Estanque en Tiurenka / Járkov Arriba, por las colinas verdes y peladas, se nos ve a todos tumbados de cualquier manera, incómodos: chicas, padres, chavales. Abajo, el estanque, con sus pasarelas, sus pistas y su trampolín; cercado, casi al borde del agua, con una valla de hierro. Muchas de las barras de aquella valla estaban rotas, de ahí que los ciudadanos solo tuvieran que cruzar la pista de asfalto que rodeaba el perímetro del estanque, meterse por los huecos de la valla y sumergirse en el agua parduzca. Por encima, en todos los niveles y hasta pegados a la valla, crecían numerosos árboles. Por eso la superficie del estanque casi siempre estaba a la sombra, y el agua tenía aquel tono oscuro. De pequeño, me maravillaban los detalles: recuerdo los cientos y miles de jaramugos y renacuajos nadando sin descanso por el estanque. El agua bullía de alevines, mientras que, por encima, sobrevolaban impetuosas libélulas, escarabajos, mosquitos y toda clase de microscópicos bichejos. Los militares de aquella época, como los del presente, no solían ser buenos deportistas, y mi padre no era una excepción; lo recuerdo ahora con sus calzoncillos negros y su calvicie prematura, metiéndose al agua y nadando entre bufidos. Veo a mi madre, con su traje de baño, chapoteando, pudorosa. Veo a nuestros vecinos, que se meten al agua dando gritos. Los veo, como si fueran diapositivas proyectadas sobre la pared de la cárcel. Cabe aclarar que el estanque estaba ubicado cerca de una fuente de agua mineral. Había un tubo que salía de una roca y que, en verano, a la tarde, atraía auténticas muchedumbres de la vecina población, pertrechadas de bidones y cantim[ 193 ]
ploras. Así que tampoco había nada especial que instalar allí. Excavaron un poco y pasaron una apisonadora por encima. En esa zona, el terreno se hundía de repente. El sendero, que arrancaba en el antiguo cementerio judío, se despeñaba cuesta abajo, literalmente, y, al alcanzar las primeras casas de Tiurenka, se despeñaba cuesta abajo de nuevo. De modo que la parcela constituía una hondonada natural. Los tiurenitas estaban orgullosos de aquella coqueta Suiza suya, rodeada de estepas, y vigilaban a los forasteros, incluso en esos años. Pretendían mantener bajo control aquella zona vacacional, aquella Suiza para pobres. En una calle vecina, justo detrás del trampolín, vivía el más famoso líder de Tiurenka, el cabecilla de los tiurenitas de aquellos años, 1955-1960, un muchacho barbudo, apodado «Tuz», o «Túzik».También había gitanos en Tiurenka. Cuando uno se convierte en un mozalbete imberbe, lo desafían a uno, o uno mismo desafía a alguien, casi a diario. Se está en permanente estado de pelea. A mí me buscaba las cosquillas Kolia, un gitano. En cierta ocasión, se puso mi camiseta azul y no quiso devolvérmela. Bajito, de piernas y muslos gruesos y anchos pectorales, Kolia prácticamente se volatilizó entre la multitud de ciudadanos que descansaba junto al estanque, llevándose consigo mi camiseta. No di con él hasta el verano siguiente. Para entonces ya me había espabilado. Acababa de cumplir trece años. Lo agarré por el hombro y le informé de que el verano anterior se había llevado mi camiseta, y de que ese verano me gustaría recuperarla. «O, a lo mejor, cambiarla por esta», y enganché un jirón de la prenda que llevaba. Era una camisa de colores vivos, con palmeras quizá, y no parecía [ 194 ]
soviética; probablemente, la habría robado; y en la playa de la ciudad, casi con seguridad. «¿Qué haces?», murmuró, dubitativo. Sus piernas se habían hecho más firmes, las cejas se habían unido, el pecho se había robustecido. Ya saben, era un tipo del sur, y allí se desarrollan muy rápidamente. Yo, en cambio, era más listo. «Sania —voceé—, ven aquí, ¿quieres? Tengo algo para ti. Ha surgido un malentendido». Sania el Rojo, diecinueve años, noventa kilos, un coloso, con una toalla por turbante y una sortija con calavera en el pulgar, se acercó. Ese invierno nos habíamos hecho amigos íntimos, hasta los iba a visitar a su casa, a Sania, a tía Elsa y a Svetka. Para Sania había llegado a ser como un hermano pequeño, su edecán, incluso su cómplice (en una ocasión, nos detuvieron por un caso que no tenía mayor importancia, así que nos dejaron ir). Sania se acercó. Frotó la sortija contra el traje de baño. Admiró cómo refulgía a la luz del sol. Aplastó al gitano con su barriga de chantajista. Kolia frunció el ceño, se quitó la camisa y me la dio. Desde entonces, los gitanos de Tiurenka empezaron a tenerme respeto. Dejaron de tenérmelo cuando a mi amigo le cayeron tres años de presidio. Recuerdo aquel prístino estanque de mis orígenes, el primero de mi existencia. Recuerdo cada hormiga, cada libélula, cada abeja, cada avispa, cada mosca, cada mosquito y cada jaramugo; sobre todo, aquel enjambre de insectos que te picaban en las escabrosas laderas de los montes, los que te picaban en los cincuenta. Porque en los sesenta eran ya distintos, eran otros insectos, habitantes de otras aguas. Tampoco fue en nuestro estanque donde aprendí a nadar. Me enseñó a nadar el tío Sasha Chepiga, electricista, que [ 195 ]
en paz descanse, en el río Stari Sáltov, que tenía unos diez metros de anchura. Las vacas y las cabras vagaban por sus orillas, y las bostas y cagarrutas cubrían aquellas riberas más que humildes. Me enseñó a nadar a mí, y, para matar dos pájaros de un tiro, también a su hijo Vitka. Si tuviera ahora la oportunidad de darme una vuelta por las orillas de aquel jodido estanque, seguramente se me antojaría una minúscula masa acuosa rusa, perecedera, vulgar y bastante mezquina en su parvedad. Pero cuando uno es pequeño todavía y se encuentra junto a su padre, al que apenas le llega al pecho, todo el anfiteatro del estanque, en el que pulula el personal tomando el sol, parece un universo. El agua corría por un tubo lleno de verdín, los pájaros y la gente chillaban. Lo más gracioso es que, cincuenta años después, lo único que emerge de todo aquel bullicioso universo soy yo. De no haber existido para mí, ¿para qué coño habría necesitado nadie en Rusia aquella piltrafa de estanque? Dos tercios de la gente que se meaba dentro, que se apareaba entre los arbustos cercanos, que flirteaba, sudaba y dormía la mona, amodorrada entre harapos, de la que hurtaba los pantalones y las esterillas a sus vecinos, están muertos. ¡Qué dos tercios, ni qué hostias! ¡Tres cuartos o cuatro quintos, por lo menos! Las tiernas mozas que hundían sus muslos, sus tetas y sus coños en aquella disolución con alevines, serán ceniza a estas alturas, y las que sigan vivas se habrán convertido en sapos jadeantes. Aprovechando la ocasión, voy a gritarle a esa mierda de gente: ¿quiénes os habéis creído que sois, hijos de la gran puta? ¿Quiénes? No le importáis una mierda a nadie, habéis sido arrastrados por el desagüe al vertedero de la historia, igual que aquellos jaramugos. El [ 196 ]
único que importa es el chico rarito en traje de baño, ese que os está mirando. Lo importante es que os mire, cuando deje de observar alevines, tritones y renacuajos. Porque, en cuanto deje de miraros, dejaréis de existir.
Limán 89 del Dniéster / Transnistria / Frontera con Ucrania Cuando Vlad y yo abandonamos la guerra, nos organizaron una fiesta de despedida. Así fue. Tuvimos que abandonar nuestra querida guerra obligados por las circunstancias. ¡A pesar de la alegría y la valentía con las que habíamos entrado en la guerra, cabalgando a lomos del blindaje de un BTR del batallón Dniéster, junto a un grupo de jóvenes bestias de uniforme negro! ¿Ha viajado usted alguna vez en un BTR, atravesando las ciudades en compañía de un puñado de fieras jóvenes? El metal de las armas resplandece sobre el cuerpo. ¿Que nunca lo ha hecho? En tal caso, considérese un fracasado. En viajes de ese tipo, se siente uno como un guerrero de Alejandro en plena conquista de la India. De una India ignota, enigmática, donde mujeres rojas bailan desnudas, y guerreros con cabellos largos y dibujos blancos en el rostro soplan por una caracola. Allí, en el limán, nos hicieron una fiesta de despedida. Estaban el siempre cauteloso y reservado Shevtsov, expoli Un limán es una laguna propia del curso bajo del río Danubio y de las costas oeste y norte del mar Negro, en Bulgaria, Rumania y Ucrania, que presenta características hidrológicas específicas en cada zona y en la que eventualmente pueden desaguar ríos. 89
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