos de los restos, como pueda ser la acción de carnívoros de pequeño tamaño (Nicolás Checa, 2001).

Unidad estructural 1

Unidad estructural 5

Derrumbe 199 y detalle del individuo

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Unidad estructural 1

Sondeo estratigrรกfico

U

Yacimiento D. Sector A 0

2m


Unidad estructural 5

Individuo 1


Sector B

En general las unidades estructurales de este sector están peor definidas en su perímetro que en el Sector A. La Unidad Estructural 2 sólo conserva un tramo del zócalo de cimentación en el lado Norte y el Sur. Debajo del derrumbe, se documentó un suelo de tierra endurecida. Los restos materiales son fragmentos cerámicos, entre los que cabe destacar una fusayola lisa. La Unidad Estructural 3 está situada al oeste de la estructura 2 y está parcialmente delimitada en sus lados Sur y Este. Entre el nivel de derrumbe, apenas representado, y el pavimento de tierra se ha podido documentar la existencia de una interfacies representada por la acumulación de un pequeño nivel de colmatación. Esta interfacies probaría que después de la destrucción del hábitat, no se produjo el derrumbe total de las techumbres. Por su parte, la excavación de la Unidad Estructural 4 aportó escasos datos. Se encuentra al norte de la 2 y la 3. Destacan en ella los restos de un sueloelaborado con fragmentos rectangulares de tejas ímbrices que forman un rudimentario enlosado (U.E. 82). Vista general del Sector B

Por otro lado, los límites meridional y oriental nos muestran un zócalo de cimentación, diferente al resto de los documentados, constituido por dos líneas paralelas de piedras de mediano tamaño que dejan libre un espacio intermedio, quizás marcando separaciones interiores dentro de una estructura de mayores dimensiones. Finalmente, señalar que en el Sector B existe una amplia zona, entre la estructura 4 y la 2 y la 3, en la que no pudieron definirse unidades estructurales, aunque probablemente existieron, como parecen sugerir la presencia de restos constructivos y posibles niveles de uso.

UE 82

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

EL CAMPO DE SILOS El yacimiento “B” presenta una secuencia estratigráfica relativamente sencilla y que se repite sistemáticamente en todos los sectores excavados (A, B y C) para los dos momentos cronológicos que presenta el yacimiento (Altoimperial e hispanovisigodo). El primer nivel es la tierra vegetal, que presenta escasa potencia. Por debajo de este nivel aparece un nivel de textura arenosa alterado por el laboreo de las tierras con aperos mecánicos (30-40 cms.). Bajo ella encontramos el nivel geológico, que aquí está formado por arenas arcillosas. Los silos se han excavado precisamente en este último nivel y presentan diferentes unidades estratigráficas de colmatación que se han numerado independientemente para cada uno de ellos. La secuencia estratigráfica de cada silo varia, pero, en líneas generales, el proceso deposicional se puede resumir en dos tipos: silos rellenados artificialmente con vertidos producto del desescombrado de un hábitat de cronología hispanovisigoda (la práctica totalidad del conjunto), y silos colmatados de forma natural de cronología romano imperial. Hay que señalar que, aunque la mayoría de los silos se

Sondeos mayo 1999 Sondeos julio 1999 Delimitación mayo 1999 Delimitación julio 1999 Área excavada campaña 2000

Sector A

Sector C Sector B

Yacimiento B (74/151) 137


Unidad estructural 3

Trinchera

Unidad estructural 2

Trinchera

Yacimiento D. Sector B 0

2m


Unidad estructural 2


han rellenado de forma artificial y en un breve periodo temporal, no es extraño que este proceso se haya paralizado durante algún tiempo, dejando la parte superior sin rellenar y colmatándose parcialmente el silo de forma natural. Señalar como hipótesis que debido a la naturaleza de los rellenos, una vez haya transcurrido un breve periodo de tiempo, éstos se compactan y disminuyen de volumen respecto a la estructura. El yacimiento “B” es uno de los llamados “campos de silos” que serán habituales en nuestra península durante las épocas tardorromanas y medieval. Se trata de depósitos excavados en la tierra, muchas veces de grandes dimensiones, que servían para el almacenaje de productos diversos, generalmente cereal. El sistema es conocido desde época prehistórica, siendo como decimos muy utilizado en época romana tardía -p.e. en el yacimiento de Tinto Juan de la Cruz de Pinto, en el siglo V d.C. (Barroso Cabrera et al., 1992 y 1993 a y b)- y altomedieval como sustituto de los grandes dolia y horrea que sirvieron de contenedores y almacenes en las villas romanas de época clásica, y llegando a su apogeo en tiempos de la dominación islámica. Buenos ejemplos de ello en la región de Madrid lo constituyen los silos de los arrabales del Madrid islámico (s. XI-XII) y en yacimientos con hábitat rurales como el excavado en La Indiana –Pinto- (Morín, 1997), de cronología anterior al s. XI. Una fuente anónima musulmana de los siglos XIV-XV nos informa de la bondad de este sistema, que ha sido utilizado en algunas zonas de la España seca hasta época actual: “...y sobre todo tiene la particularidad de que las cosechas se pueden almacenar bajo tierra durante cien años sin que se alteren, se pudran, se corrompan ni se produzcan en ellas el más mínimo cambio, a pesar del cambio de los años y la alternancia de las estaciones.” Algunos autores han propuesto que la difusión de este sistema de almacenamiento estaría relacionado con la existencia de comunidades familiares o tribales capaces de originar excedentes en la producción agraria y que su desaparición iría ligada a la llegada de los repobladores del norte de la península y la imposición de un modo de producción feudal que modificaría las antiguas estructuras socioeconómicas (Vigil-Escalera Guirado, 1997). Es difícil asegurar que la implantación de dicho régimen haya sido la causa inmediata de la desaparición de los silos. Muy al contrario, resulta mucho más probable que la desaparición de los campos de silos esté relacionada con un cambio en los sistemas de almacenaje, que podría haber preferido la construcción de graneros y grandes tinajas de almacenamiento, tal como sucedía en época clásica, así como al progresivo desarrollo de la vida vecinal, que iría arrinconando las viejas estructuras sociales de parentesco que habían sobrevivido fosilizadas en la primera Edad Media. Además, hay que recordar que la implantación del régimen “feudal” (señorial) no implica necesariamente la desaparición de los excedentes campesinos, puesto que éstos se hacen necesarios para el pago de la tributación al señor, como medio de garantizar la siembra anual y, sobre todo, como modo de asegurar la propia supervivencia del campesino y su familia (Morín et al. 1997). Sector A (Silos hispanovisigodos)

El Sector A del yacimiento está compuesto por un conjunto de 15 fondos que presentan una cierta agrupación aparentemente en forma semicircular, probablemente asociados a una antigua estructura no conservada. Se trata de fondos de pequeño tamaño (aproximadamente de un metro de diámetro) y poca profundidad (medio metro aproximadamente), aunque para esto último hay que suponer, no obstante, que la profundidad original debió ser mayor que la conservada y que han

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Yacimiento B. Sector A

debido perder la parte superior de estas estructuras. Todos ellos presentan una estratigrafía uniforme a base de rellenos con escasa presencia de material arqueológico que, en general, se reduce a fragmentos de cerámica de cocción alternante, fragmentos de tejas y ladrillos, restos óseos, carbones y cenizas, así como piedras calizas y algún fragmento de molino de granito. Este tipo de unidades se interpreta como un relleno antrópico de material constructivo procedente de un núcleo de habitación situado en los alrededores y al que debe achacarse la construcción de estas estructuras. En cuanto a la funcionalidad originaria de éstas, parece claro que estamos ante pequeños silos destinados al almacenaje de grano o de otro tipo de productos agrarios.

Vista general del sector C

Las estructuras de algunos de los fondos de este sector presentan una rudimentaria preparación. Así, en ocasiones el suelo de dichas estructuras aparece recubierto con una clara funcionalidad aislante. En uno de los casos, se realizó con fragmentos de tejas y cerámicas, mientras que en el resto se hizo a base de un preparado de piedras calizas dispuestas sobre la base de la estructura.

FONDO I: U.E. 3/2, 3/3

141


Fondo I

Fondo LXXVI

Fondo LII

Fondo LXXVII Fondo LIII

Yacimiento B. Sector A 0

2m

Fon VI Fondo LI

Fondo L


Fondo II

Fondo V

Fondo III

Fondo IV

ndo I

Fondo LV Fondo LIV

Fondo LVI


Yacimiento B. Sector B

Sector B (Silos altoimperiales e hispanovisigodos)

El presente sector es un amplio campo de silos que aprovecha un gran banco de arenas situado en un paraje algo apartado del cauce del arroyo Culebro que resulta idóneo para el emplazamiento de este tipo de estructuras de almacenaje. Por esta razón el emplazamiento ha sido utilizado con fines semejantes en dos momentos históricos, altoimperial e hispanovisigodo, para la misma función. Se detecta una cierta agrupación en hileras orientadas N-S. De forma general podemos deducir que se trata de grandes fondos asociados a otros de dimensiones medianas. La diferencia de tamaño podría corresponderse, aunque no necesariamente, con una distinta finalidad en los depósitos a los que iban destinados. En algunas de las estructuras de mayor tamaño (Fondos XXVI, LXVI y LXXIII) se observa una preparación previa de las paredes y del suelo. Para ello se procedió al incendio de la estructura con el fin de endurecerla y conseguir una capa aislante, tanto desde el punto de vista térmico como frente a animales que pudieran dañar la cosecha. Es ésta una técnica que diferencia a estos dos silos del resto de las estructuras de este sector y que los pone en relación con una de las estructuras del sector C (Fondo XL) como veremos más adelante. No es la única nota discordante con el resto de los silos del sector B: a diferencia de ellos, los fondos XXVI y LXVI presentan una estratigrafía homogénea de relleno en la que apenas se encuentran representados materiales arqueológicos. Entre los escasos materiales habría que señalar un fragmento de TSH (forma 10 lisa) aparecido en el fondo XXVI y otro de cerámica pintada de tradición indígena del mismo fondo. Resulta evidente, tanto por su singular estratigrafía como por las propias características constructivas de estos silos, que pertenecen a una fase cronológica diferente a la del grueso del conjunto, hipótesis que se comprueba además al compararlos con los silos XXXVI, XXXVII, XL y LXXXV del sector C y, sobre todo, por el hecho de que los silos XXVI, LXVI y LXXIII se encuentran cortados por otras estructuras (Fondos LXV, XXV y XLVI, XXX Y XXXI, respectivamente) obviamente pertenecientes a un periodo posterior que se relaciona con la cronología del resto de las unidades.

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Es cierto, no obstante, que algunos materiales romanos se han encontrado también formando parte del relleno de los silos que consideramos de cronología posterior, pero ello puede explicarse bien por contaminación con una estructura diferente o simplemente porque formaba parte de los niveles que sirvieron para rellenarlos, en cuyo caso aparece como un resto aislado en un contexto visigodo (un fragmento de TSH hallado en el fondo XI). El resto del conjunto presenta una morfología y tipología muy semejante entre sí: se trata de estructuras excavadas en la arena en forma de saco o bien como paredes verticales y fondo circular, cuya funcionalidad original debió ser, como ya se ha comentado, la de almacenamiento de grano principalmente. Del mismo modo, estas estructuras presentan un desarrollo estratigráfico semejante que permite verificar una fase de abandono de la función primitiva de los silos, vaciado y limpieza intencionada de los mismos, y su posterior reutilización como contenedores de escombros. La serie estratigráfica es en todos los casos semejante: una serie de niveles de escombrera, cuya excavación ha proporcionado numeroso material constructivo (piedras, fragmentos de adobes y tejas, etc.), así como carbones y cenizas procedentes de la combustión de material orgánico. Lo mismo puede decirse con respecto al material arqueológico, representado por cerámicas de pasta oscura poco colada y cocción reductora, objetos metálicos de la vida cotidiana (broches y hebillas de cinturón, cencerros, etc. ) y material óseo. Del estudio de los materiales puede deducirse una datación en torno a la segunda mitad del siglo VII, fecha que posiblemente corresponda a la cronología de uso de los silos como tales si, como parece probable, estos rellenos proceden del antiguo poblado al que estaban asociados. En ocasiones estos niveles de rellenos se encuentran salpicados de pequeñas manchas de tierra de color más claro y arenas de color amarillento de grano fino que se interpretan como niveles de abandono parcial en el relleno del fondo en unos casos, o como parte de un derrumbe de las paredes y/o embocadura del silo, en otros. A modo de hipótesis, parece lógico suponer la existencia de algún tipo de estructura superior que sirviera de cierre a los depósitos, que probablemente adoptaría la forma de un pequeño brocal de pozo con tapadera. Sí se ha podido comprobar, por el contrario, en algunos fondos (XI, XIII y XLI) la presencia de estructuras de cubierta levantadas sobre postes de madera gracias a las improntas de los hoyos sobre los que se alzaban. En cuanto a los niveles de relleno de los silos, ya se ha comentado anteriormente su carácter de depósito antrópico intencionado, realizado a partir de los restos de construcciones más antiguas, que probablemente formaran parte del hábitat aledaño al campo de silos, parte de cuyas estructuras se han excavado en esta misma campaña. Se trata de diferentes niveles de tierra arcillosa de color marrón mezclados con arenas y con un contenido variable de materiales de desecho (piedras, tejas, cenizas y carbones, etc.) que es lo que en última instancia permite diferenciar los distintos niveles de relleno de los fondos. Esta tierra debe proceder de la descomposición de los tapiales que constituían los alzados de los muros de dichas construcciones. Esta circunstancia distingue a estos silos, que son mayoritarios entre los del sector B, de los fondos XXVI, LXVI y LXXIII de este mismo sector, cuyos relle-

FONDO LXXIII: planta

FONDO XLI: sección

FONDO XIII: sección

145


Silos romano-imperiales

Fondo XLVII

Fondo VIII

Fondo XVII Fondo LX

Fondo X

Fondo XI

Fondo LXXII Fondo XLI

Fondo XIII-A

Fondo XII Fondo XIII-B

Fondo XXI

Fondo LXXI

Fondo XIV Fondo XXII

Fondo XXXIII Fondo LXX

Fondo XXV

Fondo XXXIV Fondo XV Fondo XXXV

Fondo VII

Yacimiento B. Sector B 0

2m

Fondo LXVIII Fondo LXIX

Fondo XXVII Fondo XVI Fondo LXVII Fondo LXXIV

Fo X


Fondo LXXX Fondo LXXIX

Fondo LXXVIII

Fondo XVIII

Fondo XIX

Fondo LVII

Fondo XXIX

Fondo LXXXIV Fondo LXXXIII

Fondo XLII

Fondo XLIII

Fondo XLIV

Fondo XX

Fondo XLV

Fondo LIX

Fondo LVIII

Fondo LXXV

Fondo LXXXII Fondo LX

Fondo XXII

Fondo XXXI Fondo LXXIII

Fondo XXIV

Fondo XXX

Fondo LXI

ondo XXVI

Fondo LXXXVII

Fondo LXXXI

Fondo XLVI Fondo XXXII Fondo XXVIII

Fondo LXVI

Fondo LXII

Fondo LXV

Fondo LXIII


nos de arenas nunca presentan materiales constructivos ni restos de tapial. Hay que destacar el caso excepcional de los fondos XXXI y LXIII que tienen una rudimentaria preparación a base de piedras calizas de tamaño mediano-grande seguramente como elemento sustentante de alguna estructura de madera que sirviera de aislante.

FONDO XXXI: planta

FONDO LXIV-LXV

LXIV

FONDO LXIV

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No hay indicios de que estos silos hayan sido expuestos al fuego antes de su uso, algo que les vuelve a distinguir de los silos XXVI y LXVI. Por último, señalar que la excavación de los silos ha permitido documentar una diferencia más entre los silos de cronología altoimperial y los hispanovisigodos. En los primeros, el relleno se ha realizado de forma lenta, pudiéndose distinguir interfacies con cierta potencia de arenas limpias, producto de una colmatación por la acción de agentes naturales (viento, agua, etc). Por el contrario, en los silos hispanovisigodos el proceso de relleno se ha efectuado con rapidez, no documentándose apenas estas interfacies o presentando escasa potencia.Además el relleno de los mismos se ha efectuado cuando las bocas de los silos se mantenían prácticamente intactas, siendo éstas estrechas, lo que ha obligado a una deposición de los restos de forma vertical, con una mayor acumulación en el eje de las estructuras. Otro hallazgo singular es el conjunto que componen los fondos LXIV y LXV. El primero es un horno de bóveda con toberas y paredes rubefactas. En el momento de su excavación conservaba aún dos de las toberas originales y parte de otras tres más. La carga de este horno se realizaba aprovechando el silo LXV que estaba adosado a él. Éste no se rellenó por completo en el momento de ser amortizado, sino sólo hasta una determinada altura, sin duda con el fin de permitir una cómoda alimentación del horno. Quizá podría establecerse el paralelo con el horno doméstico documentado durante la excavación de la habitación 14 del yacimiento de La Vega -Boadilla del Monte, Madrid-(Alfaro, 2000).Ya se ha visto que la práctica de actividades artesanales semejantes ligadas al trabajo del metal a pequeña escala ha podido constatarse en una de las estancias del yacimiento “D”, con la que tal vez pueda establecerse algún tipo de relación. LXV

Resulta evidente, a tenor de lo dicho hasta el momento, que nos encontramos ante dos fases diferentes de aprovechamiento del entorno (en realidad 3 fases si contamos el momento en que el campo de silos fue utilizado como escombrera): un primer momento de construcción de los silos XXVI, LXVI y LXXIII, cuya excavación y uso habría que llevar a épocas altoimperiales, hacia los siglos I-II d.C., si nos atenemos a los hallazgos arqueológicos (TSH, cerámica pintada de tradición indígena, cerámica de pasta gris o anaranjada, cerámica común romana, numismática, etc.), la tipología constructiva de los mismos (paredes rubefactas o con una incipiente preparación previa) y el tipo de relleno que presentan. La segunda fase, de época hispanovisigoda, quedaría representada por la casi totalidad de los silos de este sector, cuya excavación ha proporcionado algunos materiales muy significativos desde los puntos de vista cronológico y de adscripción cultural. Entre ellos habría que citar un broche de cinturón liriforme de bronce (fondo LXV, nº 1553). Otros elementos de cultura material que merecen ser destacados son una empuñadura de spatha fabricada en hierro y madera (fondo XXXV, nº 1546), una hebilla de cinturón de bronce (Fondo XXXV, nº 1547), un broche de cinturón de placa


La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

rígida de hierro (fondo XXXV, nº 1544), así como gran cantidad de cerámica de cocción reductora y pasta poco depurada con abundante presencia de desgrasantes. Formas características de estas producciones cerámicas son los morteros y los jarros de pico vertedor, elementos muy comunes de la vajilla tardoantigua. Todos ellos son materiales que permiten fechar esta segunda fase en torno a los siglos VI-VII, probablemente en un momento de la segunda mitad de ésta última centuria como sugiere el broche liriforme, que no desentona con las fechas que han proporcionado los análisis de termoluminiscencia2. Por último, queda señalar que el conjunto que constituye el relleno de los silos son los materiales pertenecientes al antiguo hábitat al que estaba asociado el campo de silos y que debió disponerse de forma dispersa a lo largo del curso del arroyo de la Recomba, alguna de cuyas unidades de habitación han sido localizadas en la excavación del yacimiento “D”, aunque la mayor parte de dicho hábitat seguramente fuera destruido durante la construcción de la carretera de Leganés a Fuenlabrada (M-407), sin que pueda descartarse totalmente que parte del mismo se situara en las cercanías de la iglesia de Nuestras Señora de Polvoranca, cuyas ruinas aún presiden el entorno y donde la tradición supone que se situaba un núcleo poblacional que se anexionaría a Leganés en el siglo XIX (Legamar).Algo de cierto debe existir en esta tradición puesto que el topónimo es de origen mozárabe y hace referencia precisamente a la abundancia de lagunas que antaño caracterizaban el paisaje y que sugieren para este lugar algo elevado un emplazamiento ideal.

FONDO LXV: sección

En resumen, pues, cabe hablar de tres fases diferentes en la utilización del espacio que conforma el sector B del yacimiento B: 1. Construcción de los silos que presentan indicios de quemado hacia el siglo I d.C. y posterior abandono de los mismos en una fecha indeterminada. Este conjunto se relaciona, como veremos, con los silos del sector C. 2. Construcción de un nuevo campo de silos en época visigoda (ss.VI-VII), que en parte cortan a los silos de época romana, y abandono de la zona. No se han documentado restos de semillas que avalen esta función, a pesar de cribarse y flotar los sedimentos. Esta circunstancia se explicaría porque los silos habrían perdido su primitiva función, tanto los imperiales como los hispanovisigodos, para ser reutilizados como basureros. 3. Reutilización de los silos de época visigoda como escombrera y construcción de un horno en un momento posterior a su amortización. Los materiales de este relleno procederían, como ya se ha adelantado, del antiguo hábitat hispanogodo.

FONDO XXI: U.E. 43/6

Algunas evidencias apuntan hacia un final traumático de la segunda fase. Entre ellas destaca la aparición de restos humanos inhumados en el fondo de los silos (fondos XI, XXI y XXXV). Asimismo, la aparición de restos de bóvidos en posición anatómica y de gran cantidad de cencerros de metal que deben ponerse en relación con ellos, de los que resulta extraño que no hayan sido amortizados, parece apuntar en el mismo sentido. De igual modo, se podría citar la presencia de la empuñadura de una spatha, un elemento poco frecuente en los yacimientos de la época y que aquí se encuentra en un contexto arqueológico extraño, pues, en efecto, todos los indicios hacen presumir un contexto agropecuario para el 2

TL-0262001. Edad convencional: 1350+/-135 BP. Señalar que esta fecha y la realizada para el yacimiento “D” son coetáneas.

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hábitat al que pertenecieron estos silos. La destrucción violenta del hábitat puede llevarse a los momentos finales del periodo visigodo, época de gran inestabilidad política y social, y quizás haya que ponerla en relación con la llegada de los árabes a la península en 711, que supuso el fin del reino toledano y el inicio de una nueva época en la historia peninsular. Conocemos, con todo, un caso paralelo a nuestro yacimiento, un posible sax o scramasax encontrado en la excavación del yacimiento de La Vega (Boadilla del Monte, Madrid), de cronología tardía, como se deduce de la aparición de un triente del reinado conjunto de Égica-Witiza (a. 696-702) y que podría explicarse por idénticas razones de inestabilidad política. A estos indicios habría que añadir el cúmulo de restos constructivos que sirvieron para rellenar los silos de época visigoda, lo que supone una remodelación del hábitat de una magnitud considerable, que no se corresponde con la realidad arqueológica de la zona, donde los núcleos habitados jamás pasaron de ser pequeñas aldeas de carácter rural. Yacimiento B. Sector C

Sector C (Silos altoimperiales e hispanovisigodos)

Durante los trabajos de excavación del sector C pudo detectarse un grupo reducido de silos, algunos de dimensiones considerables. Los fondos XXXVI, XXXVII, XL y LXXXV se caracterizan por haber facilitado una cantidad apreciable de restos de tradición prerromana y romana. Entre ellos habría que destacar la aparición de diversos fragmentos de cerámica pintada Meseta Sur; cerámicas comunes de torno rápido, pastas depuradas y cocciones oxidantes y reductoras, así como algunos fragmentos de TSH. Es interesante reseñar la total ausencia de los tipos cerámicos que veíamos representados en los niveles de relleno de los silos de época hispanovisigoda, al igual que la diferencia en la colmatación de los mismos, en la que no se detec-

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

tan esos niveles de vertidos constructivos que aparecían en la mayoría de los silos del sector B, argumentos que apoyan una cronología más antigua para el conjunto de fondos del sector C. Esta datación queda reafirmada por la aparición de un as de la ceca de Cascantum (Cascante, Navarra). La serie estratigráfica que proporciona el Sector C hace suponer la existencia de un pequeño núcleo de carácter agropecuario fechable entre los siglos I-II d.C. y que tal vez perpetuara un hábitat más antiguo de la Edad del Hierro. La aparición de un abundante material cerámico en el que perviven las formas y las técnicas decorativas prerromanas es, en este sentido, muy significativa, aunque hay que señalar que la gran calidad de las cerámicas de torno rápido de la II Edad del Hierro, así como el buen gusto decorativo del que hacen gala, debió proporcionar una vida amplia a estas producciones, que alcanzan los primeros siglos del dominio romano como atestiguan el éxito de las producciones “Meseta Sur” o tipo “Clunia”. La aparición de la moneda de Cascantum y los fragmentos de TSH y TSHB obliga lógicamente a subir la cronología a un momento temprano del Imperio. En suma, nos encontraríamos con un poblado a caballo entre el cambio de era y el s. II d.C. cuyo estudio, unido a los conocimientos que proporciona la progresiva excavación de núcleos de este tipo en la Comunidad de Madrid, permitirá a buen seguro arrojar alguna nueva luz sobre los procesos de romanización del área central de la Meseta.

FONDO XL: sección

FONDO XL: planta

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Silos romano-imperiales

Fondo XXXVIII

Fondo XXXIX Fondo XLIX

Fondo XXXVII

Fondo XLVIII

Fondo XL

Yacimiento B. Sector C 0

2m


I Fondo LXXXV

Fondo XXXVI


CULTURA MATERIAL DE LOS SILOS ALTOIMPERIALES Para el estudio de los materiales se ha optado por agruparlos en tres grandes conjuntos: el material cerámico, el lítico, los metales y varia.

EL MATERIAL CERÁMICO Resulta muy interesante la convivencia de dos tipos de materiales en los silos de cronología altoimperial (Silos del Sector C). Por un lado, la pervivencia de las típicas producciones cerámicas de la Segunda Edad del Hierro y sus herederas (“Meseta Sur”) y, por otro, los materiales propios del mundo romano (sigillatas). Entre los primeros destacan, las cerámicas pintadas, tanto en rojo como en negro; las cerámicas jaspeadas, cerámicas grises, etc. Son frecuentes también las cerámicas de cocina de ambiente reductor y las realizadas a torno. Entre los materiales romanos, destacan los restos de Terra sigillata hispánica y Terra Sigillata hispánica brillante, concentrados fundamentalmente en el silo XL, donde las encontramos unidas a cerámicas pintadas Meseta Sur.

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Material cerámico de los fondos XXXVI y XL

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

METALES En el silo XXXVI, en la U.E. 73/4, se localizó una fíbula tipo Aucissa con puente de sección romboidal decorado con líneas transversales formando un arco de bordes rectos, y placa de resorte cuadrangular en charnela vuelta hacia el exterior. El pie es recto y rematado por un botón cónico. La cronología asignada a esta clase de piezas va desde el último tercio del siglo I a. C. hasta el siglo II d. C., aunque algunos tipos tienen una perduración mayor. Este tipo de fíbulas se trabajan en bronce o latón, siendo esta última la aleación más frecuente en las colecciones peninsulares. El proceso de manufactura se realiza a partir de moldes, tanto para el puente como para la aguja, y se le da forma final con tratamientos mecánicos de forjado en frío, acompañándose de un recocido final con objeto de homogeneizar una estructura que han necesitado de una gran plasticidad durante su elaboración. La pieza de nuestro yacimiento presenta un claro paralelo con la localizada en el yacimiento madrileño de La Torrecilla con el uso de una colada de bronce. Este dato es significativo para establecer la cronología de la fíbula de nuestro yacimiento, ya que el uso del latón entra en declive a mediados del siglo I de nuestra era, posiblemente debido al monopolio imperial sobre este material, sustituyéndose las piezas en latón por las de bronce. La tipología de charnela vuelta hacia el exterior, tiene una datación amplia desde el siglo I a. C. hasta contextos de época flavia e incluso posteriores (Gómez Ramos, 2000, 122ss).También se ha documentado una contera de hierro (nº 1653) y una aguja de bronce de talabartero (nº 1550).

FONDO XXXVI: fíbula tipo Aucissa.

1549

IN D U S T R I A ÓSEA En su mayor parte se trata de enmangues de cuchillo, como los localizados en el fondo XL, U.E. 81/1, (nº de inventario 1654). Se trata de cuchillos con espiga de sección circular.

1654

FONDO XL: enmangue de cuchillo.

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NUMISMÁTICA En el silo XL, U.E. 81/8, (nº de inventario 1551) se localizó un as romano de la ceca de Cascante. Se trata de un as de bronce de época de Tiberio (14 - 37 d.C) de la serie del toro, con la leyenda en el reverso MVNICI[P](ium) CASCANTVM. Este tipo de emisiones romanas sustituye a las antiguas acuñaciones ibéricas e introduce un cambio radical en la iconografía de la moneda hispana con la sustitución del típico reverso del jinete a caballo por símbolos que hacen referencia al grado de romanización de la ciudad y a su status dentro de la organización imperial. Desde la llegada de Octavio (27 a.C.) al poder supremo, las monedas fueron desgranando un programa ideológico favorable a los principios imperiales de reforma augústea, de ahí que en las nuevas monedas acuñadas por el poder romano aparecerán, a partir del cambio de era, leyendas abreviadas alusivas al estatuto municipal privilegiado de la ciudad (en este caso un Municipium) y al nombre latino de la ciudad (Cascantum por Cascao) en lo que constituye una plasmación evidente de la progresiva romanización del territorio hispano.

Este tipo de monedas pertenece al grupo del toro, caracterizadas por llevar la imagen de este animal en el reverso, al que pertenecerían también otras ciudades de la Celtiberia como Calagurris, Celsa, Clunia, Ercavica, Gracurris, Osicerda y Turiasso. El motivo tuvo particular éxito entre las ciudades del valle medio del Ebro, a las que pertenece Cascantum (ant. Kaiskata). Probablemente se trata de un municipio de derecho romano (Plinio NH III, 24), rango que adquiriría en el reinado de Tiberio. Sólo emitió moneda (ases y semisses) bajo este emperador. Hay dos versiones para estas acuñaciones según presenten o no la ligatura en el nombre de la ciudad (Gil Farrés, 1966, 430; Burnett et al. 1992, 133-134) La tipología de nuestra moneda es común a la de otras cecas hispanas. En todas ellas aparece el busto del emperador en el anverso y, en el reverso, motivos de alusivos a su rango municipal o de tipo religioso. El toro que aparece en la acuñación de Cascante no sólo simboliza la riqueza en ganados de la ciudad, que sin duda constituía la base económica del territorio, sino que alude también al sentido religioso del animal, que era objeto de sacrificio a la divinidad, en una prueba más del grado de romanización de la ciudad. El patrón metrológico utilizado en estas emisiones sigue el introducido por Augusto que establece valores de 12 gr. para los ases. El volumen total de moneda emitida por Cascantum es escaso si se compara con otras cecas cercanas como la de Caesaraugusta. En cuanto a la causa que motivó la necesidad de emisión por parte de estas cecas, parece que fue debido a la necesidad de proveer de monetario que agilizase las transacciones comerciales de la vida cotidiana, si bien no debe descartarse tampoco otras razones menos tangibles como por ejemplo el prestigio que supone para una ciudad la emisión de moneda propia.

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

LOS RESTOS MATERIALES DE ÉPOCA HISPANOVISIGODA (Hábitat y área de almacenamiento) E L MATERIAL CERÁMICO El tipo de vajilla documentada es casi en su totalidad cerámica de cocina elaborada a torno lento. Predomina la cocción reductora y los colores de las pastas son grises, ocres y rojos. Son muy abundantes los fragmentos que presentan huellas de haber estado expuestos a la acción directa del fuego, lo que prueba su utilización como vajilla de cocina. En términos generales, la decantación de las pastas no es de gran calidad, y los desgrasantes, arenosos, son de tipo medio y grueso. Las superficies han sido alisadas y, en algunos casos, espatuladas y bruñidas. Los bordes son en su mayoría redondeados y vueltos al exterior.Abundan los engrosados y redondeados, los de sección triangular y los de paredes rectas, y son muy escasas las bocas treboladas, es decir vertederas. Las asas suelen ser generalmente de cinta, a veces presentan acanaladuras longitudinales (simples y con doble acanaladura y nervio central longitudinal), mientras que escasean las asas lenticulares y cilíndricas. Los fondos, por su parte, son mayoritariamente planos, a excepción de algunos ejemplares con umbo y pies que imitan las producciones más elaboradas de TSHT. La decoración se desarrolla generalmente en la zona alta de los recipientes, bien en los labios, o bien en las carenas y hombros. Las piezas decoradas constituyen, sin embargo, un grupo reducido dentro del conjunto. Aún así pueden distinguirse distintas técnicas y motivos decorativos: · Decoración incisa: la decoración se ha ejecutado con un instrumento de punta roma y escasa profundidad. Los motivos pueden ser líneas rectas o formando ondas. Además se encuentran las incisiones a peine formando bandas de líneas rectas o meandriformes en número diverso. · Decoración estampillada: se desarrolla a base de puntos o a base de líneas y suele ir combinada con la decoración incisa. En cuanto a las formas, si bien no puede decirse realmente que exista una gran variedad tipológica en el conjunto, pueden distinguirse algunos tipos bien representados: · Platos y fuentes. Son formas escasamente representadas dentro del conjunto. Se caracterizan por su gran tamaño (30-40 cm. de diámetro) y poca profundidad. Los bordes pueden ser exvasados y almendrados y los fondos son planos imitando los fondos de las producciones de TSHT. · Botellas. Al igual que los anteriores, se trata de una forma escasamente representada en nuestro yacimiento, aunque pueden distinguirse dos tipos: botellas piriformes y globulares. Generalmente se trata de recipientes de cocción oxidante y pastas blanquecinas. Uno de los ejemplares presenta una moldura en el cuello y dos asas que arrancan de ella. El otro ejemplar corresponde a un fondo plano de botella. · Cuencos: se trata de una forma muy bien documentada en el conjunto cerámico, tanto por el número de hallazgos como por la variedad tipología que se desprende de su estudio, gracias al cual se han podido distinguir varios tipos en función de su tamaño.También son frecuentes los ejemplares carenados con claros precedentes en las producciones de TSHT.

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· Jarros y jarras: se conservan algunos ejemplares prácticamente completos. Se trata de piezas con asa al cuello y borde simple. Destaca el jarro con pico vertedor, fósil director de este tipo de producciones cerámicas. · Ollas: es uno de los tipos cerámicos mejor representados en el yacimiento y, junto con los cuencos, con una tipología más variada. Encontramos ollas globulares de boca ancha, con o sin asas; ollas con ranura o cama para la tapadera; ollas de paredes entrantes sin cuello y de boca ancha; ollas de paredes abiertas sin cuello y de boca ancha, etc. · Tinajas: los grandes recipientes son una de las formas más representativas del yacimiento, aunque desgraciadamente suelen aparecer muy fracturados. No se conserva ninguna pieza completa. La tipología de los bordes es muy variada: bífidos, moldurados, exvasados, etc. · Fusayolas: sólo se han hallado dos fragmentos, cuya importancia reside en que prueban la práctica de las manufacturas textiles en los ámbitos domésticos. · Materiales de construcción: ladrillos, ímbrices y tejas. La mayoría de las piezas constructivas presentan huellas de digitaciones formando ondas arbitrarias. En otros casos llevan una rudimentaria decoración incisa.

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Material cerámico de época hispanovisigoda

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

La cronología de nuestras piezas es equiparable a la de otros yacimientos hispanovisigodos localizados en nuestra Comunidad como Perales del Río (Quero y Martín Flores, 1987, 365 ss.), Cancho del Confesionario y Navalvillar (Caballero-Mejías, 1989, 75-107), La Vega (Alfaro-Martín Bañón, 1999, 225 ss.), etc. Fuera de nuestra Comunidad estos tipos cerámicos se documentan en los yacimientos salmantinos de Pelayos (Fabián et al. 1986, 192-193) y en el abulense de Navasangil (Larrén, 1989, 53-54). En relación con la adscripción cronológica de los materiales, éstos vienen generalmente a fecharse entre los siglos V-VIII d. C. En nuestro caso, la clara ausencia de cerámicas que imitan las formas de la TSHT, de las que sólo se documentan dos fragmentos, así como de las paleocristianas grises, podría ser un indicativo de una cronología más bien tardía, siglos VII y VIII d. C.

INDUSTRIA LÍTICA La industria lítica localizada en el interior de los silos hispanovisigodos puede clasificarse en dos grupos según el tipo de talla. El mayor número de piezas se ha trabajado por percusión y el resto por pulimento. Existe además un caso aislado de talla por presión. La aparición de sílex en los yacimientos visigodos, especialmente en contextos funerarios, es relativamente frecuente. La costumbre no es exclusiva del mundo godo, pues se documenta igualmente en diversos cementerios merovingios y ger-

1667 1668 1665 1661 1669

manos centroeuropeos. Dentro de nuestras fronteras, piezas semejantes se han hallado en las necrópolis visigodas de Herrera de Pisuerga, Carpio de Tajo, Pamplona y Madrona. En nuestra Comunidad se han encontrado piezas de pedernal y sílex en el cementerio visigodo de Cacera de las Ranas, Aranjuez (Ardanaz, 2000, 276). La interpretación de este tipo de hallazgos en tales contextos es discutida. Algunos autores, como Mergelina y Salin, les atribuyen su uso como amuletos al considerar que estas piedras estaban dotadas de magia sobre los cuchillos, ya que suelen aparecer asociados a estos útiles. En cualquier caso, habría que distinguir entre los pedernales utilizados claramente como piedras para preparar fuego y las piezas de sílex reaprovechadas de yacimientos prehistóricos cuya funcionalidad como amuletos y su sentido mágico es indudable.

Material lítico

METALES La toréutica y todos los trabajos relacionados con el arte del metal son actividades que no pierden vigencia en este periodo, sino que, muy al contrario, encuentran un

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renovado auge en época visigoda. En nuestro yacimiento se ha documentado un abundante conjunto de las tradicionalmente llamadas “artes menores” que revelan una diversificación de las producciones destinadas al uso cotidiano (instrumentum domesticum), la vajilla de mesa y cocina, herramientas, vestimenta, etc.

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Comenzando por la vajilla, en nuestros yacimientos se han encontrado asas de sítula fabricadas en hierro (nº de inventario 1559 y 1560) y bronce (nº de inventario 1623), así como unos probables llares de hierro destinados a colgar recipientes en el hogar (nº de inventario 1541). Relacionados con estas piezas estarían los eslabones de hierro hallados en el silo XXXIV, U.E. 69/9, (nº de inventario 1617). Aparte de estas piezas, se ha documentado una serie de útiles relacionados con la vajilla de cocina que cubren necesidades que no llega a suplir la vajilla cerámica. En ocasiones resulta difícil dilucidar el origen de fabricación de estas piezas, aunque muy probablemente hubieron de ser elaboradas en pequeños talleres artesanales de carácter local.Ya se ha señalado anteriormente la probable existencia de una forja doméstica en la Unidad Estructural 1 del yacimiento “D”. En cuanto a las técnicas de fabricación, las piezas de hierro, que son las más numerosas, se han trabajado martilleándolas, mientras 1536 que las de bronce, relacionadas sobre todo con objetos de adorno personal, se han realizado por fundición, técnica poco habitual. De estas últimas merece la pena destacar la cuchara de bronce con cazoleta ovoide poco profunda encontrada en el fondo XV, U.E. 31/6, (nº de inventario 1536). Los paralelos para este tipo de piezas se encuentran en la Meseta Sur, en el yacimiento de La Vega en Balazote (Albacete) y en la necrópolis conquense de Albalate de Las Nogueras (Gamo, 1999, 109 ss.). Los objetos de uso personal hallados durante la excavación del yacimiento son exclusivamente broches y hebillas de cinturón: dos hebillas de hierro (nº de inventario 1527 y 1544, ésta última de placa rígida) y una interesante hebilla liriforme

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1544


La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

de bronce (nº de inventario 1553) con decoración vegetal de roleos esquematizados. Asimismo, la excavación del fondo XXXV proporcionó otra hebilla perteneciente a un broche de este mismo tipo, aunque no conserva la placa (nº de inventario 1547). Los broches de cinturón de tipo liriforme son típicos de época hispanovisigoda y su desarrollo viene ligado a la difusión de las modas bizantinas en la península Ibérica. Se trata de piezas realizadas a molde y decoradas a buril. Los talleres que se dedican a la fabricación de estas piezas son pequeños y locales y los artesanos combinan a su antojo las decoraciones de la placa, que poco a poco se van alejando de los motivos originales. En nuestro caso, un broche de tipo trebisonda, la decoración imitaba los roleos estilizados que caracterizan las piezas originales, que aquí se presentan simplificados al máximo, lo que sugiere que el toréuta trabajó sin conocimiento expreso del modelo original. Mención destacada, dada la escasez de piezas encontradas en contextos visigodos dentro y fuera de nuestra península, es el armamento. En los silos hispanovisigodos se han documentado un pequeño cuchillo de hierro (nº de inventario 2115) y la empuñadura de una espada (nº de inventario 1546). El análisis del armamento y su significación cultural en el mundo hispanovisigodo presenta numerosas dificultades, ya que su aparición en la necrópolis del periodo es, como se ha dicho, relativamente escasa, y en hábitat prácticamente inexistente. Entre las armas, los elementos más abundantes en las necrópolis del periodo son los cuchillos y puñales que no tienen una función estrictamente guerrera, sino una funcionalidad doméstica o cinegética. La pieza de hierro de nuestro yacimiento debe encuadrase en esta última categoría, no así la espada, cuya función bélica es obvia.

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La espada en cuestión sólo conserva la empuñadura, fabricada en bronce, hierro y madera, y parte de la hoja, que sería larga y de doble filo. Este tipo de espadas tiene sus antecedentes en la spatha tardorromana, cuyo uso se generalizó en el Bajo Imperio entre las tropas de caballería, ya que se trata de un arma idónea por su longitud y peso para el combate a caballo. Los paralelos dentro de la península son escasos, y prácticamente todos ellos proceden de necrópolis: dos ejemplares en Castiltierra (Segovia), uno dudoso (quizás se trate de una scramasax) en Daganzo (Madrid) y otro más en Guereñu (Álava). Desgraciadamente la empuñadura sólo se ha conservado en un ejemplar de Castiltierra, y, como en nuestro ejemplar, contaba con una espiga de hierro, prolongación del eje central de la hoja, que iba embutida en un mango en madera probablemente guarnecida después en cuero. El mango a su vez se encuentra rematado por un tope en la parte superior tal y como sucede en piezas francas. Es quizás en el ámbito franco donde estas espadas de hoja larga se encuentran mejor documentadas: un ejemplar aparecido en el yacimiento de Spötting en Landsberg am Lech, fechado hacia el 600; otro procedente de la necrópolis de Kleinlangheim, del primer tercio del s.VII o una spatha tardorromana del yacimiento de Idesheim, de finales del s. IV, etc. (VV. AA. 1994, 916, 1016 y 859 respectivamente). El atalaje de la cabaña ganadera constituye, sin duda, el conjunto de piezas más numerosas de entre las documentadas en la excavación de los silos. Se trata sobre todo de cencerros de bronce y hierro (tintinábula) aparecidos en los siguientes fondos: XVI, U.E. 33/3, (nº inventario 1537); XIX, U.E. 39/2, (nº inventario 1538); XXV, U.E. 51/6, (nº inventario 1608); XXX, U.E. 61/9, (nº inventario 1543);

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XLVI, U.E. 93/2, (nº inventario 1552) y LXVII, U.E. 135/5 (nº de inventario 1554 y 1555). En la mayoría de los ejemplares se han perdido los badajos, conservándose tan sólo uno fabricado en metal. Es probable que la mayoría de ellos hubieran sido realizados en madera y que esta circunstancia haya hecho imposible su conser1537

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Cencerros 1543

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vación. El tamaño de los ejemplares permite aventurar que estarían destinados al ganado vacuno, lo que apoya la hipótesis de un aprovechamiento de los pastos ribereños de la margen del Culebro. En este sentido, en el silo XVI, en la U.E. 33/4, se localizaron los restos óseos de un bóvido en conexión anatómica que podrían relacionarse con el cencerro hallado en la U.E. 33/3 del mismo fondo. Este tipo de materiales se encuentran documentados también en otros yacimientos de la Comunidad de carácter agropecuario como por ejemplo el de La Vega en Boadilla del Monte (Alfaro y Martín Bañón, 2000).

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Las herramientas relacionadas con el trabajo del campo son otro de los conjuntos más representativos del relleno de los silos de época hispanovisigoda. Así, se han documentado fragmentos de hoces de hierro (nº de inventario 1539 y1557), un pico (nº de inventario 1534 ) y un cincel del mismo material (nº de inventario 1552), y un enmangue de bronce para un astil de madera (nº de inventario 1535). Existe también una amplia variedad de puntas y clavos destinados al trabajo de carpintería. Este tipo de útiles confirman una vez más el carácter agropecuario del asentamiento del que proceden y sorprenden por la variedad tipológica y material. La aparición de esta clase de herramientas se repite sistemáticamente en los yacimientos de carácter agropecuario de nuestra Comunidad, como en los ya citados de Navalvillar en Colmenar Viejo y La Vega en Boadilla del Monte.

IN D U S T R I A ÓSEA Contrariamente a lo que se supone para un yacimiento de estas características, los materiales trabajados en hueso o asta se encuentran escasamente representados, probablemente por las dificultades que entraña la conservación de ambos materia-

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les, así como por la facilidad de transporte de los útiles trabajados con ellos en caso de un traslado de la población. En su mayor parte los objetos son enmangues de cuchillo trabajados en asta de cérvido, como los hallados en la excavación del fondo XXXV, U.E. 71/6, (nº de inventario 1553), que presenta una decoración estriada. Más difícil resulta dilucidar la funcionalidad de las piezas de asta con espiga de hierro localizadas en el fondo XI (nº de inventario 1530, 1531 y 1532), que presentan decoración estriada en la parte ósea.

MORTERO Al igual que en el caso anterior la aparición de objetos realizados sobre mortero es sumamente infrecuente, dadas las lógicas dificultades de conservación que entraña este tipo de material y muchas veces también debido a la falta de analítica en las excavaciones. Afortunadamente en el fondo XI, en la U.E. 23/5, se encontró una tapadera de mortero (nº de inventario 1652). Está trabajada en un solo bloque y presenta una decoración que alterna líneas y círculos desarrollada en la parte superior y en los laterales de la pieza. Se encuentra quemada en sus laterales y su fondo, probablemente porque se usó como vajilla de cocina (¿olla?). Su diámetro de 13,5 cm. permite descartar que sirviera como recipiente de almacenaje.

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Las ya reseñadas dificultades de conservación para este tipo de piezas impide ofrecer paralelos de la misma. Sin embargo, los resultados de los análisis efectuados han puesto al descubierto que la tapadera está compuesta fundamentalmente por materiales de tipo silícico. La facilidad de disgregación y la presencia de un cierto porcentaje de calcio sugiere que la pieza no proceda muy probablemente del tallado de un solo bloque de roca, sino más bien de una pasta en la que se hubieran aglomerado materiales silícicos (Font, J., Reyes, Mª y Enrich, J., 2001).

MATERIAL CONSTRUCTIVO En el silo XVI, en la U.E. 33/3, se localizó una pequeña basa de columna realizada en mármol blanco (nº de inventario 1660). Se trata de una basa cuadrangular de 13 x 13 cm. que servía de base a una pequeña columnilla de 8 cm. de diámetro. Este

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tipo de piezas aparecen con cierta frecuencia en la arquitectura religiosa hispanovisigoda, desde el siglo VI hasta el VIII d.C. siendo utilizadas como parteluz de las ventanas geminadas. Lo más probable, no obstante, es que nuestra esta pieza no corresponda a este periodo sino que parece tratarse de un ejemplar de cronología altoimperial que formaba parte del relleno de los silos, tal vez reutilizado en construcciones de época visigoda o posiblemente como parte del anterior hábitat de época romana. Lo mismo cabe suponer para el pequeño fragmento informe de mármol blanco (nº de inventario 1663) aparecido en la U.E. 67/6 del silo XXXIII.

VIDRIO El vidrio es uno de los materiales que ha sufrido peor fortuna en los trabajos monográficos sobre el mundo visigodo. La carencia de estudios se debe a la escasez de restos y al estado fragmentario en que se encuentran en las excavaciones. Otro factor que no debe desdeñarse tampoco es el descenso de la producción y uso de este tipo de recipientes desde el Bajo Imperio. En general, los vidrios presentan en época visigoda una inclinación claramente funeraria, siendo características de este momento la aparición de piezas como los ungüentarios fusiformes y los cuencos de repié anular. Sin embargo, la pieza más abundantemente representada es la copa de pie alto (Isings, 111; forma 23 de Foy). Este tipo presenta dos formas: el A de vástago hueco y el B, de vástago relleno y coloración verdosa. 1526 Esta diferenciación no es formal sino técnica, ya que los ejemplares del tipo A se realizan en una pieza y en una única fundi-

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

ción, mientras que los del tipo B, por el contrario, se elaboran en dos piezas: por una parte la cazoleta y en una pieza aparte el pie y el vástago. Por lo que se refiere a las cazoletas, la forma más común es la troncocónica o tulipiforme. En nuestro yacimiento ha aparecido un ejemplar del tipo B (fondo VII, nº de inventario 1526). Se trata de un modelo bien documentado en el Mediterráneo Oriental cuya difusión se fecha desde fines del siglo VI y durante todo el VII, llegando incluso a alcanzar la octava centuria. Los ejemplares más tardíos de este tipo presentan, al igual que nuestro ejemplar, el vástago torneado. Los paralelos son muy numerosos fuera de nuestras fronteras, donde los vemos representados en yacimientos como Tamán, Mar Negro,Amán y Gerasa, todos ellos de finales del siglo VI. Más a occidente se documenta en Cartago, donde es un objeto característico del siglo VII. En nuestro país, se ha podido documentar como El Tolmo de Minateda, en la provincia de Albacete (Blanca Gamo, 1998, 221). La difusión de estos vidrios tardíos obedece en la mayoría de los casos a centros de producción de tipo local o regional. En cuanto a su funcionalidad, estas copas de pie alto debieron servir, además de su utilización obvia como vajilla de mesa (en la bibliografía son conocidas también como copas para vino o wine glass) se ha planteado la posibilidad de su empleo como recipientes para luminarias, lo que explicaría su aparición en basílicas cristianas.

ENCUADRE HISTÓRICO Y CARACTERÍSTICAS DEL YACIMIENTO LA OCUPACIÓN ALTOIMPERIAL La importancia de la ocupación altoimperial documentada en el yacimiento “B” reside en dos factores. Por un lado, esta facies constituye un momento de transición entre dos mundos en el que se fusionan características de lo indígena prerromano y otras propias de la cultura romana. Por otro, tiene el interés que proporciona la excavación de un asentamiento de un núcleo rural, un mundo poco conocido para los investigadores, ya que en la Comunidad de Madrid la mayoría de los estudios se han centrado en el caso excepcional de Complutum y en las más atractivas villas romanas. Hay que subrayar, en este sentido, que la ciudad no dejó de ser una excepción dentro de un territorio cuyo paisaje debió continuar siendo eminentemente rural. Este último aspecto es interesante puesto que los asentamientos rurales se conocen sobre todo gracias a la excavación de las villas (La Torrecilla,Villaverde, Tinto Juan de la Cruz en Pinto, etc.), en su mayoría centros relacionados con la explotación agraria a gran escala y cuyas edificaciones, tanto domésticas como utilitarias, están conformadas de manera eminentemente funcional. La concentración de actividades (fabricación de cerámica, vidrio, hierro, cultivos, etc.) hace que la villa sea ante todo un centro económicamente autosuficiente. Al contrario de lo que sucede con estas villas, el hábitat asociado a los silos del Arroyo Culebro o el yacimiento 10’ de Tinto Juan de la Cruz en Pinto (Barroso, 1993 a-d y 1996) muestran la pervivencia de unos modos de vida que pueden resultar marginales en la nueva realidad que está construyendo el mundo romano, aunque seguramente fueron más abundantes de lo que el registro arqueológico ha revelado hasta el momento. A diferencia de las villas, aquí nos encontramos con una serie de pequeños asentamientos agropecuarios, con una organización irregular realizada a base de construcciones poco espectaculares, con características análogas a las que pueden observarse en los poblados prerromanos. El modelo constructivo es sencillo: casas rectangulares con zócalos de

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piedra, alzados en adobe y techumbre de materiales perecederos y el sistema de almacenaje de los excedentes en silos. En este panorama, sorprende comprobar, sin embargo, el contraste que se advierte a veces entre la pobreza de estas estructuras con la rica variedad de los hallazgos cerámicos, en los que se aprecia un peso importante de las producciones industriales romanas, lo que da una cierta idea acerca del alto grado difusión que éstas llegaron a alcanzar.

EL HÁBITAT HISPANOVISIGODO La mayoría de los datos arqueológicos que poseemos del periodo hispanovisigodo en nuestra región provienen de los hallazgos aislados procedentes de las necrópolis ubicadas en su territorio, de las cuales sólo un pequeño número han sido excavadas de forma sistemática. En la Comunidad de Madrid se conocen actualmente las necrópolis de Tinto Juan de la Cruz en Pinto, Cacera de las Ranas en Aranjuez, El Jardinillo en Getafe, la Colonia del conde de Vallellano en Madrid capital, la de La Torrecilla de Iván Crispín en Getafe, las que se articulan en torno a la ciudad de Alcalá de Henares y la del Cerro de las Losas en Talamanca del Jarama. Mención aparte merece el yacimiento de Górquez en el que se han podido documentar de forma conjunta una necrópolis y un hábitat asociado. Este último yacimiento, en el que se ha documentado un importante conjunto de fondos de cabañas, merece un comentario aparte. Guiado por una interpretación contraria al sentido étnico de las necrópolis germánicas, Vigil-Escalera niega la correspondencia que pueda existir entre estos fondos de cabaña y la llegada de la población goda, que supone escasa y asentada en guarniciones urbanas (VigilEscalera, 2000, 248-249). Es evidente que no se ha comprendido lo que supuso para Europa occidental la migración masiva de pueblos bárbaros y su asentamiento en tierras del Imperio. Hay que subrayar a este respecto que las migraciones germánicas del siglo V significaron un fenómeno de movimiento de masas de gran magnitud –que en el caso del pueblo godo está motivado por la necesidad acuciante de tierras donde poder asentarse (Pérez Prendes, 1986)–, y que puede documentarse sin problemas en el registro arqueológico. En este sentido, no se puede seguir sosteniendo la idea de que la germanización de la indumentaria explicaría por sí sola la aparición de fíbulas y broches godos en las necrópolis de la Meseta. En primer lugar, porque se puede seguir el rastro de estos elementos del depósito funerario desde las estepas ucranianas hasta la Península Ibérica, en un recorrido que coincide con el itinerario que realizaron los godos antes de su asentamiento en Hispania e Italia3. El problema aquí es simplemente la falta de reconocimiento de los materiales hispanorromanos del s. VI en el registro arqueológico, y la explicación más plausible y sencilla es el conservadurismo de la moda de estas poblaciones desde mediados del s. IV, lo que hace prácticamente indistinguibles los ajuares a partir de la quinta centuria, momento en el que empiezan a escasear los elementos cronológicos distintivos, en especial la TSHT. En segundo lugar, porque, como ya hemos apuntado en otra ocasión (Barroso-Morín, 1997), habría que explicar también por qué esta hipotética germanización sólo se da en un punto muy concreto de nuestra 3 Es necesaria una puntualización sobre este asunto: de las palabras del autor se desprende que la defensa de un sentido étnico para estas necrópolis supondría convertir a la Península Ibérica en “un feudo visigodo sin apenas población indígena.” (Vigil-Escalera, 2000, 248). Es evidente que nadie, ni los defensores más ardientes del germanismo de estos hallazgos, ha defendido jamás que la población goda supusiera la mayoría de la población hispana de la época. En realidad sólo se ha hablado de porcentajes mínimos, que oscilan entre el 1 y el 10% del total. Habría que preguntarse, por otro lado, por qué nadie ha puesto nunca en entredicho el carácter germano de los yacimientos francos, ostrogodos y sajones (incluso de los visigodos en la bibliografía extranjera), como se ha hecho con las necrópolis visigodas. El tema sin duda merece una reflexión, pero daría para otro artículo (vid. Barroso-Morín, 1997).

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geografía (la zona centro peninsular) y no en la mayor parte de ella y no afecta, por ejemplo, a la Galicia sueva. La importancia del yacimiento de Górquez estriba precisamente en que allí ha podido documentarse el asentamiento de estas poblaciones nómadas, algo que venía intuyéndose desde hace tiempo, dada la ausencia de estructuras de residencia estables asociadas a las necrópolis germánicas, pero que hasta la fecha no había sido posible acreditar. Desde esta óptica cobran sentido los paralelos que tienen estos fondos de cabaña con estructuras semejantes en otras partes del continente, siendo especialmente significativas las similitudes con el mundo eslavo o con el inglés posterior a la conquista sajona. La necrópolis visigoda de Cacera de las Ranas (Aranjuez) ha sido una de las últimas excavadas (en el año 1988) y como es típico en los cementerios de esta época presenta una tipología de enterramientos muy variada: cistas, fosas, tegulae, etc. Con unos 200 enterramientos, nos encontramos hasta el momento con la necrópolis más extensa del territorio madrileño, con una cronología en torno al VI d.C. Actualmente se encuentra en curso de investigación (Ardanaz Arranz, 1991, 259266 y 1995, 38-49). Por el contrario, la necrópolis de El Jardinillo en Getafe, con enterramientos en cista y en fosa, parece tener un origen tardorromano (Priego, 1982, 101-203). Hay noticias también de una necrópolis situada en la Colonia del conde de Vallellano, frente a la Casa de Campo de Madrid, que no se llegó a excavar, pero donde se documentaron algunos enterramientos en fosa y pudieron recuperarse una fíbula y dos broches de cinturón visigodos del siglo VI (Martínez SantaOlalla, 1933-1935, 167-174). En cuanto a la excavación de la necrópolis visigoda de La Torrecilla (Getafe), compuesta en su totalidad por tumbas en cista, ha proporcionado una hebilla ovalada con aguja escutiforme y otra liriforme, del tipo frecuente en el siglo VII (Priego-Quero, 1977, 1261-1264 y 1980, 100-106). Resulta interesante la concentración de lugares de asentamiento en torno a Alcalá de Henares, en cuyos alrededores se sitúan también varios cementerios. Indudablemente esta concentración de yacimientos en torno a la ciudad del Henares debe ponerse en relación con la importancia de la ciudad de Complutum y la red viaria que la circunda durante el Bajo Imperio. En este caso, la propia red de caminos parece haber condicionado la disposición de las áreas cementeriales en dos ramales siguiendo los ejes Alcalá de Henares-Daganzo y Alcalá de HenaresAzuqueca de Henares (Méndez Madariaga-Rascón Marqués, 1989, 198). Una de las más importantes es, sin duda, la necrópolis de Los Afligidos de Alcalá, de la que por desgracia apenas se conservan datos. Se sabe que las tumbas se orientaban hacia el Este, con la clásica tipología de fosas, cistas y tejas tradicional en este tipo de necrópolis. El uso de esta área cementerial parece haberse iniciado en el siglo V, siendo abandonada a finales del VI. Esta parte de la necrópolis se encuentra actualmente destruida, debido a que la zona fue explotada como gravera (Raddatz, 1957, 229232;Vázquez de Parga, 1963, 217-223; Fernández Galiano, 1976, 16). Paulatinamente esta necrópolis fue sustituida por un nuevo cementerio, distante 1,5 Km. del anterior, denominado Camino de los Afligidos. Esta necrópolis es, por fortuna, mejor conocida. Se encuentra situada parcialmente sobre la villa romana de ElVal y ha sido objeto de campañas sistemáticas de excavación que han dado como resultado la exhumación de restos y sepulturas hispanovisigodos, cuya ocupación comenzó en el siglo VI y se mantuvo durante el siglo VII (Méndez Madariaga-Rascón Marqués, 1989). La necrópolis de Equinox, situada también en Alcalá de Henares, fue excavada por procedimiento de urgencia que permitió detectar más de treinta sepulturas que proporcionaron escasos ajuares, básicamente anillos y broches de cinturón (Méndez

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Madariaga-Rascón Marqués, 1989, 21). Otra necrópolis, situada en la calle Victoria, en pleno casco urbano de la ciudad, sólo ha proporcionado una única tumba con ajuar consistente en una hebilla de cinturón y tres botones metálicos (Méndez Madariaga-Rascón Marqués, 1992, 23). La localización de la necrópolis del Campo Laudable, en la calle Victoria 1-2 de Alcalá de Henares, permite suponer la existencia de un área cementerial que se articularía en torno a la actual Plaza de los Santos Niños, en el centro del casco urbano de la moderna ciudad, y que, como veremos, quizás estuviera ligada a un centro de culto de importancia. También en torno a Daganzo se documenta un núcleo importante de yacimientos datado en esta época. En El Depósito (Daganzo de Arriba), necrópolis situada algo más al Norte de esta población, se localizaron tres sepulturas (Fernández Galiano, 1976, 8; Méndez Madariaga-Rascón Marqués, 1989, 23). Otra más, conocida como la necrópolis de Daganzo de Arriba, constituye una de las más importantes de la provincia y la que proporcionó ajuares más llamativos. Fue excavada en los años 19291930 (Fernández Godín-Pérez de Barradas, 1930). De menor importancia es la denominada genéricamente de Daganzo (Fernández Galiano, 1976, 9; Méndez Madariaga-Rascón Marqués, 1989, 23) y la del Km. 2 de la carretera de Daganzo, de la que tan sólo se han conservado algunos materiales constructivos. Dentro de este panorama general, hay que señalar, en último lugar, el núcleo de Talamanca del Jarama, con la necrópolis de El Cerro de las Losas, que presenta sepulturas de cistas fechadas en el siglo VII (Alonso Sánchez, 1976). Destacar además algunos fragmentos escultóricos aparecidos en esta misma población que hacen suponer la existencia en la zona de un pequeño núcleo habitado durante la séptima centuria. Como se ha comentado, frente a los abundantes datos proporcionados por las necrópolis, son escasos los restos referidos a los asentamientos de este periodo, y en particular, del más importante de nuestra Comunidad, Complutum, del que no tenemos apenas más que unas confusas referencias literarias que hacen suponer la existencia en el lugar de una basílica dedicada al culto de los santos Justo y Pastor, que, como centro de devoción entre los fieles, debió suponer un importante área de atracción de sepulturas. Contrastando con la abundante documentación que poseemos sobre necrópolis, son muy escasos los datos acerca de los asentamientos de carácter rural de este periodo. Se conoce el llamado Cancho del Confesionario en Colmenar Viejo, yacimiento que cuenta con una serie de viviendas rupestres con pizarras numerales y cerámicas estampilladas, fechado entre los siglos VI y VII y que al parecer estaba destinado a misiones de defensa y vigilancia (Caballero Zoreda, 1977, 325 y 1980, 71-77). Otro yacimiento que quizá pueda atribuirse a este periodo es el de Navalvillar, en Colmenar Viejo. Se trata de un asentamiento rural en el que pueden distinguirse dos zonas: una de vivienda y otra de servicio (Abad-Larrén, 1980, 83-87). Es en este contexto marcado por la ausencia de datos referidos al hábitat rural donde debe enmarcarse igualmente el yacimiento de Tinto Juan de la Cruz de Pinto, situado también en uno de las márgenes del Culebro. En realidad en Tinto Juan de la Cruz se documentaron dos yacimientos: una villa tardorromana con dos fases de reutilización posteriores entre los siglos V-VI y un pequeño asentamiento de época altoimperial, situado a cierta distancia del primero al que ya nos hemos referido con anterioridad. Ambos yacimientos han suministrado gran número de materiales arqueológicos que, en el caso del yacimiento altoimperial, sorprende la riqueza y calidad de los hallazgos cerámicos tratándose de un pequeño núcleo rural. La abundancia de fragmentos de TSH podría explicarse por la cercanía de este núcleo a una

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calzada romana. En cuanto al yacimiento tardorromano, se trata de una villa bajoimperial de grandes dimensiones, situada algo alejada del yacimiento altoimperial y en las cercanías del arroyo Culebro. Su excavación ha mostrado huellas evidentes de destrucción y reaprovechamiento de las estructuras en dos momentos diferentes: hacia comienzos del s.V los restos semiderruidos de la villa fueron utilizados como campamento estacional por parte de un grupo de bárbaros que construyeron dos grandes silos sobre sendas estancias de la villa pavimentadas con opus signinum. En la siguiente centuria la villa, ya completamente arruinada, sirvió como área cementerial a un importante grupo de población goda. De esta necrópolis proceden algunos importantes elementos de ajuar característicos de la indumentaria germánica del momento: fíbulas de arco, broches de cinturón de placa decorada con almandines o con técnica cloisonnée, apliques de cinturón escutiformes, etc. (Barroso et al. 1993 a-d, 1997). Precisamente los yacimientos excavados en el arroyo Culebro (Leganés, Madrid), presentan algunas características comunes con la los yacimientos situados aguas abajo de este cauce fluvial. Al igual que en Pinto, se detectan aquí dos fases de utilización de un mismo espacio en épocas altoimperial y visigoda, y aunque en nuestro caso no ha sido posible determinar con exactitud la ubicación de los hábitats altoimperial e hispanovisigodo, parece que ambos estuvieron próximos entre sí, como sugiere la reutilización en tiempos visigodos del mismo área que sirvió en época altoimperial para excavar los campos de silos. En cuanto al foco principal de hábitat al que estaban asociados los silos y las estructuras de habitación de época hispanovisigoda del yacimiento “D” apenas puede decirse algo debido a que las excavaciones no han permitido su exacta localización. A modo de hipótesis puede plantearse una ubicación del mismo en torno a la carretera que une Leganés y Fuenlabrada (M-407), o quizás en el área que actualmente ocupa la iglesia de Nuestra Señora de la Polvoranca. Se trataría, con toda seguridad, de un vicus que aprovecharía las potencialidades agropecuarias que ofrece el entorno: una agricultura extensiva de carácter cerealístico y una ganadería ribereña. En época hispanovisigoda se seguirían prácticamente las mismas pautas de poblamiento que en épocas anteriores, aunque con una mayor importancia de la ganadería (de ahí la relativa gran cantidad de útiles asociados a esta actividad, como son los cencerros). En efecto, el carácter agropecuario del hábitat hispanovisigodo queda puesto de manifiesto en los hallazgos materiales que sirvieron de relleno a los silos en una época posterior y que sin duda procederían de sus estructuras arruinadas: cencerros, llares, piqueta, hoces, buriles, piedras de afilar, mangos de cuchillo, asas de acetres y calderos, etc., materiales todos que remiten a un conjunto de aperos de labranza y vida doméstica. Por último, el análisis de la fauna exhumada permite una aproximación a la dieta y las actividades agropecuarias de los habitantes de este enclave. Se han localizado nueve especies diferentes, entre las que destaca por su importancia el grupo de los ovicápridos, seguido por los bóvidos y los suidos. Los patrones de edad de las cabañas de ovicápridos y bovinos evidencian un sistema de explotación mixta para las dos especies, donde la mayoría de los individuos habrían sido mantenidos con vida hasta la edad adulta. Esto permite el aprovechamiento de los recursos del animal en vida, aparte de los cárnicos: leche y lana en el caso de las ovejas y cabras, y leche y fuerza de trabajo en el caso del ganado bovino. Resulta innegable la utilización de esta última especie en funciones de tiro, carga o trasporte. Este hecho condiciona la gestión de los rebaños, permitiendo a algunos de estos individuos sobrevivir a una muerte temprana, pudiéndose destinar así a las labores de reproducción y explotación de los productos secundarios.

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El grupo de los suidos, al igual que parte de los ovicápridos, presenta un patrón de algunos animales sacrificados jóvenes, en su óptimo cárnico, y varios representantes adultos destinados asegurar la reproducción de la especie. El ciervo (Cervus elaphus) está documentado también en los silos del yacimiento “B”. La especie aparece representada gracias a los restos de astas, las cuales presentan múltiples señales de manipulación antrópica. El resto de los huesos identificados pertenecientes a esta especie son de partes del animal asociadas a abundante masa cárnica. En la caza de estos animales hay una tendencia a la captura de animales machos y adultos. Esto indica un aprovechamiento óptimo de los recursos cinegéticos, cuyo fin no es sólo la obtención de carne sino también materias duras para la fabricación de útiles. Mucho menos abundante, el caballo se encuentra asimismo representado, si bien, como decimos, de forma testimonial. No se han encontrado, sin embargo, indicios de consumo de carne de equino, así que es de suponer que su aparición se justifica sobre todo por la realización de otras funciones como el transporte y carga de mercancías y el prestigio social. Se han documentado también otras especies de menor tamaño: cuatro individuos de canis familiaris en el yacimiento D, una especie imprescindible en el control y manejo de la cabaña ganadera, así como restos de conejo que parecen corresponder a aportaciones naturales. En cuanto a las aves, se ha constatado su presencia sin poder determinar la especie concreta. Su aportación debió ser más importante de la que reflejan los restos conservados, ya que sus huesos, debido a su tamaño y fragilidad, pueden quedar eliminados durante el proceso de consumo (Orri, E. y Nadal, J., 2001).

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

CATÁLOGO

Vasija de cerámica pintada 74/151/1119 diám. 9 x 17 cm alt. 12 cm

Fíbula Aucissa 74/151/1549 long. 4,3 cm

As AE. 29 mm 74/151/1551 Anv.: [TI CAESAR] DIVI AVG F AVGUSTVS. Cabeza laureada dcha. Rev.: MVNICI[P] CASCANTVM. Toro dcha.

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Botella de dos asas Cerámica común 74/151/18 alt. 25 cm

Fondo de botella Cerámica común 74/151/540 diám. Fondo 8 cm alt. 11 cm

Olla monoansada Cerámica común 74/151/1364 alt. 18 cm diám. 10 x 17 x 13 cm alt. 18 cm

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La ocupación romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Olla monoansada Cerámica común 74/151/759 diám. 11 x 13,8 x 9,5 cm alt. 16,5 cm

Olla monoansada Cerámica común 74/151/141

Olla monoansada Cerámica común 74/151/429

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Jarra con pico vertedor Cerámica común 74/151/53 diám. 7 x 15 x 9 cm alt. 16,3 cm

Olla monoansada Cerámica común 74/151/71 diám. 9 x 11,5 x 7,4 cm alt. 11,8 cm

Cuchara Bronce. 74/151/1536 long. 34,8 cm anch. 7 cm

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La ocupaci贸n romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Cuchara Hierro 74/151/1540 long. 17 cm anch. 3,8 cm

Llares Hierro 74/151/1541 long. 18,2 cm anch. 2,8 cm gr. 0,6 cm

Hebilla de cintur贸n Hierro 74/151/1527

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Broche de cintur贸n calado Hierro 74/151/1544 long. 10,5 cm anch. 6,5 cm gr. 0,5 cm

Hebilla de cintur贸n Bronce 74/151/1547 long. 6,3 cm anch. 4,3 cm gr. 0,7 cm

Placa de cintur贸n liriforme Bronce 74/151/1553 long. 9,4 cm anch. 4,5 cm gr. 0,3 cm

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La ocupaci贸n romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Empu帽adura de spatha Hierro y madera 74/151/1546 long. 14 cm

Cencerro Lat贸n 74/151/1537 long. 15 cm anch. 9 cm gr. 0,5 cm

Cencerro Lat贸n 74/151/1538 long. 15 cm anch. 9,5 cm gr. 0,5 cm

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Cencerro Lat贸n 74/151/1552 long. 10,5 cm anch. 9 cm gr. 0,4 cm

Cencerro Lat贸n 74/151/1554 long. 11 cm anch. 5,8 cm gr. 0,7 cm

Hoz Hierro 74/151/1539 anch. 4,3 cm gr. 0,3 cm

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La ocupaci贸n romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Piqueta Hierro 74/151/1534 anch. 4,3 cm gr. 0,3 cm

Mango tubular Bronce 74/151/1535 long. 13,8 cm anch. 3,5 cm gr. 0,4 cm

Mango de cuchillo Asta 74/151/1548 long. 3,7 cm anch. 2 cm gr. 0,5 cm

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Enmangue de utensilio Asta y hierro 74/151/1530 long. 6 cm anch. 1,9 cm

Enmangue de utensilio Asta y hierro 74/151/1531 long. 6,3 cm anch. 2,5 cm

Enmangue de utensilio Asta y hierro 74/151/1532 long. 9 cm anch. 2,2 cm

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La ocupaciรณn romana e hispanovisigoda en el Arroyo Culebro

Tapadera Mortero 74/151/1652 diรกm. max. 13,8 cm gr. 1,7 cm

Basa de columna Mรกrmol blanco 74/151/1660 anch. 13 cm alt. 3,8 cm diรกm. 6,8 cm

Copa Vidrio 74/151/1526 gr. mรกx. 0,5 cm

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Cap铆tulo IV

Contexto hist贸rico


Arqueología del Arroyo Culebro: apuntes para una revisión

CARLOS CABALLERO CASADO SONIA FERNÁNDEZ ESTEBAN


MARCO GEOGRÁFICO El Culebro es en la actualidad un arroyo de apenas 25 km. de longitud y de carácter estacional; sin embargo, aunque hoy discurre entubado en parte de su recorrido y atraviesa un paisaje jalonado de polígonos industriales y extraodinariamente alterado por todo tipo de explotaciones productivas, es uno de los puntos de la Comunidad de Madrid más densamente poblados desde tiempos remotos. El arroyo nace en la laguna de María Pascuala y discurre en sus primeros kilómetros (bajo el nombre de Arroyo de la Recomba) a través del Parque de la Polvoranca, isla verde que dulcifica la confluencia de los términos municipales de Alcorcón, Leganés y Fuenlabrada. El arroyo, ya dentro de este último término, discurre hacia el SE. flanqueado -especialmente en su margen derecha- por diversos polígonos industriales pertenecientes a los municipios de Fuenlabrada, Pinto y Getafe. Además, en su curso alto y medio, la margen izquierda cuenta con el cierre artificial de la M-50, infraestructura viaria de reciente construcción cuyo recorrido reproduce el curso del arroyo. A partir de la N-IV el Culebro cambia suavemente su rumbo hacia el noreste, primero, y hacia el este, después. En este último tramo su recorrido, que discurre por un amplio valle, está jalonado por numerosas explotaciones de áridos que han transformado considerablemente este paisaje aterrazado. Finalmente, antes de su desembocadura, el Culebro discurre prácticamente paralelo al río Manzanares, permitiendo la formación de un paisaje abierto en el que dominan los cultivos de regadío en perjuicio de la vegetación arbórea y arbustiva (P. López, Coord., 1997: 161). Este tipo de vega amplia sobre terrenos arenosos, propio de la margen derecha del río Manzanares, ha permitido que, a lo largo del tiempo, se modificara ligeramente el punto de desembocadura de sus tributarios que, en el caso del Culebro parece ser que se encontraba algunos cientos de metros aguas abajo del actual. En cuanto al paisaje natural de la zona, hay que señalar que se ha visto considerablemente alterado por la acción antrópica. En su curso alto, donde aún se conserva la Laguna de María Pascuala, el paisaje habría de estar poblado por una vegetación típica de entornos palustres, mientras que el curso medio se ha visto muy alterado por la construcción de polígonos industriales en perjuicio de su paisaje potencial agrícola (fundamentalmente de cereal alternando con el olivo y la vid). Este último hecho se repite en el curso bajo, en el que la vegetación ripícola y los cultivos de huerta fueron sustituidos por la explotación de áridos.

EVOLUCIÓN DE LAS FORMAS DE HÁBITAT EN EL ENTORNO DEL ARROYO CULEBRO La investigación arqueológica y paleontológica del arroyo Culebro se inicia en el primer tercio del siglo XX con las prospecciones e investigaciones realizadas por Pérez de Barradas, Wernert y Obermaier, vinculadas, en algunos casos, a las primeras explotaciones de graveras y areneros situados en ambas márgenes de los arroyos Culebro y Butarque y del río Manzanares (Pérez de Barradas, 1929). A estos primeros trabajos sistemáticos sucede un periodo de aproximadamente tres decenios en los que la investigación de la zona se paraliza, y tan sólo se acometen revisiones puntuales de antiguas colecciones.

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Desde finales de los años 50 y durante los 60, vinculada al desarrollismo de la ciudad de Madrid impulsado por Franco, la explotación de areneros conoce un considerable auge, que supuso la destrucción de buena parte de los yacimientos arqueológicos ubicados en las terrazas del Manzanares y en las desembocaduras del Culebro y el Butarque. Únicamente los equipos del Instituto Arqueológico Municipal de Madrid recuperaron materiales procedentes de estas explotaciones con algunas concisas notas estratigráficas que permitieron levantar un mapa de distribución de asentamientos en las terrazas del Manzanares. A partir de los años 70 se reemprenden las investigaciones en el valle del Culebro y en el curso bajo del Manzanares, destacando el trabajo de síntesis de Mercedes Gamazo (1982) centrado en materiales paleolíticos localizados en cuatro areneros situados en la confluencia del Manzanares y el Jarama y en la colección del Instituto Arqueológico Municipal fruto de las actuaciones mencionadas. Posteriormente, la excavación de alguna de las graveras situadas en las proximidades proporciona nuevos datos de la ocupación en la Edad del Bronce (Cerdeño et al, 1980; Blasco et al, 1989, 1991 y 1991b) y de la época romana, caracterizada por la villa de la Torrecilla (Blasco, Lucas 2000). A comienzos del último decenio del siglo, una vez realizadas las prospecciones correspondientes al proyecto de la carta arqueológica de la Comunidad de Madrid, se revisan los datos obtenidos en el curso del Culebro, en una prospección que permitió identificar más de treinta nuevas estaciones, en su mayoría paleolíticas (Recuero et al., 1996). A partir de entonces, el conocimiento de la arqueología en el territorio del Culebro se completa con la realización de excavaciones previas a la construcción de polígonos industriales (La Cantueña, Pinto-estación, Barrio del Prado…) o de planes urbanísticos (PP1 en Pinto, PP5 en Leganés), tratándose a menudo de intervenciones llevadas a cabo sobre grandes superficies que permiten delimitar con mayor precisión la evolución histórica de la zona.

PALEONTOLOGÍA Los depósitos cuaternarios aparecen en las riberas del Culebro en la clásica formación en terrazas ya documentada en otros cursos fluviales de la zona sur de la Comunidad de Madrid. La expansión urbana y la explotación de áridos han supuesto la desaparición de muchos de los yacimientos paleontológicos situados al sur de la capital. Este hecho, unido a la circunstancia de que muchos hallazgos procedan de intervenciones puntuales vinculadas a la explotación de areneros ha supuesto que se tenga un desigual conocimiento de la fauna fósil documentada en esta zona: en muchos areneros, en el proceso de explotación, sólo se recuperaban aquellos restos que resultaban llamativamente grandes, de modo que la información disponible acerca de algunos depósitos resulta hoy sesgada (Sesé, Soto, 2000) y queden muchas incógnitas sin resolver. En cualquier caso, en el curso bajo del Culebro se han localizado restos paleontológicos de entidad en los areneros de Arriaga (o Salmedina), Casa Eulogio, Adrián Rosa y Arroyo del Culebro. El primero de ellos domina la desembocadura del Culebro en el Manzanares y se encuadra en el tránsito del Pleistoceno medio al superior, en un momento de clima templado (Gamazo, 1982: 99; Sesé, Soto, 2000: 229). En cuanto a Casa Eulogio, ubicado aguas abajo de la confluencia del Culebro y el Manzanares, en el término de Rivas-Vaciamadrid, ha proporcionado restos paleontológicos que conviven con industrias paleolíticas (Priego, Quero,

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Arqueología del Arroyo Culebro: apuntes para una revisión

1983: 300). El arenero de Adrián Rosa, próximo al del Arroyo del Culebro, corresponde al pleistoceno superior (Sesé, Soto, 2000: 233), mientras que en el arenero del Arroyo del Culebro se han documentado dos faunas diacrónicas que se encuadran la transición entre el pleistoceno medio (representado por el elephas antiquus) y el superior, que aparece identificado por la asociación de coelodontha antiquitatis. y megaceros (Soto, Sesé, 1991). Además, los datos existentes en el Museo de San Isidro permiten identificar también hallazgos pleistocenos puntuales en los areneros de La Aldehuela y Arcaraz (o Rojas I)1.

PALEOLÍTICO Todo el curso bajo del arroyo Culebro se caracteriza por una extraordinaria concentración de estaciones paleolíticas, localizadas, en la inmensa mayoría de los casos, en areneros explotados a lo largo del siglo XX. No obstante, ni en esta zona, ni en el resto de la Comunidad de Madrid, se ha documentado yacimiento alguno que permita identificar con precisión un lugar de habitación en la vega de los ríos (Baena et al., 2000). Por otra parte, las estaciones datables en el Paleolítico Superior, cuya presencia es prácticamente testimonial en el resto de la Comunidad, desaparecen por completo en todo el área situada al sur de Madrid capital.A cambio, los yacimientos correspondientes al Paleolítico Inferior y Medio son habituales a lo largo de todo el curso del Culebro, a excepción de la cabecera. En todo el tramo final, los yacimientos se ciñen al cauce y lo jalonan, siendo su presencia constante en la confluencia con el Manzanares. La existencia en toda la zona de abundante materia prima de sílex, unida a otros recursos biológicos, ha permitido la excepcional concentración de estaciones de esta cronología, que habrían llegado a evolucionar, según algunas teorías, formas exclusivas de industria lítica. Los datos del Museo de San Isidro y, fundamentalmente, el estudio de síntesis realizado por Mercedes Gamazo (1982) permiten identificar, en este punto los Areneros de Arroyo del Culebro, la Fábrica de Ladrillos, Ramón Soto, Arcaraz, Navarro, Salmedina/Arriaga, Casa Eulogio y La Torrecilla, que han aportado, en todos los casos, industria adscribible al Paleolítico Inferior (grandes lascas y utillaje, fundamentalmente bifaces, elaborado sobre nódulos, con mayor presencia de talla levallois al final del periodo) y al Paleolítico Medio (con mayor presencia del utillaje sobre lascas y productos de talla), a menudo asociada a fauna de gran tamaño (Baena, 1999). Estas graveras, abiertas sobre las terrazas del Manzanares y del Culebro, ofrecen yacimientos en posición secundaria, afectados por el proceso de formación de las terrazas en las que se asientan. Estas terrazas, de origen climático, se habrían visto afectadas por hundimientos provocados por la disolución del sustrato yesífero, por la erosión y por los aportes aluviales generados por el Culebro, el Butarque y el Manzanares en sus cursos finales (Gamazo, 1982: 139) y, si bien no resulta fiable la cronología aportada por los estratos superiores, el proceso ha permitido la formación de un “yacimiento continuo” paleolítico en todo el curso bajo del Manzanares, incluyendo a sus dos subsidiarios principales por su margen derecha. Además de los depósitos documentados en las graveras del curso bajo del Culebro, se conocen, en el tramo medio del arroyo y sobre pequeños subsidiarios de éste, los yacimientos paleolíticos de Las Fronteras (Baena, Muñoz, 1996), donde desta1

Los autores quieren agradecer al equipo del Museo de San Isidro las informaciones facilitadas para la realización de este trabajo.

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ca, sobre otros enclaves cercanos, un mayor dominio de la técnica levallois y Pedazo del Muerto (L. López et al., 1996).

E DAD DEL B R O N C E Como en toda la mitad meridional de la Comunidad de Madrid, tampoco a lo largo del cauce del Culebro existe yacimiento alguno que pudiera encuadrarse en una cronología decididamente neolítica, ya que aunque la tipología del hábitat para este momento parece corresponder a cuevas situadas en las estribaciones de la sierra (Blasco et al,1994: 60) y estaciones al aire libre vinculadas a las cuencas del Jarama y Manzanares, no existe por el momento dato alguno publicado referente al área estudiada, siendo los hallazgos más cercanos entre otros los de los areneros de Los Vascos o Valdivia, (Rubio, 2000: 109). Se dispone de más datos para la época calcolítica con la presencia de estaciones en el curso bajo (cabría citar el arenero del Arroyo del Culebro) o en el curso medio, con cronología ligeramente posterior, como Pedazo del Muerto, en Pinto, además de los últimos hallazgos producidos en el término municipal de Leganés. En las cercanías de la zona estudiada, se excavó en los años 70 el poblado de El Ventorro (Villaverde, Madrid), situado sobre una suave elevación y considerado un hábitat permanente que sólo habría sido abandonado por agotamiento de los recursos del territorio circundante (Priego, Quero, 1992). En cuanto al horizonte campaniforme, de difícil adscripción al final del calcolítico o en los momentos iniciales de la Edad del Bronce (Blasco, 2000: 151), está bien representado tanto en el curso final del Manzanares, como a lo largo del valle del Culebro, sin que exista un patrón de asentamiento definido. Garrido (1994), en su revisión del fenómeno campaniforme en Madrid, ya había hecho notar este aspecto, así como la concentración de los lugares de hábitat en zonas llanas, alejadas del piedemonte que caracteriza al norte de la Comunidad y, en general, respetando la tipología del hábitat establecido en periodos precedentes. Se trata, en todo caso, de hábitats estacionales que tratan de aprovechar las posibilidades que las vegas subsidiarias del curso bajo del Manzanares (Butarque y Culebro, fundamentalmente) ofrecen para el desarrollo de la agricultura, la ganadería y la incipiente metalurgia. A estos momentos corresponderían, al menos, los yacimientos de Pedazo del Muerto, en Pinto, cuya excavación proporcionó materiales encuadrables en el campaniforme de estilo marítimo y geométrico (L. López et al, 1996), la Fábrica de Ladrillos (Getafe), con ejemplares geométricos (Blasco et al., 1991), el km. 8,800 de la carretera de San Martín de la Vega, Camino de la Yesera, y Arriaga/Salmedina, además del hallazgo puntual de un fondo de cabaña en el entorno del Laboratorio Iven, en Getafe (Blasco et al, 1991); se trata de un silo que, según sus excavadoras, no correspondería a un basurero, a pesar de no aparecer vinculado a zona alguna de hábitat. Del mismo modo, las graveras de Arriaga/Salmedina y Casa Eulogio, abiertas en el curso final del Manzanares pero dominando la vega del Culebro, han proporcionado igualmente materiales aislados de esta época (Priego, Quero, 1983: 300). En estos dos lugares, al igual que en el Camino de la Yesera (Getafe), los materiales campaniformes se encuentran asociados a otros de época romana (Priego, Quero, 1983: 298). Además de los lugares de habitat conocidos por excavación, en prospección arqueológica se localizaron también dos yacimientos campaniformes en Pinto: uno

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Arqueología del Arroyo Culebro: apuntes para una revisión

de ellos denominado El Ayudén y otro publicado simplemente como Arroyo Culebro, Ambos comparten la característica de haber sido sus enclaves ocupados por asentamientos del Bronce final (Blasco et al, 1994). Finalmente, cabe destacar que, en el marco de los trabajos de explotación del arenero de Soto e Hijos (Getafe, km. 9,500 de la carretera de San Martín de la Vega), se localizó un enterramiento individual en fosa con ajuar campaniforme sin decoración (Blasco et al, 1994). La evolución hacia formas típicas del Bronce medio, en los siglos centrales del II milenio, está documentada en el Caserío de Perales (o Cooperativa Martín Villa, Blasco et al. 1991), donde se excavaron varios enterramientos pertenecientes al horizonte Protocogotas y asociados a un hábitat de más de quinientos fondos de cabaña. No hay cambios en el patrón de asentamiento con respecto al periodo inmediatamente anterior, como se ha puesto de manifiesto en otros yacimientos excavados tanto en el curso medio, como en el tramo final del arroyo Culebro y las únicas novedades se reflejan en la producción de una cultura material distinta, caracterizada ahora por decoraciones incisas e impresas en recipientes que frecuentemente tienen perfil carenado. Otros hábitats documentados en el Culebro pertenecientes a este periodo son el km. 8,900 de la carretera de San Martín de la Vega (Blasco, Lucas, 2000: 20), próximo a otro asentamiento del Bronce localizado en el entorno de La Torrecilla (Cerdeño et al, 1980), a los areneros de Arcaraz/Rojas y el yacimiento de La Cantueña, en Fuenlabrada, con continuidad en los momentos iniciales del Hierro; además de algunos lugares ya ocupados en el periodo anterior, como Camino de laYesera y el arenero del arroyo del Culebro, ambos en Getafe, a tenor de datos existentes en el Museo de San Isidro. En cuanto a la distribución del poblamiento en este periodo central de la Edad del Bronce, sobresale el hecho de que el curso alto del Culebro no presenta, por el momento, ocupación en el Bronce medio, siendo La Cantueña el más occidental de los hábitats documentados, cercano al de La Capellana, en Pinto (Blasco, Baena, 1996); probablemente, la topografía algo más abrupta y de suelos menos favorables para la producción agrícola no facilitaron la ocupación de esta área. Finalmente, la última fase de la Edad del Bronce se caracteriza en el centro peninsular por el denominado Horizonte Cogotas I, lo que se traduce más en nuevas producciones cerámicas (con profusas decoraciones excisas y de boquique), que en una nueva tipología del hábitat. En este sentido cabe apuntar que las tierras situadas al sur del Sistema Central constituyen hoy uno de los lugares más representativos de este horizonte cultural, tanto por la calidad de sus producciones, como por la abundancia de restos. A esta época pertenecen, por tanto, lugares ya citados al hablar del Bronce pleno, como La Cantueña o La Aldehuela, en Getafe (Priego y Quero, 1983: 299), a los que habría que añadir, a partir de los datos de que se dispone en el Museo de San Isidro, el Arenero del Arroyo del Culebro, el Camino de la Yesera o los areneros de la Fábrica de Ladrillos y del Marqués de Perales.

HIERRO I La continuidad del hábitat que caracteriza a comienzos del Bronce final se interrumpe a comienzos de la Edad del Hierro, momento en que se abandonan los fondos de valle en beneficio de cerros que facilitaban el control del territorio, sin

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excluir necesariamente los asentamientos situados en el llano. De este modo, ambas márgenes del valle del Culebro presentan en estos momentos (los siglos IX – VI a.C.) una intensa ocupación que, a menudo, queda evidenciada por la aparición de localizaciones separadas por distancias muy cortas. La cultura material que acompaña a estos pequeños hábitats, que rara vez alcanzan los 1.000 m2 incluye, además de las decoraciones geométricas incisas, algunos engobes rojos que vinculan la zona sur de la Comunidad de Madrid con otras áreas más meridionales de la Península (Blasco, Lucas, 2000: 182). Todas estas particularidades han sido observadas en Getafe en los yacimientos de Arroyo del Culebro, Casa de los Frailes (Blasco et al., 1988), La Zorrera, el Laboratorio Iven, La Aldehuela, Puente de la Aldehuela, el arenero de Navarro o La Torrecilla, además de en La Cantueña y La Indiana, ambos en Pinto. En este periodo se constata también la ocupacion de la cabecera del arroyo, documentada en la excavación del yacimiento D del PP5 de Leganés (Penedo et al., e.p. b), presentado en esta misma publicación.

HIERRO II Un sustancial cambio en el patrón de poblamiento y una nueva cultura material subrayan el inicio de la II Edad del Hierro en el interior peninsular. Por un lado, surgen nuevos poblados en altura que dominan pero no ocupan, como antes, las vegas de los ríos y que, preferentemente, se instalan en la confluencia de los cursos de agua, sin importar que éstos sean de carácter permanente o estacional. Es precisamente ese notorio acercamiento a los recursos hídricos lo que define al nuevo sistema de asentamiento del Hierro II, pero también la aparición masiva de cerámicas realizadas a torno y con decoración pintada evidencia una nueva forma de vida. Los indicios de una marcada estratificación social se multiplican y uno de ellos es la aparición de un urbanismo que agrupa las casas de los poblados en torno a una o varias calles racionalizando su distribución. El territorio, por su parte, queda jerarquizado por asentamientos de diverso tamaño que tejen una red que permite rastrear las vinculaciones económicas de cada uno de ellos. El Culebro no es ajeno a este nuevo estado de cosas que se inicia en los años centrales del I milenio y concluye con la romanización. A lo largo de todo el valle se conocen asentamientos datables en este periodo, de los cuales tan solo unos pocos presentan ocupación en épocas precedentes (Arroyo del Culebro, La Aldehuela, Arriaga/Salmedina o el Yacimiento A de Leganés). Otros, en cambio, permiten trazar un panorama distinto y rompen la continuidad del hábitat anterior: tales son los casos de El Pronunciado, en la confluencia del Manzanares con el Jarama (Priego, Quero, 1983: 300), Cañada de San Marcos, la necrópolis de incineración de La Torrecilla, o el yacimiento C de Leganés (Penedo et al, e.p. a). En cuanto al urbanismo documentado, el yacimiento C de Leganés ofrece una serie de viviendas alineadas siguiendo la topografía y que delimitan espacios abiertos en la zona central del poblado; no obstante, no puede seguirse en el yacimiento C un urbanismo tan claramente definido como en algún otro hábitat del Hierro II excavado en las cercanías, como el Cerro de La Gavia (Morín et al, e.p.), donde las casas dibujan una calle que bordea el cerro por uno de sus flancos. Los pequeños poblados de la II Edad del Hierro sufrirán suertes diversas en el primer tercio del siglo I a.C.: mientras que en algunos, como La Gavia, se ha documentado presencia marginal de época romana, otros, como el yacimiento C, des-

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Arqueología del Arroyo Culebro: apuntes para una revisión

aparecen como consecuencia de acciones violenta vinculadas a los conflictos relacionados con la llegada de los romanos al interior de la Península Ibérica.

ROMANO El curso del Culebro estaba jalonado por varios establecimientos romanos que aprovechaban la feraz vega de este arroyo. En su mayoría, se trata de villae de explotación agrícola de cronología bajoimperial, algunas de las cuales conservan ocupación en época visigoda. Todas se asientan en las proximidades del arroyo, cumpliendo esquemas habituales en el mundo romano (El Val en Alcalá de Henares, Villaverde y Carabanchel en Madrid…), pero eludiendo el fondo del valle.Además de La Torrecilla, enclave arqueológico en cuyo entorno inmediato (la finca de La Aldehuela) abundan los vestigios de presencia romana (Blasco, Lucas, 2000: 370), existen otros establecimientos rurales de este tipo con prolongada ocupación romana que pervivirá hasta época tardía.Tal es el caso de los yacimientos de Tinto Juan de la Cruz (Barroso et al, 1993), situados en la margen derecha del Culebro, en el curso medio del arroyo. Estos tres enclaves, conocidos como yacimientos 5, 10 y 10’ y excavados a comienzos de los años 90 como paso previo a la construcción de un polígono industrial, proporcionaron estructuras datables desde época romana altoimperial hasta, al menos, el siglo VI, momento en que los restos de los asentamientos romanos ya arruinados se reutilizan como necrópolis. Como en el caso de La Torrecilla, los yacimientos de Tinto Juan de la Cruz son villae que toman el Culebro como eje vertebrador a la vez que explotan su vega. Más esporádica es la presencia romana en el tramo inicial del Culebro; así, en el Plan Parcial 5 de Leganés, los hallazgos romanos fueron circunstanciales en tres de los cuatro yacimientos documentados. La Carta Arqueológica de Madrid incluye, no obstante, la presencia de un yacimiento romano, probablemente también una villa, en los terrenos actualmente ocupados por el Parque de la Polvoranca, yacimiento que, de confirmarse su presencia, repetiría esquemas ya vistos en otras zonas del interior peninsular en los que las villae se ubican también en la cabecera de los ríos. En este sentido, sobresale el hecho de que también en Pinto (La Indiana) se ha estudiado una villa, de origen altoimperial, vinculada a un pequeño subsidiario del Culebro, la Cacera del Valle (Vigil-Escalera, 1999), poniendo de manifiesto que este tipo de asentamientos agrícolas se asentaba en cualquier vega, por insignificante que fuera, que pareciera susceptible de ser explotada. Al margen de estos asentamientos rurales situados en la vega, se han localizado también materiales romanos fuera de contexto en algunas de las graveras vinculadas al curso final del Culebro y del Manzanares, como son los casos de los areneros de Arriaga/Salmedina, El Pronunciado, Arroyo del Culebro, Camino de la Yesera y Casa Eulogio.

MEDIEVAL La ruralización en que se ve inmersa la Península a partir del siglo IV motiva la reocupación de todo el curso del Culebro, a menudo reocupando o reutilizando estructuras romanas abandonadas y, en ocasiones, creando nuevos lugares de hábitat. De este modo, en el yacimiento 10 de Tinto Juan de la Cruz parte de las estructuras correspondientes a la villa bajoimperial están ocupadas por una necrópolis visigoda (Barroso et al, 1993).

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También en el curso medio se sitúa una segunda necrópolis visigoda, la de La Indiana, en la que se documentó una cincuentena de tumbas (MORÍN et al., 1999) asociadas a un hábitat agrícola (Vigil-Escalera, 1999). En este yacimiento con silos de aasociados a cabañas de planta rectangular (Vigil-Escalera, 1999). Finalmente, completa el panorama la necrópolis de El Jardinillo, situada en el entorno de La Torrecilla y La Aldehuela y excavada a finales de los años 70 (PRIEGO, 1980) en la que se documentaron tumbas visigodas sin apenas ajuar junto a otra estructura funeraria de ladrillos que podría datarse, según los hallazgos monetales, en el siglo V. En cuanto a los lugares de hábitat, además de los indicios documentados en la cabecera del arroyo (yacimientos B y D de Leganés), también en La Indiana se ha podido constatar la perduración del asentamiento de carácter agrícola desde momentos tardoantiguos o inicios de la alta Edad Media hasta, al menos, el siglo IX, con silos de almacenamiento y pozos asociados a cabañas cuadrangulares (VigilEscalera, 1999). Asimismo, en otro sector de este mismo paraje se excavó un pequeño asentamiento musulmán, tal vez una alquería, que habría estado habitada en el siglo XI (Morín et al, 1999: 69). El enclave aparece identificado por un pequeño campo de silos que parecen haber sido sellados a lo largo del siglo XII, coincidiendo con la repoblación cristiana de la zona. A este último momento correspondería, finalmente, el yacimiento de Cuniebles, en Pinto (Pérez de Barradas, 1929: 264), situado en una cueva en las cercanías del cauce del arroyo. La evolución hacia el poblamiento actual cuenta con varios enclaves datables en la Edad Media y Moderna. Así, en el curso final del Culebro y del Manzanares el catastro de La Ensenada hace mención de varios despoblados denominados La Torreval Crispín, Aludén o Culebres (Blasco, Lucas, 2000: 17), además del despoblado de La Polvoranca, en la cabecera del arroyo, al que corresponden los restos de la ermita actualmente integrada en el parque del mismo nombre, y el de Fragacedos, referido en el diccionario de Madoz (1848) en la entrada correspondiente a Fuenlabrada.

EVOLUCIÓN POSTERIOR La evolución posterior de la zona estuvo marcada, por una parte, por la consolidación de los núcleos surgidos en la Edad Media y que dieron origen a las poblaciones actuales y, por otra, por las alteraciones sufridas por el entorno en el siglo XX. La Guerra Civil supuso la reocupación, con fines estrictamente militares, de algunos cerros habitados en periodos anteriores, como La Gavia o Casas de Murcia (Morín et al., e.p.). Posteriormente, el curso bajo de los arroyos Culebro y Butarque y del río Manzanares se vio salpicado, a partir de la segunda mitad del siglo XX y como consecuencia del desarrollismo, de áreas industriales, nuevas vías de comunicación entre las recién nacidas cidades dormitorios (herederas de los pueblos medievales anteriores) y graveras y areneros que modificaron extraordinariamente el paisaje de esta zona (Martín Escorza y Baquedano Beltrán, 2000). Dentro de este nuevo paisaje, trazado a partir de los años 50, el Culebro sirvió de eje en torno al cual se distribuyeron grandes infraestructuras. Pero a partir de los años 80 la política urbanística ligada al cauce del arroyo Culebro no ha olvidado la existencia de numerosos yacimientos arqueológicos en las riberas de este subsidiario del Manzanares. Así, en la cabecera del arroyo, la zona conocida como Recomba, estaba incluida en las zonas arqueológicas protegi-

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Arqueología del Arroyo Culebro: apuntes para una revisión

das del término municipal de Leganés, estando en proceso de declaración de Bien de Interés Cultural parte del territorio recorrido por el Culebro. Por otra parte, el Plan General de Ordenación Urbana de Leganés tiene en cuenta la importancia de los restos arqueológicos en el curso del Culebro, y establece tres categorías de protección arqueológica para el término municipal -Zonas A, B y C-, incluyendo en el nivel más elevado la parte principal del área cuya intervención se presenta en esta exposición. La protección del entorno medioambiental no ha sido olvidada y así, mientras la cabecera del arroyo ha quedado incluida en el Parque de la Polvoranca, de reciente construcción en torno a la laguna de Mari Pascuala, el curso medio se convierte en el eje del denominado Parque del Arroyo Culebro. Finalmente, todo el curso final está integrado en el Parque Regional del Sureste. Este tipo de actuaciones favorece la recuperación de valores ambientales y de zonas anteriormente degradadas. En definitiva, el arroyo Culebro, jalonado en su corto recorrido por una fértil vega y por un paisaje abierto agradable para el asentamiento humano, entra en el siglo XXI con el objetivo de cumplir las mismas funciones que ha venido desempeñando durante siglos: servir de lugar de hábitat, de zona de producción y de vía de comunicación.

La Laguna de María Pascuala, cabecera del arroyo Culebro Estado de la construcción del P.P. 5 de Leganés en agosto de 2001

El cauce del arroyo Culebro, seco en verano, en las proximidades de Tinto Juan de la Cruz El arenero del Camino de la Yesera, próximo a la desembocadura del arroyo Culebro

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RELACIÓN DE YACIMIENTOS CITADOS EN EL TEXTO 2

2 Tanto la relación detallada a continuación, como la información presentada en el plano se basa únicamente datos obtenidos a partir de la bibliografía existente. Para un completo estudio territorial del arroyo Culebro sería preciso incorporar los resultados obtenidos por las diversas prospecciones realizadas, así como por otras intervenciones arqueológicas que por el momento permanecen inéditas.

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Arqueología del Arroyo Culebro: apuntes para una revisión

1. Yacimiento A, Leganés

16. Cuniebles, Pinto

30. Casa de La Torrecilla, Getafe

2. Yacimiento B, Leganés

17. La Zorrera, Getafe

31. El Jardinillo, Getafe

3. Yacimiento C, Leganés

18. Caserío de Perales, Getafe

32. La Torrecilla de Iván Crispín Getafe

4. Yacimiento D, Leganés

19. Arroyo Culebro, Pinto

33. La Aldehuela, Getafe

5. La Cantueña, Fuenlabrada

20. Arroyo del Culebro, Getafe

34. Casa de los Frailes, Getafe

6. El Ayudén, Pinto

21. Arenero de Soto e Hijos

35. Puente de la Aldehuela, Getafe

7. Tinto Juan de la Cruz-yacimiento 5, Pinto

22. Arenero del Culebro, Getafe

36. Fábrica de Ladrillos, Getafe

8. Tinto Juan de la Cruz-yacimiento 10’, Pinto

23. Arenero de Adrián Rosa, Getafe

37. Arenero de Arcaraz, Getafe

9. Tinto Juan de la Cruz-yacimiento 10, Pinto

24. Camino de la Yesera, Getafe

38. Arenero de Arriaga, Getafe

10. La Indiana, Pinto

25. Laboratorio Iven, Getafe

39. Arenero de Salmedina, Rivas-Vaciamadrid

11. Barrio del Prado, Pinto

26. Arenero de La Torrecilla, Getafe

40. Arenero de Navarro, Rivas-Vaciamadrid

12. Cacera del Valle / Pedazo del Muerto, Pinto

27. Kilómetro 8,900 de la carretera de San Martín de la Vega, Getafe

41. Casa de Eulogio, Rivas-Vaciamadrid

13. Las Fronteras, Pinto 14. Cerro de los Ángeles, Pinto

28. La Torrecilla (necrópolis del Hierro II), Getafe

15. Cañada de San Marcos, Getafe

29. La Torrecilla (yacimiento del Bronce medio), Getafe

42. El Pronunciado, Rivas-Vaciamadrid.

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La Edad de Hierro

DIONISIO URBINA


La Edad del Hierro en la provincia de Madrid nace propiamente de la mano de José Pérez de Barradas. Por entonces era todavía un período confuso dentro de lo que se llamó el Eneolítico dividido en 3 fases: cultura indígena arcaizante, que se caracterizaba por sus cerámicas de cordones, cultura celta-hallstáttica, de influjos centroeuropeos, y cultura de los castros de cerámica estampillada (Pérez de Barradas 1936). Este era un esquema derivado de los presupuestos metodológicos de los círculos culturales, alternativo al positivista de Cabré (que será el aceptado universalmente) quien había conseguido identificar dos estratos: Cogotas I y II en el yacimiento epónimo, separando las edades del Bronce y del Hierro. Pero el reconocimiento de un hiatus entre los niveles de Cogotas creaba un problema metodológico pues, entre otras cosas, impedía la aplicación en el Centro de la Península del ya universal esquema europeo que dividía la Edad del Hierro en dos fases: Hallsttatt y La Tène. La Guerra Civil y la difícil postguerra relegaron esta incipiente problemática al olvido, de modo que habrán de pasar casi cuarenta años para que se retomen los estudios sobre la Edad del Hierro en el Centro de la Península.Tan largo período está ocupado apenas por una decena de noticias sueltas (Asquerino y Cabrera 1980, Blasco y Barrio 1986, Fernández-Galiano 1976, Valiente 1971, Valiente y Rubio 1982, etc.), de modo que aún en 1981 tan sólo se podía citar algún asentamiento de la Edad del Hierro en la provincia de Madrid, como Ecce Homo. Los últimos 20 años no han sido muy diferentes, los datos arqueológicos son el fruto de inspecciones sobre noticias casuales (Blasco y Barrio 1992) o el resultado de excavaciones parciales (Almagro y Fernández-Galiano 1980, Cerdeño et al. 1992). En realidad sólo contamos con una excavación de relieve para cada una de las fases del Hierro: Cerro de San Antonio o HI (Blasco et. al. 1991), Fuente el Saz del Jarama o HII (Blasco y Alonso 1985) y Dehesa de la Oliva o inicios de la romanización (Cuadrado 1991). En este horizonte donde las publicaciones con resultados de actuaciones arqueológicas son tan escasas (muchas de ellas reposando en forma de informes en los archivos de la Administración), llama la atención la profusión de artículos que abordan el panorama general de la Edad del Hierro en la Comunidad de Madrid (Almagro 1987, Blasco 1987 y 1992, Blasco y Alonso 1983, Blasco et. al. 1981, Recuero et. al. 1996,Valiente 1987). Quizá la razón se deba a que desde que Cabré separara la Edad del Bronce de la del Hierro: Cogotas I y II, los esfuerzos se han centrado más en la construcción teórica de las dos fases del Hierro (HI y II) que en las intervenciones de campo. Especialmente en lo que se refiere al HI. Hasta prácticamente los años 90 las invasiones indoeuropeas explicaban los cambios en la cultura material de la Edad del Hierro Primitivo. La negación actual de las invasiones no supone el abandono de las concepciones difusionistas: tan sólo las oleadas de gentes se sustituyen por los influjos culturales (p. ej. Almagro 1987, Blasco 1992).Y es que son precisamente estas oleadas de gentes o influjos la razón de ser del HI. Las invasiones justificaban el final de una época (Edad del Bronce) y el comienzo de otra (Edad del Hierro), aunque para explicar la Iª Edad del Hierro se recurre siempre a la fase precedente de Cogotas I, a la que en el fondo va indisolublemente unida. El HI suele venir englobado en el mismo epígrafe que el BR. F. en

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muchos trabajos (p. ej. Almagro 1987 o Almagro et. al. 1994), o se explica como una tradición de los hábitats del Bronce Final (Ecce Homo) o con apenas variaciones sobre los asentamientos anteriores ya que tienden a alejarse un poco de las vegas, a diversificarse, menos ceñidos a los cauces de los ríos más importantes (Recuero et. al. 1996). Se han diferenciado tres secuencias desde el Br. F. hasta el HII. La primera o de transición es un horizonte con elementos de Campos de Urnas sobre las pervivencias de Cogotas I, definido en las parameras alcarreñas como la facies Pico Buitre.Yacimientos característicos en Madrid serían Ecce Homo, La Aldehuela y El Negralejo. Desde entonces cada vez serán más comunes las producciones cerámicas con decoración incisa distribuida en metopas, los perfiles carenados y los pequeños cuencos de paredes finas y superficies bruñidas, hasta llegar a la segunda fase con predominio de las producciones de Campos de Urnas: grafitadas y de acanaladuras, cuencos troncocónicos con mamelones perforados, etc. Esta fase de consolidación del HI se daría en torno al s.VII a.C. y estaría representada en yacimientos como la Muela de Alarilla, fase IIB de Ecce Homo, Área III de Getafe y Cerro de San Antonio (Pereira, 1994). La última fase se corresponde ya con el arranque de necrópolis en las que predominarán más tarde las producciones a torno, en cuyos niveles inferiores suelen aparecer cerámicas pintadas postcocción, cuencos troncocónicos, etc. Típica de este momento es la necrópolis de Las Madrigueras (Almagro 1969). Pero no existe unanimidad al respecto, pues algunos autores sólo reconocen una fase de transición denominada Pico Buitre y otra del HI propiamente dicho llamada Carrascosa I (Almagro et. al. 1994), y otros entienden a veces el HI como un proceso de ruptura en el que predominan los sitios ex novo como los de La Aldehuela o el Cerro de San Antonio (Blasco y Alonso 1983, Blasco et. al. 1991), o más aún, esa ruptura se enlaza directamente con el HII ya que: son ya muchos los yacimientos,particularmente los situados en altura,que han proporcionado materiales del HI procedentes de niveles subyacentes a los ibéricos (Blasco 1992, 284). El registro no permite mucho más: el desvanecimiento del horizonte de Cogotas I que da paso al surgimiento de nuevos grupos culturales cuyo desarrollo coincide con el hierro Antiguo (Blasco y Sánchez 1999: 126). El HI aparece como una supra-realidad que transciende todo acontecer histórico con la que coincide el desarrollo de unos grupos culturales nuevos cuando se desvanecen los grupos culturales anteriores de Cogotas I. Los compartimentos estanco del positivismo: Cogotas I y II, Edad del Bronce y del Hierro, nos ofrecen un conjunto de postales del pasado, pero son incapaces de aportar una secuencia dinámica, una verdadera película con acción, por más que la relación entre la realidad y ésta se tenga que estar construyendo continuamente. El patrón de asentamiento podría ser de gran ayuda a la hora de definir estas fases, pero resulta un tanto paradójico que en la comunidad española probablemente mejor prospectada, como es la de Madrid, no existan trabajos de investigación sobre el territorio, si exceptuamos las breves notas sobre el Valle del Tajuña (Almagro y Benito 1993 y Almagro et. al. 1994). Por todo ello, la Edad del Hierro en el Centro de la Península es, en los albores del siglo XXI, una etapa aún mal conocida. No obstante, los recientes hallazgos debidos a la arqueología llamada de gestión o contractual, y especialmente los realizados en el entorno del Arroyo Culebro, así como las excavaciones del cerro de la Gavia, perecen iniciar una nueva tendencia.

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La Edad de Hierro

Las dificultades para establecer los límites entre la Edad del Hierro y del Bronce se derivan de una carencia de elementos representativos en los registros. La parcialidad de las intervenciones no ha permitido asociar aspectos como el desarrollo de la metalurgia del Hierro, del urbanismo o la arquitectura de planta rectangular o las necrópolis de incineración, a yacimientos con las producciones cerámicas típicas de este período, por ello las cerámicas se convierten en verdaderos fósiles guía o únicos elementos diferenciadores de ambas fases. Sin embargo, es difícil aceptar que yacimientos como El Negralejo (Blasco, 1982), hábitat de fondos de cabaña encuadrado en Cogotas I, son esencialmente distintos de otros como el Cerro de San Antonio (Blasco et. al. 1991) o Los Llanos II (Sánchez-Capilla y Calle 1996), para encuadrarlos en Edades diferentes, y que por su parte éstos últimos, en virtud de su adscripción a la Edad del Hierro, están más próximos a otros como el Cerro de la Gavia (Morín et. al. e.p.), también de la Edad del Hierro. Hace ya tiempo que la transición del Bronce al Hierro se consideró como la eclosión de un proceso de sedentarización de las sociedades meseteñas (Romero 1985), dentro del cual encontramos una gran variedad de asentamientos, desde aquellos que inician su poblamiento siglos atrás y perviven hasta determinada fase donde se constatan ya objetos asignados a los C.U.: p. ej. Ecce Homo, junto a otros que nacerán más tarde y perviven algún que otro siglo, e incluso otros más fundados ahora ex novo y que no obstante tienen una vida efímera o en todo caso no muy larga: Cerro de San Antonio, Los Llanos II, etc. y finalmente otros donde todavía son exclusivas las producciones a mano con especies pintadas post-cocción, grafitadas, incisas, etc., y que tendrán más larga vida incluyendo fases más o menos extensas de predominio de las cerámicas a torno, como es el caso de las necrópolis de Las Madrigueras (Almagro 1969). Parece que en ciertos cerros como Ecce Homo, (Almagro, et. al, 1994) en Madrid, la Muela de Alarilla (Méndez y Velasco, 1988) al sur de Guadalajara y diversos cerros también en el sur de Cuenca, como Pico de la Muela (Valiente 1981), o espolones sobre los frentes de escarpe de las terrazas fluviales que de algún modo preludian asentamientos posteriores del HII, como Salinas de Espartinas, en la margen derecha del Jarama: Valdepuerco, en Colmenar de Oreja, y La Cárcava en Villarejo de Salvanés en la margen derecha del Tajo y El Castro, en la provincia de Cuenca en el margen izquierdo, la ocupación pervive desde Cogotas I al Hierro I, o bien sólo se documenta el HI pero sin ir más allá. Al igual sucede con otros hábitats en llano en el Valle Medio del Tajo: Pantoja y El Testero, en Toledo (Pereira, 1990), Camino de las Cárcavas en Aranjuez (López et. al. 2001) y en las cercanías de Madrid, como Arenero de Soto (Almagro, 1987) o Cerro de San Antonio (Blasco et. al. 1991). Por el contrario aparecen otros lugares ex novo donde se constatará un hábitat de larga pervivencia que ocupa todo el HII y llega en muchos casos hasta época romana: necrópolis de Madrigueras, Esperillas (García y Encinas, 1987) y el poblado de Arroyo Culebro, e incluso mucho más allá abarcando todo el período musulmán (yacimientos en llano de la Mesa de Ocaña, Urbina 2000. Cap. 7).Tampoco es un proceso homogéneo pues se documentan asentamientos con una primera fase de cerámica a mano y sólo las más antiguas de la cerámica a torno, como es el pequeño poblado del Cerro de los Encaños, en Villar del Horno, Cuenca (Gómez, 1986), o las cabañas de “Los Pinos”, Alcalá de Henares (Muñoz y Ortega 1996). De este modo se podría establecer una primera fase que se corresponde con la del momento final de la Edad del Bronce y que se podría prolongar hasta el nacimiento de asentamientos como Arroyo Culebro, Madrigueras, Villar del Horno, etc, ca.

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mediados o finales del siglo VII a.C. Esta fase significaría ya una ruptura con la anterior (por más que se hallarán algunas pervivencias), al tiempo que en la mayoría de estos asentamientos aparecerá la cerámica a torno y el tipo de hábitat que hemos considerado propio del HII. No será por tanto la cerámica a torno el elemento definitorio del HII, aunque sea el más visible, sino el cambio de patrón de asentamiento que estos yacimientos en llano reflejan, en los cuales se documentan ya casas de planta alargada, es decir, asentamientos que podemos interpretar claramente como sedentarios junto a producciones cerámicas a mano. Falta aún por constatar alguna evidencia directa del empleo del arado, pues el sedentarismo no está ligado a la agricultura propiamente dicha, sino a la agricultura de arado. Existe aun otro factor esencial de diferenciación sobre la fase precedente como es el inicio de las necrópolis de incineración. La propia existencia de las necrópolis en un recinto ex profeso debería ir ligada a los asentamientos sedentarios y así se ha supuesto (Blasco y Barrio, 1992), aunque no contábamos con más datos que el hallazgo aislado de La Torrecilla, hoy encuadrado en otra época (Blasco y Lucas 2000).

Vista general de la necropólis de Arroyo Culebro © Artra S.L.

Tumba 32 © M.A.R.

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Conocemos dos necrópolis de incineración con cerámica a mano exclusivamente en la Mesa de Ocaña, lindante con Madrid, al Sur del Tajo. Una excavada en los años 30 en El Mazacote (Ocaña, González, 1933), en los llanos al borde del páramo, y otra inédita junto al arroyo Cedrón en término de Dosbarrios: Cuevas del Puente.Ambas enlazan con el reciente e importante descubrimiento de la necrópolis del HI de Arroyo Culebro (Penedo et. al. e. p.). Esta necrópolis se asienta en una zona llana apenas a 150 m. del cauce del Arroyo Culebro y a pesar del arrasamiento del lugar, se han podido excavar 32 enterramientos y acumulaciones de huesos junto a una mancha oval quizá interpretable como un ustrina. Se trata de incineraciones depositas en urnas o directamente sobre un hoyo en el suelo, con escaso ajuar, a lo sumo dos vasos y en contadas ocasiones. No existe alineación en las urnas conservadas, y sí se constatan piedras desplazadas que pudieron servir para señalar los enterramientos. Las urnas están fabricadas a mano con los típicos perfiles bitroncocónicos junto a vasos troncocónicos con mamelones. Los restos metálicos son casi exclusivamente de bronce entre los que destacan unas pinzas y una fíbula de doble resorte simple (con paralelos en las necrópolis de Madrigueras - TVIII- y Esperillas), (Penedo et. al. e. p. e Informe Consejería Educación, 2000, inédito). El arrasamiento de la zona ha impedido localizar el asentamiento asociado a esta necrópolis, seguramente al Oeste del ámbito de actuación, aunque a poco más de 1 km. se localizó un hábitat del HII, ligeramente posterior (yacimiento A, Informe Consejería Educación, 2000, inédito). Aquí, la ausencia de estructuras se interpreta no sólo como el efecto de destrucciones postdeposicionales, sino debida a la amortización de las mismas por parte de un nuevo asentamiento a 400 m., seguramente del mismo grupo humano, muy cerca de la necrópolis de incineración (yacimiento C, Penedo et. al. e. p. e Informe Consejería Educación, 2000, inédito). En el asentamiento A las cerámicas a torno coexisten con tipos a


La Edad de Hierro

mano con algún ejemplar a peine y vasos troncocónicos, son ya comunes los fragmentos de hierro y de nuevo se constata un ejemplar de fíbula de doble resorte. Por su parte, en el yacimiento C las producciones a torno son casi exclusivas, con la aparición de decoraciones pintadas típicas de momentos clásicos y avanzados del HII, como las series de semicírculos, semicírculos asociados a melenas, y ante todo las cerámicas que combinan la pintura con las estampillas. De este modo en Arroyo Culebro parece enlazar con el tipo de hábitat que se inicia en el HI y perdura hasta momentos avanzados del HII, representado sobre todo por necrópolis como las de Madrigueras y Esperillas, al Sur del Tajo, por más que los núcleos de habitación se desplacen en los más de 500 años de vida unos cientos de metros en el espacio. Las fases del Bronce Final o Cogotas I al HI obedecen por tanto a procesos de sedentarización de las sociedades del Centro peninsular, que culminarán en yacimientos de los que el de Arroyo Culebro puede considerarse un prototipo. Se trata de asentamientos fundamentalmente en llano, que se inician con un horizonte de cerámicas a mano sobre el que paulatinamente se impondrán las producciones a torno y se consolidarán las influencias y asimilación de las innovaciones técnicas venidas del Mediterráneo oriental, para cristalizar en los poblados que consideramos típicos del HII. El modelo que definen estos yacimientos en llano marca un adaptación muy concreta al medio, caracterizada por la ocupación de las cabeceras de los arroyos o las tierras llanas colindantes en busca de los mejores manantiales y las tierras de cultivo ligeras (Urbina 2000). Los procesos de desarrollo del Hierro II, son aquellos de la afirmación de una agricultura absolutamente sedentaria, en la que se ha ampliado la base agraria a despecho de una movilidad estacional de corto alcance. Este proceso en el que la cerámica a torno pudiera ser el exponente de una orientalización que ampliará todavía más la base agrícola de subsistencia, conducirá a una concentración de los emplazamientos, favoreciendo por tanto, los procesos de generación y también de apropiación del excedente (Urbina 2000:205-6).

Yacimiento C, sector B. Arroyo Culebro, Leganés © Artra S.L.

Cerámica pintada con melenas © M.A.R.

Pero la aparente homogeneidad del registro material en los asentamientos desde este momento no implica que nos hallemos ante un período mejor conocido o caracterizado. En la Comunidad de Madrid, aparte de las numerosas noticias sobre hallazgos aislados y colecciones de superficie (Barrio y Blasco 1991, Priego 1981, Valiente 1987), se han realizado excavaciones muy parciales en el poblado de Santorcaz (Cerdeño et. al. 1992) y Dehesa de la Oliva (Patones, Cuadrado 1991), y más extensas en Fuente el Saz del Jarama (Blasco y Alonso, 1985) y recientemente en el Cerro de la Gavia y el Arroyo Culebro (Morín et. al.2001 y e.p., Penedo et. al. e.p.). Quizá sea esta la razón por la que el panorama del HII aparece igualmente desdibujado en la Comunidad de Madrid, plagado de errores e imprecisiones en la consideración del propio registro (Blasco y Sánchez 1999:128, Blasco y Lucas 2000:184), e interpretado esencialmente como la continuidad de un período anterior con predominio de los pequeños asentamientos fluviales aún a base de fondos de cabaña (Valiente 1994, Blasco y Sánchez 1999, Blasco y Lucas 2000).

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Esta impresión se deriva de hábitats como el descrito anteriormente en Arroyo Culebro en terrazas ligeramente elevadas sobre los cauces fluviales y que podemos encontrar asimismo en el valle del Tajo o del Jarama, en los yacimientos en torno al Puente Largo de Aranjuez: Las Calderas y Las Cárcavas, en donde las destrucciones antrópicas debidas fundamentalmente a la acción de los arados, han mezclado parte de los restos de yacimientos cercanos e incluso superpuestos. Los descubrimientos en Arroyo Culebro sin embargo, son una vez más de gran valor porque nos permiten suponer una arquitectura a base de estancias cuadrangulares con zócalos de piedra y paredes de adobe, desde fechas tardías como los siglos IV-III a.C. (yac C, Penedo et. al. e.p.) incluso anteriores, en consonancia con los restos arquitectónicos aparecidos en otros lugares de cronología más alta: s. V a.C. al menos, de los alrededores (Villar del Horno, Gómez, 1986, Hoyo de la Serna, Urbina et. al. e.p.). En la prospección exhaustiva y orientada a yacimientos del HII realizada sobre 1.500 Km2 en la Mesa de Ocaña, permitió descubrir una dualidad morfológica de asentamientos que parece responder a dos momentos cronológicos diferentes (Urbina 2000). De un lado los asentamientos en llano, aquellos que inician su actividad con horizontes donde las cerámicas a mano son aun exclusivas: Esperillas, Madrigueras, Arroyo Culebro, etc., de otro los recintos fortificados. Esta dualidad está igualmente presente en el Valle del Tajuña (una de las escasas regiones de Madrid que cuenta con publicaciones sobre el poblamiento de la Edad del Hierro), donde se documenta también una fase antigua de poblados en llano, aquí ligeramente elevados sobre las terrazas del río que forma un estrecho cauce, junto a recintos fortificados denominados castros (Almagro y Benito 1993). Las dimensiones de los núcleos en llano varían muy poco en la Mesa de Ocaña, donde la dispersión de restos en superficie se extiende a menudo por 7 u 8 Has. (el tamaño de los poblados será por tanto sensiblemente menor, en torno a las 46 Has.), y son algo menores en el Valle del Tajuña. Están ligeramente desplazados sobre emplazamientos anteriores del HI o Br. F., quizá el más conocido por el hallazgo de la fíbula de codo (Almagro 1987) sea el ejemplo del núcleo frente a Perales de Tajuña, al otro lado del río (110/17). Como ya hemos dicho, representan el óptimo adaptativo a una agricultura de arado y por ello sus emplazamientos en general serán ocupados con frecuencia por asentamientos romanos e incluso musulmanes. La ausencia de excavaciones en yacimientos de este tipo, unido la naturaleza del terreno, donde a la fuerte erosión de tierras blandas, hay que añadir un laboreo continuado que amenaza con la destrucción total de los yacimientos, dificulta la adecuada comprensión de los procesos de poblamiento. En todo caso, ya sea de forma paralela a estos hábitats en llano como parte de otro sistema de poblamiento, o como sustitución de los antiguos núcleos, hacia finales del siglo IV o inicios del III a.C. se desarrolla un nuevo modelo caracterizado por las estructuras de tipo defensivo y los emplazamientos en cerro testigo o espolón sobre los frentes de escarpe de los valles fluviales.Aunque estos recintos amurallados del HII son conocidos desde antiguo: Cerro de la Gavia (Pérez de Barradas 1936), Cerro de Titulcia, Cerro Butarrón en Mejorada del Campo (Asquerino y Cabrera 1980), Los Castrejones, en el Valle del Tajo (Urbina e.p.), etc., apenas han sido tenidos en cuenta por la historiografía (Blasco y Lucas 2000). En la Mesa de Ocaña se documentaron 20 recintos de este tipo. Dentro de estos recintos amurallados es referencia obligada el Cerro de la Gavia. Excavado en extenso recientemente (Morín et. al. 2001 y e.p.), se trata de un

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La Edad de Hierro

espolón sobre las paredes verticales del valle del Manzanares en su confluencia con el arroyo de las Barranquillas. Presentaba los restos de un gran foso hacia el noreste, aunque las alteraciones postdeposicionales (erosivas y antrópicas) no permitieron constatar su forma y tamaño y, lo que es peor, la existencia de una muralla en el borde del poblado, similar a las conocidas en la Mesa de Ocaña, como las de Plaza de Moros, en Villatobas (Urbina y Urquijo 2001), que cuentan con dos fosos y un bastión de más de 5 m. de grosor flanqueado por sendos torreones semicirculares para proteger el acceso llano del istmo. Estos modelos están claramente emparentados con los recintos fortificados del valle del Ebro y en general de todo el ámbito ibérico y son el tipo de yacimiento más conocido de la Edad del Hierro. El poblado del Cerro de la Gavia tuvo en origen una superficie construida dentro de la península de unas 0,4 has. de las que se han excavado 1.400 m2. El urbanismo se dispone en torno a dos calles centrales en forma de arco que juntan hacia el norte, dejando sendos barrios entre cada calle y el borde del espolón y un barrio central entre ambas calles que se excavado casi en su totalidad. Esta formado por casas de planta rectangular o cuadrada, adaptándose al relieve y al espacio entre las calles. Cuentan por lo general con una sola estancia, con alguna división interna al fondo a en la entrada. Se conservan los zócalos de piedra (calizas, guijarros y a menudo bloques de yesos especulares e incluso piedras de molino reutilizadas) a veces de 1m. de altura para nivelar el talud de la ladera. Como en otros lugares de la zona (Plaza de Moros) y es típico del ámbito ibérico del litoral (Bastida de les Alcuses,Tossal de Sant Miquel de Llíria, etc), los pisos de las casas se disponen por debajo de la superficie de las calles aprovechando las laderas para generar plantas en semisótano a las que se accede por medio de varios escalones. Es común el hallazgo de piedras alisadas o agujeros que señalan la posición de las vigas que sustentaron la techumbre vegetal. Las paredes son de adobes hechos con las tierras de los alrededores. En ocasiones existen paredes de medianería entre las casas y otras veces se adosan los muros.

Fotografía aérea del Cerro de la Gavia © Auditores de Energía

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Unidades de habitación del Cerro de la Gavia © Auditores de Energía

Se han diferenciado tres momentos de ocupación (Morín et. al. 2001, y e.p.). El primero se inicia en el siglo IV a.C. y se encuentra muy arrasado por las ocupaciones posteriores aunque se puede constatar su extensión por todo el cerro y un tipo de construcción ya a base de casas rectangulares con zócalos de piedra, alzados de adobe y techumbres vegetales, que no variará hasta el abandono del poblado. La segunda ocupación mantiene grosso modo el urbanismo de la primera, organizada esencialmente en torno a dos calles convergentes. Se desarrolla en el siglo III a.C. y la escasez de materiales hace suponer a sus excavadores (Morín et. al. 2001) que fue abandonada pacíficamente. La última fase de ocupación se desarrolla en época ya plenamente romana, abarcando hasta finales del siglo I d.C. De este modo parece confirmarse esta secuencia dual de asentamientos en llano más antiguo y posteriores recintos fortificados que llegan a época romana (Urbina 2000). Este hecho implica la ocupación romana de buena parte de estos recintos 1

Próxima a publicarse la memoria de excavación, las siguientes lineas sólo son un breve resumen de los importantes hallazgos realizados.

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fortificados, como es bien patente en otros lugares de la provincia tales como la Dehesa de la Oliva (Cuadrado 1991), ambiente que contrasta con la imagen estereotipada de los asentamientos romanos en llano. Al exterior del recinto defensivo de la Gavia se disponen una serie de edificaciones (recinto A, Morín et al. 2001) que se asignan al 2º momento de ocupación (s. III a.C.) con características constructivas peculiares como son los refuerzos en los muros, las zanjas de cimentación y la excavación de calles en los yesos y calizas, que han hecho pensar en la existencia de un barrio artesanal o de actividades de transformación. Más lejos aún, casi a 1 km. del recinto fortificado, se constató otro hábitat (recinto B, Morín et. al. 2001) formado por unas viviendas de planta rectangular que se disponen sobre una loma en lo alto del páramo que se asoma al valle del Manzanares. Ambos conjuntos evidencian la complejidad de este tipo de asentamientos con barrios que desbordan los recintos delimitados por la topografía y las defensas artificiales. Erigidos en pleno HII, estos asentamientos parecen atravesar varios avatares, ya que mientras que algunos no llegarán siquiera a época romano-republicana (p. ej. Plaza de Moros, Urbina y Urquijo, 2001), otros presentan momentos de expansión del hábitat que no se constriñe sólo al recinto defensivo, como parece ser el caso de la Gavia en el siglo III a.C. y que perdurará durante buena parte de la ocupación romana. En definitiva, los nuevos descubrimientos que se derivan en su mayoría de actuaciones desde la llamada “arqueología contractual”, están ofreciendo unos datos de enorme interés para la compresión de una época como la Edad del Hierro. Aportaciones como la del Cerro de la Gavia o del Arroyo Culebro, permiten superar la visión fragmentaria y deudora de los hallazgos de otras zonas que ha imperado en los últimos 20 años, y esbozar las claves de una dinámica del poblamiento antes prácticamente insospechada. Plaza de Moros

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La época romana en la Comunidad de Madrid

RAFAEL BARROSO CABRERA JORGE MORÍN DE PABLOS


INTRODUCCIÓN La Península Ibérica se incorporó a la órbita romana como consecuencia de la pugna mantenida entre Roma y Cartago por el dominio del Mediterráneo occidental, cuando, tras la primera guerra púnica, la joven República romana se vio obligada a trasladar la lucha a Hispania. Así, con el fin de privar a su enemigo de un territorio que se había convertido en una importante base de abastecimiento de hombres y bienes, el senado romano envió a España en el año 218 a.C. a Publio Escipión. El nuevo procónsul, después de transformar la ciudad de Tarraco en una gran plaza naval, hizo avanzar el ejército romano más allá del Ebro, llegando incluso a extender sus conquistas hasta la Bética. A pesar de los éxitos iniciales, el ejército expedicionario romano, comandado por los hermanos Publio y Gneo Escipión, sucumbiría en 211 a.C. ante el empuje de las tropas cartaginesas. La reanudación de las operaciones militares romanas en Hispania recayó en otro joven miembro de esta noble familia, P. Cornelio Escipión, quien, tras una fulgurante serie de campañas militares cuyos principales hitos fueron la toma de Carthago Nova (Polib. X 10-19) y Cástulo, acompañada de una ofensiva diplomática, que se tradujo en la rendición de Gadir (Liv. XXVIII 37), logró abatir el poder cartaginés en la Península en el año 206 a.C. (Liv. XXVIII 16, 14). Con el fin del dominio bárquida, la península pasó a entrar definitivamente en la esfera de influencia romana. Si en principio el objetivo de Roma en la Península se había fijado únicamente en utilizar su territorio como campo de batalla contra los cartagineses y privarles así de su principal base de infraestructuras, con la definitiva derrota de Cartago existe una clara determinación por parte del senado romano de comenzar la conquista de Hispania, que se prolongará durante dos siglos, hasta la definitiva sumisión de las últimas tribus cántabras. El dominio de la Carpetania, territorio en el que estaría incluida en la antigüedad la actual Comunidad de Madrid, aún careciendo de una integración política o administrativa bien definida que pudiese suponer un peligro potencial para el dominio romano, y presentando un suelo y una climatología menos favorable que la Bética o Levante que pudiera suscitar el interés de su conquista, constituyó sin embargo un objetivo pronto apetecible dado su carácter de zona de paso para los que desean desplazarse desde el valle del Duero hacia la depresión del Tajo o viceversa. Ese carácter de frontera natural y zona de tránsito a través de los puertos de la sierra y los valles fluviales hizo que las tierras que hoy conforman la Comunidad de Madrid fueran escenario entre los años 200-180 a.C. si no de grandes batallas entre romanos y carpetanos, sí de luchas de cierta importancia entre las armas romanas y los pueblos indígenas. Hacia los años 186-185 a.C. se advierte un intento por parte de la autoridad romana de fijar la frontera Norte de la provincia Ulterior en la línea del Tajo, enlazando así con la frontera romana de la Citerior con los celtíberos de forma que ambas sirvieran de mutuo apoyo. En ese año los pretores C. Calpurnio Pisón y L. Quincio Crispino actuaron conjuntamente en el territorio, sufriendo una grave derrota cerca de Toledo, de la que poco después se resarcirían. Entre el 180-150 a.C. apenas hay noticias de movimientos de tropas ni operaciones militares de envergadura en la zona carpetana, que, sin embargo, vuelven a reanudarse a partir del 150 a.C. Es precisamente esa situación central y la presencia de una frontera natural como el macizo central a las que antes hacíamos refe-

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rencia lo que convirtió a la Carpetania en un territorio de gran valor estratégico para asegurar el dominio romano. Esto se demostró a partir de la segunda mitad del siglo II a.C. cuando tropas romanas se verán obligadas a combatir a celtíberos y lusitanos. Los primeros, un importante pueblo de estirpe céltica que ocupaba las tierras de la meseta septentrional, se encontraban en el momento de la conquista romana en una fase de expansión hacia la costa mediterránea, faltos de tierra y condicionados por una situación económica y social desfavorable, expansión que tropieza con el avance romano en la Meseta desde el Sur y el Este. Al Oeste, el poderío militar romano chocó contra los lusitanos acaudillados por Viriato, que en el año 147 a.C. realizó una serie de correrías saqueando la Carpetania sin que el ejercito romano asentado en el Tajo pudiese hacer algo para impedirlo. Tras este enfrentamiento,Viriato establece a sus tropas entre el Tajo y el Guadarrama, seguramente en la sierra de San Vicente (parte oriental de Gredos), que constituye la frontera occidental de la Carpetania, lo que le permite ejercer su dominio todo el territorio y al mismo tiempo permanecer cerca de sus bases. Por esas mismas fechas, en 140-139 a.C., el caudillo lusitano logró apoderarse de Segóbriga, confín de la Celtiberia (caput Celtiberiæ) en su límite suroccidental, hazaña que, según las fuentes, pudo realizar merced a un hábil ardid (Frontino, Strateg). III, 10,6; III, 11, 4). En el año 140 a.C. el cónsul Quinto Servilio Cepión atacó a Viriato y obligó a los lusitanos a retroceder hacia sus bases de la meseta occidental. En todas estas campañas los carpetanos se mostraron neutrales, pero sin duda sufrieron las consecuencias del constante ir y venir de tropas. Durante los años siguientes a la revuelta celtíbero-lusitana la Carpetania se convirtió en una zona de relativa tranquilidad sobre la que Roma ejerció un control manifiesto. Evidentemente la pacificación conllevó la pérdida de valor estratégico de la región y, a partir de este momento, la Carpetania deja de aparecer en las fuentes clásicas. Sin embargo, a partir del 78 a.C. la región se convierte de nuevo en escenario bélico, esta vez dentro del contexto de guerra civil que asola la República romana entre los populares de Sertorio y los partidarios de Sila. De esta época data el enfrentamiento de Sertorio con los habitantes de Consabura, la actual Consuegra (Pseudo Frontino, IV,5,19), y Caraca. Estos últimos vivían en viviendas rupestres y cuevas, y fueron reducidos por los sertorianos mediante una hábil estratagema: levantaron polvo para asfixiarlos, obligándoles a su rendición al tercer día del asedio (Plut. Sert. 17). Ese mismo año, el caudillo popular se apodera del valle del Henares y del Tajuña, toma el corredor del Jalón, atravesando Complutum y el valle del Júcar, y amenaza la zona mediterránea. La reacción nobiliar se sintió tres años más tarde con la reanudación de los enfrentamientos en el valle del Henares y no se interrumpiría hasta la muerte de Sertorio en 72 a.C. La derrota de los sertorianos supuso el paso definitivo de la zona al dominio romano. Comienza a partir de entonces un proceso de paulatina romanización del territorio y asimilación de las tribus que lo habitaban, ahora de forma pacífica, asegurándose la explotación de sus riquezas. Gradualmente los indígenas fueron adoptando el modo de vida romano. Para lograr esta asimilación de las poblaciones indígenas Roma echó mano de medios muy variados. El primer instrumento fue, sin duda, el contacto directo que mantuvieron con los indígenas a través de tratados de pacificación y arbitraje, hospedaje al ejército romano, incorporación de tropas nativas a sus legiones, la instalación de guarniciones cerca de las ciudades o la creación de colonias, etc.Tras la conquista se hizo necesaria la creación de una organización administrativa del territorio ocupado. La Península fue dividida entonces en una serie de provincias regidas por un gobernador y fraccionadas en conventos

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para la administración de justicia. La romanización supuso además el desarrollo de las relaciones comerciales y la circulación monetaria, y por consiguiente, la aceleración de los contactos internos con el resto de la Península así como con otras zonas del Imperio. La Carpetania pasó entonces a relacionarse con zonas de la Península cultural y económicamente más avanzadas, como la Bética y Levante. Este avance en las comunicaciones se vio favorecido por la creación de una red viaria eficaz, potenciada en principio por razones militares, pero que pronto responderá a objetivos comerciales y de tipo administrativo. Este desarrollo de la red viaria supuso además el contacto de las más remotas zonas rurales con los núcleos urbanos, principales focos catalizadores de la romanización. La llegada del Imperio conllevó, además, un proceso urbanizador que la arqueología registra bien. La cultura parece reservada a la urbs, donde se concentran bibliotecas, termas, palestras, etc. y donde la llegada del nuevo modo de vida fue aceptada rápidamente por la aristocracia indígena. Aunque en principio muchos de estos núcleos urbanos tengan carácter de ciudades estipendiarias o peregrinas (caso de Complutum, Toletum o Consabura), y por tanto sujetas al poder romano mediante el pago de un stipendium, pronto se transformarán en municipios (siglo II d.C.), y sus habitantes, generalmente de clases superiores o colonos, disfrutarán del derecho latino.Todo ello no hace sino agravar las diferencias entre la ciudad y el campo. Aquí, los habitantes serán en principio más retardatarios a la hora de integrarse en el nuevo orden romano y tardarán mucho en conseguir el ius latii y renunciar a su idioma y tradiciones religiosas. Sin embargo, las transformaciones jurídicas también se sintieron en el ámbito rural. El Imperio romano llevó a cabo un auténtico desarrollo de la agricultura: se intensificaron la explotación de las tierras (barbecho, abonos, regadío, etc) y aconsejó la ocupación de tierras más productivas. Al mismo tiempo, el dominio romano revitalizó el intercambio de mercancías entre el campo y los núcleos urbanos y llevó a cabo una serie de acciones (entre ellas la concesión de tierras a veteranos y poner en cultivo tierras baldías) con el fin de erradicar el bandolerismo. En realidad, Roma no se muestra indiferente ante el mundo rural de las provincias, sino que intenta que sus estructuras ideológicas sean adoptadas de manera casi espontánea, fiándolo todo, o casi todo, a la peculiar relación que se estableció entre las ciuitates y los correspondientes ámbitos rurales que dependían de ellas. El Imperio contará además con otros instrumentos de romanización. Entre los más significativos se encuentra lógicamente la lengua. Desde fecha muy temprana, el latín se introduce como única lengua en las ciudades y sustituye a las diversas lenguas prerromanas que se hablaban en la península. Este hecho favorece además la cohesión del territorio, contribuyendo a diluir aún más las diferencias de tipo étnico que existían entre los diferentes pueblos hispanos. Asimismo la religión oficial romana irá sustituyendo paulatinamente a los cultos indígenas. En numerosas ocasiones, dado el carácter ecléctico de la religión romana, el culto de los nuevos dioses fue asimilado al de las antiguas divinidades indígenas. Otro factor importante en este sentido fue el desarrollo, extraordinariamente precoz entre los hispanos, del culto a la persona del emperador y posteriormente de la dea Roma, así como la veneración a ciertos políticos romanos que consiguen aparecer como padres protectores de su provincia o de una determinada ciudad. Indudablemente uno de los vehículos de romanización más importantes fue la aceptación del derecho romano como instrumento de arbitraje entre las distintas comunidades indígenas. La romanización de la península llegó a su culminación con la extensión del ius latii a todos los habitantes de Hispania, medida adoptada por Vespasiano en el año 73-74 d.C.

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Es discutible, sin embargo, que todas estas medidas transformaran rápidamente y radicalmente la vida ciudadana y mucho menos la rural. Bosch Gimpera consideraba que bajo la superestructura romana, la identidad de los pueblos indígenas permaneció intacta y que esta pervivencia resurgirá en etapas posteriores de nuestra historia. Visión opuesta es la defendida en su día por Sánchez Albornoz, para quien la desaparición de las entidades étnicas prerromanas en virtud de la unificación romana era un hecho probado. Blázquez adopta una postura intermedia sobre el tema, reconociendo la permanencia de estructuras prerromanas durante la Edad Media únicamente en el Norte de la Península, mientras que el resto de la población se fundirá en una unidad cultural, étnica y lingüística. A pesar de todo, es evidente que algunas estructuras y tradiciones prerromanas han perdurado en nuestro país incluso hasta época bien recientes. Es necesario tener en cuenta que el proceso de romanización afectó de manera desigual al territorio hispano. Mientras en la Bética, abierta desde épocas tempranas a las influencias de los pueblos colonizadores del Mediterráneo (fenicios, griegos y cartagineses), será rápido y profundo, en el territorio madrileño y la zona central de la península la romanización chocará con grupos tribales escasamente desarrollados desde el punto de vista cultural y, por tanto, poco proclives a la asimilación cultural. Esta circunstancia se acentúa al tratarse de un mundo eminentemente agrario y de escaso desarrollo urbano, siempre más aislado y apegado a sus propias tradiciones. En lo que respecta a la Carpetania, aunque se advierte ya en los siglos I.a.C. y en el I.d.C. algunos rasgos de asimilación al mundo romano, como el abandono de los poblados y su posterior establecimiento en zonas llanas o la aparición de las producciones cerámicas típicamente romanas, existe una indudable pervivencia de elementos tradicionales: ritos funerarios, cultos, idioma y antroponimia indígenas, técnicas constructivas e incluso instituciones indígenas como el ius gentium (aunque en muchos casos ya de ideología romana). La conciencia universal del Estado romano fue un sentimiento que tardó mucho en cuajar, y esto en parte fue debido también a la propia naturaleza de la dominación romana, pues la organización imperial heredada de la República se asemejaba más a una federación de ciudades –cada una de ellas con su propio vínculo político con Roma, que a su vez podía ser distinto al que ésta establecía con otras ciudades–, que a un Imperio unitario y centralizado a la manera de la España de los Austrias. Respecto al territorio hoy ocupado por la Comunidad de Madrid, la mayor concentración de poblamiento en época romana se sitúa en torno a los valles fluviales del Guadarrama, Manzanares, Henares y Jarama, mientras que en las zonas serranas la aparición de restos de época romana es menos abundante, probablemente debido a las peculiares condiciones climatológicas y del terreno que lo hacen impracticable para una agricultura extensiva. No obstante, nuestro conocimiento en este sentido puede estar condicionado por los resultados de prospecciones, que en estas áreas indudablemente presentan una mayor dificultad (Balil, 1987, 139-140). Dentro del territorio carpetano, los únicos núcleos urbanos de los que poseemos noticia a través de las fuentes escritas son Complutum (Alcalá de Henares), Titulcia (proximidades de Aranjuez) y Miaccum (Casa de Campo), aunque sólo la primera ha sido objeto de excavaciones arqueológicas (Fernández Galiano, 1984 a y b; Rascón Marqués, 1995). Dentro de la Carpetania, Complutum constituye realmente el único núcleo que puede considerarse enteramente como ciudad, pues recoge todas las características que tal concepto implica (amplia población, división de funciones, centro administrativo y comercial, etc.). El resto de las concentraciones humanas de la región, a pesar de que muchas de ellas llegaron a alcanzar una elevada pobla-

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Yacimientos romanos de la Comunidad de Madrid

1. La Fuenfría-Cercedilla 2. Villaba-Alpedrete 3. Galapagar 4. Colmenarejo 5. S. María de la Alameda 6. El Escorial-Zarzalejos 7. Cenicientos 8. Villanueva de Perales 9. Villamanta 10. El Pardo. Madrid 11. Casa de Campo. Madrid 12. Carabanchel. Madrid 13. Villaverde Bajo. Madrid 14. La Gavía. Madrid 15. Vallecas. Madrid 16. La Torrecilla. Getafe 17. Móstoles 18. La Marañosa. S. Martín de la Vega 19. Pinto 20. Torrejón de Velasco 21. Ciempozuelos 22. Titulcia 23. Aranjuez 24. Dehesa de la Oliva. Patones 25. Valdetorres de Jarama 26. Meco 27. Alcalá de Henares 28. S. Fernando de Henares 29. Barajas. Madrid 30. Velilla de S. Antonio 31. Rivas-Vaciamadrid 32. Arganda 33. Perales de Tajuña 34. Tielmes 35. Carabaña 36. Chinchón

ción para su época, no debieron pasar de ser simples poblados más o menos desarrollados. Es evidente que, a pesar del impacto que sin duda supuso para nuestro territorio el proceso romanizador, la vida debió en gran manera continuar lógicamente con la tónica de épocas anteriores, de forma que el fenómeno urbano no dejó de ser una excepción dentro de un paisaje eminentemente rural. A falta de noticias literarias, los asentamientos rurales de cronología altoimperial se conocen relativamente bien gracias sobre todo a los trabajos arqueológicos desarrollados en las últimas décadas. En la mayoría de los casos se trata de villas (villæ), aunque no faltan también estructuras más humildes (cabannæ, tugurium). Estas villas eran por lo general centros relacionados con la explotación de la tierra a gran escala dentro del sistema de producción latifundista que caracteriza la economía rural romana del Alto Imperio, y constaban de un número indeterminado de edificios destinados tanto a uso doméstico como a tareas productivas. Se suele distinguir en las villas dos zonas: una destinada al disfrute y ocio del possessor o dominus y su familia, es decir, la parte propiamente residencial, y otra dedicada a las áreas de habitación de servidumbre (pars rustica) y a los procesos productivos que ésta desempeñaba dentro del dominio (pars fructuaria). En general, las villas están conformadas de manera eminentemente funcional, orientadas hacia la producción agrícola cerealística (sobre todo trigo) y quizá, si nos atenemos al paisaje actual de ciertas áreas madrileñas, otros cultivos como las leguminosas, el olivo y la vid, espe-

Vista aérea de las cabannae altoimperiales de Tinto Juan de la Cruz (Pinto) © Artra S.L.

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cies estas últimas introducidas en nuestra región en época romana. En muchas de estas villas, como las de Villaverde, Bayona (San Fernando de Henares), el Cerro del Viso (Alcalá de Henares), etc. se documenta bien el mestizaje cultural que acarreó la romanización y que, en el ámbito de la cultura material, se refleja en la convivencia de las cerámicas pintadas y las grandes vasijas de cocina de tradición indígena con las clásicas producciones romanas a molde.

Vista aérea de la villa tardorromana de Tinto Juan de la Cruz (Pinto). © Artra S.L.

La época tardorromana se caracteriza por una total transformación de los sistemas económico, social y cultural que habían caracterizado la época clásica. En muchos aspectos, el siglo III supuso una ruptura con respecto a la época precedente, debido principalmente a la creciente amenaza bárbara y a la crisis política en la que se ve inmerso el poder romano. Sin embargo, el siglo IV asiste a un nuevo renacimiento político que se ve acompañado de una serie de reconstrucciones generalizadas y que arqueológicamente se traducen en la aparición de numerosos asentamientos de tipo rural de economía autosuficiente (villæ) o la renovación de antiguas estructuras de este tipo (caso p.e. de La Torrecilla). Es evidente que en muchos casos la nueva etapa no supuso una violenta implantación de un sistema social y económico original, sino la adaptación y asimilación del antiguo sistema administrativo, inyectando savia en las debilitadas estructuras supervivientes de la administración imperial. El siglo IV es un periodo marcado por una gran estabilidad política, social y económica; una etapa que se rompe bruscamente en un momento final de la centuria y comienzos del siglo siguiente, cuando la crisis política y la presión bárbara darán paso a una nueva fase de tumultos e invasiones generalizados en todas las provincias del Imperio, y sobre todo, en las del mediterráneo occidental, y que a veces han dejado su huella en el progresivo abandono y destrucción de las villas rurales (Villa de El Val y Tinto Juan de la Cruz). Durante la época tardorromana nuestra región se caracteriza por la existencia de un poblamiento más denso que en el periodo precedente. Este aumento de poblamiento sigue la tónica general de la Meseta Norte, en clara divergencia con la Meseta Sur, cuyos centros principales parecen sufrir un claro retroceso en sus índices demográficos (casos de Segobriga y Ercavica, en la vecina provincia de Cuenca) que contrasta con el que presenta Complutum. Además, en la región de Madrid se observa un predominio de los asentamientos rurales de carácter estable, entre los que destacan los yacimientos que circundan Complutum y los de La Torrecilla,Tinto Juan de la Cruz y Valdetorres del Jarama, entre otros.

LA ARQUEOLOGÍA ROMANA EN LA COMUNIDAD DE MADRID A lo largo de este siglo no han faltado intentos de relacionar los yacimientos romanos de la provincia de Madrid con los escasos datos que proporcionan las fuentes literarias. El primero de los que tenemos noticia es el estudio de F. Fuidio, en realidad un catálogo de datos casi siempre necesitados de una revisión y actualización (Fuidio Rodríguez, 1934). Después de él, apenas se puede mencionar un artículo de F.Viloria publicado en la década de los cincuenta y dotado del mismo carácter descriptivo que el trabajo de Fuidio (Viloria, 1955, 135 ss.). Con la configuración del nuevo mapa autonómico en la década de los ochenta se realizaron una serie de

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trabajos que intentaban ordenar y analizar el Madrid romano (Arce,1980a, 62-65; Balil, 1987, 136-163; Méndez, 1990, 15-29; Carrera et al., 1995). La bibliografía más reciente sólo se ha ocupado de zonas concretas o aspectos parciales del problema (Fernández Galiano, 1984a y b; Rascón Marqués, 1995; Fuentes, 2000a, 197-211 y 2000b, 385-390). Evidentemente, partiendo de la base de que la división administrativa actual no corresponde por completo con la que se dio en la antigüedad, hay que entender que cualquier aproximación al contexto histórico de la zona deberá abordarse desde una perspectiva más amplia que el territorio que conforma la actual Comunidad de Madrid. El territorio que actualmente ocupa la Comunidad madrileña fue conquistado por la República romana como consecuencia de la primera Guerra Celtibérica (197 al 154 a.C.), pasando entonces a depender de la administración de la provincia Hispania Citerior. Con posterioridad, tras la división administrativa establecida en época de Augusto, este territorio centropeninsular pasó a integrarse dentro de la provincia Tarraconense, que a su vez se hallaba dividida en dos conventos jurídicos diferentes: la zona NE. englobada dentro del convento cesaraugustano, con capital en Caesaraugusta (Zaragoza), y el resto, dependiente del convento cartaginense, con capital en Carthago Nova (Cartagena). A. Canto en un estudio sobre la llamada “Piedra Escrita” de Cenicientos, un oratorio rupestre con representación del sacrificio ofrecido por un matrimonio a la diosa Diana, apunta la posible coincidencia fronteriza del monumento, que en tal caso marcaría el límite entre las provincias Lusitania y Citerior Tarraconense. En tal caso, el límite provincial estaría señalado por la línea que marcan las poblaciones de Guisando-Cenicientos-Puebla de Montalbán-Hontanar-Corral de Cantos enlazando hacia el norte con Arévalo (Canto, 1994, 281-283, fig. 4). Así, pues, resulta evidente que la actual Comunidad de Madrid no puede ser considerada como una entidad homogénea dentro de la divisoria administrativa imperial, ni tampoco como un elemento importante dentro del organigrama administrativo del mismo, ni desde el punto de vista económico, ni en lo político o demográfico. No debe olvidarse, en este sentido, que gran parte del territorio de nuestra comunidad estaría ocupado en aquella época por una importante masa boscosa. Sin embargo, entre los factores positivos que a la larga potenciarán la importancia de este territorio cabría destacar la circunstancia providencial de que nuestra región fuese un importante cruce de caminos entre ambas mesetas, algo que va a repercutir de modo trascendental a lo largo del curso de su historia.

L AS

V Í A S DE C O M U N I C A C I Ó N

El estudio de las calzadas romanas despertó desde muy pronto el interés de excursionistas, eruditos y estudiosos, los cuales muchas veces han rectificado, añadido o imaginado los trazados de las vías. Pero desgraciadamente continúan siendo escasos los estudios que han analizado la estructura viaria detenidamente, por lo que las conclusiones que desde estas líneas se proponen habrá que observarlas con cierta cautela. Ciertamente, a pesar de las diversas teorías que se han expuesto sobre la localización del trazado viario romano, todas ellas tienden a concluir en un mismo punto: considerar que la actual provincia de Madrid es el lugar de confluencia de varias de las principales vías de la antigüedad. Pero obviando este primer punto de coincidencia, la disparidad de criterios en cuanto a número y localización de las diferen-

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tes vías es notoria, siempre sostenidos por fuentes documentales o arqueológicas (Blázquez y Delgado Aguilera, 1911, 142-147 y 1912, 306-317; Blázquez y Delgado Aguilera y Sánchez Albornoz, 1917-21; Mariné, 1979, 89-94; Abasolo Álvarez, 1990; Arias, 1987; Jiménez Gadea, 1990; Palomero Plaza y Álvarez Delgado, 1990, 41-63). Un análisis bibliográfico sobre el estado de la cuestión debe lógicamente comenzar con la obra de Blázquez y Sánchez Albornoz. Ambos investigadores, basándose en la lectura del Itinerario de Antonino, fueron los primeros en establecer la tesis de que en la antigüedad el territorio madrileño se encontraba en el cruce de dos importantes vías romanas: una en dirección NE-SO que partiría de Caesaraugusta (Zaragoza) y se dirigiría a Emerita Augusta (Mérida), y otra en dirección NO-SE que enlazaría Asturica Augusta (Astorga) con la Bética cruzando el Puerto de la Fuenfría y saliendo de nuestra región por un punto próximo a Aranjuez. Ambas vías se cruzarían en Titulcia (Blázquez y Delgado Aguilera-Sánchez Albornoz, 1917-21). También el Anónimo de Rávena refleja la existencia de estas dos vías romanas, pero el cruce de ambas se produciría no en Titulcia, como refleja el Itinerario de Antonino, sino algo más al norte, en la propia Complutum. El Ravenate mantiene el trazado de la calzada NE-SO (vía de Mérida a Zaragoza), proponiendo una variante al trazado de la vía SE-NO, que, aunque iniciada también en el Puerto de la Fuenfría, la hace pasar por Complutum y de aquí hacia el extremo suroriental de Madrid donde enlazaría con la Bética. Roldán Hervás ve en esta variación una nueva vía que se dirigiría a Cástulo y que no fue recogida en el Itinerario de Antonino (Roldán Hervás, 1975, 128-129). Posteriormente a los trabajos de Blázquez-Sánchez Albornoz y Roldán, G. Arias realizó una interpretación particular que pretende dar una lectura coherente a las fuentes que arroje luz sobre la red viaria romana a su paso por nuestra Comunidad. Su hipótesis se basa en la lectura del Itinerario de Antonino desde una perspectiva diferente a través del análisis de la forma en que el itinerario menciona a las distintas mansiones. Según Arias, el problema de una correcta interpretación de los datos del Itinerario depende de si las distintas localidades aparecen citadas en ablativo o acusativo. Cuando lo hacen en la segunda forma, no estarían indicando la ciudad en sí, sino la distancia que hay desde dicha ciudad a un empalme o ramal secundario. Esta interpretación coincide mejor con las distancias que se citan en el Itinerario, con la ventaja añadida de no tener que hablar de errores del copista a la hora de transcribir el manuscrito o achacar el presunto error a la omisión de alguna mansio. Por otro lado, este autor propone una identificación de Titulcia con algún punto localizado entre Villaviciosa de Odón y Las Rozas, y Miaccum en un lugar cercano a Alpedrete (Arias, 1987, 98-102). Basada en estas premisas, la interpretación que ofrece Arias hace pasar por Madrid tres vías: la Vía 25 del Itinerario de Antonino, la de la Machota y la llamada del Esparto: - Vía 25 del Itinerario de Antonino. Uniría las ciudades de Emerita Augusta con Caesaraugusta. Su trazado pasaría por la ciudad de Madrid (Cuesta de la Vega, calle Mayor, calle de Alcalá y Carretera de Aragón), eludiendo su paso por Toletum y Complutum. Dichas ciudades quedarían comunicadas con esta vía a través de unos ramales (tal como se desprende de la interpretación del Itinerario de Antonino y la aparición de estas ciudades en acusativo). Estos ramales secundarios se localizarían en la Torre de Esteban Hambram, el que comunica esta vía con Toledo, y en un punto cercano al Jarama el que se desplazaba hacia Alcalá. -Vía de la Machota: Su nombre deriva del pico del mismo nombre situado en el tér-

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mino municipal de El Escorial, donde se conserva un tramo de calzada en bastante buen estado. Según Arias, al ser esta vía de fábrica similar a la de la Fuenfría, probablemente enlazaría con ésta, y a partir de ahí se dirigiría hacia el norte para enlazar con la vía de Asturica Augusta. Por el sur su trazado enlazaría con la Torre de Esteban Hambram, desde donde partiría hacia la Bética. – Vía del Esparto: Comunicaba la Meseta con el Campus Espartarius citado por Estrabón en las inmediaciones de Cartagena. Hacia el NO se acercaría a las fuentes de estaño por la zona de Salamanca, lo que da una idea de la importancia económica de esta calzada. Desde el SE llegaría a Madrid desde Segobriga (Saelices, Cuenca) por la actual carretera Nacional-III, entrando por Vallecas, Portazgo, Pacífico, Avda. Ciudad de Barcelona, calle de Atocha, Plaza Mayor y continuando por la Carretera de Castilla, Aravaca, Las Rozas, Colmenarejo, El Escorial. Desde aquí, cruzando la sierra de Guadarrama, se dirigiría hacia Salamanca. Como nota curiosa, hay que mencionar que el trazado de esta vía ha quedado fosilizado en la anómala disposición de uno de los arcos de la Plaza Mayor de Madrid. Hasta ahora se han mencionado como pasos de la sierra el de la Fuenfría y El Escorial. Algunos autores apuntan también la existencia de otro paso más por Somosierra (Hernández, 1973, 296-297; Torres Balbás, 1960, 235-266). Aducen para ello la existencia de otra vía que enlazaría Clunia (Coruña del Conde, Burgos) y Uxama Argaela (Osma, Soria), en la Meseta superior, con la vía principal de Mérida a Zaragoza. La existencia de esta vía se propone independientemente de que la calzada que une Mérida con Zaragoza pasase o no por Complutum. Los argumentos más importantes son el hecho de que fuera un paso de enorme importancia en época medieval, los restos romanos existentes en Talamanca y el propio topónimo Somo, derivado del latín Summus (puerto de montaña), utilizado con este significado, por ejemplo, en Summum Pyrenaeum, y que ha perdurado en otros topónimos peninsulares como Somorrostro, Somport, etc.

LA CIUDAD Es indudable que el área carpetana mostraba ya desde antes de la conquista romana cierto grado de desarrollo urbano. Las fuentes clásicas proporcionan los nombres de varias de las ciudades de la Carpetania (Ebura, Consabura, Ascua,Toletum, Laminium, etc.), aunque la mayoría de ellas no debieron ser más que poblados fortificados con un nivel urbanístico más que discreto. Algunas de estas poblaciones, sin duda las mejor situadas o las que tuvieron más importancia de cara a la administración romana, lograron sobrevivir a la conquista si bien adecuándose a las nuevas circunstancias. La nueva situación se tradujo generalmente en el abandono de los lugares altos que les habían caracterizado (pues de hecho el etnónimo “carpetano” parece estar directamente relacionado con escarpe o lugar elevado). Por el contrario, otros núcleos de la Edad del Hierro, desaparecidas las causas que motivaron su desarrollo primigenio después del impacto que supuso la romanización, fueron abandonados para siempre en provecho de centros mejor adaptados a la nueva situación.

Vías romanas en la Comunidad de Madrid

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La ciudad de Complutum es, en realidad, la única ciudad que como tal puede considerarse dentro del territorio madrileño. El yacimiento arqueológico del cerro de San Juan el Viso ha sido identificado tradicionalmente como el Complutum carpetano y romano republicano y altoimperial. El momento de trasvase de la población del cerro de San Juan al llano no se llega a definir con claridad. Fernández Galiano, después de una serie de campañas de excavación efectuadas en la década de los 70, planteó la hipótesis de que el asentamiento romano se emplazaría en el cerro del Viso, aunque no llegaría a coincidir del todo con el asentamiento indígena. No llegaría a ser hasta tiempos de la dinastía flavia cuando su población se trasladara al llano, aunque el antiguo núcleo se mantendría con vida hasta época tardía (Fernández Galiano, 1984, 51 ss.). Otros autores suponen que este traslado poblacional no se produciría hasta ya entrado el siglo II d.C.Vistas así las cosas, Complutum parece ser un ejemplo más de un fenómeno frecuente en Hispania: el traslado de un núcleo urbano antiguo a uno nuevo situado en sus proximidades, fenómeno que se ha documentado en otras ciudades (Bilbilis,Valeria, Clunia) y que se ha supuesto, con discutibles argumentos no siempre categóricos, para otras (Segobriga, Ercavica).

Trama urbana de la ciudad de Complutum (según S. Rascón)

1. Basilica / Termas / Ninfeo 2. Casa de los estucos 3. Casa de Leda 4. Casa de Cupidos 5. Casa de Baco 6. Casa de los peces 7. “Parque Magallanes” 8. Casa de Aquiles

En cualquier caso, esta profunda transformación urbana que parece haberse iniciado en la década de los 60 d.C. se prolongará durante más de 70 años, surgiendo entonces una ciudad plenamente romana que cuenta con un trazado ortogonal, diversas infraestructuras urbanas, edificios públicos de gran envergadura, etc. (Rascón, 1995, 163 ss.). De alguna manera la plena romanización del territorio hispano, a la que no es ajena por supuesto la Carpetania, quedará sancionada con la promulgación del Edicto de Vespasiano en 74 d.C., por el que todas las ciudades de la península alcanzan el rango de municipio romano quedando sometidas a la ley municipal flavia. A pesar de los trabajos de excavación desarrollados en las últimas décadas, la extensión exacta de la trama urbana complutense sigue siendo en gran medida desconocida, pero los datos que documenta el registro arqueológico muestran una planta ortogonal a la que quedan vinculados determinados establecimientos situados en la periferia urbana. A diferencia de otros núcleos urbanos, Complutum no parece haberse visto afectada por la crisis que sacudió al Imperio época tardía. De hecho, en el siglo III d.C. continúan en uso sus principales edificios públicos (basílica, termas y ninfeo), e incluso entre finales del s. III y comienzos del IV se ha podido documentar una cierta revitalización urbanística que se traduce en la rehabilitación de los edificios públicos antes citados. Asimismo, a este momento correspondería también la construcción de nuevas edificaciones de carácter privado que presentan importantes elementos decorativos y espacios de prestigio o ceremonia (Casas de Baco, Leda, Cupidos y Peces) (Rascón, 1995, p. 177ss.).

EL ÁMBITO

RURAL

Es evidente que, a falta de grandes núcleos urbanos en el territorio madrileño en época romana, nuestro conocimiento se circunscribe sobre todo al ámbito rural.

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La época romana en la Comunidad de Madrid

En efecto, la mayoría de los datos que ha suministrado la arqueología se deben a excavaciones realizadas en yacimientos de carácter rural, generalmente villas que aprovechaban la diversidad de recursos agrarios y ganaderos que proporcionan las riberas fluviales. Resulta complicado definir con exactitud qué es una villa. La definición clásica la define de manera ambigua como una construcción enclavada en el campo (“Ager cum ædificio fundus dicitur” Digesto I, 16, 211). La villa, sin embargo, es mucho más que Villas romanas en la Comunidad de Madrid

1. Villamanta 2. Móstoles 3. Puentes de los Franceses 4. Puente de Segovia 5. Casa de Campo 6. Carabanchel 7. Villaverde Bajo 8. Vallecas. 2 villas 9. Getafe. La Torrecilla 10. Rivas-Vaciamadrid 11. Pinto. 2 villas 12. Valdetorres del Jarama 13. Barajas 14. San Martín de la Vega 15. Ciempozuelos 16. Meco. 2 villas 17. Alcalá de Henares. 2 villas 18. S. Fernando de Henares. 5 villas 19. Velilla de San Antonio 20. Arqganda. 2 villas 21. Carabaña 22. Perales de Tajuña 23. Chinchón 24. Titulcia 25. Aranjuez

eso: es un centro autosuficiente sobre el que gira buena parte de la vida rural, de ahí que una definición más exacta del término sentencie que la villa es una urbs in rure. Aunque el prototipo de villa romana se inicia ya en época altoimperial, el auge de estas construcciones se produce en el periodo que media entre la Tetrarquía y el siglo IV, ligada a dos factores: la marcha de los grandes terratenientes a sus posesiones en el campo, huyendo de las pesadas cargas y obligaciones que las constituciones imperiales imponían a los curiales, y la constitución del régimen de patronato. El patronato dota al dominio señorial de una individualidad (traducida en la propia denominación del fundo) que le sustrae de la autoridad de los magistrados de la ciudad y en muchos casos incluso a la de los propios gobernadores provinciales (Lot, 1945, 137-141). La tipología de las villas es, sin embargo, muy amplia, aunque la mayoría de ellas pueden englobarse en dos categorías: villas de tipo mediterráneo, con estancias dispuestas alrededor de un patio central que actúa de distribuidor de los distintos ambientes, y villas de corredor, con estancias dispuestas en línea. De forma genérica, pueden definirse también una serie de características comunes a todas las villas: en todos los casos se trata de establecimientos de tipo agropecuario de carácter latifundista, que están situados en la proximidad de alguna vía de comunicación, aun-

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que algo alejadas de ellas por motivos de seguridad. Además las villas se disponen en terrazas fluviales, cercanas al cauce de los grandes ríos (en nuestro caso los cursos del Henares, Jarama,Tajo, etc.), si bien lo suficientemente alejadas de estos cauces como para evitar el riesgo de inundación ante una crecida. Esta ubicación en las cercanías de los ríos es especialmente importante en lo que se refiere a la explotación agraria, porque implica la explotación de la riqueza de los suelos de las vegas fluviales, así como otros recursos ligados al entorno del río (pesca, agua, ganadería ribereña, huertas, etc.). En cuanto a su subsistencia, las villas se levantan en áreas de rico y variado ecosistema, próximas a bosques y monte bajo, generalmente en un lugar en el que concurren factores muy diversos desde el punto de vista agrícola y forestal que les permite la posibilidad de explotar todos los recursos que aquél les ofrece (caza, madera, productos del bosque, etc.).

Detalle del área residencial de la villa tardorromana de Tinto Juan de la Cruz (Pinto) © Artra S.L.

Detalle de la zona industrial de la villa tardorromana de Tinto Juan de la Cruz (Pinto) © Artra S.L.

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Dentro de la villa pueden distinguirse varias zonas. La primera a la que hay que hacer referencia es lógicamente el área residencial (pars urbana). Esta zona corresponde a la residencia del señor (dominus, possessor) y actúa como escaparate de su grandeza y prestigio social.Aquí es donde se encuentran los mayores niveles de lujo y ostentación de todas las edificaciones que conforman la villa, puestos de manifiesto en la calidad constructiva de las estancias, en la decoración parietal (a base de pinturas y relieves estucados) y de sus pavimentos (a veces decorados con ricos mosaicos) y en el mobiliario. Es la zona destinada al descanso y disfrute del otium del dominus, pero también de gestión de los asuntos que atañen a la administración de sus propiedades. En ella se encuentra también la sala destinada a recepción, que muchas veces adopta la forma de salón absidado (La Torrecilla, Tinto Juan de la Cruz, Carranque) que no es sino un remedo de los ambientes palatinos de la época. Esta estancia comparte la simbología que expresa la arquitectura áulica de jerarquización, poder y autoridad, y como tal destinada a una afirmación fehaciente del poder del dominus y de su status social. Por ello no es extraño encontrar en ella motivos decorativos característicos de la cultura oficial que se hacen presentes sobre todo en la decoración musiva, donde serán tópicos los temas de carácter mitológico o del ciclo anual. En muchas ocasiones la villa contaba con su propia área termal, que, aparte de otras consideraciones, servía también como signo externo de ostentación de la cultura aristocrática del dominus. Además de la residencia señorial, la villa contaba con una serie de dependencias de las que en última instancia dependía su subsistencia y su economía. Habría que hablar aquí de los establos, gallineros y recintos dedicados a las aves de corral, de fundamental importancia no sólo con vistas a la dieta sino también a la hora de mejorar los rendimientos de la explotación agraria (estiércol). Todas estas dependencias integran lo que se denomina la pars rustica, en la que se incluirían también las viviendas de la servidumbre. Junto a ellas habría que mencionar las dependencias que componían la pars fructuaria, recintos destinados al procesamiento de los productos agrarios (bodegas, prensas, molinos, etc.) y de los recursos del territorio (ferrerías, hornos). Dentro de la actual Comunidad de Madrid se han documentado numerosas villas, algunas de las cuales han sido objeto de excavación o son conocidas desde antiguo


La época romana en la Comunidad de Madrid

(para un estado de la cuestión: Balil Illana, 1987, 135-165; Carrera et al., 1995; Castelo-Cardito, 2000, 253-361). Este es el caso, por ejemplo, de la villa de la Quinta de los condes de Montijo, en Carabanchel Bajo, explorada por Amador de los Ríos y Juan de D. Rada y Delgado en el año 1860 aunque su existencia se conocía de antiguo. Fue identificada en un principio con la Miaccum mansio citada por el Itinerario de Antonino, identificación que fue posteriormente desestimada por Blázquez. En el proceso de excavación de esta villa se documentó la presencia de terra sigillata (barros saguntinos), restos de mosaicos (tema de las Estaciones), una figura de Minerva en bronce, una representación de una cabeza de asno, probablemente perteneciente al fulcrum de un lecho de triclinium decorado con una escena de cortejo báquico. En el mismo área del Manzanares se encuentra situada también la villa de Villaverde Bajo excavada en 1928 por Pérez de Barradas en un arenero. La villa se ubicaba en una de las terrazas del río que formaba una pequeña llanura apta para la explotación agraria. Se documentaron dos fases de construcción y dos momentos de ocupación. El primero corresponde a una villa altoimperial del s. I d.C. –asentada sobre una fase anterior de fondos de cabaña– en cuya excavación se constató la presencia de terra sigillata itálicas, sálicas y marmorata o veteada junto a grandes tinajas contenedores y cerámica pintada de tradición indígena. De esta misma villa procede una cabeza de Silvano, unos moldes de antefijas y un lampadario de bronce. Esta primera fase fue destruida en el s. III d.C. En una segunda fase, correspondiente a una villa de finales del s. III y que pervive hasta el s. IV/V, parece detectarse una separación física de las estructuras de habitación correspondientes al señor y los trabajadores. Se documentó igualmente un mosaico de tema geométrico y restos de pinturas murales con motivos florales y de imitación de mármoles.Asimismo se comprobó la existencia de un horno de cal y varios depósitos de agua. La ausencia de restos cerámicos y la lenta ruina que sufrieron sus estructuras sugieren que la villa fue abandonada por sus moradores. En la vega del Manzanares se han identificado restos de otras construcciones similares en el Puente de Segovia, el arroyo de la Vega (villa de la Pingarrona) y en el arroyo Meaques. Más importante es, sin duda, la villa de la Torrecilla (Getafe), que cuenta con trabajos de excavación desde hace ya unas décadas pero cuya publicación se ha retrasado hasta el presente (Blasco-Lucas, 2000). Como las anteriores, la villa de la Torrecilla se encuentra ubicada cerca de un meandro del Manzanares, en la confluencia de los ríos Jarama y Henares. Asimismo, la villa se sitúa en las proximidades de una vía secundaria (la cañada real o galiana) aunque algo alejada de ella. Su privilegiada situación le permitió aprovechar las posibilidades que le proporcionaban los diferentes nichos ecológicos entre los que se halla enclavada, conjugando bien los recursos agrícolas y ganaderos: ribera, bosque mediterráneo, campiña y monte bajo. Sus excavadoras han distinguido tres fases: - Fase I o de los suelos blancos: llamada así por el tipo de suelos, en realidad una preparación para otro tipo de pavimentos (mosaico, opus signinum, baldosas). Se trata de una villa de cronología altoimperial y tipo mediterráneo, con habitaciones dispuestas alrededor de un patio peristilado y entrada situada frente a un edículo o exedra que quizá actuara como fuente ornamental. - Fase II o de los suelos rojos (s. IV-V): se trata de una villa de estancias cubiertas con pavimentos de opus signinum y que contaban con decoración parietal en estuco pintado y en relieve. Levantada prácticamente sobre las estructuras de la villa anterior, presenta una reforma sustancial que consis-

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te en la construcción de una sala absidada con suelo de opus signinum que debió actuar con sala de audiencias (œcus). El resto de los cubicula se dispone de forma simétrica a ambos lados de esta sala principal, con una distribución semejante a la que presenta la villa de Cuevas de Soria. - Fase III o de suelos negros: es la fase final del yacimiento (s. V) y corresponde al abandono de la villa como sinónimo de residencia señorial, aunque no de la villa en su sentido fundiario. Es el momento de uso de la antigua villa por parte de los descendientes de los campesinos que trabajaron en ella y que ahora se ocupan de la explotación agraria del fundo. Destaca la aparición de hoyos destinados al almacenamiento de productos diversos. Dentro de la región de Madrid una de las áreas que presenta una mayor densidad de poblamiento es sin duda el corredor del Henares. Allí se han documentado numerosos asentamientos de época romana entre los que cabe citar: el de Torres de la Alameda, los varios registrados en el término municipal de San Fernando de Henares, el del Cerro de San Benito en Torrejón, el de la Estación de Meco, el del cerro del Viso y, de forma muy especial, el yacimiento de la villa de El Val en la propia Alcalá de Henares (Méndez-Rascón, 1989). La villa en cuestión se encuentra situada en un cruce de caminos, a unos 4 km de Complutum y bien comunicada con ella. Existen restos de una villa de cronología altoimperial, escasamente documentada, de la que procede una pintura con representación de un auriga dentro de una escena de ludi circenses y varios fragmentos de estuco con decoración vegetal. Además se pudo constatar la existencia de otra villa edificada hacia el s. III y con vida durante toda la cuarta centuria, de la que se han identificado una zona termal, así como un área destinada a zona de trabajo (establos, almacenes) y vivienda de los trabajadores adscritos a la villa que presentaba una distribución eminentemente funcional. Probablemente esta villa estaba destinada a la cría caballar o a la preparación de aurigas. De hecho, esta segunda villa presenta pavimentada también su sala principal (œcus) con un mosaico de tema geométrico cuyo emblema presenta la imagen de un auriga victorioso. Es precisamente en esta sala donde mejor se ha documentado las huellas de una reutilización de las estructuras arrasadas de esta villa que habría que llevar a comienzos del s.V. Esta reocupación del espacio de la villa no supuso, sin embargo, el momento final del yacimiento pues todavía un siglo después las estructuras de la villa se amortizaron para la construcción de la necrópolis del Camino de los Afligidos (Rascón et al. 1991 y 1993). En la vega del Jarama tenemos noticia de varios asentamientos (San Martín de la Vega, Barajas), entre los que destaca un yacimiento excepcional: la villa de Valdetorres de Jarama (Arce et al. 1979 y 1997). Se trata, como decimos, de un conjunto arquitectónico excepcional que cuenta con un importante edificio de planta octogonal fechado en época teodosiana. La villa se encuentra próxima al camino que unía Talamanca con Complutum y su excavación proporcionó un buen lote de materiales:TSHT, cerámicas pintadas, cerámicas paleocristianas, instrumentos de trabajo, vidrios, bronces y un grupo escultórico de interés con esculturas de Tritón, Asklepios, Ganímedes, Nióbide, etc. (ElviraPuerta, 1989). Reconstrucción de la villa octogonal de Valdetorres del Jarama

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Más al sur, próximo al cauce del arroyo Culebro, en el término municipal de Pinto se encuentra el yacimiento de Tinto Juan de la Cruz que nosotros mismos tuvimos ocasión de excavar (Barroso et al. 1993 a y b). Los trabajos arqueológicos pudie-


La época romana en la Comunidad de Madrid

ron documentar dos asentamientos: una serie de estructuras de cronología altoimperial y una villa bajoimperial. El primero de ellos se encontraba en una pequeña elevación a cierta distancia del curso del Culebro, pero cercano a él. Pudo comprobarse la existencia de al menos dos construcciones rectangulares levantadas con paredes de tapial y techumbres probablemente de material perecedero, dada la ausencia absoluta de tejas y clavos de carpintería. La relativa pobreza de estas construcciones contrasta un tanto con la gran variedad de hallazgos cerámicos que proporcionó su excavación:TSH,TSHB, cerámica pintada y cerámica común de tradición indígena, cerámica común romana, etc. Probablemente nos encontremos ante un asentamiento de carácter agropecuario que muestra cierta similitud con otros yacimientos de la época precedente (Santorcaz, La Gavia, etc.), si bien en nuestro caso se encuentra en llano, ubicación que se explica bien en el contexto general de la romanización del territorio carpetano. No hay que descartar por completo que se trate de la pars rustica de una villa no conservada cuyas ruinas podrían encontrarse enterradas bajo la línea férrea del AVE Madrid-Sevilla. No lejos de este primer asentamiento se documentó una villa de cronología bajoimperial (TSTH y cerámicas tardías), de la que se han podido distinguir tres zonas: una estructura rectangular (17x15 m) pavimentada con un suelo de opus signinum; una zona central destinada a residencia del dominus, con una gran sala central (triclinium) que conservaba en el momento de su excavación huellas de los lecti triclinares y que remataba hacia el lado sur en una estancia absidada (œcus) a la que se accedía mediante un pequeño escalón. Hacia el lado oriental, esta habitación central daba a otra estancia cuyos muros estaban decorados con estucos pintados de tema vegetal. Hacia el lado occidental la villa mostraba un área que parece corresponderse con la pars fructuaria de la villa. Separada de la edificación principal, algo más al sur, se encontraron restos muy arrasados de estructuras que podrían corresponder asimismo a construcciones destinadas al servicio de la villa. Esta villa bajoimperial de Tinto Juan de la Cruz presenta una secuencia evolutiva muy semejante a la de la alcalaina villa de El Val: reocupación de las estructuras de la villa a comienzos del s.V y uso del terreno como área cementerial en la siguiente centuria. En el momento de esta reocupación la villa se encontraba ya en ruina, aunque evidentemente algunos muros debieron continuar en pie, al menos de forma parcial, porque se advierte una cierta intencionalidad en colocar junto a ellos los hogares. En esta fase los dos pavimentos de opus signinum fueron horadados con objeto de excavar sendos silos de almacenaje de grandes dimensiones y en otras zonas de la villa se excavaron fosas de forma irregular que fueron utilizadas como basureros. Parte de los objetos muebles de la villa fueron reutilizados también en esta época, especialmente varios objetos fabricados en metal (cuchillo tipo Simancas, lanzas, cuchillos, escudo). Finalmente las ruinas de la villa fueron amortizadas para ubicar en ellas un cementerio visigodo de grandes dimensiones (un centenar de sepulturas aproximadamente, aunque seguramente hubiera un número mayor de tumbas) cuya excavación proporcionó importantes elementos de ajuar: broches de cinturón de los tipos I y II de Santa Olalla, fíbula de técnica trilaminar, hebillas arriñonadas y apliques escutiformes, cuentas de collar, etc.

Planta de la villa tardorromana de Tinto Juan de la Cruz (Pinto) © Artra S.L.

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Queda referirse, por último, a un yacimiento que si bien no pertenece a nuestra Comunidad merece ser destacado por su importancia y por su cercanía a nuestra región. Se trata de la villa de Carranque, situada en el límite de la provincia de Toledo con Madrid, en el término municipal de Santa María de Abajo. La villa se hallaba situada en la vega del Guadarrama, en la confluencia de las vías SegoviaToletum y Cæsaraugusta-Emerita. La primitiva villa altoimperial, cuya primera fase constructiva se remonta al s. I d.C., sufrió una gran remodelación en época teodosiana. Las excavaciones han documentado tanto la residencia señorial como las dependencias domésticas (hornos, almacenes, silos, etc.), así como un edificio de planta basilical cuyo uso continuó hasta época medieval, convertido ya en monasterio cluniacense. La mansión señorial se ordena alrededor de un patio central y, como hemos visto que es habitual en otras villas, en torno a un eje que comunica el acceso a la residencia señorial con la estancia principal de la villa. Poseía agua corriente y sistemas de canalización y desagüe, jardines exteriores e interiores rodeados de columnas, pórtico de entrada flanqueado por dos torreones, etc. Varias habitaciones conservaban los suelos pavimentados con mosaicos de tema mitológico, verdadera exhibición del conocimiento de la cultura oficial por parte del dominus (baño de Diana, Hilas raptado por las ninfas, tema de Piramo y Tisbe, tema de Amimore, bustos de Okeanos, Diana, Atenea y Herakles, devolución de Briseida a Ulises), o de tema geométrico y floral. La casa estaba amueblada además con muebles de pórfido traídos expresamente de Egipto. La riqueza de esta villa da una idea de la elevada posición de su dueño, un tal Materno, a juzgar por la cartela de uno de los mosaicos de la villa, si bien la identificación de este personaje con Cinegio Materno, familiar de Teodosio, defendida por Fernández Galiano, es discutible. La pars rustica de la villa no ha sido lo suficientemente excavada, no así un edificio contiguo de planta basilical levantado sobre otro anterior, probablemente un mausoleo. El edificio se hallaba recubierto interiormente a base de placas de mármol (opus Alexandrinum) de procedencia oriental. La construcción, fechada en el s. IV, tuvo cierta relevancia en época visigoda y ha sido interpretada como la primera basílica cristiana de Hispania (VV.AA., 2001).

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Las primeras invasiones y la época hispanovisigoda en la Comunidad de Madrid

RAFAEL BARROSO CABRERA JORGE MORÍN DE PABLOS


LA ÉPOCA DE LAS INVASIONES (S. V d.C.) Durante los siglos IV y V de nuestra era el mundo romano atravesó por una época de grandes transformaciones que acabarían por alterar definitivamente la faz del Imperio. En los cambios y transformaciones que se produjeron en esta época desempeñaron un importante papel los pueblos bárbaros asentados en los antiguos territorios de la Romania hasta el punto de provocar la desintegración del Imperio occidental. De las cenizas de este Imperio, y tras el asentamiento de las monarquías bárbaras en las distintas provincias que antes pertenecieron a él, surgirán nuevas estructuras políticas que marcarán el tránsito hacia la Edad Media. Las causas de estas migraciones masivas son muy variadas, aunque es muy probable que prevalezcan los cambios climáticos en el Este del continente y el aumento demográfico. Estos dos factores empujarían a los hunos, godos, alanos, vándalos, longobardos, suevos, avaros, etc. a buscar mejores expectativas de vida en el interior del Imperio romano. Estos pueblos emigraron desde sus lugares de origen en busca de tierras donde asentarse. La organización del limes renano y danubiano contuvo momentáneamente las ansias expansivas de estos pueblos, aunque finalmente éstos acabaron asentándose en la Galia, Italia, Hispania y el Norte de África.

LAS PRIMERAS INVASIONES (409 d.C.) La primera gran oleada bárbara se produjo hacia el año 409 como consecuencia de la guerra civil que enfrentaba a dos usurpadores entre sí (Constantino III en las Galias y Geroncio en Hispania), y a éstos con el emperador romano legítimo Honorio, de estirpe hispana. Durante este período de profunda inestabilidad política, uno de los bandos atrajo para su causa la ayuda de vándalos, suevos y alanos que, tras ver la indefensión general del territorio peninsular, se dedicaron al saqueo sistemático de las grandes villas cerealísticas que encontraron a su paso (Arce, 1982, 151-162). La llegada de estas primeras hordas germánicas arruinó en buena medida la economía de base agrícola y estructura latifundista que caracterizaba el dominio romano y, mientras el país era objeto de sus devastaciones y correrías, se sentaban las bases del posterior auge de la explotación de los recursos ganaderos. Con la llegada de los bárbaros se ponía punto final a la Hispania romana y se abría un nuevo capítulo en la historia peninsular. Dentro de este panorama general, el actual territorio de la Comunidad de Madrid constituyó un importante centro de comunicaciones en la Antigüedad Tardía. En Complutum (Alcalá de Henares) confluían diferentes calzadas que atravesaban el país de norte a sur y de este a oeste. Los primeros bárbaros siguieron estas vías de comunicación y los desastres de sus razzias se dejan sentir en las villas situadas a lo largo de dos grandes vías de penetración: la que une Pompelone (Pamplona) con Asturica Augusta (Astorga) y la que desde Caesaraugusta (Zaragoza) iba en dirección a Toletum (Toledo) para desde allí enlazar con la de Augusta Emerita (Mérida), la capital por aquel entonces de la diocesis Hispaniarum.

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Esta primera oleada apenas ha dejado vestigios arqueológicos apreciables en nuestra Comunidad, si bien es posible documentarla en el reaprovechamiento de las estructuras de algunas villas arrasadas que puede apreciarse en yacimientos como el alcalaíno de la villa del Val o el de Tinto Juan de la Cruz en Pinto. Los dos situados en las inmediaciones de una calzada romana. La villa del Val se encuentra situada a cuatro Km de Complutum, en una magnífica posición estratégica de las vías que comunicaban Complutum con Astorga, Zaragoza, Mérida y Cartagena. Su privilegiada ubicación explica que a comienzos del s. V, coincidiendo con las primeras invasiones, la villa, que se encontraba arruinada, fuera reaprovechada por un grupo de invasores. En la sala del mosaico del Auriga Victorioso los nuevos ocupantes reordenaron la estancia y construyen una cabaña de madera dentro de la antigua habitación de la villa siguiendo técnicas constructivas diferentes a las romanas (Díaz del Río et al. 1991, 181-200). La villa de Tinto Juan de la Cruz presenta también huellas de incendio generalizado y posterior reutilización de parte de las estructuras de la villa tardorromana a comienzos del s. V, sin que pueda establecerse con exactitud el momento de su abandono. Los restos más sobresalientes de dicha reutilización se observan en los dos grandes silos de cereal excavados en las estancias pavimentadas con opus signinum de la vivienda señorial y de la torre anexa. Junto a esta última, la aparición de un gran hogar y de dos grandes silos hace suponer una estructura social de tipo colectivo, seguramente familiar o de clan. Hay que añadir, además, los restos de otros hogares más pequeños diseminados a lo largo de la planta de la villa y la reutilización como parapetos de restos de la villa que todavía continuaban en pie. Fuera de estas rudimentarias construcciones encontramos varios basureros. En la zona de la torre se documentan los restos de un gran incendio

Villa de Tinto Juan de la Cruz (Pinto). Reutilización del siglo V. © Artra S.L.

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La época hispanovisigoda en la Comunidad de Madrid

y lo que parece ser un abandono precipitado del lugar; de hecho, sobre el suelo de esta estancia se encontró un escudo oval de bronce, dos puntas de lanza con enmangue tubular, dos cuchillos, etc. (Barroso Cabrera, 1993, a, b, c; 1995; 1996 y 2001). Al igual que en la villa de El Val de Alcalá, todo hace pensar que en Tinto Juan de la un grupo poco numeroso de bárbaros reutilizaron los restos semiderruidos de la villa romana y, aprovechando las vías de comunicación, realizar actos esporádicos de saqueo. La aparición de bandas más o menos organizadas dedicadas al expolio de grandes posesiones fundiarias hay que ponerlo en relación con el clima de inseguridad creado en la Península como consecuencia de la guerra civil trabada entre los usurpadores Constantino III y Geroncio frente al emperador Honorio en la primera década del siglo V. Es posible datar con seguridad el final de la reutilización de la villa de Tinto Juan de la Cruz merced a la aparición de materiales fechables dentro de la primera mitad del s. VI (alguno incluso algo anterior a esta fecha) en la necrópolis visigoda situada posteriormente sobre esta misma villa.

Tinto Juan de la Cruz. Pinto Escudo de Bronce. © Artra S.L.

Más difícil resulta interpretar las armas aparecidas en las unidades de reaprovechamiento de la villa a las que antes nos referíamos. En la gran mayoría de los casos parece tratarse de materiales amortizados de la propia villa bajoimperial o de otros establecimientos semejantes que hubieran sido arrasados por estas gentes. Se trata, por tanto, de materiales de época bajoimperial que ahora vienen a ser utilizados de nuevo. Esto es claro, por ejemplo, en el caso del ejemplar de cuchillo “tipo Simancas” y en el escudo. En cuanto a las puntas de lanza, ninguna de ellas permite aventurar con seguridad si se trata de material reutilizado o propiamente bárbaro, si bien todo parece apuntar a que se trata de elementos propios de la villa ligados a actividades cinegéticas del dominus. No obstante, el uso de lanzas y otras armas arrojadizas semejantes se encontraba muy extendido entre las poblaciones bárbaras.

EL PROBLEMA DE LOS REPARTOS DE TIERRAS Y EL ASENTAMIENTO DE LOS VISIGODOS EN LA PENÍNSULA. Parece existir un acuerdo generalizado en que el asentamiento de los visigodos en Aquitania II se realizó mediante el sistema romano de hospitalitas, según el cual dos tercios de la tierra pasaron a manos de los godos y el tercio restante quedó en poder de los romanos (sortes gothicae et tertia romanorum) (Thompson, 1971, 155; King, 1981, 230; García Moreno, 1989, 47ss.). Este reparto de tierras debió producirse a costa de las grandes propiedades (Thompson, 1971, 155-157), ya que lo contrario supondría un grave quebranto social que va en contra del espíritu pacífico del foedus (García Gallo, 1940-41, 44-53). Dos noticias recogidas por la Chronica Caesaragustana para los años 494 (“Gothi in Hispanias ingressi sunt”) y 497 (“Gothi intra Hispanias sedes acceperunt”) confirman la entrada de contingentes godos en Hispania. Ambos pasajes han sido interpretados de forma muy distinta según los diferentes autores que se han ocupado de ellos, pues mientras para algunos investigadores hacían referencia a los asentamientos de masas de población goda en tierras peninsulares ante la creciente presión franca (Orlandis, 1987, 60-61; Palol, 1970, 23-32), otros, más acertadamente, los relacionan con la intención de la corte de Tolosa de ejercer un control efectivo sobre la Península (García Moreno, 1989, 80; Rodríguez Monedero, 1985, 174-179).

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Desde los estudios de Abadal (Abadal, 1969, 97ss) viene aceptándose un doble asentamiento en Hispania tras la derrota de Vogladum: uno de carácter popular, circunscrito a la Meseta castellana, y otro de tipo aristocrático-militar, eminentemente urbano. El que aquí nos interesa es el primero, el que tuvo como protagonistas a las masas de población visigoda y como escenario las tierras del centro de la Meseta. Algunos historiadores toman en sentido amplio este último término, refiriéndose en su conjunto a la banda de tierras situadas entre el Duero y el Tajo, influidos por la denominación Campi Gothorum dada por la Crónica Albeldense al territorio situado al sur de Asturias (Abadal, 1969, 97ss; Sánchez Albornoz, 1985, 60-62), aunque la mayoría de los autores, guiados por la dispersión de las necrópolis con elementos de ajuar de tipo germánico, prefieren restringirlo al área de Castilla la Vieja y su reborde suroriental, al triángulo que conforman Toledo-Palencia-Tarazona, con una intrusión en la zona extremeña (Reinhart, 1945, 1946 y 1951; Palol, 1966, 14-15 y 1970, 32-34;Thompson, 1981, 154-155, García Moreno, 1987, 332-333; Schlunk-Hauschild, 1978, fig. 16). La llegada de contingentes góticos a la Meseta castellana y las tierras plantea, con todo, no pocos problemas. Entre ellos está, sin duda, el del grueso demográfico de estas poblaciones inmigradas. Las cifras de población oscilan entre un 5 y un 10 % del total de la población hispana estimada para la época –sólo el 1% para Reinhart (1951, 7-9)–. Hay que tener en cuenta, no obstante, que estos datos hipotéticos están referidos al total estimado para la población hispana sin tener en cuenta que el asentamiento se produjo mayoritariamente en un área muy determinada y, como escenario que había sido de un importante conflicto bélico, parcialmente despoblada (Palol, 1970, 31ss). Sin querer exagerar el valor real de esta inmigración germánica, no cabe duda que el impacto que supuso para este territorio debió tener una cierta magnitud. El establecimiento de estos contingentes debió conllevar también, por otro lado, problemas en su relación directa con la población provincial. Se ha señalado que una de las causas de la elección de la Meseta central como lugar de asentamiento de estas gentes pudo haber sido precisamente la baja tasa demográfica estimada para la región, la más castigada por la situación de crisis política que se vivió a comienzos de la quinta centuria (Palol, 1970, 31ss). Asimismo debió pesar el hecho de que la entrada en la Península se realizara por los Pirineos occidentales (Reinhart, 1951, 16) y la probabilidad, ya comentada, de que esta área fuera controlada previamente por los reyes visigodos de Tolosa: parece evidente el interés de Teodorico I y de Eurico por establecer guarniciones que controlasen las principales vías de comunicación entre Mérida y Tolosa, así como las zonas fronterizas con áreas dominadas por otros pueblos –con el NO suevo, la Tarraconense y Bética, controladas aún por el poder imperial–. Esta circunstancia facilitaría el asentamiento en un área importante que permitía el control de la Península y la relación entre Mérida, a la sazón capital de la diocesis Hispaniarum, y la capital del reino visigodo (García Moreno, 1987, 331-336). Sin embargo, a excepción de algunas necrópolis cercanas a núcleos urbanos (Complutum, Toledo, Palencia o Mérida) y de otras situadas en pasos de serranía (Castiltierra, Daganzo), las restantes, a tenor por la ausencia de armamento, no debieron tener este carácter eminentemente militar, sino que obedecerían a otra clase de consideraciones –sobre todo vinculadas a la explotación del territorio– si bien algún tipo de relación debieron tener con las guarniciones militares dispuestas en las ciudades más cercanas.Aún así conviene tener en cuenta que la escasez de armamento en las necró-

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polis visigodas puede responder a otra clase de criterios, algunos de tipo ideológico, y a consideraciones difíciles de precisar. Esta sorprendente ausencia de armamento en las necrópolis visigodas ha llamado siempre la atención a los investigadores, más aún teniendo en cuenta la comparación de éstas con los cementerios de otros pueblos germánicos y al hecho de que el ejército de las Völkerwanderungszeit responde a la noción de pueblo en armas (Ardanaz Arranz et al. 1997, 411-414). Una posible explicación de dicha ausencia es que esté relacionada con la importancia que el regalo tuvo en el mundo germánico primitivo, o quizá que tenga relación con la temprana cristianización del pueblo godo. En este sentido, conviene recordar que la ausencia de armas en los ajuares de las necrópolis godas no es exclusiva de los cementerios hispánicos (Zeiss, 1933-35, 142 ; Bierbauer, 1994 a, 46-47 y 1994 b, 172; Kiss, 1994, 164) y es algo que diferencia a los pueblos germánicos orientales con respecto de otros pueblos germanos. Una de las razones que pudieron pesar más en la elección de la Meseta como tierra de asentamiento de los godos es que ésta constituía un área de baja densidad demográfica y amplias expectativas de desarrollo ganadero y que, además, no representaba de hecho una gran extensión con respecto al total peninsular. Es decir, se trata de un área bien delimitada y lo suficientemente amplia para satisfacer el ansia de tierras del pueblo godo (Pérez Prendes, 1986), como reducida para mantener los lazos de la Sippe (Reinhart, 1946, 301) y estructurar una defensa militar efectiva desde los núcleos urbanos. De ahí precisamente la importancia estratégica y militar que adquieren determinados puertos de paso para controlar la comunicación entre Toledo y Palencia; los asentamientos en torno al corredor del Henares-Jalón o en el eje Mérida-Toledo, y el propio papel protagonista que comienza a detentar la urbe del Tajo en época tan temprana como el reinado de Teudis. Existe además un factor histórico de gran trascendencia que puede ayudar a comprender por qué el asentamiento se realizó en esta zona. Es sabido que durante la usurpación de Constantino III, Geroncio llegó a pactar el saqueo de los Campi Pallantini tras la derrota de los parientes del emperador (Arce, 1982, 156). A estas razzias habría que unir las devastaciones producidas tras la entrada de suevos, vándalos y alanos (Arce, 1982, 156; García Moreno, 1989, 44-45) que afectarían sobre todo a las grandes posesiones que jalonaban las dos principales vías de acceso: la que llevaba a Asturica Augusta, seguida por vándalos hasdingos y suevos, y la que se dirigía hacia la Bética, a través de Madrid-Toledo, tomada por los vándalos silingos y alanos. Fue precisamente el clima de grave inestabilidad política en el que vivía en la península lo que obligó al foedus de Walia y Constancio por el que los visigodos actuarían de acuerdo con los intereses de la clase senatorial romana para poner fin a las correrías bárbaras. El tratado de 418 les concedía la provincia de Aquitania Secunda ad inhabitandum, es decir, sin independencia política, simplemente para habitarla a cambio de los servicios militares que eran propios de la federación. Lo que sigue es un periodo marcado por una enorme inestabilidad que se prolonga hasta 429 (paso de los vándalos a África); incluso más allá de la década de los 40 en el occidente peninsular dominado por los suevos y en el valle del Ebro, en la Tarraconense, asolado por la Bagauda (Sánchez Albornoz, 1985, 59-60; Orlandis, 1987, 37-38; García Moreno, 1989, 49ss). Este periodo acabará finalmente con el control visigodo de la península y el arrinconamiento de suevos y vascones hacia áreas periféricas.

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Es dentro de este contexto histórico donde hay que incluir la destrucción y posterior reaprovechamiento de numerosas villae situadas en el recorrido de las vías romanas, tal como se ha documentado en el área madrileña en el yacimiento de Pinto y en la complutense villa del Val (Méndez-Rascón, 1989; Díaz del Río et al. 1991; Barroso et al. 1992, 1993 a,b,c; 1995 y 2001). Igualmente, hay que englobar en este panorama general caracterizado por las depredaciones de bárbaros y posterior asentamiento visigodo la serie de necrópolis que se sitúan sobre o al lado de estas villas, como es el caso de las anteriormente citadas, la de Cordiente (Guadalajara), Cacera de las Ranas (Aranjuez), Herrera de Pisuerga (Palencia), Carpio de Tajo (Toledo) etc. Lo que nos interesa resaltar aquí es precisamente esta relación que documenta el registro arqueológico en numerosas ocasiones entre villas romanas destruidas y necrópolis visigodas excavadas sobre ellas, porque podría suponer un apoyo a la hipótesis planteada por Orlandis y seguida posteriormente por García Moreno, de la inexistencia en Hispania de repartos de tierras como los realizados en la Aquitania II tras el foedus de 418 (Orlandis, 1975, 543ss; García Moreno, 1989, 80-82). Según ambos historiadores, en España los visigodos se apoderarían de los Bona vacantia et caduca mencionados en la legislación tardoimperial, y de la Res privata del emperador, ahora en manos de los monarcas visigodos. Sin duda, las villas cercanas a las principales vías utilizadas por las distintas oleadas bárbaras (la calzada de Burdigala-Asturica y la que se dirige hacia la Bética) fueron un apetecible botín para los nuevos inmigrados. Intereses militares y aquéllos derivados del proceso de identidad nacional (Stammesbildung) influirían decisivamente en la concentración de efectivos humanos en un territorio no excesivamente amplio pero que a la vez permitía el dominio de todo el territorio peninsular a través del control de ciertos enclaves estratégicos. Ciertos topónimos que parecen aludir a repartos de tierras como los que establece el sistema de hospitalitas pueden explicarse, sin embargo, porque a la hora de hacerse con algunas posesiones de los latifundistas se siguió el procedimiento que era habitual entre romanos y visigodos. La baja demografía de la zona y la lógica huida de esclavos y colonos de los latifundia devastados (muchos de los cuales pasarían a engrosar a buen seguro las filas de los bárbaros según parece deducirse del conocido testimonio de Salviano –De gubernatione DeiV– para las Galias) facilitaría el asentamiento pacífico de estas gentes. Gran parte de las nuevas poblaciones se establecerían por su cuenta en grupos compactos tratando de mantener los lazos de la Sippe. A ellos corresponderían quizá los topónimos de tipo étnico señalados en su día por R. Menéndez Pidal. Otros grupos, especialmente aquéllos que ocuparon los territorios cercanos a los grandes centros urbanos, estarían formados por las clientelas de la aristocracia allí establecida1. Es posible que los largos años de peregrinatio vividos por el pueblo godo hasta su definitivo asentamiento en el sur de las Galias influyeran en el predominio de los intereses ganaderos sobre los agrarios. Desde este punto de vista, la Meseta castellana y la zona ocupada al norte de Mérida constituiría un espacio especialmente propicio para el establecimiento de los visigodos, que se asegurarían así una importante base económica y unos territorios complementarios para el desarrollo de un pastoreo trashumante. En este sentido, diversas disposiciones legales recogidas en el Liber Iudiciorum (L.V.VIII.4.26-27;VIII.5.5) han sido interpretadas, acertadamente a nuestro juicio, en relación con el pastoreo trashumante (Klein, 1981, 21; King, 1981, 225-227; López-Barroso, 1993, 64-65), sirviendo de claro antecedente a la 1

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El tema lo hemos abordado de forma más amplia en otro estudio de próxima aparición: Barroso-Morín, 2001.


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preponderancia de los intereses ganaderos en la Castilla medieval –tal vez retomando una actividad que habría estado en la base económica de las poblaciones célticas de la Edad de Hierro– en un momento en que la estructura agraria romana parece haber desaparecido en esta zona. Quizá se explique así el progresivo traslado de los centros económicos desde la periferia hacia el centro peninsular tras la definitiva consolidación de Toledo como capital del reino visigodo (Lacarra, 1964, 237-238), cuya expresión más explícita es, a nuestro juicio, la fundación en tiempos de Leovigildo de Recopolis como sede regia (Ioh. Bicl. Chronica, 578, 4) y el relevo que la ciudad del Tajo obtiene de la sede emeritense como centro creador del arte hispanogodo.

LA ÉPOCA HISPANOVISIGODA (SIGLOS V AL VIII d.C.) Durante los primeros años de su presencia en la Península los visigodos actuaron como foederati, es decir, como aliados del Imperio para poner freno a las correrías de suevos, vándalos y alanos. Durante el reinado de Eurico se establecieron las primeras guarniciones visigodas con objeto de controlar el territorio peninsular, pero no fue, sin embargo, hasta después de la derrota de Vogladum (507 d.C.) cuando los visigodos, forzados a abandonar el sur de las Galias, pasaron a instalarse en la Península Ibérica. Hasta el reinado de Leovigildo (finales del s.VI), el reino visigodo se desangra en sucesivas guerras civiles. Con este rey, el reino de Toledo se afianza definitivamente sentando las bases del desarrollo político y cultural que tiene lugar en la primera mitad del siguiente siglo. A partir de ciertas leyes promulgadas por Leovigildo y, sobre todo, tras la conversión de Recaredo al Catolicismo (a. 589 d.C.) se puede hablar ya de una cierta unidad nacional en torno al pueblo godo. No obstante, desde mediados del siglo VII el principio hereditario de la Monarquía goda va a provocar la creciente feudalización del Estado, fragmentándose el poder político entre los diversos duques provinciales, a su vez enfrentados entre sí. En este contexto, la invasión islámica de 711 que pondrá fin al reino visigodo se explica en buena medida gracias a los pactos que los nuevos invasores contrajeron con estos duques, quienes seguirán ejerciendo el control de su territorio a cambio de ciertas condiciones.

LAS NECRÓPOLIS Y EL ASENTAMIENTO VISIGODO EN LA COMUNIDAD DE MADRID La estratégica disposición de las tierras madrileñas dentro de la trama viaria peninsular explica la abundancia de necrópolis visigodas en nuestra Comunidad que indica un cierto grado de ocupación visigoda del territorio. En cualquier caso, el número de necrópolis visigodas o de época visigoda es realmente elevado en los alrededores de la ciudad de Complutum. Estos cementerios se distribuyen a lo largo de dos vías de comunicación: la vía que desde Complutum se dirige hacia la Meseta Norte (Depósito de Daganzo, Daganzo de Arriba y km. 2 de la carretera de Daganzo) y la calzada que marcha hacia Zaragoza (c. Victoria, Afligidos 0, Camino de los Afligidos, Equinox, Azuqueca y Alovera). Algunas de estas necrópolis prueban la presencia de visigodos en Complutum desde la segunda mitad del s. V, momento en que la antigua ciudad romana se había convertido en un estratégico cruce de caminos que resultaba vital para el control de la Península (Fernández Galiano, 1976 y 1978).

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También en Madrid capital se localizó una necrópolis visigoda en la Colonia del Conde del Vallellano (Carabanchel), en las cercanías de la Casa de Campo. Se trataba de un cementerio de fosas y cistas, con cuerpos depositados en decubito supino y mirando al sol naciente. Los cadáveres fueron enterrados con sus piezas de adorno personal, entre las que destacan algunas hebillas de cinturón y fíbulas típicamente germánicas. Asimismo en el Museo Arqueológico Nacional se conserva un broche de cinturón que parece proceder de una necrópolis desaparecida ubicada en Tetuán de las Victorias (Martínez Santa-Olalla, 1933-35; Camps Cazorla, 1940, 705). La necrópolis de Cacera de la Ranas (Aranjuez) es la de mayor tamaño de las excavadas hasta la fecha en la Comunidad de Madrid y una de las más importantes de toda la Península. En ella se han documentado más de 150 sepulturas, aunque el número era sin duda mucho mayor puesto que antes de su excavación se habían destruido más medio centenar (Ardanaz Arranz, 1989, 1991, 1995, 1997 y 2000).

Necrópolis de Tinto Juan de la Cruz (Pinto) © Artra S.L.

El cementerio está situado en una región de gran importancia estratégica y cercana a la vía que comunicaba Mérida con Zaragoza. Probablemente el protagonismo adquirido por la ciudad de Toledo y Titulcia (¿Aranjuez?) y la riqueza agrícola de la vega del Tajo justifican la aparición de necrópolis de gran tamaño (Carpio de Tajo se encuentra en las cercanías) en este área. En cualquier caso, el aspecto más interesante de esta necrópolis es la documentación del ritual funerario, constatándose la práctica pagana del banquete funerario, así como la localización de tres cráneos separados del tronco con un dedo en la boca. Todo ello nos habla de la pervivencia de tradiciones paganas. Como ya hemos visto, la última fase de ocupación del yacimiento de Tinto Juan de la Cruz (Pinto) corresponde a un cementerio visigodo de aproximadamente 80 tumbas que aprovecha los restos constructivos de la villa tardorromana. Como es habitual en este tipo de enterramientos, las sepulturas están orientadas hacia el Este. Esta orientación ritual está condicio-

Planta de la necrópolis. © Artra S.L.

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nada por la asociación que se establece entre la creencia en una vida ultraterrena y el renacimiento cíclico del sol. Las sepulturas son fosas (46) y cistas (26), aunque los enterramientos de los individuos de corta edad se realizan sobre tejas ímbrices (8). El ritual era de inhumación: el cadáver se colocaba en un catafalco con el que era conducido a la fosa. El individuo se depositaba sobre ella tendido boca arriba (en decubito supino) con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo o cruzados sobre la pelvis. El enterramiento tenía lugar con su indumentaria, parte de la cual ha llegado hasta nosotros permitiendo la datación de la necrópolis y su adscripción a un grupo étnico determinado. Estos objetos de adorno personal son, en general, anillos, pendientes y hebillas de cinturón, aunque se documentan también otros menos frecuentes (pulseras, collares, etc.).Todos ellos se pueden fechar dentro de la sexta centuria, aunque alguno sea algo anterior (p.e. una fíbula de arco de técnica trilaminar del tipo Silberfibel), si bien probablemente su valor intrínseco hizo que perdurara su uso (Barroso et al. 1993 a, b, c; 1995 y 2001). El análisis demográfico de esta necrópolis es sumamente revelador. La esperanza de vida por sexos determina una cifra de 10,06 años para las mujeres a los 18 años, y de 15,32 años para los varones a esa misma edad. La diferencia se explica sobre todo por el alto número de muertes motivadas por partos. Las duras condiciones de vida se ven reflejadas aún más en los datos referentes a la mortalidad infantil, que alcanza grados sobrecogedores (28% en el primer año de vida y del 60 % en los primeros cuatro años; sólo el 16 % llega a la adolescencia) y en la esperanza de vida al nacimiento (19,52 años). La tasa de mortalidad general es del 51, 23 por mil por año. Las necrópolis del s. VII y VIII d.C. también se encuentran representadas en la región, aunque en un número menor. Se conocen cementerios hispanovisigodos de esta época en La Cabrera (Yáñez, 1994), La Torrecilla en Getafe (Priego, 1970; Priego y Quero, 1977) y la Indiana en Pinto (Morín et al. 1997).

EL POBLAMIENTO La población en época visigoda se concentraba en los cursos bajos de los ríos Jarama, Henares, Manzanares, así como en las orillas del Tajo y el Tajuña. Las ricas vegas de los ríos madrileños permitían un aprovechamiento agrícola y ganadero, a la vez que servían como caminos en unos momentos en el que las vías de comunciación no eran abundantes. La Sierra de Madrid cuenta también con un número importante de asentamientos, vinculados a la explotación ganadera y al control de los pasos que comunicaban las dos mesetas. La ciudad

La única ciudad en nuestra Comunidad fue Complutum, que actuó como un importante centro aglutinante de población en estos momentos hasta su declive a comienzos del s.VI. De otros asentamientos existentes en época romana, como es el caso de Miaccum y Titulcia, no se puede asegurar su pervivencia en época visigoda. Al contrario de lo que sucede en la gran mayoría de los centros urbanos peninsulares, la ciudad de Complutum experimenta una renovada vitalidad y la vida en la

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Hábitat de época visigoda

A

Camino de los afligidos

Vía romana y visigoda

C

Complutum

J

Burgo de S. Justo

Término municipal Carretera actual

Poblamiento visigodo en Complutum Méndez Madariaga y Rascón Marqués

1. El depósito 2. Daganzo de arriba 3. Daganzo bis 4. Km. 2 de la carretera de Daganzo 5. Calle Victoria

6. Afligidos 7. Camino de los afligidos 8. Equinox 9. Azuqueca 10. Alovera

antigua ciudad romana continúa hasta bien entrado el s. VI. Este fenómeno se explica en parte al establecimiento de una sede episcopal en la antigua ciudad romana, pero sobre todo gracias al estratégico emplazamiento de Complutum en la vega del Henares, controlando la red viaria peninsular. La vía principal de este momento, que comunicaba Mérida y Zaragoza atravesaba sus calles, y de ella partían otras dos calzadas que se dirigían hacia la Meseta norte (Asturica) y hacia el mar Mediterráneo (Carthago Nova). El cercano yacimiento de Daganzo de Arriba, de donde procede una importante colección de espadas visigodas, pone de manifiesto la importancia del control estratégico de esta zona. La ciudad deja de existir a partir de la segunda mitad del s. VI, aunque antes, a comienzos de la centuria anterior, los patrones urbanísticos romanos dejaron de aplicarse. Las causas de su desaparición son múltiples, pero, sin duda, debió pesar el creciente papel estratégico jugado por Toledo, capital del reino, que desplazaría a Complutum en el control de las redes de comunicación penisulares. La fundación de Recopolis por Leovigildo debió suponer también un duro golpe para los intereses complutenses. Evidentemente en el antiguo núcleo complutense la vida urbana prosiguió, si bien con unas pautas diferentes a las que había seguido en época romana. Los grandes edificios públicos fueron desmantelados y sus materiales reutilizados en la construcción de nuevas edificaciones. Las grandes mansiones urbanas parecen haber sido abandonadas, aunque algunas, como la Casa de Cupido, continuaron habitándose todavía por algún tiempo. En esta época, la ciudad parece crecer hacia el NE, atraída hacia las inmediaciones del templo martirial advocado a los Santos Justo y Pastor. Se advierte, por tanto, una transformación radical en la topografía urbana del municipio complutense que implica el abandono de la antigua urbs imperial y la creación de un nuevo centro nuclear en torno al martyrium y la sede episcopal.

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En efecto, Complutum debe particular fama al hecho de haber sido el escenario de la pasión de los santos niños Justo y Pastor, quienes, según refiere la tradición, sufrieron martirio en tiempos del præses Daciano (Passio Iusti et Pastoris). Ambos eran hermanos e hijos de padres cristianos y murieron decapitados “in Campo Laudabili”. A finales del siglo IV Paulino de Nola enterró a su hijo recién nacido junto a las sepulturas de los mártires complutenses sin citar los nombres de éstos (Paul. Carmen XXXI, 605-610). Pocos años después, Aurelio Prudencio (Perist. IV 41-44) menciona como timbre de gloria de la ciudad a los santos Justo y Pastor, aludiendo la existencia en su época de dos sepulcros. Según San Ildefonso, fue el obispo de Toledo Asturio, ya retirado a Complutum y llevado de una admonición sobrenatural, el autor del hallazgo de sus reliquias (Hild.Tol.Vir. Illust. I). Según el testimonio del santo toledano,Asturio no volvió más a su sede, razón por la que es considerado el noveno obispo de Toledo y el primero de la ciudad complutense. San Ildefonso, que escribe su obra hacia el año 660, señala además que la memoria de los Santos Niños había sido olvidada en tiempos de Asturio, a comienzos del s.V. Es evidente, a la luz de los testimonios de Paulino de Nola y de Prudencio, que este último dato es difícilmente verosímil. Es posible que, como en otros casos, San Ildefonso no haga sino ensalzar el papel del obispo toledano en la difusión del culto a ambos mártires, quizá por haber levantado una construcción que honrara su memoria sobre un antiguo martyrium de dimensiones más modestas. No debe olvidarse que en éste, como en otros casos, el obispo toledano enmarca su narración dentro del terreno de la tradición (“dicitur”,“ut antiquitas fert”). De esta forma, a través de su antecesor, lo que San Ildefonso pretendería en realidad sería enaltecer la sede toledana, objeto último de su obra, sede que en su tiempo comenzaba a ser reconocida como principal de las metropolitanas de España y que ostentó siempre una tutela efectiva sobre el obispado complutense. En cualquier caso, el culto a los Santos Niños estuvo extraordinariamente difundido por la España visigoda, conociéndose deposiciones de reliquias de estos mártires en sendas iglesias de Asidonia (a. 630) y Acci (a. 652) (Vives, 1969, nº 304 y 307). Asimismo aparecen citados en numerosos textos litúrgicos de la época, como el martirologio jerominiano, varios calendarios mozárabes (que fijan su fiesta el 6 de agosto), el oracional de Tarragona, etc. Hacia mediados de la séptima centuria, San Fructuoso levantó en las retiradas montañas del Bierzo un monasterio (Val.Vita S. Fructuosi III, 91) bajo la advocación de los mártires complutenses —según se desprende de la regla fructuosiana: Fruct. Reg. XVII— en el lugar que aún hoy día se llama Compludo y donde años más tarde se retiraría del mundo otro famoso padre del monacato hispano: San Valerio (Sotomayor, 1979, 76-77;Vallejo Girvés, 1999). Por su parte, las necrópolis urbanas se concentraron en la vía que se dirigía a Caesaraugusta. El cementerio de la ciudad, la necrópolis de Afligidos 0, estuvo en uso desde la segunda mitad del s.V hasta finales del s.VI. Se encontraba situada a las afueras de la urbe, a los lados de la vía que se dirigía a Zaragoza. Esta práctica era habitual en época romana y continuó vigente en los comienzos del periodo hispanovisigodo hasta la generalización de los enterramientos en torno a las iglesias. En la segunda mitad del siglo VI la necrópolis fue sustituida progresivamente por un nuevo cementerio, Camino de los Afligidos, situada a 1,5 Km y en las cercanías de una villa tardorromana, cuyos materiales fueron reutilizados para la construcción de las sepulturas. Las causas del cambio resultan más difíciles de comprender, quizás por la conversión al catolicismo de los visigodos o, más plausiblemente, porque el espacio urbano se extendiese de forma dispersa a lo largo de la calzada. La nueva “ciudad” no respondería entonces a las pautas urbanas romanas, sino más bien a una sucesión de casas y tierras de labor sin solución de continuidad.

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El campo

La mayor parte de la población viviría en el medio rural, bien en vici (aldeas pequeñas), fundi señoriales, castella (pequeñas agrupaciones urbanas fortificadas) y emplazamientos castreños en las zonas de montaña. El hábitat sería de tipo disperso y con poca densidad. La población se concentraría en las cercanías de las vías de comunicación y en las vegas fluviales de los ríos Henares, Manzanares, Jarama,Tajo y Tajuña. Aunque los datos son escasos, no debe desdeñarse una ocupación de las zonas de montaña ricas en pastos que resultan esenciales para la explotación ganadera. Sabemos así que en las inmediaciones de Talamanca parece haber existido un pequeño centro urbano, seguramente relacionado con un puente que atravesaba el río Jarama y con la importancia estratégica que esta localidad tenía de cara al control del puerto de Somosierra. En esta localidad se han localizado importantes restos escultóricos que formarían parte de la decoración de una iglesia del s.VII. En general destaca la placa-nicho conservada en el Museo de los Concilios de Toledo. Esta interesante pieza escultórica, que iría emplazada en el fondo del ábside de un templo, presenta una decoración de tres columnas cuyos espacios libres se han rellenado con flores tetrafoliadas y octopétalas alternadas. Por encima del campo central, una venera con tres lirios o trifolias. La placa de Talamanca recuerda estrechamente a la representación del arca de la Alianza del mosaico pavimental de la sinagoga de Beth-Alpha, una construcción palestina del siglo VI con un complejo programa iconográfico. Es posible que la iglesia madrileña hubiera desarrollado un programa similar, basado como aquél en el arquetipo simbólico del templo salomónico, ahora cristianizado, que no se ha conservado. La llegada de estos modelos iconográficos propios del área bizantina debió producirse a través del comercio marítimo con oriente, monopolizado en la época por comerciantes sirios, cuya presencia en la Península está suficientemente atestiguada (Barroso-Morín, 1996, 66-67). El lugar que actualmente ocupa la ciudad de Madrid parece haber contado también en esta época con un pequeño núcleo de población. En lo que luego sería el núcleo central originario de la ciudad, en las inmediaciones de la antigua iglesia de la Almudena, se documentó una inscripción que hace referencia a un presbítero llamado Bocatus que vivió en torno al año 700 (Fita, 1896, 420;Vives, 1969, 129). Otros núcleos serranos relacionados con la explotación de los recursos ganaderos de la zona que merecen ser citados son los de Cancho del Confesionario en Manzanares el Real y los de Navalvillar y la Fuente del Moro en Colmenar Viejo. Placa-nicho de Talamanca del Jarama, Madrid Museo de San Román, Toledo © I.A.A.

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El poblado de Cancho del Confesionario (Manzanares el Real), situado en la vertiente sur de la Sierra del Guadarrama, dentro de la Pedriza de Manzanares, estuvo habitado durante los siglos VI al VII, perdurando su ocupación hasta tiempos altomedievales. Su ubicación parece estar relacionado con misiones de defensa y vigía de los pasos ganaderos, ya que desde este emplazamiento se controla toda la penillanura de la cuenca alta del Manzanares. Las construcciones documentadas son de planta rectangular, con alzados de muros de mampostería de granito que cimentan directamente en la roca virgen, que ha sido tallada para encajar los muros. El enclave contaba con un pozo y una grieta natural que se modificó para ser utilizada como silo o aljibe (Caballero y Mejías, 1977, 325-331; Mejías, 1974).


La época hispanovisigoda en la Comunidad de Madrid

Como el anterior, el hábitat de Navalvillar es un asentamiento de carácter rural en el que se ha documentado una granja formada por tres edificios de distinta funcionalidad rodeados por un cercado. Las estancias se han adecuado a un tipo de vida esencialmente ganadera, actividad tradicional en la comarca: se trata de un establovivienda, un almacén y un taller. Al igual también que en el caso anterior, la vida de este poblado perduró después de la invasión musulmana (Abad y Larrén, 1980). El asentamiento excavado en el ámbito del arroyo Culebro (Leganés) está representado por una zona de hábitat disperso y un área de almacenamiento consistente en un gran campo de silos. Se trata de un vicus que aprovecha las potencialidades agropecuarias que ofrece el entorno. El poblado fue arrasado, rehabilitándose parcialmente a continuación.

Detalle del sector B. © Artra S.L.

Fotografía aérea del yacimiento B. Arroyo Culebro, Leganés. © Artra S.L.

Sociedad y economía

La organización político-administrativa del reino de Toledo presenta dos momentos bien diferenciados. Una primera etapa en la que se mantienen vivas todavía las tradiciones políticas heredadas del Bajo Imperio, algunas de ellas, como el sistema municipal, en clara decadencia en la mayor parte del país. Sobre este esquema romano se superpone la estructura militar visigoda. Este sistema fue perfeccionado por Leovigildo a finales del s.VI. Bajo este monarca comenzó el primer intento serio de unificación y centralización del Estado a través de campañas militares y leyes unificadoras que seguían el modelo bajoimperial y bizantino con vistas a hacer efectivo el poder visigodo sobre toda la península. La segunda etapa arranca con la reforma realizada por Chindasvinto y Recesvinto hacia mediados del s. VII. Ambos monarcas intentaron adaptar las anticuadas estructuras del reino y adaptarlas al nuevo marco protofeudal propio de la séptima centuria. Para ello se buscarán modelos fuera de nuestras fronteras, en concreto en el mundo bizantino, que establecen una creciente militarización del aparato administrativo (García Moreno, 1974).

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En general, la sociedad visigoda, como prácticamente todas las sociedades medievales de la Europa occidental, se encontraba condicionada en gran medida por las estructuras de la propiedad agraria. Las relaciones sociales en la España visigoda fueron deslizándose paulatinamente y de forma gradual desde un sistema de relaciones regulado por la ley a otro de tipo personal, establecidas entre una minoría poseedora de la propiedad agraria y una mayoría de la población cada vez más vinculada a la tierra. Estas relaciones, desequilibradas en favor del patrono, se basaron, por un lado, en la institución romana del patrocinio, y, por otro, en el clientelismo del comitatus germano. De esta forma, el cliente (gardingus, bucelari) se veía impelido a cumplir con un servicio fiel a su patrón, que a cambio le aseguraba un medio de vida y cierta protección contra terceros. Estas relaciones no se limitaron al campesinado dependiente, proceso que se documenta ya en los últimos siglos de dominio romano, sino que poco a poco se irán extendiendo a gentes de condición social más elevada. Así fue como el Estado visigodo del s.VII se convertiría en una jerarquía de lazos vasalláticos que preludian la plena Edad Media. En la cumbre de esta jerarquía se encontraba el soberano. Por debajo de él, los fideles, es decir, los altos funcionarios y dignatarios palatinos que formaban su Consejo real o Aula Regia. Estos fideles regis y el resto de la nobleza hispanogoda contaban bajo su patrocinio a un amplio número de personas en situación de dependencia, cuya diversa situación legal de origen se veía en la práctica equiparada en la figura de un campesinado de tipo servil. La agricultura constituyó, como se ha dicho, la base económica esencial del reino. El escaso desarrollo técnico y una deficiente utilización de la fuerza de trabajo limitaban el rendimiento de las cosechas. Desde el punto de vista económico, la diversidad geográfica que caracteriza las tierras madrileñas permitía un aprovechamiento diversificado. Los cursos medios y bajos de los ríos madrileños permitían dedicar parte de estas tierras a cultivos cerealísticos y hortícolas. Por el contrario, las tierras cercanas a la sierra y al gran bosque que se extendía desde ésta y cubría la mayor parte de la región se destinarían al cultivo de plantas forrajeras o se dejarían sin cultivar para destinarlas a la práctica ganadera. En los primeros siglos de la presencia visigoda en nuestra Comunidad parece existir una cierta continuidad con la tradición alimenticia romana, basada en los alimentos panificables, las legumbres, el vino y el aceite de oliva. Sin embargo, a partir del s. VII, parece documentarse una preponderancia de los usos ganaderos, según se desprende de la importancia de las disposiciones que sobre este particular aparecen recogidas en el Liber Iudiciorum. De hecho, alguna de estas leyes parece testimoniar la existencia en época visigoda de una activa trashumancia de ganados. Sin duda ésta se dio en ámbitos localmente complementarios como pueden ser las llanuras del sur de Madrid y la zona boscosa que ocupaba el norte y centro de nuestra Comunidad. Este sistema supone que los ganados subiesen en verano a los pastos de la sierra y en invierno bajaran a las llanuras del sur. Esta importancia de la actividad ganadera implicaría a su vez un cambio en la dieta alimenticia, en la que cada vez cobrarían mayor importancia los productos cárnicos, las grasas y los derivados lácteos. No debe desdeñarse tampoco la importancia del aprovechamiento de las zonas boscosas. El bosque permitía la explotación de diversos productos alimenticios (bayas, hongos y miel), caza, madera y carbón vegetal, así como la explotación en montaraza del ganado porcino y ovino. Las áreas boscosas, a veces en forma adehesada, abundantes en la región de Madrid en la actualidad, serían aún más extensas en tiempos remotos, pues la gran masa forestal que hoy día ocupa el monte de

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La época hispanovisigoda en la Comunidad de Madrid

El Pardo estaría unida a otros importantes enclaves boscosos de la región como el Soto de Viñuelas al norte o la Casa de Campo al suroeste. Otras áreas boscosas se situarían en los pie de monte de las sierras del Guadarrama, siguiendo el curso de este río, y de las estribaciones de Gredos, siguiendo el curso del Alberche. El bosque ocuparía, pues, la mayor parte del territorio de la Comunidad a excepción de las tierras de la banda sur y oriental, caracterizada por suelos básicos (calizas, yesos y margas) aptos para la agricultura aunque con valor desigual. Es precisamente aquí, como demuestra la toponimia mozárabe de la zona (Leganés, Salvanés, Móstoles, etc.), donde se ubicarán los principales núcleos de población de la época (Fuentes, 2000). El comercio en época hispanovisigoda abarca dos tipos de relaciones: el intercambio internacional de objetos de lujo, donde se mueven mercaderías de alto valor añadido, y el comercio local destinado a objetos y alimentos de uso cotidiano. El estudio del comercio exterior en la región madrileña resulta sumamente complejo dada la escasez de datos para la región, aunque es posible trazar un breve panorama de las grandes áreas comerciales desde las que arriban los productos exteriores. La posición central de nuestra región, en el centro del nudo de comunicaciones romanas, y la cercanía a ciertos los núcleos del poder visigodo (Toledo y Recópolis) a buen seguro le permitiría el intercambio de productos de alto valor económico con la costa atlántica, Europa continental –a través de las Galias– y el mundo mediterráneo. El comercio interior debió de ser, sin duda, mucho más importante, y afectaría a mercaderías de signo muy diverso. Para su desarrollo resultaba fundamental el mantenimiento de la red de calzadas heredadas del mundo romano, que no siempre debieron conservarse en buen estado. El transporte se realizaba con caballerías, bien transportando los productos en carros y carretas o cargando directamente las mercancías a lomos de los animales. Desgraciadamente, en muchos casos los caminos resultaban impracticables debido a las inclemencias meteorológicas de los meses invernales, de lo que se hacen eco las actas conciliares, o por el bandolerismo provocado por la mala situación económica del país. Actividades agropecuarias

Como en prácticamente toda la península, las superficies cultivadas en estos momentos serían de básicamente de dos tipos: monocultivos (cereales, vid y olivo) y hortícolas, mucho más variadas. La lectura de las reglas monásticas visigodas (Isidoriana, Fructosiana y Regula Comunis) nos permite conocer parcialmente la base alimenticia en estos momentos. La dieta se basaba en alimentos panificables, legumbres y hortalizas, vino y aceite, aunque en las zonas montañosas sería importante la aportación de proteínas de las explotaciones ganaderas. Dadas sus características, las tierras centrales de la región de Madrid se dedicarían a la explotación de los cereales: trigo, cebada y centeno. Probablemente estos dos últimos cereales serían más abundantes que el trigo, ya que son más resistentes a la sequía, maduran antes y permiten el aprovechamiento de suelos pobres. Además, estos cultivos cerealísticos se complementarían con la siembra de leguminosas (habas, lentejas, guisantes, garbanzos,

Cencerros procedentes del yacimiento B de Arroyo Culebro (Leganés). © M.A.R.

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altramuces, etc.). Las riberas de los grandes ríos, como el Manzanares, Jarama, Henares y sus afluentes, se destinarían al cultivo de hortalizas (rábano, lombarda, lechuga, escarola, cebolla, melón, etc.). Posiblemente la vid y el olivo se extenderían por las tierras meridionales de nuestra Comunidad, donde hoy en día se siguen explotando. Los terrenos incultos se destinaban generalmente a un aprovechamiento ganadero y, como se ha adelantado, en la época debieron representar la mayor parte del territorio madrileño: los encinares del Pardo, la Casa de Campo y el Soto de Viñuelas son aún testigos de la gran extensión de la masa boscosa en nuestra región hasta época moderna. La práctica de la ganadería proporcionaba productos alimenticios (carne, leche y derivados), aunque se hallaba escasamente desarrollada: los animales constituían la única fuerza motriz y sus excrementos eran el único abono existente. La actividad ganadera debió ser muy abundante en la región de Madrid, en especial en las zonas serranas y de bosque (yacimientos de Cancho del Confesionario, Fuente del Moro y Navalvillar), pero también debió serlo allí donde la pobreza de los suelos impedía la práctica de la agricultura, como sucede en los terrenos yesíferos del sur (La Indiana). Los análisis faunísticos del yacimiento excavado en el arroyo Culebro permite conocer la práctica de una ganadería mixta, tanto de las especies propias de biotopos ricos (ganadería bovina) como de las adaptadas a condiciones climáticas más duras (ovicápridos). Pero sin duda debió ser la ganadería ovina la más abundantemente representada, sin desdeñar la importancia que pudo tener la cría del ganado porcino en montaraza en las zonas boscosas. En está época contamos con dos tipos de aprovechamientos ganaderos. Una ganadería riberiega, con desplazamientos cortos de una sola jornada, que utiliza llanuras baldías, y otras trasterminante, caracterizada por desplazamientos estacionales entre pastos de verano (montaña) y de invierno (llanuras). Artesanía

La desaparición de los talleres de terra sigillata, donde se fabricaban las cerámicas que abastecían la demanda peninsular siguiendo un proceso industrial, provocó la aparición por un tipo de cerámicas de baja calidad que intentaban imitar las producciones tardorromanas. Este hecho favoreció la multiplicación de los tipos comunes elaborados por artesanos a la vez que una creciente regionalización de las producciones. Por otro lado, en zonas interiores de la península como la Comunidad de Madrid, serán extrañas las importaciones de cerámicas de calidad fabricadas, fenómeno que sí se documenta por el contrario en las zonas costeras.

Copa de vidrio procedente del yacimiento B de Arroyo Culebro (Leganés).© M.A.R.

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Las cerámicas de mejor calidad intentar reproducir las antiguas producciones industriales tardorromanas (terra sigillata hispánica tardía, producciones narbonenses, etc. En la fabricación de este tipo de cerámicas se utilizan pastas generalmente bien decantadas y con cocciones en ambientes reductores (la gran mayoría) y oxidantes. Los acabados imitan los engobados de las sigillatas mediante la utilización de alisados, bruñidos y espatulados. Una característica de estas producciones es la sencilla decoración que presentan (círculos, aspas, arcos, cruces, etc.), que se realiza mediante el uso de estampillas, punzones y ungulaciones. La


La época hispanovisigoda en la Comunidad de Madrid

tipología es muy variada: platos, fuentes, cuencos, botellas, orzas, ollas, jarros, jarras y tinajas. La cerámica común de época visigoda prosigue con un repertorio formal y técnico heredado de tiempos pasados y que, sin grandes variaciones, se seguirá utilizando hasta tiempos modernos. De ahí la dificultad de periodización que presentan estas cerámicas, excepto cuando se localizan en contextos funerarios formando parte del depósito ritual del difunto. En época visigoda se produce un descenso en la producción de vidrio y uso de objetos fabricados en este material, que era relativamente abundante en época romana. En nuestra Comunidad son muy escasos los objetos conservados, sin duda, porque se trata de piezas escasas, pero también por la propia fragilidad del material que hace difícil su conservación. En su mayor parte se trata de piezas procedentes de necrópolis, bien piezas de adorno personal, como cuentas de collar (Tinto Juan de la Cruz, Cacera de las Ranas, etc.) o pequeños objetos de tradición romana que formaban parte del ajuar funerario, como es el caso de los ungüentarios (Camino de los Afligidos, Fuente del Moro, etc.). Por lo que se refiere al trabajo del metal, es posible apreciar dos tradiciones artesanales distintas, sobre todo en lo referente a los objetos de adorno personal que en estos momentos adquieren connotaciones étnicas. Por un lado, la población hispanorromana continúa con la tradición bajoimperial, con piezas de adorno personal muy parecidas a las de siglos anteriores y en cualquier caso derivadas de ellas, aunque se imitan también otras propias de la indumentaria militar a veces de origen germano. Por otro, tenemos la tradición de los artesanos visigodos, que fabrican objetos de adorno personal distintivos de los germanos, en especial fíbulas y broches de cinturón adornados de pedrería.

Fíbula y broche de cinturón. Tinto Juan de la Cruz (Pinto) © Artra S.L.

Broches de cinturón procedentes de la indiana (Pinto). © Artra S.L.

En los últimos años del s.VI, debido a la unificación étnica y religiosa y a la penetración de las modas bizantinas en la península, se detecta un cambio en los objetos de metal, en especial en los broches de cinturón, que imitan ahora las piezas bizantinas contemporáneas. Lógicamente se produce una perduración de elementos de adorno tardorromanos (anillos y pendientes) de uso muy común. El tipo de pieza más frecuente en los ss. VII y VIII es un broche de cinturón derivado de los broches bizantinos, aunque fabricado por artesanos locales, cuya decoración muestra una progresiva degeneración en su decoración. Los anillos, generalmente fabricados en cinta de bronce, continúan con la tradición romana, y en época visigoda su uso estuvo particularmente extendido en parte a causa de la difusión del cristianismo, por ello no es extraño la aparición de símbolos y advocaciones religiosas como motivo decorativo.

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Capítulo V

Analítica


Necrópolis de incineración: Arroyo Culebro (Leganés) Aspectos técnicos analíticos de la excavación de las urnas cinerarias

ELENA GÓMEZ RUIZ DOLORES MARTÍN DÍAZ


INTRODUCCIÓN La necrópolis excavada en el entorno del Arroyo Culebro1 (Leganés), tiene gran interés por diversos motivos. En primer lugar, por la escasez de hallazgos de este período (Iª Edad del Hierro) en la comunidad de Madrid, extrapolable al área de la submeseta sur en general. La existencia de lagunas en lo que respecta al ritual funerario es un hecho innegable. Hay que añadir igualmente, que a los hallazgos de esta área se les ha atribuido tradicionalmente una etiqueta de “pobreza”, quedando eclipsados ante la riqueza y monumentalidad de los registros arqueológicos de otros grupos culturales de la Península Ibérica, que proporcionaban un caudal superior de información. Aún faltando mucho camino por recorrer todavía, el conocimiento de estos pobladores de la Meseta aumenta paulatinamente, configurándose como un grupo cultural con entidad propia de notable interés, que estriba tanto en sus propios rasgos, como en las características resultantes de las influencias que recibe de los diferentes pueblos prerromanos limítrofes y con los que mantenían relaciones de diverso tipo. En lo que respecta a las necrópolis, hasta la fecha han sido escasas las excavaciones sistemáticas, existiendo además un problema añadido: el papel secundario dado a los estudios antropológicos de las cremaciones. De hecho, prácticamente hasta mediados de los 80 no empiezan a publicarse en nuestro país estudios de análisis óseos de este tipo. Hay que citar los trabajos tanto de Reverte (1985) como de Santonja Alonso (1985-1986), en necrópolis ibéricas; posteriormente, estos estudios se comienzan a practicar en el mundo celtibérico. En el caso de la necrópolis de Arroyo Culebro, la intervención en el campo permitió recuperar una treintena de enterramientos, que tras una cuidadosa delimitación fueron extraídos en bloque para la posterior excavación del interior, ya en el laboratorio. Esta labor reviste cierta complejidad dado el estado de las urnas y especialmente de los restos óseos, debido a que han sufrido un proceso altamente destructivo (la cremación en sí), al que se añade el deterioro provocado por procesos post-deposicionales. El resultado es una diferenciación evidente en el estado de conservación; además el interior de las urnas se presenta como un conglomerado de restos óseos y sedimento, y dependiendo de los enterramientos: ajuar metálico y/o cerámico, elementos líticos, presencia de carbones y manchas de ceniza, todo ello fuertemente compactado. La labor de recuperación de todos los elementos en el mejor estado posible es siempre importante, pero en el caso de los restos óseos es fundamental de cara al estudio antropológico y las relaciones ajuar-edad-sexo que pudieran establecerse; en el caso de las cremaciones, la extracción e identificación son especialmente difíciles, ya que los restos conservados son parciales, están fragmentados y deformados por la acción del fuego. Los enterramientos excavados presentan claras diferencias en el tratamiento de la urna, la asociación de elementos externos a la urna, o la presencia/ausencia de ele1

P.A.U. PP5, con sigla en Carta arqueológica Yac. D. 74/153.

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mentos de ajuar. En cuanto a este último aspecto, hay que señalar que se han documentado ajuares metálicos, recipientes cerámicos de diverso tipo y función, así como elementos líticos, carbones y manchas de cenizas (algunas de tamaño considerable), y restos óseos en el exterior de las urnas (que deben ser contrastados con el material localizado en el interior).También se constata la presencia de algún enterramiento sin urna asociada, que podría responder al patrón de deposición directa en la fosa, ampliamente documentado en otras necrópolis de este periodo. A continuación detallamos la metodología, proceso y análisis de excavación, y la información que se infiere.

PROCESO DE EXCAVACION

Radiografía interior urna 32

El objeto de nuestro estudio fueron 30 deposiciones susceptibles de ser enterramientos2. De ellas, una es una inhumación directa en el terreno, incompleta (nº 4); nueve son urnas cinerarias de tamaño medio y grande, completas o en estado bastante completo (nº 1, 2, 3 o, 10, 17, 21, 23, 27, 32), tres son recipientes cerámicos de pequeño tamaño, completos o bastante completos (nº 3 e, 20, 26) con restos óseos en su interior; trece son recipientes cerámicos arrasados por el arado y procesos diversos, de forma que no se ha conservado la totalidad de la urna (nº 5, 6, 7, 9, 11, 12, 13, 14, 15, 18, 19, 22, 24); por último, cuatro son probablemente deposiciones directas de huesos incinerados3, a veces acompañados de restos cerámicos (nº 25, 30, 31) y otras no (nº 8). La mayoría de las urnas habían sufrido distintos procesos de deterioro (debido al uso de arado, por la acción del agua y procesos de erosión de la zona, aplastamiento del sedimento y descabalgamiento del contenedor cerámico4, etc.), presentando un alto nivel de degradación en muchos casos, de forma que tuvieron que ser extraídas del yacimiento en bloques de sedimento. Una vez en el laboratorio se procedió a la clasificación del estado de las urnas para determinar el proceso de análisis y medidas a tomar en cada una de ellas. En algunas se practicaron placas de rayos X, previo al trabajo de laboratorio. La información que transmite este tipo de análisis podría ser discriminante a la hora de establecer que urnas deben ser excavadas o no, ya que permite establecer una estrategia de excavación, puesto que se puede comprobar la existencia de ajuar, su disposición en el interior, el tamaño medio de los restos óseos5, etc. 2 En la relación siguiente, no aparecen los números 16, 28 y 29; éstos son números de fosas dados sobre el terreno en los trabajos de campo, que luego se desestimaron, por no ser acumulaciones reales. 3 Según el equipo de arqueólogos que realizó el trabajo de campo, las fosas donde se documentaron los restos óseos respondían al patrón de deposiciones directas en el terreno. 4 En muchas de las urnas, la presión del sedimento había provocado la fractura del recipiente, y el desplazamiento de los elementos cerámicos, de forma que había fragmentos ligeramente “calzados” unos sobre otros; en otros casos, sólo se conservaba la mitad inferior o lateral de la urna, “desmochadas” por el arado. 5 El inconveniente de las radiografías es que presentan todos los elementos en un mismo plano; esperamos poder matizar su práctica o combinar con otras técnicas para conocer mejor la distribución espacial en el interior de las urnas. Parte de las radiografías se realizaron en una clínica privada, parte fueron practicadas por el Dr. Antonio Rosas en el servicio de rayos X del Museo Nacional de Ciencias Naturales.

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Necropolis de incineración

Las urnas completas o en un buen estado de conservación fueron excavadas sistemáticamente en el laboratorio. En la medida de lo posible, se mantuvo el contenedor cerámico mientras se excavaba, otras veces se fueron retirando los fragmentos sueltos de cerámica. Para excavar el sedimento se utilizó acetona químicamente pura, y en algún caso alcohol y agua. En la mayoría de las urnas, completas o no, el sedimento presentaba un aspecto compacto y una fuerte cohesión de los elementos que lo integraban (cenizas, carbones, huesos...), por lo que fue necesario disgregar las arenas y arcillas de distintas maneras para poder separar los huesos, elementos metálicos, etc. Debido al frágil estado de los huesos, fueron necesarios trabajos previos de consolidación durante y después de la excavación de los restos6. Todo el sedimento fue procesado posteriormente en una mesa de lavado de doble tamiz (matriz gruesa y matriz fina), para recuperar todos aquellos pequeños restos óseos que no se aprecian a primera vista en el proceso de excavación (dientes, huesecillos del oído, etc.). El sedimento limpio y tamizado es analizado en una lupa binocular para apreciar pequeños fragmentos de carbón, restos de metales, pinturas, etc.). En otros casos, no todo el sedimento es lavado, a la espera de analíticas diversas que nos permitan comprobar aspectos documentados en la investigación y establecer comparaciones con el resto de ésta y otras necrópolis. También la tierra externa ha sido conservada en parte para analítica y el resto ha seguido el mismo proceso de lavado de sedimentos.

ANALISIS DE LA NECRÓPOLIS ASPECTOS

GENERALES

La necrópolis contaba con una inhumación, el resto son cremaciones. La inhumación (enterramiento-fosa nº 4) presentaba una serie de restos óseos depositados en el terreno, de un color marrón claro, acompañados de algunos fragmentos cerámicos y algún diente de rumiante. Aparecieron dientes deciduales correspondientes a un individuo infantil; no es una inhumación completa, sin embargo, aparecen huesecillos del oído y otros de pequeño tamaño que normalmente no se conservan en los registros arqueológicos. En líneas generales, el resto de la necrópolis (que presenta rito de cremación), mantiene cierta similitud en cuanto a las urnas, su contenido, características de las cremaciones y otros procesos, reflejando una continuidad cronológica7. No obstante, cada uno de los enterramientos documentados muestra también una cierta identidad propia respecto a los demás, que se aprecia en varias diferencias: algunas de las urnas presentan modelos más 6 En los trabajos de excavación, consolidación y conservación provisional se ha contado con el asesoramiento y colaboración de las restauradoras Blanca Gómez-Alonso y Paloma Gutiérrez del Solar, pertenecientes al Laboratorio de Restauración y Conservación del Museo Nacional de Ciencias Naturales. 7 Según muestra el análisis de los restos óseos, existen individuos ancianos e infantiles, que podrían pertenecer al mismo momento o representar los cambios generacionales biológicos.

Consolidación de los huesos previa a su excavación. Excavación brazaletes y restos óseos interior urna. Mesa de lavado

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1. Carbones dentro de esta misma urna 2. Carbones en el sedimento de la base de la urna 20 3. Carbones y cenizas en base de urna 2 4. Carbones en un cuenco encontrado en el interior de la misma urna

Restos óseos de fauna en el interior del cuenco de la urna 2. Como puede apreciarse, los restos óseos humanos situados en el sedimento, ya fuera del cuenco, están quemados y fragmentados; los restos de animales situados en el cuenco están completos y no han sufridos proceso alguno de cremación

arcaizantes en su decoración, y otras, más modernos; lo mismo ocurre con el ajuar, conviviendo elementos más antiguos y más evolucionados (fíbula de doble resorte y pinzas de depilar en la misma urna8). El contenido óseo presenta distinto grado de cremación, hecho que puede estar en relación con una depuración gradual de la técnica de incineración utilizada. Por último, esta individualidad comentada también se manifiesta en la forma de enterramiento (inclusión o no de elementos de ofrenda, número de elementos que se incluyen, etc), dado la variabilidad del componente humano y social que supone cualquier rito funerario. Los elementos cerámicos que aparecen son de diversa tipología, con distinta funcionalidad (fundamentalmente tres: cubrición, urnas, cuencos y platos de ajuar) y distinta posición, tanto en el exterior como en el interior de la urna. Cenizas y carbones (algunos de gran tamaño), así como elementos líticos9, son localizados igualmente en el exterior y en el interior. Las cremaciones presentan restos óseos de tamaño medio y grande en la mayoría de los casos (12, 23, 32, etc.), aunque existen algunas con fracción muy pequeña, unas veces por responder a individuos infantiles y otras por haberse practicado una incineración intensa. Los huesos quemados también se documentan tanto en el exterior como en el interior de los recipientes funerarios). Por último, se han documentado restos óseos de animales, situados también en el exterior (nº 4) o en el interior (nº 2, 3º, 8 La fíbula, de sección rectangular y puente de cinta, corresponde al tipo 3B según la tipología de Argente Oliver. Este autor encuadra este tipo concreto de fíbula en el Hierro I y nunca más allá del siglo V. En la urna nº 9 apareció también una pinza de depilar, cuya cronología sería más moderna si atendemos a las referencias de Ruiz Zapatero y Lorrio (2.000) para la tipología de este elemento. 9 Hablamos de elementos líticos, puesto que ninguno presenta las características de industria lítica como tal; sin embargo, tanto en el interior como en el exterior se documentaron pequeños elementos con forma de pirámide truncada, a veces quemados y otras no; también destaca un elemento cruciforme aparecido en la base de la nº 26, único en la necrópolis en cuanto al material empleado y forma.

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Necropolis de incineración

17), y el mismo patrón se repite para los elementos metálicos. Ninguno de los huesos de animales10 aparecieron quemados. Este es un dato interesante, puesto que están mezclados con los huesos humanos incinerados, los carbones y las cenizas. La mayoría de los objetos metálicos tampoco parecen haber sufrido la acción del fuego. Hubo, por tanto, dos momentos, el de la cremación y el de la inclusión de elementos en el enterramiento.

AJUAR

CERÁMICO

Como ya hemos señalado anteriormente, se detecta variabilidad tanto en lo que respecta a la presencia / ausencia de elementos cerámicos, como en la disposición de éstos dentro del enterramiento. El tipo más sencillo de enterramiento constaba de la urna de incineración sin ningún elemento cerámico de ajuar asociado (nº 1, 23, 26). Otro tipo son urnas con distintos elementos cerámicos en el exterior; un ejemplo bien documentado es el caso del conjunto funerario nº 13, compuesto por un pequeño cuenco invertido depositado al lado de la urna. En el interior de la urna, destaca la presencia de un recipiente con pie de copa. Existen otras urnas con elementos asociados a modo de cubrición, aunque debe señalarse que no aparecen completos (nº 32).

Pequeño cuenco depositado al lado de la urna 13

Otra variante serían aquellas urnas que contenían pequeños recipientes como cuencos o platos: · En el caso de los nº 3 o, 3 e, 11, 12, 14, 17, 24 son sólo fragmentos. · Dos de estas urnas contaban en la parte superior con un pequeño cuenco bruñido de superficie oscura, con factura cuidada y carena (nº 21 y 32). · Finalmente, algunos de los enterramientos contaban con un pequeño cuenco rojizo en el interior combinado con pequeños platos (nº 2 y 5), o el enterramiento estaba constituido por pequeños contenedores cerámicos invertidos (nº 13, 20). La mayoría de estos recipientes de pequeño formato están relacionados con individuos infantiles.

ANÁLISIS

ÓSEO

Podemos hablar de una buena representatividad de las distintas partes del cuerpo. Los restos de la mayoría de las urnas corresponden fundamentalmente a fragmentos de tamaño medio y grande de huesos largos y costillas; a fragmentos, también de tamaño medio, de cráneo (algunos con sutura11, una de éstas presenta las carac-

Plato y pequeño cuenco depositados en el interior de la urna 2

10

Existe una tercera falange de carnívoro perforada en la urna nº 17, con rasgos de haber sufrido la acción del fuego. La perforación clara que presenta nos hace considerarla como un elemento de ajuar de adorno personal (colgante) y no incluirla dentro de los restos óseos de animales, ya que presenta características completamente distintas al resto del grupo: es el único carnívoro documentado, está quemado, perforado, etc. Ninguno de los otros restos animales presenta estas características.

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1. Distintos fragmentos de huesos largos y costilllas 2. Coxal encontrado en urna 10 3. Radio en proceso de excavación 4. Huesos wormianos 1. Huesos blancos y de color marfil, coloración que domina en los huesos de la necrópolis 2. Huesos con color gris y azul 3. Huesos de color negro en la urna 12 y proporción de variedad de colores en la misma urna

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terísticas de un hueso wormiano, y además han aparecido dos huesos wormianos, completos y claramente identificables, ver fig. 6d), . En menor proporción, contamos con falanges, algún metápodo y elementos del tarso (astrágalos, calcaneos, etc). Se han conservado algunos fragmentos de la cavidad glenoidea del coxal (ver fig. 6b) y varias superficies articulares. Los fragmentos de dientes son escasos debido, en parte, a la incidencia del fuego sobre estos restos. La mayoría de los huesos son de color blanco o marfil, aunque existe algún resto de cráneo y huesos largos o fragmentos de costilla con una coloración azul-grisácea. (nº 19). En otras urnas, sin embargo, domina el color marrón oscuro y negro en restos de gran tamaño (por ejemplo, la nº 12). Algunos autores han comentado estos cambios de coloración (Bonucci y Graziani, 1975; Shipman et al., 1984). Fernández Jalvo y Perales Piquer (1990) llevaron a cabo un proceso experimental en el cual analizaron los cambios de color, textura, dimensiones y fracturas de los huesos dependiendo de la proximidad al fuego. Como resultado, los huesos más alejados no sufrían apenas alteraciones; los de la zona media presentaban color marrón a negro con áreas grisáceas, los arrojados al

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área central presentaban coloraciones graduales de gris a blanco, y agrietamiento en mosaico. El efecto de la cremación se manifiesta también en la frecuencia de fracturas en “mosaico” y hendiduras a modo de “uña” (fractura concoidea), característicos de los restos óseos incinerados. En los restos estudiados aparecen continuamente morfotipos de ambas estructuras. La talla y morfología corresponden en general a individuos adultos. No se puede confirmar todavía sexo, ya que no se ha encontrado ningún hueso completo que permita hacer un análisis discriminativo. Sin embargo, el grosor de la sección de los fragmentos entra dentro del rango de lo habitual en individuos masculinos (que dominan la muestra). Los restos continúan en estudio y su análisis morfométrico permitirá diferenciar los individuos en algunos casos.

ELEMENTOS

METÁLICOS

El material metálico dominante en la necrópolis es el bronce. No aparece ningún elemento de hierro en el interior de las urnas, a pesar de que algunos de los huesos presentaban manchas anaranjadas, típicas del contacto con este metal (nº 9, 30,). Sólo en el exterior de la urna 32 apareció un elemento de hierro, oxidado y muy alterado. Dos urnas presentan un ajuar metálico especialmente rico respecto a las demás (17 y 32). En la urna 32 se llegaron a documentar 22 brazaletes en el interior (a tres de ellos les falta un fragmento) y uno en el exterior. La mayoría son de sección cuadrada o rectangular, y puntas rectangulares aplanadas. Algunas de ellas presentan decoración a base de unas pequeñas protuberancias o bolitas en relieve en línea continua. También ha aparecido un anillo de sección circular, de pequeño tamaño que aparentemente no presenta decoración. La tumba nº 17 contaba igualmente con 4 brazaletes de bronce, fragmentos de otros, un fragmento de broche de cinturón, etc. Ambos enterramientos contaban además con elementos metálicos diversos en el exterior de las urnas.

Fracturas concoideas y en mosaico Fracturas en curva y concoideas

Existe algún brazalete de pequeño tamaño asociado a urnas o recipientes con restos infantiles (nº 20), y que mantiene modelos de brazaletes asociados con restos de adultos. Otros elementos de ajuar metálico destacables que fueron recuperados son fragmentos de placa o broche de cinturón, una fíbula de doble resorte, fragmentos espirformes dentro y fuera de las urnas, pinzas, así como algún aro. En otro capítulo de este mismo volumen se detallan las características y tipología de estos materiales.

Brazalete junto a restos de cráneo infantil en urna 20

11 El estado de cierre de las suturas ha sido utilizada por distintos autores para análisis de edad. La frecuencia de aparición y morfología similar de huesos wormianos se estudia para establecer asociaciones endogámicas y distancias de población entre grupos.

263


DISTRIBUCIÓN

ESPACIAL

Alrededor de las urnas se esparcen huesos, cenizas, carbones de gran tamaño, objetos metálicos y fragmentos cerámicos. La cantidad y tamaño oscila de unas a otras. La distribución de los elementos metálicos parece ser aleatoria en el interior de las urnas, aunque dominan en la parte media e inferior del recipiente. Cuando hay ele-

1. Urna 2. Estado inicial de la urna previa a la excavación del interior 2. Comienzo de la excavación del cuenco. Aspecto final del sedimento y restos óseos animales situados en el fondo del cuenco 3. Pequeño cuenco situado en el interior y estado general del sedimento. Éste varía de la zona superior a la zona media e inferior, y existe en estas dos secciones mayor frecuencia de huesos y carbones 4. Restos óseos animales aparecidos en el plato que sellaba el cuenco inferior

264

1

3

2

4

mentos metálicos en el interior de la urna se suele corresponder con metales también (completos y fragmentos) en la base externa de la urna (3, 17, 20, 32, etc.). Sobre la distribución de los cuencos y platos dentro de las urnas, ya hemos comentado algo en apartados anteriores: hay elementos que aparecen en la parte inferior de la urna (por ejemplo, el recipiente con pie de copa en la urna 13), en la parte media (urna nº 2) y en la parte superior (nº 21 y 32). Un caso claro y excepcional de distribución espacial lo supone el enterramiento nº2. Éste estaba formado por una urna de gran tamaño, de forma ovalada. En su interior se documentaron hasta tres elementos cerámicos: los fragmentos de un plato, un segundo plato de menor tamaño debajo de éste, y un pequeño cuenco. Cada uno de los elementos cerraba el anterior. El primer plato tiene una tamaño mayor que la boca de la urna, por lo que debió ser introducido ya fragmentado en la urna. El segundo plato presentaba varios huesos de un ovicaprino (sin quemar), entre ellos una escápula completa, mezclados con otros restos óseos incinerados. Alrededor de este plato y del cuenco que sellaba este plato había numerosas vér-


Necropolis de incineración

tebras de un rumiante juvenil (nuevamente sin quemar) y huesos humanos quemados de un individuo infantil. En el interior del pequeño cuenco rojizo únicamente apareció sedimento, carbones y tres restos de un pequeño rumiante (un carpal y dos huesos largos), depositados en el fondo del cuenco, que estaba ligeramente inclinado hacia un lado, evitando así que estos restos se rompan. Los restos que aparecen debajo del cuenco si presentan numerosas fracturas. Por último, el sedimento de la parte superior de la urna y el del interior presentan notables diferencias (color, textura).

4 1

5

Otro caso especial es el nº 32; esta urna se encontró completa, con unas piedras 2 y fragmentos de cerámica externos que tapaban la urna. Dentro de la propia vasija cineraria se documentó en la parte superior un cuenco negro bruñido de pequeño formato, relleno de sedimento y un fragmento de cerámica. Debajo de éste aparecieron restos óseos muy fragmentados y aplastados por el contacto directo con el cuenco. La 3 6 colocación del elemento de ofrenda afectó al material óseo, siendo evidente que el resto de los huesos (en capas inferiores o al lado del cuenco y rodeados de tierra) se conservan en mucho mejor estado. La mayoría de los elementos metálicos aparecieron debajo del cuenco y los restos óseos mencionados, sin embargo, el único elemento metálico que se documenta al lado del cuenco aparece hincado, mientras que los que están en las capas inferiores están en posición horizontal o ligeramente inclinados

CONCLUSIONES La combinación de una inhumación y de cremaciones responde a un birritualismo que se documenta igualmente en otras necrópolis de este periodo. Otra característica de la necrópolis es la presencia de tres formas de deposición de los restos funerarios: 1) Cremaciones depositadas directamente en el suelo sin ajuar asociado. 2) Cremaciones depositadas en el suelo con un recipiente invertido a modo de tapa. 3) Cremaciones depositadas en urna. Todas estas deposiciones son secundarias. Las urnas presentan elementos variados con distinto tratamiento; los restos quemados son humanos, pero éstos pueden aparecer mezclados con huesos de animales y piezas de metal sin quemar. Por

Distintas fases del proceso de excavación de la urna 32 1. Estado inicial 2. Cuenco aparecido dentro de la urna, rodeado de huesos y un brazalete hincado, cuando ya se ha excavado el interior del pequeño recipiente 3. Huesos y nuevo brazalete una vez extraído el cuenco y los huesos inmediatamente inferiores a él 4. Diferentes brazaletes encontrados en la fase de excavación; junto a la pulsera superior se aprecia un anillo, en perfil 5. Brazaletes en el fondo, momentos de limpieza para su extracción 6. Final de la excavación, fondo urna

265


tanto, los elementos de ajuar y de ofrenda forman parte del rito, pero no son afectados por el acto de la cremación. Su inclusión se hace posteriormente. Hay una clara intencionalidad de introducir una serie de elementos: los restos óseos animales clasificados por espacios y sin quemar (mezclados con huesos quemados); la tierra o sedimento en recipientes sin mezclar, dentro de urnas con una tierra distinta, la propia distribución de la tierra; los diferentes elementos cerámicos dentro de las urnas y lo que contiene cada uno de ellos. No obstante, desconocemos la verdadera causa y naturaleza de esta intencionalidad. En el caso concreto de los restos óseos animales, algunos autores plantean las hipótesis de banquetes funerarios colectivos u ofrendas animales. Entrando en otros aspectos del ritual de cremación propiamente dicho, no hay indicio alguno de que los huesos de esta necrópolis hayan sido lavados. Las fracturas que presentan los huesos, su estado y el tamaño, difícilmente hubieran sobrevivido a procesos de incineración, lavado, clasificación, etc. Por otro lado, durante la excavación de las urnas se documentó, tanto en el interior como en el exterior de las mismas, carbones y manchas de ceniza procedentes del ritual, que se habrían perdido en el caso de que los huesos que los acompañaban se hubieran lavado. Los carbones son de gran tamaño o muy abundantes en algunos casos.Todo ello podría responder al patrón defendido por algunos autores como Reverte (1990), que mantiene que con algún tipo de recipiente se recogían los restos de la cremación, y entre estos restos, aparte del material óseo, se encontrarían tanto carbones como cenizas. Algunos enterramientos presentan una mayor riqueza de ajuar. El ajuar metálico dominante en la necrópolis está realizado en bronce, en objetos que podrían agruparse en dos bloques: de adorno o de aseo personal12. El primer grupo sería el más representado: una fíbula, numerosos brazaletes, algún aro, dos fragmentos de broche de cinturón... En cuanto al aseo personal, destaca la presencia de unas pinzas. Un curioso elemento de ajuar es la tercera falange de carnívoro perforada (colgante), presente en la tumba 17. En líneas generales, los restos exhumados mantienen similares características en toda la necrópolis, correspondiendo tanto la tipología de los materiales como los aspectos de ritual funerario a una población indígena situada cronológicamente en el Hierro I. Parte de los materiales se encuentran en fase de consolidación, restauración y continúan en estudio. Esperamos aportar aún más datos en el análisis definitivo, que será publicado una vez finalizados los trabajos de restauración, preparación de los materiales y de investigación.

A GRADECIMIENTOS Queremos agradecer el apoyo y asesoramiento recibido en todo momento tanto del Dr. Jorge Morales, como de las retauradoras Blanca Gómez-Alonso y Paloma Gutiérrez del Solar. También queremos agradecer la generosa ayuda prestada por Ángel Collado Burgos.

12

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No se ha documentado ningún elemento de equipo armamentístico.


Análisis antropológico de los restos óseos aparecidos en el yacimiento B del P.P.5 - PAU Arroyo Culebro (Leganés)

ELENA NICOLÁS CHECA


INTRODUCCIÓN El objeto del presente trabajo es el análisis de los restos humanos aparecidos durante la excavación de urgencia del PP5 PAU Arroyo Culebro, sito en el término municipal de Leganés (Madrid). Según la documentación recibida acerca de la procedencia de dichos restos conocemos que se trata de un yacimiento de cronología hispanovisigoda en el que se han excavado distintos fondos: · Fondo XXI. Unidad estratigráfica 43/6. INDIVIDUOS 1 y 2. · Fondo XXXV. Unidad estratigráfica 71/6. INDIVIDUO 3. · Fondo XI. Unidad estratigráfica 23/7-8. INDIVIDUOS 4A y 4B. · Fondo XI. Unidad estratigráfica 74/151. INDIVIDUO 5. (En un nivel superior al anterior, aunque asignado a la misma ocupación.)

OBJETIVOS Se plantean como objetivos de este estudio: 2.1. Averiguar el número mínimo de individuos (NMI) depositados en el lugar destinado al enterramiento o a la acumulación. 2.2. Describir su estado de conservación. 2.3. Conocer la mayor cantidad de datos antropológicos de cada individuo representado (partes del esqueleto conservadas, sexo del individuo, estatura, edad de muerte, enfermedades padecidas conocidas a partir de las patologías odontoesqueléticas, causa de muerte, etc.), si fuera posible averiguarlos. 2.4. Reconocer la existencia o no de una continuidad anatómica y morfológica entre estos individuos y los hallados en otros silos del mismo yacimiento y/o de la misma época. 2.5. Proporcionar las referencias suficientes para facilitar el inventario y catalogación de restos, para una posible ampliación posterior del estudio, musealización, o investigación de alguna característica en particular.

MATERIAL Y MÉTODOS 3.1. Análisis. La inspección de los cráneos se realiza desde distintos puntos de observación (normas) describiendo la existencia o no de características físicas particulares y/o llamativas. Si los restos no articulan por ser demasiado fragmentarios, se describen por separado. No se ha realizado un estudio métrico exhaustivo de los restos, por su carácter fragmentario y escasa representatividad. Para trabajar con el cálculo de la estatura, se consideran únicamente los huesos largos que estén completos y con sus epífisis fusionadas. Las estimaciones de estaturas de esqueletos realizadas a partir de huesos incompletos, cuyas dimensiones se

271


introducen en fórmulas de regresión, adolecen de precisión y repetibilidad y acumulan un error grande (Olivier et al., 1978) y no las realizaremos aquí. 3. 2. Restauración. Se han recibido los restos óseos adecuadamente embalados en cajas y bolsas, etiquetados según la documentación mencionada. Sin perder nunca esta referencia, los restos se han lavado con cepillo suave y se han consolidado o restaurado cuando era necesario para proceder a su estudio y catalogación. La restauración de los restos para la reconstrucción de estructuras enteras como cráneos o huesos largos completos se ha realizado con pegamento Imedio, que tiene las características ideales por su reversibilidad con disolventes de tipo orgánico (Ej. acetona). Su utilización disuelto en acetona está recomendada por proporcionar una consolidación y pegado reversibles, quedando así preparados para cualquier estudio, investigación o proyecto expositivo. 3. 3. Representación gráfica. En el presente trabajo están recogidos los registros conservados así como las características más llamativas y patologías odontoesqueléticas de los mismos. Igualmente, los restos se representan gráficamente en su totalidad, (o en su defecto en la norma de la que se tenga mayor representación de registro), sobre los esquemas de registro de datos antropológicos de Haas et al.(1994). Siempre y cuando ésta haya resultado necesaria o suficientemente esclarecedora, se ha aportado además información radiográfica. Las radiografías fueron realizadas con un equipo Trophy Irix 70, con una exposición de 70kv, 8 ma, 0,24 seg., para una película de tipo D.

DESCRIPCIÓN DE LOS RESTOS HUMANOS La ubicación de los restos excavados y los detalles del proceso pueden consultarse en el estudio arqueológico. Los restos recuperados, estudiados desde el punto de vista antropológico, son los que se describen a continuación:

I N D I V I D U O 1. Y A C I M I E N T O B. S E C T O R B. F O N D O X X I , U . E . 4 3 / 6 Los restos aparecen en una matriz arcilloarenosa de color negruzco, y aunque muy fragmentados, en general, es uno de los esqueletos más completos y mejor conservados. Los restos de este individuo aparecen en conexión anatómica en

INDIVIDUO 1 Totalidad de los restos recuperados

272


Informe antropológico

su gran mayoría. El Individuo 1 parece haber sido depositado sobre el Individuo 2, en la misma dirección aunque en sentidos opuestos, de forma que los cuerpos aparecen “cruzados”. Restos craneales, maxilares y mandibulare s

El cráneo, el maxilar y la mandíbula aparecen incompletos y fragmentados. El cráneo es muy masivo y está fragmentado en su área parietal derecha. En norma superior el cráneo es ovoide y muy alargado anteroposteriormente, claramente dolicocefálico. Presenta suturas muy complicadas, dendritiformes o laberínticas que están fusionadas en algunos puntos. Se preserva la parte izquierda del maxilar con el primer y segundo molar superiores. Se conserva la hemimandíbula izquierda, con la parte alveolar de los incisivos (también los derechos), las piezas dentarias I2 - M3 y toda la rama ascendente.

Fondo XXI. Individuos 1 y 2

Individuo 1. Detalle del M1 y M2 superior izquierdos del Individuo 1 en vista vestibular. Se aprecia la formación de reacciones apicales infecciosas en las raíces bucomesial y bucodistal de ambos molares. En vista lingual se aprecia la caries invasiva de ambas coronas molares, con la práctica destrucción de la totalidad de las mismas, sobre todo distolingualmente en el M1 y casi completamente en el M2. Imagen radiográfica de los molares maxilares del Individuo 1, que muestra las dimensiones internas de los focos infecciosos periapicales originados por la caries de ambos molares, y su desarrollo en el hueso. Se distinguen también los alveolos de las raíces del tercer molar; que estuvo presente y erupcionado en vida. Detalle de la región supraorbitaria izquierda del Individuo 1, en la que se aprecia una incisión profunda, de bordes nítidos, redonda, de sólo unos milímetros de diámetro. No tiene aspecto de ser una metástasis, o cualquier otra lesión osteolítica de origen neoplásico. Podría tratarse de una erosión craneal, una lesión traumática corriente, puesto que un orificio circular con estas características puede haber sido realizado con un objeto punzante. Sin embargo este episodio es difícilmente valorable.

Restos del esqueleto poscraneal

Se han conservado todas (7) las vértebras cervicales (incluidas atlas y axis), dos vértebras torácicas completas, 5 cuerpos vertebrales torácicos y vértebras lumbares. Hay varios fragmentos de costillas relativamente completas. Se han recuperado dos huesos coxales fragmentados, porosos y rotos a nivel acetabular, con la escotadura ciática incompleta por estar roto el hueso a ese nivel. Se conservan también dos fragmentos proximales de clavículas, con diversos fragmentos de la zona esternal y un fragmento articular de la escápula.

273


De las extremidades se conservan dos húmeros con fuertes inserciones musculares, ligeramente más desarrolladas en el lado derecho. El húmero izquierdo presenta fractura antigua a nivel medio. Hay dos cúbitos completos, también con marcadas inserciones musculares. Se han recuperado dos radios completos a excepción de la parte distal del radio derecho. Se conservan las dos tibias (la derecha tiene fractura antigua en su tercio inferior). Más huesos conservados: la rótula derecha, los calcáneos (2), astrágalos (2) y 10 metatarsianos (2 pies enteros). Además hay nueve falanges proximales y una falange media. De las manos se conservan huesos carpianos (escafoides, piramidal, semilunar, ganchudo y hueso grande del carpo).

I N D I V I D O 2. Y A C I M I E N T O B S E C T O R B. F OSA X X I , U . E . 4 3 / 6

INDIVIDUO 2. Totalidad de los restos recuperados

Los restos están rodeados de una matriz arcillo-arenosa marrón. Se ha conservado bien el cráneo aunque reconstruido a partir de numerosos fragmentos. En la mandíbula, el esplacnocráneo y el neurocráneo se detecta una curiosidad tafonómica. Se aprecia una peor conservación y una coloración diferencial de los huesos del lado derecho que afecta al hemicráneo y a las series dentarias inferior y superior, así como a la tabla externa mandibular. La pigmentación diferencial (más oscura) que presentan algunos de los restos probablemente podría atribuirse a diferencias de exposición durante el enterramiento.

Restos craneales, maxilares y mandibulares.

El cráneo reconstruido aparece bastante entero y bien conservado. En norma superior, su aspecto es similar al del Individuo 1, claramente dolicocéfalo y elipsoide alargado. En norma frontal se aprecian las diferencias de conservación entre el lado derecho y el izquierdo. El frontal se conserva completo, pero el malar, la órbita y la región nasal se fracturaron y no se han recuperado. En norma lateral izquierda está muy completo salvo por la escama temporal y la región parietal del pterion. Falta el arco zigomático. En norma lateral derecha falta el arco zigomático y parte de la escama temporal, la región del pterion y el malar. Se ha perdido también toda la base del cráneo.

274


Informe antropológico

El maxilar superior conserva todas las piezas, desde el M3 izquierdo hasta el derecho, con la salvedad de que los terceros molares aún se encuentran por debajo del plano oclusal, sin erupcionar. La mandíbula está fragmentada a nivel de la región goníaca derecha y a nivel de la región sinfisaria central entre el canino y el incisivo lateral derecho (I2). Se han recuperado la totalidad de los dientes a excepción del incisivo inferior central derecho.

Individuo 2. Maxilar izquierdo y los dientes que conserva. Se puede observar que el tercer molar aún no ha completado su desarrollo y permanece dentro de su cripta. Este individuo retiene el canino superior izquierdo deciduo.

En la imagen radiográfica se puede apreciar la retención del canino deciduo (diente de leche), mientras que el canino permanente está incluido en el paladar. Se trata de una alteración en la erupción de dicha pieza. Dicho diente nunca llegó a erupcionar y había generado un foco infeccioso en su cripta. En el lado derecho del maxilar, disgregado, se pudo observar que el canino permanente había erupcionado con normalidad, y llevaba años siendo perfectamente funcional.

Restos del esqueleto poscraneal

Se han recuperado vértebras completas (cervicales, torácicas, lumbares, sacras sin fusionar) y algunos fragmentos vertebrales, además de dos fragmentos de ambas escápulas. Aparecen 22 restos de costillas, algunas completas, la mayoría fragmentadas. Se conservan ambos húmeros, derecho e izquierdo, pero ningún elemento más de los miembros anteriores (cúbitos, radios o carpianos). De los huesos de la cadera se ha recuperado el ilion izquierdo, una parte del ilion derecho; los isquion izquierdo y derecho, el pubis izquierdo y derecho. Se han recuperado ambos fémures, sin epífisis proximales y con epífisis distales, además de las dos patellas y ambas tibias con sus epífisis proximales, además de un metatarsiano.

I N D I V I D U O 3. Y A C I M I E N T O B S E C T O R B , F OSA X X X V , U . E . 7 1 / 6 Los restos están embutidos en una matriz arcillo-arenosa de color marrón pardo. Los restos craneales recuperados presentan un alto grado de fragmentación. Sobre el nivel de acumulación de restos humanos han sido arrojados carbones que han provocado que distintas partes de los huesos sobre las que estos han estado en

275


INDIVIDUO 3 Totalidad de los restos recuperados

contacto, aparezcan rubefactadas, con una coloración más oscura y rojiza en las proximidades del contacto.

Restos craneales, maxilares y mandibulares

Está representada la parte izquierda del cráneo, incluyendo, en norma frontal, la región glabelar, el hueso frontal y el techo de la órbita izquierda; en norma lateral izquierda el hueso parietal (aunque una parte de él se ha fragmentado y perdido), el temporal y la apófisis mastoides, y un tercio del hueso occipital. Gran parte del hueso occipital se ha perdido y en norma basilar sólo queda la zona de los conductos auditivos y el hueso petroso de la zona temporal. Como en los dos cráneos anteriores, la dolicocefalia (cráneo muy alargado anteroposteriormente) también es un rasgo muy característico presente en este cráneo. El hemimaxilar superior izquierdo recuperado preserva la serie dentaria desde el I2 hasta el M2 (a excepción del P4), el seno maxilar izquierdo casi completo, el arranque del proceso malar y la parte izquierda de la apertura piriforme. Se ha perdido el proceso alveolar de la tuberosidad maxilar, y también el M3 en desarrollo, aún no erupcionado. Se conserva una parte del cuerpo mandibular izquierdo, desde el M1 hacia atrás y casi la totalidad de la rama ascendente, a excepción del área goníaca y la región articular del cóndilo. La cripta del tercer molar se ha conservado y la pieza está dentro. Se radiografía para conocer su estado de desarrollo y la edad de muerte del individuo. Se conservan 10 piezas dentarias, 5 superiores in situ en el maxilar (I2-P3 izqdos; M1-M2 izqdos); cuatro inferiores: M1-M3 izquierdos (el M3 oculto in situ), y un M1 inferior derecho aislado. La morfología de la última pieza se corresponde con la de un cuarto premolar (P4) superior derecho, y del cual solamente se conserva la corona. Alteraciones presentes en huesos y dientes: en distintas zonas del cráneo o los dientes, hay pequeñas regiones de hueso que presentan una coloración más oscura

276


Informe antropológico

rojiza que se interpreta como una rubefacción del hueso por causa de la temperatura elevada.

Maxilar del Individuo 3 en el que se aprecia el episodio de hipoplasia de esmalte dentario, bien registrado sobre el canino superior izquierdo.

Imagen radiográfica en la que se observa el estado de desarrollo del tercer molar del Individuo 3. Podemos así hacer una estimación más precisa de su edad dentaria y esquelética.

Techo de la órbita izquierda del Individuo 3 en el que se aprecia la perforación del tercio anterior de la misma (cribra orbitalia).

Restos del esqueleto poscraneal recuperados

Entre los restos que permiten ser identificados, están: cuerpos vertebrales, y una epífisis anular completa sin fusionar. De los miembros inferiores se conserva un fragmento proximal fémur izquierdo (no presenta fusión epifisaria y falta el tercio distal y la zona del trocánter), un fragmento de tibia izquierda (epífisis proximal perdida, distal incompleta, no fusión), fragmento distal de peroné, epífisis distales de ambas tibias y una patella inmadura. Huesos del tarso: astrágalos izquierdo y derecho (muy pneumatizados), calcáneo izquierdo (no presenta fusión epifisaria del talón, muy pneumatizado), fragmentos varios (5) y huesos tarsianos (6), y metatarsianos (8), con epífisis sin fusionar.

I N D I V I D U O 4A. Y A C I M I E N T O B. S E C T O R B. F O N D O X I . U . E . 2 3 / 7 - 8 En un primer vistazo a los huesos, antes de ser lavados y preparados para su estudio, observamos que hay restos que pertenecen a más de un individuo, al menos dos distintos que denominaremos a partir de ahora Individuo 4A, e Individuo 4B. A partir del registro fotográfico y planimétrico del momento de la excavación podemos inferir la existencia de una cierta conexión anatómica entre algunos de los restos que pertenecen a este Individuo (4A). Individuo 4A. Existencia de cierto grado de conexión anatómica (cráneo, mandíbula, hueso coxal).

277


INDIVIDUO 4A Totalidad de los restos recuperados

Restos craneales, maxilares y mandibulares

En el cráneo incompleto, polifragmentado apreciamos el frontal prácticamente completo faltando una porción situada por debajo de la escotadura frontotemporal, ambos parietales y el hueso occipital, que es abultado. Se observa una gran longitud anteroposterior, dolicocéfalo de la clase esfenoide. En norma basilar, falta casi todo el basicráneo, habiéndose conservado la parte petrosa y mastoide de los huesos temporales. En norma lateral izquierda están presentes el ala mayor del esfenoides, la escama temporal, el arco zigomático y el hueso malar, además del temporal y el parietal, que están prácticamente completos. En norma lateral derecha aparecen también esfenoides, temporal y parietal. Las apófisis mastoides son grandes y están proyectadas. Existe una mandíbula fragmentada en tres partes. Se conservan enteras ambas ramas ascendentes y falta parte de la apófisis coronoides izquierda, así como ambos extremos del cóndilo. En el cóndilo derecho falta el extremo interno. El individuo conservaba todas las piezas dentarias, siendo duda únicamente el primer premolar, del que no se conserva ningún fragmento de alveolo. El desgaste de los antagonistas permite inferir que la pieza estaba presente en el momento de la muerte del individuo. El maxilar aparece fragmentado en dos a nivel de la sutura palatina. Conserva todas las piezas de la arcada a excepción del M3 derecho, aunque se sabe que esta pieza estaba presente in vivo por el acusado desgaste observado en su antagonista mandibular. Depósitos de sarro de moderados a abundantes en la serie molar derecha vista por la cara lingual. No se aprecian caries en las piezas mandibulares recuperadas, pero los depósitos de sarro denotan una ausencia total de higiene oral en estas poblaciones. También puede observarse un importante grado de atrición dentaria.

278


Informe antropológico

Presencia de una pieza supernumeraria (polidoncia) entre el incisivo lateral derecho y el canino. Debido a la semejanza morfológica en corona y raíz entre ambas piezas, resulta complicado averiguar cuál de las dos piezas es la supernumeraria.

Caries severa en la cara distal del segundo molar superior derecho en el Individuo 4A. Se aprecia una clara invasión de la cámara pulpar, y los forámenes apicales están sobredimensionados. Es probable que se produjera un cuadro de dolor agudo que permaneciera hasta que sobrevino la necrosis pulpar.

Algunas vértebras del Individuo 4A presentan rebordes osteofíticos pronunciados. La cuarta lumbar presenta en su parte superior rebordes óseos muy marcados, algunos del lado derecho en forma de “pico de loro”. Restos del esqueleto poscraneal recuperados

Se han recuperado partes del esqueleto axial: la vértebra prominente, una de las últimas torácicas (T9) y cuatro de las vértebras lumbares (L1, L2, L4 y L5); la parte central posterosuperior del sacro (cresta sacra media superior); algunos fragmentos de costillas aisladas que podrían pertenecer a cualquiera de los dos individuos. De las cinturas, se conserva un fragmento de escápula derecha, ambos coxales, aunque fragmentados; el derecho con la cavidad cotiloidea y la articulación sacra, pero sin pubis, isquion ni ala iliaca y el izquierdo, aproximadamente similar. Además algunos fragmentos aislados de cresta ilíaca supraauricular. Huesos de la cadera pertenecientes al Individuo 4A. Estos coxales presentan una escotadura ciática con un ángulo relativamente cerrado. De los miembros superiores está presente un húmero derecho robusto, bastante completo, con la impresión deltoidea bastante marcada. De los inferiores, un fragmento de diáfisis de tibia robusta, un fragmento proximal de peroné derecho y el tercio medio del peroné izquierdo, robusto y con crestas muy marcadas.

INDIVIDUO 4B. YACIMIENTO B. SECTOR B, FONDO XI. U. E. 23/7-8 Los restos de este individuo aparecen relativamente mezclados con los del anterior, en un mismo conjunto, pero, en las fotografías y mapas de excavación no aparece ningún conjunto ordenado o en conexión anatómica reconocible.

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INDIVIDUO 4B Totalidad de los restos recuperados

Restos craneales, maxilares y mandibulares

No se han recuperado restos craneales (salvo pequeños fragmentos) que pudieran asignarse a este individuo con toda seguridad. Se ha recuperado una mandíbula con fractura postmortem a nivel de la sínfisis. Se ha perdido el reborde alveolar entre el C izquierdo y el P4 derecho. Falta la rama ascendente izquierda; la derecha está casi completa, salvo por la apófisis coronoides. Se conservan varios dientes como el M3 y M2 derechos, P4 a C, además del M2 y M3 izquierdos. Posiblemente el grupo incisivo anterior estuvo presente, ya que existen los fondos alveolares, pero ha habido pérdida postmortem. Las ramas mandibulares tienen una orientación dirigida fuertemente hacia la parte posterior creando un ángulo goníaco muy obtuso. Se ha recuperado también un fragmento de maxilar izquierdo con algunas piezas dentarias (I2 izquierdo hasta P4 izquierdo).

Restos maxilares y mandibulares del Individuo 4b, con pérdida, en la mandíbula, del reborde alveolar entre el canino izquierdo y el segundo premolar derecho, y pérdida de la rama ascendente izquierda. La serie molar inferior presente del lado izquierdo se encuentra mesoangulada, y el grupo canino-premolar, ligeramente distoangulado. La osificación alveolar tras la pérdida de la pieza dentaria y las subsiguientes migraciones de los grupos dentarios requieren períodos relativamente largos, como debió ocurrir también en este Individuo 4b. Se aprecia también una de las caries de este individuo, en el tercer molar izquierdo, en su cara interproximal (mesial).

280


Informe antropológico

Restos del esqueleto poscraneal recuperados

Se conservan algunas vértebras aisladas, de aspecto grácil: la mitad derecha de la primera vértebra cervical(atlas), el axis, y las cinco vértebras cervicales restantes. Existen otros fragmentos indeterminados, que pueden ser de este o del otro individuo. Lo mismo ocurre con algunas costillas, que son restos de difícil asignación. Se ha recuperado un sacro completo, sin presencia de vértebras coccígeas. Se han recuperado ambos huesos coxales, bastante completos, un fragmento proximal de húmero derecho, y los dos tercios distales del húmero izquierdo. Además, un fragmento proximal de cúbito izquierdo, un tercio distal de cúbito derecho, el radio derecho completo (longitud=230 mm.), y algo menos de la mitad distal del radio izquierdo. Se han recuperado ambos huesos coxales bastante completos del Individuo 4b. Ambos agujeros obturadores presentan exostosis y picos óseos en su zona anterosuperior. La escotadura ciática, amplia y abierta, así como la presencia de sulco preauricular marcado indica que los restos del Individuo 4b pudieron pertenecer a un individuo de sexo femenino. Igualmente, aparecen dos huesos del carpo, semilunar y pisiforme izquierdos, el II, III y IV y V metacarpiano izquierdos, y el V metacarpiano dcho. con inserciones ligeramente más marcadas, pero perteneciente sin duda al mismo individuo. Esta observación nos permite inferir datos acerca de la lateralidad del individuo, que probablemente era diestro. De los miembros inferiores se han recuperado fragmentos: la mitad proximal de ambos fémures izquierdo y derecho, la epífisis distal con algo de la diáfisis del fémur derecho y la epífisis distal del izquierdo. Se ha recuperado la rótula y mitad proximal de la tibia izquierda.

I N D I V I D U O 5. Y A C I M I E N T O B. S E C T O R B, F O N D O X I . U . E . 2 3 / 7 - 8 Se ha recuperado parte de un cráneo muy fragmentado.

INDIVIDUO 5. Totalidad de los restos recuperados

Restos craneales en norma anterior y laterales izquierda y derecha.

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Registro de los restos craneales del individuo 5.El cráneo es alargado anteroposteriormente, dolicocráneo y esferoide en norma superior. Se han fotografiado también las apófisis mastoides, muy masivas. Restos craneales, maxilares y mandibulares

Este cráneo aislado posee un llamativo grosor del diploe, que alcanza los 10mm en el vértex, 8 en la región temporal, 10 en la zona lambdática y 11mm a nivel del torus occipital. Ha sufrido una deformación importante tras el enterramiento, aunque conserva las características de dolicocrania y esferoide en norma superior. Restos del esqueleto poscraneal recuperados

No se han recuperado elementos poscraneales.

ESTIMACIÓN DE LA ESTATURA Conociendo las medidas de distintos huesos largos y utilizando distintas tablas obtenidas por distintos autores, se puede intentar una aproximación matemática para conocer la posible estatura de los individuos. Las aproximaciones realizadas con los distintos métodos, producen a veces, oscilaciones de hasta 10cm. Así, según Manouvrier, la estatura para el Individuo 1 oscilaría entre 1,65-1,70; según la fórmula de Pearson, sería de 1,65; y estaría entre 1,67-1,69 según Trotter y Glesser.Teniendo en cuenta todas, (incluyendo las tablas Tekkä, con una estatura de 1,67-1,75) el Individuo 1 tendría talla elevada, entre 1,65 y 1,75. En el Individuo 2, los huesos largos aún no han completado su desarrollo, y sus epífisis no están fusionadas. El mayor inconveniente para calcular la estatura es que los restos no están completos. Se puede estimar a partir de los distintos segmentos de los huesos largos recuperados, o a partir de ecuaciones de regresión calculadas para otros huesos planos, pero son métodos con limitaciones y muy contestados, que no desarollaremos aquí. Tampoco en el Individuo 3 se ha completado el desarrollo óseo, faltando incluso algunas epífisis. No se realizan estimaciones de estatura por la limitada fiabilidad del método. Para el Individuo 4A, se ha preferido no hacer una estimación de la estatura a partir de restos tan fragmentarios. Del Individuo 4B no se han hecho estimaciones de la estatura a partir de restos de miembros inferiores, por no estar completos. El único resto completo de este individuo es el radio derecho, de 230 mm. Con las diferentes fórmulas que existen para calcular la estatura, tenemos estimaciones de entre 1m 58cm y 1m 68cm según los autores. La presencia de solamente un hueso completo y de restos demasiado fragmentarios, constituyen un impedimento a la hora de poder realizar estimaciones más fiables. No se ha estimado la estatura en el Individuo 5.

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Informe antropológico

DETERMINACIÓN DEL SEXO Individuo 1: Su mandíbula presenta rasgos masculinos, como la robustez y eversión del área goníaca y la prominencia del mentón. El cráneo, en general grueso y masivo, tiene un reborde orbitario es redondeado, y la zona de la glabela tiene una proyección marcada. Las mastoides no están muy proyectadas pero son masivas. El cráneo es, en general, muy masivo y de gran grosor. Los huesos largos son robustos y presentan inserciones musculares rugosas, indicativas de fortaleza muscular importante. Por el conjunto de las características, se trataría de un individuo masculino. Individuo 2: Los caracteres sexuales no están completamente definidos sobre los huesos. Apuntan algunas estructuras indicativas de un individuo posiblemente de sexo masculino, pero esta asignación no es del todo valorable. La región de la glabela y los arcos supraorbitarios están marcados con cierta prominencia, igual que la expresión del mentón en la mandíbula. Las apófisis mastoides no están demasiado proyectadas aunque son ciertamente masivas. La mandíbula no tiene una región goníaca demasiado proyectada, tal vez como corresponda a la edad juvenil del individuo, pero el grosor aparente del cuerpo mandibular es bastante conspicuo. Podría tratarse probablemente de un individuo de sexo masculino. En el Individuo 3, el cráneo está muy incompleto, los restos poscraneales son también escasos y el individuo es joven (los caracteres sexuales que sobre el hueso definen uno u otro sexo no son suficientemente conspicuos). Las paredes del cráneo no son excesivamente masivas, como tampoco lo son las regiones mastoideas; sin embargo, la región de la glabela está bastante marcada y el reborde orbitario izquierdo es bastante redondeado. Son características más propias de un individuo de sexo masculino. La base del cráneo no se conserva, y por tanto no podemos aplicar otros análisis conocidos destinados a conocer el sexo del individuo, que pudo ser masculino. En el Individuo 4A, la mandíbula tiene una región mentoniana prominente, y ambas regiones goníacas marcadas y angulosas, le dan un aspecto de robustez. Los coxales presentan una escotadura ciática con un ángulo relativamente cerrado, y el sulco preauricular no es demasiado conspicuo. Estas características aparecen con mayor frecuencia en coxales pertenecientes a individuos de sexo masculino. En el Individuo 4B, la altura de la sínfisis mandibular es moderada, aunque ha sufrido una ligera modificación debida a la reabsorción ósea en zonas edéntulas. La región mentoniana está poco proyectada y la goníaca poco desarrollada. En el coxal, la escotadura ciática es amplia y abierta, y el surco preauricular está muy marcado. Dichos rasgos parecen indicar que los restos pertenecieron a un individuo femenino. El cráneo del Individuo 5 presenta algunos rasgos del borde orbitario (redondeado, grueso), así como los de la región occipital y mastoide, muy proyectadas, que parecen indicar su pertenencia a un individuo de sexo masculino. El espesor de las paredes craneales es también muy grande, de forma que el cráneo tiene aspecto muy masivo.

DETERMINACIÓN DE LA EDAD DE MUERTE Individuo 1: Existe fusión en diversos puntos de las suturas craneales: la sutura metópica se fusionó casi en su totalidad; la sagital está fusionada en los segmentos

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S1 y S3, parcialmente en S2; la coronal está cerrada en C3; la temporoparietal sin fusionar, como la lamboide. Las limitaciones del método son grandes, y de hecho este esquema, según distintos autores, correspondería a un individuo entre 30-40, 26-41 o 25-55 años. En ocasiones, el método de las sinostosis de las suturas no permite hacer muchas precisiones sobre la edad del individuo al que pertenecen los restos. Atendiendo al desgaste de los dientes (muy acusado hacia distal en el canino) y a la aparición de islotes de dentina en las coronas molares, obtenemos que se trata de un individuo de más de 40 años. La evolución de las vértebras, que presentan “picos de loro” y osteofitos típicos de procesos degenerativos, corrobora que se trata de un adulto maduro, mayor de 40 o 50 años. Individuo 2: El estudio radiográfico muestra el estado de desarrollo de los M2 y M3, que aún no se ha completado. El tercer molar inferior ha completado el desarrollo de su corona, y presenta ya algunos mm de raíz formada (incluso parte de la furca radicular). Tampoco se ha completado el desarrollo de los caninos superiores, cuyos ápices radiculares no se han terminado de cerrar. Por tratarse de un individuo joven, la cresta ilíaca está sin fusionar, ni a la región púbica ni al isquion. Tampoco lo han hecho las epífisis del fémur, lo que indica que se trata de un individuo juvenil. El desarrollo dentario permite una aproximación más fiable: el individuo murió a la edad de 14-15 años +/- 18 meses, según el esquema de Ubelaker. Individuo 3: Los huesos recuperados pertenecen a un individuo joven. Aparecen epífisis sueltas de huesos largos que no han completado la fusión de las mismas. Se observa que la superficie de los huesos es porosa, típica de restos pertenecientes a individuos inmaduros. Por el estado de desarrollo de las raíces de los M2s superior e inferior (ápices radiculares incompletos y presencia de la cripta en la que se alojaría el tercer molar) y según el esquema de Ubelaker (1978) la edad de muerte para este individuo sería de unos 12 años +/- 30 meses. El dato se constata con la información radiográfica obtenida y que nos permite conocer el desarrollo del tercer molar inferior. El desgaste del primer molar superior es bastante acusado, sobre todo para las cúspides linguales, aunque está dentro del grado de desgaste coherente para las cúspides de esa pieza en esta edad. La edad del Individuo 4A, por el desgaste de los molares inferiores, según la clasificación de Molnar, estaría alrededor de 35-40 años, teniendo siempre en cuenta la posibilidad de error debida a los patrones no sólo de oclusión, sino también de subsistencia de aquellos grupos humanos. Los rebordes osteofíticos que aparecen en las vértebras lumbares, indican también una edad avanzada para este individuo, consistente con la información que aporta el desgaste molar. Las caras auriculares (articulación sacra en el hueso coxal), así como la tuberosidad ilíaca y la espina ilíaca presentan aspecto envejecido y deformado, típico de un individuo de avanzada edad. En el Individuo 4B, la línea oblicua y la rama ascendente completa de la mandíbula se dirigen hacia atrás con una angulación muy obtusa con respecto al plano oclusal, morfología que resulta más propia de un individuo adulto maduro. Dicha angulación deja una plataforma similar a un espacio retromolar. El desgaste de las pie-

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Informe antropológico

zas dentarias es acusado hasta en los terceros molares inferiores, que probablemente llevaban más de 20 años en funcionamiento. Aparecen islotes de dentina en los molares de ambos lados (cuatro y tres en los M3 izquierdo y derecho respectivamente). Como es lógico, las piezas anteriores conservadas presentan un desgaste por incisal aún mayor. Se ha conservado la región púbica de ambos lados al completo, donde podemos observar en la morfología, las marcas dejadas por la edad del individuo. El aspecto de la sínfisis presenta más similitudes con la fase 8 a 9 del sistema de clasificación de la sínfisis púbica de Todd (1921). La fase 9 incluye una cara sinfisal con un anillo más o menos marcado. El margen dorsal tiene un reborde óseo más o menos uniforme, y el ventral es irregular. De la observación del pubis se deduce que perteneció a un individuo de entre 45 y 49 años, considerado dentro de la clase : “adulto maduro” (entre 45 y 60 años). El cráneo del Individuo 5, basándonos en la observación del grado de sinostosis de las suturas craneales, perteneció a un individuo adulto.

DESCRIPCIÓN DE PATOLOGÍAS Y/O ANOMALÍAS ODONTOESQUELÉTICAS IDENTIFICADAS Anomalías dentarias de posición, número, migración o retención de piezas: Por la posición del incisivo lateral, el Individuo 1 pudo padecer apiñamiento de los dientes anteriores, tal vez también en el maxilar superior. Ello originó el desgaste oclusal del canino, muy acusado y mayor hacia la cara distal. El Individuo 2 presenta lo que podemos denominar una “anomalía ortodóncica”, ya que retuvo el canino (c) izquierdo deciduo, mientras que el derecho permanente era perfectamente funcional, probablemente desde hacía dos años. El C izquierdo permanente, se presenta incluido en el paladar, y ha formado un foco infeccioso con pericoronaritis. De no haber quedado retenido el c deciduo, la pieza permanente hubiera erupcionado sin problemas, ya que aparentemente no existe falta de espacio entre el I2 y los P para la ubicación de dicho diente. El transcurso de esta anomalía puede tener respuestas muy variadas sobre el individuo, y ser desde completamente indoloro y pasar desapercibido hasta causar grandes molestias en el paladar, a otros dientes, o provocar una sintomatología muy variada con un cuadro de dolor generalizado en toda la zona. El Individuo 3 presenta un diente supernumerario a nivel del I2 lateral derecho superior. Ambos, el I2 y el supernumerario, tienen la misma estructura general. Los dientes supernumerarios tienen normalmente una forma aberrante y aparecen dispuestos hacia la cara lingual de los dientes normales, pero también, como en este caso, pueden adoptar la forma de los dientes contiguos. En la actualidad, la polidoncia es mucho menos frecuente que la agenesia, y es algo más frecuente en dientes anteriores que en molares (Lavelle y Moore, 1973). En el Individuo 4B la serie molar inferior izquierda se encuentra mesoangulada, y el grupo canino-premolar ligeramente distoangulado. Una vez se ha perdido una pieza dentaria, se produce el cierre del alveolo. La osificación alveolar y las subsiguientes migraciones de los grupos dentarios requieren períodos de tiempo relativamente largos. La pérdida antemortem del primer molar inferior izquierdo debió ocurrir, por tanto, mucho antes de la muerte del individuo. Los molares inferiores izquierdos aparecen extruidos, lo que indica que probablemente carecieran de piezas antagonistas en el maxilar.

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Caries: Las caries severas padecidas por el Individuo 1 (M1 y M2 superior izquierdos por vestibular) produjeron reacciones apicales infecciosas en las raíces bucomesial y bucodistal de ambas piezas. El Individuo 2 tenía caries vestibular en el M2 inferior izquierdo, además de otra caries incipiente, también vestibular, en el lado derecho. El Individuo 3 no presenta caries en las piezas recuperadas. El Individuo 4 A presenta caries interproximal en la pieza contigua al I1 superior derecho, y otra más importante en la cara distal del M2 superior derecho, con clara invasión de la cámara pulpar. Es probable que se produjera un cuadro de dolor agudo que permaneciera hasta la necrosis pulpar. Al margen del desgaste severo provocado por el tipo de oclusión borde a borde, la conservación y salud bucodental en este individuo eran relativamente buenas para su edad. En el Individuo 4B se observan caries mandibulares en el M3 izquierdo (oclusal e interproximal mesial), M2 izquierdo (oclusal e interproximal distal), y M2 derecho, con una caries mesioclusal importante y también en la cara interproximal distal. Sarro y paradontosis: El Individuo 1 presenta depósitos de sarro moderados, en todas las piezas dentarias. El sarro está formado por depósitos de sales cálcicas salivares, de mayor entidad en su cara lingual aunque también interproximal. Los depósitos de sarro indican una higiene bucal deficiente o ausente, y están relacionados con dietas que no requieren un ejercicio masticatorio violento o potente, o con elevado consumo de proteínas de origen animal. Dichas acumulaciones pueden ser el origen de otras enfermedades infecciosas de la cavidad oral, como la enfermedad periodontal. La salud periodontal del Individuo 3 era aceptable aunque tenía depósitos de sarro alrededor del cuello de algunas piezas, sobre todo el M1 superior. En el Individuo 4A existen algunos depósitos moderados de sarro a nivel de la serie molar derecha. Hipoplasia de esmalte: En los dientes del Individuo 3 se pueden detectar distintos episodios de hipoplasia o defecto de crecimiento del esmalte. Durante la formación de sus dientes, y a la edad de 4,5 años 12 meses tuvo lugar el episodio de hipoplasia más marcado Se detecta una profunda línea a nivel vestibular en el C (completados 2/3 de su crecimiento), presente también en el cuello de la corona del I2. Esta línea, mucho menos marcada, también es detectable en el P3 superior, y en el M2. En el Individuo 4B se presentan también distintos episodios de hipoplasia de esmalte dentario, más marcados en el canino, aunque muy tenues. La enfermedad periodontal o paradontosis supone una reabsorción degenerativa y destrucción del hueso alveolar. El Individuo 1 sufrió reabsorción apreciable a nivel de I, C, P y M, lo que indica una paradontosis de cierta entidad. El transcurso de esta enfermedad provoca el agrandamiento de los espacios interdentales, posible origen de molestias, infecciones y acumulación de nuevos depósitos de sarro. Hay registro de enfermedad periodontal moderada también para el Individuo 4B, con reabsorciones óseas en dientes anteriores e incluso a nivel de los terceros molares. Se produjo una reabsorción ósea en las caras linguales y vestibulares. Cribra orbitalia: en el Individuo 1 se detectan perforaciones muy tenues en el techo de la órbita. Se trataría de cribra orbitalia de “tipo a”, muy leve, osteoporosis del hueso cortical con orificios finos, aislados y dispersos. El Individuo 3 presenta esta osteopatía mucho más acentuada. Se trata de una osteoporosis presente en el techo de la órbita izquierda recuperada. Las lesiones aparecen sobre todo en el tercio anterior de la órbita, pero aquí, ocupa una extensa parte de la misma y no se circunscribe a la zona anterior. Según Campillo (1993), este tipo de lesión aparece desde el Neolítico, y más frecuentemente en la cuenca mediterránea.Tradicionalmente ha

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sido relacionada con la existencia de alteraciones metabólicas del tipo de las anemias, aunque éstas no son la única causa. En relación con el desarrollo de patologías poróticas (cribra orbitalia y porosis hiperostótica) están otras posibles causas como las -talasemias, la avitaminosis C, procesos tóxicos, inflamaciones inespecíficas, distintas parasitosis (helmintos, amebas, tripanosomas, leishmania), lepra, algunas hipoproteinemias, anemia falciforme, etc. (Campillo, op. cit.) Alteraciones artrósicas: la artrosis es una patología osteoarticular relativamente frecuente, sobre todo en la columna vertebral, a nivel cervical y lumbar, donde la carga de trabajo de la columna es mayor. En el transcurso de la enfermedad se producen reacciones exostosantes que dan origen a las osteofitosis y a las cavitaciones necróticas de hueso dentro de los cuerpos vertebrales. Estos no son los únicos episodios artrósicos en el Individuo 1. Además, el sacro aparece muy deteriorado e incompleto, y con articulaciones artrósicas. La L1 (1ª vértebra lumbar) presenta osteofitosis continua y osteoporosis. Las L3 y L4, presentan desgaste del cuerpo vertebral y pequeñas cavitaciones necróticas. Las articulaciones de los miembros anteriores también están iniciando procesos artrósicos. En el Individuo 4A existen algunas vértebras, que presentan rebordes osteofíticos pronunciados. Entre las lumbares, la L4 en su parte superior presenta rebordes óseos muy marcados, en forma de “pico de loro” en el lado derecho. Lesiones traumáticas: En la región supraorbitaria del cráneo del Individuo 1, se aprecia una incisión profunda, de bordes nítidos, redonda, de sólo unos milímetros de diámetro. Su valoración resulta complicada. Podría tratarse de una erosión craneal, una lesión traumática corriente. Según Campillo, estas lesiones son secundarias a contusiones más o menos intensas que lesionan el periostio sin que sea precisa una herida a nivel de la piel. Para el Individuo 5 no se determina ninguna patología que haya dejado marcas en los huesos craneales. El gran espesor craneal se documenta según Reverte en microcéfalos, en los que al no crecer el cerebro, éste no presiona sobre las paredes endocraneales. Sin embargo nosotros nos inclinamos a pensar que en este caso se trata de un carácter de robustez y variabilidad intra e interpoblacional.

DETERMINACIÓN DE LA CAUSA PROBABLE DE MUERTE En ninguno de los esqueletos pertenecientes a los diferentes individuos se han registrado indicios que nos permitan aseverar, con la fiabilidad suficiente, cuál pudo ser la causa probable de muerte. En particular, no se han detectado señales de violencia (a excepción de un episodio osteolítico no valorable de la región fronto-parietal del Individuo 1).

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES FINALES Los restos humanos y otros faunísticos acompañantes, se excavaron y recuperaron de distintos fondos relativamente cercanos, procedentes de un campo de silos, cuyos rellenos han sido adscritos a época visigoda, entre los siglos VII y VIII d. C. La interpretación del contexto funcional, temporal y secuencial de los restos humanos estudiados, procedentes de los fondos arriba referidos, necesita del criterio arqueológico. Desde el punto de vista tafonómico, en ninguno de los individuos estudiados se ha observado la existencia de huellas del acceso de carnívoros a los huesos humanos,

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que no aparecen mordidos o roídos. La disposición de algunos esqueletos (especialmente los individuos 1, 2 y 4 A) indica un cierto grado de conexión anatómica, incluso con equidistancias de varios elementos. Esto no puede conseguirse si ha habido un traslado del cuerpo desde otro lugar, a menos que éste se haya producido antes de la desarticulación total del esqueleto tras la descomposición. Por lo que respecta al análisis antropológico, se han estudiado un total de 6 individuos recuperados en el yacimiento del PP5 del Arroyo Culebro. Parece poco probable que estas poblaciones utilizaran los silos como lugares habituales de enterramiento. Sin embargo, algunos de los individuos fueron depositados con esa intención, como delata la perfecta conexión anatómica en que aparecen los restos de algunos individuos. Dicha disposición tropieza con la hipótesis de que la acumulación estuviera formada por restos procedentes de la limpieza que se hubiera realizado en otros lugares que pretendieran reutilizar. De las necrópolis visigodas de Pinto (Madrid), Martínez & Nielsen (1992) obtienen una serie de conclusiones a partir del estudio de 41 esqueletos excavados en la necrópolis visigoda de Pinto PP1, Yac. 10,Tinto Juan de la Cruz. Para esta población se han interpretado unas duras condiciones de vida, atendiendo a la elevada proporción (un 60%) de fallecimientos en edad infantil (antes de los 4 años). Los indicadores de “salud biológica” a través de la salud bucodental de la población reflejan una alta incidencia de caries (54%), depósitos de sarro (22%), y de hipoplasias de esmalte (29%). Éste último dato refleja el padecimiento por parte de casi un tercio de la población de alguna enfermedad sistémica y/o de estrés nutricional. García (1996), estudia los restos de otro yacimiento adscrito a época visigoda,Yac. 72 La Indiana, también en Pinto, y documenta igualmente una elevada mortalidad infantil y una esperanza de vida al nacimiento y a los 20 años similar a la de la anterior población, en torno a los 21 años o algo superior. Esta esperanza de vida es bastante inferior a la de 28 años al nacimiento de la necrópolis visigoda del Camino de los Afligidos de Alcalá de Henares (Madrid). En el Yac. 72 se estiman unos porcentajes de caries en torno al 23%, casi un 11% de hipoplasias de esmalte, y una presencia de procesos periodontales cercana al 10%. En los resultados del estudio de ambas necrópolis se interpreta una ausencia generalizada de higiene oral. Sería interesante poder extrapolar lo observado en el escaso número de individuos del Arroyo Culebro a toda la población del pasado. Sin embargo, con este tamaño muestral no tiene sentido calcular la proporción de sexos, los grupos de edad, la estatura media, el porcentaje de caries, de defectos de esmalte, etc. Así, los resultados no se utilizarán con fines comparativos estadísticos con otras necrópolis visigodas. Sin embargo, son interesantes desde el punto de vista documental y permiten hacer algunas inferencias. Nuestros datos corroboran la hipótesis de la ausencia de higiene oral en estas poblaciones, además de la de la existencia de una importante atrición dental, documentada en los individuos 4A y 4B. García (1996) documenta para la población del yac. La Indiana, de Pinto, un importante grado de atrición dental por la ingesta de partículas duras con el alimento, tal vez vegetales con arenillas, mal lavados, o pan con algún elemento abrasivo liberado de los granitoides con los que molían el trigo. Este acusado desgaste se ha descrito en numerosísimas poblaciones de diversas épocas, algunas mucho más antiguas que las que nos ocupan, y existe también en los individuos recuperados en el yacimiento visigodo del Arroyo Culebro. Las hipoplasias de esmalte están presentes en esta población y han sido descritas como indicadoras de episodios de stress, asociadas a un gran número de enferme-

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dades sistémicas y alteraciones nutricionales, aunque en otras ocasiones se ha afirmado que la aparición de los defectos en el esmalte obedece a factores no específicos (Andreasen, 1984). El Individuo 4B posee varias líneas de hipoplasia, escasamente marcadas, en sus dientes superiores. El Individuo 3, también presenta, más marcadas, varias líneas de hipoplasia, además de cribra orbitalia, otra osteopatía metabólica, relacionada por muchos autores con las anemias, aunque existe un sinfín de posibles etiologías responsables de esta alteración. En el curso de la enfermedad periodontal, que también está presente en la muestra poblacional objeto de nuestro estudio, se ven involucrados varios factores (Brothwell, 1987), como la falta de higiene oral, la formación de placa bacteriana, caries y depósitos de sarro y el desgaste severo de las piezas dentarias. Todos ellos debieron contribuir en mayor o menor grado a la recesión alveolar y al desarrollo de la enfermedad periodontal en los individuos en los que ha sido documentada. En el individuo 4A se ha detectado la presencia de coronas osteofíticas en las vértebras lumbares, debidas a la existencia de procesos degenerativos en las vértebras, como enfermedad articular y artrosis típica de individuos adultos maduros y seniles. Las lesiones detectadas en los huesos y en la cavidad oral parecen indicar que el estado de salud de aquellas poblaciones y sus condiciones de vida no eran del todo excelentes. Sin embargo, la presencia de alteraciones artrósicas en más de un individuo nos habla en cierto modo de una cierta longevidad para estos individuos, puesto que, como cita Campillo (1993), la artrosis, que tiene predilección por la columna vertebral, ocurre raramente por debajo de los treinta años de edad, mientras que es corriente en adultos que han sobrepasado los cincuenta. No se han detectado signos de violencia, ni tampoco se ha podido llegar a establecer la causa de muerte en ninguno de los individuos. Con frecuencia, este cometido no suele ser tarea sencilla, puesto que en un alto porcentaje de casos, la causa de muerte no ha dejado marcas en los huesos, o no puede distinguirse de las alteraciones postmortem sufridas por el esqueleto. El número de individuos recuperados en el Arroyo Culebro y estudiados, es escaso como para proporcionar resultados que posean fiabilidad estadística con análisis sencillos. Resultaría muy interesante poder disponer de una muestra más amplia de individuos adscritos a este período y lugar. Con ello se podrían establecer con mayor fiabilidad, los patrones de supervivencia, morbilidad y mortalidad de aquellas poblaciones, o lo que es lo mismo: aproximarnos al conocimiento de la vida y muerte en el Arroyo Culebro.

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Informe antropológico de los restos óseos aparecidos BIBLIOGRAFÍA

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Análisis físico-químicos

EDUARDO PENEDO COBO. ARTRA S.L. ARQUEOCAT, S.L.


Muchas técnicas analíticas son susceptibles de ser aplicadas en la Arqueología, conllevando una adaptación técnica y desarrollo teórico-práctico para optimizar los resultados, e interviniendo de manera ostensible en la interpretación de los yacimientos. Principio fundamental es conocer el alcance de estos análisis y los resultados que se pueden obtener. El objetivo es conocer peculiaridades específicas de un conjunto de materiales previamente seleccionados. La finalidad es alcanzar los objetivos planteados, dotando de eficacia al estudio y dando respuesta a una serie de cuestiones o preguntas preestablecidas. Distintos sectores interdisciplinares colaboran y se especializan, persiguiendo objetivos comunes con la práctica arqueológica. Los métodos analíticos y criterios de aplicación realizados en los yacimientos excavados en el Arroyo Culebro, han variado según las características tipológicas y cronoculturales de cada uno de los enclaves. Han sido realizados por la sociedad ArqueoCat, con larga experiencia en estudios de ésta índole, invirtiendo toda la instrumentación y técnicas aplicadas para una mejor valoración e interpretación de los resultados obtenidos. 1. Estudio de los restos faunísticos: Eva Orri y Jordi Nadal. 2. Estudio de las improntas vegetales y semillas detectadas en materiales de construcción: Natalia Alonso, Nuria Rovira. 3. Análisis antracológico: Ethel Allué. 4. Estudio analítico de una tapadera (yacimiento B: hispanovisigodo): J. Font, Mª. Reyes y J. Enrich. 5. Estudio analítico metalúrgico: J. Simón Arias. 6. Análisis de termoluminiscencia: J. Enrich, Labor Ralf Kotalla.

ESTUDIO DE LOS RESTOS FAUNÍSTICOS En este estudio se presenta el análisis de los restos faunísticos recuperados durante los trabajos de excavación en los yacimientos de Arroyo Culebro (Leganés, Madrid). El material recuperado corresponde a 4 yacimientos de diferentes cronologías y los restos correspondientes a cada periodo ha sido tratados de manera individualizada. Los restos faunísticos se han analizado respetando las diferentes unidades estratigráficas, aunque los resultados se muestran de manera unitaria, ofreciendo una visión global de cada yacimiento. Para cada elemento osteológico se ha realizado una determinación de carácter anatómico y taxonómico, mediante la contrastación de los restos con material de colección de referencia o con la ayuda de diferentes fuentes osteológicas. Se ha realizado una discriminación parasagital (derecha/izquierda), la determinación de la edad y del sexo -siempre que ha sido posible-, el estudio de los patrones de fragmentación, el grado de combustión y otros aspectos más puntuales. La determinación del sexo se ha realizado a partir de características morfológicas. La edad ha

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sido calculada a partir del grado de epifisación de los huesos, y por la presencia o ausencia de dentición decidua y definitiva, o a partir del desgaste diferencial de estas últimas. En estos casos se han seguido los patrones de edad propuestos por Silver (Silver, 1971). En los casos en que ha sido posible se ha diferenciado entre Ovis aries y Capra hircus, utilizando las claves propuestas por Boessneck (Boessneck, 1971). Estos resultados han sido procesados con una base de datos Filemaker II para Macintosh, desde la que se ha calculado el Número de Restos (NR) y el Número Mínimo de Individuos (NMI). Es necesario puntualizar que tanto el Número de Restos como el Número Mínimo de Individuos son datos meramente aproximativos, que nos permiten ponderar la importancia que tendría cada especie dentro de la economía del grupo, pero nunca se deben considerar como valores absolutos que den el número real de individuos que conformarían una población. Se han seleccionado los siguientes restos faunísticos, dependiendo de la tipología de cada uno de los yacimientos y de la información que podían aportar:

YACIMIENTO A ( FASE INICIAL DE LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO ) A pesar del grave deterioro que presentaba este asentamiento, han sido analizados la totalidad de los restos documentados en el proceso de excavación. El material se presentaba individualizado en unidades estratigráficas o en diferentes cortes realizados dentro de estas unidades y pertenecientes todos ellos a la fase Hierro II. Cada unidad ha sido estudiada individualmente, pero dada la uniformidad cronológica se presentan aquí los resultados faunísticos globales de todo el yacimiento.

ESPECIE

NMI

Ovicaprinos

31

Capra hircus

2

EDAD INDIVIDUOS 4 infantiles 2 infantiles-juveniles 20 adultos 1 adulto-senil 4 con edad sin determinar 2 adultos

Bos taurus

21

Sus domesticus

15

2 perinatales 1 infantil 2 infantiles-juveniles 9 adultos (2 machos, 1 hembra)

Equus caballus

10

9 adultos 1 adulto-senil

Cervus elaphus

1

1 infantil-joven 19 adultos 1 con edad sin determinar

1 adulto

Edades de sacrificio de los individuos representados.

296


Análisis fisico-químicos

El espectro faunístico identificado está formado por 5 especies, 4 de ellas domésticas y una salvaje. Estas son la cabra, dentro del grupo de los ovicaprinos, el buey/vaca/toro, el cerdo y el caballo, y el ciervo como especie salvaje. El ciervo representa la única especie salvaje documentada en este yacimiento. Esta aparece documentada por un resto de asta que presenta a lo largo de su estructura múltiples señales de manipulación antrópica.

Número de restos en porcentajes de las especies representadas

Número mínimo de individuos en porcentajes de las especies representadas

Asta de ciervo cortada Yacimiento A

Ovicaprinos Capra hircus Bos taurus Sus domesticus Equus caballus Cervus elaphus

YACIMIENTO B En este yacimiento no se ha realizado un análisis faunístico de todos los restos documentados, debido fundamentalmente al carácter de los depósitos. Éstos rellenaban estructuras negativas tipo “silos de almacenamiento”, y consistían los de época hispanovisigoda, en vertidos principalmente de materiales constructivos del hábitat al que estaban asociados, junto con restos orgánicos y óseos de distinta naturaleza. Por esta razón se seleccionaron los restos recuperados en tres de los silos, uno de ellos de cronología altoimperial (F-LXXXV), y dos hispanovisigodos (F-VII y F-XI). Fondo LXXXV Ovicaprinos Ovis aries Bos taurus Sus domesticus Equus caballus Cervus elaphus Oryctolagus cuniculus Aves

Fondo LXXXV: Número de restos en porcentajes de las especies representadas

Fondo LXXXV: Número mínimo de individuos en porcentajes de las especies representadas

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ESPECIE

NMI

EDAD INDIVIDUOS

Ovicaprinos

4

1 infantil-juvenil 1 juvenil-adulto 2 adultos

Ovis aries

1

1 adulto

Bos taurus

4

4 adultos

Sus domesticus

1

1 adulto

Equus caballus

2

2 adultos

Cervus elaphus

3

3 adultos

Oryctolagus cunniculos

5

5 adultos

Aves

3

sin determinar

Edades de sacrificio de los individuos representados.

A partir de los restos determinados taxonómicamente, se ha identificado un espectro formado por 7 especies (Ovis aries, Bos taurus, Sus domesticus, Cervus elaphus, Equus caballus, Oryctolagus cuniculus y algún resto de ave). De los 23 individuos documentados, -todos, a excepción de 2 ovicaprinos comprendidos entre la edad infantil y la juvenil- fueron sacrificados en edad adulta. Fondos VII y XI

Se han unificado los resultados obtenidos de estas 2 muestras, ya que corresponden a un mismo momento ocupacional datado en época hispanovisigoda. El Número Mínimo de Individuos, calculado según las partes anatómicas más representadas y teniendo en cuenta los patrones de edad, refleja un dominio de los ovicaprinos, con un predominio siempre de animales adultos y el resto con edades que oscilan entre infantiles y jóvenes. En la cabaña de los bovinos se repite el mismo patrón de sacrificio. Los suidos presentan un cierto equilibrio con patrones de sacrificio de animales adultos y individuos infantiles y jóvenes. Destacar la presencia de un individuo perinatal. El resto de especies -caballo, ciervo y conejo-, presentan edades de sacrificio de animales adultos, excepto un équido infantiljoven. Igualmente, se ha analizado todo el registro faunístico documentado en la excavación del sector A del yacimiento D, de época hispanovisigoda, interpretado como unidades de habitación aisladas del poblado asociado al campo de silos. Se observa una distribución parecida de los diferentes taxones documentados en el yacimiento B. Destacar la aparición de una nueva especie -Canis familiaris-, presente a través de 7 restos y 4 individuos. Los restos identificados son relativamente escasos si los comparamos con el resto del registro faunístico. Estos no presentan trazas de carnicería ni señales de haber sido termoalterados. No se puede hablar en este caso

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Análisis fisico-químicos

del consumo de este animal, que al igual que el caballo aparece asociado a restos de alimentación. ESPECIE Ovicaprinos

NMI 24

EDAD INDIVIDUOS 4 infantiles 3 infantiles-jóvenes 1 joven 1 joven-adulto 13 adultos 2 adultos-seniles

Ovis aries

6

1 joven-adulto 5 adultos

Capra hircus

5

2 jóvenes-adultos 3 adultos

Bos taurus

12

1 infantil 3 infantiles-jóvenes 7 adultos 1 con edad sin determinar

Sus domesticus

9

1 perinatal 1 infantil 2 infantiles-jóvenes 4 adultos (1 determinado como hembra) 1 con edad sin determinar

Equus caballus

3

1 infantil-joven 2 adultos

Cervus elaphus

3

3 adultos (1 derteminado como macho)

Oryctolagus cunniculos

3

3 adultos

Aves

3

sin determinar

Edades de sacrificio de los individuos representados.

Ovicaprinos Ovis aries Capra hircus Bos taurus Sus domesticus Equus caballus Cervus elaphus Oryctolagus cuniculus Aves

Fondos VII y XI: Número de restos en porcentajes de las especies representadas

Fondos VII y XI: Número mínimo de individuos en porcentajes de las especies representadas

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Y A C I M I E N T O C ( H I E R R O II) En este yacimiento no se ha realizado un análisis faunístico de todos los restos documentados, sino solamente de la unidad estratigráfica 44. Este nivel cubría la casi totalidad de las unidades habitacionales presentes en el sector B, por lo que se consideró representativo para conocer el espectro de especies representadas en todo el asentamiento. A partir de los restos determinados taxonómicamente, se ha identificado un espectro de formado por 5 especies (Ovicaprinos, Bos taurus, Sus domesticus, Equus caballus y Cervus elaphus), todas ellas de carácter doméstico excepto los individuos identificados como ciervo. ESPECIE

NMI

EDAD INDIVIDUOS

Ovicaprinos

6

1 infantil-joven 4 adultos 1 con edad sin determinar

Bos taurus

7

1 joven-adulto 4 adultos 1 con edad sin determinar

Sus domesticus

2

2 adultos

Equus caballus

4

4 adultos

Cervus elaphus

2

2 adultos (1 derteminado como macho)

Edades de sacrificio de los individuos representados.

Ovicaprinos Bos taurus Sus domesticus Equus caballus Cervus elaphus

Número de restos en porcentajes de las especies representadas

Número mínimo de individuos en porcentajes de las especies representadas

De los 21 individuos representados, la mayoría fueron sacrificados en edad adulta, con la excepción de 2 individuos correspondientes a un ovicaprino infantil- joven y a un bovino joven-adulto.

300


Análisis fisico-químicos

YACIMIENTO D (N ECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN DEL HIERRO I) Se han analizado los restos óseos localizados en el interior de la Tumba 2. Se han podido determinar 9 restos, localizados encima de un plato, y 6 elementos aparecidos alrededor de un cuenco. Restos de fauna encima del plato (T-2-18): - 1 húmero - 1 ulna - 1 fragmento de pelvis - 5 vértebras - 1 tarsal Restos de fauna alrededor de un cuenco: - 1 radio - 3 vértebras - 2 carpales Todos ellos corresponden a un mismo individuo. Se trata de un ovicaprino infantil con la mayoría de huesos todavía desepifisados. Creemos que estos elementos, que no muestran trazas de haber sido consumidos, podrían pertenecer a algún tipo de ofrenda funeraria asociada a las urnas localizadas.

CONSIDERACIONES FINALES Los patrones de edad referentes a las cabañas de ovicaprinos y bovinos, nos reflejan un sistema de explotación mixta para las dos especies, donde la mayoría de individuos habrían sido mantenidos con vida hasta edad adulta para poder aprovechar los recursos en vida del animal además de los cárnicos -leche y lana en el caso de los ovicaprinos, y leche y fuerza de trabajo en el caso de los bovinos-. Resulta innegable la utilización de esta última especie como fuerza de trabajo, ya sea en funciones de tiro, carga o transporte. Estos usos la convierten en especie muy valorada en economías antiguas, sobretodo en aquellas en las cuales la envergadura de la explotación agrícola puede depender de este animal. Este hecho condiciona la gestión de los rebaños, permitiendo a algunos de estos individuos sobrevivir a una muerte temprana, pudiéndose destinar a labores de reproducción y explotación de los productos secundarios, entre los cuales se encontrarían los relacionados con la fuerza física. El grupo de los suidos presenta también un patrón de algunos animales sacrificados jóvenes, en su óptimo cárnico, y varios representantes adultos para asegurar la reproducción de la especie. Por lo que respecta a la representación anatómica, todas las especies tienen en general la mayoría de las partes esqueléticas presentes en una proporción similar a la que deberíamos esperar. Aquellos elementos que aparecen más representados son también los más numerosos dentro del esqueleto -costillas, vértebras-, o los que tienen un índice de supervivencia más elevado -dentición-, o aquellas partes asociadas a poca cantidad de carne, hecho que contribuye a que se encuentren menos fragmentadas y puedan ser identificadas con mayor facilidad. Así pues, dada la presencia homogénea de todas las partes anatómicas, podemos considerar que el

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sacrificio y descuartizamiento del animal se realizarían en el mismo lugar, y que los animales estudiados corresponderían a rebaños vinculados a los yacimientos. Los huesos se encuentran en su gran mayoría muy fragmentados, hecho que nos demuestra un aprovechamiento máximo de los recursos alimentarios. Cabe comentar también las trazas localizadas en algunos restos. Estas no son muy abundantes pero podemos hablar de marcas de descuartizamiento y de descarnación. Entre la muestra de restos óseos hemos localizado un bajo número de restos alterados calóricamente. Este hecho no implica que los restos no sean elementos procedentes de la alimentación, sino que estos no sufrieron ninguna alteración calórica durante el procesado, o que una vez consumida la carne, los restos no fueron expuesto a un foco de calor. Cráneo de Bos Taurus Yacimiento B. Fondo LXXXV Asta de ciervo con señales de manipulación antrópica Yacimiento B. Fondo LXXXV

La especie Cervus elaphus , documentada en tres de los cuatro yacimientos, aparece representada mayoritariamente por restos de astas las cuales presentan a lo largo de su estructura múltiples señales de haber estado manipuladas antrópicamente. El resto de huesos identificados pertenecen a distintas partes del esqueleto del animal, algunas de ellas asociadas a abundante masa cárnica. Estos individuos no demuestran una actividad constante pero sí esporádica de la caza, y con tendencia a la captura de animales machos y adultos. Cabe matizar que la caza del ciervo no iría simplemente destinada a la obtención de carne, sino también a la búsqueda de materias duras para la fabricación de útiles, como lo demuestran las marcas localizadas en las superficies de las astas. La especie Equus caballus, si bien nunca tiene la importancia numérica de los ovicaprinos, bovinos y suidos, sí que aparece a menudo, aunque de forma testimonial, entre los restos faunísticos asociados a desperdicios de alimentación. No tenemos ningún indicio del consumo de esta especie que, creemos tiene un valor determinante en otras funciones como son la carga, el transporte y el prestigio social. En referencia a los restos de conejo aparecidos, no podemos descartar que estos recursos fuesen consumidos y que algunos restos puedan tener un origen antrópico. De todos modos, en el caso que nos ocupa, la mayoría de los restos -poco alterados- podrían responder a aportaciones naturales. Por lo que respecta a los restos de aves, simplemente hemos constatado su presencia sin llegar a determinar de que especie se trataría. Comentar a su vez que la aportación debió ser más abundante de la que reflejan sus restos, ya que los huesos de estos taxones debido a su tamaño y fragilidad, pueden quedar prácticamente eliminados durante el proceso de consumo.

ESTUDIO DE LAS IMPRONTAS VEGETALES Y SEMILLAS DETECTADAS EN MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN El estudio arqueobotánico de las muestras de material de construcción en tierra procedentes de los yacimientos de Arroyo Culebro (Leganés, Madrid) ha permitido la identificación de diversos restos e impresiones vegetales.

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Análisis fisico-químicos

Para poder llevar a cabo el análisis se ha procedido a una observación visual preliminar del exterior de cada una de las muestras con la finalidad de documentar posibles impresiones o restos. Una vez analizados se ha procedido a la fragmentación de algunos de los materiales para comprobar si se conservaban más impresiones vegetales en su interior, sobre todo de semillas. Las impresiones vegetales observadas se han estudiado con la ayuda de una lupa binocular Leica M8 a 6 y 12 aumentos. Este estudio ha comprendido su identificación botánica y análisis biométrico. En algunos casos ha sido necesaria la realización de moldes en plastilina para tener una muestra en positivo de aquellas impresiones que se presentaban como agujeros en la arcilla.También se ha procedido a su medición, ya fuera para ayudar a la identificación (en el caso de las cariópsides) o para dar una orientación sobre las características de los materiales utilizados (como en el caso de la paja).

Fragmento 1 Fragmento 2

Y A C I M I E N T O B (F O N D O L X X X V ) La muestra está formada por dos fragmentos de adobe, de forma irregular, con ligeras huellas de rubefacción, en los cuales solamente se han reconocido impresiones vegetales. Fragmento 1. Pequeño fragmento de forma irregular, en el cual se han observado diversos tipos de impresiones correspondientes a paja: diversos tallos de cereal; dos fragmentos de hoja de monocotiledónea (probablemente de cereal) con los nervios paralelos; también se han observado diversas glumas de cereal que no han podido ser identificadas. Fragmento 2. Similar al anterior pero de mayor tamaño. Presenta sobre todo múltiples fragmentos de tallos de cereal cuyas medidas comprenden entre los 6 y 22 mm de largo, con una media de 14 mm, y alrededor de 2 mm de ancho. Únicamente se ha podido observar una impresión de hoja de cereal de 19 mm de largo por 4 mm de ancho.

YACIMIENTO C Fragmentos de adobe que presentan una gran parte quemada cuya característica principal es la presencia de cariópsides (frutos/semillas de cereal) conservadas gracias a su carbonización.A su vez se han observado impresiones correspondientes a paja: cariópsides de trigo almidonero (Triticum dicoccum), cariópside de cebada vestida (Hordeum vulgare), diversos tallos de cereal. También se han observado algunas hojas de cereal.

CONSIDERACIONES FINALES Globalmente, todos los elementos observados corresponden a restos de paja, utilizada como desgrasante en la fabricación de los distintos materiales. Se trata principalmente de tallos y hojas, con la inclusión de algunas glumas y cariópsides de cereal. En las muestras correspondientes al yacimiento C, dos especies de cereales han sido identificadas a partir de las cariópsides carbonizadas:

303


la cebada vestida (Hordeum vulgare) y el trigo almidonero (Triticum dicoccum). La cebada vestida es uno de los cereales mejor representados en el interior peninsular desde la Edad del Bronce, juntamente con el trigo desnudo (Triticum aestivum/durum), el cual no sido documentado en estos yacimientos. Un ejemplo correspondiente a esta cronología lo encontramos en el yacimiento de Las Matillas (Alcalá de Henares, Madrid) (Díaz del Río et al. 1997, 105-106). Durante la I Edad del Hierro continúan siendo los cereales más frecuentes, documentándose la cebada en el Soto de Medinilla (Valladolid) (Hopf 1973; Cubero 1995, 380-383) y en La Era Alta (Melgar de Abajo, Valladolid), juntamente con el trigo almidonero (Cubero 1999, 377-379). El trigo almidonero está también presente, aunque con una representación menor, en diversos yacimientos de la Meseta, como el Soto de Medinilla (Valladolid) (Cubero 1995, 371-394). Durante la II Edad del Hierro continúa la misma tónica de predominio de la cebada vestida y del trigo desnudo, que se encuentran conjuntamente en La Era Alta (Melgar de Abajo,Valladolid) (Cubero 1995, 377-379), Cerro de la Gavia (Madrid) (Alonso 2001), Plaza de Moros (Villatobas, Toledo), únicamente como impresiones en material de construcción (Alonso-Rovira 2000) y El Castellar de Berrueco (Zaragoza), en este caso también como impresiones (Cubero 1996). Igualmente se ha recuperado trigo almidonero junto con la cebada vestida por ejemplo en Castilviejo de Yuba (Soria) (Hopf-Ortego 1974), Pico de la Muela (Valera de Abajo, Cuenca), Cerro Plaza de Moros (Barchin del Hoyo, Cuenca) (López 1980), Langa de Duero (Soria) (Téllez-Ciferri 1954), Las Quintanas (Padilla de Duero, Valladolid) (Cubero 1995), Castellar de Berrueco (Zaragoza) (Cubero 1999) y Cerro de la Gavia (Alonso 2001). Finalmente los géneros Triticum y Hordeum se han podido identificar también en las impresiones estudiadas en El Cabo (Andorra, Teruel) (Cubero 1999, 54). En lo que respecta al yacimiento de época imperial de Arroyo Culebro (yacimiento B), no ha proporcionado cariópsides que permitan precisar las especies vegetales cultivadas si no tan sólo restos correspondientes a paja. La paja, principalmente fragmentos de tallos y hojas de cereales, son las impresiones más numerosas en la mayor parte de los fragmentos estudiados.Todos los restos documentados formarían parte del mismo conjunto de material vegetal utilizado en la construcción. En este sentido las utilizaciones de la paja son bien conocidas a nivel etnográfico (Mingote 1987-1988). Las medidas tomadas nos muestran una paja muy trinchada, mezclando los tallos de cereales con otros restos de los mismos como semillas y glumas. Esta observación nos informa de que se trata de un subproducto de la cosecha, la cual ha sufrido seguramente una operación de trilla que ha permitido cortar los tallos hasta este pequeño tamaño (Hillman 1984). La presencia de cariópsides correspondería a una mezcla durante este proceso.

304


Análisis fisico-químicos

ANÁLISIS ANTRACOLÓGICO El análisis de las muestras se ha realizado sobre fragmentos de carbón y madera de los yacimientos C y D. La identificación de los restos de madera y carbón se ha realizado utilizando las técnicas habituales con un microscopio óptico de luz incidente y con ayuda del atlas de anatomía de Schweingruber (1990).

Y A C I M I E N T O C:

SECTOR

B. M ADERA

CARBONIZADA

Fragmento 1: esta muestra se determinó fragmentando el carbón con los dedos, así se obtuvieron los tres planos anatómicos que permiten la observación de la estructura. Se trata de un fragmento de Quercus ilex/coccifera. La anatomía de estas dos especies no permite su distinción y a menudo la veremos identificada de este modo o como Quercus sp. perennifolio. La madera de Quercus ilex ha sido utilizada como materia prima para la construcción, además proporciona un excelente combustible para leña y ha sido explotado intensivamente en las carboneras. Esta especie crece en toda la península desde el nivel del mar hasta los 900 metros aproximadamente formando espesos encinares o en las típicas dehesas de la meseta.

Plano transversal de Quercus ilex/coccifera

En la península existen diversas variedades y subespecies de esta especie Quercus ilex ssp. ilex y Quercus ilex ssp. rotundifolia. Por lo que respecta a Quercus coccifera (coscojo), crece sobre suelos calizos. Normalmente forma parte del sotobosque del encinar y forma parte de la vegetación de matorrales fruto de la degradación del bosque. A pesar de que la anatomía no permita la distinción, consideramos que el fragmento estudiado pertenece probablemente a una de las primeras por cuestiones ecológicas. Fragmento 2: se trata de un fragmento de Pinus tipo silvestris/nigra (pino albar/pino negral); estas dos especies no pueden distinguirse entre si ya que presentan los mismos rasgos anatómicos. Madera homoxilada que presenta canales resiníferos (100-150) localizados en el leño tardío. Pinus nigra ssp. salzmannii forma pinedas sobre suelos calcáreos desde los 500 hasta los 1000 metros de altitud. Es una especie submediterráneas y continental que crece en las montañas de la región mediterránea de montaña. Pinus silvestris crece a partir de los 800-1000 metros en el piso montano por encima de los robledales sobre suelos secos y soleados. Sustituido por los hayedos en lugares demasiado húmedos, es resistente al frío. Esta especie ha sido explotada de forma intensiva para la construcción y fabricación de muebles.

Plano transversal de Pinus silvestris/nigra

Y A C I M I E N T O D: S E C T O R A . M A D E R A C A R B O N I Z A D A El fragmento de carbón se ha identificado como Pinus tipo silvestris/nigra que presenta las mismas características anatómicas que la muestra anterior aunque en este caso se trata de un fragmento carbonizado. Debido probablemente a la presión del resto de materiales y sedimento junto a los que se encon-

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traba el fragmento, éste presenta deformaciones en la anatomía que aunque no impiden la identificación, la distorsionan ligeramente.

ESTUDIO ANALÍTICO DE UNA TAPADERA. YACIMIENTO B: HISPANOVISIGODO Esta tapadera, considerada inicialmente construida con madera, ha sido sometida a diversos procesos analíticos con objeto de concretar su composición. Presenta una composición fundamentalmente de tipo silícico, del orden del 60% en peso. La facilidad de disgregación y la presencia de un cierto porcentaje de calcio sugiere, con la debida reserva por la escasa muestra examinada, que probablemente no proceda del tallado de una roca, sino más bien de una pasta en la que se hubieran aglomerado materiales silícicos.

Figura 1: Pueden observarse los granos de SiO2 (x50 aumentos). Figura 2: Huellas de uso o fractura (x6,5 aumentos)

Figura 1

Figura 2

ESTUDIO ANALÍTICO METALÚRGICO Se ha realizado el estudio metalúrgico de los siguientes materiales: Yacimiento D: · Fíbula.Tumba 9. Nº inventario 1419 (Hierro I) · Fragmentos de pulseras.Tumba 17. Nº inventario 1423 (Hierro I). · Escorias. Sector A. Corte 4 – 7. UE 210. Unidad Estructural 1. (hispanovisigodo). Se han obtenido muestras de cada uno de los restos metálicos usando la cortadora con disco de diamante, realizando uno o dos cortes, transversal y longitudinal, para obtener una superficie plana. Se han montado probetas, cuando se han obtenido fragmentos de reducido tamaño para no dañar la pieza. Las superficies de las muestras se han pulido y sometido a ataque químico. Se ha realizado la observación de las estructuras metálicas con microscopia óptica y electrónica de barrido. Todas las fotografías, de microscopia óptica, se han realizado a los mismos aumentos, x 120. Los análisis cualitativos y cuantitativos de los elementos constituyentes de las muestras se han realizado mediante análisis por dispersión de energía de rayos X.

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Análisis fisico-químicos

Fíbula. Tumba 9 (Hierro I)

El trabajo en frío del metal comporta una deformación de los cristales y la creación de tensiones internas que lo vuelven frágil. Para poderlas eliminar se somete la pieza a un recocido. Este tratamiento térmico produce la recristalización del metal y devuelve a la pieza las propiedades mecánicas iniciales. Un rasgo característico del recocido es la formación de maclas. Para conformar la fíbula se escogió la aleación de bronce con el porcentaje de estaño más conveniente para poder realizar en frío todo el complicado trabajo que requería su ejecución. Este trabajo en frío comportó una nueva estructura sin las propiedades iniciales de la aleación, por lo cual, se sometió la pieza a un recocido, que se pone de manifiesto por la presencia de maclas en los cristales, con lo cual se devolvió a los cristales su primitiva forma poliédrica y a la fíbula las propiedades mecánicas propias de la aleación.

Fíbula, corte longitudinal

93,65% Cu – 5,98% Sn corte transversal. 93,54% Cu – 5,92 % Sn corte longitudinal.

Fragmentos de pulseras. Tumba 17 (Hierro I)

Los fragmentos analizados son de bronce. Los elementos constituyentes del metal lo definen como un bronce ternario Cu – Sn – Pb, aunque debido a la poca cantidad de plomo que encontramos, y solo en uno de los dos fragmentos de la pulsera, podríamos definir mejor el metal como una aleación binaria Cu – Sn con Pb añadido. Esta adición puede haber sido voluntaria o de contaminación. Lo que puede asegurarse es que los dos fragmentos de pulsera no proceden de la misma fundición. El óxido cuproso, que proviene de la oxidación del cobre fundido, es soluble en el cobre líquido, pero lo es muy poco en el cobre sólido. Durante la solidificación se deposita como un eutéctico de oxido cuproso y cobre. Esto es lo que ha ocurrido en el metal estudiado. Las estructuras cristalinas observadas, granos poliédricos con algunas maclas, muestran los efectos de tratamiento mecánico y térmico. Parece que la pulsera pudo haber sido obtenida como un producto de molde, en forma de varilla, al que posteriormente se le dio su forma definitiva mediante un tratamiento mecánico en frío que fue seguido por un tratamiento térmico de recocido.

Pulsera, corte longitudinal

Corte transversal; 82,52% Cu, 16,44% Sn, 1,04% Pb. Corte longitudinal; 87,62% Cu, 12,10% Sn, 0,28% Pb. Escorias. Sector A. Unidad Estructural 1. (hispanovisigodo)

La apariencia escoriacea de las muestras quedo desmentida después de realizar el primer corte. Debajo de la capa superficial de oxidación aparecía una matriz totalmente metálica. Para poder asegurarnos de que todas las muestras eran de la misma naturaleza, sometimos dos más a corte. La única diferencia observable a simple vista era el grado de porosidad del metal. Se realiza el estudio de dos de ellas, una compacta y una porosa.

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Escoria compacta: Análisis cuantitativo : 100%Cu. Se trata, de un residuo de una colada de cobre que, después de solidificar ha enfriado muy lentamente lo que ha permitido al grano crecer de forma excepcional. La fundición de partida era de cobre puro. No ha sido sometido a ningún tratamiento posterior, ni mecánico ni térmico. Debido a su forma, es de suponer que en el crisol donde se fundió el cobre, no se consiguió una homogeneización de temperatura, quedando esta masa grumosa semi - adherida a la pared interna, lo cual provocó que, durante la colada, no fuese vertida con el resto del material, despegándose con posterioridad, para poder volver a ser utilizada en un futuro reciclage, pero con el suficiente tiempo de permanencia en el crisol para poder enfriar lentamente y así aumentar mucho su tamaño de grano. También se ha de hacer hincapié en la pureza del cobre. Normalmente este metal siempre va acompañado de otros elementos con carácter minoritario. Ayuda a obtener una colada sana remover esta con pértigas duras de madera, este puede haber sido el tratamiento usado que ha producido cobre tan puro. Escoria porosa: Análisis cuantitativo:. 100% Cu. Este material, es el residuo de un horno de fundición de cobre. Debido a la falta de homogeneidad de la temperatura en el interior del crisol ha habido zonas que han enfriado más súbitamente, creándose masas grumosas que no han podido aprovecharse para la colada del metal al molde. La pureza del metal lo hace idóneo para una posterior aleación así como también para el trabajo directo. Probablemente ha influido en que durante el fundido se ha removido con pértigas duras de madera. Acompañando las muestras de escorias hay unas pequeñas lascas, laminas formadas por una doble capa, de tonalidad verde – marrón. Este último color lo han adquirido al recubrirse de material de contaminación, imposible de limpiar so pena de hacer desaparecer una de las dos capas. En la superficie de un baño de cobre, debido a la diferencia de temperatura entre la de este y la ambiental, se crea una doble capa, lámina de oxido cuproso – oxido cúprico, que solidifica rápidamente y se despega por si misma cuando el metal se enfría. Aun sin posibilidad de analizar las lascas, nos atrevemos a decir que estas son fragmentos de esta lamina superficial que se forma durante la fundición. Esto ayuda a consolidar la hipótesis de que la masas grumosas “escórias” estudiadas son residuos de la colada de cobre que han quedado depositados en el interior del crisol. Conclusión

Las piezas elaboradas, fíbulas y pulseras, se han conformado a partir de una aleación Cu - Sn, un bronce. En el primer caso un bronce blando, en el segundo un bronce duro. Supuestamente, se trabajaron en frío para darles la forma adecuada a su utilidad, sometiéndose después a un recocido para devolverle las propiedades

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Análisis fisico-químicos

mecánicas. La fíbula requería más elasticidad y las pulseras más dureza, las composiciones respectivas de las aleaciones fueron las adecuadas para su realización. Las masas grumosos, "escorias", residuos de una colada, solo se diferencian debido a su velocidad de enfriamiento. La escoria compacta ha enfriado lentamente, probablemente dentro del crisol, mientras que la escoria porosa ha enfriado rápidamente, probablemente en condiciones ambientales. La palabra escoria con que se han definido no es la adecuada, porque una escoria es un desperdicio, y estas masas de cobre debían guardarse para ser reutilizadas en una colada posterior, es decir, recicladas.

ANÁLISIS DE TERMOLUMINISCENCIA Se ha realizado el análisis de dos urnas de la necrópolis de incineración (Hierro I), con objeto de clarificar una posible secuencia cronológica. Para ello se han tomado muestras de una urna que presentaba elementos arcaizantes como son las orejetas perforadas (Tumba 24); la otra urna fue seleccionada por ser la única que se documentó completa y tipológicamente distinta a la primera. Ambos muestreos dieron fechas similares. Tumba 24.TL - 04062001. Edad Convencional 2750 +/- 275 BP. Tumba 32.TL - 05062001. Edad Convencional 2750 +/- 275 BP. Para los dos yacimientos situados cronológicamente en la II Edad del Hierro, se ha tomado una muestra de cada uno de ellos, con objeto de contextualizarlos y apoyar la hipótesis de trabajo, que se trataba del mismo grupo humano que se hubiera trasladado de una ubicación más lejana (Yac. A) a otra más cercana del arroyo Culebro (Yac. C). Yacimiento A.TL - 01062001. Edad Convencional 2650 +/- 265 BP. Yacimiento C.TL - 03062001. Edad Convencional 2650 +/- 265 BP. En este caso las cronologías han dado resultados iguales, desconfiando el equipo técnico arqueológico de las muestras seleccionadas y del margen de error que supone este tipo de analítica. En cuanto al asentamiento de época hispanovisigoda, al documentarse dos focos distintos del mismo hábitat, área de almacenamiento en el yacimiento B y unidades de habitación en el yacimiento D, se ha tomado una muestra del interior de uno de los silos excavados y otra de una unidad de habitación sellada por el derrumbe de la techumbre (U.E. 1). Ambas muestras han dado iguales cronologías por lo que vienen a confirmar la hipótesis planteada. Yacimiento B.TL - 02062001. Edad Convencional 1350 +/- 135 BP. Yacimiento D.TL - 06062001. Edad Convencional 1350 +/- 135 BP. 02062001 (x6,5) 05062001 (x32)

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Análisis fisico-químicos BIBLIOGRAFÍA

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La conservación de objetos metálicos de los yacimientos del P.P. 5 del P.A.U. Arroyo Culebro (Leganés)

FRANCISCA ROMERO


De todos los materiales que los arqueólogos encuentran en el transcurso de una excavación, los metales pueden ser los menos numerosos pero, por el contrario son los que más información aportan para la datación de las estructuras que los rodean. Otros materiales como la cerámica o la piedra aportan información casi de manera inmediata, pero el metal aparece envuelto en capas de corrosión que casi siempre son auténticos camuflajes. La naturaleza sensible del metal hace que las circunstancias en las cuales aparece no faciliten su estudio e interpretación y su importancia en arqueología llevan directamente a la necesidad de realizar una serie de procesos de conservación que favorezcan la correcta visión e identificación del objeto (Gómez Ramos,1999:181) Es así pues que en este proyecto arqueológico se tuvo en cuenta, con muy buen criterio, la realización de análisis, conservación y restauración de los materiales aparecidos en el transcurso de las excavaciones. No solo como apoyo en el estudio e interpretación de los materiales por parte de los arqueólogos, sino también teniendo en cuenta su posterior exposición en el Museo Arqueológico Regional de Madrid. ¿Qué es un metal? ¿De que se compone? ¿Qué tiene de particular un objeto metálico arqueológico? ¿ Qué cuidados necesita? Intentemos dar una sencilla explicación a estos interrogantes. Una definición elemental de metal es que se trata de formas inestables de productos encontrados en la naturaleza: los minerales. Cada metal está formado en uno u otro porcentaje por distintos minerales que el hombre mezcla buscando unas características determinadas en un proceso denominado metalurgia. Otros componentes son las trazas, llamadas así porque aparecen en muy pequeña proporción en la mezcla de minerales. Su importancia estriba en que, su presencia, descubierta a través de un análisis metalográfico, tanto cuantitativo, como cualitativo, puede ayudar a descubrir tanto aspectos tecnológicos como de procedencia del mineral que compone el metal objeto de estudio (Gómez Ramos, 1999: 19). Esta definición sirve para el metal en general como materia prima para la fabricación de objetos desde que el hombre los comenzó a desarrollar, hasta nuestros días. Este aspecto es realmente importante como uno de los elementos que trataremos de analizar en las siguientes líneas donde nos importan todos los aspectos relativos a este desde su composición a su exhumación pasando por la fabricación, utilización, el enterramiento, la exhumación y en general lo que el inexorable paso del tiempo ejerce sobre todos estos condicionantes, y como inciden estos en el ulterior proceso de restauración y conservación. En términos generales los metales procedentes de los yacimientos arqueológicos aparecen en mayor o menor grado, mineralizados; es decir, el metal tiende de forma natural a convertirse en los minerales que lo conforman. Se trata de un delicado equilibrio que se ve atacado por diversos flancos, como son las condiciones

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que rodean al objeto en su enterramiento entre las que destacan la ausencia de luz y de oxígeno, la presencia de sales, los suelos más o menos corrosivos, o la temperatura y humedad extremas o estables, así como su propia composición y su tratamiento en el momento de la exhumación (De Guichen, 1990:33). Esta es la paradoja del restaurador: detener el tiempo que inexorablemente se empeña en devolver el objeto metálico a su naturaleza mineral. El trabajo de conservación empieza con el estudio y conocimiento de los factores ya señalados, su composición, las características del enterramiento y las condiciones de su exhumación (Mourey, 1987: 15). Muy importante además el cuidado que se ponga tanto en el proceso de exhumación, así como en su posterior tratamiento, recogiendo todos los datos posibles de las circunstancias del enterramiento, en este sentido de los informes realizados por los arqueólogos se deducen algunas de las características del terreno en el cual se encuentran los distintos yacimientos de Arroyo Culebro: · Vegas de arroyo, por tanto con habituales inundaciones. · Terreno formado por limos, arcillas gravas y arenas, con importante retención de humedad, · Territorios dedicados a explotaciones agrícolas, que conllevan un importante aporte extra de sales que ello implica (nitratos, sulfatos...) amen del deterioro físico que para el yacimiento en general supone los trabajos de labranza con su maquinaria. De esta forma, en la extracción y en los resultados de los estudios arqueológicos, ya se ha comenzado el proceso de conservación de los materiales. Tenemos por tanto que el entorno de estos objetos metálicos es muy húmedo y con aporte extra de sales minerales, así si tenemos en cuenta que los procesos de mineralización de un metal son imparables, ambientes húmedos y salinos convierten a la tierra en un laboratorio donde se producen las reacciones de corrosión y oxidación que aceleran los procesos de mineralización. La corrosión es un fenómeno electrolítico que se ve favorecido por la presencia de sales ( tanto las del terreno como las aportadas por el hombre) y la oxidación es un proceso químico que se acentúa en presencia de humedad. Es lo que se denomina corrosión húmeda, como la que nos encontramos en estos casos , que es más penetrante y provoca una profunda transformación de la superficie del objeto. Estos son por tanto los procesos que alteran en gran medida la objeto metálico, corrosión y oxidación. En un sencillo esquema explicamos como se realiza este proceso:

hombre metalurgia mineral sales metálicas óxidos

estable

inestable

objeto metal

naturaleza corrosión (De Guichen, 1990:39)

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La conservación de objetos metálicos

Estos procesos que pueden llegar a paralizarse si el objeto se mantiene en unas condiciones estables en su enterramiento. Caso este difícil ya que por su naturaleza, en el caso que nos ocupa, próximo al cauce de un arroyo, no existía un equilibrio de las condiciones de humedad, ya que depende de la época del año en la que nos encontremos para que éstas oscilen notablemente dependiendo de la pluviosidad, y de los estiajes y crecidas del arroyo, además estamos hablando de objetos extraídos a través de un proceso de excavación, que propiciará el mayor de los desequilibrios que estos objetos van a sufrir desde que fueron facturados. Por otro lado la extracción de los objetos metálicos en la excavación supone el desencadenante de un cambio brutal de las condiciones de enterramiento. Solamente por la presencia de la luz y el aire se genera un proceso de desecación repentina. Estamos hablando de una colección de objetos de hierro y bronce, de los que pasaremos a realizar una breve definición que posteriormente nos servirá para entender las alteraciones que éstos pueden sufrir. El bronce es en general una mezcla de cobre y estaño en una proporción aproximada de 8:1, que puede tener en su composición otros minerales en proporciones muy bajas, pero que en ocasiones son muy importantes para hacer que los trabajos con las coladas resulten más o menos fáciles de realizar, y que por otro lado se consiga un metal más o menos resistente. El hierro se forma de la combinación de numerosos minerales que llevan hierro en su composición, conjuntamente con sales, que conforman lo que se denomina ganga. La metalurgia es la actividad que conjuga los diferentes componentes para obtener los metales. El hierro está por su composición mineral más cercano a su propio proceso de descomposición, y es por tanto más frágil que el bronce (Gómez Ramos, 1999:19-21). Nos encontramos por tanto ante un conjunto de objetos metálicos que han sufrido un paulatino deterioro en su enterramiento, y tras ser exhumados podemos comprobar de primera mano su estado de conservación. Tenemos dos grupos de objetos, de bronce por un lado y de hierro por otro. En términos generales los objetos de bronce son fíbulas, brazaletes, anillos, monedas y otros objetos dedicados mayoritariamente al adorno personal. Los elementos de hierro son aperos agrícolas, anclajes de elementos constructivos, hojas de cuchillo, clavos y excepcionalmente, una fíbula. En algún caso van acompañados de restos de madera que pueden corresponderse con mangos, apareciendo en un caso varios vástagos enmangados con hueso, pertenecientes bien a un cuchillo o bien a un punzón. Sobre los objetos recuperados en particular en las urnas de incineración, hay que añadir además el deterioro que sufren en ocasiones al encontrarse calcinadas, llegando algunas al taller incluso con adherencias de restos óseos. Aunque las temperaturas alcanzadas en estos ritos de incineración no son muy elevadas, sí resultan suficientes para provocar deformaciones. Los bronces en general, sufren fuertes grados de corrosión, y oxidación. En este sentido apenas nos encontramos con pátinas nobles, que significan un correcto equilibrio en la mineralización de la pieza y una conservación natural de la misma. Se localiza por otro lado una notable presencia de cloruro cúprico (cuprita), uno de los grandes agentes destructores en todos los objetos de bronce. En este sentido nos encontramos con capas de corrosión muy gruesas, resistentes y abultadas, habitualmente formadas por malaquita y atakamita, bajo la cual aparece el rojo brillante de la cuprita. Eliminar todos estos procesos de corrosión son una parte fundamental de los procesos de conservación de estos objetos. Los productos de corrosión, van siempre combinados con carbonatos y tierras (Casas y García, 1978: 324).

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En cuanto al hierro se ve deformado sustancialmente por sus productos de corrosión, generalmente muy abultados. Por el tipo de objetos que nos encontramos, debemos afirmar que suelen estar fabricados a base de forja (calentamiento y martilleo) lo que da al metal una estructura macrográfica de fibras que componen láminas que son las que se van desprendiendo, a medida que los productos de corrosión van transformando la superficie del objeto. Los productos de corrosión del hierro son óxidos e hidróxidos, básicamente, de colores marrones y pardos. Algunas manchas blancas indican la presencia de hidróxido ferroso y las negras y rojas de magnetita y hematita. Por otro lado debemos hacer referencia a piezas que en su composición poseen combinación de hierro y bronce. Como ya hemos mencionado anteriormente el bronce es un metal más resistente a la descomposición que el hierro, y sus productos de corrosión ocupan menos espacio. En el caso de los objetos combinados, el hierro deteriora estructuralmente al objeto, porque sus productos de corrosión superan, incluso hasta doblar el tamaño de los objetos de hierro. En el caso de la pieza enmangada en hueso ha llegado incluso a seccionarlo. En cuanto a los procesos de conservación y restauración, estos han de ser inocuos y reversibles. En cuanto al proceso tras el registro fotográfico del estado en el que llegan las piezas al taller, se procede a la limpieza de las mismas. Llamamos limpieza a la eliminación de las capas de productos de corrosión. En el caso de los bronces se trata de llegar hasta la pátina noble (formada por malaquita y azurita básicamente) y de eliminar todos los rastros de cuprita, circunstancia que supone que el objeto tenga un aspecto de picado, debido a los pequeños cráteres que se generan al eliminar un foco de cuprita. En el hierro los procesos de limpieza tratan de llegar al metal sin laminar o sin corrosión que posee un color gris oscuro o negruzco. Es tos procesos se realizan de forma mecánica, adecuando los medios al producto a eliminar; así para las capas más finas y blandas se utiliza fibra de vidrio y bisturí, y para las más gruesas y duras, torno de dentista. Se ha optado por este método debido a la escasez de tiempo, y a que la limpieza mecánica es más fácilmente controlable y no precisa neutralización posterior. Por el contrario los tratamientos químicos requieren mas tiempo para un mayo control y una correcta neutralización (Mourey, 1987: 3; De Alarcâo y De Alarcâo, 1963: 14). Puesto que el proceso siguiente es químico, es necesario que las piezas estén bien secas, limpias y desengrasadas para proceder a la inhibición de los productos de corrosión. Después de la limpieza se somete a los objetos al test de cloruros, para ver si hay que insistir en alguno de ellos. Se realiza al vacío, en un ambiente saturado de humedad. Cuando estos test son positivos, se manifiestan en los bronces con la aparición de gotitas de agua con sales, con tonos verdes claros, mientras que en los hierros son de tono naranja claro. En el caso de las piezas de Arroyo Culebro, la presencia de Cl- durante su estancia en el taller ha sido escasa y muy puntual, por lo que se ha tratado, también de forma puntual con aplicaciones de óxido de plata neutraliza el Cl- formando cloruro de plata que no deja iones libres de Cl- que podrían unirse al agua y formar ácido clorhídrico destructivo para el metal (De Alarcâo y De Alarcâo, 1963: 26). Tras la inhibición de las superficies, se procede a atacar el metal saneado con un producto que puede ser ácido o básico que al reaccionar protege la superficie del mismo. Para el bronce es de probada y conocida eficacia el uso de Benzotriazol aplicado en baños, y para el hierro, el ácido tánico, aplicado de igual manera.Tras

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La conservación de objetos metálicos

este paso se pegan los objetos fragmentados con adhesivos de cianocrilato o resinas epoxi, ambos productos son resistentes pero reversibles. La protección final consiste en la formación de una capa de protección artificial. En este caso cada objeto se ha bañado en Paraloid B48N al 3% y recubierto con cera Cosmolloid (sintética) disuelta en White Spirit. Esta capa de protección es un aislante contra agentes externos, sobre todo contra el polvo y la suciedad, que almacenados en la superficie del objeto metálico, pueden ser almacenes de humedad y por tanto del comienzo de los procesos de corrosión. Todos los procesos indicados son eficaces en primera instancia, la clave para que las piezas permanezcan estables y su conservación posterior sea óptima, es el mantenimiento de unas condiciones adecuadas, y que estas varíen de forma mínima. Para los metales las condiciones óptimas son de 20º C +/- 2º C, una humedad relativa del 40% +/- 5%, y una iluminación que no precisa control, siempre y cuando se trate de una luz artificial y fría. En la actualidad el lote de materiales que nos ocupa se encuentran en el Museo Arqueológico Regional de Madrid, donde se han adecuado a sus nuevas condiciones para su futura y correcta conservación. Tras la exhaustiva excavación y tras estos primeros procesos, se continua con otras fases de trabajo previas a su musealización. La reflexión final que se puede extraer es tan sencilla, como que el primer gran paso en la conservación de cualquier material arqueológico, es el diálogo fluido y el trabajo en común entre arqueólogos y restauradores, este es el mejor comienzo.

Ajuares metálicos de la urna 32 (yacimiento D: necrópolis de incineración). Estado inicial, proceso y estado final.

Cencerro documentado en el Fondo LXV (yacimiento B: hispanovisigodo). Estado inicial y final del objeto.

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La conservación de objetos metálicos BIBLIOGRAFÍA

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Restauraciรณn y conservaciรณn de los materiales de la exposiciรณn Museo Arqueolรณgico Regional de la Comunidad de Madrid

Javier Casado Hernรกndez


INTRODUCCIÓN Entendemos por materiales arqueológicos aquellos objetos, productos y estructuras realizados por el ser humano en un determinado espacio físico y cronológico, que nos ponen en relación con el periodo cultural al que se les asigna. Están considerados como documentos portadores de la información referente a las personas y sociedad que los idearon, fabricaron y utilizaron. Su estudio y clasificación permiten crear tipologías, elaborar cronologías, conocer las técnicas de fabricación, la distribución geográfica de los objetos y las relaciones de intercambio y comercio entre los grupos. La investigación pormenorizada de las manufacturas y de los registros arqueológicos lleva a crear caracterizaciones de los grupos humanos, a conocer el aprovechamiento de los recursos naturales, disponer de datos sobre aspectos económicos, procesos sociales y manifestaciones artísticas, e incluso se llega a intuir el mundo de ritos y creencias de los pueblos que las crearon. Pero si contemplamos estos objetos arqueológicos como vestigios evocadores de un mundo cultural desaparecido, a través de los cuales podemos acercarnos a conocer las manifestaciones de la historia; también tenemos que ser conscientes de que no todas las actividades humanas dejan vestigios materiales, que solo una parte de los materiales conservados ha llegado hasta nosotros y que de estos objetos “reencontrados” solo la parte material se hace presente a nuestros ojos. En la mayoría de los casos, se escapan de nuestra comprensión objetiva las concepciones inmateriales que acompañan a los objetos, bien porque son tan sutiles que nos pasan desaparecidas, bien por no disponer de las técnicas y medios apropiados para percibirlas y ponerlas en valor. De los materiales encontrados en una excavación, sólo una parte de los datos considerados registros materiales logran sobrevivir y se conservan espontáneamente, el resto desaparece por la ausencia de medidas apropiadas que garanticen su estabilización. El carácter inevitablemente destructivo de la excavación concierne sobretodo a los datos inmateriales, pero su carácter selectivo abarca también a los hallazgos en los que la estricta materialidad podría ser conservada. De ahí el carácter parcial de los documentos arqueológicos que se estudian, las dificultades de su interpretación y la necesidad de disponer de los medios humanos y técnicos que garanticen su preservación material. La conservación en los Museos es la mejor manera de mantener juntas las colecciones de los materiales, analizar la validez de los estudios y permitir renovarlos por medio de la investigación científica (Berducou, 1990:18). En la actualidad los objetos arqueológicos son analizados y examinados científicamente hasta obtener resultados sobre la caracterización de los materiales que los componen, su naturaleza, composición y estructura, las técnicas de fabricación y la

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metodología aplicada en su manufactura. El estudio exhaustivo de los mismos contribuye a facilitar la atribución cultural, localización geográfica y datación cronológica de los bienes arqueológicos.También sirve para evaluar el estado de conservación de los objetos, diagnosticando las alteraciones y las posibles causas que las han originado. Así mismo, por medio de ensayos y pruebas de laboratorio, se asesora sobre los materiales y métodos de restauración, sobre los requisitos mínimos de estabilidad, reversibilidad e incompatibilidad de los productos empleados y se realizan los seguimientos sistemáticos de las intervenciones (Gómez, 1998:148).

ASPECTOS METODOLÓGICOS CARACTERÍSTICAS FORMALES DE LOS MATERIALES ARQUEOLÓGICOS Los materiales arqueológicos procedentes de excavación, como es el caso de los objetos de esta exposición, han sufrido una serie de procesos de alteración que están directamente relacionados con su composición química, sus propiedades físicas y las condiciones medioambientales en las que han permanecido hasta su descubrimiento y extracción. Los objetos arqueológicos son manufacturas elaboradas a partir de determinados materiales, que sufren un proceso de fabricación donde adquieren la forma y la función para la cual son creados. Es una fase de concepción y realización, por diferentes técnicas, de la forma, decoración y acabado final de las superficies originales. Concluida su fabricación se ponen en servicio de uso como objetos decorativos, de entretenimiento, de uso cotidiano, de carácter ritual, etc. En esta fase de utilización, los objetos pueden sufrir una serie de transformaciones, adaptaciones y reparaciones para modificarlos a nuevos gustos, dotarlos de nueva funcionalidad e incluso alargarles la vida de uso en aquellos que han sufridos desperfectos. Llegado un momento los objetos se abandonan por causas y motivos diversos, que la arqueología intenta investigar en el contexto de los yacimientos arqueológicos. Los materiales hasta el momento de su abandono tienen una forma determinada, que es la suma de los procesos que ha sufrido hasta ese momento: fabricación, transformación durante su utilización y transformación por el hecho del depósito en el abandono. Esta forma de los objetos arqueológicos es la que se intenta recuperar en los procesos de limpieza y después de la aplicación de los tratamientos de restauración. Pero para los materiales arqueológicos las grandes transformaciones de orden formal y estructural se producen en la fase de abandono. Desde el momento de su abandono hasta el descubrimiento en la excavación, los objetos sufren unos procesos de alteración motivados por las nuevas condiciones del ecosistema al que se tienen que adaptar, que les origina cambios en sus propiedades (composición, color, peso, volumen) y en sus características mecánicas, como respuesta al medio agresivo en el que se encuentran. Estas transformaciones se traducen en cambios físicos en la superficie y en la forma de los objetos descubiertos. Desde que los objetos son encontrados en la excavación comienza la fase de recuperación de los materiales, con un estudio pormenorizado de los vestigios materiales e inmateriales que ayuden a interpretar los datos encontrados y ponerlos en relación con un periodo cultural concreto. Esta nueva ruptura de las condiciones del ecosistema, va a activar nuevos procesos de alteración como respuesta a los cambios de las condiciones ambientales.

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Restauración y conservación de los materiales de la exposición

Para mitigar y paliar las transformaciones en los objetos, se deben disponer en las excavaciones arqueológicas de los equipos técnicos, materiales y personales que puedan prevenir los efectos que ocasionan los cambios de ecosistemas.

RELACIÓN DE LOS MATERIALES ARQUEOLÓGICOS CON LOS ECOSISTEMAS Para poder intervenir con garantías en la recuperación de los materiales en una excavación es fundamental conocer las características de los ecosistemas y de los mecanismos de alteración que en ellos se desarrollan.También es necesario determinar las características de los materiales arqueológicos, su naturaleza, composición y estructura, las técnicas de fabricación, las causas de su abandono, las patologías presentes y las intervenciones que precisen los materiales. En líneas generales, el estado de conservación de los materiales depende directamente de las condiciones que han rodeado a los objetos y de su reacción ante los impulsos que ha recibido del medio en el que se ha encontrado (Fernández Ibáñez, 1990: pp.14). Para evitar la destrucción del objeto, es necesario entender las características propias de su materia, las condiciones a las que ha estado sometido en el ecosistema suelo y los cambios que sufrirá al pasar al nuevo ecosistema aire. Cuando los objetos están enterrados, el medio en que se encuentran se caracteriza por la presencia de sales solubles contenidas en su composición y arrastradas por el agua, hay ausencia de luz, la temperatura y la humedad relativa son estables, hay un acceso limitado de aire, en particular de oxígeno, y presencia de microorganismos. Por el contrario, cuando un objeto es descubierto implica cambiarlo a un ambiente caracterizado por la presencia de aire que contiene oxígeno, partículas en suspensión y gases ácidos, hay una humedad relativa variable, la luz y las radiaciones pueden causar procesos de oxidación, de decoloración y modificar los valores de humedad y temperatura (De Guichen, 1984: 34). Bajo tierra la cerámica y la piedra no se ven afectados en gran medida por la ausencia de luz y por la humedad relativa variable; pero las sales solubles y el agua líquida presente en el suelo sí les afectan, porque se disuelven previamente las sales y son fácilmente absorbidas por capilaridad al interior de los objetos. Un factor de alteración importante lo constituye las sales insolubles, entre las más frecuentes están los sulfatos, silicatos y carbonatos, formando concreciones fuertemente adheridas a las superficies. Las cerámicas aparecen fragmentadas en los yacimientos por causas fortuitas y por las presiones sedimentarias de los estratos. Cuando las cerámicas son muy porosas y han sido cocidas a baja temperatura hay procesos de disgregación de sus componentes. Expuestos al aire los materiales que contienen sales solubles (cloruros, nitratos, fosfatos) se produce un desplazamiento de éstas dentro de su red porosa, de acuerdo a las variaciones de humedad relativa del aire. Este proceso de redisolución y recristalización, producirá microfisuras y una aceleración de su desintegración. Bajo tierra el vidrio, que está compuesto fundamentalmente por sílice, cal y óxidos de sodio, desarrolla complejos procesos de descomposición, transformando la cal y los óxidos de sodio en carbonatos. Es muy frecuente en los vidrios de base sódica, porque el exceso de sosa favorece la captación de agua y actúa de cataliza-

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dor de las reacciones. Se produce una cristalización en la superficie del objeto en forma de laminillas, que se van desprendiendo poco a poco, lo que ocasiona un adelgazamiento paulatino de las paredes del vidrio. Este cambio a menudo le da al objeto una apariencia iridiscente. Los carbonatos se mezclan con la sílice y las escamas de cristalización produciendo una superficie opalescente. Esta cristalización se conoce con el nombre de desvitrificación y tiene como consecuencias que las propiedades del vidrio se alteren, haciéndose más frágil y quebradizo, además de perder su transparencia. Expuestos al aire les afecta principalmente los cambios de humedad relativa, ya que el agua es el elemento fundamental en los procesos de corrosión del vidrio. Los vidrios de base potásica, son muy higroscópicos, absorben humedad del aire para formar soluciones de carbonato potásico y agua que escurre por la superficie. A este fenómeno se le conoce con el nombre de exudación. Bajo tierra los materiales orgánicos (hueso, asta, marfil) están expuestos a las presiones y movimientos sedimentarios del terreno y a la presencia de raíces de plantas vasculares que pueden llevar a producir fracturas y deformaciones. Debido a las características de higroscopicidad y anisotropía de estos materiales, el principal factor de deterioro es la humedad, que ocasiona tensiones y fracturas en su estructura por los procesos de absorción y desorción de agua, que se traducen en un aumento y disminución de su volumen. Además, la humedad es el principal vehículo para la disolución de las sales solubles, su posterior transmisión y depósito en los materiales. La fracción orgánica se descompone si permanece largo tiempo en ambientes muy húmedos, debido a la hidrólisis de la oseína. La hidroxiapatita se disuelve en condiciones ácidas. En suelos alcalinos la fracción mineral se conserva y la orgánica es atacada, el colágeno y la sustancia base se conservan. Los suelos muy alcalinos atacan fuertemente la matriz orgánica, volviéndose huesos quebradizos y pulverulentos. La descomposición de los restos orgánicos comienza por las partes blandas por putrefacción, intervienen procesos de oxidación y reacciones anaerobias en medio reductor. Las partes esqueléticas al volverse porosas, pueden provocar la desintegración del material por disolución química, o fosilizarse por depósito de sales minerales. La porosidad de los huesos favorece la deposición de minerales en las cavidades que quedan al descomponerse las células, la coloración que adquiere va en función del sedimento. Frecuentemente, el material óseo sufre procesos de fosilización, que consisten en transformaciones químicas, que reemplazan los compuestos orgánicos por otros minerales. Se ve condicionada por la composición de la materia orgánica y las condiciones geoquímicas. La fosilización está muy ligada al proceso de litificación del sedimento (Laborde Marqueze, 1986:27-30). Expuestos al aire se produce una ruptura de las condiciones ambientales estables y del equilibrio alcanzado con el medio. Los niveles de humedad relativa descienden bruscamente en el momento de la excavación y se origina una rápida desecación de los materiales. Esto provoca contracciones en la superficie y presiones en el interior de los objetos, que se manifiestan en la aparición de gritas y fisuras. Los cambios de temperatura afectan a los valores de humedad relativa y a la migración y cristalización de sales solubles. La luz provoca transformaciones directas en los materiales y les lleva a cambiar su coloración.

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Restauración y conservación de los materiales de la exposición

Bajo tierra los metales se transforman rápidamente al sufrir procesos de corrosión, que es la principal causa de alteración. Los metales se encuentran en la naturaliza en formas complejas de compuestos minerales, en base a óxidos y sales de distintos elementos. Por medio de la minería extractiva y la metalurgia los compuestos minerales se transforman en metales. La corrosión es el proceso por el cual el metal vuelve a su estado natural, en una conversión paulatina de sus formas minerales combinadas. Es un cambio en la estructura de los metales, que se transforman en unos productos nuevos derivados de aquellos minerales de los que proceden. En ausencia de agua, la corrosión generalmente solo afecta a la superficie del metal y rara vez es capaz de penetrar a fondo, se conoce como corrosión seca. Cuando se ha formado una película de agua sobre la superficie, se produce la corrosión electroquímica y puede provocar una transformación profunda del metal, se conoce como corrosión húmeda. La corrosión en suelos es un proceso electroquímico, en el que el suelo es el electrolito y distintas áreas del metal constituyen los ánodos y cátodos de las pilas de corrosión que se forman. Mientras haya diferencia de potencial entre las distintas áreas, el metal se disolverá anódicamente dando iones positivos. Una de las causas más frecuente de corrosión de metales enterrados es la formación de pilas de concentración diferencial, las zonas en contacto con las partes inferiores de los objetos se corroen más por estar más húmedas y compactas. Los factores que afectan a la corrosión de un suelo son la porosidad, porque afecta a la aireación, la conductividad eléctrica, el contenido de sales solubles e insolubles disueltas, la humedad y la temperatura. La presencia de oxígeno y sales minerales solubles, en un suelo corrosivo y en presencia de una humedad relativa alta, acelera la transformación del metal en un producto de corrosión. Se produce un aumento del volumen del objeto, un cambio de peso, de color y una debilitación de sus propiedades mecánicas. Expuestos al aire los metales pueden sufrir la corrosión atmosférica. La resistencia de un metal a la corrosión depende del tipo de atmósfera. Esta varía de una zona a otra, dependiendo de la humedad, temperatura, contaminación e iluminación. Los agentes contaminantes más corrientes son el cloruro sódico, anhídrido sulfuroso, anhídrido sulfúrico, dióxido de nitrógeno, monóxido y dióxido de carbono, además de diversas sales y partículas metálicas en suspensión. Los principales factores de la formación de la película acuosa en la superficie del metal son la condensación capilar, química y por absorción. La velocidad de corrosión guarda relación: - Con el proceso anódico, en la que el metal se disuelve dentro de la película del electrolito, precipitando compuestos poco solubles y más o menos protectores (hidróxidos). - Con el proceso catódico, en la que el metal se corroe por el proceso de reducción del oxígeno. - Y con la resistencia óhmica en la que la disminución de la película del electrolito va acompañada de un aumento de la resistencia en las zonas anódicas y catódicas de las pequeñas pilas locales de corrosión. En un primer momento, los metales se cubren rápidamente de productos de corrosión, que absorben humedad y originan un incremento inicial de la veloci-

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dad de corrosión, posteriormente se ralentiza el proceso al hacerse capas más compactas y espesas, que impiden la difusión del oxigeno.

PROPUESTAS DE INTERVENCIÓN EN LAS EXCAVACIONES Las principales intervenciones que se realizan “in situ” son las actuaciones de desecación controlada, mantenimiento de la humedad, limpieza, consolidación, extracción, embalaje y almacenamiento.Tienen la consideración de medidas provisionales de protección de los materiales hasta su llegada al laboratorio, donde se efectuarán y concluirán los tratamientos definitivos (Escudero, 1988, pp.17). Dentro de las intervenciones más generalizadas en la excavación están: - Las limpiezas se deben restringir a eliminar las tierras y los productos de alteración más superficiales de los objetos, o de una parte de ellos, para tener una lectura superficial, conocer su materia y poder decidir sobre el método de recuperación. Las limpiezas deberían ejecutarse en el laboratorio, donde se dispone del equipamiento técnico para acometerlas con garantías. Si se realizan a la ligera, los daños que pueden causar y los datos que pueden perderse son después irreparables. Hay que considerar que es un tratamiento irreversible y que lo debería practicar siempre una persona experta y cualificada. - Las consolidaciones y fijaciones son intervenciones en las que se aplican productos compatibles con los materiales, para devolverles la cohesión estructural necesaria para soportar las tensiones mecánicas que se originan en su manipulación y traslado. - Las actuaciones de estabilización consisten en bloquear los mecanismos de alteración por medios físicos o controlando las condiciones medioambientales que desencadenan los procesos de degradación. Se debe procurar una desecación gradual, evitando las oscilaciones bruscas de los valores de humedad relativa. En algunos casos es preferible mantener el mismo grado de humedad que presentaban al ser encontrados. - Las extracciones facilitan la recuperación de los materiales. Mantienen en conjunto los fragmentos que pertenecen a una pieza y, si está completa, la protege y evita las fracturas. Se pueden emplear distintos métodos según el tipo de objeto, sus dimensiones y el estado de conservación: engasados con adhesivos sintéticos, con gasas enyesadas; por bloques realizados con planchas rígidas, con yeso y estopa e incluso mixtos, empleando materiales rígidos para la caja y escayola para el relleno. A veces con una consolidación de las tierras limítrofes se pueden extraer los objetos en bloque sin la adición de gasas, ni elementos rígidos. Las camas rígidas se emplean como refuerzo de los objetos en las extracciones, pueden realizarse con resina y fibra de vidrio, con espumado de poliuretano expandido, mixta (para grandes objetos pesados con el empleo de resina, fibra de vidrio y espumado de poliuretano), con entablillados y embarrillados que refuerzan las extracciones de objetos frágiles en plano horizontal. - Un buen embalaje y un correcto almacenamiento garantizan que los materiales lleguen al museo en las mejores condiciones posibles. Los embalajes proporcionan la protección necesaria para aislarlos de un medio agresivo y de los agentes físicos, químicos y de biodeterioro que les pueden afectar. Para

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Restauración y conservación de los materiales de la exposición

objetos pequeños se pueden emplear bolsas de polietileno de cierre hermético y contenedores de poliestireno o polipropileno para agruparlas. En los materiales muy frágiles o fragmentados se deben proteger de los golpes con elementos amortiguadores como planchas y rellenos de poliestireno expandido, o incluso realizando embalajes del tipo “nido” que recojan la forma del objeto. Hay que recordar la posibilidad de incorporar a los embalajes agentes desecantes, como el gel de sílice con indicador de cobalto, o el art sorb programado con determinados niveles de humedad relativa. Las cajas con los materiales de excavación deben almacenarse en un lugar seguro con un mínimo de medidas de seguridad, que mantenga unas condiciones ambientales lo más estables posibles, evitando las radiaciones directas del sol, atmósferas contaminantes y gases corrosivos. Una intervención importante dentro de los yacimientos es la consolidación, protección y mantenimiento de estructuras arqueológicas, ya sean muros, pavimentos, pinturas murales, restos de sillares, etc.; e incluso los simples indicios o restos de huellas de las estructuras que existieron.

METODOLOGÍA Y CRITERIOS DE RESTAURACIÓN Las nuevas normas con las propuestas metodológicas adecuadas, que deben seguirse para la restauración y la conservación en los años 90, se recogen en la Carta del Restauro publicada con el nombre “Carta de 1987 de la Conservación y Restauración de los objetos de arte y cultura” (Martínez Justicia, 1990:17). En su Anexo C, Instrucciones para la conservación y restauración de las antigüedades, y en el apartado del Anexo D, Previsiones a tener en cuenta en la ejecución de intervenciones de conservación y restauración en pinturas murales y mosaicos, se detallan métodos específicos y actuaciones concretas, que garanticen la recuperación y conservación de los materiales procedentes de las excavaciones. Son recomendaciones generales referentes a las actuaciones y métodos en la extracción de materiales, incluyendo propuestas de protección, salvaguarda y conservación para los elementos constructivos, estructuras, monumentos y yacimientos arqueológicos encontrados. La finalidad de los criterios deontológicos es crear una serie de axiomas o principios que sustenten, definan y delimiten las intervenciones que se realicen en los bienes culturales, justificando la necesidad ineludible de la aplicación de los tratamientos, limitando el empleo indiscriminado de los mismos y definiendo los sistemas metodológicos con los paralelismos de otras actuaciones en materiales similares. Antes de intervenir en los objetos, se realizan exámenes y análisis exhaustivos sobre los materiales constitutivos de los objetos y se hace un diagnóstico de patologías que evalúa el estado de conservación de los mismos. Las intervenciones quedan registradas en una ficha técnica o informe final donde se consignan todos los datos obtenidos. En especial los que marcan los objetivos de los tratamientos y justifican su empleo y los que mencionan los productos y métodos utilizados. Se estudia detenidamente la necesidad de cada actuación, bajo el principio de mínima intervención y máximo respeto a la integridad original, para intentar mitigar el impacto de los efectos de los tratamientos en los materiales.

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Todas las intervenciones deben ser reversibles, tanto en su vertiente estética e histórica como material y formal. Todo lo que se haya podido poner a través de un tratamiento, debe poder eliminarse por medios inofensivos y sin que se modifique en nada el estado anterior del objeto.

Reintegración mimética de cerámica Reintegración material de cerámica

La reversibilidad de los productos utilizados tiene que ser duradera al paso del tiempo. Si esto no puede ser asegurado completamente, al menos es necesario que no impida una intervención posterior. Los materiales empleados en las intervenciones, que van a estar en contacto directo con los objetos originales, deben ser distintos y compatibles con ellos en sus características mecánicas, químicas, físicas y eventualmente ópticas.Tienen que ser inalterables, inertes, conocidos y experimentados y se tendrá un perfecto conocimiento de su aplicación, apariencia final y envejecimiento (Casado Hernández, 1994). Las adiciones, reconstrucciones y reintegraciones deben limitarse al mínimo posible, no inventarán o falsificarán la realidad y respetarán cualquier resto o indicio de la historia material del objeto. Las reintegraciones no tienen que sobrepasar un tercio del total de la superficie de la obra, se restringen a las partes bien documentadas y conocidas y deben apoyarse en las zonas ya existentes. Se diferenciarán de la obra original al utilizar materiales compatibles, pero de naturaleza distinta, al dejar la superficie reintegrada en un plano inferior a la de las zonas limítrofes del objeto y al documentar las zonas añadidas (Amitrano Bruno, 1986: 17). En el entonado cromático de las lagunas se busca un tono más bajo que el de las zonas circundantes, preferiblemente se realiza con el empleo de tintas neutras planas en base a la suma de tonos presentes en la obra original. Se evitará la técnica ilusionista, pero se pueden hacer degradados con estarcidos, esponjados y con el empleo del ‘regatino’.

LOS MATERIALES DE LA EXPOSICIÓN Los materiales seleccionados pertenecen a los restos exhumados en los diferentes yacimientos arqueológicos del paraje conocido como P.P.5, Arroyo Culebro, perteneciente al municipio de Leganés en la Comunidad de Madrid. A los restos encontrados se les da una adscripción cultural que va desde la Primera Edad del Hierro hasta época hispanovisigoda, pasando por la Segunda Edad de Hierro y el mundo romano. Dentro de la misma área geográfica se han ido superponiendo facies culturales sucesivas, que pertenecen tanto a espacios de habitación y poblados, como a necrópolis y lugares de enterramiento. El conjunto de materiales que han sido intervenidos y restaurados para formar parte integrante de la colección de la exposición “Vida y muerte en Arroyo Culebro” en el Museo Arqueológica Regional Comunidad de Madrid, está compuesto por cincuenta y ocho objetos cerámicos en fragmentos sueltos o ya adheridos, veintiséis piezas de hierro, setenta y seis piezas de bronce, seis piezas de sílex, seis piezas de hueso, (cuatro de ellas enmangues con elementos metálicos del útil y uno en asta), una basa de mármol, cuatro piedras de molino, dos fragmentos de vidrio y los restos óseos de dos esqueletos humanos incompletos.

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Restauración y conservación de los materiales de la exposición

Antes de depositarse los materiales en el Museo Arqueológico Regional, la mayor parte de los objetos que componen la exposición, ya habían sido previamente tratados por medio de limpiezas mecánicas, eliminación de tierras, adhesión de fragmentos y restitución de formas. Se ha intentado buscar en estas intervenciones la legibilidad superficial de los objetos y mantener los fragmentos en un conjunto unitario, que facilitara su estudio y conservación.

CERÁMICAS Características generales

La cerámica es un material inorgánico no metálico, obtenida de materia prima mineral, realizada en frío y endurecida de modo irreversible mediante la cocción. La materia prima de fabricación es la arcilla, que es un silicato de alúmina hidratado, derivado de la descomposición lenta de las rocas sedimentarias por la acción mecánica de los agentes externos de meteorización y la acción química combinada del agua, dióxido de carbono y ácidos disueltos. Hay una gran variedad de arcillas que se presentan mezcladas con impurezas de otros minerales y que les afectan principalmente a su coloración. La fórmula estándar del caolín es 2SiO2. Al2O3. 2H2O. La arcilla es un material higroscópico, que puede ser amasado y modelado. La propiedad que mejor caracteriza a las arcillas es su plasticidad, que es la capacidad que poseen de modificar su forma por la acción de una fuerza exterior y mantenerla aún después de cesar la presión ejercida. La plasticidad está en relación con la cantidad de agua añadida. Se ve modificada por la adición en la pasta de ácidos, que la aumentan, y álcalis que la disminuyen y también la presencia de desgrasantes, que disminuyen la excesiva plasticidad y la contracción durante el secado e influyen en la porosidad final de la cerámica.Tras la cocción el proceso se hace irreversible. La acción del calor en las arcillas ejerce cambios físico-químicos profundos en su estructura. Hasta los 300º C la cerámica pierde el agua higroscópica sin influir en su estructura interna. Entre los 400-700º C la arcilla pierde el agua de constitución y su reversibilidad, llegando a convertirse en un material impermeable, poroso, duro e indeformable. Por encima de los 1000ª C la cerámica se vitrifica, se reduce su porosidad y adquiere mayor dureza y sonoridad. Causas de alteración

Los principales factores físicos de deterioro son los agentes medioambientales, que producen principalmente alteraciones de tipo mecánico sobre los objetos. Las más importantes son las variaciones de los niveles de agua contenida en el interior de la pasta cerámica y los cambios dimensionales que se producen en los fenómenos hielo-deshielo. Las migraciones y cristalizaciones de sales solubles se transmiten por la red porosa y pueden cristalizar en la superficie externa. Las variaciones de humedad relativa provocan fenómenos de condensación y evaporación. Los cambios de temperatura producen dilataciones y tensiones internas, además de facilitar la cristalización de sales que pueden llegar a originar fisuraciones y desplacaciones en la superficie. La acción directa del agua con partículas en suspensión tiene una acción abrasiva con efecto erosivo del material. Las presiones ejercidas,

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naturales o producidas por el hombre, pueden producir la fractura de los materiales. Las vibraciones cercanas y de alta intensidad favorecen la fisuración. Las radiaciones luminosas son dañinas en el espectro infrarrojo y ultravioleta. Los factores químicos de deterioro son todas las reacciones que se producen por agentes externos naturales o derivados de la actividad humana, que ocasionan fenómenos de decohesión y pulverulencia en los materiales. Los principales agentes son la acción de disolución del agua, los ácidos y otras sustancias disueltas en el agua que originan procesos de lixiviación, las sales solubles e insolubles que pueden alterar la composición de la cerámica, la contaminación atmosférica que puede depositar sustancias agresivas que inician procesos de alteración, el anhídrido carbónico contenido en el agua o el aire que se mezcla con el óxido o el hidróxido de calcio para formar carbonato cálcico, y las radiaciones ultravioletas que originan reacciones fotoquímicas, sobretodo en las cerámicas con decoración pintada (Fabri, Ravanelli, 1993:104-108). Los factores de biodeterioro están causados principalmente por el ataque microbiológico (algas, líquenes, musgos) y por la reacción a deyecciones de animales. Estado de conservación

Dentro del conjunto de cerámicas de la exposición, podemos diferenciar dos grupos dependiendo de la finalidad para la que fueron creadas, independiente de la atribución cultural, cerámicas de uso cotidiano y urnas funerarias.

Proceso de restauración de cerámica Cerámica restaurada

La mayor parte de las cerámicas están realizadas a mano, son de pasta muy porosa de color negro, gris o ocres-terrosos, con numerosos desgrasantes, cocidas en atmósferas reductoras o mixtas y sin empleo de decoraciones, salvo algunas urnas funerarias pintadas en rojo. En menor número se dan las cerámicas a torno, con pastas mejor elaboradas, más resistentes y una tipología más variada. La mayoría de los numerosos conjuntos cerámicos han pasado por una fase de limpieza y adhesión de fragmentos, hay piezas que han sido restituidas en su totalidad, mientras que un número minoritario se encuentra en fragmentos sueltos. La mayoría de las piezas intervenidas presentan restos de adhesivo en superficie o deficiencias de adhesión, que generan tensiones en la pieza o desvirtúan la forma original. El estado de conservación que presentan las cerámicas es aceptable con una buena cohesión física e integridad material de sus componentes minerales. La mayoría de las piezas se encuentran fragmentadas y están incompletas, en un gran número de ellas se hace necesario aplicar adiciones y restituciones estructurales, que les devuelva la unidad formal y la estabilidad de conjunto. En algunas piezas, que se encontraban con fijaciones y consolidaciones superficiales, se ha observado una disgregación y pérdida de material por decohesión y pulverulencia de sus compuestos minerales, esto es debido a la alta porosidad de las pastas, a una defectuosa cocción reductora a baja temperatura y a los procesos diagenéticos sufridos en el subsuelo. También se ha detectado la presencia de sales solubles, principalmente cloruro sódico y nitratos, en el interior de la pasta cerámica. Las sales insolubles, fundamentalmente el carbonato cálcico, también están pre-

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Restauración y conservación de los materiales de la exposición

sentes en muchas de las superficies de los fragmentos de los conjuntos, formando concreciones más o menos cubrientes que se distribuyen de una manera variable por el exterior de los materiales. Las sales solubles más frecuentes en los materiales arqueológicos son los cloruros, nitratos y fosfatos. Los cloruros son las sales de mayor actividad frente a los cambios de humedad relativa, se disuelven y cristalizan dependiendo de la temperatura y de la humedad. El cloruro sódico es el cloruro más extendido y el más activo, lo absorben las cerámicas por capilaridad debido a su estructura porosa. Los nitratos se forman por oxidación del nitrógeno gaseoso, por la descomposición de materia orgánica y en los suelos que se han utilizado nitratos como abonos. Los fosfatos son sales que proceden de la descomposición de materia orgánica. Los materiales procedentes de necrópolis suelen llevar disueltos fosfatos en su composición. Para eliminarlos se introducen las piezas por inmersión en baños sucesivos de agua desmineralizada, que se renueva periódicamente. Las sales insolubles provienen del suelo y se depositan en los objetos formando concreciones fuertemente adheridos a la superficie. Los más frecuentes son los carbonatos de calcio, derivados de suelos calcáreos y de cenizas de la madera. Para eliminarlos hay que atacarlos y descomponerlos por medio de un ácido diluido. Algunos carbonatos como los de sodio y potasio son parcialmente solubles en agua. Otras sales insolubles son los silicatos que para su identificación se requiere de una analítica específica

Localización de la Tumba 32 en el yacimiento

Un ejemplo de cómo se han realizado las extracciones en bloque en las exhumaciones de la necrópolis de la Edad del Hierro, es el conjunto formado por una urna y un pequeño cuenco invertido, que se encuentran desplazados y muy fragmentados por la presión ejercida por el lecho de sedimentación. Se ha decidido conservar las cerámicas en contacto directo con la tierra y mantener la misma posición de los fragmentos dentro del bloque. El conjunto ha sido extraído del yacimiento con la sola ayuda de la consolidación de las tierras colindantes a la cerámica, se encuentra desprovisto de otro tipo de elemento de sujeción de fragmentos, como engasados o camas rígidas. La cerámica presenta una buena conservación respecto a su cohesión material, aunque en superficie se detecta la presencia de concreciones de sales y depósitos salinos asociados a restos de tierra. Dado el carácter didáctico que tiene, la finalidad es devolver al conjunto una buena lectura superficial, que se pueda apreciar con claridad el nivel de los fragmentos y su asentamiento en el lecho de tierra del bloque. La intervención en el bloque de la exhumación ha tenido dos vertientes, por un lado se ha consolidado el lecho de tierra con un consolidante organosilíceo, derivado del éster etílico del ácido silícico, y se han reforzando las zonas de asentamiento de la cerámica y las más expuestas, con una resina acrílica diluida en disolventes orgánicos.Y, por otra parte, a los fragmentos cerámicos se les ha eliminado de su superficie exterior los depósitos de tierra y concreciones localizadas de sales insolubles por vía húmeda, con el empleo localizado de soluciones reblandecedoras para después pasar a retirarlos por medios mecánicos. Los fragmentos sueltos se han fijado a la estructura del bloque con la aplicación de puntos de adhesivo, que los mantengan inmóviles y aseguren su integridad y conservación en el conjunto.

Urna extraída en bloque durante el proceso de excavación

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METALES Los metales son policristalinos, formados por agregados de cristales (granos) que tienen cada uno una dirección diferente. El tamaño y la forma de los granos de un metal depende de la composición del metal o aleación y de los tratamientos termomecánicos que ha sufrido. Bronce

Características generales

Proceso de restauración de bronce

La composición del bronce es una aleación en base a cobre como elemento mayoritario y estaño en menor porcentaje, también puede llevar en su composición otros metales como plomo, arsénico, etc. Tiene una estructura cristalina con sus átomos dispuestos en forma de cubo principalmente. El punto de fusión depende de la composición y del porcentaje de estaño presente en la aleación, con un 10% funde en torno a los 1000º C, si es del 20 % se baja a los 850º C. La estructura dendrítica en forma arborescente se forma después de una solidificación del metal por colada, por una recristalización de su estado sólido por recocido o por una transformación alotrópica. Causas y productos de alteración La corrosión es un conjunto de procesos físico-químicos que se establecen entre el metal y el medio, provoca el retorno del metal a un estado mineral más estable termodinámicamente. Hay distintos tipos de corrosión según el aspecto externo: uniforme, local o por picadura, selectiva, intercristalina, intergranular, interdendrítica, laminar o estratificada, por agrietamiento o fatiga. Los principales tipos de pilas que se desarrollan en los procesos de corrosión son: las pilas secas de electrodos diferenciados por impurezas, por diferente polaridad y por distinto potencial de oxidación, las pilas en contacto con un electrolito de concentración salina y de aireación diferencial y las pilas de temperatura diferencial.

Proceso de limpieza de bronce

La corrosión activa del bronce se inicia por la presencia de aniones Cl en el medio en el que se encuentra, son atraídos hacia las zonas anódicas de los cráteres donde se produce la disolución del metal. Los aniones Cl reaccionan con los iones Cu, liberados por la oxidación del metal, para formar el cloruro cuproso CuCl en el fondo de los cráteres de corrosión. El cloruro cuproso es inestable y se descompone bajo la acción de la humedad para formar un oxido cuproso, la cuprita, y liberar ácido clorhídrico que ataca nuevamente el metal sano. Este ciclo puedo continuarse hasta la mineralización total del metal. Cuando el cloruro cuproso CuCl entra en contacto con el oxígeno se puede formar un cloruro básico de cobre Cu2(OH)3Cl (atacamita) pulverulento, de color verde claro. Los productos de corrosión más frecuentes en el bronce son: cuprita (Cu2O) óxido cuproso de color rojo anaranjado. Tenorita (CuO) óxido cúprico de color negro. Malaquita (CuCo3). Cu(OH)2) carbonato básico de cobre de color verde.

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Restauración y conservación de los materiales de la exposición

Corrosión activa del Bronce

Focos de cloruros en bronce

Azurita (2cuco3). Cu(OH)3) carbonato básico de cobre de color azul. Nantoquita (ClCu) cloruro cuproso de color blanco sucio, cerúleo. Atacamita (ClCu2) cloruro básico o cúprico de color verde claro u oscuro. Paratacamita (Cl2Cu). 3Cu(OH)2) cloruro básico de cobre de color verde (figura 2). Hierro

Características generales El hierro puro tiene una apariencia argentífera de color gris claro brillante, raramente se puede observar en estado puro un hierro antiguo. Su estructura es cristalina. Su punto de fusión se alcanza entre 1.400 -1.500 º C. Las principales menas de las que se obtiene son la siderita y la pirita. Para darle mayor dureza y conseguir hierros acerados, se exponía al forjarlo a brasas de carbón vegetal ardiendo, que por su alto contenido en carbono modificaba el punto de fusión y se conseguían superficies aceradas. Causas y productos de corrosión La corrosión activa del hierro se origina en los metales ferrosos cuando los iones Fe reaccionan con los cloruros para formar los cloruros ferrosos FeCl2. El cloruro ferroso es muy inestable y se oxida en presencia de oxígeno para dar lugar a cloruro férrico FeCl3 y óxido férrico. Los cloruros ferrosos y férricos se hidrolizan en presencia de oxígeno y de humedad para formar los óxidos o los hidróxidos férricos y el ácido clorhídrico. El ácido a su paso ataca el metal sano originando cloruros ferrosos e hidrógeno. Pudiéndose repetir cíclicamente este proceso de corrosión. La corrosión activa se inicia en la forma de cráteres, posteriormente puede extenderse a todo el espesor del metal provocando levantamiento, fisuras e importantes desplacamientos de la superficie original. También es reseñable la biocorrosión que se produce en los objetos de hierro enterrados, debido a agentes bióticos, como son microorganismos que pueden metabolizar ácidos orgánicos. Los Ferrobadilos Thiobacillus Tioxidans y Ferroxidans fijan el CO2 y oxidan el azufre y sus derivados formando ácido sulfúrico.También

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en condiciones anaerobias pueden darse procesos de corrosión por Sulfobacterias, principalmente los Desulfovibrios Desulphuricans y Gigas, y la Gallionella Ferrigínea. Los productos de corrosión más frecuentes en el hierro son Hidróxido ferroso Fe(OH)2 de color verde pálido. Hidróxido férrico Fe(OH)3 de color rojo pardo. Hidróxidos FeO(OH) (Limonita, Goetita, Lepidocrocita, Acagamenita) de color pardo. Óxido FeO (Wuestita) de color negro. Oxido ferroso Fe3O4 (Magnetita) de color negro. Oxido férrico Fe2O3 (Hematites) de color rojo pardo. Cloruro ferroso FeCl2 (Lawrencita) pardo-negro. Cloruro férrico FeCl3 (Molisita). Carbonato ferroso Fe2(CO3)2 (Siderita) de color gris. Proceso de restauración de hierro

Estado de conservación de los metales. La mayoría de las piezas metálicas ya han sido intervenidas en una primera fase, las que no lo han sido tratadas son aquellas más pequeñas, muy fragmentadas o que estaban en peor estado. En general el estado de conservación de los materiales es aceptable, tienen buen núcleo metálico, sobretodo los bronces, por el contrario los hierros se encuentran más alterados y con un mayor grado de corrosión y mineralización. En varias piezas se observa una corrosión selectiva al encontrarse dos metales de diferente polaridad en contacto, en el metal más electronegativo se ha formado un fuerte depósito cubriente de productos de corrosión. Algunas de las piezas tratadas presentan indicios de reactivación de los procesos de corrosión desde el interior de los materiales. Otras presentan un exceso en superficie de los productos de las capas de protección, principalmente ceras, lo cual origina acumulaciones de partículas de polvo y materias higroscópicas, que favorecen la reactivación de los procesos de corrosión. Muchas piezas se encuentran fragmentadas y en algunos casos con fracturas y separaciones recientes, debidas a tensiones internas, agresiones externas, manipulaciones descuidadas y a no disponer de los embalajes y estructuras de almacenaje correctos. Se ha detectado la presencia de cloruro cúprico en algunas piezas de bronce, su actividad se ha puesto de manifiesto al exponerla a una atmósfera saturada en cámara de humedad durante veinticuatro horas (fotografía 12). En los hierros se han apreciado de visu la separación de pequeños fragmentos y esquirlas por la acción de la cristalización del cloruro férrico en microfisuras internas. También podemos constatar que la limpieza previa efectuada en el conjunto de brazaletes de la tumba 32, condicionó de manera definitiva e irremediable el aspecto final de los mismos.

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Restauración y conservación de los materiales de la exposición

INTERVENCIONES REALIZADAS EN LOS MATERIALES DE LA EXPOSICIÓN

Media limpieza de cerámica Cerámica restaurada

CERÁMICAS - Análisis y medición de concentración de sales: se ha realizado una toma de muestras individualizadas de los conjuntos para identificar el tipo y niveles de concentración de sales. Se han hecho mediciones sistemáticas de la conductividad de los baños, del ph y de los tests de cloruros. - Fijación de la decoración: en los casos necesarios se ha fijado la policromía con una protección de una resina acrílica a baja concentración en disolventes orgánicos por impregnación a pincel. - Despegue de piezas: sólo se han separado fragmentos en los casos que ha sido necesario por la inadecuada adhesión, debida a la valoración de la resistencia de la unión, a excesos de adhesivo o a desniveles existentes. - Limpieza: se han eliminado los restos de adhesivos, tierras y concreciones salinas de la superficie de forma manual con el empleo de las técnicas apropiadas (limpiezas mecánicas y químicas). - Desalación: en las piezas que se ha detectado la presencia de cloruros, se ha realizado por inmersión en baños de agua desmineralizada y con un seguimiento en hojas de registro de los parámetros de conductividad, presencia de cloruros y niveles de ph. - Secado: térmico en estufa con elevación gradual de la temperatura hasta la completa eliminación de la humedad. - Consolidación: solo en los casos estrictamente necesarios se ha consolidado el material cerámico por inmersión o por impregnación en resinas acrílicas o en productos organosilíceos, según se estimara conveniente. - Adhesión de fragmentos: se ha empleado mayoritariamente un adhesivo nitrocelulósico, por su alta resistencia y fácil reversibilidad. Se ha utilizado sólo la cantidad necesaria de adhesivo para evitar engrosar las juntas.

Proceso de restauración Cerámica restaurada

- Reintegración material: en la reintegración de la forma de las lagunas se ha estudiado la situación concreta en cada objeto y se ha llevado a cabo en aquellas que era necesario por fines estructurales o para mantener la unidad material de la pieza. Antes de realizar la reintegración volumétrica se ha aplicado una protección de los bordes mediante impregnación de látex. Para tomar la forma de los perfiles se ha empleado placas de cera dental para modelar y como material de relleno se ha utilizado el espatulado de escayola. - Entonado cromático: se ha empleado las técnicas de tinta neutra y estarcido aplicado a pincel. - Protección: solo en los casos necesarios se ha empleado una resina acrílica en disolventes orgánicos, en concentraciones muy diluidas.

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METALES En las piezas tratadas con anterioridad, se han retirado las capas de protección mediante inmersión en baños de White Spirit y otros disolventes orgánicos ayudándose con un cepillado suave.

Limpiezas

- Mecánica: las limpiezas mecánicas se han seleccionado dependiendo de las características de los materiales y el grado de actuación que se quiere ejercer para no dañar las pátinas. Son las que se realizan con un mayor control y con las que se obtiene los mejores resultados. Los métodos de limpieza seleccionados han sido: la manual por medio de bisturí, escalpelos, ganzúas, la limpieza por picado dinámico con microburil, por abrasión controlada con microabrasímetro, por frotamiento mecánico con microtorno y por frotamiento manual con fibra de vidrio y lijas de agua. - Química: después de las limpiezas mecánicas los objetos se han desengrasado, para eliminar los restos de suciedad y polvo de la superficie de las piezas, por inmersión en baños de disolventes orgánicos. Los objetos se debe manipular con guantes en las manos para no dejar materias grasas en su superficie. Por medio de las limpiezas químicas se intenta extraer los productos de deformación o reblandecerlos para su eliminación por medios mecánicos. Se aplican por inmersión en baños ácidos o básicos con la adición de humectantes, dispersantes e inhibidores de decapado. En los materiales de la exposición no se han empleado por no considerarlas necesarias. Los cloruros de cobre activos se han sellado con óxido de plata después de una exposición en cámara de humedad. Se ha renunciado a la aplicación de otros tratamientos (A.M.T. o B-70) por la falta de tiempo disponible para poder aplicar los tratamientos correctamente y con garantías en los resultados. Adhesión de fragmentos

Para las uniones de fragmentos se han empleado las resinas termoendurecibles de dos componentes y cuando se buscaba adhesiones inmediatas las termoplásticas. Tratamientos

- Reintegración material. En las pérdidas de materia formando lagunas se han rellenado, por motivos estructurales del objeto y por favorecer su unidad formal, con resinas termoendurecibles de dos componentes y adición de carga de color para el entonado cromático. - Entonado cromático. En el conjunto de brazaletes de la tumba 32 se ha realizado un ajuste cromático para reducir el impacto visual de las zonas sobrelimpiadas de la actuación anterior, con pigmentos aglutinados con Incralac y colores al barniz. - Inhibición. En el hierro se ha realizado un tratamiento de transformación de los óxidos ferrosos y férricos en tanatos férricos estables con ácido tánico hidrolizable.

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Restauración y conservación de los materiales de la exposición

Se ha realizado un tratamiento final de estabilización por medio de una solución de Benzotriazol al 2-3 % en etanol. La estabilización de los bronces se ha realizado también con una inhibición de Benzotriazol. - Secado. La eliminación de la humedad en los objetos metálicos debe ser total para evitar reactivaciones de los procesos de corrosión. Se ha secado las piezas en estufa de aire caliente a unas temperaturas máximas de 80-100º C, de pendiendo de los estados de conservación de los materiales, y con un tiempo de exposición de varias horas. - Protección final. Tienen la finalidad preventiva de mantener a los objetos aislados del medioambiente agresivo. Se utilizan dos barreras física para reforzar la acción aislante: la primera es una resina termoplástica aplicada a temperatura ambiente y la segunda una cera sintética disuelta en White Spirit aplicada por calor. Proceso de restauración de hueso

HUESOS

Enmangue de hueso restaurado

Limpiezas

- Limpieza manual: Mediante cepillado con brochas y cepillos de cerda blanda. - Limpieza húmeda: Con soluciones de agua, etanol y tensoactivo aplicado localmente para retirar tierras y suciedad superficial. - Limpieza mecánica: Exclusivamente en los enmangues combinados de hierro y hueso se ha empleado para rebajar los productos de corrosión del metal. - Limpieza química: Para bajar y decolorar los tonos de las sales férricas depositadas en el hueso. Consolidación

Los huesos humanos se han consolidado con una resina acrílica al 5-10 % en disolvente nitro por inmersión y al vacío, motivados por el frágil estado de conservación que presentan con pérdidas de tejido esponjoso y múltiples grietas y fracturas. Secado: En atmósfera saturada de disolvente orgánico volátil. Adhesión de fragmentos

Para las uniones de los huesos se ha empleado un adhesivo nitrocelulósico por las buenas características de irreversibilidad.

P IEDRA Y S ÍLEX Mármol Medición: de los niveles de concentración de sales. Secado: a temperatura ambiente.

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Piedras de molinos Limpieza manual: mediante cepillado de brochas y cepillos de cerda dura y aspiración controlada de las tierras con aspirador. Limpieza húmeda: con agua desmineralizada y cepillado superficial. Secado: a temperatura ambiente. Sílex Limpieza mecánica: localmente se ha procedido a retirar los restos de tierra y concreciones adheridas con bisturí bajo lupa esterereoscópica.

VIDRIO Limpieza manual: con pinceles de cerda suaves. Fijación: Las irisaciones se han fijado con una resina acrílica a muy baja concentración. Las intervenciones de restauración sobre los materiales se realizaron por un equipo de Restauradoras de Arqueología, compuesto por Raquel Navío de la Torre, Silvia Seguí Nebot, Margarita Acuña García, Yolanda Gonzalo Alconada, bajo la dirección técnica de Javier Casado Hernández, en el Laboratorio de Restauración del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, entre los meses de Julio y Agosto del año 2001.

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