El Semanario Arquidiocesano 420

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Del 4 al 10 de junio de 2013 / No. 420 Año 10 / ISSN: 2027-9205

REDESCUBRIR EL SACERDOCIO Las “fiestas del Señor” que celebramos al concluir el ciclo pascual, nos permiten acercarnos desde diversos ángulos al misterio de Cristo. Lo contemplamos en la vida íntima de la Santísima Trinidad, lo vemos entregado para dar vida y crear unidad en el Corpus Christi, lo experimentamos revelación del amor de Dios en la solemnidad del Sagrado Corazón, lo reconocemos puente entre la tierra y el cielo al honrarlo como Sumo y Eterno Sacerdote. Contemplar y celebrar a Cristo es para todo cristiano la ocasión de encontrarse con su identidad más profunda y con su misión propia. Pero de un modo especial es un llamado a redescubrirnos los que hemos recibido el sacerdocio ministerial. Hoy, cuando atravesamos un “cambio de época” y las seguridades de antes no resultan tan claras, la vida del sacerdote se ha vuelto más compleja, su ministerio enfrenta grandes desafíos en un contexto de mutación cultural y se requiere tener muy definidas la identidad y ubicación en el mundo para que no perder el sentido de la vida, la unidad profunda del ser y la eficacia apostólica. Digámoslo de una vez, ser sacerdote es cuestión de fe, pues nos encontrarnos con la realidad profunda del “misterio” en nosotros mismos. Creemos que obramos “in persona Christi” y la gente nos busca, precisamente, no por los servicios que le prestamos, sino por lo que representamos como “ministros de Dios”. En la mentalidad del pueblo, el servicio pastoral del sacerdote puede estar rodeado de apreciaciones, exigencias y expectativas desmesuradas. Esto es un indicador inequívoco de la necesidad que el mundo tiene de nuestra presencia y de nuestra misión. Pero tenemos que cuidar que el afán de responder no nos lleve a atomizar en múltiples actividades nuestro ministerio perdiendo el núcleo de identidad personal que supera los trajines y avatares de la vida diaria. Por multiplicarnos en servicios y por actuar de acuerdo con los estímulos psicológicos y culturales, podemos dilapidar, imperceptiblemente, el tesoro de vida y de fe que debemos ofrecerle a la Iglesia y al mundo. Esto no significa que para preservar nuestro sentido y unidad de vida tengamos que encerrarnos en un invernadero, sino que debemos estar atentos para no por malgastar por

Marcha de la Fe y el Amor

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ingenuidad, imprevisión o descuido, el don escondido que llevamos dentro por el bautismo y la ordenación. El secreto es percibir y dejar actuar en nosotros la presencia gozosa, pacificadora y unificadora del Espíritu Santo. Él es quien, como en Jesús, está sobre nosotros y nos envía a anunciar la buena noticia, a sanar a los enfermos, a liberar a los cautivos y a anunciar a todos un tiempo de gracias (cf Lc 4,16-22). Él es quien nos ayuda a situarnos frente a la diversidad de personas, culturas y desafíos (cf He 2,1-13; 10,34-36). El Espíritu de Dios es quien traza y abre caminos, quien alivia nuestra “carga pastoral”, quien construye y conduce la comunidad, quien nos guía y no deja apagar la esperanza en medio de las dificultades y oscuridades, quien hace fecunda la siembra del Evangelio (cf Jn 16,13). Es así como, conducidos por el Espíritu, seguimos y prolongamos a Cristo para que el Padre reine en todos. De esta manera, situamos nuestro ministerio en el seno de la Trinidad y en su proyecto en el mundo. Es así como superamos el rutinario “hacer y responder” de acuerdo con los servicios que nos piden, para situarnos en el orden pneumático, eclesial y salvífico. Es decir, en el ámbito teologal de la fe, del amor y de la esperanza. Para ello es necesario cultivar y enriquecer creativamente los tiempos de silencio y oración contemplativa, permitirle a la Palabra que penetre como espada hasta lo íntimo de nuestro ser, dejar que el misterio fascinante de Dios nos sorprenda en cada Eucaristía, experimentar realmente la fraternidad y la comunión eclesial, crecer en pasión y ardor pastoral. En medio del agobio de la vida, la tristeza de la violencia que no termina, el desencanto frente al egoísmo que no permite instaurar la civilización del amor, los sacerdotes tenemos tantos motivos y tantos recursos para mantenernos agradecidos por la elección de Dios en nosotros, felices por prolongar hoy a Cristo, entusiasmados ante la tarea que se nos ha confiado de entregarle la vida nueva al mundo.

Reunión del Clero

Campaña Diezmos

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