CINEMAPOP El cine y la cultura popular
テ]gel Codテウn Ramos
“CINEMAPOP: El cine y la cultura popular” © Ángel Codón Ramos, 2009 Todos los derechos reservados www.tiempodeculto.com angel@tiempodeculto.com
Sumario
Prólogo..........................................................................................7 1-Esos clásicos del cine ..............................................................11 1.1-Para todos .......................................................................13 1.2-Solo para iniciados .........................................................18 2-Frases y diálogos para el recuerdo...........................................23 2.1-Tópicos típicos, clásicos básicos ....................................24 2.2-Nos tocaron la fibra sensible ..........................................28 2.3-Quiero esa frase en mi camiseta .....................................34 3-Hay otros mundos, pero están en este .....................................37 3.1- Cyberpunk: de Blade Runner al mundo de Matrix........37 3.2-Mundos post apocalípticos .............................................40 3.3-Nuestros amigos los ocultos ...........................................43 3.4-A las 12:00 tengo clase de élfico ....................................45 3.5-Yo también quiero ser un Monty Python .......................47 3.6-The Rocky Horror Picture Madness ...............................49 4-Papá merchandising.................................................................53 4.1-Star Wars: hombres que compran espadas de juguete....54 4.2-Productos de cine válidos para el consumo ....................55 5-Del cómic al cine, un camino peligroso ..................................57 5.1-Peligro: hombres adultos en mallas sueltos....................58 5.2-El prestigioso mundo de la novela gráfica .....................62 6-Cine y videojuegos: entre bajo su propia responsabilidad ......65 6.1-Caminos de ida y vuelta .................................................66 6.2-Si te pasas te lo pierdes…...............................................68 7-Esa enorme fábrica de sueños..................................................71 7.1-Aventuras para todos: de Los Goonies a Indiana Jones ........................................................................72 7.2-¿Ciencia o ficción? Robots, ciborgs y viajes en el tiempo ................................................................74 7.3-Todo es acción a ritmo de rock.......................................77 7.4-A reírse tocan…..............................................................80 7.5-Cine al servicio de la propaganda...................................84
7.6-Una pesadilla también es un sueño.................................87 7.7-Alan Smithee y los castillos en el aire............................90 8-A la moda ................................................................................93 8.1-Jóvenes rebeldes: bandas, guateques y otros fenómenos generacionales ....................................................94 8.2-Cine de artes marciales: tenga cuidado al salir del cine ..........................................................................96 8.3-¡Oh no, deporte juvenil! .................................................98 9-El póster de la habitación de la quinceañera .........................101 9.1-Estrellas fugaces, ídolos con pies de barro ...................101 9.2-Gone too soon (Se fueron demasiado pronto) ..............104 9.3-Supervivientes: vivitos y coleando ...............................106 10-Al otro lado de la serie B.....................................................109 10.1-¿Creó la serie B el cine moderno? ..............................109 10.2-Todos somos Bruce Campbell (Star System de la serie B) .......................................................................111 10.3-La delgada línea roja… entre la serie B y el ridículo .........................................................................113 11-Spain is different..................................................................115 11.1-Hollywood y la versión latina.....................................115 11.2-Los primeros años.......................................................116 11.3-El destape....................................................................118 11.4-La (pseudo)muerte comercial .....................................119 12-Breve diccionario de cinefilia (y de términos utilizados en esta obra) .............................................................123
Prólogo
Vivimos en tiempos de palabras desvirtuadas y vacías. Casi todo es freak, naif, kitsch, retro, clásico, underground, de culto… Sin embargo, también disfrutamos del mejor momento para inundarnos de referencias, de recuerdos… Estamos mejor situados que nunca para mirar al pasado y hacer inventario de todo lo vivido. Y todo, absolutamente todo lo que ha pasado (y pasará), está en el cine, esa enorme ventana blanca que nos asoma al universo espacio temporal. Internet nos ha traído la información, pero el cine le ha dado vida (el fenómeno YouTube es una clara muestra de ello: unas cuantas imágenes por segundo que generan esa mágica sensación de movimiento, pegándonos a las pantallas, tengan el tamaño que tengan). Pero ya ocurría mucho antes, cuando la gente acudía a los cines para observar, absortos, aquellos maravillosos (y muy tendenciosos) noticiarios en blanco y negro, por poner un ejemplo. Desde su mismo nacimiento, a medida que el cine se fue haciendo mayor, se generó un bucle de retroalimentación entre la sociedad y él. Los jóvenes querían ir a la moda, e imitaban a los héroes de sus películas favoritas. Sus padres, en cambio, no veían con buenos ojos aquella actitud, al igual que los padres de los héroes de sus películas favoritas. La música sonaba por doquier, y la muchachada bailaba como si no hubiera un mañana. Un día, danzaban al son años cincuenta con Greese, y al siguiente (es una forma de hablar) lo hacían con el soniquete repetitivo y altamente adictivo del hip hop. Lo que hasta ayer era moderno, hoy es retro, y lo que el otro día no valía nada, hoy se ha revalorizado y se ha convertido en una extraña joya. Tal vez, hoy en día todo es más patente, más obvio y menos sutil, ya que los jóvenes raritos de los años 70 y 80, se convirtieron en guionistas de series de televisión, directores de cine, y multimillonarios con ganas de recuperar sus infancias. Las series de animación para adultos son un buen ejemplo. Series como Los Simpson, Futurama o Padre de Familia, realizan innumerables 7
guiños a películas de culto (y por implicación lógica, al resto de la sociedad y cultura humanas), y todos jugamos a intentar cazarlos al vuelo, para después colgarlos en los foros de la red de redes, convirtiéndonos en auténticos héroes del ciberespacio. Fue entonces cuando el mundo de las referencias cinéfilas dejó de ser un club cerrado solo para frikis. El cine ha influenciado tanto a la sociedad humana, como la propia sociedad lo ha hecho con el cine. Todos hemos repetido delante de un espejo la frasecita de Robert de Niro en Taxi Driver, sí, la del Are you talking to me? Del mismo modo, la misma secuencia se ha repetido hasta la extenuación en cientos de películas y series de televisión, todos querían tener su referencia. Porque el cine, al menos una parte de él, es como la vida. O siendo más profundo y poético (cada uno liga como puede), el cine es la vida, y en la vida no hay mejor forma de fumar un cigarrillo que hacerlo en blanco y negro. Pero tampoco se nos debe olvidar que el cine es, valga la redundancia, cine. La fantasía pura, lo ajeno a la realidad. Aquello que nos hace soñar con mundos mejores, con magia, y que provoca que todos hayamos intentado alguna vez mover algo con el poder de nuestra mente, como un caballero Jedi, utilizando la fuerza. Esto, una vez más, ha sido referenciado también en tantas películas que ya no tiene mucha gracia, pero nunca está de más recordarlo. La gente quería (y quiere) ser un personaje de cine, eterno e inmutable. Y para ello, primero se vistió como James Dean en Rebelde sin causa. Años después, empezó a lucir abrigos largos de cuero, como Brandon Lee en El Cuervo, y además se pintó la cara de blanco y negro gótico, para convertirse en el yerno soñado por cualquier suegra. La locura no acabaría ahí. Los hombres de bien no tardaron en escandalizarse al ver como los padres de familia se gastaban el dinero para los juguetes de los niños en comprar un sable de luz, y las madres, soñaban con tener una casa americana como las que salían en aquellas películas que veían de pequeñas. El cine es, probablemente, la más potencialmente poderosa expresión artística del ser humano, porque combina música, imagen 8
y literatura. Un día encuentras aquella vieja película en un canal de la televisión por satélite, y recuerdas lo que estabas viviendo cuando la viste por primera vez. Rememoras todo: la música que estaba de moda, el ambiente político, la chica que te gustaba de tu clase… Juegas a repetir los diálogos y a adelantarte al protagonista. Piensas que, de algún modo, esa película se hizo para ti, solo para ti. Por otra parte, el cine es sumamente potente. Lo vemos como una especie de Dios pagano al que acudir en caso de duda a buscar respuestas. Derroca gobiernos, genera dictadores, restituye a los vencidos, crea leyendas, promueve mentiras y sugiere verdades. Además, es el mejor médium del mundo. Hagamos un experimento: poned ese canal de cine clásico (mejor de madrugada), seguro que estarán emitiendo una película italiana de los años 50, o algo por el estilo. No conoces a nadie, ¿verdad? Pero te das cuenta de que todas, absolutamente todas las personas que estás viendo, ya han pasado a mejor vida. ¡Y sin embargo, están ahí! ¡Puedes verlas! Nadie recuerda ya sus nombres, pero ellos, como espectros amistosos, se aparecen una y otra vez, y seguirán haciéndolo cuando todos los demás ya nos hayamos ido. Porque si hay vida inteligente ahí fuera, en algún lejano rincón del espacio, un día llegará a la Tierra, conseguirá reproducir nuestras viejas filmaciones, y pensará que la raza humana fue, sin lugar a dudas, una forma de vida mágica, especial y maravillosa.
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1-Esos clásicos del cine.
Primero tendríamos que preguntarnos qué es lo que consideramos un clásico del cine. ¿Una buena película? No necesariamente. ¿Un gran éxito de taquilla o crítica? Tampoco tiene por qué. Lo que para unos puede considerarse un film de culto, para otros puede ser poco más que una broma pesada (o algo digno de pena de cárcel). Incluso una película puede parecerte de culto o un clásico del cine, y al mismo tiempo puedes considerarla mediocre en cuanto a calidad se refiere. De hecho, se suele abusar del término clásico (como de tantos otros) con tanta facilidad que ya ha empezado a perder su significado. De ese modo, toda película en blanco y negro puede ser un clásico, la última creación que viste en el festival de tu barrio se convierte al instante en un clásico moderno, y la peor película del mundo no es otra cosa que un clásico de la serie Z. En primer lugar, habría que dejar claro que hay clásicos incontestables, mastodontes fílmicos que provocan terremotos entre los críticos cada vez que uno osa alzar la voz en su contra. Aparecen referenciados en nuestras series de televisión favoritas, los famosos dicen estar enamorados de ellos, y hasta el tipo más garrulo del barrio dice que son unos peliculones. Son títulos como Casablanca o Ben Hur, y sobre todo, Ciudadano Kane. Debe tener mucho cuidado con esta última, si en algún cine-forum o en alguna tertulia de café alguien le pregunta por ella, ya lo sabe: es maravillosa, auténtica historia del cine, una genialidad de Orson Wells. ¿Eso quiere decir que Ciudadano Kane no nos pueda parecer aburrida? Nada más lejos de la realidad. De hecho, es tan buena como soporífera para (casi todos) los no iniciados en la cinematografía, pero esto no lo digamos muy alto, porque lo que sí está claro, es que se trata de una de las obras más importantes de todos los tiempos, que además reinventó el cine de Hollywood. Lo importante es que uno se quede con la idea principal: una buena película no tiene por qué gustarte, del mismo modo que una mala película puede
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entretenerte más que cualquier obra maestra. Eso sí, es aconsejable no abusar de la baja calidad. También hay otro tipo de clásicos. Podríamos denominarlos clásicos temáticos. Algunas de estas películas son sectarias y elitistas. Otras, simplemente incomprendidas por la gran masa. ¿Son peores que los gigantes de las letras de oro y platino? Una vez más, no tiene por qué ser así. De hecho, algunos de estos filmes, envejecen tan bien que se convierten en clásicos incontestables (para rabia de los críticos que las denostaron), como le sucediera a Blade Runner. Otros en cambio, se quedan para siempre en casa del pobre, cosa que al pobre le parece perfecta, porque de salir por la noche hasta tarde, la película de marras sería conocida por tanta gente que él ya no podría considerarse una persona especial. Se convertiría en (¡oh no!), una película comercial más. Por cierto, he comentado antes que una película envejece. Creo que he metido la pata, ya que las películas no se hacen mayores, somos nosotros los que nos quedamos todos los años que podemos. Recuerden una cosa importante: salvo raras excepciones como esas cintas de Steven Spielberg en las que las pistolas se convierten en radios, las películas no cambian, somos nosotros los que lo hacemos. Otra cosa que deberíamos tener en cuenta, es la serie de requisitos necesarios para que una película pueda ser considerada de culto. ¿Y bien? Lo cierto es que nadie la conoce con seguridad, del mismo modo que no existen fórmulas para conseguir el éxito (aunque sí técnicas y atajos que pueden aumentar las posibilidades de conseguir uno). Entonces, ¿cómo podemos saber cuándo estamos ante ese ansiado santo grial? Pues viene a ser un acto de fe, como el difícil paso que el aventurero por antonomasia, Indiana Jones, tuvo que realizar en Indiana Jones y la Última Cruzada para probar aquello de Solo el que salte desde la cabeza del león probará su valía… Pero dejemos de aburrir al personal con palabras vacías y metámonos de lleno en estos dos grupos fílmicos.
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1.1-Para todos.
Cuando hablamos de un gran clásico del cine, nos estamos refiriendo a una película sin discusión, al menos aparentemente (que sacrílegos los hay en todas partes, y de vez en cuando, bien necesarios son). Lo primero que viene a nuestra mente, es la colección de producciones de los años dorados de Hollywood. De ese modo, por ejemplo, ¡Qué bello es vivir! se convirtió en el gran clásico de nuestras nochebuenas patrias. Mientras al bueno de George Bailey (James Stewart) se le escapaban sus sueños volando por la ventana, toda la familia comía polvorones y cantaba villancicos en casa. Menos mal que George se convertía (es una forma de hablar) en el hombre más rico de todo el pueblo al final de la película, ya que todos rabiábamos viendo como permitía que, siendo el mejor hombre del mundo, todos le pisotearan, mientras él, seguía con la fijación de ayudar a los demás dejando de lado su propia vida, e incluso en un momento de pueril dramatismo, pedir a Dios que le hiciera desaparecer como si nunca hubiera nacido. Algo similar ocurría con Casablanca, esa obra eterna de Michel Curtiz. Una y otra vez nos preguntábamos por qué, el duro Rick Blaine (Humphrey Bogart), dejaba ir a la chica que amaba (dado que esta lo correspondía) entre humo de tabaco y nazis suspicaces. Personalmente, creo que solo lo hacía para soltar eso de Si no subes a ese avión, te arrepentirás. Quizá hoy no, quizá mañana tampoco, pero pronto, y para el resto de tu vida. Son películas que se quedan en la retina de toda la sociedad, y que una y otra vez, regresan en forma de recuerdos para dirigir nuestros pasos futuros. De ese modo, alguien que esté pasando por una mala racha, puede sentirse en la piel de George Bailey, y si para colmo ha sufrido un mal de amores, puede adquirir la pose de Rick Blaine fumando rubio bajo la intermitente sombra de un ventilador de techo, siempre que lo permita la ley del tabaco, así que, está claro: a buscar un buen tugurio en el que se permita fumar y sufrir en soledad ahumada. 13
Otras veces, los clásicos nos llenan de desasosiego. Una noche de verano, con el cuerpo empapado en sudor, decides darte una refrescante ducha rápida. Cuando ya estás en plena faena, con los ojos cubiertos de jabón, una chirriante música empieza a resonar en tu cabeza mientras imaginas la tenebrosa sombra de un cuchillo jamonero al otro lado de la cortina. Agradéceselo a Alfred Hitchcook y a su Psicosis, obra cumbre del travestismo y el asesinato psicópata, que para simple travestismo ya estaba ahí Con faldas y a lo loco, del maestro Billy Wilder. Ambos ejemplos, son inmejorables muestras de cine clásico, y como vemos, no importa el género, aunque aparentemente sí la edad. Y es que el lenguaje cinematográfico ha cambiado a lo largo de los años. Esto no quiere decir que antes solo se hicieran películas buenas dignas del recuerdo y que en la actualidad solo se hagan bodrios olvidables, lo que pasa es que solo recordamos lo bueno, aferrándonos al erróneo y nostálgico tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sin caer en la idealización gratuita del pasado, las películas de, digamos hasta los años 70, tenían un tono entrañable, casi ingenuo. Pero clásicos los ha habido siempre. Hagamos un recorrido cronológico a vista de pájaro y sin mucho rigor histórico. Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial se vistieron de reconstrucción y forzada alegría. El cine mostraba dolor por lo perdido, pero también una buena dosis de esperanza en un futuro mejor. En la época inmediatamente anterior a los años 60, los más conservadores miraban con recelo a la desmelenada porción de la juventud que pronto denominarían hippies, y las películas se llenaron de lecciones de ética y moral religiosa para recordar los valores que empezaban a olvidarse, fíjense si no en Ben-Hur, clásico entre los clásicos, y su mezcla de aventura, venganza y moral cristiana. Pero también empezaba a oler a chamusquina gracias a eso de la guerra fría. EEUU empezaba su cruzada contra los que pensaban de forma distinta, y a golpe de lista negra, condenaba al destierro del olvido a todo lo que sonara ligeramente a izquierda (lamentablemente, muchos grandes artistas lo sufrieron). Los políticos estaban empeñados en mostrar los 14
peligros del mundo para los que ellos, en caso de ser votados, pondrían remedio: el terrorismo, las crisis económicas, la droga... Necesitaban convencer a la población de aquello que se gritaba en Madrid cuando regresó Fernando VII: Vivan las cadenas. Así que Charles Bronson se echó a la calle tomando el rol de justiciero vengador sin escrúpulos, y se puso a luchar contra bandas de jóvenes que se drogaban, robaban a las viejecitas, y hacían bajar los precios inmobiliarios de las zonas más marginadas de la ciudad. Pero fue Harry Callahan (Clint Eastwood) el que se llevó el gato al agua con su saga setentera, y todo empezó con Harry el sucio. Muchos dicen hoy que Harry no es otra cosa que un ícono del fascismo y el estado policial más retrógrado y represor, pero el caso es que en su momento gustó a casi todos. El bueno de Harry no debería ser tratado tan duramente, no hizo otra cosa que mostrar la mano dura que algunos pedían y muchos deseaban (y la mayoría de las veces lo hacía con más ironía que convencimiento). Sí, era muy tendenciosa, pero era lo que se destilaba en la época, tiempo de contrastes tan polarizados como el funk y un inminente Ronald Reagan. La hipocresía estaba a la orden del día, y como todo resultaba incoherente, todo parecía completamente normal. La misma temática, pero desde un punto de vista mucho más cercano a la crítica social, se trataría en la sempiterna Taxi driver, donde Robert De Niro se apuntaba a la moda de limpiar las calles, aunque desde la mirada sabia y sofisticada (pero ni mucho menos exenta de crudeza) de Martin Scorsese. En todo caso, estas dos películas de justicieros callejeros, son dos grandes clásicos del cine deshumanizado-humanizado de los años 70. En los años 80, llegó el escándalo. Los visionarios de años anteriores, encontraron la barrera abierta, y entraron con los ojos cerrados en la habitación de los excesos. Aun así, los 70 habían sido más salvajes en este sentido, pero solo en circuitos pequeños de intelectuales y valientes, así que se decidió perder libertad para ganar público. Mientras el mundo seguía en modo autodestrucción, el cine de los 80 se encontró de repente a medio camino entre la más absoluta desesperación, la ausencia de prejuicios, y la 15
necesidad de un cambio y una autodeterminación. Había urgencia de destruir para crear. Los movimientos urbanos ganaban fuerza, y el cine reflejaba nuevas estéticas y formas de vida, como el cyberpunk y las tendencias post apocalípticas. En una frase: los años 80 reforzaron la distopía que muchos agoreros profetizaban. Clásicos como Mad Max o Blade Runner, aterrorizaban a las abuelas, dejaban frías a las hermanas guapas, y hacían babear de gusto al pequeño hermano inadaptado. Las historias que se contaban no eran más fuertes o duras que las de la década anterior, pero la persecución sufrida era más disimulada. Además, el dinero llegaba como un torrente, y eso siempre ayuda. Hubo sitio, también, para el cine juvenil, que en los años 80 vivió su época dorada. Las producciones estaban arropadas por prestigiosos nombres (y por un buen puñado de dólares), los efectos especiales empezaban a salir del armario, y la combinación de rock, acción, aventura y humor, no podía resultar más apetecible a los jóvenes deseosos de tener un cine que pudieran sentir como propio. Ejemplos hay muchos, desde Los Goonies, a Karate Kid. E incluso Top Gun, con un ridículo Tom Cruise (si no lo encontraron en su momento, estaba tras aquellas enormes gafas de sol), para los hermanos mayores, que se pasaban el día en el gimnasio y soñaban con ser pilotos americanos algún día, a pesar del enorme inconveniente de haber nacido en Cáceres. Aunque obviamente, esta película no pueda considerarse cine juvenil, al igual que, por muy fantástica que fuera en su concepción, el clasicazo Jungla de cristal, no puede ser considerado como un título del género de espada y brujería, aunque sí del de cargadores con balas infinitas y camisetas interiores de tirantes. De todas formas, en esta década sí que hubo un lugar de honor para la fantasía, y una buena serie de películas así lo atestiguan. Sirvan de ejemplo títulos como Cristal Oscuro, del añorado Jim Henson, o la joya de culto La princesa prometida, y su eterna frase citada una y mil veces: Me llamo Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre. Prepárate a morir. Sí, de acuerdo, estas películas eran para toda la familia, no solo para los jóvenes. Pero, una vez más, solo era una forma de hablar. No me sean 16
quisquillosos… Por cierto, se me olvidaba un clásico ochenteno juvenil sin discusión: La historia interminable, basada en el best seller de Michael Ende. ¿Qué? ¿Qué también gustaba a los adultos? Bueno, ¿y qué? A mí me sigue gustando… Ah, vale, ya lo entiendo… Los años 90 no significarían otra cosa que una remezcla de todo lo anterior. Se reafirmó el fenómeno retro, y todo comenzó a reinventarse de nuevo. La actual manía del remake, empezaba a perder los complejos (porque remakes siempre los hubo, desde los primeros tiempos del cine mudo). La originalidad era tan escasa, que Hollywood tuvo que quitar la mirada de su ombligo para buscar algo que llevarse a la boca. Sin embargo, no todo estaba perdido, los 90 dieron un buen puñado de filmes que a día de hoy se pueden considerar clásicos, pero yo me quedo con uno que a alguno le puede chirriar: Gattaca, de Andrew Niccol, una vuelta de tuerca más a la distopía del falso futuro perfecto (y no me refiero al tiempo verbal), que resultaba más aterradora que cualquier película de terror (bueno, que casi cualquiera). Otro clásico de los 90 que no podríamos dejar de nombrar es Casino, de Martin Scorsese, dejando claro que lo suyo es el cine de gángsteres (y el actor Joe Pesci estaría de acuerdo conmigo). Rozando el fin de siglo, surgió el fenómeno que arrastró el último clásico que ha dado el cine en el siglo XX: Matrix, gran película con irregulares secuelas. ¿Cómo? ¿Qué no he dicho nada de Pulp fiction ni de El silencio de los corderos? Bueno, es que no hay tiempo para todo. Además, queda mucho libro, y esto no es otra cosa que un acercamiento temprano. Lo poco que llevamos andado de siglo XXI, ya ha deparado alguna que otra sorpresa interesante. Aunque últimamente se abusa de los términos clásico y obra maestra más que de la tipografía Comic Sans, algunos títulos pueden pelear por llevar esa denominación. Quedarán como clásicos modernos (y muy recientitos), películas realistas y con tono añejo, como la absolutamente genial La vida de los otros, o joyas del género fantástico, a medio camino entre los efectos alucinógenos de según que hongos y la desgarradora pérdida de la inocencia, como El 17
laberinto del fauno, del siempre eficiente y visualmente portentoso Guillermo del Toro. Me gustaría dejar otro título de los últimos años ante los ojos del lector: Olvídate de mí (me gusta más el título original: Eternal sunshine of the spotless mind, pero a ver quién era el guapo que lo traducía). Tarde o temprano, se la considerará un clásico… o no. Por último, si nos metemos un poco más en el apasionante mundo de la cinefilia, podemos buscar otros caminos. Los cinéfilos más sofisticados, echarán a faltar en el texto anterior grandes clásicos del cine europeo o asiático. De Federico Fellini a Akira Kurosawa, muchos cineastas dejaron grandes clásicos del cine y mejores películas (¿Qué sería de mí si no nombrara al menos Los siete samuráis y Rashomon?). Sin ir más lejos, en España se realizaron auténticas obras maestras mundialmente reconocidas, como El verdugo, de Luis Berlanga (con inmejorable guión de Rafael Azcona), que se convirtió de inmediato en un clásico del cine a la altura (como mínimo) de cualquier obra antes mencionada, muy en la dirección de los genios del neorrealismo italiano de la época.
1.2-Solo para iniciados
¡Ay, la exclusividad! A menudo, es necesario separarse un poco del resto de los mortales, abandonado nuestra social necesidad de vivir rodeados por la extensa y tranquila manada, para cabalgar en solitario hasta una lejana puesta de sol. Da igual si nuestro exilio es causado por extraños gustos y filias, o por la incomprensión de nuestros semejantes, pero a veces es necesario poner algo más encima de la mesa. Desde la búsqueda sin descanso de la más desagradable de las sensaciones (como sucede en el caso de 7ekromantik, de Jörg Buttgerit), al más absurdo y sesudo sentido del humor (un ejemplo magnífico podría ser El sentido de la vida, de ese grupo de geniales locos que son los Monty Python), este cine 18
al margen de la normalidad se fundamenta en la necesidad que tiene la gente de estar dentro del pequeño círculo de confianza que genera un grupito de personas que piensan de forma similar. No está de más comentar que casi todo lo que ha sido de culto, en algún momento ha estado al otro lado de esa línea de la normalidad. Vamos, cosas de raritos dirían algunos. Cuando hablamos de cine, debemos tener en cuenta que en la mayoría de los casos, el proceso de visionado de estos trabajos va más allá de lo habitual. Abundan los casos en los que necesitamos cierto entrenamiento para poder captar los detalles, y toda la información que conozcamos sobre la historia que se nos quiera contar es poca. Son películas exigentes, que generan un mundo más allá de la imagen, que sobrevivirá cuando las luces se apaguen, adquiriendo vida propia en otros horizontes. El caso del cine de los ingleses Monty Python, es un buen ejemplo: dos jóvenes se encuentran y repiten una y otra vez Somos los caballeros del 'I, tras lo que se echan a reír durante varios minutos. Esta frase no significaría nada para la mayoría de la gente, pero aquellos que hayan disfrutado de Los caballeros de la mesa cuadrada, la encontrarán tan divertida (siempre que sintonicen con el humor de estos genios británicos) que incluso la pondrán en sus camisetas. Lo mismo ocurre con el cine gore, o con la serie B de etiqueta negra: no son comprensibles para la mayoría de la audiencia, y por eso se dejan de lado. Pero clásicos, haberlos, los hay. Hemos comentado el caso de 7ekromantik, para los locos de la víscera y la trasgresión visual, es una obra maestra del género sangriento, mientras que sus detractores apuntan a que no es otra cosa que una broma pesada y de mal gusto. Ejemplos tan gráficos como estos, son títulos como Holocausto caníbal (con toda la polémica de 7ekromantik a cuestas y un buen puñado más), o Plan 9 del espacio exterior (del travestido Ed Wood, que para más inri lucía un bigotito muy kitsch). La primera, se convirtió en clásico por la crudeza de sus imágenes y por la pionera campaña publicitaria viral que prometía mostrar en pantalla la muerte real de unos aventureros con mala uva. Obviamente, se trataba de un falso documental, pero en 19
algunos países fue prohibida. Ruggero Deodato tuvo que probar ante un jurado que las escenas no eran reales (aunque se muestran auténticas muertes de animales). La segunda, se ha convertido en un clásico (sobre todo a raíz del biopic dirigido por Tim Burton que trataba la vida de su excéntrico director) por ser una de las peores películas de la historia, ¡qué cosas! Nadie dijo que fuera fácil introducirse en el mundo reservado para los iniciados, así que habrá que hacer un esfuerzo. Y para penetrar un poco más en este extraño mundo, hablemos de John Waters, el maestro por antonomasia del cine-basura, y a mucha honra según él. Solo hace falta un título para dejar claro todo ese mundo outsider de plásticos de colores que se esconde en su cabeza: Pink Flamingos, con la escatológica musa travesti Divine (con canapé de mierda de perro incluido). El cine de Waters toca fibras para las que muchos no están preparados, y eso le ha generado tantos detractores (realmente, creo que son muchos más) como seguidores. Otro género denostado durante muchos años, ha sido la ciencia ficción. Los clásicos de las décadas de los cuarenta y cincuenta paridos en Hollywood, empiezan a disfrutar a día de hoy de un merecido reconocimiento, pero durante bastante tiempo eran motivo de sorna y chanza popular. Títulos como Ultimátum a la Tierra o El increíble hombre menguante, se han convertido en auténticos clásicos por derecho propio, a fuerza de que una turba irreductible de fans, se dejara los complejos olvidados en un cajón. Incluso el cine subidito de tono tiene sus perlas cultivadas. Desde lo erótico a lo porno, desde lo sugerido a lo mostrado, desde lo fingido a lo explícito, hay una gran escala de grises que debe, por obligación, generar títulos dignos de ser recordados. Si buscamos entre títulos del porno con todas las letras, es inevitable hablar de Garganta profunda, auténtico taquillazo y éxito en cines convencionales (no salas X), y aun hoy, considerada una obra cumbre del cine, al menos en lo que a rentabilidad se refiere. Dentro del cine convencional, podemos hablar de filmes como 7ueve semanas y media y Orquídea salvaje, con actores reconocidos y 20
buenas raciones de “muslamen” al aire y frotaciones doggie style. Si nos centramos en lo puramente erótico, el nombre de Emanuelle salta a la vista (valga como homenaje a todos esos españolitos que tuvieron que hacer excursiones a Perpignan para ver una teta en tiempos más oscuros). Y si terminamos por desembocar en el porno (hay que tener cuidado con según qué frases), es inevitable hablar de Café Flesh, haciéndonos conscientes de que el género cárnico no está exento de capacidades artísticas, denuncia social, y buenas dosis de distopía dignas de cualquier obra mayor. Por cierto, no podemos hablar de centímetros desnudos de cuerpos abrazados, sin nombrar al viejo verde con más clase del mundo del cine, Tinto Brass, y sobre todo, a su obra cumbre, Calígula, auténtico porno de alto standing, o cine convencional con secuencias de sexo explícito, como ustedes prefieran. Actores de relumbrón no faltaron: Malcom McDowell, Peter O’Toole, Hellen Mirren, John Gielgud… Todos se dejaron embaucar por Brass y por el primigenio guión de Gore Vidal para entrar en tan controvertido proyecto. Penthouse haría el resto, y el escándalo estaba garantizado Por último, nadie sabe por qué, hay que recordar películas que, teniéndolo todo, pasaron desapercibidas incomprensiblemente. Algunas, pasado un tiempo, reciben un merecido lugar en el mundo (demasiado tarde para algún que otro intrépido aventurero del mundo del cine), pero otras, se convierten en diamantes en bruto que da igual lo que ocurra, siempre se quedan a la sombra. Chocante es el caso de La última noche (25th hour), una de las obras más infravaloradas de los últimos años. Tenía todo para convertirse en un clásico, pero de los tratados en el primer punto. Su director, Spike Lee, sorprendió a todos por el cambio de registro (tal vez sea esta una de las razones por las que la película pasó desapercibida, ya que sus seguidores se sintieron traicionados, y sus detractores no gastaron tiempo en visionarla), y el reparto, encabezado por un Edward Norton (realizando un papel superior al que hiciera en la sobrevalorada, aunque buena, American History X) enorme, prometía una película de Oscars y buenas críticas. Las críticas no fueron malas, pero lo de los premios… Merece ser 21
recordada, sobre todo por los geniales monólogos que sueltan Edward Norton y Brian Cox, este último para cerrar la película con una belleza difícilmente igualable. Si algo debe quedarnos claro de este repaso por el submundo de los “otros” clásicos del cine, es el eslogan corporativo de los fieles seguidores que viven al margen del sistema: ¡Juntos podemos! Un tipo extravagante, solo es un raro, pero un buen puñado de ellos se convierte en audiencia potencial. Además, cada uno quiere su clásico, y como hemos visto, los hay para todos los gustos. Vamos, que el que no se consuela es porque no quiere. Yo recomiendo picar un poco de todo, sin abusar.
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2-Frases y diálogos para el recuerdo
Palabras, palabras, palabras… El cine se apoya, sobre todo, en la imagen, o al menos eso dicen los entendidos. Eso sí, sin palabras, ya sea en forma de guiones, escaletas, apuntes, etc., estaríamos a merced de tópicos cineastas experimentales que juegan a mostrar la hierba creciendo. ¿Qué sería de nosotros sin esas geniales frases de nuestras películas favoritas? Sin lugar a dudas, han desplazado de su lugar de honor a las citas de los grandes pensadores y filósofos de la antigüedad. Desde las más sesudas a las más cutres y canallas, se repiten una y otra vez a nuestro alrededor, como psicofonías que nos recuerdan que un día fueron emitidas para quedar grabadas a fuego en nuestra memoria, repleta ya de un buen puñado de datos inservibles, pero no obstante, curiosos e interesantes. Es posible que este punto pueda ser el más importante en cuanto a influencia cultural se refiere (como mínimo, está entre los primeros). Hablamos de unas palabritas que han calado hasta la médula en nuestra sociedad, convirtiéndose en auténticos mantras, refranes y frases hechas que pueden ser utilizados en diversas situaciones cotidianas. Ya he apuntado anteriormente alguna que otra frase digna de estar en este capítulo, así que espero no repetirme (no, no voy a volver a poner la frase de Taxi Driver, así que si quieres recordarla, retrocede unas páginas). Por cierto, es evidente que cada uno tiene sus diálogos preferidos, así que voy a dividir este capítulo en tres partes: en la primera, trataré esos dichos cinéfilos que todos conocemos; en la segunda, nos meteremos de lleno en esas frasecitas de películas que consiguieron tocar nuestro corazoncito; para terminar, expondré algunas de las expresiones que, sin llegar a ser sumamente conocidas por las grandes masas, sí que se han ganado un hueco entre pequeños (según se mire) grupos de incansables seguidores. Por cierto, me gustaría pedir un aplauso general para todos esos guionistas que han conseguido crear estas pequeñas obras 23
magnas, y que, de todas formas, rara vez reciben el reconocimiento debido. ¡Pardiez!
2.1-Tópicos típicos, clásicos básicos
Vamos a comenzar con lo fácil. Esas oraciones que pueblan los encabezados de los Messengers del globo terráqueo, y que sirven de igual modo para firmar en un foro de Internet, que para amenizar esas reuniones sociales informales conocidas actualmente como botellones. Están a la altura de las citas promulgadas por Confucio o Tagore, y hasta una persona que ni siquiera sepa que existe una cosa llamada cine, las ha utilizado alguna vez. Desde la habitualmente mal citada Tócala, Sam de Casablanca, al histórico A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre de Lo que el viento se llevó, pasando por el favorito de las adolescentes, Amar significa no tener que decir nunca lo siento de Love Story, estas frasecitas son casi más reconocidas que las propias películas a las que pertenecen. De hecho, en el caso de la frase de Love Story, estoy prácticamente seguro de ello. De Casablanca, no podríamos perdonarnos el olvido de ese eterno Siempre nos quedará París (que era el final del diálogo que ya tratamos al comienzo de este libro), o del no menos mítico De todos los cafés del mundo, tuvo que eligir el mío. El actor del cigarrillo en la boca, Humphrey Bogart, no solo dejó perlas en la película de Michael Curtiz, y como ejemplo, quede este diálogo de El halcón maltés, cuando a la pregunta del policía que sostenía la estatuilla del nombrado halcón (Pesa mucho, ¿de qué está hecho?), respondía con la genial frase De la misma materia de la que están hechos los sueños. Y es que los grandes clásicos siempre han dejado alguna que otra frase para el recuerdo. Ahí está la genial comedia de Billy Wilder (¿y cuál no lo era?) Con faldas y a lo loco, y su portentoso final, con ese, repetido y copiado una y mil veces, 'adie es 24
perfecto. Otra gran frase que se ha reproducido como un conejo en los últimos treinta años, es la que suelta Jack Nicholson en Chinatown, cuando un policía le pregunta si la herida que tiene en la nariz le duele mucho y este le responde: Solo cuando respiro. ¿Y qué me dicen de la parrafada que suelta Robert Duvall en Apocalypse 7ow? Alguno ya la estará declamando en voz alta, como si fuera aquel trastornado militar de la película de Coppola, pero como habrá más de uno que, o bien no la conoce, o bien no la recuerda, ahí va: ¿Hueles eso? ¿Lo hueles, muchacho? Es napalm… 'ada en el mundo huele de esa forma. ¡Me encanta el olor del napalm por la mañana! Un día bombardeamos una colina y cuando todo acabó, subí allí… 'o encontramos ni un solo cadáver de esos chinos de mierda. ¡Pero qué pestazo a gasolina quemada! Aquella colina olía a… victoria. ¿Cómo se queda uno después de esto? Supongo que con el cuerpo regular. Una frase que me gusta especialmente, es la que pronunciaba Clint Eastwood (¡todos en pie!) en El bueno, el feo y el malo, de Sergio Leone, ante un Eli Walhach con más miedo que Pinocho en un incendio: El mundo se divide en dos tipos de personas, los que apuntan y los que cavan. El revolver lo tengo yo, así que ya puedes coger la pala. Simplemente genial. Y es que Clint siempre ha tenido un gran repertorio de frases, entre ellas la marca de clase de Harry el sucio: Sé lo que estás pensando: ¿he disparado seis balas o solo cinco? Lo cierto es que con todo este lío yo también he perdido la cuenta, pero dado que esta pistola es una Magnum 44, el arma más poderosa del mundo, capaz de volarte la cabeza de un tiro, sólo tienes que preguntarte: ¿es mi día de suerte? ¡Bien por Clint Eastwood! Ojalá algunos actores pudieran volver a ser jóvenes otra vez. Que la filosofía en las citas cinéfilas está a la orden del día, es un hecho comprobado, y entre todos los filósofos del cine, recordamos a dos: Yoda y el señor Miyagi. Del simpático anciano extraterrestre verde (aunque algunos aseguraron que no era otro que Jordi Pujol), podemos recordar la de Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes. Del bueno de Miyagi, entre muchas otras, Dar cera, 25
pulir cera. Incluso cuando menos lo esperamos, una frase genial puede aparecer en los labios menos pensados, como por ejemplo, la de Tonto es el que hace tonterías. Y si no les he convencido, ahí va otra: La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar. Ambas, por supuesto, de Forrest Gump. Toda esa carga filosófica necesaria para nuestro día a día, podría quedar condensada en dos frases de la genial Cadena perpetua, ambas con la profunda voz de Morgan Freeman. La primera, forma parte de un monólogo mayor, pero lo realmente importante es eso de Empeñarse en vivir, o empeñarse en morir. La segunda, muestra la dureza de esa vida entre ladrillos grises que muchos viven, aunque no estén en una cárcel: La esperanza es algo muy peligroso, puede volver loco a un hombre. Y si todo esto lo dice Morgan Freeman, por algo será. Algunas son algo largas, como en la anteriormente narrada escena de Apocalypse 7ow. O incluso más, valga como ejemplo el caso de esos geniales monólogos que nos levantan de la silla para jalear a nuestro héroe favorito. Pero esto no siempre es necesario. No hace falta más que recordar el frío rostro del ciborg de Terminator, y su escueto Volveré. Alguna palabra más tenía la de su primo Robocop: Vivo o muerto, usted vendrá conmigo. Otro que también era frío como el hielo, aunque todo apunta a que no tenía partes mecánicas, era James Bond, siempre con sus eternas coletillas preparadas, desde el Bond, James Bond, a la frase más repetida en las fiestas alcohólicas, que no es otra que Agitado, no batido. Aunque no hace falta ser un tipo duro para ser breve, ya que el señor Keating (Robin Williams) en El club de los poetas muertos, se ganaba el corazón de sus estudiantes con un simple y emocionante Carpe diem. Y si hablamos de frases escuetas, no podemos olvidar el Rosebud… de Ciudadano Kane. Aun así, a algunos se les hace larga… Más de un lector estará subiéndose por las paredes, indignado por que todavía no he sacado material de la saga de las sagas: El Padrino. Si encima os digo que la primera frase que voy a citar de ese mastodonte fílmico pertenece a la tercera parte, es 26
posible que tiréis el libro por la ventana. Tranquilos, porque merece la pena ver a un maduro Michael Corleone (Al Pacino) tutelando al jovenzuelo lleno de energía Vincent Mancini (Andy García) con aquello de 'o odies a tus enemigos, eso te impide juzgarlos. Ahora vamos a viajar al pasado para recordar a Don Vito Corleone (Marlon Brando), dejando encima de la mesa una frase dilapidaria en la primera parte de la saga: Un hombre que no vive con su familia no puede ser un hombre. Y cómo podríamos dejar pasar otra eterna cita del bueno de Vito: Le haré una oferta que no podrá rechazar. Venga, una más del cabeza de familia mafiosa más querido de la historia que es recordada por su hijo Michael: Ten cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos. Frases, frases… nunca parecen bastantes. Es empezar a rememorar líneas de guión llevadas a la vida, y parece imposible parar. Ese no sería el problema de Guy Pearce en Memento, ya que sufría un problemilla de memoria que le impedía presentarse a unas oposiciones, y quedaba claro cuando le dijo a Carrie-Anne Moss eso de 'o me acuerdo de olvidarte. Y es que, hay veces que estas citas pueden (o deben) ser duras o directas, y así lo expresaba Shirley MacLaine en El apartamento con un dilapidario Si te enamoras de un casado, no te pongas rímel. Algunas hay que leerlas (lo mejor sería escucharlas viendo la propia película) dos veces para captar todos los matices, como en El cazador, de Michael Cimino, donde un Robert De Niro invadido por la melancolía, expresaba con pesadumbre: Siempre se ha de cazar la pieza mediante un solo disparo. Hacerlo con dos es una chapuza. Siempre se lo digo a todos, pero nadie me escucha. Es obvio que no estaba hablando únicamente del respeto por el animal a cazar, pero para entenderlo habrá que enfrentarse a esta dura (y mucho) cinta, que significó el último trabajo de John Cazale (el eterno Fredo de El Padrino) antes de morir a causa de un brutal cáncer de huesos. Es habitual que los directores de éxito utilicen ganchos para hacerse con el personal, y una muy buena manera de conseguir un gancho son estas frases. M. Night Shyamalan lo ha llevado a cabo 27
en varias de sus películas. En El sexto sentido, explotó aquello de En ocasiones veo muertos, mientras que en la que para mí es su mejor obra, El protegido, dejaba un buen puñado de perlas que te hacían pensar, para terminar el filme con una impresionante frase del personaje de Samuel L. Jackson, el villano de la película: Debí entenderlo hace mucho tiempo… por los niños… ellos me llamaban Don Cristal. Es un final impresionante, y sin trampa ni cartón, con todas las cartas boca arriba y sobre la mesa. Eso sí, es complicado encontrar el momento para utilizar la mayoría de estas frases en el mundo real, al menos sin parecer grandilocuente o peliculero. Si no fuera así, todos estaríamos soltando bellas peroratas (pero peroratas al fin y al cabo) románticas a la primera chica que se colocara a nuestro lado en un bar. Frasecitas como el Tú haces que quiera ser mejor persona de Mejor imposible. Pero una cosa está clara: las grandes frases del cine, nos acompañan en nuestra vida cotidiana como auténtica sabiduría popular, remedios de la abuela del nuevo milenio, o mantras que repetir una y otra vez para dejar nuestras almas en paz. Hay tantas frases dignas de ser recopiladas, que no solo llevaría un libro recogerlas, sino toda una enciclopedia, así que tendré que detenerme aquí por un momento con la gran reflexión de Orson Wells en Ciudadano Kane: Si no hubiera sido tan rico, habría sido un buen hombre.
2.2- os tocaron la fibra sensible
En ocasiones, no nos queda otra que ir a la guerra (obviamente lo digo en sentido figurado), y para hacerlo, necesitamos seguir las palabras de un líder que nos ponga los pelos de punta con su discurso moralizante. Otras veces, unas simples palabras nos pueden hacer reflexionar sobre la vida, el amor, la muerte, y otras muchas cosas tan profundas e insondables que nos dan bastante respeto. En realidad, todo lo anterior forma parte de una misma 28
cosa: la redención. Dicen que toda película muestra, en mayor o menor medida, la búsqueda de la redención, aunque muchas veces sea difícil percibirlo. A los guionistas, que de esto saben un rato, nunca se les ha olvidado, y nos han dejado innumerables muestras que nos levantan del sillón para jalear a nuestros héroes y nos hacen salir de la sala del cine con una moral capaz de hacernos invadir la capital del antiguo Imperio Romano. El género épico es el que más beneficio ha sacado de esto, como veremos a continuación. En Conan el bárbaro, hay varios discursos donde la épica alcanza el cielo, como cuando el padre de Conan le explica a su hijo (que no era otro que Jorge Sanz) la importancia de buscar y encontrar el secreto del acero, pero es el particular rezo a Crom (la divinidad suprema de los bárbaros) que Conan realiza previamente a la batalla final, la que nos hace darnos golpes en el pecho como gorilas pasados de rosca: Crom, jamás te he rezado, no sirvo para eso. 'adie, tan siquiera tú, recordará si fuimos hombres buenos o malos, por qué luchamos o por qué morimos, no. Lo único que importa es que hoy dos se enfrentan a muchos, eso es lo que importa. Crom, el valor te agrada, concédeme pues esta petición, concédeme la venganza. Y si no me escuchas… ¡vete al infierno! ¿No dan ganas de ponerse al lado de Conan para darle una buena dosis de venganza a los malos? Nunca he visto una manera menos servil de rezar (y más chulesca). Bastantes años después, El guerrero número 13, recuperaría un poco del espíritu de Conan, sobre todo con ese rezo viquingo (real) que los protagonistas realizan antes de entrar en una batalla en la que tenían pocas posibilidades (por no decir ninguna) de salir victoriosos: He aquí que veo a mi padre. He aquí que veo a mi madre, a mis hermanas y hermanos. He aquí que veo el linaje de mi pueblo hasta sus principios. Y he aquí que me llaman, me piden que ocupe mi lugar entre ellos, en los atrios de Valhalla, el lugar donde viven los valientes para toda la eternidad… Imaginad ese espíritu indomable en las luchas callejeras de barrio, cuando eres un niño y una piedra se convierte en la más temible de las armas. ¡Abusones, tened cuidado! 29
En los últimos años, no han sido pocas las películas que nos han hecho gritar como locos para mayor gloria de nuestra lucha: Gladiador, 300, Braveheart… Ahí queda eso. Gladiador, posiblemente sea la película que más frases de este tipo nos ha dejado en los últimos años (y en toda la historia del cine, me atrevería a asegurar), genialidades para revolcar corazones como Lo que hacemos en vida tiene su eco en la eternidad, A mi señal ira y fuego o La muerte nos sonríe a todos, devolvámosle la sonrisa, son un magnífico entrante para el plato fuerte, esa subida de adrenalina total, esa rebelión de narración fantástica en la que un héroe vuelve de la muerte para conseguir que todo un rey se haga sus necesidades encima, ese monólogo en primer plano que Máximo (Russell Crowe) le espeta a la cara, ante un coliseo lleno a reventar, a un emperador Cómodo (Joaquin Phoenix) de gesto torcido: Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones Fénix, leal servidor del verdadero emperador, Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada y alcanzaré mi venganza en esta vida, o en la otra. Y en aquel momento, la gente de la sala se levantó y empezó a gritar: ¡Máximo! ¡Máximo! ¡Máximo! Todas estas parrafadas son muy similares, y altamente adictivas para el espectador. Desde el monólogo del famoso grito Libertad que realiza Mel Gibson en Braveheart, a los apartes efectivos (y algo efectistas) y rebosantes de épica de la trilogía El señor de los anillos, pasando por frases llenas de testosterona como el Esta noche cenaremos en el infierno de 300, todas ellas demuestran que la pluma, a veces, es más fuerte que la espada, y que sobre todo, ayuda a empuñarla. Las películas deportivas no están exentas de épica, ya que, por ejemplo, un partido de fútbol americano no deja de ser una batalla campal entre dos ejércitos. Especial mención merece el monólogo de Al Pacino ejerciendo de entrenador que ya está de vuelta de todo, en la infravalorada obra de Oliver Stone Un domingo cualquiera. 30
'o sé que decir en realidad. Tres minutos… para la mayor batalla de nuestras vidas profesionales. Todo se reduce a hoy: o nos curamos como equipo, o nos desmoronamos. Jugada a jugada, pulgada a pulgada, hasta el final. Ahora estamos en el infierno, caballeros. Creedme, y… o nos quedamos aquí dejándonos machacar, o luchamos por volver a la luz. Podemos salir del infierno pulgada a pulgada. Yo no puedo hacerlo por vosotros, soy muy viejo. Miro alrededor y veo esas jóvenes caras, y pienso… pienso: he cometido todos los errores que un hombre de mediana edad puede cometer. He despilfarrado todo mi dinero, podéis creerlo. He echado de mi vida a todo el que me ha amado. Y últimamente ni siquiera soporto la cara que veo en el espejo. Mirad, cuando te haces mayor, en la vida, hay cosas que se van, vamos…eso… eso es parte de la vida. Pero solo aprendes eso cuando empiezas a perder esas cosas. Descubres que la vida es cuestión de pulgadas. Así es el fútbol. Porque en cada juego, la vida o el fútbol, el margen de error es muy pequeño… Medio segundo más lento o más rápido y no llegas a pasarla. Medio segundo más lento o más rápido y no llegas a cogerla. Las pulgadas que necesitamos están a nuestro alrededor, están en cada momento del juego, en cada minuto, en cada segundo. En este equipo luchamos por ese terreno. En este equipo nos dejamos el pellejo nosotros y cada uno de los demás por esa pulgada que se gana, porque cuando sumamos una tras otra, porque sabemos que si sumamos esas pulgadas… ¡Eso es lo que va a marcar la puta diferencia entre ganar o perder!... ¡Entre vivir o morir!... Os diré una cosa: en cada lucha, aquel que va a muerte es el que gana ese terreno. Y sé que si queda vida en mí, es porque aun quiero luchar y morir por esa pulgada. Porque vivir consiste en eso: ¡las seis pulgadas frente a vuestras caras! ¡Yo no puedo convenceros de que lo hagáis! ¡Tenéis que mirar al que tenéis a vuestro lado! ¡Miradle a los ojos! Creo que vais a ver a un tío dispuesto a ganarla con vosotros. Vais a ver a un tío que se sacrificará por este equipo. ¡Porque sabe que cuando llegue la ocasión, vosotros haréis lo mismo por él! Eso, eso es un equipo, caballeros. Y, o 31
nos curamos ahora como equipo… o moriremos como individuos. Eso es el fútbol, chicos. Eso es todo que es. Ahora… ¿qué vais a hacer? Definitivamente, un equipo que pierda (o que al menos no de todo lo que pueda dar) después de esto, no merece nada. De hecho, este discurso es utilizado por numerosas universidades americanas para motivar a sus jugadores antes de un partido importante. Y qué me dicen de un Paul Newman de mirada azul celeste y cara arrugada por los años en Camino a la Perdición, cuando ante la cercana la lluvia infernal y afrontando un próximo desenlace fatal, dice eso de Esto es lo que somos, la vida que elegimos, y sólo hay una cosa segura: ninguno veremos el cielo. Hay una lógica perfecta en las frases del cine, y esta funciona como un reloj suizo. Todo encaja, y nos pellizca por dentro, en alguna parte. Pero no todo tiene que ser épica, por lo menos entendida de esta manera. El caso de La última noche (auténtico cine “post-11s”), una de las películas más infravaloradas y olvidadas de los últimos años, tiene dos impresionantes monólogos que nos abofetean duramente el alma y el pellejo. El primero, lo realiza un inconmensurable Edward Norton ante su reflejo en un espejo, echándose en cara sus odios y fobias. El segundo, lo realiza un no menos impresionante Brian Cox para cerrar la película con una belleza agridulce, regalándonos un final maravilloso y poco habitual. Tal vez, sea el nombre del director (Spike Lee), lo que causó que la cinta fuera maltratada en su momento. Poco a poco, el tiempo la está poniendo en su lugar. Otro discurso lleno de épica, nostalgia y melancolía, es el que realiza el replicante Roy Batty (Rutger Hauer), un Nexus-7 con aspiraciones metafísicas, en Blade Runner. Ante su próxima e inevitable muerte, decide poner en paz sus pensamientos de robot con unas palabras (totalmente improvisadas por Hauer) repletas de belleza ciberpunk y canto desesperado por el tiempo que se agota: Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión; he visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tanhauser. Todos esos momentos se 32
perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir… Y en ese momento, una paloma sale volando hacia el cielo desde los brazos inertes del replicante. Y si la épica consiste en aguantar, en izarse contra los elementos y dirigirse hacia una derrota más que evidente, el espíritu de Rocky Balboa, el potro italiano, el espíritu de Philadelphia, el campeón del pueblo, nos visita una y otra vez. Nunca en la historia del cine o el deporte, un derrotado fue tan ganador, precisamente por eso, porque no fue derrotado, sino vencido. Las dos mejores entregas de la saga, la primera de todas, Rocky (una auténtica maravilla) y la sexta y última, Rocky Balboa, terminan con el protagonista perdiendo el combate, pero ganando la eternidad. Rocky (Sylvester Stallone) lo deja claro: 'o importa lo fuerte que puedes golpear, sino lo fuerte que pueden golpearte. La vida consiste en eso, aguantar y seguir avanzando, porque según él, la vida siempre golpea más fuerte que nadie. Y para terminar de levantar el ánimo no hay nada mejor que subir unas cuantas escaleras al trote con aquel score irrepetible (casi todos lo hemos hecho) que solo con escucharlo te incita a echar a correr. Sí amigos, los vendedores de zapatillas de atletismo tienen mucho que agradecer a Rocky, bueno, y también a Carros de Fuego… Hay un buen puñado de discursos que nos han golpeado con una fuerza inusitada además de los narrados anteriormente, pero tampoco quiero eternizar este capítulo. Eso sí, me permito el lujo de nombrarlos, para que, si algún insensato todavía no los ha disfrutado, lo haga próximamente. No son otros que: el monólogo de Gregory Peck en Matar a un ruiseñor, obra maestra del cine con mayúsculas; los discursos anarco-idealistas de V en V de Vendetta; las muestras de sabiduría de Marlon Brando en El Padrino; el espectacular speech de Al Pacino en Esencia de mujer, el preferido de los abogados; el duelo dialéctico entre Jack Nicholson y Tom Cruise en Algunos hombres buenos (¿Ordenó usted el código rojo?), la escenificación del pragmatismo más cruel versus el idealismo de la justicia; o el discursito con el que David Carradine
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pasa de parecernos un sádico malvado a simplemente un malo con buen fondo en el final de Kill Bill Vol.2. Lo que debe quedar claro, es que este cine forma parte de la vida, aunque a veces parezca falso o idealista (recordemos el tópico de la realidad supera a la ficción). Nos habla de héroes que se enfrentan a su aciago destino, de hombres que se superan luchando contra su dolor o su miedo, de amores imposibles que nunca llegarán… Utilizamos su mensaje en momentos reales, cuando nos sentimos atenazados, paralizados. Y soñamos (porque si la vida es sueño, el cine también), con un final apoteósico para nuestras intrascendentes y vulgares acciones humanas. Tan solo hace falta que recuerden eso que dice Sancho Gracia a su nieto en 800 balas, de Alex de la Iglesia: En la vida hay momentos jodidos, pero jodidos de verdad, muchos más de los que tú te puedes imaginar, y esos no hay Dios que te los quite… Hay que aprovechar los intervalos entre putada y putada… 'o divertirse cuando uno puede, es el mayor pecado del mundo… Podría llegar el día en que estas frases no nos levanten el ánimo, pero como diría Aragorn (Vigo Mortensen) en la última entrega de la trilogía El señor de los anillos: Hoy no es ese día.
2.3-Quiero esa frase en mi camiseta
Este último punto de parrafadas eternas, es el que más gustará a los locos del cine y la cultura pop, a los que algunos llaman freaks (de una manera bastante ligera, por cierto). Algunas de ellas, podrían estar unas páginas más atrás, ya que han llegado a convertirse tanto en tópicos como en típicos, como el Luke, yo soy tu padre que le suelta Darth “debería dejar el tabaco” Vader al rubio Mark Hamill en El imperio contraataca. Otras, se consideran un poco outsiders, undergrounds, o simplemente raritas, aunque más justo sería llamarlas poco conocidas (o recordadas), como el 'o empecemos a chuparnos las pollas todavía que el señor Lobo (Harvey Keitel) 34
larga tranquilamente en la pulp-exploitation (¡toma término técnico!) Pulp Fiction de Quentin Tarantino. Empecemos por el clásico de la espada y brujería de John Milius Conan el bárbaro. Subotai, leal escudero de Conan, tuvo que justificar la fría reacción de su compañero ante la muerte de su amada con un Él es Conan, el bárbaro, él no llora, yo lloro por él. Precisamente, fue esa mujer tan llorada la que les espetó a ambos un ¿Sois dos locos que se ríen de la muerte?, cuando pensaban subir la pared de una torre como quien va a comprar pipas, con menos material de escalada que Tarzán. Muchas veces, cuanto más al margen de lo habitual esté una película, más frases “de camiseta” puede generar. El cine minoritario es potencialmente peligroso. Claro que, si podemos llamar minoritarias a películas como El imperio contraataca, o Conan el bárbaro, podemos llamar minoritario a cualquier cosa. El spaghetti western entra en este grupo, y he de sacar de nuevo a ese súper clásico del cine del polvo en los ojos, El bueno, el feo y el malo, para anotar dos Sentencias (lo de escribir esta palabra con mayúscula tiene un doble significado únicamente entendible por los que hayan visto la cinta). Una, muestra un pragmatismo envidiable: Dormiré tranquilo, porque sé que mi peor enemigo vela por mí. La otra, es digna del mejor predicador: Dios no está con nosotros porque odia a los idiotas. Ambas son de Rubio (Clint Eastwood), ahí queda eso. Y es que nos gusta aparentar ser tipos duros. Solo puede quedar uno era el lema de Los inmortales; Yipi ka yei, hijo de puta, soltaba el bueno de John McClane (Bruce Willis) en Jungla de cristal; la teniente O’Neill (Demi Moore), solía decir Lo mejor del dolor es que te hace darte cuenta de que no estás muerto, en su película homónima; Peter O’toole era más poético en Lawrence de Arabia: Puede haber honor entre ladrones, pero nunca lo habrá entre políticos… Frases lapidarias, directas, algo canallas, con humor, duras, raras, e incluso ridículas. Todas ellas merecen un lugar de honor en el olimpo de las citas, como el ¡Confía en los hongos! que John 35
Leguizamo no tiene ningún reparo en soltar en la fallida adaptación Super Mario Bros. Otro gran ejemplo es el Elegí un mal día para dejar de fumar, de Lloyd Bridges en Aterriza como puedas. Pero el mejor de todos es el Vamos a llevarnos bien, porque si no van a haber hondonadas de hostias aquí, ¡eh! (sin olvidar su ¡Qué profesional!) de Manuel Manquiña en Airbag, película española que no tiene desperdicio para echar unas buenas risas y sacar unas cuantas frases inolvidables. Todas tienen algo, no sabríamos muy bien cómo definirlo, que nos hace tener la sensación de estar viéndolas siempre por el retrovisor, de reojo. Aparecen por sorpresa y se graban a fuego como nicks en chats y Messegners. Jeff Goldblum dijo en La mosca: Si te quedas, te haré daño. La pequeña Heather O’Rourke canturreaba un espeluznante Ya están aquí en Poltergeist. Y el tío Ben adoctrinaba a un adolescente Peter Parker con el ya clásico Un gran poder conlleva una gran responsabilidad en Spiderman… Nos gustan, las adoramos, y lo sabemos. Por eso las utilizamos de vez en cuando, por eso esperamos que las digan cuando vemos nuestra película favorita por decimonovena vez y jugamos a adelantarnos al diálogo. Por eso, cuando abrimos una puerta por sorpresa, ponemos cara de loco y gritamos: ¡Aquí está Jack!, como Jack Nicholson en El resplandor. Esa es la razón por la cual no desaprovechamos ni una sola ocasión de pronunciar: Utiliza la fuerza. ¡Ah! Y no pienso decir de qué película es esta última frase, no creo que sea necesario. Y para terminar, el último diálogo entre Apollo Creed y Rocky Balboa en Rocky. A la frase de Apollo tras conseguir una agónica victoria a los puntos, 'o habrá revancha, un apaleado pero exultante Rocky, responde: 'o la necesito. Eso es un diálogo para poner en tu camiseta, sí señor, una frase por delante y otra por detrás…
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3-Hay otros mundos, pero están en este
Desde los inicios del cine, las minorías selectas se han visto reflejadas en las pantallas, produciéndose una fusión entre la realidad y todo aquello que está por debajo, por encima, y alrededor de ella. Las tribus urbanas, los grupos de outsiders, los raritos, la jet set, los elegidos… Todos ellos han producido en el mundo del cine un bucle de retroalimentación que nos hace preguntarnos qué fue antes, el huevo o la gallina. ¿Es lo que vemos en la pantalla una simple representación del mundo real y sus grupos sociales, o llega a generar el cine sus propios submundos en el nuestro? La respuesta sería una mezcla de las dos opciones, ya que del mismo modo, genera y se nutre de estereotipos y tópicos. El problema surge cuando los involucrados en cada uno de los grupos tratados, ven peligrar sus fronteras, su exclusividad, cuando se sienten atacados por las hordas de lo normal, lo vulgar… Las minorías se sienten atacadas por el mundo que las rodea, y por ello se reúnen en un corro que les sirve de escudo, parapetados como una formación romana. De ese modo, un joven que se sienta fervientemente atraído por el mundo fantástico de Tolkien, podría llegar a creer que aprender el lenguaje élfico es guay, y que un día se revalorizará en el mercado de idiomas mundiales, pero para la mayoría de sus compañeros de clase, no será más que otro chico raro al que apartar de su lado. Si ese joven encuentra un buen grupo de personas con sus mismos gustos y aficiones, podría conseguir ir al cine con todos ellos, hablando élfico por el camino y disfrazado de hobbit. A continuación, vamos a conocer los grupos más reconocidos criados bajo la cálida ala de papá (o mamá) cine. Abróchense los cinturones, porque vienen curvas.
3.1-Cyberpunk: de Blade Runner a Matrix
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Los años 60 significaron un importante bajón para la cienciaficción. Estos malos momentos se vieron reflejados en los trabajos de una nueva generación de autores criados en la teta de la omnipresente Guerra Fría. Una eterna crisis económica, una importante tensión internacional, un ascenso en el tráfico de las comunicaciones… Todos esos puntos provocaron que la utopía se convirtiera en distopía. El futuro ya no era ese edén maravilloso en el que todo resultaba perfecto, al contrario, era un lugar deshumanizado en el que la tecnología punta nos convertía en ganado, un lugar en el que el nivel de vida había retrocedido cientos de años. Las ciudades eran mastodónticas urbes anegadas por millones de personas grises, marginadas e imperfectas, controladas por inteligentes ordenadores centrales al servicio de compañías multinacionales sin escrúpulos. Con este panorama sería extraño que el mundo cyberpunk le pareciera atractivo a alguien, pero el caso es que así es. Los herederos de Asimov y del a menudo olvidado Frank Herbert y su importantísima novela Dune (una de las precursoras tempranas del cyberpunk), tenían todos los estímulos que necesitaban a su alcance. La constante amenaza nuclear y medioambiental hizo el resto. Lo único que faltaba, era que las libertades individuales se vieran un poco comprometidas. Las novelas distópicas como 1984 o Rebelión en la granja (ambas de Orwell), ya habían sembrado el germen necesario para que los años 70, y sobre todo los 80, reventaran en un caos organizado de oscuridad rota por luces de neón y referencias asiáticas. La juventud necesitaba nuevos estilismos, y el postmodernismo y la investigación desembocaron en Blade Runner, basada en el relato ¿Sueñan los androides con ovejas electrónicas? de Philip K. Dick. Tal vez sea el frío recibimiento temprano que tuvo la cinta (y generalmente casi cualquier obra del estilo hasta bien entrados los años 80), lo que la convirtió rápidamente en una obra de culto. La fórmula es bien conocida: un futuro próximo reconocible; coches voladores; androides avanzados; calles grises; eterna lluvia ácida; miembros robóticos; ni un rayito de sol… Eso es lo que asustaba tanto a los conservadores, lo fácil que era 38
comparar ese mundo con el nuestro. Sí, era el futuro, pero todo era muy parecido a lo que ya se vivía, y lo peor era que casi todo lo que se veía era malo. Pero a los modernos, la nueva estética les ponía mucho. Se generaba una mezcolanza de las estéticas punk, mod, beat, y un largo etcétera de movimientos socioculturales. En Blade Runner, los androides de la serie Nexus-7 no se resignaban a cumplir con su fecha de caducidad, y del día a la noche, sentían la necesidad de vivir más. Ni que decir tiene, que el discurso improvisado de Rutger Hauer en el papel del replicante Roy Batty, ayudó increíblemente a aumentar el dramatismo de todo aquel movimiento, que empezaba a “romper la pana” gracias a los grupos de nuevo tecno-rock que aparecían como setas por cualquier parte. Aunque el cyberpunk ya era conocido, Blade Runner impuso las bases del movimiento: ambiente de novela negra, futuro no muy remoto, sociedades electrónicas e informatizadas a más no poder, estados policiales, cero privacidad… Unos pocos años después, el manga Akira sería llevado a la pantalla grande para mayor gloria de los cyberpunks (también llamados cyberpunkers). Una vez más, la estética de la utopía imperfecta, que había llegado para quedarse. Akira aportó lo que a Blade Runner le faltaba de movimiento contracultural. Todo se había cumplido. En adelante, sería muy difícil mostrar futuros distintos. No sería justo obviar lo que aportó la película Rollerball, que vio la luz a mediados de la década de los 70 (e incluso 2001: una odisea del espacio). Esta, ya tenía a grandes rasgos todos los ingredientes necesarios, centrándose sobre todo en la deshumanización de las grandes sociedades. Posteriores títulos como Robocop, 1997: Rescate en 7ueva York, Brazil, Desafío total, y un innumerable número de películas menores (algunas contando con cantantes y artistas de la época como Mick Jagger o David Bowie), reforzarían el género, al menos entre sus incondicionales. El manga japonés mamaría del cyberpunk para seguir dando fuerza al mismo durante los años 80 y 90. Los cimientos estaban bien asentados, la música y los videojuegos harían el resto.
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Cuando todo este mundo parecía completamente asimilado, y por culpa de esa asimilación, casi olvidado, la trilogía mesiánica Matrix y la irregular cinta de Spielberg Minority Report, causaron que se volviera a hablar de él, y mucho. Los jóvenes creían que era algo nuevo, pero estaban muy equivocados. El cyberpunk regresaba con fuerza, aunque lo cierto es que tal vez nunca había llegado a irse. En los últimos años, se ha visto asimilado por las nuevas técnicas del cine, como puede percibirse en las adaptaciones de los cómics de Frank Miller Sin City y 300, que a pesar de no cumplir el requisito de la sociedad tecnológica, cumplen con la estética a la perfección, como también ocurre sutilmente en la adaptación del comic book de Alan Moore V de Vendetta. Aunque tal vez el título más cyberpunk de los últimos años, sea la futurista Aeon Flux (como no podía ser de otra forma al haber nacido en la todopoderosa MTV), que cumple con todas las premisas a raja tabla. Lo quieran o no, las crestas coloradas y las chaquetas de cuero siempre vuelven a ponerse de moda…
3.2-Mundos post apocalípticos
Cómo nos gusta a los humanos eso de ver el vaso medio vacío, completamente vacío, o directamente percibir la ausencia total del mismo. Por eso, cuando oímos hablar de cosas como inviernos nucleares, bombas atómicas, síndromes de china, gripes aviares, vacas locas, o gnomos malignos, un montón de tíos sin nada mejor que hacer se visten con harapos y salen a la calle a profetizar el fin del mundo según lo conocemos. La idea no podría ser más apetecible para los agoreros, pero gusta aun más a los escritores y cineastas a los que les va el rollo de meter miedo a la gente. Les divierte, y no les culpo, pues hay pocas cosas más graciosas que una manada de humanos con miedo, corriendo sin rumbo de un lado para otro. Gracias a esta visión de un futuro nulo, aparecen los
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mundos post apocalípticos, o lo que es lo mismo, después del fin de nuestro mundo. Básicamente, un suceso aterrador termina con, digamos, el 90% de la población mundial, además de dejar todo hecho un Cristo. Tras esto, los supervivientes sufren una involución que les arrastra a vivir en pequeñas tribus o poblados de seres suspicaces y desconfiados, se visten con ropas raídas y cuentas historias de los días antiguos como si de leyendas artúricas se tratara. Quizás, esta sea la visión más ingenua que se puede tener de la destrucción de nuestro mundo. Un punto de ruptura poco creíble, que no obstante, nos parece más que inminente por culpa de los tiempos que vivimos. Y es que todo eso que sale por pantalla nos suena: escasez de agua, escasez de combustible, escasez de terrenos habitables… El conservador Mel Gibson, encarnó a uno de los personajes más míticos de su generación, el policía interceptor australiano Max, en la trilogía que llevaba su nombre: Mad Max. En la primera parte de la entrega, veíamos un mundo reconocible, pero en algunas zonas, parecía que todos los malos de las películas de Charles Bronson se habían juntado para montar un sarao. No se nos daba mucha información, pero estaba claro que algo malo había pasado. La gasolina era valiosa como el oro, las piezas mecánicas escaseaban, los policías se habían convertido en auténticos cazadores, y la mayoría de las carreteras eran un terreno de nadie en el que era mejor no adentrarse, rodeado por eternos páramos de tierra seca asándose bajo un sol de justicia. De repente, la película termina y entramos en la segunda parte, donde cualquier atisbo de civilización queda ya muy lejos. La situación es más desesperada que nunca, y las guerras por el combustible se convierten en auténticas batallas campales entre pequeñas comunidades nómadas y saqueadores punkis sin escrúpulos ni sentido del ridículo. En la tercera, el mundo ya no es otra cosa que una distopía medieval en la que Max se convierte en un antihéroe mesiánico. Entre las historias de las tres películas, no deben pasar más de veinte años (como ya he dicho, no se nos da mucha información), pero nos deja clara una idea: por mucho que se luche, el mundo se va por el sumidero sin 41
posibilidad de dar marcha atrás, aunque eso sí, siempre queda un poco de esperanza dibujada en el rostro de aquel que lucha contra lo inevitable sin saber muy bien por qué. ¿Alguien ha dicho algo de western? Pues no va mal encaminado, no… Kevin Costner se embarcó en los años 90 en dos proyectos muy distintos, pero conceptualmente similares (y que significaron sendos fracasos), Mensajero del futuro y Waterworld. Una vez más, nos presentan un mundo destruido y la aparición de un personaje mesiánico que, muy a su pesar, se convierte en la última esperanza de los supervivientes inocentes, que no hacen otra cosa que servir de carnaza a los malos de turno. Estas superproducciones no estaban tan mal como todo el mundo decía, pero no llegaban al toque canallesco, kitsch y entrañable de la española Acción mutante ni de lejos. De hecho, el film de Alex de la Iglesia, siendo infinitamente más humilde en cuestiones técnicas, hacía llegar mucho mejor el mensaje, y eso que la película era una bomba de puro humor negro. El último hombre vivo (The Omega man), con Charlton Heston, remake de El último hombre sobre la Tierra, con Vincent Price, trataría el feo asunto de las enfermedades globales que no solo terminan con la humanidad, sino que además convierten a todos los supervivientes en mutantes caníbales, con lo mal visto que está eso. Estas dos películas, realizadas en los 70 y en los 60, tuvieron una nueva versión en el año 2007, con Will Smith en el papel del científico mesías y utilizando el nombre original de la novela de Richard Matheson que dio lugar a todo: Soy leyenda. Ni que decir tiene que el temita ha sido usado hasta la extenuación en multitud de títulos de la serie B, con buenas raciones de gore y pseudociencia, mayormente concebidos desde un punto de vista ácido y más que cercano al humor negro. Apocalipsis zombie, o las supuestas superproducciones de la saga Resident Evil, entendieron los mundos post apocalípticos como un montón de zombis sueltos con gusto por la carne humana. Aun así, el mensaje de las cintas de zombis suele ser (o al menos lo era en un principio) más profundo de lo que podría parecer a simple vista, ya que esas 42
masas carentes de vida, no son otra cosa que una metáfora de las sociedades humanas actuales. Si todo esto les da miedo, culpen a gente como George A. Romero o Darío Argento. Los antiguos cementerios solían ser decorados por los monjes con un extraño humor trascendental. Un buen día, sacaban una calavera de las catacumbas y la colocaban en la entrada con una inscripción del estilo: Como me ves, te verás. Pues esto es a grandes rasgos lo que sucede con el cine de corte post apocalíptico (y con el antes comentado cyberpunk, con el que está muy relacionado), nos gusta que alguien nos repita esa frase, porque en estos días no nos va eso de ir a los antiguos cementerios, por mucho humor negro que se gastara aquella gente…
3.3- uestros amigos los ocultos…
Si juntamos un buen puñado de cine de género (de terror, en este caso), una juventud crecida bajo la alargada sombra del problema generacional y la inadaptación social, importantes dosis de música (rock duro, acid, techno, trance, gothic rock, thrash metal, black metal,…), y una pizca de ambiente (mínimamente) sectario, obtendremos unos cuantos amantes de los ambientes oscuros. Ya sean góticos, amigos del vampirismo, satánicos de pega, amantes del gore, o locos del cine de terror de la Universal (o de la Hammer), no se preocupe, lo más seguro es que no pretendan ni comerle un pie ni chuparle la sangre, ni siquiera sacrificarle para mayor gloria de Lucifer o Satán, lo más probable, es que simplemente sean personas normales con gustos estéticos y culturales diferentes a los suyos (y en la mayoría de las casos, ni siquiera será así). Esto del terror y el amor por lo tétrico y lo tenebroso viene de lejos. Los escritores románticos (desde Edgar Allan Poe a Gustavo Adolfo Bécquer) ya dieron buena cuenta de ello. Los lectores devoraban sus escritos como locos, ávidos por pasar miedo, y si no que se lo pregunten a Guy de Maupassant. Sin 43
embargo, hasta bien entrados los años 70, lo del terror en el cine era visto como un género menor a medio camino entre lo cómico y lo indigno. Es lo que conocemos como terror clásico, ya sabéis: Drácula, el hombre lobo, la momia… Eran los días de oro de la Universal (y sus clásicos monstruos literarios: el conde Drácula, el monstruo de Frankenstein, etc.), y actores como Bela Lugosi, Boris Karloff, Lon Chaney (y posteriormente Christopher Lee y Peter Cushing, ya en la británica Hammer) vivían sus mejores momentos. Aun así, el terror no dejaba de ser un mero entretenimiento. Pero pronto se convertiría en un modo de vida, una filosofía ajena a las corrientes convencionales de pensamiento, una muestra de rebeldía ante el sistema. Las historias se fueron sofisticando, los personajes adquirieron más profundidad, los blancos y negros se tornaron en escalas de grises, y la gente se dejó atrapar por esos mundos extraños. En los años 70 y 80 (sin olvidar títulos anteriores como 7osferatu o La semilla del diablo), un buen grupo de cineastas influenciados por toda una vida de películas y novelas baratas de terror, decidió ir un paso más allá y reivindicar su género favorito. Los menos sutiles se subirían al carro de la sangre injustificada, asesinando adolescentes a diestro y siniestro, mientras los más sesudos decidieron invocar al espíritu de H.P. Lovecraft y cultivaron un terror a medio camino entre lo psicológico y lo primigenio. Nombres como John Carpenter, Wes Craven, Tobe Hooper, Sam Raimi o Clive Barker, encontraron el camino de baldosas amarillas que los llevaría (o al menos eso creían ellos) directamente al mundo de Oz. Muchas películas fueron fagocitadas por una cada vez más joven audiencia que se quedaba embobada viendo el cine que ponía de mala leche a sus padres. Películas como Halloween, Viernes 13, La matanza de Texas, Videodrome, e incluso la excesiva 7ekromantik, eran devoradas sin escrúpulos por ellos. Pero fue con dos títulos de culto, Jóvenes ocultos y Razas de noche, cuando el fenómeno tribal de lo oculto terminó por explotar. Y es que atraía mucho eso de ser un joven oscuro, un vampiro, eternamente joven, viviendo la noche, siempre a tope (como si 44
estuviera en la ruta del bacalao), sin pensar en el mañana… Y sobre todo, no tener miedo a nada ni a nadie, estar por encima de la situación, vestir para provocar al poder establecido, escandalizar a las viejas. Siempre es la misma historia, eso sí, con distinta ropa. No tardó en llegar la confirmación del movimiento: Entrevista con el vampiro. Solo faltaba que Brad Pitt se subiera al carro para que las “niñas bien”, vieran con buenos ojos el movimiento contracultural oscuro, y ya saben, si hay hombres y mujeres la reproducción y continuidad del grupo está asegurada. Los llaman góticos u oscuros, pero no dejan de ser otro tipo de grupo underground u outsider, y por mucho que se empeñen los de los noticiarios cuando no hay otra cosa que contar o sale al mercado un nuevo videojuego, no son más peligrosos que usted o yo, tal vez menos…
3.4-A las 12:00 tengo clase de Lenguaje Élfico
Si un día se encuentra a alguien rezando a Crom, o apelando a la grandeza de Iluvatar, no se preocupe, es un fanático del género de espada y brujería. Ávidos lectores de las obras de Tolkien (El señor de los anillos, El Silmarillón, El Hobbit…), Dungeons & Dragons, y otras tantas colecciones, amantes de la fantasía y la épica, adoradores de la magia blanca. Parece que ahora se han multiplicado, y esto ha ocurrido en gran medida por obra y gracia de la versión cinematográfica de El señor de los anillos, aunque estemos hablando de un género que ha sido bastante tratado, con mejor o peor suerte, en años anteriores, sobre todo en los años 80. El primer gran (e inesperado) éxito de este género fue Conan el bárbaro, lanzando al estrellado a un rocoso Arnold Schwarzenegger y colocando el denostado género fantástico en el candelero. Otros títulos, destinados a muy diversos grupos de gustos y edades, también aportaron su granito de arena, como Cristal Oscuro, Willow, La historia interminable o Los héroes del tiempo. Por 45
supuesto, también hubo relativos fracasos, como Legend, El señor de las bestias o Red Sonja. Y no hace falta comentar las innumerables producciones de serie B (en su mayor parte italianas o ítaloamericanas) que sirvieron de explotation del género, o bien centrándose en encumbrar pseudo héroes hipermusculados a los altares de la épica más cutre que uno pudiera imaginar, o bien apelando a la magia y los cuentos más peregrinos gracias a jóvenes actrices italianas con rostros angelicales y cuerpos diabólicos. Demos gracias a Roger Corman por haber sobrevivido tantos años haciendo cine de bajo presupuesto y manteniendo el tipo rodando este estilo de historias. En los primeros momentos, el mundo de la fantasía estaba muy localizado en los grupos de jóvenes universitarios que empezaban a descubrir el eterno juego de tablero de Gary Gygax: Dungeons & Dragons. Además, casi todos ya eran auténticos fanáticos de la obra de Tolkien, así que la base cultural estaba más que preparada. Nadie podría detener lo que se avecinaba, por mucho que nos quieran convencer de otra cosa. Los juegos de rol, las series de crónicas de la Dragonlance, los disfraces, los juegos de ordenador... Aquellos extraños jóvenes se hicieron mayores y no dejaron de jugar, al contrario, ahora tenían dinerito fresco para gastar en su vicio preferido. No les avergonzaba juntarse disfrazados de sus personajes favoritos, bebiendo vino en odres de cuero y gritando los nombres de dioses míticos. Aun así, no dejaba de ser un mundo un tanto elitista, casi todos sus integrantes tenían buenas educaciones, no era sencillo aprender todos esos nombres extraños, no era fácil apartar el sentido de la vergüenza que se sentía al ir vestido como un elfo. Pero los pioneros aguantaron, empezaron a crear convenciones para mostrar su orgullo, y con el tiempo, el mundo les daría (casi) la razón. Como ya he comentado anteriormente, la llegada de la versión cinematográfica de El señor de los anillos, llamó a la locura masiva. Si a esto le sumamos el fenómeno de los juegos de rol masivo para ordenador, la evolución no era ni mucho menos dramática. De todas formas, todavía nos parece bastante raro, y más 46
que nada inútil, eso de que en algunas universidades se impartan clases de lenguaje élfico (que no deja de ser un idioma inventado por un escritor para dar fuerza a su obra), como nos parece algo estúpido lo de dejarse el pelo largo para que te quede bien tu carísimo disfraz de Aragorn, aunque eso sí, después bien que nos gusta el carnaval. A día de hoy, se ha producido tal masificación en el género de la espada y brujería, que resulta difícil saber si estamos ante uno de sus títulos o no. Ya se sabe: el tiempo avanza y todo lo mezcla. Lejos quedan ya los años de la ingenuidad fantástica y la ideología de la utopía, de los héroes solitarios de brillante armadura y poderosos aliados mágicos que podían traer a la gente de la muerte, de las montañas habitadas por dragones, de los bosques plagados por hermosas y arcanas criaturas. Aunque, mientras quede un loco que crea en la magia, esta, siendo imposible, existirá…
3.5-Yo también quiero ser un Monty Python
Hay veces que nos gusta parecer raros, eso sí, en el buen sentido de la palabra. Que nos vean como interesantes, ajenos, casi como unos forajidos de leyenda en eso de los gustos, como si fuéramos invitados a una fiesta exclusiva. Humor absurdo y no apto para todas las mentalidades lo ha habido siempre, pero cuando cinco ingleses (Graham Chapman, John Cleese, Eric Idle, Michael Palin y Terry Jones) y un norteamericano (Terry Gilliam) se juntaron en los años 60 para hacernos reír a mandíbula batiente con una serie para la BBC llamada Monty Python’s Flying Circus, se disparó la locura humorística para paladares selectos y gente sin sentido del ridículo. El mítico show de los Monty Python, consistía en una serie de sketches humorísticos absurdos (todos) e inteligentes (algunos), con un marcado sentido de la ironía y la acidez, mucha mala leche y ganas de escandalizar. No es de extrañar que muy pronto sus fanáticos seguidores exigieran más y más. Pero para ser un grupo de 47
culto, solo faltaba que sus innumerables detractores pusieran el grito en el cielo con cada nueva aventura de tan magno grupito de artísticos caraduras. Vamos, que con los Monty Python pasa como con los argentinos Les Luthiers, que si te ríes con ellos, puedes morir haciéndolo, pero como no te hagan gracia, más que risa lo que te puede dar es un ataque de nervios. A mí, personalmente, los dos grupos me parecen geniales. La primera película propiamente dicha de los Monty Python, se convertiría al instante en un título de referencia, tanto para frikis como para amantes de la comedia, y no era otra que Los caballeros de la mesa cuadrada. Sí, una parodia de la leyenda del rey Arturo y su búsqueda de el Santo Grial, pero desde un punto de vista muy particular: eternas conversaciones acerca de cuánto peso puede cargar una gaviota, conejitos blancos asesinos de guerreros valerosos, caballeros del NI que desean una almáciga… Auténtica película de culto nerd, pero la más odiada por aquellos a los que el humor de estos ingleses los deja fríos. Eso sí, dejó innumerables frases y secuencias dignas de ser referenciadas en cualquier tipo de serie o película posterior, y bien que se hizo… Pocos años más tarde, llegaría la obra cumbre del humor absurdo, La vida de Brian, en la que se atrevieron a parodiar la vida de Jesucristo en un tono muy canalla y tremendamente divertido. Hoy en día sería imposible hacer esta película sin que se sucedieran graves disturbios en Bután, concentraciones silenciosas en los ayuntamientos de toda España y altercados diplomáticos en Oriente Medio, pero es que eran otros tiempos, afortunadamente, porque en otro caso no hubiéramos podido disfrutar de esta genial obra. El círculo se cerraría con su última obra fílmica como grupo propiamente dicho: El sentido de la vida, su obra más extraña y personal. Supondría un marcado regreso al estilo de su primigenia serie para la BBC, lo que no sentó bien a todos, ya que los más alocados seguidores echarían en falta un poco del humor descerebrado de las anteriores cintas. Graham Chapman moriría en 1989 a los 48 años de edad por culpa del cáncer. Los Monty Python ya habían dejado de ser un 48
grupo cómico para ir tomando caminos diferentes, pero se volvieron a unir en el funeral de Chapman, donde John Cleese dio un famoso y desternillante (aunque cargado de cariño) discurso, en el que dijo cosas como: Lo recuerdo ayer noche, cuando me dijo: “De acuerdo, Cleese, estás muy orgulloso de ser la primera persona en decir mierda en la televisión británica. Pues si el acto va a ser para mí, quiero que seas la primera persona en decir joder en un funeral británico”. Posiblemente el funeral más divertido de la historia, debe ser algo genial tener amigos así. Por cierto, el funeral acabó con todo el grupo cantando su famosa canción Always look on the bright side of life, acompañados por los invitados al evento. Tras la disolución del grupo, siguieron compartiendo pantalla en numerosos proyectos, como Un pez llamado Wanda o en las películas de Terry Gilliam, en las cuales, si bien nunca llegaron a estar todos juntos, se pudo percibir que el espíritu Python seguía vivito y coleando. Lo realmente importante de su obra, de su legado, fue lo bien que marcaron a todos los cómicos que vinieron detrás de ellos y la sociedad en general, aunque seguramente muchos afectados lo desconozcan. Por poner un ejemplo, tal vez el sector profesional al que más han influido (exceptuando a los profesionales del humor, obviamente) sea el de la informática, ya que numerosos términos técnicos fueron bautizados en honor a ellos, como el término spam para referirse al correo basura (gracias al célebre sketch homónimo) o el lenguaje de programación Python.
3.6-The Rocky Horror Picture Madness
Cuando Travolta tomó las pistas de baile con Fiebre del sábado noche, todo el mundo salía del cine bailando música disco, algo similar a lo que ocurría cuando los jóvenes del barrio abandonaban la sesión matinal tras ver una película de Bruce Lee (o de alguno de sus imitadores), aunque estos en vez de bailando salían imbuidos 49
por el espíritu del dragón, lanzando golpes a enemigos imaginarios. Pero nada fue comparable a lo que ocurrió con la inclasificable The Rocky Horror Picture Show, o la exaltación del placer por el placer: ¡Larga vida a Epicuro de Samos! Este atípico musical (y con atípico me quedo corto), satirizaba los clásicos de ciencia-ficción y terror de la mítica RKO (y no de la Hammer, como dicen algunos) con un punto de vista muy kitsch y vanguardista. Eran los años 70, y qué mejor que un científico loco travestido del espacio exterior (protagonizado por el camaleónico Tim Curry) para convertirse en el ídolo de todos los bichos raros a los que atrapó este experimento. En un principio no fue muy bien acogida más que en pequeños círculos cerrados de amantes del Pop-Art, el trash y la vanguardia más escandalizadora (y un poquito naif), pero en pocos años se convirtió en un título de culto por derecho propio. De repente, se empezaron a organizar pases de la película en cines, amenizados por actores atrezzados como los protagonistas de la película. Estos interactuaban con el público y participaban en los números musicales mientras la cinta era emitida. Las representaciones se convirtieron en auténticas fiestas desenfrenadas cuando el público empezó a meterse más de lleno en la obra alternativa. La gente pasó a ser parte activa de la película (como en tiempos del cine mudo), bailando, cantando y riendo como si estuvieran dentro de ella. Incluso se diseñó una lista de objetos que los asistentes debían portar y una serie de momentos en los que debían ser utilizados, sincronizándose con la proyección. En los años 70, era vista por el gran público como una aberración de locos y depravados. Con el tiempo, ha ido ganando adeptos, y sigue siendo emitida hoy en día por todo el mundo de manera habitual (en muchos cines de Estados Unidos, Alemania, Inglaterra o Francia, se suele realizar una representación semanal). Con actores y artistas como Tim curry, Susan Sarandon o Meat Loaf, la película ya amenazaba con golpear fuerte, pero el resultado final fue totalmente sorpresivo y maravilloso. Pocas películas consiguen que gente de todo tipo pierda la vergüenza y se lance en los brazos de la diversión absoluta durante poco más de 50
una hora y media, eliminando las inhibiciones y mezclando conceptos como la música rock, el mundo del travestismo, la ciencia-ficción, el erotismo sugerente, el terror más clásico o el humor más absurdo. ¡Vaya ensalada!
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4-Papá merchandising
La sociedad de consumo conoce al Papá Noel idealizado por CocaCola y ambos se van de luna de miel al Caribe. Ese podría haber sido un buen titular cuando apareció el coleccionismo “para todos”, alejado del elitismo de los objetos exclusivos procedentes de los rodajes de las superproducciones de Hollywood. De hecho, era improbable que estos objetos sobrevivieran, ya que no se les daba mucho valor (aunque algunos fueran joyas en sí mismas, como el disfraz del león cobarde de El mago de Oz, hecho artesanalmente con pelo de león real, el cual fue abandonado y arrojado a la basura, siendo recuperado por un vigilante de seguridad de un cubo de desperdicios). Pero todo cambió, la gente tenía dinero para sus vicios, y aquellos adultos de los años 70 anhelaban la inocencia perdida, una niñez que la mayoría no había vivido por culpa de la postguerra y las miserias de la economía. Y allí estaban un puñado de avispados hombres de negocios para nutrirlos de sueños de todo a cien (con la inestimable ayuda de la Disney, que se apuntaría a la fiesta a la mínima ocasión). De la noche a la mañana, una multitud de objetos baratos fabricados en masa con las licencias de películas famosas, poblaron las jugueterías y tiendas de todo el mundo. Era una nueva e impresionante fuente de dinero para los creadores, y muchos crearon sus fortunas gracias a esta mercadería. No tardarían en aparecer las ediciones limitadas, las ediciones especiales para coleccionistas… Siempre había una buena excusa para seguir haciendo dinero, y lo que es más importante, siempre había gente dispuesta a gastarlo a espuertas. Solo era cuestión de tiempo que esos objetos fueran cada vez más exclusivos, y por lo tanto, mucho más caros. A día de hoy, el merchandising de una película es una parte más de la misma, finamente diseñada desde las estaciones tempranas del proyecto, siendo en muchas ocasiones más trabajada que la propia parte artística. Muñequitos, camisetas, llaveros, 53
gorras, videojuegos… Todo forma parte de una maquinaria perfectamente engrasada para generar la necesidad de poseer, de consumir y de olvidar lo más pronto posible para llegar a la siguiente parada con nuevas necesidades que ser cubiertas por esos desinteresados maestros de la merca…
4.1-Star Wars: hombres que compran espadas de juguete
Si quiere conocer el rostro de Papá Merchandising, se parece bastante a George Lucas, porque se le puede considerar el auténtico creador del merchandising moderno, y sobre todo a raíz de su obra por antonomasia: La guerra de las galaxias. El bueno de George estuvo muy avispado cuando se aseguró las ganancias por las ventas de objetos con licencia de la película. Cuando dijo que renunciaría a parte de sus beneficios para ello, los responsables de la FOX empezaron a reírse y a darse golpecitos con los codos, pero quien ríe último, ríe mejor. Este visionario, dejó lo de sentarse en la silla del director para dedicar sus conocimientos a la venta de todo aquello que pudiera vender, y fue precisamente esa visión la que lo convirtió en el multimillonario totalmente independiente que es hoy. La familia Star Wars generó (y sigue generando a día de hoy) tanto dinero con toda clase de subproductos materiales, spinoffs, y eventos sociales, que todo ese submundo adquirió vida propia, una vida casi ajena a la serie de películas primigenias. Pero, ¿cuál sería el Santo Grial de los productos de Lucas? ¿Qué es lo que todo fan que se precie desea más que su propia vida? ¿Por qué objeto sería capaz de cambiar el alma un seguidor de Star Wars? Pues sí, ese objeto no es otro que el sable de luz Jedi. En su momento, los directivos del estudio, esos hombres grises con trajes grises y coches grises, no podían comprender por qué iba a querer un adulto una espada láser falsa, y menos si esta costaba un riñón, pero Lucas sí que lo vio, porque gracias a esas ventas iba a poder 54
generar todo su imperio. Esa era la idea básica de todo el fenómeno: hombres que compran espadas de juguete. Primero llegaría LucasFilms, luego LucasArts. Lucas comercializaría todo, absolutamente todo lo que pudiera imaginar: figuras de acción, disfraces, cubiertos para niños, decenas de videojuegos del mundo galáctico (que siguen apareciendo hoy en día), y lo mismo con otras joyas de la casa como la saga de aventuras de Indiana Jones. Sin embargo, una pregunta nos atormenta: ¿dejó Lucas de hacer cine para dedicarse únicamente a hacer dinero? ¡Vaya!… Esa sí que es una pregunta peliaguda. Pues se podría decir que sí y no. Tal vez haya abandonado la parte más artística y creativa del negocio del cine, y es que cuando decide involucrarse en esto, las películas se resienten y dejan ver la cara más comercial (en el mal sentido de la palabra) de un tiburón del cine que, eso sí, merece bastantes toneladas de respeto (que una cosa no quita la otra) por todo lo que ha significado para industria de los sueños proyectados. Un claro ejemplo de estas malas influencias puede verse en la última entrega de las aventuras de nuestro arqueólogo favorito: Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, con estúpidos numeritos de monos saltarines incluidos para los más pequeños de la casa. Si somos excesivamente rigurosos, podría decirse que el merchandising hace perder credibilidad a un autor, pero también es cierto que es una realidad absoluta de nuestro tiempo, eso sí, deberíamos exigir que la frontera entre cine y merchandising fuera más evidente, que este último no se meta en la película parasitándola, que tenga una vida propia pero al margen. Y parece que hasta que George Lucas no se ponga el mono de trabajo en este sentido, muchos seguirán por tan lucrativo, pero equivocado, camino…
4.2-Productos de cine válidos para el consumo
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Poco hay que añadir a lo ya comentado. Todo vale en esto de vender o ser vendido, de comprar o ser comprado. Películas que son creadas como fenómenos mercantiles mucho tiempo antes de ser estrenadas, o filmes de culto que generan su propio mercado a base de años de subcultura y rechazo generalizado. Los que mueven el cotarro no son tontos (por norma general), y en cuanto huelen dinero se ponen a dar palmadas con las orejas. Ellos saben que queremos más, sobre todo cantidad, algún día tal vez también calidad. Desde el imperio Lucas hasta la colosal Disney, desde los disfraces de personajes de animación asiáticos a las armas blancas de imitación de las películas medievales, desde las promociones de productos alimenticios a las de revistas o periódicos, desde las camisetas más freaks a las réplicas más logradas y exclusivas… Somos seres creados para consumir, y cuando nuestra película favorita termina, queremos llegar más lejos, seguir consumiendo tras los créditos finales. No es posible que un lapidario y marmóreo “The end” nos deje temblando y dando tumbos con un mono considerable imposible de eliminar. La bola de nieve sigue rodando por la ladera, y cada vez se hace más y más grande. Parece poco probable conseguir detener al monstruo que hemos creado. Por otra parte, tampoco está muy claro que deba hacerse. Usted debe elegir de qué lado está, y también a qué distancia, porque una vez más, nos encontramos ante una escala de grises, nada de blancos y negros, sino una absoluta ambigüedad que nos embarga y ante la cual sucumbimos, embobados, dejándonos llevar por un montón de lucecitas que se encienden y se apagan, como si estuviéramos en Las Vegas…
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5-Del cómic al cine, un camino peligroso
A pesar de que los últimos años han elevado la relación entre el cómic y el cine a grados insospechados de simbiosis (aunque los amantes del noveno arte seguramente hablarían de parasitismo), lo cierto es que la relación viene de muy largo. De alguna manera, el cómic siempre ha estado ahí, incluso antes de la aparición del séptimo arte. Es cierto que uno se basa en imágenes en movimiento y otro en imágenes estáticas, pero esto no es más que un tecnicismo. Hace siglos, los cuenta cuentos recorrían el mundo cargados con paneles llenos de dibujos que usaban para narrar historias de la forma más teatral posible. También son conocidos los espectáculos de ilusionistas que proyectaban dibujos estáticos para conseguir un buen efecto que dejara boquiabierto a su público. Incluso los imprescindibles (aunque excepciones las hay) storyboards, secuencias de viñetas que ayudan a los cineastas a seguir la historia que desean rodar, no dejan de ser una especie de cómic más o menos técnico. Pero la relación va más allá de los meros tecnicismos. Al fin y al cabo, tanto los cómics como las películas desean contar historias, así que no es extraño que sus temáticas se trencen y encuentren a cada paso. Héroes de acero, superpoderes, grandes batallas de la antigüedad, hazañas bélicas de nuestra era, o simplemente historias costumbristas… El cómic y el cine lo han tratado todo, por eso a menudo se prestan argumentos, estéticas o lenguajes. Sufren una influencia mutua, y cada vez resulta más difícil diferenciar un fotograma de una viñeta. Tras lo comentado, podría parecer que todo ha sido un camino de rosas. Nada más lejos de la realidad. La historia del binomio cine-cómic, está llena de desencuentros y acusaciones cruzadas, así como de intentos fallidos por volver a acercar estas formas de expresión artística. Y es que hasta sus diferencias se parecen, o lo que es lo mismo: tan cerca y a la vez tan lejos…
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Algunas veces, un director de cine (o un guionista, o un director de fotografía…) no es otra cosa que un pintor frustrado que nunca tuvo la calidad necesaria para coger unos pinceles, y otras muchas, un dibujante de cómics no es otra cosa que un director de cine en potencia que, o bien no ha tenido la oportunidad o la suerte de rodar su película, o bien no ha sido lo suficientemente bueno para ello. Obviamente, esto no sucede en todos los casos, ya que estamos hablando de mundos muy vocacionales (o así debería ser).
5.1-Peligro: hombres adultos en mallas sueltos
Es evidente que uno de los géneros del cómic más extendidos y devorados por los lectores siempre ha sido el de las historias de superhéroes. Por lo tanto, si sumamos uno y uno, la mayoría de las veces nos debería dar dos. Esto es, que las películas de personajes coloristas, con súper poderes, con profundos traumas de juventud, y un largo etcétera de tópicos, no tardaron en llegar a convertirse en películas. De alguna forma, esos seres sobrehumanos que no son otra cosa que una lista de nuestros anhelos, miedos y sueños, tenían un lugar de honor guardado en el estrellado mundo del cine. La nueva mitología que el pop art elevaría a la categoría de arte, no lo iba a tener nada fácil en sus primeros años. En primer lugar, las publicaciones fueron encasilladas como tebeos para niños, y posteriormente, fueron culpadas de todos los males de la sociedad norteamericana, lo que provocó su persecución. Los extremistas religiosos los tachaban de satánicos, los psiquiatras decían que eran una mala influencia para los jóvenes. Todo parecía presagiar que aquello de los cómics de superhéroes no duraría mucho. Pero se equivocaban. Con el tiempo, el público se fue haciendo más adulto, a la vez que sus héroes adquirían profundidad y sofisticación. Para entonces, el cómic ya era un arte, y las quejas iban dirigidas casi únicamente al sector underground y outsider encabezado por Robert Crumb. 58
Cómics como The Spirit de Will Eisner, fueron los auténticos precursores del prestigio y la calidad visual y artística que encerraban estas pequeñas obras de arte (en el momento en que escribo estas líneas, la adaptación cinematográfica está apunto de ser rodada), y las películas de aventuras clásicas que se realizaron entre la segunda mitad de la década de los 30 y los 60, sentarían las bases para lo que estaba por venir. Pero fue con Superman, cuando todo el mundo se volvió loco, primero con seriales radiofónicos, luego llegó a la televisión encarnado por George Reeves (que moriría en extrañas circunstancias, suicidándose según la policía, pero siendo víctima de asesinato según todos los indicios. Sin embargo, esta es una historia muy turbia para contarla aquí, y que además involucra a mucha gente importante. Para más información, puede echar un vistazo a la película Hollywoodland, en la que Ben Affleck encarna al malogrado Reeves). De todas formas, sería la película de 1978 dirigida por Richard Donner, la que abriría la veda. Superman, con uno efectos muy dignos para la época, se convirtió en un éxito de taquilla y crítica. Irónicamente, este éxito provocó que en los años siguientes se realizaran cientos de cintas de exploitation y películas de bajo presupuesto que casi quemaron el género recién descubierto para el cine. Innumerables copias de Superman, licencias incomprensiblemente conseguidas de héroes como Spiderman… Pero en los años 70 se llevaba lo kitsch, así que al final no fue tan grave. Solo hace falta echar un vistazo a la colorista e infinitamente naif serie de televisión Batman de finales de los 60, para darse cuenta de que se podía seguir adelante. Sin embargo, las películas de superhéroes deberían hacerse mucho más oscuras y adultas para ganarse el respeto del público ajeno a su mundo. Del mismo modo, los dibujantes y guionistas de cómics, querían quitarse el sambenito de hacer sublecturas para niños, querían añadir profundidad a sus obras, más oscuridad y temáticas maduras y más dimensión artística. Esto, obviamente, le iba a venir muy bien al mundo del cine, ya que el siguiente paso lógico sería el de la adaptación cinematográfica, eso sí, las cosas no iban a ser tan fáciles como parecía en un principio. Algunas 59
adaptaciones fueron grandes aciertos, pero otras, resultaron sonoros (y en algunos casos ridículos) fracasos, bromas pesadas que nos hacen preguntarnos quién fue el brillante cerebro que decidió poner una licencia en manos de tales incompetentes. Muchos son los héroes clásicos que han tenido su adaptación (algunos han tenido varias), como el Fantasma en la película homónima The Phantom, o héroes de la Marvel como Flash o el Capitán America. Pero tras el éxito de Superman, el género no remontó el vuelo hasta 1989 con la revisión que Tim Burton realizó de la vida y milagros de nuestro hombre murciélago favorito. Batman fue un éxito rotundo, oscura como ella sola, con el personal toque de Burton, mostrando otro tipo de historia de superhéroes, con un genial villano interpretado por Jack Nicholson. El género había llegado para quedarse por fin. Estas películas ya no eran chiquilladas de tarde de domingo, sino historias maduras con matices. La secuela, Batman Returns, continuó con el éxito. Pero a partir de la tercera entrega, Batman Forever, la saga entró en una cuesta abajo casi ridícula, kitsch o simplemente cutre e infantiloide achacable a la mano de Joel Schumacher, que también dirigió Batman & Robin. Cuando el género parecía volver a entrar en barrena, llegaron las nuevas adaptaciones de la Marvel para sacar las castañas del fuego. Estas películas, salvo excepciones como Hulk, iban dirigidas a un público muy amplio, familiar y juvenil. El primero en llegar todavía mantenía un poco la distancia y la oscuridad de fondo, Blade, el vampiro caza vampiros. Después vendrían Spiderman, X-Men, El Castigador, El Motorista Fantasma, Iron Man… Unas mejores, otras peores (como las dos entregas de Los 4 Fantásticos), pero bastante mejores, aunque solo fuera por los medios puestos encima de la mesa, que, por poner un ejemplo, la infinitamente cutre Capitán America de 1990. Y es que los presupuestos de Spiderman 3 o Transformers, superaron los 200 millones de dólares. ¡Así cualquiera! La fiebre de los superhéroes estaba tan en auge que por volver hasta regresó Superman (con una soporífera Superman Returns), pero una vez más sería Batman el que traería madurez y 60
recuperaría prestigio para el género, esta vez de la mano de Christopher Nolan, con dos entregas muy celebradas: Batman Begins y The Dark 7ight, que recuperaban el fondo de las películas de Burton desde un punto de vista mucho más actual y realista (si se puede hablar de realismo en una película de superhéroes), acercándose al argumento pergeñado por Alan Moore, el genial guionista de cómics. Sería precisamente Alan Moore la nueva fuente de inspiración de “los otros superhéroes”. Con La liga de los hombres extraordinarios, basada en un cómic de Moore, vimos un enfoque diferente del asunto, y todavía se llegaría más lejos con V de Vendetta, en la que conocimos a V, el héroe anarquista que luchaba contra un estado fascista instaurado en Inglaterra. Parecía que nuestros héroes nunca serían los mismos. Luego llegó Hellboy, adaptación de las aventuras creadas por Mike Mignola, en este caso estábamos ante un demonio invocado por los nazis para destruir la humanidad, que en lugar de hacer eso, se uniría a los aliados, dedicándose a ayudar a los humanos y defendiéndolos de las fuerzas de la oscuridad. Al parecer hay sitio para todos. Y todavía queda mucho por llegar. A día de hoy (es posible que cuando esté leyendo estas líneas, ya haya pasado bastante tiempo), están por llegar un buen puñado de esperadísimas cintas como Watchmen (otra de Alan Moore; posiblemente la más esperada, en gran medida por tratarse esta obra de una de las más importantes en la historia del cómic), 7ick Fury, Captain America, Thor, Wolverine, Luke Cage, Magneto, 7amor, Wonder Woman o Ant-Man. Y solo he contado los proyectos confirmados, porque hay muchos otros en preparación. Al parecer tenemos personajes en mallas para rato. Caso aparte merece el cine-parodia de superhéroes, con geniales ejemplos como la deliciosamente delirante Mystery Men, auténtica película de culto que, a pesar de no tener un cómic originario, transmite perfectamente el espíritu del género. Otros títulos como Mi súper exnovia, Hancock, y sobre todo Zoom, son
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ejemplos de parodias que no salieron tan bien, siendo la última de ellas una vergüenza filmada para mayor escarnio de todos nosotros. El principal cometido de este subgénero cinematográfico, no es otro que el de ganar dinero, pero también se han producido efectos colaterales, como el de sacar del armario a todos los fanáticos del cómic, perseguidos durante mucho tiempo y señalados con el dedo allá donde iban. Hoy, pueden sonreír orgullosos al ser conscientes de que las masas están con ellos, pero esto tampoco es que les guste mucho, porque ya se sabe: cuando algo gusta a muchos, se corrompe, y lo último que quieren es que alguien corrompa a sus héroes favoritos. Habrá que buscar un término medio, aunque no parece que los productores de cine estén por la labor. Ya veremos qué pasa en los próximos años.
5.2-El prestigioso mundo de la novela gráfica
Para empezar, mola mucho más decir que tu obra está catalogada como novela gráfica en lugar de como un simple cómic. Es como si estuvieras un peldaño por encima de los demás. Parece un mundo más intelectual, más elitista, más sofisticado, más cool, más independiente… Lo podríamos denominar cómic “de autor”. Normalmente, las novelas gráficas dan como resultado películas mucho más maduras, y como ejemplos claros podemos nombrar cintas como V de Vendetta, Hellboy, y sobre todo, la genial película de Sam Mendes Camino a la Perdición (sí, está basada en una novela gráfica que a su vez está basada en un manga), con Tom Hanks y Paul Newman entre otros. En algunas ocasiones, las novelas gráficas originales se convierten prácticamente en auténticos storyboards para los rodajes que se van a realizar, como sucede con las adaptaciones de las novelas gráficas del genial Frank Miller Sin City y 300, ambas son perfectos ejemplos de la fusión entre cómic y cine (adelantos técnicos aparte). El caso de Sin City (cuya secuela se está 62
preparando en estos momentos) refleja esta unión de una forma impresionante, ya que cada plano de la película corresponde a una viñeta del cómic, así como prácticamente todos los diálogos. Podemos decir que estamos ante un cómic en movimiento, y el resultado no ha podido ser más satisfactorio. La novela gráfica llegada desde Japón (el manga), fue una de las precursoras del paso del papel a la pantalla manteniendo el espíritu de la publicación, sobre todo centrándose en el cine de animación, y el mejor ejemplo de todos los que podría dar es el de la superproducción de 1988 Akira, exitazo internacional que elevó la animación japonesa (y también sus cómics) al Olimpo del que no ha vuelto a bajar. Además, convirtió este arte en un fenómeno sociocultural que cataloga a los fanáticos del manga como otakus, y el mundo otaku parece haber llegado para quedarse. Regresando al mundo del cómic occidental, las novelas gráficas underground de principios de los años 80, dieron, sobre todo, un buen marco para el cine que se estaba cociendo. Explotaban las nuevas tendencias como el ciberpunk o el pánico nuclear (que era una auténtica forma de vida), y hacían las delicias de los amantes del rock duro y los primeros tiempos de la MTV. Obras como El Cuervo de James O’Barr, reflejarían perfectamente ese submundo de cuero negro y riffs salvajes de guitarra, como se vería en su posterior adaptación cinematográfica, ícono de la nueva subcultura gótica y película de culto para la generación X, amantes de la música de Nirvana y de los personajes que vuelven de la muerte para vengarse de sus asesinos. Para más inri, la extraña muerte del protagonista, Brandon Lee (hijo del mítico Bruce Lee, a su vez muerto en extrañas circunstancias cuando él era un niño), elevó su personaje a un papel casi mesiánico, mucho más allá del simple vengador que debió ser. En otro orden de cosas, no estaría de más recordar que muchos dibujantes fueron los encargados de crear espacios y arte conceptual para un buen puñado de películas, dejando su impronta en todas esas producciones y colmándolas con su arte, vanguardista unas veces y costumbrista otras. El mayor ejemplo posible, no es 63
otro que el de Jean “Moebius” Giraud, creador de Blueberry (también adaptada al cine) y asesor artístico de películas como Alien (donde comparte influencia con el omnipresente H.R. Geiger), Tron, Willow, Abyss o El quinto elemento, proyectos a los que accedió gracias a sus excepcionales trabajos en el genial magazín Heavy Metal. Por cierto, no todo el mundo está a gusto con el nuevo status quo. El para muchos, más grande genio de los últimos 30 años en lo que al guión de cómic se refiere, Alan Moore, ha visto como sus obras están siendo adaptadas al cine una y otra vez, pero a él no le va mucho la idea. Moore, de ideales anarquistas, con una personalidad bastante peculiar y lejana al mundo capitalista de Hollywood, ha renegado en varias ocasiones de películas como Desde el infierno (From Hell), V de Vendetta, The Dark Knight o la inminente y esperadísima Watchmen, ya que siente que no se puede transmitir el verdadero sentido de su trabajo mediante una película en el mundo que nos está tocando vivir. En fin, he ahí un idealista. Pero tiene el problema de que su talento no hace más que parir historias que hacen que los jefazos del cine, esos señores que tienen la pasta, saliven a borbotones pensando en todo lo que pueden hacer con la imaginación de un artista. Si una cosa está clara, es que las novelas gráficas y el mundo que las rodea, seguirá nutriendo a los creadores cinematográficos durante mucho tiempo, ya sea con simples ideas de fondo, o con historias completas que poder adaptar (con el consiguiente enfado de los fans de las mismas). Sus historias maduras y alejadas de las corrientes habituales del cómic, las hacen atractivas para creadores comprometidos e interesados en contar cosas diferentes. Aunque también es cierto que el concepto de independencia está cada vez más puesto en duda. Sin ella, estas historias nunca podrán dar todo lo que pueden ofrecer. Esperemos que todavía quede un poco de libertad para contar historias sin personajes oscuros que se entrometan en los proyectos. No será sencillo…
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6-Cine y videojuegos: entre bajo su propia responsabilidad
Abróchense los cinturones, nos adentramos en el peligroso terreno que separa a los videojuegos del cine, una tierra de nadie salpicada por los restos de antiguas batallas olvidadas de los que nadie parece querer hacerse cargo. Para colmo, la frontera entre los videojuegos y el cine es cada vez más difusa, tanto en la preparación de los proyectos como en los resultados finales. Las adaptaciones más actuales parecen poco necesarias, y las que se realizan de juegos clásicos (amados por millones de jugadores entregados que se sienten atacados si alguien osa mancillar sus hermosos recuerdos, y muy bien que lo veo), corren el riesgo de no estar a la altura, generando una combinación muy peligrosa de ridículo, vergüenza ajena e ira descontrolada. Lo más curioso de todo, es que los fans de los videojuegos, al contrario de lo que pasa con los de cómics o novelas, por norma general ven con buenos ojos la idea de adaptar su juego favorito, eso sí, siempre que se haga bien. En caso contrario, pueden resultar incluso más vehementes que los locos del cómic. Para colmo, raro es el caso en el que la adaptación cinematográfica en cuestión colma las expectativas del público, enardeciendo las iras de los jugadores, que ven como su aventura digital favorita es violada por la nula sensibilidad artística de cualquier directorcillo de tres al cuarto con altas pretensiones y muy poquita vergüenza. Hemos de resaltar que el mundo de la producción de videojuegos, ha llegado a superar en algunos casos a las grandes superproducciones de Hollywood: guionistas de renombre, cientos de millones de dólares sobre la mesa, actores famosos poniendo voz a los personajes, los mejores artistas diseñando el arte conceptual… En resumen: se podría decir que se están convirtiendo en películas interactivas (lo que divide a los críticos entre los que están a favor de la interactividad en el cine y los que aseguran que los límites de la pantalla deberían respetarse mucho más). El futuro está más abierto que nunca en este sentido. 65
Revisemos pues la historia cruzada de estas dos fuentes de entretenimiento. Una historia plagada de anécdotas y curiosidades, de éxitos y fracasos, de sueños y de pesadillas…
6.1-Caminos de ida y vuelta
Se podría decir que el camino de las adaptaciones entre el cine y los videojuegos es bidireccional. Los primeros que aparecieron fueron los videojuegos basados en películas. Ya tuvieran licencia oficial o no, un buen montón de cintas (era lo que tenía la época, que los juegos sufrían el formato del casete) surgían en el mercado con la finalidad manifiesta de aprovechar el tirón de un título sugerente, como Cobra, The Rocky Horror Picture Show, Los Intocables, o Robocop, para atrapar a los jugadores con coloristas portadas. Unas veces (las menos), estas adaptaciones estaban muy logradas, pero otras (las más), no eran más que auténticas bazofias programadas con más morro que técnica y más jeta que talento (pero eso lo trataremos en el siguiente punto, así que no adelantaré nada más). Surgieron del día a la noche gracias a la combinación del recién descubierto mundo de los sistemas de entretenimiento casero (ordenadores como el Spectrum) y del emergente fenómeno del merchandising. Esta fiebre, provocó que casi cualquier película tuviera su propia adaptación al mundo de los bites y bytes, aunque como ya hemos adelantado, la calidad se vio mermada en la mayoría de las ocasiones. Una de las compañías que apostó muy fuerte por este nuevo mundo fue LucasFilms (compañía de George Lucas y posteriormente renombrada como LucasArts), que además contaba con la licencia oficial de las aventuras de Indiana Jones y Star Wars, títulos que obviamente no iba a dudar en explotar al máximo. Todo se vio multiplicado con la llegada de nuevas consolas y PCs a las casas de medio mundo a finales de los 80 y principios de los 90. Juegos como la aventura gráfica para PC Indiana Jones y la Última 66
Cruzada (que vio la luz de manera casi simultanea a la película del mismo nombre), reflejaban a la perfección el espíritu de las películas en las que estaban basados, lejos de los tiempos pretéritos en los que la mayoría de adaptaciones no eran sino oportunistas producciones de medio pelo en las que cualquier parecido con la realidad no era más que mera coincidencia. Con el tiempo, los videojuegos realizados a raíz de una película empezaron a formar parte del proyecto inicial de la misma, siendo diseñados para explotar aun más las ideas primigenias de la producción. Un magnífico ejemplo se puede encontrar en casi todas las creaciones de la compañía Disney que han visto la luz desde mediados de los 90 hasta la actualidad. No es de extrañar, ya que el mercado del entretenimiento es potencialmente interesante si sumamos cine y videojuegos: consolas que pueden reproducir DVDs de cine como el mejor sistema de cine en casa, decenas de modelos de consolas hambrientos de conversiones, millones de jugadores ávidos por engullir nuevos juegos de sus personajes preferidos… Pero como las ideas no abundan, un buen día los chicos del cine tuvieron una revelación: ¿Y si le damos la vuelta a la tortilla? El mundo de los videojuegos se convertía de ese modo en una nueva fuente de historias para contar en la gran pantalla. Era comprensible, ya que los juegos habían evolucionado tanto que ya se habían convertido en una especie de películas con las que se podía jugar, y teniendo en cuenta la casi total falta de escrúpulos de los responsables del circo cinematográfico, estaba claro que no iban a tener muchos reparos en ponerse a la labor. Pronto llegaron títulos como Residen Evil, Alone in the dark, Silent Hill o Doom, lo que dejaba claro que el género conocido como survival horror, se iba a convertir en la principal veta a explotar por las producciones cinematográficas a la hora de adaptar videojuegos. Mucha estética de videoclip, música tecno y acción frenética salpicada de violencia extrema. El gurú de esta nueva tendencia, no ha sido otro que el alemán Uwe Boll, seguido por unos pocos y odiado por casi todos (especialmente los fans de los 67
juegos que adapta), por culpa de la escasa calidad de sus trabajos y su especial forma de ser. De su mano han llegado las adaptaciones (rotundos fracasos en la gran pantalla) de juegos como Far Cry, Dungeon Siege, Alone in the dark, House of the dead o BloadRayne. De todas formas, y aunque en la mayoría de los casos estas adaptaciones no han colmado las pretensiones de casi nadie, no todo ha sido Uwe Boll a este lado de la carretera. Sin mucha calidad artística, pero con toda la técnica de una superproducción a sus espaldas, títulos como Tomb Rider (con todo el fenómeno Lara Croft a cuestas), Final Fantasy, Hitman o Residen Evil escaparon del síndrome Boll. Incluso hay algunas que han sido moderadamente celebradas por la crítica ajena a estos gustos, como Silent Hill. Por encima de todo, los videojuegos han aportado (especialmente al género de acción, y sobre todo en los últimos años) movimientos de cámara espectaculares e imposibles, un ritmo desenfrenado y una estética muy particular que han creado un subgénero propio dentro del cine. La relación entre cine y videojuegos es, en este momento, una simbiosis total que se encuentra cada día más y más asentada, en gran medida, gracias a la inclusión del CGI (efectos digitales generados por ordenador) en el séptimo arte. ¿En qué acabará todo esto? Solo el tiempo lo dirá.
6.2-Si te pasas te lo pierdes…
Algunos fueron demasiado lejos, otros se quedaron demasiado cortos. Ya hemos adelantado antes que muchos juegos basados en películas no alcanzaron ni de lejos el mínimo de calidad que merecían (más teniendo en cuenta a los fans que estas películas tenían y al prestigio que conllevaba adaptarlas, además de los pingües beneficios prácticamente garantizados que conllevaban), ese fue el caso de las adaptaciones de películas como Regreso al futuro o E.T., siendo esta última considerada como uno de los 68
peores videojuegos de la historia y con una leyenda urbana a cuestas, según la cual, la versión que se realizó para la Atari 2600 VCS (auténtica dominadora de la época) iba a producir tal descalabro en el mundo del videojuego, que sus creadores decidieron enterrar millones de copias no vendidas en el desierto que no hacían sino ocupar un importante espacio es los almacenes de la compañía. Nunca sabremos qué hay de verdad en el asunto del enterramiento (y parece que algo de realidad hay), pero lo que sí es cierto, es que este juego precipitó la crisis del software de entretenimiento que se vivió a mediados de los años 80, provocó pérdidas a Atari por valor de 25 millones de dólares, y grabó a fuego en el público la idea de que cualquier juego basado en una película tenía que ser un pufo de cuidado, y lo cierto es que hasta bastantes años después no se pudo eliminar esa sensación (y tampoco se puede decir que haya desaparecido del todo, ni mucho menos). Pero una vez más, estamos ante un camino de doble dirección, porque como ya hemos comentado anteriormente, también está bien asentada la idea de que una película basada en un videojuego puede ser de todo menos buena. Ya hemos hablado en el apartado anterior del gurú del cine basado en videojuegos Uwe Boll. Lo cierto es que cada inmersión que Boll ha realizado en el mundo del cine, ha sido más ridícula y mediocre que la anterior. Para colmo, Uwe Boll se ha ganado los odios de los cinéfilos más puristas, pero también de los fanáticos de los videojuegos, porque lo cierto es que a los dos grupos les gusta lo que es bueno, y parece que lo que Boll hace no lo es. Para colmo, este director que ha sido comparado con Ed Wood, tiene una particular forma de ser, que ha conseguido rodearle de un halo de pasotismo y comicidad que nos recuerdan eso de: de malo que es, es casi bueno. El director alemán puede ser el máximo exponente de la caspa de este cine, pero no es el único. Un buen puñado de adaptaciones, supuestamente más prestigiosas, aunque solo sea por el dinero que tienen detrás, han alcanzado el dudoso honor de causar más risa que asombro (bueno, también nos pueden asombrar, 69
pero por las toneladas de ridículo que pasan ante nuestros ojos). Ejemplos los hay a paladas, como la adaptación del videojuego de culto Street Fighter (que contó con actores como Raúl Julia y JeanClaude Van Damme), una auténtica muestra de lo que no se debe hacer. Hay muchos más, coloristas sucesiones de secuencias sin sentido que atienden a los nombres de Mortal Kombat, Double Dragon, o la esperadísima pero fallida Super Mario Bros, que elevó las críticas a niveles insospechados, ya que mancillar la figura (y el mundo en el que vive) del orondo fontanero italiano, tiene delito. Lo que está claro, es que como Hollywood se va a seguir nutriendo de adaptaciones para crear nuevas películas, algunas veces (me atrevería a decir que en la mayoría de ellas) saldrá el tiro por la culata. Además, Uwe Boll ha asegurado que seguirá adaptando videojuegos al cine, por más que el público le pida que se retire, así que tenemos polémica para rato, y de la buena. Eso sí, los productores fuertes de Hollywood, como el todopoderoso Jerry Bruckheimer, van a poner toda la carne en el asador para que sus producciones queden, como mínimo, vistosas, aunque su valor artístico no diste mucho del que Boll nos propone. No adelantemos acontecimientos. Tiempo al tiempo.
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7-Esa enorme fábrica de sueños
Hollywood, la vieja Europa, las candilejas, calles de Nueva York recorridas por el vapor de agua, humo de cigarro en blanco y negro, gángsteres con sombreros Fedora y ametralladoras Tommy, mujeres de ensueño y hombres imposibles, aventureros que se adentran en junglas inexploradas, villanos con el ojo izquierdo surcado por una cicatriz… Todos nuestros sueños están en el cine, anacrónico cajón de sastre en el que se encuentra todo lo que fue, lo que es y lo que será. Máquina del tiempo que nunca nos falla en el intento de llevarnos a un lugar mejor, allí donde los buenos tienen alguna oportunidad de ganar y las muertes no son otra cosa que una salida dramática de escena. Cine “palomitero” y de consumo, aventuras para pasar una buena tarde con toda la familia o para vivir una inmejorable velada con los amigos, entre cervezas, risas y chistes subidos de tono. Con él, recuerdas los tiempos en los que solo eras un niño que fantaseaba salvando el mundo y quedándose con la chica, todo de un solo golpe, entre oníricas y divertidas escapadas mentales. Entretenimiento por entretenimiento, esa es la máxima. Subámonos a una montaña rusa de emociones (vaya chorrada acabo de soltar) desde la que veremos aventuras gigantescas llenas de peligros y emoción, mundos extraños y lejanos situados en galaxias desconocidas, historias que nos aterrorizan explotando los miedos más ocultos de nuestra infancia, personajes que no existen en un mundo que no los quiere… Pero no nos detengamos más y dejémonos llevar, pues parece el momento ideal para lanzarse sin miramientos por una catarata de nostalgia y fuerza. Que la energía que nos movía cuando todo era más sencillo sea la que nos vuelva a poner en movimiento, y no los números y las facturas, ni los calendarios con 12 meses. Ya tendremos tiempo para morir…
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7.1-Aventura para todos: de Los Goonies a Indiana Jones
Puro cine, sí señor. Todo empezó con el cine clásico de aventuras (aunque no podemos olvidar la literatura del mismo género), el llamado swashbuckling (la capa y espada de toda la vida) y el cine de exploradores de los años dorados de Hollywood. Errol Flynn, Douglas Fairbanks y Burt Lancaster se ganaban al público en mallas, marcando músculo y realizando imposibles piruetas circenses y números gimnásticos. Las pantallas se llenaban de piratas, exploradores, y aventureros que buscaban tesoros escondidos en la selva. Las películas salían como churros de los grandes estudios a tal velocidad, que pronto empezaron a producirse auténticos clones. La serie B tomó las riendas, y el polvo empezó a depositarse sobre las historias que en otros tiempos arrebataban los corazones de la audiencia. Los grandes estudios empezaron a echar el cierre, y el romanticismo ingenuo de la aventura fue barrido por el nuevo cine que apareció en los años 70, realista, duro y cruel. Eso sí, algunos pudieron mantener el tipo, como el genio del stop motion (animación de marionetas paso a paso utilizada en películas clásicas como El mundo perdido o King Kong) Ray Harryhausen y las fantásticas criaturas que creó para películas como Furia de Titanes o Jason y los Argonautas. Tuvieron que llegar los años 80 para recuperar el espíritu pionero de la aventura, consiguiendo de nuevo el favor del público y de las productoras. Era la época de la exaltación de lo retro, sobre todo si hablamos de cine, y eso le iba a venir muy bien a los héroes naif que se enfrentan al mundo con un par de chistes malos y una buena sonrisa. Tal vez sea este retorno a lo clásico lo que convirtió a muchas de estas nuevas cintas en auténticos títulos de culto. George Lucas y Steven Spielberg ejercieron de visionarios una vez más y crearon al arqueólogo más famoso de la historia, uno de los grandes culpables del regreso de la aventura, Indiana Jones. En busca del arca perdida fue un golpe encima de la mesa, un éxito rotundo y un claro aviso a navegantes. La idea primigenia de Lucas 72
fue la de recuperar el espíritu de la aventura clásica y de las novelas y seriales de los años 40 y 50, y quedó claro que con Jones lo consiguió. La trilogía se completaría con Indiana Jones y el Templo Maldito y con la hasta hace muy poco última entrega, Indiana Jones y la Última Cruzada. El siglo XXI traería una nueva aventura del tipo del látigo y el sombrero, pero convertido en un cincuentón, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal. Por cierto, hablando de George Lucas no podríamos dejar de nombrar un título muy importante para el tema que nos atañe: El Imperio contraataca, para muchos la mejor entrega de la saga Star Wars. Sin embargo, la película de culto de la época fue Los Goonies, pues en este caso los inesperados aventureros eran unos adolescentes marginados de la Bahía de Goon (precioso y evocador paraje, por cierto) que se embarcan en una peligrosa y emocionante aventura que conlleva la búsqueda de un mítico tesoro pirata que evitaría el desahucio de sus familias, asfixiadas por el especulador millonario de turno. ¿Se puede pedir más? A todos los que vimos esta película de niños nos entró la imperiosa necesidad de coger nuestras bicis y lanzarnos a una loca aventura buscando tesoros. El toque retro y casi infantil de estas producciones se pudo ver en otros títulos de la época, como El secreto de la pirámide, que narraba las posibles aventuras de un joven Sherlock Holmes antes de convertirse en el archiconocido detective de Conan Doyle. Y permítanme que pase de largo la cinta en la que una primeriza Nicole Kidman se lanzaba de lleno al mundo del BMX, Los bicivoladores, una cutrez difícil de igualar. También hubo películas algo más maduras, aunque no carentes del sentido del humor imperante en la época, como Tras el corazón verde (y su inminente secuela, La joya del 7ilo), y otro de los filmes de culto del género (añadiendo grandes dosis de fantasía, por cierto), Golpe en la pequeña China, dirigida por John Carpenter y con el mejor Kurt Russell posible, aunque lo cierto es que a las órdenes de Carpenter lo solía hacer bastante bien: La cosa, 1997: Rescate en 7ueva York…
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Deberíamos nombrar también al chico gracioso de moda en la década loca de los cardados excesivos y las hombreras, Eddie Murphy, que encarnó al detective Axel Foley en Superdetective en Hollywood (vaya traducción hicieron en nuestro país) y al detective Jarrel en la divertida El chico de oro. Aventuras para toda la familia y buena escusa para echar unas risas con las excelentes payasadas de un cómico en su mejor momento. Posteriormente, dejando los años 80 bien lejos, aparecieron sagas como La Momia, o Piratas del Caribe, o películas como La búsqueda, que recuperaron un poco el tono de aquella década de aventuras que no hacían mal a nadie, aunque estaba claro que la era digital había llegado a nuestras vidas, perdiéndose el romanticismo de los efectos clásicos y metiendo mucho ordenador, a veces demasiado. Pero el auténtico sabor de la aventura se mantendrá vivo gracias a los que le han ido insuflando oxígeno a lo largo de los años, al pasar de décadas y crisis del sector, y ya nunca se irá, porque hay demasiados títulos importantes metidos en el ajo. Lo bueno, es que también han mantenido vivas de un modo indirecto a las producciones clásicas, aquellas que olían a decorado y a sobreactuación y en las que siempre sonaba un tamtan en la distancia de una selva inhóspita, llena de troncos de cartón y plantas de plástico.
7.2-¿Ciencia o ficción? Robots, ciborgs y viajes en el tiempo…
Por alguna extraña razón, el género de la ciencia-ficción ha sido denostado y no tomado en serio hasta hace bien poco. Al igual que sucedía con las películas clásicas de aventuras de bajo presupuesto, las de ciencia-ficción se nutrieron de historias rocambolescas y salidas de seriales y novelas de la primera mitad del siglo XX. Invasores del espacio que llegan a nuestro mundo con aviesas 74
intenciones, enormes y ridículos robots que harían reír a cualquier niño de teta, científicos locos que ríen sardónica y maquiavélicamente mientras conspiran en el sótano de un laboratorio clandestino… Lo cierto es que este género siempre había gustado a la gente de a pie con ganas de mirar al cielo, no hay más que pensar en Julio Verne para darse cuenta. ¿Y qué hay de la broma radiofónica de Orson Wells y su serial de La guerra de los mundos? Todo hacía presagiar que la ciencia-ficción podría traer beneficios a aquellos que decidieran invertir en él. Todo parecía querer encumbrar a este género: oleadas de avistamientos OVNI por todo el mundo, investigación de nuevo armamento, un mundo nuclear y súper tecnológico… Pero en vez de ganarse al público, lo que hizo fue meterle miedo, porque mientras algunas producciones solo tenían la intención de entretener, otras guardaban un mensaje mucho más profundo y amigo de la reflexión. El pionero Frizt Lang fue uno de los primeros en intentar abrir los ojos a una dormida y despreocupada humanidad con el clásico Metropolis, que en 1927 adelantó muchos temas recurrentes en el mundo de la, ahora lo pondré en inglés únicamente por pedantería, Sci-Fi. En muchas ocasiones, el género de la ciencia-ficción se ha visto introducido en el saco del cine de terror (no se entienda esto como algo despectivo), porque como ya he comentado antes, había cosas que daban mucho miedo en él. Clásicos como El increíble hombre menguante, La mosca, o La invasión de los ladrones de cuerpos, sufrieron esta catalogación, y sobre todo las producciones de serie B que hablaban de enormes insectos mutados por la radioactividad, que prácticamente formaron un subgénero propio. Tal vez, la proliferación de los títulos de serie B, produjo que el prestigio del género decayera en los años siguientes. Perdió prestigio, salvo en honrosas excepciones, y ganó en ingenuidad y humor. Los años 60 y 70 mostraron una ciencia-ficción con muy poca ciencia, colorista y con mucho sentido del humor, unas veces buscado, y otras, simplemente encontrado, sirva de ejemplo Barbarella, con una Jane Fonda arriesgando mucho en cuanto a su vestimenta. Como excepción, el mismo año apareció una película 75
radicalmente distinta, 2001: Una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, con un tono muy serio y técnico. Entonces llegaron los 80, con su oscuridad irónicamente llena de esperanza, la nueva fiebre de la tecnología y los ordenadores, y unos nuevos cineastas que estaban dispuestos a devolver la ciencia-ficción a un lugar más que digno dentro del escalafón del cine. Desde ópticas geek, como en el caso de Tron, donde unos programas de ordenador adquieren formas antropomórficas y juegan al disco volador, hasta planteamientos filosóficos, como en Blade Runner, donde los robots sienten ansiedad ante la muerte. Muchas películas explotaron el filón recién redescubierto de la ciencia ficción desde muy diversos puntos de vista: una visión nostalgia digna de Carl Sagan en The Abyss; el humor inocuo e infantil del robot más querido por la muchachada, Número 5 (posteriormente conocido como Johnny 5) en Cortocircuito; el regreso de la juventud perdida de Cocoon; el futuro infierno que nos depara la televisión basura en Perseguido; la clarividencia de El cortador de césped; la absoluta locura de Brazil… Durante esta década, se dieron además dos corrientes bien diferenciadas que generaron auténticos mastodontes de culto para el cine futuro. Por un lado, se dio un cine de ciborgs y robots inmersos en mundos distópicos muy cercanos, que entusiasmó al público con la fusión de tecnología punta y violencia extrema. Sus dos máximos exponentes no son otros que Terminator y Robocop. La otra vertiente, fue la del cine de ciencia-ficción sazonado con humor y dirigido a toda la familia, con títulos como E.T.: El extraterrestre, Regreso al futuro, Cariño, he encogido a los niños o Las alucinantes aventuras de Bill y Ted (con un Keanu Reeves muy diferente al que podemos ver en la actualidad). Tampoco podemos dejar de lado títulos que marcaron a toda una generación de chavales nacidos entre finales de la década de los 70 y principios de los 80. Películas como El vuelo del navegante, 7uestros maravillosos aliados, Exploradores o El último Starfighter, se nutrieron de la fantasía y la ingenuidad de los niños para mostrar 76
mundos maravillosos que se podían alcanzar construyendo una nave espacial con unas cajas de cartón (emulando sutilmente a Cyrano de Bergerac), o siendo ayudados por pequeños robots llegados de quién sabe dónde para salvar el edificio comunitario de las manos de un malvado especulador inmobiliario. Desde el DeLorean con el que Marty McFly viajaba en el tiempo (con ardientes marcas de frenado incluidas), hasta las frases del replicante Roy Batty, pasando por el viaje en bicicletas voladoras que se pegaban los amigos de Elliott (estaré aquí mismo) en E.T.: El extraterrestre, el cine de ciencia-ficción nos ha llenado de sueños y anhelos que el ser humano ha tenido siempre almacenados en su genética. Por eso miramos hacia la estrellas, pensando en un mundo mejor que ha de venir, por eso oteamos el firmamento, no necesariamente buscando vida inteligente fuera de nuestro planeta, sino rezando porque exista dentro de él. Los sueños acercan la ciencia al pueblo, y hacen avanzar a la humanidad. Grandes genios ya lo sabían: Julio Verne, Isaac Asimov, Philip K. Dick, Carl Sagan… Y esa es la finalidad de este género, la de mantener a los niños deseosos de soñar, de explorar, de conocer. No se trata de una lucha entre ciencia y ficción, todo lo contrario, lo que significa es más ciencia y más ficción, porque el día que no queramos más, ya no miraremos al cielo, ni al mar, ni a ninguna otra parte…
7.3-Todo es acción a ritmo de rock
Desde las buddy movies de los 80 (las películas de colegas, normalmente de temática policial con tintes humorísticos) como Límite 48 horas o Arma letal (film clásico entre los clásicos de las buddy movies donde Eric Clapton ponía riffs de guitarra y duras melodías), a los apartes de entrenamiento y superación del cine deportivo (véase la utilización del tema The eye of the tiger en Rocky III), pasando por la comedia juvenil al estilo Teen Wolf 77
(traducida en España con el desafortunado título De pelo en pecho, lo que no dudamos hubiera indignado a Michael J. Fox en caso de haberse enterado a tiempo), la música rock prometía una buena ración de entretenimiento basado en la acción más alocada y frenética. Era la época de los cantantes de melenas leonadas y cardadas, capaces de romper una copa de cristal con la única ayuda de su tono más agudo. El heavy (y algunos subproductos de este que pondrían de muy maña leche a los verdaderos amantes del mismo) estaba de moda, al igual que las hombreras, la lycra y la laca. Un mundo colorista y lleno de excesos que explotaba la música rock tanto en dibujos animados para niños, como en programas vanguardistas para adultos. Los cantantes de grupos de rock duro, eran los ídolos de gran parte de la muchachada, y no hablamos de sectores marginales de la sociedad, sino de gran parte de la primera línea del nuevo American way of life salpicado por las tendencias urbanas británicas, que se exportó a medio mundo, y por supuesto también a nuestro país: Hamburgueserías americanas, cazadoras rojas con las mangas blancas y la letra de la universidad en el pecho, fusión pop-rock, flequillos imposibles, gomina, remezcla de la estética de décadas pasadas, canciones de Mecano y de Los hombres G, Julia Otero y su look cantante glam-punk… Estábamos preparados, o eso parecía al menos. La música rock empezó a ser un personaje más de películas como Águila de acero o Top Gun, máximos exponentes del nuevo cine patriótico americano y grandes culpables de que muchos niños de aquella generación (y algunos de sus padres) quisieran convertirse en pilotos de combate. Tanto fue así, que muchos productores con intereses tanto en el mundo del cine como en el de la música, llegaron a meter canciones con calzador en sus películas para sacar todo el beneficio posible con la venta de los CDs con las bandas sonoras originales. Recordemos el caso de Annie Lennox y su Canción de amor para un vampiro, la cual introdujeron sin ningún atisbo de vergüenza en los créditos finales de Drácula, de Bram Stoker. En fin, ese es el problema de que algo se ponga de moda, que todos quieren su cancioncita de marras. 78
Muchos cantantes y músicos se hicieron de oro durante estos años, en gran parte gracias al cine. Limahl consiguió su gran éxito con la canción de La historia interminable, Michael Jackson fusionó cine y videoclip con gran maestría, pero las auténticas dominantes de la época, fueron las dos damas del rock Cindy Lauper y Bonnie Tyler. Sus canciones fueron utilizadas en montones de películas, llegando a tomar un importante papel en algunas ocasiones. Cindy Lauper compuso una canción para Los Goonies que podía escucharse en la película (por no hablar siempre de Girls just want to have fun, una de sus canciones más utilizadas). Bonnie Tyler cedió para la causa dos de sus temas míticos, Holding out for a hero (subidón de adrenalina al canto) y Total eclipse of the heart. En aquella época de brokers sin escrúpulos (al más puro estilo de Wall Street, con su eterno tiburón Gordon Geeko) y peinados ridículos, la música rock era tan habitual como bajar a comprar el pan, y el cine fue consciente (y en gran parte culpable) de ello. Las estrellas de la música se ponían hasta arriba de todo lo que caía en sus manos y destrozaban habitaciones de hotel (muchas veces por simple envidia de aquellos que murieron antes y dejaron un bonito cadáver ahogado en su propio vómito), pero a nosotros solo nos llegaba una versión edulcorada nacida del clásico happy ending hollywoodiense. No había connotaciones políticas ni géneros prohibidos (una canción de rock podría amenizar tanto un insignificante pasaje de Tres pequeños ninjas, como uno de los momentos álgidos de 7acido el 4 de julio), de algún modo (casi) todo estaba permitido. Se usó y se abusó, y al final, casi nos quedamos sin nada. Después, todo se fue tranquilizando lentamente. Engendros sonoros como las Spice Girls, Britney Spears y los grupos de jóvenes surferos católicos de las playas de Santa Mónica, intentarían destrozar la simbiosis entre la música (aunque deberíamos decir canciones en lugar de música, ya que esta es prácticamente imprescindible en el séptimo arte, y solo se puede prescindir de ella echándole muchos arrestos y casi exclusivamente en el mundo del cine independiente) y el cine, pero claro, no tenían 79
el suficiente poder como para acabar con un matrimonio tan bien avenido. Aunque la cosa esté un poco parada, no hay por qué preocuparse demasiado, ya que siempre habrá mitómanos como Quentin Tarantino para introducir temas musicales en sus películas con pulso de cirujano. Y lo que sí es seguro, es que nos harán preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cómo se llama esa canción? Quiero meterla en mi Ipod.
7.4-A reírse tocan…
El de la comedia, probablemente sea uno de los primeros géneros cinematográficos junto con el documental y el western. En los tiempos del cine mudo, apareció como recurso narrativo al poder expresar gags de una forma visual, sin necesidad de un complejo aporte sonoro. Fue la cuna de las primeras grandes estrellas del celuloide, los genios del slapstick (la comedia física con predominancia del gag visual), cuyos máximos exponentes fueron Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd (y también los hermanos Marx, que darían lo mejor de sí mismos con la llegada del sonoro). También deberíamos incluir a Stan Laurel y Oliver Hardy (conocidos en nuestro país como el gordo y el flaco), porque aunque no gozaran de la potencia visual y de los alardes físicos de los otros tres, su aporte al género fue notorio, además de poder ser considerados como la primera pareja cómica del cine. Los grandes momentos del slapstick han sido parodiados y referenciados en innumerables ocasiones, habiendo influido no solo sobre la posterior comedia americana, sino sobre todo el cine en general. Su hiperbólica exageración de la violencia (entendida desde un punto de vista más que pueril) y de los trucos circenses, atrapó a los primeros espectadores, gozando de un éxito arrollador. Con la llegada del sonoro, y tras darle pasaporte a todos los actores y actrices cuyas voces no eran lo suficientemente validas como para continuar en el medio (lo que en muchas ocasiones tuvo 80
consecuencias trágicas y crueles), llegó un nuevo tipo de comedia: la comedia clásica americana, o lo que es lo mismo, la comedia romántica de la edad de oro de Hollywood. Guiones rápidos, frescos y ácidos, galanes con un toque sinvergüenza y buen fondo, mujeres con personalidades de hierro y cuerpo de escándalo, secundarios de lujo entrañables y eternos… Días de vino y rosas para gente como Cary Grant o Katharine Hepburn (o Rock Hudson y Doris Day, por citar una mítica pareja), ahí es nada. Aquellos primeros tiempos de la comedia romántica, también llamada screwball comedy, prepararían el terrero para posteriores títulos tan importantes para el mundo del cine como El apartamento, del genial Billy Wilder, o Descalzos por el parque, de Gene Saks. Precisamente cuando la comedia romántica empezaba a dar síntomas de cansancio y desgaste (entiéndase como algo relativo, sobre todo teniendo en cuenta los dos títulos que acabo de nombrar), apareció otro genio en el arte de la risa, el británico Peter Sellers. Aunque ya llevaba algunos años en esto del cine, su verdadero salto al estrellato mediático fue gracias a La Pantera Rosa, bajo la dirección de Blake Edwards, y a su eterno personaje, el inspector Clouseau, el incompetente investigador francés tantas veces copiado y homenajeado en el género. Un año después, sería la estrella, realizando varios papeles (¿creían que Eddie Murphy había inventado lo de representar varios personajes en una misma película? Pues no, Peter Sellers lo hizo también), en la obra maestra de Kubrick ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. Pero sería con la inconmensurable El guateque (también bajo la dirección de Edwards), con la que se ganaría para siempre el cielo cinematográfico de la carcajada abierta. Sellers fusionó como nadie el gag visual con el verbal, tomando lo necesario de los clásicos y aportando su granito de arena para el futuro. Un genio de tormentosa vida personal con un corazón enfermo que le costó la vida (y posteriormente a su hijo), pero que nos hizo reír como nadie. Otro tipo de comedia fue el desarrollado por la “extraña pareja” formada por Jack Lemmon y Walter Matthau, uno de los más celebrados dúos de la historia del cine. Tanto fue así, que 81
estuvieron más de treinta años enfrentándose en la pantalla en títulos como La extraña pareja, Primera plana, En bandeja de plata, o Dos viejos gruñones, trabajando bajo las órdenes de directores como los antes mencionados Billy Wilder y Gene Saks. Sin duda la última gran pareja de la comedia clásica de Hollywood. Los años 60 también vivieron la aparición del humor absurdo inglés. La audiencia, asistió “ojiplática” al nacimiento del grupo británico Monty Python. Tras un éxito arrollador con la serie de la BBC Monty Python’s Flying Circus, dieron el salto a la gran pantalla con la descacharrante Los caballeros de la mesa cuadrada (y sus locos seguidores), película que los consagró como los cómicos de culto que ya eran. Tras ella, llegarían sus dos obras maestras: La vida de Brian y El sentido de la vida. Los Monty Python han sido, sin lugar a dudas, uno de los referentes de la comedia moderna, o mejor dicho: del humor (sobre todo absurdo). Su influencia en los cómicos actuales es tan clara como poco sutil, de modo que cualquier persona que se dedique al humor, sufre la necesidad imperiosa de homenajear (otros dirían plagiar) a sus ídolos, repitiendo sus archiconocidos sketches. Aunque el grupo dejó de trabajar como tal (en gran medida por la muerte de Graham Chapman), siguieron dejando su particular sello en títulos como Un pez llamado Wanda o Criaturas feroces. Ah, y faltaba Woody Allen, uno de los genios del cine más inteligente y fresco. Anda que, si me lo llego a olvidar… Con los años 80 llegó una nueva fiebre por la comedia y el humor. Una nueva comedia romántica surgió de la noche a la mañana bajo la alargada sombra de su máxima diva, la rubia pizpireta Meg Ryan (y su eterna Cuando Harry encontró a Sally). Actores como Tom Hanks (en su época eminentemente cómica, con títulos tan recordados como BIG o Esta casa es una ruina) o Billy Crystal, la acompañaron en aquellos títulos que, aunque bienintencionados, malamente llegaban a la calidad y el talento de la screwball clásica. Por otro lado, el humor más loco y absurdo surgió en las llamadas spoof movies, o cine de parodia. Gags visuales, dobles sentidos, referencias a clásicos del cine… Todo 82
valía, y se vio en películas como Aterriza como puedas, Agárralo como puedas, Top Secret, La loca historia de las galaxias o Loca academia de policía. Eran días dorados para Mel Brooks o los hermanos Zucker, aunque lamentablemente, este subgénero de la comedia sería recuperado con mucha más pena que gloria en los últimos años, con títulos tan olvidables (y criticables) como Epic Movie, Date Movie, y el resto de la serie. Debemos también recordar que mucho antes de que American Pie recuperara el género de la comedia juvenil de juergas y gracias escatológicas, denominada gross-out comedy (aunque esta denominación también incluiría títulos como Loca academia de policía), otros títulos (en su momento pioneros) como Desmadre a la americana (el auténtico padre de la bestia, nacida de las entrañas del mítico Saturday 7ight Live y con el no menos mítico John Belushi al frente del elenco de actores) o la saga Porky’s, ya habían elevado a los altares los chistes de tetas, culos y pedos, de una forma más sutil y valiente, y en una época más complicada. Posteriormente, ya en los años 90, cómicos como David Spade, el fallecido Chris Farley, Tina Fey o Will Ferrel, continuaron con esa tradición tan americana que Dana Carvey y Mike Myers habían recuperado apenas cinco años antes. Los años 90 no trajeron nada nuevo, pero todo lo anterior se fusionó, difuminándose las fronteras entre todos los subgéneros de la comedia. Aparecieron nuevos actores eminentemente cómicos como Ben Stiller o Adam Sandler, con alguna que otra película digna de ser recordada, como Los padres de ella, mostrando a la perfección esa fusión tan habitual en el cine de nuestros días. Lo que es evidente, por cierto, es que la comedia ha influenciado a todos los demás géneros del cine más que ningún otro (exceptuando al drama, que es el otro candidato al primer puesto), y también a nuestra sociedad occidental, que aprovecha cualquier oportunidad para soltar una buena carcajada. La comedia se ha introducido en nuestras vidas tan profundamente que casi no nos damos cuenta. Cada vez que repite un chiste de su cómico favorito en un bar, cada vez que hace una referencia a un sketch visual en la vida real 83
(apartando la silla de su amigo del alma antes de que este se siente, por ejemplo), cada vez que una tarta golpea el rostro de un hombre con traje, cada vez que un obrero golpea a otro sin querer con una tabla de madera, usted está rememorando una escena de película cómica.
7.5-Cine al servicio de la propaganda
El cine, desde el mismo momento de su nacimiento, ha sido utilizado como medio propagandístico. Primero, para exaltar las grandezas del propio cinematógrafo, consiguiendo así nuevos inversores y mercados. La nueva ciencia resultaba más que llamativa. Magia y arte que todos deseaban (al menos esa era la idea que los empresarios querían forjar) disfrutar, un público global y necesitado de nuevas ilusiones. Pero está claro que no es eso a lo que nos referimos, ¿no? El nuevo medio cinematográfico, no pasó desapercibido para gobiernos y grupos de poder. El mensaje, a través de la pantalla de cine, llegaba a las masas con una eficiencia increíble. Muchos ven una clara función propagandística en dos de los primeros grandes clásicos del cine mudo, El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916), ambas obras del pionero David Griffith. Durante las dos primeras décadas del siglo XX, surgieron en EEUU múltiples obras con fines populistas y adoctrinadores, pero el primer gran ejemplo de cine propagandístico como tal, llegó desde la Unión Soviética, y de manos de uno de los grandes genios del séptimo arte, el padre del montaje (y nos referimos al proceso cinematográfico de montar una película, no al de preparar mascaradas) Sergéi Eisenstein. La revolución rusa necesitaba películas para la causa, y estas no tardarían en llegar. La trilogía propagandística de Eisenstein, además considerada como un trío de obras maestras del cine, elevó la moral a un pueblo necesitado ella. La primera en llegar fue La huelga (1924), seguida de una de las 84
películas más importantes de la historia del cine, El acorazado Potemkin (1925), mientras que su visión de la revolución de octubre, Octubre (1927), cerró la serie. Eisenstein huyó del poder de un solo hombre, otorgando la fuerza narrativa siempre al pueblo, a la masa social y popular. Sus ideales social-comunistas provocaron innumerables choques con Stalin, el dictador de marras, que no obstante se abstuvo de purgarlo debido a lo importante que consideraba la propaganda que este le granjeaba. De hecho, Eisenstein nunca quiso realizar propaganda para Stalin ni para los poderosos, sino para elevar su respeto al pueblo que había hecho capaz el cambio. Los siguientes ejemplos de propaganda cinematográfica llegaron con la Segunda Guerra Mundial, a ambos lados del frente de batalla. En el bando aliado (sobre todo en Estados Unidos, aunque diversas estrellas europeas también se pusieron manos a la obra), los actores y personalidades de la época, arrimaban el hombro en producciones eminentemente tendenciosas, con el único fin de conseguir que toda una nación remara en la misma dirección. Una de sus metas fue la compra-venta de bonos de guerra. La otra, ridiculizar a Hitler y a su aparato de guerra para conseguir que se viera como un enemigo fácil de derrotar y conseguir así un buen número de reclutas voluntarios. En el bando nazi, la propaganda tuvo dos caminos, por un lado, la humillación y ridiculización de las minorías étnicas y raciales que no entraban en los planes de los idearios de Hitler, cebándose principalmente con los judíos, sobre todo mediante películas de animación (eso sí, el cine alcanzó tanto poder que un director judío-alemán como Reinhold Schünzel, no solo consiguió seguir trabajando durante la dictadura de Hitler, sino que además se convirtió en su cineasta favorito). La otra modalidad de propaganda nazi, consistió en elevar las grandezas de la raza aria y de su capacidad tecnológica y bélica. Su máximo exponente, siempre ha sido la documentalista del régimen Leni Riefenstahl, y podemos nombrar como un excelente ejemplo su documental (de más de cuatro horas) Olympia, realizado para ensalzar los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Posteriormente, y de una forma 85
gradual pero constante, se fue alejando del estigma del nazismo, que no obstante la acompañaría siempre. Con una gran valentía (que nunca se le pudo negar) reconoció haberse visto seducida por el carisma de los dirigentes nazis, sin embargo, aseguró no haber compartido nunca sus ideales, y de igual modo condenó los horrores del nazismo. Esta práctica fue repetida en otros países que también sufrían dictaduras, como la España de Franco o la Italia de Mussolini, aunque en nuestro país, exceptuando una decena de títulos altamente tendenciosos, la propaganda se centró en el costumbrismo y el “mirar para otro lado” con un adoctrinamiento de fondo, eso sí, nada sutil, aunque enormemente pueril e ingenuo. Después de la guerra, el cine tomó un cariz muy gris. A la esperanza del nuevo comienzo, se le unía el dolor por lo perdido y un nuevo temor: la Guerra Fría. La administración norteamericana se volvió más paranoica que nunca, empezó a buscar enemigos entre los círculos de artistas, el país se volvió más conservador que nunca, más por miedo que por convencimiento. Comenzó la famosa caza de brujas, y el cine se dividió entre el que se colocaba del lado del gobierno, atacando con dureza cualquier atisbo de comunismo, y el que lanzaba un grito de libertad, unas veces con un claro mensaje: como en La sal de la Tierra (1954), de Herbert Biberman, uno de los filmes más comprometidos, valientes y arriesgados de la historia, rodado casi en secreto y con aciagos resultados para los que participaron en ella; como en Espartaco (1960), donde Stanley Kubrik y el guionista Dalton Trumbo (que había sufrido como nadie la persecución y posterior ostracismo de la caza de brujas y sus malditas listas negras) utilizaban una historia de romanos para escupir en la cara del senador McCarthy. Por cierto, me gustaría reconocer públicamente el valor que mostraron las estrellas de la película Kirk Douglas, Laurence Oliver, Peter Ustinov y Charles Laughton, exigiendo que Trumbo no fuera apeado del proyecto por culpa del odioso McCarthy. Eran días difíciles, pero todavía tenía que empeorar la cosa antes de mejorar. Los años 70 (desde mediados de los 60 sería más preciso) fueron días extraños, repletos de doble moral y con 86
reminiscencias de los años anteriores. Todo era ambiguo, carente de ideología, marcado por la utopía y la distopia a partes iguales. El ministerio de defensa norteamericano creó una comisión para aceptar o denegar las peticiones de apoyo en películas de temática militar, llegando a forzar el cambio de guiones, e incluso produciendo sus propias películas para mejorar los índices de reclutamiento y el aumento de fondos. El cine, como prácticamente todo lo que nos rodea, sigue siendo tan propagandístico como siempre, quizá más, pero a menudo, el fondo comercial no nos deja ver el bosque con claridad. Sin embargo, es muy ingenuo pensar que la propaganda desaparecerá del séptimo arte, y por otra parte, tampoco está muy claro que así debiera suceder. No en vano, grandes películas han salido del útero de la creación de tendencia y opinión popular. El cine refleja la realidad, o lo que algunos quieren que esta parezca, y así seguirá siendo, y mientras haya intereses, alguien utilizará la gran pantalla para hacernos creer que todos tenemos la misma meta.
7.6-Una pesadilla también es un sueño
Este sería un bueno momento para hablar del cine de terror, pero realmente no sé si considerarlo un género en sí, porque de alguna forma, hay algo de terror en casi todas las películas: una pizca de terror psicológico, la necesidad de enfrentarse a un miedo o fobia, violencia salvaje, e incluso gore. La razón principal por la que no lo considero un género propiamente dicho, es porque hoy en día se abusa mucho de la coletilla “de género”, y creo que de un modo un tanto despectivo. El cine es cine, y el terror es una parte, así que voy a comentar otras cosas, generando un pequeño cajón de sastre. Las luces del cine, crean un contraste furtivo en el que el mundo más sórdido posible pasa inadvertido ante los ojos del gran público. Un lugar clandestino de luces y sombras, de sueños rotos, de fracasos, de suicidios, de juguetes rotos y de asesinatos. 87
Tampoco es cuestión de sacar los trapos sucios a relucir, pero la historia negra de Holywood también es historia del cine, quizá la más pura y real. Desde los tejemanejes de magnates como Randolph Hearst (personaje que inmortalizó Orson Wells en su Ciudadano Kane, aunque eso sí, cambiando el nombre al personaje), con su manipulación capaz de crear guerras desde su periódico o de tapar el homicidio involuntario del director Thomas H. Ince (Hearst disparó contra Charles Chaplin, que estaba flirteando con su esposa, pero falló y mató a Ince), y convertir un disparo certero en un corte de digestión, a sucesos más trágicos y truculentos si cabe, como el asesinato de Sharon Tate (embarazada en aquel momento) y de los invitados a una cena en la casa que compartía con su marido Roman Polanski, a manos de la secta del infame Charles Manson (Bruce Lee estaba invitado a la cena, pero no acudió por sentirse indispuesto. ¿Quién sabe si hubiera salvado a todos de estar allí?). En otras ocasiones, historias personales, como la de todos los actores que perdieron su trabajo al pasar del cine mudo al sonoro (por culpa de sus voces no válidas para el nuevo medio), fueron tan trágicas como la que más. Cineastas arrojados a los brazos del alcohol y los somníferos, peleándose cada noche con la idea del suicidio, recordando los días de gloria, al igual que los niños (sobre todo niñas) prodigio que fueron utilizados como mercancía por los primigenios magnates del cine, los dueños de los grandes estudios (recordemos en este momento a Judy Garland). Otras veces, las propias películas se convertían en pesadillas que amenazaban con destrozar a todo aquel que se arrimara a ellas. Hay claros ejemplos de películas asesinas como El conquistador de Mongolia (1956) (la película se rodó en un desierto de Utah que había sido utilizado para pruebas nucleares, afectando su radioactividad a todos los participantes, entre los que se encontraba gente como John Wayne, Pedro Armendáriz o Agnes Moorehead; todos sufrieron cáncer, además de otras cien personas del equipo) o Poltergeist (1982), con varias muertes extrañas a sus espaldas. Sin embargo, también había películas que no mataban, pero que sí herían, hablamos del cine incomprendido y denostado en su 88
momento, ejemplos hay muchos, pero uno de los mejores sería el de David Lynch y sus magníficas Cabeza Borradora y Terciopelo Azul. Sin embargo, la mayor pesadilla de Hollywood, sería la persecución a base de listas negras y de chantajes mafiosos e intimidaciones políticas, que comenzó con las ridículas directivas del tristemente famoso código Hays, y que se convirtió en una auténtica tragedia de proporciones bíblicas con la caza de brujas del infame senador McCarthy, cruel y demagogo ultraconservador, paranoico ideólogo del intento de destrucción de la meca del cine, y culpable del final de las carreras (y en algunas ocasiones de algo más) de muchos actores y cineastas sospechosos de tener ideas izquierdistas, o simplemente, no conservadoras. De hecho, macartismo se ha convertido en un término utilizado para aludir a situaciones en las que un gobierno oscuro y dictatorial persigue a sus oponentes políticos y supedita los derechos civiles a la seguridad nacional. Por cierto, McCarthy murió a los 48 años de edad, desprestigiado y abandonado por los suyos, acusado por los conservadores de tapar durante años sus presuntas tendencias homosexuales, destrozado por la cirrosis y la hepatitis que le había causado su alcoholismo. Definitivamente, McCarthy se buscaba a sí mismo durante la caza de brujas, pero nunca se encontró… El metacine (cine sobre el propio cine), en ocasiones se ha encargado de restituir a los afligidos (el genial dramaturgo Arthur Miller escribiría Las brujas de Salem para denunciar la caza de brujas del senador McCarthy, por ejemplo), al igual que el tiempo y la distancia, pero no siempre lo ha conseguido (o ha querido conseguirlo). Las pesadillas del Holywood oscuro (y por extensión de todo el cine en general) son la parte más real del aparato cinematográfico, incluso más que los títulos de créditos. Nos recuerdan que hasta los ángeles lloran, como Rita Hayworth, que nunca conseguiría estar a la altura de su Gilda, o como Norma Desmond (Gloria Swanson, que fue precisamente una de las actrices perjudicadas por el paso del mudo al sonoro) en el final de El
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crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), corroída por la demencia y actuando para cámaras que solo rodaban en su cabeza. Estas, y otras muchas (muchísimas) historias sin créditos ni candilejas, sí que son pesadillas, y no las del simpático bellaco del inframundo Freddy Krueger…
7.7- Alan Smithee y los castillos en el aire
La vida de Alan Smithee es una de las más extrañas y grandiosas historias jamás contadas (esto solo podía pasar en Cinemalandia). Un hombre que dirigió películas tan dispares como 12 hombres sin piedad, Spiderman 3 o Ronin, e incluso cine español, como el caso de Entre las piernas... Pero no solo se dedicó a la dirección, ni mucho menos, también fue actor en Superman y en Speed, guionista en Hellraiser IV, maquillador, director de fotografía, escenógrafo, director de segunda unidad, director de casting, y un largo etcétera... A estas alturas se preguntará cómo es posible que nunca haya oído hablar de él... Un hombre que inició su carrera en 1967 (que sepamos) y que todavía hoy sigue dando guerra. Un tipo que trabajó en éxitos de taquilla y crítica, y también en auténticas muestras de falta de ridículo... La respuesta es sencilla: Alan Smithee no existe salvo en la imaginación de los hombres que le dieron vida... Se trata, por tanto, del pseudónimo más utilizado en la historia del cine (de hecho, Alan Smithee no es otra cosa que un anagrama de The Alias Men, y supongo que no hará falta traducir esto). Durante muchos años fue un nombre místico rodeado por un aura extraña y magnética. Cuando un cineasta no estaba contento con un productor, o si un director creía que su obra había sido maltratada por otros, que había dejado de ser un trabajo personal, o incluso para gastar una broma, escogía este nombre para que apareciera en los créditos. Desde los más grandes a los más desconocidos se han puesto en su piel.
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Aparecen nombres como Sidney Lumet, Dennis Hopper, Arthur Miller, Sam Raimi... Sin embargo, los días dorados de Smithee tocan a su fin. El descubrimiento de toda su verdad, ha causado que su carrera empiece a flaquear. Ya no es tan guay, tan misterioso, tan elitista. Todo el mundo sabe quién es Alan Smithee, y si no lo sabe, finge que lo hace... Se ha abusado mucho de la marca, y ahora cualquier listillo de tres al cuarto osa esconderse tras esas 11 letras que otrora significaran tanto. Alan Smithee se ha convertido en una atracción de feria, un pseudónimo que usan hasta los que cuelgan sus vídeos caseros en YouTube (yo también espero ser otro Alan Smithee algún día). El mito se ha desmitificado, y ya vale para poco. Sin embargo, por ahí cuentan que un tal Thomas Lee ha tomado su lugar (entre otros). Permanezcan atentos a su filmografía. Por dejar un apunte de la capacidad del cine para crear castillos en el aire, dejaré una breve pincelada, la de los mocumentales, o falsos documentales. Uno de los mejores y más delirantes ejemplos, fue el de This is Spinal Tap (1984), falso documental que narraba la vida de un supuestamente famoso grupo de rock que había vivido tiempos mejores y que luchaba por volver a estar a la altura de su genial pasado, todo contado en un sutil pero evidente tono de humor. Pues bien, la gente empezó a acudir en masa a las tiendas de música especializadas para pedir una y otra vez los discos de ese genial grupo del documental. Más tarde, unos avispados cineastas utilizaron este espíritu (y el de la mítica Holocausto Caníbal), para fingir la desaparición de los protagonistas de otro falso documental vendido como cinta de terror (o viceversa), que se convirtió en un gran éxito de taquilla: The Blair Witch Project.
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8-A la moda
Que el medio cinematográfico es un experto creador de modas y tendencias no es ningún secreto. La opinión pública bebe de la propaganda popular que el cine nos brinda, el Star System impone modas y comportamientos (lo cierto es que a día de hoy, esto ha perdido un poco de fuerza, ya que cualquier famosillo/a de poca monta ha adquirido un buen porcentaje de la capacidad generadora de tendencias de las estrellas cinematográficas), la pantalla nos hipnotiza con nuevas formas de vida idealizadas (como el American way of life, o más castizamente hablando: el modo de vida americano), que nos entran por los ojos, los mayores receptores de información con los que cuenta el ser humano. ¿Acaso creían que la americanización de nuestras culturas (o la globalización de las mismas) había surgido por ciencia infusa? El cine lleva mucho tiempo enseñándonos cómo vivir: en una casita rodeada por una valla blanca, con una mujer, 2.5 hijos y un perro, preferiblemente un Golden Retreiver. El cine va de la mano de la sociedad, unas veces un pasito por delante, y otras, las menos, por detrás. La forma de vestir de otras épocas, desde los tiempos del Imperio Romano hasta los días de color y pantalones de campana de mayo del 68, nos llega a través del cine, como si estuviéramos mirando a través de la ventana de una máquina del tiempo (por supuesto, aceptamos el DeLorean de Regreso al futuro a tal efecto). Desde la ropa, a las nuevas costumbres adquiridas (como fumar un cigarrillo con estilo, o lucir unas gafas de sol de piloto de combate como está mandado, o lo que es lo mismo, como un Top Gun), el mestizaje sociocultural conseguido a través del cine no tiene comparación alguna (aunque la mayoría de las veces, la imagen que se nos da de la realidad está, cuanto menos, distorsionada). Hamburgueserías mediáticas, deportes extranjeros, parajes paradisíacos… El cine lo tiene todo, y nos lo entrega con
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total facilidad, sin dramatismos, de forma que la ingesta no es para nada traumática. Recorramos a vista de pájaro esas modas tan cinéfilas que llevan golpeando a nuestra sociedad desde hace bastantes años. Es el poder la imagen, damas y caballeros, y una imagen vale más que mil palabras.
8.1-Jóvenes rebeldes: fenómenos generacionales
bandas,
guateques
y
otros
Ya hemos observado varias veces que el cine, de igual forma que se alimenta de la realidad social que lo rodea, genera a su vez su propio universo en nuestro mundo. Esto iba a hacerse patente, más que nunca, en la década de los 50 en los EEUU, para ser exportado a Europa gradualmente en posteriores décadas. La Segunda Guerra Mundial había acabado, la esperanza volvía junto con la bonanza económica. Los jóvenes americanos (o teenegers), no tenían preocupaciones, se refugiaban en la rebeldía y en las nuevas estéticas rompedoras del rock’n’roll, esa música que molestaba a sus padres y abuelos. Sus ídolos eran jóvenes idealistas y autodestructivos, mitos ideológicos como Marlon Brando o James Dean (el eternamente joven, muy a su pesar), y películas como Salvaje o Rebelde sin causa, activaron algo en el interior de aquellos adolescentes que amenazaban con dar la espalda a un mundo que no consideraban suyo. Para colmo, el fenómeno del nuevo cine de terror adolescente, causó que los estudios vieran a esos chicos como un público potencial que se iba a gastar su dinero devorando sus películas, imitando a sus héroes, exigiendo más carnaza cinematográfica y creando una nueva y poderosísima franja de mercado. Luego llegaron los años 60 (y los 70), y una gran parte del cine realizado ya se producía directamente para los jóvenes. Los nuevos ídolos se convertían en mitos de forma casi instantánea, en 94
gran medida (sin olvidar el poder de su mensaje) porque morían de forma bastante prematura: Janis Joplin, Jimmi Hendrix, Jim Morrison. El terror adolescente se consolidaba (para hacerlo definitivamente, primero en los 80 y posteriormente, con mucho aroma de parodia, a finales de los 90), y aparecía la comedia adolescente (y la acción adolescente, el suspense adolescente, el drama adolescente…), canallesca y burlona. En definitiva, ya había un tipo de cine que se hacía expresamente para los teens. Las claves estaban mucho más claras: personajes jóvenes (para que la muchachada pudiera identificarse mejor con ellos), contenidos sexuales más o menos explícitos (ya fuera en imágenes, chistes verdes, etc.), complicidad, fiestas locas y excesivas, gritos, música de moda… En los años 80 apareció una revolución estética basada en la distopía social y la paranoia post-nuclear que desembocó, entre otras tendencias, en el cyberpunk. El mundo del rock urbano y social, del punk más combativo, del pop eminentemente vanguardista, se dejaba ver en la calle, pues en ella misma se generaba. A todo esto se sumó el fenómeno del cine juvenil, con películas tan recordadas como El club de los cinco o Rebeldes. Pero también se recuperaron teorías políticas como el nacionalismo, que se veía como algo retro que debía recuperarse para la vida (y el cine). Un contraste brutal entre el auge del militarismo (y la armamentística) y la crítica a los estados policiales (y la falta de libertad), plagaba las pantallas de los cines de medio mundo, con películas tan ambiguas y con múltiples lecturas como Conan, el bárbaro, Juegos de guerra, Robocop, Top Gun, Águila de acero o Yo soy la justicia, generaban sentimientos encontrados en la desorientada audiencia. Las tribus urbanas se convertían en una realidad, y el cine que miraba a la calle se centró en la violencia, la marginación y la droga. Tanto era así, que en España, a finales de los años 70 se llegó a crear un subgénero del cine policial centrado en exaltar las vidas y milagros de los jóvenes delincuentes callejeros de la época como si de modernos bandoleros se tratara: Yo, el Vaquilla, Perros callejeros, Los últimos golpes del Torete… Con 95
bastante éxito, por cierto, llegándolos a poner de moda entre el público más popular. En los años 90 y el nuevo siglo, las fronteras se difuminaron bastante más, aunque muchos pensaran que aquello era imposible. Las auténticas modas no estaban demasiado claras, y cada suceso era capaz de generar su propia mini revolución cultural de garrafón, que en la inmensa mayoría de los casos desembocó en películas olvidables y eminentemente oportunistas. La autogestión era viable solo a corto plazo. La vida de fenómenos (casi siempre procedentes del mundo de la música) como las Spice Girls, o nacidos en canales temáticos como Disney Channel, raramente superaba los 5 o 6 años, que era la temporada que le duraba la tontería a la joven víctima de turno, desde que juraba su adhesión eterna a la causa, hasta que renegaba de sus antiguos pseudo-ídolos con pies barro, como si nunca hubieran poblado las paredes de su habitación en forma de pósteres.
8.2-Cine de artes marciales: tenga cuidado al salir del cine
Uno de los íconos más habituales del cine, rostro eterno del celuloide retro y colorista de los años 70 (y finales de los 60), fue el mítico Bruce Lee, gran culpable, junto con Jackie Chan, de que el cine de artes marciales procedente de China (sobre todo de Hong Kong) se convirtiera en uno de los géneros preferidos de la época. Sesiones continuas matinales y de tarde, que desembocaban en una serie de cabriolas y golpes al aire que, un montón de jóvenes nerviosos ejecutaban con la intención de emular a sus héroes de ojos rasgados. El mestizaje cultural empezaba a pegar fuerte en EEUU (y todo occidente), y la cultura barrial se alimentaba a base de una ensalada de funk, break, artes marciales y contracultura, que además resultaba atractiva incluso para las clases altas comprometidas con los problemas sociales. La cultura asiática, 96
milenaria y misteriosa, empezó a ganarse un lugar de lujo en su equivalente occidental: Feng Shui, comida asiática, viajes exóticos… Los cineastas de Hong Kong (con mucha diferencia los mejores en este tipo de cine), creaban coreografías que alucinaban a todo el mundo, propiciando que por toda Norteamérica (y Europa) empezaran surgir toda serie de dojos y academias de artes marciales. El propio Bruce Lee se convirtió en el auténtico gurú de su propia arte marcial, el Jeet Kune Do, con la que sedujo a medio Hollywood, convirtiéndose en maestro de gente como el actor Steve McQueen o el jugador de baloncesto Kareem Abdul-Jabbar. Por otra parte, Jackie Chan continuó elaborando sus filmes de humor y artes marciales, tan habituales en el cine de Hong Kong, fundiendo impresionantes y peligrosas coreografías con humor para todos los públicos, que a veces contrastaba con el espíritu de los típicos títulos que también se realizaban en la isla del sur de China, llenos de violencia artística y folclore popular (que también está presente tanto en el cine de Jackie Chan, como en el de Bruce Lee). Precisamente cuando el género estaba seduciendo a Hollywood y al mundo entero, el mito se convirtió en leyenda. El 20 de julio de 1973, Bruce Lee sufrió un insufrible dolor de cabeza, tomó unos analgésicos y cayó en un coma del que ya nunca despertaría. A las pocas horas, Bruce Lee moría de camino al hospital con solo 33 años de edad y en lo más alto de la escala de la popularidad. Su muerte, cargada de misterio y preguntas sin responder, le congeló para siempre en el tiempo, eternamente joven y poderoso, como un ícono del talento físico y mental que aun a día de hoy siguen representando su imagen y su mensaje. A su muerte, decenas de clones aparecieron de debajo de las piedras para usurpar y mantener su leyenda a partes iguales, pero sobre todo para sacar tajada económica de su memoria, con numerosos títulos y producciones de bajo presupuesto que aun así cruzaron el charco y se distribuyeron por medio mundo. También sería justo recordar que hubo otras grandes estrellas del cine de artes marciales clásico, como el japonés Sonny Chiba, u otras estrellas del cine de Hong Kong, tanto actores, como 97
directores o coreógrafos, o toda clase de técnicos que nada tenían que envidiar (tal vez al contrario) a los del cine occidental.. Pronto llegarían los actores occidentales a seguir pregonando el espíritu del kung-fu y de otras artes marciales en las muscle operas: Chuck Norris, que ya empezó sus andanzas junto a Bruce Lee y que junto al último Charles Bronson fue el ícono de la mítica Cannon Films; Steven Segal, el ícono mediático del aikido; Michael Dudikoff, el Ninja americano de los 80, con su inseparable Steve James, el malogrado actor afroamericano; Jean-Claude Van Damme, el hombre con el culo más prieto del mundo; los filmes de serie B italianos y las producciones de bajo presupuesto de cineastas como Roger Corman o Cirio Santiago… La última gran estrella internacional salida del genuino cine de Hong Kong sería Jet Li, uno de los más espectaculares del género, a la altura de las grandes estrellas de la edad de oro de aquel cine (de los 60 a los 80). Con la globalización del género, se perdió artesanía, pero se ganó público. La fiebre de las artes marciales siguió creciendo y creciendo, salpicando cada vez más el cine de acción (y otros géneros, como puede ser la comedia). Aquel cine setentero y espectacular, con un ligero toque kitsch entrañable (sobre todo a la hora de maquillar los moratones o las narices de los maestros borrachines), influyó en los nuevos directores de los 90, con el gran Quentin Tarantino a la cabeza, que dejó plasmado su agradecimiento en la doble Kill Bill. Ya nada volvería a ser igual, a pesar de que los homenajes y referencias no dejaran de llegar. Aquel cine asiático con aroma de western y con una acción única y peculiar, había mutado, se había filtrado en las venas cinematográficas globales. Los chicos del barrio ya no salían del cine lanzando patadas a enemigos imaginarios, preferían parar el tiempo como Neo en Matrix. La moda se esfumó y se convirtió en clásico, o en exótico, poético y preciosista Wuxia.
8.3-¡Oh no, deporte juvenil!
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Las modas, generalmente crean productos tópicos y casi clónicos. Esto alcanzó una de sus máximas expresiones cuando, a comienzos de los años 80, el cine deportivo se unió al juvenil, primero, y posteriormente al infantil. Únicamente era necesaria una historia (la del equipo de chavales incompetentes y rematadamente negados que son incapaces de ganar un partido de cualquier deporte) y dos o tres guiones que poder reusar una y otra vez. Al principio, el subgénero bebió de las comedias y los dramas escolares y universitarios de los años 60 y 70 (coqueteos con las drogas, embarazo adolescente, apatía genética…), de modo que el deporte era algo secundario que daba vida a la historia (vamos, un MacGuffin de toda la vida), pero poco a poco, la competición deportiva fue ganando espacio, convirtiéndose en vehículo de la exaltación de la amistad y la superación personal y colectiva. El deporte se había convertido en un personaje más de la historia. Eso sí, la clara vocación moralista y de mero entretenimiento de los nuevos filmes (con un corte muy Disney), no mostraba más que historias planas y superficiales, de consumo, con la misma profundidad que un charco. Por haber, hay de todo: comedias bienintencionadas y divertidas como Elegidos para el triunfo, con unos valientes jamaicanos compitiendo en los Juegos Olímpicos de invierno; moralinas sociales con aspecto de drama profundo, como la pasable Hard Ball, donde Keanu Reeves da más risa que lástima; enésimas (e innecesarias) vueltas de tuerca como la vergonzosamente traducida Una pandilla de pelotas (los traductores de títulos españoles siempre tan certeros)… Pero la historia por antonomasia del cine deportivo juvenil, no es otra que la que habla de la redención de una vieja gloria que debe pagar una deuda con la sociedad llevando a un equipo de fracasados que no confían en sí mismos hacia la victoria, más vital que deportiva. Ejemplos hay muchos: hockey sobre hielo en Somos los mejores; fútbol (o soccer, como dirían los chicos de Hollywood) en Un entrenador genial; y un largo etcétera. Otra historia muy 99
utilizada, es la que enfrenta a dos amigos o familiares (padre e hijo, hermano y hermano, etc.) en un pequeño pueblecito americano con encanto. Uno es un ganador nato, antiguo líder del equipo del instituto, héroe local, millonario… El otro, es un fracasado genético, miedoso y cortado, humillado… Al final ya se sabe, apuesta al canto y el equipo entrenado por el perdedor (que a su vez está formado por perdedores) da la campanada. Ejemplos hay muchos, pero la más conocida tal vez sea Pequeños Gigantes, con Rick Moranis y Ed O’Neill ejerciendo de hermanos polares, condenados a que una jugada en el último segundo ponga las cosas en su sitio. En su mayoría, estas cintas son entretenimientos baratos diseñados para el mercado infantil y las tardes de domingo, pero aun así, su influencia es bastante importante si nos damos cuenta de una cosa: al día siguiente de emitirse una de estas películas, las calles se pueblan de un buen puñado de niños poniendo en práctica lo que han visto unas horas antes. Además, dado que la inmensa mayoría de estas cintas provienen de Hollywood, una gran parte de ellas muestra deportes que, como mínimo, son minoritarios fuera de las fronteras del país norteamericano. Estas películas sin malicia, presuntamente más inocuas que la pólvora mojada, consiguen sin embargo que en países como España se disparen las ventas de los sticks de hockey sobre hielo tras el estreno de Somos los mejores, o que se juegue al béisbol en la calle y al fútbol americano en los parques. Llevan la cultura estadounidense a cualquier rincón del globo, mostrando una de sus más características marcas de clase: padres que gritan a sus hijos desde las gradas y madres que los llevan al entrenamiento en sus 4x4…
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9-El póster de la habitación de la quinceañera
Y llegó el fenómeno fan. El descubrimiento del mercado juvenil tras la Segunda Guerra Mundial, causó que se produjera cine diseñado expresamente para los adolescentes, con el consecuente mini Star System. Los actores eran escogidos minuciosamente entre miles de aspirantes a estrella, y las películas eran creadas a medida para ellos, si aguantaban el tiempo suficiente, claro. Este fenómeno alcanzó cotas ridículamente desorbitadas a partir de los años 80, época en la que los pósteres y las fotos de las jóvenes estrellas, empezaron a forrar paredes y carpetas de colegialas (y por qué no decirlo, también de colegiales). Las estrellas juveniles empezaban a brillar con luz propia. Nombres de diferentes épocas vienen a nuestra memoria: Mickey Rooney, Elizabeth Taylor, Judy Garland, Jodie Foster, River Phoenix, Johnny Depp, Kirk Cameron, Corey Haim… Unos se convirtieron en grandes estrellas, otros simplemente asumieron el papel de muñeco roto que la vida les tenía preparado. Hollywood no es lugar para niños, aunque algunas veces estos hayan conseguido domarlo y hacerlo suyo. Vamos a repasar las vidas y los trabajos de algunas de las grandes estrellas que enamoraron al público juvenil, y también vamos a evaluar cómo les ha tratado la vida. Unas veces el resultado será comedia, otras drama, otras tragedia… Empecemos ya a desempolvar los papeles del pasado.
9.1-Estrellas fugaces, ídolos con pies de barro
Es triste reconocerlo, pero la gran mayoría de las estrellas juveniles que forraron las carpetas y paredes de la muchachada, se convirtieron en muñecos rotos y en productos desechables. Tras unos cuantos años rodando a ritmo frenético, los papeles empiezan 101
a escasear, el rostro angelical se convierte en una cara que apunta a la madurez, los productores reniegan de ti. Es entonces cuando el maravilloso mundo de Hollywood muestra su cara más sórdida y cruel, esa que usa y abusa de los actores. Los productores, como modernos dioses, dan y quitan a su antojo, deciden quién vive y quién muere. Un día estás arriba, rodeado de fama y gloria, y al siguiente, esa vida se ha terminado, tal vez para siempre. El cómico David Spade retrató (a su particular estilo) este mundo de jóvenes artistas olvidados en la comedia Dickie Roberts: ex niño prodigio, en la que colaboraron auténticas viejas estrellas que sufrieron ese síndrome del quemado: Leif Garret, que de ser un cantante amado por todas las niñas de los 70 y los 80, pasó a ser un drogadicto marginado; Emmanuel Lewis, el pequeño protagonista de la serie Webster; Gary Coleman, haciendo lo mismo que el anterior en la serie Arnold; Corey Feldman, que tras unos años en los que protagonizó filmes de éxito (y de culto) como Los Goonies o Jóvenes ocultos, cayó en el más severo de los ostracismos al dejar de ser joven y guapo, y siendo relegado al cine de segunda; Corey Haim, uno de los fenómenos de fans más importantes de los años 80 y principios de los 90, acaparador de la atención de las adolescentes y plato fuerte de los pósteres de la revista Super Pop, al que le sucedió lo mismo que a Feldman; y otros muchos ejemplos perfectos para este apartado, pero se nos acabaría el tiempo si intentáramos nombrarlos a todos. Al parecer, la vida les enseñó lo que podían tener y luego se lo arrebató de las manos, pero muchas veces ellos también tuvieron algo de culpa (cuando no toda). De las series televisivas también salieron un buen puñado de nombres: Alyssa Milano, estrella infantil de la televisión que pasó varios años penando por el cine fantástico y de terror de serie B, hasta recuperar la popularidad de nuevo en televisión; Elizabeth Berkley, otra estrella de la pequeña pantalla (gracias a la sitcom juvenil Salvados por la campana), que no ha conseguido grandes papeles, siendo recordada por el thriller erótico Showgirls; Kirk Cameron (superestrella de la teleserie Los problemas crecen), el adolescente que competía con Corey Haim por ser el más popular 102
en las carpetas de las quinceañeras. Tras un paso olvidable por la pantalla grande, se convirtió en tele-predicador y se dedicó a realizar filmes religiosos; Los anteriormente nombrados Gary Coleman y Emmanuel Lewis, y un larguísimo etcétera que nos llevaría media vida comentar. Podría parecer que esta práctica es moderna, cuando en realidad se trata de todo lo contrario. En los años de los grandes estudios de Hollywood, los magnates del cine abusaron de casi todas sus jóvenes estrellas, convirtiéndolas en despojos humanos que nunca recuperarían ni su infancia, ni la capacidad social de relacionarse con sus semejantes. Unos de los mejores ejemplos sería el de Judy Garland, la eterna Dorothy de El Mago de Oz, que murió unos días después de haber cumplido los 47 años, tras pasar la mayor parte de su vida sumida en la inestabilidad emocional, las conductas suicidas, y las pastillas para dormir. Durante su juventud fue obligada a tomar anfetaminas para aguantar el ritmo frenético de los rodajes (al igual que Mickey Rooney), a disimular su feminidad para parecer más joven o a cambiar drásticamente su apariencia física para contentar a los productores de la MGM, entre otras muchas cosas. Estamos pues ante un ejemplo perfecto de la volatilidad de la juventud, del estado óptimo para comerse el mundo, de que irremediablemente el tiempo pasa para todos. Ya lo decía el profesor John Keating (Robin Williams) en El club de los poetas muertos: …porque seremos pasto de los gusanos. Porque lo crean o no, todos los que estamos en esta sala un día dejaremos de respirar, nos enfriaremos y moriremos. Quisiera que se acercaran aquí y examinaran estas caras del pasado (mostrando un expositor con viejas fotos), las han visto al pasar, pero no se han parado a mirarlas. 'o son muy distintos a ustedes, ¿verdad? El mismo corte de pelo, repletos de hormonas igual que ustedes, invencibles como ustedes se sienten, todo les va viento en popa, se creen destinados a grandes cosas, como muchos de ustedes… ¿Creen que quizá esperaron hasta que ya fue tarde para hacer de su vida un mínimo de lo que eran capaces? Porque estos muchachos están ahora 103
criando malvas, ¿comprenden, señores? Pero si escuchan con atención podrán oír como les susurran su legado… Acérquense… Escuchen… ¿Lo oyen?... Carpe Diem… Aprovechad el momento, chicos, haced que vuestra vida sea extraordinaria… ¿Un final triste? ¿Quién sabe? ¿Necesario? Eso seguro. Para constatarlo, solo hay que recordar a Brad Renfro, joven protagonista de películas como El cliente, Sleepers o Ghost World, recientemente fallecido a los 26 años de edad por una sobredosis accidental de morfina y heroína, o a uno de los más deseados chicos-póster de los 90, Jonathan Brandis, que se suicidó ahorcándose en 2003, con 27 años, después de que sus escenas en la película La guerra de Hart fueran eliminadas del montaje final.
9.2-Gone too soon (Se fueron demasiado pronto)
No hay mejor creador de mitos y leyendas del celuloide que una muerte prematura. El dramatismo de las mismas eleva a la víctima al Olimpo cinematográfico (claro que, no siempre ocurre así, los casos de los anteriormente nombrados Brad Renfro y Jonathan Brandis fueron menos mediáticos, ya que se trataba de dos actores caídos en desgracia). Vamos a ver algunos ejemplos de actores que lograron su inmortalidad, qué ironía, mediante su temprana muerte: el mítico James Dean (el eternamente joven), muerto en accidente de tráfico con 24 años y solo tres películas a sus espaldas como protagonista (Al este del Eden, Rebelde sin causa y Gigante), ícono de la juventud eterna y rebelde, congelado para siempre en su burbuja de cristal. Su influencia en la actualidad no ha sufrido el paso del tiempo, y sigue siendo brutalmente poderosa y magnética, utilizada en numerosas campañas publicitarias y otras mercaderías; River Phoenix, la gran esperanza de Hollywood. River era todo lo que se podía desear, guapo, ídolo de las jovencitas, comprometido con las causas sociales y medioambientales, buen actor. Pero una fría noche de octubre, en la discoteca de su amigo Johnny Depp, 104
moriría víctima de una extraña sobredosis (y eso que era un defensor de la vida natural y contrario al uso de drogas) de marihuana, heroína, cocaína y valium. Tenía 23 años y dejaba a Hollywood tambaleándose de un golpe del que tardaría bastante tiempo en recuperarse; Brandon Lee, el hijo del mítico Bruce Lee, que murió a los 28 años, cuando su carrera comenzaba a levantar el vuelo, durante el rodaje de la gran película El Cuervo, por culpa de un accidente al estar un arma de fogueo cargada con una bala real. Nunca sabremos si su carrera hubiera alcanzado lo que apuntaba su última y póstuma película, pero lo que sí hizo, fue reavivar los rumores sobre la antigua maldición que había caído sobre la familia Lee, y que años antes se había llevado a su padre, también en extrañas circunstancias. El último ejemplo ha sido el del actor australiano Heath Ledger, la última gran promesa de Hollywood, trágicamente muerto cuando se había convertido en toda una realidad, con 28 años de edad y a causa de una sobredosis accidental de medicamentos prescritos. Con una carrera sólida a sus espaldas, la madurez empezaba a hacerse patente en su trabajo, siendo nominado al OSCAR por Brokeback Mountain. Lo tenía todo para convertirse en el dominador de Hollywood en el futuro, pero este se ha truncado de forma trágica, en el mejor momento de su carrera. Su trabajo en The Dark Knight le ha valido buenas críticas, y algunos incluso hablan de OSCAR póstumo. Ya veremos qué pasa. También dejó sin finalizar una pequeña parte del rodaje de la película de Terry Gilliam The Imaginarium of Doctor Parnassus, sin embargo ya está confirmado que la película se terminará, siendo reemplazado en las escenas restantes por los otros actores del reparto: Jude Law, Johnny Depp y Colin Farrell. Es evidente que el hecho de no haber visto envejecer a estos actores les ha dado un halo de mística divinidad. Se han convertido en íconos antropomórficos que beben de la fuente de la eterna juventud. Fotos para camisetas y para avatares del Messenger. Su influencia sobre nuestra cultura y nuestra sociedad está fuera de toda duda. Y así seguirán, congelados en un bloque de hielo 105
iluminado por un foco para toda la eternidad, como las estrellas del rock que sufrieron el mismo destino: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Sid Vicious, Jim Morrison… Por último, y dejando un aporte un tanto macabro, vamos a recordar a las dos jóvenes protagonistas de Poltergeist, de Tobe Hooper (y escrita por Steven Spielberg). La actriz que interpretaba a la hermana mayor, Dominique Dunne, vio truncada su prometedora carrera al ser asesinada por su novio (que solo cumplió dos años y medio de condena antes de salir en libertad por culpa de una polémica sentencia) cuando solo tenía 22 años de edad. Heather O’Rourke, que interpretaba a la pequeña Carol Anne, falleció poco después de filmar la tercera parte de la saga, con tan solo 12 años, por culpa de un shock séptico y una parada cardiaca provocados por una obstrucción intestinal. Si bien es cierto que no llegaron a provocar el fenómeno fan que sus predecesores en este apartado, no está de más recordarlas por lo que hubieran podido llegar a ser.
9.3-Supervivientes: vivitos y coleando
Hay un buen número de actores y actrices que empezaron sus carreras siendo carne de fenómeno fan (eso sí, resultando esa vocación más pronunciada en unos casos que en otros), para ir evolucionando progresivamente hasta convertirse en estrellas respetadas y con un talento contrastado. No es lo más habitual, y es muy probable que el gran público desconozca los comienzos de algunas de estas grandes personalidades de Hollywood. Vayamos directamente al grano, pues no sería bueno repetirse más de la cuenta. Prepárese para quedar sorprendido… Johnny Depp (1963). Depp se ha confirmado como uno de los actores más camaleónicos y talentosos de Hollywood. Comenzó su carrera cinematográfica con el film de terror adolescente Pesadilla en Elm Street, convirtiéndose inmediatamente en una 106
estrella de la cultura teen, y se consagró como rostro (y cuerpo) de póster con Platoon y Cry Baby. Pero Depp siempre se consideró mucho más que un chico guapo. Pronto empezó a realizar papeles en películas independientes, muy arriesgados para una estrella como él, como ¿A quién ama Gilbert Grape?, Ed Wood, Dead Man, y por supuesto, Eduardo Manostijeras. Tras eso, se convirtió en la respetadísima estrella (y magnífico actor) de Hollywood que es hoy. Leonardo DiCaprio (1974). Leonardo DiCaprio se convirtió al instante en ese chico rubio entrañable que queda bien en cualquier parte. Sus primeros trabajos en películas como Critters 3, o en series televisivas como Roseanne o Los problemas crecen, le catapultaron a la fama fácil y a ser un fenómeno teen. Pero al igual que a Johnny Depp, a DiCaprio no le gustaba que le definiesen como un simple guaperas, así que se puso serio en sus siguientes trabajos: Vida de este chico, ¿A quién ama Gilbert Grape? (por la que obtuvo una nominación de mejor actor de reparto en los OSCAR)… Tras esto, sufriría un salto al estrellato total con películas como Romeo y Julieta, Titanic y El hombre de la máscara de hierro, taquillazos absolutos que le pusieron en todo lo alto del Star System, pero que le restaron una credibilidad ante la crítica que no tardaría en volver a buscar con sus últimos trabajos. Toda una estrella, sin lugar a dudas, pero también un gran actor. Kurt Russell (1951). Aunque muchos no lo sepan (o no lo recuerden), el bueno de Russell, uno de los habituales duros de Hollywood, empezó su carrera artística en la Disney, siendo un niño, con un contrato de larga duración que le llevó a rodar diez películas que lo convirtieron en una estrella infantil. Algunos años después, tras unos trabajos más o menos intrascendentes, conoció a John Carpenter, director que lo convirtió en uno de sus actores fetiche y también en toda una estrella del Hollywood de los años 80. Jodie Foster (1962). Esta genial y respetada actriz, debutó con tan solo 2 años de edad en un anuncio de televisión. En los años 107
70 se convirtió en una habitual actriz infantil, hasta que en 1976, con tan solo 13 años, se convirtió en superestrella del celuloide (muy a su pesar por aquel entonces) en la gloriosa Taxi Driver, lo que hizo que llovieran críticas sobre todos los relacionados con la cinta, por permitir que la niña diera esa imagen sensual (y en aquel ambiente tan sórdido) a su corta edad. Jodie Foster hizo oídos sordos a todo aquello (como ha hecho siempre), guardó su vida privada bajo llave, y se convirtió en una de las actrices más importantes del cine americano. Mucha culpa de eso la tuvo El silencio de los corderos, cinta que la consagró como la actriz más importante de los últimos años. Will Smith (1968). La sonrisa más fresca de Hollywood empezó su carrera artística rapeando temas humorísticos con su amigo Jeff, teniendo tanto éxito que la cadena NBC los contrató para una sitcom hecha a su medida, El príncipe de Bel-Air, que lo definiría como el nuevo graciosillo juvenil oficial de la televisión. Pero el señor Will Smith tenía muchas más pretensiones, y entre ellas, la de convertirse en un actor serio. Y vaya si lo consiguió. Las buenas críticas empezaron a llover con Seis grados de separación. Parecía que había un actor detrás del ente mediático. Después, realizó numerosas cintas de acción frenética, hasta que cayó en sus manos el papel protagonista en la película Ali, biopic sobre la vida del famoso boxeador. El resultado fue claro: respeto absoluto de la crítica y de los colegas de profesión y nominación al OSCAR, que repetiría con En busca de la felicidad unos años después. Hay otros (Sean Penn, Sean Astin, Ethan Hawk, Natalie Portman…), pero estos ejemplos deberían bastar para coger la idea básica: se puede sobrevivir a una infancia decorando las carpetas de las colegialas y enseñando los abdominales en los pósters de sus revistas. Eso sí, mejor no tentar a la suerte, porque ya sabemos cómo se las gasta.
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10-El cine al otro lado de la serie B
El mundo del cine no sería lo mismo sin lo que llamamos cine de serie B. Este, existe desde los primeros tiempos de los grandes estudios, y ha acompañado a su hermano mayor de forma muy digna, llegando a ser algunas veces el tipo de cine favorito del público, algo cutre, pero siempre divertido y muy entretenido. Gusta de los mal llamados géneros menores (fantástico, terror, aventuras, cine negro…), es capaz de crear a sus propias superestrellas y de generar grandes clásicos inmortales, y aunque sus presupuestos sean bastante inferiores a los del cine de serie A, su romanticismo y aroma artesanal es capaz de ganarse nuestro cariño mucho mejor que este. Este tipo de cine apareció tras el crack del 29, cuando los estudios necesitaban producciones baratas (es importante que una idea quede clara: el cine de serie B, al menos en sus primeros años, poco o nada tenía que ver con el cine independiente, en gran medida porque los grandes estudios le vieron las orejas al lobo). En los días dorados de Hollywood, el cine de serie B sentó las bases de géneros que algunos años después le salvarían el cuello, cuando las superproducciones dejaron de ser rentables. Tras los años 60 (sobre todo en los 70 y 80), este cine mantuvo la capacidad comercial del mundo del cine en todo lo alto, influyendo en películas de cine convencional y haciendo surgir nuevos tipos de cine, como el Z (que sería algo así como el cine de serie B del cine de serie B del cine de serie B, y el desenladrillador que lo desenladrille, buen desenladrillador será). En definitiva, debemos darle al cine de serie B el lugar digno que se merece en la historia del séptimo arte. Para ello, este capítulo intentará poner en su sitio unas cuantas piezas, de forma muy poco ambiciosa pero totalmente entregada.
10.1-¿Creó la serie B el cine moderno? 109
Buena pregunta. Como de costumbre, la respuesta es sí y no. Ya hemos comentado en el apartado anterior que el primer cine de serie B llegó a cambiar la cara del mundo cinematográfico, pero afirmar que todo lo posterior vino de él, sería algo digno del tipo más intrépido. Lo que sí está claro, es que los seriales y filmes de serie B de los años 30, 40 y 50, que trataban géneros tan diversos como el cine de gángsteres, el western, el terror, el fantástico, y el de aventuras, influyeron en posteriores directores que querían recuperar la estética y el aroma de aquellos días de cine romántico. Ejemplos tan ilustres como la pareja formada por Spielberg y Lucas con su saga de Indiana Jones (o en el caso de Lucas, la mismísima Star Wars); John Carpenter, con títulos como su homenaje total a la serie B de acción, aventura y fantasía, Golpe en la Pequeña China; películas modernas que recuperaban el espíritu original de las producciones de aventuras de serie B (tal vez las más interesantes tras la desaparición de las swashbuckling clásicas), como Tras el corazón verde o la moderna versión de La Momia; obras de revisionistas de la serie B y serie Z, como Quentin Tarantino o nuestro compatriota Alex de la Iglesia; producciones de presupuesto 0 de cineastas amateur… Y todavía no hemos dicho nada de nuestro cineasta más internacional (y no hablo ni de Buñuel ni de Almodóvar), Jesús Franco, uno de los grandes directores de las series B, S, X y Z, a medio camino entre la violencia, la fantasía, el terror y el porno. Su cine de excesos sin vergüenza ni dogmas y su espíritu pionero y aventurero, le han convertido en uno de los directores más estudiados y respetados del mundo, aunque muchos críticos renieguen de su cine. Desde el blanco y negro a la mayor expresión del color, desde lo más tópico a lo surrealista, desde lo kitsch a lo increíblemente cutre, el cine de serie B lo ha tocado todo, unas veces bien… y otras no. Merece nuestro más absoluto respeto (sobre todo después de ver el resultado de algunas películas que supuestamente pertenecen al mundo de la serie A) y 110
agradecimiento, porque como ya he comentado antes, sin él, el mundo del cine no sería el mismo, y me atrevería a decir que sería peor.
10.2-Todos somos Bruce Campbell (Star System de serie B)
¿Creían que el cine de serie B no era capaz de generar su propio Star System? Pues estaban terriblemente equivocados. En los años 40, numerosos directores (inmediatamente después le tocó su turno a los actores) consiguieron un notable reconocimiento por sus películas de clase B, realizadas expresamente para los departamentos B de los grandes estudios, que eran algo así como una segunda división, en ocasiones muy rentable, que servía de paso previo para los realizadores. La serie B ha dado muchos nombres de cineastas relevantes para la historia del cine, como los de Anthony Mann (que posteriormente dirigiría el clásico western de James Stewart Winchester 73), Richard Fleischer, John Farrow, y por supuesto, Roger Corman, un auténtico hombre de cine. También muchos grandes actores comenzaron (o cayeron) en la serie B (es lo que tiene ser la segunda división), como Robert Mitchum, el postrero Bela Lugosi que nos enseñó Ed Wood (o más bien Tim Burton en su genial biopic), o uno de los reyes de la serie B de acción, Richard Harrison. Tampoco estaría de más nombrar al genio del cine trash camp, John Waters, que les guste o no a los más ortodoxos, cambió el cine (al menos una parte de él) para siempre. Un trasgresor que luce un finísimo bigote a ras de labio, ¿se puede pedir más? No lo creo… Después de la tormenta vino la calma. El cine de serie B de los grandes estudios sufrió una crisis, llegando a desaparecer en muchos casos. Entonces fue cuando llegó el oxígeno del cine independiente. Durante los años 60 y 70, se siguió realizando un 111
cine de serie B clásico, pero a finales de los 70 y a lo largo de los 80, llegó algo nuevo. Cineastas como George A. Romero o Darío Argento empezaron a popularizar el gore , el slasher y el terror zombi, produciendo una auténtica fiebre de “cinefagia” B. Poco después, apareció gente como el genio de los efectos especiales Tom Savini (responsable de los efectos y el maquillaje de Viernes 13, El amanecer de los muertos o las dos primeras entregas de la saga Creepshow) o el director Sam Raimi (mucho antes de dirigir Spiderman), y de su mano, nos trajo al nuevo actor-gurú de la serie B, su amigo y actor fetiche Bruce Campbell (al cual conoció en el instituto). Todo empezaría con la saga Evil Dead, tres películas (tituladas en España, prepárese para reír, Posesión Infernal, Terroríficamente muertos: Posesión infernal II y El ejército de las tinieblas), llenas de fantasía, terror, humor negro y bravuconadas de Campbell (que además era co-productor de las tres películas), que definen muy bien su peculiar estilo personal. Tanto el director como el actor (sobre todo este), pasaron a ser personajes de culto. No obstante, los siguientes años serían duros para Campbell, y es que todavía no lo tomaban en serio. Los papeles protagonistas de Darkman o The Phantom, estaban pensados originariamente para él, pero los productores no confiaban en sus capacidades como actor principal. Eso sí, se convirtió en el rey del Cameo, ganándose el corazón del público y convirtiéndose en uno de los rostros más reconocidos entre los actores secundarios (o de reparto) de las gran pantalla. Aunque fue requerido para sazonar debidamente producciones de primera línea (ha aparecido en las tres entregas de Spiderman) y series de éxito, siempre lo hizo con su estilo personal y su aroma a serie B. A día de hoy, es reconocido como el rey de la serie B moderna, llegando a ser un ícono viviente del género fantástico y del humor negro. Es, en definitiva, toda una estrella que brilla con luz propia. Antes de dejar este apartado atrás, daremos un par de nombres de grandes estrellas internacionales del cine de serie B nacidas en nuestro país. El primer nombre, es el del ya mencionado Jesús Franco, toda una personalidad del cine. El segundo, es el de 112
nuestro Lon Chaney particular, Paul Naschy (cuyo nombre real es Jacinto Molina), uno de los grandes nombres del cine de terror. Sin duda alguna, estamos ante dos de los nombres españoles más reconocidos en el mundo del cine, y desde hace ya bastantes décadas.
10.3-La delgada línea roja… entre la serie B y lo ridículo
Debo hilar muy fino en este apartado, pues podría herir muchas sensibilidades, y además, la mía no deja de ser otra opinión tan válida (o invalida) como cualquiera. Y es que en la subjetividad del gusto, se esconde la duda entre lo que es bueno o malo, sobre todo tratándose de serie B y similares. Para empezar, alguno se habrá llevado un buen cabreo al verme utilizar el título de la sesuda película del gran director Terrence Malick (que poco o nada tiene que ver con el cine de serie B), así que me disculpo, por eso, y por todos los demás mosqueos que pueda generar. Lo que es innegable, es que existe una buena colección de títulos mediocres, cutres e infames, que no merecen demasiada atención del público. Si eso hubiera sido algo buscado, podría haber tenido un poco de gracia (como ocurre con el filme de culto de infinita cutrez Kárate a muerte en Torremolinos, de Pedro Tonbury), pero cuando se intenta hacer una película medianamente seria y el resultado no es otro que un engendro como los que generaba Ed Wood (por nombrar al más famoso, pero ni mucho menos el más cutre o falto de talento, así que pueden hacerse una idea de lo que hay por ahí), es el momento de decir algo. Mi intención tampoco es, ni mucho menos, denunciar este cine ni pedir de forma inquisitoria de desaparición o persecución, sino advertir sobre lo que uno se puede encontrar. Porque sí, son películas divertidas (no todas, claro, pero sí algunas), y pueden cumplir perfectamente la función de entretener. De hecho, auténticas superproducciones de relumbrón, resultan obras 113
sustancialmente peores, mucho más aburridas, e incluso a veces, igual o más cutres. Por haber hay hasta un circuito de amantes del bodrio que goza de muy buena salud. El cine del ridículo se colecciona, se busca, se intercambia. Hay una auténtica fiebre por encontrar la película más vergonzosa y colgar su sinopsis en foros de Internet y páginas especializadas. La moda manda, y lo raro gusta, así que habrá que hacerse a la idea. Entonces, ¿por qué este apartado? Bien, creo que responderé a eso con una frase sencilla: no lo llame serie B, llámelo serie Z (o alguno de sus derivados). Esto tampoco es un menosprecio para la última letra del abecedario, sino una clasificación más justa. ¡Cómo nos gustan los excesos! Y en esto del cine alternativo, parece que la gente prefiere pasarse a no llegar. Por cierto, hasta en la serie Z hay clases y niveles. Esto parece el resultado de la fusión entre la caja de Pandora y una muñeca rusa. Lo que no se puede negar es que la artesanía sigue viva por esos paisajes. Del artesano, mejor no hablar…
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11-Spain is different
¡Pedazo de tópico típico para empezar! En un libro que habla del cine y la cultura popular, no podía faltar un capítulo sobre la filmografía patria y su influencia, ciertamente no mundial, pero sí local, y para bien o para mal vivimos aquí, así que eso debería bastarnos. Primero deberíamos situar un mínimo contexto histórico. España casi siempre fue un paso por detrás de las demás potencias europeas (y por supuesto de Hollywood) en esto del cine, así que solía beber de sus encantos a toro pasado (aunque también hay que reconocer que en nuestro país también hubo cineastas pioneros). Así que según iban apareciendo tendencias como el neorrealismo italiano, el nuevo cine inglés o francés, o las vanguardias alemanas, en España se iba recogiendo lo necesario de cada una de ellas, sazonándolo con grandes dosis de costumbrismo y una cucharada sopera de censura franquista. Esto último, obviamente marcó el cine, la cultura popular, y cualquier otra cosa que se pueda imaginar durante aquellos aciagos años, aun así no exentos de talento. Vamos allá con el recorrido por el jardín de nuestra casa (pero no nos pongamos sentimentales). Seguro que algunos de los datos siguientes conseguirán sorprendernos, por lo menos lo voy a intentar.
11.1-Hollywood y la versión latina
Empezamos con una curiosidad bastante divertida (al menos a mí me lo parece), que seguramente desconozca. En los primeros años del sonoro, cuando las técnicas de doblaje todavía no habías sido implantadas, los grandes estudios se dieron de bruces contra un gran problema: el público extranjero que hablaba castellano (o español). Se trataba de un mercado a tener en cuenta, así que se pusieron a 115
buscar una solución que no tardó en llegar. Los estudios (como la Universal, que fue una de las compañías precursoras), decidieron filmar dos películas de forma simultánea, utilizando los mismos equipos técnicos y decorados, cambiando únicamente los equipos artísticos. Cuando los actores norteamericanos dejaban el plató, los actores latinos lo tomaban y se ponían a repetir las tomas realizadas, esta vez para el público hispano. Estas versiones necesitaban sus propios textos y realizadores, así que un buen puñado de escritores como Jardiel Poncela o Blasco Ibáñez, cineastas como Luis Buñuel o Edgar Neville, e incluso actores, cruzó el charco desde España hasta la meca del cine. Hoy podría parecer una excentricidad de tiempos pretéritos, pero así sucedía. De todas formas, el doblaje no tardó en llegar (para escarnio de algún que otro purista), convirtiendo estas dobles versiones en curiosidades innecesarias. Además, en España presumimos de tener una de las mejores tradiciones de doblaje del mundo, y puede que sea porque el cine que realizábamos no era nada del otro mundo. No hay mal que por bien no venga.
11.2-Los primeros años
Ya hemos dicho que en España hemos ido siempre un poco retrasados. Los primeros años del cine español estuvieron marcados por el folclore (y cuando hablamos de folclore, nos referimos a cine de folclóricas) y el regionalismo. El título más importante del cine de la República fue 7obleza Baturra, de Florián Rey. Junto al nombre de Florián Rey, el otro cineasta de primera línea de la época fue Edgar Neville. Aquel era un cine sencillo, costumbrista y pueril, pero con un encanto que pronto se iba a perder por el estallido de la guerra. Vemos que no había mucho donde rascar, pero algunos pioneros, no obstante, se hicieron un nombre internacional, como Segundo de Chomón (1871-1929), en los primeros años del cine mudo y en pleno Hollywood, y posteriormente, Eduardo García 116
Maroto (1903-1989) o el genio mundial de los efectos especiales Emilio Ruiz del Río (1923-2007), que siguió trabajando hasta su muerte, haciendo de los efectos clásicos un arte. Nadie como él pintó decorados sobre cristal, una de las técnicas más interesantes de la historia del cine, actualmente en retirada, lamentablemente, por culpa del CGI y los efectos digitales. La Guerra Civil destrozó España, y eso se dejó ver en las pantallas. El franquismo llegó con un cine diseñado para la propaganda, militarista y conservador. Títulos como Sin novedad en el Alcázar, Agustina de Aragón o Los últimos de Filipinas, así lo atestiguan. Este clima no apto para la expresión artística, provocó el exilio de nuestro cineasta más laureado por aquel momento, Luis Buñuel, que empezó a ganar premios (entre ellos el OSCAR a la mejor película de habla no inglesa) para otros países. Nuestro país no daba mucha guerra en el mundo del cine, pero se convirtió en destino para las grandes superproducciones de Hollywood (junto con Italia y sus míticos estudios Cinecitta), que encontraron mano de obra barata, buenos paisajes, y con el tiempo, grandes técnicos que demostraron su valía. Títulos como Doctor Zhivago, 55 días en Pekín, El Cid, en España, o como Ben-Hur en Italia, dan buena cuenta de ello. Unos años después, el spaghetti western nacería en el desierto de Almería (con la constante complicidad del cine italiano) de la mano de Sergio Leone y su trilogía eterna, protagonizada por Clint Eastwood. A pesar de la férrea censura, era inevitable que los movimientos cinematográficos europeos calaran en los cineastas españoles, obligándoles a sacudirse el aburrido costumbrismo. El neorrealismo italiano fue el primero en golpear en España. Cineastas como Luis García Berlanga (Plácido, El verdugo, Bienvenido, Mister Marshall) o Juan Antonio Bardem (Calle Mayor, Muerte de un ciclista) y guionistas como el titánico Rafael Azcona (habitual colaborador de Berlanga), empezaron a dar cine de calidad, burlando la censura gracias al talento, y siendo aireados por el propio régimen gracias al prestigio que generaban fuera de
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España. También el italiano Marco Ferreri puso su granito de arena rodando en España El cochecito y El pisito. Unos años después, ya en los 60, la censura se relajó un poco, y las nuevas tendencias del cine de autor entraron en España como el aire fresco. Directores como Carlos Saura (que en aquella época dio lo mejor de sí) o Mario Camus, dieron un paso más por la libertad artística del cine español. Al principio, el público abrió las brazos a este nuevo cine, pero a la larga terminó por cansarse y exigir algo más fácil y entretenido. La gente quería nuestro propio cine comercial de consumo rápido y sencillo, tras unos años muy difíciles y dignos de olvidar.
11.3-El destape
Y ese cine comercial llegó en los 70 con lo que llamamos el destape, que no es otra cosa que desnudos (femeninos) a tutiplén. ¿Por qué esa fiebre por la anatomía femenina? Pues por la represión franquista sobre todo lo relacionado con el sexo. Los españoles, que llevaban algunos años acudiendo a Francia para ver cine erótico, tenían la necesidad imperiosa de quitarse las ataduras morales, al menos a la hora de ver esas películas. Llegaron sin mucho contenido, pero aun así, no exentas de cierta crítica social (que se fue ganando con el tiempo, hasta su desaparición a principios de los años 80, cuando la política parecía un tema más interesante). El destape, además, tenía una capacidad innata para la parodia, siendo una de sus marcas de clase, la de mostrar machos ibéricos (poco o nada atractivos, realmente) siendo deseados por mujeres de importante belleza, así que, ¿quién dijo que el destape solo tenía desnudos? Hay nombres muy importantes que incluso escapan del destape, aunque bebieron de él, como el del actor Alfredo Landa, inspirador del landismo, su propia corriente cinematográfica (más
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allá del destape, por supuesto), habitualmente acompañado por otros grandes actores como José Sacristán o José Luis López Vázquez. Ya durante los últimos coletazos reales del destape, en plenos años 80, al director Mariano Ozores se le unió la pareja más recordada de este subgénero tan particular de nuestro país, la formada por Andrés Pajares y Fernando Esteso. Junto con el landismo, el fenómeno más importante de la época, al menos en lo que al cine respecta. Una vez más, dos tipos bastante normalitos ejerciendo de amantes insaciables e irresistibles para las bellas féminas que los acompañaban. La crítica social y política era más evidente en estas cintas, y el destape no era otra cosa que una mera formalidad de la época. Aunque los desnudos y el sexo no han desaparecido del cine español (ni de ningún otro, más bien al contrario), los años delCin destape quedaron atrás. Aquel cine se basaba en una visión casi infantil (sí, infantil, ha leído bien) y muy ingenua del sexo y los desnudos, que son hoy mucho más explícitos y crudos. El destape primigenio ya no tenía sentido, la gente no tenía muchas ganas de repetirse, los cineastas y actores necesitaban otros retos más artísticos, España ya se había quitado las telarañas de los años grises, y aquel cine simplemente desapareció o fue engullido por algún otro tipo de cine emergente.
11.4-La (pseudo)muerte comercial
El cine del destape sería mejor o peor, pero lo cierto es que generó una mínima industria. Era comercial (tanto en el buen sentido de la palabra, como en el malo) y gustaba al público popular, que no es poco, además de ser un cine muy barato de producir. Pero la eterna crisis del sector (no, no es algo nuevo), se vio agravada con la llegada de la democracia, en parte por el cansancio del público, en parte por la evasión del capital extranjero (ya no era tan barato rodar en España). Además, el cine español de los 70 y 80 estaba hecho 119
para no durar, eso era evidente. Y entonces llegó la ley Miró (llamada así por Pilar Miró), diseñada para revitalizar al cine español y dotarlo de calidad artística, una ley bienintencionada que por supuesto no funcionó. Aquella ley, que otorgaba subvenciones anticipadas (ojo, que esto es importante), solo podría funcionar si todos los que se beneficiaran de ella eran gente honesta. Pero los nuevos cineastas (no todos) solo pensaban en hacer “su película”, sin preocuparse de los gustos o inquietudes de nadie más, cosa que hubiera estado bien para el auténtico cine de autor, pero no para personajillos pretenciosos que no apartaban la vista de sus propios ombligos. Entonces el cine español se convirtió en un sector mediatizado, disfrazado de intelectualidad y compromiso (más falso que un duro de madera), y con poca o nula vocación comercial. Es cierto que a grandes rasgos el cine mejoró, si hablamos de calidad artística, pero al público no le pareció nada bien este cambio de rumbo, y se lanzó a los brazos del cine comercial americano. La intención de Pilar Miró fue buena y en parte admirable, pero obviamente no dio sus frutos (lo que le costó la dimisión, además de tener que cargar con todas las culpas de una forma totalmente injusta), generando un cine excesivamente politizado y pretencioso, falto de gancho, y a pesar de ser notablemente mejor en cuanto a medios y técnica que su predecesor, alejó al público de las proyecciones patrias. Pero la sangre no llegó al río. A pesar de que el cine subvencionado es una lacra cuando se pretende generar una industria autogestionada de cine, lo cierto es que en España sería imposible realizar cine con un mínimo de calidad sin subvenciones (nunca ha existido, y me atrevería a vaticinar que nunca existirá, una industria cinematográfica real en nuestro país). Con el tiempo, buenas producciones consiguieron convertirse en éxitos de taquilla, como los trabajos de José Luis Garci (que ya gozaba de un gran éxito antes del decreto Miró) o del incipiente Pedro Almodóvar, hasta llegar a los taquillazos de finales de los 90 y principios del nuevo siglo, como Airbag (Juanma Bajo Ulloa), Torrente (Santiago Segura), Tesis, Abre los ojos, Los otros (Alejandro Amenábar)… 120
Afortunadamente, la historia del cine español tuvo a una inmensa figura que desde los años 40 lo fue manteniendo, lustrando, y llenándolo de calidad, arte y genialidad, el inmensamente grande Fernando Fernán Gómez, que ya sabrán los que han visto la película de Cuerda Así en el Cielo como en la Tierra (1995), es el mismísimo Dios padre. Hablando de José Luis Cuerda, otra película que esquivó la crisis, fue la joya del humor surrealista Amanece, que no es poco (1988). En los 90, el cine español se revitalizaría ostensiblemente, aunque de crisis siempre se hablará…
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12-Breve diccionario de cinefilia (y de términos usados en este libro)
Para terminar, en este último capítulo voy a presentar un brevísimo diccionario de términos que todo cinéfilo (siempre en defensa propia, que los talibanes no gustan a nadie) debería conocer, además de algunas explicaciones sobre conceptos utilizados a lo largo de la obra. Creo que puede resultar muy interesante para todos aquellos que se sienten un tanto ajenos al vocabulario cinematográfico. Después de leer esto, ya no tendrá que limitarse asentir con una estúpida sonrisa dibujada en los labios cuando sus amigos, en un arrebato de pedantería, se pongan a lanzar esos conceptos barrocos que circundan el séptimo arte. He llegado para salvarle (no me alabe, no soy ningún héroe), y esta pequeña selección de palabros extraños y complejos, le salvará también. Ya lo dije antes, el cine lo es todo, y sabiendo un poco de cine, pues eso, se sabe un poco de todo… 35mm: Ancho tradicional de las películas utilizadas en cine. Actor’s Studio: Asociación de actores de Nueva York, fundada por Elia Kazan, Cheryl Crawford y Robert Lewis, para la enseñanza del método Stanislavski. Alcanzó un gran reconocimiento bajo la dirección de Lee Strasberg, y formó a grandes estrellas de la interpretación, entre las que se encuentran nombres como los de Al Pacino, Robert De Niro, Jack Nicholson, Steve McQueen, Marilyn Monroe o Paul Newman. ángel azul, El: Marlene Dietrich (1901-1992), llamada así por la película del mismo nombre dirigida por Sternberg en 1930, que catapultó a Dietrich a la fama internacional y como un ícono anti-nazi.
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Animatronics: (O animatrónica) Objetos robóticos o mecánicos utilizados en los rodajes, que sustituyen a personas, animales o cosas. Pertenecen al sector de trabajo de los efectos especiales. Anime: Cine de animación japonés basado en los dibujos manga. Are you talking to me?: (También You talkin’ to me?) Frase de la escena de culto de la película Taxi Driver, que el personaje interpretado por Robert De Niro repite ante un espejo mientras empuña un arma de fuego. Habitualmente referenciada en películas y series de televisión. Biopic: Género cinematográfico que expone las biografías de personajes importantes de la historia. Proviene del término inglés biographic picture. Blockbuster: Película o superproducción de gran presupuesto diseñada únicamente para convertirse en un éxito de taquilla. También se utiliza el término para referirse a cualquier producción que monopolice el interés del público. BSO: Banda sonora original. Puede tratarse de un CD con las pistas musicales y canciones de la película, o de toda la banda sonora de la película, incluyendo efectos sonoros y diálogos. B/W: Término usado para referirse a una obra rodada en blanco y negro. Cameo: Breve aparición de una personalidad famosa en una película, sin que esta reciba ninguna remuneración. Estrictamente hablando, la persona que realiza un Cameo no aparece en los créditos de la película en cuestión.
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Camp: El cine camp, es todo cine basado en la provocación, los excesos y las estéticas cutres. Cast: Término anglosajón para referirse al reparto de una obra. CGI: Efectos generados por ordenador y añadidos en postproducción. Cineclub: Movimiento cultural que pretende fomentar la proyección de cine ajeno a los circuitos comerciales entre pequeños grupos de personas con gustos e inquietudes más amplias que las del público habitual. Incluye debates y críticas, además de un sistema democrático para elegir qué debe ser proyectado. Cine de autor: Cine en el cual el director controla el proceso desde el guión hasta la postproducción, plasmando en la película algún rasgo característico de él. Ciudadano Kane: El gran clásico que reinventó el cine en 1941. La culpa de todo la tuvo Orson Wells, y narra la vida del magnate de la comunicación Randolph Hearst (aunque bajo el nombre de Charles Foster Kane), quien puso todo su esfuerzo en poner trabas a la película y que esta no fuera estrenada. Clímax: Punto álgido de una narración. eternamente joven, El: James Dean (1931-1955), denominado así al causar su prematura muerte, su conversión en un ícono de eterna juventud. Exploitation: Una película exploitation, es aquella que se basa casi únicamente en el tema que trata, y no en su calidad artística o trama argumental. Explota (de ahí el término) algún elemento claramente definido para captar la atención del público. 125
Film noir: Término afrancesado que se usa para denominar al cine negro (que sería su traducción literal al castellano) que se desarrolló en los años 40 en los EEUU, procedente de Europa. El cine negro se apoya en el uso de antihéroes, mujeres fatales, ambigüedad moral y corrupción. Flashback: Escena retrospectiva o evocadora, mediante la cual se nos muestra un suceso pasado a través de los recuerdos de un personaje. Flashforward: Al igual que el flashback, altera la secuencia cronológica lógica de una película, esta vez mostrando un suceso futuro en lugar de pasado a través de un personaje. FX: Efectos especiales. Happy ending: Final feliz. En ocasiones es un término usado despectivamente para referirse a los finales comerciales y edulcorados de algunas producciones de Hollywood. Hollywood: La meca del cine. Una especie de pequeña ciudad (un distrito) dentro de Los Ángeles, revitalizada por cineastas que huían de Nueva York a principios del siglo XX, por culpa de las abusivas tasas que Edison ejercía sobre los estudios de cine, al tener este todas las patentes relacionadas con el medio (de una forma totalmente injusta, oportunista y casi mafiosa). Por cierto, Hollywood es cada vez menos Hollywood. Kitsch: Término alemán, que en el cine, define a las películas con una estética pasada de moda y sin gusto, con una calidad inferior a la que sería habitual encontrar en películas de temáticas o géneros similares.
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Macartismo: Situación en la que un gobierno o estamento con poder, persigue a sus oponentes o detractores y vulnera los derechos civiles de los ciudadanos en nombre de la seguridad nacional. Su nombre se debe al infame senador Joseph McCarthy, y a su paranoica y enferma persecución en el Hollywood de los años 50, que se denominó caza de brujas y que terminó con las carreras (y en ocasiones las vidas) de muchas estrellas de la época. El macartismo se ha convertido en una práctica política habitual. MacGuffin: Término acuñado por Alfred Hitchcock para referirse a la excusa argumental necesaria para que una trama avance. Esta, no tiene importancia por sí sola, pero la historia no podría construirse sin ella. Ejemplos de MacGuffin: la estatuilla de El halcón Maltes; el Arca de la Alianza de En busca del arca perdida; la piedra preciosa de Tras el corazón verde… Méliès, George: El auténtico padre del cine. George Méliès (1861-1938) fue, junto con los hermanos Lumière, uno de los pioneros de la cinematografía. Procedía del campo del ilusionismo, y fue el primero (que se sepa) en introducir argumento en las películas. mirada de diamante, La: El gran Paul Newman (19252008). Este nombre se debe a sus poderosos ojos azules. Mocumental: Falso documental. En la gran mayoría de las ocasiones, su finalidad es netamente humorística. Muscle opera: Término anglosajón que reciben las películas de serie B (y algunas de primera línea) de acción, que se basan en protagonistas musculados y las artes marciales o las armas. aif: En cine, se aplica a las películas consideradas ingenuas y coloristas. Es un cine pueril y poco naturalista, con realizadores que se basan es su intuición, huyendo de técnicas y 127
movimientos académicos, centrándose en su propia experiencia autodidáctica. eorrealismo italiano: Movimiento cinematográfico surgido tras la Segunda Guerra Mundial en Italia (y exportado al resto de Europa), caracterizado por huir de la política y los personajes poderosos, acercándose a los más desfavorecidos, rodando sobre todo en exteriores y con actores no profesionales. Un cine eminentemente social y realista, representado por Vittorio de Sica, Luchino Visconti y Roberto Rossellini ouvelle Vague: La nueva ola del cine francés surgida en los años 50 alrededor de la revista Cahiers du Cinéma, basada en la libertad total de acción de los cineastas, pero exigiendo una buena formación teórica para los mismos. Sus más famosos defensores fueron François Truffaut, Jean-Luc Godard y Claude Chabrol. uevo cine americano: Cine surgido en los años 70 tras la crisis de Hollywood contemporánea a la guerra de Vietnam, que rompió drásticamente con las prácticas de la época en la meca del cine, gracias a cineastas como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Michael Cimino o George Lucas. Gracias a él, el cine americano volvió a interesar al público, generando un buen arte comercial. En los últimos años, la de “nuevo cine americano” ha sido una etiqueta que también se ha utilizado para denominar a las series de gran presupuesto realizadas para los canales de pago de la televisión, como Los Soprano, House, Lost, Roma, Deadwood, y tantas otras, que se han convertido en el mejor cine comercial que se puede ver en la actualidad. Ópera prima: Se llama así a la primera película de un director. Outsider: Aquello que no se identifica con las normas sociales o morales de la sociedad, viviendo al margen del sistema 128
(desde fuera). El outsider por antonomasia de la historia del cine es el norteamericano Dennis Hooper. Peplum: Género de aventuras (y vagamente histórico) centrado en el llamado cine de romanos y demás civilizaciones antiguas, como la griega. Es un género eminentemente italiano, y fuertemente relacionado con los años dorados de los estudios Cinecittà. Ejemplos: Ben-Hur, Quo Vadis?, Espartaco… Pintura sobre cristal: Técnica visual de los efectos especiales clásicos que explotaba los efectos visuales y las perspectivas para añadir fondos dibujados a paisajes reales. Fue utilizada sobre todo antes de la aparición de los efectos digitales, y eminentemente en las grandes superproducciones épicas y en el cine de aventuras de serie B. El gran maestro de esta técnica a reivindicar, fue sin duda el español Emilio Ruiz del Río, artista de reconocida fama mundial. Raccord: Término que alude a la continuidad argumental y visual en el cine. Un fallo de raccord en una película, podría causar que la película dejara de ser coherente, como por ejemplo, cuando la ropa de un actor cambia de una escena a otra sin que esto debiera ocurrir. Para controlar la continuidad de un rodaje, históricamente existía la figura de la chica del raccord, llamada así porque tradicionalmente era un trabajo otorgado a una mujer. Rat-Pack: Se traduce como panda de ratas. Se denominó así al grupo de artistas que rodeaban a Frank Sinatra en los años 50, y estaba formado por Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop. Toda la pandilla se unió para la película La cuadrilla de los once (Ocean’s Eleven) en 1960, que posteriormente tendría una nueva versión, esta vez protagonizada por George Clooney y Brad Pitt.
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Remake: Refrito o re-realización de una obra previamente ya existente. Contrariamente a lo que se cree, los remakes son tan antiguos como el propio cine, siendo una práctica muy utilizada por los primeros directores, que llegaron a repetir los rodajes de varias de sus obras. Road movie: Película de viajes o “en carretera”. Suele tratar el viaje iniciático de sus protagonistas, mediante a un viaje real por carretera. rostro impenetrable, El: No es otro que Marlon Brando, y recibió este apodo en España por culpa de la traducción de la película One Eyed Jacks. Sci-Fi: Término anglosajón para referirse al género de la Ciencia Ficción. Screwball: Subgénero de la comedia romántica basado en la rapidez y frescura de sus diálogos. Generalmente enfrenta a un hombre y una mujer de personalidades contrarias, pero condenados a entenderse. Las comedias románticas de Cary Grant, Katherine Hepburn, o de la pareja formada por Rock Hudson y Doris Day, son buenos ejemplos. Serie B: Habitualmente, se dice de películas de bajo presupuesto y de escasa calidad artística en comparación con el cine convencional. Los actores de capa caída o en decadencia suelen acabar en este tipo de cine. SFX: Efectos sonoros. Sitcom: Comedia de situación.
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Slapstick: Comedia eminentemente visual, exagerando una violencia pueril para generar la risa, y abusando de las acrobacias espectaculares. Slasher: Subgénero del cine de terror eminentemente adolescente, en el cual un asesino (habitualmente enmascarado o con capacidades sobrehumanas) acomete sus crímenes en serie mediante grandes cuchillos y otros tipos de armas truculentas. Ejemplos: Scream, Viernes 13, Halloween… Sleeper: Película que consigue convertirse en un Blockbuster de forma totalmente inesperada. Tal vez, el último gran sleeper del cine mundial haya sido la británica Full Monty (1997). Otros sleepers europeos de los últimos años fueron películas como, la también británica Billy Elliot (2000), y la francesa Amélie (2001). Algunos de los más grandes sleepers de la historia fueron películas como Rocky (1976), Viernes 13 (1980), El Bueno, el Feo y el Malo (1966) o Garganta profunda (1972). Spaghetti western: Western rodado en Italia y sobre todo en España, habitualmente en los estudios del desierto de Almería, de bajo presupuesto y nuevas temáticas y técnicas dentro del género. Apareció gracias a la famosa trilogía de Sergio Leone iniciada en los 60 con Por un puñado de dólares. Splatter: Subgénero del cine de terror que añade al slasher grandes dosis de gore (sangre y violencia) excesivas. Speech: Discurso realizado por un personaje de la película. Suele coincidir con algún clímax de la cinta. Speedball: Traducido literalmente como bola rápida. Se trata de una combinación de heroína y cocaína que ha causado la muerte a muchas personalidades, entre ellas algunas estrellas de Hollywood como John Belushi, Chris Farley y River Phoenix. 131
Spoiler: Información sobre partes de una película que puede arruinar el visionado de la misma a aquel que no la haya visto previamente. También se denomina spoiler al desenlace o final de una película. Spoof movie: Subgénero de la comedia que se basa en el gag visual y la parodia no disimulada. Ejemplos: Aterriza como puedas, Agárralo como puedas, Scary Movie… Surrealismo: En cine, es el movimiento artístico basado en las tendencias dadaístas de André Breton. Su principar característica es la de expresar las emociones huyendo de la racionalidad y la lógica. Uno de los cineastas surrealistas más influyentes fue Luis Buñuel, gracias a la colaboración que mantuvo con el genial artista Salvador Dalí. Otros de los grandes del surrealismo, fuero el italiano Federico Fellini, o el francés Jean Cocteau. Swashbuckling: Cine de aventuras de capa y espada, centrado en las exhibiciones acrobáticas de los actores y con un ligero toque de humor. Los más importantes swashbucklers fueron Douglas Fairbanks, Errol Flynn, y el primer Burt Lancaster. Teaser: Es una especie de tráiler (que no utiliza escenas reales de la película, sino unas grabadas para la ocasión) o póster promocional que empezó a ser usado para convencer a los posibles inversores, y que ahora se utiliza también para generar expectación en el público antes de estrenar una película. También se llama teaser a las secuencias bonus incrustadas en las películas (habitualmente al comienzo) que aumentan la atención del espectador, pero que poco o nada tienen que ver con el argumento de la historia, como las escenas introductorias de las películas de la saga Indiana Jones.
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tentación rubia, La: No es otra que Marilyn Monroe (19261962), el mito sexual más importante de la historia del cine, cuyo trágico y misterioso final la convirtió en leyenda. Thriller: Película de suspense, habitualmente con ciertos toques de acción. En caso de no poseer acción, o siendo esta demasiado sutil, suele llevar un a coletilla informativa, como por ejemplo, thriller político, thriller sexual, etc. Underground: Movimiento cultural que siguen aquellos cineastas (y artistas en general) que por decisión propia se automarginan y escapan del mundo de la mayoría. Son la voz de la contracultura, y se consideran a sí mismos como una especie de resistencia cultural, con cierto toque clandestino, romántico y utópico. VO: Versión original. En caso de estar acompañada de subtítulos, se denomina VOS (Versión Original Subtitulada). War movie: Película bélica o de guerra. Western crepuscular: Es el western que trata de desmitificar al género. Sus películas narran historias de los últimos años del salvaje oeste, ajenas a la épica y el espíritu pionero de los años dorados de Hollywood, haciendo énfasis en la violencia salvaje, la poética belleza de los paisajes, la pérdida de la inocencia y la culpabilidad. Dos de los últimos grandes westerns crepusculares has sido Sin perdón y Bailando con lobos. Whodunit: (¿Quién lo hizo?) Género detectivesco caracterizado por seguir el clásico argumento Cluedo. Alguien es asesinado, todos los demás personajes son sospechosos excepto el detective, que tiene que ir recogiendo pistas para desenmascarar al asesino.
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Wuxia: Género asiático que se aleja un poco de las artes marciales clásicas, basando su argumento en escenarios históricos y batallas con espadas. Ejemplos: Hero, Tigre y Dragón, La casa de las dagas voladoras…
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Autor:
AngelCodon-Ramos
Pรกgina personal: http://AngelCodonRamos.bubok.com Pรกgina del libro:
http://www.bubok.com/libros/9212/CINEMAPOP-El-cine-y-la-cultura-popula