JUAN VELEDÍAZ

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Capítulo XI

Jinetes de Tlatelolco

A

quel espacio en blanco en la hoja de servicios del general Mario Ballesteros Prieto, donde García Barragán escribía cada año sus observaciones sobre su desempeño, era una rendija donde asomaba un choque al más alto nivel ocurrido al interior de la Secretaría de la Defensa Nacional tras el 2 de octubre de 1968. Una pista la recogió el Departamento de Defensa estadunidense, cuando registró parte de lo que ocurrió en las semanas posteriores a la matanza estudiantil En diciembre de 1968 Ballesteros fue relevado de la jefatura del Estado Mayor de la Defensa Nacional, García Barragán colocó en su lugar al general Félix Galván López, su secretario particular. Era una de las explicaciones a ese hueco en su expediente. El cambio se hizo mientras reportes de inteligencia militar de Estados Unidos fechados en enero de 1969 apuntaban como hipótesis que la “indisciplina de dos generales” había sido causante de la matanza de Tlatelolco.1 1. “Versión de Inteligencia militar de EU: La indisciplina de dos generales provocó la matanza de Tlatelolco”, Proceso 1091, 28 de septiembre de 1997.

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Los documentos datan de las semanas en que García Barragán había hecho una investigación interna de lo ocurrido, tras la intervención militar en el mitin estudiantil que terminó en tragedia. El cambio más importante fue el relevo de Ballesteros como jefe de EMD. Se lo pidió don Marcelino al presidente. El movimiento ocurrió días después de que Gustavo Díaz Ordaz lo ascendiera a general de brigada. Gutiérrez Oropeza, jefe del EMP, quedó “señalado” como persona non grata para el alto mando del Ejército. Él y Ballesteros Prieto, según los informes, “habían caído de la gracia” de García Barragán. La razón por la que Ballesteros fue relevado, decía el Pentágono, “fue que él, junto con el general de brigada Gutiérrez Oropeza, había estado dando contraórdenes o fallando en la interpretación correcta de las órdenes del general García Barragán. Además, ambos generales habían hecho cambios de personal y designaciones sin la autorización del secretario de la Defensa”. Sobre el jefe del EMP se decía que “ya no ocuparía más su lugar acostumbrado directamente detrás del presidente en actos oficiales”. 2 Las más importantes de esas órdenes tuvieron que ver con los acontecimientos en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968, durante los desórdenes estudiantiles. El general García Barragán había dado instrucciones a Ballesteros para mandar efectivos a rodear la Plaza de las Tres Culturas, con el fin de observar qué ocurría y prevenir que las manifestaciones estudiantiles se esparcieran por otros rumbos de la ciudad. La entrada del Batallón de (Fusileros) Paracaidistas a la plaza, que resultó en una confrontación violenta con los estudiantes, no era parte de la actividad militar planeada (…), el general García Barragán no pudo juzgar en aquel momento si el general Ballesteros había malinterpretado las órdenes o las había cambiado deliberadamente; sin embargo, hechos posteriores convencieron a García Barragán de que tanto el general Ballesteros como el ge2. Ibid.

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neral Gutiérrez (Oropeza) estaban pasando por encima de su autoridad y que, de hecho, habían cambiado deliberadamente sus órdenes.3

El Departamento de Defensa registró tiempo después un evento donde Gutiérrez Oropeza apareció separado del presidente, en una mesa lejana. No podía ser de otra forma, era la ceremonia por el día del Ejército en febrero de 1969, en los días en que don Marcelino no toleraba su presencia. En el resto de eventos oficiales importantes el jefe del EMP, contrario a lo dicho en los reportes, siguió ocupando su lugar detrás de Díaz Ordaz. El informe sugiere discrepancias por el 2 de octubre. Del análisis de los documentos de la Operación Galeana, como se llamó al despliegue militar en Tlatelolco, se desprende una pieza que recogió en su momento Carlos Montemayor: Porque el general Mario Ballesteros Prieto no aparece en ningún pasaje del parte militar del general Crisóforo Mazón Pineda del 2 de octubre de 1968, ni en los documentos del general García Barragán, lo que quizá constituye una prueba más del manejo parcial de las “revelaciones” de los documentos.4

¿Quién era la fuente o las fuentes de la Agencia de Inteligencia de Defensa estadunidense? Diversos militares consultados durante el transcurso de los años apuntaban como hipótesis al secretario particular de García Barragán. Ballesteros vivió una “grilla” en su contra auspiciada por Javier García Paniagua en mancuerna con el general Galván López. Ballesteros también tuvo fuertes diferencias durante el conflicto estudiantil con el jefe de la sección segunda, el coronel Aguirre Ramos. Ambos habían pasado en diferentes momentos por la agregaduría en Washington, la JID y en la sección quin3. Ibid. 4. Montemayor, Carlos. “La violencia de Estado”, Debate. RHM. México, 2010.

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ta del EMD. Pese a ello, coincidió con Galván en su animadversión contra el general. “El jefe de inteligencia Aguirre Ramos trabajaba para cualquiera menos para Ballesteros. Se odiaban. Se tendía de tapete con don Marcelino”, comentaba el general Pérez Casas. “Los dos (Galván López y Aguirre Ramos) querían deshacerse de Ballesteros”. En diciembre de 1968, Ballesteros fue nombrado comandante a la 11 Zona Militar de Zacatecas, donde sólo estuvo un mes. En enero de 1969, fue designado agregado militar a la embajada de México en Ottawa, Canadá, donde le tocaría el cambio de sexenio.

• • • Aun con los desencuentros entre García Barragán y el general Ballesteros tras el 2 de octubre y las apreciaciones del Pentágono sobre lo que ocurrió al interior de la Defensa, el afecto y respeto entre ambos no desapareció. García Barragán tenía claro que una cosa era Gutiérrez Oropeza y otra muy diferente Ballesteros. En una carta del 25 de septiembre de 1970, don Marcelino agradecía al general Ballesteros las observaciones y apreciaciones sobre un escrito del día 12 que había recibido. En un tono cálido, cercano, le pedía que transmitiera sus saludos y mejores deseos de su esposa y familia a la suya, “aunando mis respetos”. Se despedía como su “compañero y amigo”. La confianza y respeto entre Ballesteros y García Barragán parecía estar más allá de lo ocurrido en Tlatelolco. El general Pérez Casas recordaba que mientras Ballesteros estuvo al frente del EMD, llegó a tener problemas serios con don Marcelino, pero eran derechos. “Todo lo hablaban directo. Se hablaban de frente. Y Ballesteros lo respetaba mucho”. Los documentos desclasificados del Departamento de Defensa, no profundizan sobre el papel del general Gutiérrez Oro156


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peza, quien quedaría señalado por García Barragán como el orquestador del ataque con francotiradores del EMP que dio inicio a la masacre de Tlatelolco. En noviembre de 1966 uno de los militares de su equipo, el jefe de inteligencia del EMP, el mayor Carlos Humberto Bermúdez Dávila, fue enviado a “una gira de orientación por diversas instalaciones de inteligencia del ejército de Estados Unidos”.5 Tiempo después, este oficial sería identificado como uno de los francotiradores apostados el 2 de octubre en los edificios que rodeaban la Plaza de la Tres Culturas de Tlatelolco.6 A diferencia de Gutiérrez Oropeza, el general Ballesteros vivía una “guerra” declarada en su contra por Javier García Paniagua y el general Félix Galván López. Un oficial del Estado Mayor de aquella época recordaba cuando el presidente Díaz Ordaz visitaba el edificio de la Defensa al momento en que se formaba una comitiva para acompañarlo, se procuraba que no estuviera el general Ballesteros. Le hacían “burbuja”, no le avisaban. –Ahí salúdeme mucho al general Ballesteros –le decía Díaz Ordaz al general García Barragán cuando se despedía de mano en la planta baja del edificio. Ballesteros pasó unos días muy difíciles en el verano de 1968. Su familia lo notaba tenso, andaba muy preocupado. Se ausentó varios meses, dejó de ir a su casa, no salía de sus oficinas. Dejamos de verlo cerca de dos meses, que no venía a la casa, que no estaba (…) En lo militar muy tenso, estaba mucho muy preocupado. Dejamos de verlo, venía a bañarse, la situación fue muy dura. Vinieron a apedrear la casa. Fue la única vez que hemos tenido vigilancia militar. Eso lo tenía muy tenso, no podía estar aquí, tenía que estar en la Defensa, fueron días muy fuertes. 5. Carlos Humberto Bermúdez Dávila. “Ratificación de grado como general de división Diplomado de Estado Mayor (DEM)”. 4 de septiembre de 1985. Legislatura 53. Ramo Público Expediente 1-18 Volumen 77, Senado de la República. 6. Carrillo Olea, Jorge. México en Riesgo. Grijalbo. México, agosto de 2011.

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Andaba en un vaivén, primero dominado por el mal humor; después se animó mucho. Hubo una invitación del general García Barragán a cenar, para despedirlo junto a toda su familia. “Eso sí nunca se me va a olvidar, ahí le rogó que se quedara en la secretaría. Y ya no quiso”. Don Marcelino le dijo que no se fuera, pero la decisión estaba tomada, sobre todo porque su familia lo había convencido. Atrás quedaba el problema entre ambos que no era precisamente por lo del 68. Fue un enfrentamiento, un problema ahí con Barragán, después del 68, ni por el 68 ni por nada. Fue por su hijito, que se sentía iba para presidente. Javier quería que todo militar estuviera con el PRI. Pero mi papá nunca fue político. Ahí hubo una diferencia entre el general Barragán y mi papá, por Javier. –Pues entonces te vas –le dijo don Marcelino. –No, no me voy. Yo pido irme –respondió Ballesteros en aquella discusión. A raíz de ese desencuentro, añadía, surgió la frase aquella de Ballesteros: “el general Barragán y su Javiercito”.

• • • El despacho de García Barragán en el tercer piso de la Secretaría de la Defensa era un amplio salón donde se respiraba un aire sobrio. Al entrar, llamaban la atención los bustos de Juárez y Carranza, y detrás un retrato de Morelos. En una de las esquinas colgaba un cuadro que enmarcaba una leyenda en letra de molde que decía: Si nos hubiéramos preparado a tiempo para la guerra, el costo habría sido de una gota de agua en lugar de un océano, y nosotros, los militares que al principio no tenemos más que lo que han querido darnos de limosna para defender al país, fracasamos y los políticos claman por nuestra cabeza, pues es menester encontrar culpables (Diario del mariscal del Aire Sir Hugh Lloyd, comandante de la RAF, Malta, 1941).

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La idea de una traición al Ejército fue el núcleo central de la charla que tuvieron aquella mañana de julio de 1969 Manuel Urrutia Castro, un abogado militar con grado de teniente coronel, y el general García Barragán. De ese encuentro, Urrutia publicó al año siguiente su libro Trampa en Tlatelolco. Síntesis de una felonía a México, de circulación restringida. El volumen era un relato oficialista de la agenda de las Fuerzas Armadas de aquellos días. Contiene los partes militares de la ocupación de Ciudad Universitaria, el acta de entrega de las instalaciones escolares del Instituto Politécnico Nacional, y un informe enviado a la Procuraduría Militar sobre propaganda marxista asegurada. Comienza con una breve introducción biográfica del “pundonoroso militar y constitucionalista egregio”, y le siguen 10 preguntas para el lucimiento del secretario. Casi al final, el autor le pide su opinión sobre lo ocurrido el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. García Barragán responde que fue una acción de provocadores. Que alcanzó a su “máximo grado de maldad y el Ejército fue agredido por gente que estaba dispuesta a llevar las cosas hasta las situaciones extremas que llegaron y ellos fueron los únicos responsables del derramamiento de sangre en Tlatelolco”. Entre las instrucciones que dio esa tarde, recordaba don Marcelino, estaba evitar el desorden en el mitin de Tlatelolco y que no se permitiera a los estudiantes ser “conducidos por gente irresponsable al Casco de Santo Tomás”. Nunca habló, como sí lo hizo tiempo después, de la tarea que asignó a integrantes del Batallón Olimpia para detener a los principales líderes del CNH. El general García Barragán expuso: La trampa que allí se preparó la meditaron fríamente los autores de este crimen sin precedente. Quizá ni lo de Huitzilac ni lo de Tlaxcalaltongo pueda compararse con esto, pues en estos casos no se mató a tanta gente inocente ni se atentó en contra de los intereses del país, como se hizo el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. 159


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Aclaró que nunca sospechó que “una trampa tan miserable” se hubiera “tendido” para culpar al Ejército de “un crimen que cometió la antipatria”. Y agregó: Serán muchas las pruebas que en el futuro presentaremos para demostrar la veracidad de los partes militares que se rindieron con motivo de estos hechos y en los cuales se asienta que nuestras tropas fueron recibidas con nutridas descargas de armas de fuego que se hicieron desde distinto puntos de las azoteas y partes altas de los edificios en el complejo habitacional de Tlatelolco, cuando trataron de intervenir para imponer el orden.7

Tiempo después García Barragán narró una charla con el general Lázaro Cárdenas, donde le contó cuando pidió a Gutiérrez Oropeza que le consiguiera unos departamentos en Tlatelolco, para alojar a una compañía de 100 elementos que participaría en la operación para capturar “sin muertos ni heridos” a los líderes del CNH. Según el relato, uno de los integrantes del Batallón Olimpia derribó al líder estudiantil Sócrates Amado Campos Lemus cuando tenía el micrófono. En ese instante “comenzaron los disparos de cinco columnas de seguridad”. Sin embargo, tachó el nombre de quien iba al mando del batallón y añadió que sus integrantes estaban “apostados en las azoteas de los demás edificios, esperando al Ejército, que finalmente contestó el fuego”.8 Durante los primeros tiros cayó el general Hernández Toledo, comandante del Batallón de Fusileros Paracaidistas, quien según diversos testimonios con un altavoz exhortaba a la gente a retirarse de manera pacífica. El escritor Carlos Montemayor 7. Urrutia Castro, Manuel. Trampa en Tlatelolco. Edición de autor, México, 1970. 8. Scherer García, Julio, y Carlos Monsiváis. Parte de guerra. Tlatelolco 1968. Documentos del general Marcelino García Barragán. Los hechos y la historia. Colección Nuevo Siglo, Aguilar, México, 1999.

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registró que “el ataque se inició con el disparo contra el general Hernández Toledo desde el techo del templo de Santiago Tlatelolco antes del lanzamiento de las bengalas. El inicio no fue el ataque a la multitud, sino a un general. Desde el inicio, se trató de una ‘traición militar’”.9 En los comentarios a aquella plática con el general Cárdenas, don Marcelino anotó que alrededor de las 19:30 horas del 2 de octubre le llamó el general Mazón. Quería autorización para registrar los edificios donde estaban los francotiradores. Al poco tiempo, García Barragán recibió una llamada de Gutiérrez Oropeza, quien le informó que había desplazado a varios oficiales del EMP en algunos edificios, “armados con metralletas para ayudar al Ejército con órdenes de disparar a los estudiantes armados”. Le dijo que dos no alcanzaron a salir y que estaba preocupado por ellos, pues temía por sus vidas. En sus escritos póstumos, don Marcelino anotó lo que le respondió a Gutiérrez Oropeza en aquel momento. –¿Por qué no me informaste de esos oficiales a que te refieres? – preguntó García Barragán. –Porque así fueron las órdenes, mi general.10

• • • Días después se supo que El Poblano ordenó destruir documentación relacionada con la matanza del 2 de octubre. Años más tarde, en una entrevista, Gutiérrez Oropeza reveló algunos pasajes post Tlatelolco, incluido uno sobre él y Ballesteros. En la charla con un familiar de Ballesteros, contó por vez primera cómo fue su relación en aquellos días con Echeverría. Habló de una purga militar que sucedió en los primeros años del nuevo sexenio y de los recordatorios que hizo al presidente.

9. Montemayor, Carlos, Op. cit. 10. Scherer García, Julio y Monsiváis, Carlos, Op. cit.

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Sacaron un montón de militares fuera (del país), una serie de calumnias en contra de los más destacados generales, a quienes obligó a pedir su baja. Se les sacaba del país bajo el pretexto de ser designados embajadores o agregados militares. En realidad fue el proceso descabezamiento del Ejército mexicano. Tu papá se fue dolido, se fue amargado –expuso El Poblano a familiares de Ballesteros–, y ese sentimiento originó su muerte. Por eso a mí me sacaron y me mandaron de embajador, porque yo le sé muchas cosas a Echeverría y aquí están… (golpea un folder que contiene sus escritos) Sí y se lo… Sí como no, ahora mira (…) Cuenca era de la misma promoción que tu papá, pero tenía fama de pendejo, le decían “Otocuencazo”, sí. Entonces como en esos días, está la cuestión de (Salvador) Allende que cayó y todo, a sacar a todos los militares, que yo podía levantar en armas, por eso me sacaron a mí también, ahí fue donde aprovecharon para sacar a tu papá.

Durante la entrevista Gutiérrez Oropeza tomó un manuscrito, parecían apuntes o memorias, y comenzó a leer unas hojas. Era un resumen de sus acuerdos con el presidente Díaz Ordaz, entre ellos la creación de un grupo paramilitar que Echeverría hizo transexenal: Los Halcones. A fines de 1969 se inauguró el Sistema de Transporte Colectivo Metro, inmediatamente, en forma sistemática, se empezó a detectar que los asientos de los carros de pasajeros eran destruidos (actos de vandalismo), sintiéndose que actos de terrorismo podrían empezar a iniciarse, máxime que estaba en puerta el Campeonato Mundial (de Futbol México) 1970 y que se crearía una imagen de nuevo negativa como en octubre de 1968. Se previó que los problemas a crear por el incipiente terrorismo que se presentaría serían: colocar bombas en el mecanismo de extracción de las aguas negras del sistema profundo de desagüe, problema local; volar torres de conducción de energía de alta tensión, problemas locales… Ya se habían localizado, pero eran bombas de fabricación casera. (….) Colocar bombas en embajadas de países extranjeros en la capital, problemas con otros países. Todo lo an162


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terior crearía nuevamente un ambiente negativo contra México semejante a lo ocurrido en 68 y que intereses extranjeros y locales orquestados para dañar al país. Prevenciones: al hacer acto de presencia en forma plena dichos problemas, no sería conveniente la presencia de elementos del Ejército, porque con ellos se aumentaría los enfoques negativos contra dicha institución, por lo que el jefe del EMP, Luis Gutiérrez Oropeza, propuso al presidente Gustavo Díaz Ordaz crear un cuerpo paramilitar que respondiera a los problemas que se presentasen; que dicho cuerpo se creará con el conocimiento del secretario de la Defensa Nacional; del general Benjamín Reyes, jefe de la I Zona Militar, quien proporcionaría jefes, oficiales y las clases del Ejército para capacitar al personal, recuerdo entre ellos al entonces mayor Francisco Soto Solís, hoy en día general; el secretario de Gobernación, por su función de política interna, representado por el director de la DFS, Fernando Gutiérrez Barrios; el DDF, por ser dentro del área de su administración en el campo de los problemas, representado por el coronel Manuel Díaz Escobar, hoy en día general. Organización. Lugar donde se les capacitaría: Cuchilla del Tesoro, terrenos del DDF. Sostenimiento, nómina, transportes y medios del DDF. Al terminar el gobierno del presidente Díaz Ordaz y ya efectuado el campeonato (de futbol) 1970, el nuevo presidente Luis Echeverría Álvarez pudo haber ordenado suprimir dicho cuerpo, ¿por qué no lo hizo? Todo lo anterior era conocimiento del entonces general comandante del I Batallón de Guardias Presidenciales, Jesús Castañeda Gutiérrez, El Dientón, quien luego fue jefe del EMP con el licenciado Echeverría. Pero de acuerdo a la forma maquiavélica de actuar del presidente Echeverría, se conservó, a fin de utilizarlo en su oportunidad para eliminar al sr. Alfonso Martínez Domínguez como jefe del DDF, quien le hacía sombra en el aspecto político, porque como había sido presidente del PRI había apadrinado cuando menos al 50% de los gobernadores en función y a los diputados y senadores en turno; además había recorrido todo el país encabezando actos políticos de marcado oficio político, en contraste con Echeverría, quien nunca tuvo un puesto político y se podría decir que desconocía el país donde también lo desconocían. Este cuerpo fue creado para resolver los problemas que se le presentaran a la nación. El presidente Luis Echeverría lo utilizó para su beneficio personal, de claro fondo político. 163


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Mira, dicen en la vida: “Al enemigo, puente de plata”. En política piden: “Al enemigo no lo sueltes de la corbata”. Él lo acepta, por eso le dio el Departamento del Distrito Federal, y al presentarse la ocasión de junio (de 1971); es decir, Alfonso Martínez Domínguez, no sabía ni de Los Halcones, para acabar, porque no los había formado ni nada, siguieron manejándose por conducto del EMP, como yo lo manejaba, y los agarró para darle en la madre a Alfonso. A mí no me soltó de la corbata, me dieron la industria militar, nombraron a este coronel Manuel Díaz Escobar (jefe de Los Halcones) agregado militar en Chile. Un día fui a acuerdo con el presidente Echeverría. Le dije: –Señor, este, quisiera yo tratar un asunto fuera de lo de industria militar. –¿Cuál es? –preguntó. –Lo del coronel Díaz Escobar. Hay que protegerlo, porque si no, si las aguas le llegan a él, lo rebasan, me llegan a mí; pero si las aguas me llegan a mí, no le van a llegar a Díaz Ordaz, le llegaran a usted, porque usted era el secretario de Gobernación. Ahí creo que estuvo mi error, de que decía que yo ahí no lo sabía, ¿ves?

Gutiérrez Oropeza aseguró que tiempo después Echeverría le pidió un favor: Me dijo que lo ayudara, que me fuera del país… Yo tengo que hacerle caso a mi secretario de la Defensa; tengo que atender, se va o nos vamos fuera. Y sí, pensé que agregado militar a Centro o Sudamérica, de aquel lado no porque no sé hablar inglés. Y me dice: “Hay dos lugares donde usted puede servir, que es Italia y Portugal, que hay cierta similitud en la forma de hablar”. Yo pensé rápidamente, pues Portugal, porque es chiquito y en Italia va mucha gente y tiene que hablar. Todos creen que el embajador está para recibir y la chingada. Por eso me fui a Portugal. Vi a Díaz Ordaz antes y me dijo: “Si fuera usted civil, yo le diría que no se fuera y yo lo apoyo, pero usted es militar, tiene que ir a cumplir. ¡Vaya! Estese un tiempo regular y luego enférmese y se regresa”. Hice eso, pero me traían cortito: el teléfono intervenido, vigilaban aquí la entrada. Y me dijo Díaz Ordaz: “Usted tiene la 164


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culpa. ¿No quiere que le peguen? Bájese del ring, pida su baja”. ¿Qué perdí?... No llegué a general de división”.11

• • • Gutiérrez Oropeza nunca habló de las causas que lo obligaron a pedir su baja del Ejército. Sin embargo, se supo que se fue cuando salió a relucir la telaraña que tejió con el uso de la información reservada que tenía. Su estrella comenzó a eclipsar en mayo de 1972, después de que se publicó en la sección de correspondencia de la revista Siempre! una carta anónima dirigida al director José Pagés Llergo con el título La juventud militar protesta contra la momiza.12 Era una radiografía del reparto de poder en la cúpula militar del gobierno de Luis Echeverría, el retrato de un Ejército comandado por generales de la tercera edad. Los autores afirmaban ser “un grupo de jefes” que ingresaron al Ejército entre los años 1933 a 1943, y que en 1972 tenían entre 28 y 38 años de servicios, con edades que fluctuaban entre los 40 y 56 años. El texto tenía el característico tufo zalamero que identificaba la retórica priista de la época, que exaltaba “la juventud” del presidente y su gabinete: “Asistimos al relevo de una generación”, decían, citando una frase de la campaña presidencial de Echeverría. No dudaban de su “condición de patriota” como jefe máximo de las Fuerzas Armadas y exaltaban los nombramientos de sus colaboradores –“en su mayoría jóvenes”–, quienes hacían sentir “un sacudimiento en todas las ramas de la administración”. Según ellos, había una “savia nueva y vivificante” que fluía “en todas las ramas gubernamentales con elementos preparados y aun no corrompidos”. Y se preguntaban: “¿Qué ocurre en el Instituto Armado?”. 11. Esta conversación entre Luis Gutiérrez Oropeza, un familiar del general Ballesteros y un historiador de la UNAM data de marzo de 1999. El autor posee una copia de la transcripción. 12.“La juventud militar protesta contra la momiza”. Revista Siempre! número 986, 17 de mayo de 1972, p. 5.

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Se congratulaban de que Hermenegildo Cuenca Díaz, secretario de la Defensa, fuera egresado del Colegio Militar y de la ESG, y planteaban la pregunta: “¿Responde a nuestras aspiraciones?”. Por esas fechas, la Sedena contaba con 399 generales en activo, de los cuales más de 50% violaban los topes reglamentarios de edad para el retiro. En el segundo año del sexenio de Echeverría había 84 generales de división, de los cuales sólo seis tenían menos de 65 años, límite de edad fijada por el reglamento para seguir en servicio. El Ejército, en suma, tenía “una densa saturación de los altos grados”. Al iniciar su gestión como titular de la Defensa, Cuenca “suspendió” el trámite de retiro que se había iniciado “valientemente” por el gobierno anterior y autorizó el reingreso de miembros que hacía tiempo estaban dados de baja por “exceso de edad”. Citaban nombres de varios generales que encabezaban puestos en la dependencia donde 90% tenía más de 70 años. Decían que 28 de las 35 zonas militares del país eran dirigidas por militares cuyas edades oscilaban entre los 67 y 78 años. Y exponían: Todos estos señores, al no cumplir lo ordenado por la Ley de Retiros, se convierten en transgresores de la ley; ignorando cómo se atreven a pedirnos a los de menor grado respeto y obediencia a las leyes cuando ellos son incapaces de cumplirlas; lejos de ser sancionados, todavía se les premia, ascendiéndolos. Ignoramos que puedan hacer en beneficio del Ejército un coronel ascendido a los 69 años y casi ciego. Para mayor escarnio, acaba de ser premiado con una importante jefatura de Estado Mayor en la frontera norte.

Entre los viejos militares, decían los autores de la carta, algunos eran “verdaderos archimillonarios” que ya habían tenido su época. Según ellos, en ningún ejército del mundo estaban en activo en ese momento participantes de la Primera Guerra Mundial, y se 166


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preguntaban, por qué si en México los jueces, maestros, marinos cumplían con la ley, los viejos generales se “obstinan en burlarla y rinden homenaje a la Constitución parándose sobre ella…?”. El único al que la edad límite no le representaba ningún inconveniente era el secretario de la Defensa “por ser un puesto político designado por el señor presidente”. Los viejos militares deberían, por el bien de la nación, “retirarse ya a gozar de sus pensiones y riquezas al lado de sus familias. Entonces sí, con nuestra admiración y respeto y no con nuestro desprecio y nuestro odio creciente por la injusticia”. Remataban con una frase de un discurso presidencial reciente: “Cuando los jóvenes callen, México se estancará…”. Y sentenciaban: “Ayudémoslo en bien de la patria”.

• • • Poco después que se publicó el escrito, en el cual se exhortaba a sacarle cinco copias y enviarlas a igual número de militares, el secretario de la Defensa ordenó una investigación interna. Quería encontrar al autor o los autores. El general Luis Garfias Magaña, divisionario en retiro, recuerda aquel episodio: A mí me tocaron esos anónimos... Me mandaron castigado a Zacatecas porque el general Cuenca creía que yo los había enviado. Cuando hablé con él, un año después, estábamos en su oficina, ahí me dijo: “Ya sé quién fue, ya sé quién fue”. Entonces, el general tocó el timbre, llegó el jefe de Estado Mayor y le comentó que me iba a mandar a Washington, a la embajada. Me fui a los ocho días.

Tiempo después Garfias se enteró, por varios generales, cómo supo el general Cuenca que el autor del anónimo había sido Luis Gutiérrez Oropeza. “¿Sabe quién fue el autor? Fue El Poblano. Él fue el autor de los anónimos”, le comentaron por separado al general Garfias algunos militares en una fiesta, entre ellos el general Feli167


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pe Astorga Ochoa, comandante en la I Zona Militar, y Héctor Camargo Figueroa, quien poco después fue subsecretario de la Defensa. La “estrella” del Poblano desapareció el día que el anónimo apuntó a sus oficinas de la dirección de Industria Militar, donde despachaba desde el inicio del sexenio de Echeverría. Al general Cuenca le molestaba tenerlo cerca; decidió mandarlo fuera del país, como embajador de México en Portugal, donde estuvo poco tiempo. Garfias rememora que cuando Gutiérrez Oropeza terminó su encomienda en aquel país, para que no lo tocaran, quiso irse como agregado al EMP, donde el jefe era El Dientón Castañeda. Pero Cuenca era cabrón. Dijo que no. Un día, el secretario comentó al presidente Echeverría: “Señor presidente, a disposición un general que yo necesito para darle una comisión”. El presidente respondió: “Ni modo que dijera yo al general Cuenca que no”. El señor no hacía nada, que se vaya, que se incorpore al EMD. Entonces el general Cuenca mandó a Gutiérrez Oropeza como comandante de la guarnición de Manzanillo, una cosita de nada después de haber sido embajador. Pero Gutiérrez Oropeza no quería ir. El secretario lo llamó a su oficina, donde le leyó la cartilla: –Tiene usted tres opciones: una, cumplir con la orden; dos, no cumplirla –si no cumple usted, lo proceso por evidencia–, y tres, pida su retiro. ¿Qué escoge?–preguntó Cuenca. –Pues me retiro. Gutiérrez Oropeza firmó y se fue de general de brigada. No le dieron el ascenso a general de división. Fue un caso único, señal de que no terminó bien, concluye Garfias. Estaba claro que el autor de aquel anónimo, que en el sexenio de Echeverría proliferaron al interior del gobierno, había sido el exjefe del EMP.

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El general Pérez Casas recordaba la ocasión en que se reencontró con Ballesteros, meses después de que volvió de Canadá. Fue en los pasillos del edificio de la Defensa, ahí lo saludó y lo invitó a visitarlo en Querétaro, donde era comandante de la zona militar. Eran las últimas semanas de 1972, habían pasado más de tres años desde su salida del país a la agregaduría en Ottawa, y se le veía tranquilo en su nueva asignación. –Ve a Querétaro –me dijo Ballesteros. –Sí, sí –le respondí. Ballesteros me pidió que viera al general Arturo Corona Mendioroz y al paisano de Díaz Ordaz, el general Gutiérrez Oropeza, para invitarlos también. –Dígales si aceptan. –Dice Corona que sí va y El Poblano también –le comenté. –Entonces allá vamos. Todos vamos a estar allá a las 11:00 horas. Llegamos a Querétaro, y el general Ballesteros nos llevó a comer.

Pérez Casas se había ido sin permiso. Al lunes siguiente, cuando llegó a su oficina en el Estado Mayor, entonces en la sección cuarta, se encontró en el pasillo al jefe de Inteligencia Militar, el coronel Jaime Contreras Guerrero. –¿Qué traes? –le pregunté. –Hay pedo... –¿De qué? –Descubrieron una conspiración para quitar al general Cuenca. –¡Ah! ¿Dónde? –En Querétaro. –Eso ha de haber sido hace un chingo de tiempo. –Nooo. Ayer se reunieron unos generales y van a quitar a Cuenca. –¡Ah chinga! –Me salí de las instalaciones de la Defensa a hablar en un

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teléfono público con el general Ballesteros. Le comenté lo que se decía: que hubo una conspiración en un pueblo de Querétaro quesque para quitar al secretario. –Ja, ja, ja–se rio. El miércoles hubo acuerdo presidencial, y vinieron los movimientos: Gutiérrez Oropeza fue enviado a la embajada en Portugal; Corona Mendioroz a la agregaduría militar en Canadá y Ballesteros a la agregaduría de la embajada en Santiago de Chile. –¿Y a mí, a dónde me mandan? –pregunté. –¿Qué, tú estuviste ahí? –me dijeron –Sí. –Ni digas, cabrón, porque a ti te chingan. La cosa estuvo así. Ballesteros quiso desmentir que había una conspiración de generales para quitar al secretario de la Defensa. Cuenca estaba medio loco; pensaba que lo iban a fregar. Ya había pasado que le decían que fulano estaba haciendo esto y esto, y decía: “¡chínguenlo!”. Ballesteros pidió cita con Cuenca, pero no aceptó. Luego fue con El Dientón Castañeda, jefe del EMP, y solicitó hablar con el presidente Echeverría; tampoco pudo. –Primero vete a Chile y después vienes acá –le mandó decir el presidente, según contaba Ballesteros. Y se fue, muy molesto. Prácticamente acababa de llegar de Canadá. Yo lo acompañé al hospital central militar, donde se hizo un chequeo del corazón. El doctor Odilino, una eminencia en cardiología, le dijo se va a morir de cualquier cosa, menos del corazón. Cuando mi general Ballesteros se fue a Chile, fuimos a despedirlo tres: Gutiérrez Oropeza, quien se despidió luego luego para que no lo vieran; el mayor Luna Palacios, y yo. –Es una injusticia –decía. Sentía que lo estaban corriendo. A su regreso de Canadá y durante su estancia de poco más de un año como comandante militar en Querétaro, Ballesteros siempre estuvo de buen ánimo. Después de aquella comida todo cambió, los corrillos en la Defensa le pasaban factura ante el secretario. Entre sus allegados quedaba claro que le molestó mucho la actitud de Cuenca, su compañero de promoción en la Escuela de Guerra. Ballesteros jamás pensó que actuaría de esa forma, lo de170


CAPÍTULO XI. JINETES DE TLATELOLCO

cepcionó. De Echeverría siempre tuvo una sola opinión: era un traidor, un manipulador nato. Parecía como si a ambos les urgiera que el general Ballesteros se fuera del país. A finales de enero de 1973, en el vuelo a Santiago, el general Ballesteros iba muy tenso. –Me están desterrando –decía–. Voy a Chile porque soy soldado; voy a cumplir, pero regreso.

Un familiar contaba que al llegar a la capital chilena aquello era un caos. Eran los meses previos al golpe militar del general Augusto Pinochet contra el gobierno socialista de Salvador Allende. Fueron 20 días de angustia espantosa.

La familia de Ballesteros intentaba aclimatarse al nuevo destino. En los últimos días de febrero de 1973, dos semanas después de su llegada como agregado militar a Santiago, el general Ballesteros falleció de un ataque al corazón. Tenía 60 años. El féretro con sus restos viajó al país envuelto en la bandera de México. Manuel Díaz Escobar, el jefe de Los Halcones, fue su relevo en la agregaduría en Chile. A él le tocó en septiembre de aquel año el golpe militar que derrocó a Allende. Quienes conocieron a Ballesteros, decían que el general entendía que el honor iba de la reputación social a la íntima conciencia moral de uno mismo. De ahí su enojo, su molestia porque no pudo defenderse. “Era un hombre limpio, honesto, educado”, según Pérez Casas. Le guiaba una sencilla sabiduría, que desde fuera se miraba como una escrupulosa probidad en su conducta pública y privada. Otro militar cercano comentó que Ballesteros “nunca se aprovechó de nada; era muy de una sola pieza. Fuera de unas fuertes llamadas de atención, nunca maltrató a nadie”. 171


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En ocasiones, el honor podría volverse una de las más pesadas cargas que ensombrecían la vida de un hombre. Para sus allegados en el Ejército, Ballesteros fue uno de los pocos militares que hizo del honor ese estado general de ausencia de manchas en la propia reputación. “O en ciertos casos, en el concepto íntimo de uno mismo”, como escribió Joseph Conrad.

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