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Enric Asín Ollé (Barcelona 1957) A los dieciseis años rompe su primera cámara, una “Balda” de 1936 que le cedió su abuelo. Era la primera vez que llevaba una cámara en una escalada. A pesar del precedente, convenció a su padre para que le permitiera usar la suya, por lo demás idéntica a la del abuelo. A los veinte años (1977), sufre una caída durante una ascensión en solitario en el Pirineo, a la que afortunadamente sobreviven los dos: aunque él va a parar al hospital, consigue que la cámara de su padre resulte ilesa. Dos cámaras más tarde (1989) conoce a Salvador Solé quién, en el transcurso de una primera escalada conjunta, deja caer desde treinta metros de altura su nueva Pentax (la segunda), demostrando así su valía como fotógrafo de naturaleza. Desde entonces su estima mutua no ha hecho más que aumentar, sobreviviendo incluso a la tormenta digital y a la desmedida afición de Salva por las aves. La segunda cámara en caer fue una Canon AE-1, esta vez desde tan sólo veinte metros de altura. Resistió muy bien y la pudo seguir usando durante un tiempo, hasta que una ráfaga de viento volcó el trípode en una cima. La tercera, una Canonet 80 de telémetro que usaba donde era difícil llevar una cámara más grande, se “ahogó” durante el descenso de un cañón en Cotiella. La cuarta en accidentarse es una Nikon FM2 de 2001, que en unos pocos años se ha convertido en una reliquia analógica. Fué víctima de la impaciencia en medio de un rapto fotográfico: metiole el pulgar en las cortinillas del obturador, en un vano reflejo para evitar su caída. En varios años de escaladas y excursiones, a base de romper cámaras y malograr carretes, consigue hacerse con una selección de fotografías sin archivar, que recordaba exactamente hasta que cumplió los cuarenta. Después, durante la quinta década de su existencia, en un intento de clasificar y ordenar el fruto de más de veinticinco años de actividad, descubre que paulatinamente ha ido olvidando detalles y nombres de su colección de fotos, pero gracias a ello tiene una nueva perspectiva de su obra, que le lleva a valorarla y a creer por ello que su vida no ha sido en vano. Ahora le queda por demostrar que las cámaras digitales también pueden acompañarle hasta donde lo hicieron las analógicas y que desde allí también son dignas de seguir fotografíando la naturaleza.
Salvador Solé Soriano (Barcelona 1965) Se inicia en la fotografía con la Kodak Instamátic que le regalaron en su primera comunión. A los catorce años (1979) consigue que su abuelo le preste dinero para comprarse su primera cámara réflex, una Pentax ME. Ese mismo año al ingresar en los “Scouts” inaugura una relación pasional con la naturaleza que ya desde entonces correrá paralela al ejercicio de la fotografía. Entre los años 1982 y 1998 practica el alpinismo y la escalada. En 1989 conoce a Enric Asín y juntos realizarán excursiones y escaladas memorables (para ellos) durante largos años. Hacia 1997 le nace una desmedida afición por la ornitología y empieza a viajar por Europa y el resto del planeta en pos de las aves, pero aún asi, a pesar de que ahora sus visitas a la alta montaña son esporádicas, sigue siendo la naturaleza su inclinación fotográfica predilecta.
Una introducción Este libro trata de la fotografía de paisaje tal como nosotros la entendemos y de los aspectos emocionales e intelectuales que su ejercicio nos comporta. Este libro NO trata la vertiente técnica, ya que utilizamos los conocimientos y trucos obligados para cualquier fotógrafo que quiera plasmar lo que ve. Y no es esto lo que nos define, ni lo que podemos aportar. Lo que pretendemos es mostrar para compartir, la belleza del paisaje y nuestras reflexiones respecto al tema de la fotografía DE y EN el medio natural. Hacemos fotos porque la Fotografía es una poderosísima herramienta para crear imágenes, cosa que necesitamos hacer para desarrollarnos y comunicarnos, ya que las imágenes nos parecen esenciales para cada persona y porque para nosotros además, son una inagotable fuente de felicidad. Por todo ello, -después de salvar todos los escollos de software, hardware, soportes de imagen, tintas y demás, que forman la procelosa costa de la reproducción gráfica-, en el libro únicamente hemos incluido imágenes lo más fieles posible al modelo original. No porque nos parezca que las imágenes fotográficas creativas sean menos valiosas, sino por algo que emocionalmente nos liga con el paisaje donde se han desarrollado muchos de nuestros mejores momentos. Consideramos que gran parte del atractivo que todavía tienen las fotografías, reside en que de un modo u otro podemos relacionarlas con la realidad. Aunque en otras partes del libro discutamos esa “realidad” de las fotografías, deseamos que nuestras imágenes permitan al espectador/lector, creer que los paisajes donde han sido tomadas las fotografías existen todavía. Por lo menos podrán creer que existían y que la luz, el color y la forma, no son únicamente producto de nuestra imaginación. Nos gustaría que los lugares donde hemos estado no sean destruidos y aunque eso no esté en nuestra mano, sí lo está compartir esos fogonazos de belleza que nos hacen sentir que todavía hay paisajes cercanos donde vale la pena vivir.
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Cómo se hizo este libro La amistad, -como los cocodrilos-, pertenece a ese género de cosas que cuanto más envejecen más tienden a robustecerse. De la amistad pues y de una pasión compartida nace este libro. Como dice Enric “podemos hacer un libro juntos porque podemos salir juntos a hacer fotos y porque también, a veces, desearíamos haber conseguido la foto que hizo el otro”. Aunque hay que matizar que poseemos, además de inclinaciones comunes, diferencias de estilo. Enric hace fotos como quien saborea un inmenso helado que jamás volverá a saborear; lentamente y a conciencia. Yo hago fotos como quién devora el helado porque no es éste sino el mundo el que se acaba; veloz y compulsivamente. Luego, -verbigracia- no es siempre fácil decir a quién pertenece cada foto, pero hay tendencias. Enric suele buscar lo sutil y abstracto mientras que a mi me tira más lo vigoroso y concreto. Pero parte de lo que cada uno hace se asemeja al estilo del otro, porque ninguno de los dos descarta recurso alguno para lograr una buena imagen y con el roce, hemos ido aprendiendo la visión del otro. Respecto a los textos hay que aclarar que no los hemos realizado al alimón, si no que en una primera fase, cada uno escribió lo que más le urgía decir y en una segunda, nos repartimos los temas pendientes, según las apetencias. Así, cada texto pertenece básicamente a una sola pluma, al igual que cada foto corresponde a una sola cámara. Sin embargo cada uno influyó algo en lo escrito por el otro y participó en la selección, de lo que en un principio fue un fondo común de fotografías. De este modo tan mestizo como respetuoso de las individualidades, hemos intentado enriquecer, conceptual y visualmente, los contenidos de este nuestro libro, hecho por nosotros para nosotros y para todo aquel que en él busque, el solaz de la palabra y de la imagen.
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El libro como paisaje Lo único que desde el principio hemos tenido claro, es que queríamos hacer un libro como un paisaje amplio y abierto, donde entrar y salir sin restricciones, porque la fotografía del paisaje exige entrar en él y recorrerlo. Desde luego nunca podrá ser lo bastante “grande” y lo de “entrar”, habrá de ser solamente en sentido metafórico. El caso es que de un modo u otro, ha de evocar algo de lo que sentimos en el paisaje de verdad. Un paisaje no es anárquico, contrariamente a lo que parece, no es el resultado del azar, al contrario. Sí es cierto que llueve y nieva cuando quiere y que las rocas se erosionan a su ritmo, pero un paisaje es un entorno construido siguiendo unas leyes, que en nuestro caso son las de la Naturaleza. No entraremos en analizar si un paisaje humanizado es más o menos anárquico o cuales son las leyes que rigen los paisajes industriales o urbanos, el nuestro es aquí, un paisaje natural. El caso es que, como en un paisaje, queremos que en el libro haya algunas leyes internas que le den coherencia. Un paisaje es distinto según el punto de observación y por tanto, no es el mismo según el camino seguido para penetrar en él. En consecuencia no debemos conformarnos con recorrer un espacio en una sola dirección, a veces basta con girarse, para descubrir un encuadre nuevo que a la ida nos ha pasado inadvertido. En un libro la lectura por regla general es lineal, se empieza por un extremo y se sale por el otro. Se sigue un camino trazado de antemano por el autor que desde luego, es el adecuado para muchos tipos de libro. Sin embargo, muchas veces accedemos a los libros sin seguir ese orden, cuando la secuencia narrativa o la función para la que está concebido lo permiten. Incluso en ocasiones, una vez leído accedemos a él en aquellos puntos que más nos apetecen. Muchos libros de fotografía se ven de ese modo, a pesar de que la distribución de los temas, textos e imágenes, se corresponda con un orden cronológico o se asimile al tiempo de un viaje o nos cuente un relato.
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Este no es un libro de relatos, aunque sí expliquemos alguna historia. Tampoco es un catálogo de fotografías porque no se han ordenado siguiendo un criterio cronológico o de estilo. Y ¿qué hacer con los textos?, que sólo explican directamente las fotografías en algunos casos y que no están ilustrados por ellas. Como en un paisaje, queremos que se pueda entrar en el libro por varios caminos, que se pueda leer en varias direcciones. Por eso lo hemos creado a base de rincones, -pequeños lugares de texto e imagen-, dentro de un contexto único, ideas parecidas escritas de distintos modos, conceptos relacionados que esperan en distintos lugares. Nos gustaría que el libro se quedara por ahí, y que de vez en cuando entrarais en él a pasear, a recorrerlo de nuevo. Sólo para leer o también pararse a mirar, como un paisaje conocido que recorremos muchas veces para relajarnos y disfrutar.
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Desmontando un tópico Si intentamos describir una fotografía, la inmensa cantidad de detalles que puede contener, hace que sea necesario emplear muchas palabras si queremos dejar constancia de todo lo que en ella se representa. Para describir esto, se ha acuñado la frase “una imagen vale más que mil palabras”. Como en la mayoría de las frases hechas y prácticamente para todo el refranero, una frase afortunada que se aplica a una circunstancia concreta, se convierte para muchos en “sabiduría popular” incluso en “sentido común”, tomando la frase como un aserto de validez general. Parecerá entonces que siempre es mejor una fotografía que un texto, cuando esto dista mucho de ser cierto. “Sensu estrictu” que diría un obispo, no se puede explicar una imagen con palabras, a menos que con ellas se pueda evocar o citar una imagen anteriormente compartida por los interlocutores. Del mismo modo inversamente, (lo diga o no un obispo, que tanto da) tampoco se puede con una imagen, ilustrar absolutamente un texto, ni siquiera una palabra, si no designan un objeto. No digamos una narración. Un ejemplo claro de esto último, lo dan las adaptaciones cinematográficas de novelas. A 24 fotogramas por segundo, una hora y media de película contiene exactamente 129.600 fotogramas. Según el proverbio equivalen a 129,6 millones de palabras ¿Habéis leído el guión de “2001 una Odisea del espacio”? es un librito de nada, que no contiene ni por casualidad las palabras que se supone hacen falta para explicar la película. A fuer de sincero, debo admitir que aquí he hecho un poco de trampa. Naturalmente que el guión no describe hasta el último detalle de las imágenes que muestra el film, pero el caso es que todas ellas son necesarias para explicarlo. Lo mismo ocurre con los paisajes y los entornos donde se desarrolla una historia, hay que localizarlos o crearlos, aunque en el texto estén nada más que esbozados. Incluso las películas “mudas” de los inicios del cine, recurrían a insertar textos para explicar la acción, como un medio eficaz de informar al espectador sin necesidad de introducir prolijas explicaciones visuales, que se podían resolver con una sola frase. De hecho, las películas mudas no han sustituido a las narraciones, sino que como todos sabemos, el cine ha evolucionado hasta ser una fructífera simbiosis de imagen y palabras, que constituye un lenguaje especial en si mismo.
Como podéis ver (¿mejor diríamos “leer” verdad?), no es evidente
entonces, que una imagen valga más que mil palabras, por muy claramente visible que sea.
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Sobretodo porque la literatura y las imágenes tienen por separado su propia sintaxis, no son el mismo tipo de lenguaje y no pueden traducirse mutuamente mas que de forma aproximada. Hay quien hace un arte de ese intento de traducción, tanto en un sentido como en otro. La descripción de un paisaje mediante un texto requiere de gran creatividad y mucho léxico, pero en última instancia siempre se tratará de un intento de apelar a la imaginación del lector, de inducirle a la creación de imágenes propias con que ilustrar el texto. No es pues ninguna paradoja afirmar que haber visto muchas fotografías de paisajes,- incluso haber visto muchos paisajes -, nos permitirá entender y disfrutar mucho más de la lectura. Este libro aspira, como una buena película, a ser una simbiosis de textos e imágenes, pero las imágenes no ilustran el texto y el texto no explica las imágenes. Las fotografías no han sido escogidas como ejemplos de lo que se dice en el texto, tienen “vida propia”, se justifican por sí mismas y el libro entero debe considerarse como un paisaje textual, el contexto al que se refieren cada una de las fotografías. Ambos, textos y fotografías, explican lo que pensamos de la Fotografía y del paisaje y lo que nosotros entendemos que es fotografiar el paisaje.
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¿Qué hacemos cuando hacemos fotos? (Un alegato sentimental y tres retruécanos) Como la naturaleza nos ha atraído desde la infancia, tanto como experiencia física como estética, para fotografiar necesitamos integrarnos y para integrarnos nos viene de perilla fotografiar. Nos acercamos a la naturaleza de un modo totalmente distinto de nuestros ancestros que la tenían por dios y por castigo. Nuestro modo de ver nace en el siglo XIX, cuando el entorno urbano empieza a resultarle más natural que el silvestre a una parte de la humanidad que se halla en condiciones de desarrollar nuevas sensibilidades. Normalmente fotografiamos el paisaje por aproximación: sentimental y estética. La fotografía guarda un mayor o menor parecido con la realidad, pero de lo que se trata es de que las diferencias no sean notorias y en todo caso que hagan justicia a lo que sentimos y vimos. Naturalmente podemos imaginar una cámara con pantalla gigante y cámara oscura, que nos permita ajustar y modificar la imagen “in situ” con tanta aproximación como queramos. Entonces estaríamos en condiciones de hacer una fotografía “tal como lo vemos”. Pero realmente ¿es eso lo que deseamos? La respuesta convencional, la de sentido común, sería afirmativa. Sobretodo porque parece que la razón de ser de la Fotografía de paisaje, no sea otra que reflejar la realidad con la mayor verosimilitud, algo así como que una imagen especular, -si no estuviera invertida y fuera fija-, sería la mejor foto posible. “Espejito, espejito, dime cual es el paisaje más bonito”. Pero una fotografía no es un espejo, al contrario, está hecha para ser contemplada fuera de su contexto, tanto en la distancia como en el tiempo. Confrontar la foto directamente con el paisaje, sería una especie de retruécano de imágenes, donde la imagen del paisaje está ahora en su interior. ¿Qué pasa si miras la foto frente al paisaje? Una buena ampliación, no una pantallita digital o una copia instantánea. Pasan estas cosas y seguramente algunas más que ahora no se me ocurren:
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Que tienes la foto en la mano y el paisaje en cambio, te tiene a ti.
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Que la imagen es un objeto, la mayor parte de las veces de forma rectangular.
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Que en la foto no está el paisaje entero.
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Que la foto es plana y el paisaje no.
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Que hace frío o calor y en la foto no se nota
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Que aunque no se ve desde aquí, tú sabes que detrás del meandro del río hay una poza de agua cristalina de color verde profundo.
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Que de aquí a escasos segundos, empezará a caer un aguacero de verano y que más vale que estés preparado, a cubierto y cámara en ristre.
Constatar todo eso nos hace conscientes de algo que puede parecer obvio, pero que casi todo el mundo olvida: la Fotografía no es la realidad y aunque nos la recuerde mucho, la mayoría de las veces ni siquiera es una copia fiel de su imagen. La Fotografía más que expresar la realidad, usa la realidad para expresarse, hace referencia a ella y siempre la manipula. Pero no seamos engañosos, no todos los fotógrafos piensan que son ellos los que se están expresando con la Fotografía. Sobretodo si se trata de fotografiar paisaje, seguro que encontramos las opiniones divididas en un viejo debate. La discusión es estéril si se plantea en esos términos de blanco-negro, verdadero-falso, yo tengo la razón-tú no, la Fotografía, como hemos dicho en la definición, no es una entelequia es una actividad, así que la Fotografía es tal como la hacen los fotógrafos. No es una cuestión a debatir, no se trata ahora de dar una opinión, lo que importa es saber lo que estás haciendo cuando haces fotos: reproducir (dejar que la realidad se exprese) o expresarte tú. En nuestro caso hemos querido que todas las fotografías de este libro, nos permitan expresar lo que nos gusta, lo que nos proporciona un placer estético y en definitiva, los lugares donde hemos sido muchas veces felices haciendo fotos.
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El fotógrafo del paisaje El fotógrafo del paisaje, empieza a serlo cuando emplea los medios técnicos más simples, para obtener las imágenes que busca. Buscar imágenes en un paisaje es una actividad intelectual intensa, que va más allá de captar el paisaje con la cámara. En el fondo, fotografiamos la abstracción, no la realidad. La realidad la fotografía la cámara, el fotógrafo usa la cámara para fotografiar su mente. El fotógrafo no es solamente fotógrafo, sino que también debe desarrollar otras actividades, habilidades, incluso oficios. Esto es especialmente cierto en el caso de la fotografía del paisaje tal como nosotros la entendemos. Cuanta más actividad asociada puedes desarrollar, más opciones, más caminos hacia la belleza y la creatividad tendrás abiertos. La fotografía del paisaje exige entrar en él y recorrerlo. Caminar es la manera más inmediata de entrar en un paisaje. Pero hay lugares en los que “caminar”, ya es por sí misma una actividad especializada. Esquiar, escalar, navegar, bucear, son actividades que los fotógrafos del paisaje han asociado a la fotografía y que en muchas ocasiones son también tan importantes como ella. Al ser actividades que proporcionan sus propios retos y placeres, ayudan a desarrollar una sensibilidad que de otro modo quizá no tendrías. La persona puede ser o no la medida del paisaje, pero cuando interactúa y se ve afectada por el entorno, se integra en él. El fotógrafo puede sentirse a merced del entorno, pero en tanto que experto conocedor se siente integrado cuando conoce y acumula experiencia. No se trata de la “vuelta al campo”, o del naturismo ingenuo de ¡quiero volver a ser Australopitecus! Se trata de conocimiento. Porque paisaje es un término amplio, que no solo se refiere al entorno natural. Fotografiar el paisaje urbano puede ser enormemente gratificante, incluso peligroso y cada fotógrafo se integra en el entorno para encontrar aquello que busca. Todo el mundo conoce las ventajas de la experiencia en cualquier actividad. Nosotros, que llevamos treinta años el que más y veinticinco el que menos, de vivencia fotográfica, también sufrimos su mayor inconveniente: tras tanto buen ver y bien hacer, ¿cómo mejorar? Aquella imagen que diez años ha ponderamos sublime, hoy la tenemos muy vista y necesitamos superarla.
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Lo necesitamos porque, aunque libres de toda presión externa, sentimos una urgencia interna que nos exige profundizar en la visión y trascender los vicios y clichés. Y como seres humanos, fieles a nuestra imperfecta naturaleza, siempre nos pedimos más de lo que somos capaces de dar. Aun así, empeñados en la persecución de la inalcanzable zanahoria, cuando miramos atrás nos descubrimos agradable aunque insuficientemente lejos, del punto de partida. Conforme uno afina su sensibilidad y pericia, cada vez resulta más difícil y más atractivo el perfeccionamiento. He aquí pues el simple mecanismo de la auto superación: lo agradable justifica el esfuerzo realizado y lo insuficiente nos espolea a no cesar de esforzarnos.
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Alce muerto en un lago noruego: Imágenes que desde otro ángulo y encuadre producirían desagrado, cobran una inquietante
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cualidad estĂŠtica. De tarde en tarde se presenta la ocasiĂłn de arrancarle a la belleza una faceta sombrĂa.
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Me separé de mis amigos y subí solo al pequeño lago para guardar silencio y reposar. La cámara siempre me acompaña o casi siempre, porque nunca se sabe cuando puede suceder. Y sucedió. Sentado en una roca apenas sobre el agua, vi como a mi alrededor, una leve brisa cambiante transformaba el agua en una joya insuperable de transparente superficie, en la que cada faceta reflejaba un sol y mostraba un tono de verde esmeralda. No hizo falta una alta velocidad de obturación, todo era suave y tranquilo y esta vez, incluso pude ver, lo mismo que la cámara capturó.
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El paisaje real La realidad cotidiana es lo que nuestras limitaciones nos permiten percibir. No vemos con poca luz y tampoco vemos: el infrarrojo, el ultravioleta, las ondas de radio, lo microscópico ni lo submicroscópico, que para nosotros existen, porque vemos la televisión, oímos la radio y vemos a través de un microscopio. Actualmente, la Fotografía como técnica permite generar imágenes infrarrojas totalmente irreales o fotografiar en la oscuridad al captar bajísimos niveles de luz durante minutos u horas. A pesar de ello, también está limitada: no capta la tercera dimensión y del movimiento hace una interpretación muy peculiar. En definitiva de un modo u otro captamos sólo una parte de la realidad. La realidad es aparente y lo que llamamos paisaje no es más que una interpretación desde nuestra subjetividad, si tuviéramos ojos de pez, realmente el paisaje sería otro.
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El placer de la fotografía Para nosotros, uno de los mayores placeres consiste en lograr arrancarle una imagen realmente buena, (según nuestros cánones) a un motivo accesible y de suyo escasamente espectacular. Constatar que se supo ver el ángulo y el instante correctos, para convertir unos guijarros mojados en un pequeño poema, -ese poema que llevábamos rato husmeando-, es justo premio para los largos ratos de búsqueda y empeño. Entonces sientes que tu sensibilidad ha logrado extraerle al lugar una perla oculta.
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Pernoctar en la Naturaleza. Salir tarde y calcular las horas de luz restantes para alcanzar la cima al atardecer y tener el tiempo justo para montar el vivac, antes de que anochezca. Observar la noche estrellada, el crepĂşsculo lunar. Dormir a ratos.
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Muchas veces no importa alcanzar la cima. Lo cierto es que en cualquier circunstancia disfrutar del camino es lo esencial y llegar a la cima es el mejor modo de iniciar el regreso.
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El ojo de la mente Es aquello de que “no pensábamos mientras lo hacíamos”, pero está ahí y lo descubrimos más tarde, cuando analizamos las fotos en casa, lejos del lugar donde las tomamos. Es lo que nos hace ver que el encuadre es el mejor, que si sale, el color será perfecto. Ese algo es un órgano mental, es el “ojo de la mente”, que no habla, no dice lo que piensa, pero existe y trabaja para nosotros. El ojo de la mente usa los ojos de la cara como herramientas, para mirar por el visor de la cámara. Es algo así como un astrónomo que, a simple vista, ve en el cielo mucho más que cualquiera, pero cuando enfoca el telescopio usando la mente, entonces ve más allá, ve galaxias y constelaciones. El ojo de la mente es el telescopio del fotógrafo, que enfoca detalles, que capta relaciones, allí donde los demás sólo ven un cielo estrellado. En ocasiones, el paisaje nos llama con imágenes como cantos de sirena, llenos de melodía. Mucha nube, mucho prado, una montaña lejana, una valla, un camino que se aleja... una cola de pescado. El dibujante, el pintor, pueden poner lo que falta, quitar lo que sobra...al final su ojo mental siempre gana. Pero el fotógrafo no siempre puede reflejar en una imagen fotográfica lo que el paisaje le sugiere. Los elementos están, incluso es posible que la composición sea idónea. Pero algo sobra, ¿qué falta? ¿Quizá en otro momento? La mente ve una buena foto, pero la razón, nos dice la verdad: que no se puede apretar el disparador, que será una foto perdida. Porque el ojo de la mente y la razón no son lo mismo, no siempre se dan la mano. La razón tiene muchos argumentos: que si hay demasiado desorden, que nos hará falta un centro de atención, ¡qué lástima! Se ha ido el sol. Que el primer plano queda excesivamente fuera de foco, que si pudieras desenfocar el fondo destacaría más el primer plano, pero claro, con tanta luz ¡cualquiera abre más el diafragma! Déjalo, con tan poca luz tendrás que usar el trípode y aunque soples al revés ¿no pararás el viento verdad? Pero no siempre es así, a veces ocurre que todo cuadra, es como encontrar cárabos de verde metal brillando debajo de cada piedra. Es cuando una lluvia somera llena de goterones oscuros las rocas grises y las transforma. Cuando nos giramos en el camino por el que acabamos de pasar y el contraluz añade lo que estaba pidiendo a gritos y pasamos antes sin escuchar.
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Solamente después de mucho tiempo de convivir y encontrarse en los vericuetos del pensamiento, cuando la técnica se ha vuelto secundaria, el ojo mental y la razón se dan cuenta de que tienen algún parentesco, que no es cuestión de dejar a la familia en la estacada. Entonces la razón empieza a buscar soluciones en lugar de poner pegas: quizá con este viento quede una buena foto movida, ¿qué te parece? No sé no sé, no lo acabo de ver, tanto verde sobre verde. ¡Allí, allí!, son cuatro hierbajos pero ¡ponte cabeza abajo! ¡Ponte del revés! Y te arrastras por el suelo, miras las hierbas a contraluz y el ojo mental empieza a segregar la hormona del placer de fotografiar, durante ¡uno, dos, tres disparos! ¡Cuatro, cinco! ¡Qué suerte, qué suerte! Hace viento, ¿y qué?
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La primera luz del este nos saluda en la cima a mĂĄs de tres mil metros. Ayer escalamos la gran pared y no quisimos abandonar la montaĂąa que fue la madre del pirineismo antes del siglo XX.
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El rapto Esa hormona, esa hormona...ella es la culpable de todo. Porque el ojo mental es un poco díscolo. A veces le gusta “colocarse” un poco. De tanto en tanto nos sucedía que unas fotografías de las que esperábamos grandes cosas, se quedaban en casi nada. Durante años nos encogíamos de hombros pero terminábamos preguntándonos ¿qué ha pasado? Hasta que descubrimos la hormona. De pronto ocurre, te viene la sobredosis de hormona fotográfica. A base de forzar la visión estética, ésta se sobreexcita hasta”pasarse de rosca” y acabas viendo maravillas donde no hay para tanto. La fiebre estética se apodera de ti. Si estás solo nadie puede ayudarte, aunque los síntomas son inequívocos ¡te lo pasas tan bien! Correteas de aquí para allá, deambulas sin quitar el ojo del visor, los carretes no duran nada. Es un alucine, un “viaje”, es una falsa percepción, una hiper-percepción. Acabas viendo lo que deseas en lugar de lo que hay; buenos contrastes donde estos apenas se insinúan, composiciones vigorosas que se quedan en el intento. Es hacer diez fotos del agua en movimiento. Todas iguales. Acabas fotografiándote el pie porque tienes una uña morada que va perfecta sobre el verde de la hierba. ! No se podría vivir así ¡ Días después, con el material en la mano y libres del “RAPTO”, sólo nos queda el fantasma de lo que recordábamos haber visto. Ahora, reconocida la anomalía, nos avisamos unos a otros en cuanto detectamos el peligro, pero aún así, a veces, todavía...nos damos algún “viaje”.
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Lo que parece cielo gris es en realidad una capa de hielo traslĂşcido sobre un lago. Lo que parecen copos de nieve es granizo pequeĂąo. La hierba ha sido aplastada hasta casi tocar el hielo por el peso de la nieve.
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Estar a tres mil metros en invierno y quedar envuelto en la niebla puede ser una maldición… o un regalo. Desde la cresta de la Munia fuimos espectadores de excepción de una etérea danza que duró horas. Cada vez que se abría el telón el espectáculo tenía nuevos actores: Robiñera, Añisclo, Monte Perdido, Tromouse. Nos la jugamos y tuvimos suerte. Una fiesta.
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Relatos Excursión de cuatro días en solitario al área de Escarpinosa-Perramó (Pirineos de Huesca) marzo de 1994. El tercer día, tras bajar de una ascensión a la Tuca de Ixeia, pasé la soleada tarde a orillas del lago semi-helado, inmerso en el lugar. Rescato unos fragmentos de mi diario: “Y aquí estoy tumbado a la sombra, salpicado de sol bajo las ramas, respirando paz y viendo pasar el día...Veo una sola hebra de seda tejida por una araña que ya no está aquí. El sol le da de tal modo que sólo es visible un corto tramo flotando en el aire iluminado. No se ve de donde parte ni donde acaba... Aiku Murmullo de agua Reverberando en la nieve Blanco, negro Una rama se balancea “...La quemadura del glúteo izquierdo (producida en un descenso “a escoba” especialmente largo y veloz), me molesta y no será una ayuda para dormir...Me visto para pasar la noche, con mi habitual profusión de pijamas y calcetines...La puesta de sol se presenta sosita...Entro en el iglú cuando ya anochece...En la quemadura del culo me he puesto un apósito improvisado con gasa, papel de cocina y esparadrapo...Espero que sirva de algo (supuraba mucho). Cuando todo está en su sitio, me meto en el saco y apago la vela...”
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Un modo de estar en el paisaje. No, no me pasé horas sentado sobre el iglú, la foto me la hice poco antes de marchar tras los tres días que pasé en Escarpinosa (y las dos noches que dormí dentro) y constituye el recuerdo de una experiencia tan recia como serena.
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Un Helicóptero rojo Había llegado el día anterior con la puesta de sol, a la cabaña de piedras amontonadas en la linde del bosque. Después de haberme levantado a las cinco de la madrugada para encontrar la nieve en buenas condiciones para el descenso y tras cuatro horas de andar con los esquís en los pies por un silencioso valle, mientras la salida del sol impulsaba un ligero viento en el cielo inmaculado, por fin nos encontrábamos en la última pendiente ya a la vista de la cima. De repente un ruido atronador rompió el paisaje en más de mil pedazos cuando un helicóptero rojo, subiendo desde las pistas de esquí de Andorra, sobrevoló la cima del Pic Negre d’Envalira a unas escasas decenas de metros de altura. Al vernos tan cerca de la cima, el piloto dio dos pasadas y nos hicieron fotos, supongo que espectaculares, desde el aire. Yo le disparé con mi cámara, pero no cayó. Desde aquí lo maldigo a él y a sus fotos. Acto seguido se acercó a una zona más llana debajo de la cima sin llegar a tomar tierra, pero lo suficientemente cerca para permitir el salto de un esquiador. Inmediatamente el helicóptero se alejó y el esquiador inició con estilo envidiable, un vertiginoso descenso de vuelta a las pistas. La del “heli-esquí”, al igual que otras plagas que nacen en los mismos focos de infección, amenaza con invadir el paisaje atribuyéndose derechos pero no obligaciones. Aunque el descenso fue magnífico, -porque a pesar de todo sólo nos habían hecho fotos sin lanzarnos ningún maleficio-, ese día quedó roto. Hice fotos desde la cima pero tengo el convencimiento de que no habrían sido las mismas si el helicóptero no nos hubiera interrumpido. No he vuelto al Pic Negre desde entonces. Una ley tabú de la fotografía dice que las fotos habrían sido iguales con helicóptero que sin él. Vamos, que haciendo un análisis simple de la situación, se puede captar lo mismo del paisaje sea cual sea el modo en que accedemos o las circunstancias en que nos encontramos. El esquiador que saltó del helicóptero, ¿habría hecho las mismas fotos desde la cima si, como yo, hubiera subido a pie? Quizá sea verdad que las cámaras son objetivas, en todo caso lo que si puede ser cierto es que responden de manera parecida, con ajustes de exposición equivalentes. Pero eso les pasa a las cámaras no a los fotógrafos.
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Tras el paso del helicóptero mis ajustes, tan minuciosa y pacientemente preparados durante dos días, se desajustaron. La parte mecánica de mi cámara no se alteró por una nimiedad como esa, puede resistir golpes más fuertes, pero la parte psicológica, esa si sufrió una sacudida de nivel siete en la escala de Ritchter.
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El arte de confundir Me dijo Almudena un día: “…el arte es siempre incompleto…”, y se quedó tan fresca. Yo le dije que sí, que tenía razón y se lo di por escrito: Más tarde me di cuenta de que en esa frase podía haber mucho más, que era como abrir la caja de Pandora, como una chistera mágica llena de conejos saltarines. ¿Podría haber una confusión,-afortunada porque me ha hecho reflexionar un poco más-, pero confusión al fin y al cabo? ¿Habrá dicho “el arte” cuando pensaba en los productos del arte, como suele hacer la gente sin reflexionar? ¿Habrá dicho “arte” del mismo modo que decimos fotografía y confundimos La Fotografía con la foto? Pero no, Almudena es demasiado inteligente para confundir el resultado con la acción. Ella sí que sabe. El arte es el proceso de creación y no el objeto artístico. Por eso el arte es siempre incompleto, porque está en andar y no en llegar: cuando llegas, se acabó lo que se daba y ¿alguien quiere pararse? La Fotografía del paisaje es dos veces arte, porque es necesario ponerse en camino para fotografiarlo, entrar en él, el fotógrafo del paisaje anda dos caminos y en el camino hace arte al andar.
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La burbuja de soledad Esta fotografía la tomé tras pasar doce horas de vivac bajo una nevada de diciembre. Yo estaba allí por gusto, -mi objetivo era subir el Puigmal de Llo-, pero gracias a ese “gusto” tan peculiar se me presentó la oportunidad de captar esta imagen. Recuerdo que lo más difícil fue reunir ánimos para desenterrarme de la nieve que me abrigaba y enfrentarme a los –14ºC de temperatura ambiente, para montar el trípode y permanecer unos duros minutos en la cresta mientras realizaba varias largas exposiciones. Ya entonces tenía conciencia de que a cambio de esos momentos de tiritona podía obtener algo en lo que recrearme por el resto de mi vida. La conclusión es que ciertas imágenes no pueden irse a buscar, pero que a veces se encuentran si uno frecuenta el lugar al que la belleza se asoma. He hecho varios vivaques invernales en crestas del Pirineo, pero sólo en esa ocasión obtuve una fotografía que pueda considerar “histórica”. Una forma de compensar el poco tiempo que uno pasa en el interior de los paisajes es visitarlos a lo bestia, vivaqueando en su meollo. Así, la puesta y la salida de sol, -por lo general proveedoras de la mejor luz del día-, pueden ser presenciadas por entero desde un lugar privilegiado. E incluso cabe realizar fotografías nocturnas. Ese método permite la integración del fotógrafo en el paisaje, adaptándose a su ritmo y ofreciéndolo, con suerte, variados aspectos de un mismo entorno por en el mero hecho de permanecer ahí como mínimo un día completo. Con la práctica resulta educado el concepto de confortabilidad; términos como “mullido” pasan a formar parte de otro tipo de vida (perdiendo valor o adquiriendo otro significado en el proceso) y uno se da por satisfecho si la pendiente del lugar no le obliga a despertarse a menudo para regresar al aislante. Una buena noche es aquella en que no llueve y el frío se mide más según la velocidad del viento que por el termómetro. Durante unas horas o unos días, se lleva una existencia curiosamente ruda en lo físico y sublime en lo estético. Tanto es así que cuando regresaba de mis travesías de seis días por el Pirineo, mi reingreso en la “civilización” resultaba difícil; la gente se me antojaba un hacinamiento de megáfonos vestida como una horda de bufones. Eran la antítesis de mi burbuja de soledad, del entorno duro pero bello con el que me había llegado a identificar y de una existencia sencilla cargada de sentido.
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No se como se hizo. Parece un manto de agua congelada antes de empapar la hierba. El caso es que estaba ahĂ, una escultura efĂmera sobre el suelo helado esperando la primavera.
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Otra introducción Si tal como decíamos en la Introducción (o como diremos en ella), este libro pretende emular la estructura del paisaje y por ello se presenta sin cabo ni rabo, poco importa empezar por una u otra tapa. Por eso hemos decidido reforzar la idea con otra,- que no segunda-, introducción. Y el Epílogo en el centro, ¡hala! Aquí, de la pluma de Enric, se tratarán temas fundamentales que incluyen,-pero rebasan-, el asunto específico de la fotografía de paisaje. Prologo yo, pues y suscribo mayoritariamente un texto cuyo contenido versa sobre fotografía y fotógrafo, arte y realidad. Ideas larga y amorosamente gestadas que definen la base tanto práctica como filosófica de nuestro quehacer fotográfico. Cuando uno piensa sobre cualquier tema y sobretodo si verbaliza lo que piensa, es fácil darse cuenta de que el empleo de palabras inadecuadas para expresar determinados conceptos, hace que finalmente lleguemos a conclusiones erróneas o que no alcancemos ninguna de la que podamos afirmar que es verdadera. La mayoría de las veces empleamos erróneamente las palabras porque partimos de supuestos tácitos sobre los que no hemos meditado suficientemente y también, porque queriendo llegar forzadamente a determinadas conclusiones insistimos en usarlas en un sentido excesivamente general o poco definido. No queremos que eso nos ocurra y aunque no pretendemos afirmar verdades absolutamente ciertas, deseamos que las opiniones e ideas reflejadas en éste libro sean verdaderas, en el sentido de que estén libres de ambigüedad y su significado pueda inferirse claramente de las palabras con que han sido expresadas. Este libro va del paisaje y de cómo fotografiarlo. Siendo consecuentes con nuestro principio de veracidad, debemos precisar que va del paisaje y de cómo lo fotografiamos nosotros, los autores. Por eso lo que afirmamos, -lo que opinamos-, es veraz en tanto que refleja nuestro modo de fotografiar y entender el paisaje y ponerlo por escrito es una manera de compartir y de aumentar el placer que esa actividad nos produce.
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Unas definiciones Una buena definición, permite explicar conceptos que van más allá de su estricto enunciado, o como mínimo zanjar polémicas y evitar la formulación de tesis que aparentemente no tienen una clara resolución y se convierten en caminos sin salida. Como muestra de ello, damos unas pocas definiciones, sobre las que se basa este libro. El Paisaje: cualquier entorno tridimensional cuya extensión permita, tomando al ser humano como unidad de medida, viajar en su interior. En nuestra definición, una habitación no es un paisaje, a menos que entendamos mal lo que significa viajar, pero una ciudad sí puede llegar a serlo, porque viajar no implica necesariamente el empleo de un medio de transporte y puede hacerse a pie. Se puede viajar por los túneles del metro y por ello sería posible, según nuestra definición, hacer fotografía del paisaje en el metropolitano. Ambientarro: dícese de aquellas conjunciones de luz y paisaje que alcanzan una gran fuerza estética en base a factores atmosféricos transitorios y/o morfológicos. Un ejemplo: atardecer, tras una tormenta de verano, en la cuenca lacustre de un macizo montañoso. A fuerza de años no sólo le brota la sensibilidad al fotógrafo; a veces hasta crea léxico. La Fotografía: una forma de arte, sea lo que sea el arte. Si supiéramos qué es el Arte habría la posibilidad de saber si la Fotografía lo es o no. De entrada, aunque no hayamos definido el Arte, sí sabemos que algunos tipos de imágenes son consideradas “obras de arte”, entre ellas muchos dibujos y pinturas. La Fotografía del Paisaje: el arte de fotografiar un paisaje Fotografiar: actividad consistente en la obtención de fotografías, empleando la radiación electromagnética emitida o reflejada por los objetos.
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Una fotografía: imagen fijada temporal o permanentemente, sobre un soporte cualquiera, obtenida a partir de la información registrada en un medio sensible a la radiación electromagnética. Un espejo no es una fotografía, porque a pesar de que permita reconocer una imagen, no la fija sino que refleja la luz recibida como cualquier otro objeto, pero sin dispersarla desordenadamente. Según nuestra definición, los dibujos y pinturas comúnmente denominados “realistas” y/o “figurativos”, pueden catalogarse como fotografías, puesto que son imágenes fijadas sobre un soporte, obtenidas a partir de la información registrada en un medio sensible a la luz emitida o reflejada por los objetos. Que ése medio sensible sean los sentidos y la memoria del artista puede considerarse incluido en la definición. De hecho, el dibujante ilustrador ha sido durante mucho tiempo, el encargado en exclusiva de mostrar en imágenes todo aquello que los viajeros y científicos no podían expresar en menos de mil palabras. Fotografiar a máquina: hacer fotografías mediante el empleo de una cámara fotográfica o de cualquier otra máquina, capaz de registrar la radiación electromagnética en un soporte sensible a ella. Fotografiar a mano: hacer fotografías sin emplear una máquina de fotografiar. De un dibujo, por muy parecido que sea al modelo, lo máximo que en la actualidad suele afirmarse es que “parece una fotografía”, nunca que es una fotografía. En esa afirmación está implícita la idea de que la fotografía permite obtener el mayor grado posible de parecido con el modelo en una representación gráfica. Sin embargo, haciendo una concesión a la máxima amplitud en el análisis y permitiendo que las imágenes consideradas fotográficas se beneficien de la gran generalización que permiten las definiciones, podemos ver también que la condición de parecido con el modelo, no es un requisito imprescindible para que una imagen pueda ser considerada fotográfica. De hecho una fotografía hecha a máquina, desenfocada o movida, puede formar parte de una exposición sin que nadie cuestione qué tipo de imagen es. Ello se debe a que es un lugar común, que la única imagen fotográfica, es la obtenida “a máquina”. Llegados aquí, parece que habría sido mucho más sencillo definir una fotografía, como una imagen obtenida mediante el empleo de una cámara fotográfica. Pero con ello habríamos convertido en fotógrafo a cualquiera que tenga movilidad en el dedo índice y nos habríamos olvidado de que “La Fotografía puede ser Arte, sea lo que sea el arte”. ¿Qué nos queda por definir? Nos queda el fotógrafo: si la fotografía es un arte, el fotógrafo será un artista. El fotógrafo es pues un artista que se dedica a la Fotografía.
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Algunos pensarán que lo suyo no es arte. Otros que no desean ser artistas y aún los habrá que opinen que la fotografía tiene demasiadas aplicaciones prácticas para ser arte. Allá ellos, que sean lo que quieran, pero nosotros pensamos que, hablando del arte y de los artistas, hablamos de los fotógrafos. Del mismo modo que usar con éxito una calculadora y aplicar correctamente el teorema de Pitágoras no nos convierte en matemáticos, obtener instantáneas tampoco nos hace fotógrafos. Al que piense que obtener fotografías es mucho más fácil que hacer cálculos correctos y aplicar profesionalmente las matemáticas, por mucho que eso pueda ser cierto-, le recomiendo que compare su colección con la producción de cualquier profesional, sea en una sala de exposición o en formato impreso y que empiece por hacer una buena cura de humildad, antes de considerare un fotógrafo. Finalmente y para terminar, fijémonos en que la aparente sencillez de la definición anterior, es el origen de multitud de conflictos. Entre ellos el de decidir si una imagen obtenida con una cámara fotográfica y posteriormente manipulada, es o no es una fotografía. Desde su inicio, la técnica fotográfica ha incluido como parte de la obtención de una fotografía, el tratamiento de la información originalmente contenida en el soporte sensible con objeto de hacerla visible y de fijarla definitivamente. Esto ha permitido que las fotografías puedan tener diferentes versiones según el proceso seguido para su revelado y fijado. De hecho no han cesado de publicarse tratados de método para la manipulación de negativos, positivos, papeles de copia, alteración de procesos fotoquímicos y en la actualidad, la aparición de programas informáticos para el “tratamiento de imágenes”, permite afirmar que no hay imagen latente, que no pueda ser la madre de innumerables fotografías, todas ellas más o menos parecidas al modelo. Este análisis debería habernos servido para mostrar que al hablar de fotografías en general, el contexto más frecuente se refiere tácitamente a imágenes obtenidas mediante técnicas fotoquímicas y desde hace pocos años, también a las obtenidas mediante técnicas fotoeléctricas, pero que al eliminar expresamente ese supuesto de las definiciones, hemos podido mostrar que hay dilemas que sólo lo son aparentemente o al menos, señalar dónde se originan conceptualmente: ¿el usar una cámara hace que la imagen obtenida sea por ello menos artística? ¿El parecido con el modelo, es la meta del arte? Parece ser que sí. Para la mayoría, aunque el espejo no hace fotografías, la cámara es como un espejo que sí las hiciera, bastaría con colocarla ante el sujeto para que lo refleje y presionar el botón para que fije su imagen. De la calidad de la cámara dependerá que la imagen obtenida contenga tanto detalle como sea posible ver.
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Es un liquen de varios metros de largo. Habría que trepar para llegar al extremo superior. Tiene años, puede que sea incluso más viejo que yo. Vive agarrado a una grieta húmeda, en un rincón umbrío, disolviendo la roca despacio y añadiendo el color de la vida al mundo mineral.
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Las bajas velocidades de obturaci贸n posibilitan un universo est茅tico distinto al que habitualmente percibimos.
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Despreciar el arte de La Fotografía Algunos desprecian la facilidad en el arte y valoran más la dificultad aparente de la ejecución que la propia obra de arte y por ello sólo consideran artísticos, aquellos objetos para los cuales son capaces de establecer o inventar un criterio de dificultad en la realización: por ejemplo, cuando se habla de pintura, la “exactitud fotográfica” suele ser uno de los criterios de valoración más comúnmente aceptados, pues se supone que es muy difícil obtener el “parecido” con el modelo. No se tiene en cambio en consideración, que obtener esa “calidad fotográfica” es difícil debido a la técnica empleada que a pesar de haber sido desarrollada durante siglos para ese cometido, requiere de una destreza y habilidad notables para su aplicación, incluso hoy en día en que el pintor dispone de colores y herramientas que siglos atrás había de fabricar él mismo. La facilidad en la captación de los detalles es la que hace que muchos nieguen a la Fotografía su categoría de actividad artística. Es como si el artista hubiera de tener una especial habilidad, una técnica depurada, algo que le hiciera capaz sólo a él, de interpretar la realidad en un medio que nada tiene en común con el modelo. De este modo se infravalora la fotografía como obra de arte y únicamente se aprecia si ha sido el fruto de un esfuerzo especial, pues así se evita valorar el fruto de la creatividad y la capacidad y no del esfuerzo. Esta forma de pensar lleva a muchos al convencimiento, de que usando una cámara cuanto más sofisticada mejor, (la cual se supone que incorpora en su tecnología toda la técnica necesaria), podrán obtener resultados tan buenos como los de un buen fotógrafo profesional. Naturalmente yerran y constatan, -como tantos otros antes que ellos han podido experimentar de primera mano-, que siguen haciendo los mismos paisajes anodinos que antes con la cámara compacta. Lo único que consiguen es cometer un menor número de errores y aún así, ni siquiera llegan a aplicar correctamente la tecnología disponible en la cámara, puesto que su postura mental es la siguiente: la cámara debe encargarse de todo, así que solo tengo que escoger la escena y llevármela a casa en forma de maravillosa foto de paisaje. Eso refiriéndonos a la fotografía de paisaje, que es la más trasnochada de todas las temáticas fotográficas y se da por hecho que está al alcance de cualquiera. Pero si nos ponemos a revisar los retratos que hacen del niño o de la amante, constataremos que sólo son dignos de ser vistos por la familia o en las páginas de porno amateur, respectivamente. Aún así, estos pseudo-fotógrafos, -que no fotógrafos aficionados, porque si verdaderamente tuvieran afición, se preocuparían al menos de aprender el abc de la fotografía-, no reconocen nunca su error e incapacidad y siempre atribuyen la fealdad de sus fotos, a factores externos a ellos que expresan en frases del tipo:
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Bueno no he hecho muchas fotos porque la cámara y los objetivos pesan demasiado y molestan y abultan y son cansados de llevar y no disfrutas de la fotografía. Es que el teleobjetivo no tiene estabilizador de imagen, porque ya era demasiado caro. Es que no tendría porqué usar el trípode y además no lo llevaba, porque la cámara sola ya es bastante engorrosa, además no tengo cable disparador, porque vale una pasta para esta cámara. No debe haber funcionado bien el flash (aunque tiene un flash externo dedicado y exclusivo de la cámara, que no usa nunca), pero casi no se notan los ojos rojos. Es que ya se sabe, los niños nunca se están quietos. ¿A que está buena? Pero es que no se deja, le da vergüenza. Es que había tanto vapor en la ducha que se me empañó el objetivo y además no me funcionó bien el flash. Esta marca de diapositiva no debe ser muy buena, porque los colores salen pálidos No hay manera de conseguir que se calle y ponga un gesto bonito. ¡Nooo! ¿cómo voy a tirar ninguna foto? ¡Las he hecho yo y cuestan dinero! (porque valer, no valen nada)
El repertorio puede variar, según el grado de idiotez del individuo en cuestión (hombres en su mayoría, para qué engañarnos). La ignorancia refleja la mayor parte de las veces la arrogancia y la incapacidad del espectador para comprender lo que es el arte. Por inseguridad, hay quien no puede aceptar que alguien a quien considera un igual, sea capaz de hacer algo que supere sus propias capacidades, su lema es: “si yo quiero también puedo hacerlo”. De ese modo, únicamente valora aquello que está manifiestamente fuera de sus posibilidades y por ello sólo aprecia las obras que puede valorar tomándose a sí mismo como referente. Si no puede hacer una estimación de la dificultad de realización en función de lo que él o ella se considera capaz de hacer o bien declarará que no se trata de una obra de arte, o bien supondrá que no cuesta nada hacerla. Se negará a valorar la idea subyacente en la obra artística, la originalidad en la ejecución, o cualquier otro valor que no sea el de la dificultad de ejecución material del objeto artístico. Si estima, -aunque sea erróneamente-, que es algo que está a su alcance construir, inmediatamente lo considerará de poco valor artístico. Esto refleja baja autoestima, inseguridad y falta de recursos contra la frustración.
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Malvadamente, otras actitudes que defienden la dificultad en la ejecución como un modo de valorar las obras de arte, se basan en la desconfianza de tipo mercantilista, según la cual no se reconoce el valor de un objeto, puesto que ello representa aceptar su precio: si el autor reclama un precio que aunque elevado corresponde a su coste, se tiene tendencia a pensar que el resultado, -aunque notable-, no merece el esfuerzo realizado, si en cambio se pide un precio que permitiría vivir al autor con un nivel de vida claramente por encima de la media, aunque corresponda al valor del mercado para esa pieza, se insiste en que el arte en general es inútil y en que no genera ningún beneficio social. En cambio ninguno de los que así se expresan, renunciará a obtener un beneficio tan alto como pueda de la venta de un objeto artístico, si se le presentara la ocasión, en una actividad que nada tiene que ver con el arte. Negarían así al autor lo que ellos, sin intervenir en la creación artística, sí creen merecer porque son muy listos. Así pues, la idea de que el valor del arte radica únicamente en la dificultad de aplicación de una técnica concreta, se afianza en la ignorancia, la inseguridad y la maldad, que en síntesis se reúnen en una sola expresión: desprecio por el arte.
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Por una vez, esos enemigos del paisaje que son los tendidos telef贸nicos, han proporcionado una foto original.
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Epílogo ¿Cómo, aquí en medio? Aquí como en cualquier otro sitio. Puesto que el paisaje carece de presentación, nudo y desenlace, estando constituido por una topología dentro de la cual, -que no frente a la cual-, se sitúa el observador, hemos querido para nuestro querido libro, similar ausencia de estructura lineal. Ya que no en lo físico, al menos en lo intelectual pretendemos cierta tridimensionalidad. Para el epílogo hemos escogido un tema que bien podría estar en una de las introducciones. Pero no, tanto da. Vamos a hablar de aquello que perseguimos tan denodadamente con el ejercicio creativo de la Fotografía: La Belleza. Esa es la dama que cortejamos perennemente: una belleza más alta. Para amenizar el modus operandi del libro se me ocurrió proponer un experimento: cada uno escribirá un texto sobre la belleza, sin estar obligado a referirla a la Fotografía ni a ningún otro enfoque constrictor. Pero ninguno debe conocer el texto del otro ni debatir el tema, al contrario de lo que hemos hecho en el resto del libro. Así se evitan mimesis involuntarias y se promueve la emergencia de armonías y contrastes, convergencias y disonancias.
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La belleza del Salva Dada su naturaleza intrínsecamente subjetiva, la búsqueda de una definición “objetiva” es apasionante por infinita y contradictoria. Pero para acabar postulando que lo bello es lo que causa una impresión estética e intelectual placentera, a unas personas sí y a otras depende, mejor me ahorro las efusiones eruditas. Lo que a mi me interesa es hallar, plasmar y crear la belleza según vayan evolucionando mis capacidades sensitivas. Pocas cosas como la percepción de la belleza son tan exclusivamente humanas. De hecho no hay percepción de la belleza, sino invención de la misma, ya que fuera del cerebro humano no existe, es indemostrable. Cuando un orangután mira a su alrededor detecta presencia/ausencia de alimentos, de congéneres, de enemigos… capta la estructura tridimensional de la selva, los colores y en fin, todo lo que está físicamente allí, dentro de su alcance perceptivo. La belleza no lo está. Pongo el ejemplo del orangután por aludir a uno de los animales cuyo cerebro está más evolucionado. Girando noventa grados dentro del sistema y obviando eslabones evidentes, me pregunto: ¿cuál es la utilidad evolutiva de la “invención” de la belleza? ¿Acaso los primeros homínidos protopoetas, eran sementales más aptos o mejores madres? ¿Se defendían mejor del leopardo? Otras habilidades mentales, -que debieron desarrollarse más o menos simultáneamentesí que dotaron de grandes ventajas para la supervivencia a nuestros antepasados, pero la sensibilidad estética no les ayudó a sobrevivir mejor; les ayudó a vivir mejor. Esa insondable distancia cualitativa entre sobrevivir y vivir es lo que nos hace humanos, seres de otra dimensión dentro del reino zoológico en el que estamos inscritos en términos de pura taxonomía. De unos años a esta parte, más que guiarme me impulsa, la idea de que un ser se hace humano, conforme desarrolla esas increíbles potencialidades privativas del género Homo. Nuestro genoma es un noventa y mucho por ciento idéntico al del lemur. Nuestra mente para nada. El amor, la creatividad y los sentimientos superiores, (compasión, empatía, etc.) nos definen. O deberían definirnos. La auto-conciencia, el cientifismo y el conocimiento de la muerte nos definen. El dinero nos degrada pero también nos define. Hay un buen puñado de aspectos mentales que nos separan radicalmente del resto de la biota y la localización de dichos aspectos en el genoma es discutible. Pero aquí estamos, recién surgidos de la sabana africana en eras paleontológicas rabiosamente modernas. Somos lo último. Somos de otro palo, uno hecho de cartas donde se alberga lo mejor y lo peor que un organismo vivo, tal como lo conocemos, puede producir. Y para mí, la belleza se halla en el meollo de este hermoso y terrible enigma, -junto a la imaginación y el amor- que
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constituye el ser humano. Así lo siento y mi vida es eso. Este es un libro que trata sobre un tipo concreto de belleza; una visión de la naturaleza expresada a través de la fotografía, en la cual hay mucho de ese amor exclusivamente humano que nada tiene que ver con la reproducción y que lo tiene todo que ver con la capacidad creativa y la imaginación.
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La belleza de Enric Después de milenios de crear y mirar objetos bellos, creo que es hora de que alguien de nosotros lo diga: la belleza no existe, los objetos sí. Los mares, los naufragios y las tormentas y la luz del sol sí existen. La belleza, no. Alguno dirá que sí, que existe porque “yo la veo”, solipsismo se le llama a eso. Pero no vamos a discutir ahora, con el buen rollo que llevamos en este libro, venga pues sí, que sí existe ¿pero dónde? Hace poco tiempo, ha sido reconocida y premiada en un certamen internacional, una fotografía tomada por un periodista, en una de las más recientes guerras étnicas que han asolado los Balcanes. Muestra el llanto en el sepelio por el hijo y hermano muerto. La imagen, iluminada por una luz maravillosa, parece un cuadro del Giotto o de Rafael. No es posible dejar de apreciar la exquisita belleza de esa atmósfera luminosa: el modelado de los rostros, la armonía de los colores, la perfección de la composición. Pero esas figuras son la huella de luz que han dejado la madre, la esposa, la hermana, que igualmente llorarán esa muerte bajo cualquier luz y que la seguirán llorando en la oscuridad. Por eso digo que la belleza no existe como una parte de la Naturaleza, no existe como una propiedad del mundo, porque ¿cómo puede ser que sea bello el sufrimiento? Puede parecer perverso, ver la belleza en imágenes que muestran el horror, la pena, el dolor, la miseria y la muerte indigna y violenta. Pero está ahí. Sólo son bellas las imágenes, porque así han sido creadas y ningún contexto, aunque sea infame, puede privarlas de ella. La belleza es una capacidad de nuestras mentes, (fijaos que no digo “la Mente”), de la de cada uno. Es una propina, un modo de ver y de pensar, algo que paradójicamente, no es del mundo pero nos permite disfrutar más de la vida. En definitiva, los objetos no son bellos, simplemente son. A veces los vemos bellos, otras horrendos y las más ni siquiera los vemos.
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Imágenes buenas e imágenes malas ¿Hay imágenes buenas e imágenes malas? ¿Las imágenes, pueden ayudarnos a alcanzar la tranquilidad, la serenidad, a obtener la paz interior o la alegría? Nos alimentamos de imágenes, tanto como de sonidos y sensaciones procedentes de los otros sentidos. Hace unos días, mi hijo de trece años me contaba que las pesadillas le despertaban en medio de la noche y que el miedo que le habían causado, le impedía dormir hasta que el sueño podía con él. Esa sensación de miedo tan intensa, era debida a que los sueños contenían imágenes muy claras y precisas de lo que le ocurría: era perseguido por monstruos de horrorosa fealdad y asesinos despiadados, veía rodar la cabeza de sus compañeros con toda claridad, seccionada por afiladas espadas. No tuve ninguna duda respecto a cuál era el origen de esas imágenes tan precisas: los juegos de ordenador, el vídeo y el cine. Eran lo que veía durante varias horas a lo largo del día, sobretodo, eran las imágenes en las que ponía mayor concentración. Esas imágenes habían alimentado su mente como un veneno nefasto y hacían su trabajo por la noche, poblando sus sueños de monstruos de realidad espeluznante. De ese modo su mente tenía material de sobra para ilustrar sus “creaciones” nocturnas. Más adelante, saqué la conclusión de que posiblemente, las propias imágenes podían haberlas inducido. Nada más fácil para la fantasía que ponerle guión a un conjunto de imágenes, de hecho, como el cine nos muestra constantemente, sirve cualquier guión sencillo de persecuciones y matanzas. Pensé cuan distinto hubiera sido, si en lugar de meterse en la cabeza esas imágenes, hubiera estado en otro lugar, donde viera algo hermoso, algo bello. No quiero decir que lo que vio no estuviera bien hecho, solo que evidentemente, no era algo que pudiera sosegarlo y darle tranquilidad. En este caso no tengo ninguna duda de que las imágenes que alimentaban los sueños de mi hijo eran malas. Lo eran porque en el contexto en el que actuaban, literalmente causaban terror.
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Los recuerdos dormidos Es un tópico que los olores tienen una gran capacidad para despertar recuerdos. Por esta vez, aunque sea un tópico, tengo una experiencia personal que lo ratifica. Pero a mí, lo que ese olor concreto me hizo recordar, con una intensidad que casi me tomó al asalto, fue una imagen. En realidad me transportó a un bosque para mí archiconocido, lo vi. Literalmente, lo vi sin cerrar los ojos, lo vi con el ojo de la mente. No recuerdo una “visión” de intensidad parecida que no haya sido un sueño. Sin embargo, se esfumó tan deprisa como un sueño al despertar. Los recuerdos resisten muy mal convivir con el presente, con el aquí y ahora. Puedo recordar un lugar “casi como si lo estuviera viendo”, pero la mayor parte de las veces no es así. Porque con las imágenes ocurre como con el resto de los recuerdos, se vuelven borrosas, van perdiendo nitidez y cuantas menos veces las llamamos, más profundamente caen en el pozo del olvido. Pero están ahí, no se cuantas son, pero sí son todas las que de algún modo, nos han llamado la atención, o se han repetido lo suficiente. Las imágenes son algo tan primigenio en nuestra mente, que la razón, mucho más moderna, no conoce ese lenguaje primitivo de olores y sonidos que las convoca con tanta claridad. Por eso las imágenes son como recuerdos dormidos, que la conciencia no puede despertar.
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El poder evocador de las imágenes Los recuerdos pueden ser imágenes y tal como hemos dicho en otro lugar, las imágenes pueden ser recuerdos dormidos, como sueños que sólo recordamos por poco tiempo al despertar. Puedo recordar un lugar casi como si lo estuviera viendo, incluso si me esfuerzo puedo intentar hacer un dibujo que describa lo principal. Pero al poco tiempo, la dificultad está no sólo en dibujar, sino incluso en recordar los detalles con claridad. Hasta que la fotografía fue inventada, únicamente las técnicas gráficas asociadas al dibujo y la pintura podían tener ese poder evocador de recuerdos. Es necesario señalar, que ese poder de evocación se debe al carácter de imagen que tienen los objetos gráficos desde los tiempos de Altamira, y que incluso una imagen aproximada puede bastar para evocar un recuerdo. Las fotografías, con su capacidad para retener hasta los más mínimos detalles visibles, son un medio magnífico para evocar recuerdos. Incluso cuando no hay imágenes “dormidas” asociadas a un episodio de nuestra vida, las fotos pueden ayudarnos a recordar. A veces son incluso el único “recuerdo” que tenemos. Ése es el uso que mayoritariamente les damos. Nosotros, que hacemos fotografías con la intención de crear imágenes que puedan valorarse por sí mismas, no podemos tampoco sustraernos al valor de iconos del pasado que pueden tener muchas de ellas.
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No somos los Ăşnicos que contemplamos el paisaje.
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De excursión a Coma de Vaca me tope con uno de los aludes que no son raros en ciertas zonas del Valle del Freser. A Miquel Bonet y a mí se nos ocurrió regresar allí para tallar, en los grandes gruesos de nieve semiprensada, nada menos que una pequeña habitación. Nos costó casi ocho horas de arduo trabajo a piolet y pala pero esa noche dormimos en una suite exclusiva. Para fotografiar tan efímera obra me levanté todavía prácticamente de noche, encendí un par de velas en el interior, busqué un buen ángulo, monté la cámara en el trípode y realicé esta larga exposición.
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La fotografía y el lenguaje de las imágenes Las imágenes, junto con las sensaciones derivadas del sentido del tacto, son los principales estímulos sensoriales que utilizamos para construir la sensación de espacio tridimensional. La visión nos permite crear el concepto de distancia, mientras que con el tacto obtenemos el de forma. La vista y el tacto combinados, permiten reunir información a priori, para poder reconocer a posteriori, objetos fuera de nuestro alcance. De este modo, las imágenes son en sí mismas una suerte de lenguaje, basado en el orden, la proporción, el color y la luminosidad, con el que interpretamos el mundo y que nos permite atribuir una forma a todo aquello que no podemos alcanzar. Mediante las imágenes, los objetos y el paisaje nos hablan desde lejos. Mantenemos un diálogo incesante con nuestro entorno cambiante, al que respondemos no sólo con nuestro comportamiento, sino también creando sin cesar nuevas sensaciones. Las fotografías, pueden ser leídas como soporte de imágenes que son y como ocurre con el lenguaje escrito, pueden también usarse para crear mensajes que no correspondan a la realidad, algo así como la poética de la imagen. Como tantas veces se ha dicho, la poesía miente, pero ¿pueden mentir las imágenes fotográficas? Claro que pueden. De entrada, el lenguaje fotográfico no se corresponde exactamente con la interpretación que hace el cerebro, de las imágenes que le llegan directamente a través de la vista. Características asociadas a la propia técnica de la fotografía, como la latitud de exposición, la profundidad de campo, el campo de visión, el punto de vista único, la respuesta del color, el rango tonal, el formato, la sensibilidad ISO, el formato de reproducción y el soporte, determinan la forma en que se representa la realidad en una imagen fotográfica. La poética de la imagen en fotografía, puede expresarse partiendo de la realidad y alterando las normas de su representación. Algo que el ojo por sí solo no podría hacer sin causarnos un grave perjuicio. Por tanto, aunque una fotografía es un objeto susceptible de ser leído en lenguaje visual, porque emplea los mismos símbolos, -precisamente los sujetos fotografiados-, para los mismos significados, permite que el fotógrafo actúe como un intérprete un poco díscolo, que empleando precisamente una imagen interpuesta, altera las normas visuales de representación y por tanto presenta a la mente del observador contenidos poéticos que en muchas ocasiones la propia realidad no exhibe. En esa posibilidad es donde reside el arte en la expresión fotográfica. En esa perversión del código visual, en esas falsas apariencias, podemos encontrar el margen necesario para la creatividad y la belleza.
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La chiripa Las cosas no salen bien porque sí (dos golpes simultáneos con ambos puños sobre el pecho). Las cosas bien hechas se meditan mucho (cuatro golpes). Las cosas sólo alcanzan la excelencia cuando el control de todos los factores es absoluto (seis u ocho golpes feroces). ¡Nada queda librado al azar! (entre doce y dieciséis golpes acompañados de cabezazos y un desaforado pataleo). Ciertamente resulta habitual que muchos profesionales, -y ya no digamos aquellos aficionados que son más papistas que el papa-, afirmen hasta la extenuación que el azar no debe existir. Que toda obra de arte es fruto de la técnica y la mente, ambas sometidas a un férreo control racional. A mí esa forma de ver la fotografía, me parece más definitoria de la ingeniería que del arte, pero para una inmensa mayoría de personas escasas de creatividad y de honradez, ese es casi un credo. Así hallaremos gentes que se gastan una fortuna en material de última generación para poder seguir haciendo, impasibles, las mismas fotos meramente correctas de siempre. O lo que marque la moda de la temporada. Mi experiencia es que basta un dominio cabal de la técnica, algo que cualquier persona inteligente e ilusionada puede aprender en menos de un año si tiene un buen profesor, para estar en situación de hacer fotos tan brillantes como su creatividad e ingenio le permitan. Por supuesto, creatividad e ingenio son cualidades difíciles de aprender si no se dispone de un cierto capital innato y se está dispuesto a una gran dedicación. ¿Y dónde aparece la chiripa? Pues aparece tan pronto como empiezas a percatarte que el azar tanto puede colaborar al éxito o a la ruina de una imagen. Es común luchar contra una luz adversa y lograr apenas rescatar la honra aliándose al enemigo, maniobra que aún siendo más astuta que luchar contra él, no siempre te permite lograr una buena instantánea. El azar indiscutiblemente, está en el mundo y negar su influencia resulta pueril. Existe incluso en la fotografía de estudio y ya no digamos en los exteriores naturales, donde todo cambia de color, de volumen y de protagonismo, según dictan los caprichos de la luz. La luz…siempre la luz pero, ni mucho menos, sólo la luz; pasas treinta segundos comprobando el enfoque de un lirio y justo cuando disparas, un golpe de aire lo hace oscilar. A menudo fastidia pero a veces te obsequia una imagen insospechada llena de encanto y mucho más valiosa que la que tenías en mente. Absorto en la composición del encuadre, se te pasa por alto que un claro entre las nubes está aproximándose por la espalda y justo al hacer la foto, ha empezado a iluminar el primer plano, haciéndolo resaltar contra el fondo, que por comparación, queda más oscuro. La imagen ha cobrado una fuerza con la que no se
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contaba y es, otra vez, muy superior a lo que uno había previsto. Huelga decir que a cualquiera se le ocurrirían nuevos ejemplos. Una proporción significativa de mis mejores fotos deben buena parte del mérito a los imponderables más diversos y eso le pasa a todos los fotógrafos. Desde luego hay que comprar números si quieres que te toque la lotería y en fotografía eso significa que Mahoma ha de ir mucho a la montaña, ha de pasar muchas horas, tener unas nociones técnicas bien asimiladas, un equipo que funcione correctamente y la creatividad y el buen ojo suficientes para saber ver, en un momento dado, que la Chiripa te acaba de hacer un regalo.
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Ver para creer Ver es conocer, conocer el mundo, conocer las personas. Mucho de lo que sabemos lo hemos conocido porque lo hemos visto. Si no lo veo no lo creo, llegan a decir algunos filósofos. Pero, ¿podemos creer todo lo que vemos? En la fotografía del paisaje esto es tan cierto como en cualquier otro ámbito de la Fotografía, ¿hasta dónde podemos admitir que una fotografía refleja fielmente el paisaje? Recibimos una cantidad de imágenes increíbles de parajes paradisíacos, pero a pesar de saber que no son ciertas, nos fascina su aparente realidad. Basta con que el cielo sea azul, la nieve o la arena lo bastante blancas y los prados siempre verdes, para que muchos crean que lo que ven existe. Las puestas de sol y los bosques otoñales amarillos y rojizos, se han incorporado a nuestro acervo de imágenes habituales, cuando de hecho, la mayoría no ha visto nunca un paisaje así ni de lejos. Lamentamos deciros que no podéis creer todo lo que veis impreso. En cambio hay otras imágenes que a pesar de ser ciertas, nos pueden parecer increíbles y si no me creéis, mirad, mirad.
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El placer de la belleza en el paisaje ¿Cuánto tiene que ver la belleza con el placer? La música es el paradigma del arte identificado con el placer porque pocas veces se acepta como bella una composición que no cause placer al oyente. ¿Pasa lo mismo con las imágenes? ¿Nos producen algún tipo de placer las imágenes? No hay duda respecto de algunas en las que se representa un sujeto que por sí mismo consideramos bello. De éstas dice el tópico, que producen su efecto independientemente de su valor estético. Pero puestos a elegir, preferimos una imagen, que sume la suya a la belleza del sujeto en lugar de ocultarla. ¿Pero, en qué consiste el placer que obtenemos de las fotografías? Ocurre que podemos juzgar bella una imagen, en la que se muestra algo que si estuviera presente, nos parecería desagradable o incluso asqueroso. Quiero citar una anécdota: un amigo nos presentó una colección extraordinaria de diapositivas con colores y formas abstractas. Las imágenes fueron obtenidas a partir de sandías podridas, teñidas en el proceso de putrefacción con colorantes artificiales. Según nos contó luego, no se podía entrar en el sótano donde se podrían las sandías por el hedor que desprendían, sólo le permitía soportarlo, la posibilidad de obtener bellas imágenes. Pero en las fotos no estaba el mal olor, solo el color y la forma que no podían relacionarse con su contexto real. Sin entrar a cuestionar el gusto de algunos, pueden aceptarse algunas piezas manifiestamente desagradables como arte, pero es que el arte no es por definición, estéticamente bello: la belleza en una obra artística puede estar en su significado o en su concepción y no en su composición o en su forma. Las fotografías de paisajes no son precisamente una excepción y por ello se las ha manipulado hasta la extenuación; lo que casi siempre se nos presenta como significados o contenidos emocionales del paisaje, pueden explicarse sin ninguna metafísica como contenidos gráficos y estéticos de la fotografía: la “atmósfera”, el “romanticismo”, el “lirismo” o la “dureza” de los paisajes, no son otra cosa que conceptos que hemos aprendido a asociar, con sus referentes estéticos de color, forma o definición de la imagen. Son significados convencionales, no características de la imagen. Si no somos capaces de apartarlos, no podremos crear buenas fotografías de paisaje. Rodearse de imágenes convencionalmente bonitas, bellas por definición, es una buena manera de no ver ni disfrutar la belleza real cuando la tenemos delante. Ver es un anticipo. La belleza de muchas imágenes está en esa promesa de tacto, que evoca la sensación
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de la textura, del recorrido de la forma. De ese modo las imágenes estáticas pueden sugerir el movimiento sin ser cine; el recorrido visual de la redondez, de la sinuosidad, la continuidad de las formas en superficies de suave transición, es parte de lo que haríamos siguiendo a la mano. Con la vista se pueden acariciar objetos enormes, paisajes enteros: se acarician montañas nevadas, prados lejanos, campos de trigo, dunas onduladas y las onduladas olas. La vista es una forma especial de tacto que nos deja tocar imaginariamente hasta lo intocable: las nubes cambiantes, la superficie cambiante del agua, las llamas, los hielos, los filos más perfectos, la espuma y las pompas transparentes que la forman. Las superficies más abruptas pueden parecer redondeadas si las contemplamos con suficiente distancia. Parte del placer que obtenemos de la contemplación de imágenes, proviene pues de esa evocación e imaginación del tacto. Las imágenes nos acarician por dentro tanto como nosotros las acariciamos. Pero hay otras fuentes de placer en las imágenes. Asociamos la visión a otras acciones, a otros modos de relación con la realidad y en eso radica su potencia y su poder de sugestión. Ve más quién tiene más experiencia, el que ha sufrido y la que ha disfrutado, el que sabe más. Mirar permite anticipar las acciones, salir de nosotros mismos: el que esquía se ve bajando laderas, la que vuela, surcando los aires entre valles y gargantas. El andarín seguirá con la vista el camino, subirá pendientes y atravesando las sombras, se dejará acariciar por el sol entre los árboles. Los escaladores ven abismos donde los demás sólo un bonito escenario para un calendario. Todo eso puede estar en el paisaje y también quedar atrapado en una fotografía. También podemos entrar donde nunca podremos estar: planear sobre finas capas de hielo en lagos dorados, brillar como gotas de rocío colgadas del extremo de un hierbajo. Fotografiar un paisaje en fin, es ver todo eso. Significa haber tenido una experiencia que asociar con ese lugar y en cualquier caso, la oportunidad de tenerla. La belleza en nuestro entorno, entendida como placer estético, puede contribuir a nuestra felicidad. No puedo afirmarlo como una verdad universal, pero sí como una experiencia personal y por eso, porque es personal e intransferible, no puede ser convencional, se comparte pero no se disfruta por consenso. Espero por vuestro bien que me creáis, porque la belleza está en la mente del observador, es decir: el placer está en vuestra mente y en vuestras manos.
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Restos de tapicerĂa en una playa o el poder de los elementos para ÂŤnaturalizarÂť incluso la basura.
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Las nieves del Kilimanjaro La ventisca y el frío suelen ir juntos de manera desagradable si estás inmerso en ellos, pero vistos desde la puerta del refugio o desde la ventana de casa, la fuerza del viento y las formas que adquiere la nieve arremolinándose y fluyendo, pueden dar muchas satisfacciones estéticas. Ver una fotografía de la ventisca es en cierto modo, como estar en la ventana del refugio. Aunque la foto se haya hecho con el fotógrafo inmerso en los torbellinos, el espectador no apreciará nunca directamente el frío o la fuerza del viento, pero si la fotografía es suficientemente buena, sí que podrá disfrutar de una parte del estímulo estético que la motivó. Ahora, con una cámara digital, esto que digo está aún más claro, porque es posible ver la fotografía acabada de tomar, justo en el mismo contexto que el fotógrafo. Una parte del éxito de las cámaras digitales y no la menor, se debe precisamente a que la “pantallita” permite ver la foto, justo en su contexto y forma así parte de lo que se está viviendo. Paradójicamente, el salto digital permite que la imagen fotográfica recupere aunque sea fugazmente, una credibilidad perdida hace tiempo como testigo fiel de los hechos. Al mismo tiempo esta obviedad, hace a todo el mundo consciente de que la foto es un objeto aparte, algo que no puede de ninguna manera confundirse con la realidad. Por eso queda claro que cuando ves la foto lejos del lugar donde se tomó, no cabe duda que esté “fuera de contexto” y que sea necesario darle alguno. Al sacarla de su contexto, la fotografía es una imagen vacía de significado. Como las fotografías permanecen más allá del momento en que fueron tomadas, acaban siendo solamente eso, una fotografía, un objeto que contiene una imagen gráfica. Solamente el recuerdo intransferible, que es exclusivo del fotógrafo, puede dar algo de su significado original a la foto. Algo tan sencillo como mostrar una fotografía fuera de contexto y callar, es lo que permite al fotógrafo crear algo nuevo, algo bello. Podemos crear un nuevo contexto para la foto, algo así como otras imágenes o bien un texto, o cualquier otra cosa, dentro o fuera de la imagen, que pueda añadirle un significado, por ejemplo: -20º, 120km/h, 70º latitud norte, cima del Aneto. O bien: “el fotógrafo murió después de tomar esta fotografía”, “era el décimo día de la travesía en el hielo norte”, “salí a la puerta del refugio y la ventisca era insoportable”, y cosas por el estilo. Naturalmente pueden ser todas falsas, aunque coherentes con la imagen. Entonces, ¿qué nos queda cuando la fotografía se presenta sin contexto? Respuesta: el relleno de una huella gráfica que podemos reconocer o no.
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Aunque en esencia la fotografía no es más que una huella dejada por la luz y puede llegar a crear imágenes de manera muy compleja, la mayoría de nosotros seguimos relacionándola con nuestra vida cotidiana y los objetos que nos rodean. Por eso ante una imagen abstracta, cuando nos dicen que es una foto, insistimos en aferramos a la idea de que ha de tener algún vínculo con la realidad y en que es la huella dejada por algo existente o que ha existido, aunque no podamos encontrar en ella nada reconocible. Con las fotografías de paisajes parece que tendríamos que estar a salvo de toda incertidumbre. La fotografía del paisaje parece especialmente refractaria a la abstracción, pero si pensamos en cuántas fotografías de paisajes desconocidos vemos continuamente, podemos plantearnos si verdaderamente somos capaces de reconocerlos. ¿Cuántos glaciares hemos visto realmente, cuántos hielos flotantes veremos nunca, cuántos relámpagos, cuántas auroras boreales, quién ha estado en el Gran Cañón y en el desierto de Tabernas en Almería? ¿Significan algo para nosotros las fotografías de todos esos lugares en los que no hemos estado? Seguramente sí, pero nunca nada directamente relacionado con el paisaje real, sino con el contexto en que las vemos o nos las muestran. Un contexto que puede no ser otra cosa que nuestras propias fantasías. Nunca veremos las nieves del Kilimanjaro, porque se están fundiendo ante nuestros ojos.
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Los hábitos en la percepción del paisaje La abstracción, en el sentido de sacar del contexto, priva a la imagen de significado y le permite expresar un contenido que pasa desapercibido al considerarla como parte de su entorno. Ocurre también que al mirar una fotografía, su poder de evocación de imágenes visuales identificables, es tan grande, que olvidamos que no es más que una superficie cubierta de manchas de color. El poder de estas representaciones es tan fuerte, porque tienen una correspondencia fisiológica: las imágenes visuales se proyectan invertidas, en la superficie de la retina al fondo del globo ocular. Son imágenes en dos dimensiones, que el cerebro ha aprendido a procesar como representaciones del espacio tridimensional en el que aparentemente nos movemos. La abstracción gráfica se puede encontrar entonces a dos niveles, la ausencia de significado en la forma y la discordancia con la visión. Las representaciones gráficas totalmente abstractas lo son en esos dos niveles. En las fotografías de paisaje, la abstracción gráfica puede ser sólo aparente: basta con usar un punto de vista poco habitual o un cambio de escala, sin que haya distorsión o deformación alguna, para que la imagen sea incomprensible para muchas. Es decir, se toma por abstracta una fotografía, simplemente porque se saca del contexto pre-cocinado en los hábitos de la percepción. Esos hábitos son el “contexto por defecto” que asignamos a todas las imágenes, algo que en la mayor parte de las ocasiones nos ayuda a reconocer rápidamente nuestro entorno real. Pero como ya hemos leído en otro rincón del texto las fotografías, aunque sean de paisaje, no son más que la apariencia de las apariencias. Mucho de lo que miramos no lo vemos, porque nuestros hábitos de percepción no nos los permiten. Analizamos el paisaje como si estuviera compuesto de símbolos, en lugar de estar formado por objetos con características propias. Todo ello en aras de obtener un rápido reconocimiento, aunque sea esquemático, de nuestro entorno inmediato. Nuestros hábitos de percepción son útiles para no chocar con los árboles, pero no sirven de nada para fotografiarlos. Cuando se hacen fotos sin desprenderse de los hábitos, sólo nos salen padrenuestros y avemarías y nunca haremos un buen retrato más allá del seis y el cuatro.
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Un rayo lo mat贸 y ahora un liquen se aferra a su tronco sin corteza, pelado por el agua y el viento.
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Cámaras amaestradas y la “ley del ende” Aunque sea un tópico más, creo que éste es uno de esos temas casi obligados que puede expresarse con algunas frases parecidas a estas: “claro, con un modelo así también hago yo buenas fotos” o bien, “es que en ese sitio, con apuntar seguro que tocas”, o esta otra perla, “son buenas, pero parece que haya encontrado el sitio desde donde se sacan todas las postales” y la peor: “claro, ¡como que tiene la cámara amaestrada!”. No seamos mezquinos, ya sabemos que a esto se le llama envidia. Además es una envidia por partida doble: del modelo y de la fotografía. Los más nobles, más de lo primero que de la segunda. Es la clásica confusión entre “en” y “de”, la belleza en una fotografía y la belleza de una fotografía, es decir: la belleza del modelo que se refleja en la fotografía y la belleza de la propia fotografía, independiente del modelo. Admito que no es una gran sutileza conceptual, pero por su omnipresencia casi que puede considerarse como un hecho experimentalmente constatado. ¿Quién no ha intentado fotografiar “artísticamente” al amor de sus amores, sea varón, fémina o animal de compañía? ¿Quién no ha tenido por ese motivo una amarga “decepción fotográfica”, al no encontrar en la fotografía más que un pálido reflejo de la belleza del modelo? Siempre se puede decir que el modelo no colabora o que no es fotogénico. En realidad se debe a la inexorable ley del ende. Por suerte para nosotros, por muy raros que seamos, el paisaje “siempre se deja”. Pero muchachos, incluso el más convencionalmente bonito de los paisajes puede salir mal en una foto convencional. De hecho por la ley del ende, lo más habitual es que no encontremos la belleza que vemos en el paisaje como una parte de la fotografía. La ley del ende nos muestra (¡y cómo!) que muchas veces no basta con hacer fotografías convencionales, aunque sea de modelos convencionales, para obtener siquiera una fotografía convencionalmente bella. La existencia de esta ley responde a un hecho físico incuestionable por evidente y que increíblemente, la mayoría de los fotógrafos convencionales ignora: las cámaras fotográficas no capturan la belleza por sí solas. Antes al contrario, como todos los fotógrafos gandules saben, hay que amaestrarlas. Y ya se sabe
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que amaestrar una cámara, por buena que sea, siempre cuesta el equivalente de un montón de carretes. Hay que reconocer no obstante, que amaestrar una cámara es una tarea difícil que no todo el mundo sabe hacer bien y por ese motivo, hay tantas cámaras asilvestradas por ahí, generando fealdad en pequeñas dosis de algunos centímetros cuadrados. Es una suerte que hasta ahora, la mayor parte de esa contaminación visual se quede en casa. Bromas incluidas, lo que se sigue de todo esto es que fotografiar la belleza es, para evitar la ley del ende, hacer una bella foto. Dicho de otro modo, que la belleza del modelo debe tener algún equivalente en la belleza de la fotografía. Por ende, el buen fotógrafo puede definirse como un transformista, de la belleza del modelo en la belleza de la fotografía. En ese truco está la magia del fotógrafo, hacer esa transformación, que no es automática ni programable, significa ser creativo. Efectivamente hay una colección de trucos para ser creativo, o por lo menos para meter algo de belleza en una fotografía, que se explican en todos los manuales conocidos de fotografía del paisaje. No se han de despreciar en absoluto, porque son el “abc” del buen amaestrador de cámaras. Pero cuando por fin la cámara ya está amaestrada, entonces es el momento de hacer magia.
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La polaridad del arte Me dijo Almudena un día: “…el arte es siempre incompleto…”, y se quedó tan fresca. Yo le dije que sí, que tenía razón y se lo di por escrito: Saco un conejo de la frase – chistera. Uno transparente que apenas se ve, un efímero espejismo hecho de aire, como si en lugar del conejo estuviéramos viendo el hueco que dejó en su rapidísima huida. Podemos imaginar una forma transparente que tenemos ahora en la mente, un conejo imaginario que sólo está en vuestra cabeza. Un hueco mental que rellenamos con cada conejo que vemos. Nos metemos en el paisaje y andamos con la cámara en la mano y la mente llena de huecos que llenar. Apuntamos con la cámara y proyectamos huecos mentales en las formas del paisaje. Cada cual tiene los suyos, aprendidos mirando otros paisajes, adquiridos día tras día de la mañana a la noche, quietos y en movimiento, patrones que nos permiten reconocer objetos, lugares, que a veces encajan y al siguiente desaparecen, patrones mentales, huellas que el mundo nos deja al pasar y que nosotros proyectamos luego en otras partes en otros momentos, luces que sugieren, formas que se parecen, algo nos gusta, algo nos llama, algo nos dice que nos llevemos el visor a la cara. Traducimos el paisaje a nuestro lenguaje visual. Pero eso es sólo la mitad. Luego fuera ya de contexto, somos espectadores de nuestra propia obra, los primeros espectadores, los primeros en cerrar el círculo: proyectamos en el paisaje con el ojo de la mente nuestra búsqueda incesante y esa luz invisible, reflejada en el mundo nos llega otra vez a través de la cámara. Vemos la luz de nuevo reflejada en la fotografía y comprobamos si se acomoda en el hueco mental que seleccionamos al hacerla. El arte de fotografiar el paisaje queda completo, cada espectador renueva al contemplar la fotografía una parte del ejercicio mental que nosotros hemos hecho. Ver o no ver esa es la cuestión.
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Manipular o manipular Con el advenimiento de la era digital y los programas para el tratamiento de imágenes, los foros fotográficos bullen con las premisas sobre la pureza de la obra. Parece que se olvida que toda obra es fruto de un trabajo y todo trabajo manipula los materiales que le son propios. Cuando se trata de una obra creativa, además, la imaginación entra en el ruedo con su infinita capacidad para interpretar, transformar y abstraer la realidad. Y si la fotografía es una obra creativa… ¿a qué viene encaramarse sobre un taburete para denostar la manipulación? El arte es manipulación como lo es a su modo la fontanería y si no puedes manipular no puedes obrar. Así pues, en términos absolutos no ha lugar al debate. Lo interesante está -como siempre- más allá de los fundamentalismos. Ahora que con un ¡Clic! Uno puede convertir un rojo tristón en un rojo campeón, desazular las sombras y perfilar el enfoque… ¿cuáles son los límites? Nos hallamos, una vez más, ante el ancestral dilema de la libertad: ¿Todo lo que es posible es también legítimo? Esta es una pregunta que se plantea en incontables campos, desde lo laboral, al uso de las nuevas tecnologías pasando por el sexo. Y no, no hay una respuesta. Al menos no hay una al estilo de los diez mandamientos: no robarás, no forzarás la gama cromática que es. Parece o debiera parecer natural, no untarás de Nocilla el caviar… La respuesta que la libertad necesita acerca de cuales son sus límites no puede venir de fuera, aunque suele recurrirse a lo eterno (la ley, la costumbre…) para simular una contestación. Si viene, vendrá de dentro, de lo que cada uno desarrolle y establezca como ética personal respecto a sí mismo y compatible con la de los demás. En el caso de la manipulación fotográfica basta recordar un par de cosas: Que no tiene sentido auto engañarse y Que nadie desea ser engañado. Seducido sí, paro no estafado. Así pues, he aquí mi particular postura. Como diría el Jedi Yoda, “Mojarse hay que”. Puesto que si a la honradez la asiste la inteligencia, no tiene porque estar reñida con la creatividad, cuando deseo mejorar lo que veo me doy, cómodamente, dos opciones: En lo abiertamente fantasioso la evidencia se encarga de aclarar el propósito. En lo sutilmente manipulado, una nota de aviso evitará que nadie se sienta engañado.
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En los casos intermedios mejor pecar de explícito que dejar con la duda. Si no adjunto las explicaciones y la imagen que presento no muestra desviaciones importantes respecto a un siempre discutible “modelo natural”, lo que pretendo es que la imagen se tome por una obra de manipulación elemental: encuadre, distancia, composición, diafragmado…o sea, los “mínimos clásicos” del oficio. Ese es mi estilo ético y desde luego no se trata más que de una dirección que tomo por guía y no de un reglamento milimetrado. En todo lo humano cabe el error, la ambigüedad y ya no digamos la Tentación. Es algo incierto pero o lo asumimos o reventamos. Una conciencia ética evolucionada, tan empática con el espectador como honesta con los propios deseos, es todo lo que, a mi parecer, se precisa para resolver decentemente este nudo gordiano. Irrevocablemente abocados a manipular o a no poder obrar, manipulemos sin empacho ni disimulo. Manipulemos para expresar nuestra visión y si esta subvierte la realidad de tal modo que un espectador cabal puede sentirse estafado, avisemos y a por todas. Puesto que las imágenes de este libro proceden de diapositivas y fueron concebidas como tales, la labor de tratamiento de imágenes tras el escaneado ha estado orientada a recuperar la lozanía del original. Si en algún caso se nos ha ido la mano o nos hemos quedado cortos, hay que tener en cuenta lo difícil que resulta trasladar una diapositiva hecha para ser mostrada mediante la luz proyectada, al papel donde sólo se muestra la apariencia de la luz reflejada. Muchas y hermosas transformaciones podrían aplicárseles, pero en el presente volumen pretendemos mostrar un tipo de belleza coherente con la visión de la fotografía y la naturaleza que dio origen a tales imágenes. Las fotos más antiguas son del año 1980 y todas las demás, salvo alguna excepción, son anteriores a la era de las cámaras digitales y a la concepción tan ampliamente manipulable que a estas acompaña. Incluso las excepciones se ciñen al estilo del resto. Lo que hagamos a partir de aquí seguirá dos caminos: el clásico que tan querido nos es y el contemporáneo que tantas nuevas posibilidades ofrece. Pero las nuevas imágenes ilustrarán libros futuros y no se recogen aquí.
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Como niños, cedimos a la tentación de tirar piedras al agua. La forma más sencilla de «land art».
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¿Se expresa la realidad en la fotografía? A pesar de que la fotografía como actividad tiene ya más de cien años, todavía sigue presente en libros y foros, una vieja y trasnochada idea sobre lo que es la fotografía. Todavía hay quién opina que la realidad se expresa en la fotografía y de ello extrae la consecuencia de que la fotografía no es arte, porque ¿cómo va a ser arte? Si la realidad lo hace todo ella sola. Por eso pensamos que es necesario discutir este punto, sobretodo en un libro de fotografía del paisaje, donde la realidad es siempre el sujeto de las fotos. Para empezar, tenemos claro que la realidad no se expresa en estas páginas, aquí somos nosotros los que expresamos, aunque a veces seamos un poco fantasmas. Expresarse nos parece una acción consciente, expresarse lo que se dice expresarse, sólo puede hacerlo el fotógrafo, porque el paisaje por muy real que sea, no tiene voz ni voto. Otra cosa sería si el modelo fuera una persona o un sujeto capaz de una actividad específica para comunicarse. El modelo sí podría entonces posar, ponerse de acuerdo con el fotógrafo, incluso darle instrucciones. El resultado final sería así el fruto de la colaboración consciente entre el modelo y el fotógrafo. Por eso al decir que la realidad se expresa a través de nuestras fotografías, parecería que nos referimos a que los objetos de nuestro entorno, el aire, el cielo, incluso una mierda en el suelo, estaban esperando a que apareciesen las cámaras fotográficas, para por fin poder contarnos todo lo que hasta entonces habían tenido que callar. Algo así como darle un boli y un papel a un cronista mudo. La cámara como mágico intérprete de la voz mineral, el fotógrafo como convidado de piedra del espectáculo de la polifónica realidad. ¡Qué asco! Perdonad que dude,-para qué andarme con rodeos-, no tengo ninguna duda: las mariposas no danzan ni se paran para que las fotografiemos, las nubes no vuelan, ni llueven, para que las fotografiemos y tampoco lanzan rayos y truenos para quedar bien en nuestras fotos de paisajes y dar así expresión a su naturaleza salvaje y electrostática, ¿o mejor electrodinámica? Como máximo podemos admitir que el paisaje como rostro de la Naturaleza, es como es y se puede observar por su mera existencia como fenómeno, el más básico: reflejar o emitir luz. Al fin y al cabo es la única cosa que en todo caso queda expresado en la fotografía, hayamos fotografiado un quinqué o un pez abisal fosforescente. Lástima que esa expresión la podemos manipular como nos de la gana.
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¡Pobre de mí! ¡Nunca sabré que quería decirme la lluvia con el arco iris! ¡El viento ¿querrá envenenarme al agitar un acónito delante de mi cámara?! ¡¿Qué demonios querrá decir que la realidad se expresa en la fotografía?¡ Como mucho y haciendo un alarde de flexibilidad en la interpretación del significado de “expresar”, podemos admitir que las rocas se muestran como son, aparentando solidez, o fragilidad pulverulenta, brillo metálico y una perfecta inmovilidad. O al contrario, una terrorífica capacidad para rodar y caer. Que todo en nuestro entorno se “expresa” siendo lo que es. Pero eso vuelvo a decir, no pasa para que lo podamos fotografiar. Pensar lo contrario es caer en un antropocentrismo tan poco fructífero como siempre ha sido, en que lo único que afirmamos es que nuestro entorno es eso, nuestro entorno y le negamos la posibilidad de ser algo más. Efectivamente lo que vemos alrededor existe por y para nosotros, pero tan sólo porque son nuestras apariencias, el resultado de nuestras limitaciones de percepción. La tormenta se expresa empapándote hasta los tuétanos y haciendo que te parta un rayo. Cómo lo cuentes luego es cuestión tuya. La montaña nevada se expresa sepultándote bajo un alud, a ti y a tus fotos. Seguramente no será porque le hayas sacado su mejor perfil. El mundo en fin es una erupción volcánica, no una obra de teatro. Al mundo no le hace falta público, al arte sí. Por eso no hay forma de quedarse en platea tranquilamente, haciendo fotos y dejando que el paisaje se exprese. Si queremos teatro, habrá que hacer de actores y inventarnos nosotros mismos el guión, el escenario ya está montado.
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Al atardecer, encendimos las luces del crep煤sculo tras las monta帽as. Detuvimos el viento, pedimos silencio. Pusimos un enorme espejo sobre el lago. Dur贸 un instante pero nos bast贸.
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A veces, subo solo a la montaña en invierno. A veces, paso la noche en vela en un agujero, en la nieve, con la cámara en el trípode dentro del saco de dormir. A veces, se congela el objetivo cuando apunto al infinito a veinte bajo cero. A veces al nacer el día, las imágenes más sencillas me llenan de emoción.
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Marcas sobre un lienzo blanco Como cada invierno, la vieja montaña arrugada y rota recupera la tersura y el silencio de las formas perfectas. Líneas simples, superficies lisas rasgadas por crestas de dragones gigantes en un sueño invernal. Es de de de
el momento de salir en busca de cielos azules de sinuosos horizontes blancos senos de aterciopelado satén oscuros grises tormentosos, negros lagos de tinta en paisajes helados.
Y en ese perseguir como garabateadores infames del lienzo de la perfecta soledad dejamos la marca de nuestra presencia insignificante. Sólo nos queda como consuelo para sentirnos poetas y no cirujanos la poesía hecha realidad. ¿Cómo andar sin dejar huella? ¿Cómo hollar sin profanar? ¿Cómo no abrir camino, sólo estelas en la mar?
Los paisajes de montaña contienen a veces metáforas insospechadas. Como Tintín, como Reinhold Messner, el primer alpinista que ha puesto los pies y las manos sobre todas la cimas de más de ocho mil, andamos absortos, concentrados en esa especie de meditación Zen, que consiste en poner un pie delante del otro y trazar tu propio camino sobre la nieve helada. Las botas apenas marcan la nieve endurecida por el frió atardecer. En ese momento mágico en que el último hálito solar acaricia las cumbres sobre nosotros con su amarillento aliento, nos gustaría que como a Tintín, como a Reinhold, un escalofrío –más aún-, nos recorriera la espalda al hacer un descubrimiento, una súbita revelación cuando ahí, atravesadas en nuestro camino -
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perdiéndose en el interior del más abrupto barranco-, profundamente marcadas en la nieve helada y separadas casi un metro y medio en cada paso, encontramos las mismísimas huellas de unas patazas, sin botas, con todos los dedos y dos palmos de larga cada una. Descubrimos entonces que estamos solos en la senda del Yeti, ese ser mítico, esa alpinista primigenia que imaginamos enorme y peluda representante de las soledades heladas, como el alma misma de la montaña. ¿Lo habrá hecho a posta? ¿Habrá atravesado nuestro camino sólo para sorprendernos? Divertirse sabiendo que estaremos toda la noche en vela en medio del páramo blanco iluminado por la luna, esperando ver su silueta atravesar sobre el lago helado. Naturalmente sacamos la cámara ¿qué otra cosa podemos hacer? Pero por muchas fotos que hagamos, sabemos que nadie nos creerá. Les ha pasado a todos los que han vuelto con fotos de las huellas del Yeti. Habría que sacar un molde de las huellas, eso sería más impresionante que una simple imagen. Pero ¿por qué no creer en la foto, si al fin y al cabo también es un molde? Un molde de la imagen real de las huellas del Yeti. Aunque a veces las cámaras también tienen alucinaciones.
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Cuando los androides sueñen con ovejas eléctricas y en el “Negro de Banyoles” Por si antes al pasar no os habéis dado cuenta y para que lo leáis en otro momento si todavía no habéis pasado por ahí, os diré aquí y ahora lo que es el Arte: el Arte es una Chapuza. Eso sí, ha de estar bien hecha. Como dice Almudena, que es periodista y no va por ahí de crítico de arte y eso siempre es garantía de veracidad: “el arte es siempre incompleto”. Esta es una afirmación que contiene la esencia del arte, porque el artista es alguien que intenta decir algo que no puede expresar con los medios a su alcance. En eso consiste el arte: en volar sin alas, en llorar sin ganas, en pintar lo que sólo la luz puede crear, en modelar lo inerte para que tenga la suave, lánguida, fuerte o apasionada forma de la vida. Los objetos artísticos son malas traducciones bien hechas y en esa inexactitud, en esa imperfección, en esa impostura está el Arte. ¿Qué más da que copiemos lo que vemos, o intentar plasmar lo que no vemos y sólo imaginamos? Nunca podremos hacer una copia exacta pero sí una obra de arte magníficamente imperfecta. La magia del fingimiento da margen a la creación. La música nos pone alegres o nostálgicos, nos amansa o nos agita y todo eso sin hacer otra cosa que acariciarnos el oído: no nos besa, no nos hace regalos ni nos da fiesta en día laborable. ¡Qué magia! ¡Qué arte! Hacernos sentir sin tener motivos para ello. Aunque el arte no tiene por qué ser bello y arte no es sinónimo de belleza, -porque la belleza existe sin el arte, existe en nosotros-, el arte sí puede fingir la belleza, puede fingir bello lo que no es bello: puede lograr que la belleza del objeto nos haga olvidar al sujeto. Hace unos años tuvimos en Catalunya una polémica pública que trascendió el ámbito local. El “Negro de Banyoles”, que estaba expuesto en un museo de esa ciudad, provocó las quejas de un colectivo por su exhibición pública. Algunas aducían en defensa de esa exhibición que podía considerarse al “negro” como una obra de arte, algo así como un tótem. No quiero aquí reavivar la polémica, pero la historia viene a cuento como ejemplo de lo que no es un objeto artístico. El “Negro de Banyoles” era un cadáver disecado, una obra de arte desde luego no era, porque contenía una parte de la persona a la que pretendía evocar. Nadie le había pedido a aquel desgraciado si quería ser una malísima copia de sí mismo.
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¿Hasta donde llegaremos en nuestro afán de copiar el original? ¿Hasta cuando seguirá creyendo la gente, que la reproducción fiel y exacta es la finalidad del arte, cuando en realidad sería su final? Los artistas contemporáneos, incluso los modernos, los más figurativos y realistas de los actuales, saben que su arte radica en parecer, nunca en ser y que si no parece, basta con que exprese: la emoción del artista, las ideas, el pensamiento, la belleza o el gesto, la proporción, la armonía y el orden. A veces felizmente todo ello a la vez. Cuando los androides sueñen con ovejas eléctricas, cuando sientan y se emocionen, entonces dejarán de ser copias para ser personas. Personas eléctricas. Dejarán de ser obras de arte para ser como nosotros, dejarán de ser objetos artísticos para ser sujetos del arte.
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De nuevo la tormenta pas贸 sobre nosotros, dej谩ndonos un regalo de luz y de color.
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Un arte mestizo Me dijo Almudena un día: “…el arte es siempre incompleto…”, y se quedó tan fresca. Supongo que pensaría que yo desde mi madurez, sin duda sabía de qué estaba hablando ella desde su juventud. Pues sí, sí lo sabia, pero eso sólo porque me lo ha dicho ahora, -que estoy escribiendo este libro, desde la madurez. Almudena me lleva más de veinte años de ventaja, porque yo he necesitado todo este tiempo para aprender algunas cosas. He tardado tanto porque he leído poco sobre el arte, la mía ha sido una educación “de ciencias” de las de después de Newton, cuando la fiebre mecanicista había barrido ya a la filosofía y al arte, dejándolas fuera de las ciencias de la naturaleza. En lugar de estudiar sobretodo me he dedicado a hacer, a crear imágenes y a vivirlas, por eso me parece divertido coincidir aquí con Almudena veinte años después. Divertido por paradójico, aunque bien pensado, la paradoja no es tal, al fin y al cabo he entrado en estas cuestiones con la cámara fotográfica en la mano, un ingenio mecánico que he aprendido a usar autodidactamente porque soy de ciencias, un aparato mestizo, un tubo que se puede usar para hacer arte y filosofía de las imágenes: para hacer fotografías.
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Mirar o Apuntar…esa es la cuestión Todo aquel que hoy en día se lleva la cámara compacta a la cara para hacer una foto, o lo hace en privado, o corre el riesgo de que le tomen por un avaro recalcitrante, conservador y pasado de moda, que no sabe adaptarse a los tiempos. Sin embargo, esta nueva gestualidad que ha nacido con la cámara digital, tiene un precedente que se remonta a los primeros tiempos de la fotografía y que ha tenido continuidad hasta ahora mismo. Las cámaras digitales están popularizando una forma de hacer fotografías, que hasta hace poco tiempo era privilegio de los fotógrafos que usaban cámaras caras de formato medio o grande. Las cámaras de formato medio, con pantalla superior de cristal esmerilado, son las responsables de esa postura característica del fotógrafo de estudio, que medio inclinado sobre la cámara la sostiene a la altura de la cintura o del pecho. Las cámaras de gran formato, disponen de una pantalla en las que se enfoca y compone la imagen, situada en el respaldo justo donde se coloca la película en placas. Se parecen a las antiguas cámaras de cajón y fuelle, en las que el fotógrafo se cubría la cabeza con un paño negro para no quedar deslumbrado y poder enfocar correctamente. Justamente un buen paño negro para taparse la cabeza, es lo que haría falta para poder ver algo en las pantallitas digitales en pleno día, un “toque kisch” que podría ir incorporado en algún tipo de gorro de diseño especial para fotógrafos digitales del siglo XXI. La diferencia más radical entre las pantallas de las cámaras digitales y las de cristal esmerilado de las cámaras clásicas, es que las pantallas electrónicas no invierten la imagen de izquierda a derecha. Comparten con ellas, que permiten componer la imagen sin apuntar al sujeto. Pero a diferencia de las cámaras clásicas, la pantalla digital a duras penas alcanza las 3” pulgadas, que se anuncian como una “superpantalla” y esto no cambiará, porque las dimensiones de la pantalla se ajustan al criterio de reducido tamaño y poco peso que hace tan atractivas las cámaras compactas. Este hecho aparentemente sin importancia, marca una definitiva diferencia. Mientras que en las cámaras compactas el fotógrafo compone imágenes sin mirar directamente al sujeto limitándose al reducido tamaño de la pantallita, las cámaras de visor óptico permiten componer apuntando directamente al paisaje y sin alterar su gama de color, como si la cámara fuera una prolongación del ojo, así no hay restricciones de escala y se compone al mismo tamaño relativo con que vemos la imagen real. Apuntar o no, abrirá una brecha cada vez mayor entre los usuarios de cada tipo de cámara. Es la diferencia entre disfrutar de la fotografía en todo su esplendor en el momento de crearla o conformarse con visualizarla únicamente en 3”. Mirar a través de la cámara ya no será nunca lo mismo que mirar con la cámara.
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Manipular o no manipular La fotografía del paisaje se parece a la práctica de la experimentación científica, fruto de teorías gestadas a lo largo del siglo pasado que demostraron que no se puede averiguar algo de un sistema sin que el propio investigador intervenga en él y lo altere más o menos significativamente. Algo así como que para saber que tan bueno es el pastel, hay que meterle el dedo. Lo mismo pasa con los paisajes, solo que en lugar del dedo nos metemos enteros, porque para descubrir y conocer hay que penetrar y recorrer: a veces abriendo una senda a golpe de machete, otras deslizándose sobre el manto virgen, las más recorriendo senderos añosos ya incrustados en el terreno. El caso es que para fotografiar un fragmento inmaculado, hay que alterar algo en otra parte. Los mejores apenas dejan señales de su paso y los que vendrán podrán disfrutar de la fantasía de entrar en un lugar inmaculado. Con los años he aprendido que mi presencia forma parte del paisaje, por eso intento que sea un factor de mínima alteración y acorde con el entorno. Consideraciones estéticas me llevan a esforzarme en esquiar mejor para dibujar trazas perfectas y a no dejar ni esconder restos ajenos al paisaje. Hasta hace poco, esta era una norma que sólo tenía obligaciones pero no derechos. Me obligaba a aceptar las cosas como son y a dejarlas como están. Las huellas en la nieve son inevitables pero perecederas, puedo volver la semana próxima y prácticamente habrán desaparecido, la senda está ahí, no la he abierto yo y debo aceptarla como parte del paisaje. Pero si puede hacerlo una vaca, ¿porqué no yo? Si una marmota puede cavar madrigueras aquí y allá, ¿porqué no yo, que estaba antes? Así que un día decidí concederme derechos además de obligaciones, como con toda ley justa y adecuada a su objeto. Desde entonces tengo derecho a manipular el paisaje, aunque el derecho a manipularlo no me permite modificarlo tan manifiestamente que pierda algo de su esencia. Desde entonces voy dejando un rastro de pequeñas modificaciones: piedras que no estaban ahí, rocas mojadas que estaban secas, ramas torcidas que estaban tiesas…y otros pecados que no os voy a contar.
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Pensé que la querrían como a una hija adoptiva y que compartirían el mismo destino.
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De la lucha contra el olvido Salvo excepciones, lo que las personas tenemos por memoria es una de las formas de la imaginación. Si bien podemos recordar durantes años un número o un nombre sin deformarlo, con las impresiones visuales – entre otras cosas – no pasa lo mismo. Un atardecer recordado, al cabo de cinco años, es un atardecer medio inventado. Y al cabo de diez... Quizás lo hayamos olvidado o confundido con otro. El fotógrafo que logra captar su visión de un paisaje o fenómeno lo que está impidiendo es que la imagen se fugue haciendo jerigonzas a través del inestable campo memorístico y termine siendo otra cosa – probablemente más simple y espectacular – que nunca existió. Ese afán por retener la “realidad” (mi subjetiva versión) de lo que veo me ha llevado al extremo de negarme a salir de excursión si no tenía dinero con el que comprar los carretes necesarios para fijar toda imagen que me valiera la pena conservar. Eso raya en la patología y no lo presento como modelo si no como muestra de actitud llevada a sus últimas consecuencias. Pero gracias a ello hoy dispongo de veintiséis años de imágenes fieles a la casi totalidad de las cosas más hermosas que he visto en la naturaleza. Fieles a como lo vi y a como lo supe captar en su momento. Un tesoro inestimable del cual, aún así, se hubieran podido perder o tergiversar las emociones asociadas y de hecho, gran cantidad de los datos que estuvieron asociados a las imágenes. Por eso, también desde los catorce años, escribo y describo todo lo que de memorable veo y siento en las excursiones y la vida en general. Mi lucha contra el olvido y el fantaseo involuntario es una bella batalla. Perdida en lo absoluto pero ganada en lo esencial. O al menos eso creo... Y es que, a los seres transitorios y relativos nos corresponden tanto victorias como derrotas relativas y transitorias.
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El puzzle del mundo Nuestro mundo es una esfera, donde cada parte encaja en las demás. Mediante la geología, la paleontología, la ecología y otras logías, la Humanidad a aprendido que el mundo es compuesto pero unitario: los continentes encajan físicamente unos en otros, aunque en el pasado hayan estado en otras posiciones, las especies encajan unas con otras mediante relaciones de dependencia mutua: competencia, parasitismo, simbiosis, sinergia y no podrían existir las unas sin las demás. Las fronteras políticas se han extendido ya sobre toda la tierra de nadie y cada estado encaja en los otros. Nuestras casas lindan con las de nuestros vecinos, nuestro espacio vital, -el que nos acompaña a todas partes-, se adapta y encaja en el de nuestros amigos, nuestras familias y en la gente de la calle. A pesar de ser todos distintos, somos piezas parecidas con mil modos de encajar. Los sentimientos encajan unos en otros: el odio en la venganza, la pena en la tristeza y el sufrimiento en la esperanza o el dolor, la pasión en la acción, el amor en todos, y cada uno de ellos puede transformarse en los demás. La humanidad y el mundo son como un puzzle de piezas con múltiples formas y facetas en continua variación que encajan en todo momento. El pensamiento es un puzzle de ideas que navegan de unos a otros mediante las diferentes formas del lenguaje, viven en nuestras mentes, mutan y se transforman unas en otras, en un paisaje siempre cambiante que ninguno puede abarcar en su totalidad. Pero así como en un pequeño charco puede reflejarse entera una gran montaña, hay ideas brillantes que permiten entender mucho más que las demás del paisaje que las rodea. Fragmentos de un todo que contienen mucho de la totalidad. Cada texto de este libro encaja con todos los demás, refleja un paisaje de ideas que han nacido al intentar apresar las apariencias de la realidad, distintas formas de decir cosas parecidas, facetas de nuestro modo de ver una realidad que nunca podemos captar en su totalidad. ¿En qué consiste el arte de fotografiar el paisaje?, la respuesta está en el paisaje mismo, en ese paisaje de ideas que llamamos Mundo. No importa por donde se empieza, porque no existe final, lo verdaderamente esencial es ponerse a montar el puzzle y hacerlo encajar. Cada idea con la otra, cada imagen con las demás, el que era con el que es, el que fuiste con lo que serás.
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TEMAS Una introducción .................................................................................................... 5 Cómo se hizo este libro ........................................................................................... 7 El libro como paisaje ............................................................................................... 9 Desmontando un tópico......................................................................................... 12 ¿Qué hacemos cuando hacemos fotos?................................................................... 18 El fotógrafo del paisaje.......................................................................................... 22 El paisaje real ....................................................................................................... 30 El placer de la fotografía ....................................................................................... 31 El ojo de la mente................................................................................................. 36 El rapto ................................................................................................................ 42 Relatos ................................................................................................................. 46 El arte de confundir .............................................................................................. 54 La burbuja de soledad ........................................................................................... 56 Otra introducción .................................................................................................. 64 Unas definiciones .................................................................................................. 66 Despreciar el arte de La Fotografía......................................................................... 78 Epílogo ................................................................................................................. 86 La belleza del Salva ............................................................................................... 88 La belleza de Enric ................................................................................................ 92 Imágenes buenas e imágenes malas ...................................................................... 96 Los recuerdos dormidos....................................................................................... 100
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El poder evocador de las imágenes ...................................................................... 102 La fotografía y el lenguaje de las imágenes .......................................................... 108 La chiripa ........................................................................................................... 114 Ver para creer .................................................................................................... 122 El placer de la belleza en el paisaje ...................................................................... 124 Las nieves del Kilimanjaro .................................................................................... 132 Los hábitos en la percepción del paisaje ............................................................... 134 Cámaras amaestradas y la “ley del ende” ............................................................. 140 La polaridad del arte ........................................................................................... 146 Manipular o manipular ........................................................................................ 150 ¿Se expresa la realidad en la fotografía? .............................................................. 158 Marcas sobre un lienzo blanco ............................................................................. 164 Cuando los androides sueñen con ovejas .............................................................. 170 Un arte mestizo .................................................................................................. 176 Mirar o Apuntar…esa es la cuestión ...................................................................... 178 Manipular o no manipular .................................................................................... 184 De la lucha contra el olvido ................................................................................. 188 El puzzle del mundo ............................................................................................ 193
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LAS FOTOS
FOTO Portada Pag 1 Pag 8 Pag 10 Pag 11 Pag 14 Pag 15 Pag 16 Pag 17 Pag 20 Pag 21 Pag 23 Pag 24 Pag 25 Pag 26 Pag 27 Pag 28 Pag 29 Pag 30 Pag 31 Pag 32 Pag 33 Pag 34 Pag 35 Pag 38 Pag 39 Pag 40 Pag 41 Pag 43 Pag 44 Pag 45 Pag 47 Pag 49
SITUACION Circo de Armeña. Cotiella. Prepirineo de Huesca Aiguamolls de l´Empordá Valle del Freser, Ribes de Freser Aiguamolls del Empordà (les Llaunes) Rio Garona. Valle de Bielsa, Pirineo de Huesca Valle de Estós, Pirineos de Huesca M´Hamid, Sahara Norte, Marruecos Estany del Cap d’Anglós. La ribagorza. Pirineo de Huesca Egergoa, Bosque de Iratí, Navarra Ibón de Armeña. Cotiella. Prepirineo de Huesca Hayedo de Les Agudes, Montseny Montserrat desde el Tagamanet, Montseny. Barcelona Stabursdalen, Noruega Platja Garbet, entre Colera y Llançá Lagos de Cabanes. Pallars Subirà. Pirineo de Lleida Valle de Ordesa, Pirineos de Huesca Lago de Trébens. Región del Carlit. La Cerdagne, Francia. Lago de Trébens. Región del Carlit. La Cerdagne, Francia. Valle de Salenques. La Ribagorza, pirineo de Huesca. Riera de Sant Celoni, Montseny, Barcelona. Cima del pic de Centfonts. Arinsal, Andorra. Valle d’en Garcia. Pic de la coma d’Or. La Cerdagne, Francia. Jardín de plantas bulbosas, Montjuïc, Barcelona Valle de Perramó, Pirineos de Huesca Lago del Cap de Port, Montardo d’Arán. Val d’Arán. Dunas del Erg Chebbi, Merzouga, Marruecos Desde la cima de la Pique Longe. Vignemale. Pirineo francés. Lago dels Gabatxos. Subenuix,P.N. Aigüestortes-Sant Maurici Lagos de Gerber. La Bonaigüa P.N. Aigüestortes-Sant Maurici Pico de Robiñera desde la Munia. Bielsa, Pirineo de Huesca. La Molçó, Vall del Freser, Ribes de Freser. Pirineo oriental. Orillas del Lago de Escarpinosa, Pirineos de Huesca Desde el Pic Negre d’Envalira. Pirineo catalán. La Cerdanya.
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SITUACION Sierra de Llauset. Vallibierna. Pirineo de Huesca. Collado de Barbarisa. Valle de Sahún. Pirineo de Huesca. Embalse de Cavallers. Vall de Boí. Pirineo de Lleida. Estany de Tumeneja, Vall d´Aran Vall de Noufonts. Vall de Nuria, Pirineo Oriental. Rio Urtxuria, Iratí, Navarra Playa de Trunvel, Bretaña, Francia Lagos de Rius. Val d’Arán. Ibón de Armeña. Cotiella. Prepirineo de Huesca Riera de Sant Celoni, Montseny Rio Arazas. Valle de Ordesa, Pirineo de Huesca. Valle de Ordesa. Area de servicio del P.N. de Ordesa. Fuga de estorninos, Delta del Llobregat, Barcelona Estany de Santa Fe del Montseny Estanys Tort de Rius, Vall d´Aran Desde el Pic de la Coma d´Or al norte. La Cerdagne, Francia. Planell de Sartari, Unarre. El Pallars, Pirineo de Lleida. Rio Garona. Valle de Bielsa, Pirineo de Huesca. Delta del Llobregat, Barcelona Platja Garbet, la Costa Brava, entre Colera y Llançá. Girona. Torrente de Coronas, La Maladeta. Pirineo de Huesca Olifantbos, provincia de El Cabo. Sudáfrica Platja de La Masona, Aiguamolls de l’Empordá. Girona. Estanys de Gerber. P. N. Aigües tortes. Pirineo de lleida Artzapar, Bosque de Iratí, Navarra Cap de Creus, la Costa Brava. Girona. Orbaizeta, Bosque de Iratí, Navarra Estany de Tumeneja, Vall d´Aran Playa del Tregandín, Noja, Asturias Coma de Vaca, Vall del Freser, Pirineo oriental Jardín botánico J.Costa i Lloveres, Montjuïc,Barcelona Roc Melé. Pas de la Casa. Pirineo de Andorra. Estanys de Tort de Rius, Vall d´Aran
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SITUACION Torrent de Bagadé, Vall del Freser, Pirineo oriental Rio Urtxuria, Bosque de Iratí, Navarra Valle de Airoto. Isil, El Pallars. Pirineo de Lleida. Montseny Viladrau, Barcelona. Dunas de Corralejo, N.E. de Fuerteventura. Las Canarias. Sur de Iratí, Navarra Cala Bozo (costa Cantàbrica, Asturias) Cala Bozo (costa Cantàbrica, Asturias) La Molçó, Valle del Freser, Ribes de Freser. Pirineo oriental Playa del Tregandín, Noja, Asturias Platja Garbet, entre Colera y Llançá Rio Estós, Valle de Estós. Benasque. Pirineo de Huesca. Rio Estós, Valle de Estós. Benasque. Pirineo de Huesca. Collado de Añisclo desde Sestrales. Bielsa. Pirineo de Huesca. El Bosquet d’Agulles. Les Agulles de Montserrat. Barcelona. Vallivierna (les Riberetes) Ibón de Ribereta i Barbarisa, Pirineos de Huesca Playa del Tregandín, Noja, Asturias Circo de Armeña. Cotiella. Prepirineo de Huesca Passada dels Neres. Vall de l’Artiga de Lin. La Vall d’Arán. Lago Vidal d’Amunt. Cabdella, Vall Fosca. Pirineo de Lleida. Desde la cima del pico de la Font Blanca. El Serrat. Andorra. Collado Orión, Bosque de Iratí, Navarra Platja Garbet, entre Colera y Llançá Cap de Creus (Cala Jogadora) Montsent de Pallars. Llesui. Pirineo de Lleida. Platja de La Masona, Aiguamolls de l´Empordá Sierra de Llauset. Vallibierna. Pirineo de Huesca. Volcán Montaña del Mojón, Norte de La Graciosa, Canarias Rio Estós, Valle de Estós. Benasque. Pirineo de Huesca. Cotiella desde el Pic del Boc. Sahún. Pirineo de Huesca Puigmal, Vall de Nuria. Pirineo Oriental. Valle de Airoto. Isil, El Pallars. Pirineo de Lleida. Cap de Creus, la Costa Brava. Girona. Agulla gran de la portellla. Montserrat. Barcelona Punta de La Rasca, S.O. de Tenerife Valle de Pineta desde La Munia. Bielsa, Pirineo de Huesca. Circo de Armeña. Cotiella. Prepirineo de Huesca Collado de Añisclo desde la Munia. Bielsa, Pirineo de Huesca. Rio Garona. Valle de Bielsa, Pirineo de Huesca. Congosto de Ciscar. Caladrones i Ciscar. La Franja, Aragón.
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SITUACION Cabaña de Moredó, Vall de Linyola. Bagergue, Vall d’Arán. Puigmal, Vall de Nuria. Pirineo Oriental. Port de la Selva, Empordá Platja Garbet, entre Colera y Llançá Lago de Barbarisa. Valle de Sahún. Pirineo de Huesca. Playa Castello, Cantabria Platja Garbet, entre Colera y Llançá Circo de Conangles. La Ribagorça. Pirineo de Lleida. Estany de Cap de Port. Malls de Rius. Vall d’Arán. Cinturón de Orión desde el pico de Balandrau. Pirineo oriental La Morera, Montsant Skuleskogen, Suecia Lago de Saboredo, valle de Ruda. Vall d’Arán. Lagos de Rius, Pico de Conangles. Vall d’Arán. Torrent de Conangles, Vall d´Aran Cal Francés, Delta del Llobregat, Barcelona Pic de Segre, cabecera del Valle de Núria Cresta del Pic del Boc, circo de Barbarisa. Pirineo de Huesca. Picos de Eriste, desde el pic del Boc. Pirineo de Huesca. Vall de Finestrelles, cabecera del Valle de Núria El Casco desde el Cilindro de Marboré, Pirineos de Huesca Salva en el Glaciar de Ossoue, Vignemale. Pirineo francés. Desde el terrado de mi casa, Ciutat Vella, Barcelona Vall de Montgarri Lago Tort de Rius. Vall d’Arán. Artzapar, Bosque de Iratí, Navarra Ibón inferior de Batisielles, Perramó, Pirineos de Huesca Oulettes de Gaube, Vignemale. Pirineo Francés Egergoa, Bosque de Iratí, Navarra Cala Bozo (costa Cantàbrica, Asturias) Lago de Barbarisa, Pirineos de Huesca Desde el Pico de Marboré Estanys de Tort de Rius, Vall d´Aran Montardo d’Arán reflejado en un charco. Restanca, Vall d’Arán. Sant Llorenç de Montgai, Montsec Coll des Aranesos. La Maladeta-Aneto. Benasque Playa de las Conchas, Norte de La Graciosa, Canarias
Autor: S.S.: Salvador Solé
E.A.: Enric Asín
FECHA
AUTOR
(12-1994) (12-1991) (7-01-2006) (18-03-2001) (31-07-2002) (28-07-1997) (6-12-2002) (26-08-1995) (01-11-1996) (20-11-1993) (4-02-2000) (27-08-1999) (27-09-1994) (27-09-1994) (5-04-1997) (30-12-2000) (9-12-1990) (31-07-2002) (1-08-2002) (9-12-1990) (17-08-1991) (3-08-1992) (21-12-1999) (9-10-1993) (27-08-1995) (22-10-2000) (20-09-2001) (3-08-1992) (22-10-2000) (9-04-2004) (30-07-2002) (18-08-1991) (11-07-2004) (01-11-1996) (21-02-1999) (03-1993) (23-07-2000)
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