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La cotorrita
S
obre la especulación intelectual yo tengo un cuento que referiros. Estadme atentos, que dura poco. El historiador y crítico de la escultura española don Ricardo de Orueta, a quien sus compañeros andaluces solían llamar «el Viejo», reunía a varios amigos en casa de un hermano suyo, donde también estaba presente una sobrinita de pocos años. Acababan de obsequiar a ésta una cotorrita mecánica que chillaba y movía las alas. Y mientras las personas mayores hablaban de arte y literatura, la niña se entretenía con su juguete en un rincón de la sala, y nadie la recordaba siquiera. Era el invierno de Madrid. De pronto, con un airecillo de satisfacción y suficiencia, la niña se acercó, e interrumpiendo la charla, exclamó con aquella inimitable gracia andaluza: —¡Bueno! ¡Ya acabamos con la cotorrita! Y, en efecto, había desmontado minuciosamente el juguete, pieza por pieza, de modo que ya ni se conocía lo que había sido antes de la catástrofe. —¡Pero niña! –dijo, indignado, el padre, amenazando darle un sopapo. —No, no la toque usted, ni la riña –intervino alguno de
los presentes que, por haber vivido en varios países, era ya más sabio que los otros–. No le diga nada. Ella no ha hecho más que ceder al muy humano y muy noble instinto de la curiosidad, madre de la filosofía. —¡Es que ahora ya no podrá jugar! –se le contestó. —Pues mire usted –dijo el otro–, lo mismo les pasa con el mundo a los filósofos, una vez que lo han desmontado. Déjela usted, que, con no poder jugar más, ya tiene castigo suficiente. [Junio de 1954]
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