Arquidiócesis de Medellín / Agosto 2013 / 206 / 1.200 Ejemplares / ISSN 1909-9584 / ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955
"La Lumen, la luz... es una Luz con mayúscula, Esa Luz es Cristo mismo, Señor de la Vida, fuente de la fe, razón y centro de la fe, razón de ser de nuestra vida cristiana". 1
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EL PAPA NOS IMPULSA EN EL ESPÍRITU DE APARECIDA
Por: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín
LA NOTICIA DEL DOMINGO DOMINGOS XIX - XXII
Por: Jairo Alberto Henao Mesa, Pbro. Facultad de Teología. U.P.B.
DE JUAN A PABLO 1963. HACIA LA LUMEN GENTIUM (5) Por: Fernando José Bernal Parra, Pbro. Facultad de Teología. U.P.B.
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Por: Pedro Antonio Ospina Suarez, Pbro. Facultad de Teología. U.P.B.
PERFIL ESPIRITUAL DE SANTA LAURA MONTOYA
Por: Diego Alberto Uribe Castrillón, Pbro. Facultad de Teología. U.P.B.
LA INCIDENCIA JURÍDICA DEL AMOR CONYUGAL EN EL VÍNCULO MATRIMONIAL Por: Rafael Betancur Machado, Pbro.
Vicario Judicial Adjunto - Tribunal Eclesiástico
ENTRE LA LUMEN GENTIUM Y LA LUMEN FIDEI
Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez, Mons. Vicario General
A PROPÓSITO DEL BICENTENARIO: EL CLERO Y LA INDEPENDENCIA DE ANTIOQUIA
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MATRIMONIO CATÓLICO ¿DIVORCIO O NULIDAD?
Por: Fernando José Mejía Vargas, Pbro.
Vicario Judicial de la Diócesis de Santa Rosa de Osos
Arquidiócesis de Medellín / Agosto 2013 / 206 / 1.200 Ejemplares / ISSN 1909-9584 ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955
EL PAPA NOS IMPULSA EN EL ESPÍRITU DE APARECIDA Por: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín Una reunión inédita
El Papa nos ha hablado con mucha claridad a todos: obispos, presbíteros, religiosos y laicos. Recibamos este mensaje como un verdadero llamamiento que nos hace Dios para que nos empeñemos más seriamente en la realización de la Misión Continental como un proyecto permanente de evangelización y de renovación eclesial.
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Al final de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, el 28 de julio de 2013, el Papa Francisco ha querido reunirse con los obispos que conforman el Comité de Coordinación del CELAM. Fue un encuentro fraterno en el que, como dijo, quiso hablar de “obispo a obispo”, partiendo de su vinculación a América Latina y compartiendo aun sus dificultades como pastor en Buenos Aires. Su intervención se sale del molde habitual de los discursos papales; él mismo la define como una conversación o una charla y, con humildad, se excusa de un cierto desorden en ella. El Santo Padre comenzó recordando: “hace 57 años que el CELAM sirve a las 22 Conferencias Episcopales de América Latina y El Caribe, colaborando solidaria y subsidiariamente para promover, impulsar y dinamizar la colegialidad episcopal y la comunión entre las Iglesias de esta Región y sus Pastores”. Luego, reflexionó sobre el documento de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y el Caribe realizada en Aparecida, en mayo de 2007, que sigue animando las búsquedas y trabajos del CELAM. A continuación, dio testimonio del impulso del Espíritu Santo que desde allí ha querido construir algo y decir una palabra fuerte a la Iglesia, especialmente en orden a la renovación de las Iglesias particulares. Renovación que, como señaló, en buena parte se encuentra en marcha. Después, se refirió a la Misión Continental, a las tentaciones que tiene el discipula-
do misionero y a algunas pautas eclesiológicas que hoy se deben tener en cuenta. Estamos ante una orientación pastoral clara y autorizada, que marca rutas y tareas a la misión de la Iglesia. Pienso, en primer lugar, que este texto del Papa nos llega como un mensaje directo para animarnos y guiarnos en el camino que estamos recorriendo en nuestra Arquidiócesis. De otra parte, me parece que el Papa quiere extender a la Iglesia universal algunas sugerencias de Aparecida, que no son sino una aplicación del Concilio Vaticano II y del proyecto de la nueva evangelización. Por tanto, las reflexiones del Santo Padre debemos acogerlas, trabajarlas y aplicarlas al proceso pastoral que estamos siguiendo en Medellín. Sin comentarios muy amplios, propongo a todos este importante texto.
Características de Aparecida y dimensiones de la Misión Continental El Papa Francisco, en esta plática, como continuando lo que había señalado el día anterior a los obispos de Brasil, se refirió a las características de Aparecida, al estado permanente de misión y a la necesidad de una conversión pastoral. Es muy importante conocer lo que nos ha dicho sobre la Misión Continental: “Existen cuatro características que son propias de la V Conferencia. Son como cuatro columnas del desarrollo de Aparecida y que le confieren su originalidad. 1) Inicio sin documento. Medellín, Puebla y Santo Domingo comenzaron sus trabajos con un camino recorrido de preparación que culminó en una especie de Instrumentum laboris, con el cual se desarrolló la discusión, reflexión y aprobación del documento final. En cambio, Aparecida promovió la participación de las Iglesias particulares como camino de preparación que culminó en un documento de síntesis. Este documento, si bien fue referencia durante la Quinta Conferencia General, no se asumió como documento de partida. El trabajo inicial consistió en poner en común las preocupaciones de los Pastores ante el cambio de
época y la necesidad de renovar la vida discipular y misionera con la que Cristo fundó la Iglesia. 2) Ambiente de oración con el Pueblo de Dios. Es importante recordar el ambiente de oración generado por el diario compartir la Eucaristía y otros momentos litúrgicos, donde siempre fuimos acompañados por el Pueblo de Dios. Por otro lado, puesto que los trabajos tenían lugar en el subsuelo del Santuario, la “música funcional” que los acompañaba fueron los cánticos y oraciones de los fieles. 3) Documento que se prolonga en compromiso, con la Misión Continental. En este contexto de oración y vivencia de fe surgió el deseo de un nuevo Pentecostés para la Iglesia y el compromiso de la Misión Continental. Aparecida no termina con un Documento sino que se prolonga en la Misión Continental. 4) La presencia de Nuestra Señora, Madre de América. Es la primera Conferencia del Episcopado Latinoamericano y El Caribe que se realiza en un Santuario mariano. La Misión Continental se proyecta en dos dimensiones: programática y paradigmática. La misión programática, como su nombre lo indica, consiste en la realización de actos de índole misionera. La misión paradigmática, en cambio, implica poner en clave misionera la actividad habitual de las Iglesias particulares. Evidentemente aquí se da, como consecuencia, toda una dinámica de reforma de las estructuras eclesiales. El “cambio de estructuras” (de caducas a nuevas) no es fruto de un estudio de organización de la planta funcional eclesiástica, de lo cual resultaría una reorganización estática, sino que es consecuencia de la dinámica de la misión. Lo que hace caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones de los cristianos, es precisamente la misionariedad. De aquí la importancia de la misión paradigmática. La Misión Continental, sea programática, sea paradigmática, exige generar la conciencia de
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una Iglesia que se organiza para servir a todos los bautizados y hombres de buena voluntad. El discípulo de Cristo no es una persona aislada en una espiritualidad intimista, sino una persona en comunidad, para darse a los demás. Misión Continental, por tanto, implica pertenencia eclesial”.
Renovación interna de la Iglesia El Santo Padre ve, ante todo, la necesidad de una profunda renovación eclesial, la cual no se dará sin un cambio de actitudes, sin una verdadera conversión y sin un diálogo sincero con el mundo. Nos hace entrar en esta conciencia a partir de algunos interrogantes concretos: “Aparecida ha propuesto como necesaria la Conversión Pastoral. Esta conversión implica creer en la Buena Nueva, creer en Jesucristo portador del Reino de Dios, en su irrupción en el mundo, en su presencia victoriosa sobre el mal; creer en la asistencia y conducción del Espíritu Santo; creer en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y prolongadora del dinamismo de la Encarnación. En este sentido, es necesario que, como Pastores, nos planteemos interrogantes que hacen a la marcha de las Iglesias que presidimos. Estas preguntas sirven de guía para examinar el estado de las diócesis en la asunción del espíritu de Aparecida y son preguntas que conviene nos hagamos frecuentemente como examen de conciencia. 1. ¿Procuramos que nuestro trabajo y el de nuestros Presbíteros sea más pastoral que administrativo? ¿Quién es el principal beneficiario de la labor eclesial, la Iglesia como organización o el Pueblo de Dios en su totalidad? 2. ¿Superamos la tentación de atender de manera reactiva los complejos problemas que surgen? ¿Creamos un hábito pro-activo? ¿Promovemos espacios y ocasiones para manifestar la misericordia de Dios? ¿Somos conscientes de la responsabilidad de replantear las actitudes pastorales y el
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funcionamiento de las estructuras eclesiales, buscando el bien de los fieles y de la sociedad? 3. En la práctica, ¿hacemos partícipes de la Misión a los fieles laicos? ¿Ofrecemos la Palabra de Dios y los Sacramentos con la clara conciencia y convicción de que el Espíritu se manifiesta en ellos? 4. ¿Es un criterio habitual el discernimiento pastoral, sirviéndonos de los Consejos Diocesanos? Estos Consejos y los Parroquiales de Pastoral y de Asuntos Económicos ¿son espacios reales para la participación laical en la consulta, organización y planificación pastoral? El buen funcionamiento de los Consejos es determinante. Creo que estamos muy atrasados en esto. 5. Los Pastores, Obispos y Presbíteros, ¿tenemos conciencia y convicción de la misión de los fieles y les damos la libertad para que vayan discerniendo, conforme a su proceso de discípulos, la misión que el Señor les confía? ¿Los apoyamos y acompañamos, superando cualquier tentación de manipulación o sometimiento indebido? ¿Estamos siempre abiertos para dejarnos interpelar en la búsqueda del bien de la Iglesia y su Misión en el mundo? 6. Los agentes de pastoral y los fieles en general ¿se sienten parte de la Iglesia, se identifican con ella y la acercan a los bautizados distantes y alejados? Como se puede apreciar aquí están en juego actitudes. La Conversión Pastoral atañe principalmente a las actitudes y a una reforma de vida. Un cambio de actitudes necesariamente es dinámico: “entra en proceso” y sólo se lo puede contener acompañándolo y discerniendo. Es importante tener siempre presente que la brújula, para no perderse en este camino, es la de la identidad católica concebida como pertenencia eclesial. Hace bien recordar las palabras del Concilio Vaticano II: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias
de los discípulos de Cristo (cf. GS, 1). Aquí reside el fundamento del diálogo con el mundo actual. La respuesta a las preguntas existenciales del hombre de hoy, especialmente de las nuevas generaciones, atendiendo a su lenguaje, entraña un cambio fecundo que hay que recorrer con la ayuda del Evangelio, del Magisterio, y de la Doctrina Social de la Iglesia. Los escenarios y areópagos son de lo más variado. Por ejemplo, en una misma ciudad, existen varios imaginarios colectivos que conforman “diversas ciudades”. Si nos mantenemos solamente en los parámetros de “la cultura de siempre”, en el fondo una cultura de base rural, el resultado terminará anulando la fuerza del Espíritu Santo. Dios está en todas partes: hay que saber descubrirlo para poder anunciarlo en el idioma de esa cultura; y cada realidad, cada idioma, tiene un ritmo diverso”.
Algunas tentaciones contra el discipulado misionero El Papa va al núcleo mismo de la Misión Continental que es formar discípulos misioneros; no quiere que caigamos en una visiones reduccionistas; por tanto, nos advierte sobre las equivocaciones y riesgos que podemos correr en este proceso: “La opción por la misionariedad del discípulo será tentada. Es importante saber por dónde va el mal espíritu para ayudarnos en el discernimiento. No se trata de salir a cazar demonios, sino simplemente de lucidez y astucia evangélica. Menciono sólo algunas actitudes que configuran una Iglesia “tentada”. Se trata de conocer ciertas propuestas actuales que pueden mimetizarse en la dinámica del discipulado misionero y detener, hasta hacer fracasar, el proceso de Conversión Pastoral. 1. La ideologización del mensaje evangélico. Es una tentación que se dio en la Iglesia desde el principio: buscar una hermenéutica de interpretación evangélica fuera del mismo mensaje del Evangelio y fuera de la Iglesia. Un ejemplo: Aparecida, en un momento, sufrió esta tentación bajo la forma
de asepsia. Se utilizó, y está bien, el método de “ver, juzgar, actuar” (cf. n. 19). La tentación estaría en optar por un “ver” totalmente aséptico, un “ver” neutro, lo cual es inviable. Siempre el ver está afectado por la mirada. No existe una hermenéutica aséptica. La pregunta era, entonces: ¿con qué mirada vamos a ver la realidad? Aparecida respondió: Con mirada de discípulo. Así se entienden los números 20 al 32. Hay otras maneras de ideologización del mensaje y, actualmente, aparecen en Latinoamérica y El Caribe propuestas de esta índole. Menciono sólo algunas: a) El reduccionismo socializante. Es la ideologización más fácil de descubrir. En algunos momentos fue muy fuerte. Se trata de una pretensión interpretativa en base a una hermenéutica según las ciencias sociales. Abarca los campos más variados, desde el liberalismo de mercado hasta la categorización marxista. b) La ideologización psicológica. Se trata de una hermenéutica elitista que, en definitiva, reduce el “encuentro con Jesucristo” y su ulterior desarrollo a una dinámica de autoconocimiento. Suele darse principalmente en cursos de espiritualidad, retiros espirituales, etc. Termina por resultar una postura inmanente autorreferencial. No sabe de trascendencia y, por tanto, de misionariedad. c) La propuesta gnóstica. Bastante ligada a la tentación anterior. Suele darse en grupos de élites con una propuesta de espiritualidad superior, bastante desencarnada, que termina por desembarcar en posturas pastorales de “quaestiones disputatae”. Fue la primera desviación de la comunidad primitiva y reaparece, a lo largo de la historia de la Iglesia, en ediciones corregidas y renovadas. Vulgarmente se los denomina “católicos ilustrados” (por ser actualmente herederos de la Ilustración). d) La propuesta pelagiana. Aparece fundamentalmente bajo la forma de restauracionismo. Ante los males de la Iglesia se busca una solución sólo en la disciplina, en la restauración de conductas y formas superadas que, incluso culturalmente, no tienen capacidad significativa. En América Latina suele darse en pequeños
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grupos, en algunas nuevas Congregaciones Religiosas, en tendencias exageradas a la “seguridad” doctrinal o disciplinaria. Fundamentalmente es estática, si bien puede prometerse una dinámica hacia adentro: involuciona. Busca “recuperar” el pasado perdido. 2. El funcionalismo. Su acción en la Iglesia es paralizante. Más que con la ruta se entusiasma con la “hoja de ruta”. La concepción funcionalista no tolera el misterio, va a la eficacia. Reduce la realidad de la Iglesia a la estructura de una ONG. Lo que vale es el resultado constatable y las estadísticas. De aquí se va a todas las modalidades empresariales de Iglesia. Constituye una suerte de “teología de la prosperidad” en lo organizativo de la pastoral. 3. El clericalismo es también una tentación muy actual en Latinoamérica. Curiosamente, en la mayoría de los casos, se trata de una complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo clericalice, porque en el fondo le resulta más cómodo. El fenómeno del clericalismo explica, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en parte del laicado latinoamericano. O no crece (la mayoría), o se acurruca en cobertizos de ideologizaciones como las ya vistas, o en pertenencias parciales y limitadas. Existe en nuestras tierras una forma de libertad laical a través de experiencias de pueblo: el católico como pueblo. Aquí se ve una mayor autonomía, sana en general, y que se expresa fundamentalmente en la piedad popular. El capítulo de Aparecida sobre piedad popular describe con profundidad esta dimensión. La propuesta de los grupos bíblicos, de las comunidades eclesiales de base y de los Consejos pastorales va en la línea de superación del clericalismo y de un crecimiento de la responsabilidad laical”.
Algunas pautas eclesiológicas Finalmente, el Papa nos señala algunos criterios que no podemos desconocer si queremos que nuestra Iglesia responda a lo que Dios le pide en este mo-
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mento de la historia para que no se quede en la estructura y no pierda su esencia. No podemos sino acoger y aplicar en nuestra Arquidiócesis estas pautas: “1. El discipulado-misionero que Aparecida propuso a las Iglesias de América Latina y El Caribe es el camino que Dios quiere para este “hoy”. Toda proyección utópica (hacia el futuro) o restauracionista (hacia el pasado) no es del buen espíritu. Dios es real y se manifiesta en el ”hoy”. Hacia el pasado su presencia se nos da como “memoria” de la gesta de salvación sea en su pueblo sea en cada uno de nosotros; hacia el futuro se nos da como “promesa” y esperanza. En el pasado Dios estuvo y dejó su huella: la memoria nos ayuda a encontrarlo; en el futuro sólo es promesa… y no está en los mil y un “futuribles”. El “hoy” es lo más parecido a la eternidad; más aún: el “hoy” es chispa de eternidad. En el “hoy” se juega la vida eterna. El discipulado misionero es vocación: llamado e invitación. Se da en un “hoy” pero “en tensión”. No existe el discipulado misionero estático. El discípulo misionero no puede poseerse a sí mismo, su inmanencia está en tensión hacia la trascendencia del discipulado y hacia la trascendencia de la misión. No admite la autorreferencialidad: o se refiere a Jesucristo o se refiere al pueblo a quien se debe anunciar. Sujeto que se trasciende. Sujeto proyectado hacia el encuentro: el encuentro con el Maestro (que nos unge discípulos) y el encuentro con los hombres que esperan el anuncio. Por eso, me gusta decir que la posición del discípulo misionero no es una posición de centro sino de periferias: vive tensionado hacia las periferias… incluso las de la eternidad en el encuentro con Jesucristo. En el anuncio evangélico, hablar de “periferias existenciales” des-centra, y habitualmente tenemos miedo a salir del centro. El discípulo-misionero es un des-centrado: el centro es Jesucristo, que convoca y envía. El discípulo es enviado a las periferias existenciales. 2. La Iglesia es institución pero cuando se erige en “centro” se funcionaliza y poco a poco se trans-
forma en una ONG. Entonces, la Iglesia pretende tener luz propia y deja de ser ese “misterium lunae” del que nos hablaban los Santos Padres. Se vuelve cada vez más autorreferencial y se debilita su necesidad de ser misionera. De “Institución” se transforma en “Obra”. Deja de ser Esposa para terminar siendo Administradora; de Servidora se transforma en “Controladora”. Aparecida quiere una Iglesia Esposa, Madre, Servidora, facilitadora de la fe y no tanto controladora de la fe. 3. En Aparecida se dan de manera relevante dos categorías pastorales que surgen de la misma originalidad del Evangelio y también pueden servirnos de pauta para evaluar el modo como vivimos eclesialmente el discipulado misionero: la cercanía y el encuentro. Ninguna de las dos es nueva, sino que conforman la manera cómo se reveló Dios en la historia. Es el “Dios cercano” a su pueblo, cercanía que llega al máximo al encarnarse. Es el Dios que sale al encuentro de su pueblo. Existen en América Latina y El Caribe pastorales “lejanas”, pastorales disciplinarias que privilegian los principios, las conductas, los procedimientos organizativos… por supuesto sin cercanía, sin ternura, sin caricia. Se ignora la “revolución de la ternura” que provocó la encarnación del Verbo. Hay pastorales planteadas con tal dosis de distancia que son incapaces de lograr el encuentro: encuentro con Jesucristo, encuentro con los hermanos. Este tipo de pastorales a lo más pueden prometer una dimensión de proselitismo pero nunca llegan a lograr ni inserción eclesial ni pertenencia eclesial. La cercanía crea comunión y pertenencia, da lugar al encuentro. La cercanía toma forma de diálogo y crea una cultura del encuentro. Una piedra de toque para calibrar la cercanía y la capacidad de encuentro de una pastoral es la homilía. ¿Qué tal son nuestras homilías? ¿Nos acercan al ejemplo de nuestro Señor, que “hablaba como quien tiene autoridad” o son meramente preceptivas, lejanas, abstractas? 4. Quien conduce la pastoral, la Misión Continental (sea programática como paradigmática), es el Obispo. El Obispo debe conducir, que no es lo mismo que mandonear. Además de señalar las
grandes figuras del episcopado latinoamericano que todos conocemos quisiera añadir aquí algunas líneas sobre el perfil del Obispo que ya dije a los Nuncios en la reunión que tuvimos en Roma. Los Obispos han de ser Pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan “psicología de príncipes”. Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra. Hombres capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza: que haya sol y luz en los corazones. Hombres capaces de sostener con amor y paciencia los pasos de Dios en su pueblo. Y el sitio del Obispo para estar con su pueblo es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. No quisiera abundar en más detalles sobre la persona del Obispo, sino simplemente añadir, incluyéndome en esta afirmación, que estamos un poquito retrasados en lo que a Conversión Pastoral se refiere. Conviene que nos ayudemos un poco más a dar los pasos que el Señor quiere para nosotros en este “hoy” de América Latina y El Caribe”. El Papa nos ha hablado con mucha claridad a todos: obispos, presbíteros, religiosos y laicos. Recibamos este mensaje como un verdadero llamamiento que nos hace Dios para que nos empeñemos más seriamente en la realización de la Misión Continental como un proyecto permanente de evangelización y de renovación eclesial. No podemos ceder en el propósito que nos hemos trazado de ser y hacer discípulos misioneros de Cristo, para que nuestro pueblo tenga vida.
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LA NOTICIA DEL DOMINGO
DOMINGOS XIX - XXII
Por: Jairo Alberto Henao Mesa, Pbro1. Facultad de Teología. U.P.B. DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO.
Todos buscan los primeros puestos, todos se sienten honrados, todos se sienten merecedores, nadie de aquellos parlanchines se sentiría impedido, por aquel hálito de satisfacción, de moralidad ortodoxa, de prestigio que los envolvía. Y Jesús va más allá. Pide que no se invite a tales lisiados mentales, sino que se invite a todos aquellos que la cultura excluye y rechaza, por ser lisiados físicos: “pobres, lisiados, cojos y ciegos” (Lc 14,14).
LECTIO. Primera lectura del libro de la Sabiduría 18, 6-9 La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serian solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales. Palabra de Dios. MEDITATIO. El libro de la Sabiduría se acerca a la mentalidad de los griegos por medios del uso de esta categoría que hace referencia a la sapiencialidad de un ser humano y de una comunidad. Mientras para 1 Presbítero de la Arquidiócesis de Medellín. Docente de Sagradas Escrituras en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Estudió Sagradas Escrituras en el PIB (Roma). Hizo su doctorado en Teología enla UPB (Medellín). Miembro del Grupo de Investigación Biblia y Teología, de la UPB, reconocido por COLCIENCIAS.
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los griegos la categoría del “logos” resume su crecimiento en el pensamiento, su paso del mito a la razón, para el hebreo la “Sofía” es expresión de su crecimiento en la historia, tanto como seres humanos que reflexionan, como comunidad equiparable a la sabia comunidad de los griegos. Pero mientras para los griegos el “logos” es fruto de su abstracción y lógica, para los hebreos la “Sofía” es fruto de su caminar por la historia, una historia entendida como historia de salvación. Y el referente más importante de esta historia de salvación es el éxodo. Ese episodio del ayer que se convirtió en un paradigma para todos los momentos futuros de la comunidad. Allí aprendieron las nociones más importantes de la existencia: Quién es Yhwh, quiénes son ellos, cuál es el sentido de su trasegar histórico. Esa noche que está representada en esta figura narrativa: “La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban”, es la noche más iluminadora de toda su existencia. Porque por medio de ella conocieron a Yhwh como GOEL que actúa a favor del que sufre, ellos comprendieron, además, que sólo pueden ser pueblo en cuanto sean LIBRES de la opresión y la esclavitud, y que el sentido de la existencia es CAMINAR, buscando la tierra, encontrándola allí donde se puede conformar una comunidad y donde se puedan establecer relaciones de paz con otros individuos y comunidades. También nosotros somos invitados a hacer de nuestra fe una experiencia Sapiencial. No creemos simplemente en un objeto, al cual sabemos describir con audacia, inteligencia y lógica. Creemos en cuanto nos relacionamos con alguien, confiamos en ese alguien y vivimos de ese alguien. Ese alguien es el Padre de Jesús, en quien el mismo Jesús habita ya glorificado y de quienes nos viene la fuerza del Espíritu. La fe en cuanto experiencia sapiencial cristiana nos pone en ese mismo horizonte: Dios nos llama y sobre todo en las experiencias del dolor, su voz se siente y hemos de discernirla; nos debemos entender como comunidades en marcha, en construcción dentro de ámbitos de liberación y dignificación. Tal vez
la tierra que cada uno habita no sea la mejor, comparándola con la que otros tengan, pero cada uno es invitado a ser sabio y transformarla en un auténtico espacio salvífico. En este caso el acontecimientos salvífico no consiste en tener lo que el otro tiene, sino en que fiándome de Dios, hago de mi presente y de mi futuro una experiencia de liberación y sapiencialidad y pueda decir como el Israel de la diáspora alejandrina: “La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban”. LECTIO. Segunda lectura de la carta a los Hebreos 11, 1-2. 8-19 Hermanos: La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe, son recordados los antiguos. Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac; y Jacob, herederos de la misma promesa-, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos -como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
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Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia.» Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para hacer resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro. Palabra de Dios. MEDITATIO. Santo Tomás (STh. 2-2, q 2, a 2), utilizando una fórmula de origen agustianiano, hace estas tres diferenciaciones en cuanto al acto del creer: • Credere Deum. • Credere a Deo. • Credere in Deum. Y las tres encierran aspectos diversos de radical significado. • Credere Deum: Dios es objeto del conocimiento. Para los que conocen el latín, se trata de un acusativo sin artículo, que se puede traducir así: Creer Dios. Dios existe y son verdaderas las cosas que se dicen de Él. Hace referencia al sistema de creencias. Es el encapsulamiento de las palabras y definiciones, de los entendimientos humanos, de las definiciones humanas. Y aunque de Dios sabemos menos de lo que decimos, tenemos la presunción de saber de Dios y por ello decimos creer. Es necesaria una conceptualización teológica, pero no por ello estamos en la experiencia de la fe. Los libros están llenos de nociones y conceptos de Dios y no por ello viven la experiencia de la fe. • Credere a Deo: Creer a Dios. Del papa Benedicto XVI recordamos aquella invitación a que en-
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tendiéramos que no se comienza a ser creyente por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con una persona (Introducción de la Deus Caritas). Eso es precisamente “Credere a Deo”. Toparme con Dios en la existencia y confiar en Él. Hacer de la experiencia de la fe una experiencia del “nosotros”, donde Dios habla conmigo, camina conmigo, padece conmigo, discierne conmigo y yo me fio de esa presencia. Y Dios como todo buen amigo sabe hablar y sabe callar. Una de las presunciones de nuestra forma de entender la presencia de Dios en nuestra vida es que le vemos hablando siempre. ¿Y por qué no pensar que también calla? Porque en la vida nosotros tomamos muchas decisiones, que son expresión del libre albedrío, y no por ello se va Dios de nuestro lado. Dios calla y su silencio es también una forma de acompañarnos. “Yo te buscaba fuera de mí y tú estabas dentro de mí”, dice Agustín. La confianza se le da a aquel que es digno de fianza. Quien no se aparta. Quien no se comporta con falta de carácter y madurez humana (¡estoy contigo si eres igualito a mí!). • Credere in Deum: En español utilizamos la preposición “en” de forma indistinta para situaciones de significado diverso. Ejemplo: “El lapicero está en el escritorio” podría significar una de dos cosas: “dentro del escritorio” y/o “sobre el escritorio”. El aspecto informativo es diverso si se utiliza “dentro” o “sobre”. Para mayor precisión deberíamos no utilizar la preposición “en” y simplemente utilizar las preposiciones precisas “dentro” o “sobre”, de acuerdo con lo que se quiera expresar. Eso pasa con la expresión “Credere in Deum”. Con ello no estamos haciendo de Dios un objeto de nuestro conocimiento, como en “Credere Deum”, sino que estamos diciendo que vivimos “en” Dios. Creer implica una relación íntima con Dios. Es decir, se trata de un contenerse mutuamente, como es lo propio del amor. Nosotros habitamos en Dios, Dios habita en nosotros. Pero siendo Él alguien que nos trasciende en significado, realidad, extensión y todo lo demás, no es algo que habita dentro de nosotros, como un sentimiento, más
bien nosotros al ser habitados por Dios, simplemente, habitamos en Dios. Dios es la fuente de nuestra existencia, es la realidad más profunda dentro de nosotros mismos y la más trascendente, más allá de nosotros mismos. Quizás a este punto de realización existencial y de percepción espiritual y de experiencia vital lleguen los santos. Isabel de la Trinidad solía decir: “he visto el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios mora en mí. El día que yo entendí esto, todo se hizo luz para mí”. Santa Laura decía en uno de sus versos: “Dos hay que tienen sed, Tú sed de almas, yo sed de ti. ¿Qué nos detiene pues?”. Esas formas de hablar expresan el nivel íntimo y trascendente al que llegan algunas personas en su experiencia de Dios. Totalmente llenas de amor y en el amor de Dios. Ahora volvamos al pedacito del texto que se refiere a nosotros: “La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve”. La única fuerza o relación que nos mueve no es la fuerza de lo económico, la fuerza de los afectos, la fuerza de las relaciones sociales, la fuerza del deporte, y todas esas fuerzas que terminan siendo los distintos aspectos de nuestra vida. Por ejemplo, una persona puede dedicarle muchas horas del día a su trabajo como profesional o empleado para poder vivir o sobrevivir. Una persona puede dedicar muchas horas del día a hacer deporte porque ello le hace sentir bien. Una persona le puede dedicar muchas horas al estudio porque, en cuanto aprende, se empodera más de la vida y del medio. Pero esos no son los únicos aspectos que construyen la existencia humana y cristiana. En términos genéricos todos los hombres son invitados a descubrir el Misterio de Dios. Y, sobretodo, los cristianos, sin avergonzarnos, vivimos la cotidianidad desde la relación con el Padre de Jesús de Nazareth, con el mismo Jesús Resucitado y nos dejamos impulsar por Su Espíritu (¡Bienaventurados los que olvidándose de su ego dejan aletear libremente al Espíritu de Dios en ellos, heredarán el reinado de Dios!).
Esta relación nos pone en tensión de futuro, porque el creyente no vive en el pasado, Dios no es Dios de muertos, Dios es Dios de vivos, decía Jesús. La fe nos da la certeza de ir camino arriba y adelante, aunque no veamos desde ya el progreso y fruto de toda una vida. Pero es que el proceso en sí mismo es la vida. La esperanza es tensión, es la dinámica de la existencia. El puerto final, quizás, lo sintetice la Pascua Definitiva en Dios, el paso a la presencia del Señor, pero mientras tanto vivimos en “esperanza”: construyendo, sembrando, edificando, reconsiderando, corrigiendo, recomenzando. De cuando en cuando disfrutamos la construcción como si ya estuviera acabada, la cosecha como si hubiese dado todos los frutos, la edificación como si ya no tuviésemos que poner más piedras. Otras veces nos equivocamos, tropezamos y fracasamos como si ese fuera el final de todo. Gracias a todo ello y pese a algunas cosas, dice el discípulo de la Carta a los Hebreos: “No vemos”, pero vivimos la certeza que en la relación con el Señor, en la vivencia del amor al prójimo, en el cuidado de la naturaleza, en la reunión comunitaria para hacer los salmos e himnos, como lo sugiere la tradición comunitaria de Israel, en el empoderamiento armónico del mundo, en las fatigas del vivir, del gozar, del compartir, del contemplar, estamos viviendo del amor infinito de Dios, hasta que lleguemos a su presencia. Y esa termina siendo la fuerza más radical del ser humano, porque en la fe como relación, no está una moneda, no está un músculo temporalmente hermoso, no está un concepto de turno, sino un hombre que ha decidido vivir su vida desde la confianza en Otro, desde el amor con los otros, desde la apertura al mismo Creador, al Hijo que se dejó colgar en un madero por amor, al Espíritu que aletea con libertad y nos hace bienaventurados, gozosos. ¡Vivimos en esperanza y sin ver, eso tiene un sentido mayor!
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LECTIO. Evangelio según san Lucas 12, 32-48 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» Pedro le preguntó: - «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: - «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
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Pero si el empleado piensa: “Mi amo tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.» Palabra del Señor. MEDITATIO. Este evangelio no invita a nadie a vivir el quietismo histórico o la vida espirituosa. Hay dos elementos en el evangelio que son muy enriquecedores para nuestra vida cristiana, incluso para la de aquellos que no creen y se sienten insatisfechos: Ese famoso talego para echar dinero y la vigilancia de que habla el evangelio. El talego: La gente rica solía mantener un cepillo o mamona donde ahorraba y apalancaba su presente y futuro. Los pobres no podían darse este lujo. Ya lo había explicado en otro texto dominical. Pues Jesús invita a que el apalancamiento de una persona no consista en el dinero, más bien invita a que la vida se apoye en la vida de relación con los demás. Los evangelios insisten tanto en los pobres que eso nos lleva a pensar en las condiciones de precariedad de los campesinos y aldeanos de aquella época. Las condiciones de conquista romana, los impuestos, el clima y muchos factores sociales y culturales seguramente influían en todo ello. Pues los pobres tienen que ser preocupación de los discípulos de Jesús. Si les ha sido dado el reino, deben saber que él es fuerza transformante de todo tipo de violencia, de todo tipo de sufrimiento humano, que es empoderamiento de la verdadera riqueza humana, aquella donde los hombres y mujeres son hermanos, co-
munidad solidaria, constructora. Qué retadora esa expresión evangélica que introduce el pedazo del evangelio leído hoy: “No temas pequeño rebaño, se les ha dado el reino de Dios”. Eso es luz, esa es la fuerza del Creador mismo, esa es la fuerza que movió a Jesús a actuar como actuó. Pero a los hombres nos ata la necedad del poder, del prestigio ante el establecimiento, la riqueza económica, el vértigo de la pasión humana y hasta la indiferencia. Y esas cosas son tan fuertes en nosotros que lastimamos, dejamos tirada a la gente, olvidamos al que está al lado, nos convertimos en seres egoístas. Y Jesús dice: Que tu talego no esté lleno de esas cosas. Aprende que hay una riqueza mayor con la cual llenarse: La relación con los otros, sobre todo con el más pobre. Porque el más pobre es una denuncia contra mí. El más pobre me hace saber que pertenezco a una familia, que tengo un objetivo mayor que es la humanización del mundo. El pobre me hace sentir la presencia de Dios, no la autocomplacencia, sino que Dios no habita en Templos sino en Personas. La vigilancia: No se le está hablando a personas que como un celador está con una linternita encendida, medio dormido en una caseta, viendo a ver cuándo se acerca un ladrón para… salir corriendo. Habla de siervos que actúan, se mueven, hacen lo suyo y de esta forma esperan a que su Señor llegue. La vigilancia consiste en responder a nuestra vocación de personas humanas, humanizadoras de un mundo cada vez más egoísta. Dice, entonces, Jesús: El amo llegará y les dará mayor riqueza… ¡todos sus bienes! El evangelio termina con una expresión que a veces no entendemos y se leerá en domingo siguiente: “He venido a traer fuego….. he venido para un bautismo….”. Hace referencia a su Pasión – Muerte y Resurrección. Es decir, Jesús no sólo manda que los discípulos entreguen todo, sino que Él mismo entrega todo: Su Vida. ¡Tenaz!
DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO LECTIO. Primera lectura del libro de Jeremías 38, 4-6. 8-10 En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: -«Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.» Respondió el rey Sedecías: -«Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros. » Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo. Ebedmelek salió del palacio y habló al rey: -«Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre, porque no queda pan en la ciudad.» Entonces el rey ordenó a Ebedmelek, el cusita: «Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera.» Palabra de Dios. MEDITATIO. El profeta Jeremías vive todos los acontecimientos que van desde el ascenso al trono de Judá del rey Josías, protagonista de la reforma Deuteronomista (2Re 22-23), hasta la caída de Jerusalén en el 597 y/o 587 a.C. por la invasión de los Babilonios. Probablemente su período de predicación esté en este arco de tiempo. Su predicación es la de un hombre lleno de celo por la experiencia de Dios, como él mismo lo describe en las “confesiones” (cfr. Jr 20,718), y la de una persona atormentada por la reali-
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dad que vive el pueblo y la necesidad de hablar con fuerza en la palabra (Cfr. Jr 1,1-10). Hacer el bien sin romper el molde de la cultura o del establecimiento, esa es una disyuntiva que a veces nos lleva a hacernos pasito, de tal forma que no se alteren los ánimos o las apariencias. La profecía de Jeremías utiliza palabras muy duras para hablar de su propia vocación: “Desde el seno de la madre te he llamado… para arrancar y derribar”. Eso tiene una consecuencia personal que no nos gusta: Jeremías es perseguido, apresado, torturado y hace que frente a Él se tomen posiciones ambivalentes, como la que acabamos de escuchar, en el dubitativo rey Sedecías, que por salvar su pellejo no sabía qué quería. Vemos entonces una virtud muy interesante en el profeta, esto es la coherencia con una experiencia de Dios que va más allá del molde y de la cultura de muerte que él mismo ha denunciado. Digo experiencia de Dios como algo que no se ve, porque hay que hacer todo el esfuerzo de lectura del texto del profeta para darnos cuenta de que así es. La cultura nuestra necesita corazones sabios que sean capaces de mirar más allá de la epidermis de la sociedad, de la iglesia, y hacernos notar que hay cosas que no funcionan porque están atravesadas de ilegitimidad, irracionalidad, inhumanidad. Necesitamos hombres y mujeres que sean capaces de hacernos “ver” de otra forma, así esto incomode, porque es necesario llegar a la esencia de todos nuestros asuntos, tanto para potenciarlos como para corregirlos. Pero, sobre todo, es necesario tener la capacidad de escucha que no parece haber tenido aquellos que tiraron al profeta al pozo de fango, sin tomarse el riesgo de preguntarse por la verdad contenida en sus palabras duras. LECTIO. Segunda lectura de la carta a los Hebreos 12, 1-4 Hermanos: Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado
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que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado. Palabra de Dios. MEDITATIO. Participar en la Eucaristía Dominical es acercarnos a un pozo de fuerza de Dios, de sabiduría en constante progreso, de ambiente fraterno en un mundo dividido por tantas cosas. En el trozo de hoy, el discípulo escritor, nos dice que “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe”…debemos quitarnos todo lo que nos estorba. Esa mirada hacia Jesús la deberíamos hacer de la forma más limpia y humilde, de tal forma que sea su vida, su palabra, su pasión y resurrección la que nos alumbre. Recuerdo que el Padre Calixto no hablaba de nuestra tradición cristiana como un rio que al inicio de su recorrido lleva poco agua, pero poco a poco, por el trayecto se va llenando de aguas provenientes de otros afluentes, unas veces limpias, otras veces turbias, y así hasta llegar al mar. Nos proponía hacer el esfuerzo de purificar un poco el agua para poder descubrir aquel hilo fundamental que daba origen al río. En Jesús de Nazareth encontramos a una persona muy sencilla, con unas acciones muy precisas y plenas de sentido humanizador: Pensemos en la predicación del lago (Mc 1,14-15) donde el centro es el “reinado de Dios”. O la versión lucana (Lc 4,16-22) donde los pobres, los encarcelados, los oprimidos y los ciegos se convierten en el destinatario del año de la gracia de Dios, haciéndonos entender que es el “sufrimiento” humano la mejor categoría para explicar la vocación reveladora de Dios en Jesús y en todos los demás tiempos. Que no es la clasificación moralizante de las personas,
que no son los discursos y abstracciones incapaces de comunicación, sino el gesto, la actitud, la presencia, la acción liberadora, lo que aprendemos del maestro de Nazareth. Hay muchas cosas que nos estorban, unas vienen de fuera pero muchas están adentro de lo que hemos creado como sistema religioso. Esas cosas también nos hacen caer y con mayor estrépito porque nos hacen vivir en la hipocresía, en la apariencia, en la indiferencia con lo fundamental. Y eso es más grave que lo afirmado como grave en nuestras palabras. Me gusta mucho esa expresión de la Carta a los Hebreos: “Fijos lo ojos en aquel que inició y completa nuestra fe”. LECTIO. Evangelio según san Lucas 12, 49-53 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» Palabra del Señor. MEDITATIO. Muchas de las narraciones de los evangelios, como ocurre con toda la biblia, están revestidas del candor poético, de la prosa narrativa propia de cada autor. En este caso Jesús está anunciando su pasión, muerte y resurrección. Comparado con los tres anuncios ordenados que hace Marcos (8,31; 9,30; 10,32), prototipo de los evangelios sinópticos, el de Lucas es más críptico: “He venido a traer fuego; debo pasar por un bautismo; no he venido a traer paz; he venido a traer división”. En todos los casos se trata del anuncio de la pasión.
Pensar en la cruz de Jesús, como destino final y como asunto de coherencia, no es fácil porque encarna un significado profundo que rebasa nuestra protectora mentalidad: ¡Dar la vida! Sólo quien da la vida obtiene más vida. ¡Servir! Sólo quien sirve, como si fuera esclavo, vive el auténtico ministerio de Cristo. Pedro lo entendió y por eso trató a Jesús como si fuera un loco. Los discípulos lo escucharon y se distrajeron. Quien mejor representa la escena en la narración, desde mi punto de vista, es Marcos (leer los anuncios de la pasión y luego las reacciones de los discípulos. El texto está ahí). Esa división no es una cuestión de instituciones. Es una cuestión más radical: Seguir a Jesús implica tener su olor, ser apasionado por la humanización del mundo como Él, ser generoso en la vida, con la vida misma, como Él. La cruz divide. No sólo fue un signo de muerte, la muerte de Jesús, sino que continua haciendo la diferencia entre quien entendió y quien no ha entendido.
DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO. LECTIO. Primera lectura del libro de Isaías 66, 18-21 Así dice el Señor: «Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mí gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén - dice el Señor -, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas» - dice el Señor -. Palabra de Dios.
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MEDITATIO. Los tiempos del retorno del exilio en Babilonia están representados en este último capítulo del profeta Isaías. Estamos hablando de un arco de tiempo que va del 538 a.C. hasta bien entrado el siglo IV a.C. Ya no hay un rey. La tierra está devastada por la guerra, la ausencia de comunidad y de líderes. Lo único que queda como faro es la Ciudad donde un día estuvo el Templo de Salomón. Ella, aunque en ruinas, sigue siendo un icono de la presencia del Señor. En ese Monte se ha hablado de Dios y se lo ha invocado y se lo ha bendecido con los mejores cánticos del pueblo. Esa colina es un signo del Dios que hace levantar el sol cada mañana, que no cesa de llamar al pueblo, de convocarlo para que se reúna en su presencia y con ella transforme la realidad de muerte en realidad de vida, la realidad de oscuridad en realidad llena de luz. De nuevo hay que construir un Santuario y todos los que allí se congreguen han de tener el perfil sano de un sacerdote o levita, es decir, aquellas personas que dentro de la comunidad tenía MUY CLARA LA PRESENCIA DE DIOS EN LA VIDA. Suena irónico, porque muchas veces la predicación profética se va durísimo contra la hipocresía de los sacerdotes y levitas. Es poético también que todos los hijos dispersos por el mundo mediterráneo sean traídos a casa en mulas, caballos, camellos y animales para que sus pies no tropiecen contra las piedras. Recuerdo aquella bella metáfora del Deuteronomio, cuando habla del desierto, que dice “Tus vestidos no se rasgaron, ni tus pies se hincharon”, así el tránsito haya sido con ropa roída y los pies heridos (Dt 8,4). O las palabras del salmo que dicen: “Yo te llevé sobre alas de águila”, así el tránsito haya sido a pie. Volver a casa tiene ese sabor. El pasado se ha ido, en casa está el futuro. Y lo más importante de ese regresar a casa es la presencia. Nos ha pasado a todos, que cuando llegamos a casa buscamos la sonrisa y el saludo de mamá o papá. No importa cuán duro haya sido el día. La presencia de los viejos es reconfortante. Un día me lo decía el Padre
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Ignacio Álvarez en Roma, hablábamos sobre la importancia de nuestros padres y su muerte: “cuando ya se fueron, la casa cambió”, decía. Esa presencia de Dios en Sión es más importante que todo lo demás, porque será el consuelo, la fuente de coraje, la fuente de la paz interior para reconstruirlo todo. Cuando nació Jesús, Mateo tuvo a bien representar su nacimiento con las imágenes de Isaías 66. Es el famoso pasaje de los magos que vienen de todas partes a Belén. Todos son recogidos en la amable presencia del Señor, para luego empezar a reconstruir la humanidad. Ese significado hermoso de la “presencia”… lo convertimos en una pachanga navideña. Nos conviene entender a Dios como presencia, entender al Resucitado como Presencia. Eso es el Espíritu. Y de esa realidad fundacional que es Dios mismo no viene la identidad a cada uno: Presencia. Como sacerdote soy invitado a “estar presente”, sin esa conciencia todo lo demás es baladí. Para que discursos, para que mandatos, para que cosas visibles si no estamos presentes. La ausencia es lo más doloroso en una relación amorosa. Todo nace o muere allí. El sacerdote, el padre de familia, el amado y la amada, existen en cuanto están. Lo demás es cuento. LECTIO. Segunda lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13 Hermanos: Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: - «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos.» Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección nos gusta cuando la recibi-
mos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará. Palabra de Dios. MEDITATIO. Debido a la fragmentación del texto con fines litúrgicos se nos pierde la continuidad con aquello que venimos leyendo domingo a domingo. Pero esta es la continuación del discurso sobre la fe que aparece en la carta a los Hebreos. No obstante ello, dejemos que este pequeño trozo nos interpele porque tiene elementos muy sabrosos para considerar. La presencia de Dios en la historia de Israel, historia de Salvación, es mirada en esta perspectiva del padre que corrige a sus hijos. La sala donde este padre corrige es la historia. A la postre es una invitación a mirar la historia humana como una oportunidad de sapiencialidad a partir de la relación con Dios. A la vez que compramos libros para aprender de las complejas elucubraciones que otros hacen sobre algún argumento, deberíamos leer noticias y comentarlas para hacernos juicios sobre lo que está pasando. Y si tenemos un corazón tocado por el Espíritu de Dios, pues con toda seguridad sacaríamos lecciones muy interesantes, correcciones del Espíritu para que el futuro sea mejor. El obispo de Rionegro, Alfonso Uribe Jaramillo, nos decía un día, cuando fuimos a su casa de La Ceja para un retiro espiritual… “El sacerdote debe leer tres cosas: La Biblia, el Concilio Vaticano II y los periódicos”. Probablemente haya que contextualizar su expresión pero tiene sentido que vivamos con los ojos abiertos en aquello que funda nuestra fe, aquello que reflexiona nuestra fe y aquellas experiencia donde la fe –experiencia de Dios- se la juega. Todos nosotros participamos de la historia de nuestras comunidades: Hay quienes son responsables
directos de actos atroces; hay quienes son responsables mediatos, porque somos generadores de la misma cultura donde vivimos. Unos y otros nos debemos sentir responsables de la historia y de la corrección de todo lo que haya que corregir. De allí que la actitud fundamental que sugiere el texto sea el tener entrañas de humanidad: “Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará”. LECTIO. Evangelio según san Lucas 13, 22-30 En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó:- «Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Jesús les dijo:- «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”;y él os replicará:”No sé quiénes sois.” Entonces comenzaréis a decir. “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.” Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.” Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, lsaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.» Palabra del Señor.
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MEDITATIO. En el evangelio de Lucas encontramos expresiones de principio a fin que nos muestran lo que en esa comunidad, que dio origen al Evangelio, significaba la palabra “salvación”. La primera vez está en el cántico de Zacarías: “Nos ha visitado la salvación que nace de lo alto”. Luego la encontraremos camuflada en el diálogo con María: “El Altísimo te cubrirá con su sombra”. En las palabras del anciano Simeón, que sostiene con sus brazos al recién nacido, pero cuya alma se sostiene en esa presencia: “Mis ojos han visto a tu salvador”. Cuando Jesús se acerca a la Sinagoga de Nazareth lee el libro del profeta Isaías en un pasaje muy lindo sobre la “salvación”. Jesús dice que ha venido a “anunciar el año de la gratuidad del Señor”, no del castigo, sino de la gratuidad. Cuando Jesús se encuentra con Zaqueo dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Cuando Jesús nos narra las parábolas dice que el reinado de Dios se parece a una mujer que perdió una moneda, barrió la casa y cuando encontró la moneda hizo fiesta con las amigas. También nos narra el pasaje del Padre Misericordioso, donde el padre no toma en cuenta el daño causado sino la alegría del retorno de su hijo menor y hace fiesta. En todos esos pasajes se refleja lo entendido por salvación, desde diversos aspectos. En la exégesis esta búsqueda se llama “análisis del campo semántico”. Más allá de este tecnicismo académico vemos que con diversas acciones se nos muestra un significado. En la comunidad lucana la salvación tiene, también, una dimensión escatológica. Hay una afirmación tajante de que nos encontraremos en la presencia del Padre. La existencia es vivida con sentido de futuro y realización en Dios. Por lo tanto, es motivo de preocupación la “salvación”, en términos escatológicos. ¿Y qué hace posible que seamos salvos escatológicamente? Pues que seamos salvos intrahistóricamente. No se trata de comprar nada, sino de tener
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el cuidado de una vida humana y humanizadora. La vida es una siembra. Cada acción que realizamos es una siembra. Nuestras entrañas han de parecerse al diseño natural: La persona humana no es una bestia, un depredador, un falseador, una víbora letal. Aprender a ser personas humanas, comportarnos como tales es la puerta estrecha. Aquí no se está hablando de estructuras monacales, adecuadas para quien las elige desde la libertad, sino que se habla de una vida atenta a que ni el dinero, ni el poder, ni la corrupción, ni la inhumanidad se apoderen de nosotros. Ese es el tenor de los pasajes previos en Lucas, que hemos leído en los anteriores domingos. La cultura actual incluso la eclesiástica nos demanda cuidado exterior: El vestido, el porte, el aseo, el modal… y ¿qué del hombre interior? ¿Me preocupo igual por mi forma de pensar, por las palabras que salen de mi boca, por los sentimientos hacia los demás, por la naturaleza misma? La puerta estrecha no es un traje. Un traje es un traje. Mañana no lo será. Es que Dios es muy inteligente cuando inspiró en el profeta esta palabra: “El cielo y la tierra pasarán”. Seguramente había mucha pobreza y hambre en la comunidad para la cual escribió Lucas el tercer evangelio. Eso mismo nos sirve a nosotros para mirar a las comunidades en las que predicamos la Palabra del Señor. ¿Qué pasa en la comunidad? Su historia nos dice en qué consiste la puerta estrecha que debemos cruzar. Antes que la acción está la pregunta. Si no entiendo el entorno, para qué hablo; eso es lo que quiero decir. El trozo del evangelio termina con una expresión de amaestramiento de los discípulos, luego del anuncio de la pasión: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. En Marcos suena a sí: “El que quiera ser el primero, sea de todos servidor”. Todo se da en un contexto de amaestramiento de los seguidores: No deben comportarse como los amos de este mundo, sino como aquellos que hacen de su vida una fuente de vida para los demás.
DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO. LECTIO. Primera lectura libro del Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29 Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. Palabra de Dios. MEDITATIO. Esnéyder Pérez nos compartía en su Facebook esta sentencia: “Vinimos con las manos vacías y con las manos vacías partimos. Nada material te llevarás”. La comparé con lo que dice el profeta en el libro del Eclesiástico: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad”. Hemos tenido muchos ejemplos de gentes humildes en todos los campos de la vida: Económicos, intelectuales, religiosos, familiares. Incluso el reino vegetal, animal y mineral está lleno de cosas pequeñitas que nos abruman por su belleza. Yo siempre hablo de la cultura, eso que nosotros mismos creamos a diario y en lo que vivimos, como un factor que nos favorece o desfavorece, por eso hay que intervenirla siempre, no dejar que ella con lleve. Ser nosotros los sujetos transformadores de la misma. Y saben, en términos culturales, desde niños nos han enseñado a cubrir esa desnudez humana. Vuelvo a lo de Esnéyder. Nos han enseñado a tapar los cueros, los olores, la verdadera belleza que tenemos, las ideas que rondan por nuestra cabeza, los sentimientos, las pasiones. Nos han enseñado a tapar.
El orgullo, la petulancia, la arrogancia, la autosuficiencia que campea, es propia de seres débiles, sin carácter, incapaces del silencio, del no aparecer, propio de personas sin riqueza, que se tapan con los títulos, los honores, los gritos, los desplantes, las palabras desobligantes. Tenemos el derecho a pensar que en la noche lloran mucho, con dolor, por no ser ellos mismos de día. Porque cuando uno está desnudo, llora, como el niño que acaba de nacer. De cosas grandes…. Dios, que hace salir el sol para todos. LECTIO. Segunda lectura de la carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24a Hermanos: Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando. Vosotros os habéis acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús. Palabra de Dios. MEDITATIO. El autor diferencia entre dos tipos de metáfora para hablar de Jesús. • Unas son cósmicas: monte, el fuego, el nubarrón, la tormenta, la trompeta. De Yhvh se hablaba así en el libro del Éxodo. • Otras son antropológicas: La ciudad, Sión, Jerusalén, ángeles haciendo fiesta, niños recién nacidos con derechos de primogenitura, juez imparcial de todos, la vida de aquellos que son justos, el mediador de un pacto.
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Y con estos iconos antropológicos nos habla de Jesús, diciendo en último término: “Ese es Jesús y a ése nos hemos acercado”. Mientras las primeras metáforas con estrepitosas nos desbordan por su carácter: La tormenta, por ejemplo; las antropológicas nos hablan de humanidad. Una ciudad es habitada por personas en relación, Sión es la ciudad donde Israel se estructuró como pueblo, los ángeles tienen la peculiaridad de ser de Dios pero con rasgos humanos (hablan como nosotros, asumen figuras humanas, etc) y lo mejor es que están haciendo algarabía festiva. Los niños que acaban de nacer, su llanto es expresión de la fuerza de la vida misma. El juez imparcial es la garantía de una sociedad equilibrada. El mediador de alianzas es garantía de las relaciones entre dos, por lo menos. Y así es Jesús. Así es la piedra angular que desecharon los arquitectos. ¡Cuánto nos falta aprender de Jesús! LECTIO. Evangelio según san Lucas 14, 1. 7-14 Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:- «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste.” Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. »
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Y dijo al que lo habla invitado: - «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.» Palabra del Señor. MEDITATIO. En la selección de este pasaje para la liturgia hicieron un corte que resulta muy significativo para la comprensión de todo el pasaje. Jesús se reúne en sábado con un grupo de amigos fariseos para compartir la comida. Este es un aspecto del sábado del que no hablamos. Nunca le he escuchado a alguien decir que el sábado judío tenía esa dimensión del sentarse entre amigos o familia a compartir los alimentos preparados con antelación. Eso reflejaba un aspecto muy precioso del sábado, esto es, la dimensión del gozo familiar y de amigos. ¿Pero y quién es el que posibilita este gozo? ¿Quién lo inspira? Pues Dios mismo. La teología del Gn 1 muestra a Dios creando con su Palabra el cielo y la tierra y luego crea el Shabbat, el Reposo, para que en Él los hombres se solazasen en buena compañía y sean como el Creador. Este aspecto festivo del sábado tiene también por objeto terminar de humanizar el mundo. No sólo en el “hacer” los hombres son imagen y semejanza de Dios, sino también en el “descansar”, en el “encontrarse”. Y, sin volvernos paranoicos con el tema, quizás en el dimensión del reposo y de la fiesta es donde mejor tenemos la oportunidad de ser nosotros mismos con el diálogo, los abrazos, la comida, las sonrisas. Pues en ese Shabbat (Lc 14,1), Jesús estaba con unos amigos y dio cabida a otro menos amigo (Lc 14,2), un hombre con la mano paralizada. Primero Jesús interroga a sus amigos sobre el por qué de aquel infortunio humano, a ver qué sabiduría encontraba en los que decían comportarse como Dios en el sábado. Y, paso seguido, lo cura, lo llena de salud, lo involucra en la fiesta de la vida, de tal for-
ma que ya no podía ser catalogado más como un hombre con culpa (Lc 14,4). Qué terrible silencio el que se hizo en aquella sala, según el evangelista. Una gente parlanchina cuando hablaban de Dios y sentaban cátedra sobre Él, no tenían respuesta para el asunto más vital de un hombre sentenciado por la cultura: “¿Quién de vosotros si el hijo cae en un pozo o su asno, no lo saca afuera en sábado sin hacerse demasiadas preguntas necias?”; ellos callaron (Lc 14,6). Esto nos lleva al siguiente episodio, el de la fiesta de la vida, al que todos son invitados. Todos buscan los primeros puestos, todos se sienten honrados, todos se sienten merecedores, nadie de aquellos parlanchines se sentiría impedido, por aquel hálito de satisfacción, de moralidad ortodoxa, de prestigio que los envolvía. Y Jesús va más allá. Pide que no se invite a tales lisiados mentales, sino que se invite a todos aquellos que la cultura excluye y rechaza, por ser lisiados físicos: “pobres, lisiados, cojos y ciegos” (Lc 14,14). Qué ironía la de este pasaje. Los que no se consideran lisiados, son los verdaderos lisiados. Y Jesús se los decía de frente. Este Jesús tenía el “palito”, como decimos por aquí, para tirarse en las fiestas y tensionarlas. El gozo, la fiesta, el Shabbat, son expresión del Padre que ha creado todo. Es su última creación, después de haberlo creado todo. Pero esta utopía que debemos perseguir será legítima si allí incluimos a los que nuestra propia cultura excluye directa o indirectamente. Esto es muy desafiante. Hay veces que no nos es fácil discernirlo en la cotidianidad.
BIBLIOGRAFÍA.
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De Juan a Pablo 1963. Hacia la Lumen Gentium (5)
Por: Fernando José Bernal Parra. Pbro. Facultad de Teología. U.P.B.
Es hora de que la cita ecuménica del episcopado mundial recoja los frutos de la renovación de la eclesiología que se dio en el campo católico, en el siglo pasado, a partir de los primeros años de la década de los veinte, es decir, de la reflexión inmediatamente subsiguiente a la Primera Guerra Mundial y que se prolongó hasta la preparación inmediata del concilio, en los primeros años sesenta.
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Con gran interés y con espíritu de fe hemos ido siguiendo, paso a paso, el largo y accidentado proceso que habría de llevar al Concilio Ecuménico Vaticano II a la aprobación de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”. Fue una lenta evolución llena de avances y retrocesos, de polémicas y contrastes, de multitud de opiniones distintas que lentamente fueron confluyendo en un todo equilibrado y profundo, aunque, como todo lo humano, susceptible de mejoras y de ulteriores perfeccionamientos. La Constitución, punto de llegada de ese complejo proceso, será también, necesariamente, punto de partida para una nueva reflexión teológica, ya que el misterio de la comunidad eclesial, de la congregación de creyentes que hace presente, para la salvación del mundo, al acontecimiento Jesucristo, jamás puede ser agotado totalmente en las limitaciones de las palabras y de las sistematizaciones humanas. Hace dos meses llegábamos en nuestro estudio hasta la noche del trece de marzo de 1963, y compartíamos con un brindis la alegría de los obispos y teólogos peritos que, reunidos en el Colegio Belga en el centro de Roma, celebraban la aprobación de las ideas y planteamientos básicos del llamado “Esquema Philips”, después de un debate sumamente complejo y agotador, por parte de la muy exigente y, por qué no decirlo, muy tradicionalista Comisión Teológica Conciliar.
Hace un mes retrocedimos para ver como el proyecto de esquema elaborado fundamentalmente por Gérald Philips, por encargo del cardenal Leo Joseph Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas y de la Conferencia Episcopal Belga, se había convertido en el “as bajo la mesa” para cuando, como era de prever, la asamblea conciliar dejara de lado, por insuficiente e inadecuado, el esquema oficial elaborado por la Comisión Teológica Preconciliar, bajo la batuta del cardenal Alfredo Ottaviani y del padre Sebastián Tromp.
la Revelación, fruto del trabajo de la Comisión Mixta compuesta por miembros de la Teológica Conciliar y del Secretariado para la Unión de los Cristianos, creada para el efecto por indicación del papa Juan XXIII, será, como esperamos alguna vez poder analizarlo en el futuro, muy mal recibida. El concepto de Revelación es allí enfocado en demasía como “contenido”, como conjunto de verdades, y no suficientemente como “acto”, es decir, como manifestación y entrega gratuita y salvadora de Dios al hombre.1
Ahora debemos ya proyectarnos hacia adelante. Después de la aprobación de los dos primeros capítulos, en cuya discusión la tensión llegó a veces al máximo límite, y que versaban, como ya sabemos, sobre la Iglesia como Misterio y sobre su constitución jerárquica, la subcomisión presentó al examen de la Teológica el capítulo tercero sobre el Pueblo de Dios y el laicado y el cuarto sobre la vocación a la santidad. En este último se contó con un aporte muy significativo de Gustave Thils, ilustre profesor de Teología Fundamental en la Universidad de Lovaina y miembro del Secretariado para la Unión de los Cristianos. La aprobación de estos dos capítulos se logró con discusiones mucho menos apasionadas. No hubo ya “batallas campales”. Así estuvo listo el esquema para ser enviado a los Padres conciliares.
En cambio, el nuevo esquema “De Ecclesia”, sobre la Iglesia, es decir, la elaboración de Philips y de la “subcomisión de los siete” que presentamos en las entregas anteriores es, en general, recibido con complacencia y signos de aprobación por el episcopado mundial. Eso sí, como es natural, son muchas también las solicitudes de cambios y modificaciones hechas por obispos individuales o por conferencias episcopales. Es un punto de llegada que, inmediatamente, como debe ocurrir siempre en un proceso lleno de vitalidad, se convierte en punto de partida para la discusión y el trabajo de la segunda sesión conciliar, la que había sido convocada inicialmente por el papa Juan XXIII para el once de septiembre de 1963.
Y así se hizo inmediatamente. El proyecto, con sus cuatro capítulos, fue recibido en todos los rincones del mundo por todos los eclesiásticos que tenían voz y voto en las deliberaciones conciliares: patriarcas, cardenales, obispos, abades y superiores generales de las congregaciones religiosas masculinas, solicitándoles a todos ellos que enviaran a Roma sus observaciones y sugerencias a más tardar en el mes de julio de ese año 1963. Los Padres recibieron en ese primer semestre dos pilares fundamentales de la elaboración conciliar: los nuevos proyectos sobre la Divina Revelación y sobre la Iglesia. Eran los dos grandes temas que habían quedado en suspenso durante la primera sesión, la de 1962. La primera reelaboración, sobre
Pero entonces ocurre algo que, habiendo sido previsto cada vez con más claridad, no fue por eso menos doloroso para la Iglesia y, por qué no decirlo, para el mundo: la enfermedad del papa Juan XXIII se agrava y todos los síntomas hacen presagiar la proximidad del fin. Situémonos ahora en el centro de la plaza de San Pedro, cerca del imponente obelisco egipcio que se levanta allí majestuoso desde el año 1586, y, rodeados de una multitud silenciosa y orante dirijamos la mirada hacia las habitaciones de la derecha del último piso del llamado rimbombantemente, al estilo italiano, “Palacio Apostólico”. Son los últimos días del mes de mayo y los primeros de junio de ese año 1963. Allí agoniza un anciano que, ponien1 En este sentido Yves Congar envió al Episcopado Francés una severa crítica sobre el esquema. Cfr. “Études et Documents”, Secrétariat Conciliaire de l´Episcopat de France, n° 14, 1 – 8.
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do su confianza sólo en el Señor y sin la aprobación previa de ninguno de sus colaboradores, habiendo informado sólo a su Secretario de Estado, había embarcado a la Iglesia en la formidable aventura y en el inmenso riesgo conciliar, antes de que hubieran transcurrido los primeros cien días de su pontificado. El “papa bueno” ofrece al Señor las angustias de su lenta agonía por el concilio, y por la Iglesia que la asamblea ecuménica debe desanclar del inmovilismo del pasado, de las falsas tradiciones, y orientar hacia el futuro de un mundo que siempre cambia y se renueva, pero que necesita angustiosamente la Palabra liberadora del Evangelio. Esta Palabra es la auténtica y la única verdadera Tradición. El tres de junio de 1963, algunos minutos antes de las tres de la madrugada, hace cincuenta años, se apagó la vida del primer papa del concilio. Con su muerte, según las normas canónicas, se suspendieron todos los trabajos sinodales. La Iglesia se preparaba para el cónclave y la pregunta que afloraba a todos los labios era: ¿Cuál será la decisión del nuevo pontífice en relación con la asamblea ecuménica? Todas las incógnitas a este respecto sólo podían ser despejadas por quien resultara electo en la Capilla Sixtina en los escrutinios del colegio de cardenales, por los ochenta purpurados que entonces participaron como electores, uno de ellos, el arzobispo de Bogotá y Primado de Colombia Luis Concha Córdoba. La elección del cardenal Juan Bautista Montini, entonces arzobispo de Milán y, antes, durante treinta años, prelado la curia romana, se produjo, sin mucha sorpresa ya que era el más obvio entre los papables, el veintiuno de junio, fecha especialmente significativa por ser, en el hemisferio norte, el solsticio de verano, el paso de la primavera a la estación estival. Es una fiesta de la luz, de esa claridad que toda la Iglesia demandaba entonces insistentemente a su Señor. Y en el calendario litúrgico el solsticio era además, ese año, la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la fiesta del amor ilimitado en el que quería apoyarse la comunidad eclesial en su
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búsqueda de “aggiornamento” y de caminos para la evangelización de un mundo complejo y secularizado. Cuando fue anunciada la elección de quien acababa de tomar el nombre de Pablo VI, por el cardenal protodiácono, nadie menos que el formidable Ottaviani, desde el balcón central que de la Basílica de San Pedro mira hacia la plaza, algunos de los presentes pudieron seguramente recordar con alegría y esperanza, en relación con la reanudación del concilio, algunas de las expresiones del nuevo papa en las últimas alocuciones dirigidas a su feligresía milanesa antes de partir para el cónclave. Creemos no equivocarnos al suponer que estas palabras habían sido examinadas, con lupa, por muchos de los purpurados electores antes de decidir su voto. Escuchemos con atención: “Fijos nuestros ojos en su tumba proclamamos que la herencia del papa Juan, el espíritu que él ha infundido a nuestro tiempo, no puede quedar encerrado en ese sepulcro, la muerte no podrá apagarlo”. “Juan XXIII ha trazado una trayectoria que será sabio no sólo recordar, sino proseguir”. “¿Podríamos jamás abandonar este camino que magistralmente ha trazado Juan XXIII de cara al futuro? No, eso no es posible”.2 Aunque muy diferente de su predecesor y aunque había permanecido con frecuencia en un discreto silencio durante la primera sesión conciliar, Montini, el ahora papa Pablo VI, había intervenido en momentos especialmente decisivos. Recordemos sus palabras claves el cinco de diciembre de 1962, apoyando la propuesta presentada a la asamblea conciliar, la víspera, por el cardenal Suenens, en el sentido de adoptar el tema de la Iglesia como centro unificador de las tareas conciliares, y orientar en dos vertientes la reflexión eclesiológica: la Iglesia hacia adentro, “ad intra”, es decir, su Misterio y la Iglesia hacia afuera, “ad extra”, es decir, su Ministerio. Sus palabras entonces fueron:
2 Martín Descalzo, José Luis. Un Periodista en el Concilio, 2° Etapa, Propaganda Popular Católica, Madrid, 1964, p. 29.
“Quisiera rogar que se considere con especial atención lo que en la congregación de ayer expresó tan agudamente el eminentísimo cardenal Suenens sobre la finalidad de este sínodo universal y sobre el orden lógico y congruente de los temas que se han de tratar. Estoy plenamente de acuerdo con quienes, en las congregaciones generales, afirmaron que la cuestión “De Ecclesia”, sobre la Iglesia, es el tema primario de este concilio, ya por la importancia del mismo tema, ya porque la mayor parte de los temas restantes se vinculan y se relacionan con él. ¿Qué es la Iglesia? ¿Qué hace la Iglesia? Son esos como los dos goznes sobre los cuales deben girar todas las cuestiones de este concilio. El Misterio de la Iglesia y el Ministerio a ella encomendado y por ella realizado. Este es el tema sobre el que debe tratar el concilio”.3
No está por demás recordar aquí que fue precisamente ese cristocentrismo, el aspecto del discurso papal que más impresionó al joven asesor teológico del cardenal Frings, arzobispo de Colonia, es decir, al doctor Joseph Ratzinger. Así lo consignó en su obra titulada “El Concilio en Camino”.6
Inmediatamente después de su elección Pablo VI manifestó su voluntad de reanudar los trabajos conciliares. Éste era, para el nuevo obispo de Roma, “el primer pensamiento del ministerio apostólico” que había recibido.
Hecho esto, el papa Pablo VI indica el derrotero eclesial que será, según su deseo, como una brújula orientadora para los trabajos conciliares. Ese derrotero está en íntima relación con el proceso que hemos venido estudiando en orden a la elaboración de la Constitución Sobre la Iglesia y puede resumirse en estos cuatro puntos:
Pablo VI retrasó la inauguración de la segunda sesión del concilio, en relación a la fecha que había previamente fijado Juan XXIII, tantos días como duró la sede vacante entre el tres y el veintiuno de junio: dieciocho días. La sesión inaugural tuvo lugar entonces no el once, sino el veintinueve de septiembre de 1963. En esta ocasión, como había ya ocurrido en el año anterior, en la inauguración de la primera sesión, el cardenal decano Eugenio Tisserant celebró la Eucaristía, pero esta vez “¡mal y sin unción!” anota tristemente, ¡y con razón!, el P. Congar.4 Luego llegó la esperada alocución inaugural del papa Montini. Sesenta y cuatro minutos de duración, en contraste con los treinta y cinco del discurso de Juan XXIII el año anterior. Las palabras del nuevo pontífice se caracterizaron por el cristocentrismo: “Cristo es nuestro principio, Cristo es nuestro guía y nuestro camino, Cristo es nuestra esperanza y nuestra meta”.5 3 Acta Synodalia S. Concilii Oecumenici Vaticani II, Vol I, Pars IV, p. 292. 4 Congar, Yves. Mon Journal du Concile, Vol. I, Cerf, Paris, 2002, p. 402. 5 Consultado en la página web del Vaticano: http://www.vatican.va/holy_father/paul_ vi/speeches/1963/documents/hf_p-vi_spe_19630929_concilio-vaticano-ii_it.html
Afirmar la centralidad de Cristo estaba en plena consonancia con el esquema sobre la Iglesia que iba a ser entonces estudiado. Recordemos que en él la expresión “Lumen Gentium”, “Luz de los Pueblos”, ya no se refería, como en propuestas anteriores, al misterio de la Iglesia, sino más bien a aquel misterio, mucho más profundo, en el que hunde sus raíces la comunidad eclesial: el misterio del Dios hecho hombre, Jesucristo.
En primer lugar, la noción de Iglesia, es decir, la búsqueda de una respuesta a la pregunta fundamental: ¿Iglesia, qué dices de ti misma? En segundo término, la renovación de la Iglesia, la búsqueda de un nuevo dinamismo evangelizador. En seguida, el ideal ecuménico. Es aquí cuando, en un acto totalmente inédito, el papa pide perdón por los errores del catolicismo en la ruptura de la unidad y ofrece perdón a las faltas de los ahora llamados “hermanos separados”. Comenta Congar: “Pablo VI habla aquí con fuerza, con precisión, con emoción”.7 Finalmente, último punto del derrotero: el diálogo de la comunidad eclesial con el hombre de nuestro tiempo. El diálogo es presentado como elemento fundamentalmente clave para la relación con el mundo actual. Citemos de nuevo a Congar: “El 6 Ratzinger, Joseph. Das Conzil auf dem Weg, Colonia, 1964, p. 20 – 21. 7 Congar, Yves. Mon Journal du Concile, Vol. I, Cerf, Paris, 2002, p. 403.
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papa pone en relación la Iglesia con el mundo, con los que están cerca y con los que están lejos, bajo el signo del amor universal de Cristo”.8 Diálogo será también la categoría fundamental de la primera encíclica de Pablo VI, que sería publicada en el mes de agosto del año siguiente, 1964, durante la segunda intersesión conciliar, la “Ecclesiam Suam”. Al día siguiente el concilio inicia las congregaciones generales de la segunda sesión, y el primer tema que debe afrontar es precisamente el nuestro, el proyecto para la Constitución de Iglesia. Se renueva el debate, se oyen los pros y los contras. Pero esta vez el proceso será muy diferente al de la primera etapa. Hay satisfacción por la tarea realizada por la “subcomisión de los siete” y el “esquema Philips” va adquiriendo, poco a poco, carta de ciudadanía en el debate ecuménico. Pero éste, el debate, tampoco será fácil. Descansemos un poco nosotros, ya que no pudieron hacerlo entonces las Padres conciliares, y preparémonos para entrar con ellos, por alguna puerta menos vigilada, con la ayuda de algún obispo benévolo, o del P. Congar, o tal vez del Doctor Ratzinger, en la Basílica Vaticana, para poder seguir siendo así testigos de sus deliberaciones. Estamos seguros de que éstas serán más que interesantes. Se acerca el que será llamado, y así titularemos nuestra próxima entrega, el “Giro Copernicano” de la eclesiología. Es hora de que la cita ecuménica del episcopado mundial recoja los frutos de la renovación de la eclesiología que se dio en el campo católico, en el siglo pasado, a partir de los primeros años de la década de los veinte, es decir, de la reflexión inmediatamente subsiguiente a la Primera Guerra Mundial y que se prolongó hasta la preparación inmediata del concilio, en los primeros años sesenta. Pensemos en los nombres de Guardini, Casel, Daniélou, De Lubac, Chenu, Congar, Rahner, Schillebeeckx, Semmelroth y tantos otros. Sin esa renovación la eclesiología del Vaticano II hubiera sido, seguramente, poco más que la repetición de los planteamientos del Concilio Vaticano I en el siglo XIX. 8 Ibidem.
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Estamos en la Basílica de San Pedro, hemos logrado “colarnos” de nuevo. Situémonos cerca de la columna dedicada a san Andrés, el hermano de Pedro. Hoy es lunes treinta de septiembre de 1963. El nuevo arzobispo de Milán, sucesor del recién electo papa en la sede de san Ambrosio y de san Carlos Borromeo, Giovanni Colombo, a las nueve y veinte de la mañana, ha iniciado la celebración de la Misa en rito ambrosiano, después el secretario general del concilio Pericle Felici ha dado los anuncios de rigor. Y… ahora sí, ¡silencio! ¡atención! Ya empieza el cardenal Ottaviani a presentar a la plenaria del sínodo ecuménico el nuevo esquema para la Constitución de Iglesia…
ENTRE LA LUMEN GENTIUM Y LA LUMEN FIDEI
Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez, Mons. Vicario General
La Encíclica del Papa Francisco no queda aislada. Tiene una profunda vinculación con el Magisterio de la Iglesia de ayer y de hoy, y nos abre las puertas para que en el mañana, nuestra fe sea más sólida, más fuerte y nos permita gozar de la alegría de saber que estamos en el corazón de Dios.
El 21 de noviembre de 1964, es decir, hace 49 años, fue votada y aprobada por el Papa Pablo VI la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, con el nombre Lumen Gentium, la luz de las gentes, comenzado así el texto: “Cristo es la luz de los pueblos” (LG, 1). El 11 de octubre de 1992, el Papa Juan Pablo II promulgó la Constitución apostólica Fidei depositum, el depósito de la fe, para celebrar los 30 años de la apertura del Concilio Vaticano II, y la entrega al mundo del Catecismo de la Iglesia Católica, en donde dice que «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial» (FD, 4). El 11 de octubre de 2011, el Papa Benedicto XVI promulgó la carta Apostólica, en forma de motu proprio Porta Fidei, la puerta de la fe, para convocar el año de la fe con ocasión del 50° aniversario de apertura de los trabajos conciliares. Y comienza así el documento: «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma” (PF, 1). El 29 de junio de 2013, fue promulgada por el Papa Francisco la encíclica Lumen Fidei, la luz la fe, comenzando así el texto: “La luz de la fe: la tradición
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de la Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por Jesucristo, que en el Evangelio de san Juan se presenta con estas palabras: «Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas» (Jn. 12, 46)”. No deja de ser interesante que estos documentos se conecten y cada uno en su estilo, intencionalidad y forma, pretendan ofrecernos un mismo y único mensaje. La fe tiene sentido, cuando surge del encuentro con Cristo, y este encuentro se vuelve amor. Ha sido una constante preocupación de la Iglesia, en todos los tiempos, la propuesta de la Buena Nueva a todos los hombres de buena voluntad y la educación de la fe de quienes hacen parte de la familia de la Iglesia católica, de manera que la semilla del Evangelio se vuelva fe, esta fe se vuelva vida, y la vida dé frutos de salvación para todos. Vale la pena, pues, anotar que la Encíclica del Papa Francisco no queda aislada. Tiene una profunda vinculación con el Magisterio de la Iglesia de ayer y de hoy, y nos abre las puertas para que en el mañana, nuestra fe sea más sólida, más fuerte y nos permita gozar de la alegría de saber que estamos en el corazón de Dios. Todo porque Cristo y sólo Él es la razón de ser de nuestra vida de creyentes. En Él ponemos nuestra confianza, en Él depositamos nuestros sueños. Es muy importante también señalar, en este contexto, que el Concilio Vaticano II es por excelencia el Concilio de la Fe. Así las cosas, vale la pena recordar lo que el Papa Benedicto XVI ha afirmado en la homilía de la Eucaristía de apertura del año de la fe, el 11 de octubre de 2012: “El Concilio Vaticano II no ha querido incluir el tema de la fe en un documento específico. Y, sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decir, de adentrarse nuevamente en el misterio cristiano, para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo. A este respecto se expresaba así, dos años después de la conclusión de la asamblea conciliar, el siervo
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de Dios Pablo VI: «Queremos hacer notar que, si el Concilio no habla expresamente de la fe, habla de ella en cada página, al reconocer su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y con fuerza, y construye sobre ella sus enseñanzas. Bastaría recordar [algunas] afirmaciones conciliares… para darse cuenta de la importancia esencial que el Concilio, en sintonía con la tradición doctrinal de la Iglesia, atribuye a la fe, a la verdadera fe, a aquella que tiene como fuente a Cristo y por canal el magisterio de la Iglesia» (Audiencia general, 8 marzo 1967). Así decía Pablo VI, en 1967. Pero debemos ahora remontarnos a aquel que convocó el Concilio Vaticano II y lo inauguró: el beato Juan XXIII. En el discurso de apertura, presentó el fin principal del Concilio en estos términos: «El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo» (AAS 54 [1962], 790. 791-792). Así decía el Papa Juan en la inauguración del Concilio”. En resumidas cuentas, la lumen, la luz de que hablan los distintos documentos del Magisterio es una Luz con mayúscula, pues hablan es de la Luz que no tiene fin, de aquella que ilumina toda oscuridad, de la que sirve de guía en los caminos del mundo. Esa Luz es Cristo mismo, Señor de la Vida, fuente de la fe, razón y centro de la fe, razón de ser de nuestra vida cristiana. Cristo es la Luz de la fe, pero a la vez, es la Luz de los pueblos, de las gentes, de todos los hombres de buena voluntad. Es por esto que la relación entre los documentos conciliares, los documentos magisteriales de los últimos años y la Encíclica del Papa Francisco conforman un todo teórico y práctico, que conocido y aplicado, se convierten en el mejor soporte para que seamos capaces de dar razón de nuestra esperanza (1Pe. 3,15), de nuestra fe, de nuestra opción por Cristo Jesús.
A PROPÓSITO DEL BICENTENARIO: EL CLERO Y LA INDEPENDENCIA DE ANTIOQUIA Por: Pedro Antonio Ospina Suarez. Pbro. Facultad de Teología. U.P.B.
El venerable clero de la República [de Antioquia…] no ha sido menos importante a los designios del gobierno con su predicación; y sobre la cátedra sagrada se han visto anatematizados los tiranos y solemnizado el triunfo de los derechos del hombre con la autoridad inefable del cielo […] La buena inteligencia y armonía que reina entre el báculo y la banda de la República han ocasionado, por otra parte, ventajas considerables (JUAN DEL CORRAL).
En Antioquia la cuestión de la función de la Iglesia es esencial, tanto para el análisis de la historia política como para el estudio más antropológico de las formas propias de la cultura regional.1
1. PREÁMBULO. En 1828, quince años después de la firma del Acta de Independencia del Estado de Antioquia, fray Mariano Garnica y Orjuela o.p. (1828-1832) -primer prelado en posesionarse en la sede de la Ciudad Madre- dirigiría una carta pastoral al clero y a sus fieles con motivo de los sucesos ocurridos en Bogotá en septiembre de ese mismo año (atentado contra el Libertador: conspiración septembrina); en dicha epístola aseveraba el obispo Garnica: El inmortal Bolívar es el Caudillo destinado por la Providencia, para hacer la felicidad de esta distinguida sección de la América del Sur; y siempre, siempre nos ha dado las pruebas más relevantes de que nos ama, como el padre más tierno, y generoso. La gratitud, la justicia, las leyes que hemos jurado obedecer; y la religión misma, nos prescriben una subordinación que tenga su asiento, en el fondo de nuestras conciencias […]; y la vida de la patria, que es la ley suprema, lo exige.2 1 MELO, Jorge Orlando, La historiografía sobre la Antioquia del Siglo XIX. Tomado del sitio http://www.jorgeorlandomelo.com/historiagrafiaant.htm (visitado el 08-07-2013). 2 Carta pastoral dirijida [sic] al clero y fieles de la Provincia de Antioquia, por su actual prelado, con motivo de los sucesos de la capital de la República, el 25 de setiembre último, documento firmado en Rionegro, en donde se encontraba el obispo en visita pastoral, el 28 de octubre de 1828. Tomado del sitio http://www.banrepcultural.org/ blaavirtual/religion/carta-pastoral-dirijida-al-clero (visitado el 08-07-2013). La ortografía y puntuación originales han sido reformadas por el autor de este artículo.
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Con comprometedoras palabras, el prelado exhortaba al clero antioqueño para que enseñara estas virtudes a su grey: Esperamos pues confiadamente en el Señor, que los celosos párrocos de nuestra diócesis y todos los eclesiásticos, procurarán inculcar estas verdades importantes en los corazones de los fieles desde los púlpitos, en los confesonarios, y aun en las conversaciones familiares que siempre deben ser edificantes, supuesto que, de los labios de los sacerdotes, esperan los pueblos el rocío que debe fecundar sus almas.3
2. LA INDEPENDENCIA: UNA REVOLUCIÓN CLERICAL 3 Idem.
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En Bogotá, Jorge Tadeo Lozano (1771-1816), presidente de la Suprema Junta de Gobierno de la Nueva Granada, afirmaba en un discurso, en el mismo año de la independencia de Antioquia: Vosotros todos habéis sido testigos del entusiasmo con que el clero promovía y preparaba la memorable revolución del 20 de julio [de 1810…]. La suprema junta que se instaló, la cual al arrojar a las autoridades con el desconocimiento de la regencia pronunció nuestra perpetua emancipación, se componía de muchos miembros eclesiásticos de la primera jerarquía [...]; sacerdotes fueron los que capitanearon a las gentes […], sacerdotes fueron los que dirigieron el impulso del pueblo en todas sus operaciones, no sólo en la capital sino en Socorro, Pamplona y El Reino entero; en una palabra hasta nuestra más remota posteridad recordará con grati-
tud que la revolución que nos emancipó fue una revolución clerical.4 En general, y en todo el virreinato de la Nueva Granada, el clero criollo fue solidario con la causa de la Independencia, como lo afirma Tadeo Lozano, pues compartía básicamente los mismos intereses de los promotores de ésta (autodeterminación, gobierno propio, administración de las cosas del Estado por parte de los nacionales y no de los españoles, etc.).
3. EL CLERO Y LA INDEPENDENCIA DE ANTIOQUIA El historiador Ramón Correa asevera que de los 50 sacerdotes de la provincia de Antioquia, solamente cinco no se afiliaron a la causa patriota.5 El clérigo se convierte en atizador de la causa, sostén económico6 y talante que inspira las primeras constituciones y asambleas. «Innegable ha sido la participación del clero en la independencia de la provincia y en su declaratoria de estado soberano»7. En agosto de 4 Apartes del discurso que Tadeo Lozano pronunciara en la apertura del Colegio Electoral de Cundinamarca (1813). Tomado de TISNÉS JIMÉNEZ, Roberto María, El clero y la independencia en Santafé (1810-1815) (Vol. XIII/T.4, Historia eclesiástica, en la colección HISTORIA EXTENSA DE COLOMBIA), Bogotá 1971, 401. 5 Cfr. CORREA, Ramón, «El Coronel Diego Gómez de Salazar», en Repertorio Histórico, Año 1, N° 2 (marzo 1905), Medellín, Academia Antioqueña de Historia, 51. 6 «Muchos [sacerdotes] figuran como se puede observar en la provincia de Antioquia como donantes o contribuyentes a la financiación de ella: José Miguel de la Calle participa con más de $2.000; Juan Francisco Vélez dona la cantidad apreciable de $25.000; Jorge Ramón de Posada aporta una suma equivalente a $46.700, que corresponden a las donaciones por dineros recogidos por el ilustre sacerdote para la independencia» (Gobernantes de Antioquia, Medellín 2007, 152; documento publicado por la Academia Antioqueña de Historia y la Gobernación de Antioquia.). 7 Gobernantes de Antioquia, 151
1810, una vez conocidas en Santafé de Antioquia las noticias relacionadas con la firma del Acta de la Revolución en Bogotá (20 de julio), su Cabildo invitó a las otras ciudades y villas más importantes de la provincia (Rionegro, Medellín y Marinilla) para que nombrara dos representantes por localidad con el fin de constituir una Junta de gobierno. El 30 de dicho mes, se instaló la Junta superior de gobierno provincial como suprema autoridad de la región (corporación que luego tomaría el nombre de Serenísimo Colegio Constituyente); una cuarta parte de los colegiados estaba constituida por eclesiásticos: se trataba de los sacerdotes José Miguel de la Calle, por Rionegro, y el envigadeño Lucio de Villa, por Medellín. Había sido invitado por la ciudad de Marinilla su cura párroco, doctor Jorge Ramón de Posada (Medellín, 1756 – Medellín, 1835), pero no pudo asistir por enfermedad, por lo que envía un reemplazo. Este ilustre sacerdote intervino en la Primera Asamblea Constituyente de Antioquia que se congrega el 29 de diciembre de 1811 y fue su vicepresidente en varias de las reuniones. En tiempos de la Reconquista por parte de España, el padre de Posada sostuvo totalmente el primer batallón con 125 jóvenes que partió hacia el Sur en 1813 para apoyar a Antonio Nariño en sus luchas contra Sámano, el cual se fortalecía en Popayán. Gran admiración tenía por el clérigo el general José María Córdova, a quien apoyó moral y anímicamente siempre y con diversos recursos (el concepcionino llegó a nombrarlo, como agradecimiento, “libertador de Antioquia”), aunque el hombre de Iglesia le mostró total oposición a su levantamiento contra el gobierno dictatorial de Bolívar (1828).8 8 Acerca de este eclesiástico, véase el artículo QUINTERO QUINTERO, Demetrio, «Pbro. Dr. Jorge Ramón de Posada», en Repertorio Histórico, Año 104, No. 20 (nueva etapa), julio-diciembre 2009, Medellín, Academia Antioqueña de Historia, 36-46. Véase el artículo “El cura prócer” del abogado Rodrigo Sanín Posada del 19 octubre de 2005 (http://www.elmundo.com/portal/pagina.general.impresion. php?idx=227, consultado en 10-07-2013); en dicho artículo, su autor agrega información interesante: «En la obra Historia de Antioquia, de Francisco Duque Betancur, se recuerda el episodio en el que el padre de Posada libertó a sus propios esclavos: “en 1813 [y aún antes de la proclamación de la ley de libertad de vientres] hace que sus 83 esclavos asistan a la misa que el padre de Posada ha de oficiar, vestidos de gala, y después de hablar de la caridad ante una numerosa concurrencia les dice: “hijos míos, desde hoy sois libres, iguales a mí. Pero este beneficio que Dios os ha hecho por intermedio de vuestro amigo, os impone un grande y sagrado deber: que seáis honrados hasta morir”. A continuación entregó a cada uno su carta de libertad y les hizo donaciones de terrenos y dinero”. En este gesto humanitario, de profundo significado, el padre se asemejó a Javiera Londoño de Castañeda quien hacia mediados de 1750 dejó en libertad a 125 esclavos». El padre De Posada fue párroco de Marinilla por espacio de 49 años.
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el mando político y militar como presidente dictador-, pues la región se encontraba en eminente peligro ante el avance del ejército reconquistador español, por el Sur, con Sámano a la cabeza (los realistas también amenazaban desde Santa Marta). EL 11 DE AGOSTO DE 1813 y en Santafé de Antioquia, Del Corral dirige y firma la declaración de independencia absoluta del Estado, en la que se proclama “el desconocimiento del rey Fernando VII y toda otra autoridad que no dimane directamente del pueblo o sus representantes”. El 30 de octubre de 1813, el presidente-dictador daba cuenta de su gobierno a los representantes del Estado de Antioquia; entre otras palabras, manifiesta:
El 27 de junio de 1811, el Colegio Constituyente dicta una Constitución provisional que declara a Antioquia como soberana y desconoce la autoridad del rey Fernando VII; en dicho Colegio se hallaba el sacerdote Lucio de Villa, ya mencionado. El 21 de marzo de 1812, se sanciona en Rionegro la definitiva Constitución del Estado de Antioquia, de espíritu liberal: «La influencia de estos sacerdotes y el acentuado catolicismo de las élites patriotas fueron elementos que, sin duda, ayudaron a plasmar en la nueva Carta, los lineamientos de una república católica. La tradición inaugurada por José Manuel Restrepo desde el siglo XIX destacó que el resultado de las nuevas constituciones fuera la combinación de fórmulas católicas e ideales republicanos»9. El 30 de julio de 1813, la máxima Legislatura del Estado decidió suspender provisionalmente la Constitución y otorgarle máximos poderes al comerciante y líder momposino don Juan del Corral -quien toma 9 OSPINA, Marta, «La visión heroica sobre la independencia de Antioquia», en Estudios Políticos, 37 (julio-diciembre 2010), Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, 143. José Manuel Restrepo (1781–1863) fue un insigne patriota, historiador, escritor y hombre de Estado nacido en Envigado, autor de las célebres Historia de la Revolución de la República de Colombia (1827) e Historia de la Nueva Granada (1858).
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El venerable clero de la República [de Antioquia…] no ha sido menos importante a los designios del gobierno con su predicación; y sobre la cátedra sagrada se han visto anatematizados los tiranos y solemnizado el triunfo de los derechos del hombre con la autoridad inefable del cielo […] La buena inteligencia y armonía que reina entre el báculo y la banda de la República han ocasionado, por otra parte, ventajas considerables […] Mis designios por el fomento y propagación del clero en la República, que tanto necesita de ministros del santuario para ocurrir al pasto espiritual de los pueblos.10 Juan del Corral moriría prematuramente en Rionegro, el 7 de abril de 1814 (con sólo 35 años). Le sucede como presidente, entre abril y mayo de dicho 10 GROOT, José Manuel, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada [1869], III, Bogotá 1953, 381s. Compárese la similitud de las palabras de Don Juan del Corral con las pronunciadas catorce años más tarde por el Libertador en Bogotá, en ocasión del agasajo presidido por éste en honor a los primeros obispos territoriales para la Gran Colombia, propuestos por el mismo Bolívar y designados por León XII (1823-1829): «¡La causa más grande nos reúne en este día! el bien de la iglesia y el bien de Colombia. Una cadena más sólida y más brillante que los astros del firmamento nos liga nuevamente con la Iglesia de Roma, que es la fuente del cielo. Los descendientes de san Pedro han sido siempre nuestros padres, pero la guerra nos había dejado huérfanos, como el cordero que bala en vano por la madre que ha perdido. la madre tierna lo ha buscado y lo ha vuelto al redil: ella nos ha dado pastores dignos de la Iglesia y dignos de la República. Estos ilustres príncipes y padres de la grey de Colombia son nuestros vínculos sagrados con el cielo y con la tierra. Serán ellos nuestros maestros y los modelos de la religión y de las virtudes políticas. LA UNIÓN DEL INCENSARIO CON LA ESPADA DE LA LEY ES LA VERDADERA ARCA DE LA ALIANZA. ¡Señores! yo brindo por los santos aliados de la patria, los ilustrísimos arzobispos de Bogotá y Caracas, obispos de Santa Marta, Antioquia y Guayana» -28 octubre 1827 “Brindis de Bolívar”- (LETURIA, Pedro de, Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica. 1493-1835, II, Caracas, 1960, 314).
año, el presbítero José Miguel de la Calle, arriba mencionado.11 Al padre De la Calle le correspondió «sancionar la ley de partos de las esclavas, proyecto redactado por José Félix de Restrepo durante el gobierno de Del Corral. La liberación de partos de las esclavas fue la segunda en América Latina; la precedió en el tiempo el congreso de Santiago de Chile en el año de 1811».12 El sacerdote Roberto Jaramillo Arango (Sonsón, 1881–Bello, 1965) es el autor de una preciosa e importante obra titulada El clero en la independencia, en la cual recoge fundamentales datos biográficos de cerca de 350 clérigos (seculares y regulares) que participaron activamente en la campaña libertadora.13. Del total de los eclesiásticos estudiados por el autor, 42 son antioqueños, destacándose en tal elenco algunos casos particulares: los tres hermanos Alberto María, José Jerónimo y José Miguel de la Calle; cinco con apellido Gómez (fray Javier, Gabriel María, Isidoro, Estanislao y Ramón María); tres que llevan el apellido Jaramillo (fray Blas, Enrique y Félix Antonio); tres Bernal (Antonio, José Ignacio y Modesto) y el marinillo Valerio Antonio Jiménez, primer obispo de Medellín-Antioquia (18681873), quien a la edad de 13 años había sido ordenanza del prócer José María Córdova.
Cada día cerca de 16.000 niños mueren por causas relacionadas
con el hambre. Un niño cada 5 segundos ¡DA DE CORAZÓN! ESTE 31 DE AGOSTO
11 «Un mes apenas fue lo que nos mandó, pero en todo caso, ese tiempo es suficiente para corchar a cualquiera con esta pregunta: ¿Qué cura ha sido gobernador de Antioquia?» (CADAVID MISAS, Roberto –Argos, Historia de Antioquia, Medellín 1996; tomado de la versión de la Biblioteca Virtual de Antioquia – Universidad de Antioquia, sitio web visitado en 12-07-2013). 12 Gobernantes de Antioquia, 152 13 JARAMILLO, Roberto, El clero en la independencia, Medellín 1946, 34. La edición en mención lleva un Imprimatur emanado por el entonces arzobispo de Medellín, Manuel José Cayzedo (1906-1937), del año 1922.
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PERFIL ESPIRITUAL DE
SANTA LAURA MONTOYA
Por: Diego Alberto Uribe Castrillón. Pbro. Facultad de Teología. U.P.B. 1. Ubicación Teológica.
Aceptando de antemano los sacrificios, humillaciones, pruebas y contradicciones que se ven venir y acompañadas por su madre Doloritas Upegui, el grupo de “Misioneras catequistas de los indios” sale de Medellín hacia Dabeiba el 5 de Mayo de 1914.
En su Catequesis del 21 de octubre de 1998, el Beato Juan Pablo II1 nos hizo una síntesis de la vivencia de una Teología Espiritual: “La vida del cristiano que, mediante la fe y los sacramentos, está íntimamente unido a Jesucristo es una «vida en el Espíritu». En efecto, el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Ga 4, 6), se transforma en nosotros y para nosotros en «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14). Así pues, es preciso dejarse guiar dócilmente por el Espíritu de Dios para llegar a ser cada vez más plenamente lo que ya somos por gracia: hijos de Dios en Cristo (cf. Rm 8, 14-16). «Si vivimos según el Espíritu -nos exhorta san Pablo-, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25). En este principio se funda la espiritualidad cristiana, que consiste en acoger toda la vida que el Espíritu nos da. Esta concepción de la espiritualidad nos protege de los equívocos que a veces ofuscan su perfil genuino. La espiritualidad cristiana no consiste en un esfuerzo de autoperfeccionamiento, como si el hombre con sus fuerzas pudiera promover el crecimiento integral de su persona y conseguir la salvación. El corazón del hombre, herido por el pecado, es sanado por la gracia del Espíritu 1 Juan Pablo II. Audiencia del 21 de Octubre de 1998. 4.
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Santo; y el hombre sólo puede vivir como verdadero hijo de Dios si está sostenido por esa gracia. La espiritualidad cristiana no consiste tampoco en llegar a ser casi «inmateriales», desencarnados, sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una «evasión» alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro «hombre nuevo» (Ef 4, 24) impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica.” La Espiritualidad Cristiana así asumida debe propiciar una experiencia de Dios que toque totalmente la existencia, logrando que el creyente alcance unos valores que Saturnino Gamarra2 en su Tratado de Teología Espiritual nos propone con estas características: • • • • • • • • • • • •
Integradora de la persona. Una experiencia personal de fe. Vivida en el Espíritu. En contacto con el mundo y la vida. Gratificante y gozosa, En Diálogo pero definida. Profundamente realista. Fraterna y apostólica Eclesial Profundamente afectiva. En relación con el misterio de Dios uno y trino. Pascual en cuanto expresa el paso de la cruz a la gloria como vivencia de la Resurrección.
2. Ubicación de la Espiritualidad de Santa Laura Montoya. Raíces de la espiritualidad de Madre Laura son las presencias de escuelas y experiencias espirituales: • La Compañía de Jesús. Con sus grandes maestros entre nosotros. Hay una presencia que es notable porque los Jesuitas acostumbraban pre2 Gamarra, Saturnino. Teología Espiritual. Biblioteca de Autores Cristianos, Colección Sapientia Fidei, Madrid, 2000. pp 46-51.
dicar retiros y muchos padres fueron a su vez grandes directores espirituales de la sociedad de Medellín. • La Escuela Mística Carmelitana. -- Carmelos, Carmelitas, a esta espiritualidad quiso pertenecer e incluso pidió admisión en el Carmelo, situado en la época de su juventud en el centro de la ciudad de Medellín. Fueron frecuentes en Medellín las “afiliaciones” de personas a la espiritualidad delas ordenes, especialmente a la del Carmelo. -- Algunos Padres Carmelitas influyeron de modo especial en su vida, incluso en las confrontaciones del tiempo en el que la congregación naciente servía en la región de la prefectura de Urabá. • Las líneas Franciscana, Agustiniana, Dominicana, con acentos especialmente notables en las poquísimas ediciones de libros sobre el tema que se podían adquirir aquí. -- Estas escuelas espirituales generalmente funcionaban en tres modos: los miembros que pertenecían a la primera orden, frailes y sacerdotes, la segunda orden, normalmente una congregación femenina, y la orden tercera que estaba integrada por fieles simpatizantes con la espiritualidad y que sellaban una especie de compromiso para seguir algunas normas. • En la Espiritualidad de Santa Laura, influye definitivamente la formación del Clero Diocesano. Supo siempre contar con la dirección espiritual de sacerdotes formados en varias corrientes o experiencias: El Clero Diocesano de Medellín siempre ha sido formado por sus propios sacerdotes, salvo un breve tiempo en la rectoría del Padre Salustiano Gómez Riaño, Bogotano (1886-1891). • Esta formación irradió sobre la diócesis entera (será arquidiócesis solo en 1902) una espiritualidad eucarística, una constante inquietud pastoral
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y una devoción mariana afectiva y gozosa. Allí encontrará Santa Laura a María Inmaculada. En el Seminario de Medellín, escuela insuperable de Espiritualidad de aquellos tiempos encontró la santa sus directores espirituales y consejeros. Baste recordar a Ulpiano Ramírez. • Luego sabrá encontrar nuevos elementos en las experiencias espirituales de los Sacerdotes de las diócesis en las que discurrió su fecundo apostolado, pues allí encontró Santa Laura clero formado por los Eudistas o los Vicentinos sobre todo en su presencia en la diócesis de Santa Fe de Antioquia, o también, a pesar de los conflictos, en Santa Rosa de Osos, en Pamplona, en Cartagena. Sabemos que esta formación estaba marcada por unos aspectos bastante particulares y unas líneas que proponían la santificación del clero, formado con rigor y virtud, en el apostolado parroquial, en el espíritu misionero, en la vida sacramental en la que ya apuntaba un interés por la catequesis y por llevar la fe a las extensísimas parcelas diocesanas de aquellos tiempos. • Tenemos que anotar alguna influencia de la escuela francesa, tan frecuentemente notable en el siglo XIX, con elementos proporcionaron líneas para una posterior y original espiritualidad. • Los grandes pastores: -- Monseñor Joaquín Pardo Vergara, Obispo y luego Arzobispo de Medellín, inspirador remoto de su obra misionera, como repetidas veces se entiende en la Autobiografía de la Santa. -- Monseñor Maximiliano Crespo, Obispo de Santa Rosa de Osos y luego Arzobispo de Popayán, quien comprendió y apoyó la original decisión de la Santa, al punto de tenerlo como inspirador, fundador y padre de la obra misionera de Laura Montoya. -- Monseñor Francisco Cristóbal Toro, Obispo de Antioquia (en algún tiempo se llamaba diócesis de Jericó y Antioquia), quien supo apoyar y acompañar la vida de la comunidad fundada por la Santa, sobre todo en momentos de crisis.
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-- Monseñor Miguel Ángel Builes, Obispo de Santa Rosa, con una experiencia bastante particular de encuentros y desencuentros. Sin embargo, a la luz de la fe, estas diferencias son la evidencia de la grandeza de ambos carismas que sin oponerse en sí mismos tuvieron siempre el mismo ideal: la gloria de Dios. -- Con Monseñor Manuel José Caycedo, la relación siempre fue compleja, sin embargo las pruebas tienen la virtud de depurar y perfeccionar a los creyentes. El gran Arzobispo le ofreció a Santa Laura la oportunidad de clarificar sus opciones, pero a ambos los movió siempre el celo por las almas, la voluntad de buscar lo mejor para la Iglesia y los supo unir algo que tuvieron en común, pues el lema del Arzobispo, coincide con la espiritualidad mariana de nuestra Santa: “Muéstrate como Madre” rezaba el blasón del Pastor. Con esas palabras supieron suplicar los dos, desde la orilla de sus propias grandezas, la intercesión de la misma Reina Inmaculada. -- Hay otros Pastores que intervienen en la vida de la Santa, como por ejemplo los de Cartagena, Monseñor Brioschi; Pamplona, Monseñor Afanador y Cadena. -- Madre Laura interviene en la creación de la que fuera después Prelatura del Sinú y San Jorge, y hace presencia en los territorios de misión acompañando casi todas las fundaciones. • Influye decisivamente en la Espiritualidad de Santa Laura la Religiosidad Antioqueña, que es cristológica, eucarística y mariana. Hay un interesantísimo estudio de esta realidad que fue capaz de iluminar todo el vasto proceso de la Colonización Antioqueña en la obra del Padre Huberto Restrepo sobre Carrasquilla3. Esta experiencia nos muestra una religiosidad en la que aparecen elementos bien singulares, como el acercamiento afectivo al misterio de Cristo, la devoción por la Pasión de Cristo (presente como lo encontraremos en su obra escrita, especial3 Restrepo, Huberto s.s. La religión de la antigua Antioquia. Medellín, Ed. Bedout 1972, con reedición de la Editorial de la Universidad Pontificia Bolivariana.
mente en Manojitos de Mirra), la constante presencia de María Santísima, invocada con fervor y amada con intensa alegría por el pueblo antioqueño. Hay en Santa Laura una especial presencia de la religiosidad popular curiosamente bien depurada, acogida con sencillez, pero vivida sin obsesiones. • En la experiencia de Dios de nuestra Santa, influyen también los grandes maestros de la literatura, de modo especial los antioqueños, en los que no faltan elementos con acentos místicos. Hemos de mencionar especialmente a Marco Fidel Suárez, hijo del Seminario de Medellín ( hay que anotar que la Oración a Jesucristo de Suárez es quizá una de las más elevadas síntesis místicas que se hayan escrito sobre la persona de Jesucristo). Imposible dejar de mencionar la cercanía y la amistad con Tomás Carrasquilla, al punto de que en las Obras Completas4 aparece un texto firmado por Madre Laura llamado Carta Abierta, en cuya redacción participó don Tomás y que es respuesta a la novela Hija Espiritual en la que se quería manchar la honra de la Santa. Es también dedicada a Santa Laura la única poesía que estrictamente se puede atribuir a Carrasquilla, llamada Salutaris Hostia. • Santa Laura puede y debe ubicarse también entre los más prolíficos escritores, aunando a la calidad indiscutible de sus obras el manejo de referencias y la presencia de temas y autores que indican que tras sus palabras hay también una lectora aguda e interesada.
3. La experiencia de fe de la Santa Laura Montoya Upegui, leída en su vida5. Es preciso recordar que la Madre Laura Montoya, maestra de misión en América Latina, servidora de la verdad y de la luz del Evangelio, nació en Jericó, Antioquia, el 26 de Mayo de 1874, en el hogar de Juan de la Cruz Montoya y Dolores Upegui, una fa4 Carrasquilla, Tomás. Obra Completa. Tomo III, edición de la Universidad de Antioquia, 2008. 5 Los datos Biográficos aquí propuestos son los propuestos para el Rito de Beatificación de la Madre Laura y para su biografía oficial en los subsidios litúrgicos de la Delegación Arzobispal de Liturgia de Medellín en 2004.
milia profundamente cristiana, que había puesto su domicilio en Jericó motivada incluso por la designación de un tío del papá de Laura, el Padre Eusebio Montoya, como Párroco de aquella población en 18716. En la hoy venerada fuente de aquella Parroquia recibió las aguas regeneradoras del Bautismo cuatro horas después de su nacimiento, por el ministerio del Padre Evaristo Uribe. El Padre de Laura murió asesinado y dejó a su esposa y sus tres hijos en la orfandad y la más dura pobreza, a causa de la confiscación de los bienes por parte de sus enemigos políticos. Esta horfandad hace parte de su infancia de manera dramática. Sólo una lectura altamente caritativa y misericordiosa que Santa Laura hace de su infancia, podría superar las realidades terribles de quien vivió una infancia llena de amarguras, desprecios, marginaciones. Su profesión de maestra la llevó por varias poblaciones de Antioquia y luego al Colegio de La Inmaculada en Medellín. Esta vocación jamás se pierde en Santa Laura. Más aún, puede pensarse que seguirá siendo maestra siempre, maestra ya no de letras simplemente, sino de modos de vida y de experiencias pedagógicas que hacen que el Evangelio llegue a todos, que la comunidad por ella fundada sea también una comunidad de maestras catequistas entregadas a un campo de la sociedad hasta entonces despreciado y hasta ignorado. En su magisterio no se contenta con el saber humano sino que expone magistralmente la doctrina del Evangelio. Forma con la palabra y el ejemplo el corazón de sus discípulas, en el amor a la Eucaristía y en los valores cristianos. En un momento de su trayectoria como maestra, se siente llamada a realizar lo que ella llamaba “la Obra de los indios”: En 1907, como lo cuenta su Autobiografía, estando en la población de Marinilla, escribe: “me vi en Dios y como que me arropaba con su paternidad haciéndome madre, del modo más intenso, de los infieles. Me dolían como verdaderos hijos”. Este fuego de 6 Dato tomado de la Revista Jericó. Centro de Historia de Jericó, tomo 40.
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amor la impulsa a un trabajo heroico al servicio de los indígenas de las selvas de América. Aceptando de antemano los sacrificios, humillaciones, pruebas y contradicciones que se ven venir y acompañadas por su madre Doloritas Upegui, el grupo de “Misioneras catequistas de los indios” sale de Medellín hacia Dabeiba el 5 de Mayo de 1914. Comprende la dignidad humana y la vocación divina del indígena. Quiere insertarse en su cultura, vivir como ellos en pobreza, sencillez y humildad y de esta manera derribar el muro de discriminación racial que mantenían algunos líderes civiles y religiosos de su tiempo. Redacta para sus Hijas las “Voces Místicas”, inspirada en la contemplación de la naturaleza, y otros libros como el Directorio o guía de perfección, que ayudan a las Hermanas a vivir en armonía entre la vida apostólica y la contemplativa. Su Autobiografía es su obra cumbre, libro de confidencias íntimas, experiencia de sus angustias, desolaciones e ideales, vibraciones de su alma al contacto con la divinidad, vivencias de su lucha titánica por llevar a cabo su vocación misionera. Allí muestra su “pedagogía del amor”, pedagogía acomodada a la mente del indígena, que le permite adentrarse en la cultura y el corazón del indio y del negro de nuestro continente. Algunas líneas puntuales pueden ser: • Eclesiología. La Madre Laura centra su Eclesiología en el amor y la obediencia a la Iglesia. Vive para la Iglesia a quien ama entrañablemente, aunque en no pocas ocasiones tuvo que sortear incomprensiones y envidias, malos entendidos, posiciones encontradas con su propuesta. Instituyó para sus hijas una singular fiesta: la Fiesta de la Iglesia, celebrada el 9 de noviembre. • La Pasión de Cristo. Hay una vertiente mística especialísima acerca de su vivencia de la Pasión del Señor a la que
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dedica su obra “manojitos de Mirra”, cuarenta meditaciones para la cuaresma. La Quinta Palabra “sitio”, tengo sed, fue el eje de su espiritualidad: “dos sedientos Dios mío, tú de almas y yo de calmar tu sed” fue su lema. • Eucaristía y vida sacramental: Su faceta eucarística es original. Reconoce con la más viva fe la presencia real de Cristo en el sacramento, sabe y enseña que sin eucaristía es imposible vivir, que sus hijas en la vida consagrada necesitan fortalecerse y alimentarse con el Pan Divino que, a veces, es tan escaso en las selvas remotas en las que heroicamente se encuentran sus “Lauritas” sumando a la privación del Sacramento del Amor, la tristeza de no tener sagrario para sentir de modo más cercano la realidad misteriosa del Señor. Con especial devoción denomina a la Eucaristía “Corazón de Mi Dios y Dios de mi corazón”. Su pensamiento eucarístico está recogido en un libro donde aparecen sus “visitas” al Santísimo. • Hay un conocimiento singular de la Gracia dada por Dios en los Sacramentos y, de modo singular, hace una reflexión sobre el Sacramento del Bautismo en su visita a la fuente de Jericó en la que nació a la fe el mismo día de su nacimiento para la vida. Sabe que Dios se manifiesta como misericordia y esperanza en la celebración de la Reconciliación, a la que acudió con la frecuencia que le permitía su espíritu siempre en movimiento, acatando con obediencia ejemplar las recomendaciones de sus confesores. • Amó con devotísimo fervor el Orden Sagrado. Hay una línea destacadísima que es su concepción del Sacerdocio como revelación del amor de Dios a través de sus elegidos. Su amor por los sacerdotes fue ejemplar. • Supo valorar con altísima estima el Sacramento del Matrimonio. No sólo formó para esta realidad a sus discípulas como maestra, sino que también, sobre todo en la enseñanza dada a sus hijas, hizo de ellas verdaderos apóstoles de
este sacramento, para el que supieron animar a tantísimos, de modo especial en los ambientes hostiles a este signo del amor de Dios en las misiones. • María. Hay un acento especialísimo en la parte de la experiencia mariológica. Madre Laura en la Catedral de Medellín proclamó a la Inmaculada, cuya imagen se venera en la Catedral de Villanueva hoy como “mi madre y mi maestra”. Es una cumbre de doctrina y de piedad su “novena a la Inmaculada” que está ahora en el Manual de Oraciones.
Desenlace de su vida. Esta infatigable misionera, pasó nueve años en silla de ruedas sin dejar su apostolado de la palabra y de la pluma. Después de una larga y penosa agonía, y asistida con el fervor de todos, murió en Medellín el 21 de octubre de 1949. Fue Beatificada en 2004 por el Beato Juan Pablo II. Fue Canonizada por el Papa Francisco el 12 de mayo de 2013.
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LA INCIDENCIA JURÍDICA DEL AMOR CONYUGAL EN EL VÍNCULO MATRIMONIAL Por: Rafael Betancur Machado, Pbro. Vicario Judicial Adjunto - Tribunal Eclesiástico
“El amor, sin ser el consentimiento matrimonial, es quien lo hace posible”.
Toda la enseñanza de Cristo en el evangelio es una predicación sobre el amor, es la base para seguir al Señor y entender su misión y ser en verdad cristianos. Pretendo analizar como el amor es la base y fundamento de vínculo matrimonial y sin embargo no tenemos en la legislación canónica una causal sobre el amor en las sentencia de declaración de nulidad del matrimonio. El legislador nos propone unas causales que nos lleva a mirar las falencias que afectan la convivencia matrimonial en un vínculo que se debió haber establecido supuestamente, desde un pacto para toda la vida desde el amor. El amor mueve al hombre y a la mujer por un principio natural a unirse y formar un vínculo. Tal es el enfoque que encontramos en la segunda parte, capítulo 1, de la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, sobre “la dignidad del Matrimonio y de la familia” y en la Encíclica Humanae vitae (1968) y en la Exhortación apostólica Familiaris consortio (1981) cuyo numeral 11 afirma: “El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todos ser humano”. Palabras que nos recuerdan la primera Encíclica del Beato Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para si mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra el amor, si no lo experimenta y hace propio, si no participa en él vivamente”
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A través de las palabras: “Vió Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gén. 1,31), somos encaminados a entrever en el amor el motivo divino de la Creación. La fuente de la que surge. En efecto, sólo el amor da inicio al bien y se complace en el bien (1 Cor. 13). Pero como quiera que el concepto de donar exija un receptor –unido a quien da por la relación de amor-, capaz de comprender el sentido del don en la llamada de la nada a la existencia, puede hablarse de la creación como don. La soledad originaria del hombre (Gén. 2, 18-21) nos enfrenta a su drama: Ninguno de los seres hasta entonces creados le permite vivir en una relación de recíproco don. Cuando Dios dice: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gén. 2,18), afirma que en soledad el hombre no se realiza totalmente en su esencia personal. El hombre es un ser puesto en comunión, en participación y en encuentro, esta es su esencia antropológica; está creado por naturaleza para “existir para alguien”, es una relación de comunión entre personas. Luego hay un don, que es la característica fundamental de la existencia personal del ser humano, y este don, nace del amor.
El Lugar del amor en el matrimonio. Dentro de la historia de la legislación canónica encontramos varios esquemas para explicar el vínculo matrimonial y resolver sus problemas. La primera gran formulación del matrimonio cristiano se la debemos a San Agustín que defendía la bondad del vínculo apoyándose en tres características principales: el bonum prolis, el bonum fidei y el bonum sacramenti. El concepto del “bonum” tuvo su incidencia como esquema en las Decretales de los Papas, el código de 1917 lo abandonó y tampoco aparece en el nuevo CIC del 1983, su incidencia está como un enfoque complementario en el Cn. 1101 como lo quiso llamar el legislador en el § 2, “la exclusión”. “Si uno de los contrayentes, o ambos, excluye con un acto positivo de la voluntad
el matrimonio mismo, o un elemento esencial del matrimonio una propiedad esencial, contrae inválidamente”. Pero la jurisprudencia se ha servido de los tres bienes para el estudio y validez del matrimonio aunque un sector de la doctrina propende a su arrinconamiento. Gracias a la corriente personalista de los primeros siglos y a los avances del Concilio Vaticano II, se pasa al actual canon 1055§1, que incorpora el bien de los cónyuges. La misma procreación-educación tiene otro matiz, el que le da la paternidad responsable y a la luz a la que ahora se estudia el matrimonio (el nuevo enfoque lo vemos reflejado en la misma sustitución de fin por ordenación). El segundo aspecto de la evolución de los fines es el de su relevancia jurídica. El Código de 1917 fue el primero de los documentos de la Santa Sede en recoger los fines procreativo-educativo, sedativo de la concuspiscencia y de ayuda mutua, jerárquicamente estructurados. Además se incorporó otro esquema: El de la esencia y las propiedades del matrimonio. La consideración de la esencia del matrimonio ha sufrido modificaciones en el decurso de los siglos. Limitándonos al nuestro, constatamos una opinión que la restringía al derecho-obligación de colaborar con el cónyuge a los actos generativos y otra que arranca del Concilio y de las corrientes personalistas. Esta tendencia enfatiza el derecho al consorcio de toda la vida informado por el bien de los cónyuges y la generación de la prole. A este núcleo esencial se refiere el nuevo Cn. 1055§1. Las propiedades esenciales del matrimonio desde un principio las recoge el Código de Derecho Canónico en su cn. 1056: La unidad y la indisolubilidad (que en el matrimonio cristiano obtiene especial firmeza por razón del sacramento). Luego es el amor quien va consolidando el vínculo matrimonial entre un solo varón y una mujer para que siempre estén unidos hasta que la muerte los separe.
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Así lo expresó Juan XXIII en la constitución de convocatoria del Concilio Humanae salutis (25 de Diciembre de 1961). El título de aquella –de extracción bíblica- es fiel reflejo de esta intención. Que el hombre no esté solo y que permanezca unido a su mujer. Pues bien, la Gaudium et spes tiene como nota más característica de su exposición doctrinal sobre el matrimonio y la familia, la importancia que atribuye el amor conyugal. Resulta una tendencia muy sentida en todo el movimiento conciliar, volver a las raíces sin dejarse condicionar por adherencias culturales, emerge una nueva concepción del matrimonio. Podemos aceptar como definición sintética del matrimonio, según la mentalidad conciliar, la de: “Íntima comunidad conyugal de vida y de amor”. Extraída del n. 48, corazón del citado capítulo 1 de la segunda parte del documento. En esa perspectiva bíblica –de la historia de la salvación- la esencia del matrimonio se entiende como autodonación total del uno al otro en vista a una vida en común con Cristo, como comunidad de amor fecundo y de salvación. El Nº 49 de la Gaudium et spes aclara la enseñanza matrimonial del Concilio, pues el matrimonio y el amor conyugal vienen frecuentemente unidos por la doctrina conciliar. El matrimonio responde a las íntimas exigencias del amor conyugal y las consolida. Aunque la jurisprudencia rotal anterior al Concilio Vaticano II tomó en consideración el amor conyugal y le dio relevancia jurídica, por su incidencia en diversos capítulos de nulidad, nunca consideró la falta de amor conyugal como factor determinante de la nulidad de un matrimonio. La primera decisión rotal innovadora, en cuanto que se valía de la communio vitae para fijar el objeto del consentimiento, el Auditor Rotal Anné de 25 de febrero de 1969. Para este auditor el Concilio
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tiene una intencionalidad jurídica cuando declara: “Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina” (Gaudium et spes, n. 48,1). Con estas palabras apunta el derecho y obligación a esta comunidad de vida, que tiene en la íntima unión de las personas su elemento más significativo, en la que varón y mujer se hacen una carne, a la que tiende aquella comunidad de vida como a su culmen, esto denota que el matrimonio es una relación máximamente personal. En la misma dirección se pronuncia otra decisión el Auditor Rotal Fagiolo de 30 de octubre de 1970. En ella se conjuga el principio de que no es la ausencia del amor sino la del consentimiento o su vicio lo que pueden hacer nulo un matrimonio y la relevancia jurídica del amor. Su razonamiento es que la exaltación de la presencia y trascendencia del amor por la doctrina y el magisterio de la Iglesia patentizan que, la norma jurídica de esa misma Iglesia, no puede ignorar la relevancia del amor en el matrimonio. Si esto es verdad, el consentimiento por el que se contrae el matrimonio no puede ser ajeno al amor. De él dimanan, como de su fuente natural, la donación mutua, la comunidad de vida, la unión íntima. Cuando se ha de investigar la validez del consentimiento y su existencia y eficacia, parece necesario investigar el amor por el que la parte contrajo el matrimonio: si estuvo presente y qué quisieron las partes bien recibiendo el derecho sobre el cuerpo bien la comunidad íntima de vida ordenada a la prole, que es el matrimonio. El amor conyugal está conectado con la esencia del matrimonio e incide en ella. Si al matrimonio se llega por razones extrínsecas o incluso meramente
materiales, comporta una deficiencia del objeto del consentimiento. En lugar de la instauración de la comunidad íntima de vida, y por tanto, en lugar de la entrega y aceptación de los derechos conyugales o mutua donación, se busca primeramente otra cosa. Concluye el Auditor Rotal, Fagiolo diciendo que, donde falta el amor conyugal, el consentimiento o no es libre o no es interno o contiene exclusión o limitación del objeto necesario para que haya matrimonio. A pesar de estas iniciativas la gran mayoría delas decisiones posconciliares no otorgan trascendencia jurídica al amor. El Auditor Rotal Egan es buen ejemplo de ello. Su postura podríamos concentrarla en las siguientes proposiciones: La validez del matrimonio depende del consentimiento y la capacidad. Sólo si la falta de amor vicia el primero (simulación)o limita la segunda (por ejemplo por una impotencia relativa), tiene trascendencia jurídica. En cuanto al objeto del consentimiento el amor no juega ningún papel, pues aquél no es más que la entrega y aceptación mutua del derecho perpetuo y exclusivo a los actos de suyo ordenados a la generación. Esto no quita que el amor sea de una gran importancia –como destaca el Magisterio- para que el matrimonio “in facto ese” sea feliz. Puesto que el Derecho se ocupa de un mínimo, el imprescindible para que haya matrimonio, esta virtualidad del amor no tiene reflejo jurídico. Otro tanto cabe decir del Auditor Rotal Pinto. En una decisión de 18 de diciembre de 1979 descarta que el amor sea objeto del consentimiento matrimonial, lo que no disminuye su importancia para determinar la capacidad de los contrayentes así como la mutua perfección de los cónyuges. Entre los autores se constata inmediatamente un vivo interés por el tema. Hay quien rechaza toda trascendencia jurídica del amor en el matrimonio (P. Fedele); otros, con mejor criterio, reconocen que aunque la causa del matrimonio es el consentimiento –que diversifican formalmente del amor-,
no puede haber consentimiento si falta el amor (U. Navarrete y O. Robleda). Hay luego otro grupo de autores que, de igual forma que Fagiolo en su jurisprudencia y en sus obras doctrinales, creen que el amor forma parte del objeto del consentimiento: Los cónyuges al contraer se comprometen a amarse. Aquí es precisa una aclaración. Ese amor a que se obligan el marido y la esposa no es un amor exclusivamente sentimental, sino, como agudamente percibió Kant, un amor asumido por la voluntad. Esta parece ser la mente conciliar y a ella se atienen autores como: J. P. Viladrich y últimamente A. Molina Meliá y M. López Aranda. Tomando en consideración el Derecho matrimonial conciliar, la trascendencia jurídica se evidencia ahora partiendo de lo que se constituye por la alianza matrimonial (cn. 1055 § 1), o sea, un consorcio de toda la vida, en la que una relación interpersonal es esencial y en la que la unidad viene determinada por el amor (en esto la Gaudium et spes es determinante); considerando el primer fin que especifica esta comunidad “bonum coniugum” (c. 1055§1) Ahora bien, ¿cómo puede tenderse al bien de las personas sin partir de una actitud de amor, de respeto, de acogida? Aún más ¿no comprometería seriamente –atentaría contra- el bien de la prole (fin consecutivo del anterior) la falta de amor en la comunidad conyugal? Si se quiere hacer del matrimonio un lugar y un medio apropiados para favorecer el bien de las personas en la línea de su vocación, se ha de asegurar la presencia del amor y de los requisitos que permiten y favorecen su despliegue.
Puntos conflictivos La armonización de los elementos implicados en el matrimonio, tal y como nos lo presenta el Vaticano II, plantea delicadas cuestiones al nuevo Derecho matrimonial. La jurisprudencia y la doctrina científica han señalado éstas: valor jurídico de la Gaudium
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et spes, causa eficiente del matrimonio, valor de los dictámenes periciales en las causas matrimoniales..., pero sobre todo está en juego la preservación del bien de la prole y la validez irrevocable del pacto conyugal. Con respecto a la exclusión del bien del sacramento es muy difícil su prueba si las nupcias se celebraron con verdadero y mutuo amor, si bien no pueden menospreciarse otras circunstancias que pueden incidir en el ánimo de los jueces. Lo que resulta incontestable es que lo que comúnmente mueve a contraer es la inclinación natural de un sexo a otro, tendencia natural que prefiere llamar amor esponsal –propio del matrimonio “in fieri” (al prestar el consentimiento) y del “in facto ese” (por la convivencia misma). Para que su fuerza pueda ser más fácil y completamente presumida hay que distinguir aquel del amor carnal, libidinoso, concupiscible...Lo que advierten el magisterio y la jurisprudencia rotal. Solo el amor esponsal genuino tiende a la perennidad. Consta de una sólida fundamentación y la jurisprudencia rotal lo ha considerado en su doctrina siempre como el amor auténtico que ha favorecido a sobrellevar las obligaciones del matrimonio. Este amor pertenece al género de la donación. La donación que se ocupa de las cosas necesarias y útiles a la obtención de los fines del matrimonio, en cuanto al matrimonio “in fieri”, es el acto del amor, mientras que en el matrimonio “in facto ese”, es el hábito del amor. El juez debe valorar solo pruebas, directas o indirectas, con qué género de amor contrajeron el matrimonio las partes. El defecto del verdadero amor “per se” no prueba la nulidad pero tiene una gran importancia y juega como un indicio de simulación. Todas estas afirmaciones quedan bien probadas jurisprudencialmente. La presencia del amor hace imposible moralmente la exclusión del bien del sacramento. Lo que se ve especialmente en el caso de una exclusión absoluta de la indisolubilidad. Pero
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en el caso de una exclusión hipotética de la indisolubilidad, esta voluntad prevalece por su naturaleza, sobre lo de contraer un verdadero matrimonio. El Auditor Rotal Parisella llega a una conclusión muy interesante: La fuerza y la importancia del amor verdadero defendidas por la perpetua jurisprudencia rotal rigen en cuanto a los bienes del sacramento y de la fe, pero no ordinariamente respecto al de la prole, el actor de una causa pudo excluir la prole, no obstante su ardentísimo amor hacia la otra parte; porque en una de las partes se hallaba en el “eros” (un amor meramente mundano y material) y no el “ágape” (como el amor oblativo, sublime y permanente) como lo insinúa el Papa Benedicto XVI en su Encíclica “Deus caritas est”. Los varones y las mujeres suelen contraer matrimonio perpetuo como por instinto natural y por la naturaleza del verdadero amor esponsal. Ni siquiera es fácil admitir lo contrario en aquellos que están imbuidos de preceptos erróneos acerca del matrimonio. En estos casos de investigarse la causa de la simulación así como la causa de contraer. Si la causa de contraer descansó en el amor verdadero prevaleció sobre la simulación, entonces resulta claro que el amor prevalece sobre la simulación. También se aportan sentencias probatorias al respecto. Una incógnita queda por despejar, ¿según la jurisprudencia, esta gran fuerza del amor, de donde dimana? En la razón congénita y ultima del amor; éste conlleva la perpetuidad del vinculo, y se recoge el principio rotal: “amor limites haud patitur ullos”. Es tan constrictiva la propensión del amor esponsal a la perennidad que, según sicólogos, la duda propia del amante versa sobre si es amado como él ama; pero no si con el amado encontrará la felicidad. El Audutior Rotal Parisella está persuadido de que la jurisprudencia rotal sobre la propensión del amor a la perennidad está especialmente confirmada por los sicólogos y por los canonistas. Pablo VI afrontó la incidencia del amor en la esencia matrimonial en su discurso a la Rota Romana de 9 de febrero de 1976. Aunque allí se dice que “el
amor conyugal como fundamento del vínculo (…) no queda asumido en el campo del derecho”, más que rebajar el planteamiento personalista del magisterio conciliar o incluso que negar la relevancia jurídica del amor conyugal, pretende salvaguardar dos principios del amor cristiano, a saber: 1. El matrimonio se constituye por el consentimiento de las dos partes (es un acto de voluntad). 2. El matrimonio una vez contraído válidamente continúa existiendo en su realidad jurídica por más que el amor desaparezca. A la jurisprudencia más progresiva le asaltó la incertidumbre sobre los componentes de la relación interpersonal o sobre lo requerido para que el matrimonio contraído fuese valido. En un campo tan penetrado de subjetivismo era urgente no dejarse arrebatar esta decisión, con repercusiones jurídicas, por los sicólogos o por los siquiatras. G. Versaldi, vacunado de esta tentación, nos propone como elemento mínimo: “La capacidad del sujeto de distinguirse a sí mismo del objeto así como de tener una imagen clara de sí mismo y del objeto amado, de tal modo que realmente el sujeto se trascienda y sea capaz de sostener una relación verdadera con otra persona, distinta a él”. Si este mínimo lo garantiza el peritaje sicológico, el juez decretará la validez del matrimonio. Cuando falte aquel requisito sicológico, para que un aparente matrimonio se declare nulo, los cánones 1095 Nº3 y 1101 § 2 serán quizá los más socorridos. Vinculado al problema de la fundamentación de una demanda de nulidad está el de la prueba del motivo alegado, en nuestro supuesto, carencia del amor necesario para asumir el matrimonio, pero tampoco podemos enfrentarnos a él. Baste indicar que en caso de apoyarse la demanda en el cn. 1095 Nº 3, se probará la incapacidad inmadurez o escaso desarrollo volitivo-intelectivo, desequilibrios en la personalidad que impiden una auto posesión y una entrega consecutiva…
El cn. 1101 § 2 puede jugar en el sentido de que, demostrada la falta de afecto entre las partes en el momento de consentir, hay que presumir la ficción que encierra la alianza para establecer una estrechísima comunión para toda la vida. En esta hipótesis se ha excluido el matrimonio mismo.
La capacidad aglutinadora del amor En el capítulo de la comprensión jurídica del matrimonio hago ver la intención de evidenciar la insuficiencia de los diferentes esquemas. Al no ser exhaustivo, en su misma formulación, está el germen del que los seguirá. Cada etapa de la historia elaboró, o utilizó con preferencia, uno de los esquemas ¿servirán los herederos para ésta más integral comprensión del matrimonio surgida del concilio? Indudablemente tendrán su aplicación pero haremos mal en dejarnos constreñir por sus presupuestos obsoletos. El mayor inconveniente de encajar el amor conyugal en una de aquellas categorías o en conexión con ellas, ya sea la de la causa, la del objeto del consentimiento o la de fin, es el de aprisionarlo y perder parte de su fuerza expansiva. Su influencia en que haya un autentico consentimiento, un verdadero matrimonio consentido, es decir, una comunidad total de vida especificada por su fin de proyección y enriquecimiento personal no puede eclipsarse, y, sin embargo, ¿esto es todo?. Ciertamente no. Más, para ceñirnos al aspecto jurídico del matrimonio, nos interesa destacar, sobre todo, cómo en él también se puede hablar de la excelencia del amor. De nuevo actúa a la manera de eje vertebrador, de núcleo unificador de todos los elementos que organizan el matrimonio. Precisamente, es desde el amor conyugal y en él que esos elementos cobran sentido. Genial fue la intuición de Pio XI cuando manifestó: “por este mismo amor deben ir informados los restantes derechos y deberes del matrimonio”, y todavía mas lo del concilio vaticano II cuando descubre que la raíz de la indi-
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solubilidad es el amor conyugal, o de la Humanae vitae cuando preservando el bien de la prole dice defender el de la ley interna del amor conyugal. La familiaris consortio no hace otra cosa que consolidar estos logros. El matrimonio no tiene otro objetivo que plasmar y estructurar lo que aquel ya contiene así. Esta presentación del amor conyugal como principio omnipresente en la vida de los esposos es una adquisición de los tiempos mas recientes. El concilio, tras caracterizar el amor conyugal como humano, abarcando el bien de toda persona, enraizado en la voluntad y sanado y elevado por el Señor, se pronuncia así sobre la cuestión: “un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don mutuo y libre de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida”. En efecto, si se parte de la concepción personalista el matrimonio, el amor consiste en la donación que cada conyuge hace al otro de la propia persona, donación aceptada y por esto irrevocable, donación total, y por lo mismo comprensiva también de la capacidad generativa, donación perpetua, y por tanto extendida a la entera existencia de la entrega. Con ello se diafaniza la relación estrecha entre propiedades esenciales, unidad e indisolubilidad y amor. Sin el amor todo el edificio matrimonial se desmorona, sencillamente porque, él es el principio aglutinador de la persona y ésta está en la base del matrimonio y de la familia.
CONCLUSIONES Por todo lo dicho cabe concluir: 1. El amor, sin ser el consentimiento matrimonial, es quien lo hace posible. 2. El amor es la base principal y centro de la vida cristiana. Toda la enseñanza de nuestro Sr. Jesucristo en el evangelio se fundamenta en el mandamiento del amor. 3. En la jurisprudencia canónica no tenemos exclusivamente en el Derecho Matrimonial Canónico una causal propuesta sobre el amor. No encontramos hasta ahora una sentencia de la Rota Romana y de nuestros tribunales de primera y segunda instancia. No encontramos en la legislación canónica en forma específica que nos hable de una causal sobre el amor, más bien tenemos que buscar en los cns. que nos ha fijado el legislador cuales son las causales. El legislador nos ha propuesto 7 cánones fundamentales: tres por el intelecto Cn. 1095 y cuatro por la voluntad; Error 1097, Dolo 1098, Unidad e indisolubilidad 1099, Violencia y miedo grave1103; más el consentimiento simulado Cn. 1101. 4. El amor conyugal, en la medida en que viene emparejado por el Concilio con el matrimonio, es el objeto del consentimiento matrimonial en cuanto que “consensus qui matimoniumfacit, est consensus in matrimonium”. 5. El amor que, como hemos visto tiene sobre toda razón de esencia en el matrimonio, no puede confundirse con los fines. Pero, por la misma estructuración de los fines en relación con la esencia, aquellos nunca se alcanzarán si no hay cierta disposición para ello en la esencia. 6. Las propiedades esenciales del matrimonio están íntimamente correlacionadas con las del amor conyugal. Si no existe el amor conyugal no podemos concebir un auténtico matrimonio canónico.
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MATRIMONIO CATÓLICO ¿DIVORCIO O NULIDAD? Por: Fernando José Mejía Vargas. Pbro1.
Vicario Judicial de la Diócesis de Santa Rosa de Osos.
La Iglesia no puede conceder una nulidad del matrimonio católico sin razones objetivas, no puede conceder una nulidad basada en el mutuo acuerdo de las partes. La Iglesia siempre tiene que hacer el proceso para buscar las razones objetivas o causales para conceder la nulidad, basada en la verdad.
El canon 1095, par 1, del Código de Derecho Canónico describe el matrimonio como “La alianza por la cual el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, elevado por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”. Esta noción describe el matrimonio como institución natural y como sacramento pero entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento. Padre, me preguntó una señora joven en consulta: ¿”Es lo mismo casarse por lo civil que por lo católico”? No es lo mismo, le dije, para quien tiene fe. El matrimonio católico es la institución natural, es el contrato o la alianza elevada a la dignidad de sacramento. El sacramento como acción de Cristo y de la Iglesia es un encuentro personal con Cristo. En el matrimonio sacramento los contrayentes con la bendición de Dios reciben la gracia para ser buenos esposos y buenos padres de familia. Pero esa gracia para ser buenos esposos y buenos padres la reciben el hombre y la mujer (no dos hombres, ni dos mujeres) capaces de un consorcio de toda su vida, que busquen desde su naturaleza el bien físico, espiritual y sobre natural de los dos, la genera1 Francisco J. Mejía Vargas es un Pbro., nacido en Támesis el 22 de abril de 1.932, graduado en Teología y en Derecho Canónico en la Javeriana, ordenado sacerdote en Bogotá el 18 de noviembre de 1.956, vicario parroquial casi un año, Párroco de La Inmaculada de Yarumal, en La Inmaculada y en La Sagrada Familia de Caucasia y en Donmatías, fue presidente del Tribunal Eclesiástico Regional de Medellín, canciller de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, Primer Rector diocesano del Seminario “Santo Tomás de Aquino” de Santa Rosa y desde el 2.006, Vicario Judicial de la Diócesis de Santa Rosa de Osos.
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ción y la educación de la prole. Si estas condiciones de la institución natural no se dan, el matrimonio no es válido y por lo mismo el sacramento tampoco comienza a existir. El sacramento del matrimonio existe si se dan realmente las condiciones naturales de la institución matrimonial. Es lo que manifiesta el canon 1057 en sus parágrafos 1 y 2 – Par 1 “El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que ningún poder humano puede suplir” Par 2 “El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad por el cual el varón y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio”. Lo anterior significa que tampoco es válido el matrimonio cuando no se manifiesta el consentimiento en la forma canónica es decir ante el Obispo diocesano o sacerdotes o diáconos facultados y ante dos testigos, y cuando los contrayentes no son hábiles o sea que tengan impedimento canónico no dispensable o no dispensado. Ahí aparece la posibilidad de la nulidad de un matrimonio y la legitimidad de su declaración por la autoridad legítima. ¿Es lo mismo la nulidad que el divorcio? En los campos específicos de la Iglesia Católica y de Estado, los efectos son muy similares pero las diferencias son enormes. El Estado concede divorcios legítima o ilegítimamente y la sociedad los considera legales.
¿Una persona a quien el Estado le da el divorcio de un matrimonio católico puede volverse a casar? Sí, pero únicamente por lo civil. El art. 7 del Concordato vigente entre la Iglesia Católica y el Estado dice: “El Estado reconoce plenos efectos civiles al matrimonio celebrado de conformidad con las normas del derecho Canónico”. Fijémonos bien que el texto dice que el Estado reconoce plenos efectos civiles al matrimonio católico, no que los da. Es distinto, ¿verdad? Cuando el Estado da el divorcio del matrimonio católico, no entra a estudiar lo referente al vínculo, para lo cual lógicamente no es competente, sino que declara que cesan los efectos civiles del matrimonio que había reconocido. De ahí que quien obtiene la cesación de los efectos civiles puede casarse nuevamente pero sólo por lo civil. Otra gran diferencia es que el Estado puede conceder un divorcio por mutuo acuerdo de las partes, sin que presenten otra razón que estar separados hace X años. La Iglesia no puede conceder una nulidad del matrimonio católico sin razones objetivas, no puede conceder una nulidad basada en el mutuo acuerdo de las partes. La Iglesia siempre tiene que hacer el proceso para buscar las razones objetivas o causales para conceder la nulidad, basada en la verdad.
La Iglesia concede nulidad del matrimonio católico pero únicamente declara la nulidad de un matrimonio nulo, nunca hace nulo un matrimonio válido. Por eso la declaración de la nulidad de un matrimonio no va contra los principios de la Iglesia católica que ha confesado y sigue confesando lo que manifiesta Cristo en el Evangelio de San Mateo 19, 3-6: “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
La Iglesia tiene que examinar el matrimonio desde antes de la celebración y en la celebración misma para darse cuenta de si ese matrimonio podía realizarse válidamente o no. La convivencia matrimonial sirve como manifestación, en ocasiones muy clara, de lo que eran los contrayentes antes de casarse. Pensemos por ejemplo en que los inmaduros no dejen de ser inmaduros por la celebración del matrimonio, en que los borrachos o los irresponsables no dejan de serlo por casarse aunque lo hayan prometido mil veces antes de casarse.
Entonces ¿una persona a quien le han declarado la nulidad de un matrimonio católico puede volverse a casar por lo católico? Sí puede desde que sea idónea para el matrimonio.
La Iglesia puede llegar a la certeza moral de que un matrimonio fue nulo desde su celebración y entonces, puede declararlo nulo. Y esto siguiendo el proceso señalado en el Código de Derecho Canónico.
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