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Literatura
CUENTOS Y LEYENDAS DE BUÑOL El desaparecido
Rafael Ferrús Iranzo Buñol histórico
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Jamás podré decir que nunca me perdería en un lugar boscoso, de pinos y matorrales, de aliagas. Todo sucedió una tarde de noviembre, cuando la bruma y la niebla, en la tarde gris, invadió todo el bosque. Aquella tarde salía del cementerio sobre las cuatro y decidí visitar a un amigo que vive en la zona llamada Las Partidas cerca de La Condesa.
Este amigo estaba atravesando una fuerte depresión y su afición a viejos libros del Nigromante y otros le habían trastornado hasta casi la locura. Aún recuerdo sus atrevidos cuadros expresionistas y sus colgantes telares en las ventanas góticas de sus casa. El mensaje que había recibido me había dejado muy preocupado. Decidí ponerme en marcha y atravesé Carcalín y la fuente la Teja; después, a paso ligero, a toda marcha, La Condesa y la Rambla ya casi anocheciendo.
Allí estaba su casa, en tenues colores dorados, al atardecer. La ciénaga que la rodeaba exhalaba una verdosa neblina que dejaba atónito a cualquier espíritu mortal. Las paredes, de un blanquecino estado, su negro tejado, sus columnas no eran columnas, eran como brazos soportando el peso de esa mansión. Las ventanas no eran ventanas, ojos en fuego y brasas parecían asustar al pobre viajero que allí llegaba. El ambiente en general era de un cuento de Graham. Toqué a la puerta barroca y oscura. Al instante se presentó mi viejo amigo. Su aspecto era cerúleo y desolador, sólo sus ojos eran dos focos de linterna encendida y brillante.
Lo que sucedió en aquella casa en la maldita tarde de noviembre no es de interés, sólo quería salir de allí cuanto antes. Me despedí con prisa y dejé en un total abatimiento a mi amigo de la infancia. La ciénaga me saludó con un olor a muerte que sólo hizo que apresurase
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el paso hacia el camino de La Condesa y despareceriera. La noche se había echado encima y sólo llevaba una linterna. El frío era intenso y el viento recordaba al cortarme la cara que no tenía que haberme quedado hasta tan tarde, pero toda reflexión era ya en vano. Mi objetivo era encontrar la carretera que me dirigiese hacia la villa. Pero cuál fue mi sorpresa al dar la vuelta al pedregoso camino al encontrarme de nuevo con la vieja mansión. Cómo podía ser si había caminado sobre media hora. Sólo había una explicación, estaba dando vueltas en círculo y estaba perdido, perdido y desaparecido.
La concepción fantasmagórica de la casa, con los farolillos dorados en la lejanía, las ventanas como ojos inquietantes y rojizos observándote, me hizo caer en una profunda desesperación y terror. Escuché unos gritos desde la casa, unas llamadas o alaridos. Mi desdichado amigo me llamaba desde el portal. Su voz, mejor dicho, sus sonidos eran como de auxilio más que de aviso.
Cuando estuve frente a él, me dijo
–Entra, corre, entra y te cuento. Con voz jadeante me relató la siguiente historia. El viento afuera empezaba a ulular y emitir sonidos cada vez más definidos, como voces de personas.
–Como sabes querido amigo –empezó a contarme–, mi hermana falleció hace unas semanas, ya sé, ya sé que no pudiste acudir al funeral, pues estabas de viaje. Pues sí, hice construir una galería y en ella un panteón donde enterrarla. En este magnifico mausoleo se encuentra, bueno, eso creo.
En ese instante un crujido paralizó el silencio de la estancia. Mis temores sobre la locura de mi amigo iban aumentando, mientras su rostro palidecía y sus ojos se fijaban todo el tiempo en la puerta que daba al jardín.
–Con todos los permisos necesarios –prosiguió– logré que estuviese a mi lado para siempre, en el sepulcro que ahora te ensenaré.
Yo sabía que estaba muy unido a su hermana y que su muerte le había afectado notablemente, pero mis temores sobre que algo grave iba a ocurrir aumentaban.
–Vivíamos holgadamente los dos de la herencia familiar. A ella le gustaba pintar, como sabes, mira sus cuadros.
En las paredes, con cortinas oscuras y velas, candelabros e instrumentos musicales, se veían grandes cuadros, que ya en la penumbra cla-
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maban obras siniestras. Sólo pude alcanzar a ver la cabeza de un caballo blanco y un jinete enlutado.
–Ella enfermó –seguía contandome mientras su voz ya temblaba– y no hubo nada que hacer. Bueno sí, antes de morir escribió una serie de normas u obligaciones que yo tendría que hacer. Entre ellas, construir el panteón antes nombrado, que sería su tumba y, bueno, lo peor.
En ese instante los ojos de mi atormentado amigo se quedaron mirando la puerta de nuevo, pues un nuevo crujido, esta vez más fuerte, se escuchó. Yo me levanté acelerado dispuesto a ir hacia esa puerta que conducía al jardín.
–Detrás del jardín está el panteón, amigo. No vayas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Él anadió:
–Sí, su útlimo deseo fue hacer una especie de laberinto, en el cual tú te has perdido esta noche. Tú y muchos –y rió frenéticamente.
En ese instante supe que mi suerte estaba echada y que tenía que salir cuanto antes de aquella locura. Pero era tarde, un nuevo golpe, como si rompiesen con un hacha una muralla, me dejó sin latidos. Mi amigo cayó en colapso mientras, señalando la puerta, decía:
–¡Es ella que vuelve, es ella que vuelve! –y cayó entre risas y coágulos de sangre en la boca.
No me dio tiempo más que a salir corriendo. Mi amigo, ya medio muerto, gritaba:
–¡Al laberinto no vayas, no, no!
Salí de estampida, pero puede ver en la puerta de la casa a la hermana como un ser alto y a su vez hermoso, con sus cabellos al viento y amortajada, gritando mi nombre al viento y a la noche, quieta, inmóvil, como esperandome.
Corrí, corrí y dejé la casa de Las Partidas tras de mí, con sus dos ventanas como dos ojos de sangre y dorados que me perseguían. Los setos a mi derecha e izquierda situados en el camino de entrada a la casa oscilaban sobre ellos mismos como movidos por una fuerza sobrenatural e invisible. Corrí, corrí. Dos perros negros me seguían a gran veloci-
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dad. Era tarde, ya estaba adentrándome en el laberinto. Los perros tras de mí.
Después de varios caminos recorridos y ya jadeando, vi la luz de la casa, y allí estaba la hermana esperándome con los dos perros a ambos lados. Huí de nuevo y siempre el resultado era el mismo, ella esperándome al final del laberinto.
Así espero mi fin, igual que cientos de infelices como yo que cayeron en tan siniestra trampa. Damos vueltas perdidos en un mundo sin fin, hasta dar con ella. Y los que ya no pueden más, sin aliento caen ante sus pies y bajan al panteón o al infierno, no sé.
Creo que me quedan unas horas, ya no resisto más y no hay salida. Estoy en el laberinto de la casa de Las Partidas. Que Dios se apiade de mi alma.
Veo en el cielo oscuro una claridad rojiza, una luna roja. Mi última visión antes de la muerte.
Ya ella se va acercando, noto un frío intenso. Los ladridos de los perros me van a hacer desmayar. Mientras, ya crujen las puertas del panteón, se abren para todos nosotros, en esta fría noche de diciembre.
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Servet Servetus Serveto: Miguel
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Estatua de Miguel Servet. Plaza Aspirant Dunand de París.
«Te condenamos a ser atado y llevado a la colina de Champel. Allí serás atado a una estaca y quemado vivo junto con tus manuscritos y tus libros impresos hasta que tu cuerpo se convierta en cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo.» Está es parte de la sentencia Contra Miguel Servet o Miguel de Villanueva o Michel de Villeneuve o Michael Servetus o Miguel Serveto, que de todas estas formas se llamó.
Era octubre de 1553 y lo quemaron en Ginebra por la mano directa del famoso Juan Calvino. Llevaba casi treinta años fuera de Aragón y Castilla y más de quince viviendo perseguido por católicos y protestantes, pero fueron los reformadores calvinistas quienes definitivamente acabaron con su vida, mas la Inquisición Parisina ya había dictado sentencia y de haber pasado por los reinos hispánicos no habría salido indemne.
Tenía 44 años cuando lo asesinaron por difundir por escrito y en libros impresos sus teorías teológicas y científicas. Su obra intelectual fue y es extraordinaria, de facto es en su libro «Christianismi Restitutio» donde se describe por vez primera en la historia de la medicina o la fisiología la respiración pulmonar.
Nacido en Aragón, hijo de la baja nobleza del momento, fue un prodigio intelectual que con 15 años llegó a Toulouse para estudiar leyes, lenguas, ciencias y teología. Después se formó en Paris como médico y siempre mantuvo una postura crítica con las iglesias oficiales y a favor de la libre indagación en la vivencia religiosa.
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Podemos ver en su figura un paradigma del ideal renacentista y a la vez en su persecución y asesinato un paradigma de las fuerzas que contra la libertad y la razón asolaron Europa durante siglos, pero como esto va de libros, que no de otra cosa, señalaríamos cómo en su sentencia, no sólo lo condenaban a muerte, sino que también sus libros debían «perecer»; por fortuna y aunque sus libros fueron quemados en Ginebra y perseguidos por casi toda Europa, han permanecido de la misma manera que el recuerdo de la ignominia contra su persona.Todo aquel sanguinario momento pasó, llegó la Ilustración, la Revolución Francesa, el siglo XIX, el tremendo y a la vez extraordinario siglo XX, donde Europa estableció democracias, donde los derechos humanos, la libertad individual son referentes vertebrales de la cultura y la vida…
La persecución de Servet y la de tantas otras personas nos sirve de recuerdo, contraste… y aunque nunca en la historia de Europa vivimos mejor espacio que en los últimos 60 años para la cultura, la creación, el pensamiento y la libertad, no deberíamos olvidar, como señala el historiador alemán Philipp Blon en su último libro «Lo que está en juego», que la democracia es una concepto intelectual moderno y que su instauración, virtud, mantenimiento y desarrollo es una tarea continua que necesita la voluntad y el propósito de las personas para que perdure y aporte lo mejor de sí.
De no ser de esta manera todos los innegables logros de la cultura europea(libertad, abolición de fronteras, cooperación, derechos humanos…) tienen asegurado su fin y quién sabe qué devenir : es decir que la instauración de «nuevas inquisiciones», de formulas ajenas a los derechos humanos(no olvidemos que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es de 1948) de espacios restringidos, de dictaduras o teocracias …es una posibilidad más que vislumbrada si no establecemos el propósito de la libertad en cada una de nuestras brújulas individuales y colectivas…todo es muy frágil y lo que está en juego es muy valioso…En 1936 teniendo como telón de fondo los fascismos europeos Stefan Zweig escribió «Castellio contra Calvino: conciencia contra violencia» donde la figura de Servet es mostrada y reivindicada precisamente en un momento donde el resurgir del fanatismo y la quema de libros volvía como si nunca se hubiese ido. Quizás tomemos nota.
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