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AYUDAR DESDE LEJOS Liliana, la joven que generó APOYO desde el extranjero
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odo comenzó en Facebook. Un grupo en esa red social, creado para mexicanos residentes en Barcelona, vio nacer la propuesta de Ana Karen, quien sugirió armar un boteo para recolectar fondos. Se organizaron y escogieron, naturalmente,
la Plaça de Catalunya como sitio idóneo para comenzar a trabajar. MexCat, que es la organización oficial de Mexicanos en Cataluña, se sumó al esfuerzo: tramitó permisos para poder realizar la colecta. Otras instituciones apoyaron con mesas y mamparas. Comenzaba el tejido de la red de ayuda en otros países. Liliana vive en Barcelona. En Catalunya y, también, en España. Al ver las noticias del sismo en su país natal, a medio mundo de distancia, «sentí que estaba viendo una película de terror y me dio como un ramalazo de irrealidad». Habló con amigos: todos estaban bien, salvo uno cuyo compañero de cuarto falleció en el derrumbe de Álvaro Obregón 286. A la distancia, el contraste fue intenso. De México, que es donde ella nació y creció, un país que predica el proverbial «quitarse la camisa para que otro se la ponga», un país que, en su totalidad, se dirigió a ayudar a sus connacionales necesitados, pasó a España, donde la situación es distinta. Y, sin embargo, allá también florecieron la bondad y la ayuda. «Vivo en un país que se cae a pedazos», me dice, «vivo en un país donde coexisten a la vez muchos nacionalismos. Vivo en un país que se está fracturando. Verlo tirar la casa por la borda me conmovió infinitamente». Y es que Liliana estuvo ahí, en la Plaça, recolectando fondos. Yo conozco a Liliana. Es una mujer pequeña, risueña, incisiva. A Lili, como le decimos, le brota el buen humor de todo el cuerpo. Acaso como es natural para ella, no pudo evitar convertir esta colecta en una pequeña fiesta. «El último día», me cuenta, «todos los que estábamos ahí empezamos a cantar canciones típicas mexicanas: rancheras, el Cielito Lindo, México lindo y querido. Y un chico dijo: ‘¡Venga, que ya es lo último!’, y cuando alguien nos dejaba una moneda le cantábamos una porra, gritábamos el país del que venía y le aplaudíamos». 98
El entusiasmo —que es como un virus: resistente, altamente contagioso— se transmitía así a quienes pasaban por la plaza. «Los niños», continúa Liliana, «le decían a sus padres ‘dame un euro’, y se regresaban para depositarnos algo en los botes». Eso la sorprendió. Testimonios que escuchó le revelaban que algunos ciudadanos alemanes no podían creer lo que sucedía en México: todo un país volcado para ayudar a una zona. Es una clase de solidaridad particular, la nuestra. Los mexicanos en Catalunya, por su parte, recolectaron dinero y lo donaron a Techo, que está reconstruyendo casas para damnificados. Liliana, que estudia literatura, recurre a Pedro Páramo para explicarse este entusiasmo tan propio de quienes vivimos entre el Bravo y el Suchiate: «El día de la muerte de Susana San Juan, Pedro Páramo afirma: ‘Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre’. Este pasaje encierra no solo el núcleo trágico de la novela, sino también la clave para entender por qué Pedro Páramo es la novela que mejor encarna el imaginario mexicano. Mientras ‘la Media Luna estaba sola, en silencio’ el sonido de las campanas que anuncian la muerte de la mujer atrae a gente de otros lares: ‘y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta’. Porque ahí, en medio de la muerte, en medio de la desgracia, palpita la Vida, el espíritu festivo que caracteriza al mexicano. Y por eso creo que para nosotros siempre, en medio de la desgracia, palpita la Vida. Eso somos nosotros y eso es México».
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