Del 14 al 27 de abril de 2014 / No. 461 “A ESTE JESÚS LO RESUCITÓ DIOS”
En los comienzos de la predicación apostólica, nos encontramos con una vigorosa y convencida proclamación de Pedro: "A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos" (Act 2, 32). A lo largo de dos mil años, la Iglesia no ha dejado de dar este impresionante testimonio ante el mundo. Lo ha hecho con su palabra en todos los ambientes y contextos, lo ha hecho con sus obras en diversos campos y servicios, lo ha hecho con la vida de los que han sido santos y con la sangre de los que han mantenido la fe hasta el martirio.
Esta experiencia y esta vida no pueden quedar circunscritas al ámbito estrictamente personal. Deben difundirse como una luz que no puede no alumbrar. El Concilio Vaticano II ha recordado explícitamente, en este sentido, la misión de todos los bautizados: "Cada laico debe ser ante el mundo un testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús" (LG 38). Dar testimonio implica asegurar un hecho sobre el que se tiene una certeza personal. Así han actuado los apóstoles, las piadosas mujeres y todos los santos que se han encontrado con Cristo.
El anuncio de la Resurrección debe llevarnos, ante todo, a una experiencia profunda de que Cristo está vivo, acompaña su comunidad y se nos presenta como nuestro verdadero futuro. Cada uno de los cristianos, apoyándonos en la tradición histórica y especialmente en las certezas de la fe, debe sentir a Cristo como el eterno Viviente, que nos llena de luz y nos atrae hacia su plenitud. Y esta experiencia debe generar en nosotros una nueva vida. No puede vivir como cualquier persona quien cree en la Resurrección de Cristo.
El verdadero cristiano es como un “Evangelio vivo”. No es el discípulo indiferente de una doctrina lejana en el tiempo y extraña a la realidad que vive; no es el repetidor de fórmulas que no entiende y que no le sirven. El auténtico cristiano es el que puede asegurar que Cristo está vivo, que el Evangelio es la respuesta a todos los interrogantes humanos, que la vida eterna ha comenzado y que la esperanza es posible (cf 1 Pe 3,15). Este testimonio resulta indispensable en un momento en que abunda la confusión y se eclipsan valores esenciales.
La vida renovada que brota de la Resurrección debe caracterizarse por la seguridad que da la victoria del Señor sobre el mal y sobre la muerte, debe estar marcada por la comunión con todos los que recibimos la gracia de la misma fe, debe expresarse en un amor generoso que al entregarnos va produciendo la vida nueva que esperamos, debe llevar a una gran libertad frente a los bienes de la tierra, debe mostrar la alegría de estar en la verdad y en lo definitivo, debe estar llena de esperanza porque el porvenir de la humanidad es Dios.
Porque nosotros tenemos esta experiencia y esta vida y esta misión, sabemos que estamos en la hora de los cristianos auténticos, maduros en la fe, audaces en la esperanza, capaces de amar, alegres de ser testigos. Esta es la hora en que muchos de nuestros hermanos se esfuerzan, con sacrificios e intrepidez, por vivir este compromiso y algunos, también hoy, hasta el martirio. Deseándole a todos los miembros de la Arquidiócesis de Medellín que entremos en esta vida y asumamos este testimonio a los que nos impulsa la Resurrección del Señor, les deseo a todos una feliz Pascua.
Felices Pascuas
Campaña de Cuaresma Pág.2
Viernes Santo
Pág.7
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