De cantinas y billares...

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Secretaría de Difusión Cultural Dirección de Museos Universitarios

De cantinas y billares… Problemática institucional sobre

la asistencia de algunos alumnos del Instituto Literario a las cantinas y billares de la ciudad de Toluca.

Erika Leticia Bobadilla Quiroz


La palabra cantina proviene etimológicamente del italiano que significa “cava de vino”, bodega, taberna o bóveda y ésta a su vez proviene del latín canto. El concepto de cantina se empezó a escuchar en México a raíz de la guerra que el país enfrentó contra Estados Unidos de América por el territorio de Texas. Eran establecimientos dedicados a albergar soldados de guerra, donde se vendían bebidas alcohólicas por copa, sin consumo obligatorio de alimentos. El escritor Salvador Novo mencionó que el término como tal apareció en 1847, durante la invasión de los estadounidenses. Es así como a mediados del siglo XIX ya existían 11 cantinas oficiales en México. Posteriormente, Porfirio Díaz y Sebastián Lerdo de Tejada autorizaron y dieron licencias a estos negocios que se convertirían en iconos de la vida cotidiana en México.

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Con el establecimiento de las cantinas en México nació uno de los deportes con mayor tradición: el billar. En la mayoría de las cantinas se podía encontrar una mesa de pool en donde se jugaban unas excelentes partidas a la sombra de un buen trago; es así como surgió una relación estrecha entre las cantinas y los billares, persistente en la actualidad. Las cantinas y los billares, en sus inicios, eran espacios exclusivos para la sociedad masculina , dado el contexto sociocultural de la época decimonónica que excluía a las mujeres de dicho tipo de sociabilización. De cantinas y billares…


La reputación de las cantinas y los billares pronto se vio afectada por la ideología de la época y la repercusión social se asentó en el calificativo de lugares riesgosos en donde prevalecía el ocio y el vicio. Y es que ahí concurría clientela que quería “socializar sanamente”, tomar un “trago” para festejar algún acontecimiento cotidiano o para “desahogar” sus penas. También aquellos llamados “malvivientes”, personas sin “oficio ni beneficio” o improductivos, como fueron constantemente conocidos, se decía estaban dedicados a lo “inmoral”, ya que se la pasaban apostando o defraudando, ganaban dinero para seguir viviendo en la holgazanería y los “malos hábitos”, actitudes tan castigadas y criticadas por el resto de la sociedad.

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Razón por la cual las cantinas y los billares fueron calificados como lugares de “peligro”, en donde la inducción al vicio, ociosidad y a la vagancia estaban latentes en cualquier momento. ¿Pero quiénes eran los más vulnerables a contraer este “mal social”? Desde luego no eran aquellos hombres mayores de edad que poseían propiedades, ni aquellos que cansados de sus labores cotidianas llegaban a dichos espacios para tomar alcohol o jugar un rato. Lo que realmente preocupaba a las autoridades gubernamentales, educativas y religiosas, y a la sociedad en general, eran los jóvenes que, carentes de madurez intelectual e inexperiencia, eran presa fácil de las

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Y aunque fueron dictadas leyes que regulaban el funcionamiento de cantinas y billares , entre ellas la prohibición del acceso a jóvenes, mujeres, policías y militares uniformados; no siempre fueron puestas en práctica por los dueños de dichos establecimientos. Existieron diversos tipos de cantinas, desde las más elegantes hasta las llamadas “rompe y rasga”, que eran establecimientos pequeños en donde se servían bebidas con precios accesibles para cualquier persona. La ciudad de Toluca no fue ajena al surgimiento de las cantinas, algunas de ellas fueron: “Los cuervos” ubicada a un costado del Cine Coliseo, “La bodeguita” a un costado del desaparecido Mercado Hidalgo, “El gato negro” ubicada a un costado del Jardín Morelos, “París de noche” ubicaba al lado norte de la calle Aquiles Serdán, así De cantinas y billares… como “La flor de Tenancingo” famosa por los


“La flor de Tenancingo” estuvo ubicada frente al portal Reforma, “la principal” de las más antiguas, la cual se encontraba en el rincón obscuro del “pasaje” entre las calles de Aldama y Juárez. Otra más fue “Puerto Arturo” muy conocida por haber estado ubicada en un punto estratégico de la ciudad: calle de Obregón (hoy Instituto Literario) y Matamoros, además de “El Faro” que estaba ubicada en Juárez, entre Independencia y Lerdo, cuyo propietario fue don Constantino Piña. La problemática social de las cantinas y los billares respecto a la mocedad, fue una preocupación ineludible en 1889 por parte del General José Vicente Villada, gobernador del Estado de México, ya que veía con disgusto, al igual que gran parte de la sociedad, que los jóvenes frecuentaran dichos lugares.

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Tal disgusto lo llevó a extender un comunicado al Instituto Científico y Literario, institución encargada de la formación académica y humanística de los jóvenes toluqueños, en donde manifestaba el descontento por la asistencia de algunos alumnos a cantinas y billares de la ciudad, ya que creía que su estancia los llevaría a adquirir pésimas costumbres que se verían reflejadas, no sólo en su reputación, sino en su rendimiento escolar. En 1890, se volvió a insistir en la concurrencia a las cantinas por parte de los alumnos del Instituto, el comunicado dictaba lo siguiente: “Nuevamente y con bastante desagrado ha sabido

el C. Gobernador del Estado, que la mayor parte de la juventud residente en esta Capital y muy especialmente algunos alumnos del Instituto Literario, con insistencia siguen frecuentando las cantinas y billares que se hallan establecidos en esta misma Ciudad, sin que los dueños o encargados hayan acatado la disposición moralizadora que no hace mucho tiempo dictó este Gobierno para tan loable fin.” De cantinas y billares…


Otra de las situaciones que incomodaban al gobierno y a las autoridades del establecimiento era que no se había puesto el “remedio” eficaz para evitar los escándalos que continuamente cometían los alumnos a consecuencia del estado de ebriedad en el que llegaban a ponerse. El enojo gubernamental era tal que se llegó a enfatizar. al Director del Instituto, que se tenía que evitar esas “malas costumbres” con la energía que caracterizaba a la institución. Aunado a ello se recomendó dar a conocer dicha disposición a todos los propietarios que poseyeran cantinas y billares, para que no permitieran, la entrada De cantinas y billares… de ningún alumno del Instituto.


Especialmente, el comunicado se debía de dar a un tendero de nombre Sr. Piña, que se encontraba frente a la cárcel de la Ciudad (ubicada en lo que ahora son las calles de Juárez e Instituto Literario), donde con más frecuencia, por la cercanía con el Instituto, concurrían los alumnos. De no ser acatadas las medidas y evitar el “mal notorio” que causaba a los jóvenes, tendría como consecuencia la clausura de su establecimiento por parte del Gobierno de la ciudad. De la eficacia con la que el Instituto actuaría, respecto al problema, dependía erradicar la práctica de asistir a las cantinas entre la población estudiantil. El gobierno le recordaba al Director que su deber era procurar que la juventud no se “prostituyera” ni se perdiera en sus estudios, pues el tiempo que poseían era precioso e irreparable.

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Por su parte, la dirección del Instituto Científico y Literario manifestó gratitud con el gobierno por preocuparse por la juventud, en especial con la del recinto académico. Comprometiéndose a evitar que los alumnos siguieran frecuentando las cantinas y billares de la Ciudad, erradicando los escándalos por el estado de ebriedad que presentaba la sociedad estudiantil. La problemática social de los alumnos del Instituto, sin duda, fue una preocupación constante de las autoridades, la moral de la época decimonónica, aunado con los principios de la institución, nos permite entender que era insoslayable tomar cartas en el asunto, pues los integrantes del Instituto Literario representaban un modelo de ciudadanos cabales, el prototipo social de distinción académica y altos valores morales. Por dicha razón, reconocerlos en lugares de vicio rompía con la filosofía e integridad que caracterizaba al Instituto, así como quebrantaba las reglas básicas sociales de buen comportamiento.

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Dr. en Ed. Alfredo Barrera Baca RECTOR

Dr. en C.S. Luis Raúl Ortiz Ramírez Secretario de Rectoría M. en S.P. María Estela Delgado Maya Secretaria de Docencia Dr. en C.I. Amb. Carlos Eduardo Barrera Díaz Secretario de Investigación y Estudios Avanzados Dr. en A.V. José Edgar Miranda Ortiz Secretario de Difusión Cultural M. en Com. Jannet Socorro Valero Vilchis Secretaria de Extensión y Vinculación M. en E. Javier González Martínez Secretario de Administración M. en E.U.R. Héctor Campos Alanís Secretario de Planeación y Desarrollo Institucional

M. en L.A. María del Pilar Ampudia García Secretaria de Cooperación Internacional Dra. en C.S. Pol. Gabriela Fuentes Reyes Abogada General Lic. en Com. Gastón Pedraza Muñoz Director General de Comunicación Universitaria M. en R.I. Jorge Bernáldez García Secretario Técnico de la Rectoría M. en A.P. Guadalupe Ofelia Santamaría González Directora General de Centros Universitarios y Unidades Académicas Profesionales M. en A. Ignacio Gutiérrez Padilla Contralor de la Universidad


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