Doble Nacionalidad

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DOBLE NACIONALIDAD

COLECCIÓN EUROPA


DOBLE NACIONALIDAD Título original: DOUBLE NATIONALITÉ © P.O.L. éditeur, 2016 Este libro fue publicado en el marco del Programa de Apoyo a la Publicación de la Embajada de Francia en México/IFAL y del Institut Français

Primera edición, 2021 d.r. © 2016, Nina Yargekov d.r. © 2019 Lucrecia Orensanz, por la traducción Director de la colección: Emiliano Becerril Silva Diseño de portada: Irasema Fernández Fotografía: Leo Manzo Hermoso rostro: Ilse Salas Formación: Lucero Vázquez d.r. © 2021, Elefanta del Sur, s.a. de c.v. Tamaulipas 104 interior 3, Col. Hipódromo de la Condesa c.p. 06170, Ciudad de México imailiano@gmail.com www.elefantaeditorial.com @ElefantaEditor   elefanta_editorial isbn libro impreso: 978-607-9321-72-7 isbn ebook: 978-607-9321-71-0 Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores. Impreso en México | Printed in Mexico


DOBLE NACIONALIDAD NINA YARGEKOV

TRADUCCIÓN: LUCRECIA ORENSANZ



ÍNDICE

Llegada  Retornos  Topo  Nueva partida  Boleto sencillo  Anexos  Agradecimientos

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LLEGADA

¿Por qué cuando en el mercado un hábil camelot derrama encima de mí sus palabras y sus gestos, y ensalza la sardina francesa denigrando la portuguesa, yo, ofendida, me retiro? Nadie me ha insultado a mí. ¿Qué tienen que ver los rusos? Pero insultando a la sardina portuguesa me han lastimado a mí, a mi alma, y es ella la que me saca del círculo de los aborígenes con mayor autoridad que mi ángel guardián de la mano, o que un agent— también de la mano, aunque de otra manera. Marina Tsvietáieva, “El chino” 1

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Marina Tsvietáieva, “El chino”, en Un espíritu prisionero, traducción de Selma Ancira (Galaxia Gutenberg, 1999).



1 Algo desentona en las Galerías Lafayette. Examinas la iluminación, escrutas a las vendedoras, sopesas la temperatura. Entre los clientes hay gran cantidad de turistas, ha de ser primavera o verano para que sean tantos, y además tu atuendo lo confirma: minifalda y blusa sin mangas. Miras los perfumes, el maquillaje, las cremas corporales, los salchichones. Tomados por separado, estos elementos te parecen de una normalidad irreprochable, pero el conjunto resulta afectado por una deformación extraña y muy desagradable. El techo demasiado bajo, las etiquetas atravesadas, la música de fondo disonante. Y luego los salchichones. No sabrías demostrarlo de una manera del todo científica, pero intuyes que la sección de perfumería no es realmente su lugar. Es el misterio de los sistemas holísticos, el todo es más que la suma de sus partes, el atomismo lógico es un atolladero intelectual. Levantas la mirada en busca de la famosa cúpula de vitral y lo entiendes, no estás en las Galerías Lafayette, sino en el duty free de un aeropuerto, mierda, te confundiste, pero en tu defensa, hay que reconocer que en términos de ambientación se parecen un poco. Entonces por eso traes una maleta, ya te estabas preguntando por qué arrastrabas este paralelepípedo a tus espaldas. Revisas tu bolso de mano y descubres dos pasaportes, dos teléfonos, dos monederos, dos tarjetas de crédito, dos manojos de llaves y una toallita húmeda antibacterial. Al ser el solo objeto que se te presenta en forma de ejemplar único, la toallita despierta inmediatamente tu atención y, debes confesarlo, tu simpatía, si bien la idea de sostener una relación privilegiada con este artí-

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culo de higiene para las manos te resulta del todo ajena. Observas que el empaque no presenta ninguna marca de uso, es de un blanco inmaculado, la superficie se muestra lisa y sin pliegue alguno, en resumen, no se trata de un paquete percudido y lastimoso que arrastras desde hace semanas en el fondo del bolso, sino de una primorosa pochette guardada ahí, según indican todas las pruebas, hace apenas unas horas. Pero no te parece que seas de las que andan por el mundo cargando deliberadamente toallitas húmedas antibacteriales, y es que pese a las innegables zonas oscuras que ensombrecen por ahora ciertas secciones de tu biografía, tienes la feroz convicción de no ser de esas personas, muy respetables por lo demás, que guardan una toallita antibacterial en su bolso antes de salir de viaje por si se presenta la eventual imposibilidad de acceder a un lavabo, sin ir más lejos porque ignoras por completo dónde se compran las toallitas antibacteriales, y por más que sondeas tu mente, la única imagen que se te ocurre es la de una sobrecargo distribuyéndolas a los pasajeros de un avión, entonces no parece haber lugar a dudas, la que está en tu posesión te fue entregada precisamente a bordo de un avión, quizás uno del que acabas de descender, lo cual significa que no estás aquí para embarcar, sino porque desembarcaste. Conclusión: no tienes que preocuparte por encontrar el vuelo que te corresponde tomar, porque ya llegaste, y este aeropuerto no es tu lugar de partida, sino tu destino, como lo demuestra la toallita. Lo que sí falta determinar es si fue un viaje de ida o de vuelta, es decir, si estás llegando a casa o iniciando una estancia en el extranjero. Se te ocurre que tendrías que ir a los sanitarios, que hay algo intrínsecamente acogedor en los sanitarios, que en cualquier parte del mundo, incluso los sanitarios más sucios o deteriorados son una zona de inmunidad social, un asilo universal, un refugio siempre reconfortante, al


menos para las mujeres, a decir verdad ignoras si también los hombres los ven como entretelones donde pueden darse un respiro, apartarse un instante para distender los músculos y reencontrarse consigo mismos sin temor a verse débiles, torpes o ignorantes, y estás tan entusiasmada con tu proyecto, que lo pones en práctica de inmediato. Ya en el interior del cubículo, y no encuentras otro vocablo aparte de cubículo, como que no se dice gabinete o cabina, tienes ciertas dudas al respecto, bueno, en el espacio donde está el escusado, ya ahí el examen de la bolsa de papel destinada a las toallas sanitarias usadas te revela que se trata de un producto de la marca Aéroports de Paris, con lo cual deduces muy perspicazmente que te encuentras en Francia, información útil pero que sólo te sorprende a medias, puesto que uno de los dos pasaportes hallados en tu bolso es francés, así que ya suponías que algo tendrías que ver con el Hexágono. Aprovechas tu presencia en este lugar cerrado para llevar a cabo una rápida y muy discreta palpación de tu persona. Practicas ligeras presiones con los dedos, minuciosas y metódicas, comenzando por las zonas corporales directamente accesibles, cintura abdominal, curvatura lumbar, axilas, para proceder luego a una exploración completa de arriba a abajo. Dudas un instante, pero ya que estás, transformas la operación en un cateo corporal completo, entiéndase con orificios incluidos, sí resulta un poco humillante, pero como eres la única testigo, te recuperas sin problema, y es que si representas una amenaza para la seguridad pública, más vale estar al tanto lo más pronto posible. Resultado: ningún arma de fuego, ningún arma contundente, ningún explosivo, todo parece estar en orden. Tampoco hay cojinetes de relleno en tu brassier, buena noticia, tus pechos ya te parecían no muy grandes vistos desde arriba, y te hubiera descorazonado encontrar aún menos de lo previsto.

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En la zona común de los sanitarios, si se le puede llamar así, es decir donde hay lavabos y un gran espejo, ahí ya puedes observar con toda calma tu imagen y familiarizarte con tu apariencia física. Constatas que eres bastante alta, ocupas alrededor de 75% de la distancia entre piso y techo, llevas en la cabeza una diadema de brillantes y estás maquillada en exceso, con sombra negra de efecto ahumado y brillos azules. Por un lado, te imaginabas más distinguida, ¿no se supone que la mujer francesa se caracteriza por su elegancia discreta y refinada? La chica que tienes enfrente es a la vez vulgar y excéntrica, la diadema en particular te perturba bastante, y además llevas las muñecas ceñidas con anchos brazaletes de cuero que colocados uno junto al otro te dan la apariencia de estar disfrazada de princesa guerrera. Por otro lado, te parece que tienes un porte noble y perfectamente clásico, tus rasgos son regulares, te mantienes erguida, emana de tu persona una suerte de dignidad perpendicular, y también cierta forma de tristeza, quizás sólo pasajera, pero de un modo u otro tienes de pronto la sensación de que tu sangre, o tu cultura, o tu nación, o en todo caso tu grupo de pertenencia, tiene algo de grande, algo de hermoso y singular, no sabes exactamente qué, pero refuerza tu convicción de no pertenecer al clan mezquino y calculador de los que meten toallitas húmedas antibacteriales en su bolso antes de salir de viaje, al tiempo que te atraviesa un deseo imperioso de rodar sobre el heno al atardecer al son de los desgarradores lamentos de un violín. Por un tercer lado, y la existencia de este lado adicional te desconcierta un poco, pues contabas con quedarte en dos, entre más te observas, más te parece que de acuerdo con los estándares franceses, y por cierto, ¿será correcto autoevaluarte según estándares franceses, considerando la presencia de un pasaporte yazigio en tu bolso?, pero según los estándares franceses tu falda es


demasiado transparente, tu blusa está demasiado pegada al cuerpo, tu boca se ve demasiado roja y tus ojos tienen un exceso de sombra, para ser franca pareces una prostituta, al menos el cliché de prostituta, y sí te parece importante introducir mentalmente este matiz porque estás en contra de los prejuicios y estereotipos sobre las prostitutas, tienes conciencia de que la realidad es compleja y de que las prostitutas no se visten como uno pensaría que se visten las prostitutas. Pensándolo detenidamente, se te ocurre que de hecho bien podrías ser una prostituta, eso explicaría por qué tomaste tantas precauciones, justo ahora, al evocar cómo acostumbran vestir las prostitutas, ¿por qué tendrías tales deferencias hacia personas que no pueden escucharte?, hasta donde alcanzas a ver, no hay prostitutas en tu cabeza, y tienes todo el derecho de sostener en tu fuero interno el discurso que se te antoje sobre este tema o cualquier otro. Desde luego que es importante, de manera general, demostrar un espíritu crítico, cuestionarse una y otra vez las nociones preconcebidas, pero también hay que elegir con cuidado las medidas de prudencia con que uno se agobia, hay que saber hacer esta selección dolorosa, y en este caso hubiera sido más sensato quedarte con la constatación parezco una prostituta, pues deconstruir los estereotipos sobre las trabajadoras sexuales definitivamente no es urgente en este momento. Sin embargo, todo cobraría sentido si tuvieras una implicación directa en el asunto, tus escrúpulos no serían un gasto inútil de saliva cerebral, sino la expresión saludable de tu dignidad personal, así que procedes a hacer algunas pruebas mentales para comprobar la explicación, las prostitutas son ninfómanas, las prostitutas son un remedio contra la miseria sexual, las prostitutas protegen a la sociedad contra las violaciones, pero sin siquiera formular el esbozo de la sombra del contorno de estas afir-

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maciones, ya tienes náuseas, y eso que son sólo lugares comunes. Se confirma la pista de la prostitución. La perspectiva te alegra, no porque en principio sea ésta la profesión que hubieras elegido atribuirte, sino porque te permite hacer un avance magistral en tu dilema entre ida o vuelta: una prostituta procedente de un país de Europa del Este que llega a Francia forzosamente está en un viaje de ida, es la dirección en que ocurren estas cosas. Ya con esto vislumbras el desarrollo de los acontecimientos: estás en París por una o dos semanas, es lo que se llama una ronda de prostitución, en algunos días aquí ganarás más que en varios meses allá, consientes relativamente o en todo caso te resignas, necesitas el dinero, recibirás a los clientes en un hotel, 250 euros por una sesión de una hora, 150 la media hora, 50% para el proxeneta, a veces los clientes serán violentos, pero una siempre se las ingenia, pensarás en tu crédito inmobiliario y en los regalos para llevar de regreso, en Yazigia nadie lo sabrá, es la ventaja de ejercer en el extranjero, y el que logres proyectarte tan bien acaba de convencerte de que tu hipótesis merece ser tomada en serio. A menos que seas una prostituta de vacaciones, después de todo las prostitutas tienen derecho a tomar vacaciones, y París es un destino turístico de renombre, habrías venido a ver la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo y el Louvre, se puede ser prostituta y querer navegar por el Sena en un Bateau Mouche, y tú estás en contra de los clichés sobre las prostitutas, como ya se sabe, es una estupidez pensar que si una prostituta viaja es forzosamente por motivos de trabajo. Ah, pero hay una falla en este cuadro: no incluiste tu pasaporte francés, y si eres una nacional, por fuerza conoces Francia, además de que tienes en la mente una imagen demasiado nítida de la Torre Eiffel como para no haber estado nunca ahí en persona. En cuanto a la prostitución, tampoco se sostiene, porque si eres fran-


cesa, no tienes razón para prostituirte, es un país rico donde las mujeres son muy chic, y de todos modos tienes los pechos demasiado pequeños como para ser una prostituta creíble. Entonces has de ser una ex prostituta: venías a hacer rondas de prostitución a París y por eso estás en condiciones de describir la mecánica de la profesión, pero conociste a un francés con quien te casaste, de ahí la adquisición de la nacionalidad francesa y la decisión de someterte a una operación para reducir el busto y romper simbólicamente con tu pasado, de ahí también la continuidad en tus elecciones de indumentaria, pues tu marido se habría sentido defraudado con un cambio de estilo demasiado radical, y de ahí finalmente esta necesidad de no perjudicar con estereotipos estúpidos a las prostitutas aún en activo. Esta vez quedó todo en su sitio, lograste acomodar la totalidad de las piezas de información con que cuentas. Sales de los sanitarios y encuentras un asiento donde instalarte y revisar el contenido de tu maleta, tienes la intención de abandonar esta terminal aeroportuaria en un futuro cercano, pero te parece que antes de presentarte en el control de aduanas sería prudente saber qué transportas: a veces la gente que anda por ahí con dos pasaportes tiene cosas que ocultar. Al sentarte haces dos descubrimientos que de algún modo convergen en un único metadescubrimiento. Por un lado, la nueva posición te ofrece una perspectiva inédita de tus zapatos: tacones de corte estrecho inmaculadamente encerados, que parecen de cuero pero no lo son, de esto estás segura aunque la diferencia es casi imperceptible a simple vista, y de repente sabes que no los elegiste al azar, sino que evitas a propósito todos los productos de origen animal. Piensas ojalá pudiera recordar todo lo demás así de fácil, sería maravilloso, pero incluso antes de jalar de este hilo cerebral, antes de concebir que te gusta-

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ría mucho, en particular, y es un ejemplo como cualquier otro, saber qué pensabas comprar en el duty free que tomaste por las Galerías Lafayette, antes de hacerlo corriges tu error, o más exactamente anticipas la decepción de haberte equivocado, al caer en cuenta de que lo que se acaba de producir no fue el regreso a la superficie de un recuerdo hasta ahora olvidado, sino la simple invocación de un dato que no había desaparecido, que estaba perfectamente accesible, al alcance de la mano, sólo que no habías tenido ninguna razón, antes de posar la mirada sobre tus zapatos, para activar la afirmación yo no como animales ni uso nada de cuero, tenías otras prioridades, además de que si uno se pasara la vida recitando todo lo que sabe acerca de uno mismo no acabaría nunca. Por otro lado, al tomar tu maleta, te percatas de que lleva una calcomanía de las que se le colocan al equipaje en el momento de documentarlo, está rasgada a la mitad pero logras leerla, y hubieras podido ahorrarte el examen detallado de la bolsa para toallas sanitarias, pues la información proporcionada aquí está más completa: salida IASSAG LFT 1A 12:25 llegada PARIS CDG 2F 15:05. Así que tomaste el avión en Yazigia, también esto lo sospechabas hasta cierto punto en vista de tus documentos de identidad, pero al menos ahora tienes la prueba, si bien debes precisar que lo correcto sería, más que de una prueba, hablar de un conjunto de indicios que permiten suponer el hecho <partida desde Iassag>, te parece muy importante ser rigurosa en tu expresión mental, haya o no prostitutas en tu cabeza. Observas que Iassag está mal escrito en la calcomanía, no porque haya un error, pues está anotado de acuerdo con la grafía internacional, sino más bien porque en yazigio se escribe muy distinto, y éste es otro dato que está libremente accesible en tu memoria. En resumidas cuentas, descono-


cer quién eres o a dónde vas no es tan grave, sabes un montón de otras cosas muy útiles. Casi se te había olvidado tu maleta, y a este respecto las preguntas que le planteas a tu mente quedan sin respuesta, no tienes idea de qué podría contener. Sin embargo, por las mismas razones que te llevaron a querer abrirla, es decir la posibilidad de que hayas cometido o hayas estado a punto de cometer una infracción que ameritaría el encarcelamiento, decides no tocarla, pues si eres narcotraficante, lo mejor sería no estar al tanto, para tener una actitud más natural al momento de pasar por la aduana. Además de que, pensándolo bien, este atuendo podría considerarse una protección, ¿qué puede haber más efectivo para disimular una actividad ilegal que sugerir la existencia de otra actividad ilegal? La prostitución casi declarada por tu vestimenta escandalosa sería el árbol que esconde todo un bosque de tráfico de estupefacientes, vaya que sería una buena maniobra de distracción, como los magos, que atraen las miradas hacia un lado del escenario para que nadie se fije en el sitio donde realmente están pasando las cosas. Enseguida te das cuenta de que con esta hipótesis, lo más probable es que la droga no se encuentre en tu maleta, sino en tu propia persona, más precisamente en el interior de tu cavidad estomacal, pues ya sabes que no llevas ni paquetes de cocaína pegados con cinta en las axilas ni cápsulas de heroína insertadas en la vagina. Siendo así, no te queda más que rezar por que quien empaquetó los contenidos haya hecho bien su trabajo, tu vida depende de la hermeticidad de las cápsulas y lo mejor sería que fueras a entregarte de inmediato. De repente, te asaltan imágenes de radiografías estomacales, 356 gramos en el cuerpo, 671 gramos en el cuerpo, 998 gramos en el cuerpo, una pequeña fortuna, síntomas, hospitales, ciru-

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gías de urgencia, interrogatorios en la unidad de medicina forense, médicos incómodos y agentes de policía amables, tú estás al final de la línea, no eres tú el pez gordo, reducción de la pena establecida si ofreces información útil a las autoridades judiciales, no te arriesgarías a que se fueran en contra de tu familia, de todas maneras no vas a escapar de la cárcel. Como con la prostitución, sabes demasiado, hay detalles que no podrías conocer si no hubieras vivido esas escenas. Pero no, no puedes ser inconsecuente al punto de reincidir, eres una chica racional y si realmente lo hubieras hecho en el pasado, sería imposible que estuvieras otra vez transportando drogas, no regresarías a la unidad de medicina forense ni por todo el oro del mundo. Entonces tiene que ser todo lo contrario: fuiste mula hace algunos años, pero acabó mal y al salir de la cárcel te convertiste a la prostitución, que es mucho menos arriesgado. Pasas por la aduana sin ningún problema pese a tu diadema de brillantes, que por un momento fue sospechosa de falsificación fraudulenta, falsa alarma, es un modelo original pero desconocido en Francia, y te encuentras ahora fuera de la zona reservada a los pasajeros. Es evidente que nadie te espera, ni marido, ni proxeneta, ni traficante. Es cierto que te faltan algunos elementos de contexto, y sin contexto no puede haber comprensión digna de ese nombre, pero aun así te parece bastante enojoso que nadie se haya dignado venirte a buscar, además de que eso te habría permitido saber a dónde se supone que debes ir ahora. Deseas con fervor que sea un viaje de regreso a Francia y no uno de ida, porque un viaje de ida sin nadie que vaya a buscarte es demasiado deprimente, como si a la gente le diera igual que uno hace todo este desplazamiento sólo por venir a su país. Te quedas un instante plantada ahí y luego emprendes otra inspección del contenido de tu bolso de mano,


con la esperanza de encontrar una dirección, una tarjeta de presentación, algo que te revele dónde pensabas alojarte durante tu visita a Francia, o bien, en caso de ser tu país de residencia, dónde se ubica tu apartamento o tu casa. Evidentemente, no hay nada en el llavero, pero también habría que ser idiota para poner la dirección en el llavero. Tus teléfonos están apagados y prefieres no correr el riesgo de bloquearlos si te equivocas de contraseña. Sacudes tus pasaportes por si hay algún papel atrapado entre sus páginas, pero evitas examinarlos, sería en extremo sospechoso, la gente normal nunca lee sus propios documentos de identidad, ya está al tanto de la información que contienen. En la cartera que identificas como la francesa porque contiene euros, mientras que la otra está llena de coronas yazigias, encuentras dinero suficiente para pagar dos o tres noches de hotel, así que a falta de mejor opción, te pones a buscar un taxi. 

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Detectas a un taxista con cara de pocos amigos, en tu situación actual lo más prudente será viajar con un profesional discreto que no te plantee ninguna pregunta comprometedora. Pronto te das cuenta de que fallaste por mucho en tu suposición, el hombre no tiene para nada una psicología taciturna: en cuanto le pediste que te llevara a un hotel sencillo pero no demasiado, como una manera de decir que buscas un equilibrio óptimo entre el respeto a la reglamentación de salubridad aplicable a los locales para pernoctar y el carácter moderado del costo por noche, se animó y ahora no para de hablar. El aire ríspido era a todas luces fingido, quizás un esfuerzo por fabricarse un semblante típicamente francés y así atraer turistas en busca de lo pintoresco. Conservas tu dignidad, cualquiera puede llegar a cometer errores de juicio, son los riesgos del método empírico-deductivo, y te concentras en adoptar la actitud de una chica serena sin nada que reprocharse. Sin saberlo, el taxista te comunica desde el inicio una información capital sobre ti misma: no eres una auténtica francesa. En esto es categórico, y además no te plantea la pregunta, no busca saber si acaso tienes algún antepasado extranjero, si por azar no provienes de una región un poco alejada de Francia, si no serás una expatriada de tiempo atrás, culturalmente compleja o un poquito cosmopolita en las orillas, no, él lo declara, lo postula, lo presupone irrefragablemente, para él es evidente que eres extranjera, pero no es eso lo que le interesa, sino de qué país, ah sí, de Europa, pero del Este, sí, lo hubiera apostado, por los pómulos altos, desde luego, y además


por la estatura. En cuanto a los parámetros de la estadística, que tacharían como epistemológicamente irresponsable basar la verdad de tu persona en la opinión espontánea de un único operador de taxi y te recomendarían que si quieres saber cómo te perciben tendrías que enviar tu foto a una muestra representativa de la población francesa, lo que responderías, si existiera un aguafiestas tal que lo preguntara, que no es el caso porque no eres más que una chica de mirada estupefacta sentada en el asiento desconocido de un vehículo desconocido reflexionando sola dentro de su cabeza, pero también eres una chica educada que responde a las objeciones que se le plantean, incluidas las que formulan personas inexistentes, así que responderías que la opinión del taxista es una opinión experta, en vista de que es extranjero, en concreto argelino. Como tal, está dotado de competencias sólidas para la identificación de sus semejantes: los camaradas inmigrantes se detectan entre sí, se olfatean, se ponen al descubierto, ven a través del más asimilado de los congéneres, no se dejan impresionar, ven el disfraz mal ajustado, reconocen la cortina de humo porque todos ustedes usan la misma. Ya es oficial, tu ciudadanía francesa es una envoltura administrativa, eres una fuereña, una mèteque, como se dice en Francia. Estás encantada, se confirma la hipótesis formulada en los sanitarios del aeropuerto, qué agradable es descubrir que uno tiene razón, y para cerrar con broche de oro, trazas una gran tabla sobre la pantalla de tu corteza cerebral, sólo que sin escuadra es difícil hacer líneas bien paralelas, e inscribes mentalmente una decena de signos + a favor de la proposición soy una inmigrante yazigia naturalizada francesa por matrimonio (quizás después de haber sido prostituta) mi marido no se dignó a recogerme en el aeropuerto y en cambio yo me había vestido súper sexy para darle gusto más le vale tener

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una buena explicación cabrón cabrón cabrón te detesto, sí, quedó un poquito largo, es que el rigor científico no se expresa bien con enunciados simplistas. El taxista te está describiendo Argelia, la de su juventud, un tiempo largo pero ya pasado, y la de sus vacaciones, un tiempo actual pero discontinuo, fragmentado, cortado en retazos. Lo escuchas distraídamente al principio, para ser franca te importa un rábano Argelia, preferirías que te dijera cómo se imagina a tu marido, si es guapo y alto y fuerte, si te regala flores y chocolates, y precisamente porque no estás atenta al fondo de sus afirmaciones, te van atrapando las inflexiones de su voz, sus silencios, sus escansiones, sus ritmos, que transportan como… es en el vientre en el pecho en el corazón, que transportan como… es el exilio el repliegue la quemadura, es eso lo que escuchas, la desventura de no ser uno, de no ser el otro uno, de sólo ser un solo uno de haber perdido arrancado al otro ruta actual no sucedido versión plegada de la historia es la renuncia y en las modulaciones de esta prosodia descubres también una complicidad que nace entre ustedes y entiendes o crees entender, no podrías asegurar nada en tu estado actual, que no le desagradaría encontrar en ti un eco de aprobación, una señal del destino común, que le complacería saber que sí, tú como él formas parte del grupo de los inmigrantes originarios de un país jodido en comparación con Francia. De pronto estás pasmada, no por la idea de estar en el bando de los grandes perdedores, ya te habías percatado de que Yazigia no es lo que podría llamarse una gran potencia mundial, sino porque te das cuenta de que entre tú y tu marido francés habrá siempre una fosa tremenda. Eso que compartes en este momento con el taxista, esta pertenencia al Nosotros de la gente sin importancia, de los fracasados, los despreciables, los desposeídos, los mal ves-


tidos, los rezagados en el jogging, los que se les va el tren, esta connivencia entre los torpes perdedores del planeta, los olvidados, los sin voz, los sin peso, a quienes nadie recuerda darles el aviso, a quienes nadie escucha, los eternos vencidos, eso nunca lo tendrás con tu marido. A pesar del apoyo, la fidelidad y la asistencia, él nunca conocerá este sentimiento de que, hagas lo que hagas, siempre vas a valer menos que los otros, para un francés es imposible, Francia es grande y elegante, su última verdadera derrota se remonta a 1871 en la Guerra Franco-Prusiana, y París es la capital de la alta costura. La jerarquía geopolítica carcome tu comunicación de pareja, estás casada pero profundamente sola. Para no romper la bella armonía con el taxista, pues al menos él se interesa por ti, al menos él puede entenderte, colocas tus problemas conyugales entre paréntesis y te decides a responder su pregunta implícita. Él te ofreció su relato sobre Argelia, ahora te toca hablar sobre Yazigia, es la mínima cortesía entre inmigrantes de rango inferior. Sin embargo, por una razón que se te escapa, alguna faceta bastante misteriosa de tu personalidad, te sorprendes describiéndole una Yazigia mediterránea, con mar y sol, con medinas y calles empinadas, naranjos y balcones de herrería. Todo esto no es más que pura invención, pero no por tu amnesia, pues sabes perfectamente que no hay ni mar ni naranjos en Yazigia, es un país minúsculo enclavado entre Polonia y Ucrania, con muchas papas y ningún litoral, eso lo recuerdas con nitidez. No obstante, como tu interlocutor no tiene muy clara la geografía de Europa del Este, puedes extender tranquilamente el Mar Adriático hasta Eslovaquia, que de paso borras del mapa, no es nada personal, sólo que había que liberar alguna zona para dejar pasar el agua y así presumir la belleza sin igual de las playas y palmeras yazigias sin temor a ser desmentida. Lo haces quitada de la pena

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porque además no tienes la impresión de estar mintiendo, sino más bien de estar evocando otra realidad, una que no es pero que bien pudo haber sido, que podría existir y que por lo tanto existe de manera condicional, de seguro hay un mundo potencial donde Yazigia es un gran imperio que se extiende desde Bucarest hasta Liubliana y desde Tirana hasta Cracovia, y por allá claro que hay mar, claro que hay palmeras, y dar cuenta de una verdad optativa no es ningún crimen. De pronto se te cierra el estómago: por tus venas corre la sangre de un pueblo privado de la talasoterapia. Lanzas una mirada hacia el espejo retrovisor y notas que los ojos del taxista están empañados y que se le formó un surco en la frente. La fraternal comunión está consolidada, ha comprendido que en el fondo tú y él se parecen, prueba de que la intención es lo que cuenta, el canto es lo que cuenta, poco importa mentir sobre algunos detalles, también tú llevas en ti el desgarramiento de los exiliados. Sí, lo llevas en ti y sabes hablar de ello, te gusta hablar de ello, al punto que tienes la sensación de ser una profesional de la nostalgia, de haber sido formada o programada o formateada para hablarles a los extranjeros acerca de su extranjería, para hacerlos vibrar, para hacerles llorar lágrimas cálidas que reconfortan porque alivian, para hacerles parir su dolor. Quizás después de instalarte en Francia te volviste psicóloga especializada en traumatología de la migración, organizas terapias de grupo donde cada uno aúlla su quemadura foránea. O quizás trabajas en la Prefectura de Policía, tu misión es recibir a los demandantes de asilo y conmoverlos tanto, querido señor, acuérdese usted de los colores los aromas los paisajes las fiestas la música, ¿puede realmente vivir lejos de su magnífica tierra natal?, piénselo bien, inocularles una añoranza tan insoportable, que al final de la entrevista se lancen ellos mismos a tomar el avión de


vuelta, después de todo es un método más suave y más humano que las deportaciones. Pero no, trabajar por el alejamiento de los extranjeros sería traicionar tu historia personal. Pero sí, o más bien no al cuadrado, en realidad no sabes cómo conviene formular la metaoposición, pero más bien es prestarles un servicio a los candidatos a la inmigración esto de hacerles ver la profundidad de la herida que están a punto de infligirse. Que sepan a cuánto asciende el precio que habrán de pagar. Alentada por la mirada húmeda de tu compañero de viaje, te animas a ir más lejos, realmente jurarías que naciste para cantar alabanzas al exilio, tu voz se vuelve más grave y tu palabra más desgarradora, le das a tu discurso un giro más abiertamente melancólico, abrevando de las obras completas del cantante Enrico Macias que de pronto invaden tu mente, non vous n’avez pas oublié, bien que votre vie ait changé, le silence est une façon d’aimer, así es, nunca olvidaste, aunque tu vida cambiaste, y el silencio es una manera de amar, y poco a poco se desdibuja la frontera entre tus mentiras sobre las palmeras yazigias y la verdad de tu desgarramiento, y poco a poco comienza a penetrar en ti un auténtico dolor por haber tenido que dejar Argelia. Te dan ganas de proponerle al taxista que canten juntos: la France de mon enfance, n’était pas en territoire de France, esa Francia de mi infancia, escondida bajo el sol, en las costas de Argel, ésa es la Francia donde me crié… Qué hermosa es, te parece increíble que exista una canción tan magnífica y que además esté alojada en tu cerebro, estas palabras son la única cosa en el mundo capaz de llenar el hueco que tu partida de Argelia abrió en tu corazón, sí, cantarán juntos y llorarán juntos y se abrazarán y sacarán una botella y brindarán por la Argelia eterna y sentirán en la boca el sabor metálico de las heridas que mantenemos siempre abiertas, que nos negamos obstinadamente a curar por-

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que no podríamos sobrevivir a su cicatrización, pero en el último instante das media vuelta y te tragas tu propuesta. Recuerdas súbitamente que esa Francia de mi infancia hace referencia a la Argelia francesa, que luego hubo una guerra de independencia, la célebre Guerra de Argelia, que ignoras por completo si Enrico Macias y los taxistas pertenecen al mismo equipo y que, considerando esto, sería más prudente abstenerte, nunca se sabe, podría ser un tema delicado, podrías meter la pata. De todos modos estás mucho más emocionada por la amnésica que acaba de volver en sí, estás toda agitada y acalorada, pareces una marrana a punto de parir que se atrasó en la preparación de su nido. Cambias hábilmente de tema y le preguntas al taxista sobre las condiciones para ejercer su profesión. Mientras te comparte las sutilezas de la reglamentación aplicable al otorgamiento de licencias, les pides disculpas mentalmente a las marranas, sabes muy bien que tienen razones muy válidas para estar agitadas antes de traer al mundo a sus crías y que este muy legítimo ajetreo previo al parto las honra, en ningún momento quisiste ofenderlas, deben estar seguras de tu consideración respetuosa. Cuando vuelves a concentrarte en tu interlocutor, ya se le ha borrado el pliegue de la frente, sus ojos están libres de lágrimas y está protestando en contra del aumento al IVA en transportes. Es enorme su ira contra el gobierno, pero es mayor tu decepción. Te choca lo pedestre de sus preocupaciones, es como si después de la escena en el balcón, Romeo hubiera entrado a la casa a despotricar por un partido de futbol. Es cierto que tú lo llevaste hacia este tema trivial, pero no pensaste desencadenar tal metamorfosis, quejarse y quejarse cuando se vive mejor que la mayoría de la gente en este planeta, está claro que este hombre tiene preocupaciones francesas que asume con una mentalidad francesa. Entonces es


argelino por intermitencia, cuando le da la gana, piensa en su tierra natal y luego la olvida. Viva la fidelidad, viva el amor constante a la patria. Al mismo tiempo, y aquí hay que reconocer tu capacidad de autocrítica constructiva, tampoco tú eres una patriota irreprochable. ¿No acabas de afirmar hace unos minutos, en tu fuero interno, que Yazigia es un país jodido y que no vale nada en la escala internacional? El simple hecho de recordar estas consideraciones te llena de vergüenza, pero es una realidad, es cierto que Yazigia a nadie le importa, está por allá lejos, qué tiene, no pasa nada, pero aunque haya razones para pensarlo tan abiertamente, es poco elegante meter el dedo en la llaga de esa manera. De paso, también hubieras podido demostrar un poco más de tacto al decir esto, qué estupidez, remarcaste la humillación al agregar a nadie le importa, está por allá lejos, qué tiene, no pasa nada, y por qué no seguir tranquilamente, decir Yazigia podría reventar con la lengua de fuera y nadie en Europa movería un dedo, pero no es cierto, si cada vez que piensas en tu vergüenza agregas una capa, te seguirás torturando hasta el fin de los tiempos. Y está bien la vergüenza, es resultado de una violencia cuyo autor y víctima son uno y el mismo, qué fantástico descubrimiento psicoanalítico, y en este caso sí te lastimaste, lastimaste tu orgullo yazigio. Y vaya orgullo. Se despliega en ti, se desenvuelve, no tiene fin, es un orgullo grande y hermoso, negro y brillante, es un estandarte en medio de la tormenta, la bandera de los solos contra todos, de los resistentes, los independientes, los leales hasta la muerte, los que no bajan la mirada, los que no se venden, los vencedores por principio, los merecedores estafados, los que hubieran ganado brillado triunfado si los otros no hubieran jugado sucio, tu orgullo es el grito de guerra para convocar a un pueblo valeroso que no ha flaqueado pese a todos los reveses y que nunca ha transado, antes

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partirse la cresta que doblar la espalda, antes la masacre que el armisticio, eso de los juncos que se doblan sin romperse es para los traidores, siempre de pie siempre, tu orgullo es el aliento de los justicieros, de los fieles e inconsolables, los acreedores de la Historia, los que no olvidan, los que esperan su hora, los que conservan la autoridad de la venganza que vendrá, y es también, hay que reconocerlo, lo que sostiene a todo un ejército de campeones de ajedrez, de galardonados con la Medalla Fields, de lógicos visionarios, y es que en efecto, entre ustedes los yazigios el genio para la supervivencia va de la mano con el genio a secas, el país es pequeño, pero la inteligencia matemática corre a raudales. Con el orgullo totalmente inflado, aunque cuidándote del síndrome de la rana, decides absolver al taxista: medirlo con la vara yazigia es injusto, como argelino tiene derecho a no ser totalmente devoto de su país, y si Argelia hace gala de laxitud respecto de sus vástagos, es asunto suyo y no tienes por qué meterte. Durante el resto del trayecto, el chofer te habla de cantidad de cosas referentes a cantidad de ámbitos, a veces en relación con Argelia, otras veces para nada, mientras que tú te limitas a devolverle algunas respuestas reconfortantes para indicarle que sigues escuchándolo, algo que por cierto te sale maravillosamente bien. Por tu parte, aprovechas su discurso locuaz y heteróclito para evaluar el estado de tus propias capacidades cognoscitivas y verificar que tu amnesia se limita claramente a tu historia personal, incluso captaste todo el potencial heurístico de una conversación superficial con un desconocido. Los resultados no podrían ser más alentadores, es notorio que estás en perfecto estado de funcionamiento, en ningún momento has sentido que te falte algo importante para entender lo que dice. Antes al contrario, no dejas de maravillarte por los tesoros de conocimiento


que pueblan tu memoria: sabes qué es una engrapadora, un profesor jubilado y un procedimiento de cobro de créditos, conoces a Júpiter y a Platón, la fotosíntesis y el equinoccio de primavera, estás en condiciones de valuar un estudio parisino a partir de su ubicación, de distinguir entre antracita y gris ratón e incluso de visualizar a Britney Spears sin pelo. Naturalmente, nada prueba que no existan en tu cerebro zonas en sombra de las que aún no tienes conciencia, hay que enfrentarse al objeto del olvido para comprobar la existencia del olvido, es el carácter perverso de estas cuestiones, así que conviene mantenerse en guardia, pero ante la imposibilidad de pasar los próximos seis meses jugando Trivial Pursuit, pues de hecho tienes otros proyectos, entre ellos, por cierto, localizar tu domicilio y reencontrarte con tu marido, te parece que el método de control aleatorio por confrontación con una muestra de temas presentados al azar por un taxista constituye una solución relativamente satisfactoria. No te desagradaría seguir participando en este concurso de conocimientos, seguir escuchándolo decir óxido de circonio, precios sin impuestos, cáncer de pulmón, primer vuelo en globo aerostático, debes reconocer que es una experiencia muy revalorizante, son tantas las palabras cuyo sentido logras representarte que te da vueltas la cabeza, pero el vehículo se detiene frente a la fachada decrépita de un hotel-restaurante en el marginal Distrito xx parisino y tu compañero de viaje recupera su cara de pocos amigos: has llegado a tu destino. 

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