Jairo Medina Chaves Margarita Medina Vanegas
Arnoldo, El Loco So単ador
JAIRO MEDINA – MARGARTA MEDINA
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ARNOLDO EL LOCO SOÑADOR
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CAPITULO I – Los Elefantes de Rayas de la Banda de los Elefantes Prisioneros
Arnoldo, es un niño de 10 años, vive en una casa en el campo, lejos del ruido y la contaminación de la ciudad. A él le gusta mucho salir de paseo a una colina cercana, se recuesta sobre el césped y se dispone a hacer lo que más le gusta hacer… mirar las nubes y encontrar formas en ellas. Mientras lo hace, toma del césped una ramita para masticar… no sabe a nada, pero le gusta hacer eso, y además le ayuda a encontrar formas en las nubes mucho mas rápido. Lo primero que Arnoldo vio alguna vez, fueron unos elefantes. Grandes, gordos, barrigones, con orejas enormes que asustarían a cualquiera, menos a él. Pero lo más extraño que tenían esos animalotes, eran las extrañas rayas en su cuerpo. Rayas blancas y negras, que hacían parecer a estos elefantes como recién salidos de la prisión. Y Así fue como a Arnoldo se le ocurrió el nombre para bautizarlos “Los Elefantes de Rayas de la Banda de los Elefantes Prisioneros” Estos elefantes se le aparecían casi siempre de primero, en sus viajes imaginarios por las nubes. Muy puntualotes aparecían marchando, bailando, comiendo, o tocando
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una canción de trompeta con sus largos mocos… no es grosería, así se llama a la trompa de los elefantes, o al menos eso creo. Y con sus trompas, sus camisas de rayas y sus grandes cuerpos, esos elefantes aparecían en cada cielo que Arnoldo miraba. A veces solo él podía ver sus formas en las nubes, a veces alguien más, pero con sus indicaciones: Mira esa es la nariz, aquella es la cola, y esa grande es su rechoncha pancita. Eran sus amigos, sus compañeros de juego, y parte importante de su vida de niño.
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CAPITULO II – Arnoldo conoce a Saltapanzas
Al principio Arnoldo andaba solo en sus elevadas imaginatas -algo así como caminatas imaginarias -, pero un día mientras observaba el cielo en busca de alguna cosa rara, sintió un extraño calor en su mano. Algo que lo tocaba, pero no era una lombriz, por que él las había tocado antes y eran húmedas y babosas, no era una cucaracha, por que no se sentían esas patas llenas de pelitos que picaban, no era una serpiente, por que no era lisa ni se sentían sus suaves escamas, no era un ratón, pues no tenía pelos ni bigotes. Ese calor lo había sentido alguna vez, pero hacia mucho tiempo y le traía muy gratos recuerdos. No quería mirar pues le daba un poco de susto aquella sensación. Fuera lo que fuera, lo tocaba y le hacia cosquillas… lo que fuera empezaba a gustarle, aunque el susto era terrible. Lo que fuera le hacia sentir mariposas en el estómago, lo que fuera lo agarró fuertemente y al mismo tiempo se escucharon estas palabras: “¿Puedo acompañarte?“. El no quería dejar de mirar el cielo, sus nubes, sus elefantes, pero la curiosidad pudo más, y miró. El rostro de una niña estaba ante sus ojos, de piel color canela, ojos negros y muy grandes, cabello negro no muy largo, vestida poco usual – usaba falda y pantalón al mismo tiempo- y una sonrisa que lo deslumbró un poco más que las nubes que tanto le gustan (solo un poco).
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Mi nombre es Saltapanzas, y ¿cual es el Tuyo? Yo… eee… mmm… Arnoldo, mi nombre es Arnoldo, respondió tartamudeando. ¿Que haces por aquí?, preguntó Saltapanzas. Yo observo las nubes en busca de cosas. ¿Qué tipo de cosas buscas? Preguntó muy curiosa Saltapanzas. Tanta pregunta estaba impacientando a Arnoldo, que adoraba el silencio. Cosas, solo cosas, respondió Arnoldo refunfuñando. ¿Cómo aquellos elefantes panzones que se ven ahí arriba?, preguntó Saltapanzas mientras señalaba el punto exacto donde Arnoldo veía sus elefantes. Arnoldo no lo podía creer. Ella también veía sus elefantes, y justo donde él los encontraba. Saltapanzas sin preguntar, se recostó a su lado y juntos se pusieron a ver las nubes, a mirar elefantes, a buscar formas, cosas de niños, cosas importantes. Desde ese día se volvieron inseparables observadores de nubes. Pasaban largo rato mirando el cielo en busca de animales, plantas, planetas, flores y mares. Hablaban poco pero no necesitaban muchas palabras para saber que lo que querían era lo mismo. Solo se recostaban en la colina favorita de Arnoldo, se tomaban de la mano, tomaban una ramita de pasto para masticar y se perdían juntos en las nubes en busca de figuras.
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CAPITULO cuadrados.
III
–
La
pesadilla
de
los
Un día mientras observaban el cielo, muy cómodamente recostados en su colina favorita, Saltapanzas vio algo muy extraño en el cielo. Miró de reojo a Arnoldo y en ese mismo instante él la miró a ella con cara de asombro, pues él también había visto exactamente lo mismo. ¿Viste eso? Preguntaron al unísono. Si! Contestaron de igual forma. Lo que habían visto era de lo más extraño, un hipopótamo. Pero no uno cualquiera. Este era gordo, grande, con colmillos gigantes, patas gruesas y muy cortas, orejas pequeñas y peludas, ojos saltones con pestañas largas. Se notaba solo con verlo que era de muy mal humor. ¿Eso no te parece extraño? Pues lo verdaderamente extraño era que venia con una piel muy extraña. No era como la de los hipopótamos que Tú conoces. Tampoco era de rayas, como la de los elefantes de Arnoldo. La piel de estos animalotes era de cuadrados, como un tablero de ajedrez. Saltapanzas estaba asustada de ver algo tan extraño. Arnoldo no se quedaba atrás, pero aún con miedo se levantó, tomó a Saltapanzas de la mano y salieron corriendo tras la nube hipopótamo.
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A medida que corrían detrás del hipopótamo, el campo quedaba lleno de cuadrados, el riachuelo cercano se convirtió también en cuadrados y hasta los peces tenían cuadrados en su piel. Los árboles con sus gruesos troncos, llenos de cuadrados, parecían muy extraños y Arnoldo y Saltapanzas estaban dispuestos a ver que era lo que sucedía. Caminaron mucho, casi hasta donde se oculta el sol. Estaban cansados y se detuvieron un rato a descansar. Entre los arbustos –también llenos de cuadrados- se escuchó un ruido. Era un venado, se quedó mirándolos fijamente, su piel era lo único que no tenía cuadrados en ese sitio. Se acercó a ellos muy despacio y les dijo al oído: “Es hora de almorzar” Arnoldo y Saltapanzas al escuchar esto se despertaron, y vieron a la mamá de Saltapanzas que les traía un rico cesto lleno de comida. Los cuadrados ya no estaban… Todo había sido una pesadilla.
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CAPITULO IV – Arnoldo conoce el mar.
En un bus, muy de noche, Arnoldo va rumbo a la costa con su familia. Va mirando por la ventanilla mientras sombras fugaces pasan a toda velocidad. No se distingue bien si son árboles, casas o montañas. Eso molesta un poco a Arnoldo quien siempre busca figuras en el cielo. Finalmente el sueño lo vence y sus ojos se cierran. Duerme por horas arrullado por el movimiento del bus. Al despertar todo está iluminado, mira por la ventana y ve una gran montaña a lo lejos. ¿Papá todavía falta mucho por llegar? – Pregunta Arnoldo. Su papá le da una palmadita en la cabeza y le dice: Paciencia hijo, ya casi. Arnoldo por alguna razón no puede despegar la vista de la ventana del bus. De pronto a lo lejos, ve algo bastante extraño. Su cielo que tanto quiere se hace más y más grande y la montaña que antes veía grande se hace más y más pequeña. En un momento ya no hay montaña y la tierra se desaparece ante sus ojos. Ahora ve dos cielos, el de siempre y uno nuevo, más oscuro, más inmenso. También tiene nubes, también es azul, pero esta abajo, y como lo notaría luego, muy diferente. Arnoldo tiene sus ojos fijos en esa inmensidad. Mira fijamente como si todo se
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fuera a desaparecer de un momento a otro, tratando de conservar lo mas posible en la memoria por si desaparece. Entre más cerca esta el bus del mar, mas inmenso se ve. Por alguna razón se ve más poderoso que su amado cielo. Finalmente el bus se detiene a pocos metros de aquel nuevo integrante de su vida, el mar. Arnoldo sale corriendo y sus pies descalzos pisan por primera vez la arena suave y caliente de la playa. Sus pies arden y empieza a dar saltos rápidos para no quemarse. Llega a la playa húmeda, siente el olor del mar, las aves en el cielo, gaviotas, albatros, pelícanos. En la playa hay mucha actividad de pequeños cangrejos que levantan sus pinzas como saludando a Arnoldo. Pero él no las nota mucho, su vista está fija en la inmensidad del mar. Una ola avanza a la playa y la tibia agua toca sus pies. Ahhhh que rica sensación. Que maravilla! Arnoldo esta feliz. Con cuidado mete su cuerpo en el agua, primero los pies, las piernas, el cuerpo y finalmente la cabeza. Aghhhh, está salada el agua! – Dice Arnoldo. Pero mas tarda en decir eso, que en zambullirse de nuevo. Nadando y jugando en el mar, su nuevo amigo.
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