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5. Hacia un nuevo régimen
Sistema agotado Casi todos los países de América Latina han vivido una fuerte transformación en su clase política durante las últimas décadas. Lugares tan diferentes como Brasil, El Salvador, Uruguay, Venezuela, Ecuador, Argentina, Perú, Bolivia, Nicaragua y Chile han experimentado relevos importantes no sólo en las orientaciones ideológicas de sus jefes de Estado, sino también en las redes de poder político que determinan la agenda nacional. Incluso Colombia, uno de los pocos países que ha evitado la “marea rosa” de alternancias hacia gobiernos de izquierda, vivió una depuración de su clase política durante la década de 1990 con una diversidad de juicios en contra de políticos de alto nivel por sus relaciones con el narcotráfico. Ninguno de estos países ha logrado consolidar un verdadero Estado democrático y todos enfrentan enormes retos hacia el futuro, pero México ni siquiera ha iniciado el camino. En México el proceso de supuesta “democratización” ha dejado totalmente intactas las redes de poder de los mismos de siempre. Tampoco ha habido rendición de cuentas alguna con respecto a los abusos autoritarios y fraudes del pasado, lo cual garantiza su continuidad en el presente y el futuro. El retorno del viejo partido de Estado al poder presidencial en 2012 es solamente el indicador más claro del carácter vacío y estéril de la supuesta “transición democrática” en el país. Cada día se ensancha más la amplia brecha entre la clase política y la sociedad que ha caracterizado al régimen mexicano desde hace décadas. México se encuentra frente a una disyuntiva histórica. ¿Seguirá el ejemplo de los países latinoamericanos que han logrado encauzar ~ 265 ~
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políticamente el descontento social generado por décadas de corrupción, conflictos de interés y políticas neoliberales? O, en contraste, ¿seguirá el ejemplo de Estados Unidos que en lugar de llenar los procesos políticos de sentido social los ha vaciado, a tal punto, que ya no ponen en juego el sistema de dominación social vigente? Plantear esta pregunta como el dilema central rompe con la perspectiva dominante sobre la situación política en México. Aquel punto de vista parte del supuesto de que en el año 2000 México habrá vivido una exitosa transición democrática con la llegada del candidato de la oposición demócrata-cristiana, Vicente Fox del Partido Acción Nacional (pan), a la presidencia de la República. Asimismo, este enfoque normalmente presenta las reformas neoliberales del nuevo presidente, Enrique Peña Nieto, como ejemplos de una segunda “transición” complementaria, ahora en el ámbito económico, hacia una economía supuestamente más “libre” y competitiva. En contraste, en el presente libro hemos sostenido que es incorrecto hablar de la existencia de una “transición” en México, ya que hay mucho más continuidad hoy que cambio con respecto al pasado. La pregunta clave hoy con respecto al estado de la política no sería entonces como “consolidar” una transición democrática ya iniciada, sino cual es la naturaleza del escenario que se prepara para una eventual transición futura. Los análisis de los capítulos 1, 2 y 3 del presente libro sugieren que el país avanza firmemente hacia la consolidación de una “democracia administrada” o un “totalitarismo invertido”, utilizando los términos de Sheldon Wolin, al estilo estadounidense. Sin embargo, en el capítulo 4 vimos cómo en los últimos años han surgido importantes iniciativas y movilizaciones sociales, como la de los estudiantes y padres de familia de la Escuela Normal “Isidro Burgos”, que indican que aún podría existir la posibilidad de caminar hacia una democracia más vigorosa al estilo latinoamericano. El desenlace final dependerá del comportamiento tanto de la clase política como de los actores sociales durante los próximos años. El antiguo debate entre la vía electoral y la vía armada ha sido rebasado por los tiempos. Ambas vías fracasaron terriblemente en su intento por transformar el país. Las importantes luchas emprendidas en ambos ~ 266 ~
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frentes desde hace décadas nos han dejado hoy en una situación igual de ignominiosa que antes. Surge entonces la imperiosa necesidad de articular una nueva vía de aguerrida militancia social que pueda derrocar al neoliberalismo despótico con la fuerza de la razón y la presencia multitudinaria de la ciudadanía en las calles. No es cuestión, desde luego, de apostarle a una “sociedad civil” deslavada, bien portada y controlada por el financiamiento de corporaciones y fundaciones extranjeras, sino al “México profundo” que siempre ha estado presente en los momentos más cruciales de la historia nacional. Tampoco se trata de abandonar la democracia electoral ni la autodefensa popular. El abstencionismo y el “voto en blanco” sólo ayudan al régimen a acumular más votos. Y en muchas comunidades del país, notablemente en Michoacán y Guerrero, las armas son estrictamente necesarias para defenderse de los narcotraficantes en un contexto de total ausencia del estado de derecho. Pero ni el voto ni las armas pueden ser hoy el centro articulador hacia el futuro. Urge ensayar nuevas formas de lucha y de organización. La buena noticia es que el monumental fracaso de los gobiernos supuestamente de centro-izquierda en Europa y Estados Unidos (Obama, Blair, Hollande, etc.) por defender los intereses ciudadanos abre una oportunidad histórica para reinventar el pensamiento y la práctica política de izquierda, desde el sur y desde fuera de los esquemas liberales del siglo xx. A pesar del desastre nacional actual, o quizá precisamente por la reacción que la tragedia empieza a generar entre la población, México hoy se encuentra en una posición privilegiada para transformar tanto la teoría como la práctica de la gestión popular del poder en el siglo xxi. La “dictadura perfecta” de antaño es hoy una dictadura imperfecta que muestra importantes fisuras y debilidades que habría que aprovechar. Los próximos años constituyen un momento clave en la batalla por transformar las coordenadas del poder público en México. Más allá de lo que uno opina sobre los análisis y las propuestas específicas ofrecidas en este último capítulo, lo verdaderamente importante es poner cada quien nuestro granito de arena para abonar hacia la transformación del país. Lo que no se vale es mantenerse inmóvil quejándose cómodamente de la supuesta “apatía” o “colaboracionismo” de los demás. Es precisamente ~ 267 ~
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este tipo de actitudes lo que mantiene al sistema corrupto en su lugar. Un verdadero luchador social utiliza todos los medios a su alcance para transformar el poder y jamás acepta su derrota. Carlos Salinas de Gortari utilizó engañosamente la figura de Emiliano Zapata para vender e intentar legitimar su reforma privatizadora al artículo 27 en 1992. Pero cuatro años después, la fiesta de su “zapatismo modernizado” fue arruinada por la reencarnación de los verdaderos ideales de Zapata en la figura del Subcomandante Marcos y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. En 2013, Peña Nieto siguió los pasos de su mentor político e insistió tercamente en imponer sus reformas neoliberales. Pretendió burlarse de la inteligencia del pueblo mexicano al utilizar el legado del general Lázaro Cárdenas para justificar la privatización petrolera. Pero el estallido social de 2014 demostró una vez más que el pueblo mexicano no es tan fácilmente engañado y sabe revivir e inspirarse en sus héroes patrios. ¿Algún día los mexicanos podremos volver a ver con orgullo a nuestros líderes políticos y autoridades electorales como dignos representantes de nuestros intereses? ¿Cabalgarán de nuevo Zapata y Villa? ¿Retornará el espíritu rebelde del general Lázaro Cárdenas?
Gobierno popular Los primeros en someterse a un examen independiente para evaluar la calidad del servicio que prestan tendrían que ser los integrantes de la clase política, los dueños del país y los locutores de los principales canales de televisión y radio. Y quienes tendrían que ajustarse el cinturón para enfrentar la desaceleración económica no deben ser los trabajadores más humildes, sino los mandos gubernamentales más altos y los oligarcas más adinerados. Y si se trata de castigos ejemplares, no habría que aplicarlos a los activistas y los periodistas que cuestionan las políticas del régimen, sino a aquellos funcionarios públicos que todos los días se burlan de la inteligencia y la confianza de los ciudadanos. México está de cabeza. Un grupo de personas de demostrada incapacidad profesional, que compraron sus cargos y concesiones públicos, busca hoy imponer a los demás su visión de “calidad” en materia ~ 268 ~
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informativa, educativa, humanitaria y del servicio público. Pero para avanzar como país, la línea de mando tendría que correr precisamente en sentido contrario. Somos los ciudadanos quienes tenemos la responsabilidad de definir los estándares de calidad y garantizar su estricto cumplimiento por las autoridades y los poderosos. Si México tuviera un régimen parlamentario, Peña Nieto ya hubiera abandonado Los Pinos desde hace mucho tiempo. La comprobada ineptitud de su gobierno, así como la enorme desconfianza social en su persona a raíz de la masacre de Iguala y los endémicos conflictos de interés en su gobierno hubieran obligado al parlamento a emitir una “moción de censura” para destituirlo a él y a todo su gabinete, así como llamar a nuevas elecciones federales. Con motivo de faltas mucho menores a las del actual presidente mexicano, el primer gobierno de Stephen Harper, en Canadá, fue disuelto en 2011 y los mandatos de Gerhard Schroeder, en Alemania, y de Romano Prodi, en Italia, fueron recortados en 2005 y 2008, respetivamente. En un sistema democrático simplemente no tiene sentido que el titular del gobierno federal se mantenga en su puesto si no cuenta con el apoyo de la población, ya que esto genera una situación de extrema ingobernabilidad. En los sistemas presidenciales como el mexicano, el procedimiento para el relevo anticipado del titular del poder Ejecutivo es más complicado, pero no por ello menos necesario. En 1992, a raíz de graves acusaciones de corrupción en su contra, Fernando Collor de Mello renunció como presidente de Brasil. En 1997, el Congreso Nacional de Ecuador destituyó a Abdalá Bucaram por su demostrada incapacidad mental. En 2001, Fernando de la Rúa abandonó su cargo de presidente de Argentina en medio de una importante crisis económica y social. Los incompetentes presidentes bolivianos Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa también fueron obligados a renunciar en 2003 y 2005. Y en 2000, después de meses de protestas contra la corrupción de su gobierno, Alberto Fujimori renunció a la presidencia de Perú durante un viaje a Japón. Peña hubiera hecho un gran favor a la patria si hubiera seguido el ejemplo de Fujimori durante su propio e inoportuno viaje a Asia unas semanas después de la masacre de Iguala. La buena noticia es que tarde o temprano Peña tendrá que abandonar Los Pinos. Por el bien del país, hagamos votos para que se suspenda su ~ 269 ~
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mandato antes de los seis años previstos. México difícilmente aguantará mucho más tiempo el mismo naufragio. Mientras, urge consolidar las redes de solidaridad, organización y acción conjunta necesarias para asegurar que los próximos relevos federales no nos lleven a algo peor, sino que sirvan para finalmente transformar radicalmente la política nacional. Para construir las condiciones para un verdadero gobierno popular, no podemos limitar nuestros esfuerzos exclusivamente a la vía institucional, exigiendo ingenuamente que las reglas del juego se cumplan. El total cinismo e irresponsabilidad de las instituciones realmente existentes, documentado en los capítulos anteriores, nos demuestra que no basta con expresar nuestro repudio y exigir que las autoridades hagan su trabajo. Ya no nos oyen ni nos ven. El problema con las interpelaciones estrictamente legalistas es que dan el beneficio de la duda a las instituciones realmente existentes y muchas veces terminan por legitimar a un sistema podrido hasta la médula. Además de cumplir con las reglas, hay que cambiar las coordenadas del juego. Tenemos que imaginar nuevos escenarios para la gestión del poder. Un ejemplo: el doctor John McCormick, de la Universidad de Chicago, sostiene que una democracia eficaz no sólo depende de la inclusión de la ciudadanía, sino también de la exclusión de los más poderosos.59 Propone recuperar el ejemplo de los concilia plebis de la antigua Roma, que fungían como centros de control popular no sólo de los abusos de los gobernantes, sino también de las élites económicas. La doctora Ivonne del Valle, de la Universidad de Berkeley, sigue una línea paralela en su reciente revaloración del legado de fray Bartolomé de las Casas60. De acuerdo con Del Valle, De las Casas se distinguía de entre los críticos europeos de la colonización de las Américas porque no se limitaba a exigencias de legalidad, sino también abogaba por la creación de mecanismos que podrían controlar, castigar e incluso excluir directamente a los saqueadores. El poder político no reside en los jardines de Los Pinos o en las paredes del Palacio Nacional, sino en las mentes, los corazones y las acciones de todos y cada uno de los ciudadanos. La legitimidad de la clase política y de los gobernantes no surge espontáneamente de los cargos que ocupan o de los decorosos salarios que reciben, sino del ~ 270 ~
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reconocimiento por la sociedad de que tendrían el derecho de ejercer el poder en su nombre. La toma del poder por medio de las armas no es entonces la única forma para generar un contexto revolucionario. La construcción de nuevos y dinámicos espacios ciudadanos que fomentan el pensamiento crítico y retan directamente a la narrativa y la práctica de la dominación política pueden lograr el mismo fin. Al desenmascarar y desplazar las instituciones realmente existentes, este tipo de iniciativas puede tener grandes éxitos sin disparar una sola bala. El Pacto por México busca excluir a los disidentes y marginar a las voces críticas, al tacharlas de “radicales” e “irresponsables”. En respuesta, se debe construir un fuerte contrapoder ciudadano que arrebate la palabra a los políticos y consolide nuevos caminos para expresar el profundo espíritu libertario del pueblo mexicano. Lo verdaderamente importante para el avance de la democracia no es la supuesta efectividad tecnocrática gubernamental o el cumplimiento de “compromisos” vacíos, sino la fortaleza de la oposición política. En Egipto, las movilizaciones recientes tuvieron el enorme éxito histórico de derrocar a dos presidentes autoritarios, neoliberales y serviles a Estados Unidos, pero no pudieron articular un renovado poder ciudadano capaz de imponer nuevas coordenadas a la política nacional. Siguen mandando las fuerzas armadas y continúa enquistada en el poder la vieja burocracia autoritaria. En Turquía, la incapacidad de la oposición partidista al gobierno derechista y conservador del primer ministro Recep Tayyip Erdogan de vincularse con la sociedad civil y articular un polo opositor generó un enorme vacío político. En Brasil, el mismo alejamiento de la clase política de las necesidades y las demandas sociales creó una situación también explosiva. Si las nuevas movilizaciones en estos dos países no logran echar raíces y articular proyectos nacionales alternativos, el espejo de Egipto podría reflejar su propio futuro. En México acontece algo similar. Nuestro país es también una potencia mundial, con enormes recursos naturales y humanos, así como una sociedad compleja y consciente, que ha sufrido los efectos de una inserción desigual e injusta en el mundo globalizado. Y de la misma manera en que los egipcios han expulsado dos dictadores del poder ~ 271 ~
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solamente para dar la bienvenida a sus viejos represores, en México la ciudadanía también ha repudiado dos veces a gobiernos autoritarios, primero al pri en 2000 y después al pan en 2012, para terminar en los brazos de la misma reacción de siempre. Estos escenarios volverán a ocurrir una y otra vez si no se construye una oposición política fuerte y con profundas raíces en la sociedad civil. También hacen falta nuevos liderazgos que surjan directamente de la sociedad sin vinculación alguna con las viejas sectas y rencillas políticas. Ya basta de circular y rehabilitar los mismos cuadros que han disputado el poder desde siempre. Habría que iniciar la larga marcha de apalancar los grandes éxitos de los movimientos populares de las últimas décadas para dar paso a una fase ofensiva capaz de generar nuevas coyunturas, escenarios y liderazgos. Lo que México necesita para desarrollarse de manera pacífica es que cada día más personas rompan con el humillante guion de obediencia y servilismo impuesto por la oligarquía nacional y la dictadura mediática. No es necesario afiliarse a un grupo social o político en específico para defender la dignidad ciudadana. Aparte de participar en manifestaciones masivas y protestas organizadas, cada individuo puede y debe rebelarse también durante su vida cotidiana. Los ciudadanos sufrimos todos los días una infinidad de agravios de los gobiernos autoritarios y las empresas monopólicas. No tenemos por qué simplemente aguantar el continuo saqueo e indignante atención al cliente de las instituciones gubernamentales y las empresas privadas. Muchos ciudadanos se niegan a reclamar o a protestar contra éstos y otros abusos porque se engañan con el cuento de que son parte de la élite o de la “clase media”. Tienen miedo a mezclarse con la “prole” y a perder los pocos privilegios que no les son escamoteados. Pero en realidad, la situación es precisamente a la inversa. Contar con un trabajo no es un privilegio, sino un derecho constitucional plasmado en el artículo 123 de la Carta Magna. También es obligación del Estado garantizar una vivienda digna y una educación de calidad para todos sus ciudadanos. Si no luchamos hoy por garantizar los derechos de todos, mañana los pocos “privilegios” que aún existen para algunos se esfumarán por completo. ~ 272 ~
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Hoy la vieja “línea” política del régimen del partido del Estado se moderniza al complementarse con el guion de la obediencia civil del autoritarismo renovado. Para avanzar como país habría que romper definitivamente con esta lógica por medio de la construcción de una nueva arquitectura de dignidad ciudadana que hoy ya empieza a manifestarse en todo el país. Toda expresión pacífica ayuda, desde los cercos a los cuarteles militares, las asambleas populares, las protestas en actos públicos, los apagones ciudadanos y las autodefensas comunitarias hasta las expresiones de dignidad individual en el trabajo, la escuela, el barrio o la casa. La valentía ciudadana es altamente contagiosa. Un nuevo futuro es posible si todos ponemos nuestra parte para propagar la esperanza. En particular, sería difícil encontrar un sitio más apropiado que Guerrero para iniciar el urgente proceso de reconstrucción nacional. Fue en Iguala donde se concretó la Independencia de México con la firma del Plan de Iguala y la elaboración de la Bandera Nacional el 24 de febrero de 1821. En aquella fecha histórica lograron unirse las diversas fuerzas nacionalistas que después rápidamente derrotarían a la Corona de España. Hoy hace falta repetir aquella hazaña para, con medios pacíficos pero contundentes, derrotar una vez más al despotismo que reina en el país. El estado de Guerrero siempre se ha colocado a la vanguardia de las transformaciones políticas y sociales. Su nombre mismo constituye un homenaje al gran revolucionario Vicente Guerrero, originario de Tixtla —donde se encuentra Ayotzinapa—, y uno de los líderes más visionarios y comprometidos con el pueblo durante la guerra de Independencia. Sin la tenacidad del general Guerrero, la artera ejecución de José María Morelos en 1815 muy probablemente hubiera puesto fin a los sueños de tener un país libre y soberano. Recordemos que fue en Acapulco donde Morelos dio a conocer sus Sentimientos de la Nación y llamó a crear el Congreso de Chilpancingo para fundar la nueva patria desde la capital del estado. Más recientemente, desde la época de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez hasta nuestros días, Guerrero ha albergado un activismo social indudablemente central para la democratización del país. El sistema autoritario ya casi toca fondo, y Guerrero se coloca como el sitio ideal para iniciar la ardua labor de reconstrucción de la patria. ~ 273 ~
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Hay que ir convirtiendo al estado en un centro para la articulación de una gran red de poder popular capaz de, finalmente, transformar a la nación y “mover a México” hacia una democracia verdadera.
Voto y cambio social Hay que evitar la fetichización del voto como medio de expresión de las demandas y las preferencias ciudadanas. Emitir un voto no es equivalente a extender un cheque en blanco ni una declaración de fe, sino simplemente una herramienta más para expresar nuestras opiniones. No votar es como quedarse callado, al margen, pasivo frente a la realidad. Quien no acuda a las urnas abdica de su responsabilidad ciudadana y sacrifica sus derechos al dejar que otros decidan por él o ella. Y votar de manera razonada e informada es un enorme privilegio que no podemos menospreciar. En cada elección, millones de ciudadanos vulnerables no pueden plasmar su opinión en la boleta electoral porque son “acarreados” a las casillas por sus dirigentes políticos y obligados a votar por un candidato. Se derrochan millones de pesos para organizar desayunos, transportar a los “militantes” a las casillas y organizar sofisticados esquemas para violentar la secrecía del voto. Muchas veces los dirigentes obligan a los votantes a sacar fotografías de sus boletas tachadas o a ir acompañados de un menor. En otros casos, el votante debe depositar una boleta previamente cruzada y luego regresar al jefe político la boleta en blanco que recibió en la casilla para que ésta, a su vez, sea tachada y entregada a la siguiente persona en la fila. Y para las personas más vulnerables una simple amenaza o el señalamiento de que el votante supuestamente sería observado vía satélite son suficientes para condicionar su voto. En un contexto en que se vulnera tan sistemáticamente el derecho al sufragio efectivo y libre, emitir un voto en blanco resulta ser un acto de enorme irresponsabilidad. En lugar de silenciar más a la ciudadanía, habría que fortalecer su voz por medio del ejercicio de un voto razonado. Estrictamente hablando, el acto de votar es irracional, es más un acto de fe que un cálculo pragmático. Por muy cerradas que se hayan vuelto ~ 274 ~
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