Jerome Rothenberg
El libro de las voces
Una poética
Entrevista, selección y traducción del inglés de Javier Taboada
III. Los tigres de la ira
77
78
Quisiera vincular uno de tus poemas, Siglo Veinte Ilimitado, con el resultado de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos: Apenas se apaga el siglo veinte el diecinueve comienza otra vez es como si nada hubiera pasado aunque quienes lo vivieron pensaron que todo estaba pasando justo para darle un nombre y que por un momento cupiera en tu mano ilimitado el último engaño como la máscara perfecta de la muerte ¿Crees que “el último engaño” ya ha sido desenmascarado? El poema se remite a los noventa, cuando la Guerra Fría llegaba a su fin y, con ella (para bien o para mal), muchos de los sueños de perfección humana y progreso ilimitado que se esgrimieron en el siglo XX (y que dimos por sentados). Este era “el último engaño” al que me refería, pero en el poema subyacía un impulso más oscuro: la noción, aún en ciernes, de un retroceso a las mismas condiciones que aquellos sueños y delirios intentaron combatir. Dicho de otro modo, avanzábamos a un siglo y milenio nuevos, pero lo que estaba emergiendo era una vuelta a las condiciones del siglo anterior: “nacionalismos, colonialismos, e imperialismos, violencia étnica y religiosa, la polarización creciente entre pobreza y riqueza”, según describimos Jeffrey Robinson y yo en el prefacio al tercer volumen de Poems for the Millenium. Y añadimos: “Hoy, todo resurge con una virulencia que rememora las formas de inicios del siglo XIX y todos los combates físicos y mentales en su contra, combates en los que la poesía y los poetas en ocasiones desempeñaron un papel central”. No era profecía (aunque
79
pudo serlo), sino la idea de que la historia nos hablaba y se desplegaba aquí y ahora ante nosotros. En las dos últimas décadas todo esto se ha acentuado: la historia convertida en farsa en la era Trump, acompañada de la amenaza de tragedia. Para ser más específico, lo que define a este siglo —sea similar al diecinueve o no— son dos emergencias distintas: el ascenso del extremismo religioso (tipo ISIS, y no exclusivamente musulmán) y el ascenso del nacionalismo y jingoismo que Trump (y otros como él en distintas partes del mundo) ha instaurado en los Estados Unidos. No intento equipararlos arbitrariamente, pero ambos amenazan, por un lado, la noción de realidad basada en la comprobación de los hechos y, por otro, la vida abierta de la imaginación. Pero mi intención —como la de otros poetas que conozco— es relacionarlos: “jardines imaginarios habitados por sapos verdaderos”, como dijo un día Marianne Moore. De modo que sí, yo creo que la máscara ha caído y tenemos que reconsiderar las circunstancias presentes que nos confrontan y amenazan. Mi respuesta inmediata a esto es, como siempre lo ha sido, la poesía, aunque haya otras respuestas (tal vez más eficaces a corto plazo). Sea como sea, donde se encuentren y repliquen, debemos enfrentar las amenazas de violencia y cerrazón. ¿A esto te referías en A Further Witness cuando escribiste: “la era de los asesinos/ algún día aplazada/ ha vuelto/ a toda marcha”? ¿Hacia dónde crees que nos conduce? A mi edad, de repente, me siento excluido de un futuro que probablemente no alcance a ver, pero intentaré responder a tu pregunta como si fuera a participar en él. Dicho esto, puedo reconstruir, con sencillez, lo que quise decir en A Further Witness: la idea del terrorismo (una táctica con raíces decimonónicas) como un hecho innegable y angustioso de
80
nuestra realidad presente. Así, con “asesinato” designo al crimen como un acto público y político, no sólo dirigido a los líderes y gobernantes, sino, más bien, a la población en general. Pude haber dicho “la era de los criminales”, pero creo que “la era de los asesinos” contiene un eco rimbaudiano (Voici le temps des Assassins). Al menos así intenté utilizarlo. Y había otra palabra que se presentaba recurrentemente en mi poesía: la crueldad como un signo de aquello que debíamos temer del mundo anterior al nuestro y que venía de regreso, sin importar cuánto habíamos intentado aplazarla. Aunque la deteste y la tema, activa o pasiva, sabía que la crueldad debía estar justo ahí, en el núcleo de mi pensamiento y escritura poética. Es por ello que, en varias ocasiones, usé A Cruel Nirvana como título de libro (en inglés, francés y castellano) y también le puse así a un poema que culmina diciendo: Es verano pero los árboles han muerto. Desaparecen con nuestros amigos caídos. El ojo atormentado los derriba cada mente un mundo pequeñito un cruel nirvana. Eso pondría a la crueldad en el centro de los intentos religiosos y espirituales por eludirla (la crueldad que hay al eludir la crueldad), pero sus efectos más aberrantes se encuentran en la esfera pública, y en los asesinatos y las torturas que se practican como instrumentos de la política o, peor aún, de la fe. Entonces, la idea —muy necesaria en nuestros días— es no excluir a la crueldad, sino incorporarla al texto, como un signo de terror y lástima que se revela en el poema.
81
Y ahora escuchamos que “la tortura funciona perfectamente”, y cosas como “prohibición migratoria”, “deportaciones en masa”, “muros”, etcétera. En el debate republicano del 14 de enero de 2016, Donald Trump dijo que todas sus ideas con respecto a la migración y los extranjeros no estaban motivadas por el miedo. “No es miedo ni terror”, dijo, “es la realidad”. Para muchos de nosotros, la emergencia de Trump como una figura política exitosa nos hizo recordar aquella sentencia de Marx: “la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa”. Trump se ha entregado a este papel como si fuera un personaje del Gran Dictador de Chaplin o el Ubú de [Alfred] Jarry, aunque aún no sepamos bien a bien a dónde nos llevará esta farsa ni qué clase de tragedia revivirá, y mucho menos sus secuelas. Así, Trump el clown nos recuerda las imágenes de Mussolini o de Gadafi —con la barbilla amenazante echada al frente, los brazos y piernas desafiantes—, pero, otras veces, también a esa figura más siniestra, a Hitler, cuyas ocurrencias, como las de Trump, primero fueron tomadas a farsa y después desataron la tragedia. En fin, mientras tanto, el lenguaje en nuestros días está amenazado, y el resultado de esto, con todas sus variables, es difícil de calcular. En mi obra, el siguiente fragmento de un poema más largo, escrito apenas hace unos días, parte de la cita de Marx sobre la farsa y la tragedia, y termina con una selección de las palabras finales de tu pregunta: PARA LA 45ta PRESIDENCIADA 2017 “El presidente de la desolación” no farsa sino la demencia desde el inicio las raíces de la tragedia incrustadas
82
en la carencia de lo humano listas para derribarnos él nos conduce ahí a un sueño casi tan letal como un túnel por donde la mente se revuelve de cara al cielo pero a resguardo al tropezar cae donde el rostro de alguien parecido a un payaso hinchado sale al paso sus cachetes medran enormes y su cuerpo se encoge hasta que se yergue frente a nosotros como un hombrecillo desnudo que no piensa ni sueña cuando frente al sol matinal su propio rostro le huye en el espejo vacío le pide al cielo que se lo devuelva incapaz de hallarlo la rabia en su interior brota hasta su boca vomita palabras
83
y sonidos vacíos su nombre es el único meme que conoce es el capo contrahecho el presidente de la desolación con la barbilla salida los brazos zambos las piernas montando el mundo su crisol un cuerpo informe que se encoge y le excreta el seso por los ojos cuyos dientes aún rechinan sílabas destazadas con esto el mundo culminará y el tiempo volverá al espacio sin fin para no recordar el pasado lo que fue el origen legendario miedo y terror y la realidad por venir A lo largo de tu carrera, uno de tus proyectos ha sido la secularización de las imágenes y lenguajes místicos, con el fin de trasladarlos “de la religión a la poesía, y de la poesía a los ‘no creyentes’ (término tomado de Huelsenbeck)”. Pero también has explorado lenguajes e imágenes de la ciencia, la tecnología, la política... ¿Consideras
84
que una de las amenazas del lenguaje (y por ende de la poiesis) es la reinstauración de un sistema “sacramental” o “anti secular”, basado en las verdades absolutas y en el dogma? Cuando comencé a explorar las fuentes y las posibilidades de la poesía, súbitamente me fascinó el modo en que el lenguaje y las visiones de algunos escritores místicos —algunos de ellos poetas y otros no— se asemejaban, según mi percepción, a los alcances más extremos del surrealismo o algunos aspectos del romanticismo que le precedió. Esto se alineaba con la poesía o la casi-poesía chamánica, tema principal al que me aboqué en Technicians. Sin embargo, incluso ahí, las imágenes aparentemente oníricas no eran lo que más me atraía, sino los diversos métodos de composición y performance por las que esas experiencias del sueño se verbalizaban. Aquí encuentro un gran parecido con cierta formas vanguardistas como poesía sonora, collage, operaciones aleatorias, poesía visual, y la utilización de artefactos personales tales como máscaras, disfraces para el performance, etc. Si bien las exploraciones que emprendí en Technicians estaban centradas en sociedades de baja tecnología, descubrí que sus “técnicas de lo sagrado” (Eliade) eran aún más atrayentes cuando se ponían codo a codo con la ciencia y la tecnología, culmen de lo secular. Con todas mis limitaciones, intenté derrumbar las barreras que las dividían y, al conseguirlo, “liberar las fuerzas creativas de la tutela de los defensores del poder” (Huelsenbeck de nuevo). Mi uso del término “experimental” es igualmente significativo (una relación espinosa pero fructífera) que se evidencia en ese clamor de Blake en el que pide que “el confortador, el Deseo” lo absorba, “para que la Razón tenga Ideas por construir”, o, de manera más sencilla, en lo que dice Whitman en Hojas de hierba: “¡Hurra por la ciencia positiva! ¡Larga vida a la demostración precisa!”. En mi poesía — una poesía de los “no creyentes”, pero sin excluir a los
85
demás— la variedad y, en ocasiones, el choque de imágenes y símbolos siempre me parecieron un buen refugio en contra de ese dogmatismo del que hablas. En ese tenor, no éramos ni místicos ni chamanes, aunque algunos pensaron lo contrario. Y algo de esto me sirvió, en otro momento de mi labor poética, cuando, durante algún tiempo, me volví hacia las tradiciones y formas judías —pasadas y presentes— en eso que yo describí como “un mundo de místicos, ladrones y locos judíos”, atraído, entre otras cosas, por la oportunidad que tuve de sacar a la luz esas realidades marginalizadas y soterradas, que me eran indiscutiblemente cercanas. Para seguir “derrumbando barreras” (como acabas de decir), ahora trabajas en un nuevo libro, una antología que reúne poesía de todas las Américas (norte, sur; continental, insular, etcétera). Desde tu perspectiva, ¿qué ideas enfrentamos o debemos retar sobre las identidades, pensamientos y poéticas que hemos asumido? El impulso principal de esta nueva antología (esbozada originalmente con Heriberto Yépez, y que luego tú y yo hemos reformulado) parte de la incomodidad que muchos de nosotros experimentamos con el uso restringido de “América” para denominar a un sólo país e idioma, entre los muchos que conforman la realidad de las Américas como un todo cultural y geográfico mucho más complejo. Entre nosotros dos, Javier —tú, un poeta mexicano; yo, estadounidense—, la idea de una América más amplia, conformada por muchas partes independientes, ha sido un tema de interés común. Ya que en este momento no existe un libro parecido, nos sentimos libres para dar el primer paso y —por medio de la antología— experimentar y explorar los posibles resultados de la yuxtaposición de poetas y tradiciones poéticas que abarcan todas las Américas y las distintas lenguas que la conforman: lenguas europeas como el inglés, castellano,
86
portugués, francés, además de incluir las lenguas mestizas (criollas) y francas, y también lenguas originarias como el mapuche, quechua, maya, mazateco, nahua, entre otras. Al seguir esta línea, la idea de América como metáfora europea de “nuevo mundo” se extenderá y ampliará, pero también reconoceremos y aceptaremos la realidad de dos mil años o más de poesía y escritura indígena y originaria. Esas complejidades y contradicciones (y quizá esos conflictos) son las que están por descubrirse y nos mantendrán ocupados. Claramente, uno de mis objetivos sería que un libro así sea compuesto en labor colaborativa como un manifiesto en contra de los imperialismos culturales y lingüísticos (sean en inglés o en castellano). Hablando de “la tutela de los defensores del poder”, hoy en día hay un gran debate con respecto a la ética de los artistas y, a partir de eso, cuestionar la validez de sus trabajos o repeler su influencia. Por ejemplo, a Pound se le marca como antisemita o fascista, a Olson como imperialista, y así. ¿Qué te parece todo esto? ¿Cómo lo reconcilias? ¿El simposio de la totalidad puede excluir a algunos autores por su comportamiento ético o político? Cuando murió Ezra Pound, en 1972, me topé con Gary Snyder, quien andaba de viaje por el oeste de Nueva York (donde yo vivía). No recuerdo cómo, pero a Gary le habían presentado, en algún momento previo de su viaje, al gran novelista en yiddish Isaac Bashevis Singer. En su conversación, igual que en la nuestra, surgió la pregunta sobre el antisemitismo de Pound: ¿se le debe excluir por su comportamiento político o ético? Y Singer, según contó Gary, le respondió con una pregunta retórica y una respuesta: ¿Pound fue un gran poeta? En ese caso, no debe ser excluido. Debe ser condenado, sí, pero no ser borrado ni excluido como poeta. Por mi parte, la respuesta sería parecida: el regalo que nos hizo Pound está en su poesía, incluso en los momentos en que
87
saca a la luz su lado más cruel u oscuro y, con él, una especie de conciencia del fracaso, como confesara hacia el final de su vida. En este sentido, yo tomé uno de sus versos (en cursivas) y le añadí otros para culminar su poema o para canalizar su voz muerta a través de la mía: Y no soy un semidiós, No puedo hacer que aglutine. Ni ponerlo, como un reto, ante mis ojos, donde la luz del sol incluso ahora se requema, densa de cenizas, apestando, donde el siglo dio vuelta a una esquina, como un feto tumefacto eso me ha derribado, la vieja vanidad me ha derribado Ahora, Olson —cuyo “imperialismo” (entre otras cosas) fue criticado con demasiada severidad por Yépez en uno de sus libros— figurará como un escritor sobresaliente y valioso en la antología que tú y yo estamos preparando. Y tampoco excluiremos a Neruda —digamos— por elogiar desmesuradamente a Stalin, ni a Pound, ni a otros que, ciegos moralmente, se hicieron apologistas de gobiernos o ideologías viles y crueles. El examen se centrará en su poesía: la labor real del poeta y la moralidad “po-ética” dentro de ella, de la cual nos apartamos en perjuicio nuestro.
88
Ya que lo mencionaste, Ed Sanders escribió: “La lección trascendental que podemos aprenderle a Pound (...) es nunca permitir que el objeto de odio (...) te arrebate o te encauce al punto de la furia o la violencia, o a condonar el racismo o el asesinato. Traición a la delicadeza”... ¿Crees que las ideas éticas del poeta —si las hay— deben manifestarse y reflejarse directamente en su trabajo? Claro, todo mundo tiene esa responsabilidad, pero no necesariamente se presenta en el poema. Lo que Sanders llama “traición a la delicadeza” es algo que también debemos de prevenir en todos los aspectos de nuestro pensamiento y nuestras palabras, una rendición a la violencia y al enojo que se derrama y anula todos esos bienes del intelecto que conforman el núcleo del pacifismo delicado y la compasión comprometida de Ed. Con todo, ya sea en nuestros poemas o en las circunstancias de nuestra vida cotidiana, las cosas son un poco más complejas, y una respuesta tibia muy probablemente no aplaque la ira. Esto es evidente per se, como lo son —para Sanders y para mí— las palabras sabias de William Blake: “los tigres de la ira son más listos que los caballos de la enseñanza”. Por tanto, hay algo que está más allá de la delicadeza: los agujeros negros en la médula de nuestros poemas y pensamientos, de donde surge la creación.
89