Historia nacional de la infamia

Page 1


da, casi elegante”. Le dijo que fuera a su casa a trabajar en un par de retratos. Cuando llegó, ella no estaba, de modo que dejó el mensaje que la policía encontró después. Ella vino esa misma tarde y le dejó un retrato del rey Alfonso XIII para que le pusiera color. Cuando lo llevó a su habitación para mostrarle otros retratos, vio un juego de aretes con piedras. “En esos momentos […] la idea maldita del robo me poseyó, sintiendo algo horrible.” Ella se percató de sus intenciones, forcejearon y entonces la golpeó hasta matarla. Después del crimen, el remordimiento lo atormentó: “con las manos llenas de sangre y hecho un loco, me levanté, sentía que las piernas me flaqueaban y al caminar, mis pasos eran como los de un ebrio, creí en esos momentos volverme loco, me senté en una silla, pues no podía seguir caminando y comencé a llorar como un demente”. Luego borró sus huellas digitales, se lavó las manos y se llevó algunas cosas. A Cervantes, Gallegos sólo le pidió: “júzgueme usted como quiera, lo que hice fue […] en un momento de locura, de miedo, nunca podré explicarme cómo cometí ese crimen”. Terminó rogando el perdón y prometiendo que le confesaría todo al juez.40 Gallegos se retractó de esta confesión días después. Quizás esperaba que su celebridad recién estrenada le otorgaría cierta protección de los peligros del encarcelamiento, pero no fue así. Tras la sentencia, cuando se le ordenó prepararse para el viaje a las islas Marías, el miedo lo dejó mudo durante varios segundos. El caso de Romero Carrasco, a quien le habían aplicado la ley fuga, aunque supuestamente se había suicidado de camino a las islas, lo había dejado marcado.41 Mientras se preparaba para salir rumbo a la colonia penal, Gallegos le dijo a los periodistas que no iba a intentar escapar del tren, pero su destino estaba escrito. Algunos periódicos incluso predijeron el lugar y la hora de su muerte desde días antes. Fue un final brutal para una celebridad efímera y una advertencia para los sospechosos de crímenes que pensaban utilizar su fama recién descubierta para evitar el castigo. Goyo y el criminólogo Diez años después, otro hombre que dejaba cuerpos de mujeres en descomposición a su paso se volvió el foco de atención de todos. Como Gallegos, Gregorio Goyo Cárdenas, un estudiante de química de la Universidad Nacional que usaba lentes, era un prisionero locuaz que se deleitaba con la fama y estaba ansioso por compartir sus emociones. Por lo de168  ◆  historia nacional de la infamia


más, sus respectivas historias eran muy distintas. Los estudios contemporáneos sobre Goyo Cárdenas sostienen que, en su caso, la ciencia fue decisiva para salvarlo de un final como el que sufrió Gallegos. Múltiples estudios encargados por los jueces hicieron de Cárdenas el objeto de distintas disciplinas que se traslapaban y se disputaban la autoridad científica. En Novedades se decía en broma que los lectores estaban más interesados en saber si Cárdenas se bañaría en la cárcel que en “la situación de Stalingrado”.42 Su celebridad era producto de su disposición a hablar con los medios y su astuta manipulación de los distintos saberes que se suponía debían explicarlo y tratar su comportamiento desviado. Goyo, como lo conocían todos los mexicanos alfabetizados en asuntos criminales, no era tan distinto de otros asesinos famosos, pero era mejor que la mayoría para hacer de la necesidad virtud. La historia comenzó en septiembre de 1942, cuando el abogado Manuel Arias Córdova buscaba frenéticamente a su hija, Graciela Arias Ávalos. Como era la norma en casos similares, las agentes de policía a las que se les asignó el caso buscaron primero a su novio, quien resultó ser Goyo. La agente Ana María Dorantes se halló con que Cárdenas, por consejo de su madre, se había internado en la clínica psiquiátrica privada del doctor Gregorio Oneto Barenque.43 La policía mandó a otras dos agentes disfrazadas de enfermeras y logró que Oneto Barenque admitiera muy pronto que Cárdenas había confesado haber matado a Arias Ávalos y a otras tres mujeres.44 Mientras esto sucedía, los vecinos de Goyo en Tacuba le pidieron a la policía que mandara a alguien a meterse a la casa en el número 20 de Mar del Norte: habían visto unas grandes moscas verdes y percibido un olor a putrefacción; desde un techo cercano, alguien había detectado un pie humano salido de la tierra recientemente removida en el patio. Para el momento en que los policías, los investigadores, los periodistas y Arias Córdova llegaron a la casa, una estructura básica, amplia y un tanto sucia donde Cárdenas iba a estudiar y realizar experimentos, una multitud de vecinos estaba afuera esperando. Los trabajadores extrajeron cuatro cuerpos enterrados muy cerca de la superficie. Además de Arias Ávalos, había otras tres víctimas, todas prostitutas. Cárdenas confesó que las había levantado en distintas noches y las había llevado a la casa para tener relaciones sexuales con ellas. Después las había estrangulado con un mecate que utilizaba para sostener sus tubos de ensayo. En las siguientes semanas, su relato seguiría evolucionando, pero las impactantes imágenes de la escena del crimen, incluidas las fotografías de los cuerpos desenterrados que aparecieron en los periódicos, definirían crímenes horribles  ◆ 169


la historia. A pesar de que la posteridad lo recordaría simplemente como el caso de Goyo Cárdenas y se enfocaría en su estado psicológico, las etiquetas que se le aplicaron al hecho en su momento sugieren que en un principio este caso no se consideró tan distinto de otros episodios de aberración moral: “el estrangulador de Tacuba”, “el Barba Azul totonaca”, “el hombre monstruo”, “estudiante troglodita”, “el feroz chacal”.45 Las fuertes reacciones del público se parecían a las que llegaron a expresarse sobre Gallegos. Las amas de casa le escribían al presidente y los periódicos, los miembros del Congreso daban discursos exigiendo el restablecimiento de la pena de muerte y hasta las prisioneras pedían una forma de justicia rápida, similar a la que se le aplicó a Gallegos. La gente insultaba y apedreaba a Cárdenas de camino al hospital o a la cárcel. Sin embargo, algo en él era distinto. Era estudiante, manejaba su propio coche, leía y disfrutaba la vida moderna, pero también realizaba actos brutales que evocaban un comportamiento criminal primitivo. Una carta anónima a la policía sostenía que Cárdenas representaba una versión extrema de la misma amenaza que todos los estudiantes significaban para los habitantes del centro que realizaban sus quehaceres cotidianos: “las manifestaciones de crueldad incalificables, de salvajismo, de positiva barbarie, de estolidez, de majadería, de grosería, de iniquidad de que hacen gala los estudiantes universitarios […] individuos sedientos de placeres, de orgías, de concupiscencias”.46 Cárdenas no encajaba en el molde del criminal nato lombrosiano. Era originario de Veracruz, donde su familia tenía propiedades rurales. En la capital, fue uno de los miembros fundadores del sindicato de petroleros en 1936, trabajó como mecanógrafo en varias oficinas estatales y estudió ingeniería química en la Universidad Nacional con una beca de Pemex, aunque para 1942 estaba apenas en el segundo año del programa y no se había graduado. Su coche y su casa indicaban cierta prosperidad e independencia, a pesar de que aún vivía con su madre. Cuando lo arrestaron, la familia tuvo suficientes recursos para contratar a abogados prestigiosos y recurrir a los consejos de Oneto Barenque y otros expertos. A diferencia de Gallegos, a Cárdenas no lo había motivado el robo: sus asesinatos parecían ser una extensión de sus impulsos sexuales y no había pruebas de que tuviese cómplices.47 Pronto emergieron distintas interpretaciones que tenían en común la condena unánime de los crímenes, pero diferían en cuanto a las causas y el significado del comportamiento de Cárdenas. Los expertos y el público en general se unieron en un auténtico “festín interpretativo”, para usar 170  ◆  historia nacional de la infamia


las atinadas palabras de Carlos Monsiváis, con base en las versiones del propio criminal acerca de sus actos y de su carácter.48 El sexólogo y herpetólogo español Martín de Lucenay, exiliado en México, no conocía a Cárdenas, pero envió a La Prensa un manuscrito en el que ofrecía una interpretación crítica que era, según él, tan buena como cualquier otra: “No es absolutamente necesario remontarnos a las elevadas alturas de las teorías freudianas para especular, prescindiendo de un lato rigor científico, sobre el caso realmente extraordinario del gran sádico Gregorio Cárdenas Hernández, de cuyos crímenes se viene realizando una especie de propaganda morbosa.”49 Al igual que en los libros de Sade, según Lucenay, Goyo mataba como parte de su necesidad de satisfacción sexual; el amor, la pasión o cualquier tipo de simpatía hacia sus víctimas eran ajenos a su comportamiento. Cárdenas logró sacar beneficios de esa “propaganda morbosa” conservando cierto control de las versiones sobre su vida y sus crímenes. Tuvo múltiples oportunidades para exponer su propia explicación, ya que los periodistas asistían a sus declaraciones y tenían autorización para visitarlo durante sus primeros días en la cárcel.50 Se le facilitaba escribir y un psiquiatra lo llamó “un criminal intelectualizado”.51 En la comisaría, escribió su primera confesión, la cual tituló “Declaración del detenido ingeniero químico Gregorio Cárdenas Hernández” (figura 10). Sus textos aludían a profundos impulsos psicológicos. Inmediatamente después de acostarse con las prostitutas, escribió, algo se apoderaba de él. Describía su comportamiento como una experiencia casi extracorpórea: “mi cerebro ya no estaba bien”. Luego cambiaba a la tercera persona: “no estaba Cárdenas ahí […] se había transformado en una fiera”, lleno de odio hacia las mujeres. La escisión fue aún más rigurosa en el cuarto crimen, el asesinato de su novia, Arias Ávalos: “La vida sonreía a ambos, los dos siempre enamorados, los dos siempre satisfechos”, pero tuvieron una discusión porque él se puso celoso y, aunque “la quería entrañablemente”, “nuevamente la bestia se apoderó de mí […] estaba enloquecido, había matado a la mujer que mucho adoraba”.52 Después de cada crimen, escribió Cárdenas, caía presa del remordimiento, enterraba a sus víctimas, rezaba por ellas e iba a la iglesia para buscar el perdón de dios. Luego de manifestar que a él mismo le desconcertaban sus propias acciones, Cárdenas ofreció más adelante varias versiones. Le echó la culpa alternativamente a los celos, la enfermedad mental y la curiosidad científica. En entrevistas con periodistas, psiquiatras y criminólogos, aseguró que había hecho experimentos con las primera víctimas, tratando de ver crímenes horribles  ◆ 171


Figura 10. Gregorio Cárdenas escribiendo su confesión. La Prensa, 10 de septiembre de 1942, p. 40.

si la adrenalina extraída de las glándulas de una de ellas podría revivir a otra. Dijo que había tenido relaciones sexuales con ellas antes y después de matarlas. Los jueces mandaron hacer múltiples estudios de su personalidad para poder establecer si era responsable desde el punto de vista criminal o si debía más bien ser internado en una institución mental.53 Se le cuestionó en detalle, se le inyectó el suero de la verdad y fue sometido a electroencefalogramas y electroshocks. De manera voluntaria o no, ofreció abundante información sobre su vida, sus relaciones con las víctimas y prácticamente cualquier tema sobre el que se le hicieran preguntas. Le gustaban las películas “de carácter científico o de argumento de fondo filosófico, pues nunca le han gustado las películas románticas”, y añadió que sentía “preferencia por leer poemas en general y obras literarias de sor Juana Inés de la Cruz, fray Luis de León, fray Servando Teresa 172  ◆  historia nacional de la infamia


de Mier, obras filosóficas en general, entre las que ha preferido la doctrina kantiana y la de Augusto Comte, la Biblia católica”.54 Cárdenas parecía asumir que cualquier cosa podía ser relevante para ayudar a explicar esa anomalía tan perturbadora de su comportamiento. Quizás asesorado por abogados y doctores, Cárdenas complicó cualquier posible explicación, pero fundamentalmente trató de aparentar demencia para evitar la cárcel. Cuando lo arrestaron en la clínica de Oneto Barenque, actuó como un “loco” casi caricaturesco, haciéndose el invisible y garabateando fórmulas en un pizarrón imaginario. Su abogado solicitó un examen psiquiátrico y el comportamiento de Goyo persuadió al juez de suspender los procesos judiciales del caso criminal y mandarlo internar en el centro psiquiátrico estatal de La Castañeda.55 Durante cinco años, Goyo se la pasó muy bien ahí, asumió la administración de una tienda y entabló una relación con una de las empleadas, con quien salía a hoteles y al cine, mientras los expertos seguían creyendo que no podía declarársele legalmente responsable de sus crímenes. El director de La Castañeda, el doctor Leopoldo Salazar Viniegra, explicó que, durante su estancia ahí, Goyo “se cultivó para la simulación”, con el fin de engañar a los expertos, leyendo lo que se había escrito sobre él, e “invocó la fama pública; la opinión de las personas profanas en psiquiatría, que tuvieron oportunidad de tratarlo […] Asistió a las clases de psiquiatría y tomaba versiones taquigráficas de ellas.” Preocupado de que dichas libertades causaran un mayor escándalo, Salazar Viniegra añadió que no podía ofrecer la vigilancia necesaria para garantizar la prevención de futuras escapadas. Después de que un doctor propusiera hacerle la lobotomía, Cárdenas huyó, aunque fue capturado de inmediato en Oaxaca. Todas estas escapadas pusieron en ridículo al sistema judicial. En 1948, una hermana de Graciela Arias Ávalos le escribió al presidente Alemán pidiendo justicia. Insinuó que pudo haberse vengado con su propio dinero, pero que esperaba que hubiese un castigo real para Goyo: “Yo puse al asesino en manos de la justicia, ya que antes de la desaparición y muerte de mi hermana nadie lo había descubierto como un criminal”, pero ahora ha estado gozando de todo tipo de libertades en La Castañeda, yendo al cine y a los cabarets.56 Después de que capturaron a Cárdenas en Oaxaca, el juez ordenó nuevos exámenes para evaluar su estado mental. Salazar Viniegra declaró que ya no había nada malo con la mente de Goyo, de modo que podía juzgársele como a un criminal normal. Otro estudio propuso que debía continuar su internamiento en La Castañeda hasta que se curara. Una tercera evaluación, por parte de Alfonso Quiroz Cuarón, concluyó que Cárdenas crímenes horribles  ◆ 173


ostentaba anomalías fisiológicas y mentales, y una “disposición perversa”. Sus simulaciones de desequilibrio mental eran reflejo de “una exaltación de su personalidad”, pero también tenían el propósito de evitar el castigo. Quiroz Cuarón propuso que no se juzgara a Cárdenas como a una persona cuerda: aún era potencialmente peligroso para la sociedad y tenía que estar aislado de manera permanente en la cárcel.57 Cárdenas fue enviado entonces a la penitenciaría de Lecumberri, castigado sin una sentencia por causa de su manipulación retorcida de la ciencia. Ahí cambió de estrategia y esta vez enfatizó sus derechos legales. Él y sus hermanas le escribieron al presidente Alemán quejándose de que, según la Constitución y el código penal, no podían encarcelarlo en la penitenciaría si estaba mentalmente enfermo y que, si no lo estaba, debían sentenciarlo para establecer un término a su reclusión. Cárdenas estudió la ley con la misma diligencia que había aplicado a la psiquiatría durante su estancia en La Castañeda. A pesar de que ahora estaba en condiciones más duras, se condujo como una persona racional. Escribió tres libros, tocaba música, le daba consejos jurídicos a otros internos, tejía bolsas, se casó y tuvo cinco hijos. Con todo, los jueces y los abogados defensores mostraban renuencia a tocar su caso y los sucesivos presidentes tampoco prestaron atención a sus solicitudes de indulto, ni siquiera cuando su esposa y sus hijos hicieron una huelga de hambre frente al Palacio Nacional. Pudo salir en 1976, después de que su abogado argumentara que debían declararlo culpable de sus crímenes y dejarlo libre, pues ya había cumplido con más tiempo del que correspondía a la pena máxima por su delito. Para ese momento, su relación con las autoridades de la cárcel había mejorado. De hecho, fue invitado por el secretario de Gobernación a una sesión de la Cámara de Diputados, donde le aplaudieron como ejemplo de un criminal regenerado, una escena que bien podría llevarse las palmas como la más extraña en la historia de la penología mexicana.58 Los académicos contemporáneos han interpretado el caso de Goyo Cárdenas como un momento en el que psiquiatras, médicos y criminólogos impusieron su autoridad sobre el poder judicial. Como señala uno de ellos, cuando se determinó por primera vez que Cárdenas no era apto mentalmente para ser enjuiciado, evadió el severo tratamiento que solían soportar los sospechosos que se rehusaban a confesar y los peligros de un encarcelamiento que bien pudo terminar en ley fuga. Ahora bien, si nos enfocamos de nuevo en la propia historia de Goyo, más que en las implicaciones culturales o jurídicas de su caso, la conclusión que surge es distinta. Él eligió los términos en los que la gente común y los expertos ana174  ◆  historia nacional de la infamia


lizarían sus actos: primero fingió estar demente, pero hacia el final de su encarcelamiento adoptó una perspectiva estrictamente jurídica sobre sus derechos. En un inicio, utilizó el interés de la nota roja para protegerse y, a lo largo de los años en que estuvo confinado, aceptó su fama con resignación, mientras la gente seguía visitándolo en la cárcel, como a una especie de fenómeno. Desde esa postura relativamente autónoma, Cárdenas contrarió tanto a los jueces como a los médicos. Sostuvo, por ejemplo, que el informe de Quiroz Cuarón que lo mandó de vuelta a Lecumberri era simplemente una manera turbia del sistema penal para castigarlo, no un esfuerzo científico por llegar a la verdad acerca de su salud.59 Parecía haber un trasfondo de antagonismo entre el asesino y los expertos. En su informe, Quiroz Cuarón incluyó fotografías de Cárdenas vestido como geisha como prueba de “que su evolución sexual no fue correcta, estaba indiferenciada y tenía una orientación de tendencia homosexual”.60 Cárdenas, a su vez, sostenía que el propio Quiroz Cuarón era un homosexual que se le insinuaba inoportunamente a los prisioneros. En general, Cárdenas decía tener una muy mala opinión de la ciencia de la salud mental. Acerca de sus interacciones con el famoso médico español Gonzalo Rodríguez Lafora, escribió: Desde luego, nunca fui sincero con él y siempre le di respuestas falsas; no tenía por qué ser franco. Yo había leído algo de siquiatría y sabía la finalidad que perseguía; el doctor Lafora, como cualquier otro médico, seguía el mismo camino: tener datos impropios que con plena conciencia se le proporcionaban, ya que el papel de este profesionista era el de un curioso que pretendía aplicar normas que nadie cree, tanto sicológicas como siquiátricas que a nada conducen por ser ésta una rama de la medicina que todavía deja mucho que desear.

A Rodríguez Lafora no le gustó que Cárdenas le preguntara cuántos pacientes había curado. La defensa lo había invitado para que proporcionara una asesoría experta, pero más adelante la familia de Goyo lo demandó por publicar información vergonzosa acerca de ellos.61 A pesar de la infamia de Cárdenas y el “festín interpretativo” en torno suyo, la verdad acerca de su crimen nunca se confirmó de manera oficial: no se le declaró culpable y sus motivaciones nunca se aclararon. En los libros que escribió en la cárcel no mencionó los asesinatos. Sus víctimas no figuraron de manera prominente en las discusiones científicas o populares de su caso, como si su estatus de prostitutas o novias las convirtiera en presas naturales de una mente pervertida. Su fama a largo plazo devicrímenes horribles  ◆ 175


no en la persistencia de una vaga amenaza: las jóvenes eran víctimas potenciales si se atrevían a caminar de noche por las calles de la ciudad. La prensa usó el término goyomanía para referirse a otros episodios de violencia en contra de las mujeres, los detectives interrogaban a los sospechosos sobre su conocimiento del caso de Goyo y hubo películas pornográficas, chistes y obras de teatro que retomaron la leyenda.62 Ésta fue la contraparte tácita del detallado conocimiento psicológico que Gregorio Cárdenas legó al alfabetismo criminal mexicano. Del cuadro de expertos involucrados en el caso de Cárdenas, el doctor Alfonso Quiroz Cuarón (1910-1978) fue el más célebre, un buen modelo del nuevo enfoque del crimen que exigían esos tiempos. De joven, Quiroz Cuarón migró del norte de México a la capital y empezó a trabajar para el gobierno como secretario en un juzgado penal. Luego se volvió técnico forense, estudió medicina y tuvo una carrera exitosa como experto al servicio de instituciones estatales y académicas. Dos sucesos de su juventud le dejaron una fuerte impresión personal y marcaron su vocación profesional; ambos son a su vez ejemplos de los peligros del crimen moderno y los límites de la justicia oficial en el México posrevolucionario. El primero fue la muerte de su padre, asesinado durante un atraco por un compañero —ambos empleados de ferrocarriles—, cuando Alfonso tenía 15 años; el asesino después murió en un incidente orquestado por el director de la cárcel, un amigo que quiso vengar al padre de Quiroz Cuarón. El segundo suceso fue el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón en 1928, a cuya autopsia Quiroz Cuarón asistió como estudiante de medicina. El procedimiento se condujo de una manera tan mediocre que despertó serias dudas acerca de la acusación en contra de Toral y dejó abierta la posibilidad de que se tratase de una cortina de humo (como se analiza en el capítulo 1).63 Quiroz Cuarón dedicó su carrera, más influida por la experiencia directa y la aspiración científica que por las estructuras académicas, a elevar el nivel intelectual de la ciencia forense explorando en profundidad las mentes de los criminales. Su nombre se asociaba con el trabajo detectivesco en contra de los criminales internacionales. Un ejemplo de sus logros en ese campo fue la identificación del asesino de León Trotsky, Ramón Mercader, quien por años se hizo llamar Jacques Mornard. Quiroz Cuarón decía haber hallado la verdadera identidad del sospechoso en los archivos de la policía española.64 Otro aspecto, quizá más productivo, de su interés por la labor policiaca fueron sus trabajos y sus libros sobre el crimen organizado, los cuales ponían énfasis en las dimensiones trans176  ◆  historia nacional de la infamia


fronterizas y la sofisticación de los criminales modernos, una categoría que para él incluía algunas organizaciones guerrilleras. El desmantelamiento de bandas dedicadas a la falsificación requería conocimientos de expertos locales y colaboraciones internacionales que fueron posibles gracias a las relaciones que Quiroz Cuarón desarrolló durante sus frecuentes viajes. En el transcurso de su carrera, organizó una oficina de servicios de investigación para el Banco de México. A pesar de que esta vertiente corporativa del trabajo detectivesco se había ideado para ayudar a los bancos a prevenir pérdidas, también reflejaba una creciente preocupación por las actividades del crimen organizado. En México, estas bandas a menudo encontraban a sus víctimas entre los ricos locales y entre los turistas. Estaban involucradas en fraudes, secuestros, tráfico de drogas y prostitución. A diferencia de los criminales comunes, incluían a hombres elegantes, bien vestidos y cosmopolitas, así como a mujeres atractivas, y usaban su propio lenguaje criminal.65 Los detectives tenían que aprender su lenguaje y modus operandi, escribió Argos, pero sobre todo tenían que colaborar con las agencias policiales de otros países. Estos criminales escurridizos fomentaron una modernización inspirada en el extranjero, pero también amenazaron la integridad de los detectives: por ejemplo, un grupo que incluía a peruanos, españoles y mexicanos defraudó al Banco de México por grandes sumas de dinero a inicios de los años treinta; incluso los que fueron arrestados lograron escapar y hubo un rumor de que habían compartido sus ganancias con Valente Quintana.66 Quiroz Cuarón, que ya se había dado a conocer como experto desde antes de que la disciplina de la criminología se profesionalizara, se convirtió en el hombre al que el gobierno recurría para todos los temas ligados al crimen: fue consejero de instituciones penales, realizó evaluaciones psicológicas, escribió libros y dio clases sobre múltiples temas. Para el jurista español Mariano Ruiz Funes, Quiroz Cuarón era la personificación de las abigarradas fuentes de la disciplina: “sabe criminología, es decir, antropología o biología, psicología y sociología criminales”, o, en otras palabras, había acumulado el tipo de habilidad que en circunstancias normales habría requerido la colaboración de varios expertos.67 Combinaba el trabajo en cárceles y laboratorios con una variedad de inspiraciones metodológicas. Recurrió a Lombroso, cuyo razonamiento biológico había sido rechazado temporalmente por la disciplina pero a quien, según Quiroz Cuarón, la medicina había reivindicado; también se servía de los hallazgos extraídos de la anatomía, la patología y la psiquiacrímenes horribles  ◆ 177


tría; aplicaba el psicoanálisis sin empacho con citas de Freud y referencias al “subconsciente colectivo”.68 Quiroz Cuarón aplicó sus conocimientos, sólidos y eclécticos a la vez, a temas tan diversos como la prostitución, la sexualidad, la psiquiatría, la violencia política, la estadística y los robos a bancos. Pero su reputación como académico provenía principalmente de sus textos sobre los crímenes y las personalidades de asesinos como Gregorio Cárdenas, Higinio Sobera de la Flor y Ramón Mercader. Estos informes minuciosos tenían como objetivo ayudar a los jueces a decidir acerca de la responsabilidad criminal de los sospechosos y su tratamiento; incluían grandes cantidades de información sobre una amplia variedad de aspectos relacionados con el cuerpo y la mente de los criminales, desde estudios de orina hasta configuraciones craneanas, patrones verbales y sueños. El objetivo, sin embargo, no era la rehabilitación. Las recomendaciones incluían cadena perpetua para un hombre mentalmente perturbado que aún significaba una amenaza (Cárdenas), lobotomía para un criminal violento (Sobera de la Flor) y la sentencia más larga posible para un hombre cuerdo que asesinó deliberadamente (Mercader).69 A pesar de que la pregunta básica era simple (si el sospechoso estaba “loco” de acuerdo con el artículo 68 del código penal), Quiroz Cuarón logró producir estudios ambiguos en una prosa cargada de argot y citas de diversas autoridades. Es posible que la cualidad técnica y oscura de las explicaciones de Quiroz Cuarón estuviese enfocada en satisfacer a los jueces que habían pedido los estudios, pero la publicación de los informes sin duda lograba mantener la fascinación de los lectores por los asesinos que figuraban en la nota roja. Su libro de 1952, Un estrangulador de mujeres, incluía fotografías de Goyo Cárdenas desnudo (su identidad levemente protegida con el uso de iniciales y un rectángulo negro sobre los ojos) y de los cadáveres de sus víctimas.70 En lugar de seguir un principio rector, el método de Quiroz Cuarón era el de la acumulación, sin darle importancia a la compatibilidad de las teorías que sustentaban las autoridades que citaba. Utilizaba ampliamente el psicoanálisis al tiempo que explicaba aspectos muy específicos del comportamiento del sospechoso mediante anomalías anatómicas, predisposiciones hereditarias u otras patologías. Quiroz Cuarón también juzgaba sus acciones en términos morales, haciendo alusión a la pasión, la venganza y otros sentimientos. Entre las bases sociales del comportamiento de los criminales, incluía el “elemento étnico de la venganza”.71 Su método, en suma, sólo expandió y actualizó la acumulación ecléctica de explicaciones que había caracterizado a los criminólogos porfirianos. 178  ◆  historia nacional de la infamia


La criminología después de la Revolución no consiguió la coherencia ni la influencia que sus practicantes habían esperado desde el porfiriato. Por supuesto, Quiroz Cuarón no tenía la culpa de esto: las fronteras de su disciplina no estaban establecidas de manera clara y no era fácil encontrar cursos sobre los innovadores enfoques de investigación que él y sus colegas adoptaban. A pesar de su estatura académica, Quiroz Cuarón nunca pudo ver la creación de una escuela profesional de criminología en la Universidad Nacional, donde estudió y enseñó hasta el final de sus días. El problema era la centralidad de los criminales en la esfera pública, que restaba importancia al estatus de la transgresión como objeto científico. Las recomendaciones de Quiroz Cuarón tras sus estudios de casos específicos eran individualizar el castigo o el tratamiento y reformar la legislación penal para darle mayor poder a los expertos médicos. Pero su informe sobre Cárdenas refleja el fracaso fundamental de los conocimientos criminológicos para imponerse sobre el proceso penal y, más precisamente, sobre las interpretaciones acerca del crimen. Cuando el juez le solicitó que emitiera una opinión sobre la responsabilidad criminal del sospechoso, después de dos informes contradictorios, Quiroz Cuarón resumió todos los estudios previos de Cárdenas y presentó una tabla en la que se detallaban métodos, teorías y conclusiones de cada uno. Luego añadió sus propios exámenes y recomendaciones. Sin embargo, ni Quiroz Cuarón ni los otros expertos que examinaron a Cárdenas y profirieron opiniones sobre su caso concibieron el debate en términos de la superioridad de un enfoque sobre los demás: aplicaron la antropología criminal, la patología, la psiquiatría y el psicoanálisis como meras capas de pintura sobre un lienzo. El amplio espectro de distintas autoridades y métodos utilizados ocultaba una contradicción en el corazón del proyecto intelectual de Quiroz Cuarón. Al tiempo que prometía expandir la autoridad y la capacidad de la ciencia aplicada al crimen, hizo de la individualidad del criminal la clave de ese conocimiento. Quiroz Cuarón compartía una premisa con muchos contemporáneos, lo mismo expertos que gente común. Para ellos, la historia y el estado mental del criminal eran la explicación definitiva, irreductible de cada crimen. En un estudio del cráneo del Tigre de Santa Julia, Quiroz Cuarón explicó que El acto criminal es el acto más íntimo e individual de cada delincuente. Es el producto más profundo de toda su personalidad; en ese acto se conjugan las tendencias hereditarias y las fuerzas de lo adquirido; actúan las tendencias crímenes horribles  ◆ 179


temperamentales y el carácter. En el momento delictivo actúan en el sujeto las fuerzas presentes de su vida, pero también todo su pasado. Por esto, la conducta criminal sólo es técnicamente comprensible mediante el estudio completo o integral de la personalidad del delincuente.72

Su tipo de criminología, por ende, era una continuación de la fascinación pública que expresaba la prensa popular, no su antítesis. Dado que sus estudios se trataban de casos en los que la autoría y los hechos básicos del asesinato (el quién y el cómo) no estaban en duda, Quiroz Cuarón sólo podía recurrir a la ciencia para resolver el problema del porqué. Al analizar a Mercader, concedía que era difícil de entender cómo una persona por lo demás normal había matado a un hombre mayor de un modo tan violento y concluía: “Para interpretar este enigma se hicieron imprescindibles las mejores técnicas para descubrir la verdad, no en los libros, sino en el interior del delincuente, que en último análisis es el único poseedor de su secreto.”73 El caso de Mercader, sin embargo, demostraba que no siempre era posible llegar al interior de la mente del criminal. El hombre que asesinó a Trotsky en 1940 en su casa de Coyoacán decía llamarse Jacques Mornard. Las autoridades se dieron cuenta de que se trataba obviamente de un hombre educado, sano, inteligente, no de un “loco”, pero no podían obtener de él prueba alguna de una posible conspiración estalinista como las que se asociaban con otros atentados anteriores en contra de Trotsky. Mornard declaró que odiaba a su víctima por su interferencia en su relación con una mujer y porque pensaba que había traicionado a la clase trabajadora. Mercader fue el primer sospechoso en México al que se le hizo un electroencefalograma, el cual sólo reveló que entendía ruso. Quiroz Cuarón y el psiquiatra José Gómez Robleda lo entrevistaron durante cientos de horas, examinaron sus sueños, su anatomía y las funciones de su cerebro. Tras descartar la conspiración comunista, llegaron a la conclusión de que Mornard había matado a Trotsky porque lo veía como una representación de su padre y de pronto fue vencido por sus impulsos edípicos.74 Pero no se sabía nada acerca de la familia del asesino, ya que el nombre que había dado no había podido verificarse. En 1950, Quiroz Cuarón llevó un juego de huellas digitales a los archivos policiales en España y pudo identificar a Mornard como Ramón Mercader. Información adicional sobre Mercader confirmó el papel decisivo que su madre, Caridad del Río, había jugado en el crimen, no como resultado de un complejo de Edipo, sino más bien porque había reclutado a su hijo para par180  ◆  historia nacional de la infamia


ticipar en una compleja operación ordenada y financiada por el gobierno soviético.75 Mercader era lo opuesto de los criminales famosos de su época: se negaba a dar entrevistas a la prensa, trabajaba modestamente en la penitenciaría como maestro y guardó silencio sobre las motivaciones de su crimen durante los 20 años que duró su encarcelamiento. Por recomendación de Quiroz Cuarón, a Mercader se le negó la libertad condicional anticipada. Logró sobrevivir a Lecumberri, a pesar de que un guardia le ofreció a la viuda de Trotsky, Natalia Sedova, matarlo a cambio de dinero.76 Después de que salió libre en 1961, Mercader fue tratado como héroe al llegar a Moscú, donde recibió una medalla, una dacha y una pensión. Incluso entonces, en lugar de publicidad y fama, Mercader optó por el silencio y el aislamiento, esperando el momento de poder cumplir con su deseo de volver a París y luego a Cuba, lugar de nacimiento de su madre, donde murió tres años después que ella, en 1978.77 Al igual que sucedió con otros asesinatos famosos examinados aquí, su crimen le dio un lugar en la historia y explicó su vida. Asesinos sin gloria El asesinato del sacerdote católico Juan Fullana Taberner la noche del 8 de enero de 1957 parecía ser uno de esos crímenes indignantes que podían unificar la opinión pública con facilidad. Las multitudes fuera de la iglesia, en el funeral y en las inmediaciones de la comisaría exigían que se linchara a los culpables, o que se les aplicara la ley fuga. Los periódicos tomaron el caso como un síntoma de la “endémica podredumbre social como la que está sufriendo México en estos últimos tiempos”, en “una época de subversiones múltiples de los valores espirituales”. Gente de todo el país, fascinada por el caso, se ofrecía a colaborar con las autoridades para dar con los criminales.78 Pero la historia tenía un reparto tan abigarrado que era imposible reducirla a una conspiración o un sádico acto de placer. Era como si los asesinos famosos que precedieron este caso hubiesen creado expectativas de criminales complejos y sofisticados que no siempre llegaban a cumplirse. Al igual que en muchos otros ejemplos contemporáneos de homicidio, los culpables no eran particularmente elocuentes y sus acciones no tenían mucho significado más allá de la satisfacción de sus necesidades depredadoras. En contraste, la víctima era un hombre educado, de origen español, crímenes horribles  ◆ 181


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.