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El voto femenino Alabemos ahora a las primeras sufragistas que, antes que nadie, creyeron en la humanización que el voto les conferiría porque les otorgaba a sus actos esa suprema virtud de la elección que puede ser la ciudadanía. Ellas lo soportaron todo, burlas, vejámenes y condescendencia de quienes no estaban capacitados para entenderlas, intolerancia, agravios de la estupidez machista y su ideario prostitutario, retrasos burocráticos, engaños políticos, ellas prosiguieron y desfilaron y salieron a la calle no para conquistar las primeras ocasiones, sino con tal de abandonar públicamente sus zonas de encierro y confinamiento: el confesionario, la cocina, la recámara. Carlos Monsiváis
El 3 de julio de 1955 las mujeres mexicanas ejercieron su derecho al voto por primera vez. La lucha por hacerlo tardó mucho tiempo y mucho más en consolidarse. Sin embargo, su empeño por participar, tener voz y presencia, y ejercer sus derechos civiles, se remonta, desdibujadamente, al último tercio del siglo xix. Y aunque esta situación no fue privativa de México, varios países, como Australia, Canadá y Estados Unidos, resolvieron este letargo positivamente durante el primer tercio del siglo xx. Entre 1884 y 1887, Laureana Wright González encabezó a un grupo de mujeres para sacar a la luz Violetas de Anáhuac, revista dedicada a “labores propias del género”, en la que también aprovechó, sin lograr ningún efecto, para “demandar el sufragio femenino” al 164
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gobierno porfiriano. A pesar de la participación activa de las mujeres en los movimientos civiles de principios del siglo xx, su exigencia por el voto se diluía y dejaba de ser una prioridad. Era más representativo su apoyo a los líderes-hombres de las diversas luchas en las que se mezclaban. Por ejemplo, en 1910, durante la revolución maderista, se conformó el Club Femenil Antirreeleccionista Las Hijas de Cuauhtémoc, quienes apoyaron la causa revolucionaria, protestaron por el fraude contra Madero y, posteriormente, exigieron una apertura para la “participación política de las mujeres”. Y aunque sus demandas no tuvieron eco, pronto se realizarían, apoyados por los gobiernos socialistas yucatecos de Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto, los primeros congresos feministas. En el de 1916 se exigió de manera formal “que se otorgara el voto ciudadano a las mujeres”, mientras que en el segundo, en 1923, Elvia Carrillo Puerto, Raquel Dzib y Beatriz Peniche de Ponce fueron electas como diputadas al Congreso estatal, mientras que Rosa Torre fue elegida como regidora en el ayuntamiento de Mérida, aunque un año después tuvieron que renunciar por las constantes amenazas de muerte y por el deceso de su líder Carrillo Puerto, su principal impulsor. Esto fue el resultado del Primer Congreso Nacional Feminista, convocado por la Sección Mexicana de la Liga Panamericana de Mujeres, que con la asistencia de 100 delegadas consiguió “ser elegibles a cargos administrativos, el decreto por la igualdad política y la representación parlamentaria de las agrupaciones sociales que representaban”. Posteriormente, durante el cardenismo, el Partido Nacional Revolucionario (pnr) permitió en 1935 la apertura de un frente femenil, al que básicamente se le encargaron cuestiones con grupos agrarios. Sin embargo, esta institución fue considerada sólo un adorno del partido oficial porque los hombres eran los encargados de llevar a cabo la tarea política y por las constantes protestas de los agremiados porque las mujeres “habían desatendido sus tareas del hogar para realizar otras funciones no propias de su sexo, además de estar influidas por los curas”. El mismo presidente Lázaro Cárdenas envió una iniciativa al Congreso de la Unión en 1937 para que se modificara el artículo 165
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34 constitucional y, de esa manera, se aceptara la ciudadanía de las mujeres. La iniciativa fue aprobada por ambas Cámaras y por las legislaturas de los estados al año siguiente. Uno de los pasos más grandes para lograr el derecho al voto de las mujeres se dio en 1947, aunque también con restricciones, cuando el presidente Miguel Alemán aprobó una iniciativa de adición al artículo 115 de la Constitución en la que se establecía “que en las elecciones municipales participarían las mujeres en igualdad de condiciones que los varones, con el derecho de votar y ser elegidas”. Bajo este esquema, la primera participación femenina se realizó en el estado de Chiapas. Sin embargo, no fue sino hasta el 6 de abril de 1956 cuando el candidato a la Presidencia de la República, Adolfo Ruiz Cortines, reunido con más de 20 mil mujeres en el parque 18 de Marzo, prometió “el derecho a las mexicanas a votar y ser electas y su ciudadanía sin restricciones”. La promesa se hizo realidad y la iniciativa presidencial con la reforma al artículo 134 constitucional se publicó en el Diario Oficial de la Federación un año y medio después. “Son ciudadanos de la República los varones y las mujeres que teniendo la calidad de mexicanos, reúnan además, los siguientes requisitos: haber cumplido 18 años, siendo casados, o 21 si no lo son, y tener un modo honesto de vivir”. De este modo, el 3 de julio de 1955 las mujeres votaron por primera vez para elegir diputados a la xliii Legislatura. En la actualidad, la participación de las mujeres es más que indispensable para el desarrollo de la sociedad. Sin embargo, no puede negarse que aún persisten ciertas reticencias al respecto. Los casos de violencia, abuso y discriminación de género continúan ocupando, lamentablemente, un lugar significativo en la agenda nacional. Carlos Monsiváis, la mayoría de las veces muy atinado, afirmó: “Alabemos ahora a las mujeres que sólo quisieron darle a su género las premisas del libre albedrío y el ejercicio de la voluntad racional, recuperar ahora con plenitud sus legados le es indispensable al tránsito a la democracia y el proyecto civilizatorio”.
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