Dichos por los susodichos
Dichos por los susodichos 23 Autorxs Diversxs
© Dichos por los susodichos 1a. edición, noviembre 2021 D.R. © Facultad de Artes y Diseño, UNAM AV. Constitución No. 600 Bo, La Concha, Xochimilco, C.P. 16210 Ciudad de México, CDMX Tel.: 55 54894914 Diseño y edición del libro: Armando Guerrero, Lufa Mancilla, Nigthe Guerrero y Valery Cruz Correctora de estilo: Carmen Yol-kin Hdz. Solís Derechos reservados conforme a la ley. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida o transmitida en cualquier forma, o por cualquier medio electrónico o mecánico, incluyendo fotocopiado,etc., sin autorización por escrito del editor titular del Copyright. Digitalizado en México
Dedicada a todxs aquellos universitarixs que siguen en pie en lucha ante un mundo caótico, con la esperanza y dedicación de uno mejor.
ÍNDICE 11
Lo único que sé hacer
13
Bailar sin estudiar Por Aniela Reyes
15
Una tlacuacha hace papilla
17
La traviesa Chilis
19
De completos desconocidos a una peda en mi casa
Por Ana Campuzano
Por Armando Guerrero Por Belén Avilés
Por Brenda Avilés
21
El mero viaje
23
Una mañana
25
Pórtate bien
27
Relájate
29
Chip Torres
31
Merecido
Por César Olguín Por Diana Saavedra Por Elizabeth Navarro Por Itzel Castellanos Por Ivan Aldana Por Jacqueline Velarde Molina
33
Los santos uniformes
35
Dos chicas y una carta perdida Por Julieta Ornelas
37
Pasajero fuera de serie
40
Siempre hay alguien para ti
42
Aprendiendo
44
Los adornos de Día de Muertos Por Nigthe Guerrero
47
Alguien me habló
49
Un día complicado
51
Insta-panic
53
El proyecto
56
Ahora entiendo...
58
Peculiar conexión
Por Johan Hinojosa
Por Lufa Mancilla
Por Miranda Brenda Por Nicole Fierro
Por Paola Carretero Por Querén Amador Por Sofía Valdez Por Valery Cruz Por Wendy Santos
Por Xavier Alvarado
ÍNDICE 11
Lo único que sé hacer
13
Bailar sin estudiar Por Aniela Reyes
15
Una tlacuacha hace papilla
17
La traviesa Chilis
19
De completos desconocidos a una peda en mi casa
Por Ana Campuzano
Por Armando Guerrero Por Belén Avilés
Por Brenda Avilés
21
El mero viaje
23
Una mañana
25
Pórtate bien
27
Relájate
29
Chip Torres
31
Merecido
Por César Olguín Por Diana Saavedra Por Elizabeth Navarro Por Itzel Castellanos Por Ivan Aldana Por Jacqueline Velarde Molina
Los santos uniformes
Por Johan Hinojosa
33
Dos chicas y una carta perdida Por Julieta Ornelas
35
Pasajero fuera de serie
37
Siempre hay alguien para ti
40
Aprendiendo
Por Nicole Fierro
42
Los adornos de Día de Muertos Por Nigthe Guerrero
44
Alguien me habló
47
Un día complicado
49
Insta-panic
51
El proyecto
53
Ahora entiendo...
56
Peculiar conexión
58
Por Lufa Mancilla
Por Miranda Brenda
Por Paola Carretero Por Querén Amador Por Sofía Valdez Por Valery Cruz Por Wendy Santos
Por Xavier Alvarado
Lo único que sé hacer Por Ana Campuzano yer tuve una buena racha, gané tres mil pesos en dos horas. La cuestión fue encontrar el momento adecuado, y elegir bien porque siempre hay una oportunidad. Este trabajo de medio tiempo es perfecto: por las mañanas estudio, en las tardes gano dinero y hago tarea por las noches. Lo mejor es que soy mi propia jefa, la experiencia me permite tener un horario propio y no pago impuestos. Como en todo trabajo, tengo días malos y días buenos, como ayer, que con sólo cuatro viajes conseguí la cuota que quería; pero hay otros, en los que, por más esfuerzo, no consigo ni mil pesos. Comencé en el negocio familiar desde los diez años, cuando mi padre me metió a trabajar. Él me enseñó todo lo que sé y desde que murió he tenido que ponerlo en práctica yo sola. A veces, me cuestiono a mí misma y pienso en renunciar, pero por ahora, es lo único que sé hacer; estoy a mitad del camino para ser contadora, además, vivir sola es muy caro, necesitaba seguir trabajando.
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Yo sabía el riesgo que corría, era cuestión de tiempo, bien dicen que al mejor cazador se le va la liebre. Creí que con mi experiencia no me atraparían, pero hoy, voy rumbo al ministerio público, montada en una patrulla, con las manos esposadas y arrepentida por haber elegido la navaja y no la pistola esta noche.
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Bailar sin estudiar Por Aniela Reyes i date se llama Diego. Estudia en la misma Uni que yo, es divertido, trabajador y responsable. Estoy segura que conoces a alguien como él, porque es de los que tienen mucha confianza en sí mismos. En cambio yo, a menudo, voy por la vida flotando en el aire. Claro, hago lo que puedo con mi carrera, aunque me gusta más ver tik toks, salir con mis amigos de fiesta, y otras veces, descansar haciendo nada. Un viernes nos fuimos en bola a una fiesta pero Diego no quiso ir conmigo porque no le gusta dejar las cosas ahí pa’ mayo pues prefiere quedarse en casa para hacer sus tareas. La verdad, sí me agüitó que no fuera, porque me cae muy bien y quería presentarlo con mis amigos. A pesar de eso me la pase de perlas bailando y cantando, así olvidé las tareas y los problemas en mi casa. Cuando mi mamá me vio llegar, no tardó en pegar el grito en el cielo -¡Ay niña, deja de andar revoloteando como mariposa! ¡andas de vaga y no puedes terminar tu tarea!-
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Después de recibir el regaño de mi jefa, supe que debía concentrarme, pero la verdad me gusta divertirme de vez en cuando. Ella está muy equivocada si cree que soy una vaga porque ¡ya prometí echarle más ganas!, de ahora en adelante, seré más responsable con la Uni, incluso estudiaré inglés con Diego los fines de semana. En pocas palabras, no lo imagino porque mi madre no espera eso de mí -¡Gracias, jefa! La influencia de Diego en mi vida ha cambiado mis viejos hábitos, ahora nos divertimos estudiando y me enseña a que puedo dar lo mejor de mí.
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Una tlacuacha hace papilla Por Armando Guerrero omo cada fin de semana, la tlacuacha de la cola torcida se encontraba entre sábanas y cobijas, las cuales guarecían a sus orejas peludas de la música proveniente del tronco de las ranas teporochas, muy conocidas por hacer ruidosas parrandas. La tlacuacha estaba hasta la coronilla de no poder echarse una pestañita después de una larga semana de atender su changarro de garnachas. Situación que había reportado en numerosas ocasiones a las autoridades, pero nunca habían hecho nada. Ni siquiera dialogar con ellas servía, pues la música era tan alta que las ranas jamás escuchaban lo que tenía que decirles. Pero aquella noche todo eso cambiaría. Durante semanas, la tlacuacha se había rifado en hacerse un traje de ave lunar, la mismísima depredadora de las ranas teporochas. Sin más, se dispuso a vestirse con el disfraz, aunque casero era bastante convincente. Ya amarrada a un árbol, saltó balanceándose por encima de aquel tronco, mientras trataba de imitar los graznidos del ave. En un instante, una rana noto la temida sombra, cosa que en
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cuestión de segundos alertó al resto. —¡Ya nos cayó la voladora, huyan! La tlacuacha reía para sus adentros, pues la escena era tan graciosa: las ranas salían disparadas del único agujero en el tronco, haciendo que todas cayeran por todos lados y huyeran hechas papilla. Y así, después de aquel magnífico plan, la tlacuacha de la cola retorcida pudo disfrutar sus días de descanso, los fines de semana que tanto anhelaba, ya que las ranas jamás volvieron a hacer una pachanga.
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De completos desconocidos a una peda en mi casa Por Brenda Avilés os mil veintiuno. Después de tanto encierro, media carrera en línea, aburrimiento y clases con tareas sin fin, un grupo de jóvenes deseosos de salir a rumbear decidieron conectarse antes de comenzar la clase para organizar el spot donde se conocerían por primera vez. Uno de ellos, regularmente el primero que entraba a las reuniones, quedó sorprendido al percatarse que todos se encontraban ya dentro de la sesión, poniéndose de acuerdo para una fiesta en su casa. De pronto sucedió algo inusual, los participantes de la reunión comenzaron a hablar: daban sugerencias sobre lo que deberían llevar y debatían la temática que este encuentro tendría. Sin duda, aquel encuentro se tornaba extraño a comparación de los demás, ya que no habían tenido relación alguna fuera de un cuadro de imagen y un usuario que los distinguía del resto. La única cara familiar era la de su profesor. Encendiendo uno a uno sus cámaras y dejándose ver por primera vez, después de dos años de pandemia, la organización de la peda
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estaba resultando como se había planeado. El revuelo era tal, que parecía sorprendente como en tan poco tiempo, la organización estaba siendo un éxito. — ¡Ya ni para los trabajos en equipo somos tan ordenados! —Se escuchó decir. Todos participaban: <<¡cerveza, whisky, tequila, brownies!>> Como era de esperarse, el tiempo pasó sin que se dieran cuenta, entre tanto alboroto por aquella fiesta, ninguno de ellos se dio cuenta que había transcurrido el tiempo designado para la organización del magno evento dentro de aquella reunión… Repentinamente, se escuchó al fondo a alguien decir: —¡Ya nos cayó la ley!
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La traviesa Chilis Por Belén Avilés e llevaron a la Chilis! —Entré gritando a la casa como alma que lleva el diablo. —¡Espérate, espérate!, ¿Cómo que se la llevaron?, ¡¿Quién?!— Preguntó mi madre. —Si supiera no estaría gritando, jefa. Fui a dejarle sus croquetitas como siempre y ya no está. —Le contesté —¡Pues qué esperas, niña!, ¡Vamos a buscarla! —dijo mientras me empujaba encaminándome a la puerta. Mi madre y yo salimos a buscar a la Chilindrina, o como le decíamos de cariño: la Chilis. La habíamos recogido de la calle y aunque era pequeña la queríamos mucho por ser tan graciosa, como cuando movía su cola a modo de saludo cada que llegábamos a casa. Después de un rato, escuchamos gritar a Don Víctor, el carnicero —¡Largo de aquí, perra del demonio!, ¡Que te vayas, te digo! Corrimos hechas la mocha hacia la carnicería, encontramos a la Chilis debajo del mostrador comiéndose un pedazo de carne. Al mirar alrededor, vimos al carnicero con una escoba,
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intentando sacarla de ahí. —Pero, Don Víctor, no sea así de salvaje, deje a la pobre de la Chilis. —Le dijo mi madre. —Pues su perra viene a comerse mi mercancía, ¡Es la tercera vez en este mes!, ¡Llévesela y amárrela, o a ver que le hace! —protestó Don Víctor mientras dejaba su escoba. Mi madre y yo agarramos a la Chilis y salimos de la carnicería, no sin antes pagar lo que se comió la perrita traviesa. Al regresar, la dejamos en su casita en el patio, más tarde, mi madre dijo que tendríamos que mantenerla dentro de la casa para que no volviera a pasar lo mismo que hoy. Pero conociendo a la traviesa Chilis, ni encontrando las esferas del dragón se quedaría quieta por un segundo.
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El mero viaje Por César Olguín aminando por las peligrosas calles de Tepito, con la misión de armar drogas fuertes en el punto, ahí estaba yo, entrando una vez más a la boca del lobo. La tarea era simple, adquirir cuadros, pastas, polvos, algunos gramos de mota exótica y salir ileso. Como de costumbre fui a la vecindad de Mario, el cantón estaba justo en el punto rojo de La Lagunilla, había mucho riesgo, pero era la mejor tienda que conocía. Ya me sabía la maña, caminar por la banqueta, luego tirarle un chiflido; al momento, me dejaron pasar. Unas escaleras al final de un pasillo me condujeron a la mágica dulcería, entrar al spot fue todo un espectáculo: bolsas de efectivo y mercancía de todos los calibres moviéndose al por mayor. Era inevitable sentir desconfianza en un ambiente de alto peligro con circunstancias poco favorables. Cuando tocó mi turno, saqué la lista con las cantidades, unidades, exigí las mejores calidades, compré bastante y por eso Mario me rayó. Como me sobraba dinero armé unos dulces que probé en caliente. Me entusé todo y salí en corto.
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Ya en el tianguis, comenzó a explotar lo que me eche en la vecindad y sepa la banda que pasó: todo a mi alrededor cambió de un momento a otro. Y así el universo y yo nos fundimos en un magnífico ser en el que la división del Uno en Sus multiplicidades jamás existió. Tarde me di cuenta que ya me habían torcido.
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Una mañana Por Diana Saavedra uena la alarma. Son las seis y media de la mañana, diez minutos perfectos para alistarme antes de mi clase. Mientras busco mi celular y me despejo, lucho por no dormirme otra vez; ha sido una semana pesada, no he descansado bien, se acercan los trabajos finales y los profes se vuelan como voladores de Papantla con tareas y proyectos. Aún en pijama, me acerco al escritorio y enciendo la computadora para conectarme en Zoom y entrar a clase: esta es la rutina de siempre, ya no veo un fin. Inicia la clase, adormilado intento seguir tomando notas, me mantiene despierto la ansiedad de que al profesor se le ocurra pedirme una participación; me ganan los nervios, no puedo unir mis ideas y termino sin saber lo que dije. Las clases en línea imponen mucho. A punto de quedarme dormido, escucho una voz a lo lejos, parece de alguna compañera, me asusto y pienso: ¿Ya estarán participando?, rápidamente veo la pantalla y me doy cuenta que no es así: una chava activó su micrófono sin querer. —No amiga, no te veré hoy, estoy ahogada en tareas y el profesor dice que le echemos ganas,
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pero nos deja trabajo como si enseñara, ¡está loco! Toda la clase comienza a mandarle mensajes para que apague su micrófono porque el profesor ha escuchado todo, sin embargo, no tienen éxito. De pronto, se abre otro micrófono, es el profesor, silencia a la chica y entre carcajadas dice: —Mariana, tenías tu micrófono prendido, ¿Y qué crees?, ¡Sí, estoy loco! Aquella situación dejó al grupo estupefacto por el descuido de la compañera, y la buena actitud que tomó el profesor. Desde ahora, no solo me mantendré despierto por las participaciones, también por el miedo de activar mi micrófono, no le desearía esa pena a nadie.
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Pórtate bien Por Elizabeth Navarro adie me habló de lo que significaba un embarazo a temprana edad. Nunca me hablaron de sexo, mi educación sexual se resumía en un <<pórtate bien>> cada vez que salía a algún lado, ya saben, una frase que forma parte de la cultura mexicana. Así fue como tuve a mi primera hija a los dieciocho años -¿Estabas feliz? La verdad, no. No sabía lo que significaba cuidar a alguien que era mil veces más frágil que yo; estuvo gacho porque el imbécil a cargo de la otra mitad de la chamba ni se apareció, estaba sola. Además, las actitudes que tomé ante mi situación me hicieron darme cuenta que repetía un odio constante e irracional hacia las infancias, una gran contradicción porque siempre odié a quienes hacían eso. Lo primero que pasó fue asimilarlo -¿Qué pedo? ¿Embarazada? ¿Tan joven? A ninguna edad se está lista y menos estando sola, pero sí me pasé. Todo sumado a la culpa de tener un papá que sí o sí, me hizo parir a una hija que no quería.
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Estaba todo mal, así que me aferré a la costumbre de querer lo único que me quedaba, mi hija. Tampoco se trata de romantizarlo, ¡vaya!, está muy cabrón que te obliguen a dar a luz a un bebé que simplemente no deseabas. Me sentía como una incubadora. Cuando mi hija me pregunte claro que le voy a decir que estuvo canijo, y tal vez, me sirva para no cometer los errores que tuvieron mis padres conmigo. Equis, el mensaje de esta historia es que, por favor, no obliguen a sus hijas a parir si no lo quieren: los errores ocurren, la gente se descuida, los condones se rompen. Y como a mí me decían <<Al mal paso darle prisa>>, dicho que después de un tiempo para mí se convirtió en <<Al mal paso darle Gerber>>, neta.
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Relájate Por Itzel Castellanos alo se encontraba en casa, su madre había salido esa tarde y no regresaría hasta el día siguiente. Estaba tan estresado por un proyecto de la escuela que ya no tenía cabeza para resolverlo, decidió darse un descanso para llamar a un amigo y pedirle ayuda. —Isaías, ayúdame, por favor. No se me ocurre nada y el maestro no deja de regresar mi trabajo. —Ay, Lalo, te estás cortando las venas con galletas marías, ¿No te has dado cuenta que nadie le entiende? Lo que deberías hacer es darte un descanso, aprovechar que no está tu madre y hacerte un té con lo que te di el otro día. —¿Un té de mota? ¡Qué loco! ¿Cómo crees? Mi mamá me mata o peor aún, es capaz de anexarme y ni si quiera lo sé hacer. —Lalo, ¡ya cálmate!, de verdad necesitas el té, seguro sigues pensando en la tarea. Spoiler Alert: ¡te lo va a regresar! Mira, tu mamá regresa hasta mañana, no lo sabrá y si tienes problemas, yo te puedo ir guiando. Isaías comenzó a decirle todo lo que necesitaba, Lalo siguió todos los pasos hasta que
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finalmente consiguió el té. Continuaron hablando por un rato más, solo había risas y diversión hasta que la puerta de la casa de Lalo comenzó a sonar. — Lalo, creo que ya te cayó la chota. — Sabía que era una mala idea, al rato te marco. — Si es que no te anexan. En un segundo, Lalo tiró el contenido de su taza, su mamá lo saludó y se dirigió a la cocina. En ese momento, el joven recordó que había dejado en la tetera un poco de té y comenzó a ponerse nervioso. Su mamá lo notó, pero por lo cansada que estaba no le prestó atención, así que decidió ir a dormir. Cuando ya no hubo peligro, el muchacho aprovechó para limpiar el resto de la cocina y finalmente subió a su cuarto. Ya relajado las ideas comenzaron a fluir y pudo continuar con su tarea.
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CHIP TORRES Por Ivan Aldana omenzaba mi último año en la universidad, allá por el año 3005 cuando la humanidad y los reptilianos ya estudiaban en las mismas escuelas y no existía más diferencia entre nosotros. Yo odiaba ir a la escuela en ese entonces, apenas había muerto mi perro y no pude actualizar mi sistema operativo con el chip 500 G contra el virus BI-CHOTA (uno de los tantos virus que generó en el año 2019 una terrible enfermedad). A pesar de que los humanos se vacunaban anualmente contra esa horrible enfermedad, antes de la llegada de los reptilianos, el virus mutó muchísimas veces y la situación era cada vez más crítica. Un día, al salir de la escuela, se escuchó un trueno, un sonido tan fuerte como si hubiese sido un microbús volador, de pronto se abrió una grieta colosal en el brumoso cielo y transcurridos unos segundos se cerró de manera abrupta. De allá arriba bajó un ser que parecía tener un traje de Escuela Secundaria Técnica del milenio pasado. Yo estaba muy asustado, como un niño en
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firma de boletas. El ser extraño se acercó a mí en un dos por tres y con una mirada como el océano se plantó frente a mí. Mientras volaba un auto con los rayos láser que emitía su mochila, sacó algo que parecía ser una reliquia del Rayo McQueen y me la entregó en mis manos. - Ten, esta es la cura de la humanidad. Vengo del futuro pasado y he venido a salvarlos. En el taller de mi secundaria nos enseñaron a viajar al futuro pasado, en nuestra realidad ya existía la cura del virus BI-CHOTA. He venido a salvar tu realidad. Lo único que debes hacer es descargar el CHIP TORRES de esta reliquia, imprimirlo en 3D e ingerirlo. Cuando terminó de sermonearme, me fui corriendo como el viento, así como tiro al blanco. Llegué a mi casa, abrí el archivo de la reliquia y lo envié por correo a todos mis conocidos y familiares. Después ingerí el CHIP TORRES y comencé a ver la realidad… la realidad era que sólo había sido un sueño.
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Merecido Por Jacqueline Velarde Molina emasiado ego en una misma persona. Le importa poco pensar en alguien más que no sea él.>> El comentario halagador de hace más de dos años sigue rezumbando en su cabeza, mientras que las palabras directas, con esperanzas de cambio, pasan desapercibidas. En serio, ¿Creía que tenía el control de todo por el simple hecho de ser él? Romina ve todo de lejos, en cualquier problema sólo sonríe incómodamente pensando en cómo salir corriendo: ¿Así es el amor? - Si me quieres, me tienes que aceptar como soy.- Era su respuesta. -Ya estoy harta, siempre es la misma historia. -Contestaba ella. Hasta que un día, con la receta indicada, muchas especias y la cocción perfecta, dio en el blanco. Algo vengativo, pero ella creía firmemente que él se lo merecía. Un golpe a su ego y se iría. Puso todo sobre la mesa, una flor en el centro, una copa, un vino que guardaba para una ocasión especial y finalmente la estrella, la hamburguesa, que lucía ajena a todo lo que la rodeaba.
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Él llegó, emocionado propinó la primera mordida, era un completo carnívoro disfrutando del bello regalo de su novia sumisa -¡Qué bien sabe! -Decía, chupándose los dedos. Todo iba bien hasta que reparó en el recado debajo del plato y leyó lo siguiente: <<Romina se fue, ya no te quiere. Desde hace un mes está con otra persona porque tú la tratabas horrible, además ella ni siquiera te importa, qué más te da si se va. ¡Ah, y la hamburguesa es vegana!>> -Me hicieron de chivo los tamales o más bien de soya la hamburguesa. Exclamó el hombre egoísta.
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Los santos uniformes Por Johan Hinojosa ra una tarde nublada, escondidos entre los escombros se encontraban dos militares del ejército mexicano, Luis y Carlos. Eran sobrevivientes del enfrentamiento que se había llevado a cabo ese mismo día cerca de Durango contra el ejército estadounidense, una verdadera masacre por parte de esta fuerza. Observaban a lo lejos como le cortaban las extremidades a uno de sus compañeros. —¿Por qué lo hacen? —
Mencionó uno —Solo por diversión. —Contestó el otro. Aterrorizados al ver dicha acción, buscaban la forma para salir de ese lugar lo más pronto posible. Pensaron en una estrategia, se les ocurrió la magnifica idea de infiltrarse en las líneas del ejército estadounidense, cambiando de uniformes con unos cuerpos que se encontraban cerca de ellos. Era el plan perfecto. Comenzó a llover, ya con el uniforme gringo uno de los militares con voz entrecortada se quejó: —Si no me tapo, andaré todo moquiento. Para su mala fortuna, en ese momento
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pasaba un militar estadounidense, percatándose de aquel hecho, informó a sus superiores sobre la presencia de los intrusos. Los militares mexicanos comenzaron a correr por sus vidas sin rumbo alguno; en esa carrera, ambos recitaban el Padre Nuestro. Hasta que entre lágrimas, rezos y lamentos logran ver a lo lejos unos aviones. Sí, era el ejército mexicano, por lo que Luis grita: —¡Ya pelamos compadre! —Salvando sus vidas de puro milagro. Esa sería la historia que nos hubiera contado el abuelo en esta carta olvidada antes de morir. Realmente el abuelo nunca perdió la fe, incluso cuando se encontraba acorralado por el ejército gringo, no se dio por vencido; eso es lo que le hace falta a la humanidad en estos tiempos modernos, un poco de fe y confianza.
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Dos chicas y una carta perdida Por Julieta Ornelas milia y Anna son hermanas, se llevan dos años de diferencia. Un día de pandemia, mientras se encontraban en casa de su abuela, buscaban dentro del ático cosas antiguas. Había vestidos, de todos los colores, una gran cantidad de libros pues su abuela era una gran lectora, había papeles y papeles, una gran cantidad de fotografías de color en blanco y negro, retratando épocas que solo en su imaginación conocían. Comenzaron a abrir los libros, husmeando entre las páginas para ver si encontraban algún secreto, sin saber lo que estaban a punto de descubrir: de un libro, que no resaltaba de entre todos, cayó un pedazo de papel, no tan grande como para ser llamativo, pero no tan chiquito como para pasar desapercibido. Sorprendidas se abalanzaron a tomarlo. - Para Cecilia… -Decía la carta. - ¿Cecilia? - Esa es nuestra abuela. -dijeron las dos sorprendidas. La curiosidad era más grande que todas las advertencias que les había hecho su abuela a
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través de tantos años: <<Nadie sabe lo que hay en la olla más que la cuchara que la menea>>, les decía una y otra vez. Pero no aguantaron y abrieron la carta, era una carta de amor: -Mi querida Cecilia … -Leyeron. -Con amor, Julio…. -¿Julio? -Ese definitivamente no era su abuelo. Las niñas salieron corriendo, gritando: -¡Abuela! ¡Abuela! ¿Qué es esto? ¿Quién es Julio? -Preguntaban alteradas. Al ver la carta que tenían entre las manos las niñas, la abuela enojada se las arrebató. -¿Qué hacen husmeando entre mis cosas? -Preguntó molesta. -¡Abuela! -Seguían diciendo las niñas. -¡Ni una palabra más! -Las interrumpió su abuela. -¿Qué les he dicho? -Nadie sabe lo que… -repitieron apenadas las niñas. Nunca supieron quién era Julio, las niñas se fueron ese día aún curiosas por saber a que se debía tanto misterio por una carta. Y su abuela, puso la carta a un lugar más seguro, contenta recordando a aquel gran amor de su vida que quedaría para siempre como un secreto.
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Pasajero fuera de serie Por Lufa Mancilla ola, mi nombre es Natalia, pero mis compas me conocen como Nat; dicen que soy el fin de semestre en persona y ahora mismo, no podrían tener más razón. Acabo de pasar a comprar mi desayuno, por suerte ya estoy buscando un asiento en el camioncito de camino a la uni, hoy muero de sueño y necesito recuperar todos los minutos que pueda, entonces pido permiso a un pasajero para acomodarme pegada a la ventana. —El guajolocombo siempre salvando el día, ¿verdad? —Dijo él. —Sin duda, un héroe sin capa. —Respondí. —Tu tatuaje está cabrón. —Me dice entusiasmado. —Gracias, la neta, ya ando pensando cuál será el siguiente. Seguimos conversando, no sé en qué momento comencé a cabecear; en eso Milton (el pasajero) me dice en tono burlón: —¿Tú andas trabajando duro o durando en el trabajo? Acto seguido, lo más inesperado ocurrió: Milton se pone de pie en un segundo mientras un sujeto en la parte de atrás grita:
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—¡Ya valieron verga, hijos de su puta madre! —Apuntándonos con su pistola a todos los pasajeros. —¡Flojitos y cooperando, banda, pasen todo lo que tengan! —Dice Milton mientras su compañero recorría el camión con una mochila y pistola en mano. Yo seguía somnolienta, y ahora desconcertada, comencé a sacar mi laptop y teléfono —¡Chin!, la entrega… —Pensé. Torpemente quise esconder mi cámara, en ese momento sentí que tocaron mi hombro, era Milton. Nerviosa volteo y escucho: —Tú no, güerita, me caíste con madre. —Dice sonriendo. Esa frase hizo que mi alma me regresara al cuerpo —Estuvo cerca, más vale pobre pero vivita y coleando. —Pensé.
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—¡Síguele chingando! —Gritó Milton cuando él y su compañero bajaban corriendo del camión. Pero la cosa no acabó ahí, un segundo después, el compa del Milton estaba embarrado en el piso... ¡Lo había atropellado una bici! El chofer no perdió la oportunidad y le gritó —¡No que muy lión! Acto seguido, todos los pasajeros se bajaron, algunos planeando recuperar sus pertenencias y otros soltando madrazos. Esos fueron los minutos más largos de mi vida, lo que parecía ser un viaje más camino a la universidad, se convirtió en una anécdota digna de ser contada.
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Siempre hay alguien para ti Por Miranda Brenda n La Piedad, Michoacán, vivía una gran familia de artesanos muy conocidos en el lugar, se dedicaban a vender contenedores hechos a base de fruto seco, conocidos como <<Guajes>>. Estos productos eran utilizados como recipientes para transportar líquidos como agua, pulque, aguamiel, o bien, para almacenar semillas y plantas. Entre los guajes había una gran variedad de formas y tamaños, esto complicaba encontrar un tapón a la medida. Localizar el tapón correcto parecía ser solo un problema de los guajes, pero con el tiempo, fueron comparando esta situación con la vida amorosa de algunas personas en el pueblo de La Piedad, ya que muchos, al no ser tan agraciados físicamente se les dificultaba encontrar pareja. Esa fue la historia de María, hija de los famosos artesanos del pueblo. Ella era la de en medio y la menos agraciada de sus seis hermanos; los mayores, casados, mientras que los menores estaban por casarse. Su familia estaba preocupaba por la situación, pues en aquel entonces era mal visto no casarse antes de los 20.
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En el pueblo no dejaba de hacer comentarios mal intencionados y llenos de burla para María, diciendo que era tan poco agraciada que se quedaría soltera para toda vida y jamás encontraría alguien que la quisiera así, eso la hacía sentir mal, así que, sus padres cansados de la situación la mandaron a estudiar a otro estado. Tiempo después, María fue a visitar a sus padres, esta vez no iba sola, iba acompañada de su pareja. No era el más guapo, pero se veían muy bien juntos, al percatarse de esto la gente del pueblo quedó sorprendida pues no esperaban que esto podría pasar, no dejaban de decir y afirmar que: <<Está bueno el tapón pal guaje.>>
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Aprendiendo Por Nicole Fierro ra el verano del 99, Nicolás caminaba por las calles de Madero al lado de Elena, su madre. De día, era una artesana y por la noche una grandiosa ilustradora. Los viernes, después de un largo día de trabajo, solían andar por las calles de Mesones y Pino Suárez en busca de material gráfico, para que su madre dibujara y experimentara en casa. Nico no sólo había heredado el talento de Elena, sino también, el de su tío Lalo, un gran ilustrador de portadas de libros; del interés que manifestaba por los carritos, el fútbol y la veterinaria, el dibujo era su pasión. Pasaba el tiempo investigando especies de animales para dibujarlas a detalle, sin duda, su artista interior dominaba a su inocente imaginación, poco a poco se forjaba un gran artista. Su tío veía el gran potencial de Nico y lo inscribía en concursos de dibujo cada vez que tenía la oportunidad, quería explotar aquel interior artístico que Elena le había fomentado. En algún momento, sin previo aviso, Lalo inscribió a su sobrino en un concurso de cómics, el premio consistía en un taller de ilustración
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para niños que duraba varias semanas: debía entregar en menos de 24 horas un dibujo, que sería su pase para participar en el evento. Sin titubear, Nico tomó lápices, pinceles y varios tipos de papel de los que usaba su madre; se encerró en su mundo, hasta que después de cinco horas, salió del cuarto con una gran sonrisa; en el escritorio estaba el dibujo que solicitaban para participar. Elena le preguntó: -Nicolás, ¿cómo es que lograste tan extraordinario proyecto en tan poco tiempo? Con una gran satisfacción y seguridad, Nico respondió: -Es pan comido, mamá, porque aprendí de la mejor.
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Los adornos de Día de Muertos Por Nigthe Guerrero odo lo que veían les gustaba, las flores, el papel picado, las calaveras y los adornos de arañas gigantes. Los niños Martínez observaban encantados el tianguis de Día de muertos, como cada año, tomaban cosas de los puestos y se las mostraban a su padre: -¿Nos podemos llevar este? -¡Claro! -El señor Martínez contestaba complaciente, mientras las bolsas de compras se acumulaban en sus manos. De vuelta en casa, cargando con adornos y muñecos de brujas y calacas, los niños entraron corriendo a la cocina: -¡Mamá, mamá!, ¡Mira lo que trajimos! -La señora Martínez volteo a ver a sus hijos con una mirada sin sorpresa. -¡Ya se fueron a chacharear otra vez!, ¿Qué tanto compraron? -Exclamó. La mujer miró todo lo que cargaban sus hijos y le reprochó a su esposo: -¿Qué vamos hacer con todo esto? -Pues no sé. ¿No te hacía falta nada para la ofrenda? -Contestó el señor Martínez con tono culpable.
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-La ofenda ya está lista, podríamos poner algunas cosas en ella, pero, en definitiva, no todo. -Dijo la madre. -¿Y si adornamos la casa y hacemos una fiesta de Halloween? -Mencionó uno de los niños. El padre inmediatamente accedió: -Es una excelente idea, invitaremos a sus tíos y primos, será divertido. La señora Martínez también aceptó, emocionados comenzaron a organizar la fiesta, invitaron a sus amigos y familiares; al día siguiente prepararon la comida y adornaron la casa. Ya en la fiesta todo estaba listo, sin embargo, los padres se percataron que habían olvidado los disfraces de los niños. Observaron el reloj, ya no tenían tiempo de salir a comprarlos y regresar antes de la llegada de los invitados, así que, decidieron improvisar.
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-Haber pruébate esto... ¡No mejor ponte esto!… Con el rostro pintado quedará bien. -Decía la esposa, mientras improvisaba los disfraces de los niños. Al final, con la fiesta ya transcurrida de buena manera, con los infantes jugando y corriendo por toda la casa, la señora Martínez le comentó a su esposo: -Y entre todas las chácharas que le compraste a los niños, ¿No pudiste comprar un disfraz? -Mientras sonreía al ver el rostro mal pintado de su esposo, luego de que los niños decidieran que él también necesitaba un disfraz.
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Alguien me habló Por Paola Carretero las ocho de la mañana había sonado su alarma, comenzando un nuevo día. —Buenos días. —Se escuchó un breve murmuro. Dirigió su mirada hacia el origen de aquel ruido, era la figura de Harry Styles, de cartón y hecha al tamaño real. Posó fijamente su mirada en ella. —Vaya vaya, ¡Qué honor que me hables a mí! —Le dijo con cierta ironía y esperó pacientemente otro ruido, pero, después de un rato no recibió ninguna respuesta. La simple idea de Harry Styles dándole los buenos días le había causado mucha gracia; prefirió restarle importancia y seguir con su rutina matutina. Durante la ducha reflexionó acerca de lo sucedido, la conclusión fue: <<Soy la persona favorita de Dios.>> Al arreglarse, como de costumbre, fingía una charla con su figura de cartón, se dedicó a hacer preguntas a lo random. Consiguió que el tiempo se pasara volando, incluso, había olvidado la promesa que le había hecho a su hermano. Cuando recordó lo que tenía que hacer, cómo si hablaran del Rey de Roma, su hermano le llamó
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desde el pasillo para que se apresurara. Como no hubo respuesta, el hermano insistió, así que, nuevamente se dirigió a la figura: —¿No crees que mi hermano es algo… especial? —Expresándose con sarcasmo y cierta maldad detrás de sus palabras. Cómo antes, consideró que la mejor respuesta sería el silencio, por lo que se emocionó cuando escuchó un leve sonido de afirmación. Después de cantar victoria, la realidad le había pegado. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Y ahí estaba, mirando fijamente a su figura, esperando quizá otra reacción. De pronto, su hermano entró en la habitación e insistió que se apresurara, pero, no lo tomó en cuenta, siguió mirando a la figura. —¡No te hagas cómo si Harry Styles te hablara! —Le gritó su hermano al notar que lo había vuelto a ignorar, salió cómo alma que lleva el diablo y con un portazo provocó un ruido tan fuerte que acabó con el trance, así regresó a la realidad. Se apresuró a tomar sus cosas y trató de alcanzar a su hermano, al tiempo que daba una última mirada a la figura. Con una sonrisa se fue alejando, pensando que, efectivamente, era la persona favorita de Dios.
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Un día complicado Por Querén Amador <<Nada me puede salir peor>>. Samuel se dio cuenta, un poco tarde, que era mejor no repetir esa frase. El lunes empezó cuarenta minutos tarde, su alarma no sonó, lo que desencadenó una serie de eventos desafortunados: saltarse el desayuno y correr tras el camión que tenía la mala costumbre de no esperarlo ni un segundo, aunque superó su récord de velocidad no logró alcanzarlo. Una viejita, sorprendida por su empeño de llegar a su destino, le dijo: —Se nota tu esfuerzo, no pasa nada si no vas un día. —Gracias señora, pero tengo que ir, si no ¿Cómo seré el futuro de México? —Contestó el joven. —Hace mucho tiempo no veía a nadie tan responsable, toma este billete, te pago el taxi… Samuel agradeció y tomó un taxi rosado con talco; más tranquilo intentó ver el lado positivo de lo sucedido: —Nada me puede salir peor. Para su sorpresa, el taxi salió volando a causa de un tope que poncho la llanta, nada sorprendido por su mala suerte del día decidió caminar a su destino. Atónito, el taxista le dijo: —La neta, yo que tú, mejor ya no iba a la es-
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cuela. —Debo ir, es mi única chamba. —Mencionó Samuel en tono resignado. A prisa, sudoroso y sin desayunar llegó una hora tarde a sus clases donde se encontró con su mejor amigo, quien, alarmado por su aspecto, le preguntó que le había pasado: —Tuve una mañana pésima, pero tenía que llegar a clases. —Te ves bien mal, pero ¿Sabes cuál es mi lema? Al mal rato, buen trago. ¿Jalas por chupe o qué? —Le propuso el amigo. —Pero, ¡Si apenas son las ocho de la mañana! Bueno, ante tanta insistencia y poca la resistencia… ¡Me has convencido!
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Insta-panic Por Sofía Valdez ra el primer lunes de mayo, Betty peinaba su cabello platinado como espejo, esa tarde iría a una fiesta. Al reunirse con sus amigos, éstos platicaban y bailaban, de pronto vio pasar a un chico que llamó su atención —Es tan alto y guapo como el infierno —pensó. Sus amigos notaron que no le quitaba la mirada de encima, ella no pudo evitar preguntar si alguno lo conocía, Inés asintió; comenzó a contarle sobre Jaime, era un actor inglés, lo que la emocionó más, ¡hasta Dios sabe que ella ama a los ingleses! Betty ya imaginaba una boda con él, aunque fuera con anillos de papel, pero necesitaba saber más. Inés le pidió su teléfono y fue directo a Instagram, entró al perfil de Jaime, mientras ambas veían sus fotos, le gustaba más. Sus amigos querían acercarse a la pantalla, pero Betty les arrebató el teléfono y sin querer, su dedo le dio like a una foto de dos años atrás. El mundo se detuvo, todos quedaron shockeados, era obvio que Jaime sabría que lo estaban stalkeando. —Al que stalkea, el like se le cuela. —Dijo Inés,
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al momento que sus ojos recorrían todo el salón para asegurarse que él no estuviera viendo su teléfono. Todos entraron en pánico y Betty necesitaba calmarse, un like no era lo peor que le hubiera pasado, por suerte la fiesta ya estaba por acabar, así que ella no esperó más y subió a un taxi como coche de escape. Llegando a casa se recostó, tomó su celular, el cual había evitado, y al scrollear por la pantalla no aparecía ni una foto en su timeline, buscó lo que estaba pasando y al igual que su corazón, las redes sociales se habían detenido. Lanzó un suspiro, pues ese like nunca llegó, ahora podrían tener una historia de amor sin red flags.
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El proyecto Por Valery Cruz ra viernes y el cuerpo de Chencho lo sabía: contaba los tictacs del reloj de la clase para despegar como cohete e irse a su cantón cerca de la uni. Había planeado con su roomie una fiesta bien tremenda; la casera se iría el fin de semana a su pueblo y le pidieron permiso de hacer una <<recatada reunión>> a lo cual, ella aceptó. Sería la última fiesta del semestre y el crush de Chencho había confirmado su asistencia, estaba tan emocionado que sentía que el corazón se le salía por la boca. Cómo el buen estudiante que era, Inocencio había dejado su proyecto final listo para entregar el sábado, así que, estaba más relajado que de costumbre. Se fue a su casa y se emperifolló; él y su roomie ya tenían todo listo para el exceso y la diversión. Poco a poco, los amigos y los colados empezaron a llegar y la fiesta se descontroló. Después de un rato, Chencho andaba más prendido que un arbolito de navidad, bailando y cantando <<halls, clorets , pepitorias, cacahuate, tridents, chocolate, mazapanes, cigarros y tictac…>>
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-¿Dónde deje mi proyecto? -Se preguntó de repente. Girando la cabeza como el exorcista buscó a su compañero con un grito: -¡Fernandooo! -¡¿Quéeeee?! -Dile a mi proyecto que venga aquí. -Creo que está en tu cuarto. Luego, luego, Inocencio se dirigió a su cueva, pero chocó con su crush: -Compadre, qué bonitos ojos tiene, ¿por qué no los usa para ayudarme a buscar mi proyecto? Un poco aturdidos, se fueron juntos y al abrir la puerta de la habitación, encontraron a dos tórtolos haciendo cosas sospechosas. Chencho gritó paniqueado: <<¡Sáquense a bañar!>>, enseguida comenzó a buscar como loco su trabajo, al no encontrarlo, unas lágrimas rodaron por sus mejillas -¡Ya, Juanga, llévame a tu lado! -y como si le apagaran el switch de la luz, cayó dormido en su cama. A la mañana siguiente, Chencho se levantó como un resorte al sonar de su alarma -Debo ir a mi clase. -Se alista y al salir se encuentra con su roomie, bien fresco tomándose un suero, este le dice: -Chencho, te pusiste bien erizo anoche, saliste de la nada gritando <<¡Ay, mi proyecto!>>. -¿Pues qué hice? -Parecías la llorona, asustaste a tu crush, corriste a medio mundo y te pusiste a cantar canciones de Paquita, para acabarla dijiste:
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<<Bueno, sacaré mi trabajo debajo de la cama para que esté listo a primera hora.>> Chencho estaba apenado, al menos, su proyecto estaba bien. Tomó una manzana y dijo: -No lo vuelvo a hacer.
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Ahora entiendo... Por Wendy Santos éxico es un país muy religioso, y así como lo es, también tiene un toque gracioso. Solemos disfrazar la tragedia con la comedia, ocultamos el dolor cuando es necesario, somos tan cálidos que hasta la muerte nos abraza. No entendía porque pasaba esto, al crecer lo entendí, ahora viene a mi mente un vago recuerdo. Era el mes de agosto, faltaba poco para regresar a la escuela, yo tenía unos 8 años y acompañé a mi mamá a ver a mi abuelita, un ser de luz, siempre alegre, me gustaba su sonrisa, bailaba muy bien y cuando la acompañaba a la tienda me dejaba elegir un dulce o en días calurosos alguna paleta de hielo. Sin embargo, ese verano no fue igual pues se encontraba en reposo, tenía una fuerte gripa. Ella vivía en un pueblo, donde había frases muy raras, por ejemplo, mi tío Horacio, hablando con mi mamá, desanimada por ver a mi abuela en cama, mencionó: —Yo creo que este año ya no va a cargar los peregrinos—. Mi madre comenzó a sollozar, yo me preguntaba el porqué; hacía tiempo que mi
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abuelita no lo hacía, la visitábamos siempre en fechas decembrinas y en las festividades del pueblo, ella no los cargaba personalmente: tal vez el festejo no sería en su casa, o quizá saldría de vacaciones en esa temporada. Pensé en eso solo un momento y seguí jugando en el campo. Dos meses antes de llegar diciembre, un mes de clima frío, mi abuelita se fue. <<Pasó a mejor vida>>. Aquella gripe era un cáncer pulmonar que quiso ocultar, ahora lo entiendo; fuimos a festejar las fiestas decembrinas al pueblo, en su memoria, porque era lo que ella hubiera querido. Ese día me percaté de su ausencia, no la sentí conmigo, no la vi festejando con nosotros. Volví a pensar en lo que dijo mi tío Horacio, era cierto, mi abuelita <<no llegó a cargar los peregrinos>>, y es que, ni una fiesta tan alegre como Navidad detiene el tiempo o la muerte.
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Peculiar conexión Por Xavier Alvarado ace tiempo, existió un hombre muy peculiar, a simple vista parecía solo un sujeto más, vivía de modo muy sencillo, no tenía ataduras, su única labor era ser maquinista. Le iba bien pero no le importaba el dinero, tenía la oportunidad de conocer muchas personas, en su mayoría gente humilde que se trasladaba de ciudad en ciudad buscando una mejor vida; el hombre donaba una gran parte de su sueldo a las familias grandes y a las personas necesitadas. La gente se lo agradecía, pero, al mismo tiempo, le preguntaban si no lo necesitaba para vivir, él alegaba que no iba del tren a casa, que su casa era el tren; nada lo hacía más feliz que hacer viajes largos y disfrutar del trayecto además de fumar, fumar y fumar. Dormía en uno de los vagones y cuando le tocaba hacerlo de noche, entre tanto silencio podía escuchar lo que el tren le decía: tenían una conexión más allá de lo terrenal, habían nacido para permanecer juntos. —¡Estás loco! —le decían sus colegas de trabajo. El hombre había pasado prácticamente toda
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su vida en el tren, y era muy probable que estuviera loco, aunque era viejo y solitario su sentir era real. Un mal día, un pasajero del tren intento aprovecharse del hombre y fingió ser pobre, pues sabía que él era muy bondadoso, sin embargo, el viejo no era ningún estúpido, lo había visto anteriormente y sabia que era un mentiroso, así que se negó, únicamente le dio su chaqueta y le dijo: —Seguro te quedará muy bien, tienes cuerpo de limosnero. Esto enfureció al pasajero, esperó a que cayera la noche y el tren estuviera vacío para entrar a hurtadillas al vagón donde dormía el maquinista, y dispararle en la cabeza. El maquinista ni siquiera pudo pensar; el hombre le robó todo lo que pudo encontrar y huyó. Al día siguiente, encontraron al viejo y lo enterraron al lado de donde estaba estacionado el tren. Llamaron a otro conductor pues el próximo viaje era urgente, pero el triste tren nunca volvió a funcionar, como si su motor hubiera sido perforado también. Se quedó ahí, inmóvil para siempre, sin abandonar a su viejo, y el viejo no abandonaría nunca a su amigo el tren.
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