Del 5 al 11 de mayo de 2014 / No. 463 UN REGALO DE DIOS A LA IGLESIA
Hemos vivido la semana pasada, con alegría y agradecimiento, la canonización de San Juan XXIII y San Juan Pablo II, dos Papas muy cercanos a nosotros. No ha faltado en los medios de comunicación la polémica, queriendo enfrentar el “progresista” con el “conservador”. Son reduccionismos muy pobres, que empiezan por ignorar que no se ha canonizado su pontificado sino su vida de heroico seguimiento de Cristo. Eran hombres de capacidades superiores: el Papa Juan, especialmente, por la sabiduría de su corazón y el Papa Juan Pablo, entre muchas dotes, por su fe y su ardor pastoral; pero para ninguno de los dos la vida fue fácil. San Juan XXIII, hijo de una familia pobre y humilde, debió enfrentar privaciones y grandes dificultades desde niño, su trabajo en las Nunciaturas fue espinoso, lo rodearon desconfianzas y oposiciones en su pontificado. San Juan Pablo II padeció la orfandad desde temprana edad y vivió las duras situaciones de su país bajo el régimen comunista, pasó por muchos sufrimientos en sus viajes y en sus enfermedades. Sin embargo, ambos le entregaron la vida a Dios y Dios hizo en ellos maravillas. En tiempos apasionantes pero ciertamente muy difíciles, ellos han sido un verdadero regalo de Dios para la Iglesia y para el mundo. Juan XXIII se asomó a la ventana de la historia y, constatando que los hombres hemos sido capaces de lo mejor y de lo peor, de grandes avances científicos y de terribles retrocesos morales, invitó a la Iglesia a renovarse y a salir para inyectar la luz y la fuerza del Evangelio en las venas del mundo. Juan Pablo II llamó a la Iglesia, atemorizada tal vez por sus propios espantos, a no tener miedo y la lanzó a la nueva evangelización pidiéndole abrir las puertas a Cristo, que no la dejaría a la deriva. Ambos nos mostraron que
Día del Buen Pastor
cuando dejamos intervenir a Dios, él hace obras grandes que producen la salvación y llenan de esperanza el corazón. Juan XXIII, con la audacia de convocar el Concilio Vaticano II, sacó a la Iglesia del letargo y del enclaustramiento en sí misma para que se actualizara y cumpliera adecuadamente su misión en el mundo. Juan Pablo II con gran osadía, como testigo de Cristo redentor del hombre y revelación de la misericordia de Dios, puso el mensaje confiado a la Iglesia en todos los ámbitos y areópagos de la sociedad. Dos nuevos santos de nuestro tiempo, hombres con recia personalidad y grandes decisiones a lo largo de su vida. Dos cristianos universales, esclarecidos en su profundo amor a Dios y a todos los hombres. Dos servidores de la humanidad que han defendido la causa de la dignidad de la persona, de la paz, de la libertad y de la justicia. Estos dos Papas son una obra maestra del Espíritu Santo, una muestra de lo que logra el Evangelio en un ser humano, un llamado a que continuemos la tarea de renovar la Iglesia, un acicate para que nos dediquemos seriamente a la evangelización que comienza por nuestra propia santificación. Al agradecerle a Dios estos dos Pastores, a través de los cuales nos ha guiado en esta época de turbulencias y de cambios, debemos alegrarnos con lo que decía Benedicto XVI: “La Iglesia está viva, la Iglesia es joven, la Iglesia lleva en su seno el futuro de la humanidad”. Y debemos mantenernos en la certeza de Juan Pablo II: “El Espíritu Santo habita en la Iglesia…, guía a la Iglesia a la verdad de la fe…, con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia…y la conduce a la unión consumada con Cristo”.
Congreso ESPAC
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