Historias que me han contado

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Cristina Romo

Historias que me han contado


Introducción

Los abuelos cuentan historias, no solamente cuentos. En realidad lo de los cuentos tiene un tiempo reducido, sólo son útiles mientras los nietos son pequeños y no andan jugando y corriendo por todas partes. En cambio, lo de las historias dura más. Debido a las circunstancias humanas y de talentos, lo que hacemos los abuelos es repetir las mismas historias a las mismas personas y así nos vamos haciendo bastante pesados y aburridos. Creo que todos los abuelos deberíamos escribir las historias que nos han contado, las que hemos atestiguado, las que hemos inventado y las que hemos completado poniendo parte de una junto con partes de otras, para quitarnos lo pesado y lo aburrido y contar alguna historia novedosa. Aquí he intentado poner solamente aquellas historias que me contaron, y que quienes lo hicieron, de alguna manera las vivieron, las atestiguaron o se las contaron. Hay otras mejores, pero a veces sólo son leyendas urbanas, o no es fácil seguirles la pista para ver si de verdad ocurrieron. Eso no quiere decir que todas estas historias sean necesariamente verídicas, simplemente tengo alguna certeza de que quien me la contó tiene la referencia de que algo así, más o menos pasó. Debo confesar que una historia me la contó una revista que leí hace muchos años y otras dos o tres provienen de notas periodísticas muy escuetas; la justificación es que esas publicaciones me las contaron. Hay muy pocas historias de aparecidos, de espíritus o de muertos, que son el contenido indispensable de las sesiones nocturnas de «contar historias»; sólo están aquéllas que dicen haber sido atestiguadas por quienes me las relataron. 7


En algunas de estas historias el lector puede identificar a los personajes; en otras, alguien puede decir que no ocurrió en el lugar donde se les ubicó; alguno de los narradores podrá argumentar que se le han añadido anécdotas o elementos que no tienen nada que ver con los hechos que ellos vivieron. Ni modo, se trata de contar historias, no de hacer historia, y, sobre todo, que no pasen al olvido. De hecho tengo retazos de otras historias que no he logrado redondear, por eso no están aquí, sólo esperan que me llegue la memoria o la inspiración para completarlas. Me he reservado la libertad de cambiar todos los nombres, situar en lugares similares a aquéllos en los que sucedieron los hechos, enmarcar a los personajes en una supuesta vida con circunstancias que los hagan parecer reales o verosímiles; aunque más de alguna historia ocurre donde ocurrió y algún personaje se llama como se llama. A la espera de que aparezcan otros protagonistas, por el momento, están aquí las historias de Andrés, Natalia, Julián, Javier, Shawa, Jairo, Juan Ignacio, Berenice, Roberto, Norma, Joaquín, Álvaro, Dionisio, Alicia, Paul, Pepe, Luciana y Antonio, Nicolás, Mónica, Jacinta, Michael, Jaime, Ofelia, Lulio, Ramón, Mariana, Rose, Gustavo y Efraín, Virginia, Rosa Herminia, Leticia, Felipe, Antero, Ifigenia, Karla, Eugenia, José Cruz, Pablo, Han Na, Dolores y Elena, Teresa, Alfonso, Evangelina, y Hesiquio.

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Un hombre de verdad

El frío calaba hasta los huesos. Así son las madrugadas de enero en este pueblo de los Altos de Jalisco. El capitán Andrés Cuéllar pasaba por la casa de su madre, viene a despedirse, ya que en unas horas debe marcharse a una misión en la sierra de Autlán que duraría varios días, o quizá semanas. —¿Qué hace aquí, mamá, nada más enfriándose? —Ay, hijo, qué bueno que viniste; yo no podía dormir y oí ruidos afuera, parece que hay algo en la parroquia y sólo quería enterarme. Ya ves, ahora se casan casi a escondidas, cuando nadie los moleste. —Espérese aquí, me voy a asomar y luego le cuento. —¿Te vas a ir pronto o te preparo el desayuno? —No me tardo, averiguo qué pasa y vuelvo; tengo todavía unas horas antes de regresar al cuartel. Así eran las cosas en ese tiempo. Todo se había trastocado. Las ceremonias religiosas debían celebrarse con suma discreción, a horas poco comunes. No se podía confiar mucho en los demás porque no se sabía de qué lado estaban. Algunas profesiones causaban demasiada desconfianza, como los funcionarios públicos y los militares de carrera que tenían que ser muy cautelosos porque podían ser agredidos por los más fanáticos, al ser acusados de enemigos de la Iglesia. Mientras el capitán se acercaba al templo para poder darle parte a su madre, la buena señora se puso a hacer el chocolate; vio si tenía con qué preparar unos chilaquiles o si bastaría con unos huevos estrellados. Eran pocas las personas dentro del templo. Andrés se acercó lo más que pudo, cuidando que su uniforme no llamara demasiado la atención 9


Historias que me han contado

Introducción

7

Un hombre de verdad

9

La criada bien criada

12

Desde otra dimensión se ve más claro

15

Una cita en Las Lomas

18

Viaje al pasado

20

De Bucaramanga a Torreón

23

Un Mercedes clásico

28

Los buenos efectos del aguacate

31

Viaje a la playa

33

Las chiquiadas todo lo esperan

36

El charro amistoso

40

La gran boda

44

Tocan a la puerta

47

Las niñas fueron más fuertes

50

Paciencia y solidaridad

53

La raspa es un deber

56

Todo por querer ser bellos

59

El fantasma fumador

62

Un padre honrado

65

La generosidad no tiene edad

68 145


N O V E DA D E S

Alejandrina y los peces Arturo Verduzco Godoy

Arma vacía y otros cuentos para impotentes Rafael Medina

Café para intelectuales Teófilo Guerrero

Cartografía menor Françoise Roy

Cuentos para hacer dormir a una niña punk Luis Alberto Bravo

Humor para imbéciles Arkadi Avérchenko

Las machincuepas de Silvestre y su pierna biónica Mario Heredia

Pasajero en tránsito Rogelio Guedea

Tiempo de plantar olivos Guadalupe Morfín

Vietnam Mariño González


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