Los búhos no son lo que parecen

Page 1

Bernardo Esquinca

Los búhos no son lo que parecen The Owls Are Not What They Seem Traductora:

Tanya Huntington

COLECCIÓN POLIFEMO


A donde voy siempre es de noche

El hombre caminaba por la orilla de la carretera con su mochila al hombro. Dos autos pasaron junto a él y ni siquiera los miró. A Everardo le extrañó que no pidiera aventón: sólo había árboles a kilómetros a la redonda. Sintió curiosidad. Disminuyó la marcha de la camioneta hasta colocarse a su lado y bajó el vidrio del copiloto. —¿A dónde vas? El sujeto tenía barba espesa y usaba un gorro con orejeras. Parecía estar sumido en meditaciones profundas. Lo miró con unos intensos ojos azules y respondió: —A las montañas. Everardo detuvo el auto y levantó el seguro de la puerta. —Te llevo, si continúas a ese paso llegarás en la madrugada. El hombre subió y colocó la mochila en el asiento trasero. —A donde voy siempre es de noche –dijo, con voz rasposa–. Me llamo Jacobo.

15


Se estrecharon la mano. Everardo volvió a pisar el acelerador. —¿A qué te dedicas? —Soy espeleólogo. Paso buena parte de mi tiempo metido en cuevas subterráneas. —¿Y por qué tan solo? ¿No se supone que ustedes andan en grupo? Jacobo miró concentrado el paisaje por la ventana: pinos, colinas amarillas, la tarde nublada. —Prefiero moverme solo. Soy un cazarrecompensas. —Carajo, eso suena a película del Viejo Oeste… No me digas que te dedicas a buscar minas de oro. —Para nada –Jacobo se pasó una mano por la barba–. Un día leí en el periódico el anuncio de una señora que ofrecía una recompensa por el cadáver de su hijo: un joven espeleólogo que se había accidentado un mes atrás. El muchacho llegó muy lejos y los rescatistas no pudieron recuperar el cuerpo. No es por presumir, pero poseo una marca nacional de descenso. Gracias a mí, la señora pudo enterrar a su hijo… Después lo convertí en mi trabajo: ahora voy por distintas regiones sacando los cadáveres de mis desafortunados colegas. Everardo encendió un cigarro. Tras una curva aparecieron en el horizonte las montañas. Miró el débil resplandor del cielo: no tardaría en anochecer. —Y ahora vas a… ¿trabajar? —Exactamente. —¿Qué sucedió? –preguntó Everardo sin esconder su creciente morbo. Jacobo le clavó los ojos azules. Su mirada era fría: parecía forjada en cimas colmadas de nieve y no en cavernas donde los primates encendieron las primeras fogatas. —No es una historia agradable.

16


Everardo le dio tres caladas al cigarro y desaceleró instintivamente, como si quisiera demostrarle a ese extraño que no tenía prisa en bajarlo del coche. —Anda, cuéntame. De todos modos, no dormiré, voy lejos y pasaré la noche conduciendo… —Aún no me has dicho a qué te dedicas tú. —Soy fotógrafo. —¿Periodista? —No… –Everardo titubeó–. Retrato modelos. —Un trabajo envidiable. Jacobo se recostó en el asiento y cruzó los brazos. Su rostro adquirió la misma expresión meditabunda que tenía cuando Everardo lo recogió en la orilla de la carretera. Continuó: —Hace una semana, tres hombres entraron en un conjunto de cuevas poco explorado de estas montañas. Mientras se arrastraban en fila por un pasaje estrecho en el que sólo cabían sus cuerpos, una piedra enorme se desprendió del techo y le rompió la espalda al que iba en medio. Quedó atorado; a sus compañeros les fue imposible mover la roca. El sujeto que iba al último de la fila, a quien llamaré el espeleólogo número tres, retrocedió y fue a buscar ayuda. El que iba hasta adelante, el número uno, no podía salir; el cuerpo y la roca que tenía enfrente se lo impedían. Luego de una breve exploración descubrió que de su lado ya no había camino. Tras recibir el impacto, el número dos se desmayó, pero cuando recuperó la conciencia algunos minutos después, comenzó a dar alaridos. El número tres regresó horas más tarde con una mala noticia: los rescatistas no habían podido llegar hasta ellos. Les dejó medicinas y calmantes, pero de nada sirvieron: el número dos no paraba de aullar. El número tres volvió los cuatro primeros días para ver cómo se encontraban. Después no regresó más: el hedor y los gritos eran insoportables. El número uno sólo tenía dos opciones: esperar a que su compañero

17


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.