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Un pastor analiza el ministerio en AmĂŠrica Latina
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Un pastor analiza el ministerio en América Latina
Luis Gabriel César Isunza
EDITORIAL MUNDO HISPANO
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Editorial Mundo Hispano 7000 Alabama Street, El Paso, Texas 79904, EE. UU. de A. www.editorialmundohispano.org
Nuestra pasión: Comunicar el mensaje de Jesucristo y facilitar la formación de discípulos por medios impresos y electrónicos.
El gozo del ministerio pastoral © Copyright 2011, Editorial Mundo Hispano. 7000 Alabama Street, El Paso, Texas 79904, Estados Unidos de América. Traducido y publicado con permiso. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción o transmisión total o parcial, por cualquier medio, sin el permiso escrito de los publicadores. Las citas bíblicas han sido tomadas de la Santa Biblia: Versión ReinaValera Actualizada. © Copyright 2006, Editorial Mundo Hispano. Usada con permiso. Editor: Rubén Zorzoli Diseño de páginas: Carlos Santiesteban Jr. Primera edición: 2011 Clasificación Decimal Dewey: 253.2 Tema: Ministerio ISBN: 978-0-311-42119-0 EMH Núm. 42119-9 3 M 9 11
Impreso en Colombia Printed in Colombia
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CONTENIDO
Introducción ............................................................................................ 7 1. El llamado de Dios al ministerio ....................................................... 11 2. La relación con Dios ......................................................................... 25 3. La relación con la familia ................................................................. 39 4. La relación con la iglesia .................................................................. 55 5. La relación con el mundo .................................................................. 69 6. La relación con otros pastores............................................................81
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Introducción Recuerdo al niño que miraba con intensidad y hacía una serie de gestos y muecas a su perro llamado Sultán, el cual era un extraño bulldog. Este pequeñín ya llevaba varios minutos haciendo todo tipo de expresiones con su cara, enfrente de la cara del perro. Fue entonces que la mamá del niño advirtió lo que estaba sucediendo; después de un buen rato, le dijo al niño con voz firme: —Ya deja de hacerle caras al perro. El niño respondió enfáticamente: —Pero si él fue el que comenzó… Dicho con todo respeto, esta historia me hizo recordar la cara que tenemos muchos pastores después de que hemos servido muchos años en el ministerio. Me queda claro que el ministerio cristiano es una mezcla de gloria y dolor. Hay momentos en la vida de todos los que servimos a Dios en que, al parecer, estamos cerca del cielo pues hay manifestaciones claras del poder y la gracia de Dios en nuestra vida. Pero poco tiempo después pasamos por un valle irreconocible donde el dolor nos atrapa y no tenemos más remedio que depender completamente de Dios. Por eso creo firmemente que el ministerio cristiano es semejante a lamer miel en un espino. Es dulce, pero a la vez es doloroso. Estar muy cerca del dolor, así como de la manifestación de Dios en nuestro ministerio, suele ser una mezcla interesante de elementos; si no sabemos discernirlos, pronto estaremos perdiendo el gozo y la pasión por Dios y por el ministerio mismo. En el año 2007 me encontraba sentado con los editores de Editorial Mundo Hispano, cuando uno de ellos me hizo una pregunta que me dejó pensativo por varios minutos. Me dijo: —Pastor Luis Gabriel, cuando ha tenido la oportunidad de viajar por América Latina y los Estados Unidos de América, ¿qué es lo que usted ha percibido en los pastores y, en general, en el liderazgo cristiano? ¡Vaya pregunta! Son tantas las posibles respuestas: van desde la falta de capacitación, la falta de visión y la frustración por las metas no logra7
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das hasta el abuso del poder. Después de considerarlo varios minutos, finalmente respondí: —Veo demasiado ceño fruncido en mis consiervos. Es cuestión de que miremos detenidamente a quienes están al frente de la iglesia de Cristo (eso me incluye a mí), para darnos cuenta de que si el establecimiento y avance del reino de Dios en el mundo dependiera de nosotros, seguramente ya no habría más expresiones del glorioso cuerpo de Cristo. Esta es la razón por la cual quiero hacer un sencillo aporte para todos mis amados consiervos quienes, al igual que yo, han respondido al llamado de Dios, “con temor y temblor”, pensando que el ministerio sería una extensión del cielo al cual algún día iremos por la gracia de Dios; pero que ha resultado más bien en una experiencia semejante a los caramelos “agridulces”, que cuando nuestro paladar los prueba encontramos pequeñas dosis de amargura y dulzura al mismo tiempo. También quiero dedicar este libro a todos aquellos que están luchando con el “llamado de Dios” en su vida. Seguramente usted conoce a alguien que por años ha estado tratando de identificar la voz de Dios en medio de una multitud de voces. Esto le produce desconcierto y frustración. ¿Cómo saber si en realidad Dios lo está llamando el ministerio o es solo una ilusión pasajera? Creo firmemente que hay dos maneras de echar a perder la vida. Una de ellas es que Dios lo llame y usted no responda; la otra es que Dios no lo llame y usted se meta. Todavía no alcanzo a ver cuál de las dos es más devastadora. Pero, por los resultados, creo que es más peligrosa la segunda ya que, si pienso que Dios me está llamando y no es así, muchas personas pueden quedar lastimadas por el desarrollo de un ministerio en la carne. En fin, considero que Dios es fiel, y que cumple su palabra, por lo que mi oración es la misma que la del salmista: “Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar. Sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo 32:8). Reconozco que el proceso para identificar el llamado de Dios en nuestra vida no es semejante a una receta de cocina que sugiera, que siguiendo los pasos precisos, usted finalmente logrará el éxito. En realidad, el llamado tiene que ver más con la forma en que día a día caminamos al lado de Dios. He tenido el enorme privilegio de enseñar en el Seminario Teológico Bautista Mexicano, institución que por cierto fue donde yo estudié. Es una de las actividades que más disfruto, pero por todo el trabajo que
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genera mi iglesia no lo hago con la frecuencia que quisiera. Aun así, siempre es enriquecedor estar con tantos jóvenes llenos de ilusiones y sueños en cuanto al ministerio. A la vez resulta una experiencia frustrante notar la falta de vocación y llamado al ministerio que manifiestan algunos de ellos. Sé por propia experiencia que el asunto del llamado es complejo y a la vez glorioso, por lo que pido al Padre de las luces que guíe a todos aquellos que están experimentando un llamado de Dios en su vida, porque en realidad el tiempo apremia, y la mies es mucha y los obreros pocos. No pretendo ser en ninguna manera una autoridad en asuntos ministeriales; los que lean este libro no deben sentir que están frente a un hombre que tiene todas las respuestas. De ninguna manera. Para decirlo con lenguaje escriturario: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado. Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está por delante, prosigo a la meta hacia el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13, 14). Me niego rotundamente a parecer ser el que tiene la última palabra, o que no tengo nada más que aprender; tan solo cuento con veinticinco años de ministerio, mientras que muchos que leerán este libro pueden duplicar fácilmente este tiempo. En el libro pretendo reflexionar sobre nuestros ministerios. Esto le permitirá ver lo que ve otro consiervo que ha conocido de cerca lo glorioso y lo complicado que es servir a Dios. Leí acerca de un apasionante episodio de la vida de Alberto Einstein. Cuando este brillante físico judío, nacionalizado estadounidense, llegó de Europa a los Estados Unidos de América, el gobierno de ese país programó que Einstein realizara una gira por las universidades más importantes del país. Se preparó una agenda de compromisos y le asignaron un chofer para que lo llevara de campus en campus para dictar una serie de conferencias de sus brillantes estudios. En ese tiempo, nadie conocía el rostro del brillante científico, por lo que era una grata sorpresa no solo oírlo sino verlo; como dicen en mi tierra, “en vivo y a todo color”. Así que, Alberto Einstein fue de universidad en universidad compartiendo sus conocimientos. Después de haber dictado varias conferencias y luego de varios viajes, el hombre subió al asiento trasero del automóvil y prácticamente se desplomó de cansancio. En ese momento, su chofer, el ver la fatiga del gran científico, le hizo la siguiente propuesta: —Señor Einstein, quiero proponerle algo. —Sí, diga —dijo Alberto.
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—En la próxima universidad que vayamos usted hágase pasar por mi chofer y yo tomo su lugar como conferencista. Obviamente a Einstein no le pareció muy inteligente el ofrecimiento, y respondió: —No creo que esa sea una buena idea. Pero el chofer le dijo: —Veo que usted está muy cansado; yo ya escuché su ponencia varias veces, así que, si usted lo desea, con gusto cambiamos de lugar, usted descansa y yo dicto la conferencia. Es más, si desea, en lo que queda de viaje yo ensayo la presentación completa y usted decide. Don Alberto quedó pensativo y finalmente accedió de buena gana. Antes de llegar a la universidad detuvo el automóvil y cambiaron los papeles; Alberto Einstein se puso de chofer, y el chofer pasó a la parte de atrás como don Alberto. Finalmente llegaron a la universidad y “don Alberto” fue recibido con gran algarabía. Después de dictar su magistral conferencia el público arrancó en aplausos y diversas expresiones de aprobación. Lo que ni Alberto Einstein ni su chofer imaginaron es que, después de dicha conferencia, el rector de la universidad había preparado un panel de preguntas y respuestas. El chofer disfrazado de Einstein sudó frío, pero subió al estrado para responder los cuestionamientos. Lo que no imaginaba es que uno de los más conocidos científicos de dicha universidad le formuló una pregunta de altísima complicación. El chofer quedó pensando largamente, para responder finalmente: “Mi amigo, esa es una pregunta tan sencilla que voy a dejar que mi chofer la responda”. Mi querido consiervo, así me siento yo al escribir este libro, como el chofer de Dios. Si surgen preguntas en el contenido, oraré para que el Espíritu Santo de Dios lo guíe en la mejor reflexión, para que le saque el mejor jugo a esta obra. Si pudiera acercarse a mí lo suficiente vería que tengo mi lengua escaldada de tanto lamer miel del espino. Pero finalmente, como siervo de Dios, el servir a este precioso Amo ha sido simplemente lo mejor que me ha sucedido.