Los cuentos de Jackie y de Rose un regalo para sus ni単os Jackie Garnier y Rose Mary Tejedor
Volver a la magia…………………..3 Los cuentos de Jackie……………..5 El candado que aprendió a sonreír..6 La enredadera soñadora…………...8 La tijera sin filo……………………..9 La almohada de Juan……………...12 Los cuentos de Rose………………15 El cactus asustado…………………16 Reencuentro con papá…………….17 Un castillo no tan encantado………23 El jardín mágico de abuela Yiya…….31
Derechos reservados: Jackie Garnier y Rose Mary Tejedor Edición y diseño: Marcela Valdeavellano mvaldeavellano@arteresponsable.com
Volver a la magia Comencé a trabajar con Rose Mary Tejedor y con Jackie Garnier hace apenas seis meses dentro del “Programa de Coaching para Desarrollo del Potencial Creativo” que imparto desde hace quince años. Sin embargo, mi experiencia se remonta a muchos años atrás, cuando entre otras iniciativas, trabajé con el Proyecto Interamericano de Literatura Infantil de la O.E.A. con sede en Venezuela y dirigido por Luis Tejada, con quien establecimos un certamen centroamericano de cuento infantil auspiciado por Extensión Universitaria de la Universidad de San Carlos de Guatemala , -donde yo fungía como Directora Creativa,- y Editorial Piedra Santa, dirigida por Irene Piedra Santa, con quien trabajamos la colección de proyección folklórica de segundo grado, “Colorín Colorado”, además de publicar varios cuentos e ilustraciones en la Coedición Latinoamericana de UNESCO -CERLAL: “Cuentos de espantos y aparecidos” y “Cuentos y leyendas de amor para niños”. A partir de entonces, identifiqué el cuento para niños como un medio idóneo para romper el dique que levanta la cultura hegemónica sobre la creatividad, con la excusa de las supuestas ventajas que otorga la especialización en profesiones y oficios de toda índole. Jackie y Rose se sentían “señoras que pintan” y deseaban remontar ese estadio de pintoras domésticas. Jackie cuenta con un Bachillerato en Pintura de la Universidad de Costa Rica y se ha dedicado al realismo utilizando pastel y óleo. Rose es arquitecta de profesión y comenzó a pintar también de forma realista, que es el sistema que la mayoría elige “porque lo entiende” y sólo exige el aprendizaje de una técnica, pero ellas querían ir más allá. Les planteé desde el principio que teníamos que romper los sistemas de pensamiento tradicional para que experimentaran otras vías de expresión que les permitieran descubrir las áreas ciegas de sí mismas,
aquellos focos de talento jamás imaginados que nos condujeran a explorar nuevas vías, no sólo en las artes visuales, sino en muchos otros medios. Experimentaron varias rutas, entre ellas las cajas de Cornell y las historias de vida, indagamos en su psicogenealogía y practicamos el pensamiento sistémico hasta que recalamos en los cuentos para niños, una manera de ponernos en contacto con nuestro niño interior y dejar fluir toda la magia del inconsciente. Los lectores infantiles serán el mejor juez en relación a esta incursión en las letras de Rose y Jackie, pero yo debo adelantarles a ustedes, lectores adultos, que si bien cada una enfiló su narrativa por diferentes rumbos, las dos han dado muestras de un talento fresco y a punto para continuar en la ruta. Jackie hasta hoy, se decanta por lo inanimado y dota de vida y peculiares personalidades a diferentes utensilios, - lo que responde probablemente a su elección de temas pictóricos, que generalmente son espacios domésticos, plantas o puertas y paredes viejas.– Su intención es la de comunicar las ventajas del trabajo en equipo, de la amistad, la unidad y el servicio. Rose, por ahora, prefiere los personajes y anécdotas familiares, una manera de ir reconociendo la magia de lo cotidiano y la aventura imaginaria en situaciones que se han presentado con sus seres queridos. Y digo “hasta hoy” y “por ahora”, porque estas noveles escritoras apenas se inician y ya han sido seleccionadas en sendos certámenes internacionales de literatura infantil, por lo que les auguro trascendencia en este sentido, o quizás este sea sólo un primer paso para otros descubrimientos en muchas otras modalidades expresivas, ya que las técnicas, cualquiera las aprende, pero romper paradigmas y pensar diferente, requiere de valor y confianza para encontrar la magia en nuestro interior, cualidades que les sobran a Jackie y a Rose. Marcela Valdeavellano Coach para el Desarrollo del Potencial Creativo mvaldeavellano@arteresponsable.com
Los cuentos de Jackie
El candado que aprendió a sonreír Esta es la historia de un candado llamado Yale que vivía cerrado en el portón del jardín de una vieja casa. Él pasaba solo y siempre callado, por lo general fingía estar dormido para que nadie le hablara, sobre todo las escandalosas y juguetonas llaves que siempre estaban en la calle tintineando, ellas acostumbraban a jugar “quedó”, también les encantaba jugar “escondido”, porque entonces los dueños de la casa gritaban desesperados: -¿dónde dejé las llaves?- y ellas se reían entre dientes. Jugaban también rayuela, brincando en su único pie, y así un sinnúmero de chistosos juegos. Como se divertían tanto, chocando unas contra otras y sonando “tilín tilín”, hacían mucho ruido y esto le molestaba muchísimo al candado que se cerraba cada vez más fuertemente, en su portón. Ellas eran muy alegres, entre ellas estaba la llave dorada, que abría el tocador donde mamá guarda sus anillos; la llave negra, que es muy larga y dicen que es muy viejita, pues ya ni se acuerda qué cerradura o candado abre ella, pero es igual de juguetona y ruidosa que las demás. La llave plateada es redondita y bajita, abre la puerta del frente y sus hermanas, tan parlanchinas, abren los cuartos de la casa y se pasan el día dentro del bolsillo de papá o de la cartera de mamá, chismeando sobre lo que han visto cuando abren la puerta de sus respectivas habitaciones y riéndose “tilín, tilín” junto con la llave del carro de mamá.
Un día, jugando “escondido,” la llave dorada se ocultó detrás del basurero verde, cerca del portón en donde estaba Yale el candado, y al verlo tan serio, le preguntó: “-Candado, ¿por qué te gusta estar tan solo? Siempre te hacés el dormido, ¿no te gustaría que alguna de nosotras te abriera para que vinieras a jugar con otros candados que se mantienen con la boca abierta de tanto reírse con nosotras? Así podrías gozar de tu vida, en lugar de estar aquí, siempre aislado y lejano.” Yale guardó unos minutos de silencio y con su cara muy seria pensó que total, en ese portón pasaba mucho frío, le llovía siempre encima y ya se estaba oxidando, ¿qué podía perder con intentarlo? Así fue como aceptó la invitación de la llave dorada, la que corrió haciendo “tilín tilín” a traer a las demás, y todas vinieron a probar suerte; una a una intentó abrir aquel duro y oxidado candado hasta que ¡click! fue la llave negra la que pudo abrir a Yale, quien desde entonces recuperó su alegría y ahora anda siempre con esa llave dando vueltas, jugando los felices juegos de las llaves ruidosas; lo único que no le gusta es chismear con las llaves plateadas de las habitaciones, prefiere jugar “escondido” con la dorada, la negra y la gordita de la puerta de calle, para reírse cuando mamá comienza a reclamar, -¿pero dónde dejé las llaves y el candado?, ¡ayúdenme a buscarlos!-.
La enredadera soñadora Había una vez una planta enredadera que soñaba con crecer y crecer y crecer, porque quería tocar el sol del día y por la noche jugar con las estrellas. Pero ¿cómo hacía para subir hasta allá? Entonces le dijo a su árbol amigo: -¡Oíme laurel!, ¿vos me ayudarías a trepar hasta el cielo?- Y el laurel inclinó su copa para decirle que sí. Entonces la trepadora se agarró muy fuerte con su tallo al tronco del árbol y se fue enroscando lo más rápido que pudo hasta llegar al dosel y ya estando ahí, trató de continuar subiendo hasta el cielo, pero por más que tiraba sus hojitas hacia arriba no conseguía pasar de la última rama de su amigo, a la que estaba enroscada. El laurel notó la desesperación de la enredadera por alcanzar el sol, porque las estrellas la vieran, porque las nubes la llevaran, y entonces le pidió: -Amiga enredadera, ¡no te enredés la vida! Quédate aquí conmigo y abrazame más fuerte. Fue entonces que la enredadera se dio cuenta que la verdadera felicidad era ese cariño cercano del amigo querido y que los sueños imposibles pueden a veces enredarnos la vida.
La tijera sin filo Esta es la historia de una tijera que vivía con sus amigos, los materiales de trabajo en una escuela. Para ser más específica, la tijera vivía en un salón de trabajo de niños de preescolar y ahí, durante el día, las manitas curiosas y creativas metían sus deditos entre sus bracitos redondos para recortar cosas tan coloridas y bonitas para adornar su salón de clases. Tijera era muy activa, era pequeña, plástica, de color rosado fosforescente, con su tornillo de engranaje color verde y su punta redonda y fuerte de acero, la seguían detrás los lápices de colores, que eran altos y flacuchos, de colores vivos y brillantes, siempre subiéndose unos sobre otros y escondiéndose cuando las manitas de los niños buscaban algún color en especial. Junto a ellos, siempre estaba borrador, quien era redondo y regordete, un poquito cansado y sucio pero simpaticón; a su lado, rojo y brillante, se sentaba sacapuntas: muy serio y exigente, se mostraba siempre rectangular, frío y un poco testarudo, a veces quebrando las puntas de los lápices cuando entran chatos y romos a su máquina. Las hojas de papel, aunque amigas, se sentían muy elegantes y trataban de mantenerse alejadas de ese grupito, para que en su entusiasmo ni las mancharan ni las cortaran. Ellas eran blancas y limpias como la nieve, pero la goma, como era la más pegajosa de todos, no les permitía ir muy lejos; y para terminar la regla, la más firme, correcta y transparente que se haya visto.
Todos eran muy unidos, a pesar de sus diferentes maneras de ser, y tenían claro cuán necesarios eran los unos para los otros, pues debían funcionar muy bien para que los trabajos manuales de los niños quedaran maravillosos. Un día muy atareado, en el que no daban abasto porque tenían que colorear, marcar, medir, recortar, pegar, borrar, doblar y todo lo demás, se dieron cuenta que los niños se estaban retrasando porque Tijera estaba muy lenta y no recortaba como siempre, arrollando el papel y trabándose. Tijera, muy preocupada se explicó agitada: -“¡es que me quedé sin filo!”-. “- ¿Qué vamos a hacer?-“, Se preguntaron todos, mirándose asustados; entonces borrador, limpiándose la cara recomendó: -“¡voy a buscar rápido a piedrita lijadora!”- y girando sobre sí mismo y brincando por el piso, borrador salió de salto en salto al recreo a buscarla, para que sin más retraso viniera a ayudar a Tijera. Regla sirvió de puente entre las gradas del corredor al patio, para que las cruzara borrador y las hojas de papel volaron para distraer a la maestra, mientras crayones caían por el piso para que los niños no vieran a borrador rebotando y buscando a piedrita.
Una vez la hubo encontrado, corrieron juntos hasta el aula donde estaba Tijera sintiéndose tan mal, y escondidos detrás de los basureros la ayudaron a afilarse sus patitas de acero, quedando estas como nuevas, mejor que nunca. Los amigos se felicitaron entre sí por la pronta solución, y así fue como los niños lograron terminar sus proyectos para decorar las paredes de su aula. Esa noche, los materiales pudieron descansar, después del duro día que tuvieron, sintiéndose unidos y satisfechos, porque trabajando en equipo, lograron resolver el inconveniente de Tijera, para que los niños terminaran sus dibujos y tarjetas de Navidad, que quedaron lindísimos.
La almohada de Juan
Esta es la historia de Juan, un niño de siete años, con un alborotado cabello oscuro y grandes ojos castaños, a quien le gustaba irse a dormir temprano. Así, cuando su mamá lo mandaba a acostarse porque ya era la hora, Juan corría a la cama, ilusionado. Su tía le preguntó a la mamá cómo hacía para que él fuera tan obediente, porque sus tres primos no había manera que se acostaran temprano, y ella le contó que se debía a que Juan decía que la almohada le contaba cuentos. Entonces su tía miró a la mamá con cara de ¡qué invento! Y es que no sabía que de verdad, la almohada de Juan era su gran amiga. La tía llegó a su casa y le dijo a los primos de Juan que si se acostaban temprano, la almohada les contaría cuentos como a Juan, y entonces ellos también hicieron caras y pensaron, ¡qué invento! Y no se acostaron temprano. A la mañana siguiente, los primos fueron a ver a Juan y se burlaron de él porque se acostaba temprano y hacía caso, a lo que él les respondió que si ellos tuvieran una almohada como la de él, también se acostarían temprano. Entonces los
primos le pidieron que les prestara su almohada y los tres pusieron la cabeza al mismo tiempo sobre ella, esperando que comenzaran los cuentos. Como nada pasó, tiraron la almohada de Juan por la ventana y se pusieron a ver televisión, que es lo que hacían todo el día, todos los días. Juan salió corriendo a recoger su almohada y le preguntó, “¿por qué sólo me contás cuentos a mí y a mis primos no?” a lo que la almohada respondió, “porque vos tenés más imaginación que la televisión que ellos ven”-. Al otro día, Juan le pidió a su mamá que quería dormir en la casa de sus primos. La mamá habló con su tía y se pusieron de acuerdo. Juan llegó en la nochecita con su pijama y su almohada, los primos estaban viendo tele por variar y ni lo notaron.
Él se plantó frente al televisor, tomó el control y lo apagó. ¡Los primos se pusieron tan bravos! Pero rápido Juan les dijo que si dejaban de ver tele y se acostaban a la hora que la tía dijera, ahora sí que sus almohadas iban a contarles cuentos. Él les narró que cada noche, la almohada guardaba para él un nuevo cuento; esta noche,- por ejemplo-, dijo, podría convertirme en un valiente astronauta que conoce alienígenas amigos, que juegan “escondido” en el Mar de la Tranquilidad de la Luna o cabalgan en caballos marcianos sobre las montañas del planeta rojo, haciendo carreras o navegando por mares desconocidos bajo la Tierra en galeones antiguos de piratas. – “Una almohada es la mejor compañera cuando un niño la deja hablar, pero si sólo tiene en la cabeza los programas de la TV, ningún niño puede escuchar a su almohada.-“
Entonces, ¿cómo hacemos para oír a nuestra almohada? Vengan conmigo dijo Juan, vamos a acostarnos. Los primos le siguieron, la tía no podía creer lo que veían sus ojos, los cuatro niños se metieron en sus camitas y apagaron la luz. –“ahora- dijo Juan,cierren los ojos y pídanle a su almohada que les cuente un cuento sobre lo que ustedes quieran”-. La tía llegó a ver cómo estaban y se los encontró
dormidos con una sonrisa en los labios, “¿les estará hablando la almohada?”- se preguntó divertida.
A la mañana siguiente, el mayor contó en el desayuno que la almohada le había relatado un cuento en el que él buceaba en un mar de aguas azules y le acompañaban los delfines. El segundo dijo que su almohada le había contado un cuento en el que él exploraba la jungla con su perro y encontraba una ciudad perdida. El menor dijo que la almohada se había convertido en un televisor que pasaba programas en los que él era la estrella principal. Juan les contó que su almohada le contó otro cuento, uno en el que él y sus primos montaban bicicleta en el callejón de enfrente, comían helados y jugaban pelota en el patio de atrás. -¡Pues me parece más divertido que ver tele!- dijo el primo mayor. “-¡No hay mejores cuentos que los sueños que pueden hacerse realidad!”, opinó Juan, “-¡vamos a montar cicle!”, y así lo hicieron, pasaron toda la mañana jugando a los cuentos que las almohadas les habían contado, porque las almohadas guardan los mejores cuentos para los niños que saben soñar.
Los cuentos de Rose
El cactus asustado El cactus espinudo esperaba ansioso el verano, había estado nueves meses viendo cómo todas las demás plantas del jardín florecían y llamaban la atención de todos quienes visitaban aquel vergel, mientras él seguía ahí, ignorado en medio de todo. Se sentía menospreciado y temeroso, porque la dueña del jardín no sólo no lo miraba ¡sino que no lo regaba! Creía que se debía a que él no era perfumado y hermoso como todas sus compañeras, colmadas de flores. Cada vez que la dueña del jardín llegaba con una orquídea o con un rosal nuevo, el cactus sentía terror, porque temía que su hora de remplazo había llegado y encogía sus espinas para que ella no lo viera. Él siguió ahí en medio, día tras día, aterrado y sintiéndose menos que todas sus vecinas. Una mañana, amaneció el sol caliente como nunca y así continuó diariamente hasta que todas las demás plantas botaron sus flores y aquel verdor se puso marrón y triste. Él como siempre, estaba tan asustado que no se dio cuenta que una hermosa flor naranja le había brotado de su cabecita, hasta que la dueña del jardín llegó y le dijo: -¡qué alegría, estás floreando! Y así siguió dando flores durante todo el verano. Ahora, la dueña del jardín sólo tiene ojos para él mientras el cactus espinudo vive confiado y feliz en el jardín en el que hay un tiempo para cada planta y una estación para cada flor.
El reencuentro con papá Hace un tiempo atrás, conocí a Toño, un niño que se sentía solo y prefería pasar tiempo junto a sus abuelos, quienes se dedicaban a él y lo hacían sentir muy especial. El mejor regalo para Toño era que sus papás lo dejaran ir a la finca de sus abuelos. Allá pasaba semanas jugando con las vacas y sus terneros, las gallinas rojas, negras y blancas, los cerditos rosados y blancos, los gatos, siempre tratando de robarse la leche del ordeño y que tanta risa le daban cuando los veía metiendo sus patitas en el cubo para intentar beberla. Los perros eran su compañía cuando se iba a explorar los alrededores con sus vecinos y llegaba hasta el río, donde se bañaban en la poza de agua fresca y los pececitos les mordían los pies. Regresando de tanta aventura, la abuelita le tenía siempre listo un almuerzo delicioso, ¡vivía tan feliz! Un día, mientras exploraba el bosque contiguo a la finca, vio un venadito, y se escondió tras una gran piedra para que éste no lo viera, pero el animalito corrió tan rápido que desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Toño no podía creer lo delicada y astuta que era esa criaturita, así que decidió seguirla. Se adentró solo en aquel bosque en busca del venadito, avanzó y avanzó entre los matorrales, bajo los altos árboles que casi no dejaban pasar la luz, vio una rama en forma de mano que parecía decirle ¡hola!, hasta llegar a la base de una pared rocosa tan alta, que sobresalía de las copas de los árboles más altos de aquel lugar y tenía, lo que parecía ser, una cueva que se abría entre las grietas…
¿Dónde estaba? Había perdido el rumbo, y como se hacía tarde, debería volver y regresar a la caverna misteriosa otro día. Emprendió el camino de vuelta a la finca dejando marcas en los árboles para poder regresar a ese lugar oculto. Caminó y caminó, pero en lugar de salir del bosque, se daba cuenta que la maleza se hacía más oscura y cerrada. Caminaba en círculos tratando de decidir cuál era la ruta por donde había venido, pero nada le resultaba conocido, -“¡Ay no! ¿Ahora qué voy a hacer?”- Se dijo en voz alta,- “¡ya va a anochecer y no encuentro la salida!”-. De pronto, se acordó del consejo que su papá le daba siempre, le decía: -“si te pierdes alguna vez, respira profundo y piensa cuál fue el último lugar en que estuviste con mami, allí tienes que regresar y esperarla, ella te encontrará-“. El papá se refería a perderse en el supermercado o en el centro comercial, por supuesto, pero de algo tenía que servirle ese consejo, pensó. Entonces, respiró profundo y se dijo: -“Regresaré al último lugar en donde vi al venadito, seguro él sabe dónde comer y dormir” y se fue guiando por los brezos de moras silvestres, que seguro eran la comida del venadito. Buscó las marcas que había dejado antes en los árboles para regresar a visitar la caverna misteriosa y en el camino se encontró con unas bananeras, de las que cosechó cinco frutos para comerlos en la cena, el desayuno y otro más, por si acaso le daba más hambre. Pronto llegó de vuelta a aquella pared rocosa y su caverna, que ahora parecían invitarlo a dormir allí adentro, resguardado del frío de la madrugada, de la lluvia (que empezaba a caer), y de algún predador nocturno.
Entró en la cueva y todo se veía negro, le tomó unos minutos que sus ojos se adaptaran a la oscuridad, sintió miedo, porque no veía casi nada. De pronto, ¡¡WRAAMMM TRAAAMMM CHAAAMMM TRAAAAMMMM!! -“¡Aaaay!”, gritó Toño y saltó del susto, un rayo había caído cerca y su retumbo hacía eco en aquellas paredes, el corazón le latía a mil por hora, corrió hacia la entrada, pero estaba bloqueada por una cascada que se había formado por la lluvia que caía copiosamente. “¿Y ahora que hago?, ¿qué hago?, ¿qué hago?, “- repetía una y otra vez, muy asustado. Se sentó en el suelo y abrazó sus piernas, cerró los ojos fuertemente y pidió a Dios que lo ayudara: -“Diosito sácame de esta por favor”- oró. De pronto, más truenos ensordecedores y relámpagos que iluminaban la cueva lo llenaron de miedo, -“¿que hago?”- se repetía, “-papi me dice que respire profundo…” y así lo hizo. Se levantó, abrió los brazos y respiró tan profundo como pudo una y otra vez hasta sentirse más calmado. El estruendo ya no era tan temible, se había convertido en un concierto a todo volumen de ecos que repetían los sonidos de los truenos, la lluvia, el repiqueteo del agua cayendo y golpeando contra las rocas. Como el aguacero no le dejaba salir, decidió explorar más adentro de la cueva.
Se dio cuenta que, como aquella gran roca estaba llena de grietas, se filtraba el agua por doquier. También descubrió que habían unos agujeros en la parte más alta de la cúpula de aquella cueva a través de los cuales entraba todavía algo de luz, y bueno, ¡mucha agua! El piso se había convertido en un riachuelo y ahora tenía todos los pies mojados y mucho frío. Solo, completamente solo, perdido, con frío y asustado; así estaba Toño cuando empezó a anochecer. Pensó quedarse allí, cerca de las caídas de agua, ya que hacían mucha bulla al chocar con el suelo y lograban cubrir el estruendo que los truenos hacían y que tanto lo asustaban. Pronto, pasó la mirada por un saliente, que estaba un poco más alto y, luego de revisarlo, decidió recostarse allí para pasar la noche. El tiempo pasó hasta que cayó dormido, luego de rezar todas las oraciones que se sabía y de arrepentirse por haber sido tan impulsivo y no haber prestado más atención al camino mientras seguía al venadito, el cansancio lo venció. Unas horas habrían pasado cuando otro ruido estrepitoso lo despertó, como no podía ver mucho, no lograba entender lo que pasaba a su alrededor. Empezó a sentir como miles de abanicos volaban cerca de él. -“¡Dios mío!”-, exclamó. Eran murciélagos, miles de ellos. “-¡Auxilio, ayuda!”- gritaba y mientras más lo hacía, los murciélagos parecían volverse locos y más rápido y más cerca de él volaban. Toño se acurrucó de nuevo, cerró los ojos y siguió rezando mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Lloraba de miedo, estaba muy asustado.
Así se quedó, inmóvil, acurrucado, rezando y llorando hasta que los murciélagos empezaron a alejarse de él escapando hacia el bosque a través de los huecos y grietas de aquella cueva. Toño temblaba del miedo, sin embargo, cuando se volvió a sentir solo y a salvo de los murciélagos, volvió a caer dormido hasta que amaneció. Mientras se desayunaba los bananos, recordó que había soñado que hojeaba un libro de fotos y que las fotos le mostraban hitos, puntos, cosas que había visto en el camino mientras perseguía al venadito, así que emprendió el viaje de vuelta a casa buscando esas pistas que le mostraban el camino de retorno. Había llegado de frente a la gran roca, reflexionó. Entonces, lo primero que tenía que hacer era salir perpendicularmente con aquella roca a su espalda. Luego encontró la rama que parecía una mano saludando; después encontró la piedra tras la cual se había escondido para que el venadito no lo viera, y justo allí, se lo volvió a encontrar. Esta vez el animalito no huyó sino se le acercó con gran curiosidad. Toño le acercó la palma de su mano y como a los venados les encanta la sal y nuestras manos son saladas por el sudor que sale de sus poros, el venadito lamió toda su mano. ¡Toño no podía creerlo! , ¿Era un sueño o era realidad? En eso escuchó un perro ladrar y el venadito salió huyendo. Volvió a escuchar los ladridos seguidos de unas voces que le llamaban, Toño gritó: “-¡hola, hola, por aquí, aquí estoy!”.
“¡Toñoooo! ¿dónde estás?, ¿Toñooooo?”, -se escuchaban de nuevo los gritos… “-¡Aquí, abuelito!”, contestó el niño, “¡aquí estoy!”. Finalmente, Toño pudo ver entre los árboles la figura de su papá, que se acercaba corriendo y abrazándolo le dijo: -“Toño, ¡Qué susto hemos pasado!, ¡temíamos lo peor, gracias a Dios estas bien!-“. “¡Papá, viniste por mí!” exclamó Toño emocionado; -“Sí, mi vida. Tu abuelito nos llamó anoche desesperado porque no regresaste. Tu mamá y yo salimos de inmediato para poder buscarte a penas amaneciera. Estábamos seguros que te habías extraviado en ésta área porque encontramos tu gorra colgada en el poste de la cerca que divide la finca del bosque… ¡Vamos! , vamos ya a avisarle a los demás que ya te encontramos!”-. Y ambos emprendieron el camino de vuelta a casa, esta vez escoltados por Cachempla, no había razón para extraviarse de nuevo. Toño le contó al papá toda su aventura y cómo sus consejos le habían hecho mantener la calma durante la crisis. Entonces se dio cuenta cuánto lo amaba su papá y qué tan pendiente estaba siempre de él. Desde entonces, el venadito se aventura fuera del bosque para lamer la mano salada de Toño cuando éste explora la finca de su abuelito y como él, Toño también perdió el miedo a la soledad o a sentirse perdido, porque sabe que siguiendo los consejos de papá, siempre encontrará el camino de regreso a casa.
Un castillo no tan encantado Felipe cumplió 3 y Paula tiene 4 años, son dos hermanitos que disfrutan cada minuto del día. Juegan y juegan sin parar imaginado mundos diferentes, Paula con sus muñecas y Felipe con sus carros de carrera, el territorio de juegos está ubicado bajo la mesa del comedor. Desde allí, son protagonistas de grandes aventuras: recorren el mundo en aviones supersónicos, en trenes bala, en submarinos atómicos, en cohetes espaciales, su imaginación es infinita. Cuando no están “viajando”, son a veces famosos chefs que cocinan deliciosos banquetes, o bien policías que velan por la seguridad del vecindario, o doctores que curan, a veces maestros que enseñan increíbles nuevos conocimientos, bomberos apaga fuegos, en fin, son todos y ellos mismos a la vez . También salen al patio a jugar con la pelota, o bien al parque a montar en bicicleta, los días de lluvia son los momentos para los juegos de mesa, rompecabezas, libros de colorear y delicioso chocolate caliente con galletas. Los hermanitos viven en esos universos diferentes todos los días, sin enterarse que sus papás, como locos, organizan una mudanza. El papá fue nombrado para un puesto de trabajo diferente en otro país y la mamá no se da abasto haciendo todos los arreglos con la mayor rapidez que el ocupadísimo día le permite.
Un buen día, su mamá les anuncia: “-tienen que escoger los juguetes que se van a llevar y los que van a dejar, aquí les dejo unas cajas para que los organicen. Esta dice MUDAR y esta DONAR.” ¿Mudar, donar? ¿Qué es eso? – se preguntan los niños- ¿Y nuestro territorio de juegos? ¿Y no podemos llevarnos todos los juguetes? Paula sintió un nudo en el estómago y Felipe la miró preocupado. Mamá les explica que en la caja MUDAR deben colocar los juguetes que desean llevarse al otro país y en la que dice DONAR, los que regalarán a otros niños que van a apreciar mucho más que ellos, esos juguetes que ellos ya no usan. Felipe y Paula hacen una selección de sus juguetes para DONAR, no sin antes despedirse de ellos y agradecerles el tiempo que los acompañaron. Los más nuevos se van a la caja MUDAR. Pero se sienten tristes a veces, otras ilusionados, porque mamá les cuenta que van a vivir en una casa más grande y conocerán a nuevos amigos.
Antes de que acaben de darse cuenta, la cuadrilla de la mudanza llega para llevarse todo lo que encuentra a su paso y montarlo todo en un camión que parte raudo y veloz hacia la nueva casa en otro país. Los niños están inquietos y ven cómo su casa de siempre se va vaciando, igual que en los sueños, que se esfuman cuando abrimos los ojos. Al final de ese largo y extraño día, “Rita”, la muñeca favorita de Paula y “Francesco”, el auto Formula 1 de Felipe, son los únicos juguetes que se salvan de entrar en las cajas, porque mamá les permite que les acompañen en el viaje. Se suben al carro con sus juguetes y recorren muchos caminos diferentes, rodeados de árboles muy verdes, otros con muchos carros, otros de clima frío otros muy calientes, y al fin, llegan a su destino.
-“¡Esta es su casa!”- les muestra mamá, mientras un señor muy extraño y mayor, de barba blanca les recibe a la entrada del jardín. Mami se queda hablando con él, mientras Felipe y Paula se encaminan hacia el frente de su nueva casa. –“Parece un castillo”- le dice Felipe a Paula en voz muy queda, como en un secreto, -“¡mira esa puerta tan grande de madera toda tallada!”Paula mira y mira, y con una sonrisa piensa que este es un castillo para una princesa como ella: tiene techos en punta, las ventanas son en arco, como las de los palacios de las películas, hay hasta un balcón para que ella salga vestida de princesa a saludar a su pueblo. Felipe la hace volver a la realidad llamando su atención hacia la puerta, que se abre sola, en medio de un gran silencio. “’-¡La casa nos está esperando! “Comenta Paula asustada. Entonces,
Paula se niega a hacerlo viendo a su hermanito desde su estatura de hermana mayor y le dice: -¡No, no, Felipe! esperemos a mami que termine de hablar con ese señor, ¡me da miedo que entremos solos a este castillo encantado!” Felipe le guiña un ojo y se ríe, diciendo: -“¿me vas a decir que tienes miedo, cuando Rita y Francesco nos acompañan? ¡Entremos de una vez a explorar que ellos vienen con nosotros!”- Paula traga saliva y decide entrar para no quedarse atrás. El eco de sus pasos les da la bienvenida mientras que las cortinas se van abriendo a su paso… “¡Mira, mira como se abren las cortinas cuando pasamos, nos estaban esperando, están vivas!” comenta asombrado Felipe, a lo que su hermana responde:- “¡Sí, sí, este es un castillo encantado!” No había terminado de decirlo, cuando una música comenzó a acariciarles los oídos,-“¿Escuchas Felipe?, ¡el castillo nos está invitando a bailar! -“¿Tú crees?”, pregunta Felipe un poco nervioso, “-Si, ¡claro que sí!” afirma emocionada Paula, a quien le encanta la música y la danza. Unos minutos más tarde, entra mamá y encuentra a los niños bailando con sus respectivos juguetes, Paula se mueve al compás de la música haciendo que Rita la acompañe, le mueve los bracitos y los pies a su muñeca, para que siga el ritmo, y Felipe sacude su carro de carrera en el aire, para que el sonido del motor sea la percusión de la música
de fondo. Al verlos tan felices, mamá se une a la alegre danza y los tres zapatean, brincan y se ríen a carcajadas. De pronto, entra papá y les dice: - “¡No me esperaron para la fiesta, yo también quiero bailar!” -¡Papi! gritan los niños y corren a abrazarlo; y entonces, ya con papi y mami en el salón, les cuentan en secreto, -por si no se han dado cuenta-, que esta casa es un castillo encantado, que abre la puerta sola cuando ellos llegan, mueve las cortinas y encima, les pone música para que se diviertan. ¡Mami y papi ríen que es un gusto! Y papi les aclara que, si ellos quieren que la casa sea su castillo, así será, pero no tan encantado como creen, y les conduce por las habitaciones para mostrarles los controles que hacen posible que todo eso suceda. Hoy Felipe y Paula ya saben abrir la puerta con el botón que controla esa área desde la cocina, además de saludar por el intercomunicador; conocen también cómo se encienden las luces con sólo una palmada y ya saben que las cortinas son automáticas y les fascina llenar de música toda la casa mediante otro botón, pero sobre todo, les encanta saber que con o sin controles, su imaginación hace de esta casa, ¡el mejor castillo del mundo!
El jardín mágico de abuela Yiya Abuelita Yiya, siempre orgullosa de tener el jardín mas exuberante del pueblo, colmado de helechos colgantes, rosas de todos los colores, orquídeas exóticas, y jazmines olorosos, estaba enferma y yacía en la cama del hospital, cuando Mariana, su nieta mayor, llegó a visitarla: -¡Abuela, abuela! ¿Me escuchas?- Está dormidita, contestó la mamá de Mariana, quien se turnaba con las otras tías para cuidarla. -”¿Y cómo sigue? “–. Preguntó preocupada Mariana. - “Los doctores dicen que en cualquier momento se dormirá para siempre”-, respondió la mamá con los ojos húmedos. Esa fue la última vez que Mariana vio a su abuelita. Años después, Mariana, que tenia lindos recuerdos de su infancia en casa de la abuela, decidió pasar las vacaciones con sus hijos Pablo y Andrea en aquella casa. Para su sorpresa, aquel hermoso jardín estaba abandonado, parecía una selva, lleno de plantas silvestres, maleza y hojas muertas…
Mariana decidió limpiarlo junto a Pablo y a Andrea, mostrándoles los escondites favoritos de cuando era niña, les contaba sus juegos, sus recuerdos con abuela Yiya y reía al decirles que cuando tenía más o menos la edad de ellos dos, ella estaba segura que éste era un jardín encantado, porque todos los días habían flores nuevas que aparecían de un minuto a otro, agradecidas y contentas de que hubieran niños siempre alrededor para admirarlas. –“Yo creía que el juego favorito de las plantas del jardín era el de las escondidas, detrás de cada hoja había una hermosa flor esperando ser descubierta,”les contó Mariana. Mientras conversaban, recogían la basura acumulada. Sacaron bolsas y bolsas de hojas y ramas secas. Luego podaron los arboles, los limpiaron y fumigaron. Continuaron con los arbustos y las plantas trepadoras, esperando ansiosos cada día, ver de pronto una flor aparecer.
Así transcurrieron las vacaciones, Mariana dedicada a limpiar el jardín mientras los niños escuchaban los cuentos de su mamá en el jardín de la abuela Yiya. Andrea y Pablo recogían las hojas y las apilaban, llevaban el fertilizante, la tijera podadora, sembraban los retoños, y se quedaban muy quietos observando el momento que el jardín floreciera por arte de magia, tal y como Mariana les había contado. Ya al final de la temporada, Pablo le dijo a Mariana: -“Mami, estoy muy triste porque mañana saldremos de vuelta a casa y el jardín no fue mágico con nosotros, aunque lo limpiamos, podamos, regamos, abonamos, ¡se quedó igual!”-, reclamó Pablo. Mariana, viendo la expresión triste del niño y el rostro serio de Andrea, les explicó: “- La magia no sucede de la noche a la mañana, necesita de confianza, paciencia y un toque de imaginación. Ya verán que la próxima vez que vengamos, el jardín agradecido ya habrá recordado lo mágico que era y nos sorprenderá con flores escondidas, mariposas juguetonas, pájaros cantores, nidos llenos de pichones recién empollados, ardillas brincando, tal y como cuando yo era niña.-“
Al día siguiente, mientras terminaba de cerrar la casa y subir las maletas al auto, Mariana les dijo a Andrea y a Pablo que salieran al jardín a despedirse: - “Niños, vayan al jardín y díganle ¡gracias! por la compañía que nos hizo estas vacaciones, despídanse y explíquenle que regresaremos pronto, que no volveremos a demorar tantos años en regresar-“. Los niños entonces, se encaminaron al jardín. De pronto, Mariana escucha unos gritos agitados: -“Mami, mami!”-, la llamaban Pablo y Andrea; ¡Mami, mami, ven pronto al jardín!- Mariana llegó corriendo, extrañada y asustada por el escándalo. –“- ¡Mira, mami, mira!”- pedían los niños agitados, y ella no podía creer lo que veían sus ojos: un lirio había abierto su corola para despedirse, y los rosales estaban cuajados de botones de rosa, los pajaritos habían bajado de los arboles a la fuente, y mientras se bañaban, cantaban al ritmo del agua que salpicaba.
-“¿Han visto?”- comentó Mariana, -“este jardín es mágico porque nos regala su belleza en recompensa al cuidado y cariño que nosotros le hemos dado. Y así, todo lo que hagamos con amor y dedicación, siempre nos sorprenderá con toda su magia”.- Diciendo esto, tomó a los niños de las manos y los tres felices y maravillados, subieron al automóvil para volver a casa convencidos de que ellos eran magos y el jardín, su mejor encantamiento.
Colecciones “Tu Artista Interior” Coaching y edición: Marcela Valdeavellano mvaldeavellano@arteresponsable.com