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Editor: José Joaquín Ramos de Fco. Coeditor: Graciela I. Lorenzo Tillard. Comité de Redacción: Sergio Bayona, Javier J. Arnau, Yagolkowski Colaboradores: Iñigo Fernández y Adriana Alarco de Zadra. Ilustrador de portada: Scripto. Infografía: Graciela I. Lorenzo Tillard.

J. A. Menéndez y Daniel

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CONTENIDO Pr贸logo.................................................. 5 Cuentos: ENTRE LOS PERROS por Carlos Morales...........6 ARENAS MOVEDIZAS por Enza Scalici...............8 DESPERTARES por V铆ctor M. Valenzuela..........12


Prólogo stimados amigos: Con este Ebook iniciamos una línea editorial que esperamos se continué. La idea es ir sacando regularmente una serie de miniantologías dedicadas a unos pocos autores, tres o cuatro como mucho, que den salida a los numerosos cuentos que recibimos en la Asociación. Todo ello sin perjuicio del normal desenvolvimiento de la revista madre. Entre perros de Carlos Morales es un time opera bélica en la que la humanidad se juega su supervivencia. Arenas Movedizas de Enza Scalici es una utopía en la que los condenados a muerte se les da una peculiar manera de arrepentirse. Por último, Despertares de Victor Manuel Valenzuela es un cuento ciberpunk. Hasta aquí la presentación. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. ¡Feliz lectura! El Equipo de Redacción

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Cuentos ENTRE LOS PERROS por Carlos Morales El refrán reza que «el perro es el mejor amigo del hombre»; al menos así lo fue durante un tiempo en el que canes y homo sapiens vivían en armonía. Sin embargo, hoy todo es diferente pues ya no hay más dominados ni dominantes y ambas especies están enfrascadas en una lucha sin cuartel onfiemos en que la batería resista, coronel. —Resistirá. Es inevitable. El grupo de sobrevivientes observaba con respeto a los dos hombres, que lucían sus disímiles concepciones del mundo: el natural dubitativo del portentoso científico y la certeza irracional del valeroso militar. —Recuerde mantenerse en medio de los perros, coronel; la superficie del traje copiará aquello que esté cercano para disimular su presencia. Confiemos en la pésima visión de los invasores. —Me preocupa el tema del olfato, Sanders —repitió el coronel, antes de cerrarse la cremallera del cuello. —Tranquilo, Upham. El campo reflector del traje es estanco; no podrán olerle. Aparecerá probablemente en medio de los perros, en esa posición de la pantalla; los apartará a los lados al corporizarse, pero confiemos en que les parezca solo un empujón. »Ahora que el macho alfa les comenzó a aullar, están distraídos. Manténgase encogido y en medio de ellos; el traje hará el resto. Tiene solo veinte segundos de batería; por favor, active el cronómetro. Upham cerró la cremallera y activó el cronómetro mordiendo el contacto en su boca. Un grupo de números marcando 20:00 se iluminó frente a su ojo izquierdo. —Apenas cruce el portal… —la voz de Sanders se oía confusamente a través del neocrilato del traje—… deberá iniciar el contador. El generador del escudo de los perros estará a la derecha o a la izquierda. Calcule la distancia, la elevación y el ángulo. Tenemos que destruirlo o pereceremos esta misma noche; ya nos rodean. Upham asintió y se introdujo, levemente encogido, bajo los montantes del portal. Esperó. Página 6


Apareció entre los perros empujándoles, y percibió los gruñidos a través de la vibración del traje, pero solo oía el resollar de su propia y encerrada respiración. Activó el contador y asomó levemente la cabeza por encima: eran miles. El alfa estaba cerca y a los aullidos; miró a un lado. El recinto era gigantesco y de límites confusos. Se sorprendió por la cantidad de estructuras a los lados. La cámara espía les había mostrado el estrado y sus cercanías; no permitió imaginar eso. La mirada de Upham erró entre la maquinaria, intentando identificar el generador por el diagrama que le había mostrado Sanders. Giró la cabeza al otro lado, y se encontró con el mismo abigarrado panorama. El contador corría. No habría otra oportunidad; la energía de la colonia solo alcanzaría para un viaje más, y entonces traería el lanzador de cohetes. Pero no podía disimular el arma dentro del traje. Debería llevarla fuera y los perros la verían. Tendría como mucho un par de segundos antes de que lo derribaran a dentelladas. Imposible hacer otra cosa que apuntar y disparar a un blanco previamente seleccionado. Y el blanco se le escabullía: no podía detectar el generador del escudo. Un quejido aterrado se escapó por su garganta. Volvió a girar la cabeza cuando restaban cuatro segundos. Creyó ver entonces, como orlado por un nimbo dorado, el generador del escudo, a las ocho y a doscientos cincuenta metros, elevación dos metros. Activó el regreso. Salió del portal temblando pero con una alegría inmensa: estaban salvados. El primer perro le partió la columna; el segundo se cebó en su cuello hasta que le separó la cabeza a través del ya inútil traje. © Carlos Morales Nació en Buenos Aires en 1961; fue un niño estudioso y algo retraído. Pronto se sintió interesado por las máquinas, y hoy es diseñador mecánico en un laboratorio de alta tecnología, investigador numismático y articulista especializado en errorística. También escribe CF, es editor en el taller Los Forjadores y participa en foros de literatura, donde busca impulsar una CF Hard latinoamericana.

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ARENAS MOVEDIZAS por Enza Scalici ¿Acaso un delincuente es merecedor del perdón? ¿Quién acostumbra a quebrantar las leyes puede reformarse? Este es el relato de Ruch de Hadiles, un homicida condenado a muerte que no supo distinguir entre la oportunidad y la debilidad, entre el beneficio colectivo y la estupidez individual. Nos encontramos ante una historia del futuro que bien podría suceder en nuestros tiempos. Y por todo lo antes expuesto, Ruch de Hadiles es condenado a morir entre grandes tormentos. La ejecución se llevará a cabo de inmediato. Se le otorga al reo el beneficio de Sallur. El juez cerró secamente el libro de donde recitó la sentencia y bajó del estrado, perdiéndose detrás de altos cortinajes. Morirá entre grandes tormentos… aquellas palabras despertaban ecos en su mente, pero más lo hacían las que le siguieron, por ello interpeló con ansia a sus dos carceleros: —¿Qué es el beneficio de Sallur, de qué se trata? Ellos no le contestaron. Pincharon suavemente el transparente globo de energía que lo aprisionaba y éste comenzó a rodar, obligándolo a caminar, y lo condujeron hacia la salida, mientras Ruch repetía la misma pregunta a su abogado, el cual tampoco le prestó atención. Fingió estar ocupado recogiendo los papeles de la mesa, cuando la verdad era que nunca le había demostrado simpatía a su defendido. Aceptó el trabajo porque no podía negarse, y en definitiva, ¿quién podría querer a un ser que había cometido tres homicidios? El último caso de muerte violenta había quedado en la historia, habían pasado casi trescientos años desde entonces, y nadie, en los doscientos catorce planetas habitados, concebía que alguien pudiera matar a otro ser viviente. A Ruch lo habían definido como una aberración de la genética, un caso de alarmante retroceso en la escala evolutiva. Después de recorrer cierta distancia a bordo del vehículo volador, éste aterrizó cerca de una construcción empotrada a los pies de una montaña. Sus guardianes lo llevaron a través de un largo corredor, de cuyo techo colgaban grandes carteles a distancias regulares: El que peca pagará, rezaba el primero. Luego: nadie escapa al justo castigo… Rézale a los dioses, durante éste, tu último recorrido. Finalmente llegaron frente a una enorme pared, cuya uniformidad quedaba interrumpida por una puerta, que parecía insignificante en aquella vastedad. Al lado de ésta esperaban los ejecutores, cinco personajes trajeados con largas túnicas doradas. El más anciano entre ellos le anunció con solemnidad: —Ruch de Hadiles, has sido reconocido culpable, y condenado a espiar tu Página 8


culpa… —Se me otorgó cierto beneficio —interrumpió él groseramente—. Y nadie ha podido, o querido, explicarme de qué se trata. —Es mi tarea explicarte… si me das tiempo. Detrás de esta pared se encuentra la rueda de Sallur. La pared está dividida en ocho secciones, tantas cuantas forman los rayos de la rueda. En una de estas secciones, se encuentra una salida que te llevará hacia la libertad; de ti depende encontrarla. —¿Hay una salida? —Volvió a interrumpir él, esperanzado. —Sí, la hay. De las ocho secciones, podrás explorar cinco, y tu suerte decidirá si entre ellas está el camino correcto. —Si hay a una salida la encontraré. —Puede ser. Mientras tanto, entra y comienza tu recorrido. La primera vuelta de la rueda te servirá de observación, para que puedas decidir en cual sección te detendrás para explorar en la segunda vuelta. Recuerda: cinco secciones de las ocho. Que los dioses se apiaden de tu alma, Ruch de Hadiles, y que su castigo divino no sea tan trágico para ti. Al cruzar Ruch la puerta, la burbuja de energía que lo envolvía desapareció, y él se dio cuenta de que estaba de pie en uno de los ochos rayos. Muy lentamente, la rueda comenzó a girar, y él se acercó al eje para adaptarse al movimiento. —¡Sí, saldré de aquí y entonces me vengaré! —murmuró con odio— ¡Seré recordado como el asesino más despiadado de la historia! Me encanta matar ¿y qué? ¿Por qué la ley tiene que condenarme por satisfacer mis deseos? Ahora, lo importante era fijarse en la sección de pared que tenía enfrente, no fuera a pasársele por alto la salida. Porque si había una, él la encontraría. En la pared había una grieta lo suficientemente grande para que un hombre entrara en ella. Ruch trató instintivamente de acercarse para explorar un poco, pero de inmediato el campo energético se lo impidió. —Está bien —murmuró él—, vamos a jugar limpio. No tengo alternativa. Desde donde estaba observó la abertura, que prometía profundidad, y tomó mentalmente nota. En la segunda sección, un boquete demasiado amplio y cómodo lo hizo sonreír por lo obvio. Desde luego, no lo tomaría en consideración. Luego, otra fisura larga, pero demasiado estrecha para que la cabeza pasara por ella. En seguida, una hendidura horizontal, lo suficientemente holgada para penetrar en ella. De nuevo un túnel amplio y tentador, y esto le dio que pensar a Ruch. ¿Y si no fueran señuelos, y de verdad uno de ellos llevara a la salida? Pero no tuvo mucho tiempo para reflexionar, pendiente de la siguiente sección que ya se aproximaba... Seis posibilidades sobre ocho, y de las dos que descartó, una lo dejó dudoso. ¡Dioses! No se trataba de un juego, de su intuición dependía su sobrevivencia. Por Página 9


cierto… estuvo tan distraído con lo de Sallur y la rueda, que no preguntó cómo iban a ejecutarlo si no encontraba la salida. Pero, bueno, cada cosa a su tiempo. Había llegado el momento de comenzar la lucha por su vida, y Ruch entró en la primera grieta. Ésta, después de mostrarse prometedora, se estrechaba un poco, pero forzando su cuerpo logró avanzar unos metros, hasta encontrarse en un espacio un poco más amplio. Y eso fue todo, pues ahí terminaba el recorrido. Maldiciendo, regresó al punto de partida, saltó al travesaño de la rueda y se preparó para entrar en la segunda apertura… que tampoco lo llevó a nada. Resollando de despecho y fatiga, Ruch observó el túnel que lo invitaba a entrar como siguiente opción. ¿Trampa u oportunidad? Sin pensarlo, entró en él y avanzó unos treinta metros. Tanteaba las paredes, atento a cualquier cambio, pero no sucedió nada, hasta que la pared se combó y comprendió que estaba en una caverna. Gracias a los dioses el techo no era muy alto, y un par de horas de examen lo llevó de nuevo a la entrada del túnel, en un círculo, con las puntas de los dedos desollados. Maldiciendo a todo pulmón, retrocedió hasta que de nuevo estuvo montado en la rueda. Se introdujo en la abertura horizontal con precaución, ya medio desilusionado, pero sin perder las esperanzas. Aparte de ésta, le quedaba otra oportunidad y no desesperaba de encontrar la salida. Se arrastró de espaldas cierto trecho, luego pudo sentarse y más adelante comenzó a gatear. Avanzaba, no siempre en línea recta, seguía los recodos y los baches hasta que se precipitó; quedó jadeante y medio muerto de miedo, tendido en un suelo pedregoso. Necesitó varios minutos para recuperar el resuello y comenzar a explorar la gruta donde había ido a parar. Por suerte el techo quedaba a un par de metros de altura, donde él pudo palparlo sin mucho esfuerzo. Encontraba cierta similitud entre esta gruta y la anterior, donde fracasó en su búsqueda; pero no, se equivocaba pues a unos pocos metros de donde había caído encontró otra entrada: el túnel seguía. Jadeó y entró en el mismo arañando la tierra, al borde de la desesperación y de la claustrofobia. Avanzaba siguiendo un camino sinuoso que parecía interminable, y cuando un lamento incontrolable comenzó a brotar de su garganta, vio una pequeña luz al fondo. Luz… ¡luz! Riendo y llorando al mismo tiempo, avanzó a los trompicones, arañándose las rodillas, golpeando las paredes con los codos, pero sin importarle, porque finalmente el túnel terminó y de nuevo se precipitó en una gruta. Sólo que esta vez no había oscuridad, sino que pudo distinguir claramente el suelo cubierto de fina arena dorada y el camino escarpado que llevaba al boquete por donde la luz del sol entraba a raudales. Se enderezó temblando, y las palabras escritas en letras negras en la pared llamaron su atención: Que los dioses se apiaden de tu alma. Aprovecha estos últimos minutos para arrepentirte de tus pecados. —¡Ya se apiadaron! —gritó riendo a carcajadas— ¡Ahora que se apiaden los que sufrirán mi venganza! ¡Y no estoy arrepentido de nada! Avanzó un par de pasos, sentía la humedad de la arena donde se hundían sus pies, también el peso que éstos adquirían, seguramente debido al cansancio. Se detuvo un momento y… tuvo la sensación de que algo lo succionaba hacia abajo. Página 10


Sí, constató horrorizado, se estaba hundiendo. Luchó para liberarse, pero logró todo lo contrario. A resultas de sus movimientos, se encontró con que estaba hundido hasta las rodillas. ¡Arenas movedizas, esto eran! —¡Oh, no! ¡No! —gritó buscando frenéticamente un asidero, pero no encontró nada. Se mantuvo inmóvil, esperando no sabía qué milagro, pero no sucedió ninguno. Entonces comprendió que ésta era la forma en que sería ejecutado, y que el beneficio de Sallur era la oportunidad de arrepentirse, pero lejos de hacerlo despotricó contra dioses y humanos, hasta el momento en que las arenas lo engulleron acallando su voz. Su agonía duró largo tiempo, cumpliéndose el veredicto del juez. © Enza Scalici Parapsicóloga y orientadora transpersonal, la producción literaria de Enza Scalici se enmarca dentro del género de la ciencia ficción y la fantasía. Ganadora de dos concursos de cuentos (La cueva del Lobo 2009 y Foroelcruce 2009), algunos de sus relatos pueden leerse en las revistas Espada y Brujería, Alfa Eridiani y Aurora Bitzine. La editorial española Ituci Siglo XXl publicará en breve una novela suya.

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DESPERTARES por Víctor M. Valenzuela Nos hallamos en un mundo postapocalíptico en el que la humanidad ha logrado sobrevivir –y con ella la civilización– y, pese a eso, las cosas no parecen haber cambiado mucho. En esta historia, Víctor M. Valenzuela, nos presenta un entorno en el que hay ricos y desposeídos, drogas y sentimientos, hechos y percepciones. Y a la mitad de todo ello, se encuentras los técnicos… río, mucho frío, es lo primero que sientes después de un Despertar, no tiene mucho sentido porque la fuga de éxtasis no tiene nada que ver con la temperatura, pero al despertar tu cuerpo empieza a protestar y como tus sentidos no saben dónde ubicar lo que sientes lo traducen como algo parecido al frío. Luego vienen las náuseas, los dolores por todo el cuerpo y las ganas de llorar sin saber por qué, algunos dicen que tu cuerpo se acuerda del día en que naciste y asocia el Despertar a un nuevo nacimiento. En realidad da un poco igual, el Despertar es siempre traumático, primero te sientes fatal, luego aparece alguien que te arranca sin contemplaciones de la cabina de éxtasis, te inyecta algo en el cuello que duele como si te hubieran disparado y te arroja de mala manera a una camilla donde estarás un par de horas deseando morirte hasta que todo eso remite y vuelves a ser persona, después de otras seis horas empiezas a acordarte de quién eres y en otro par de horas más consigues pensar con claridad. Justamente en ese momento siempre aparece alguien y te trae algo de comer y una pizarra con tu misión. Despertar siempre conlleva una misión, nos cuentan que nos dan el privilegio de despertarnos para que cumplamos con nuestra obligación y ejecutemos la misión de la manera más impecable posible. Termino de comer y me voy al vestuario, antes me paso por las duchas, allí me encuentro a mis compañeros, están Ana, Carmen y un chico joven y musculoso que no conozco. Ana y yo ya hemos trabajado juntos en alguna misión de ingeniería y yo empiezo a fantasear con la idea de que nos hayan despertado a los dos para otra misión conjunta, me encanta trabajar con Ana, es eficiente y tiene buen carácter. —¡Ana! —me acerco corriendo y la abrazo sin saber bien por qué, luego me doy cuenta que los dos estamos desnudos y la suelto totalmente avergonzado. —Marcus, qué alegría volver a coincidir contigo —me dice Ana, volviendo a abrazarme rápidamente—, ven, vamos a quitarnos el olor a éxtasis —Abre la ducha al máximo, yo hago lo mismo en la ducha de al lado y empiezo a frotarme concienzudamente. Página 12


—Creo que ya estamos decentes —digo después de un buen rato. —Sí, veamos cómo ha cambiado la moda —me dice, apaga la ducha y sale corriendo, yo no puedo dejar de mirarla a pesar de que algo me indica que no debo hacerlo, nos secamos y vamos hacia las taquillas. —Mierda, otra vez de moda los trajes —exclamo al abrir la taquilla y encontrarme con un traje negro. —A ti al menos te queda bien el negro, yo parezco un cuervo —resopla Ana al encontrase ella también un traje negro. —Equipo post-éxtasis, por favor diríjanse sin demora a la sala de reuniones — Retumba la megafonía. En la sala de reuniones encontramos a Carmen y al chico musculoso vestidos con uniformes de seguridad, en la gran pantalla de la pared el logo de la empresa dibuja figuras imposibles. —Hola, Carmen —la saludo—. Hola, ésta es Ana y yo soy Marcus, encantado de conocerte —le digo al chico musculoso. —¿Qué tal? Me llamo Alejandro. Y antes de darme tiempo de entablar conversación con Alejandro la pantalla toma vida y empieza a explicarnos la misión; como siempre nos exalta el sentido del deber y el privilegio de despertar, luego nos informa de la importancia crítica de la misión y de las nefastas consecuencias que se podrían producir si nos desviásemos lo más mínimo, concluye dándonos los detalles logísticos y explicando algunos matices, termina recordándonos nuestras obligaciones con la empresa. Yo estoy contento, es otra misión de ingeniería y Ana me acompaña, parece un poco más complicada que lo habitual y Carmen y Alejandro velarán por la seguridad. —¿Ahora estás en seguridad? —le pregunto a Carmen cuando acaba la presentación. —Sí, me reciclaron hace dos Despertares —contesta Carmen sonriente. —¿En qué estabas antes? —le pregunta Alejandro. —En logística, pero no recuerdo demasiado bien lo que hacía —contesta Carmen un poco confusa. —Bien, tenemos media hora para prepararnos, nos vemos luego en la sala de tránsito, no os retraséis —digo levantándome y asumiendo mi papel de controlador de la misión. Vuelvo a los vestuarios y cojo la mochila que me dejaron, luego vuelvo a la habitación y recupero la pizarra de la misión y la consola de red que alguien ha dejado sobre la cama, la activo sólo para estar seguro de que funciona y la Página 13


sincronizo con mis gafas, la pantalla de diagnóstico aparece en mi línea de visión, me pongo el guante controlador y ejecuto un diagnóstico avanzado, todo normal, luego navego por los menús buscando nuevas funcionalidades, pero por lo visto no hay anda nuevo desde mi ultimo Despertar. Llego a la sala de tránsito y están todos esperándome, de allí pasamos al transporte que nos lleva al emplazamiento de la misión; Ana también lleva su consola de red y está concentrada en algo; Carmen y Alejandro llevan armas letales en lugar de las clásicas disuasorias, busco en la pizarra de la misión la unidad de memoria y la inserto en la consola, empiezo a leer la parte privada de las órdenes. No hay detalles sobre por qué es necesaria la seguridad adicional, sólo recomendaciones de que no debemos estar nunca sin protección durante los turnos de trabajo; la parte técnica parece rutinaria, substitución de controladores programables obsoletos por otros de nueva fabricación en una central de generación eléctrica, reprogramación de algunos sistemas, chequeo de toda la seguridad de la red y simulación de la puesta en marcha de la central que está sufriendo una parada de mantenimiento rutinario, luego otro equipo se reunirá con nosotros para ayudarnos a realizar la puesta en marcha real de la central. Un trabajo laborioso, pero dentro de la línea de otros que me han encomendado, le echo un rápido vistazo a los manuales de los nuevos controladores y veo que han mejorado bastante en prestaciones aunque la funcionalidad sigue siendo prácticamente la misma de los últimos con los que trabajamos. El trasporte se detiene y salimos finalmente al exterior, la central es grande y vemos algunos equipos trabajando, por el color de la ropa vemos que no pertenecen a nuestra empresa y que debemos abstenernos de hablar con ellos por ética profesional; yo activo el mapa en la pizarra y guío a mi equipo por el laberinto de la central hasta la zona en que nos alojamos. —Bien, nuestra ventana de actuación empieza mañana a las 5 AM, tomaros las pastillas y a dormir, quiero todo el mundo despierto a las 4 AM, ¿entendido? —Sí, señor —me contestan y cada uno se dirige a una litera vacía. —Carmen, ¿algo en tus órdenes de seguridad que debamos saber? —le pregunto. —¿Por qué lo dices? —me pregunta dejando la mochila encima de la litera. —Por las armas —contesto—, no son las disuasorias de siempre. —A mí también me ha parecido raro, pero las órdenes dicen que esta instalación es crucial y que debemos de primar la seguridad, y actuar con firmeza ante cualquier amenaza al cumplimiento de la misión. —¿Y nada más? Página 14


—No. ¿A ti te explican algo? —Nada, sólo los detalles técnicos. ¿Dicen algo las tuyas? —le pregunto a Alejandro. —Nada de nada, sólo que Carmen está al mando de la seguridad y tú eres el controlador y os debo obediencia total. —Puede que lo normal sean estas armas ahora —apunta Ana. —Sí, seguramente será eso, bueno todos a dormir —concluyo la conversación. Por la mañana nos despertamos más o menos sincronizados y nos turnamos en el baño, luego vamos rápidamente a la cantina y desayunamos; a las 5:00 AM estamos en la sala de control; Alejandro se queda fuera de guardia, Carmen nos acompaña y se coloca en una esquina estratégica, Ana conecta su consola a la red de la central y empieza a buscar los controladores que hay que sustituir, yo voy hasta una esquina donde hay una pila de cajas y empiezo a verificar los controladores, escaneo los códigos de barras de las cajas y luego voy a la consola central y empiezo a verificar el estado de los sistemas de la central. —Ana, ¿cómo lo ves? —He encontrado la ubicación de siete de los diez remotos que hay que sustituir, cinco están en zonas de fácil acceso y dos están más complicados, tengo localizadas las cabinas de los controladores. —Estupendo, sigue buscando los demás. —OK Yo ya he localizado cada tipo de controlador y vuelvo a la pila de cajas, desembalo el primer controlador y saco las interfaces de los sensores remotos, coloco el controlador encima de la mesa y lo enchufo, luego conecto mi consola de red al puerto de programación y empiezo a revisar el estado del controlador, verifico que tenga la versión correcta de software básico y ejecuto un diagnóstico completo, mientras los mensajes se proyectan en mis gafas, ejecuto un viejo programa de prueba que escribí hace tiempo; los resultados son satisfactorios, luego desembalo los sensores y lanzo otro programa que habla con los sensores y diagnostica la comunicación; veo que hay un sensor con problemas y lo descarto, por fortuna hay una caja con varios de repuesto; pruebo el nuevo y veo que están todos bien, cojo la etiquetadora de encima de otra mesa y hago etiquetas holográficas a todos los equipos, se las voy colocando a cada uno. Estoy empezando a estudiar el software que tengo que descargar en el primer controlador cuando escuchamos golpes en el pasillo. Ana y yo nos quitamos las gafas y nos miramos intrigados, Carmen abandona su esquina y se dirige a la puerta a ver qué pasa, a medio camino la puerta se abre violentamente y entran dos personas, visten unos extraños chalecos abultados, un casco con una pequeña pantalla que les cubre los ojos y portan armas, al principio pienso que Página 15


son de la seguridad de la central, pero no llevan insignias, el primero se aparta un poco y el segundo apunta lentamente con un arma no letal a Carmen, que se da cuenta y empieza a desenfundar su propia arma, no le da tiempo y cae convulsionándose y yo me desmayo. Me duele muchísimo la cabeza, tengo una sed tremenda y siento un hormigueo muy extraño en las piernas y los brazos, abro los ojos con dificultad y veo que estoy tendido en mi litera, me levanto tambaleándome y consigo llegar al baño, bebo un poco y el dolor de cabeza remite, el agua fría consigue despejarme y vuelvo a la habitación, me acerco a Ana y advierto que ésta despierta pero tiembla convulsivamente, le traigo un poco de agua e intento calmarla, luego percibo que Carmen lucha por levantarse, no veo a Alejandro. —¿Qué ha pasado? —pregunta Carmen sentada en la cama, también tiembla. —No lo sé. ¿Cómo estás? —Mi cabeza parece que va a explotar y no consigo parar de temblar —me dice y sólo ahora me doy cuenta de que mis manos también tiemblan sin control. —Maldita sea, una resaca debería ser algo así —dice Ana. —¿Qué es una resaca? —le pregunto. —En una de mis misiones, me toco arreglar un problema informático en una antigua biblioteca, me dejaron en una sala repleta de viejos libros con una estación de trabajo conectada al ordenador principal, el ordenador era lento y las compilaciones tardaban mucho tiempo, así que empecé a hojear uno de los libros —¿Un manual medico? —pregunta Carmen. —No, no era un manual, era un libro que contaba una historia. —¿Libros de historias? Eso es absurdo —contesto. —Sí, muy raro, pero en la historia los personajes bebían líquidos que les hacían relajarse o ponerse eufóricos, pero si bebían mucho luego tenían malestares que llamaban resaca y que se parece a lo que siento. —Libros de historias… —dice Carmen en un tono que no sé identificar. —Tu suposición es correcta —dice alguien por megafonía. La puerta se abre y entra una mujer, viste una especie de mono de trabajo, pero no lleva insignia de ninguna empresa, es alta, tiene un extraño color de piel, el pelo gris y unos marcados surcos en la piel. —No os preocupéis el malestar remitirá en algunos días —nos dice . —¿Quién eres? —atino a preguntar. Página 16


—¿Qué nos pasa? —pregunta Ana. —¿Dónde está Alejandro? —dice Carmen. —Vuestro compañero está bien, me llamo Katia y os ayudare si me ayudáis — nos dice y se sienta tranquilamente en la mesa—. Tenéis síndrome de abstinencia —concluye. —¿Síndrome de qué? —logra decir Ana que sigue temblando. —Las pastillas que tomáis siempre son drogas, las de por la mañana son estimulantes, las de la hora de comer son una mezcla de inhibidores y las de la noche sirven para dormir. Lleváis tiempo sin tomarlas y vuestro organismo se ha acostumbrado tanto a ellas que las hecha de menos, por eso os sentís mal. —Pues volvamos a tomarlas —digo. —No —corta tajante Katia. —¿Por qué no? —exclama Ana. —Esas drogas os mantienen esclavizados, os hemos inyectado medicinas para contrarrestarlas y que podáis sobrevivir al hecho de dejar de tomarlas, pero no podemos eliminar totalmente el malestar, debéis resistir. —Estás loca, las pastillas son parte de las directrices de la empresa, no podemos desobedecerlas. —Las drogas os mantienen condicionados, conforme pasen las horas verás que las directrices no te parecen tan importantes. —¿Qué te ha pasado en la cara? —pregunta Ana. —Nada, soy más vieja que vosotros, nada más. —¿Entonces las historias de los libros eran verdad? —grita Ana, y todos nos la quedamos mirando extrañados. —Eran historias, pero reflejan la realidad —contesta Katia con una expresión muy seria. —No te entiendo, quiero hablar con el supervisor —le digo haciendo un esfuerzo por parecer sereno. —Todavía es pronto, en unos días me entenderás —se levanta y se va sin decir nada más. Y el tiempo deja de tener sentido para nosotros, dormimos constantemente, nos traen comida, recogen las sobras, de vez en cuando se escuchan sonidos melódicos por megafonía.

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—Es bonito —dice Ana. —¿Los sonidos? —pregunto. —Sí, hacen que me sienta mejor. —Soy la única a la que le parece que esta comida que traen es la mejor que he probado nunca —dice Carmen, comiéndose una barrita de una pasta marrón. —No pensé que la comida pudiera saber así —contesto. —Marcus, tengo sensaciones muy raras, es como si me acordara de cosas que no sé de dónde salen —dice Ana, ya no tiembla y hay un brillo en sus ojos. Y al decirme esto algo encaja en mi mente, la sensación escurridiza que he tenido siempre de que me olvido de algo importante, de repente no es tan escurridiza y consigo enfocar ese pensamiento, y extraños recuerdos empiezan a aflorar en mi mente, memorias que no tienen que ver con misiones, ni con técnicas de trabajo; miro a Ana a los ojos y es como una presa que se rompe, sensaciones que debían de estar en un sitio se amontonan luchando por ocupar su lugar desde alguna zona muy alejada de mi mente; instintos olvidados gritan pidiendo atención y yo siento una especie de vacío enorme, una rabia infundada y unos deseos enormes de abrazar a Ana. Levanto los ojos y veo que Ana me mira con expresión interrogante, Carmen también me mira intrigada pero sigue concentrada en su barrita, antes de que pueda decir nada la puerta se abre y vuelve Katia —Bienvenidos al mundo de los vivos —bromea al entrar. —Nos vendrían bien algunas respuestas —dice Ana. —Preguntad —contesta simplemente y se sienta en la mesa, tiene una expresión curiosa, una sonrisa que no sé identificar. —¿Dónde está Alejandro? —vuelve a preguntar Carmen. —Alejandro fue herido durante la operación, no es grave, pero no queremos que sufra el síndrome mientras está herido, de manera que lo tenemos en otro sitio. —¿Por qué debo creerte? —le pregunto. —Porque no tienes alternativa, sentaos os voy a contar algo. Y antes de que tengamos tiempo de protestar, nos empieza a contar una historia increíble de que somos esclavos especializados de una empresa, que cada vez que nos necesitan nos despiertan y hacemos trabajos a toda prisa y que al terminar nos vuelven al éxtasis hasta la siguiente misión, que nos sometieron a técnicas de condicionamiento y que las drogas hacen que no cuestionemos nuestra vida ni nuestros sentimientos; nos cuenta que hace tiempo el mundo sufrió un gran Colapso económico que ocasionó que la sociedad se derrumbara, Página 18


que los poderosos se concentraran en fortalezas y que el resto de la población se vio abandonada a su suerte, y que entre la población general se reclutaron especialistas para mantener las infraestructuras críticas en funcionamiento. Cuando el Colapso remitió el mundo se había dividido en tres castas, los VIP, los técnicos y los desposeídos, y que nosotros somos técnicos. —No puede ser —grita Carmen. —No pido que me creáis, es mejor que lo veáis vosotros mismos —y me da una pizarra electrónica, se levanta y nos deja. La información de la pizarra es muy extensa, contiene grabaciones de vídeo, narraciones en forma de artículos casi técnicos, relatos de personas, demasiada información como para que sea un montaje. —No, no puede ser —sigue insistiendo Carmen. —Tiene sentido, y encaja con lo que empiezo a recordar y con lo que siento — dice Ana. —A mí también me parece que dice la verdad . —Maldición y a mí también, pero me niego a creer que toda mi vida no tiene sentido —explota Carmen. —Tengo muchos recuerdos de nosotros —le digo a Ana. —Sí, me han vuelto muchos, parece que llevamos en esto bastante tiempo. —Yo también empiezo a acordarme de cosas, de misiones, de recibir clases, de discusiones —dice Carmen mirando al techo. Lo que nos parecen algunos días después, ya nos sentimos con fuerzas y Katia viene a buscarnos junto a dos hombres, nos conducen por la central hasta una sala donde hay una mesa y una gran pantalla, en la pantalla se ve un mapa. —Sentaos, por favor —nos pide Katia—. En esta pantalla vemos el mapa del distrito, la zona verde es la reserva donde viven los VIP, la roja es la zona de exclusión, y la azul son las ruinas de antes del Colapso, en la zona azul podéis ver puntos naranjas, donde hemos reconstruido la civilización. —¿Es así en todo el mundo? —pregunta Ana. —No, algunos países cayeron enteros, otros sobrellevaron el Colapso, hay algunos que han conseguido volver casi al mismo nivel de antes del Colapso. —De allí vienen los equipos que usamos, ¿no? —apunto. —Así es, de estos lugares vienen los controladores que estabais instalando.

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—Siempre quise saber dónde estaba eso de Japón —dice Ana. —Y aquí estamos nosotros —dice Katia apuntando al mapa—, aquí está la central a medio camino entre la zona reconstruida y la zona VIP. —Sospecho que aquí entramos nosotros —digo después de meditar unos instantes. —¡Estupendo! Veo que dejar las drogas te sienta bien —exclama Katia—. Queremos que terminéis el trabajo en la central y que hagáis unos arreglitos. —¿Qué tipo de arreglos? —pregunta Carmen. —Pues… que desviéis energía eléctrica a la zona reconstruida y que los VIP no se den cuenta. —Energía... — empieza a decir Carmen. —No tenéis energía, ¿verdad? —interrumpe Ana. —No, no mucha, los VIP dejaron en marcha las suficientes centrales para sus necesidades, y nosotros nos hemos arreglado con generadores eólicos reconstruidos, pero nos vendría bien una fuente permanente de energía. —Cuenta con nosotros —dice Ana casi gritando. —Un momento yo… —empieza a decir Carmen. —Sé lo que piensas, Carmen, crees que no te necesitamos y tienes miedo —la interrumpe Katia—, y es cierto que no te necesitamos, pero liberamos a todos los esclavos que podemos. —Dejémonos de charla, tenemos trabajo —digo levantándome de la silla. En los siguientes días trabajamos siguiendo los planes de la misión, Katia nos dice que sin las drogas no podemos trabajar 19 horas y dormir cinco, que debemos descansar por lo menos doce horas y en esas doce dormir ocho; la ventana de actuación de la misión está casi acabándose y apenas hemos empezado el trabajo, nos inventamos desperfectos y enviamos informes falsos; nos amenazan e increpan pero se lo creen, al tercer día aparece un supervisor pero conseguimos engañarle, pregunta por Alejandro pero le decimos que está inspeccionando el perímetro; nos suelta una bronca difícil de aguantar sin las drogas pero al final se marcha muy indignado. Cinco semanas después y con tres semanas de retraso hemos conseguido realizar todos los trabajos, estamos agotados como nunca en nuestras vidas, en algún momento casi llegamos a echar de menos las drogas, pero mirar a Ana y sentir que mi corazón late más rápido me lo quita siempre de la cabeza. Mientras tanto un equipo de Ciudadanos ha trabajado frenéticamente para enlazar y reparar tramos de líneas de energía y consigue conectar físicamente la Página 20


zona reconstruida con la central; nosotros hemos diseñado un programa que falsea los datos de la central de manera que la potencia enviada a la zona reconstruida no aparezca en ningún informe y nadie pueda darse cuenta de nuestra trampa. Katia nos sigue contando que después del Colapso algunas personas lucharon por reconstruir las cosas, se juntaron y organizaron a pesar del caos y la barbarie, que lentamente consiguieron remontar y se hicieron llamar Ciudadanos, que al principio intentaron contactar con las zonas VIP, pero que fueron recibidos a tiros y que en ocasiones los VIP secuestran a Ciudadanos jóvenes para convertirlos en técnicos y desde entonces existe una guerra fría entre los dos bandos; nos cuenta que están en contacto con otros países donde también han instaurado el mismo sistema y que tiene ayuda de países donde consideran esto una atrocidad. Somos como niños, nos damos cuenta que sólo sabíamos trabajar y que carecíamos de habilidades sociales, Katia le trae viejos libros a Ana que lee frenéticamente en sus periodos de descanso, a mí me descarga muchísima información histórica en la pizarra y también me dedico a leer constantemente; Carmen está instruyendo a algunos Ciudadanos en técnicas de protección y defensa, se siente útil y ya no está deprimida. El equipo de Katia se esconde cuando llega el equipo de técnicos para que pongamos en marcha la central, tenemos que hacer malabarismos para que nadie se dé cuenta y nos cuesta seguir el ritmo sin las drogas, felizmente Ana tiene la idea de encerrarnos en la sala de control y no dejar entrar a nadie y nos turnamos ella y yo, uno trabaja el otro duerme, después de dos días interminables la central arranca sin problemas, casi todo es automático; el segundo equipo se marcha y nosotros nos inventamos que tenemos que afinar algunos parámetros para mejorar la eficacia. Estamos los tres en la sala de control, cuando llega Katia. —Tenemos que simular vuestras muertes —nos dice. —¿Muertes? —consigo preguntar a pesar del cansancio. —Sí, supongo que no queréis volver. —Prefiero morir —dice Carmen. —Nadie va a morir —nos corta Katia—, y creo que nadie quiere volver, pero si no volvéis alguien empezará ha hacerse preguntas y mandarán equipos aquí a investigar. —¿Qué piensas hacer? —dice Ana. Al día siguiente aparece el trasporte para llevarnos de vuelta y el equipo de Katia apresa al conductor y al guardia, luego empiezan a rellenar el furgón con cuerpos; al ver nuestras expresiones, Katia nos explica que son personas que han muerto naturalmente y que nos van a sustituir, que luego harán pasar el furgón por la zona de minas y que ellos pensarán que el conductor cometió un error. Página 21


Nos marchamos de la central con los Ciudadanos, Katia nos lleva a una zona reconstruida de la ciudad y entramos en un edificio. —De momento podéis vivir aquí, luego podéis elegir otro sitio si queréis. —¿Qué lugar es éste? —pregunta Carmen. —Es donde traemos a los rescatados. Mira, Carmen, éste es tu sitio —y le abre la puerta—. Os vendré a buscar dentro de cuatro horas, descansad un poco. Éste es vuestro —nos dice, se acerca y roza con sus labios la mejilla de Ana, luego hace lo mismo conmigo. —Es mejor que las habitaciones que teníamos en la central —digo. —Sí —dice Ana, hace una larga pausa y continúa—. ¿No te parece raro que Carmen esté sola y nosotros estemos juntos? —Pues no… —contesto sin pensármelo mucho, pues en las misiones siempre teníamos dormitorios comunes. —Katia me ha dicho que sin las drogas las personas necesitan intimidad y que sólo deben estar juntas si lo desean, también me ha dicho que tú y yo debemos estar juntos por nuestros sentimientos. —¿Nuestros sentimientos? —Sí, ella dice que las parejas que sienten lo que nosotros lo normal es que estén juntas. ¿A ti, qué te parece? —me pregunta y su rostro adquiere una extraña coloración rojiza. —Yo no sé nada de sentimientos o de parejas, yo sólo sé que no quiero separarme de ti —y la abrazo y esta vez, sin los inhibidores, sé por qué la estoy abrazando. © Victor M. Valenzuela Víctor M. Valenzuela es ingeniero de software dedicado al desarrollo y las nuevas tecnologías, firme defensor de la libertad de las ideas y la información, lector asiduo de ciencia ficción y partidario de la protección del medio ambiente y de las energías limpias. Tiene publicado diversos cuentos cortos en revistas especializadas y en el primer semestre del 2011 la editorial Nowevolution lanza su novela Los últimos libres.

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