Capítulo Dos “Todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad.” Jules Gabriel Verne Las escaleras infinitas me recorrían el vientre y así, mire lejana la desdeñosa mirada de la virtud inclemente, de la diferencia inaudita; mi cama y mis ensueños se mezclan en ventanas del futuro y del pasado. Al mirar aquella luz que sale del ambiente me dirijo hacia el incandescente calor, no logro ver nada, acepto la luz que me ciega. Entonces, noto colores naranja, se vislumbra un paisaje y entro sin miedo a aquella ventana infinita como si fuera un pez en la tierra. Tierra dentro, estremece a la voluntad propia, Caído se reconforta en la hoguera del alma pura, Perdido andante se entrama en la pérdida de la vivencia elocuente, Trastorno de la inmensidad del ancho vértigo naranja y azul.
Montañas enteras se despliegan ante mí, dos lunas iluminan aquel perfume terrestre, el ambiente es pesado, las nubes de vapor rojo pululan en aquella manta helada, los ruidos industriales ensordecen mi conciencia y no logro concentrarme en él. Al caminar me doy cuenta de unos huevos enormes de color azul con venas naranjas.
Confuso mi alegre estar, Líquido viscoso se entrelaza ante mi voluntad, Asimismo el día se alegra. Se carga en la pérdida de su aroma,
Afortunado. En mi bolsillo tenia aun mi libreta de dibujos, así que comencé a pintar aquel huevo al que llame Íncubo, que significa "me acuesto sobre ti”. Íncubo (del latín
incubare, ‘yacer’, ‘acostarse’). Huevos incrustados en la tierra con tubos metálicos que proyectaban imágenes sobre personas y sus pensamientos; se entremezclaban los murmullos y me intrigaban, es como si aquellos huevos fueran las personas mismas. Al devolverme a la entrada de aquél mundo me di cuenta de que el huevo estaba roto, como si se hubiese roto por alguna imperfección y lo mismo le sucedía al proyector. Creí en un momento estar fuera de allí. Al mirar mis pies pude ver que estaban dorados, iluminados incandescentemente con un par de garras doradas, luego me di cuenta de que eran cuatro pies y que poseía un gran
hocico. Pero además mi cabeza tenía unos grandes tubos dorados que me hacían perder gravedad en aquel mundo, como si fueran mis alas. Entonces me sentí como Gregorio Samsa. Muta pequeño saltamontes, Transfórmate como la mariposa alada, Tiéndela en tu manto pérdida en mis exigentes halagados, “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”. La metamorfosis, Franz Kafka. -He mutado en un gran y fascinante dragón insecto dorado-. Mis documentos insisten en que mi agenda de notas se desplegará telepáticamente. Entonces me doy cuenta de que siempre escribía así, pero no me había dado cuenta de que no utilizaba las manos para hacerlo, me auto denominé, Ciclarchomcors. Mostró la memoria olvidada, Se trata como autoritaria la vida, Los demás no cantan Tan solo en la playa se extiende la hacienda.
Las laderas se despliegan en un gran valle y en aquellas nubes se mueven cosas grandes como grandes alfileres que caminan sobre la tierra. Inmensos monstruos se extienden en aquel valle con lagos. El ruido de sus pisadas puntiagudas se siente caminar cerca de mí, su gran sombra me tapa lentamente, mi instinto dice que hay un gran peligro, mis tubos se encienden y mis pies corren como águilas, una gran trenza se despliega rápidamente ante mis ojos. Tiene una gran figura de tenazas que rechinan en su abrir y cerrar de metales afilados, ojeados en la estrecha ceguera de su amenazante letargo, se entierran en el piso de mi ausencia espacial. Al mirar lo que me perseguía, vi una gran araña metálica; sus ojos rojos me miraban queriendo capturarme, encima llevaba los huevos que estaban incrustados en el suelo, los utilizaba como si fueran baterías, como parte de ella. También llevaba en la espalda otra gran cantidad de huevos pero sin incrustaciones metálicas, esto me hace pensar que las arañas recolectan estos huevos y los utilizan como baterías. Ponen las baterías en el suelo y las conectan en el piso y se alimentan de ellas haciendo injertos y juntándose en una alineación de los íncubos. Las llame arañas recolectoras porque funcionan como motor de aquel mundo
pues ellas recolectan estos huevos para que el mundo en sí, viva. En su suelo reconozco que respiran jadeantes aquellos vapores intensos, viven de nosotros, estos parásitos nos acomodan y succionan de nuestras emociones en nuestro mundo. Así se dan vida en el mundo que ahora veo. Succionan mis sentidos, se alegra la noche ceguera, Alimentando el líquido viviente, atrapado mí encanto se destruye, Nací libre para morir atrapado en las fauces del tiempo, Qué tipo de dios se alimenta de mí, qué tipo de vida me succiona hasta la muerte, Por qué la mortalidad se extiende hasta infinito, Nos enseña a sufrir para alimentarse de mí, perdió.
Corriendo a pasos agigantados, casi volando por la pradera, veo un refugio de la araña recolectora. Pueda que me pierda, un campo de flores amarillas a lo lejos. Salto danzante, hacia el campo de flores evitando las tenazas de la araña, mis tubos de oro vibran y producen mi vuelo, pequeño a gran velocidad la sensación de mis pies, de mi primer vuelo incauto de deleite, sentí por primera vez lo que no había sentido desde niño cuando imaginaba que volaba intensamente con un par de saltos y me sostenía en el aire, bien recuerdo que fueron fuerzas que salían desde mi espalda parecidas a las alas, la diferencia es que no se sentía ningún aleteo. Mi corazón brinca en alegría en aquella y larga caminata de diez segundos que se alargan en adrenalina pura. Al aterrizar siento como una suave nube se pone a mis pies y me oculto en aquellas flores. Sagú mi segueta revienta, El machete se acuna, La sangre sale a la deriva como yo salgo a ella. Espero quieto, inmóvil, ocultándome siempre, pensando en la tijereta, tic tac, tic zag. Pasa y me relajo en aquélla ecología rara. No me gustaría describirlo, solo lo voy a dibujar pues no hay palabras en tan rara vegetación, algo así como potentes plantas carnívoras inmóviles, una naturaleza muerta, diría un artista plástico. Para mí, es algo más que eso, es tan solo una vegetación inerte que revuelca la amenaza. , ¡Ay! , que las arañas no entren acá. Considero entonces que estoy en un mayor peligro.
Eterno bajo la raíz se encuentra el acecho, Perdido en mi cara, Extraviado en mi jerga, La ventana negra se estremece. Atento me interno en aquel bosque. Oigo unos sonidos extraños, agudos, como si piaran pequeños pollos buscando a mamá. Al hacerme lentamente a sus hojas, de aquella flor veo como unos polluelos pián buscando comida, aun sus ojos cerrados, sus cabezas cabecean como muñecos. De repente, veo cómo una planta de estas se mueve amenazante, redonda como si fuera una caracola, con un pico afilado y con un polluelo atravesado llevándolo lentamente a su hueco del caparazón, y así, acabando con su sufrimiento. Se estrangula, La lamentable extrema tragedia, Trémula carne roja y jugosa, Depredara en la marcha se encoje.
A aquella planta depredadora la llamé, flor espinosa, ya que se camufla en ese tipo de flores. Al mirar el alba y sus flores marchitas por el paso del tiempo recordé en ese momento que Baudelaire dice: “Yo encontré la definición de lo bello, de mi belleza; es algo ardiente y triste, algo un poco vago, que aleja margen a la conjetura. Voy a aplicar mis ideas a un objeto sensible, por ejemplo el objeto más interesante de la sociedad, a un rostro de mujer...”. Flor espinosa la relaciono con el libro “Las flores del mal” de Baudelaire. Esta idea de la flor del mal me llama la atención en cuanto la flor está sujeta al objeto deseado de Baudelaire. “Afana nuestras almas, nuestros cuerpos socavan la mezquindad, la culpa, la estulticia, el error y, como los mendigos alimentan sus piojos, nuestros remordimientos, complacientes nutrimos” (Extracto de “Al Lector”. Las Flores del Mal). Verlaine (1844-1896). De repente, mi hambre aumenta, mi instinto se acelera como el de volar. Me involucro en el ambiente y cuidadosamente me como la flor de un zarpazo, mis fauces se enjuagan de
saliva y yo simplemente me dejo llevar como un dragón en historias de hadas, me alimento de la flor.
Observo bien los polluelos y parecen colibrís bebes con incrustaciones metálicas, ahora recuerdo que este pájaro se alimentaba del humo de los íncubos del vapor que salía de los tubos del huevo. Al colibrí, lo llame colibrí ectópica ya que se alimenta de ectoplasma, pero para el diccionario significa: Adj. Med. Que se produce fuera del lugar propio. Esto me hacía pensar que estaban fuera de lugar así que me alimenté de los polluelos.
Lamentable la estrella, Deriva se esconde la alegre vida, Se esconde y vive, Vive de tras de ti en tu ángel perdido. Por Diego Restrepo Paris 2008