Capítulo Dos “Todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad.” Jules Gabriel Verne Las escaleras infinitas me recorrían el vientre y así, mire lejana la desdeñosa mirada de la virtud inclemente, de la diferencia inaudita; mi cama y mis ensueños se mezclan en ventanas del futuro y del pasado. Al mirar aquella luz que sale del ambiente me dirijo hacia el incandescente calor, no logro ver nada, acepto la luz que me ciega. Entonces, noto colores naranja, se vislumbra un paisaje y entro sin miedo a aquella ventana infinita como si fuera un pez en la tierra. Tierra dentro, estremece a la voluntad propia, Caído se reconforta en la hoguera del alma pura, Perdido andante se entrama en la pérdida de la vivencia elocuente, Trastorno de la inmensidad del ancho vértigo naranja y azul.
Montañas enteras se despliegan ante mí, dos lunas iluminan aquel perfume terrestre, el ambiente es pesado, las nubes de vapor rojo pululan en aquella manta helada, los ruidos industriales ensordecen mi conciencia y no logro concentrarme en él. Al caminar me doy cuenta de unos huevos enormes de color azul con venas naranjas.